Wymark Jacobs William - La Pata de Mono Y Otros Cuentos Macabros

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 304

William Wymark Jacobs

La pata de mono y otros cuentos


macabros
William Wymark Jacobs, 2000

Traduccin: Manuel Ortuo

Ilustracin de cubierta: Esqueleto envuelto en un velo (Xabier Mellery, 1899)


NOTICIA SOBRE EL AUTOR

William Wymark Jacobs naci el 8 de septiembre de 1863 en Londres y pas


buena parte de su infancia en Wapping, ciudad en la que haba sido destinado su
padre como administrador del puerto, y donde vivi de cerca el ambiente
marinero, ambiente que tan esplndidamente recreara en muchos de sus relatos
futuros.

Jacobs estudia en diversas escuelas privadas antes de ganar una oposicin a


funcionario de la Direccin General de Correos inglesa cuando slo tena diecisis
aos. Asumi este cautiverio como precio de su seguridad y trat de hacerlo ms
llevadero escribiendo artculos y relatos humorsticos, ms acordes con su vocacin
de escritor, que se iban publicando, sin ninguna repercusin, en el Blackfriars
Magazine, revista que editaba un grupo de aficionados subvencionada por el
departamento de Correos donde trabajaba. Desde los veintitrs a los treinta y un
aos public con escaso beneficio cientos de artculos y relatos breves para revistas
poco conocidas y para prensa de gran tirada, pero siempre con seudnimo o con
iniciales, lo que no contribuy a darlo a conocer. Finalmente, el olfato literario del
escritor Jerome K. Jerome detect el talento de Jacobs y public algunos de sus
cuentos en To-Day, la revista que editaba, consiguiendo que su descubrimiento
fuera aplaudido por un gran nmero de lectores.

Su primera coleccin de relatos, Many Cargoes, aparece en 1896 y enseguida


se convierte en un gran xito que merece los elogios de la prensa especializada.
Pero Jacobs no abandona su trabajo en Correos y sigue escribiendo relatos. Al ao
siguiente, animado por el impacto de su primer libro, publica The Skippers Wooing,
y un ao despus, Sea Urchins, dos colecciones de relatos, como Many Cargoes, en
los que abunda el humor y las gentes del mar. La prestigiosa revista The Strand
Magazine, que por aquel entonces daba a conocer a autores como Conan Doyle con
su serie de aventuras del excntrico detective Sherlock Holmes, le abre las puertas
y comienza a publicar muchos de sus relatos. Slo entonces, a la vista del
prometedor cariz que adoptaba su carrera literaria, decide abandonar el empleo en
Correos y dedicarse por entero al periodismo y la literatura. Poco a poco se va
convirtiendo en un escritor celebrado que frecuenta las animadas tertulias literarias
de Londres, en las que, a pesar de la descripcin de Evelyn Waugh, que lo
encuentra algo demacrado y con mirada melanclica, llega a ser coronado como el
rey del relato humorstico y un maestro de la narracin breve en general. Jacobs
escribi diecisiete obras dramticas en colaboracin, aportando numerosos gags y
situaciones, y se cas con una muchacha galesa, comprometida sufragista y mucho
ms joven que l, con la que no fue muy feliz.

En 1931 aparece el volumen Snug Harbor, que rene todos sus relatos,
publicados en libros o en revistas, y entre ellos La pata de mono (The monkeys paw),
publicado originalmente en 1902, relato que a la postre le reservara un hueco
propio en la frgil memoria de la posteridad, olvidando, paradojas del destino, su
gran talento como humorista. En efecto, pues La pata de mono no slo es una obra
maestra de terror cotidiano, conocida por todo aficionado al gnero, sino que
difcilmente encontraremos una buena antologa de relatos de terror que no lo
incluya desde entonces.

Jacobs muri el 1 de septiembre de 1943 en un asilo de ancianos de Londres.

La presente antologa rene, junto con el mencionado La pata de mono que da


ttulo al volumen, una seleccin de los mejores relatos macabros y de terror (ms
que de terror, sobrecogedores, como dira su contemporneo y admirador G.K.
Chesterton) de W.W. Jacobs, en los que un lenguaje directo y eficaz, y una
magistral agilidad y economa narrativa contribuyen a capturar la atencin del
lector, para acabar sorprendindole a menudo con un final inesperado. El Mal,
como en toda antologa de terror que se precie, est presente en estos relatos as
como algunas pinceladas de un humor muy personal que recuerda por momentos
al genial Ambrose Bierce, pero no espere encontrar el lector de este volumen tan
slo sus habituales manifestaciones sobrenaturales: fantasmas, diablos, etc. El Mal
adopta a menudo en estos cuentos la forma ms cotidiana de la obsesin, del
remordimiento, de la oscura premonicin de un destino trgico, y este nuevo
disfraz lo convierte en algo mucho ms familiar y cercano que logra estremecernos.
LA PATA DE MONO

(The Monkeys Paw, 1902)

Mientras afuera la noche era fra y hmeda, en el interior de la pequea sala


de estar de Laburnam Villa las ventanas se hallaban bien cerradas, las persianas
echadas, y el fuego resplandeca vivamente en la chimenea. Sentados a una mesa,
el dueo de la casa y su hijo disputaban con aire solemne una partida de ajedrez.
De los dos, el primero, convencido de que la clave de aquel juego consista en
cambiar continuamente de estrategia para desconcertar al rival, llevaba ya rato
poniendo a su rey en una serie de situaciones tan comprometidas e innecesarias
que en ms de una ocasin haba provocado algn que otro comentario en la
anciana de cabellos blancos que, cmodamente instalada junto al fuego, finga estar
enfrascada en su labor de punto.

Shhh! Escucha! Te has dado cuenta de cmo sopla el viento esta noche?
dijo de repente Mr. White, quien, habiendo descubierto demasiado tarde el
tremendo error que acababa de cometer con su ltimo movimiento, pretenda
distraer a su hijo.

Hace rato que lo escucho, pap respondi el otro examinando el tablero


con rostro ceudo y alargando el brazo para mover una pieza. Jaque

No creo que nuestro invitado venga esta noche se apresur a decir su


padre con una indecisa mano suspendida sobre el tablero.

mate concluy el hijo.

Eso es lo peor de vivir tan lejos de la ciudad! exclam entonces Mr.


White perdiendo sbita e inesperadamente los estribos. De todos los lugares que
hay en este mundo para vivir apartado de los dems, ste es el peor de todos.
Cuando la carretera no est inundada, se encuentra hecha un barrizal. No s en
qu demonios estarn pensando las autoridades para no ponerle remedio de una
vez por todas a esta situacin. Supongo que lo que ocurre es que, como en esta
zona no vivimos ms que unas pocas familias, a nadie le importamos un comino.

No te sulfures, querido le dijo suavemente su esposa. Ya ganars en


otra ocasin.

Mr. White levant la vista bruscamente justo a tiempo de sorprender una


mirada de complicidad que en aquel momento cruzaban madre e hijo. Sus palabras
de protesta no llegaron a salir de sus labios, pero al menos logr ocultar una
delatora sonrisa entre la enmaraada espesura de su barba.

Ah lo tenemos le dijo Herbert White a su padre cuando la verja del


jardn, impulsada por el viento, se cerr de un portazo y unos pesados pasos se
acercaron a la casa.

El anciano se levant y se dirigi hacia la puerta para recibir al recin


llegado. Unos segundos ms tarde, tras pronunciar unas cuantas frases de
bienvenida, Mr. White regres a la sala de estar en compaa de un corpulento
caballero de ojos brillantes y rostro rubicundo.

