Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja
Por Rivka Galchen
3.5/5
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Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja es ese relato, al que se suman las voces de aquel vecino, del hijo astrónomo, y los testimonios de testigos y acusadores, en una obra polifónica que se arma, capa tras capa, a partir de rumores, chismes, noticias falsas, sobre aquello escuchado y deformado en el mercado, en las calles del pueblo, en los panfletos y las panaderías, como un runrún que, al crecer en intensidad, se vuelve también más eficaz en confundir los hechos y ocultar la verdad. Pero si este libro es sobre cómo se transmiten ciertas cosas, en primer lugar la información, lo es también en un sentido más íntimo, al presentar los vínculos afectivos como formas de pasar ciertas herencias y saberes con los que plantarse ante los huracanes pasajeros de la mentira y la calumnia.
Traducida al español por primera vez en esta edición, Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja es entretenida como una novela de aventuras, de un humor sutil y una soltura literaria deslumbrante.
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Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja - Rivka Galchen
TODO EL MUNDO SABE QUE TU MADRE ES UNA BRUJA
RIVKA GALCHEN
Traducción
DANIELA BENTANCUR
FIORDO
ÍNDICE
Sobre este libro
Sobre la autora
Otros títulos de Fiordo
Aquí doy comienzo a mi relato…
Un martes a media mañana…
No, Simon…
Simon…
Me crie en Eltingen…
Ninguno mencionó a Heinrich…
Como el vidriero y su esposa…
Después de aquel humillante…
¿Comprende que…
Bueno, Simon…
Solemnes…
¿Comprende que…
¿Comprende que…
Todo falso testimonio…
Yo no iba a irme del pueblo…
Espero que no sea inapropiado…
Christoph me acompañó…
¿Comprende que…
Me desperté a medias…
Hoy apenas puedo creer…
¡Qué feliz que estaba de haber vuelto a Leonberg!…
¿Comprende que…
La conversación que recuerdo…
¿Comprende que…
En el acotado ámbito…
Repito que fue un error infame…
Al muy eminente y bondadoso…
Gracias por venir aquí hoy…
¿Comprende que…
¿Comprende que…
Seguramente recuerdes que…
Desde entonces me he planteado…
El hombre al que me presentó Gertie…
¿Comprende que…
Soy vieja pero no inútil…
¿Comprende que…
Cualquiera que cuide a una vaca…
Han surgido nuevos interrogantes…
Hans estaba de nuevo en Praga…
¿Comprende que…
Personalmente, no tengo demasiada fe…
Me asombra todo el gasto…
No sé cómo me sentía, Simon…
Con Katharina lejos del pueblo…
Hans está en contra de los baños…
Finalmente, Simon…
Al honorable y justo duque…
¿Comprende que…
¿Comprende que…
Aunque Greta me leía…
Fue más o menos por entonces…
Ilustre, noble y misericordioso…
Greta, me había acostumbrado tanto a Simon…
¿Comprende que…
Al estimado gobernador ducal Lukas Einhorn…
No sé qué día de la semana era…
Una persona delgada…
No me inspira confianza…
¿Comprende que…
¿Comprende que…
¿Comprende que…
¿Comprende que…
Como querellante principal…
Han pasado unos diez años…
Agradecimientos
SOBRE ESTE LIBRO
La anciana Katharina Kepler, madre de uno de los más célebres astrónomos de todos los tiempos, Johannes Kepler, es acusada de brujería por vecinos envidiosos. Se la culpa de envenenar, lesionar y matar animales y personas. Aunque «ni siquiera puedo ganar al backgammon», le dice ella a su vecino y tutor legal en un relato oral que recorre las peripecias de su juicio y, con ellas, el universo a menudo delirante pero también atroz de las cazas de brujas en la Europa moderna.
Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja es ese relato, al que se suman las voces de aquel vecino, del hijo astrónomo, y los testimonios de testigos y acusadores, en una obra polifónica que se arma, capa tras capa, a partir de rumores, chismes, noticias falsas, sobre aquello escuchado y deformado en el mercado, en las calles del pueblo, en los panfletos y las panaderías, como un runrún que, al crecer en intensidad, se vuelve también más eficaz en confundir los hechos y ocultar la verdad. Pero si este libro es sobre cómo se transmiten ciertas cosas, en primer lugar la información, lo es también en un sentido más íntimo, al presentar los vínculos afectivos como formas de pasar ciertas herencias y saberes con los que plantarse ante los huracanes pasajeros de la mentira y la calumnia. Traducida al español por primera vez en esta edición, Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja es entretenida como una novela de aventuras, de un humor sutil y una soltura literaria deslumbrante.
