Análisis de "Qué Es La Historia", de E.H.Carr. Autores Varios
Análisis de "Qué Es La Historia", de E.H.Carr. Autores Varios
Análisis de "Qué Es La Historia", de E.H.Carr. Autores Varios
Carr
Autores: Juan de Dios del Pozo Vzquez, Jess Gibello Osuna, David Izquierdo Barco, Joel
Andrs Lloret Vargas, Sara Parra Silgado y Enrique Pineda Gonzlez
Como breve prefacio a este extenso escrito, debemos elogiar al historiador que emplea su tiempo
de exposicin, ante el respetable que se congregaba en las conferencia en que toma parte, en
explicar no slo cul es su objeto de estudio, qu cualidades son intrnsecas a su oficio, si no qu es
esa entidad abstracta de imposible definicin cuyo encanto le cautiv para no poder nunca
abandonarla, pese al escaso reconocimiento de que goza su labor, causa ltima de muchas de las
pugnas que sostiene en esta obra efmera en extensin, pero cuyo calado en la disciplina que la
protagoniza es an perceptible hoy da, ms de medio siglo despus de su exposicin y posterior
publicacin en ese ambiente tan frtil para la metodologa historiogrfica que es Inglaterra, que en
nada ha de envidiar a Francia o Alemania. Como el propio autor afirma, gran parte del crdito de
una obra que verse sobre la Historia radica en la entidad del nombre del literato (Por qu hemos de
renegar de este bello trmino?) que figure en la tapa, sin que ello implique justificar el tan manido
principio de autoridad que nos impelen a renegar con certera aseveracin. Pero el trabajo
precedente del autor resulta capital a la hora de valorar el ejemplar que tenemos en nuestra manos,
trnsito vital incluido. As, el britnico Carr naci en el seno de una familia acaudalada en los
compases finales del siglo XIX, un aura comprobable en su inequvoca flema, que ni siquiera
desaparece traduccin mediante, y que podra ser entendida como un ejercicio de estilo en el que el
autor plasma la pedantera que le es consustancial. No es algo peyorativo. Su habilidad con la pluma
es admirable, pero en algn momento resulta excesiva y desvirta lo lacnica que debera ser la
respuesta que adjuntar a la omnipresente pregunta, que bien podramos decir, no figura en ningn
lado de forma taxativa, a lo sumo se incide en la nocin de dilogo entre pasado, presente y futuro,
con el historiador como herramienta no renuente a su uso en tal digna batalla, una confrontacin
contra el olvido y la tergiversacin interesada que de los hechos que componen la Historia se puede
hacer, en bsqueda perenne de alguna justificacin ante los excesos. Persistiendo en el personaje,
era un profundo conocedor de la cultura rusa, a la que dedic multitud de obras, en especial del
perodo que sucede a la Revolucin de 1917, pues es ntida su filiacin poltica, si bien nadie lo
incluye entre los integrantes de la Historiografa marxista anglosajona que le fueron coetneos, ya
que su desarraigo ante los crmenes cometidos lleg a inculcarle un repudio explcito, mxime tras
su carrera diplomtica que le llev a participar en las Conferencias de Paz desarrolladas tras el bito
de la Gran Guerra.
Se podra tildar de aportica la obra, pues no hallamos en l solucin al enigma que se nos plantea.
