Wymark Jacobs William - La Pata de Mono Y Otros Cuentos Macabros
Wymark Jacobs William - La Pata de Mono Y Otros Cuentos Macabros
Wymark Jacobs William - La Pata de Mono Y Otros Cuentos Macabros
En 1931 aparece el volumen Snug Harbor, que rene todos sus relatos,
publicados en libros o en revistas, y entre ellos La pata de mono (The monkeys paw),
publicado originalmente en 1902, relato que a la postre le reservara un hueco
propio en la frgil memoria de la posteridad, olvidando, paradojas del destino, su
gran talento como humorista. En efecto, pues La pata de mono no slo es una obra
maestra de terror cotidiano, conocida por todo aficionado al gnero, sino que
difcilmente encontraremos una buena antologa de relatos de terror que no lo
incluya desde entonces.
Shhh! Escucha! Te has dado cuenta de cmo sopla el viento esta noche?
dijo de repente Mr. White, quien, habiendo descubierto demasiado tarde el
tremendo error que acababa de cometer con su ltimo movimiento, pretenda
distraer a su hijo.
Hubo de llegarse al tercer vaso de whisky para que, una vez superada la
primera timidez, el brigadier, con los ojos cada vez ms brillantes, comenzase a
hablar con mayor libertad. La familia White, mientras tanto, dispuesta frente a l
formando un pequeo semicrculo, contemplaba con creciente inters a aquel
visitante llegado de lejanas tierras conforme ste, sentado muy tieso en su silla, iba
relatando todo tipo de historias y ancdotas curiosas acerca de guerras, plagas y
gentes extraas.
Pero a m me gustara tanto poder ver con mis propios ojos todos esos
templos antiguos Y tambin a los faquires y a los encantadores de serpientes
replic el anciano. Por cierto, Morris, cmo era aquello que comenz usted a
contarme el otro da acerca de una pata de mono o algo parecido?
En ese caso, por qu no pide usted tres deseos? propuso Herbert White
con tono ligeramente burln.
Esa historia parece sacada de Las mil y una noches dijo Mrs. White
levantndose para poner la mesa. Por cierto, por qu no peds cuatro pares de
manos para m? No me vendran nada mal a la hora de hacer las tareas de la casa.
Mr. White se sac entonces del bolsillo la pata de mono y la examin con
curiosidad.
Podras pedir dinero, pap. As podras liquidar de una vez todas tus
deudas. Y eso no te vendra nada mal, verdad? dijo Herbert rodeando a su
padre con un brazo. Por qu no pides doscientas libras? Creo que con eso ser
ms que suficiente.
II
Estoy deseando or lo que dir Herbert cuando vuelva a casa y vea esa
factura dijo mientras ella y su marido se sentaban a comer. Slo de
imaginrmelo ya me estoy riendo.
Tras abrir la puerta de un tirn, Mrs. White hizo pasar al recin llegado
hasta la sala de estar. ste, visiblemente incmodo, la mir de soslayo y la escuch
con expresin preocupada mientras la anciana le peda disculpas por el desorden
que reinaba en la casa y por las ropas tan sucias que llevaba puestas su marido,
pues, segn explic, eran las que Mr. White sola ponerse cuando se dispona a
trabajar en el jardn. A continuacin guard silencio y, con toda la paciencia de la
que una mujer es capaz, esper a que aquel hombre explicase el motivo que le
haba llevado hasta all.
Su marido intervino.
III
Pero conforme los das fueron pasando la esperanza fue convirtindose poco
a poco en esa incurable resignacin que, cuando se apodera de los ancianos, suele
recibir errneamente el nombre de apata. Incluso haba das en los que marido y
mujer apenas intercambiaban una sola palabra pues, ahora que su hijo ya no estaba
con ellos, no tenan nada de que hablar. Poco a poco, un profundo hasto comenz
a consumirles por dentro.
Cierta noche, aproximadamente una semana despus del funeral, Mr. White,
tras despertarse de manera brusca, descubri que se encontraba solo en la cama. A
su alrededor, la habitacin se hallaba sumida en la ms completa oscuridad. No
obstante, al cabo de unos segundos pudo or con claridad, procedente de la
ventana, el llanto contenido de su mujer. Tras tomar una profunda bocanada de
aire, el anciano se incorpor y se qued sentado sobre el lecho.
Vuelve a la cama, querida dijo con toda la ternura de que fue capaz.
Hace mucho fro.
Ve ahora mismo a por esa pata dijo la anciana, casi sin aliento. Ve a
por ella, cgela y pide ese deseo Oh, Dios mo! Mi nio, mi pequeo
El anciano cogi una cerilla, la prendi y encendi con ella una vela.
El anciano se volvi hacia ella y la mir fijamente. Cuando habl, lo hizo con
voz temblorosa.
Muy bien. Ahora pide ese deseo! le esper la anciana en voz alta.
Dirigiendo alguna que otra ocasional mirada a aquella arrebatada figura que
esperaba ansiosa junto a la ventana, Mr. White permaneci sentado hasta que su
cuerpo comenz a entumecerse de fro. La vela, reducida a una pequea lengua de
fuego que asomaba tmidamente por el borde del candelabro, comenz a proyectar
temblorosas sombras sobre las paredes y el techo de la estancia hasta que,
finalmente, con un ltimo estremecimiento ms pronunciado que los anteriores, se
extingui. Entonces el anciano, sintiendo un alivio indescriptible al ver que el
talismn no pareca surtir efecto alguno, se levant y se introdujo silenciosamente
en la cama. Uno o dos minutos ms tarde, su esposa, dndose definitivamente por
vencida, se separ de la ventana, cruz la habitacin, y se tumb junto a l sin
hacer ruido.
Ninguno de los dos dijo una sola palabra. En vez de eso, se limitaron a
permanecer tumbados, en silencio, escuchando atentamente el tic-tac del reloj, el
crujir de las escaleras y el ocasional correteo de algn que otro ratn en algn
oculto rincn de la casa. La oscuridad resultaba tan asfixiante que, al cabo de un
buen rato, el anciano, incapaz de seguir soportndola por ms tiempo, reuni todo
el valor que fue capaz de encontrar y, tras coger de la mesilla de noche una caja de
cerillas, encendi una de stas y sali de la habitacin para ir en busca de una vela.
Cuando lleg al pie de las escaleras, la cerilla se apag de repente y tuvo que
detenerse para encender otra. Pero, justo en aquel preciso instante, un golpe, tan
leve y suave que al principio el anciano tuvo dudas de haberlo odo, son en la
puerta de la casa.
Los golpes cesaron de repente y de ellos slo qued un eco que recorri toda
la casa hasta extinguirse. Con el corazn en un puo, el anciano oy cmo su
esposa apartaba a un lado la silla y abra acto seguido la puerta.
No obstante, aun sin ser tan rico como t continu Carr observndole
por entre sus prpados entrecerrados, sigo avanzando a golpe de remo por el
inmenso mar de la vida. Y, siempre que puedo, dejo mi barca atracada frente a la
puerta de un amigo y entro en su casa para autoinvitarme a cenar.
Muy propio de ti, Wilfred dijo Jem Benson sin dejar de mirar por la
ventana. Me imagino que, mientras te quede algn amigo que sea lo bastante
necio como para seguir dirigindote la palabra, seguirs por el mismo camino.
todo lo que eres ahora concluy su primo con una maliciosa sonrisa
, creo sinceramente que no dudara en romper su compromiso contigo.
Lo hara con mucho gusto, pero es que vers lo ms curioso del caso
es que ambas cuestiones se encuentran ntimamente relacionadas continu
diciendo Carr mientras, dejando a un lado el taco de billar, se sentaba sobre el
borde de la mesa y clavaba la mirada en su primo.
Se produjo entonces un largo silencio, al cabo del cual Benson, tras arrojar
por la ventana la colilla de su puro, se recost en su silla y cerr los ojos.
Benson abri entonces los ojos y seal con la cabeza hacia la ventana.
Por tu propio bien, preferira salir de aqu por donde lo hace todo el
mundo repuso el otro sin inmutarse. Si saliese de esta casa por la ventana la
gente comenzara a hacerme preguntas. Y t ya sabes lo mucho que a m me gusta
hablar con la gente.
Admito que actuar as es una soberana estupidez dijo Carr con cierta
parsimonia. Pero si me ayudas esta vez te aseguro que no volver a meterme en
los nunca ms.
Tuyos.
No las tengo aqu repuso Carr forcejeando. Acaso te crees que soy
tan estpido como para llevarlas encima? Sultame! Sultame o subir el precio.
Siempre que pagues por ellas el precio que he mencionado antes, ten por
seguro que s respondi Carr. No obstante, si vuelves a ponerme tus sucias
manos encima, te juro por lo que ms quieras que doblar el precio. Y ahora, adis.
Creo que ser mejor que te deje a solas durante un tiempo para que puedas pensar
tranquilamente en tu respuesta.
En el aire limpio y fresco que llegaba desde el jardn flotaba un fuerte olor a
hierba recin cortada. Cuando, unos momentos ms tarde, a dicho olor se uni de
repente el inconfundible aroma de un puro, Benson se inclin ligeramente hacia
adelante para ver mejor. Pudo entonces divisar con claridad a su primo, que se
alejaba de all con paso lento y despreocupado. Al verlo, se levant con expresin
de disgusto y se encamin hacia la puerta. Pero al llegar junto a sta se detuvo y,
cambiando de opinin, regres a la ventana, volvi a sentarse, y permaneci unos
instantes observando cmo la figura de su primo se iba alejando lentamente a la
luz de la luna. Luego, levantndose una vez ms, abandon con aire resuelto la
habitacin y permaneci ausente durante largo rato.
Pues vers Los dos cruzamos unas palabras. l me pidi dinero otra vez
y yo, por mi parte, le dije claramente lo que pensaba de l. Si quieres que te sea
sincero, despus de lo que los dos nos hemos dicho esta noche no creo que
volvamos a verle por aqu.
Cierta tarde de verano, dos personas que llevaban ya un buen rato paseando
tranquilamente por los jardines en medio de una quietud embriagadora avanzaban
por entre la espesura en direccin a aquel pozo.
Si eso llegase a ocurrir alguna vez, ten por seguro que aprovechara la
ocasin para hacer que el pozo me contase todos sus secretos [1] repuso Olive
riendo. Venga, vamos. No te quedes ah.
Dicho lo cual, la chica, acompaada por el suave crujir de las ramas de los
helechos al quebrarse bajo sus pies, ech a correr hasta que se perdi entre las
sombras de los pinos. Lentamente, su compaero la sigui hasta que, por fin, tras
emerger de las espesas sombras arrojadas por los rboles, pudo verla sentada sobre
el pretil del pozo con los pies ocultos por la desordenada maleza que invada los
alrededores. Ella, al verle, le indic con una seal que se acercara y tomase asiento
a su lado. As, unos segundos ms tarde la muchacha sonrea tmidamente
mientras dos fuertes brazos se enroscaban alrededor de su cintura.
Pero la chica, tras apartarlas manos de Benson con una pequea sacudida, se
afianz obstinadamente en su asiento.
Jem Benson expuls una gran bocanada de humo por la boca y, sujetando el
puro entre los dientes, se sacudi de un manotazo un poco de ceniza que haba
cado sobre una de las mangas de su chaqueta.
Ah, s? Pues si las tiene, yo, desde luego, nunca he llegado a saber cules
son repuso Benson con sbita aspereza. Dios sabe que lo que digo es cierto.
Wilfred no es tan mal chico, Jem. Sera incapaz de hacerle dao a nadie.
En realidad, su nico enemigo es l mismo dijo la chica, algo sorprendida por
aquel inesperado arranque de mal genio.
La chica se volvi hacia Benson, clav en l una mirada seria pero cargada
de timidez, y se cogi tiernamente de su brazo sin decir una sola palabra. Los dos
permanecieron as, sentados y en silencio, mientras la tarde iba poco a poco
convirtindose en noche y la luz de la luna, filtrndose dbilmente por entre las
ramas cercanas, los iba envolviendo en una especie de halo plateado. En un
momento dado, la muchacha apoy la cabeza sobre el hombro de l y, con los ojos
levemente entrecerrados, la dej reposar all. Hasta que, de pronto, solt un grito y
se puso en pie de un salto.
l afloj su presa.
No, no, al contrario. Se est muy bien aqu respondi ella temblando
ligeramente. Uno no suele tener fro en esta poca del ao, pero lo cierto es que
desde el fondo de este pozo sube un aire fresco y hmedo capaz de hacer tiritar a
cualquiera.
Te lo prometo, Jem dijo Olive, sorprendida. Pero dime una cosa: por
qu no puedo decrselo a nadie?
Olive se agach, cogi una piedra y, acercndose a la boca del pozo, la dej
caer por l.
Ser mejor que volvamos a casa cuanto antes repuso Benson sin
inmutarse. Este lugar tan horrible parece estar despertando en ti un extrao
gusto por lo morboso.
No deberas haber permitido que Olive estuviese fuera hasta tan tarde
reprendi la mujer a su hijo. Puede saberse dnde habis estado durante todo
este tiempo?
Hemos ido a sentarnos junto al viejo pozo respondi Olive con una
sonrisa. All hemos estado hablando largo y tendido sobre nuestro futuro.
III
Es slo para comprobar si hay aire dentro del pozo se apresur a decir
George, que haba advertido la mirada extraada de su seor al ver el candelabro
. Un pozo puede llegar a ser un lugar muy peligroso, pero si una vela puede
resistir dentro de l, un hombre tambin puede.
Dime una cosa, George: quin manda aqu? T o yo? dijo Benson con
la voz reducida a un ronco susurro.
Sin atreverse a rechistar ante la severa mirada que le diriga su seor, George
regres lentamente al pozo, se sent sobre el pretil y comenz a quitarse los
zapatos con expresin enfurruada. Los otros dos lo observaron con curiosidad
cuando, una vez descalzo, se puso de pie delante de ellos y mir a su seor con el
ceo fruncido y los brazos en jarras.
Espero que al menos consienta usted en que sea yo quien baje por ah,
seor dijo reuniendo todo su valor para dirigirse a su amo. Usted no est en
condiciones de hacerlo. Se nota a la legua que se encuentra enfermo. Quiz no sea
ms que un simple enfriamiento o alguna otra cosa sin importancia. Pero, quin
sabe, quiz se trate de tifus. ltimamente est causando verdaderos estragos en el
pueblo.
Quizs en otra ocasin te deje bajar a ti, George, pero esta vez no. Esta vez
ser yo quien baje dijo sin inmutarse.
Benson pas la otra pierna por encima del pretil y, una vez frente a frente
con la boca del pozo, se qued all sentado sin atreverse a mover un solo msculo,
con la espalda vuelta hacia sus dos lacayos, la cabeza inclinada hacia adelante y la
mirada clavada en aquel oscuro sumidero. Estuvo tanto tiempo all sentado,
completamente inmvil, que George comenz a preocuparse.
Lentamente, pero sin parar, George y Bob comenzaron a soltar cuerda hasta
que un cavernoso grito y un dbil y lejano chapoteo que subieron hasta ellos desde
lo ms profundo de la oscuridad les indicaron que su seor acababa de alcanzar el
nivel del agua. Soltaron entonces tres metros ms de cuerda y permanecieron a la
espera con las manos prestas a tirar y el odo bien atento.
El seor debe de estar ahora mismo bajo el agua, verdad, George? dijo
Bob en voz baja.
George asinti levemente con la cabeza y, tras escupir en las palmas de sus
enormes manazas, asi la cuerda con fuerza.
Tira, Bob! Tira con fuerza! grit entonces George apoyando un pie
contra el pozo, agarrando la cuerda con todas sus fuerzas y echando
desesperadamente todo su peso hacia atrs. Tira! Tira, te digo! Est como
atascado y no sube! TIRA, MALDITA SEA!
Muy bien, seor. Siga as, que en seguida le sacamos dijo George al
notar cmo las sacudidas cesaban de golpe.
Con el pie firmemente apoyado contra el pretil, sigui tirando y tirando con
todas sus fuerzas. Poco a poco, aquella pesada carga fue acercndose cada vez ms
al borde del pozo hasta que, finalmente, tras un largo y fuerte tirn, una cabeza
asom por all: la de un cadver que rezumaba barro por las fosas nasales y las
cuencas vacas.
Pero aquello no era todo. Junto a aquella cabeza, plido y demacrado hasta
parecer un espectro, se haba asomado tambin el rostro crispado de Jem Benson.
Aquella horripilante visin apenas dur un segundo en las retinas de George, pues
el pobre hombre, profiriendo un terrible alarido, solt de golpe la cuerda y cay
pesadamente hacia atrs. Aquello cogi a Bob completamente desprevenido, por lo
que ste, que haba permanecido todo el tiempo detrs de su compaero y no
haba alcanzado a ver nada, no pudo hacer ms que contemplar cmo la cuerda se
le escapaba bruscamente de las manos y desapareca a continuacin dentro del
pozo.
Dicho lo cual, Bob ech a correr hacia la casa gritando a pleno pulmn.
Una lluviosa tarde de otoo, har ahora alrededor de unos treinta aos,
toda la casa de Malletts Lodge se hallaba reunida alrededor del lecho de muerte de
Ursula Mallow, la mayor de tres hermanas que haban vivido juntas durante toda
su vida.
Es mi deseo que todo cuanto hay aqu dentro permanezca intacto, Tabitha
le dijo Ursula, respirando con dificultad, a su otra hermana, quien guardaba un
asombroso parecido con ella a pesar de que sus facciones resultaban algo ms
duras y distantes. Esta habitacin ha de ser cerrada con llave para no ser abierta
nunca ms.
Soy yo, pues, la primera en partir repiti Ursula con una voz que no
pareca la suya mientras sus ojos se iban cerrando lentamente. Os dejo, pero
cuando a cada una de vosotras os llegue la hora, volver para llevaros conmigo. Yo
ser la gua que os conducir al lugar al que ahora me dirijo sola.
Las dos hermanas de la difunta pasaron juntas toda aquella noche. Como en
vida Ursula haba credo firmemente en la existencia de esa imprecisa zona de
tinieblas que, segn dicen, sirve de nexo entre el mundo de los vivos y el de los
muertos, incluso la imperturbable Tabitha, algo nerviosa por lo que acababa de
suceder, fue incapaz de permanecer del todo impasible ante la idea de que su
difunta hermana pudiera haberse encontrado en lo cierto en cuanto haba dicho
antes de morir.
No obstante, todos los temores de las dos mujeres se esfumaron con el
nuevo da. Cuando la luz del sol inund por fin la habitacin y se derram sobre
aquel plido pero plcido rostro que descansaba sobre la almohada, incidiendo
sobre l de tal forma que slo podan apreciarse la bondad y la delicadeza de sus
rasgos, Eunice y Tabitha no pudieron evitar preguntarse cmo haban podido
llegar a tener miedo de unas pocas palabras dichas por alguien cuyo rostro poda
llegar a expresar tanta paz y tranquilidad.
Durante algn tiempo la vida prosigui sin sobresaltos en aquella vieja casa.
La habitacin de la difunta, segn el postrer deseo de su duea, permaneci
celosamente cerrada con llave. Tanto que, desde el exterior, sus sucias ventanas
formaban un brusco y extrao contraste con la esmerada pulcritud de las dems.
Tabitha, que nunca antes haba sido una persona muy habladora, se fue volviendo
cada vez ms huraa y taciturna hasta llegar a un punto en el que no haca otra
cosa que deambular sin rumbo fijo por la casa y el abandonado jardn como un
alma en pena, con el ceo severamente fruncido y la frente surcada por profundas
arrugas que le daban aspecto de estar siempre sumida en lejanos pensamientos.
Poco despus, Eunice, que desde haca aos padeca del corazn, comenz a
sentirse acosada por una serie de incidentes poco precisos y de difcil explicacin
que acabaron hacindola caer tan gravemente enferma que hasta Tabitha tuvo que
admitir que algo extrao pareca efectivamente haberse adueado de la casa.
Aunque, a decir verdad, a tal circunstancia ella, mujer muy segura de su piedad y
de su virtud y con los pies firmemente asentados en el suelo, no le prestaba la
menor atencin, pues sus pensamientos iban encaminados en direccin
completamente distinta.
Est bien, como quieras. Pero debes reconocer que, aun no tratndose de
una suma muy elevada, supone una gran tentacin para los ladrones repuso su
hermana, dispuesta a no insistir ms sobre el tema del dinero. Estoy segura de
que anoche o a alguien rondar por la casa.
Oh, Dios mo, por qu no nos vamos de una vez de esta casa tan horrible?
gimi Eunice.
Tras lanzarle una tmida mirada a la mayor de las dos hermanas, la anciana
sirvienta ech a correr hacia la cocina para reaparecer poco despus con un vaso de
agua que emple sabiamente en hacerle recobrar el conocimiento a su bienamada
seora. Tan pronto como sta se encontr visiblemente recuperada, Tabitha se
escabull a su habitacin dejando a su hermana y a Martha sentadas en la pequea
sala de estar conversando en susurros y contemplando el fuego con rostro muy
serio.
Y lleg por fin la ltima noche antes de la partida, una noche en la que el
viento, el mar y los espritus que habitaban las marismas parecan haberse
confabulado en un ltimo y desesperado esfuerzo por retener en la vieja casa a las
dos hermanas y a su sirvienta. Cuando el viento amainaba, lo cual suceda
brevemente cada cierto tiempo, poda orse a lo lejos el rugido del mar al chocar
contra la playa entremezclado con el solitario repicar de la campana de una boya
mecida sin piedad por las olas. A continuacin el viento volva a elevarse, con lo
que el sonido del mar se iba perdiendo hasta desvanecerse por completo entre las
feroces rfagas que, al no hallar obstculo alguno en las marismas, descargaban
toda su furia sobre la casa de las hermanas Mallow. El vendaval no slo le
arrancaba largos y fantasmagricos lamentos a las chimeneas, sino que, a su paso,
haca que las ventanas se estremeciesen, que las puertas diesen sonoros portazos e
incluso que las mismas cortinas se moviesen como si hubiesen cobrado vida
propia.
Fue entonces, a la tenue luz de aquella llama, cuando Eunice vio cmo la
puerta de su habitacin comenzaba a abrirse lentamente y cmo la enorme sombra
de una mano se iba deslizando amenazadoramente por la pared. No obstante, a
pesar de la impresin, o quiz debido a ella, la mujer continu sin poder articular
palabra. Sbitamente, con un violento empujn, la puerta termin de abrirse y una
tenebrosa figura envuelta por completo en un pesado manto apareci en el umbral.
