El sonido de las sirenas
Por Jen Minkman
3.5/5
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Un antiguo territorio protegido por una Torre de Luz;
un pueblo atraído por la canción de las sirenas;
y una chica que se enamora del chico equivocado.
En la isla de Skylge la electricidad es solo para los corrientes, la clase rica gobernante que llegó una vez del mar y llevó a Skylge el fuego sagrado de San Brandan. Desde entonces, la luz de la Torre de Brandaris ha protegido a los isleños. Escuchar la llamada de las sirenas hace que el cuerpo se hunda y que el alma sea robada, pero la luz sagrada de la Torre mantiene alejadas a las sirenas.
Cuando Enna, una chica skylgia, se reúne con su hermano tras una larga travesía por mar, él le hace un regalo especial traído de tierra firme: un disco electrónico que solo puede tocarse con una máquina corriente. El problema es que Royce Bolton, un corriente rompecorazones que además es el pianista con más talento de la ciudad, también lo quiere. Tras negarse obstinadamente a vender el LP de su artista favorita, él sugiere compartir el disco en secreto, reuniéndose en su casa de veraneo. Tan sorprendida como intrigada, Enna accede… y descubre que hay gato encerrado en lo que se refiere a la sociedad corriente y a la historia de Skylge. ¿Por qué las sirenas incitan a los isleños a adentrarse en el mar? ¿Y de dónde viene realmente el monopolio de los corrientes sobre la electricidad?
Mientras lucha por contestar estas preguntas, Enna comienza a enamorarse de Royce, arriesgándolo todo por un chico que no es el adecuado para ella. Descubrirá que el sonido de las sirenas no es la más peligrosa de sus pesadillas.
Jen Minkman
Jen Minkman (1978) was born in the Netherlands and lived in Austria, Belgium and the UK during her studies. She learned how to read at the age of three and has never stopped reading since. Her favourite books to read are (YA) paranormal/fantasy, sci-fi, dystopian and romance, and this is reflected in the stories she writes. In her home country, she is a trade-published author of paranormal romance and chicklit. Across the border, she is a self-published author of poetry, paranormal romance and dystopian fiction. So far, her books are available in English, Dutch, Chinese, German, French, Spanish, Italian, Portuguese and Afrikaans. She currently resides in The Hague where she works and lives with her husband and two noisy zebra finches.
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Comentarios para El sonido de las sirenas
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El libro es muy interesante, su trama es muy cautivadora e intrigante.
Me gusto bastante.
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El sonido de las sirenas - Jen Minkman
Nota de la autora.
Historias de Skylge está basada a grandes rasgos en la isla holandesa de Terschelling o Schygle, en el dialecto de la isla. La lengua frisona y la skylgia existen de verdad y, aunque pueda sonar extraño a oídos extranjeros, aquí va una breve guía de pronunciación.
El nombre del hermano de Enna, Sytse, se pronuncia si-che
.
La palabra para padre
es heit, pronunciada como hait
.
Todos los nombres acabados en -e (como Omme y Alke) se pronuncian como una e
abierta, casi a
, y no cerrada.
A pesar de que los nombres y lugares que aparecen en este libro puedan resultar muy familiares a la gente que vive allí o que ha visitado la isla, los personajes y eventos son, por supuesto, de naturaleza totalmente ficticia.
________
¡Que disfrutes leyendo El sonido de las sirenas!
1.
Es el graznido del albatros lo que me despierta por la mañana.
El ave ha estado viniendo a mi habitación desde hace unos meses, siempre justo después del alba. Cuando descorro la cortina ahí está, en el alféizar, inclinando la cabeza y mirándome con curiosidad. Significativamente, incluso.
Puede que los ancianos de la isla de Skylge me hayan contado que el albatros es un alma humana pura que levanta el vuelo con alas terrenales tras la muerte, pero no estoy segura de creerme eso. Más que nada por la forma en la que se pelean con las gaviotas en la playa cuando hay marea baja, intentando conseguir la mejor comida una vez que las rocas abarrotadas de mejillones se alzan sobre los charcos de agua salada. Eso no me parece muy puro.
Pero este pájaro es diferente. Parece querer hablarme. «Enna, ¿cómo estás? ―Puedo oír la melódica voz de mi madre en mi cabeza―. Soy yo»
Pero, por supuesto, no puede ser ella. Se la llevó el mar. Se la llevaron ellos. O, más bien, entró en el agua por voluntad propia, buscando una forma de acabar con el sufrimiento. A pesar de que nos tenía a Sytse, a papá y a mí. No éramos bastante para que se resistiera a la llamada de los nixen. El seductor sonido de la feliz libertad.