Ms bien, denigra la concepcin de la disciplina que en el pasado tuvieron algunos ilustres
historiadores, as como los que a comienzos de los aos sesenta del siglo pasado se podan
enumerar como seguidores de los primeros, insertos en ideologas tales como el liberalismo y su
complacencia congnita que les impide, en palabras de Carr, realizar preguntas incmodas, o los
conservadores que extendan sus tentculos entre las ctedras de las prestigiosas universidades del
noreste norteamericano, all donde habita la hiedra. Pero no es una cuestin poltica la que enerva a
Carr, no, es que todava en dicho momento veneraran los hechos, rindindoles culto como herencia
del autor que Carr defenestra, Ranke, ya que lo importante son las interpretaciones de los actos
humanos y los acontecimientos que conforman el relato comn de todos, no el suceso en s, ya que
la impronta del historiador es indeleble, y en ltima instancia, debe acometer el traumtico instante
de la purga, de la seleccin de los hechos que merecen someterse al microscopio del que se vale el
cientfico de las Letras y las peripecias de sus congneres por el planeta. Pero yerra con estrpito al
justificar la extrapolacin de la visin actual del mundo hacia lo pretrito, ya que si bien la funcin
de la Historia debe ser la extraccin de lecciones para su aplicacin en el futuro, cada cul es
vstago de las vicisitudes que le ha tocado vivir o padecer, y esto nubla el juicio de aqul que
intente imponer su forma de pensar a los sujetos que protagonizan los actos objetos de estudio.
Debemos deplorar la toga que algunos buscan imponernos como prenda fetiche, pues no somos
rbitros moralistas que han de valorar el comportamiento de los grandes hombres que tan poco
agradan a Carr. Somos hijos de nuestro tiempo, incluidos bastardos por propia conviccin que
reniegan de su partida de advenimiento, pero esto no es bice para valorar lo precedente
atenindonos a las circunstancias del momento, como un contexto inmarcesible al que el hombre no
puede escapar. La atractiva idea del dilogo como conversacin entre pasado y presente es fcil de
asimilar, pero no debemos infligir el grave dao que supondra nuestra visin perniciosa sobre un
medio y una realidad que nos son ajenos. Tras un largo epgrafe en que repudiamos nuestra
conversin en partcipes de un arcontado que juzgue a los grandes hombres, lo cierto es que Carr no
hace lo propio con sus colegas, si bien es difcil de inferir el ms mnimo viso de amistad por
algunos de sus compaeros de oficio. Se toma la molestia y diligencia, con la autoridad que l
mismo se arroga, de mensurar la vala de los mismos y sus trabajos, atendiendo para ello a criterios
ideolgicos o reprendiendo lo vetusto de los preceptos que rigen la metodologa y espreos fines de
algunos de ellos, rozando lo iracundo en lo tocante a liberales complacientes con su posicin o a
conservadores que ponderan, errneamente en este caso, una sana redaccin de la Historia. Nadie
es soberano en este campo, menos despus de abolida la consideracin tcita que algunos reciban
slo por su nombre, por lo que su aprecio por unos, y oprobio por otros, alcanza cotas de arrogancia
que no son permisibles: el lector, previo pago, pues para eso goza de salud el gnero en otras
latitudes que no son las nuestras, puede dar rienda suelta a sus fobias y filias, pero no as un
profesional al que se le presupone una imparcialidad de la que Carr prescinde en la obra, tema
polmico que pasa de ser axioma ineludible a omisin deliberada, devaluando en demasa el bello
inters que prometa ser protagonista del libro, pero que pierde fuerza con el paso de las pginas
para asemejarse a un boletn propagandstico de quines comparten sus mismos mtodos de trabajo
y pensamiento, que prima al grueso poblacional y renuncia al ideal caduco del relato escrito por y
para los hombres clebres.