Os presento al brigadier Morris dijo escuetamente Mr. White a manera


de presentacin.

Tras estrecharle la mano a Mrs. White y a Herbert, el recin llegado tom


asiento en la silla que le fue ofrecida junto a la chimenea y observ complacido la
acogedora habitacin mientras su anfitrin sacaba de una alacena una botella de
whisky y unos cuantos vasos y pona sobre el fuego una pequea tetera de cobre.

Hubo de llegarse al tercer vaso de whisky para que, una vez superada la
primera timidez, el brigadier, con los ojos cada vez ms brillantes, comenzase a
hablar con mayor libertad. La familia White, mientras tanto, dispuesta frente a l
formando un pequeo semicrculo, contemplaba con creciente inters a aquel
visitante llegado de lejanas tierras conforme ste, sentado muy tieso en su silla, iba
relatando todo tipo de historias y ancdotas curiosas acerca de guerras, plagas y
gentes extraas.

Veintin aos lleva el brigadier en esas tierras dijo al cabo de un rato


Mr. White mirando afablemente a su mujer y a su hijo. Cuando se march no era
ms que un chiquillo. Ahora, en cambio, mirad en lo que se ha convertido.
Pues el cambio no parece haberle sentado nada mal dijo cortsmente
Mrs. White.

Cunto me gustara ir a la India musit el anciano. Slo para ver


cmo es aquello, ya me entendis.

Si yo fuese usted, preferira quedarme donde est repuso el brigadier


soltando un suspiro y dejando su vaso vaco sobre la mesa.

Pero a m me gustara tanto poder ver con mis propios ojos todos esos
templos antiguos Y tambin a los faquires y a los encantadores de serpientes
replic el anciano. Por cierto, Morris, cmo era aquello que comenz usted a
contarme el otro da acerca de una pata de mono o algo parecido?

Nada se apresur a responder el brigadier. Al menos, nada que valga


la pena or.

Una pata de mono? pregunt Mrs. White, llena de curiosidad.

Bueno, en realidad no se trata ms que de un pequeo ejemplo de lo que


ustedes, aqu en Occidente, llamaran simplemente magia respondi el
brigadier con cierta brusquedad.

Los tres oyentes, visiblemente interesados, se inclinaron hacia adelante para


poder or mejor. Su invitado, mientras tanto, se llev distradamente el vaso a los
labios sin darse cuenta de que se hallaba vaco. En cuanto descubri su error,
volvi a dejarlo sobre la mesa con un gesto de contrariedad y Mr. White, solcito,
se apresur a llenrselo.

A simple vista explic el brigadier hurgando en uno de sus bolsillos


no es ms que una simple pata de mono momificada.

Dicho lo cual, se sac del bolsillo el objeto en cuestin y lo sostuvo en su


palma abierta para que los dems pudieran contemplarlo. Al posar sus ojos sobre
l, Mrs. White se ech hacia atrs con una mueca de disgusto, pero su hijo, en
cambio, lo cogi y comenz a examinarlo con atencin.

Y qu es lo que tiene de especial? pregunt Mr. White tras tomar la


pata de manos de su hijo, observarla durante unos segundos y dejarla a
continuacin sobre la mesa.
Hubo una vez en la India un viejo faquir que le lanz un conjuro a esa
pata explic el brigadier. Se trataba de un santo muy respetado en aquellas
tierras que pretenda demostrar, por un lado, que el destino determina
irremediablemente la vida de las personas y, por otro, que aquellos que intentan
luchar contra su destino acaban siempre malparados. El conjuro en cuestin
permite que tres hombres distintos tengan la posibilidad, cada uno de ellos, de
pedirle a esa pata hasta tres deseos.

Su forma de hablar resultaba tan cautivante y turbadora que a sus tres


oyentes se les congel la sonrisa en el rostro.

En ese caso, por qu no pide usted tres deseos? propuso Herbert White
con tono ligeramente burln.

El militar se volvi hacia l y le dirigi una de esas explcitas miradas que un


hombre de mediana edad acostumbra dirigir a todo joven presuntuoso.

Porque ya lo he hecho se limit a decir mientras su rostro de piel curtida


empalideca de repente.

Esa historia parece sacada de Las mil y una noches dijo Mrs. White
levantndose para poner la mesa. Por cierto, por qu no peds cuatro pares de
manos para m? No me vendran nada mal a la hora de hacer las tareas de la casa.

Dispuesto a continuar con la broma de su mujer, Mr. White se apresur a


coger la pata de mono de la mesa y abri la boca para pedir el deseo. Pero, al ver la
expresin alarmada que acababa de aflorar al rostro del brigadier, se ech a rer
sbitamente.

Si va usted a pedir algn deseo dijo entonces con brusquedad el militar


cogiendo del brazo a su anfitrin, asegrese primero de que lo que desea sea
algo razonable.

Sin darle importancia a la aspereza con la que el brigadier le acababa de


hablar, y sin pensar en lo que haca, Mr. White se meti sin ms la pata de mono en
el bolsillo y, tras disponer unas sillas alrededor de la mesa, invit a su amigo a
tomar asiento en una de ellas. Durante la cena apenas se habl de aquel extrao
talismn, y una vez acabada la misma, los White permanecieron sentados largo
rato escuchando embelesados muchas otras de las aventuras que aquel singular
personaje haba protagonizado durante su estancia en la India.
Si esa historia de la pata de mono tiene tanto de verdad como todas las
dems historias que ese hombre nos ha contado esta noche dijo Herbert una vez
que la puerta de la casa se hubo cerrado tras el brigadier, quien se haba marchado
con el tiempo justo para tomar el ltimo tren, me da la impresin de que esa
reliquia disecada no nos va a ser de mucha utilidad.

Le diste algo por ella, querido? pregunt Mrs. White mirando


atentamente a su marido.

Apenas unas pocas monedas, mujer contest ste ruborizndose


ligeramente. Al principio se negaba a cogerlas, pero yo le obligu a aceptarlas. Y,
a que no sabis una cosa? Mientras se guardaba el dinero no dej de repetirme
que procurase deshacerme de ella.

Deshacerte de ella? intervino Herbert fingiendo escandalizarse. Pero


cmo se le ocurre decir algo as justo ahora, que, gracias a esa pata, vamos a ser
ricos, famosos y felices para siempre? Yo, para empezar, deseo convertirme en
emperador. De esa manera t, pap, como padre del emperador, podrs poner a
mam en su sitio de una vez y evitar as que ella siga tenindote completamente
dominado.

Envuelto en sus propias carcajadas, Herbert ech a correr alrededor de la


mesa seguido de cerca por su madre, quien, escandalizada, blanda en alto una
sartn capaz de atemorizar a cualquiera.

Mr. White se sac entonces del bolsillo la pata de mono y la examin con
curiosidad.

Lo cierto es que, si tuviese que pedir un deseo, no sabra qu pedir dijo


lentamente. Creo que ya tengo todo cuanto puedo desear.

Podras pedir dinero, pap. As podras liquidar de una vez todas tus
deudas. Y eso no te vendra nada mal, verdad? dijo Herbert rodeando a su
padre con un brazo. Por qu no pides doscientas libras? Creo que con eso ser
ms que suficiente.

Ligeramente avergonzado de su credulidad, Mr. White sonri con timidez y


levant en alto la pata de mono mientras su hijo, tras guiarle un ojo a su madre, se
sentaba al piano con expresin solemne y comenzaba a tocar unos majestuosos
acordes.
Deseo doscientas libras dijo en voz alta el anciano.