Cuando dicha figura entr acto seguido en la habitacin y se despoj de aquel
manto, Eunice, presa de un terror indescriptible, se encontr contemplando el
rostro plido y demacrado de su difunta hermana Ursula, que le sonrea de una
manera verdaderamente escalofriante.
Quin est ah? pregunt de repente Tabitha, con voz imperiosa, al ver
la sombra de Martha proyectada sobre la pared.
Date prisa, Martha, por el amor de Dios! Rpido, o voy a volverme loca!
Hay alguien extrao en la casa!
Todo eso no son ms que tonteras dijo Jack Barnes. Desde luego, ha
habido gente que ha muerto en esa casa, pero qu tiene eso de particular? Mucha
gente muere a diario en su casa. En cuanto a los ruidos, el soplido del viento en la
chimenea y el incesante corretear de las ratas dentro de las paredes son capaces de
hacer que la imaginacin de un hombre se dispare si ste se encuentra lo bastante
nervioso. Por cierto, Meagle, me pones otra taza de t?
Lester y White estn primero, Jack, as que ten paciencia y espera tu turno.
T ya te has tomado dos repuso Meagle, que en aquel momento se hallaba
sentado a la cabecera de la mesa que los cuatro amigos compartan en la taberna de
Las Tres Plumas.
Ah, s? Conque eso crees, eh? Pues te apuesto un soberano de oro a que
no eres capaz de pasar all una noche entera t solo propuso White de repente.
Recuerda que, pase lo que pase y oigas lo que oigas, no se tratar ms que
del aullido del viento al soplar en la chimenea dijo Meagle con una maliciosa
sonrisa.
Veamos primero lo que tiene que decir a todo eso el dueo de la casa
propuso Lester. No hay nada de divertido en pasar la noche en una casa normal
y corriente por muy deshabitada que est. As que asegurmonos antes de que
realmente est encantada.
Dgame una cosa, caballero: quin fue el ltimo en morir all? pregunt
Barnes con cortesa pero con tono algo burln.
Todava no consigo creerme que tengamos que perder toda una noche,
que podramos pasar descansando tranquilamente en nuestras cmodas camas,
con el nico objetivo de convencer a Barnes de que los fantasmas existen de verdad
dijo White.
Anmate pensando que es por una buena causa repuso Meagle. Yo,
por mi parte, creo que esta expedicin merece realmente la pena. Adems, algo me
dice que tendremos xito. Por cierto, Lester, no te habrs olvidado de traer velas,
verdad?
Apenas haba luna y la noche era oscura y cerrada. El camino, que discurra
entre altos setos, se hallaba sumido en profundas tinieblas, sobre todo en un tramo
en el que, al atravesar un espeso bosque, la oscuridad se tornaba tan absoluta que
en un par de ocasiones, tras dar un sbito traspi en aquel terreno tan desigual, los
cuatro amigos fueron a parar al arcn en confuso montn.
Hay una ventana en la parte trasera por la que podremos entrar. Al menos
eso es lo que me dijo el casero antes de despedirse de nosotros dijo Lester
cuando los cuatro se encontraron por fin frente a la puerta principal.
Vaya! Ahora resulta que la puerta estaba abierta desde el principio dijo
con un extrao temblor en la voz. Venga, vamos. A que estamos esperando?
Est cerrada dijo White echando una rpida mirada hacia atrs.
Meagle fue a decir algo pero, tras pensrselo mejor, dio media vuelta y,
poniendo un gran cuidado en proteger la llama de la vela con la mano, comenz a
explorar la casa con los otros tres pegados a sus talones. Las sombras que arrojaba
la vela danzaban alocadamente sobre las paredes y se acurrucaban en los rincones
conforme avanzaban los cuatro amigos. Cuando llegaron al final del pasillo
encontraron una segunda escalera. Tras subir lentamente por sta, alcanzaron el
primer piso.
ste debe de ser el lugar donde se ahorc aquel vagabundo dijo con
gravedad.
Mientras deca aquello, abri una puerta situada al final del pasillo y dej al
descubierto una pequea estancia cuadrada. Meagle entr el primero con la vela
por delante y, tras verter sobre la repisa de la chimenea un par de gotas de cera
derretida, plant all la vela, que poco despus iluminaba lgubremente la
habitacin. A continuacin, los otros se sentaron en el suelo y miraron expectantes
a White mientras ste sacaba de uno de sus bolsillos una botella de whisky y un
pequeo vaso de hojalata.
Qu ocurre, Barnes? pregunt Meagle mirando a los otros dos con una
sonrisa burlona en los labios. Se acerca alguien?
Su voz result ahogada por las sonoras carcajadas de sus tres amigos.
Si de verdad hay agua en esta casa, no creo que resulte muy sano beberla
despus de tantos aos dijo Lester. Tendremos que aparnoslas sin ella.
Barnes encendi una cerilla, prendi con ella la vela y volvi a colocar sta
sobre la repisa de la chimenea. Luego regres a su sitio y tom nuevamente sus
cartas.
Amigos mos, aunque tengo los nervios algo alterados, os aseguro que
todava conservo el juicio dijo expulsando una fina nubecilla de humo por la
boca. Mis nervios insisten en que hay algo extrao merodeando ah afuera, en el
pasillo, pero mi juicio sostiene que todo eso no son ms que tonteras. En fin
Dnde estn mis cartas?
Tras ocupar de nuevo su sitio, cogi sus cartas, las estudi detenidamente y,
tras un momento de vacilacin, arroj una de ellas sobre el entarimado.
Lester, que era el que se hallaba situado ms cerca de White, cogi a ste por
el brazo y lo sacudi. Lo hizo con suavidad al principio y luego con ms fuerza,
pero White, que tena la espalda apoyada contra la pared y la cabeza inclinada
pesadamente hacia adelante, sigui sin moverse. Entonces Meagle, dejando a un
lado sus cartas, se arrastr hasta l, acerc sus labios al odo del durmiente y grit
con todas sus fuerzas. Pero al comprobar que el otro segua sin reaccionar, se
volvi hacia Lester y Barnes con expresin de perplejidad.
Eso parece dijo Lester asintiendo con la cabeza. A menos que Oh,
Dios mo! Y si?
No sirve de nada dijo Meagle con seriedad. Hay algo raro en ese
sueo tan profundo.
Pero cuando lleg junto a su amigo era ya demasiado tarde. Lester, con el
rostro oculto entre los brazos, se hallaba tumbado sobre el suelo, profundamente
dormido, y todos los esfuerzos que hizo Meagle por despertarle no obtuvieron el
menor resultado.
Extendiendo una mano hacia Barnes, lo agarr del brazo y tir de l hacia la
puerta. Pero Barnes, resuelto, se sacudi de encima la mano del otro y, tras colocar
nuevamente la vela sobre la repisa de la chimenea, intent poner en pie a sus otros
dos compaeros.
Meagle neg enrgicamente con la cabeza y, durante algn tiempo, los dos
permanecieron inmersos en un incmodo silencio.
Mientras haca aquello, no pudo evitar detenerse en una o dos ocasiones con
la cabeza ligeramente inclinada hacia la puerta para escuchar con atencin. En el
pasillo, los ruidos parecan ir en aumento. De repente, se oy un sonoro crujido
proveniente de las escaleras.
Los ruidos cesaron sbitamente. Sin poder contenerse, Barnes cruz una vez
ms la estancia, abri la puerta de un tirn, sali al pasillo y comenz a recorrerlo
con paso firme y decidido. Mientras caminaba, not que todos sus miedos se
esfumaban de repente.
Oh, Dios mo! Lester! White! Despertad los dos! Barnes se ha vuelto
loco logr decir con un tembloroso susurro. Tenemos que alcanzarle.
Est bien, como queris dijo con voz temblorosa. Pero que quede bien
claro que a m no me asustan vuestras estpidas bromas.
Se incorpor, dio media vuelta y, caminando con una despreocupacin tan
exagerada que a todas luces resultaba falsa, fue hasta la puerta. Una vez all, sac
medio cuerpo por el vano y se asom al exterior, pero, viendo que los otros dos no
reaccionaban, ech un ltimo vistazo a la oscuridad que reinaba en el corredor y
volvi a introducirse apresuradamente en la habitacin.
Lenta, muy lentamente por miedo a que la vela pudiese apagarse, Meagle
continu avanzando hasta que las pisadas le condujeron por fin hasta el interior de
una enorme estancia completamente desprovista de muebles que, a pesar de tener
las paredes cubiertas de manchas de humedad y el suelo levantado en varios sitios,
en tiempos debi de haber sido una hermosa y acogedora cocina. Justo en el
momento en que entraba en ella, Meagle vio cmo, en la pared que quedaba frente
a l, una puerta que pareca conducir a una habitacin contigua se cerraba
lentamente. Al ver aquello, cruz corriendo la estancia, asi el pomo y abri la
puerta de un violento tirn. Una fra rfaga de aire surgi entonces de all y apag
la vela de un golpe dejndole completamente paralizado de terror.
No hubo respuesta, as que Meagle no pudo hacer otra cosa que permanecer
all de pie, en medio de la oscuridad, sin poder apartar de su mente la escalofriante
idea de que algo extrao se hallaba a tan slo unos pasos de l vigilndole
atentamente. Entonces, de repente, las pisadas se dejaron or de nuevo, pero esta
vez sobre su cabeza.
Sin perder un solo instante, Meagle dio media vuelta, sali de la cocina y
recorri a tientas el pasillo. Sus ojos, que comenzaban a acostumbrarse a la falta de
luz, pronto empezaron a vislumbrar difusos perfiles en la oscuridad. Cuando la
negra mole de las escaleras apareci por fin ante l, Meagle comenz a subirlas
muy despacio y procurando hacer el menor ruido posible.
Lleg al rellano del primer piso justo a tiempo de atisbar fugazmente una
figura que desapareci al doblar una esquina. Entonces, poniendo ms empeo
que nunca en no hacer ruido, sigui el sonido de aquellas pisadas hasta que stas
le condujeron hasta el ltimo piso. Una vez all, Meagle, envalentonado, decidi
abordar a su perseguido.
Cuando por fin encontr el pasillo principal, ech a correr por l a todo lo
que daban sus piernas, convencido de que las escaleras por las que haba subido se
hallaban en el extremo opuesto del mismo. Cuando, por fortuna, las alcanz,
comenz a bajar por ellas a toda velocidad con las pisadas resonando cada vez ms
cerca de l. Al darse cuenta de que stas, irremisiblemente, le iban ganando
terreno, Meagle, sin dejar en ningn momento de correr, decidi echarse a un lado
para esquivar a su perseguidor. Pero al hacerlo perdi pie de repente y, sin poder
evitarlo, cay hacia adelante.
Cuando por fin se hizo de da, Lester abri los ojos y vio que la luz del sol
inundaba de lleno la habitacin. A su lado, White, sentado en silencio sobre el
suelo, observaba con expresin de perplejidad una enorme ampolla que le haba
salido en un dedo.
Dnde estn los dems? pregunt Lester.
All abajo, sobre el sucio y polvoriento entarimado del piso inferior, yaca el
cuerpo sin vida de Meagle.
JERRY BUNDLER
Aunque todava faltaban unos cuantos das para Navidad, el mercado dela
pequea poblacin de Torchester llevaba ya tiempo realizando grandes
preparativos. Aquella noche en concreto, las estrechas calles que haca tan slo
unas horas se haban visto convertidas en un autntico hervidero de gente se
hallaban ya prcticamente desiertas. De pie junto a sus tenderetes, los vendedores
ambulantes que se haban acercado hasta all desde Londres apagaban sus
lmparas con las escasas energas que an les quedaban despus de una dura
jornada de trabajo mientras, a su alrededor, las ltimas tiendas que an
permanecan abiertas se preparaban para cerrar.
A la temblorosa luz del fuego, cuyo resplandor se reflejaba sobre los cristales
de las ventanas y danzaba con las sombras que se proyectaban sobre las paredes, la
historia en cuestin demostr ser tan inquietante que George, el camarero, cuya
presencia haba sido prcticamente olvidada, les dio un enorme susto a todos los
presentes cuando, en un momento dado, surgi sbitamente de entre las sombras
de un oscuro rincn y, aterrado, sali de la estancia sin pronunciar palabra.
Eso es lo que yo llamo una buena historia dijo uno de los oyentes
tomando un sorbo de su whisky caliente. Desde luego, ni que decir tiene que esa
idea de que a los espritus les gusta entrar en contacto con los vivos es algo que
viene de antiguo. Un hombre que conoc hace tiempo me cont que en cierta
ocasin viaj en tren en compaa de un fantasma, y que en ningn momento se le
ocurri sospechar lo ms mnimo hasta que apareci el revisor para pedirles a
ambos que le enseasen sus billetes. Segn aquel tipo, la manera en que aquel
fantasma intent mantener en todo momento las apariencias registrndose uno a
uno los bolsillos y mirando el suelo del compartimento en busca de un billete que
nunca haba tenido result verdaderamente conmovedora. As estuvo un buen rato
hasta que, finalmente, dndose por vencido, el pobre fantasma pareci disolverse
en el aire y, con un dbil lamento, desapareci por un respiradero.
Les aseguro que las historias como esta que acabamos de escuchar no son
precisamente tonteras intervino entonces un anciano caballero que hasta aquel
momento se haba limitado a escuchar con atencin cuanto all se deca. Yo
nunca he visto una aparicin con mis propios ojos, pero conozco a gente que s ha
tenido esa oportunidad, y considero que todo ese universo poblado por fantasmas
y aparecidos constituye un puente de unin entre nosotros y el otro mundo que
conviene tener muy en cuenta. A propsito de todo esto, saban ustedes que hay
una historia de fantasmas relacionada precisamente con esta casa?
Bueno Tan slo en alguna que otra ocasin, seor, aunque reconozco
que nunca le he prestado demasiada atencin a esas cosas respondi George.
No obstante, recuerdo que una vez estuvo trabajando aqu un tipo que deca
haberlo visto. Ms le hubiera valido mantener la boca cerrada, porque cuando el
patrn se enter de que se dedicaba a espantar a la clientela contndoles a todos lo
del fantasma de ese tal Bundler, no se lo pens dos veces a la hora de ponerle de
patitas en la calle.
Aquella noche, tras cenar por ltima vez en esta misma estancia, Jerry se
retir tranquilamente a su habitacin. Poco despus, un par de policas que venan
siguindole la pista desde Londres pero que haban acabado perdindole el rastro
temporalmente, aparecieron por aqu, subieron al piso de arriba en compaa del
casero y probaron la puerta. Como sta estaba hecha de madera de roble maciza y
adems se encontraba firmemente cerrada, uno de los policas sali al patio y, con
la ayuda de una escalera, subi hasta el alfizar de la ventana mientras los otros
permanecan en el interior de la casa. Quienes se encontraban en aquel momento
en el patio vieron cmo el agente se agazapaba sobre el alfizar como un felino.
Luego, de repente, oyeron un ruido de cristales rotos y, justo a continuacin,
pudieron ver cmo el polica, con un espantoso alarido, caa desde la ventana y se
estrellaba contra el pavimento. Desde donde estaban, los presentes vieron tambin
cmo el criminal, mortalmente plido a la luz la luna, asomaba la cabeza por el
vano para echar un vistazo. Nada ms verlo, algunos de ellos se precipitaron al
interior de la casa para ayudar al otro polica a echar la puerta abajo. Pero incluso
entonces, contando con la ayuda de refuerzos, la tarea no result nada fcil, pues la
puerta se hallaba atrancada con los muebles ms pesados que haba en la
habitacin. Finalmente, cuando tras muchos esfuerzos pudieron acceder al interior,
lo primero que vieron quienes all entraron fue el cuerpo de Jerry Bundler
colgando del dosel de la cama. Se haba ahorcado con su propio pauelo.
Si quieren ustedes que les d mi opinin, yo no creo que haya nada que
temer repuso el anciano caballero. A m nunca se me ocurrira pensar que los
fantasmas pueden llegar realmente a hacerle dao a nadie. De hecho, mi padre
sola decir que lo nico que le asust en aquella ocasin fue lo desagradable de la
experiencia, pues, a efectos prcticos, los dedos de Jerry, para el dao que le
hicieron, podan muy bien haber estado hechos de algodn.
Tan slo espero que Jerry se digne a hacerle una visita esta misma noche
aadi el nervioso interlocutor mientras la puerta se cerraba tras el anciano
caballero.
Por lo que a m respecta, creo que por esta noche ya hemos tenido ms que
suficiente dijo alguien. Si seguimos as vamos a acabar viendo fantasmas por
todas partes. Y creo que ninguno de nosotros est muy de acuerdo con el caballero
que se acaba de marchar en que los fantasmas sean precisamente seres inofensivos.
Muy bien. En ese caso lo intentar primero con ustedes dijo Hirst
ponindose en pie de un salto. Pero recuerden: nada de encender las luces.
A Hirst le vuelve loco actuar dijo Somers encendiendo su pipa una vez
que los nimos se hubieron calmado un poco. Se cree capaz de imitar a casi todo
ser viviente. Claro que eso a nosotros no debe preocuparnos, pero en lo que se
refiere a nuestro anciano caballero, no estoy dispuesto a consentir que se acerque a
l. De todas formas, mientras siga teniendo la oportunidad de actuar en exclusiva
para nosotros no creo que nos cueste mucho trabajo convencerle de que deje a ese
anciano en paz.
Bueno, tan slo espero que no tarde mucho en aparecer dijo Malcolm
reprimiendo un bostezo. Ya son ms de las doce.
Transcurri todava media hora ms. Malcolm, que unos momentos antes se
haba sacado el reloj del bolsillo, se hallaba ocupado dndole cuerda cuando
George, el camarero, que se haba acercado un momento al bar para recoger
algunas cosas, irrumpi inesperadamente en la habitacin y se acerc a ellos presa
de una gran excitacin.
Oh, no, seor. Claro que no. Si estoy algo nervioso no es ni mucho menos
a causa del miedo, sino de la sorpresa respondi George con timidez. No
esperaba encontrrmelo precisamente en el bar. All apenas hay luz y no se ve
prcticamente nada. Y como l se hallaba sentado en el suelo, justo detrs de la
barra, a punto he estado de pisarle.
Cmo que no? dijo Malcolm. Ahora mismo voy en busca de ese
No, all no hay nada respondi Malcolm, quien no pudo evitar que su
propia voz temblase ligeramente. Contine con lo que nos estaba contando.
Sinti usted cmo alguien le tocaba ligeramente en el hombro y
Eso mismo fue lo que yo vi antes en el bar dijo George. Era horrible, y
tena un aspecto realmente diablico.
Maldito sea ese viejo! Y malditas sean todas sus historias de fantasmas!
exclam Malcolm, incapaz de contenerse. Demonios! Yo ya estoy empezando
a ponerme realmente nervioso. Incluso me asusta la idea de tener que subir a mi
cuarto para acostarme. Estn seguros los dos de que vieron la misma cosa?
aadi mirando alternativamente a Hirst y a George.
Sin poder evitarlo, todos los presentes se giraron a un tiempo para mirar
nerviosamente por la puerta entreabierta. Aunque nadie lleg a ver nada en las
densas tinieblas que invadan el pasillo, uno de ellos crey advertir el contorno de
una cabeza que atisbaba desde un oscuro recodo.
Algo mejor, gracias respondi Hirst con brusquedad mientras todos los
presentes se volvan para clavar sus ojos en l. Sin duda alguna estar usted
pensando que soy un tipo que se asusta con facilidad, no es cierto? Si hubiese
visto usted lo mismo que yo
Dicho lo cual, Somers se levant de su asiento y, tras darle las buenas noches
a la concurrencia, sali de la estancia en compaa de su desquiciado amigo. Los
dems se quedaron junto a la puerta mirando cmo los dos avanzaban por el
pasillo hasta llegar al pie de las escaleras. Luego, cuando oyeron la puerta de la
habitacin cerrarse en el piso de arriba, todos regresaron al interior de la sala de
estar.
Eso nos deja solamente a usted y a m, Mr. Leek. Los dos tendremos que
compartir habitacin dijo un tercero dirigindose al cuarto.
No, muchas gracias. Prefiero dormir solo respondi este ltimo con
cierta brusquedad. Yo no creo en fantasmas, pero si a pesar de todo alguno se
atreve a entrar en mi habitacin, no dudar ni un segundo en pegarle un tiro.
Las balas resultan completamente intiles contra los espritus, Leek dijo
Malcolm de manera tajante.
Que alguien encienda una cerilla, rpido! dijo con una voz que no
pareca la suya.
Tras negar con fuerza con la cabeza como para apartar de s un mal
pensamiento, Malcolm encendi la vela, se puso de rodillas junto a aquel bulto y lo
examin de cerca. Luego, visiblemente alarmado, se levant bruscamente, cogi
una jarra, empap su pauelo en el agua que sta contena y, tras agacharse de
nuevo, comenz a restregar con l el plido rostro que tena delante. Unos
segundos ms tarde, con un espeluznante alarido de terror, retrocedi de un salto
sin dejar de sealar con el dedo el rostro que su pauelo mojado acababa de dejar
al descubierto. Leek, sintiendo cmo la pistola se le escapaba de entre los dedos, se
cubri la cara con las manos mientras los dems se quedaban mirando como
hechizados el rostro sin vida de Hirst.
Disclpame por haber tardado tanto en abrir se excus Keller con voz
temblorosa. Es que me he cortado la mano con un vaso roto.
Gracias, pero prefiero estar de pie repuso el otro con frialdad mientras
se levantaba. Si he decidido acercarme hasta aqu no ha sido con la intencin de
molestarte, sino para fumar tranquilamente una pipa contigo. No saba que ya
tuvieras visita. De todas formas, no te preocupes. No voy a comerme a tu visitante,
as que puedes respirar tranquilo. Y ahora, buenas noches.
Keller se limit a mirar a su amigo sin decir una sola palabra. Durante unos
segundos el otro le devolvi la mirada con expresin ceuda y severa, pero luego,
de repente, sus ojos centellearon y una sonrisa llena de picarda se dibuj en sus
labios.
El pequeo reloj del estudio dio las diez. Ya slo quedaban nueve horas. Con
paso suave y cauteloso, Keller abandon la sala de estar, sali de la casa por la
puerta trasera, fue hasta el cobertizo, abri la puerta del mismo y se asom al
interior. All dentro haba espacio de sobra para sus propsitos.
Fue un trabajo duro, pero, cuando por fin lo hubo terminado, Keller tom
asiento y se puso a pensar qu paso deba dar a continuacin. Tras unos pocos
minutos de descanso, se levant y comenz a registrar concienzudamente la
habitacin con la intencin de no pasar por alto ningn detalle, por pequeo que
fuese, que pudiese llegar a delatar cuanto haba sucedido all dentro.
