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Corazón perdido en Neverland: Un viaje mágico, #1
Corazón perdido en Neverland: Un viaje mágico, #1
Corazón perdido en Neverland: Un viaje mágico, #1
Libro electrónico269 páginas3 horas

Corazón perdido en Neverland: Un viaje mágico, #1

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Información de este libro electrónico

Están sucediendo cosas extrañas en Neverland...  

Aunque a Angelina McFarland le encanta leer cuentos de hadas, nunca soñó con caer en uno. ¡Literalmente! ¿Pero quién es este chico con la habilidad de volar  que la salvó? ¿y por qué no quiere crecer?

Intentando desesperadamente encontrar una manera de salir de esta isla maldita, Angelina se topa con un pirata despiadado. Hook la captura y la mantiene atrapada en el Jolly Roger para atraer al niño volador fuera de su escondite. ¿Pero James es realmente el hombre despiadado del que oyó hablar?

Cuanto más tiempo pasa sola Angelina con él, más se pregunta quién es el malo de esta historia... ¿y quién no?

IdiomaEspañol
EditorialAnna Katmore
Fecha de lanzamiento30 mar 2023
ISBN9781393325444
Corazón perdido en Neverland: Un viaje mágico, #1
Autor

Anna Katmore

"I'm writing stories because I can't breathe without." At six years old, Anna Katmore told everyone she wanted to be an author after she discovered her mother's typewriter on a rainy afternoon. She could just see herself typing away on that magical thing for the rest of her life. In 2012, she finished her first young adult romance "Play With Me" and decided to take the leap into self-publishing. When the book hit #1 on Amazon's bestseller lists within the first week after publication, Anna knew it was the best decision she could have made. Today, she lives in an enchanted world of her own, where she combines storytelling with teaching, and she never tires of bringing a little bit of magic into the lives of her beloved readers, too. Anna's favorite quote and something she lives by: If your dreams don't scare you, they aren't big enough.

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    Corazón perdido en Neverland - Anna Katmore

    Capítulo 1

    Angelina

    Un risueño bulto de fresas y cabello rubio se retuerce en mi cama.

    —¡Ángel! ¡Ángel, para...me voy a hacer pis en mis pantalones!

    Inmediatamente, dejo de hacerle cosquillas a mi pequeña hermana, me siento al borde de la cama y la pongo en mi regazo, dándole una mirada de si haces eso le voy a arrancar la cabeza a tu conejito de felpa. Ella sabe que jamás podría hacerlo, pero la amenaza funciona siempre.

    En ese momento, la copia idéntica de la de cinco años que tengo en mis piernas viene atravesando la puerta. Solo que esta viene envuelta en su vestido violeta de hada que tiene un par de alas de red unidas a su espalda. La seda del vestido se dobla con rabia y me pregunto si habrá estado sentada en el suelo con sus muñecas por más de media hora.

    Ella sacude su brillante varita mágica, la que tiene una estrella en la punta y la detiene justo delante de mi cara.

    —¿Por qué Paulina está gritando como si la casa de ensueños de Barbie se estuviese quemando otra vez?

    La Casa de Ensueños de Barbie no se quemó....completamente. Se prendió fuego cuando encendimos algunas velas por la víspera de Navidad hace unas semanas. Papá arrojó una manta -la favorita de mamá- sobre la casa de madera para extinguir las llamas. La casa se salvó, pero el ala oeste necesita reconstrucción y mi hermana me molesta para que pinte las paredes del salón de color rosa chicle y así cubrir las marcas que dejó el humo.

    —Está gritando porque el horrible capitán Hook está a la caza de la pequeña princesa otra vez. —Gruño, antes de volver a poner a Paulina en mi cama y perseguir a una chirriante Brittney Renae, que sale disparada hacia el pasillo con sus zapatos de charol rojo oscuro, corriendo por su vida.

    La atrapo antes de que pueda llegar a la habitación de nuestros padres donde me habría cerrado la puerta en mis narices sin dudarlo. Con un brazo alrededor de su pequeño cuerpo, la levanto y me acuesto con ella en la cama gigante que permanecerá vacía una vez más esta noche porque nuestros padres estarán en otra actividad de caridad, como lo hacen casi todos los fines de semana. Doblo mi dedo índice como si fuera el anzuelo plateado de despiadado pirata.