SOBRE LA AUTORA
Rivka Galchen nació en 1976 en Toronto, Canadá, y creció en los Estados Unidos. Estudió medicina y luego realizó un máster en la Universidad de Columbia, donde enseña escritura creativa. En 2008 publicó su primera novela, Atmospheric Disturbances, que obtuvo el William Saroyan International Prize for Fiction. La siguieron un libro de cuentos, American Innovations (2014), un ensayo breve sobre maternidad, Little Labors (2016), y una novela infantil, Rat Rule 79 (2019). Galchen escribe en The New Yorker y ha colaborado en Harper’s, The New York Times Magazine y la London Review of Books. En 2015 recibió la Beca Guggenheim. Actualmente vive entre Montreal y Nueva York.
OTROS TÍTULOS DE FIORDO
Ficción
El diván victoriano, Marghanita Laski
Hermano ciervo, Juan Pablo Roncone
Una confesión póstuma, Marcellus Emants
Desperdicios, Eugene Marten
La pelusa, Martín Arocena
El incendiario, Egon Hostovský
La portadora del cielo, Riikka Pelo
Hombres del ocaso, Anthony Powell
Unas pocas palabras, un pequeño refugio, Kenneth Bernard
Stoner, John Williams
Leñador, Mike Wilson
Pantalones azules, Sara Gallardo
Contemplar el océano, Dominique Ané
Ártico, Mike Wilson
El lugar donde mueren los pájaros, Tomás Downey
El reloj de sol, Shirley Jackson
Once tipos de soledad, Richard Yates
El río en la noche, Joan Didion
Tan cerca en todo momento siempre, Joyce Carol Oates
Enero, Sara Gallardo
Mentirosos enamorados, Richard Yates
Fludd, Hilary Mantel
La sequía, J. G. Ballard
Ciencias ocultas, Mike Wilson
No se turbe vuestro corazón, Eduardo Belgrano Rawson
Sin paz, Richard Yates
Solo la noche, John Williams
El libro de los días, Michael Cunningham
La rosa en el viento, Sara Gallardo
Persecución, Joyce Carol Oates
Primera luz, Charles Baxter
Flores que se abren de noche, Tomás Downey
Jaulagrande, Guadalupe Faraj
Todo lo que hay dentro, Edwidge Danticat
Cardiff junto al mar, Joyce Carol Oates
Sobre mi hija, Kim Hye-jin
El mar vivo de los sueños en desvelo, de Richard Flanagan
Un imperio de polvo, Francesca Manfredi
No ficción
Visión y diferencia. Feminismo,
feminidad e historias del arte, Griselda Pollock
Diario nocturno. Cuadernos 1946-1956, Ennio Flaiano
Páginas críticas. Formas de leer y
de narrar de Proust a Mad Men, Martín Schifino
Destruir la pintura, Louis Marin
Eros el dulce-amargo, Anne Carson
Los ríos perdidos de Londres y El sublime topográfico, Iain Sinclair
La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, Andrés Barba
La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños, Al Alvarez
Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit
Una guía sobre el arte de perderse, Rebecca Solnit
Nuestro universo. Una guía de astronomía, Jo Dunkley
El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio, Al Alvarez
La mente ausente. La desaparición de la interioridad en el mito moderno del yo, Marilynne Robinson
Islas del abandono. La vida en los paisajes posthumanos, Cal Flyn
Legua
Al borde de la boca. Diez intuiciones en torno al mate, Carmen M. Cáceres
El viento entre los pinos. Un ensayo acerca del camino del té, Malena Higashi
ELOGIO DE TODO EL MUNDO SABE QUE TU MADRE ES UNA BRUJA
«Una novela hermosa, tan cómica como perturbadora, escrita con esa inteligencia bienhumorada tan propia de Rivka Galchen».