Una soberbia meloda de piano envolvi aquellas palabras. Sin embargo,


justo en aquel momento Mr. White profiri un estremecedor alarido que hizo que
su esposa y su hijo se precipitasen a su lado.

Se ha movido! exclam asustado el anciano mirando con repugnancia


la pata de mono, la cual, tras caer de su mano, yaca ahora sobre el suelo. Os
aseguro que se ha movido! Mientras peda el deseo, se retorci en mi mano como
si estuviese viva! Os juro que lo que digo es cierto!

Lo que s es cierto es que yo no veo el dinero por ninguna parte repuso


su hijo recogiendo del suelo el talismn y dejndolo sobre la mesa. Y os apuesto
cualquier cosa a que nunca lo ver.

Debe de haber sido tu imaginacin, querido dijo Mrs. White mirando a


su esposo con preocupacin.

El anciano, todava sobresaltado, sacudi la cabeza.

Bueno, no pensemos ms en ello. No quiero que empecis a creer que me


estoy haciendo viejo dijo. Seguro que ha sido una falsa impresin. Aunque,
por muy falsa que haya sido, eso no quita que me haya llevado un susto de muerte.

Los tres volvieron a tomar asiento frente al fuego y all permanecieron un


buen rato mientras los dos hombres apuraban sus pipas. Fuera, mientras tanto, el
viento, que en aquellos momentos soplaba con mayor fuerza que nunca, comenz
a azotar en algn lugar de la casa una puerta mal cerrada cuyos sbitos golpes
hicieron que Mr. White diese un respingo. Un silencio tan opresivo como
inquietante se apoder entonces de los tres habitantes de la casa hasta que,
finalmente, los dos ancianos decidieron retirarse a descansar.

Espero que cuando lleguis a vuestro cuarto os encontris sobre la cama


una gran bolsa llena de dinero dijo Herbert riendo y agitando una mano en seal
de buenas noches. Y tened mucho cuidado aadi en tono burln, quin
sabe si mientras estis ocupados llenndoos los bolsillos un horrible monstruo os
acecha desde lo alto del armario

Una vez a solas en la sala de estar, el muchacho permaneci sentado en


medio de la oscuridad con la mirada fija en las ltimas llamas que danzaban
todava en la chimenea. Mientras sus ojos se hallaban all clavados, tuvo la
impresin de estar viendo en el fuego extraas formas semejantes a horribles
rostros simiescos que parecan salidos de una espantosa pesadilla. En determinado
momento la impresin lleg a ser tan real que, riendo nerviosamente, busc a
tientas sobre la mesa un poco de agua que poder arrojar sobre las llamas. Pero, al
hacerlo, toc sin querer la pata de mono y, con un escalofro, retrocedi
bruscamente. Luego, sin dejar de limpiarse la mano una y otra vez en los faldones
de su batn, se puso en pie y comenz a subir lentamente las escaleras que
conducan a su habitacin.

II

A la maana siguiente, mientras desayunaba en la sala de estar, Herbert no


pudo evitar echarse a rer de los temores que le haban acosado la noche anterior.
En la estancia, inundada ahora por la hermosa claridad del sol invernal, se
respiraba un aire fresco y saludable que unas horas antes haba brillado por su
ausencia. En cuanto a la pata de mono, sta, momentneamente olvidada, se
encontraba tirada de cualquier manera sobre el aparador. A la rotunda luz del da,
su aspecto sucio y arrugado no impulsaba precisamente a creer en las propiedades
mgicas que se le atribuan.

No s por qu ser, pero a m me da la impresin de que todos los


soldados son iguales. A todos les gusta creer en paparruchas dijo Mrs. White.
Y pensar que anoche estuvimos a punto de tragarnos semejante sarta de tonteras!
Cmo puede uno llegar a creer que los deseos se conceden as como as? Y aunque
as fuese, qu dao podran hacernos doscientas libras?

Quin sabe? A lo mejor, si cayesen del cielo y nos diesen de lleno en la


cabeza dijo Herbert echndose a rer.

Morris me dijo que cuando un deseo resulta concedido todo ocurre de la


forma ms natural intervino Mr. White, de tal manera que uno no puede
evitar pensar que se trata de una simple coincidencia.

Bueno, si as fuese, promteme una cosa, pap: que no tocars las


doscientas libras hasta que yo vuelva del trabajo dijo Herbert ponindose en pie
. Mucho me temo que, de no hacerlo as, te convertiras en un avaro y no
querras separarte nunca del dinero. Y mam y yo nos veramos obligados a
quitrtelo por la fuerza.
Mrs. White se ech a rer hasta que se le saltaron las lgrimas. Luego,
ponindose tambin en pie, acompa a Herbert hasta la puerta, se despidi de l
y permaneci unos segundos en el umbral contemplando cmo su hijo se alejaba
por el camino. Seguidamente, rindose todava de la credulidad de su marido,
regres a la mesa. No obstante, a pesar de todas sus risas y burlas, no pudo evitar
salir corriendo hacia la puerta cuando el cartero llam aquella maana a la puerta,
ni hacer un despectivo comentario sobre lo que ella llam esos dichosos soldados
aficionados a la bebida cuando vio que el correo de aquel da consista en una
factura del sastre en vez de en un cheque por valor de doscientas libras.

Estoy deseando or lo que dir Herbert cuando vuelva a casa y vea esa
factura dijo mientras ella y su marido se sentaban a comer. Slo de
imaginrmelo ya me estoy riendo.

Y yo convino Mr. White sirvindose un buen vaso de cerveza.


Aunque, de todas formas, digis lo que digis, anoche esa cosa se movi en mi
mano. Te juro que lo hizo.

Simplemente te dara esa impresin, querido dijo su esposa con tacto.

Si yo digo que se movi es que se movi repuso el otro. No estoy


hablando de impresiones, sino de hechos. Yo acababa de pedir aquel deseo cuando,
de repente Pero bueno, qu es lo que pasa?

Mrs. White no respondi. Se hallaba demasiado ocupada siguiendo con la


mirada los misteriosos movimientos de un hombre que, de pie frente a la entrada
del jardn, no dejaba de mirar con aspecto indeciso hacia la casa como si estuviese
pensando si deba o no llamar a la puerta. Sin poder evitarlo, asoci mentalmente a
aquel extrao con las doscientas libras y repar entonces en que el sujeto en
cuestin no slo iba muy bien vestido, sino que adems llevaba puesto un
magnfico y reluciente sombrero que deba de haberle costado una fortuna.
Mientras deambulaba frente a la casa, aquel personaje se par hasta tres veces ante
la verja, como dispuesto a entrar, pero otras tantas veces se ech atrs y continu
paseando. Finalmente, al cuarto intento, asi con fuerza la puerta del jardn, la
abri resueltamente de un empujn y ech a andar con paso firme y decidido por
el sendero que conduca a la puerta de la casa. Mrs. White, ponindose en pie al
ver cmo el hombre se acercaba, se quit apresuradamente el delantal, lo escondi
bajo el cojn de una silla y acudi a recibir al extrao.

Tras abrir la puerta de un tirn, Mrs. White hizo pasar al recin llegado
hasta la sala de estar. ste, visiblemente incmodo, la mir de soslayo y la escuch
con expresin preocupada mientras la anciana le peda disculpas por el desorden
que reinaba en la casa y por las ropas tan sucias que llevaba puestas su marido,
pues, segn explic, eran las que Mr. White sola ponerse cuando se dispona a
trabajar en el jardn. A continuacin guard silencio y, con toda la paciencia de la
que una mujer es capaz, esper a que aquel hombre explicase el motivo que le
haba llevado hasta all.