    —Soy el capitán de los piratas, y te cortaré con este gancho desde el vientre hasta la nariz, —le digo con voz grave y retumbante.

    Brittney Renae esconde su cara en mi hombro y se ríe. Rompe en carcajadas como un volcán en erupción en el momento junto en que clavo mis dedos en sus costillas.

    No hay nada en este mundo que me encante más que escuchar a las gemelas reír. Su temperamento despreocupado me atrapa cada vez, ya sea que me quede estancada en medio de los estudios para mi graduación de la escuela secundaria, o que ayude a la señorita Lynda con el hogar.

    A mamá y papá no les gusta que le eche una mano a nuestra ama de llaves en la cocina. Las chicas de una buena familia no se ensucian las manos es lo que me enseñaron toda mi vida. No se me permitía jugar en el barro con otros niños, ni podía usar jeans rasgados con sudaderas o escuchar música rock en mi habitación sin auriculares.

    Cuando la niñera de las gemelas se mudó la primavera pasada y mis padres no pudieron encontrar un reemplazo que hiciera un trabajo igualmente bueno, había llegado la oportunidad de un cambio. Me ofrecí para cuidar a las chicas los fines de semana, si mis padres me permitían usar ropa normal en lugar de las blusas, trajes de pantalón o vestidos pretensiosos, al menos dentro de la casa y mientras no esperásemos invitados para un banquete de cena... Odio estar vestida como una de las confidentes más cercanas de la Reina.

    Mamá aceptó luego de una larga discusión en donde predominaron los suspiros. Papá insistía en seguir buscando una niñera pero cuando las gemelas le hicieron su famosa mirada de perrito mojado, se rindió. Nadie en esta familia puede resistirse a las miradas conmovedoras de Paulina o Brittney Renae cuando presionan el botón del por fi por fi.

    La condición de papá para dejarme usar mi propia elección de ropa dentro de casa fue que conociera a Jasper Allensik, el hijo de su socio comercial, que aparentemente estaba relacionado con la realeza de alguna manera intrincada. Estuve de acuerdo con la condición, pero no antes de convencer a papá sobre el hecho de que el trato era el siguiente: solo tenía que salir con el chico si me gustaba al menos el sesenta y cinco por ciento. Lo cual no sucedió.

    Jasper Allensik es un idiota. Es alto, delgado, usa su grasoso cabello de lado y toma zumo de tomate con cada comida, el cual sale de su nariz si algo absolutamente no gracioso le hace reír, como un ridículo artículo sobre economía.

    Luego de un largo día de escuela en Londres, me gusta tomar malteada de fresa con patatas fritas si tengo la oportunidad de hacer una parada en el Burger King, pero jamás eché la malteada por mi nariz, riéndome o no.

    Usualmente no tenemos malteadas de fresa en casa, porque papá no es un gran fan de la comida chatarra y mucho menos nunca podemos tomarlas con patatas fritas. La señorita Lynda debe servir cosas como langosta, pechugas de pollo, y muchas veces, caviar en pan tostado. A Brittney Renae y Paulina se les permite saltearse el primer plato de huevos de pescado, pero desde el momento en que cumplí doce años, me dijeron que me acostumbrara a estas cosas horribles, para no volver a avergonzar a mis padres escupiendo el bocado en el plato frente a sus invitados. Sí, a veces es agotador ser la primogénita en la casa de George McFarland.

    Tomo a Brittney Renae por la cintura y la pongo de pie.

    —Ahora tienes que hacer su cama de nuevo, —dice, agitando su varita hacia mí.

    Yo obedezco. La señorita Lynda hace las camas de las gemelas al menos cinco veces al día para mantener contentos a mis padres, ya que son muy exigentes con el orden. Hago mi propia cama todas las mañanas y trato de mantenerla así hasta la noche, lo cual no sucede a menudo; así que la rehago tan a menudo como la señorita Lynda hace las camas de las gemelas. Pero divertirnos con mis hermanas en la cama de mis padres es un sacrosanto no-no. Ni siquiera se nos permite entrar en la habitación. Pero cuando George y Mary están fuera, ¿quién nos impediría convertir la mansión en un patio de recreo?

