Sociedad Del Riesgo Producción y Sostenibilidad

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Sociedad del riesgo: produccin y sostenibilidad


Vctor Climent Sanjun
Universitat de Barcelona
[email protected]

Resumen
El concepto sociedad del riesgo se basa en la constatacin de que, en las sociedades actuales, la produccin social de riqueza va acompaada por una creciente produccin social
del riesgo. La progresin y el aumento de estos riesgos est teniendo consecuencias polticas y econmicas claras. Un primer efecto directo consistira en la implementacin de polticas gubernamentales orientadas al control y a la reduccin de los mismos, como consecuencia directa de la mayor visibilidad que, para la opinin pblica, tienen los problemas
ambientales. De la misma manera que, desde una perspectiva econmica, podemos establecer
un claro paralelismo entre la teora de la modernizacin ecolgica y las nuevas estrategias
ecoproductivas.
Este artculo pretende dar una visin general de todo este proceso partiendo del concepto sociedad del riesgo para, con posterioridad, establecer paralelismos con las nuevas
estrategias ecoproductivas, con el proceso de modernizacin ecolgico y con una ltima
reflexin: caminamos hacia un nuevo modelo productivo?
Palabras clave: riesgo, sostenibilidad, produccion, estrategias.
Abstract. Risk society. Production and environment
The concept of risk society is based on the fact that in current societies the production of social
richness is aligned with a growing social production of risk. The progression and increase
of these risks is having clear political and economical consequences. A first direct effect
consists in the implementation of governmental policies oriented to the control and reduction of risks, as a direct consequence of the greater visibility that environmental problems
have for the public opinion. In the same way that, from an economic perspective, we can
establish a clear parallelism between the theory of ecological modernization and the new ecoproductive strategies.
This article intends to provide a general view of the whole process, departing from the
concept of risk society, and establishing later parallelisms with the new eco-productive strategies, the process of ecological modernization and a last reflection: are we walking towards
a new productive model?
Key words: risk, environment, production, strategy.

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Sumario
1. Introduccin
2. Riesgo, peligros e incertidumbre.
Algunos ejemplos
3. Riesgos productivos
y nuevas estrategias ecoambientales

4. Conclusiones
Bibliografa

1. Introduccin
El concepto sociedad del riesgo, ampliamente definido por Beck, se basa en la
constatacin de que, en las sociedades actuales, la produccin social de riqueza va acompaada sistemticamente por una creciente produccin social del
riesgo. En las sociedades contemporneas, una proporcin bastante elevada de
estos riesgos est directamente relacionada con la tecnologa y el sistema productivo, y se caracteriza porque trata de riesgos difcilmente detectables por
los sentidos humanos. La contaminacin qumica, la modificacin gentica
de organismos o los efectos del cambio climtico son algunos ejemplos de nuevos riesgos ambientales que se vienen a sumar a las terribles consecuencias provocadas por la contaminacin industrial en las ltimas dcadas del siglo XX.
Sin embargo, el anlisis no sera completo si no aadiramos a la lista de riesgos, el peligro latente de ruptura social que la globalizacin y los nuevos procesos de transformacin econmica estn provocando en el seno de nuestra
sociedad.
La progresin y el aumento de estos nuevos riesgos est teniendo consecuencias polticas claras. Un primer efecto directo consistira en la implementacin, por parte de los gobiernos, de polticas orientadas al control y a la reduccin de los riesgos. Sin embargo, no cabe descartar un segundo efecto, de
mayor calado que el primero, que est directamente relacionado con el fracaso de dichas polticas de control y con la opacidad informativa que, generalmente, practican los gobiernos y que, forzosamente, conduce a la deslegitimacin de las instituciones pblicas. Por lo tanto, es plausible afirmar que la
sociedad del riesgo se origina all donde los sistemas normativos y las instituciones sociales fracasan a la hora de conseguir la necesaria seguridad ante los
peligros desencadenados por la toma de decisiones. Toda decisin debe guardar un escrupuloso equilibrio entre los beneficios devengados y los posibles
riesgos y, por supuesto, debe incluir suficientes garantas de seguridad y de
transparencia para evitar que sta sea refutada pblicamente. A modo de ejemplo, la decisin de alejar el Prestige de las costas gallegas (noviembre de 2002),
fue un tremendo error, no slo por su improvisacin, sino, sobre todo, por el
incumplimiento de las precauciones mnimas de seguridad y por la opacidad
en la accin de gobierno, y tuvo como consecuencia el mayor desastre natural que ha sufrido la costa espaola a lo largo de este siglo.
Ahora bien, tampoco hemos de perder de vista que la sociedad del riesgo es
una construccin social, que, ms all de la probabilidad, transmite a la socie-

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dad una sensacin de riesgo difuso, de incertidumbre general que implica que
la percepcin social del riesgo sea mucho ms acusada que el impacto objetivable. La ciudadana percibe que los riesgos son crecientes y, a la vez, intuye
que a las instituciones pblicas les resulta cada vez ms difcil dominar y controlar los riesgos, lo que provoca un creciente estado de preocupacin y desconfianza social hacia los poderes pblicos que, de nuevo, retroalimenta la percepcin social del riesgo.
Este crculo vicioso que aviva la sensacin de inseguridad puede ser, en
parte, superado si, como afirman Lemkow y Espluga, aceptamos que el riesgo cero no existe e interiorizamos que es imposible eliminar o controlar todos
los riesgos, sea cual sea su naturaleza (ambientales, sociosanitarios, laborales,
etc.). Llegados a este punto, sera necesario redefinir el papel del Estado en
esta materia y ser conscientes que ningn gobierno es capaz de garantizar la
seguridad absoluta, ni siquiera pretenderlo. En cambio, s que sera deseable
exigir a los gobiernos que la toma de decisiones para gestionar los riesgos fuera
ms justa y democrtica y, sobre todo, ms transparente. Es decir, el nfasis
debe recaer no tanto en la responsabilidad por no haber evitado un riesgo
que tambin, sino en la gestin del proceso de crisis y en la transparencia
de la toma de decisiones. En este sentido, el fortalecimiento del estado constituye
una variable indispensable que contribuye a evitar la proliferacin de riesgos,
siempre y cuando genere mecanismos de control eficaces y evite que la toma de
decisiones se vea empaada por la opacidad y la manipulacin que, indefectblemente, conduce a la impunidad con la que actan muchas instituciones,
tanto pblicas como privadas.
2. Riesgo, peligros e incertidumbre. Algunos ejemplos
2.1. La percepcin de la crisis ecolgica
El estado del medio ambiente ocupa, desde hace aos, un lugar visible en la
lista de asuntos de inters para la opinin pblica. Las cuestiones ambientales han dejado de ser materia de preocupacin casi exclusiva de grupos minoritarios ms o menos radicales, para convertirse en problemas de importancia general (Garcia Ferrando, 1991: 176). Como muestra la tabla 1, la
preocupacin por el medio ambiente se sita slo despus del desempleo y
el orden pblico, y en niveles similares a las cuestiones relativas a la desigualdad social.
En las sociedades contemporneas, la poblacin percibe el deterioro del
medio ambiente como un problema serio y preocupante. Ahora bien, el medio
ambiente est presente en la sociedad como un concepto genrico, con multiples
manifestaciones que dependen, entre otras cosas, del grado de informacin,
de la presencia de los problemas en los medios de comunicacin o de la proximidad o lejana o de la gravedad o incertidumbre del hecho ambiental (Garca,
2004). Por ello, no es de extraar que, an entre un amplio sector de la poblacin, la expresin medio ambiente o ecologa sugiera la visin de jvenes

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Tabla 1. reas de accin prioritaria para el Parlamento Europeo 1999 (%).


