Réquiem
Por Antonio Tabucchi
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Bajo la forma inédita de un diario de una experiencia misteriosa e iniciática, Tabucchi ha escrito su más hondo homenaje a Portugal. En un estado entre la conciencia y la inconsciencia, entre la experiencia de lo real y la percepción del sueño, un hombre se encuentra, sin saber explicarse cómo, en una Lisboa desierta y tórrida al mediodía de un último domingo de julio. Sabe que tiene una misión que cumplir en particular el encuentro con un personaje ilustre y desaparecido que, quizá, como todos los fantasmas, se presentará sólo a medianoche, pero no tiene ni idea de cómo llevarla a cabo. Se entrega así al flujo del azar, y se encuentra frente a un recorrido que lo lleva a revivir el recuerdo de aquel día, a transitar de nuevo por algunas etapas fundamentales de su vida, a tratar de resolver los nudos de su estado alucinatorio. La alucinación, el viaje y el sueño duran doce horas, durante las cuales se comprimen y se dilatan los tiempos de una vida: pasado y presente se mezclan para explicarse recíprocamente, muertos y vivos se encuentran en los mismos lugares, unos lugares que se fijan en una inmovilidad que nada tiene que ver con el tiempo.
Antonio Tabucchi
Antonio Tabucchi (1943-2012) está considerado el mejor escritor italiano de su generación y goza de un amplio prestigio internacional. En Anagrama se han publicado Piazza d’Italia, El barquito chiquitito, El juego del revés, Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, Pequeños equívocos sin importancia, La línea del horizonte, Los volátiles del Beato Angélico, El ángel negro, Réquiem, Sueños de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa, Sostiene Pereira, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Se está haciendo cada vez más tarde, Autobiografías ajenas, Tristano muere, El tiempo envejece deprisa, Viajes y otros viajes y Para Isabel. Un mandala, así como los ensayos de La gastritis de Platón y La oca al paso.
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73 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Much of this novella reads like a sweaty daydream, a grumbling escape from a missed connection: the lament over an object left behind. The plot is anything but simple. A very Tabucchi like figure has a date with destiny, in this case the spirit of Pessoa. Apparently our protagonist didn't trouble himself with a confirmation email, so he's twelve hours early for his luminous encounter. What ensues oscillates between the febrile and the sumptuous. Requiem becomes a cookbook of sorts for the estranged, a meditation on the transition from an authoritarian imperialist regime to a depressed albeit European aspirant.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Fascinating book written by an Italian in Portuguese and translated into French and to an extent about voice, intonation and interpretation of language. Also it is partly hallucination, partly dream, partly autobiography as the narrator meets people he has met and who have died. The most poignant sections are about his father.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5The Emptiness of Literature: "Requiem - A Hallucination" by Antonio Tabucchi, Margaret Jull Costa (translator)“Were someone to ask me why I wrote this story in Portuguese, I would answer simply that a story like this could only be written in Portuguese; it's as simple as that. But there is something else that needs explaining. Strictly speaking, a Requiem should be written in Latin, at least that's what tradition prescribes. Unfortunately, I don't think I'd be up to it in Latin. I realised though that I couldn't write a Requiem in my own language and I that I required a different language, one that was for me A PLACE OF AFFECTION AND REFLECTION”.In “Requiem” by Antonio TabucchiAffection and reflection: with these two words, Tabucchi defined his book better than any reviewer would be able to. "Requiem" is a small masterpiece of contemporary literature, from which one can only complain about one thing: it ends too soon for those who are taking delight in it.It's a very subjective thing, but when you read something that impresses you as language, regardless of its meaning, that seems to be so perfectly expressed that no one could have written it better, that makes you want to telephone a friend at 4AM and read it aloud, then you're probably reading a great prose stylist. I also pay attention to a writer's ability to create interesting, appropriate and original metaphors, similes, etc. A few top off-the-top-of-my-head's examples of what I would call great prose stylists, really the greatest of the great, and they’d be Shakespeare, Proust, Walter Pater, Frank Kermode, Gibbon’s “Decline and Fall”, Faulkner, Antonio Lobo Antunes, Woolf’s “Mrs. Dalloway” and “To the Lighthouse”, William H. Gass, William T. Vollmann, Cormac McCarthy, John Donne in his sermons (which are enjoyable purely as prose), and many, many others. Again, it's all very subjective, and everyone who cares about this stuff probably has a different list. Hell, I would have a different list if I made it two minutes from now...Having said that, let me fanboy on Tabucchi as hard as I can, and on “Requiem” in particular.This is a tribute to the dead, a fictional Tadeus (the narrator’S best friend), Isabel (his lover), and Fernando Pessoa. But it is also a tribute to a city almost dead, the old Lisbon that the Europeanization of Portugal had been destroying. Tabucchi is passionate about ancient Lisbon and describes it with affection for the all 12 hours during which the main character goes out in search of his ghosts.On the last Sunday of July, the anonymous narrator is reading "The Book of Disquiet" by