Alejandro Zambra
«Me encanta Rivka y todo lo que escribe».
César Aira
«Galchen es una inventora, una fabuladora de primer orden. Esta narración es una creación rigurosa y excéntrica que explora el engaño, la desinformación, la identidad, y la naturaleza del conocimiento. (…) La historia es sinuosa y alucinatoria, llena de veneno, de chismes, de reflexiones astrológicas. (…) el mundo que crea Galchen se siente más que real. Se siente poseído».
Vulture
«Este libro de Galchen es ocurrente, pícaro, dinámico y agudo; una maravilla (…). Tiene tantos elementos admirables: cómo convertimos en monstruos a los demás, cómo la vejez hace que la feminidad parezca algo aterrador, de otro mundo (…) y es también un libro delicioso en cada línea. Deslumbrante por su humor, su inteligencia y la riqueza del mundo que crea».
Kirkus
«Esta es una novela para tener junto a tu Calvino o Ishiguro favoritos, aunque su genio especial es Rivka puro».
Francisco Goldman
«No se me viene a la cabeza otra autora tan singular como Rivka Galchen. Aquí usa su inteligencia precisa y su ingenio en una novela histórica que echa luz sobre nuestro presente. Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja es ferozmente original, un retrato mordaz y en última instancia devastador de la pérdida y del terror, por una de las escritoras más brillantes de la actualidad».
Katie Kitamura
COPYRIGHT
Título original en inglés: Everyone Knows Your Mother Is a Witch
Primera edición en inglés por Farrar, Straus & Giroux, 2021
© Rivka Galchen, 2021
Translation rights arranged by MB Agencia Literaria SL and The Clegg Agency, Inc., USA. All rights reserved./En acuerdo con MB Agencia Literaria SL y The Clegg Agency, Inc., Estados Unidos. Todos los derechos reservados.
© de la traducción, Daniela Bentancur, 2022
© de esta edición, Fiordo, 2023
Tacuarí 628 (C1071AAN), Ciudad de Buenos Aires, Argentina
www.fiordoeditorial.com.ar
Dirección editorial: Julia Ariza y Salvador Cristofaro
Diseño de cubierta: Pablo Font
ISBN 978-987-4178-65-7 (libro impreso)
ISBN 978-987-4178-71-8 (libro digital)
Galchen, Rivka
Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja / Rivka Galchen. - 1a ed - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Fiordo, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Daniela Bentancur.
ISBN 978-987-4178-71-8
1. Narrativa Estadounidense. 2. Literatura Contemporánea. I. Bentancur, Daniela, trad.
II. Título.
CDD 813
Para mi familia
AQUÍ DOY COMIENZO A MI RELATO…
Aquí doy comienzo a mi relato, con la ayuda de mi vecino Simon Satler, dado que no sé ni leer ni escribir. Sostengo que no soy bruja, que nunca fui bruja, que no tengo ninguna parienta bruja. Pero desde mi más tierna infancia, tuve enemigos.
Cuando era chica, nuestra vaca Yegua, que vivía en la posada de mi padre, siempre estaba enojada y resentida conmigo. Yo no sabía por qué. No dudaría en ponerle una cinta azul de seda en el cuello si hoy estuviera aquí. Murió de fiebre de leche, lo que no fue culpa mía, aunque de chica yo creía que Yegua había muerto por mi culpa, porque ella me había pateado y yo le había dicho bruta. ¿Era mi enemiga? Lleva tiempo y experiencia ganarse la confianza de una vaca.
Ahora tengo setenta y algo. No me voy a detener ni en los enemigos ni en los amores de mi juventud y madurez. Solo voy a decir que nunca antes tuve el menor roce con la ley. Ni por pelear, ni por maldecir, ni por indecencia, ni por el más mínimo hurto. Aun así, en este juicio se me atribuye el poder de envenenar, de mutilar, de atravesar puertas cerradas, de provocarles la muerte a ovejas, cabras, vacas, bebés y viñas; incluso el de curar… siempre a voluntad.
Ni siquiera puedo ganar al backgammon, como ya sabes.
