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Mãn ha aprendido a crecer sin sueños, a vivir sin necesitar apenas nada en apariencia. Pero en la cocina, cuando reinterpreta las sencillas recetas de su infancia, las emociones se desatan: el jugo del tomate recuerda el sufrimiento de un pueblo, un postre acerca dos culturas distintas, el modo tradicional de cortar un pimiento tiene mucho que decir sobre el arte de la seducción.
En un sutil vaivén entre pasado y presente, entre el aquí y el allá, Kim Thúy dibuja un hermoso mosaico en el que se mezclan la memoria, el amor y ese extrañamiento (una forma distinta de acceso al saber) que produce el vivir muy lejos del lugar del que procedemos.
"Bellísima novela de una belleza serena que seduce, dulce y amarga a la vez, como ciertos platos tradicionales vietnamitas. La lectura, como la comida en la boca, nos deja un regusto en el alma, una chispa de amargura y de frescor Mãn es una novela de gestos leves, de gestos apenas esbozados, pero que quedan grabados en la memoria para siempre."
Manuel Arranz, Levante
Kim Thuy
Kim Thúy has worked as a seamstress, interpreter, lawyer and restaurant owner. In 2010 Thúy won the Governor General's Award for French language fiction. She lives in Montreal, where she devotes herself to writing.
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Mãn - Kim Thuy
LARGO RECORRIDO, 99
Kim Thúy
MÃN
TRADUCCIÓN DE
LAURA SALAS RODRÍGUEZ
EDITORIAL PERIFÉRICA
PRIMERA EDICIÓN: abril de 2016
TÍTULO ORIGINAL: Mãn
DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez
MAQUETACIÓN: Grafime
© Les Éditions Libre Expression, 2013
© de la traducción, Laura Salas Rodríguez, 2016
© de esta edición, Editorial Periférica, 2016
Apartado de Correos 293. Cáceres 10001
www.editorialperiferica.com
ISBN: 978-84-18264-37-5
El editor autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.
estar echado junto a ti
estoy echado junto a ti, tus brazos
me contienen. tus brazos
contienen más de lo que soy.
tus brazos contienen lo que soy
cuando me echo a tu lado y
tus brazos me contienen.
Ernst Jandl1
mẹ | madres
Mamá y yo no nos parecemos. Ella es bajita y yo alta. Ella tiene la piel oscura y yo tengo la piel de las muñecas francesas. Ella tiene un agujero en el gemelo y yo tengo un agujero en el corazón.
Mi primera madre, la que me concibió y me trajo al mundo, tenía un agujero en la cabeza. Debía de ser joven, quizá una muchacha todavía, porque ninguna mujer vietnamita adulta se habría atrevido a gestar un bebé sin llevar un anillo en el dedo.
Mi segunda madre, la que me recogió en un huerto en mitad de las plantas de okra, tenía un agujero en la fe. Ya no creía en la gente, y menos aún en lo que decían. Así que se retiró a un chamizo, lejos de los poderosos brazos del Mekong, a recitar oraciones en sánscrito.
Mi tercera madre, la que me vio dar los primeros pasos, se convirtió en Mamá, mi Mamá. Una mañana quiso volver a abrir los brazos. Así que abrió las contraventanas de su habitación, que hasta ese día habían permanecido cerradas. Me vio a lo lejos, en medio de la luz cálida, y me convertí en su hija. Me dio un segundo nacimiento al criarme en una gran ciudad, en un entorno anónimo al fondo de un patio de colegio, rodeada de niños que me tenían envidia porque mi madre era profesora y vendedora de helado de plátano.
dừa | coco
Cada mañana, muy temprano, antes de que comenzaran las clases, hacíamos la compra. Empezábamos por la vendedora de cocos maduros, los de mucha pulpa y poco jugo. La señora nos rallaba la primera mitad del coco con la ayuda de un palo liso que llevaba una chapa de refresco pegada en el extremo. Unas láminas grandes, como cintas, caían a modo de friso decorativo en la hoja del banano colocada sobre el puesto. La vendedora hablaba sin parar y siempre le preguntaba lo mismo a Mamá: «¿Qué le da de comer a esta niña para que tenga los labios tan rojos?». Para evitar la observación, me había acostumbrado a meter los labios para dentro, pero la velocidad a la que rallaba la segunda mitad del coco me fascinaba tanto que siempre la observaba con la boca entreabierta. Ponía el pie sobre una larga espátula de metal negro que tenía una parte del mango apoyada en un banquito de madera. Desmigajaba la pulpa rallando el coco con la rapidez de una máquina, sin mirar siquiera los dientes puntiagudos del extremo redondo de la espátula. Las migas, al caer por el agujero central de la espátula, recordaban el vuelo de los copos de nieve en el país de Papá Noel, decía siempre Mamá, que en realidad estaba citando a su madre. Hacía hablar a su madre para oírla de nuevo. Asimismo, cada vez que veía a unos niños jugando al fútbol con una lata vacía, susurraba invariablemente londi, como su madre.