Era ya casi medianoche, por lo que, a menos que quisiese acabar atrayendo
la atencin de cualquier polica que por casualidad pasase por all, comprendi
que no tena ms opcin que apagar o bajar hasta el mnimo las luces que tanta
compaa llevaban hacindole hasta aquel momento. Tras considerar la cuestin
durante unos segundos, decidi que lo mejor era apagarlas sin perder ms tiempo,
hecho lo cual, temblando a causa de la tensin acumulada a lo largo de las ltimas
horas, subi las escaleras camino de su habitacin.
Con la luz de la maana, Keller sinti cmo poco a poco iba recuperando
todo su valor, por lo que, tras desechar cualquier otro pensamiento de su cabeza, se
dedic a pensar exclusivamente en cul sera la mejor manera de escapar de las
consecuencias de su crimen. Primero rastre concienzudamente cada palmo del
estudio y del vestbulo. Luego sali al jardn y fue hasta el cobertizo, donde
procedi a examinar con detenimiento el exterior de las cuatro paredes hasta que
estuvo completamente seguro de que no haba en stas ningn agujero o grieta que
pudiese dejar su secreto a la vista de cualquier extrao. Despus recorri el jardn a
grandes zancadas y mir a su alrededor. La casa ms prxima quedaba a unos cien
metros, y al fondo del jardn los rboles, muy juntos los unos a los otros, formaban
una espesa cortina vegetal que protega el lugar de la mirada de los curiosos.
Poco despus Mrs. Howe entraba en el pequeo comedor con una bandeja
cargada de caf y beicon que dej sobre la mesa mirando a Keller con aire
complaciente. Mientras se beba el caf e intentaba probar bocado, el dueo de la
casa se dedic a escuchar atentamente cmo trabajaba la mujer en el estudio.
Finalmente, una vez saciado su escaso apetito, apart la bandeja, llen
generosamente su pipa, se recost en su silla y, entre calada y calada, se puso a
reflexionar.
Keller se palp los bolsillos una tras otro sin dejar de pensar ni un solo
instante.
Le ocurre algo, Mr. Keller? No tiene usted muy buen aspecto esta
maana dijo con aire preocupado. Quiz la herida que se hizo usted anoche
sea ms grave de lo que parece.
Acto seguido, ech a correr hacia Mrs. Howe. Cuando lleg junto a ella le
arrebat las llaves de un tirn y las lanz violentamente al extremo opuesto del
jardn. Luego se qued all de pie, sin ms, mirando a la mujer con expresin
aturdida y sin saber qu decir. Hasta que, de repente, el miedo que vio reflejado en
los desorbitados ojos de la asistenta le hizo recobrar el dominio de s mismo.
Tras hacer un breve descanso para tomar el t, reanud su tarea hasta que, a
las siete de la tarde, Mrs. Howe le anunci que la cena estaba lista. El ejercicio fsico
le haba hecho mucho bien, por lo que poda llegar a decirse que su aspecto era casi
normal. En cuanto a Mrs. Howe, le habl brevemente del arduo trabajo que le
haba mantenido ocupado toda la tarde en el jardn y le pregunt dnde podra
encontrar las mejores plantas rupestres.
Cuando, algo ms tarde, tras recoger la mesa, Mrs. Howe se march a casa,
el miedo volvi a apoderarse nuevamente de l. La casa y el cobertizo se
convirtieron para l en lugares extraos e inhspitos que albergaban horrores que
quedaban ms all de toda descripcin. Y si, en el ltimo momento, pens, sus
nervios le traicionaban y era incapaz de abrir la puerta del cobertizo para
enfrentarse a lo que le esperaba dentro? Durante toda una angustiosa hora,
consumido por la desesperacin, recorri varias veces la casa de arriba abajo
esperando con impaciencia a que la tarde diese paso a la oscuridad.
La noche lleg por fin, con lo que Keller, luchando por alejar de s todos sus
miedos, sali al jardn, cogi una carretilla, recorri con ella la distancia que le
separaba del cobertizo y, una vez frente a la puerta de ste, se sac la llave del
bolsillo. No obstante, antes de abrir decidi acercarse a la verja del jardn para
comprobar si la calle se hallaba desierta. Una vez hecho esto, regres junto al
cobertizo, meti la llave cuidadosamente en la cerradura, abri la puerta y, a la
dbil y mortecina luz de un pequeo candil, contempl una vez ms el cuerpo sin
vida que haba llevado hasta all la noche anterior.
III
Cuando se despert y vio que eran las seis, Keller se puso en pie
trabajosamente y, sin dejar de tambalearse, apag las luces y se acerc a la ventana
para descorrer las cortinas. Luego subi al piso de arriba, deshizo su cama y entr
en el cuarto de aseo. Un buen bao de agua fra, un afeitado y una muda de ropa
limpia le sentaron de maravilla. A continuacin abri puertas y ventanas y dej
que el aire limpio y fresco de la maana inundase toda la casa, aquella casa de la
que a partir de aquel da estaba condenado a no separarse jams, ya que durante su
ausencia a cualquiera se le poda ocurrir demostrarle que no comparta aquella
sbita aficin suya por los parterres.
A los ojos de Mrs. Howe, Keller pareca haber vuelto a ser el mismo de
siempre. La llave del cobertizo haba aparecido por fin y el dueo de la casa se
haba acercado a ella con una amplia sonrisa en el rostro para hacerle entrega de
sus preciosos guardapolvos, tras lo cual haba montado en su bicicleta y haba
salido en direccin al vivero ms cercano en busca de plantas y losas de piedra que
poder aadir a su parterre.
Pero entonces, una noche, lleg el sueo, un sueo tan confuso y grotesco
que, ms que sueo, fue una autntica pesadilla. En l, Keller se vio a s mismo en
el jardn, de pie junto a su parterre, a la clida luz del atardecer, cuando de repente
le pareci percibir que una de las piedras all amontonadas se mova. Pocos
despus otras piedras igualmente dispuestas comenzaron tambin a moverse. Una
enorme losa que coronaba un pequeo montculo se desprendi de su sitio y se
derrumb sobre un macizo de plantas. Resultaba evidente que la enorme mole de
piedra y tierra se estremeca a causa de alguna poderosa fuerza interior. Algo
estaba pugnando por salir de all debajo. En aquel instante Keller cay en la cuenta
de que quien se encontraba enterrado all dentro no era otro que l mismo, lo cual
quera decir que era absolutamente imposible que l pudiese hallarse de pie all
fuera observando tranquilamente cmo se desmoronaba su parterre. As que,
pens, si su lugar estaba realmente all dentro, era all dentro adonde deba
regresar. No en vano, haba sido su propio amigo Martle quien le haba enterrado
all, y como por alguna oscura razn que no acertaba a recordar l tena miedo de
Martle, en aquellos momentos su propia tumba era el lugar ms seguro del mundo
a la hora de mantenerse oculto. Por ello, tras procurarse una pala, decidi ponerse
manos a la obra y comenz a cavar. Fue un trabajo largo y tedioso que desde el
principio se vio complicado por el hecho aadido de que, por algn motivo
imposible de explicar, no le estaba permitido hacer ruido. As que cav y cav
hasta que, de repente, lleg un momento en el que vio que la tumba haba
desaparecido por completo. Fue entonces cuando algo lo agarr firmemente por el
tobillo y empez a tirar de l hacia abajo de manera tan violenta e insistente que
Keller, incapaz de oponer resistencia, apenas tuvo tiempo de comprender lo que
estaba ocurriendo.
Tras permanecer tumbado sobre la cama todava unos minutos, decidi que
ya iba siendo hora de ponerse en marcha. Pero no haba hecho ms que
incorporarse cuando oy que Mrs. Howe suba precipitadamente las escaleras.
Antes incluso de que la buena mujer comenzase a aporrear insistentemente la
puerta de su cuarto, Keller comprendi que algo horrible haba sucedido.
Lo que le digo, seor dijo Mrs. Howe mientras l abra la puerta. Est
hecho pedazos. No creo que haya visto usted nunca nada igual. Es como si alguien
se hubiese ensaado a muerte con el lugar. Parece obra de un manaco.
Pierda usted cuidado, Mr. Keller, que a la casa no le ocurrir nada durante
su ausencia asegur Mrs. Howe. Ir a ver a la polica para decirles que no la
pierdan de vista durante la noche. Precisamente ayer, mientras iba para mi casa,
me detuve a conversar unos minutos con un agente muy simptico al que le cont
lo que le hicieron anteanoche a su parterre, seor. Si vuelven a intentarlo
seguramente acaben llevndose una sorpresa.
Una vez en Exeter, lo primero que hizo fue tomar una habitacin en un
hotel. Luego sali a dar un paseo para estirar un poco las piernas y hacer as algo
de tiempo hasta que llegase la hora de la cena. Mientras caminaba, repar en lo
feliz que pareca la gente que se cruzaba con l por la calle, incluso los ms pobres.
No slo parecan felices de ser libres, sino tambin conscientes de que su propia
libertad era algo que quedaba ms all de toda duda. Podan comer y disfrutar de
su comida, podan dormir y disfrutar de su sueo, y podan saborear las
innumerables trivialidades que formaban parte de la vida diaria y recrearse en
ellas. Por lo que se refera al miedo, a la muerte y a los remordimientos, nadie
pareca tener la menor idea de lo que dichas cosas significaban.
Cuando por fin se hizo de da, Keller se levant y baj a desayunar. Como
an era bastante temprano, en el comedor haba tan slo dos mesas ocupadas. No
obstante, desde una de ellas un anciano de aspecto amigable y campechano le
observ con curiosidad entre bocado y bocado. Finalmente, el hombre, haciendo
un gesto hacia Keller con el fin de atraer su atencin, apart a un lado su plato y
sonri.
IV
Estuvo leyendo durante ms de una hora hasta que por fin, tras devolver el
libro a su sitio, subi lentamente las escaleras en direccin a su cuarto. Una vez all,
se tumb en la cama y se puso a analizar detenidamente aquella paz y aquella
indiferencia que de manera tan inesperada parecan haberse adueado de l. As
estuvo un largo rato hasta que, sin haber llegado a ninguna conclusin
medianamente satisfactoria, se qued profundamente dormido.
Esta vez, sin embargo, la pesadilla pareca tener un cariz diferente. En ella,
Keller cavaba, como siempre, pero ya no lo haca atormentado por el miedo y la
desesperacin. Cavaba porque algo no dejaba de decirle que sa era su obligacin y
que slo as, cavando, lograra reparar el dao que una vez haba hecho. Y no se
sorprendi lo ms mnimo cuando descubri que el propio Martle en persona se
hallaba all, a su lado, vindole trabajar. No obstante, no se trataba ya del Martle
que l haba conocido, as como tampoco de un Martle desfigurado y medio
devorado por los gusanos, sino de un Martle de aspecto grave y solemne en cuyo
rostro poda apreciarse una expresin de resignacin tan profunda y conmovedora
que Keller, al verla, a punto estuvo de echarse a llorar.
Mientras hablaba, el polica, que haba vuelto hacia el parterre el haz de luz
de su linterna, se dedicaba a contemplar entre divertido y asombrado lo que
quedaba de aqul. Keller, mientras tanto, permaneci de pie donde estaba,
completamente inmvil, esperando.
Por supuesto que s, agente respondi en voz baja. Gracias a Dios que
se le ha ocurrido a usted pasar por aqu esta noche.
LA INTERRUPCIN
(The Interruption, 1925)
Pens que quiz le gustara tenerla, seor dijo en voz baja a manera de
explicacin. As no se olvidar nunca de ella. Tras darle las gracias a la mujer,
Goddard se puso en pie, tom la fotografa entre sus manos y se qued
contemplndola durante unos segundos. Al hacerlo se dio cuenta, complacido, de
que su mano no temblaba lo ms mnimo.
La mujer asinti y, tras secarse con un pauelo unas lgrimas que haban
aflorado a sus ojos, se qued mirando atentamente a su seor.
Todava no puedo creer que se haya ido dijo en voz baja. Cada vez
con ms fuerza, tengo la extraa sensacin de que ella se encuentra todava aqu,
con nosotros
Ser cosa de sus nervios, que an deben de estar algo alterados, Hannah
dijo Goddard con cierta brusquedad en la voz.
y de que intenta decirme algo concluy la mujer sin haber odo las
palabras de su seor.
Son sus nervios, Hannah insisti. Quiz deba usted tomarse algunos
das de vacaciones. Creo que todo esto ha acabado afectndola ms de la cuenta.
Ha sufrido usted mucho.
En eso s que tiene usted toda la razn, seor convino Hannah. Muy
pocos maridos hubieran hecho lo que usted ha sido capaz de hacer.
Gracias por todo, Hannah dijo con calculada frialdad. Tiene usted
razn, pero por el momento prefiero no volver a hablar de ello.
Ese beicon tiene una pinta excelente le dijo Goddard con una amplia
sonrisa. Al igual que el caf. Claro que, todo sea dicho, su caf siempre es
excelente, Hannah.
Ah, sus joyas! exclam Hannah con una sonrisa. Ella me las regal
respondi luego con total y absoluta tranquilidad.
Muy bien, Hannah dijo con voz ligeramente ronca. Tan slo quera
saber qu haba sido de ellas. Por un momento se me ocurri pensar que quiz
Milly
II
Los das fueron transcurriendo lentamente, empapados de una insufrible
monotona, tal y como suelen hacerlo para todo aquel que se siente encerrado. Y es
que as era exactamente como Goddard se senta. Aquella maravillosa sensacin de
libertad y la idea de una vida desprovista de todo tipo de preocupaciones se
haban esfumado por completo. En vez de en una nica celda, su prisin particular
consista en una casa de diez habitaciones, cada una de las cuales se hallaba
celosamente custodiada por Hannah, su implacable carcelera.
Por nada del mundo deseara que usted se marchase, Hannah. Y menos
an que lo hiciese a disgusto se apresur a decir Goddard con un ligero temblor
en la voz.
Muchas gracias, seor dijo Hannah. Estoy segura de que valora usted
con justicia cada uno de mis pequeos esfuerzos. Llevo ya algn tiempo
dedicndome por entero a usted y cada da que pasa me voy familiarizando un
poco ms con sus hbitos. Espero acabar comprendindole mejor que nadie. Sepa
usted que cada da doy lo mejor de m misma para hacer que usted se sienta
cmodo y feliz en su propia casa.
Eso que usted dice me parece razonable dijo Goddard tras considerar la
cuestin durante unos segundos. Djeme ver Cunto gana usted
actualmente?
Que durante muchos aos la vida ha sido muy dura conmigo y que ya va
siendo hora de que me d alguna que otra alegra.
Lo que quiero decir es que procuro ser muy cuidadosa con todo lo que
como y todo lo que bebo aclar la mujer mirando fijamente a su seor.
No tengo intencin de hacer tal cosa, seor replic la mujer con frialdad
. Vive y deja vivir. se es mi lema. Hay quien piensa de otra manera, pero a m
me gusta andarme con pies de plomo. Y nadie va a cogerme desprevenida porque
yo nunca bajo la guardia. De todas formas, en el hipottico caso de que algo me
sucediese, le advierto que le he dejado a mi hermana una extensa carta en la que
explico gran cantidad de cosas.
La mujer asinti.
III
Eso espero repuso Goddard con una ligera nota de sorpresa en la voz.
Puede que usted le inspire respeto a mucha gente, pero le aseguro que, lo
que es a m, no me impone usted lo ms mnimo dijo ella secamente. Y ya sabe
usted que si algo malo me llegase a ocurrir
Nada malo podra sucederle a una mujer tan precavida como usted,
Hannah ataj l, cortante, pero dedicndole otra de sus sonrisas. Con un poco
de suerte llegar usted a cumplir los noventa.
A pesar de todo, Goddard se daba perfecta cuenta de que aquella situacin
estaba afectando inevitablemente a sus propios nervios. Por la noche terribles
pesadillas comenzaban a acosarle. Pesadillas en las que alguna terrible catstrofe,
tan inminente como inevitable, se cerna continuamente sobre l, si bien ni l
mismo era capaz de descubrir de qu se trataba. Cada maana se despertaba
angustiado y sin nimos para enfrentarse a un nuevo da de tormento. Ni siquiera
se atreva a mirar a la cara a la mujer que haba hecho de su vida un infierno, pues,
entre otros motivos, tena miedo de que ella llegase a advertir en sus ojos el plan
que llevaba algn tiempo tramando.
Por fin lleg el da en que decidi poner manos a la obra, pues seguir
demorndose poda llegar a resultar un peligroso error. Haba planeado hasta el
ms mnimo detalle cada movimiento que le ayudara a quitarse de encima la
sombra de perdicin que tanto tiempo llevaba acosndole. Gracias a su plan las
tornas iban a cambiar. No obstante, aunque siempre caba un pequeo factor de
riesgo, Goddard, consciente de cunto se jugaba, estaba ms que dispuesto a
asumirlo. Segn su plan, lo nico que tena que hacer era precipitar ciertos hechos.
Luego, cuando otras personas entrasen en escena y se encargasen de rematar la
faena, l se limitara a seguir el curso de los acontecimientos como un espectador
ms.
Entre las nueve y las diez Goddard hizo sonar el timbre. No obstante, no fue
hasta despus de la cuarta llamada cuando pudo por fin or cmo Hannah suba
lenta y pesadamente, como con desgana, las escaleras.
Pero si est diluviando. Coger una pulmona si salgo a la calle con este
tiempo refunfu.
Cuando se encontr nuevamente entre las sbanas se dio cuenta de que todo
su cuerpo se estremeca de excitacin. Le asaltaron unas irrefrenables ansias de
fumar, pero en seguida comprendi que aquello era imposible. As que, a falta de
otra cosa que pudiese aplacar sus nimos e infundirle un poco de confianza, se
puso a ensayar mentalmente la conversacin que mantendra con el doctor en
cuanto ste llegase tratando de sortear cualquier posible complicacin u obstculo
que pudiese surgir en la misma. Estaba convencido de que la escena que dicha
conversacin acabara desencadenando, sobre todo estando presente aquella
mujer, sera terrible. Y l no podra tomar parte en ella, pues deba aparentar estar
demasiado enfermo para intervenir. As que cuanto menos hiciese, tanto mejor. Ya
se encargaran los dems, empezando por el propio doctor, de hacer cuanto fuese
necesario.
En una de las escasas ocasiones en las que el viento dej de aullar, Goddard
crey or pasos que se acercaban a la casa. Con las mandbulas fuertemente
apretadas, se incorpor como impulsado por un resorte y permaneci sentado a la
espera de or el sonido de la llave al girar en la cerradura de la puerta principal.
Unos segundos ms y Hannah entrara por fin en la casa, con lo que todos los
miedos que en aquel momento le acosaban desapareceran. De repente, las pisadas
dejaron de orse, pero lo que deba escucharse a continuacin, es decir, el ruido de
la puerta al ser abierta, no lleg a producirse. Con los nervios a flor de piel,
Goddard continu sentado, a la escucha, hasta que las esperanzas que haba
albergado con respecto a la llegada de Hannah comenzaron a desvanecerse. No
obstante, estaba completamente seguro de haber odo pisadas. Si aquello era
efectivamente as, la pregunta ahora era: a quin pertenecan?
El tiempo pareci detenerse cuando, temblando de pies a cabeza, comenz a
or extraas voces fantasmales que le susurraban al odo que su plan haba
fracasado, que no tardara en recibir el castigo que mereca y que, tras una fuerte
apuesta con la muerte, haba acabado perdiendo la apuesta. Merced a un gran
esfuerzo, apart de su mente tales fantasas y, cerrando los ojos, intent recobrar la
calma y descansar un rato. Haba pasado tanto tiempo desde que Hannah se haba
marchado que pareca obvio que el doctor se encontraba ausente y que la mujer,
sin otra opcin, se haba quedado all, esperndole, para regresar con l en cuanto
apareciese. Finalmente, decidi que en realidad no tena motivo alguno para
asustarse. De un momento a otro la oira llegar en compaa del mdico.
Cuando lleg junto a la verja del jardn se detuvo unos segundos para
recuperar el aliento. Luego ech nuevamente a correr hasta que, al cabo de unos
pocos metros, se detuvo una vez ms y se qued un rato all de pie, escuchando.
Aunque tena los pies magullados y la lluvia se abata con furia sobre l, Goddard
pareci no prestarle la ms mnima atencin a tales detalles.
IV
Con todos mis respetos, seor, debe de haber perdido el juicio le deca
Hannah. Menudo susto me ha dado. Por un momento llegu a creer que estaba
muerto.
No estaba en casa dijo Hannah. Tuvo que salir para atender una
urgencia. Le estuve esperando durante un tiempo razonable hasta que, cansada de
esperar, decid regresar a casa. Y menos mal que lo hice. Si no, a saber qu hubiera
sido de usted. He dejado aviso para que venga el doctor, y me han asegurado que
maana por la maana a primera hora estar aqu. Claro que, viendo el estado tan
penoso en que se encuentra usted ahora, quiz lo mejor sera que viniese cuanto
antes.
Por qu no vena de una vez el doctor? Dnde se haba metido? Ah, por
fin! Ah estaba Estaba examinndole, auscultndole el pecho con un objeto
pequeo y fro Al verlo inclinado sobre l, Goddard cay en la cuenta de que
haba algo que deseaba contarle, algo relativo a Hannah y cierto polvillo de color
blanco que ahora, por desgracia, no lograba recordar con claridad.
Al cabo de toda una eternidad acudi a su mente por fin, junto con muchas
otras cosas que hubiera preferido olvidar, lo que deseaba contarle al mdico.
Intent hablar pero no pudo, as que, impotente, se limit a permanecer tumbado
viendo pasar con los ojos de la mente una interminable procesin de recuerdos que
se vio interrumpida tan slo por alguna que otra ocasional mirada al doctor, a la
enfermera y a Hannah, quienes, de pie junto a la cama, no dejaban de observarle en
silencio.
La ltima vez que mir a Hannah fue tambin la primera en mucho tiempo
que pudo posar sus ojos en ella sin sentir odio ni resentimiento. Fue entonces
cuando comprendi que estaba a punto de expirar.
EN LA BIBLIOTECA
Burleigh le dio una profunda calada a su puro y dej que el humo saliese
lentamente por su nariz formando perezosas espirales en el aire.
Eso ya es cosa tuya. Gozas de buena salud y tienes dos brazos fuertes y
vigorosos contest Fletcher. No obstante, lo que s har ser darte las
doscientas libras que mencion antes. Pero, por lo dems, tendrs que aprender a
cuidarte t solito. En cuanto al dinero, si quieres puedo drtelo ahora mismo.