    Tiro de los extremos de las sábanas y las aliso con las palmas de las manos hasta que vuelven a estar perfectamente rectas. La pequeña hadita me dejó sola y probablemente regresó a su habitación para seguir jugando al té con sus muñecas. Tan pronto como apago la luz de la habitación y salgo al amplio pasillo alfombrado, Paulina salta a mis brazos. La levanto y me pregunto por qué sonríe como un payaso de cumpleaños. Por lo general, significa que tiene una idea brillante... o que la señorita Lynda pasó de contrabando algunas galletas caseras a la casa de McFarland, lo que sucedió esta tarde.

    —¿Qué pasa, conejito de miel? —pregunto y paso los dedos por su cabello largo y liso, grueso como la maleza.

    —Tengo una sorpresa para ti.

    Oh-oh. Su última sorpresa me dio un mechón de pelo verde. Gracias a Dios, la pintura no era permanente. Cubro mi mueca con una sonrisa falsa.

    —¡Excelente! Vamos a verlo.

    —Es un tatuaje.

    —¡Pero qué demonios!

    Paulina se tapa la boca al instante con sus pequeñas manos y respira con asombro, pero no me importa. Mis padres no están aquí para enviarme a mi habitación por maldecir. Con un ligero pánico, bajé a mi hermana, me puse en cuclillas frente a ella y le subí las mangas de su sudadera roja de oso panda, una a la vez, comprobando en sus brazos imágenes de cualquier tipo.

    Ella se ríe.

    —Yo no, tonta.

    ¡Uf! Mi madre me hubiera matado.

    —Es tu nombre, así que tienes que ponértelo, —me informa Paulina, y mi barbilla golpea contra mi pecho.

    —¿Qué?

    Ella extiende su mano y abre su puño. En su palma yace un fragmento de papel con la palabra Ángel. Nadie más que las gemelas me llaman así, y es la única palabra en el mundo que pueden deletrear. A pedido suyo, tuve que enseñársela, durante una semana entera. Si no fuera por la sola razón de que no podía decir Angelina correctamente cuando aprendieron a hablar, habría sido totalmente ridículo que me llamaran Ángel. En serio, me veo como cualquier cosa menos un Ángel. No heredé los mechones angelicales rubios de mamá, sino el cabello negro de papá, que uso hoy en día en una melena hasta la barbilla. Mi piel es pálida y mis ojos marrones oscuros se destacan del resto de mi cara.

    Tomo el recorte de la mano de mi hermana y lo examino. Es uno de esos tatuajes que encuentras en las revistas de princesas de Disney. Las letras son curvas y moradas con una niebla de pequeñas estrellas debajo. Fantástico. Y ella quiere que ponga eso ¿dónde? ¿En mi frente para que mis padres puedan explotar de rabia por la mañana?

    Como si pudiera leer mi mente, Paulina se encoge de hombros.

    —Podemos ponerlo en el interior de tu antebrazo. Siempre usas esos suéteres negros. Mami no lo verá.

    ¿Quién podría decir no a una cara esperanzada en forma de corazón como esa? Solté un suspiro de resignación y tomé una nota mental para quitarme el tatuaje mañana por la mañana antes de reunirme con mi familia en la planta baja para el desayuno.

    —Muy bien, hagámoslo.

    La acompaño por el pasillo hasta el baño. La luz se enciende tan pronto como abrimos la puerta y se refleja el color melocotón de los azulejos por todo el lugar encima del blanco. Me siento en el borde de la bañera ovalada y veo a la enana ocupada en sacar el taburete de debajo del lavabo para que pueda pisarlo y alcanzar el grifo. Luego trae un paño mojado y manipula mi brazo mientras espero pacientemente.

    Cuando terminamos, radiantemente feliz, la pequeña hadita aparece en la puerta.

    —¿Qué están haciendo ustedes dos aquí? —pregunta y apoya sus pequeños puños en sus caderas. Por primera vez, ella no trae su varita mágica.

    —Tatué el nombre de Ángel en su antebrazo, —le informa Paulina.

    —¿En serio? —Brittney Renae baila hacia nosotros, aplaudiendo cuando ve el resultado—. ¡Aw, es tan hermoso! Nunca más debes lavarte el brazo y te lo tienes que dejar puesto para siempre.