thừ 2 | lunes
thừ 3 | martes
thừ 4 | miércoles
thừ 5 | jueves
thừ 6 | viernes
thừ 7 | sábado
chủ nhật | domingo
Mi primera palabra en francés fue londi. En vietnamita, lon quiere decir lata y đi marcharse. Los dos sonidos juntos forman lundi, es decir, «lunes», para los oídos de una vietnamita. Al igual que hizo su madre, me enseñó la palabra pidiéndome que señalara la lata antes de darle un puntapié y decir lon-di. El lunes, segundo día de la semana, era el más bonito de todos porque su madre falleció antes de enseñarle a pronunciar el resto de días. Tan sólo el lunes estaba asociado a una imagen clara e inolvidable. Los otros seis días carecían de referencias, y por tanto se parecían. Así, mi madre confundía a menudo el martes con el jueves y a veces le daba la vuelta al sábado y al miércoles.
ớt hiểm | pimientos perversos
Pero sí le dio tiempo a aprender a extraer la leche del coco presionando entre las palmas las bolas de pulpa desmigajada impregnada de agua caliente antes de que su madre faltase. Las madres enseñaban a las hijas a cocinar en voz baja, entre murmullos, no fuera a ser que las vecinas les robaran las recetas y así pudiesen seducir a sus maridos con los mismos platos. Las tradiciones culinarias se transmitían en secreto, como trucos de magia que pasasen de maestro a aprendiz, un gesto por vez, según el ritmo cotidiano. El orden natural era que las niñas aprendiesen a medir la cantidad de agua para el arroz con la primera falange del índice, después a picar los «pimientos perversos» (ớt hiểm) con la punta del cuchillo para transformarlos en flores inofensivas, después a pelar los mangos desde la base a la punta para no llevarle la contraria a las fibras…
chuối | plátano
Así aprendí de mi madre que, de la cantidad de tipos de plátanos que vendían en el mercado, sólo pueden alisarse sin romperse y hacerse helado sin ponerse negros los plátanos chuối xiêm. Cuando llegué a Montreal, le preparé ese refrigerio a mi marido, que llevaba una veintena de años sin comerlo. Quería que degustase de nuevo el maridaje típico del cacahuete y el coco, dos ingredientes que, en el sur de Vietnam, se encuentran tanto en los postres como en los desayunos. Yo tenía la esperanza de poder servir y acompañar a mi marido con sigilo, un poco como los sabores que pasan casi desapercibidos a fuerza de permanecer en su sitio.
chồng | marido
Mamá me confió a ese hombre por amor maternal, del mismo modo que la monja, mi segunda madre, me había puesto en manos de Mamá pensando en mi porvenir. Como ella estaba preparando su muerte, me buscó un marido que reuniese las cualidades de un padre. Una de sus amigas, que nos hizo de casamentera, vino una tarde con él a hacernos una visita. Mamá me pidió que sirviese el té, sin más. No le miré el rostro a aquel hombre, ni siquiera cuando coloqué la taza ante él. Mi mirada no era necesaria, sólo contaba la suya.
thuyền nhân | boat people
Venía de lejos y tenía poco tiempo. Lo esperaban varias familias para presentarle a su hija. Era oriundo de Saigón pero había salido de Vietnam en barco a los veinte años, como boat people. Había pasado varios años en un campo de refugiados en Tailandia antes de llegar a Montreal, donde había encontrado trabajo, pero no un país, o no del todo. Era de los que han vivido demasiado tiempo en Vietnam como para poder convertirse en canadienses. Y, a la inversa, de los que han vivido demasiado tiempo en Canadá como para volver a ser vietnamitas.
văn hóa | cultura
Cuando se levantó de nuestra mesa para encaminarse a la puerta, su paso era el de un hombre indeciso, perdido entre dos mundos. No recordaba si tenía que atravesar el umbral antes o después de las mujeres. No recordaba si debía usar su