Echando mano del bolsillo de su chaqueta, Fletcher sac una bolsa de cuero,
la abri, extrajo de ella un apretado fajo de billetes y lo dej encima de la mesa.
Burleigh, que haba observado con calma los movimientos de su socio, alarg la
mano y lo cogi. A continuacin, cediendo ante un repentino acceso de ira, levant
en alto el dinero, apret el puo con fuerza hasta hacer una arrugada bola con los
billetes y arroj stos con fuerza al extremo opuesto de la habitacin. Fletcher, sin
tan siquiera mover una ceja, continu fumando con absoluta tranquilidad.
Tanto ella como Jane estarn fuera toda la noche respondi lentamente
. Las dos se fueron juntas a alguna parte. Dijeron que regresaran sobre las ocho
de la maana.
Cuando los pasos del agente dejaron de orse en la noche, Burleigh dio
media vuelta y entr nuevamente en la casa. Al llegar al vestbulo, vio que el
primer tramo de escaleras se encontraba iluminado por las luces de la planta baja,
as que, reuniendo todo el valor que fue capaz de encontrar, comenz a subirlo
lentamente. Cuando alcanz el ltimo peldao, encendi una cerilla y continu
subiendo con paso firme hasta que, poco despus, entr en su habitacin y
encendi la luz. Algo ms tranquilo gracias al efecto conciliador de sta, se acerc a
la ventana y la abri ligeramente. Luego fue hasta la cama, se sent en ella e
intent poner en orden sus ideas.
Tena ocho horas por delante. Ocho horas y doscientas libras. Con aquel
pensamiento firmemente asentado en la cabeza, se acerc a su caja fuerte, la abri,
sac el poco dinero que encontr en ella y, dndose una vuelta por la habitacin,
recogi cuantas joyas y artculos de valor posea.
Para entonces, y hasta cierto punto, el primer susto haba ya pasado, pero no
tard en verse reemplazado por el miedo a ser descubierto. Presa de este nuevo
temor, volvi a sentarse y se puso a pensar en cules deban ser los siguientes
pasos a dar en aquella especie de juego de habilidad en el que su propia vida era la
principal apuesta. Haba ledo muchas historias acerca de gente de temperamento
nervioso que, tras eludir a la polica durante algn tiempo, haba acabado cayendo
en sus garras por actuar con demasiada precipitacin y sin el menor atisbo de
sentido comn. Por lo que saba, dichas personas terminaban siempre cometiendo
alguna estupidez y dejando tras de s alguna prueba incriminatoria. Decidido a
hacer lo que fuera, sac su revlver de un cajn y comprob que, efectivamente,
estaba cargado. Si las cosas se torcan y acababan conducindole a un callejn sin
salida, no dudara en usar aquel arma contra s mismo. Una muerte rpida siempre
era preferible a la insoportable lentitud de la crcel.
Dispona de ocho horas antes de que el juego diese comienzo y tena algo
ms de doscientas libras en el bolsillo. Para empezar, tomara alojamiento en el
barrio ms populoso de la capital. Luego se dejara crecer la barba. Cuando el
revuelo causado por la tragedia se acallase, se marchara al extranjero y empezara
una nueva vida. Pero hasta que ese momento llegase slo saldra a la calle por la
noche, y eso con el nico fin de echar al buzn cartas que se escribira a s mismo.
O, mejor an, postales. Postales que su ama de llaves, como mujer entrometida que
era, no resistira la tentacin de leer. Postales que escribira hacindose pasar por
un amigo o por alguno de sus hermanos. Durante el da, mientras tanto,
permanecera encerrado y se dedicara a escribir, tal y como corresponda al papel
que tena pensado representar: el de periodista.
Acosado por la incertidumbre, se esforz por tomar una decisin. Una de las
alternativas poda significar la vida; la otra, la muerte. Cul de ellas tomar? Su
rostro lleg a ponerse encarnado de tanto pensar en la responsabilidad que
conllevaba tal eleccin. Eran tantos los hombres que se hacan a la mar en aquella
poca del ao que seguramente l podra pasar inadvertido. Pero una vez en alta
mar poda encontrarse con algn viejo conocido. Desesperado, se puso en pie y
comenz a recorrer nerviosamente la habitacin de un extremo a otro. Ahora que
haba comprendido cunto haba en juego las cosas no parecan ser tan sencillas
como en un principio haba llegado a suponer.
El pequeo reloj que descansaba sobre la repisa de la chimenea dio la una.
Su leve campanada fue seguida de manera casi instantnea por otra ms sonora
proveniente del reloj de la biblioteca. De repente, sus pensamientos se volvieron
hacia aquel reloj, lo nico que pareca tener vida dentro de aquella estancia, y se
ech a temblar. Se pregunt si el cuerpo que yaca tendido sobre el suelo, al otro
lado de la mesa, habra llegado a orlo. Se pregunt si
Justo en aquel momento un agudo chillido reson en las escaleras. Sin poder
evitarlo, Burleigh cerr la puerta y retrocedi asustado, temblando de pies a
cabeza. Luego, transcurrido un instante, suspir aliviado al comprender que lo que
acababa de or no haba sido ms que el maullido de un gato, su gato. El sonido,
inconfundible para cualquiera que no tuviese los nervios tan alterados como los
suyos, todava flotaba en sus odos. No obstante, cuando el eco de aquel maullido
se disip por fin, Burleigh no pudo menos que plantearse una pregunta: qu lo
haba causado?
Resuelto a salir de dudas y averiguar de una vez por todas quin poda estar
merodeando all fuera, Burleigh dej a un lado todos sus temores y abri
nuevamente la puerta. La luz de su habitacin se derram sobre el suelo del pasillo
mientras l se asomaba por el vano. Era imaginacin suya o la puerta de la
habitacin de Fletcher, situada justo frente a la suya, acababa de cerrarse mientras
l la miraba? Era su imaginacin o el picaporte de aquella puerta acababa
efectivamente de moverse?
Sin hacer el menor ruido, y sin perder de vista la puerta para estar seguro en
todo momento de que nada ni nadie sala de all y le segua, Burleigh ech a andar
lentamente hacia las oscuras escaleras. No obstante, apenas haba avanzado unos
pocos pasos cuando, de repente, sinti cmo las fuerzas le fallaban y las
mandbulas se le desencajaban con una mezcla de miedo y consternacin. La
puerta de la biblioteca, que l recordaba perfectamente haber cerrado antes y que,
por otra parte, estaba seguro de haber visto cerrada cuando subi por ltima vez a
su habitacin, se hallaba ahora ligeramente entreabierta. Aunque le pareci
percibir un suave susurro all dentro, su razn le grit que aquello no poda ser
sino un nuevo efecto de su imaginacin. Durante unos segundos se repiti
mentalmente aquella idea hasta que, de repente, el ruido claro e inconfundible de
una silla al ser arrastrada lleg ntidamente a sus odos.
Djeme salir de aqu! grito una voz aterrorizada. Por el amor de Dios,
abra esta maldita puerta. Hay un cadver aqu dentro!
Desde donde estaba, Burleigh observ con frialdad la dramtica escena que
a continuacin se desarroll en la penumbra reinante ante sus ojos. Los nicos
sonidos que llegaron a sus odos fueron el forcejeo delos hombres y la agitada
respiracin del intruso. Un casco de polica cay al suelo con un golpe sordo y
rod hasta un rincn. Acto seguido fueron los tres hombres quienes, con un salvaje
estruendo, cayeron sobre el entarimado en un confuso montn. Se oy un gruido
apagado y un ligero chasquido. Unos segundos ms tarde una figura se pona
trabajosamente en pie mientras otra, de rodillas, se inclinaba resoplando sobre una
tercera que yaca tumbada sobre el suelo. La figura que acababa de ponerse en pie
hurg brevemente en uno de sus bolsillos, sac una cerilla, la encendi, y se acerc
a la pared para prender el gas.
El prisionero irgui la cabeza con dificultad y dirigi a sus tres captores una
mirada impregnada de terror.
l ya estaba aqu cuando yo llegu dijo entre sollozos. Les juro que es
cierto. Tengan eso en cuenta, seores. Cuando yo entr aqu l ya se encontraba
desde haca rato tal y como est ahora. Se lo juro, seores. Cuando lo descubr
intent salir de aqu, pero entonces me di cuenta de que me haban encerrado.
Eh, oiga, amigo. De quin demonios est usted hablando? Quin estaba
aqu cuando usted lleg? pregunt el sargento.
Con sumo cuidado, el sargento condujo a Burleigh hasta una silla. Luego se
acerc a un pequeo mueble bar, verti un poco de whisky en un vaso y se lo
ofreci. Con manos temblorosas, Burleigh tom el vaso y lo apur de un solo trago.
A continuacin ech la cabeza hacia atrs y solt un gemido. El sargento esper
pacientemente hasta que Burleigh se encontr mejor. Entonces, acercando una silla,
se sent a su lado y lo mir con atencin.
Les repito que ese hombre ya estaba muerto cuando yo entr aqu
repuso el otro con voz temblorosa. Estaba justamente donde est ahora mismo,
tirado en el suelo, y cuando lo vi mi nico pensamiento fue intentar salir de aqu.
Usted mismo me oy gritar pidiendo ayuda, seor aadi mirando a Burleigh.
Cree usted que hubiera actuado as si hubiese matado a ese hombre?
Les juro que yo no tengo nada que ver con todo esto repeta el intruso
desde el suelo. Soy inocente. A m nunca se me ocurrira hacer algo as. No llevo
en esta casa ni diez minutos, y ese hombre tiene pinta de llevar muerto un buen
rato.
Esa espada colgaba de esos dos ganchos que puede usted ver ah,
sargento, en la pared intervino Burleigh. Este hombre debe de haberla cogido
para matar a mi amigo. Estoy seguro de que hace un rato, cuando dej a Fletcher
solo en esta habitacin, esa espada estaba todava en su sitio.
No sabra decirle con seguridad. Quiz media hora. Quizs incluso una
hora respondi Burleigh. No me fij en la hora que era cuando sal.
Desde el suelo, el intruso gir la cabeza hacia l y le mir con ojos muy
abiertos.
Con mucho cuidado, el sargento dej el arma sobre el suelo y se volvi hacia
su prisionero.
Con un rpido ademan, cogi las manos de Burleigh entre las suyas, las
aferr con sbita e inesperada fuerza y, tras hurgar brevemente en uno de sus
bolsillos, sac un pequeo objeto fro y metlico y lo coloc alrededor de las
muecas del otro en un abrir y cerrar de ojos.
Mientras el agente bajaba las escaleras corriendo a todo lo que daban sus
piernas, el sargento volvi a verter un poco de whisky en un vaso y, arrodillndose
nuevamente junto al cuerpo de Fletcher, le levant la cabeza y le desliz un trago
de licor por entre los labios resecos.
Demasiado aturdido todava por aquel giro tan brusco que acababan de dar
los acontecimientos, Burleigh apenas fue consciente de que, mientras el sargento
realizaba unas cuantas anotaciones en una libreta, los otros tres hombres no
dejaban de observarle con atencin. No obstante, comprendi perfectamente lo que
el sargento quiso darle a entender cuando, tras guardar su libro de notas, se acerc
a l lentamente y le puso una mano en el hombro.
Cuando el hombre lleg por fin a lo alto del viejo puente de piedra, levant
la cabeza y, apartando la mirada de las oscuras aguas del ro y las pequeas
embarcaciones que las surcaban en silencio, observ con aspecto satisfecho las
dbiles luces de Riverstone, la pequea poblacin situada en la ribera opuesta.
Animado por aquella visin, y a pesar de avanzar lenta y trabajosamente, como
quien lleva ya recorridas muchas y fatigosas millas, apret el paso. Sus calcetines,
donde no estaban bastamente zurcidos, se hallaban reducidos a enormes agujeros,
y en cuanto a su abrigo y sus pantalones, estaban rados y descoloridos por el uso.
No obstante, a pesar de su desastrada indumentaria, el hombre se sacudi el polvo
que la cubra, se enderez y, tras alcanzar el extremo opuesto del puente, se
dirigi, caminando no sin cierta altanera, hacia la hilera de casas ubicada frente al
muelle.
Pas sin detenerse ante la puerta de una simple tienda de licores llamada La
Reina Ana y, tras dirigirle un rpido vistazo a El Rey Jorge y El Ancla Fiel, dos de
las tabernas de la calle, prosigui su camino hasta que, finalmente, lleg frente a
una maciza puerta sobre la que colgaba un cartel que, en letras doradas, deca: La
Llave de Oro. Aunque saltaba a la vista que aqulla era la mejor posada de todo
Riverstone y que, sin lugar a dudas, deba de tratarse del lugar habitual de reunin
de la gente ms adinerada y pudiente de la localidad, nuestro hombre, sin
achicarse lo ms mnimo ante tal circunstancia, se enderez el rado abrigo y,
avanzando con aire decidido y arrogante, abri la puerta y cruz el umbral.
He dicho que quiero coac con agua. Y que lo quiero bien caliente
repiti el forastero. Y procure que el vaso est lleno hasta el borde. Me ha odo
bien?
Dicho lo cual, se recost en su silla y se puso a remover con el pie los leos
que ardan en el fuego, provocando con ello pequeas lluvias de chispas que
ascendan dando vueltas por la chimenea. Unos segundos ms tarde la puerta de la
trastienda volvi a abrirse y el dueo del local entr en el saln seguido de cerca
por el camarero. No obstante, el forastero, demasiado abstrado en lo que estaba
haciendo, ni siquiera levant la cabeza cuando los dos hombres entraron, sino que
continu mirando las brasas plcidamente.
Conque Mullet, eh? dijo el forastero con una nota de sorpresa en la voz
. Si de verdad es se su nombre, disclpeme. He debido de confundirme. Por un
momento le tom por el capitn Rogers, un antiguo camarada mo. No s cmo he
podido cometer un error tan absurdo, pues no me cabe la menor duda de que a
Rogers lo ahorcaron hace aos. Aun as, el parecido es increble No habr tenido
usted por casualidad un hermano al que en su tiempo llamasen Rogers, verdad?
Ni lo intentes, Rogers. Qudate quietecito donde ests dijo con voz fra
y severa.
Ahora no, querida. Estoy ocupado dijo este ltimo con cierta
brusquedad.
Llevndose al pecho una nervuda mano en la que faltaban dos dedos, Gunn
se inclin por tercera vez en una reverencia.
Hay muchos motivos por los que debo compartir contigo todo cuanto
poseo repuso Mullet con tranquilidad. Pero, por desgracia, t nunca sers
capaz de entenderlos.
Tras mirar a Mullet con expectacin durante unos instantes, se llev la mano
nuevamente al bolsillo en que guardaba el arma, presto a usarla en caso de que el
otro hiciese el menor movimiento hacia l. No obstante, al ver que el posadero
permaneca inmvil y que el rostro de ste se hallaba surcado por profundas
arrugas de preocupacin, se relaj y clav su mirada en el fuego.
Quin te iba a decir a ti que, tras quince aos esforzndote por llevar una
vida decente y honrada, ibas a acabar vindote de esta manera, eh, Rogers? dijo
el intruso con una burlona sonrisa.
Por cierto, seor posadero! grit Gunn dando golpes en la mesa con su
mano mutilada.
Espero que eso quiera decir que ha dormido usted bien dijo la
muchacha cortsmente.
Como un beb dijo Gunn. Tal y como corresponde a alguien que tiene
la conciencia tranquila, eh, Mullet?
Una hermosa muchacha dijo una vez que, acabado el desayuno, sta se
hubo retirado. Dnde est su madre?
Mientras hablaba, baj ligeramente la vista y, al ver sus ropas radas y sus
zapatos destrozados, comenz a tantearse los bolsillos en busca de las monedas
que su anfitrin le haba entregado la noche anterior. Una vez hubo dado con ellas,
sonri con malicia, se puso en pie y, tras dirigirle al posadero una ltima mirada,
sali apresuradamente de la casa con la intencin de renovar su vestuario. El
posadero, por su parte, con el rostro muy rgido y en silencio, le observ alejarse
muelle abajo hasta que desapareci. Entonces, con la cabeza gacha, se levant y,
decidido a ocupar sus pensamientos de alguna manera, se puso a contar las
ganancias de la jornada anterior.
Vamos, vamos, Gunn dijo Mullet con un hilo de voz al tiempo que le
diriga a su interlocutor una mirada de splica. No te tomes las cosas de esa
manera. Seamos amigos. En cuanto a Joan, no se lo tengas en cuenta. Es joven e
impulsiva y, como has podido comprobar, tiene su genio.
Dirigindole una mirada de profundo desdn, Gunn se irgui cun alto era
y, sin decir una sola palabra, dio media vuelta y abandon la habitacin.
Vaya, vaya, camarada dijo Gunn con un gruido. Al final resulta que
vas a salirte con la tuya: vas a conseguir burlar al verdugo. Como esto siga as no
voy a tener oportunidad de contar todo lo referente a tu pasado.
Bajo la mirada atenta de Gunn, Mullet cerr los ojos y volvi a abrirlos
lentamente mientras intentaba pensar. Cuando por fin habl, lo hizo en voz muy
baja y con extrema dificultad.
Ven a verme esta noche mascull. Dame tiempo para para poder
hacerte rico. Pero ahora cuidado la enfermera puede ornos
Muy bien Pero antes promteme que le dars a Joan una parte dijo
Mullet entre jadeos.
Casi una hora despus de medianoche, Nick Gunn, tras haber tomado la
precaucin de descalzarse previamente en su habitacin, cruz a hurtadillas las
sombras que se cernan sobre el descansillo del primer piso. Un tenue resplandor
que sala por la puerta entreabierta de la habitacin del enfermo iluminaba
lgubremente el pasillo dibujando una fina lnea de luz sobre el entarimado. Al
verla, Gunn se dirigi hacia ella y, una vez junto a la puerta, introdujo la cabeza
por la rendija y se asom al interior.
Sin hacer ruido, Gunn entr en la habitacin, fue hasta la cama y, al ver que
el enfermo se hallaba tambin dormido, lo cogi por el hombro y comenz a
zarandearlo con violencia. Mullet abri ligeramente los ojos y mir a Gunn con
expresin confusa.
Mullet volvi a abrir los ojos, mir con temor a su alrededor y susurr unas
cuantas palabras incoherentes. Reprimiendo un juramento, Gunn se inclin an
ms sobre el enfermo hasta casi tocar con su oreja los labios resecos. Entonces, de
repente, en apenas medio segundo, su cuello se encontr atrapado entre las manos
del hombre ms fuerte de Riverstone, y un poderoso brazo que ms bien pareca
una slida barra de acero empuj su cuerpo hacia abajo y lo mantuvo firmemente
sujeto sobre la cama impidindole el ms mnimo movimiento.
EL BARCO DESAPARECIDO
Transcurri todava un buen rato, que los all presentes ocuparon haciendo
numerosos comentarios acerca de los barcos que se haban construido hasta la
fecha en Tetby, de quienes los haban construido, de los viajes que haban realizado
y de la distinta suerte que cada uno de ellos haba corrido, antes de que una
pequea vela blanca se izase en una magnfica nave que, sbitamente, solt
amarras ro arriba, en el extremo ms alejado del embarcadero. La muchedumbre
congregada en el muelle vibr excitada conforme el resto de las velas fueron
siendo desplegadas y la recin botada nave fue aproximndose lenta y
majestuosamente hasta donde ellos se hallaban. Cuando una leve brisa henchi las
velas, el barco adquiri velocidad y se desliz sobre las aguas como si fuese un
hermoso cisne, sus imponentes mstiles apuntando al cielo por entre nubes de lona
blanca. Al pasar frente al muelle, a menos de diez metros de la multitud all
congregada, los hombres gritaron entusiasmados y las mujeres alzaron a sus hijos
para que stos pudieran decirle adis con la mano a una tripulacin compuesta,
desde el capitn hasta el grumete, por hombres de Tetby que navegaban rumbo a
los lejanos mares del sur.
Muchos teman que la nave pudiese arribar a puerto durante la noche, una
de aquellas fras y tristes noches en las que lo nico apetecible era permanecer en
cama, sobre todo sabiendo que aunque uno se levantase y se dejase caer por el
muelle no conseguira ver ms que unas pocas luces de posicin relumbrando en el
agua y una forma oscura deslizndose con extrema cautela ro arriba. En realidad,
todos deseaban ver llegar aquel barco a plena luz del da. Deseaban avistarlo
primero en aquel mismo horizonte en el que meses antes se haba internado hasta
desaparecer. Deseaban verlo acercarse poco a poco, cada vez ms y ms, hasta
tener ante sus ojos a un imponente navo endurecido por el sol y los mares del sur
en cuya cubierta se agolparan todos los miembros de la tripulacin para dirigir
sus miradas a Tetby y comprobar cunto haban crecido los nios durante su
ausencia.
Pero la nave no llegaba. Da tras da, aquellos que oteaban las aguas del
horizonte no hacan otra cosa que esperar en vano. Al cabo de un tiempo, comenz
a circular la idea de que el barco tardara an mucho tiempo en regresar. Luego, si
bien slo entre aquellos que no tenan ni familiares ni amigos entre los miembros
de la tripulacin, se extendi un nuevo rumor: que El Orgullo de Tetby haba
desaparecido para siempre.
Que Dios ayude a aquellos que se encuentren esta noche en alta mar
dijo la anciana con fervor cuando una rfaga de viento, de mayor intensidad que
las dems, hizo temblar de arriba abajo toda la vivienda.
La mujer dej la labor sobre su regazo y se retorci las manos con fuerza,
nerviosa. En aquel preciso instante, la puerta de la casa se abri de golpe. La llama
de la vela que iluminaba la habitacin se estremeci y se apag a causa del viento.
Luego, mientras la anciana se levantaba de su asiento, la puerta se cerr.
Aunque la oscuridad era casi absoluta y sus ojos apenas le permitan ver
nada, le pareci percibir algo que permaneca de pie junto a la puerta. Deseosa de
averiguar qu poda ser aquello, se apresur a coger una astilla de la repisa de la
chimenea, la prendi en el fuego que an arda en el hogar y encendi la vela que
acababa de apagarse.
Madre!
En ese caso vete a dormir, Jem, hijo mo. Ve a acostarte en tu vieja cama.
Est tal y como t la dejaste: hecha y con las sbanas frescas y estiradas. Ha estado
as, aguardndote, durante todos estos aos.
Estaba tan agotado que apenas poda hablar les respondi la anciana.
Le hice varias preguntas, pero l no fue capaz de contestar a ninguna de ellas. Por
favor, dadle hasta el amanecer para que descanse y entonces podris hacerle todas
las preguntas que queris.