Empleo
Lucha contra el trfico de drogas
Proteccin del medio ambiente
Poltica exterior y seguridad
Poltica econmica
Derechos humanos en el mundo
Lucha contra el cncer y el sida
Poltica social
Poltica monetaria
Poltica de inmigracin

55
36
25
25
24
21
20
17
17
14

Fuente: Eurobarmetro (1999).

ecologistas luchando desde sus lanchas neumticas contra enormes buques que
lanzan al mar residuos peligrosos, o nos remita a los maravillosos paisajes de
la sabana africana o de la selva amaznica. En cambio, nos cuesta relacionar
medio ambiente con produccin o relaciones industriales y, a lo sumo, vinculamos la degradacin del hbitat natural con la industria, al sealarla como la
principal fuente de contaminacin. Pero, acto seguido, nos tranquiliza pensar
que la contaminacin ser, en un futuro prximo, controlada por la ciencia y
la tecnologa y que, por lo tanto, no cabe preocuparnos en exceso por ella.
Esta percepcin de lo ecolgico, que no es ajena a la influencia de los medios
de comunicacin, supone, en ocasiones, que la crisis se perciba como algo distante o lejano de nuestro modo de vida. Los desastres ecolgicos se adivinan
como algo tangible y real, pero que se materializa, en muchos casos, a miles
de kilmetros de distancia, sin que sea posible distinguir culpables claros. En
cambio, la destruccin de la capa de ozono o el cambio climtico son realidades que preocupan, pero que, a diferencia de las anteriores, son interpretadas
por la opinin pblica como algo intangible, poco visible y muchas veces
incomprensible por el lenguaje tcnico que utilizan los expertos en la materia.
Y aunque los ecologistas nos digan, y numerosos institutos cientficos lo corroboren1, que las principales causas de esos fenmenos parten de nuestras industrias, nuestros automviles y nuestro modelo de consumo, nosotros seguimos
percibiendo que es algo que no nos afecta directamente, que encaja en la feno1. El Panel Intergubernamental para el Cambio Climtico (IPCC) fue convocado por la ONU
en 1988 para que los climatlogos de todo el mundo estudiasen el problema del clima. En
1990, concluyen que existe un riesgo de calentamiento debido a la accin de los gases invernadero (CO2, metano, xido nitroso, etc.). En 1996 y, sobre todo, en el 2001, el IPCC
convierte la posibilidad en certeza y seala la actividad humana como uno de los factores que
mayor responsabilidad detenta en el calentamiento global del planeta.

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menologa de los riesgos de grandes consecuencias2 (Giddens, 1996) y que, sobre


todo, no existe ninguna prueba que permita visualizar las consecuencias de su
actividad.
En este contexto difuso, que adolece de evidencias contrastables, y que se
inscribe en un marco social donde an sigue prevaleciendo la vieja visin de
progreso heredada de la Revolucin Industrial, es difcil percibir las consecuencias de la crisis en el propio territorio y exigir responsabilidades. stas,
sin duda, existen, pero se diluyen en el conjunto de la sociedad y quizs, por
ello, los empresarios admitan con naturalidad la existencia de la crisis ecolgica, aunque sin dramatismos, y asuman que la industria ha sido una de las
principales causas de la contaminacin, pero sin olvidar que el beneficio de
la produccin no slo se ha materializado en ganancias empresariales, sino
que tambin se ha trasladado al consumidor que ha visto, en las ltimas dcadas, aumentar de manera muy intensa su nivel de vida. Esta traslacin de responsabilidades al conjunto de la sociedad es una constante que halla aceptacin por parte de todos, al admitir como legtimo el hecho que el progreso
genera unos costes ecolgicos indisociables al incremento de nuestra capacidad de consumo.
Por esta razn, no es de extraar que los grandes grupos empresariales, que
reconocen la globalidad del problema y la necesidad de buscar soluciones, sigan
identificando crisis con grandes catstrofes ecolgicas y sealen, como uno de
los principales factores del deterioro del medio natural, el explosivo incremento
demogrfico de los pases subdesarrollados. En cambio, es significativo que no
elaboren crtica alguna al desarrollo industrial capitalista practicado en el Tercer
Mundo, ni a los enormes traumas ecolgicos que, en esos lugares, provoca la
puesta en marcha del modelo tradicional de crecimiento industrial, mientras que
s justifican la inevitabilidad del deterioro ambiental como consecuencia del
desarrollo econmico experimentado por dichos pases.
En cambio, desde la parte social, los sindicatos esgrimen una visin crtica
de la crisis ambiental, y aunque su anlisis a corto plazo no sea especialmente
alarmista, s muestran conciencia de que sta ir en aumento si no se toman
medidas urgentes que contribuyan a recomponer el equilibrio del medio natural.
Los sindicatos, a diferencia de las organizaciones empresariales, sealan que la
crisis ecolgica no se circunscribe nicamente al marco industrial, sino que
sus efectos indican la existencia de una crisis de modelo que afecta a las formas de produccin y de consumo. Es la manifestacin de una crisis social, que
no nicamente obliga a los pases desarrollados a poner en prctica una produccin ms limpia y a revisar la base tecnocientfica que sustenta el proceso
productivo, sino que, adems, plantea la necesidad de variar los hbitos de
consumo, dotando de utilidad a todo aquello que compramos y consumimos.
2. Giddens define los riesgos de grandes consecuencias como incertidumbres fabricadas por la
ciencia y la tecnologa, cuyas inferencias son imprevisibles y cuya realidad siempre es negada o relativizada por las autoridades gubernamentales y los expertos en la materia (Giddens,
1996).