Si mi defensa fracasa, tratarán de arrancarme una confesión mediante torturas; primero, con aplastapulgares; después, con botas trituradoras; después, con el potro o algo por el estilo. Depende del verdugo que contrate el consejo. Si se apiadan de mí, me decapitarán y después me quemarán. Si no se apiadan de mí, me quemarán sin decapitarme antes. Eso les pasó a siete mujeres el año pasado en Ratisbona. Mis hijos vienen coordinando mi defensa, con un poco de ayuda.
Hay dos cosas que una mujer tiene que hacer sola: ocuparse de sus propias creencias y de su propia muerte. Eso dice Martín Lutero. O por lo menos eso dices tú que dice o dijo Martín Lutero. Yo nací el año en que murió Lutero. Tomé la comunión católica una sola vez, por error. Mi hija Greta está casada con un pastor que dice que no hay problema. Mi hijo Hans está de acuerdo. Yo tengo a Lutero en la más alta estima. A él también lo calumniaron. Te quedo agradecida una vez más, Simon, por sentarte aquí conmigo, por escribir por mí, por ser mi tutor legal.
Este es mi testimonio más sincero.
UN MARTES A MEDIA MAÑANA…
Un martes a media mañana, en mayo de 1615, hace cuatro largos años, golpearon suavemente a mi puerta. Un muchachito pecoso, con la mirada baja, dijo que tenía que seguirlo para ir a ver al gobernador ducal, Lukas Einhorn. El chico tenía ojos claros y pantalones cortos y limpios. Afuera hacía calor. Le ofrecí vino fresco y suave, pero se sonrojó y lo rechazó. ¿Por qué me mandaban a buscar? Se lo pregunté. Dijo que era una citación oficial. Pero no sabía para qué.
Seguro recuerdas, Simon, que la primavera de aquel año fue horrenda. Las remolachas salían arrugadas, hubo pocos rabanitos. El ruibarbo, que casi siempre es una fiesta, parecía paja; lo mismo los espárragos. El invierno anterior había sido feroz. Una tarde de nieve, había aparecido una cabra en la puerta de mi casa: una mendiga, como Cristo, pensé, así que la dejé pasar, y estaba tan congelada que, cuando se golpeó la cabeza contra la mesa, se le quebraron los pelos de la barbilla como si fueran azúcar caramelizado. Conocí a un pastor de las afueras de Rutesheim al que se le cayó la nariz cuando se la quiso limpiar. Esos meses habían sido ominosos. El precio de la bolsa de harina prácticamente se había duplicado. Medio pueblo tuvo que pedir prestado en los depósitos de granos.
Pero ese martes estaba soleado. Me puse las botas, le di un beso a mi querida vaca Manzanilla y me fui sin terminar de lavar la ropa.
Y, presumida de mí, creí adivinar por qué me citaban. Te vas a reír cuando te lo cuente. Creí que Lukas Einhorn quería que lo ayudara. ¡Yo! Porque veníamos de una temporada sombría y difícil, ¿entiendes? Era el nuevo gobernador ducal y no tenía la menor idea de qué hacer. Sospeché que Einhorn quería que le pidiera a mi hijo Hans que le preparase un horóscopo, o incluso un calendario astrológico entero. Me empecé a irritar porque supuse que Einhorn esperaría que no le cobraran el trabajo. Muchos de los que se hacen llamar nobles le escriben solicitudes a Hans para que les haga calendarios astrológicos, predicciones sobre el clima, horóscopos personales. Incluso el emperador Rodolfo le había preguntado: ¿qué dicen las estrellas sobre la guerra contra Hungría? Y ni siquiera el emperador se decidió a pagarle de una buena vez. El emperador nuevo no es mejor. Con cierta gente siempre pasa lo mismo. Tranquilamente podrían pedirle que les remiende las calzas. Para entonces, Hans ya vivía en Linz. Se había vuelto a casar hacía poco y enseñaba en una escuelita. Le habían negado un puesto en la universidad donde estudió, en Tubinga, por alguna tontería sobre la composición de las hostias, y aunque a Hans lo conocen en las cortes más elegantes, le pagan nada más que con un prestigio insustancial. En mayo de ese año, tuvo todo tipo de conflictos con impresores, y además, le estaba buscando pretendiente a su hijastra. Muchos pensaban que yo le llenaba la cabeza a Hans. Pero el hombre tenía la cabeza llena de lo mismo que Dios nos mete al resto.