As que todos los all reunidos se dispusieron a esperar, pues regresar a casa
y echarse a dormir eran cosas completamente impensables en circunstancias como
aqullas. Lo ms que algunos se atrevieron a hacer fue dar algn que otro
ocasional paseo calle arriba para estirar las piernas, pero siempre sin alejarse
mucho de la casa. No obstante, la mayora prefiri reunirse en pequeos grupos
para comentar animadamente aquel inslito acontecimiento. Casi todos estuvieron
de acuerdo en que el barco deba de haber naufragado y en que el resto de la
tripulacin deba de hallarse en aquel momento perdida en alguna isla
deshabitada. Eso era lo que deba de haber sucedido, pensaron todos, pero si uno
de ellos haba logrado regresar a casa, indudablemente todos los dems tambin
podran hacerlo. Todos, claro est, excepto quizs alguno que otro que ya era viejo
cuando el barco abandon el puerto y que probablemente deba de haber muerto
durante los aos transcurridos desde entonces. Quien dijo esto no pudo evitar que
lo oyese una anciana mujer cuyo marido, caso de hallarse vivo, deba de ser ya
extremadamente viejo. No obstante, aunque los labios de la anciana temblaron
ligeramente, sta se limit a sonrer con tranquilidad y a decir que lo nico que ella
esperaba averiguar era simplemente qu haba sido de su marido.
La anciana abri la puerta que conduca al piso superior y, con el paso lento
y trabajoso propio de una mujer de edad avanzada, comenz a subir las escaleras.
Los otros, desde abajo, pudieron orla un instante ms tarde llamando suavemente
a su hijo.
Al cabo de dos o tres minutos, todos la oyeron bajar las escaleras. Iba sola.
La sonrisa, desgraciadamente, se haba borrado por completo de su rostro y haba
sido reemplazada por una expresin aturdida y extraada.
Yo era bastante joven por aquel entonces comenz aquel hombre tras
darle una profunda calada a su pipa y dirigir una mirada jovial a todos los
presentes. Acababa de regresar de China y, al estar mi familia ausente cuando
llegu, decid darme una vuelta por el campo para visitar a un to mo. Cuando
llegu a la casa en cuestin, me encontr con que sta estaba cerrada y con que
toda la familia de mi to se hallaba de viaje por el sur de Francia. No obstante,
como estaba previsto que volviesen a casa al cabo de un par de das, decid
alojarme mientras tanto en El Rey Jorge, una posada de lo ms respetable, y
esperar all su regreso.
Comenc la jornada con un excelente estado de nimo, pues el da, que era
fro y radiante, incitaba a pasear. An podan verse restos de nieve sobre los setos
helados y las vallas de madera que bordeaban carreteras y caminos, lo cual, a mis
ojos, confera a todo aquel paraje un encanto especial. Todo el lugar era demasiado
tranquilo y montono, pero haba rboles por todas partes y los pueblos por los
que pas tenan cierto sabor a aejo que resultaba de lo ms pintoresco.
A medioda hice una parada para tomar una ligera comida a base de pan,
queso y cerveza en el bar de una pequea posada, tras lo cual resolv continuar
caminando un rato ms antes de dar media vuelta. Cuando, finalmente, comprend
que ya haba llegado bastante lejos, tom un sendero que se separaba en ngulo
recto del camino que llevaba rato recorriendo y decid emprender el regreso
siguiendo una ruta distinta a la que haba empleado para llegar hasta all. Aunque
el camino de ida haba discurrido siempre en lnea recta y yo apenas haba
observado bifurcaciones en l, aquel nuevo sendero estaba plagado de ellas, cada
una de las cuales tena las suyas propias, pareciendo desembocar todas, tal y como
descubr despus de seguir unas cuantas, en unos pantanos de aspecto poco
tranquilizador. Al cabo de un rato, cansado ya de recorrer tantos caminos y sendas
diferentes, decid echar a andar a campo traviesa confiando en la inestimable
ayuda de una pequea brjula que llevo siempre colgada de la cadena de mi reloj.
Me haba adentrado bastante en los pantanos cuando una espesa niebla que
llevaba ya un buen rato asomando por el borde de los pozos y las charcas que me
salan al paso comenz a extenderse poco a poco por todas partes. Aunque no
haba manera alguna de escapar de ella, fui capaz, gracias a mi brjula, de
mantener el rumbo que llevaba, evitando as caminar en crculos, caer en algn
charco helado o tropezar con las races que acechaban semiocultas entre la hierba.
Continu avanzando de aquella manera hasta que, aproximadamente a las cuatro
de la tarde, la noche, como si se hubiese puesto de acuerdo con la niebla, comenz
a caer rpidamente sobre los pantanos. Fue entonces cuando, resignado, hube de
reconocer que me haba perdido.
Los dos nos detuvimos el uno frente al otro cuando nos encontramos a la
misma altura. El recin llegado, un campesino de complexin robusta, se ofreci de
buena gana a ayudarme en cuanto le hube expuesto la situacin tan difcil en la
que me encontraba. Muy amablemente, retrocedi conmigo durante ms o menos
una milla hasta que los dos llegamos a una carretera ms ancha y en mejor estado.
Una vez all, me dio detalladas instrucciones de cmo llegar al pueblo ms cercano,
el cual se encontraba a unas tres millas de distancia.
En un primer momento todo cuanto de ella pude ver fue aquel pequeo
recuadro de luz en la ventana, as que me dirig hacia l hasta que, de repente, la
luz desapareci y me di de bruces contra un alto seto. Continu entonces
avanzando a tientas a lo largo de ste hasta que llegu a una pequea verja que
apareci sbitamente ante m. Tras abrirla con extrema cautela, ech a andar, no
sin algo de nerviosismo, por un estrecho y largo sendero que conduca
directamente a la puerta principal de la casa. En aquel momento no llegaban hasta
m ni el menor atisbo de luz ni el menor sonido provenientes del interior, por lo
que, cuando levant mi bastn para llamar suavemente a la puerta, no pude evitar
sentir cierta vergenza por aquel atrevimiento mo al hacer una visita a aquella
hora tan intempestiva.
Dud un momento. Los dos formaban una pareja bastante extraa, y, por lo
dems, aquel lgubre vestbulo sobre cuyas paredes danzaban las sombras que
proyectaba la vela apenas resultaba ms atractivo que la oscuridad reinante en el
exterior.
Esta noche seremos tres para cenar dijo finalmente. Nosotros dos y
mi hijo.
Volv a asentir con la cabeza y pens para mis adentros que ojal aquella
forma de mirar no fuese algo hereditario.
Yo respond que, en efecto, as era, hecho lo cual, tanto con luz como sin
ella, comenc a devorar mi plato con un feroz apetito que a lo largo de aquel da
me haba visto obligado a aplacar con tan slo aquel ligero aperitivo tomado a
medioda. Me result bastante complicado comer en la oscuridad, pero, a juzgar
por los movimientos y el comportamiento en general de mis dos invisibles
anfitriones, me pareci evidente que ellos estaban tan poco acostumbrados como
yo a cenar en aquellas incmodas circunstancias. No obstante, los tres continuamos
comiendo en silencio hasta que la anciana entr en la habitacin y, con algn que
otro traspi en la oscuridad, se acerc a la mesa para dejar sobre ella la bandeja de
los postres.
Volv a responder que s y aad que haba tenido una gran suerte al
haberme topado con una cena tan deliciosa como aqulla.
Es usted muy amable dijo la voz con gravedad. Por cierto, padre, se
ha olvidado usted de traer el oporto.
Encendi una cerilla y, una tras otra, fue prendiendo todas las velas que
haba en la habitacin. Pude as ver que el hombre que estaba sentado frente a mi
no tena rostro, sino ms bien lo que quedaba de l: una masa informe y
descarnada de aspecto salvaje en la que un reluciente ojo de mirada ardiente era lo
nico que recordaba su origen humano. Nada ms verlo, una horrible sospecha
que explicaba lo que deba de haberle ocurrido a aquella cara me asalt, y no pude
evitar sentirme enormemente conmovido.
Pens continu ste que sera mejor para todos que yo no apareciese
por el comedor. Pero como da la casualidad de que hoy es mi cumpleaos, mi
padre se neg rotundamente a que yo cenara a solas en otra habitacin. As que se
nos ocurri poner en prctica esta estpida idea de cenar a oscuras. Lamento
mucho haberle asustado.
Un sonrojo apenas perceptible asom a las mejillas del anciano a la vez que
cierta expresin de alivio y gratitud dulcific en gran medida aquel pobre ojo
solitario que me miraba de frente. A juzgar por los efectos que acababan de
producir en mis anfitriones aquellas ltimas palabras mas, me alegre
enormemente de haberlas pronunciado.
Muy bien dijo mi anciano anfitrin con renovados bros. En ese caso,
ahora que ya nos conocemos todos un poco mejor, acerquemos nuestras sillas al
fuego y convirtamos esta noche en una verdadera velada de cumpleaos.
Acto seguido acerc al fuego una mesilla sobre la que todos pudiramos
dejar nuestros vasos, sac de algn sitio una caja de puros y, tras aadir una silla
para la vieja criada, invit a sta a que se sentase a tomar un trago con nosotros.
Aunque al principio la conversacin no fue demasiado fluida, si es cierto al menos
que no careci de cierta vivacidad, la cual fue poco a poco aumentando hasta que,
al cabo de unos cuantos minutos, formbamos el grupo ms alegre del mundo. La
noche transcurri tan rpidamente que apenas pudimos dar crdito a nuestros
odos cuando, en medio de uno de los escasos silencios que hubo en nuestra
conversacin, el reloj del saln dio las doce.
A la salud de aquellos nios a los que t, querido hijo mo, les salvaste la
vida una vez!
EL SIRVIENTE DEL HOMBRE MORENO
Una fra y triste tarde de noviembre, Mr. Hyams, quien slo de vez en
cuando dedicaba algn que otro momento suelto a su higiene personal, se hallaba
tomando el fresco ante la puerta de su tienda. Era la de aquella tarde una
atmsfera cargada de holln en la que se entremezclaban multitud de olores
diferentes, pero que, comparada con el opresivo olor a cerrado que imperaba en el
interior de la tienda, resultaba casi saludable. Al otro lado de la calle, en la gran
taberna que, vista desde fuera, no era ms que una fachada mugrienta en la que se
alternaban ventanas sucias y carteles descoloridos, comenzaban a encenderse las
luces, lo cual indicaba que muy pronto su sombra apariencia diurna acabara
vindose reemplazada por la de un autntico hervidero de luz y de vida.
Mr. Hyams, quien nunca tena prisa a la hora de encender las luces de su
propio establecimiento ya que, como su larga experiencia le haba corroborado, la
mayora de sus clientes prefera para sus visitas la romntica y escasa luz del
atardecer, se dispona a abandonar el fro aire de la calle en favor del calor de su
tienda cuando su atencin se vio captada de repente por un marinero de
complexin robusta que acababa de detenerse ante el escaparate para contemplar
los objetos que en l se exhiban. Nada ms verlo, Mr. Hyams se frot suavemente
las manos. Por un lado, haba algo en aquel marinero que le confera cierto aspecto
de prosperidad y bienestar. Por otro, el prestamista tena en su escaparate una gran
cantidad de artculos que, aunque a todas vistas resultaban completamente intiles
para un hombre como aqul, estara muy gustoso de poder venderle.
Mr. Hyams entr, se coloc tras el mostrador y esper a que el otro entrase.
Mr. Hyams vacil por un instante. Aunque por lo general no era un hombre
reacio a los negocios por ilcitos que stos fuesen, acudi de repente a su memoria
el ntido recuerdo de otro marinero que en cierta ocasin le haba propuesto lo
mismo y que, tras cuatro vasos de ron, le haba pedido, sin ms, que le prestase
veinte libras. De ello haca ya mucho tiempo, pero aquel humillante recuerdo
todava perduraba dolorosamente en su interior.
Muy bien. Tenga presente que, de hacer algo as, podra usted
considerarse hombre muerto amenaz el marinero hablando entre dientes.
Sera el peor negocio que hubiera usted hecho en toda su vida. Ahora, cuando le
ensee lo que tengo intencin de ofrecerle, tendr usted que decidir si va a tomarlo
o dejarlo sabiendo que el precio, que es inamovible, no es otro que el que le acabo
de decir. No obstante, caso de no aceptarlo, me dejar usted marchar
tranquilamente por donde he venido?
Dejando el diamante sobre la mesa, comenz a darle vueltas con la punta del
dedo mientras el prestamista, con la cabeza agachada hasta casi tocar la mesa, lo
inspeccionaba con suma atencin. Luego, como quien le hace un gran favor a otro,
lo puso sobre la palma abierta y huesuda del judo y lo dej all durante unos
segundos.
El prestamista se ech a rer. Era aqulla una risa que sola reservar
especialmente para los negocios. Una risa que, con el paso de los aos, le haba
ayudado a conseguir unos inestimables beneficios para su tienda.
Est bien, est bien. Le dar setenta. Pero que quede bien claro que al
ofrecrselos me arriesgo a perder dinero se apresur a decir el prestamista.
Hay que tener en cuenta que se corre un gran riesgo al querer deshacerse
de una piedra como sa dijo el prestamista sin hacerle caso a la calderilla que el
otro le ofreca. De dnde procede? Se halla ligada a alguna historia?
Este es Levi, el amigo al que me refer antes dijo Mr. Hyams mientras
entraba en la trastienda y cerraba la puerta tras de s. Puede usted ensearle la
piedra sin temor alguno.
Simplemente me gusta tratar con gente que sabe lo que se trae entre
manos dijo el recin llegado. Ahorra muchas complicaciones. No obstante, si
finalmente accedemos a comprarle la piedra por esa cantidad, deber usted hacer
algo por nosotros. Mantenga la boca bien cerrada y no pruebe una sola gota de
alcohol hasta que su barco se haga a la mar. Pero sobre todo no le diga ni una sola
palabra a nadie.
No tiene usted de qu preocuparse por lo que respecta al alcohol dijo el
marinero con gravedad. No pienso tocarlo.
Estoy seguro de que poseer este diamante conlleva un gran riesgo dijo
el prestamista. Por lo general, una piedra como sta nunca pasa inadvertida.
Todo lo bueno conlleva siempre un riesgo dijo el otro con cierto tono de
desdn. No esperars tener algo como esto sin que haya de por medio algn que
otro inconveniente, verdad?
Tomando la gema una vez ms, se puso a observarla con profundo fervor.
Hablas como si hubieses pagado por un abrigo robado dijo Levi con
impaciencia. Un riesgo de ese tipo (y t lo has corrido alguna que otra vez) s
que es cosa de locos. Un viejo abrigo usado no merece la pena. Pero esto, en
cambio, es Demonios! A uno le empieza a hervir la sangre con tan slo mirarlo.
Sabes lo que voy a hacer? Te lo voy a dejar a ti, que sabes negociar con
este tipo de mercanca dijo el prestamista. Si te las arreglas para sacar una
buena cantidad por l, no tendr que volver a trabajar en toda mi vida.
Y por favor, Levi, no te metas en los ni dejes que te ocurra nada malo esta
noche dijo el prestamista hecho un manojo de nervios.
Aquella noche decidi que cerrara a las diez en punto. As que, llegada la
hora, el dependiente, tras asegurar puertas y ventanas y echar hasta abajo todas las
persianas, se march apresuradamente a su casa. Una vez a solas, el prestamista se
prepar una cena ligera, terminada la cual se instal cmodamente en un silln
para fumar otro de sus puros y pensar en todo lo que haba sucedido aquel da. As
estuvo hasta que falt muy poco para la medianoche. Luego, muy satisfecho
consigo mismo, subi las polvorientas escaleras que conducan a su habitacin y,
una vez en sta, se meti rpidamente en la cama. A pesar de la excitacin que le
haba deparado aquella tarde, no tard en encontrarse profundamente dormido. Y
sigui durmiendo hasta que unos lejanos pero insistentes golpes que comenzaron a
sonar bajo su ventana le despertaron de improviso.
II
Al principio aquel ruido se entremezcl con sus sueos e incluso los ayud a
formarse en su mente. Se hallaba en una oscura mina en cuyas profundidades
montones de obreros cubiertos de mugre y armados con recios picos se ocupaban
en extraer de las paredes unos diamantes tan grandes que, al verlos, Mr. Hyams se
sinti profundamente descorazonado, pues al lado de ellos la piedra que l haba
comprado no era ms que un ridculo guijarro. Pero justo entonces se despert y se
sent en la cama restregndose los ojos con fuerza. Aquel ruido resultaba del todo
insoportable para un hombre como l, que gustaba de hacer negocios de la manera
ms sencilla y discreta posible. Al principio se sobresalt un poco, pues aquellos
golpes que parecan provenir de la puerta de su tienda sonaban exactamente igual
que los que l sola asociar con la polica. No obstante, a pesar de que un mal
presentimiento comenzaba a apoderarse de l, el judo salt con decisin de la
cama y, tras descorrer un par de pestillos, abri la ventana y asom la cabeza por el
vano procurando hacer el menor ruido posible. A la luz de un farol que iluminaba
el estrecho callejn desde la acera opuesta pudo ver una figura que se hallaba justo
bajo su ventana.
Quin anda ah? pregunt el judo con aspereza.
Los golpes cesaron y la figura, tras retroceder unos cuantos pasos, mir
hacia arriba.
Baje aqu y abra esta maldita puerta dijo una voz que el prestamista
reconoci en seguida como la del marinero.
Alarmado por las palabras y las maneras de aquel hombre, el judo, tras
dejarle bien claro que slo le dejara entrar si dejaba de armar aquel escndalo tan
horrible, encendi una vela, cogi una pistola del interior de un cajn, se visti a
toda prisa y, con la vela en una mano y la pistola en la otra, baj refunfuando las
escaleras que conducan a la tienda.
Tras dejar la vela sobre el mostrador, el judo descorri los recios cerrojos
que franqueaban la puerta y abri sta con suma cautela. El marinero entr
entonces y, mientras el prestamista cerraba la puerta tras l, se encaram de un
salto a lo alto del mostrador y se qued all sentado con las piernas colgando.
Si no recuerdo mal, creo que cuando estuve aqu antes mencion que me
hara a la mar dentro de cinco das dijo el marinero. Pues bien, esta misma
tarde he conseguido enrolarme en otro barco, uno que parte a las seis de la
maana, o lo que es lo mismo, dentro de unas pocas horas. Y es que, ver usted: las
cosas se estn poniendo bastante feas para m aqu. No obstante, y a pesar de todo,
pens que antes de marcharme sera un bonito detalle dejarse caer por aqu para
advertirle.
ramos cuatro los que hicimos aquel trato prosigui una vez que el
prestamista hubo apartado el arma. Adems de m, estaban Jack Ball, Nosey
Wheeler y un tipo muy extrao de origen birmano. Recuerdo muy bien la ltima
vez que vi a Jack Ball. Estaba muy quieto y callado y tena un cuchillo clavado en el
pecho. Si yo no me hubiese andado con ojo desde aquel da, estoy seguro de que
hace ya tiempo que habra corrido su misma suerte. As que si no se conduce usted
con cuidado, compaero, no pasar mucho tiempo antes de que se encuentre
tambin con un cuchillo ensartado entre las costillas.
Bueno, pero usted no les tiene miedo a esos dos, verdad que no?
pregunt el judo. Adems, bastara con acudir a la polica y contarles
Y dice usted que esos tipos han estado siguindole durante todo este
tiempo? pregunt el prestamista.
Dicho lo cual, y tras hacer acopio de valor, ech a andar a grandes zancadas
callejn arriba mientras sus pasos resonaban pesadamente en el silencio de la
noche. El judo permaneci en la entrada de su tienda, observndolo, hasta que
desapareci al doblar la esquina. Luego, tras cerrar de nuevo la puerta y
asegurarse de que todos los cerrojos quedaban bien echados, regres a su
habitacin y se acost. All permaneci despierto todava largo rato, meditando
profundamente sobre la advertencia que acababa de recibir, hasta que, por fin, se
qued dormido.
Me gustara hablar un momento con usted dijo aquel hombre tras darse
cuenta de que tendra que ser l quien iniciase la conversacin.
El judo mir fijamente a aquel hombre y se dio cuenta de que aquel rostro
se haba puesto plido y tenso de repente. Su expresin era la del hombre que ha
decidido jugrselo todo a una sola carta.
Supongo dijo al fin hablando con gran lentitud que lo que quiere
usted darme a entender es que ha matado al dueo de este cinturn.
III
El gato del prestamista, con las patas delanteras recogidas bajo el cuerpo,
dormitaba tranquilamente sobre el mostrador. Como a lo largo de aquella maana
haban entrado muy pocos clientes en la tienda, no le haban echado de all ms
que en tres ocasiones. Llevaba ya cinco aos cultivando la placentera costumbre de
dormitar all encima, y si haba algo en el mundo que haba acabado
convencindole de lo valioso que era aquel puesto privilegiado, eso era
precisamente el hecho de que siempre estaban echndolo de all. Para un gato de
temperamento firme y perseverante como l, aquel simple detalle le otorgaba al
mostrador un valor aadido difcil de ignorar. Adems, de vez en cuando algn
que otro obsequioso cliente reparaba en l y le soltaba un piropo a su hermoso
pelaje, lo cual resultaba tan agradable que el animal no pona el menor reparo
cuando dichos clientes alargaban la mano para rascarle suavemente detrs de las
orejas.
En este mundo hay muchas cosas valiosas, caballero dijo. Pero, sin
duda alguna, el tiempo es la ms valiosa de todas. En el caso que aqu nos
concierne el tiempo es sinnimo de vida.
Hubo una vez un marinero que hizo un mal negocio y acab mal por ello
aadi el hombre moreno sin alterar el tono de su voz. Muri de pena.
Hizo una pausa, durante la cual el judo se dio cuenta de que el rostro de
aquel hombre ya no era el mismo de antes. En lugar de la expresin risuea y
burlona que haba estado all todo el tiempo, ahora no haba ms que una horrible
mueca de diablica maldad en la que dos ojos oscuros refulgan con una luz fra y
despiadada.
Inclinndose por encima del mostrador, agarr a aquel hombre por el cuello
con una de sus enormes manos y, tras levantarlo en peso, lo arroj brutalmente
contra la pared, la cual se estremeci de arriba abajo a causa del impacto. Luego, al
ver cmo aquel personaje que acababa de amenazarle con una horrible y misteriosa
muerte se converta de repente en un pobre viejecillo que haba comenzado a toser
y escupir cuando lo haba agarrado por el cuello y que ahora luchaba por
recuperar el aliento tras el duro golpe recibido, solt una estentrea carcajada.
Dnde est ahora ese sirviente suyo, ese demonio que se supone que iba
a enviar contra m? pregunt el judo con malicia.