Yo Vern ustedes, yo Me han pedido que viniera a verles dijo por


fin, tras un extrao silencio, bajando la vista y dejndola clavada en algn lugar del
suelo. Vengo de parte de la firma Maw & Meggins.

La anciana dio un respingo.

Hay algn problema? pregunt sin aliento. Le ha ocurrido algo a


Herbert? Conteste, por lo que ms quiera! Le ha ocurrido algo a mi hijo?

Su marido intervino.

Tranquilzate, querida. No te alteres se apresur a decir con voz suave


. Sintate aqu y no saques conclusiones precipitadas. Y ahora, caballero
aadi volvindose hacia el recin llegado con una mirada cargada de ansiedad,
dganos lo que ha venido a decirnos. Estoy seguro de que no se trata de malas
noticias, verdad?

Lo siento mucho, caballero, pero comenz a decir el hombre.

Le ha pasado algo a mi hijo? pregunt la anciana sin poder contenerse


por ms tiempo.

El visitante asinti con la cabeza.

As es, seora. Su hijo se encuentra gravemente herido dijo en voz baja


. Pero al menos ya no sufre.

Gracias a Dios! exclam la anciana retorcindose las manos con fuerza


. Gracias a Dios! Gracias a!

La mujer guard silencio de repente cuando cay en la cuenta del verdadero


significado que encerraban las ltimas palabras pronunciadas por aquel hombre.
Luego, cuando al ver el rostro sombro y crispado de ste sus ms horribles
temores se vieron definitivamente confirmados, se qued sin aliento y, mirando
con desesperacin a su marido, que todava no pareca haber comprendido del
todo lo que suceda, puso su mano temblorosa en la de l y se la apret con fuerza.
Se produjo entonces un silencio sepulcral.

Al parecer, su hijo qued atrapado entre los engranajes de una de las


mquinas aadi finalmente el visitante con voz apenas audible.

Atrapado entre los engranajes repiti Mr. White, aturdido. Dios


mo

El anciano se dej caer pesadamente en una silla y se puso a mirar por la


ventana sin ver nada en particular. Luego, con una dulzura infinita, tom la mano
de su esposa entre las suyas y la apret tal y como haba hecho por primera vez
cuarenta aos atrs, cuando los dos no eran ms que una joven pareja de novios.

Herbert era lo nico que tenamos en este mundo dijo volvindose


ligeramente hacia el visitante. No tiene usted idea de lo duro que resulta
perderle.

El hombre, incmodo, carraspe y, ponindose en pie, se acerc lentamente


a la ventana.

La empresa me ha pedido que les comunique su ms sincero psame ante


tan dolorosa prdida dijo sin apenas levantar la mirada. Espero que
comprendan que yo no soy ms que un simple empleado y que me limito a
obedecer las rdenes que me han transmitido.

No hubo respuesta. A la anciana, mortalmente plida y con la mirada


completamente perdida, apenas se la oa respirar. Su marido, mientras tanto,
segua mirando en silencio por la ventana.

Tambin me han encargado decirles que Maw & Meggins niegan


cualquier tipo de responsabilidad en lo ocurrido continu diciendo el hombre.
No obstante, en consideracin a los servicios prestados por su hijo a lo largo de los
ltimos aos, la empresa desea hacerles entrega de cierta cantidad de dinero a
manera de compensacin.

Al or aquello, Mr. White solt la mano de su esposa y, ponindose en pie


cun alto era, mir a aquel hombre con expresin horrorizada. Lentamente, sus
labios resecos se abrieron para preguntar:
A cunto a cunto asciende esa cantidad?

A doscientas libras, caballero fue la respuesta.

Ajeno totalmente al grito de su esposa, el anciano, tras esbozar una amarga


sonrisa, extendi las manos ante s como un ciego que intentase caminar sin ayuda
de su bastn y a continuacin se desplom sin sentido sobre el suelo.

III

Al da siguiente los dos ancianos enterraron a su difunto hijo en el


cementerio nuevo del pueblo y a continuacin, una vez concluida la ceremonia,
recorrieron a pie las dos millas que les separaban de su casa, aquella casa que
ahora se haba quedado sumida en las sombras y el silencio. Todo haba ocurrido
tan deprisa que al principio les cost asimilar lo que realmente haba sucedido, y
durante algunos das permanecieron en vilo, como a la espera de alguna otra cosa
que an estuviese por ocurrir. Algo que, sin lugar a dudas, les ayudara a llevar
mejor aquella carga que tan pesada resultaba para sus fatigados corazones.

Pero conforme los das fueron pasando la esperanza fue convirtindose poco
a poco en esa incurable resignacin que, cuando se apodera de los ancianos, suele
recibir errneamente el nombre de apata. Incluso haba das en los que marido y
mujer apenas intercambiaban una sola palabra pues, ahora que su hijo ya no estaba
con ellos, no tenan nada de que hablar. Poco a poco, un profundo hasto comenz
a consumirles por dentro.

Cierta noche, aproximadamente una semana despus del funeral, Mr. White,
tras despertarse de manera brusca, descubri que se encontraba solo en la cama. A
su alrededor, la habitacin se hallaba sumida en la ms completa oscuridad. No
obstante, al cabo de unos segundos pudo or con claridad, procedente de la
ventana, el llanto contenido de su mujer. Tras tomar una profunda bocanada de
aire, el anciano se incorpor y se qued sentado sobre el lecho.

Vuelve a la cama, querida dijo con toda la ternura de que fue capaz.
Hace mucho fro.

Ms fro hace donde est mi hijo ahora respondi la anciana dando


rienda suelta a sus lgrimas.
Los sollozos de su esposa fueron apagndose poco a poco en sus odos
mientras l, echndose de nuevo sobre el clido lecho, cerraba los ojos y se hunda
lentamente en el sueo. As permaneci durante un buen rato hasta que, de
repente, los gritos de su mujer lo despertaron bruscamente.

La pata de mono! gritaba la anciana, fuera de s. Claro que s, Dios


mo, claro que s! La pata de mono!

El marido se incorpor en la cama con un respingo.

Qu ocurre, querida? Qu le pasa a la pata de mono?

La anciana se acerc a l corriendo.

Dnde est? le dijo, algo ms calmada, a su marido. No te habrs


deshecho de ella, verdad?

No. Est abajo, en la sala de estar, sobre la repisa de la chimenea


respondi Mr. White, todava aturdido. Pero por qu lo preguntas? Qu es lo
que ocurre, querida?

Ella se ech a llorar y a rer al mismo tiempo e, inclinndose hacia adelante,


bes a su marido en la mejilla.

Se me acaba de ocurrir una idea respondi, histrica. Cmo no habr


pensado antes en ello? Y cmo es que no se te ha ocurrido a ti tampoco?

Ocurrrseme? El qu? pregunt l.

Los dos deseos que an faltan por pedir se apresur a contestar su


mujer. Slo hemos pedido uno.

Y qu? Es que acaso no has tenido suficiente? repuso l con aspereza.

No! exclam triunfalmente su mujer. Pediremos otro deseo. Ve a por


la pata de mono, cgela y pide que nuestro hijo vuelva a la vida.

Como impulsado por un resorte, el anciano se sent en la cama y, tras


arrojar a un lado las mantas, se llev las manos a la cabeza.

Dios mo! Pero, qu ests diciendo? Es que te has vuelto loca?


exclam horrorizado.

