Nuestra cara oculta: Integración de la sombra y unificación personal
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Comentarios para Nuestra cara oculta
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelente. En la página 149 aparece la palabra escindido. Les paso el dato para que puedan corregirlo si es que leen esto.
El libro me encanta, es muy sencillo de entender y la información en el, es muy valiosa para todo el que quiera crecer como persona, reconociendo e integrando su sombra.
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Nuestra cara oculta - Enrique Martínez Lozano
BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO
Estoy absolutamente convencida de que todos estamos llamados a desplegar unas riquezas que ni tan siquiera sospechamos; estamos llamados a las alturas de la mística, a la unión y comunión con el Todo.
Desde muy niña he admirado a los místicos de todas las religiones; desde el gran sufí Rumi hasta san Juan de la Cruz sobre todo. Los veía brillar en el horizonte y pensaba que los místicos, junto con los grandes artistas y los grandes científicos son las cumbres de la humanidad. Sin embargo, yo no me excluía de esas cimas; era muy pequeño el número de privilegiados, pensaba, aunque se encontraban repartidos por todo el planeta, a lo largo de milenios, en todas las culturas y en todas las religiones.
Hoy —entre el misterio y la certeza— se me regala la seguridad de que estoy llamada a niveles de conciencia sin estrenar —«nieves no coçeadas» como escribía nuestro Gonzalo de Berceo en el siglo XIII—, a paisajes y experiencias desconocidas, «lo que ni el ojo vio ni el oído oyó» de san Pablo; lo mismo que mis amigos, mis alumnos, mis hermanos... todos llamados por igual.
Esta convicción me lleva a trabajar en esta aventura interior para quitar los obstáculos, para preparar la siembra; me lleva a «sentarme» en horas tempranas y tardías para abrirme al Absoluto. Y me lleva a entusiasmar a todos los que se acercan a mí. Es el sentido mas hondo de nuestra vida, porque no se acaba el horizonte en ser personas maduras e integradas, aunque esos niveles son previos y preciosos, sino que estamos llamados a más, pero apoyándonos en cimientos sólidos.
Pues bien, en esta situación se me regala la ayuda impagable de Enrique Martínez Lozano, un auténtico maestro y un profundo psicólogo, como demuestra este nuevo libro que sale de sus manos. Se trata de un trabajo teórico y práctico sobre la «sombra» para que, una vez acogida y superada, podamos habitar nuestra interioridad como personas completas que pueden abrirse así hacia la Transcedencia.
El autor es también un maestro de oración que va delante con su experiencia. No nos habla de «oídas» sino que ha recorrido despacio el sendero del crecimiento —y en él sigue—con muchas horas de vuelo en el silencio y en la meditación. Psicología y espiritualidad son las dos sendas (riqueza poco común) que este sacerdote turolense nos ofrece.
El texto se presenta en forma de diálogo lo cual supone un gran acierto. Yo he sido testigo de estos diálogos y llevo grabadas dentro voces variadas que aquí aparecen en letras de imprenta. Esta forma de comunicación hunde sus raíces en miles de años de historia de la humanidad; gran parte de la sabiduría perenne se ha vertido en ella: textos de la India, China, Tibet, zen japonés, sin olvidar a Platón, Plotino y a nuestros humanistas del siglo XVI; todos lo han utilizado como forma sencilla y cercana, entre la oralidad conversacional y la honda reflexión en voz alta, para transmitir experiencias muy profundas, orientaciones prácticas... ayuda, apoyo y puertas abiertas hacia lo desconocido.
Por eso, sin más autoridad que mi amistad y mi entusiasmo me atrevo a presentar este libro, a elogiarlo, a recomendarlo y a desear —como hacían los clásicos griegos y latinos al enviar sus versos— que su travesía lo lleve lejos por mares y montañas, que encienda luces en múltiples ventanas y que, en suma, ayude a ahondar y a volar.
«Sólo el que ama, vuela» escribió Miguel Hernández en uno de sus poemas para continuar: «Pero ¿quién ama? Pero ¿quién vuela?».
Este libro ha sido escrito desde el amor incondicional y con el deseo de ayudar a todos; por eso espero que allá donde llegue, ayude a levantar vuelos o a descender hacia las profundidades, que en cierta manera son la misma y única cosa. Lo deseo y lo espero con absoluta convicción.