Hizo una pausa mientras su mirada se posaba sobre el gato, el cual acababa
de subirse en aquel preciso instante a lo alto del mostrador para tumbarse una vez
ms en su lugar habitual.
A menos que esta noche, antes de las diez en punto, dibuje usted con tiza
dos cruces sobre la puerta de su tienda repuso el otro. Haga eso y vivir.
Mientras tanto, no pierda de vista a su gato.
El gato baj corriendo las escaleras, choc contra la puerta al llegar abajo y,
tras dar media vuelta, se lanz nuevamente escaleras arriba.
IV
Eres un tipo con suerte, Hyams dijo Levi llevndose el vaso a los labios
. Treinta mil libras! Una fortuna, una verdadera fortuna.
Qu quieres decir con que corres peligro? pregunt Levi arqueando las
cejas.
Por ms vueltas que le doy no logro comprender ese asunto del gato
dijo Levi cuando su amigo hubo terminado de hablar. Ninguna explicacin de
carcter sobrenatural tiene sentido. Estoy convencido de que ese hombre de piel
oscura del que me has hablado tiene que haberle envenenado.
Lo nico que quiero decir es que les digas que ltimamente has visto a un
par de personajes sospechosos merodeando por aqu. Simplemente eso dijo el
otro. Si esos dos tipos se dan cuenta de que la polica les ha echado el ojo encima,
es muy probable que desaparezcan sin dejar rastro. No hay nada como un
uniforme para asustar a la gente de esa calaa.
Como quieras. Pero al menos dile a Bob que se quede a pasar la noche en
tu casa sugiri su amigo.
Pero si estaba precisamente en la tienda hace tan slo cinco minutos dijo
Levi.
Pues yo jurara haber odo a alguien all har solamente unos minutos
repuso Levi volvindose para mirar la puerta que comunicaba con la tienda.
Ser cosa de los nervios, tal y como t mismo has dicho hace un momento
apunt el prestamista con una sonrisa burlona.
El prestamista fue hasta la puerta, ech los cerrojos y de una rpida ojeada
repas el interior mal iluminado del local.
Nunca he disparado una pistola en mi vida dijo Levi con cierto recelo.
No obstante, creo que en un caso como ste lo ms importante es hacer ruido.
Cul de estos revlveres es el ms ruidoso de todos?
Cierra bien la puerta esta noche. Y maana ten preparada una cama para
Bob aadi muy serio mientras se levantaba para marcharse. Por cierto, por
qu no haces esas marcas de tiza sobre la puerta aunque sea tan slo por esta
noche? Ya tendrs tiempo para rerte de ellas maana. Si alguien te pregunta por
ellas, siempre podrs decir, por ejemplo, que son una costumbre de la pascua
juda. Pero no estara de ms hacerlas, aunque fuese tan slo por precaucin.
No pienso hacer ninguna marca sobre mi puerta ni por todos los asesinos
del mundo repuso el judo con ferocidad mientras se pona en pie para
acompaar a su amigo hasta la entrada.
Diablos! Hay niebla esta noche dijo Levi mientras un jirn de color
lechoso se colaba lentamente por el vano. Mala noche he elegido para practicar el
tiro. No sera capaz de acertarle ni a un elefante.
Con sumo cuidado, procurando hacer el menor ruido posible, dej la llave
sobre la repisa de la chimenea y escuch con atencin. El tic-tac del reloj resultaba
ahora ensordecedor, por lo que, ansioso por poder or mejor, abri
cuidadosamente la tapa e, interrumpiendo con un dedo el movimiento del
pndulo, hizo que el sonido cesase. Se sac entonces el revlver del bolsillo, lo
levant ante s y, con el rostro rgido y los labios resecos y temblorosos, esper.
Al principio no ocurri nada. Luego, todos los ruidos que un hombre solo
suele escuchar por la noche en una casa comenzaron a orse al mismo tiempo. Los
peldaos de la escalera crujieron, algo se desliz junto a la pared Con enorme
sigilo, el judo cruz la habitacin, lleg junto a la puerta que conduca al interior
de la vivienda y la abri de un tirn. Cuando mir, tuvo la impresin de que all,
en lo alto de las escaleras, la oscuridad se mova como si tuviese vida propia.
Una vez en su cuarto, no haba hecho ms que dejar la lmpara sobre una
mesa cuando oy claramente un ruido proveniente de la tienda. Entonces, sin
pensrselo dos veces, agarr de nuevo la lmpara, sali de su habitacin y baj
corriendo las escaleras. Cuando lleg al piso inferior y entr por fin en la tienda, se
detuvo de golpe al ver la oscura figura de un hombre que, de pie junto a la puerta,
estaba intentando descorrer los cerrojos para salir a la calle.
Cuando la nubecilla de humo que prosigui a los disparos se disip por fin,
el judo se encontr con que la puerta de la tienda se hallaba abierta y con que el
hombre moreno haba desaparecido. Entonces, con el arma todava levantada, se
acerc al umbral y permaneci all, escuchando atentamente e intentando discernir
el menor movimiento a travs de la niebla.
Cuando aquel ataque de furia hubo pasado, el judo se esforz cuanto pudo
por pensar con claridad, pero, por desgracia, su cabeza se hallaba inmersa todava
en un remolino de terror y desesperacin. Aunque haba odo en multitud de
ocasiones que ante una mordedura de serpiente lo ms aconsejable es succionar la
herida para extraer el veneno, recordar aquel detalle no le sirvi de nada, pues la
herida ms profunda se hallaba en un lugar completamente inaccesible para l: su
propio cuello.
Treinta mil libras! Treinta mil libras! Y pensar que ya eran mas
murmur lentamente mientras, con la mirada perdida, levantaba el revlver y
comenzaba a acariciarse con l la mejilla.
De todas las clases de hombres que hay sobre la faz de la tierra, quiz los
ms supersticiosos sean aquellos que sienten la llamada del mar. Indudablemente,
cuando se navega a la deriva sobre las impenetrables aguas, cuando se est a
merced del viento y de las olas en medio del ocano sabiendo que debajo de uno
no hay ms que abismos insondables y todo tipo de criaturas misteriosas, creer en
lo sobrenatural resulta bastante ms fcil que cuando uno se halla en tierra firme a
la clida y reconfortante luz de una lmpara. Es por ello que circulan tantas
historias extraas relacionadas con el mar. Precisamente cierto incidente que yo
mismo tuve la buena o mala fortuna de presenciar me ense a no tachar de loco o
cobarde a todo aquel que haya llegado a encontrarse alguna vez con algo que le
resulte imposible de explicar. Hay historias de lo sobrenatural que han llegado a
causar verdadera sensacin, mientras que, por el contrario, hay otras que ni
siquiera han llegado a ser publicadas.
Por aquel entonces yo tendra unos quince aos. Como mi padre, que senta
una profunda aversin hacia el mar, nunca accedi a ensearme nada relacionado
con ste, yo tom la determinacin de enrolarme en un pequeo pero
admirablemente bien construido bergantn llamado Endeavour que se dispona a
zarpar rumbo a Riga. A pesar de tratarse de una nave de escaso calado, el capitn
que la gobernaba era el mejor lobo de mar que se poda encontrar por aquellos
muelles y, siempre que el tiempo fuese favorable, un tipo bajo cuyas rdenes daba
gusto trabajar. La mayora de los chicos lo pasan bastante mal la primera vez que
se embarcan, pero yo, demostrando saber muy bien qu era lo que ms me
convena, me hice muy amigo de un marinero fortachn que adems era muy buen
tipo llamado Bill Smith. Muy pronto consegu dejar bien claro que quien se
atreviera a molestarme estaba tambin molestando a Bill. No quiero decir con esto
que la tripulacin fuese particularmente cruel, pero lo que s es cierto es que entre
los hombres de mar se cree que un buen bofetn de vez en cuando resulta
altamente beneficioso para la salud tanto fsica como moral de un muchacho. En
realidad, de entre todos los miembros de aquella tripulacin el nico que resultaba
verdaderamente perverso era un tipo llamado Jem Dadd, un hombre taciturno y de
rostro cetrino de alrededor de cuarenta aos que tena una gran aficin a todo lo
que poda llamarse sobrenatural y que disfrutaba metindole miedo a sus
compaeros con dichas cosas. Yo he llegado a ver a un tipo tan imponente como
Bill asustado de tener que subir de noche a cubierta para hacerse cargo de su
puesto tras el timn despus de estar un buen rato escuchando las historias que
aquel tipo contaba. Las ratas eran sus animales favoritos, y no permita que se le
hiciese el menor dao a ninguna de ellas, pues, segn l, eran la reencarnacin de
los marineros ahogados, lo cual explicaba el amor de estos animales por los barcos
y su costumbre de abandonarlos en cuanto stos dejaban de ser aptos para la
navegacin. Crea firmemente en la transmigracin de las almas, idea sta que, sin
lugar a dudas, haba recogido en alguno de aquellos viajes suyos por los lejanos
puertos de Oriente, y cuando hablaba de dicho tema daba a entender a sus
estremecidos oyentes que tena planeado hasta el ms mnimo detalle de cuanto se
refera a su vida en el ms all.
Pero a lo que iba. Llevbamos seis o siete das en alta mar cuando algo muy
extrao tuvo lugar. Ocurri cierta noche en que Dadd tena el segundo turno de
guardia en cubierta y Bill, que tena el tercer turno, era la persona encargada de
relevarlo. Cuando el tiempo era favorable las normas nunca se cumplan a rajatabla
a bordo de aquel barco, as que, cuando el turno de un hombre acababa, ste se
limitaba a amarrar bien fuerte el timn, acercarse corriendo al castillo de proa y
llamar a gritos a su relevo. Aquella noche en particular, yo me despert
sbitamente, justo a tiempo de ver a Bill deslizarse fuera de su litera y ponerse de
pie a mi lado mientras se restregaba fuertemente con los nudillos sus ojos
enrojecidos.
Avanc unos cuantos pasos hacia la popa con Bill pegado a mis talones.
Cuando estuve lo bastante cerca, vi que Jem Dadd se hallaba inclinado sobre el
timn con las manos fuertemente aferradas a los radios de ste.
Si es as, tiene una manera muy rara de dormir dijo. Ms bien parece
hallarse en una especie de trance. Acrcate ms.
Agarrando a Bill fuertemente del brazo, avanc con l unos cuantos pasos
ms. La luz de las estrellas nos result ms que suficiente para comprobar que el
rostro de Dadd se hallaba muy plido y que en sus negrsimos ojos, abiertos de par
en par, refulga una extraa y escalofriante mirada que se hallaba clavada en algn
sitio situado justo enfrente de l.
Los hombres aguantaron bastante bien hasta que, por fin, cay la noche.
Entonces todos ellos decidieron por unanimidad que los turnos de guardia deban
llevarse a cabo por parejas. El cocinero, muy a su pesar, termin siendo incluido en
los turnos, y yo, deseoso de poder ayudar a mi amigo y protector, me ofrec para
acompaar a Bill durante el suyo.
Todo en orden respondi Roberts, uno de los dos marineros a los que
habamos subido a relevar. Todo est tan tranquilo como una tumba.
Una vez solos, opt por sentarme en el suelo de cubierta junto a Bill mientras
ste, con tan slo una mano apoyada en el timn, mantena sin problemas el rumbo
de la nave. Resultaba horriblemente tedioso permanecer all sentado, sin otra cosa
que hacer que pensar en el clido lecho del que acabbamos de separarnos. Creo
que, de no ser por la atenta vigilancia de Bill, que en cuanto me vea dando
cabezadas me propinaba un soberbio puntapi, me hubiese quedado dormido
nada ms sentarme.
Estaras soando repuse yo con una voz que temblaba tanto o ms que
la de Bill.
Los ojos se me nublaron y fui incapaz de articular sonido alguno pero, por
fortuna, en aquel preciso instante Bill solt el rugido ms poderoso que he odo en
toda mi vida. La respuesta a aquel grito no se hizo esperar, y muy pronto, tanto
por las escaleras de proa como por las de popa, el resto de la tripulacin, tan
sbitamente desvelada, fue apareciendo en cubierta en medio de un redoble de
carreras precipitadas.
Apareci por la borda acert a jadear Bill. Sali del mar, sin ms,
como si fuese un fantasma surgido de las aguas.
Que me cuelguen si alguna vez he odo un idioma como el que habla este
tipo dijo Bill. Alguien sabe en qu idioma habla?
Hambre, decs? dijo Bill, quien acababa de bajar tras ser relevado al
timn. Pues claro que no tiene hambre. Acaso no os habis dado cuenta todava
de que ese hombre cen anoche, igual que todos nosotros?
Venid a verle nos dijo. Algo le pasa y no s muy bien lo que es.
Cuando llegamos junto a aquel hombre, vimos cmo sus ojos parecan
suavizarse y revivir para dirigirnos una profunda mirada cargada de
desesperacin. Lentamente, contempl uno a uno nuestros rostros, como
hacindonos una muda pregunta. Luego, dndose unos dbiles golpes en el pecho
con el puo, el hombre pronunci lo que nos pareci un par de palabras.
Al principio todos nos miramos unos a otros sin acertar a comprender.
Luego el hombre repiti trabajosamente aquellas palabras y volvi a golpearse el
pecho.
Est dicindonos que tiene mujer e hijos grit lleno de jbilo. El dedo
levantado representa a su mujer, y los cuatro dedos doblados a sus hijos. Eso
quiere decir que este tipo, despus de todo, no es Jem Dadd.
Como nadie llevaba ninguno encima, l mismo fue en busca de algo con que
escribir mientras Bill se volva hacia el marinero para pedirle que nos repitiera su
nombre. No obstante, unos segundos ms tarde Bill se gir hacia nosotros y nos
mir profundamente desconcertado, pues para entonces hasta el propio extranjero
haba olvidado el nombre que acababa de darnos apenas unos minutos antes.
EN VELA
Soy el hombre ms feliz del mundo dijo Mr. Farrer con voz soadora.
Bajad esas persianas ahora mismo! rugi. Eso no iba por usted, as
que estese quieto donde est continu diciendo cuando vio que Mr. Farrer se
diriga a la ventana, dispuesto a ayudar. Qu demonios pretende usted
ponindole las manos encima a mis persianas? Y qu demonios pretende
ponindole las manos encima a mi hija? Vamos, hable! A qu espera para
contestar?
Ah, no? Pues deja que yo te lo explique. Este tipo, que no es ms que un
pobre gusano que apenas levanta un par de palmos del suelo, dice que quiere
casarse con nuestra hija exclam el brigadier en son de burla.
He dicho que un par de palmos no es un tamao que est tan mal para un
gusano, seor dijo Mr. Farrer en voz baja y con actitud desafiante. Adems, el
tamao no es lo ms importante. Si lo fuese, usted debera ser por lo menos general
en vez de tan slo un simple brigadier.
Fuera de mi casa! bram el otro tan pronto como le fue posible recobrar
el aliento. Vamos! A qu est esperando? Largo de aqu ahora mismo!
Yo nunca he dicho que mi futuro yerno tuviese por fuerza que ser militar
repuso el otro. Lo que yo siempre he dicho es que para mi hija deseo un
hombre de verdad.
Eso mismo pienso yo, seor dijo Mr. Farrer. Pero djeme aadir algo
ms: usted, sin lugar a dudas, es todo un hombre. Pues bien, tenga muy clara una
cosa, caballero: yo soy capaz de hacer cualquier cosa que usted haga.
Un coronel dijo una vez que mi marido no sabe lo que es el miedo dijo
tmidamente Mrs. Ward. No le teme a nada.
Tenga usted mucho cuidado con lo que dice, seorita dijo el padre
retorcindose las puntas de sus blancos bigotes. Ningn hombre sensato puede
tener miedo de lo que no existe.
Pues hay mucha gente que cree todo lo contrario: que los fantasmas s
existen intervino Mr. Farrer. Precisamente la otra noche o que el fantasma del
viejo Smith fue visto colgando del manzano en el que se ahorc. Lo vieron al
menos tres personas.
Puede ser contest el joven. Pero permtame hacerle una apuesta, Mr.
Ward. A pesar de todo el valor que dice usted que tiene, estoy convencido de que
no sera capaz de ir hasta all a solas a medianoche para echar un simple vistazo.
Est usted insinuando que me asusta la idea? inquiri el otro con tono
amenazador.
Me parece muy bien dijo el otro, pero ahora quiero que se marche de
aqu cuanto antes. En cuanto a mi hija, ya puede ir olvidndose de ella. Por lo
dems, puede usted ir, si as lo desea, a la casa del difunto Smith el mircoles a las
doce de la noche. Ya me cuidar yo de pasarme por all en cualquier momento
entre las doce y las tres para cerciorarme de que en efecto est usted en la casa.
Creo que va usted entendindome, verdad? Ya le ensear yo si me asusta o no
aparecer por ese lugar.
Le aseguro que no tendr usted motivo alguno para estar asustado dijo
Mr. Farrer. Yo estar all para protegerle, lo cual es algo muy distinto a estar all
solo, como ser mi caso. Ahora bien, si lo prefiere, puede usted ir la noche
siguiente solo y esperar a que yo llegue. Si es que, claro est, de verdad desea usted
demostrar ese valor del que tanto alardea.
Tena que verte, Eddie le dijo a ste, sin aliento, cuando lleg a su lado
. Maana es mircoles y hay algo que, aunque no s si debo, necesito contarte.
Mr. Farrer cogi una mano de la muchacha entre las suyas y la acarici con
ternura.
Muy bien dijo Mr. Farrer. Muchas gracias por venir a advertirme,
querida. Eres un verdadero encanto.
Estoy segura de que mi padre me dira algo muy distinto dijo Ms. Ward
con una sonrisa. Y ahora, adis. Quiero estar de vuelta en casa antes de que l
despierte de su siesta.
Mientras caminaba no vio una sola alma en las calles ni una sola luz en las
ventanas. Pronto sali del pueblo y dej atrs la ltima casa que se levantaba junto
al camino para internarse por un sendero oscuro y siniestro que discurra entre dos
altas hileras de arbustos. Llevaba puestas unas zapatillas de lona con suelas de
goma con las que pretenda coger completamente desprevenido a Mr. Farrer y
gracias a las cuales sus silenciosos pasos parecan tener ellos mismos cierta nota
fantasmal. Durante aquella caminata, cada una de las historias de fantasmas que
haba odo o ledo a lo largo de su vida pareci acudir a su cabeza con una
insistencia tan feroz que lleg incluso a pensar que la compaa de un gusano tan
rastrero como Mr. Farrer hubiese resultado infinitamente ms deseable que
encontrarse completamente solo en aquella impenetrable oscuridad.
La noche era tan oscura que a punto estuvo de pasrsele por alto el desvo
que buscaba. Durante unos cuantos metros casi se vio obligado a avanzar a tientas.
Luego, con unas ansias ms grandes que nunca de encontrarse de una vez por
todas con Mr. Farrer, se enderez y reemprendi el camino hacia la casa tan rpida
y silenciosamente como le fue posible.
Aunque no sin alguna que otra dificultad, logr meterse el camisn por la
cabeza y, con los brazos embutidos en las mangas, intent en vano sacar sus
grandes manazas por los estrechos puos. A pesar de sus poderosos esfuerzos, no
logr pasar por ellos ms que dos o tres dedos de cada mano. Luego, tras buscar
infructuosamente la gorra, que se le haba cado durante su forcejeo con el
camisn, se abri camino hasta la entrada del jardn y se qued all, de pie,
esperando lo que pudiera ocurrir. Fue entonces cuando se le ocurri pensar que
Mr. Farrer muy bien podra faltar a su cita.
Mr. Ward se par en seco y, sin apartar un solo instante los ojos de la rama,
vio cmo sta se deslizaba lentamente sobre la hierba hasta desaparecer por
completo en la oscuridad. Las intenciones que llevaba de asustar a Mr. Farrer se
esfumaron en cuestin de segundos. Luego, con la voz estrangulada, llam en voz
alta a aquel al que hasta el momento haba supuesto su vctima.
Para Mr. Ward result de una evidencia prcticamente definitiva que Mr.
Farrer, cuyo supuesto valor deba haberse esfumado a las primeras de cambio, no
se encontraba all, y que de nada iba a servir quedarse ni un solo instante ms en
un lugar como aqul. As que, con la Canosa cabeza bien erguida, los brazos
balancendose atrs y adelante como si fuesen aspas de molino y los faldones del
camisn de su mujer flotando en el aire detrs de l, el brigadier dio media vuelta y
ech a correr despavorido.
Oh, es usted, Mr. Ward. Cre que era una mujer caminando en sueos
dijo el polica.
Antes de que Mr. Ward tuviese tiempo para responder, la puerta de la casa
se abri. Clidamente iluminados por la luz de una vela, aparecieron los
asombrados rostros de la esposa y la hija del brigadier.
Qu va, mujer! No hizo falta dijo tras soltar una breve risotada. En
cuanto me encontr en plena calle, camino de aquella casa, me di cuenta de que no
tena sentido ir en busca de ese mequetrefe. Estoy seguro de que l tena menos
intencin de aparecer por all esta noche que de arrojarse a un pozo. As que,
aprovechando que ya estaba despierto y en plena calle, decid dar un pequeo
paseo por el simple placer de hacer un poco de ejercicio. Cuando me cans, regres
aqu tranquilamente.
Claro! Estuve all solo, esperndole, desde las doce de la noche hasta las
tres de la madrugada explic Mr. Farrer.
Yo estuve all, se lo puedo jurar dijo Mr. Farrer. Pero, de todos modos,
no se preocupe. Puedo volver all esta misma noche. Y le desafo a que venga de
una vez por todas a buscarme.
Oh, Eddie! dijo Ms. Ward al tiempo que un escalofro le recorra todo el
cuerpo.
Oh, a nada que pueda considerarse realmente peligroso dijo Mr. Farrer
con tranquilidad. Ms bien todo lo contrario. Fue una experiencia
verdaderamente interesante.
Bueno, dicho as, sin ms, puede parecer una tontera dijo Mr. Farrer
lentamente, pero vi una rama rota que se deslizaba sola por el suelo del jardn.
Para asustar a Edward Farrer hace falta mucho ms que todo eso, seora
se limit a responder. A decir verdad, me sentira profundamente
avergonzado de m mismo si ese tipo de cosas pudiese llegar alguna vez a
asustarme. Pero, por fortuna, lo cierto es que no me afectan lo ms mnimo.
S, vi algo ms dijo Mr. Farrer volvindose hacia l con una leve sonrisa
en los labios. Algo que he decidido llamar El Fantasma que Corre.
