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Crónica de un encuentro-desencuentro cultural: Análisis antropológico de las misiones populares jesuíticas en Galicia
Crónica de un encuentro-desencuentro cultural: Análisis antropológico de las misiones populares jesuíticas en Galicia
Crónica de un encuentro-desencuentro cultural: Análisis antropológico de las misiones populares jesuíticas en Galicia
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Crónica de un encuentro-desencuentro cultural: Análisis antropológico de las misiones populares jesuíticas en Galicia

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Desde su fundación los jesuitas se dedicaron con ahínco a la propagación de la fe y las buenas costumbres en muy diversas naciones y lugares. Debido a ello las denominadas misiones populares constituyen un importante capítulo de su actividad apostólica. En este escrito se presentan y analizan, especialmente desde un punto de vista antropológico, las informaciones que los propios misioneros populares nos ofrecen en sus crónicas o diarios, rescatados sobre todo de diversos archivos jesuíticos, sobre su actividad en el territorio gallego. Tales informaciones, que se extienden cronológicamente a un amplio período de tiempo, ponen al descubierto, aunque sólo sea indirectamente, los modos de ser, pensar, sentir, vivir o comportarse, es decir, la cultura (en su sentido antropológico), de unas gentes que resultan ser en definitiva no poco distintas de los misioneros populares jesuitas que se acercan a ellas. Esta es la razón del encuentro-desencuentro del título de este estudio, el cual, debido a ello y más allá de la labor descriptiva, no dejará de apuntar, por lo mismo, hacia una determinada crítica del modo de ejercer la comunicación del mensaje cristiano a grupos o pueblos poseedores de una cultura distinta de la de sus evangelizadores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 abr 2018
ISBN9788484687221
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    Crónica de un encuentro-desencuentro cultural - Manuel Cabada Castro

    CAPÍTULO 1

    MISIONES POPULARES JESUÍTICAS Y SU DINÁMICA

    Las misiones populares dadas por los jesuitas tienen su propio estilo, que las distingue en cierto grado de las ofrecidas por otros colectivos religiosos. Los propios misioneros jesuitas nos ofrecen en diversos escritos informaciones concretas sobre las mismas, aunque es bien comprensible que ellos, hombres sobre todo de acción y de contacto directo y «popular» con las personas a las que ofrecían sus servicios religiosos, no tenían por qué ser muy refinados o sutiles en el momento de pasar a papel las informaciones concretas sobre sus métodos y experiencias. Sus superiores provinciales con frecuencia solicitaban, sin embargo, de ellos que dejasen constancia escrita de los acontecimientos más relevantes ocurridos en las diversas misiones que daban en un sitio o en otro. Ellos, por su parte, se sometían obedientemente a estos mandatos, no sin dejar de manifestar el gran esfuerzo que esto les suponía. Así, por ejemplo, en el comienzo de la relación sobre diversas misiones dadas por los misioneros Ignacio Santos y Juan Conde entre los años 1891 y 1894 en Galicia escribían ellos a su Superior Provincial, Matías Abad, lo siguiente:

    «Por cumplir como es nuestro deber los deseos de V. R. varias veces manifestados, de que bosquejáramos lo ocurrido en las misiones y otros ministerios que hemos ejercido juntos, rompemos hoy, con estos escritos, el silencio que desde el principio nos propusimos […] El Señor que nos ha conservado las fuerzas con admiración de todos, aun de religiosos y misioneros de otras Órdenes, para misionar continuamente en tantas partes conoce cuánto ha costado referirlas a sus súbditos y siervos en Cto.»¹.

    Algunos años después (1897), escribían también los mismos misioneros al nuevo Provincial, Isidoro Zameza, de manera concisa y significativa, en el mismo sentido: «Describir los ministerios nos cuesta más que ejercitarlos»².