Ve ahora mismo a por esa pata dijo la anciana, casi sin aliento. Ve a
por ella, cgela y pide ese deseo Oh, Dios mo! Mi nio, mi pequeo

El anciano cogi una cerilla, la prendi y encendi con ella una vela.

Vuelve a la cama dijo con voz insegura. No sabes lo que ests


diciendo.

Si el primer deseo nos fue concedido, por qu no va a suceder lo mismo


con el segundo? replic su esposa con mirada febril.

Nadie nos ha concedido ningn deseo balbuce el anciano. Aquello


no fue ms que una desafortunada coincidencia.

Ve abajo, coge esa pata y pide el deseo! grit su mujer temblando de


excitacin.

El anciano se volvi hacia ella y la mir fijamente. Cuando habl, lo hizo con
voz temblorosa.

Herbert lleva muerto diez das, querida. Adems no debera decirte


esto, pero cuando sacaron su cuerpo de la mquina en que qued atrapado, slo
fui capaz de reconocerlo gracias a sus ropas. Si en aquel momento verlo hubiera
sido una experiencia demasiado terrible para ti, imagnate ahora.

Y qu importancia tiene eso? Lo nico que quiero es que mi hijo vuelva a


casa grit la mujer empujando a su marido hacia la puerta. Es que acaso crees
que le tengo miedo al hijo que yo misma he criado?

Incapaz de seguir oponiendo resistencia por ms tiempo, el anciano sali de


la habitacin, baj a oscuras las escaleras, entr a tientas en la sala de estar y, una
vez all, lleg junto a la repisa de la chimenea, donde la pata de mono pareca estar
esperndole. Nada ms cogerla, le asalt la terrible idea de que quizs aquel deseo
demencial acabase realmente trayendo a casa el cuerpo destrozado de su hijo antes
de que l tuviese tiempo de escapar. Aquel pensamiento le impact tanto que
durante unos segundos se qued completamente paralizado de terror y,
respirando con dificultad, perdi el sentido de la orientacin y se sinti
sbitamente desamparado en la oscuridad. Con la frente baada en sudor, y con
aquella inmunda pata momificada fuertemente cogida en una mano, se abri
camino a trompicones hasta la mesa y, desde all, fue avanzando a tientas a lo largo
de la pared hasta que se encontr nuevamente en el pasillo que desembocaba en
las escaleras.

Cuando por fin lleg a su habitacin, incluso el rostro de su esposa le


pareci diferente. No slo se hallaba mortalmente plido debido a la excitacin y el
insomnio, sino que adems pareca dominado por una extraa y enigmtica
expresin. Con un repentino e inmenso dolor, el anciano se dio cuenta de que tena
miedo de su mujer.

Muy bien. Ahora pide ese deseo! le esper la anciana en voz alta.

Todo esto no tiene ningn sentido, querida balbuce l.

Te he dicho que pidas ese deseo! repiti ella.

Lentamente, el anciano levant en alto la pata de mono y dijo:

Quiero que mi hijo vuelva a la vida.

El talismn cay entonces al suelo con un suave golpe. El anciano, incapaz


de articular una sola palabra ms, clav en l una mirada cargada de terror y a
continuacin, temblando de pies a cabeza, se desplom pesadamente en una silla.
Su esposa, mientras tanto, se acerc a la ventana con la mirada encendida y levant
la persiana de un enrgico tirn.

Dirigiendo alguna que otra ocasional mirada a aquella arrebatada figura que
esperaba ansiosa junto a la ventana, Mr. White permaneci sentado hasta que su
cuerpo comenz a entumecerse de fro. La vela, reducida a una pequea lengua de
fuego que asomaba tmidamente por el borde del candelabro, comenz a proyectar
temblorosas sombras sobre las paredes y el techo de la estancia hasta que,
finalmente, con un ltimo estremecimiento ms pronunciado que los anteriores, se
extingui. Entonces el anciano, sintiendo un alivio indescriptible al ver que el
talismn no pareca surtir efecto alguno, se levant y se introdujo silenciosamente
en la cama. Uno o dos minutos ms tarde, su esposa, dndose definitivamente por
vencida, se separ de la ventana, cruz la habitacin, y se tumb junto a l sin
hacer ruido.

Ninguno de los dos dijo una sola palabra. En vez de eso, se limitaron a
permanecer tumbados, en silencio, escuchando atentamente el tic-tac del reloj, el
crujir de las escaleras y el ocasional correteo de algn que otro ratn en algn
oculto rincn de la casa. La oscuridad resultaba tan asfixiante que, al cabo de un
buen rato, el anciano, incapaz de seguir soportndola por ms tiempo, reuni todo
el valor que fue capaz de encontrar y, tras coger de la mesilla de noche una caja de
cerillas, encendi una de stas y sali de la habitacin para ir en busca de una vela.

Cuando lleg al pie de las escaleras, la cerilla se apag de repente y tuvo que
detenerse para encender otra. Pero, justo en aquel preciso instante, un golpe, tan
leve y suave que al principio el anciano tuvo dudas de haberlo odo, son en la
puerta de la casa.

Mr. White sinti cmo la caja de cerillas, an abierta, se le escapaba de la


mano y cmo los fsforos se desparramaban a sus pies sobre el suelo del pasillo.
Permaneci inmvil, conteniendo la respiracin hasta que el golpe volvi a dejarse
or. Entonces, reaccionando sbitamente, dio media vuelta, regres corriendo a su
habitacin y, con manos temblorosas, cerr la puerta a sus espaldas. Un tercer
golpe reson entonces por toda la casa.

Qu ha sido eso? exclam su esposa despertndose de repente.

Una rata, querida respondi el anciano con voz temblorosa. Me pas


por entre las piernas mientras bajaba las escaleras.

Su esposa se sent en la cama escuchando atentamente. Un nuevo golpe,


esta vez ms poderoso que los anteriores, retumb por todas partes.

Es Herbert! grit. Oh, Dios mo! Es Herbert!

Como impulsada por un resorte, la anciana se levant de la cama y ech a


correr hacia la puerta. Pero entonces su marido, reaccionando con rapidez, se
plant frente a ella y la agarr fuertemente del brazo.

Qu es lo que vas a hacer? le dijo en un ronco susurro.

Dejar a mi hijo entrar en casa. Es que no te das cuenta de que es Herbert


quien llama? grit la mujer forcejeando por soltarse. Con los nervios, me
olvid de que el cementerio se encuentra a dos millas de aqu y de que recorrerlas
lleva algn tiempo. Y ahora, sultame. Por qu me retienes? Sultame, te digo!
Tengo que abrir esa puerta.

Por el amor de Dios, no le dejes entrar suplic el anciano temblando de


pies a cabeza.
Qu te ocurre? Es que acaso tienes miedo de tu propio hijo? replic su
esposa sin dejar de forcejear. Sultame de una vez. Ya voy Herbert! Ya voy, hijo
mo!

Marido y mujer forcejearon todava durante unos instantes mientras los


golpes, cada vez ms insistentes, seguan resonando sobre la puerta de la casa.
Finalmente, la anciana, liberndose de un tirn, dio media vuelta y sali corriendo
de la estancia. Su marido, echando a correr tras ella, la sigui hasta el rellano de las
escaleras, pero una vez all, incapaz de alcanzarla, se detuvo y la llam a gritos
mientras ella bajaba apresuradamente al piso inferior. Poco despus se oy el ruido
de la cadena de la puerta al ser quitada y el de uno de los cerrojos al ser descorrido.
Y, justo a continuacin, la voz forzada y jadeante de la anciana que gritaba:

El cerrojo de arriba! No puedo alcanzarlo! Est demasiado alto para m!