CARMEN ROMERO ENA
INTRODUCCIÓN
Una vida espiritual no puede librarnos del
sufrimiento ocasionado por la sombra
Suzanne Wagner
Fue en un monasterio donde, hace años, tras un encuentro inesperado y nada grato con ella, empecé a poner nombre a mi propia sombra. En otro, más recientemente, me brotó la propuesta de lo que se convertiría en un trabajo grupal sobre esta cuestión. Tenía que ser también en un monasterio, en este caso la Abadía cisterciense de Santa María de Huerta, en la provincia de Soria, donde redactara estas páginas. Vaya, desde el comienzo mismo, la expresión de mi gratitud colmada y de mi afecto sincero al abad Isidoro, al prior Agustín y a cada uno de los monjes de esa comunidad viva y acogedora.
Pues bien, ¿existe alguna vinculación especial entre la vida en un monasterio y el fenómeno que designamos como «sombra»? Al menos una es evidente: cuando eliminamos compensaciones, distracciones y «diversiones», en el sentido pascaliano del término, quedamos más fácilmente a la intemperie, desnudos de defensas, por lo que percibimos todo lo que bulle en nuestro interior de un modo directo y, en ocasiones, inaplazable. Siguiendo la estela de sus antecesores que se curtían interiormente en el desierto en su lucha con los «demonios», el verdadero monje es alguien experto en su mundo interior; un hombre o una mujer de temple en la dificultad, de paz en la adversidad, de alegría en la aridez, de compasión y comprensión en todo. Es experto precisamente porque se ha visto llevado a recorrer, una y mil veces, todos los recovecos de su interior para encontrar al fin, más allá de luces y de sombras, la Presencia creadora que todo lo sostiene y vivifica. Y es sencillamente de ese modo como nos prestan a todos un servicio impagable, en nuestra búsqueda de humanidad y divinidad.
Tal búsqueda requiere, necesariamente, hacer las cuentas con la sombra, esa cara oculta de la que aprendimos a huir, pero cuyo reconocimiento no podemos seguir postergando si queremos crecer como personas completas para ser nosotros mismos. No somos «completos»; en algún momento de la existencia, hemos alejado de nuestra conciencia, sabiéndolo o no, determinados aspectos de nosotros mismos, porque no nos agradaban, porque nos hacían sufrir, o porque nadie parecía creer en ellos. Al actuar así construimos una «persona» (etimológicamente «máscara»), con la que hemos tratado de presentarnos ante los demás y con la que hemos terminado identificándonos. Pero una máscara sólo es útil en el teatro; en la vida, es sumamente peligrosa porque, aparte del gran desgaste de energía que exige el mantenerla, hace vivir en la falsedad. En definitiva, nos hace vivir incompletos. Para llegar a un «yo» realizado, debemos necesariamente recuperar aquellos aspectos que constituyen nuestra sombra e integrarlos en nuestra «persona». El conjunto de nuestra «persona» y nuestra «sombra» será un «Yo» más integrado y unificado, un Yo completo.
Sin embargo, no es fácil, ni agradable, reconocer nuestra sombra. Pasamos años condenándola en los otros, sin ni siquiera imaginar que, en realidad, eso que condenamos son nuestros propios asuntos interiores. Mientras no aparece, o mejor, hasta que no la reconocemos, somos absolutamente inconscientes de nuestros propios procesos. Por decirlo de un modo más sencillo: aunque parezca una paradoja, no reconocer la propia sombra significa condenarse a vivir en la oscuridad. Y eso es lo que nos ocurre durante gran parte de nuestra vida. Hasta que no la aceptamos, se hace imposible la unificación con nosotros mismos, el amor a los otros y el encuentro con Dios en profundidad. Por eso, aunque sea doloroso, el encuentro con la propia sombra es una gracia, un regalo. Porque, gracias a ella, avanzaremos en la verdad y en la luz sobre nosotros mismos y, en último término, en amor y unidad con todos. Podemos verla, por tanto, como una ayuda amistosa y, como tal, darle la bienvenida.
La sombra nos humaniza y, al ponernos frente a nuestras propias limitaciones, nos rebaja un peldaño y nos libera. De ahí que el trabajo con ella sea fuente de libertad y de respeto exquisito a los otros. Por todo ello, la sombra es una guía necesaria para el camino de toda persona que quiere crecer en la verdad y en la libertad. Para sentirnos completos, tenemos que pasar por el lugar oscuro que hay en nuestro interior y hacer las paces con las tinieblas si queremos acceder a la totalidad.