Aquí, en Leonberg, me reconocen muy poco por el lugar que ocupa Hans, y está bien: ¿quién quiere despertar al demonio de la envidia? Pero supongo que venía esperando la oportunidad de rechazar un cumplido, de decir que los logros de Hans son todos mérito solo de él y no mío, aunque Hans de hecho dice (y no dejo de creerle) que la imaginación de la madre durante la gestación queda estampada en el hijo. Y Hans se parece a mí, no a su padre, que en paz descanse y todo eso. Mientras seguía al muchachito, pensaba: está bien, le voy a pedir a Hans que le haga el horóscopo, o lo que sea, al gobernador ducal; le va a venir bien a mi hijo Christoph, que recién ese año había comprado la ciudadanía y quería progresar, como había hecho Hans, ¿y por qué no? Pasamos junto a uno de los jardincitos comunales abandonados a la mutua voracidad pobladora de acianos y manzanillas. Un conejo blanco se me cruzó por delante.
En la entrada de la casa del gobernador, un albañil joven terminaba una talla en piedra del escudo de Einhorn. En el escudo había un unicornio parado en dos patas, como un caballo de guerra. Pura vanidad.
Ya en el salón de la residencia del gobernador ducal, un lugar fresco, el muchachito me invitó a sentarme junto a un faisán embalsamado con muy mal gusto y se fue enseguida. El faisán tenía ojos verdes de vidrio. Las plumas tenían un aspecto grasoso; el faisán, un aspecto malvado. Malvado por crianza, diría yo, y no malvado de nacimiento. Me dio sed. Esperé ahí, junto a aquel faisán inmóvil.
Bueno, Kath-chen, me dije, ya no eres una criatura: tienes que ser tu propia fuente de luz. Puedes decir que sí si te piden un horóscopo, o puedes decir que no, pero si dices que no, debes decirlo con cortesía.
No recuerdo cuánto esperé. Entonces entró al salón una mujer. Una mujer a la que yo conocía. Era Úrsula Reinbold. ¿La habían citado a ella también? Le caía pelo del rodete. Tenía los rizos sudados. La cara colorada. Se reía, lloraba; las dos cosas. Úrsula no tiene hijos, parece una linda mujer loba, está casada con un vidriero de cuarta categoría. Es su segundo matrimonio. Para mi desgracia, a dos de sus hermanos les va muy bien. Uno es barbero cirujano del duque de Wurtemberg; el otro, administrador forestal aquí en Leonberg. Al barbero le digo «el Barbero». Al administrador forestal, Urban Kräutlin, le digo «el Bobo». Le queda bien, ¿no? Si preguntas por Úrsula Reinbold en el pueblo de donde viene, como hizo mi hijo Hans, todo el mundo te va a decir que, de joven, Úrsula tomaba hierbas muy fuertes que le daba el boticario, con el que tuvo un amorío antes de casarse por primera vez. También saben del amorío que tuvo después con Jonas Zieher, el cobrero pecoso, antes de casarse por segunda vez. Hace poco, Zieher compareció ante el tribunal por llamar a un hombre honorable «padrino del diablo», y lo multaron con cinco pfennigs. Me estoy adelantando. Lo que quiero decir es que el hermano de Úrsula, el Bobo, estaba ahí con ella. Llevaba puesta una capa verde de caza y tenía mala postura, y las mejillas coloradas. Detrás de él estaba el bigotudo del gobernador ducal, Einhorn, todo despeinado y con una spaniel a manchas en brazos. Tenían olor a alcohol. El grupito parecía una banda de trovadores desanimados que, a la mañana siguiente, se fugan con toda la manteca.
Ya sé que piensas que no es prudente de mi parte, Simon, pero quisiera decir algo sobre Einhorn, el gobernador ducal, al que prefiero llamar «el Falso Unicornio». Él no es de por aquí. Lo trajo la maravillosa duquesa Sibila, que en paz descanse. El Falso Unicornio debía consultar todas las decisiones con Sibila. Pero pasó que Sibila se murió de repente. El duque estaba distraído contando soldados, firmando tratados, encargando puños de encaje para camisas. No estaba prestando atención a los asuntos de Leonberg, así que el Falso Unicornio usurpó poderes que tendrían que haber vuelto al duque. A ese Einhorn se le empezaron a subir los humos. Empezó a usar el pelo largo. Se mandó a hacer un cuello nuevo. Iba por ahí diciéndole a quien quisiera escucharlo que se aburría mucho en Leonberg y que las mujeres de Stuttgart eran más atractivas. Quiero decir que el Falso Unicornio parece una nutria de río desmejorada en camisola.