    Procuraban, por lo demás, según ellos mismos aseguraban, mantenerse fieles a la realidad de lo acontecido. Así se lo comentaban al mismo Provincial en 1897, en referencia a acontecimientos más fácilmente comprobables: «Hemos procurado hablar con la mayor exactitud que nos ha sido posible, evitando exageraciones. Empero no se nos oculta que en la apreciación de los concursos que nos han oído y del número de comuniones nos podemos equivocar. Siempre es cierto que han sido numerosas cual nunca en las regiones que hemos misionado se han visto»³.

    Las misiones populares constituían por sí mismas un fuerte impulso religioso hacia la renovación de la fe y de las costumbres del conjunto de una población cuyos límites geográficos precisos con frecuencia no eran fácilmente constatables. Participaban cuantos querían y podían⁴, aunque viniesen de lejos, por más que la misión se desarrollase en un lugar concreto como centro de las diversas actuaciones de la misión. Para hacerse una idea, sencilla y concreta, de su funcionamiento es recomendable el apartado «Esquema de una misión» inserto en un artículo de E. Rivera Vázquez sobre el misionero popular J. Conde⁵. Sintetizando al máximo el «esquema» del mencionado historiador, basta en este momento con indicar que en la misión había diversos actos o acontecimientos más o menos comunes: la entrada y recepción popular en la parroquia central, la elección del campo de la misión (alguna robleda o ámbito semejante) donde se desarrollaría de manera especial la actividad de la predicación (fundamentalmente centrada en el tiempo fuerte de la llamada «primera semana» de los Ejercicios de San Ignacio), las prácticas sacramentales de la confesión, eucaristías, etc. Todo esto realizado durante alrededor de ocho días⁶, concluyendo en el último día con el magno acto final de la despedida de los misioneros.

    Véase, a modo de ejemplo, cómo describe el misionero Patricio Gutiérrez el comienzo de la misión que, junto con Antonio Sánchez, da en la parroquia coruñesa de Beseño (municipio de Touro) del 5 al 15 de setiembre de 1949:

    «Comarca de Arzúa. Que vale tanto como decir de lo más religioso de Galicia. Está a 10 Km. al S. O. de la villa. ¡Pero qué escondida está esta aldea! El viaje desde Santiago, después que se deja la carretera general de Lugo, da la impresión de que se va uno internando en unos bosques despoblados. Al fin se ven unos grupitos de casas. Más allá el campanario. Cerca de la iglesia ponemos en una robleda el campo de misión. Hay donde escoger, pues por todas partes nos rodean las robledas. Escogemos una a propósito. Bien sombreada, con buenas condiciones acústicas, en suave declive para sentarse cómodamente. Bien lo han de agradecer las parroquias que lleguen a media tarde con 6 o 7 kilómetros de caminata bajo los rayos del sol.

    El Sr. José con su hijo nos prepara un púlpito que ni el de la Catedral de Santiago. A la sombra de un gran roble, espacioso, con respaldo de madera que defiende del viento que pudiera soplar del O. y con magnífico tornavoz que ayudará a que la voz se extienda a mucha distancia. En estas condiciones de campo y púlpito, no estorbando ningún otro ruido, no hay que esforzarse mucho para que se oiga bien a 300 o 400 metros. La tremenda sequía que ha agostado los maizales y secado los ríos nos ha arrebatado la energía eléctrica y no podemos instalar los altavoces. Con ellos el descanso al hablar es muy grande y el efecto en la voz reforzada muchísimo mayor.

    Está cerrado el cuadro próximo al púlpito, reservado para sacerdotes, autoridades y maestros. El camino central de metro y medio de ancho cercado con cuerdas para el paso de las procesiones.

    El primer día es de tanteo. Llegan 4 procesiones traídas por animosos seminaristas que están de vacaciones. Mando contar. 500 personas. Es el primer día. No está mal»⁷.