Libertad.
Resulta extraño pensar que alguien pueda sentirse atrapado en esta islita. La tierra de Skylge es plana, plana, plana hasta donde alcanza la vista, adentrándose en un mar infinito por todos sus costados. El cielo infinito siempre queda al alcance de la vista, aunque suele estar cubierto con nubes de un gris oscuro que se arremolinan trayendo lluvia, truenos y relámpagos a los skylgios. Es el único momento en el que los corrientes no pueden evitar que experimentemos la electricidad. Me han contado que esos rayos de fuego en el cielo son causados por la misma fuerza que utilizan para conseguir electricidad para sus hogares, coches y para sus misteriosos aparatos. Y la torre Brandaris, que sobresale del plano paisaje al oeste de la isla, es donde guardan el fuego sagrado de su patrón. Viajó desde muy lejos y llegó a la isla para protegernos de los nixen, según cuentan los sacerdotes. Pero los clérigos de San Brandan parecen pasar por alto el hecho de que las únicas personas que se encuentran realmente protegidas de las sirenas que nos esperan en las traicioneras aguas del mar de Wadden, son los corrientes.
Si Brandan hubiera venido para protegernos a todos, los nixen nunca se habrían llevado a mi madre.
Aparto la manta y me levanto. Lentamente, me pongo mis sencillos vaqueros y mi camiseta blanca de tirantes. Me peino la larga melena marrón y me hago una coleta. El espejo rajado muestra unas vagas marcas de cansancio debajo de mis ojos, pero las ignoro. Tengo que hacerlo, no hay tiempo para entretenerme con mi fatiga. Tengo que preparar el desayuno antes de ir a la escuela, y las redes no se lanzan solas, por desgracia.
Me ruge el estómago. No me importaría tomar ahora mismo un buen trozo fresco de arenque con cebolla picada sobre una rebanada de blanco y esponjoso pan. Pero no tendré esa suerte. Los pescadores que han salido a por arenques no volverán hasta la noche, y lo único que consigo pescar con pequeños peces a los que apenas se les puede sacar algo de sabor.
―¿Quieres un poco de arenque? ―le digo entre dientes al pájaro que aún me contempla con atención―. ¿Es eso lo que quieres?
Por supuesto, no obtengo respuesta. De todas formas, no creo que sea esa la razón por la cual está aquí. Como suelo decir, este lansquenete ha sido mi fiel visitante durante meses, y nunca le he dado comida. Puede que solo quiera ser mi amigo. He oído a Sytse hablar de albatros que acompañan a los desvencijados veleros sobre los que viaja para llegar hasta los comerciantes frisones de tierra firme.
―Están aquí para protegernos ―le dice siempre el capitán.
Bueno, nuestros marineros lo necesitan. Viajar en esos barcos es un negocio precario. Y aun así, envidio a Sytse de vez en cuando. Mi hermano puede correr el riesgo de ser atacado por sirenas y acabar en una tumba acuática cada vez que sale a navegar, pero al menos tiene la oportunidad de ver algo de mundo. Los comerciantes de Harns lo tratan con amabilidad, incluso a pesar de que es un skylgio de poca monta. Poderoso caballero Don Dinero, supongo: si los marineros skylgios no arriesgaran sus vidas para ir y volver navegando de nuestra isla, los comerciantes dependerían de los ferris de los corrientes, que abastecen el puerto de Harns solo un par de veces al mes. Y les encanta la lana de nuestras ovejas. Los Guardianes de Baeles, que es como los sacerdotes Brandan se hacen llamar, no favorecen el comercio con forasteros. Dicen que San Brandan suministra a los corrientes con todo lo que pudieran necesitar. Pero a Skelta, nuestro sabio, no le importa. Quiere que mantengamos la mente abierta. Después de todo, los dioses frisones también son nuestros dioses.
Cuando salgo papá ya se ha levantado. Está sentado en su silla a un extremo del jardín con los ojos medio cerrados por el sol mientras mira hacia la carretera que va hasta el dique. Sus manos morenas y curtidas se agarran a sus rodillas como si necesitara detenerse a sí mismo para no levantarse y correr hacia el mar.
Puede que esté pensando en zambullirse y seguir la estela de mi madre, pero todavía sigue con nosotros. Creo que nos quiere demasiado a mi hermano y a mí.
―Buenos días, Enna ―dije con una leve sonrisa―. Espero no haberte despertado con los golpes en la cocina.