Representante del sibilino arte florentino, sorprende su desdn hacia los nclitos personajes que
pueblan las crnicas, pues su papel de mediador en las disputas internacionales viene dado por la
eleccin externa en su favor, y su intercesin como hombre destacado lo lleva a ocupar las doradas
pginas de los anales histricos. Cierto que el silencio imperante en torno a estratos humildes de
muchas pocas es tendencioso y falso, pues tomaron un papel capital en sucesos cuya incidencia ha
sido minusvalorada por quin traslada lo acontecido, en su mayora autores que buscan el
beneplcito de generaciones venideras, pero no se puede excluir a los individuos que dentro de la
masa, partiendo algunos desde posiciones privilegiadas en lo social, se erigen en protagonistas de
los hechos ms remarcables de un perodo histrico. l mismo, dentro de la Historia, sera admitido
en un hipottico Saln de la Fama, como prestigioso integrante al que agradecer sus contribuciones
a la disciplina a la que consagr su vida. Le producen urticaria las grandes figuras, porque su
inclusin implica el abandono del relato social compartido, no entendiendo que su mencin es
inherente a que destacaron dentro de un conjunto, pero el ser no posee entidad propio sin la
influencia colectiva que le aqueja, devolviendo a la vaga reminiscencia del hijo de su tiempo. Se
obceca y tropieza, con profusin, con su prejuicio poltico, pues la base de su pensamiento es la
conciencia de clase adquirida mediante la razn inducida, desterrando el ms mnimo atisbo de
independencia o autonoma en la obtencin de la misma, casi como un artefacto fabril que se puede
exportar y cuya produccin se acomete en las factoras occidentales. Choca con su arquetipo
marxista, ya que parece otorgar una descarada y grosera preeminencia a Europa, a uno y otro lado
del charco, colonias penitenciarias en las Antpodas incluidas, como motor de la emancipacin del
hombre de sus anticuadas prcticas supersticiosas. La razn no es un bien, y menos an es maleable
y est sujeta a las apetencias de quines la exportan al naciente Tercer Mundo. Pero sin duda, all
donde su disputa es febril y enconada es en lo referente a la incidencia del azar en la Historia. Un
breve dogma: el azar no existe, la estadstica, la probabilidad, lo han desentraado, incapaces de
predecirlo (que se lo digan a los tahres), pero reduciendo al ms esquivo de los agentes externos a
una simple relacin de guarismos de fcil comprensin. Su problema, el de Carr, es que caricaturiza
como asunto nimio algunos percances fortuitos, cuya consideracin no ha de exceder la de
ancdota, pero cuya incidencia es importante. No existe el azar, no nos es adversa la fortuna, porque
estos sucesos balades a primera vista estn tambin causados, no existe la causa incausada que los
telogos anhelan hallar como prueba fehaciente de la existencia de Dios. La relevancia de que
queramos revestir a los sucesos corresponde al historiador, siempre que ste quiera dar un declogo
de las mismas en estricta relacin jerrquica, pero no por excluir algunos porque nos resultan
intrascendentes para el devenir del acto a analizar, podemos retirarles su condicin de causa que a
su vez est causada. La suerte no tiene aqu cabida, pues eso supondra reconocer que quines para
s quieren atraerla, con prcticas supersticiosas, se encuentran en pleno uso de sus facultades. Por
ello, se puede afirmar con rotundidad que el accidente no es integrante de la disciplina, ni siquiera
cuando la parca hace y deshace por pura conveniencia el mapa europeo atendiendo a un macabro
juego de tintes fnebres, ya que esos decesos funestos estn causados por condicionantes que no
podemos ignorar, si bien muchos son chismes que debemos aborrecer porque no es el nuestro un
estudio que asemejar al de la prensa del papel cuch.