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2.2. La percepcin de los riesgos sobre la salud


En las sociedades occidentales, existe una clara percepcin de peligro sobre
aquellos riesgos que afectan directamente a la salud de las personas y que, en
los ltimos tiempos, se ha incrementado preocupantemente como consecuencia
de los desastres, los escndalos y los nuevos riesgos ambientales que amenazan
a la salud pblica. La enfermedad de las vacas locas, las dioxinas o los preocupantes niveles de mercurio que contiene el pescado que consumimos, son
realidades que contribuyen a que la sociedad interiorice una sensacin de inseguridad ambiental y de incertidumbre cotidiana cada vez ms amplia, que,
paradjicamente, es una consecuencia no deseada del modelo productivo y
cuyo origen se encuentra en la aplicacin de tecnologas poco respetuosas con
el medio natural y en la nula tica social de determinadas decisiones empresariales.
Los problemas ecolgicos y los riesgos ambientales contemporneos no
son, en general, observables a simple vista, y requieren la intervencin de tcnicas caras y sofisticadas para su deteccin. Quedan muy lejos los densos y
malolientes smogs de las primeras ciudades industriales. Los nuevos riesgos asociados con contaminantes como los pesticidas sintticos (DDT o PCB), los
metales pesados (mercurio, cadmio o plomo) o las radiaciones ionizantes (procedentes de las centrales nucleares o de las pruebas con armamento nuclear), son
generalmente invisibles e inodoros y tienden a acumularse en el ecosistema y
a ascender por la cadena alimentaria, afectando a grupos sociales que haban salido prcticamente indemnes del impacto ambiental provocado por la primera
etapa industrial (Lemkow, 2002). Estos grupos sociales, y muy significativamente las clases medias y, tambin, la clase alta, empiezan a sentirse, por primera
vez, vulnerables frente a los cambios cualitativos del medio ambiente, hecho
que refuerza, por una parte, el sentimiento de indefensin e inseguridad que el
carcter globalizador y transfronterizo de los nuevos riesgos provoca y que, por
otra parte, facilita el auge de movimientos ambientalistas con una clara composicin social de clase media.
En este sentido, es muy interesante la lectura del siguiente ejemplo, ya que
ilustra con claridad el carcter interclasista de los nuevos riesgos ambientales:
en la poblacin japonesa de Minimata, durante los aos cincuenta i sesenta,
cerca de cuatrocientas personas murieron o sufrieron daos neurolgicos irreversibles que finalmente fueron atribuidos a un proceso de envenenamiento
por mercurio metlico3. Despus de diversas investigaciones, se pudo comprobar que el mercurio proceda de una fbrica de productos qumicos cercana a las zonas lacustres. Los peces, y especialmente la luciperca y la perca, que
son especies que, debido a su escasez y alto precio, estn destinadas al merca3. Los compuestos orgnicos del mercurio y de otros metales pesados son ingeridos y, generalmente, no excretados por la mayora de organismos, de manera que, a pesar de un consumo extremadamente bajo, y tras un largo periodo de tiempo, la acumulacin de dichos
metales es lenta pero constante.

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do de bienes de lujo, absorbieron durante aos grandes cantidades de mercurio que luego transmitieron a la poblacin a travs de su consumo. Un caso
parecido ocurri en Suecia (mucho menos grave) con especies pisccolas similares y, tambin, con faisanes que, involuntariamente, ingeran semillas tratadas con mercurio para prevenir determinadas plagas. El aspecto ms destacable de ambos casos es que, adems de las comunidades rurales que dependan
del pescado de agua dulce para satisfacer en parte su rgimen alimenticio, eran
los sectores ms opulentos de la sociedad japonesa y sueca los que tenan ms
posibilidades de contraer enfermedades, ya que estos productos contaminados estaban reservados al mercado de lujo. La respuesta no se hizo esperar: se
paralizaron los vertidos de mercurio, se exhort a una revisin del uso de mercurio en la agricultura y en la industria qumica y la fuerte movilizacin social,
con un marcado protagonismo de las clases medias y altas, facilit la aprobacin de una legislacin ambiental mucho ms estricta (Lemkow, 2002).
En este contexto es donde debemos situar las crecientes inquietudes pblicas ante la fabricacin y comercializacin de determinados productos y cuyo
caso ms paradigmtico es la biotecnologa basada en la ingeniera gentica. Los
avances espectaculares que esta disciplina ha protagonizado a lo largo de las ltimas dcadas son, en parte, responsables del intenso debate pblico generado
sobre las implicaciones ticas, ambientales, sociales y econmicas derivadas de
la modificacin gentica de genes, microorganismos, animales y plantas. La respuesta social a estas prcticas est siendo muy compleja y ambivalente. Los estudios sobre aceptacin pblica de la ciencia muestran que la poblacin es netamente favorable a la ciencia, aunque pueden darse discrepancias especficas en
cuestiones concretas (Yoxen y Green, 1989), y la biotecnologa y, especialmente, la ingeniera gentica es un campo abonado de discrepancias especficas. Es evidente que el potencial econmico de la biotecnologa es muy grande y que su aportacin a la resolucin de problemas de diagnstico terapetico
o alimenticio puede ser muy elevada. Sin embargo, tambin es cierto, y as lo han
puesto de manifiesto muchos estudios, que la ingeniera gentica suscita preocupaciones de carcter medioambiental y tico. De hecho, amplias capas de la
sociedad, especialmente las ms informadas, perciben la investigacin gentica
como un agente de inseguridad ambiental apenas controlado por las instituciones pblicas, que puede provocar efectos negativos en la salud pblica y que,
en ltima instancia, atesora un componente tico, en ocasiones, muy discutible,
hasta el punto que algunos de sus detractores sitan la investigacin gentica a
las puertas del universo huxliano de un Mundo feliz4.
Entre las diversas variables barajadas, la regulacin es, sin lugar a dudas,
uno de los elementos clave a tener cuenta. Es evidente que el marco regulador
actual contrasta vivamente con el existente en la dcada de los sesenta y setenta. La irrupcin de las nuevas tesis neoliberales a partir de mediados de los
4. El Mundo feliz (Huxley, 1976) constituye una de las obras cumbres de la literatura de ciencia ficcin y una de las ms brillantes antiutopas donde todo parece quedar al alcance de la
tecnologa de los genes.

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aos ochenta, ha supuesto la vuelta a unas prcticas econmicas donde la desregulacin y la flexibilizacin son la clave del crecimiento econmico y del
progreso social. La aceptacin de estos principios por parte de la mayora de
pases desarrollados est generando una creciente preocupacin pblica acerca de la falta de regulacin y control, por parte del estado, de aquellas actividades econmicas que pueden tener implicaciones graves sobre el equilibrio
ecolgico y la salud pblica. Diversos estudios muestran que esta preocupacin es bastante independiente del posicionamiento ideolgico de los individuos, y seala que la mayora est a favor de incrementar los controles en lo
que se considera dos campos vitales: la salud pblica y el medio ambiente. La
enfermedad de las vacas locas, el uso de hormonas ilegales para el ganado o
el desastre del Prestige, son hechos que ponen en entredicho los actuales sistemas de regulacin y control, que cuestionan el excesivo adelgazamiento de la
estructura del estado y que, en ltima instancia, minan la confianza pblica
en la capacidad de los gobiernos para hacer frente a los nuevos riesgos ecolgicos.
2.3. Los nuevos riesgos laborales: desregularizacin y precarizacin
Sin embargo, la sociedad del riesgo no nicamente est relacionada con los
aspectos ecolgicos, biotecnolgicos o alimentarios, sino que tambin mantiene una estrecha relacin con los riesgos laborales, que, histricamente, han estado muy relacionados con la salud laboral y con el grado de accidentalidad dentro del espacio de trabajo. Durante la primera industrializacin (siglo XIX y
primer tercio del siglo XX), existe una clara percepcin social que considera que
el riesgo laboral es un hecho inevitable y atribuible casi en exclusiva al trabajador, que es sealado como el principal responsable de su salud y seguridad laboral. A lo largo de este periodo, trabajo y riesgo no parecen estar relacionados y
los accidentes slo son atribuidos a la fatalidad o a la temeridad de los obreros.
El desarrollo econmico y social experimentado por las sociedades occidentales a lo largo del siglo XX, ha contribuido a una mejora significativa de
las condiciones sociolaborales de los trabajadores y a un avance sustantivo de la
seguridad en el trabajo. La teorizacin sobre los factores tcnicos y humanos que
pueden provocar los accidentes laborales, la implicacin de los empresarios en
la prevencin de los riesgos laborales y la aparicin de tcnicos en prevencin
laboral, son factores que, indiscutiblemente, han permitido disminuir la accidentalidad y mejorar la seguridad en el trabajo.
No obstante, la progresiva implantacin de la globalizacin econmica y de
sus polticas desreguladoras ha promovido, en las ltimas dcadas, una serie
de cambios polticos, econmicos y sociales que estn teniendo efectos muy
negativos sobre el mbito laboral, y que ha provocado la aparicin de nuevos
riesgos sociolaborales derivados de las mltiples formas de precariedad y segmentacin laboral. La flexibilizacin de la produccin como medio de adaptacin a la creciente diversidad de la demanda o la descentralizacin productiva,
que promueve el desarrollo de nuevas formas de trabajo muy relacionadas con
la subcontratacin interna y externa, como, por ejemplo, la proliferacin de