    —¿Por qué? ¿Para usar mi antebrazo como un ayuda memoria en caso de que olvide mi nombre?

    Paulina arruga la cara.

    —¿Qué es un ayuda memoria?

    —Es algo que usas para... ah, no importa. —Mejor cambiar el tema y salvarme de ser arrastrada a otra inquisición de qué y por qué que siempre me deja con un dolor de cabeza. Abajo, el antiguo reloj de pie comienza a dar las ocho—. Hora de dormir, chicas.

    Las gemelas sonríen, porque prepararse para la cama no comienza de la misma manera cuando estamos solas en casa. Todas encontramos un lugar en la cama de Paulina, Brittney Renae trae un libro y yo lo leo. Hacemos esto antes que todo lo demás, como cepillarse los dientes y ponerse los pijamas, porque a Brittney Renae le gusta mantener su disfraz hasta el último minuto.

    Me recuesto en la cama, apoyada contra la cabecera, dejo que mis hermanas se acurruquen a mi lado y abro el libro que Brittney Renae me entrega. Es Peter Pan. No me sorprende. Es su favorito, les leo este libro noche tras noche. Las gemelas recitan cada línea conmigo mientras lo leo.

    Con las chicas presionadas a mis costados, pronto me da calor en la habitación climatizada. Me saco la sudadera sobre la cabeza, la tiro al final de la cama y luego sigo leyendo.

    El pirata llevó a los niños a bordo de su poderoso barco, el Jolly Roger, —decimos las tres con el mismo tono dramático en nuestras voces—. Los ató al mástil del medio y se rió de sus caras asustadas. La sucia tripulación vitoreó a su capitán, cada uno agitando una bandera en sus manos. Porque todos lo sabían, hoy era el día en que Peter Pan perdería la batalla.

    —Oh, no, —se queja Paulina cuando respiro y paso la página—. ¿Y si el horrible Capitán Hook lo atrapa esta vez?

    Pongo los ojos en blanco. Ella sabe exactamente cómo va esta historia. Pero cada vez que la leemos, se absorbe tanto en la historia que sus temores son realimente genuinos y sus pequeñas manos se aprietan en puños temblorosos.

    Dejo que las chicas miren las imágenes por un tiempo, antes de revelar el final juntas y todas respiremos aliviadas, incluyéndome a mí. No sé por qué lo hago. Posiblemente debido a la emoción contagiosa de las gemelas cada vez que leo la historia de Peter Pan.

    Cierro el libro y lo pongo de nuevo en la mesita de noche de Paulina. Seguramente lo volveremos a leer mañana por la noche. Las chicas saben lo que viene después y, sin quejarse, ambas se dirigen al baño para lavarse los dientes. Mientras se van, abro las puertas francesas que conducen a un balcón victoriano de semicírculo. A la luz de la luna, los copos de nieve que caen lentamente parecen una romántica lluvia de estrellas.

    Una brisa fría flota alrededor de mi cuerpo. Se me pone la piel de gallina en los brazos desnudos y recuerdo que las puertas francesas de mi habitación han estado abiertas durante las últimas horas. Cierro las ventanas de la habitación de mis hermanas y regreso a la mía. Aquí hace mucho frío, pero antes de cerrar las puertas francesas, no puedo resistirme a salir a bailar. Arrastro mis pies a través de la delgada capa de nieve en el balcón de concreto, dejando un rastro con mis zapatillas.

    Con las manos apoyadas en la barandilla de mármol, inclino la cabeza hacia el cielo y atrapo algunos copos de nieve con la boca. Los copos se derriten en mi lengua y otros caen sobre mi cara donde se enredan con mis pestañas. Es la época del año que más me gusta. Todo está tranquilo y pacífico afuera. Miro hacia abajo a nuestro amplio jardín inglés e imagino un ciervo saliendo de detrás de los pocos árboles en la parte trasera. Pero nada pasa. Vivimos a las afueras de Londres. No hay ciudades bulliciosas por aquí, pero todavía estamos muy lejos de cualquier bosque como para ver un ciervo o un conejo corriendo.

    —¡Ángel!

    Con la boca todavía abierta y la lengua extendida para atrapar más nieve, me giro hacia la izquierda y encuentro a la pequeña hadita en el balcón de Paulina. Estamos separadas solo por tres metros de espacio y la corona de un fresno común plantado cerca de la casa entre nuestros balcones. Me enderezo.