Uno de los fantasmas ms horripilantes con los que alguna vez he tenido
algo que ver fue el de Sam Bullet. Adems de un estibador que trabajaba en uno de
los muelles ms cercanos a mi oficina, Sam era tambin el tpico granuja que
siempre se las ingeniaba para convencerte de que le invitases a un trago. Sin
embargo, no quedaba ah la cosa. Para colmo, se beba tu copa como por error nada
ms apurar la suya. En pocas palabras, era el tipo de hombre que siempre se dejaba
olvidado en casa su pote de tabaco pero que siempre llevaba consigo una buena
pipa con la que asaltar el tabaco de los dems.
Algo dijo respondi uno de los compaeros del difunto, un tal Joe Peel.
Mrs. Bullet comenz a llorar otra vez y, entre lgrimas, le explic a los
presentes lo buen marido que Sam haba sido siempre para ella.
Y ahora que usted sabe lo que ha sucedido, lo mejor ser que vaya a dar
parte a la polica dijo el otro.
Mi primer impulso fue llevrselo a Mrs. Bullet, pero luego, sbitamente, una
horrible idea se abri camino en mi cabeza. Y si Sam hubiese llegado a entrar en
posesin de aquel reloj por medios que no fuesen del todo lcitos?
A lo largo de toda aquella noche, cada vez que miraba hacia abajo y vea
aquella cadena de oro sobre mi chaleco, no poda evitar acordarme de Sam.
Cuando opt por fijar la mirada en el ro, me asalt una desagradable imagen en la
que l se hunda lentamente en las aguas. Luego, mientras permaneca all a solas
en mitad de aquel muelle que tantas veces haba recorrido, comenz a embargarme
una sensacin de desamparo tan intensa que fui incapaz de resistirme a la idea de
regresar a la taberna para tomar una nueva cerveza.
Los das fueron pasando y no se encontr cadver alguno por ninguna parte.
Yo, por mi parte, ya casi me haba olvidado por completo de Sam cuando, una
tarde, hallndome sentado sobre unas cajas mientras intentaba recuperar el aliento
despus de barrerme de una sola pasada casi todo el muelle, Joe Peel, el antiguo
compaero de Sam, se dej caer por all para hablar conmigo.
En cuanto lo vi, advert cierto aire misterioso en su manera de actuar que no
me gust lo ms mnimo. No haca ms que mirar continuamente hacia atrs como
si temiese que alguien pudiera seguirle, y, una vez lleg junto a m, me habl en un
susurro, como si tuviese miedo de que alguien pudiese llegar a or lo que deca.
Como no se trataba precisamente de un tipo que me agradase, me alegr
enormemente de que tanto el reloj como la cadena se hallasen a buen recaudo en lo
ms profundo de uno de mis bolsillos.
Y as es repuso Joe. Cuando digo que he visto a Sam quiero decir que
he visto a su fantasma.
Y desde entonces has estado todo el tiempo temblando igual que ahora?
pregunt.
Meti la mano en el bolsillo, sac unas cuantas monedas por el valor citado y
me las ofreci.
S que puedes repuso Joe. El fantasma me dijo que te diera los quince
chelines que t me entregaras a cambio un reloj y una cadena de oro que l te dej
en vida como seal hasta que pudiera saldar la deuda.
Fue entonces cuando me di cuenta del pequeo juego que Joe se traa entre
manos.
Espero que todo lo que me has dicho esta noche acerca de esos objetos lo
hayas soado repuse yo. De lo contrario voy a empezar a creer que te has
vuelto loco. Porque vamos a ver: de dnde iba a sacar el pobre Sam un reloj y una
cadena de oro? Y por qu iba l a recurrir a un tipo como t para recuperarlos?
Por qu no viene l directamente a verme a m? Si de verdad cree que yo los tengo
en mi poder, que venga aqu y me los pida.
Muy bien. T lo has querido. Ahora mismo voy a ir a ver a la polica para
contarles toda esta historia dijo entonces Joe a modo de amenaza.
Pasar el resto de aquella noche all, en aquel muelle tan siniestro y solitario,
result una experiencia verdaderamente espeluznante, lo confieso. En un par de
ocasiones cre or algo que se me acercaba sigilosamente por la espalda. La
segunda vez me asust tanto que no tuve ms remedio que ponerme a cantar para
no perder los nervios. Y estuve cantando hasta que tres marineros del Susan Emily,
que aquella noche se encontraba all atracado, se asomaron por la borda y me
amenazaron con propinarme una buena paliza si no me callaba de una vez.
Cuando, unas horas ms tarde, lleg la maana, me sent inmensamente
agradecido.
Dicho lo cual, dio media vuelta y se alej de all con la cabeza muy erguida
dejndome a solas a cargo de aquel muelle encantado.
Al cabo de un rato decid salir a dar una vuelta para despejarme un poco la
cabeza. Cuando me cans de pasear, me dirig al Clarendon, un bar cercano, con la
intencin de tomar un trago. Acababa de apurar una cerveza y empezaba a
preguntarme si deba tomarme otra cuando Ted Dennis entr en el local. Nada ms
verle, supe que por fin haba encontrado la solucin que buscaba a mis problemas.
Ted haba pasado toda su vida en el ejrcito, lo cual, en aquellos tiempos, equivala
a decir que no haba nada en este mundo capaz de asustarle. Yo mismo le haba
llegado a ver enfrentndose a tipos que le doblaban en tamao simplemente por el
placer de pelear y, despus de dejarlos atontados de un solo puetazo, invitarlos
de su propio bolsillo a una cerveza. Aquella noche, cuando le pregunt si le daban
miedo los fantasmas, se ri con tanta fuerza que el tabernero, visiblemente
alarmado, se acerc corriendo desde el extremo opuesto del bar hasta donde
nosotros estbamos para ver si ocurra algo.
Entr en el muelle justo cuando estaban dando las seis. A las siete menos
cuarto la puerta de mi cabina se abri ligeramente y la fea cabeza de Joe Peel se
asom al interior.
Ese fantasma parece tenerte mucho cario dije yo. Me pregunto por
que.
Estaba furioso, furioso de veras dijo Joe. Daba miedo mirarle a la cara.
Dile al vigilante me dijo, que si no te entrega el reloj y la cadena volver a
visitarle. Y que esta vez le matar.
Muy bien dijo Joe dirigindome una mirada cargada de odio. Que
quede bien claro que he hecho todo lo que he podido para salvarte la vida. Lo he
intentado ms de una vez, pero como t no quieres avenirte a razones, ya no hay
nada ms que yo pueda hacer por ti. Volvers a encontrarte con Sam Bullet, y
cuando ese momento llegue no slo perders el reloj y la cadena, sino tambin la
vida.
Muy bien le dije yo. Te lo agradezco mucho, pero, vers, ahora resulta
que tengo un ayudante, sabes? Se trata de alguien que est deseando ver al
fantasma.
As transcurri una semana entera, y luego otra, durante las cuales seguimos
sin obtener el menor rastro ni del fantasma de Sam Bullet ni de Joe Peel. Cada
maana, bien temprano, yo me vea obligado a forzar la mejor de mis sonrisas
mientras le pona a Ted nueve peniques en la mano. Aquello casi lleg a
arruinarme. Sin embargo, lo peor no fue eso. Lo peor fue que me vea incapaz de
explicarle a mi esposa por qu andaba siempre tan escaso de dinero. Al principio
ella quera saber simplemente en qu me lo gastaba, pero luego comenz a
preguntarme en quin me lo gastaba. Aquella situacin tan insoportable estuvo a
punto de acabar con mi matrimonio, sobre todo cuando mi esposa, enfurecida, me
arroj a la cabeza una de las sillas de la cocina y el jarrn que haba sobre la repisa
de la chimenea. A pesar de todo ello, yo, por desgracia, segua sin poder contarle ni
una sola palabra de la verdad. Para colmo de males, fue por aquel entonces
cuando, arrastrado por el ejemplo de unos cuantos trabajadores del muelle de
Smith que se haban declarado en huelga, Ted me amenaz con ponerse tambin
en huelga si yo no me comprometa a pagarle un cheln por noche.
Soport los gritos de mi mujer tanto tiempo como me fue posible hasta que,
en un momento dado, aprovechando que ella me daba la espalda, me escabull.
Mientras ella me haba estado gritando yo haba estado ocupado pensando. Y
mientras pensaba, llegu a la conclusin de que no tena por qu seguir soportando
todo aquello por culpa de un reloj y una cadena de oro cuyo dueo ya estaba
muerto.
Yo ignoraba dnde viva exactamente Joe Peel, pero conoca tanto al sujeto
en cuestin como sus costumbres. As que, despus de recorrer siete de los bares
que l sola frecuentar con su pandilla de amigos, lo encontr sentado y bebiendo a
solas en una pequea taberna. Lentamente, procurando no llamar la atencin, me
acerqu a su mesa y me sent frente a l.
Joe volvi a gruir, pero aquella segunda vez con menos fuerza que la
anterior, as que me acerqu al mostrador en busca de un par de cervezas y, una
vez las tuve conmigo, regres a la mesa y me sent a su lado.
Joe Peel baj su jarra, la dej a un lado y me dirigi una mirada fulminante.
Al principio pareci que Joe no iba a ser capaz de articular palabra. Sin
embargo, al cabo de unos segundos, reaccion por fin profiriendo un feo
juramento.
Esto es todo lo que tengo dijo. Tendr que deberte el resto. Deberas
haber aceptado los quince chelines cuando an los tena en mi poder.
Aquello no pareca tener remedio, as que, tras hacerle jurar que me pagara
el resto del dinero cuando lo tuviese y que si vea al fantasma le dira que no
volviese a visitarme nunca ms, le entregu el reloj y la cadena y me apresur a
salir de all. Joe me sigui hasta la puerta para verme marchar, y si alguna vez he
visto a un hombre mirarme con una expresin en la que se entremezclaban de
manera sublime el desconcierto y la satisfaccin, fue precisamente en aquella
ocasin.
Me imagino me dijo entonces que habrs odo esa historia que el viejo
Harris anda contando por ah acerca de un capitn que conoci en cierta ocasin, el
cual, habindole sido advertido una noche que deba cambiar el rumbo que llevaba
su barco, y habiendo decidido hacer caso de dicha advertencia, recogi en pleno
ocano a cinco hombres vivos y tres muertos que navegaban a la deriva en un
pequeo bote.
Pues esa historia est basada en otra que yo mismo le cont a l en cierta
ocasin dijo Bill. Al decir esto no estoy acusando al viejo Harris de haberse
apropiado indebidamente de una historia verdica que en realidad pertenece a otro
hombre, ni de haber estropeado la historia en cuestin con elementos que no
provienen sino de su propia invencin. Lo nico que intento dejar claro es que el
viejo Harris tiene una memoria demasiado mala como para dedicarse a contar
historias. En primer lugar, se olvida del hecho fundamental de que ha odo la
historia en algn sitio y acaba creyndose que la ha protagonizado l en persona.
Y, por otro lado, a la hora de contarla la cambia de arriba abajo y acaba
destrozndola por completo.
Al or aquello, no pude evitar esbozar una ligera sonrisa. El viejo Harris era
el tipo ms sincero que yo he conocido en toda mi vida, y, por desgracia, tena el
defecto de que dicha sinceridad acababa afectando inevitablemente a todas y cada
una de las historias que contaba. Por el contrario, las que Bill acostumbraba referir
no conocan otro lmite que los de la frtil imaginacin de su narrador.
Todo ocurri har ahora unos quince aos comenz a relatar Bill tras
acomodar el tabaco que mascaba en uno de sus carrillos de tal manera que no le
molestase al hablar. Por aquel entonces yo era marinero del Swallow, una
corbeta que se dedicaba al comercio dondequiera que hubiese mercanca con la
que comerciar. En aquel viaje en particular, zarpamos de Londres rumbo a Jamaica
con un cargamento de lo ms variopinto.
Hasta tres veces me ha despertado esta noche algo o alguien que pareca
estar gritndome al odo: Vira al noroeste! Vira al noroeste! dijo el capitn
con gravedad. Y eso es lo nico que dice: Vira al noroeste!. La primera vez
que o la voz, creyendo que algn bromista se haba metido en mi camarote
gritando a pleno pulmn, la emprend a bastonazos en la oscuridad con cuanto me
rodeaba. Pero, en cambio, ahora que ya la he odo hasta en tres ocasiones, empiezo
a creer que realmente hay algo extrao en todo el asunto.
De ser tal y como usted dice, nos hallaramos ante una enorme
responsabilidad, capitn dijo Mr. McMillan. Creo que deberamos llamar al
primer oficial y discutir con l la cuestin.
No ha sido una simple pesadilla, tal y como usted la llama, Mr. Salmon
repuso el capitn, visiblemente indignado. Eso puede usted darlo por seguro.
Y djeme aadir una cosa al respecto: si vuelvo a or esa voz aunque sea tan slo
una vez ms, cambiar el rumbo de esta nave.
Sobre las doce en punto del medioda, el primer oficial, sentado todava en
la popa, tosi ruidosamente un par de veces. A partir de aquel momento, cada vez
que ste tosa, su tos pareca tener un efecto inmediato sobre el capitn, el cual
pareca ponerse cada vez ms y ms nervioso. Ahora que el da se hallaba bien
avanzado, Mr. Salmon no pareca encontrarse tan exasperado como la noche
anterior, mientras que el capitn, por su parte, daba la impresin de estar a la
espera de encontrar el menor pretexto para devolver la nave a su antiguo rumbo.
Esa tos que le ha entrado a usted hoy no me gusta nada, Mr. Salmon
dijo en cierta ocasin al tiempo que le diriga una feroz mirada al primer oficial.
Mr. Salmon, quiero que sepa que sera para m una verdadera lstima
perder a un oficial tan valioso como usted incluso en el caso de que su prdida
sobreviniese en el intento de salvar las vidas de unos pobres nufragos, como es el
caso. Como ya le dije antes, hay algo en esa tos suya que no me gusta nada, as que
si de verdad cree usted que este rumbo noroeste que llevamos es realmente lo que
est perjudicando de manera tan seria a su salud bueno, sepa usted que por mi
parte no hay inconveniente alguno en devolver este barco a su rumbo original.
Tras dar un respingo que hizo pensar a muchos que acababa de recibir un
disparo, el capitn se acerc corriendo a la borda de babor y escudri el horizonte
con su catalejo. Casi de inmediato, se volvi hacia el primer oficial con el rostro
encendido de pura excitacin y nerviosismo.
Al principio el primer oficial no dijo nada, pero luego, una vez hubo
tomado el catalejo de manos de su superior y se hubo acercado a babor para echar
un vistazo, todos los all presentes pudimos darnos cuenta de que la opinin que
del capitn tena hasta el momento aquel hombre acababa de subir muchos
enteros.
Pero, en fin, lo cierto es que se hallaba tan excitado que l mismo, sin
esperar a que nadie le dijese nada, se coloc tras el timn y pilot la nave rumbo a
la pequea embarcacin que acababa de aparecer en el horizonte. Conforme nos
aproximbamos, todos nos pusimos rpidamente en movimiento y bajamos
nuestro propio bote, a cuyo interior saltamos, adems de otros tres hombres, el
segundo oficial y yo. Una vez sobre las olas, comenzamos a remar con todas
nuestras fuerzas hacia la nave recin aparecida.
En honor de Mr. McMillan, debo decir que ste gobern el bote de una
manera tan magistral que no tardamos en hallamos a escasa distancia de la
embarcacin que perseguamos. Una vez que nuestro bote logr situarse
hbilmente junto al costado del otro, dos de nosotros, tras levantar nuestros remos,
lo agarramos fuertemente por la borda. Entonces pudimos ver que no se trataba
ms que de un bote normal y corriente dotado de una pequea cabina que ocupaba
casi la mitad de la cubierta. Por la abertura que conduca al interior de dicha cabina
asomaban la cabeza y los hombros de un hombre que no slo dorma a pierna
suelta, sino que adems roncaba ruidosamente.
Pobre diablo dijo Mr. McMillan ponindose en pie. Est hecho una
autntica piltrafa.
Tras decir aquello, agarr al desconocido con una mano por el cuello del
abrigo y con la otra por el cinturn y, haciendo alarde de una extraordinaria fuerza
fsica, lo levant en peso y lo meti de un tirn en nuestro bote, el cual no paraba
de cabecear al ritmo incesante de las olas y de golpear contra el costado del otro.
Una vez concluida la operacin, comenzamos a alejarnos de all.
Justo en aquel momento, mientras Mr. McMillan se dejaba caer sobre uno
de los bancos, el hombre que acabbamos de rescatar abri los ojos de repente y,
tras proferir un potente rugido, intent ponerse en pie con claras intenciones de
regresar de un salto a su bote.
Por la manera tan feroz en que aquel hombre se debati y grit, a todos nos
pareci que el segundo oficial deba de hallarse indudablemente en lo cierto. Aquel
tipo era pequeo pero correoso, y tan fuerte como una barra de hierro. Durante un
buen rato nos mordi, nos golpe y hasta nos insult como si verdaderamente le
fuese la vida en ello hasta que al final, tras ponerle la zancadilla, pudimos
derribarle sobre el fondo del bote. Una vez reducido, le sujetamos fuertemente
boca abajo contra uno de los bancos y con la cabeza asomndole por la borda.
Maldita sea! Creo que hablo bien claro, no? rugi el hombre.
Orden usted a sus hombres que me sacasen por la fuerza de mi bote mientras yo
estaba indefenso echando una cabezada?
Desde una de las ventanas del tercer piso del nmero 1, Mrs. Cox, entre
suaves suspiros, contemplaba fijamente el mar. La temporada haba sido mala, y
Mr. Cox haba causado ms problemas de los que en un principio caba esperar
debido sobre todo a las estrecheces vividas recientemente en el mercado de valores
y a la invariable preferencia, profesada por todos los hombres de negocio locales,
por aceptar pagos en metlico antes que pagos a cuenta. Nunca antes, al menos
que Mr. Cox recordase, se haba producido en el pueblo una situacin como
aqulla. Y, como en l era previsible, ante aquella severa sequa monetaria su
cosecha de paciencia no tard en agotarse.
Mr. Piper le estrech la mano a Mrs. Cox y, tras unas breves palabras de
presentacin pronunciadas desde el felpudo, los recin llegados siguieron a su
anfitriona hasta el interior de una sombra sala de estar.
Mrs. Cox asinti y, tras juntar las yemas de los dedos, se estremeci
ligeramente.
Bueno, tan slo espero que lo encuentre dijo Mrs. Berry vertiendo en sus
palabras ms veneno de lo que aquel simple comentario pareca requerir. Por
cierto, dnde est tu precioso reloj de mrmol?
Me imagino que Mr. Cox se llevara consigo el reloj para que le hiciese
compaa, verdad, querida? observ Mrs. Berry tras dedicarle a su pariente una
dura mirada cargada de hostilidad.
Mrs. Cox solt un suspiro y neg con la cabeza. Tratndose de Mrs. Berry,
fingir era completamente intil.
Ya veo continu Mrs. Berry con indignacin. Ese hombre ser capaz
de empear no slo el reloj sino tambin cualquier otra cosa que caiga en sus
manos. Y cuando se haya gastado todo el dinero en alcohol regresar a casa
pidiendo perdn como un miserable. As son los hombres! Todos iguales!
Su mirada era tan ardiente y feroz que Mr. Piper fue incapaz de guardar
silencio ante aquel comentario tan ofensivo para los de su sexo.
Las cosas continuarn por ese camino, querida, hasta que te encuentres
completamente arruinada dijo en tono cordial Mrs. Berry volvindose
nuevamente hacia su amiga. Y cuando eso ocurra, dime: qu hars entonces?
Mrs. Berry tom aire por la nariz ruidosamente en un intento por contener
las lgrimas. Mr. Piper, por su parte, dijo algo en voz baja. No obstante, nada ms
hacerlo, Mrs. Berry se volvi hacia l como impulsada por un resorte y le dirigi
una mirada llena de ferocidad.
He dicho que eso es algo que la honra respondi Mr. Piper con firmeza.
Todo eso no son ms que tonteras, querida dijo Mrs. Berry, cortante.
El nico problema que hay aqu es que eres demasiado blanda con ese hombre.
Lo que a Mr. Cox le hace falta es una buena leccin dijo Mrs. Berry.
Por cierto, to Joseph, ten cuidado. Se te han cado algunas migas sobre la alfombra.
Tras unas breves palabras de disculpa, Mr. Piper dijo que ya las haba visto,
que las recogera en cuanto hubiese terminado y que, adems, recogera tambin
las de su sobrina para que ella no tuviese que molestarse en hacerlo. Mrs. Berry,
acercndose un poco a Mrs. Cox, le susurr a sta que aquella forma de hablar tan
venenosa que tena su to le haba granjeado en ms de una ocasin profundas
enemistades con distintos miembros de la familia.
La enorme angustia que hasta ese momento haba reflejado el rostro de Mrs.
Cox hubiese parecido una expresin rayana a la felicidad si se la hubiese
comparado con la profunda preocupacin que haba comenzado a aflorar en el
rostro de Mr. Piper nada ms advertir la manera en que aquellas dos mujeres le
estaban mirando.
Mr. Piper, muy quieto en su asiento, trag saliva con gran dificultad.
Despus de comer, Mrs. Berry, radiante y feliz por haber podido deshacerse
de su to, quien el da anterior se haba presentado en su casa con la intencin de
permanecer en ella durante tiempo indefinido, sala sola del nmero 1 de La
Terraza. Mr. Piper, por su parte, ya metido de lleno en su nueva personalidad de
inspector de viviendas, ensayaba su papel con toda la ayuda que una humeante
pipa y una buena jarra de cerveza podan prestarle.
Tendr que tomar cartas en el asunto dijo muy serio al cabo de un rato
dejando a un lado la pluma.
Mr. Cox se recost entonces en la silla y, tras limpiar con un pedazo de papel
secante los restos de tinta que an quedaban en la pluma, pase una mirada
cargada de curiosidad por toda la habitacin.
Mr. Cox, que no haca ms que recorrer la habitacin con la mirada, mir a
su esposa sorprendido.
Mr. Piper, que para entonces estaba ya ms que harto de aquel fastidioso
enclaustramiento, levant la vista intrigado cuando oy cmo alguien abra la
puerta de su cuarto de un violento empujn y se qued mirando extraado al
caballero de mediana edad que, erguido cun alto era y clavando en l una
penetrante mirada, acababa de aparecer en el umbral. Aunque aquel falso inspector
era en realidad lo que se suele llamar un cobarde redomado, el hecho es que la
innegable insolencia de aquella mirada se le antoj de lo ms indignante, por lo
que, tras abrir de par en par sus lnguidos ojos azules, se empe en devolverla.