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ETT o la creciente contratacin de trabajadores autnomos para tareas propias


de asalariados, son buenos ejemplos del tipo de estrategia que las empresas
emplean como respuesta a la creciente mundializacin de los mercados y que,
indefectiblemente, generan formas cada vez ms regresivas de relacin laboral.
En el caso espaol, la creciente flexibilidad productiva y las altas tasas de paro
registradas hasta principios de los aos noventa, han derivado en una preocupante precarizacin del mercado de trabajo, con ndices de temporalidad superiores
al 30% sobre el total de asalariados, como podemos observar en la tabla 2.
La alta rotacin de los contratos, la escasa formacin y la poca implicacin
del trabajador en la empresa, son factores que explican el creciente abandono
de las polticas de prevencin por parte de las empresas y que ayudan a entender el fuerte incremento de la accidentalidad laboral experimentado en los ltimos aos. Sin embargo, hemos de ser conscientes que este intenso proceso de
desregulacin y de precarizacin del mercado de trabajo, adems de contribuir al incremento de la accidentalidad laboral (tabla 3), tiene consecuencias
mucho ms profundas.
Tabla 2. Asalariados por tipo de contrato (en tantos por ciento).
Ao
1987
1989
1991
1993
1995
1997
2000
2002
2004

Fijos
84,4
73,3
66,5
67,8
65,0
66,7
67,9
69,3
69,9

Temporales
15,6
26,7
33,5
32,2
35,0
33,3
32,1
30,7
30,1

Fuente: EPA, 1987-2004.

Tabla 3. Evolucin de los accidentes laborales graves con baja y con resultado de
muerte en Catalua.
Ao
1998
1999
2000
2001
2002
2003

Acc. laborales graves


1.579
1.666
1.487
1.700
1.685
1.601

Fuente: Conselleria de Treball (2004).

Con muerte
158
180
151
155
186
149

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En primer lugar, potencia una dinmica de externalizacin del riesgo econmico, que antao recaa en exclusiva en el empresariado, y que ahora, a travs de la precariedad y la temporalidad, se transfiere y comparte con los trabajadores asalariados. En la actualidad, las empresas, al ms mnimo contratiempo
econmico, prescinden con rapidez de la mano de obra temporal. Es un mtodo de ajuste econmico rpido ante cualquier contingencia que suponga un
desvo de las previsiones empresariales, pero es una estrategia que, desde el punto
de vista social, tiene costes muy importantes, tales como: la prdida de seguridad en las condiciones de trabajo o la rpida aparicin de cuadros psicolgicos
de angustia e incertidumbre personal que, entre otras consecuencias, impiden
a los afectados la elaboracin y plasmacin de proyectos de futuro.
En segundo lugar, facilita el crecimiento de los procesos de individualizacin en las relaciones laborales que tienen como objetivo convertir al trabajador en su propio centro de trabajo. En este sentido, las empresas se aprovechan claramente de un valor muy arraigado en el seno de las viejas clases
medias y que, tambin, es muy apreciado por la clase trabajadora: el valor de
la independencia y el deseo de ser tu propio amo, para alcanzar ingresos econmicos ms elevados y mayores cotas de autorrealizacin. Esta realidad, afecta
especialmente a los trabajadores autnomos que, en las dos ltimas dcadas,
han experimentado un crecimiento espectacular en Espaa que, en parte, puede
ser justificado por la aparicin de nuevas oportunidades econmicas, pero que,
sobre todo, se debe a la creciente dificultad que muchas personas encuentran
para contratarse como asalariados. En ltima instancia, estas nuevas formas
de trabajo tienen una caracterstica comn: la mayora de estas personas, bajo
el disfraz del trabajo autnomo han sido expulsadas del modelo tradicional
de relaciones laborales y, consecuentemente, han perdido la seguridad y buena
parte de sus derechos laborales.
2.4. La precarizacin como nuevo riesgo laboral
El concepto precarizacin aplicado al mbito laboral es un trmino que suele referirse a la creciente importancia del empleo temporal en el conjunto del empleo
asalariado. Y aunque su interpretacin es muy amplia, puede definirse como un
proceso genrico de degradacin de las condiciones sociolaborales. En este sentido, la observancia de los fenmenos sociales dentro del campo laboral parece
evidenciar que existe un claro paralelismo entre estabilidad laboral y buenas
condiciones socioeconmicas, mientras que la temporalidad se corresponde,
generalmente, con la prdida de expectativas laborales, menor retribucin,
escasas posibilidades de promocin y un mayor riesgo de accidentalidad laboral. En otras palabras, la temporalidad en el trabajo lleva aparejada, generalmente, una degradacin de las condiciones laborales propia de la contratacin
indefinida, sin que medie entre ambos diferencias notables de cualificacin o
experiencia en el trabajo.
Desde una perspectiva social, la desregulacin del mercado de trabajo ha
contribuido a intensificar las desigualdades existentes en la estructura social,