    1. E L CAMPO DE LA MISIÓN

    El modo de elección y preparación del «campo de la misión» era algo que estaba formalmente establecido por lo menos desde la publicación en 1903 del mencionado Directorio de I. Santos, en el que este dedica un capítulo entero (el V) a este tema. De los quince puntos que el misionero le dedica, y con gran detalle, a la formación del «campo de la misión», me limito a aducir aquí solamente los tres primeros:

    «1º Debe elegirse uno que tenga árboles altos y no espesos, que forme suave declive con buena pradera o césped en que puedan sentarse los fieles sin temor de mancharse, y con buenas entradas y salidas para el buen orden de las procesiones de las parroquias que asistan.

    2º Procúrese que sea acústico, y para cerciorarse se pone una persona en el lugar que deba ocupar el púlpito y otra en el sitio más distante que se conjeture ha de ocupar el auditorio. Si hablando la primera en tono de conversación, oye bien la segunda, el campo es bueno. Conviene también en esta prueba levantar la voz para saber si hay alguna resonancia. Un campo bien elegido agrada mucho.

    3º Colóquese el púlpito en la parte baja del campo de manera que todo el auditorio esté de frente viendo al predicador»⁸.

    El establecimiento del «campo de la misión» tenía mucha importancia en Galicia, porque, como es bien sabido, la población gallega se encuentra diseminada en pequeños núcleos. La configuración de la población se articula, por lo tanto, en una tupida red de parroquias y lugares. Las llamadas «misiones generales» populares de Galicia abarcaban por eso normalmente varias parroquias. Su centro de operaciones, por así decirlo, estaba en alguna parroquia concreta, pero sus efectos se extendían más allá de la misma. Pues bien, dado que las iglesias rurales habían sido de hecho construidas en función de los limitados vecinos de una determinada y particular parroquia, no podían ellas servir de apropiado lugar de reunión y concentración de una multitud grande de personas procedentes también de otras parroquias y lugares. Se comprende fácilmente, desde este punto de vista, la relevancia del llamado «campo de la misión», que no podía en consecuencia identificarse con el espacio de las pequeñas iglesias del rural gallego.

    A lo aquí comentado se referirán concretamente, por ejemplo, los misioneros Rafael Vicente y Victoriano Vázquez Guerra, cuando redactan su crónica sobre la misión dada por ellos del 13 al 22 de setiembre de 1912 en Bragade⁹, que comienza, no sin algo de humor, de este modo:

    «No eran las dos de la tarde, y estábamos ya en nuestros caballos, para ir a dormir a Arzúa, y desde allí por Curtis el día siguiente a Bragad, sucediéndonos lo de siempre, que como los paisanos dicen que no hay más que dos o tres legüiñas, cree el viajero que hay tiempo, y aquellas legüiñas no se acaban nunca. Creíamos que a las seis llegaríamos a Arzúa, y pasaban de las ocho cuando arribamos a la villa, pasando por verdaderos precipicios. Decía una vez un paisano al P. Vázquez: As nosas leguas son poco anchas, mas le son muy longas»¹⁰.

    2. M ISIONES GENERALES O CENTRALES

    Era la de Bragade, como tantas otras, una «misión general», en la que participaron parroquias más o menos próximas, aunque no fuesen tan numerosas como en otras ocasiones: «Parroquias —informan los misioneros— no acudieron más que unas siete; mas como había proporción buenísima con el tren a diez minutos del campo y un jefe de estación con todos sus subalternos de lo más cristiano, venían por el tren hasta de lejos, contando con la comodidad de que, acabada la misión, tenían trenes de vuelta»¹¹. Los cronistas jesuitas aprovechan este momento para hacer el siguiente breve comentario sobre estas denominadas «misiones generales»:

    «[De La Coruña nos enviaron] al P. Gutiérrez, quien con esta ocasión tuvo comodidad para ver estas misiones generales gallegas, de que muchos no se llegan a formar idea exacta y por eso no las pueden apreciar.

    Desde tiempo inmemorial son típicas, en Galicia sobre todo, estas misiones generales y a ellas están avezados los pueblos. Más aún: para éstas dejan muchos en el testamento asignadas cantidades suficientes; y otras misiones no les llenan. Las iglesias en general no se prestan a misiones; y sabemos de muchas en que, entre blasfemias horrendas dichas en la misma iglesia, han tenido que salirse varios asistentes, echados por no ser de la parroquia y no haber sitio ni siquiera para los vecinos de ella.