Otra idea importante se cita en algunos extractos de la obra, casi de forma furtiva, sin incidir con
ahnco en la misma. La propia prepotencia del humano contemporneo, algo implcito en todos
nosotros, que se considera en la cspide de una evolucin social, desde dnde vislumbra las afrentas
que unos y otros se infligen en el pasado. Por ello, nos atribuimos cierto halo de superioridad, como
elegidos por una historia cuyo prximo episodio se halla asido por nuestras decisiones. Esa
capacidad de elegir es reconfortante. El problema es que asumimos como algo tcito nuestra
superioridad sobre quines vivieron en el pasado o porque, quines conviven en este planeta en la
actualidad, no pueden acceder a la tecnologa y el desarrollo material que asumimos como
caracterstica ms destacable de nuestra civilizacin. Es por esto que, igual que exportamos la
razn, y casi como un complemento de sta, nos creemos con derecho a relatar la crnica de nuestro
mundo atendiendo slo a lo acontecido en esta extensa regin, ese mal endmico llamado
eurocentrismo cuya erradicacin se acomete con lnguida desidia. Carr llega a afirmar que la
Historia se inicia con la Escritura, y es verdico, siempre que lo contemplemos como lo qu es tal
aseveracin: la constatacin de una separacin arbitraria y artificial que hoy en da no se adecua a
nuestras demandas. Pensamos que el grado de consciencia sobre lo que nos rodea se ha
incrementado, pero no vara tanto de lo que ya ocurra en el pasado. La Historia, no como
disciplina, pero s como relato global compartido por todo aqul que se precie de pertenecer a esta
pestilente y maravillosa especie, se inicia con el primate erguido, capaz de dar pbulo a un acervo
memorstico que trasladar a la posteridad. La escritura es un mtodo fantstico de transmisin, pero
no debemos eludir la vala de la crnica oral como fuente, y por largo tiempo, como Historia vlida.
Tendemos a sobrestimar nuestra posicin regente sobre el hombre pretrito, pero bien podramos
asumir algunas enseanzas del pasado, pues es sta la razn por y para la que existe la Historia, algo
mucho ms importante que dilucidar una definicin que encaje en un diccionario, ya que en esto, el
mundo del arte nos lleva siglos de ventaja, capaz de plasmar en un lienzo, una talla o una pieza
musical lo que nosotros somos incapaces de circunscribir de forma concisa a la entrada de una
enciclopedia. Nuestra influencia sobre el tiempo es inexistente, s sobre el espacio, y es evidente la
rbrica del congnere que nos precedi en la superficie del planeta, a lo sumo su perdurabilidad ha
crecido por el impacto actual del avance material. Lo que no podemos negar, a pesar de nuestro
aprecio por quines, al margen de la Historia en lo temporal, pertenecen a estas sociedades arcaicas
en lo material, es que es en Europa donde toma forma el concepto de pertenencia a una entidad
mayor que la exigua comunidad, el pueblo, cuyo genio es en muchos casos protagonista de la
Historia, una teora clave en el desarrollo de la disciplina, y que en cierto modo, sin delirios
nacionalistas, sigue siendo clave en el porvenir. Aunque bueno, mnima resulta esta crtica en
comparacin con apartados que trataremos ms adelante en este anlisis colectivo de la obra, previo
debate de los integrante del grupo.
Uno de estos temas sera el de la objetividad. Es casi una demencia aludir a un mximo asptico en
cualquier disciplina, pues todos llevamos implcita la carga de pertenencia del hombre a su poca.
Para que extraer entonces lecciones de la Historia, si se puede inferir el resultado de nuestras
acciones, y relatar por escrito el augurio biogrfico de cada uno de nosotros, y de la Humanidad
como conjunto? Por suerte, esto no es as. Pereceremos sin desentraar todos los misterios de la
Naturaleza de la que formamos parte, por falta de tiempo y sapiencia, no porque sea esta tarea
imposible. La incapacidad no es negligencia, no es el reconocimiento de una inferioridad flagrante.
Tampoco debemos atacar vilmente a nuestros compaeros de bata blanca por este trauma jerrquico
y semntico que nos inocularon los docentes de la secundaria, pues nosotros tomamos como sujeto
de estudio al ms interesante de los seres que pueblan el cosmos, y solo con un ente, nos
equiparamos a los que dedican su vida, infructuosamente, al estudio del resto. Ningn mbito de
estudio es superior, todos en equidad de condiciones, en la ms estricta paridad, pues compartimos
la certeza de que es imposible alcanzar una verdad absoluta, pero esto no nos desilusiona, es ms,
supone un acicate, mxime para la Historia que protagoniza el, por suerte, indescifrable
comportamiento del predilecto conejillo de indias del tiempo, el hombre.