Fernando Pessoa under a mulberry tree in a farm in Azeitão, when he suddenly finds himself at the Lisbon dock waiting for the "dude" with whom he realizes he suddenly had a scheduled appointment. The "dude" is Fernando Pessoa. While trying to figure out how to fulfill his commitment to the poet, the narrator wanders through an almost deserted Lisbon (people have been refreshing themselves on the beaches), following clues that lead him to the Museum of Ancient Art, the House of Alentejo, the Cemetery of Pleasures, Brasileira do Chiado Café and other traditional points of my Lisbon.This is one of my favorite books. It is an anti-novel, or a perpetually-in-progress-work. Upon re-reading it, I still find it greatly disturbing, and disquieting, because it makes me reflect about life, about myself, about what is to be a writer/reader, about what is to be a human living in a world that makes little sense and that will crush you in a split second and that will never miss your presence in it. It is about temporality and “atemporality”. It is a masterpiece in prose by one of the finest writers that has ever lived. If you are in any way absorbed by Tabucchi’s work, do so in Lisbon itself - where Tabucchi's narrative feels almost palpably real in inverse correlation, or so it seems, to the unreality of his characters.Best of all, find a seat in the Miradouro de Santa Catarina, looking out over the whitewashed walls & orange pan-tiled roofs towards the hazy Tagus, and read in the company of Reis, Pessoa, Soares, Campus, and Saramago. Later, you'll probably want to wander over to the Noobai Café for a “bica”, or an “imperial”...Being old enough, it's impossible to me to go look for the young and the hip in Literature. I'm, however, interested in the emptiness of it, the meaninglessness of it. The void it creates. I am interested in Tabucchi's tears because I find incredible beauty in them. I'm interested in the incredible beauty that lies away from Literature - everything that is left behind. The terror is creates?
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Réquiem - Carlos Gumpert
Índice
Portada
Nota
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Algunas notas sobre gastronomía
Notas
Créditos
NOTA
Esta historia, que se desarrolla a lo largo de un domingo de julio en una Lisboa desierta y tórrida, es el Réquiem que el personaje a quien llamo «Yo» tiene que interpretar en este libro. Si alguien me preguntara por qué esta historia ha sido escrita en portugués, le contestaría que una historia como esta solo podía ser escrita en portugués, y ya está. Pero habría algo más que especificar al respecto: en rigor, un Réquiem debería escribirse en latín, o al menos eso es lo que prescribe la tradición, pero sucede que, por desgracia, el latín no se me da muy bien. En cualquier caso, comprendí que no podía escribir un Réquiem en mi lengua, sino que necesitaba una lengua distinta, una lengua que fuera un lugar de afecto y, a la vez, de reflexión.
Este Réquiem, además de una «sonata», es también un sueño en el que mi personaje va a encontrarse con vivos y muertos en un mismo plano: personas, cosas y lugares a los que tal vez les hacía falta una plegaria, plegaria que mi personaje solo ha sabido hacer a su modo, por medio de una novela. Pero, por encima de todo, este libro es un homenaje a un país que yo he adoptado y que a su vez me ha adoptado, a una gente que me ha amado y a la que yo también he amado. Si alguien me hiciera notar que este Réquiem no ha sido interpretado con la solemnidad que requiere un Réquiem, no podría dejar de estar de acuerdo. Pero la verdad es que he preferido tocar mi música no con el órgano, que es un instrumento propio de las catedrales, sino con una armónica de las que se pueden llevar en el bolsillo o con un organillo de los que se pueden llevar por las calles. Como a Drummond de Andrade, siempre me gustó la música popular, y, como él decía, «no quiero a Häendel por amigo, ni escucho el matinal de los arcángeles. Me basta lo que ha venido de la calle, sin mensajes, y que, como nos perdemos, se ha perdido».
A. T.
Los personajes que se encuentran en este libro: El Muchacho Drogado
El Lotero Cojo
El Conductor de Taxi
El Mozo de la Brasileira
La Vieja Gitana
El Guarda del Cementerio
Tadeus
El Señor Casimiro
La Mujer del Señor Casimiro
El Portero de la Pensión Isadora
Isadora
Viriata
El Padre Joven
El Barman del Museo de Arte Antiguo
El Pintor Copista
El Revisor del Tren
La Mujer del Farero
El Maître de la Casa del Alentejo
Isabel
El Vendedor de Historias
La Mariazinha
Mi Invitado
El Tocador de Acordeón
1
Pensé: Este tío ya no viene. Y después pensé: No puedo llamarle tío, es un gran poeta, quizás el mejor poeta del siglo XX, murió hace muchos años, tengo que tratarlo con respeto, o mejor, con mucho respeto. Pero entretanto empezaba a aburrirme, el sol caía de lleno, ese sol de finales de julio, y pensé también: Estoy de vacaciones, estaba tan bien en Azeitâo, en la finca de mis amigos, ¿por qué acepté este encuentro aquí en el muelle?, todo esto es absurdo. Y miré la silueta de mi sombra a mis pies, y también me pareció absurda, incongruente, no tenía sentido, era una silueta exigua, acortada por el sol del mediodía, y fue entonces cuando me acordé: él fijó la cita a las doce, pero tal vez quería decir a las doce de la noche, porque los fantasmas aparecen a medianoche. Me levanté y recorrí el muelle. En la avenida, el tráfico se había detenido, pasaban muy pocos automóviles, algunos con sombrillas en la baca, era toda la gente que iba a las playas de Caparica, hacía un día buenísimo, pensé: ¿Qué hago yo aquí el último domingo de julio?, y aceleré el paso para ver si llegaba lo más rápidamente posible a Santos, quizás en el jardín estaría un poco más fresco.