Este manuscrito es para cuando haya terminado mi juicio, sea cual sea el resultado.
En la época de la duquesa Sibila, la gente viajaba largas distancias para visitar su huerto medicinal. Lo abrían con bastante frecuencia, para caminar o para las festividades. Había claveles y naranjas amargas y una uña de caballo brillante para la tos. Había rizomas aromáticos para la dentición, hierbas raras para el escorbuto. Había una planta de sésamo que Sibila mantenía cerca de unos eléboros. Las dos plantas preparadas juntas podían ayudar con algunos tipos de locura, o eso intuía Sibila. Incluso había lugar para el tártago en ese jardín. Podría seguir. Muchas mañanas, con el permiso de Sibila, me llevé algunos brotes a casa. Era una mujer de recursos. Quiero agregar que mostraba un interés considerable por mis investigaciones sobre las hierbas contra la fiebre de San Antonio. Me tomaba en serio incluso a mí, una campesina. No por Hans. Sino porque ella era una mujer de ciencia. Ahora el huerto de Sibila es prácticamente un cementerio de cabras. Einhorn lo descuidó.
Entiendo a lo que vas, Simon: no quiero hacer enemigos donde no los hay. Pero estoy exponiendo hechos simples que nadie discute sobre un hombre que, casi por distracción, como quien adopta un pasatiempo, se convirtió en mi perseguidor.
El Falso Unicornio estaba encorvado en una silla, detrás de su escritorio. Le rascaba el mentón a la spaniel mientras la arrullaba y le sonreía.
—Es curioso cuánto deja Dios para que hagamos sin su ayuda. Bueno, sean cuales sean nuestros errores, al final él tendrá que corregirlos, así que a lo mejor no importa mucho lo que hagamos. De todas formas, tiene que parecer que hacemos el esfuerzo, ¿no es cierto? —Ese sermón estaba dirigido a su spaniel. Ahí levantó la vista—. Bueno, bueno. Entonces. ¿En qué estaba? Ah, sí. Frau Kepler. Es usted, ¿sí?
Dije que sí.
—Me han informado que ha utilizado sus más que considerables poderes oscuros para hacer que esta gran esposa de vidriero —al decirlo, miró a Úrsula, que lo alentó a seguir con un gesto de asentimiento— …para hacerla llorar, gemir, encogerse, retorcerse, quedar estéril y cacarear.
—Nada de cacareos, señor —dijo Úrsula—. Pero el resto sí.
—Muy bien, entonces; olvidémonos de los cacareos, Frau Kepler. Todo lo otro.
—Fue un veneno que me dio lo que me provocó todo —dijo Úrsula—. Era un vino amargo, una poción de bruja.
—No lo interrumpas, hermana —dijo entre dientes el Bobo—. Nos disculpamos, señor.
Einhorn le estaba besando la cabeza a su spaniel. La spaniel le lamió la cara. El hombre bajó a la spaniel.
—Disculpen, es que estoy en tantas cosas… —dijo Einhorn con una nueva sonrisa—. Cuando me asignaron a este páramo, nunca pensé que habría tantas… tareas. Este quiere limosna; aquel otro quiere usufructuar tierras públicas; los carpinteros no quieren el estigma de construir la horca. ¿En qué estábamos? En esto: por la autoridad que me confiere mi cargo, solicito y exijo que quite la maldición o herida o lesión o que elabore un antídoto con los poderes demoníacos o de los que sea que hagan falta. Le doy permiso. Insisto. Para ayudar a esta pobre y buena y humilde mujer que está hoy ante nosotros.
Miré para todos lados. ¿De verdad me hablaba a mí? El faisán embalsamado con ojos de vidrio estaba en silencio. Miré a Úrsula, que se miraba el regazo.
—Esto es una tontería —dije—. Están todos borrachos.