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ha generado una mayor inestabilidad laboral que ha castigado especialmente a


los colectivos ms dbiles y, en ltima instancia, ha consolidado, a travs de
un mercado secundario que se nutre de jvenes, mujeres y trabajadores no cualificados, la reproduccin de pautas sociales discriminatorias.
En cambio, desde el campo empresarial, el recurso a la temporalidad y el
abuso en la sustitucin de trabajadores fijos por temporales, ha sido justificada por razones estructurales. Para muchas empresas, el recurso a la contratacin temporal ha permitido reducir costes y obtener precios ms competitivos en un mercado cada vez ms exigente. Es decir, determinados sectores
empresariales han apostado claramente por un marco competitivo basado en los
bajos costes salariales, con la consiguiente renuncia a adoptar una estrategia
de futuro verdaderamente slida y sustentada en la mejora de la calidad de los
productos, en la incorporacin de nuevas tecnologas y, sobre todo, en la formacin y calificacin de sus trabajadores.
En ltima instancia, las nuevas formas de contratacin temporal han sido
incapaces de alcanzar otro de los objetivos para las que fueron diseadas: la
erradicacin de las grandes bolsas de trabajo sumergido que caracterizan a
nuestro sistema productivo. En un gran nmero de casos, la temporalidad ha
tendido a combinarse con el trabajo sumergido, lo que ha provocado que
muchos trabajadores alternen contratos temporales con periodos de trabajo
sumergido, en funcin de la coyuntura econmica y de la cuenta de resultados de la empresa. Esta prctica, relativamente usual en las empresas de pequeo tamao, e indirectamente propiciada por la gran empresa a travs de la subcontratacin, ha contribuido al crecimiento de un segmento marginal, a caballo
entre la economa legal y la sumergida, que constituye una oferta de mano de
obra muy flexible que acepta, con gran resignacin, condiciones de trabajo
irregulares o muy cercanas a la frontera de la ilegalidad.
3. Riesgos productivos y nuevas estrategias ecoambientales
3.1. La modernizacin ecolgica5
Esta teora, originaria del socilogo alemn Joseph Huber, entiende la modernizacin ecolgica como la tercera y ltima fase del desarrollo histrico de la
sociedad industrial de Europa occidental. Bsicamente, este concepto que aparece a partir de la dcada de los ochenta, presupone una nueva lectura de los
principios tradicionales del sistema industrial y productivo, que, en su proceso evolutivo, va incorporando las nuevas teorias ecolgicas. Asimismo, la teora de la modernizacin ecolgica ha sido desarrollada por otros autores, prin5. Ver: Geert SPAARGAREN y Arthur P. J. MOL (1992). Sociology, Environment, and Modernity:
Ecological Modernisation as a Theory of Social Change. Society and Natural Resources, 5:
323-344; Arthur P. J. MOL (1995). The refinement of Production: Ecological Modernization
Theory and the Chemical Industry. Utrecht, Holanda: International Books; Peter CHRISTOFF
(1996). Ecological Modernisation, Ecological Modernities. Environmental Poltics, 5(3):
476-500.

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cipalmente alemanes y holandeses, como Arthur Mol (1995), que aplica el


marco conceptual de estos principios tericos para analizar y explicar los cambios acaecidos durante los ltimos aos en la industria qumica. Para este autor,
la ciencia est adquiriendo un gran protagonismo en las nuevas estrategias
industriales, de la misma manera que los procesos de produccin y consumo
se fundamentan con mayor frecuencia en criterios ecolgicos tales como: el
anlisis del ciclo de vida de los productos, el reciclaje o las nuevas tecnologas
verdes. En este contexto, las ONG ambientalistas tambin han experimentado un cambio importante en sus estrategias, sustituyendo paulatinamente la
confrontacin por el dilogo y la negociacin directa con los agentes econmicos. Por ltimo, y ste es un punto muy importante a tener en cuenta, ante
los crecientes problemas ambientales causados por la industria, la modernizacin ecolgica se erige como un modelo alternativo al proceso de desindustrializacin que, como consecuencia de sus repercusiones econmicas y laborales, goza de muy poca aceptacin popular.
Sin embargo, tambin es preciso destacar la existencia de voces crticas que
afirman que los tericos de la modernizacin ecolgica dibujan un panorama
excesivamente optimista del proceso de cambio y de la evolucin de la sociedad industrial, valga como ejemplo la visin pesimista de Beck, e incluso llegan a afirmar que el marco conceptual de la modernizacin ecolgica puede
llegar a legitimar, en parte, la persistente degradacin ambiental derivada del consumo y de la produccin industrial de masas. Es una visin, evidentemente,
crtica con la teora de la modernizacin ecolgica que, adems, considera que
las bases tericas propuestas tienen poca correspondencia con la realidad del
proceso evolutivo industrial y productivo de la sociedad moderna.
3.1. Principales estrategias ecoproductivas
El rpido desarrollo tecnolgico y cientfico de las ltimas dcadas, ha provocado un intenso proceso de crecimiento econmico del capitalismo, que, paralelamente, ha propiciado la aparicin de nuevas formas de concienciacin y
de percepcin social del riesgo ante los numerosos daos que el sistema productivo est provocando a nuestro planeta. Los grandes grupos empresariales,
conscientes de esta realidad, no han tardado mucho en elaborar nuevas estrategias tendentes a mejorar su imagen y a disminuir el impacto de su actividad
sobre el medio natural.
Desde mediados de los aos ochenta, las polticas ambientales han ido
ganando peso en el diseo de las estrategias empresariales. Desde luego, el
medio ambiente no ha logrado el rango prioritario que poseen otras reas de la
actividad empresarial (produccin, finanzas), pero la realidad ecolgica, en
mayor o menor medida, parece que empieza a formar parte de los principales
ingredientes de una correcta receta empresarial.
La nueva normativa ambiental emanada desde la Unin Europea, el
Gobierno central y los gobiernos autnomos ha ejercido, en los ltimos aos,
una influencia notable sobre las estrategias empresariales, no slo por su carc-

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ter punitivo, sino, tambin, porque indica una direccin clara, una estrategia
ambiental de futuro que todas las empresas debern adoptar, a medio y largo
plazo, si no quieren quedar excluidas del mercado. En este sentido, el avance
ms significativo ha sido la implantacin en muchas empresas de una estrategia comn de eliminacin de residuos industriales. Este proceso, que a simple
vista no parece revestir mucha importancia, constituye en s mismo un paso
decisivo en la normalizacin de la gestin ambiental de las empresas, puesto
que, por una parte, supone un firme avance hacia una prctica legal de la gestin de los residuos industriales y, por otra, permite trasladar por primera vez
al precio final del producto algunos de los costes ecolgicos que, con anterioridad, siempre haban sido externalizados.
Esta prctica legal de la gestin de los residuos an est lejos de alcanzar a
la totalidad de las empresas, y constituye un primer paso que, necesariamente,
debe conducir hacia objetivos ms ambiciosos, como la aplicacin de estrategias preventivas que ataquen en origen a los procesos contaminantes. La realidad
muestra que pocas empresas han adoptado soluciones preventivas y que la
mayora se resiste a variar los procesos productivos si stos no estn suficientemente amortizados o si no contribuyen a reducir los costes de produccin. En
verdad, solamente los grandes grupos empresariales, que poseen un sistema de
gestin ambiental ms avanzado, ponen en prctica la estrategia preventiva,
mientras que el grueso de las empresas difcilmente va ms all de lo prescrito
por la ley si no va acompaado de una poltica clara de subvenciones, lo cual
lleva a concluir que, aunque exista un nmero creciente de empresas que estn
dispuestas a incorporar tecnologas limpias en sus sistemas productivos, este
proceso slo se acelerar cuando su introduccin compense econmicamente
a las empresas o si el estado refuerza el marco regulador.
La aplicacin de una correcta gestin ambiental tambin supone un menor
gasto de recursos primarios y energticos y un mejor aprovechamiento de stos.
Esta mayor eficiencia productiva es valorada muy positivamente por las empresas y es uno de los argumentos que ms influye en el desarrollo de las buenas
prcticas ambientales. No obstante, no hemos de perder de vista que, para las
empresas de mayor tamao, adems de la eficiencia productiva, existen otros
factores que influyen significativamente en el diseo de la gestin ambiental.
En primer lugar, se suele relacionar buena gestin ambiental con competitividad empresarial, resaltando nicamente los aspectos positivos de este binomio. Sin embargo, en el campo empresarial, muchas veces pesan ms los aspectos negativos que los positivos. Una correcta gestin ambiental puede constituir
un factor positivo de competencia e, incluso, puede revertir en un incremento de las ventas, aunque su plasmacin en la realidad es difcil de medir, porque en las estrategias comerciales de las empresas intervienen muchos factores, adems del ambiental. Pero lo cierto es que una mala gestin ambiental
necesariamente conlleva problemas que, a medio y a largo plazo, puede obligar a una empresa a tener que asumir responsabilidades econmicas, administrativas e incluso penales. El marco legal vigente en los pases desarrollados
sanciona, con mayor o menor dureza, la contaminacin del medio ambiente con