Ven a ayudarme!

Pero su marido, en vez de acudir en su ayuda, dio media vuelta, entr de


nuevo en el dormitorio y, ponindose a gatas, comenz a rastrear el suelo como un
loco en busca de la pata de mono. Si tan slo pudiese encontrarla antes de que su
mujer le abriese la puerta a aquella cosa

Mientras una verdadera andanada de golpes haca temblar toda la casa, oy


cmo su esposa arrastraba una silla hasta el vestbulo y la pona contra la puerta.
Un par de segundos ms tarde, justo en el momento en que oa cmo aquel ltimo
cerrojo era descorrido con un leve chirrido, encontr lo que buscaba. Sin perder un
solo instante, levant ante s la pata de mono y pronunci horrorizado su tercer y
ltimo deseo.

Los golpes cesaron de repente y de ellos slo qued un eco que recorri toda
la casa hasta extinguirse. Con el corazn en un puo, el anciano oy cmo su
esposa apartaba a un lado la silla y abra acto seguido la puerta.

Una fra rfaga de viento atraves el umbral y se desliz velozmente


escaleras arriba. A continuacin, un largo y desesperado lamento de la anciana
recorri la casa de un extremo a otro. Nada ms orlo, su esposo, haciendo acopio
de valor, baj corriendo las escaleras, pas junto a ella y sali al exterior. All, a la
frgil luz de una farola situada al otro lado de la calle, el camino se hallaba desierto
y tranquilo.
EL POZO

(The Well, 1902)

Dos hombres conversaban tranquilamente en la sala de billar de una antigua


casa de campo. Tras jugar con poco entusiasmo una ltima partida, los dos haban
tomado asiento junto a la ventana abierta y haban comenzado a charlar de
cualquier cosa mientras contemplaban los vastos jardines que se extendan ante
ellos.

Tu tiempo se est acabando, Jem dijo uno de ellos al cabo de un rato.


De aqu a seis semanas estars ms que harto de la luna de miel y comenzars a
maldecir a quien la invent.

Reclinndose ligeramente en su silla, Jem Benson estir sus largas y


entumecidas piernas y solt un gruido de disconformidad.

Sabes, querido primo? Nunca he llegado a comprender del todo ese


invento tan deplorable que es el matrimonio continu diciendo Wilfred Carr tras
reprimir un bostezo. Lo cierto es que l y yo seguimos caminos completamente
diferentes. Imagnate! Nunca he tenido el dinero suficiente para cubrir mis propias
necesidades, as que menos an para cubrir las de otra persona. Claro que si yo
fuese un hombre tan rico como t quiz lo viese todo desde otro punto de vista.

Aquellas ltimas palabras de su primo resultaron por s mismas tan


elocuentes que Jem, abstenindose de contestar, se limit a darle una profunda
calada a su cigarrillo y a seguir mirando por la ventana.

No obstante, aun sin ser tan rico como t continu Carr observndole
por entre sus prpados entrecerrados, sigo avanzando a golpe de remo por el
inmenso mar de la vida. Y, siempre que puedo, dejo mi barca atracada frente a la
puerta de un amigo y entro en su casa para autoinvitarme a cenar.
Muy propio de ti, Wilfred dijo Jem Benson sin dejar de mirar por la
ventana. Me imagino que, mientras te quede algn amigo que sea lo bastante
necio como para seguir dirigindote la palabra, seguirs por el mismo camino.

Esta vez fue Carr quien solt un gruido.

Bueno, dejmonos ya de bromas y hablemos en serio repuso


pronunciando muy despacio las palabras. Eres un tipo con suerte, Jem. Un tipo
con mucha, mucha suerte. Si alguien me dijese que hay en este mundo una mujer
mejor que Olive, sera incapaz de creerle.

Confieso que yo tambin convino Jem sin inmutarse.

Se trata de una mujer verdaderamente excepcional prosigui Carr sin


apartar los ojos de la ventana. Es tan buena e inocente Est completamente
convencida de que eres todo un dechado de virtudes.

Sbitamente, se ech a rer a carcajadas, pero el otro, muy serio, permaneci


impasible.

Esa mujer posee un criterio verdaderamente curioso para diferenciar lo


bueno de lo malo, no crees? aadi Carr con aspecto pensativo una vez hubo
dejado de rer. Sabes una cosa, querido primo? Estoy seguro de que si ella
llegase alguna vez a enterarse de que antes t no eras

De que antes yo no era qu? estall Benson volvindose hacia l con


ferocidad. Vamos, dilo! De que antes yo no era qu?

todo lo que eres ahora concluy su primo con una maliciosa sonrisa
, creo sinceramente que no dudara en romper su compromiso contigo.

Procura hablar de otra cosa dijo lentamente Benson. Tus gracias no


siempre resultan de buen gusto.

Wilfred Carr se levant y, tras coger de un estante un taco de billar, se


inclin sobre la mesa y se puso a practicar algunas de sus jugadas favoritas.

La otra nica cuestin de la que puedo hablar en este momento es mi


situacin financiera dijo lentamente mientras rodeaba la mesa.

Pues si de verdad tienes intencin de hablar conmigo ya puedes ir


pensando en otro tema de conversacin dijo Benson secamente.

Lo hara con mucho gusto, pero es que vers lo ms curioso del caso
es que ambas cuestiones se encuentran ntimamente relacionadas continu
diciendo Carr mientras, dejando a un lado el taco de billar, se sentaba sobre el
borde de la mesa y clavaba la mirada en su primo.

Se produjo entonces un largo silencio, al cabo del cual Benson, tras arrojar
por la ventana la colilla de su puro, se recost en su silla y cerr los ojos.

Me sigues, querido primo? pregunt finalmente Carr.

Benson abri entonces los ojos y seal con la cabeza hacia la ventana.

Y t? Quieres seguir el mismo camino que esa pobre colilla? pregunt.

Por tu propio bien, preferira salir de aqu por donde lo hace todo el
mundo repuso el otro sin inmutarse. Si saliese de esta casa por la ventana la
gente comenzara a hacerme preguntas. Y t ya sabes lo mucho que a m me gusta
hablar con la gente.

Mientras no hables de mis asuntos, por m puedes hablar hasta quedarte


afnico replic Benson haciendo un gran esfuerzo por contenerse.

Querido primo, djame confesarte una cosa: estoy metido en un buen lo


dijo Carr tranquilamente. Y esta vez se trata de algo serio de verdad. Si en
quince das no consigo reunir mil quinientas libras, tendr comida y alojamiento
gratis durante el resto de mi vida.

Eso no supondra ningn cambio para ti, no crees? pregunt Benson


con malicia. Al fin y al cabo, t siempre te ests autoinvitando a casa de tus
amigos.

S supondra un cambio muy notable tanto en la calidad de la comida


como en la del alojamiento se apresur a responder el otro. Adems, mi nueva
direccin no hablara muy bien de m. Bueno, Jem, ya hablando en serio: vas a
darme las mil quinientas libras que necesito?

No contest sin ms el aludido.

Carr empalideci de repente.


Es que acaso te niegas a salvar de la ruina a tu propio primo? pregunt.

Te recuerdo que te he prestado mi ayuda en ms ocasiones de las que


nunca llegars a merecerte repuso Benson volvindose hacia l y fulminndolo
con una penetrante mirada. Y te recuerdo tambin que toda esa ayuda no ha
servido absolutamente para nada. Si te has metido en un lo, sal de l por tus
propios medios. No deberas ser tan aficionado a ir por ah regalndole autgrafos
a todo el mundo. Y menos an si ese autgrafo aparece en un cheque emitido
contra tu cuenta corriente.