    ¿Quién niega que las misiones generales tienen dificultades y peligros? Pero éstos los veían nuestros insignes misioneros; y por eso estas misiones no las pueden dar todos, pues exigen carácter y salud especiales. Es muy aventurado el hacer comparaciones sin conocer bien los términos que se comparan»¹².

    Efectivamente, las misiones «generales» dadas por jesuitas en Galicia son cosa antigua, estando de hecho ligadas al surgimiento mismo de la Compañía de Jesús en el siglo XVI. De tal modo que se puede afirmar que Galicia tuvo especial importancia en la actividad misionera de los jesuitas desde pocos años después de la fundación de la Compañía hasta casi el final del siglo XX. A mediados del siglo XX podía aún constatar con razón el misionero popular, por entonces Prefecto de Misiones Populares y después Provincial, Gregorio Sánchez-Céspedes: «El núcleo principal de las Misiones radica, como siempre, en Galicia»¹³. Afirmación corroborada hace pocos años todavía por el historiador M. Revuelta en sus documentadas contribuciones al estudio de las misiones populares de los jesuitas cuando indicaba: «Galicia fue la tierra donde las misiones se desarrollaron con más plenitud»¹⁴.

    3. A NTIGÜEDAD DE LAS MISIONES JESUÍTICAS EN G ALICIA

    En cuanto a los comienzos de la actividad misionera popular de los jesuitas, E. Rivera, principal historiador de los primeros colegios jesuíticos en Galicia, indica explícitamente que los jesuitas «estaban presentes en Galicia desde 1556, año en que fundaron aquí su primer Colegio y dieron comienzo al contacto misional con el pueblo»¹⁵. Informaciones más directas sobre esta actividad misionera en el siglo XVI pueden encontrarse, por ejemplo, en un manuscrito de 25 folios con el título de Historia del Collegio de Santiago (fundado en el año 1577). En él está incluida la Relación de la vida y muerte del Padre Martín de Santo Domingo de la Compañía de Jesús, escrita por el padre Gaspar de Ávila de la misma Compañía. Martín de Santo Domingo, nacido en Alba de Tormes (Salamanca)¹⁶, fue recibido en la Compañía de Jesús en Medina del Campo por el conocido e insigne jesuita Baltasar Álvarez en el año 1570. Pocos años después iniciará su actividad misionera en Galicia, primero desde el colegio jesuítico de Monterrei y posteriormente desde el de Santiago. El mencionado escrito se refiere a este primer destino de Martín de Santo Domingo a Monterrei en estos términos:

    «Enviáronle dentro de breve tiempo a Monterrey, donde no se podía encubrir el resplandor del buen ejemplo que daba, aunque él procuraba siempre encubrirlo y decir que no era sino para enseñar la doctrina a labradores y gente ruda. Comenzó a ejercitarse en misiones con grandísimo fruto suyo y de las almas. Estaba casi siempre fuera de casa en estas misiones entre gente montañesa de poco saber. Enseñábalos, (a)doctrinábalos de suerte que ninguno quedaba sin saber la doctrina. Y confesados y comulgados los capaces con grandísimo trabajo suyo, pasaba adelante a hacer otro tanto a otra feligresía»¹⁷.

    Posteriormente, tal como indiqué, Martín de Santo Domingo será destinado al Colegio de Santiago, sobre el que versa directamente la crónica mencionada. Véase sólo un párrafo de la misma sobre esta nueva etapa compostelana de la actividad misionera popular del jesuita salmantino:

    «Llegose el tiempo que nuestro Señor le tenía señalado para este Arzobispado de Santiago y cerca de los años ochenta, le envió a este Collegio la obediencia, donde él decía tenía las manos llenas de lo que buscaba que era poder salir a trabajar. Era tanto el deseo que tenía de trabajar y tanto el fruto que experimentaba se hacía en las almas por las grandes y muchas necesidades espirituales de los prójimos que no hacía sino acudir de cuando en cuando a casa a descansar un poco y a repararse de alguna pobre ropa, y luego se volvía ya solo, ya acompañado, como mejor podía y decía cuando venía lleno de risa, ‘gracias a Dios, padres míos, gracias a Dios que ya veo gente que conoce a Dios, que junto a nosotros hay gente que no conoce a Dios que si fuesen gentiles e idólatras’. Y contaba cosas extrañas de sus ignorancias y rudeza. Desde que salía de casa hacía fruto y provecho porque a todos los que topaba por el camino, gente rústica y común, luego los examinaba si conocían a Dios y sabían la doctrina. Y dado algún buen consejo, pasaba adelante»¹⁸.

    Ya en este texto se puede advertir la información del misionero castellano sobre la «rudeza» e ignorancias de las personas gallegas con las que trataba, comparándolas a «gentiles e idólatras». «Cosas» consideradas en definitiva como «extrañas» tanto por el misionero como por sus compañeros del «Colegio de Santiago». Una cualificación-descualificación, que como habrá todavía ocasión de comprobar, viene siendo una constante de la visión que los misioneros foráneos tienen sobre el modo de ser y de comportarse de las gentes de Galicia desde el siglo XVI hasta el mismo final de la época de las misiones populares en el siglo XX. En el fondo, y desde un punto de vista antropológico, lo que ahí en buena parte ocurre no es sino un manifiesto «choque cultural», producido por la carencia de la adecuada preparación por parte de los misioneros para saber enfrentarse con una cultura distinta de aquella de la que ellos son portadores.

    En cualquier caso, se puede decir que los misioneros seguramente no eran responsables, ni siquiera conscientes, de estas carencias suyas. El por estas fechas todavía relativamente reciente y paulatino tránsito de Galicia hacia una masiva dependencia política, cultural y lingüística respecto del poder central, cómodamente instalado en la lengua y cultura castellanas, les impedía ser suficientemente conscientes de esta situación y saber juzgarla y valorarla desde los propios parámetros del mensaje cristiano que pretendían anunciar. En consecuencia, se producía, sí, el mensaje, pero objetivamente limitado y distorsionado desde diversos e importantes puntos de vista. A pesar de todo, no se puede negar que los misioneros fuesen, obviamente, por lo menos desde la concreta y particular percepción que tenían de sí mismos, personas hondamente religiosas y desinteresadamente entregadas a hacer el bien. En este sentido, Martín de Santo Domingo era sin duda un hombre ejemplar, bien consciente de que era entre pobres y necesitados donde el evangelio sería mejor recibido. Puede decirse en este sentido que fue él concretamente un relevante adelantado de las misiones populares orientadas hacia el mundo rural gallego. Nótese lo que en la Relación mencionada se dice acerca de él en este contexto:

    «Informábase primero con gran diligencia de las partes de esta tierra más necesitadas y remotas. Y allí gustaba ir aunque fuesen como lo eran muy pobres y sin comodidad para el sustento humano y aborrecía grandemente las misiones de pueblos grandes porque decía que allí se hacía poco fruto no porque no hubiese en ellos grandes y enormes pecados y aún quizá mayores que en las aldehuelas, sino porque allí como tienen doctrina y enseñanza nada se les hace de nuevo. Y así decía que no hacían nada en los pueblos grandes sino en las feligresías y aldeas donde apenas hallase posada. Y estaba muy persuadido que cuanto menos hallaba de lo temporal, había de traer más de lo espiritual, así de sus gustos y consuelos interiores como de la abundante mies del remedio de las almas. Y decía que para él era gran señal de que el Señor se quería servir mucho en aquellas partes donde hallaba más contradicción y menos comodidad para el cuerpo»¹⁹.

