El Desmantelamiento de La Universidad Por Rubén Ríos Ávila

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El desmantelamiento de la Universidad

Por Rubén Ríos Ávila

El País ha amanecido hoy con una noticia alarmante para el futuro de la


educación universitaria y, más aún, para el futuro de nuestras instituciones
democráticas. El día en que se suponía que la alta administración del
sistema universitario público sostendría una reunión para reanudar las
negociaciones con el Comité Negociador Nacional, nos enteramos que la
Universidad (léase la Administración) ha incoado una demanda por daños
y perjuicio contra los principales estudiantes organizadores de la huelga
que está a punto de cumplir un mes. Esta represalia violenta y desafiante
no hace sino corroborar, para desgracia de todos, que las altas autoridades
universitarias conspiran, en común acuerdo con la administración política
de turno, para desmantelar la Universidad según la hemos conocido hasta
la fecha. Ya no se trata meramente de lograr el fin de huelga para que abra
la Universidad. Se trata de que la Universidad a la que entraremos cuando
termine la huelga será, y de muchos modos ya es, otra.

Las señales de este proceso han estado viéndose desde hace tiempo. La
contracción económica, que afecta a la comunidad global, se ha convertido
para nosotros en un dispositivo para ejecutar un estado de excepción que le
provee al estado el poder y la libertad de movimiento para realizar
despidos masivos, imponer contribuciones onerosas, autorizar
privatizaciones de edificios, servicios e instituciones y ejercer un control
inédito hasta ahora a nombre de la supuesta frugalidad fiscal y al amparo
del estado de emergencia.

La Universidad se ha convertido en la piedra de toque de esta táctica neo-


fascista. El proceso lo ha hecho mucho más fácil una estructura directiva
de decanos, directores y rectores que, funcionando como un cuerpo
gerencial, ha ido desvinculándose progresivamente de su deuda primaria
con los pares, olvidando que un lider académico no es sino un primus inter
pares, un primero entre pares, distinto de ellos por razón de una diferencia
de grado, no de clase. Con el aval de esta estructura gerencial, la pirámide
decisional convierte al claustral en el receptor pasivo de una cultura
académica degradada. La erosión sistemática de todas aquellas instancias
que nutren y enriquecen la vida universitaria creativa: los libros, los viajes
de investigación, las sabáticas, los ascensos en rango, el cupo de las clases,
los descargues de tarea docente para realizar proyectos, todo se ha ido
eliminando de un zarpazo en nombre de la contracción económica. Lo que
queda de este desmantelamiento sistemático es un escenario idéntico a lo
que el filósofo eslovenio Slavoj Zizek ha llamado el desierto de lo Real: el
hoyo negro con que la lógica siniestra del goce del capitalismo salvaje
engulle y aniquila la potencia del porvenir. Y la Universidad, para el
mundo, y de un modo tan urgente, para Puerto Rico, ha sido nuestra
brújula del porvenir. Es a través de ella que este País ha concebido todo su
proyecto de modernización, y ha sido en su seno que se han lidiado sus
polémicas más productivas, sus conflictividades más creadoras, sus
antagonismos más radicales. Porque una Universidad le permite a un País
convertir sus rencillas viciosas en antagonismos profundos por medio de la
lógica civilizadora del diálogo.

En estos momentos aciagos, esa lógica dialógica ha provenido, con


gallardía y arrojo, del movimiento estudiantil, que durante casi ya un mes
ha desplegado, ante la mirada conmovida de tantos de nosotros, un
experimento inédito de la imaginación al poder, una apuesta por el
ejercicio de la creatividad como instrumento de seducción. La grandeza de
este movimiento huelgario ( y no todas las huelgas son grandiosas; algunas
pueden ser vulgares y mezquinas) no tiene tanto que ver con la sustancia
de sus reclamos. Bien mirada, la derogación de la Certificación 98 es un
reclamo modesto, que no debió de haberle tomado a la administración más
de 48 horas en zanjar. Es una Certificación mal pensada, o maliciosamente
pensada, altamente cuestionable, hasta para el más insípido espíritu
conservador. La grandeza de esta huelga no radica en sus contenidos (que
defiendo completamente) sino en su Forma. Este ha sido el primer acto de
resistencia política decididamente per-forma-tivo en la historia de la
resistencia del País. Y no se trata sólamente de los abundantes hechos de
arte que han constituido la cotidianidad de la toma del Recinto: lecturas de
poesía de poetas altamente reconocidos junto a jóvenes poetas
estudiantiles, obras teatrales, murales, pantomimas, eventos musicales.
Hace ya varias semanas que el Recinto se ha convertido en la más inmensa
plataforma de espectáculo que hayamos tenido. Cuando digo performático
me refiero también, y sobre todo, a lo político como acción de arte, a esa
política que es más acto que pronunciamiento, más circunstancia que
resolución, esa política más abocada al abrazo del evento que al
pronunciamiento totalitario. Es esa apertura performativa del evento la que
ha hecho posible que en el interior y alrededor de los portones del Recinto
tomado se hayan dado cita, frente a la mirada entre desafiante y seducida
del aparato represivo militar, la más diversa fauna estudiantil: los
ecologistas sembraron su huerto, la comunidad LGBTT ondea su bandera
multicolor, los periodistas atienden con celo su flamante estación de radio,
y otros tantos construyen barreras más simbólicas que literales frente a los
portones, barreras que parecen más bien instalaciones de arte, objetos
enrarecidos para la mirada, fruto del deseo de protegerse de la violencia
represiva, sí, pero también del deseo de expresar las formas inapresables
de esta nueva Forma.

El Claustro hace mal si insiste en desatender las peculiaridades de este


evento. Hace mal si piensa que sus problemas obligan a una introspección
paralela, que nos dirija a nuestras singularidades, evitando perder
demasiado tiempo en lo que, a fin de cuentas, a la larga, se convertirá en
una distracción pasajera. Esos estudiantes no son, no han sido otra cosa, a
lo largo de estos días, que aquello que oyeron en muchas de nuestras
lecciones. Ellos son lo que nosotros decimos. En medio del paisaje
complejo que conforma el escenario del Recinto tomado, en un
campamento de profesores, no se me hace tan difícil imaginarme a un
Michel Foucault, a un Gilles Deleuze, a un Jean Paul Sartre, a una Simone
de Beauvoir mirándonos entre ellos, emplazando, desde sus trincheras,
nuestra ética del pensar.

La coyuntura de esta huelga ha producido, por fin, después de casi un mes,


una auto-convocatoria del Claustro que pudiese ser tan importante como la
última asamblea de los estudiantes. La idea de una clase profesorial
constituida como un cuerpo en respuesta a un asalto tan descomunal como
éste no solo puede, sino que tiene que estar a a altura de los
acontecimientos. Este viernes en la mañana la mirada del país, y de un
modo mucho más entrañable y trascendental, la mirada de nuestros
estudiantes, estará puesta sobre nosotros. Ojalá y que nos comportemos a
la altura de esa mirada.

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