Con ese objetivo de crecer en humanidad, ofrezco en estas páginas una guía para reconocer, identificar y trabajar la propia sombra. El contenido se articula en relación con las preguntas fundamentales que pueden hacerse en torno a este tema: después de una primera reflexión genérica sobre lo que significa habitar nuestra casa (capítulo 1), nos preguntaremos qué es la sombra y cómo se forma (capítulo 2); cómo funciona y cómo identificarla (capítulo 3); cómo trabajarla (capítulo 4); y por fin ¿es ese trabajo una tarea espiritual? (capítulo 5).
En cuanto al método, he optado por el tipo diálogo porque, a pesar de que podía resultarme más difícil de elaborar, me parece que hace el texto más accesible y de más fácil comprensión. El lector habrá de juzgar si se ha alcanzado ese objetivo. En todo caso, quiero decir que la mayor parte de las preguntas están tomadas, en su literalidad, de las que se me planteaban en grupos en los que hemos trabajado toda esta problemática.
Debo señalar también que he tratado de escribir en espiral, ahondando de un modo progresivo en las cuestiones abordadas. Una y otra vez se retoman los temas, en nuevos niveles de profundidad, de modo que lo que aparece apenas insinuado en un lugar, puede ser clarificado y profundizado más adelante. De ahí que se repitan algunas cuestiones, en concreto aquellas que me parecían revestir un mayor interés.
Finalmente, quiero animar al lector a ponerse al trabajo de descubrir, aceptar e integrar la propia sombra, a partir de lo que nos ocurre en la vida diaria, particularmente en el ámbito de nuestras relaciones. Sólo ese trabajo, reconciliándonos con nosotros mismos y asumiendo todas las riquezas que la sombra nos aporta, será el que haga posible que podamos crecer como personas «completas».
De entrada, nos cuesta aceptar que aquello que tanto nos molesta o nos crispa de los demás forme parte de nosotros. «¡Si es algo que precisamente yo no puedo tolerar!», decimos. Y, sin embargo, todo lo que no aguantamos de los demás —y sólo lo que no aguantamos— forma parte de nuestra propia sombra. Mientras no lo reconozca, necesitaré crearme enemigos o me apuntaré a la locura colectiva que lleva a fabricar «chivos expiatorios», para poder condenar y atacar en otros lo que, inconscientemente, condeno en mí mismo. Por el contrario, al reconocerlo, podré desactivar la carga de rechazo y de condena que lleva consigo y abrirme a un nuevo modo de relación hecha de no-juicio, en línea con aquellas sabias palabras de Jesús: «¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo? O ¿cómo dices a tu hermano: Deja que te saque la mota del ojo
, si tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano» (Mt 7,3-5). Porque, en efecto, sólo nos crispa aquella «mota» del otro que está, aunque todavía no la veamos, en nosotros mismos.
HABITAR NUESTRA CASA
«No hay luz sin sombra ni totalidad psíquica exenta de imperfecciones... La vida no exige que seamos per-fectos sino completos; y para ello, se necesita la espina en la carne
, el sufrimiento de defectos sin los cuales no hay progreso ni ascenso».
Carl G. Jung
Reconstruir y habitar nuestra interioridad
Pregunta: Al pretender abordar el tratamiento de la «sombra», ¿te parece bien que empecemos hablando de nuestra interioridad? En definitiva, la sombra es un fenómeno interior.
Respuesta: Sí, me parece importante, al menos por dos motivos. En primer lugar, porque creo que es muy cierta la afirmación del lama Zopa Rimpoché: «Todo aquello de lo que huyes y todo aquello por lo que suspiras está dentro de ti». Siendo así, todo lo que sea huir del interior es dar palos de ciego. Por otro lado, porque también suscribo la afirmación de Antoine de Saint-Exupéry: «No hay más que un solo problema: aportar a los hombres un significado espiritual. No se puede seguir viviendo sólo de frigoríficos, de política, de balances y de crucigramas». Hoy diríamos: no se puede vivir sólo de fútbol galáctico y de cotilleos televisivos. Con otras palabras, en un mundo chato que amenaza con ahogar lo humano, en una sociedad frívola y superficial, que quiere mantenernos en el engaño y el sopor, necesitamos volver al interior, lugar de las respuestas genuinas, para reconstruirnos desde los cimientos. Porque no conviene olvidar que lo opuesto a «interior» no es lo exterior, sino lo superficial.
Pero, ¿no da miedo ese «viaje al interior»?