El jardín estaba desierto, solo estaba el hombre de los periódicos frente a su puesto. Me aproximé y el hombre sonrió. Ganó el Benfica, dijo radiante, ¿ha visto ya las noticias? Hice un gesto de negación, de que aún no las había visto, y el hombre dijo: Fue un partido nocturno en España, un partido de beneficencia. Compré A Bola y escogí un banco para sentarme. Estaba leyendo cómo se había desarrollado la jugada que había llevado al Benfica a marcar el gol de la victoria contra el Real Madrid, cuando oí que decían: Buenos días, y levanté la cabeza. Buenos días, repitió el joven con barba que estaba frente a mí, necesito su ayuda. Ayuda ¿para qué?, le pregunté. Ayuda para comer, dijo el muchacho, hace dos días que no como. Era un muchacho de veinte años cumplidos, con tejanos y camisa, que me tendía tímidamente la mano como si me pidiera limosna. Era rubio y tenía dos grandes ojeras. Será dos días sin tomar droga, dije instintivamente, y el joven replicó: Es lo mismo, es como si fuera comida, por lo menos para mí. En teoría, yo estoy a favor de todas las drogas, le dije, duras y blandas, pero solo en teoría, en la práctica estoy en contra, perdóneme, soy un intelectual burgués cargado de prejuicios, no puedo aceptar que usted haga uso de drogas en este jardín público, ofreciendo una imagen desoladora de su cuerpo, discúlpeme, pero va en contra de mis principios, a lo mejor yo podría aceptar que usted se drogara en su casa como se hacía antiguamente, en compañía de amigos inteligentes y cultos, escuchando a Mozart o Erik Satie. A propósito, añadí, ¿le gusta Erik Satie? El Muchacho Drogado me miró con expresión de sorpresa. ¿Es un amigo suyo?, preguntó. No, dije yo, es un músico francés, formó parte de las vanguardias, es un gran músico de la época surrealista, admitiendo que el surrealismo haya tenido una época, compuso sobre todo música para piano, creo que era un hombre muy neurótico, como usted y como yo tal vez, me gustaría haberlo conocido, pero nuestras épocas no coincidieron. Solo doscientos escudos, dijo el Muchacho Drogado, con doscientos escudos me llega, el resto del dinero ya lo tengo, dentro de media hora vendrá el Camarón, un colega que me pasa las dosis, necesito una dosis, tengo síndrome de abstinencia. El Muchacho Drogado sacó un pañuelo del bolsillo y se sonó la nariz con fuerza. Tenía lágrimas en los ojos. El señor es una mala persona, dijo el Muchacho Drogado, yo podría haber sido agresivo, podría haberle amenazado, podría haber actuado como un drogadicto típico, pero no, he sido amable y cordial, fíjese, hasta hemos hablado de música, y ahora no me quiere dar doscientos escudos, es increíble. Se sonó la nariz otra vez y continuó: Además, los billetes de cien escudos son muy bonitos, llevan el retrato de Pessoa, y ahora soy yo quien le hace una pregunta: ¿Al señor le gusta Pessoa? Me gusta mucho, respondí, incluso podría contarle una curiosa historia, pero no vale la pena, creerá que estoy un poco loco, pero el caso es que vengo del muelle de Alcántara, no había nadie en el muelle, tengo que volver a medianoche, no sé si me entiende. No, no le entiendo, dijo el Muchacho Drogado, pero no importa, muchas gracias. Se metió en el bolsillo los doscientos escudos que yo le tendía y se sonó la nariz otra vez. Está bien, dijo, discúlpeme, tengo que ir a buscar al Camarón, discúlpeme, me ha gustado charlar con usted, que pase un buen día, adiós, con su permiso.
Me recosté en el banco y cerré los ojos. Hacía un calor horroroso, ya no tenía ganas de leer A Bola, quizá tuviera un poco de hambre, pero también me costaba levantarme e ir en busca de un restaurante, prefería quedarme allí, a la sombra, casi sin respirar.
Mañana es el sorteo, dijo una voz, ¿no quiere comprar un décimo? Abrí los ojos. Era un hombrecillo de unos sesenta años, vestía modestamente, pero tenía en la cara y en sus modales un aire de decoro perdido. Avanzó cojeando en dirección a mí y pensé: Yo conozco a este tipo, y entonces le dije: Un momento, yo le conozco de algo, usted es el Lotero Cojo, nosotros ya nos hemos visto en algún sitio. ¿Dónde?, preguntó el hombre sentándose en mi banco y lanzando un suspiro de alivio. No sé, le dije, ahora no sabría decírselo, tengo una absurda sensación, es como si ya le hubiera visto en un libro, pero quizá sea el calor y el