Admito que actuar as es una soberana estupidez dijo Carr con cierta
parsimonia. Pero si me ayudas esta vez te aseguro que no volver a meterme en
los nunca ms.

Durante unos segundos guard silencio, pero luego, esbozando una


enigmtica sonrisa, aadi:

A propsito, y hablando de autgrafos, sabes que tengo algunos a la


venta? S, s, no te ras. Los autgrafos a los que me refiero no son mos.

Ah, no? Y de quin son, si puede saberse? pregunt el otro.

Tuyos.

Benson se puso en pie de un salto y, plantndose frente a su primo, lo


atraves con la mirada.

Qu demonios significa esto? pregunt con voz sepulcral. Chantaje?

Llmalo como quieras respondi Carr. Lo cierto es que tengo unas


cuantas cartas de amor firmadas por ti que desde este mismo instante estn a la
venta por el mdico precio de mil quinientas libras. Y te advierto que s de un
hombre que estara dispuesto a comprarlas por dicha cantidad con el nico
objetivo de arrebatarte a Olive. Pero no temas. Como buen caballero que soy, creo
que lo ms correcto es que te haga a ti la primera oferta.

Si es cierto que tienes en tu poder ciertas cartas firmadas por m, espero


que seas lo bastante honrado como para entregrmelas ahora mismo dijo Benson
lentamente.

Querido primo: esas cartas me pertenecen repuso Carr con frivolidad.


La mujer a la que se las escribiste me las entreg a m personalmente. Por cierto
aadi sonriendo maliciosamente, djame decirte que algunos de los fragmentos
que contienen no son precisamente de muy buen gusto.

Sbitamente, Benson se abalanz sobre l y, agarrndolo por el cuello de la


chaqueta, lo tumb sobre la mesa de billar.

Dame esas cartas ahora mismo dijo en un susurro acercando su rostro al


de Carr.

No las tengo aqu repuso Carr forcejeando. Acaso te crees que soy
tan estpido como para llevarlas encima? Sultame! Sultame o subir el precio.

Con un fuerte tirn, Benson levant a su primo y lo sostuvo un segundo


entre sus poderosas manos con evidente intencin de estrellarle la cabeza contra la
mesa. Pero, justo en aquel momento, una sirvienta entr en la habitacin y, al
verles entregados a tan violenta actitud, se qued petrificada junto a la puerta con
expresin asustada. Benson, desconcertado, afloj entonces su presa y Carr,
zafndose, se enderez y volvi a sentarse sobre el borde de la mesa. La criada,
todava alarmada, se acerc lentamente a Benson con unas cuantas cartas en la
mano.

Y as fue como se cometi el crimen dijo entonces Benson intentando


disimular un poco mientras coga las cartas que la sirvienta le ofreca.

Pues si en verdad fue as, no me extraa que luego le dieran su merecido


al asesino coment Carr de manera insulsa siguindole la corriente a su primo.

Y ahora, dime: vas a entregarme esas cartas? pregunt Benson sin ms


una vez que la sirvienta hubo salido de la habitacin.

Siempre que pagues por ellas el precio que he mencionado antes, ten por
seguro que s respondi Carr. No obstante, si vuelves a ponerme tus sucias
manos encima, te juro por lo que ms quieras que doblar el precio. Y ahora, adis.
Creo que ser mejor que te deje a solas durante un tiempo para que puedas pensar
tranquilamente en tu respuesta.

Tras coger un puro de una caja y encenderlo cuidadosamente, Carr


abandon la habitacin. En cuanto la puerta se hubo cerrado a sus espaldas, su
primo se acerc a la ventana, tom asiento junto a sta y se qued all, observando
el exterior y sintiendo cmo un silencioso pero no por ello menos terrible ataque de
furia iba apoderndose poco a poco de l.

En el aire limpio y fresco que llegaba desde el jardn flotaba un fuerte olor a
hierba recin cortada. Cuando, unos momentos ms tarde, a dicho olor se uni de
repente el inconfundible aroma de un puro, Benson se inclin ligeramente hacia
adelante para ver mejor. Pudo entonces divisar con claridad a su primo, que se
alejaba de all con paso lento y despreocupado. Al verlo, se levant con expresin
de disgusto y se encamin hacia la puerta. Pero al llegar junto a sta se detuvo y,
cambiando de opinin, regres a la ventana, volvi a sentarse, y permaneci unos
instantes observando cmo la figura de su primo se iba alejando lentamente a la
luz de la luna. Luego, levantndose una vez ms, abandon con aire resuelto la
habitacin y permaneci ausente durante largo rato.

La habitacin continuaba vaca cuando Mrs. Benson entr en ella un rato


ms tarde para darle las buenas noches a su hijo. Ligeramente extraada por la
ausencia de ste, la mujer cruz la estancia y se acerc a la ventana para echar un
vistazo al exterior. Llevaba all unos minutos observando distradamente los
jardines cuando, de repente, vio aparecer a su hijo, que caminaba hacia la casa
dando grandes zancadas. Poco antes de alcanzar el porche, Benson levant la
mirada y vio a su madre asomada a la ventana.

Buenas noches, querido le dijo la mujer.

Buenas noches, mam respondi l gravemente.

Dnde est Wilfred?

Se march respondi Benson.

Que se march? Y por qu?

Pues vers Los dos cruzamos unas palabras. l me pidi dinero otra vez
y yo, por mi parte, le dije claramente lo que pensaba de l. Si quieres que te sea
sincero, despus de lo que los dos nos hemos dicho esta noche no creo que
volvamos a verle por aqu.

Pobre Wilfred! suspir Mrs. Benson. Siempre anda metido en los.


Espero que no hayas sido demasiado duro con l, querido.

No ms de lo que se mereca, mam. De eso puedes estar segura


respondi su hijo con severidad. Buenas noches.
II

En uno de los rincones ms remotos de aquel vasto jardn, prcticamente


oculto a la vista de los curiosos tras una espesa maraa de vegetacin, se levantaba
un viejo pozo que haba cado en desuso mucho tiempo atrs. Su boca se
encontraba parcialmente cubierta por una vieja tapa rota y descascarillada sobre la
que se eriga un torno oxidado que no cesaba de crujir cuando el viento soplaba
con fuerza por entre las ramas de los pinos. Debido al denso follaje, la luz del sol
nunca llegaba con fuerza hasta all, razn por la cual la tierra de los alrededores se
encontraba siempre hmeda y cubierta de musgo mientras en otros rincones del
jardn no haca ms que resquebrajarse por efecto del calor.

Cierta tarde de verano, dos personas que llevaban ya un buen rato paseando
tranquilamente por los jardines en medio de una quietud embriagadora avanzaban
por entre la espesura en direccin a aquel pozo.

Para qu hemos venido hasta aqu? Qu sentido tiene internarse en esta


especie de jungla? se quej Benson detenindose al borde del enmaraado pinar
y observando con expresin contrariada la penumbra reinante al otro lado del
mismo.

Cmo puedes decir eso? Pero si es el mejor paraje de todo el jardn!


repuso bruscamente la chica. Ya sabes que ste es mi rincn favorito.

Lo nico que s es que te gusta demasiado subirte al pretil de ese viejo


pozo repuso l hablando con lentitud. Y no te das cuenta de lo peligroso que
es eso. El da menos pensado te inclinars ms de lo aconsejable y acabars
cayndote dentro.