Recuerdo que, en un curso sobre conocimiento y crecimiento personal, una chica joven había manifestado tener mucho miedo a «lo que fuera a encontrar». Durante los cinco días que duró el encuentro, vivió de todo, pero en la evaluación final compartió: «Ha sido sumamente enriquecedor. Voy a declarar el viaje a mi interior como de interés turístico
». Sí, es totalmente normal que provoque un cierto miedo mirar hacia dentro, sobre todo cuando se ha vivido alejado de sí mismo o se han debido reprimir sufrimientos. Para no pocas personas, interioridad es sinónimo de dolor, y existir, sinónimo de sufrir. No es extraño, pues, que hayan debido defenderse endureciéndose y huyendo. Y cuando se ha vivido así, es comprensible que haya resistencias a entrar.
Parece que, antes o después, deberemos confrontarnos con nuestros miedos.¿No hay otro camino de crecimiento que no sea el de afrontarlos, entrando en el lugar donde viven?
No. Se pueden dar rodeos, se puede demorar la entrada, pero si realmente se quiere conectar con el «lugar» de la vida, necesariamente hay que entrar en el propio interior. De otro modo, seguiremos arrastrando nuestra existencia, sobreviviendo, pero sin lograr desembarazarnos de los miedos y sin poder experimentar la riqueza que nos habita. Como le ocurrió al «caballero de la armadura oxidada», aquella coraza que nos defendió en la guerra se habrá convertido para nosotros en una barrera que nos impida comer, beber, besar…, vivir. Como él, por tanto, necesitaremos correr el riesgo y desnudarnos de aquello que en su momento nos protegió, pero que ahora nos empobrece y puede terminar asfixiándonos.
Pero no me negarás que los miedos y las resistencias son comprensibles…
Indudablemente. Al comprometerse en un trabajo psicológico, se inicia un camino de puesta en verdad. Y un tal camino, de antemano, asusta, porque nuestra imagen idealizada, por la que hemos podido estar trabajando durante toda nuestra vida, se ve amenazada. Y, sin embargo, eso es justamente lo que debemos aceptar: que nuestro falso yo se vaya desmontando. Porque únicamente la verdad libera y hace crecer.
Poco a poco, entre miedos y esperanzas, al avanzar en ese trabajo, empezamos a comprobar que las resistencias iniciales se van trocando en descanso y en gusto profundo. Descanso, porque en la mentira, incluso aunque sea inconsciente, nunca podemos descansar; cuando mucho es sólo una «apariencia» de descanso, que la propia persona intuye como artificial y precario. Gusto, porque el ser humano, de fondo, ama la verdad.
No cabe duda de que se trata de un trabajo arduo. Pero es precisamente ese trabajo el que lo convierte en escuela eficaz de humildad y de compasión. Nadie podrá negar que el modo más rápido para crecer en humildad es el autoconocimiento.
¿Pero es un viaje a ciegas o podemos confiar?
Cuando se inicia el viaje, empiezan a suceder cosas muy interesantes (y, por cierto, a lo largo de todo el recorrido ya no dejarán de ocurrir). De entrada, suelen darse unidos el miedo a lo que se pueda descubrir y el impulso a entrar. No es extraño que ese impulso esté alimentado por la insatisfacción de un modo de vida que no da más de sí; aunque, si se observa más detenidamente, se podrá apreciar cómo, detrás de aquella insatisfacción, es la propia vida la que reclama salir a flote. En último término —y éste es ya un motivo importante para confiar—, es siempre la vida la que va a empujar en todo este viaje, desde su comienzo. Más aún, con un poco de lucidez, empezaremos a percibir que siempre, debajo de cualquier malestar o incluso de cualquier miedo, es la vida la que «grita»: un malestar o un miedo no son sino vida retenida o aplastada. Por eso mismo, en tales circunstancias conviene preguntarse: debajo de ese malestar, ¿qué es lo que en mí quiere vivir y todavía no puede?
En todo caso, para alguien que se encuentra tomado a la vez por el miedo y el impulso, resultará inapreciable la ayuda de una persona experimentada, buena y competente, que, desde una aceptación y acogida incondicional, le ayude a entrar en su propio interior y a descifrar ajustadamente lo que en él va apareciendo.
Te refieres a una ayuda profesional…
Sí, la ayuda de alguien que reúna esa doble característica: que, desde su propia solidez, pueda aceptar a la persona en su situación y que esté familiarizado con el psiquismo humano, de modo que pueda ser un guía experimentado para la travesía que se quiere iniciar.
Pero me había quedado algo por decirte. Hablaba de un miedo y un impulso simultáneos. La imagen más gráfica es la del muchacho que se encuentra ante una casona abandonada. Por un lado, le impone, la mira con recelo y a distancia; por otro, sin embargo, no puede dejar de mirarla, al tiempo