―No te preocupes, papá. Tenía que levantarme de todas formas. ―Rápidamente, me coloco las botas de cucho para ir a pescar con la marea baja―. He quedado con Dani a las ocho para ir a la escuela en bici. Y me gustaría desayunar antes de ir.
Pone cara larga. Desde que sufrió las fiebres hace unos años y arrasaron su cuerpo, lo único que aún puede hacerme por las mañanas es una infusión de hierbas. Está demasiado débil para salir a pescar.
―¿Por qué no nos preparas unas tortitas hoy? ―me apresuro a decir, sonriéndole―. Aún queda harina y un huevo en el armario. Y estoy segura de que Eida puede permitirse darnos algo de leche.
Nuestra vecina tiene un rebaño de ovejas que podría alimentar a todo el pueblo.
―¿Nos? ―repite confuso mi padre.
―Sytse vuelve hoy a casa ―le aclaro―. Es dieciséis de mayo, papá. El Día de San Brandan. Toda la isla está esperando con el alma en vilo a que regresen nuestros barcos.
Sus ojos se iluminaron con alegría.
―¿En serio? ―farfulla―. Ay, señor. Debería estar más atento al calendario. No tenía ni idea. ―Se coloca de pie a duras penas y me da un breve abrazo―. Se quedará en casa hasta que acabe el festival, ¿verdad?
―Claro ―sonrío. Sytse no se lo perdería por nada en el mundo. Durante el mes de Oorol, celebramos las artes de todas las formas posibles. Los teatros al aire libre se llenan de espectadores de nuestros actores con más talento; se colocan escenarios en la esquina de cada calle para albergar músicos y el aroma a pan de jengibre recién horneado impregna la capital Brandaris.
Al pensar en el pan de jengibre me ruge el estómago. Hago una mueca mientras mi barriga suplica a viva voz que le den combustible.
―En seguida vuelvo ―le prometo, viendo cómo mi padre va arrastrando los pies con cuidado hacia la puerta trasera para volver a la cocina.
El sol brilla con fuerza, haciendo que sude un poco mientras cruzo el dique y me dirijo hacia la playa. Es poco común en esta época del año, pero no me oiréis quejarme. No solemos tener mucha luz en la isla, así que aceptaré todo lo que el orbe de fuego en el cielo me envíe.
Cualquier cosa para mantener la melancolía a buena distancia.
Empiezo a silbar una melodía para distraerme de pensar en mamá otra vez. Al mismo tiempo, doy palmas y golpeo el suelo con los pies, haciendo que mi mañana se convierta en un baile improvisado. Es probable que parezca idiota, pero no me importa. Las ovejas de Eida son las únicas que me están viendo, y saludo a los blancos y lanosos animales con la manos antes de entrar en la playa y hundir mis botas de caucho en la arena húmeda que se me pega a los pies.
La pequeña red que llevo alrededor del cuello me irrita el cuello y las ásperas cuerdas deshilachadas por el salitre. Aunque antes de poder quitármela y lanzarla para poder conseguir ese desayuno que tanto necesitaba, me detengo.
Ahí, sobre unas rocas que sobresalen de un montón de algas, hay dos gigantescos huevos de gaviota. Esas cosas moteadas parecen sonreírme en el sol matutino. No tengo ni idea de por qué una gaviota depositaría esos huevos aquí en lugar de construir un nido como dios manda, pero, sinceramente, no me importa. Puede que tuviera prisa. Bueno, yo también. Con una amplia sonrisa, cojo los huevos y los meto cuidadosamente en mi bolsa de pesca. Es hora de irse de aquí antes de que vuelva ese pájaro tan poco tradicional.
2.
―¡Enna! ―vocifera mi amiga mientras subo en bici el camino que lleva al dique Stortum. Me está esperando, tan puntual como siempre, con la bici apoyada en la cadera mientras se hace una coleta en el pelo rubio platino, preparándose para el viento que hará durante el viaje―. ¡Vamos a llegar tarde!
Lo siento ―jadeo, deteniéndome delante de ella―. Me he encontrado con un maravilloso desayuno y no he podido evitar tomarme mi tiempo para saborear mi tortilla.
Dani siempre se reúne conmigo aquí, junto a la orilla a las ocho en punto. Las dos vivimos en Kinnum, que ronda los cien habitantes. Está a veinte minutos en bicicleta de Brandaris, nuestra capital, donde vamos a la escuela.
Si nos dejaran coger el autobús de los corrientes para ir a la escuela, el viaje solo duraría seis minutos.