    —¿Qué pasa?

    —Olvidaste tu suéter. —Brittney Renae extiende mi sudadera negra con sus pequeñas manos.

    —¡Tírala! —Camino hacia el lado izquierdo de mi balcón y estiro los brazos para agarrar el bulto de tela. Pero su puntería es tan mala como el gusto musical de mi madre, y la sudadera con capucha aterriza en la copa del árbol—. Ah, no. —Suspiro y me inclino sobre la barandilla todo lo que puedo, pero no hay forma de que pueda agarrar la sudadera. Está atrapada en la infinidad de ramas.

    Está a solo unos centímetros de distancia, así que agarro la fachada de la casa y subo a la amplia balaustrada de mármol. De esta manera puedo inclinarme más y finalmente alcanzar una manga. Sujetándome fuertemente con mis dedos, quiero salir de la barandilla de nuevo, pero está resbaladizo por la nieve y me resbalo. Un grito agudo sale de mi garganta mientras lucho por recuperar el equilibrio. Rezo para que de alguna manera pueda volver al interior de mi balcón. Pero cuando vislumbro la cara sorprendida de Brittney Renae cuando me caigo, sé que esto va a doler.

    Capítulo 2

    Angelina

    Me caigo. Un grito se me escapa. El viento frío me lleva en una espiral de aire rápido. Abro los ojos que por alguna razón había mantenido cerrados hasta ahora. No hay nada a mi alrededor. Realmente nada. Me enfrento a un claro cielo azul de verano. Siento verdadero pánico y vértigo. Todavía estoy cayendo, ¿en qué parte del mundo estoy?

    En mi puño derecho, sostengo la manga de la sudadera con capucha negra que revolotea sobre mi cabeza como un globo lleno de helio. No hace nada para detener mi caída. En ese momento lo recuerdo. ¡Dios, el balcón! Perdí el equilibrio. Ya debería haber aterrizado en el suelo y romperme todos y cada uno de los huesos de mi cuerpo. Entonces, ¿por qué diablos no?

    Me giro y miro hacia abajo. Nubes de algodón de azúcar flotan debajo de mí. Puedo ver mi sombra en la masa blanca y esponjosa cuando me acerco a ellas, y segundos después, las atravieso.

    Grito y el sonido se desvanece en un gemido aterrorizado. Cuando emerjo de las nubes, finalmente veo tierra debajo de mí. Exuberantes colinas verdes, una espesa jungla y, a lo lejos, coloridas casas que salpican un antiguo puerto marítimo. La isla a la que voy a toda velocidad tiene forma de media luna. No hay nada debajo para detener mi caída.

    Esto es una locura. La gente no se cae del cielo. Me pongo la sudadera en el pecho y la abrazo con fuerza con los brazos temblorosos. Oh Dios, voy a hacerme puré en un minuto.

    Estoy cayendo demasiado rápido en la jungla. El agua azul caribeña que rodea la isla se desvanece desde mi punto de vista. Todo lo que hay debajo de mí son árboles y arbustos. Un árbol más alto se destaca entre los demás y se me escapa la frondosa copa por unos cuantos centímetros.

    Cuando me acerco a las ramas superiores, vislumbro una cara entre las hojas. La persona unida a la cara se dispara hacia adelante y se detiene al final de la rama más larga.

    —Dios mío, —hay un niño con una camiseta verde y pantalones de cuero marrón que trepa las ramas del árbol. Sigue mí caída con mirada sorprendida, luego se tapa la boca con las manos y grita—: ¡Cuidado! ¡Hoy están lloviendo chicas!

    Me lleva un momento darme cuenta de que no me está hablando a mí, sino a un grupo de niños en el suelo. Chicos que voy a aplastar en segundos. Todos inclinan la cabeza y me miran con expresiones atónitas. Y luego sucede lo más extraño. De la nada, cada uno de ellos saca un paraguas negro y todos lo estiran, como si pudiera ser detenida como la lluvia.

    ¿Están locos?

    Llegando mi muerte segura, grito como un demonio. Pero justo antes de aterrizar, algo me atrapa y me eleva de nuevo en el aire.

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