No ser la ltima vez que el autor descuelgue y porte el hbito de cruzado, pues su beligerancia
indmita no conoce lmites. Dada la omnipotencia que otorga a la conciencia, como rasgo particular
del hombre marxista, que integra el proletariado, no es extrao el ataque furibundo y su forma de
arremeter contra quines detestan la conciencia como constructo social impuesto hacia el individuo
por la sociedad que lo oprime. Pero es comprensible que existan personas que no concuerden con
esa tendencia del hombre a delegar sus responsabilidades y a ser intercalado dentro de un
organismo mayor, es decir, que no permanezcan impvidos ante su ms que probable eplogo vital
como seres gregarios. Por otra parte, en este momento, o en las dcadas inmediatamente anteriores,
gozaban algunos movimientos artsticos vinculados a la negacin del control de la conciencia sobre
la psique humana de gran aceptacin, caso del surrealismo que profetizaba sobre las bondades de la
escritura automtica. Aunque dicho movimiento y la escuela marxista (o los autores influidos por la
lectura de sus idelogos primigenios) compartan inquietudes polticas, en este caso se escenifica la
ruptura entre quines anteponen la conciencia de clase al resto de caractersticas que deben ser
apreciadas en un hombre, como parte imprescindible de su lucha de clases, que en lugar de incitar a
la cohesin, suponen la divisin explcita entre la base y quines haban venido ejerciendo el poder
por largo tiempo y de manera ininterrumpida. ste es sin duda el principal quebradero de cabeza de
Carr, que agita el dinamismo como tnica dominante en la poca que le haba tocado vivir, a
expensas de atacar como si de una rmora se tratase el estatismo, pues el propio planeta se mueve, y
con l los que lo utilizan de morada, el hombre que palpa a su alrededor el momento turbulento, a la
par que esperanzador, que est viviendo, donde muchas de las vetustas estructuras que le haban
anquilosado se disponan prestas a su crepsculo. Pero todos sabemos que el final de la historia no
es tan dichoso, pues quin haba preconizado un cambio de rumbo, merced a la prdida del timn
por las potencias anglosajonas, debi enfrentarse en vida al fracaso de no pocas revoluciones que
ejemplificaban la movilidad de un mundo sujeto al cambio, pero a cuya conclusin, no se
mostraban triunfos reseables. Esto es seguro perceptible en las obras de sus ltimos aos, una
sensacin de pesimismo, de negacin del mito ednico al que haban postrado sus ilusiones de
renovacin, donde la verdad sale a la luz con un poder devastador y l, acostumbrado a abrir
mltiples frentes, slo, en la lona, abandonado por el desvanecimiento de las leyendas del otro lado
que l mismo haba podido captar en su estancia letona. Su conciencia deviene en opresin, y es que
ste es su significado universal, la del guardin impenitente que nos protege del malvolo ser que
subyace en el mundo onrico y rara vez deja verse entre nosotros, un lastre demasiado pesado, una
carga ante la que nada podemos hacer. No es nuestra intencin despojar de su crdito a Carr, pues es
sobre piedras angulares, como su obra, sobre las que debemos erigir el nuevo edificio de una
Historia que ha permanecido reclusa, como adocenado galeote, en las profundidades de las
instituciones acadmicas, sometida al oprobio del que se siente su contrario cuando sus relaciones
las debera guiar la cooperacin, como es el caso de la ciencia. Quiz Carr no encuentra respuesta
para tan compleja cuestin, sentido ltimo de la obra, pero profundiza e incide con lucidez en qu
significa este oficio, al rigor que se debe someter y a la encomiable labor que nos es entregada a los
el establecimiento de una categora propia para los historiadores en cierto galardn que falla la
Academia Sueca, bien dotado en lo econmico, pero cuya inters radica en la reputacin que
precede al que con l es agraciado, merecido desde hace tiempo por el historiador cuyo trabajo es
depreciado por esa caduca jerarqua de las disciplinas que an impera.