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multas e importantes indemnizaciones. Adems, son acciones que provocan


un fuerte rechazo social que, generalmente, siempre acaba lesionando los intereses econmicos de las empresas y que, en casos extremos, puede significar
un desplome burstil6 o, incluso, puede entraar el ingreso en prisin de directivos y empresarios7. As pues, es la interpretacin negativa la que tiene mayor
peso en la argumentacin general, no la positiva. Pesan ms los problemas que
se derivan de una mala gestin ambiental que los beneficios asociados a la
misma. En este sentido, el creciente control por parte de la Administracin,
el aumento de la cuanta de las sanciones por actividades contaminantes y la
inclusin en el nuevo cdigo penal del delito ecolgico, son elementos claramente disuasorios que influyen notablemente en la conducta ambiental de las
empresas.
En segundo lugar, la imagen de empresa, la competitividad derivada de la
implantacin de tecnologas limpias y las nuevas oportunidades de negocio
que brinda la economa verde, son factores que tienen una importancia creciente en las estrategias empresariales. Para las grandes empresas, la imagen es
un elemento de vital importancia que est ntimamente relacionado con la
competitividad. Las empresas, estn instaladas en suelo europeo, norteamericano o en pases perifricos, necesitan mantener una buena imagen, porque
sus principales mercados se localizan en los pases desarrollados. Cualquier desliz ecolgico, cualquier efecto negativo o perverso del que se hagan eco los
medios de comunicacin o las principales organizaciones ecologistas, puede
entraar una prdida sustancial de cuota de mercado. Este nuevo escenario,
inexistente hasta finales del siglo XX, ejerce un poderoso efecto disuasorio sobre
las grandes corporaciones, especialmente las multinacionales, que las obliga
necesariamente a compaginar imagen, competitividad y gestin ambiental.
En tercer y ltimo lugar, el respeto al medio ambiente y la aplicacin de
una correcta gestin ambiental, no slo permite una ms elevada competitividad empresarial, sino que, adems, se est convirtiendo en una importante
barrera de entrada al mercado. La paulatina introduccin de la ecoeficiencia
y la bsqueda de nuevos mtodos tecnolgicos que reduzcan la emisin de
contaminantes, son objetivos que responden a una sustantividad muy concreta que asume, por una parte, la existencia de un problema que debe resolverse y que, por otra, genera un conjunto de nuevas expectativas empresariales que estn configurando un nuevo marco competitivo basado en una doble
estrategia. La primera, descansa en el negocio emergente que representa la produccin y comercializacin de nuevas tecnologas ms limpias. Y la segunda,
se deriva de la aplicacin de las nuevas directivas comunitarias en materia
ambiental, que, adems de profundizar en la preservacin del medio, estn
6. La enorme contaminacin causada en el entorno de Doana por el desplome de la presa
de contencin de la mina de Aznalcllar, provoc una cada burstil superior al 20% de la
empresa propietaria, la sueca Boliden.
7. El ingreso en prisin, en 1997, del empresario Puigner por delito ecolgico es una muestra de ello.

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facilitando indirectamente la puesta en escena de un nuevo dispositivo competitivo que acta como proceso de exclusin y que, a medio plazo, contribuir a expulsar del mercado a aquellas empresas que no se adecuen a las nuevas prerrogativas ecocompetitivas.
3.2. Caminamos hacia un nuevo modelo productivo?
La duda de si nos hallamos ante un proceso de interiorizacin de lo ecolgico
o, por el contrario, ante una inteligente estrategia de mercado, es uno de los
interrogantes que nos podemos plantear con mayor insistencia. Estamos viviendo la aparicin de un modelo de produccin con implicaciones ecolgicas? o
no es ms que una simple amalgama de mercadotecnia ecolgica y de soluciones tcnicas? Lo ms probable es que estemos entrados en una fase de concienciacin (relativamente) proambiental, por parte del colectivo empresarial,
al tiempo que las estrategias productivas an siguen caracterizndose por un
escaso compromiso ambiental.
No obstante, a la luz de los datos y de las investigaciones realizadas, parece
posible dibujar una tendencia de gran calado. La pesada maquinaria del sector
productivo parece que empieza a moverse lentamente hacia una dinmica econmica ms respetuosa con el medio natural. Estamos ante un proceso de transicin lento, asimtrico y con numerosos altibajos, donde unos sectores econmicos avanzan con mayor rapidez, otros se encuentran en la parrilla de
salida y, por supuesto, algunos siguen instalados en la prctica de actividades altamente contaminantes. Una prueba de esta mejor disposicin ambiental, especialmente en el sector de la gran industria, es el marcado inters que sta muestra por desvincular las nuevas prcticas ecolgicas de las estrategias comerciales
a corto plazo y por correlacionar positivamente gestin ambiental con estrategia de supervivencia y xito de la empresa a largo plazo. Pero esta realidad no
debe hacernos olvidar que siguen existiendo enormes diferencias entre las polticas ambientales aplicadas segn el sector y el tamao de la empresa, y que el
marco regulador y la presin social son los principales o nicos estmulos que ejercen influencia sobre las estrategias productivas de muchas empresas.
Con toda seguridad, el principal motor de cambio de la industria y de las
empresas procede de la propia sociedad (en especial, de la militancia ambientalista y ecologista) y tiene un carcter eminentemente sociocultural. En la
Espaa de hace treinta aos, exista una plena identificacin entre progreso
econmico e industrializacin, y la externalizacin de los costes ecolgicos
generados por las industrias apenas provocaba rechazo. Es ms, muchos estaban convencidos de que ste era el precio a pagar por el desarrollo econmico.
Sin embargo, en las ltimas dcadas, el panorama ha experimentado un profundo cambio. Por fin, la sociedad ha dejado de identificar desarrollo con
industrializacin y la ciudadana se muestra cada vez ms crtica e intolerante
con la contaminacin. Esta nueva percepcin social est teniendo importantes
repercusiones sobre el aparato productivo. Las industrias y las empresas en
general, a riesgo de quedar apeadas de la competicin, se estan viendo obliga-