Como consecuencia de aquella reaccin, Mr. Cox, tras hurgar brevemente en el
bolsillo de su chaleco, sac unos anteojos, se los cal y clav en su oponente una
nueva mirada, todava ms dura y penetrante que la anterior, la cual produjo un
efecto verdaderamente demoledor.
Qu busca usted en esta casa? pregunt por fin, tras un largo rato de
desafo visual. Acaso es usted el padre de alguno de los criados?
Dnde est su orden de registro o como quiera que se llame eso que
usted necesita para venir aqu a meter las narices en lo que no le importa? exigi.
Mr. Cox contempl a aquel hombre de arriba abajo con una mirada cargada
de desprecio, empezando por su pequea cabeza de cabellos plateados y acabando
en el sucio par de botas en el que llevaba calzados los pies. Tras un buen rato de
meticuloso escrutinio, Mr. Piper, incapaz de soportar por ms tiempo aquellas
miradas sin hacer nada, comenz a observar al dueo de la casa de la misma
manera.
Se puede saber qu demonios est usted mirando, condenado buitre?
inquiri Mr. Cox con indignacin.
Pues, para empezar, tres manchas de grasa que luce usted en ese chaleco
tan sucio que lleva puesto se apresur a responder Mr. Piper. Tambin un par
de piernas arqueadas enfundadas en unos pantalones que vaya usted a saber a
quin pertenecen. Y, por si todo eso fuera poco, un abrigo rado y apolillado que,
enrollado bajo el brazo, sirve para llevar envueltos objetos tales como, por
ejemplo hizo una pausa como para asegurarse de lo que iba a decir el reloj
de la sala de estar concluy.
Aunque Mr. Piper dijo las ltimas palabras con aire triunfal, comprendi,
antes incluso de haber terminado de hablar, que nunca deba haberlas
pronunciado. Ponindose en pie de un salto, profiri un dbil grito de pnico
cuando vio que Mr. Cox, enrojeciendo sbitamente de ira, se acercaba a la puerta,
echaba la llave, se la guardaba en el bolsillo y abra de par en par la ventana.
Buitre! Ms que buitre! exclam con una voz que sacudi de arriba
abajo la habitacin.
Salga de aqu volando. Salga de aqu volando como el buitre que es dijo
con severidad.
Mr. Piper intent esbozar una sonrisa con sus plidos labios. Sus rodillas,
que no dejaban de temblar, parecan incapaces de seguir sostenindole en pie.
Y pensar que he trabajado como una mula para esa mujer dijo,
completamente destrozado. Y pensar que, despus de tantos esfuerzos y
penalidades, habamos de llegar a esto Dios mo! Cmo puede haberme hecho
esto a m? Cmo puede haber llegado a portarse de esta manera tan falsa y
malvada conmigo? Esa mujer me ha partido el corazn. Despus de esto, ya nunca
volver a ser el mismo. Nunca!
Y pensar que podra usted haberse matado si hubiese saltado por esa
ventana dijo Mr. Cox. Me pregunto cmo se habran sentido por dentro esas
dos horribles mujeres si tal cosa hubiese acabado ocurriendo de verdad.
La idea no est nada mal, sabe? Al fin y al cabo, esas dos mujeres se lo
merecen asinti Mr. Cox. El nico problema que se me ocurre es que Mrs.
Berry decida ir a dar parte a la polica.
Vaya! Pues tiene usted razn. No haba pensado en eso dijo Mr. Piper
acaricindose la barbilla.
Todo eso suena muy bien dijo Mr. Piper con el ceo ligeramente
fruncido, pero, si quiere que le sea sincero, me da la impresin de que su esposa
no le creer. No tiene usted aspecto de haber matado a nadie.
Un momento, un momento. Creo haberle odo decir que ese pueblo dista
unas ocho millas de aqu protest Mr. Piper.
Tras darle a Mr. Piper unas cuantas palmadas en la espalda, lo condujo hasta
el jardn trasero y, una vez all, le mostr la direccin que tena que seguir para
encontrar el poste indicador. A continuacin entr en la sala de estar y, tras
alborotarse premeditadamente el cabello, se desgarr el cuello de la camisa, volc
una mesa y un par de sillas y se sent pacientemente a esperar el regreso de su
mujer.
Que qu quiero decir? gimi Mr. Cox con desesperacin. Pues que le
he matado. Eso es lo que quiero decir. Le he matado y he ocultado su cadver. Y
ahora tengo que huir de aqu y, quin sabe?, a lo mejor hasta abandonar el pas.
La respuesta de Mr. Cox se vio ahogada por unos apremiantes golpes que
resonaron en la puerta principal y que l, encantado de orlos, viendo ante s una
excelente oportunidad para dramatizar un poco, no dud en asociar con la polica.
No obstante, su esposa, intuyendo una vez ms la verdad al recordar que Mrs.
Berry, tal y como ella misma haba prometido, estaba a punto de llegar, se dirigi
decididamente a la puerta para dejar entrar a su amiga.
Su to! exclam Mr. Cox irguindose cun alto era con fingida sorpresa
. Ese inspector su to!
No era ms que una pequea broma admiti dejndose caer en una silla
y cubrindose el rostro con el pauelo. Pobre to Joseph! El nico consuelo que
me queda es que, a pesar de todo, seguro que se encuentra mejor donde est ahora
que aqu.
A todas luces apesadumbrado, Mr. Cox se pas una mano por la frente y,
apoyando un codo sobre la repisa de la chimenea, mir a Mrs. Berry con una
expresin de perplejidad magistralmente fingida.
Pues vea usted a qu extremo han conducido sus bromas, seora dijo.
Ahora me ver obligado a vagar por el mundo convertido en un fugitivo. Y todo
por culpa de sus bromitas.
Fue un accidente replic en voz baja Mrs. Berry. Nadie saba que l se
encontraba aqu. Adems, si quiere que le diga la verdad, estoy segura de que el
pobre no tena realmente nada por lo que vivir.
Es muy amable por tu parte que mires las cosas desde ese punto de vista,
Susan dijo Mrs. Cox.
Bueno, digamos que nunca he sido una persona muy amiga de gastar
bromas. Lstima que para una que gasto tenga que suceder esto respondi Mrs.
Berry. Adems, de nada sirve llorar por la leche derramada. Si el to est muerto,
pues muerto est y sanseacab. No obstante, en lo que se refiere a Mr. Cox, no creo
que permanecer aqu sea lo ms indicado.
Que sean treinta repuso Mr. Cox sin poder dar crdito a lo que acababa
de or.
De acuerdo. Pero tendr que aparselas como sea para que dicha
cantidad le dure el mayor tiempo posible dijo tras unos instantes de reflexin.
Y no olvide que, tan pronto como reciba el dinero, lo mejor ser que se vaya de
aqu cuanto ms lejos mejor. Mientras no aparezca el cadver del pobre to Joseph,
el tiempo corre a su favor, as que aprovchelo bien. Y ahora dgame: adnde
quiere que le enviemos el dinero?
Creo que la posada El Caballo Blanco, en Newstead, servir dijo por fin,
en un susurro. Ser mejor que lo anote, seora.
Mrs. Berry, tras coger un lpiz y un pedazo de papel, as lo hizo. Luego, Mr.
Cox, tras pedirle en vano a las dos mujeres que le prestasen un par de chelines para
el camino, se despidi de ambas con aspecto miserable, sali de la casa y, por
alguna extraa razn que slo l pareca conocer, ech a andar en direccin a
Newstead caminando de puntillas.
Mr. Cox se encontraba solo cuando la respuesta a dicho telegrama lleg. Mr.
Piper, quien se reuni con l algo ms tarde, se qued atnito nada ms ver el
aspecto de su amigo y tuvo que llamarle varias veces antes de que el otro reparase
en su presencia. Entonces Mr. Cox, tras tomar una profunda bocanada de aire y
dirigirle una extraa mirada, le tendi el mensaje.
Cmo? exclam lleno de asombro Mr. Piper mientras relea en voz alta
el telegrama. No-necesitamos-mandar-dinero-stop-To-Joseph-ha-muerto-stop
BERRY. Pero qu significa esto? Acaso se ha vuelto loca esa mujer?
Cmo puede ser que est usted all cuando se supone que est muerto?
dijo finalmente.
Y cmo puede ser que est all cuando estoy aqu? replic Mr. Piper
con lgica an ms aplastante.
No-comprendo-stop-Est-to-Joseph-vivo?
La respuesta lleg a la posada una hora ms tarde. Mr. Cox la abri, le ech
un rpido vistazo y, sofocando un grito, se la tendi a Mr. Piper. ste, tras coger
con manos temblorosas tan temido papel, arque tanto las cejas cuando lo ley que
stas estuvieron a punto de salrsele del rostro.
Lo primero que pens Mr. Piper nada ms leer aquellas palabras fue que
aqul era un caso hecho a medida de cualquier centro de investigacin de
fenmenos paranormales. No obstante, una perspectiva tan romntica pronto se
vio desplazada por otra idea de carcter ms sencillo que, a propuesta de Mr. Cox,
pareca explicarlo todo de manera satisfactoria: debido al golpe recibido, Mrs.
Berry estaba perdiendo contacto con la realidad y se hallaba inmersa cada vez ms
en el mundo de sus propias fantasas. Ni que decir tiene que las palabras
empleadas por Mr. Cox fueron bastante ms bruscas, pero lo que tanto unas
palabras como otras pretendan expresar estaba bien claro: Mrs. Berry estaba
perdiendo el juicio.
Sabe lo que voy a hacer? Volver a casa sin previo aviso y dir que deseo
hablar con usted propuso Mr. Cox con mirada decidida y desafiante. Creo que
eso bastar para conseguir que toda esta situacin se aclare de una vez por todas.
S, claro. Y mi sobrina, seguramente, le dir que yo he regresado a Londres
repuso Mr. Piper haciendo gala de una repentina clarividencia. No podr
usted descubrir su juego a menos que yo vaya con usted. Y eso descubrira nuestro
juego. Ah puede ver usted cun ingeniosa es esa mujer. No sabe lo astuta que
puede llegar a ser cuando se trata de conducir a los dems a callejones sin salida
como ste.
Cmo puede alguien llegar a ser tan mezquino? inquiri Mr. Cox con
asombro.
A pesar de que es sobrina ma, Susan nunca me gust confes Mr. Piper
con resignacin. Nunca.
La respuesta, escrita por la propia Mrs. Berry en vez de por Mrs. Cox, lleg
al da siguiente a la posada en forma de una carta an ms larga que no slo se
hallaba muy mal escrita sino que, adems, estaba llena de tachones. Comenzaba
haciendo referencia al tiempo, preguntaba luego por la salud de Mr. Cox y se
refera de pasada a la de la remitente. A continuacin describa con todo lujo de
detalles unos extraos dolores de cabeza que haban atacado a Mrs. Cox, a lo que
segua una larga lista de los remedios que le haban sido recetados, as como de los
distintos efectos que en la enferma estaba teniendo cada uno de ellos. La carta, tras
algunas frases de lo ms extrao y disparatado, conclua con un desbordante
arranque de optimismo que dej a los dos lectores al borde de la locura. Nuestro
querido to Joseph, quien se encuentra ya casi completamente restablecido, dice
que est deseando volver a verle para hacer las paces con usted. A pesar de que el
hecho de reencontrarse con usted parece imponerle un poco (no en vano, mi to ha
sido siempre un hombre muy tmido), ha accedido encantado a acercarse hasta El
Caballo Blanco para que as pueda usted convencerse de que est perfectamente
vivo. Es ms, casi me atrevera a decir que para cuando esta carta llegue a sus
manos l ya se encontrar all con usted. Quin sabe? Quizs incluso sea l mismo
quien se la lea a usted cuando la reciba.
Con sumo cuidado, Mr. Cox dej a un lado la carta y, tras carraspear
suavemente y tragar saliva con dificultad, mir con expresin desconcertada a Mr.
Piper, quien, a su vez, le observaba a l con los ojos abiertos como platos.
Durante un largo rato ninguno de los dos habl. Finalmente, Mr. Cox,
incapaz de soportar por ms tiempo aquel silencio, comenz a proferir todo tipo de
maldiciones.
Querido to, he venido hasta aqu en el mismo tren que usted para
asegurarme de que efectivamente tena usted intencin de venir aqu dijo.
Cunto hace que ha llegado?
Tras humedecerse los labios con nerviosismo, Mr. Piper, desesperado, mir
a Mr. Cox en busca de auxilio.
Eh? Oh No, nada. Tan slo estaba pensando en voz alta respondi
Mr. Cox.
EL NUFRAGO
De pie ante la puerta de la pequea tienda, Mrs. Boxer, sin dejar de retorcer
nerviosamente entre sus dedos el borde de su gastado delantal, solt un profundo
suspiro y ech un vistazo a su alrededor. El da se acercaba rpidamente a su fin,
por lo que las farolas que cada noche alumbraban las estrechas callejuelas de
Shinglesea se encontraban ya encendidas. Durante un buen rato, la mujer
permaneci donde estaba, sin apenas moverse, escuchando con atencin el
incesante batir de las olas del mar sobre la arena de la playa cercana. Luego, como
despertando de un sueo merced a un ligero escalofro, entr en la tienda y cerr la
puerta tras de s.
Aquella pequea tienda, con sus rechonchos recipientes llenos hasta el borde
de deliciosos y suculentos caramelos, era uno delos primeros recuerdos que
conservaba de su infancia. Hasta el da en que se cas no haba existido para ella
otro hogar, y cuando, haca ahora tres aos, su marido fue dado por muerto al
naufragar el North Star, barco en el que por aquel entonces navegaba, decidi
abandonar su hogar conyugal en Poplar para regresar a la casa que la haba visto
nacer y ayudar as a su madre a llevar el negocio.
Mrs. Gimpson, temblando por la brusquedad con la que las voces de su hija
la haban despertado, se levant y entr apresuradamente en la tienda. Al verla, el
hombre extendi un brazo hacia ella, se lo enrosc alrededor de la cintura y,
aunque no con demasiada efusividad, le plant un beso en la mejilla.
Pues s, tiene usted razn dijo Mr. Boxer. Pero, si quiere que le sea
sincero, no se me ocurri pensar en eso. Lo cierto es que mientras estuve en Sydney
anduve demasiado ocupado buscando un barco en el que poder enrolarme. No
obstante, ahora que estoy aqu ya no hay nada de qu preocuparse.
Hubo algo en la manera en que Mrs. Gimpson dijo aquellas ltimas frases
que caus en sus dos oyentes una impresin sumamente desagradable, impresin
que se vio acentuada cuando, tras una breve pausa, y sin motivo aparente, la
anciana se ech sbitamente a rer e hizo una profunda mueca de desdn.
Suelo estarlo casi siempre repuso la anciana con una nueva mueca de
desdn. No resulta fcil engaarme.
Pearl respondi Mr. Boxer con el recelo propio de un testigo que est
siendo sometido a un interrogatorio.
Y el primer oficial?
Bueno, ya est bien dijo de repente Mr. Boxer con una mueca de desdn
. Yo ya os he contado mi historia. No os la creis si no queris. Pero lo que s os
puedo asegurar es que tengo testigos capaces de confirmarla. Si lo deseis, podis
escribirle al capitn del Marston Towers y a todos los miembros de su tripulacin
preguntndole por m.
Claro que, ahora que lo pienso, quiz prefiris que vayamos a ver a ese
prodigioso adivino amigo vuestro. En ese caso, podramos mantener en secreto mi
identidad diciendo simplemente que soy un viejo amigo de la familia. Podramos
pedirle que nos contase cuanto dice saber sobre m y sobre lo que he estado
haciendo durante todo este tiempo sin preocuparse por el dao que eso pudiera
acarrear. Estoy convencido de que eso os hara ver a las dos lo absurdas y ridculas
que resultan todas esas supersticiones.
Hace unos meses mam se vio obligada a guardar cama durante diez das
para evitar que un perro rabioso la mordiera le explic Mrs. Boxer a su marido.
Cmo has dicho, querida? pregunt, incrdulo, Mr. Boxer tapndose la
boca con la mano y haciendo enormes esfuerzos por contener las carcajadas.
Por toda respuesta Mrs. Gimpson dio media vuelta y se puso a mirar a su
alrededor en busca de su cesta de la compra. Una vez la hubo encontrado, se
dirigi hacia la puerta y, tras anunciar que se dispona a comprar algo para cenar
que estuviese en consonancia con aquella ocasin tan especial, sali a la calle
dejando a la pareja a cargo de la casa.
Caminando a buen paso, pues era ya tarde y las tiendas se preparaban para
cerrar, la anciana fue hasta la Calle Mayor, hizo rpidamente sus compras y
emprendi el regreso a casa. No obstante, al pasar junto a la boca del estrecho
callejn en el que viva Mr. Silver, sus pies, como guiados por un repentino
impulso, la internaron en ste y la llevaron hasta la mismsima puerta del adivino.
Hable dijo suavemente Mr. Silver. Hgalo al menos por usted misma,
Mrs. Gimpson. No tiene usted por qu sacrificar su vida guardando silencio por los
dems.
Curioso. Muy, pero que muy curioso dijo el venerable Mr. Silver cuando
la anciana hubo concluido su relato. Tiene usted un yerno verdaderamente
ingenioso, Mrs. Gimpson.
Veo imgenes dijo con voz cavernosa. Veo los muelles de una gran
ciudad. Londres, me atrevera a decir. Veo a un hombre de pie en la cubierta de un
barco. Est encorvado, como si por naturaleza fuese cargado de espaldas, y cuando
camina cojea de la pierna izquierda.
Con los ojos muy abiertos a causa del asombro, Mr. Thompson se arrim a
Mr. Boxer y le dio un ligero codazo en las costillas, pero ste, que ya comenzaba a
cansarse de las bromas del vecino de su suegra, decidi ignorarle y no se molest
en responder.
Se trata del North Star dijo por fin el adivino. El hombre encorvado
est todava en cubierta. No s su nombre ni puedo ver bien su rostro, pero le veo
acercarse cojeando hasta la proa y asomarse por la borda para contemplar el mar.
Ahora saca de un bolsillo la fotografa de una joven muy hermosa y la mira con
profundo fervor.
Sin poder evitarlo, Mr. Boxer se llev una mano a la cicatriz que luca en su
cuero cabelludo en el preciso instante en que las miradas de todos los presentes se
volvan automticamente hacia l. La expresin que alcanz a ver entonces en el
rostro de su esposa era sencillamente terrorfica. La que vio, en cambio, en el de su
suegra, se hallaba dominada por esa mirada triste pero triunfal propia de la mujer
que ha llegado a conocer tan bien a los hombres que ya no se sorprende ante nada
de lo que stos puedan hacer.
Mr. Boxer, que no haba dejado de correr hasta alcanzar a su esposa, logr
por fin llegar hasta ella y dirigirle una suplicante mirada.
Vaya. Esto es lo que se dice un feliz regreso a casa dijo con irona.
Para cuando la comitiva lleg finalmente a casa, Mr. Boxer se hallaba sumido
en un estado tal de desesperacin que hubiese sido capaz de cualquier cosa. No
obstante, en el preciso instante en que se dispona a cruzar el umbral, su esposa le
dirigi una mirada tan furibunda que l, amedrentado, se detuvo en seco con un
pie en el escaln y otro en el aire y la mir sin atreverse a decir una sola palabra.
As es respondi su marido.
Me cas con ella, en efecto continu diciendo Mr. Boxer. La boda tuvo
lugar en Camberwell en mil ochocientos noventa y tres.
Que si estaba viva? repuso Mr. Boxer. Demonios! Pues claro que lo
estaba! Y sigue estndolo. Y espero que por muchos aos.
Con una amplia sonrisa, Mr. Boxer se recost en su silla y contempl con
satisfaccin los cuatro rostros horrorizados que tena ante s.
Irs a la crcel por esto! grit Mrs. Gimpson casi sin aliento. Dnde
vive tu primera esposa?
Oh, John gimi. Dime que nada de todo esto es cierto. Dime que no lo
es.
Todo lo que os cont esta tarde, cuando entr por primera vez en esta casa
despus de tanto tiempo, es cierto dijo lentamente su marido. Pero lo que os
acabo de contar ahora es tan cierto como lo que ese viejo adivino embustero nos
cont a todos hace un rato. Que cada uno crea lo que ms le guste.
El primer libro que public, Many Cargoes (Muchos fletes, 1896), tuvo un xito
inmediato, lo que le permiti publicar el ao siguiente The Skippers Wooing (El
patrn galanteador) y, en 1898, Sea Urchins (Golfillos del mar). Es muy poco probable
que los marineros de sus historias puedan encontrarse a bordo de algn barco; son
personajes literarios cuyas aventuras y desventuras proporcionan, sin embargo,
momentos muy emocionantes en tierra.
[1]
Referencia a una ancestral creencia popular anglosajona segn la cual los
pozos son lugares misteriosos dotados de todo tipo de facultades mgicas, siendo
por ello capaces de conceder deseos, revelar secretos, decir la verdad a cuantas
preguntas les son formuladas siguiendo determinado ritual, etc. Estas propiedades
adivinatorias atribuidas a los pozos han sido recogidas por la literatura en
numerosas ocasiones. (N. del T.) <<
[2]
El dummy es una variacin de juegos de naipes tales como el bridge, el
whisty otros muchos, en la que, adems de los jugadores reales hay un jugador
imaginario. Las cartas que se le reparten a este ltimo en cada mano no se mueven
ni se descubren a lo largo de la misma, lo cual complica un poco ms el desarrollo
del juego, sobre todo en aquellos juegos de cartas en los que el nmero de naipes
que se llevan repartidos en cada momento es un dato a tener en cuenta. En los
juegos de naipes de origen espaol equivale a lo que se ha dado en llamar mano del
muerto o jugador muerto. (N. del T.) <<
[3]
Efectivamente, la Hechicera de Endor no tiene nada que ver con la historia
de Jons y la ballena si exceptuamos el hecho de que ambos son personajes
bblicos.
[4]
El apodo de Wheeler, es decir, Nosey, es un juego de palabras en ingls.
Originalmente, el trmino significa entrometido. Por otra parte, la palabra es una
derivacin de nose (nariz), en clara alusin a la peculiaridad fsica del personaje,
que tiene la nariz desfigurada. (N. del T) <<
[5]
Tradicionalmente, en efecto, dos de los mtodos atribuidos a los adivinos
a la hora de averiguar el porvenir eran, por un lado, el estudio del movimiento de
las hojas de t mientras stas se cocan en un recipiente puesto a fuego lento, y, por
otro, la observacin detenida del color del iris del ojo de la persona cuyo futuro se
deseaba conocer. (N. del T.) <<