    Se puede decir incluso, en tal sentido, que la jesuítica «opción preferencial por los pobres» de los tiempos de hoy encuentra ya en el modo de pensar y de actuar en Galicia de Martín de Santo Domingo un cierto anticipo. Léase, si no, lo que en la Relación se dice en este contexto:

    «Su trato era con los humildes, y en habiendo alguna persona rastro de soberbia, no la podía ver. Nunca quiso predicar en esta ciudad de Santiago y preguntándole yo por qué lo hacía, luego decía porque no soy para ello, decía, que él sólo era para labradores y aldeas y no para otra parte. Sabiendo yo que lo pudiera hacer muy bien por acá y con mucho fruto porque tenía muy buena voz, cosas tenía trabajadas muchas porque era perpetuo trabajador y espíritu extraordinario, mas su humilde espíritu no sufría que creyese de sí tal cosa y así su trato era andar perpetuamente ocupado en oír confesiones, remediar necesidades de pobres como luego diremos.

    No sé a qué propósito un día le dije: ‘Vuestra Reverencia no aspira a irse a Castilla como otros, ¿siempre ha de estar en esta tierra?’ Díceme, ‘unos se van allá porque no son para acá y otros se están acá porque no son para allá. Yo no soy para allá ni para acá sino para rincones y montañas. Los de buenos talentos es bien que están en buenos puestos donde hagan servicio a Dios, mas yo no tengo nada. Y así me estoy aquí’.

    Dije yo, ‘hágasenos, Vuestra Reverencia, humilde entre manos’, riéndome. Dice él: ‘no sino que sin duda es la verdad, y lo que siento y no me queda otra cosa sino que no soy par más que confesar pobres’.

    Varón verdaderamente humilde y digno de veneración, que bien sabían todos los que le conocían que era para mucho y para grandes y pequeños, para todos tenía gran apacibilidad aunque para sí era riguroso y austero. Y confesando como confesaba gente grave en buen número y a todos los trataba, sólo decía que era confesor de pobres y de esto se preciaba»²⁰.

    Fueron doce largos años los que Martín de Santo Domingo empleó en su «andar en misiones», tal como se dice en la Relación, entre la gente humilde del rural gallego «y no las dejó —se añade allí mismo— por su voluntad sino que así se juzgó que convenía para este Collegio [de Santiago] y por falta también de compañero que no se hallaba tan de recia salud como él»²¹.

    Gaspar de Ávila, compañero suyo en las comunes misiones por las aldeas gallegas y autor de la citada Relación, anota en ella en relación con las casas en donde se alojaban durante su trabajo misionero: «La casa que él escogía era junto a la iglesia y nunca le faltó el tiempo que con él anduve. Ésta había de tener algún apartamento en el cual le había de componer dos pobres camas de unas pajas con unas groseras sábanas encima y sus mantas de sayal»²². Este tema del hospedaje en el rural gallego no dejará de aparecer con cierta frecuencia a lo largo del tiempo en las diversas crónicas de los misioneros populares, aportándose así indirectamente interesantes informaciones sobre el hábitat rural en Galicia.

    Del escrito de G. de Ávila reproduzco seguidamente un amplio relato sobre la intensidad vivencial del acontecimiento de las misiones dadas por Martín de Santo Domingo y él mismo en tiempos (hacia finales del siglo XVI) muy distantes de los actuales, pero que no dejan de mantener una cierta proximidad cualitativa con otros relatos de misioneros populares de épocas incluso muy posteriores. Lo que podría avalar también la permanencia de fondo de la cultura de un país que se va desarrollando sin embargo a lo largo de la historia. Seguramente se funden en el relato la concreta realidad con la fantasía del imaginario popular, manifestándose también en él al mismo tiempo una intensa y, en cierto grado, angustiante religiosidad junto con la conocida resistencia física de las gentes empobrecidas de Galicia frente a las condiciones climatológicas adversas (cosa de la que darán cuenta también con frecuencia misioneros posteriores) o frente a otras carencias y necesidades. Creo que vale la pena reproducir el texto en cuestión en toda su amplitud:

    «Hablando como rústicos más bien enseñados del espíritu del Señor, hablo yo como compañero suyo pues lo fui muchas veces y diré lo que nos acontecía. Casi de ordinario era tanta la gente que acudía, tanto el deseo de confesarse con nosotros que en amaneciendo, ya estaba llena la iglesia de gente y tan llena que no podíamos romper para irnos a nuestros lugares a confesar. Y era a veces necesario que en hombros de hombres pasásemos o nos llevasen. Estaban carros alrededor de la iglesia que venían con vestimentos para si se detenían sus dueños algunos días por la mucha gente; otros que traían gente enferma, que todos querían gozar este bien; mucho número de bestias de los que venían a caballo, más los de a pie eran sin número. Al fin parecía tiempo de ferias muy copiosas donde todos acuden a proveerse de lo que han menester. Acontecía muchas veces ser tiempo de invierno y hacer tempestades y lluvias muy recias y a nada de esto temían sino que acudían como si fuera el tiempo favorable. Y en este tiempo era cosa de ver cuáles venían sus pobres vestidos derramando agua y pasados hasta la carne salir el agua por los pies abajo y temblando de frío. Y con todo, muy contentos, hacían lástima sus alaridos y plegarias diciendo que los oyese de penitencia. Allegan algunos haber dos y cuatro días, y aún otros seis y ocho, que estaban aguardándoles viniese su vez para confesar. Se alegraban que venían de lejos y que se les había acabado el sustento y otras cosas, que hacían compasión más bien ellos, que no era la culpa nuestra ni suya sino que no podía ser más pues los que se confesaban eran siempre primeros los que hubiese más que hubiesen venido y estos de los que aguardaban. Estaban ayunos todo el día hasta la noche. Las necesidades (en) que se hallaban a sólo Dios las remito y dejo. Solo digo que a solas en nuestro recogimiento alabábamos al Señor mil veces por haber tenido por bien de tocar los corazones de esta gente para tratar de su remedio, hombres que moralmente hablando era imposible salir de las tinieblas en que estaban y mal estado si no toparan con nosotros. Y decían muchos que venían forzados y llamados de la mano poderosa del Señor porque de otra manera no vinieran. Pondré sólo un ejemplo que declara esto y pudiera poner otros muchos que a mí me acontecían sin otros muchos más que le sucedían al padre Santo Domingo y lo callaba por su gran humildad.

    Vi una vez una pobre vieja arrimada a un palo en la iglesia toda hecha agua y temblando de frío y llorando, que se deshacía en lágrimas. Acabada una confesión llamela y preguntela qué tenía y de que lloraba tanto. Hizo apartar la gente y sentada junto a mí me comienza a decir, ‘Señor, padre, tenga piedad de mí’. Y de suspiros y sollozos no podía hablar. Consolándola yo y animándola, comienza a decir: ‘ha de saber. Señor, padre, que estando esta noche en mi cama sola, que soy una pobre viuda, tres grandes leguas de aquí, como a la media noche vi venir hacia mí un mancebo muy hermoso, el cual me recordó y me dijo ‘¿qué haces aquí? Desventurada de ti, ¿no sabes que estás en estado de condenación por tal y tal cosa que callaste tal tiempo en la confesión —de que yo estaba ya trascordada—?, pues vete luego a unos padres que están en tal feligresía y confiésate con ellos, que ellos te remediarán’. Tomome por la mano el mancebo y sacome de la cama y tomome estos pobres vestidos y mal compuestos tomé un palo en la mano y salgo de casa. Hacía gran tempestad y llovía mucho porque era en medio del invierno. Yo decía, ella ni sabía la feligresía ni por dónde había de ir porque era medianoche, mas el mancebo me puso en el camino y me dejó y desapareció. Yo tomé el camino para acá y desde que me dejó, comencé a llorar amargamente mis pecados y me parecía si no me daba prisa a remediarme me había condenar. Mas en el camino por donde venía topé un río y como era de noche no vi puente ni por donde pasarlo. Mas era tal el deseo que tenía de salvarme que confiada en la madre de Dios —de quien decía ser devota— y haciendo la señal de la cruz sobre mí

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