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das a dar una respuesta satisfactoria a una nueva exigencia social: producir pero
contaminando mucho menos. Muchas empresas, sobre todo las ms grandes,
empiezan a adoptar medidas ambientales correctoras con vistas a situarse en
una posicin de ventaja respecto a sus competidoras y, algunas, las menos an,
han empezado a comprender que la funcin socioecolgica de las empresas
ser una de las claves futuras del xito empresarial.
En este sentido, el nuevo marco competitivo es un elemento decisivo a la
hora de analizar la integracin de la esfera ecoambiental en la cultura de empresa, pero no el nico. Por una parte, es necesario huir del engao de la autorregulacin de los sectores empresariales y reforzar la capacidad de control del
estado, como nico mtodo para conseguir que todas las empresas respeten la
normativa ambiental. Y, por otra parte, cabe esperar que, a largo plazo, la ciudadana pueda exigir a las empresas un mayor esfuerzo en la preservacin del
medio natural (de hecho, ya se observan algunos indicios), de manera que es
posible que, en el futuro, la pequea o nula contaminacin de las instalaciones
productivas ya no sea una garanta de xito, sino una exigencia de supervivencia empresarial.
4. Conclusiones
Es indudable que el intenso desarrollo econmico que se ha producido a lo
largo del siglo XX, ha transformado nuestras sociedades y ha permitido que
gocemos de niveles de bienestar inimaginables a principios de siglo. Sin embargo, nuestro progreso social, fruto del proceso de modernizacin de la sociedad capitalista industrial, ha ido acompaado de un significativo incremento
de riesgos o peligros consustanciales al propio desarrollo tecnoeconmico y
a la produccin de bienes y servicios.
A lo largo de la dcada de los ochenta, la sociedad del riesgo empieza a ser
netamente percibida por una parte importante de la poblacin, que presiona
con fuerza a los poderes pblicos para que los riesgos de la sociedad postindustrial sean objeto de un intenso debate social. La moratoria nuclear, la creciente legislacin ambiental, el control de las emisiones contaminantes de vehculos e industrias o el endurecimiento de las normas de seguridad de la industria
qumica, son algunos ejemplos que muestran como la sensacin de inseguridad
o de peligro experimentada por la poblacin, ante amenazas que no controla,
obliga a las instituciones pblicas a tomar decisiones tendentes a reforzar la
seguridad de los sistemas productivos.
En este contexto, el principio de precaucin, formulado por primera vez en
la Conferencia de Estocolmo de 1972 y que, en la actualidad, constituye uno de
los principios rectores de la poltica ambiental de la Unin Europea8, viene a
8. El artculo 130.2 del Tratado de Maastricht indica: La poltica de la UE en el mbito del
medio ambiente tendr como objetivo alcanzar un nivel de proteccin elevado, teniendo
presente la diversidad de situaciones existentes en las diferentes regiones de la UE. Se basar
en los principios de precaucin y de accin preventiva, en el principio de correccin de los

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decir, bsicamente, que los problemas ecolgicos y sanitarios, especialmente los


de mayor repercusin, hay que preverlos de antemano e impedir que lleguen a
materializarse, ya que muchos de ellos pueden tener un carcter irreversible e
irreparable (Aguilar, 1997). La esencia del principio estriba en la necesidad de
actuar anticipndose a los problemas, incluso en ausencia de pruebas concluyentes del dao y, sobre todo, si hay incertidumbre cientfica sobre los nexos
causales en juego (Sempere, Riechmann, 2000). En este sentido, el principio
de precaucin puede constituir una adecuada poltica de seguridad preventiva,
siempre y cuando prevalezca la precaucin sistmica sobre la individualizada.
Es decir, las polticas pblicas deben rehuir las estrategias clsicas del riesgo que
defienden la libre comercializacin de productos, sin apenas trabas, si stos
superan unas pruebas limitadas en el espacio y en el tiempo que demuestren la
no afectacin a la salud pblica o al medio ambiente. En cambio, la precaucin sistmica es mucho ms sostenible, porque est basada en escalas de tiempo mayores, en relativas certezas y en un espacio social y ambiental de mayor
amplitud. La precaucin tiene una relacin directa con la seguridad, de manera que la falta de certezas cientficas no debe usarse como razn para relajar los
controles pblicos o para postergar medidas que protejan nuestra salud o que
impidan la degradacin del medio natural. Ms bien lo contrario, la precaucin exige un estado activo, impone una actitud vigilante y estimula una prudente anticipacin destinada a identificar posibles riesgos catastrficos.
As pues, la clave de todo el proceso consiste en disear un modelo de desarrollo que permita combinar el crecimiento de la riqueza y del bienestar social
con la preservacin del medio natural y la asuncin de unos niveles suficientes
de seguridad ecolgica, sanitaria y social. En este contexto, la idea del desarrollo sostenible, concepto que por primera vez puso de relieve la existencia
de riesgos presentes y futuros como consecuencia de la actividad humana,
puede facilitar la transicin hacia un futuro modelo de sostenibilidad. Sin
embargo, para que este trnsito llegue a buen puerto, es necesario tener presentes dos factores de gran calado.
En primer lugar, hemos de aceptar que toda actividad humana tiene un
coste ambiental que, de una manera u otra, debe ser amortizado. La sociedad
puede pagarlo con costes de prevencin y de correccin de la actividad productiva, o bien costearlo a travs del aumento del presupuesto sanitario o de las
partidas destinadas a la recuperacin y descontaminacin de espacios naturales degradados. Es una cuestin de eleccin en la que todos debemos participar. Una posible respuesta, la ms usual, consiste en la socializacin de costes,
de forma que la responsabilidad de la problemtica ambiental y de la salud
pblica recae sobre el conjunto de la sociedad. De hecho, la mayora de la
poblacin sigue asumiendo con naturalidad que la contaminacin derivada
del proceso productivo es una responsabilidad compartida, ya que todos nos
atentados al medio ambiente, preferentemente en la fuente misma, y en el principio de que
quien contamina, paga.

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beneficiamos de la riqueza generada por la produccin y, por lo tanto, es plausible que sea la sociedad, a travs de los presupuestos del estado, la que asuma
los costes ambientales y sanitarios derivados del desarrollo econmico y de la
produccin9. No obstante, parece mucho ms lgico enfocar el debate desde una
perspectiva diferente, que apueste por una frmula que potencie las tecnologas
limpias y que grave las producciones y los consumos de aqullos que ms contaminan, evitando, de esta forma, que sea el conjunto de la sociedad la que
deba pagar los costes ambientales de la produccin. En este sentido, una posible solucin consistira en la integracin de los costes ambientales en el ciclo vital
de los bienes de consumo, de manera que su precio refleje todos los costes,
incluidos los ecolgicos, con el objetivo de impedir su externalizacin.
En segundo lugar, cabe sealar que las pautas impuestas por los mecanismos
de mercado configuran un modelo econmico totalmente capacitado para limitar las emisiones contaminantes, para erradicar los vertidos incontrolados e, incluso, para adaptar las lneas productivas a un tipo de produccin ms limpia. Pero,
en cambio, es un sistema incapaz de orientarse hacia la sostenibilidad, puesto
que tiende a primar los intereses econmicos a corto plazo en detrimento de las
decisiones de inters general, que precisan del largo plazo. Los factores que alientan esta tendencia se fundamentan en tres principios: la resistencia de los mecanismos de mercado a interiorizar las externalidades negativas que l mismo genera, el escaso peso de la iniciativa poltica de los gobiernos, que se ve reducida al
corto plazo por la dinmica electoral y las fuertes presiones ejercidas por los grandes grupos industriales y, en ltima instancia, el creciente abismo que separa la
estructura de decisiones de la sociedad industrial y el carcter planetario de sus efectos secundarios. Esta disonancia, que genera lo que Beck define como sociedad
mundial de riesgo, pone de manifiesto la incapacidad de los gobiernos para resolver el problema y evidencia una profunda crisis institucional de la vieja modernidad industrial de los estados nacionales (Beck, 1998).
Evidentemente, el estado desempea un papel activo en el campo ambiental,
aunque su aportacin, a riesgo de incurrir en una excesiva simplificacin, se
limita a elaborar leyes orientadas a controlar y sancionar los niveles de contaminacin y los vertidos incontrolados, adems de crear la infraestructura necesaria para almacenar (vertederos), incinerar o potenciar la valorizacin y posterior recolocacin de aquellos desechos que sean susceptibles de ser aprovechados.
Al margen de estas consideraciones, y salvo alguna excepcin, los estados toman
pocas iniciativas y se muestran remisos a adoptar medidas de carcter poltico que
reconduzcan la situacin, por temor a colapsar el sistema econmico. En realidad, esos mismos estados aceptan plenamente la vigencia del crecimiento eco9. Las miles de toneladas de residuos txicos depositados por Erquimia en el cauce del ro
Ebro o la montaa de residuos salinos procedentes de las minas de potasa de Sallent, son ejemplos gravsimos de contaminacin provocados por empresas privadas, y cuya limpieza se
financiar a travs de dinero pblico. Es decir, dicha socializacin de costes implicar que
sea toda la sociedad la que, a partir de fondos pblicos, financie la limpieza del foco de
contaminacin.

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nmico como nico motor de bienestar, y encubren en la compleja coordinacin de las polticas ambientales de mbito mundial, la evidente subyugacin
de lo poltico y lo social a lo econmico, que deja en manos de las empresas, la
tecnologa y el mercado la resolucin de los desequilibrios ecolgicos.
Esta falta de reflejos de los organismos pblicos, que se repite en otros
rdenes, como el empleo, tiene como principal consecuencia la prdida de la
iniciativa poltica a manos de grandes grupos industriales y financieros, que,
a travs de la globalizacin econmica, influyen de manera poderosa, tanto
en las polticas econmicas como en los procesos de desregulacin de las economas occidentales, lo que genera situaciones no exentas de graves riesgos
ambientales.
La pujanza y el crecimiento de estos grupos empresariales, en un contexto
econmico mundializado, entraa el riesgo de una subordinacin clara de las
polticas pblicas ambientales a unos determinados intereses econmicos que,
incluso, pueden llegar a condicionar los ritmos y los objetivos diseados por
los gobiernos en esta materia. A modo de ejemplo, es evidente que, si no media
una intervencin poltica contundente, las industrias petroleras o las elctricas difcilmente desarrollaran de motu proprio programas serios de investigacin en nuevas energas alternativas. Ms bien lo contrario, presionarn a todas
las instancias polticas posibles para impedir cualquier paso hacia delante, como
ha sucedido con la negativa de la Administracin Bush a ratificar el Protocolo
de Kioto. La experiencia demuestra, y existen mltiples ejemplos de ello, que
solamente cuando existe una norma que obliga, en una fecha determinada, a
reemplazar un determinado tipo de energa por otra, es factible iniciar un proceso de sustitucin. En cambio, si la sociedad y el poder poltico depositan,
en los mecanismos de mercado o en las empresas, la responsabilidad de la iniciativa ambiental, nos podemos encontrar con que los progresos en esta materia avancen al ritmo que el sector econmico determine, y no en funcin de
la disponibilidad tcnica o de las necesidades sociales del momento.
Es evidente que, muchas veces, los estados se muestran impotentes para
hallar soluciones, porque anteponen los intereses nacionales a los de carcter
mundial y porque la resolucin del problema pasa necesariamente por la creacin de instituciones supranacionales que tengan capacidad, no solamente
para sancionar los comportamientos ecolgicamente incorrectos, sino tambin
para iniciar un proceso de reflexin sobre las bases del modelo econmico y
de las instituciones en general. Una buena prueba de estas limitaciones la
encontramos en los continuos fracasos de las cumbres ambientales celebradas
hasta el momento presente y que, salvo algunas excepciones10, siempre han
finalizado con declaraciones de escaso contenido poltico que, al cabo de los
aos, deben ser revisadas a la baja para poder permitir que las naciones ms
desarrolladas y ms contaminantes se avengan a suscribir un nuevo acuerdo
10. Un buen ejemplo sera el Protocolo de Montreal (1987), que regula la desaparicin de las
emisiones de CFC durante el periodo 1996-2010, o el Tratado de la Antrtida (1993), que
prohbe hasta el 2040 cualquier actividad minera en el continente.

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que, probablemente, volvern a incumplir en el futuro11. Esta dinmica que


hurta la solucin al problema y muestra la impotencia de los gobiernos ante
la ciudadana, slo se transformar cuando exista una voluntad poltica clara de
conceder a la sostenibilidad un rango de inters general similar al que ostentan
los intereses econmicos que orientan a la poltica mundial. No obstante, y a
pesar de las evidencias cientficas o de la fuerte presin ecologista, la realidad
nos muestra que an resta un largo camino hacia la sostenibilidad y que los
mecanismos utilizados en el presente sern intiles en las prximas dcadas,
si no se acomete con rigor un proceso de transformacin que, por una parte,
facilite la planificacin de los mecanismos de mercado y que, por otra, permita elaborar un marco o un orden superior que seale, a todos los niveles,
los lmites trazados por la sostenibilidad.
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11. En la Conferencia de Ro (1992), los pases firmantes acordaron reducir, para el ao 2000,
la emisin de CO2 a los mismos niveles de 1990. En la conferencia de Berln (1995), se
constat el fracaso de esta medida y, salvo el compromiso de algunas naciones europeas
para reducir voluntariamente sus emisiones, no se alcanz ningn acuerdo de alto contenido. En la Conferencia de Kioto (1997), los resultados tampoco fueron muy halageos.
Despus de intensas negociaciones, los pases desarrollados se comprometieron a reducir
sus emisiones en un 5,2% de media, respecto a los niveles de 1990 y 1995, entre el 2008 y
el 2010. El acuerdo afecta a seis gases y las cuotas fijadas contemplan una reduccin del
8% para la UE y otros pases europeos, un 7% para Canad y EE.UU. (ste ltimo no ha
ratificado el protocolo) y un 6% para Japn. Rusia queda obligada a estabilizar sus emisiones mientras que los pases en vas de desarrollo podrn seguir incrementando sus emisiones hasta el 2010.

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