Si eso llegase a ocurrir alguna vez, ten por seguro que aprovechara la
ocasin para hacer que el pozo me contase todos sus secretos [1] repuso Olive
riendo. Venga, vamos. No te quedes ah.

Dicho lo cual, la chica, acompaada por el suave crujir de las ramas de los
helechos al quebrarse bajo sus pies, ech a correr hasta que se perdi entre las
sombras de los pinos. Lentamente, su compaero la sigui hasta que, por fin, tras
emerger de las espesas sombras arrojadas por los rboles, pudo verla sentada sobre
el pretil del pozo con los pies ocultos por la desordenada maleza que invada los
alrededores. Ella, al verle, le indic con una seal que se acercara y tomase asiento
a su lado. As, unos segundos ms tarde la muchacha sonrea tmidamente
mientras dos fuertes brazos se enroscaban alrededor de su cintura.

Me encanta este lugar dijo al cabo de un largo silencio. Tiene un aire


tan extrao y misterioso Sabes que sera incapaz de venir sola a un sitio como
ste, Jem? No podra evitar imaginar que tras todos esos rboles y arbustos que nos
rodean se esconden toda clase de seres horribles ansiosos por saltar encima de m
para Slo de pensarlo me dan escalofros.

Ser mejor que volvamos a casa dijo l con suavidad. Un pozo


abandonado no es el sitio ms aconsejable para pasar un rato. Sobre todo cuando el
calor aprieta y el agua estancada empieza a oler mal. Venga, vmonos de aqu.

Pero la chica, tras apartarlas manos de Benson con una pequea sacudida, se
afianz obstinadamente en su asiento.

Por qu no te relajas un poco y te fumas tranquilamente uno de esos


puros que tanto te gustan? repuso sin inmutarse. Si me he empeado en venir
hasta aqu ha sido con la intencin de sentarme un rato y, de paso, charlar un poco.
Dime: se sabe algo de Wilfred?

No respondi Benson escuetamente al tiempo que se sacaba un puro del


bolsillo de la chaqueta.

Qu desaparicin ms espectacular, no crees? continu diciendo la


muchacha. Me imagino que se metera en algn nuevo lo y que te escribira una
ms de esas desesperadas cartas suyas en las que, sin duda, dira algo as como
Querido Jem, por lo que ms quieras, aydame a salir de sta.

Jem Benson expuls una gran bocanada de humo por la boca y, sujetando el
puro entre los dientes, se sacudi de un manotazo un poco de ceniza que haba
cado sobre una de las mangas de su chaqueta.

Sabes? Me pregunto qu hubiera sido de l si no llega a ser por ti dijo


la muchacha apretndole el brazo con cario. Supongo que se habra hundido en
la miseria hace ya mucho tiempo. Sabes lo que har cuando t y yo estemos
casados, Jem? Me aprovechar de que l y yo seremos parientes para soltarle un
buen sermn. Es cierto que es un joven alocado e insensato que no piensa lo que
hace, pero el pobre tambin tiene sus virtudes.

Ah, s? Pues si las tiene, yo, desde luego, nunca he llegado a saber cules
son repuso Benson con sbita aspereza. Dios sabe que lo que digo es cierto.

Wilfred no es tan mal chico, Jem. Sera incapaz de hacerle dao a nadie.
En realidad, su nico enemigo es l mismo dijo la chica, algo sorprendida por
aquel inesperado arranque de mal genio.

Cmo se nota que no le conoces repuso l con brusquedad. De ese


mequetrefe puede uno esperarse lo peor. Sera capaz de chantajear a cualquiera.
Sera capaz incluso de arruinar la vida de su mejor amigo con tal de obtener un
beneficio. Te aseguro que no es ms que un holgazn, un canalla y un embustero.

La chica se volvi hacia Benson, clav en l una mirada seria pero cargada
de timidez, y se cogi tiernamente de su brazo sin decir una sola palabra. Los dos
permanecieron as, sentados y en silencio, mientras la tarde iba poco a poco
convirtindose en noche y la luz de la luna, filtrndose dbilmente por entre las
ramas cercanas, los iba envolviendo en una especie de halo plateado. En un
momento dado, la muchacha apoy la cabeza sobre el hombro de l y, con los ojos
levemente entrecerrados, la dej reposar all. Hasta que, de pronto, solt un grito y
se puso en pie de un salto.

Qu ha sido eso? pregunt, casi sin aliento.

Qu ha sido el qu? pregunt a su vez Benson bajndose del pretil y


agarrando a Olive fuertemente por el brazo.

La muchacha contuvo la respiracin y solt un quejido.

Sultame, Jem dijo por fin. Me ests haciendo dao.

l afloj su presa.

Qu es lo que ocurre? pregunt con suavidad. Qu es lo que te ha


asustado?

No lo s, Jem respondi lentamente la chica ponindole las manos sobre


los hombros. Supongo que aquellas palabras que dije antes, cuando estaba
hablando de Wilfred, todava resuenan en mis odos y mi imaginacin me ha
jugado una mala pasada. Pero ha sido tan real Me pareci or claramente cmo
alguien que se encontraba justo detrs de nosotros susurraba: Aydame a salir de
aqu, Jem.
Tienes razn, querida. Habr sido tu imaginacin convino Benson. A
veces la imaginacin nos gasta ese tipo de bromas. Sin duda alguna, lo que
realmente te asust no fue ms que el efecto causado por la oscuridad, que va
creciendo por momentos, y estos rboles de aspecto tan siniestro. Si quieres que te
de mi opinin, creo que lo mejor ser que vayamos pensando en regresar a casa.

No, no. Quiero quedarme aqu todava un poco ms repuso la


muchacha sentndose nuevamente sobre el pretil del pozo. No debera haberme
asustado con tanta facilidad. En realidad, no debera asustarme de nada cuando t
ests conmigo, Jem. Yo soy la primera sorprendida por haberme portado como una
tonta.

Benson no respondi. Se limit a permanecer de pie donde estaba, a un par


de metros del pozo, como esperando a que la muchacha cambiase de opinin.

Por qu no te sientas aqu conmigo? pregunt finalmente Olive dando


unas suaves palmadas sobre el enladrillado con una de sus pequeas y plidas
manos. Cualquiera dira que mi compaa no te hace mucha gracia.

Lentamente, Benson obedeci y se sent a su lado propinndole a su puro


unas caladas tan potentes que la luz de ste le ilumin todo el rostro. Luego, al
notar cmo a ella la recorra un leve estremecimiento, se ech ligeramente hacia
atrs y rode los hombros de la muchacha con uno de sus fuertes y musculosos
brazos.

Qu te ocurre, querida? Acaso tienes fro? le pregunt con ternura.

No, no, al contrario. Se est muy bien aqu respondi ella temblando
ligeramente. Uno no suele tener fro en esta poca del ao, pero lo cierto es que
desde el fondo de este pozo sube un aire fresco y hmedo capaz de hacer tiritar a
cualquiera.

Mientras hablaba, un dbil y lejano chapoteo reson en las profundidades


del pozo. Por segunda vez aquella tarde, Olive solt un grito y se levant de un
salto.

Pero, bueno, qu te ocurre ahora? pregunt Benson con voz


preocupada.

Ponindose a su vez en pie, se acerc a la muchacha, la abraz y, con ella


entre sus brazos, se volvi para mirar hacia el pozo como si esperase ver emerger
de l aquello que tanto la haba asustado.

Oh, Dios mo! Mi pulsera! exclam entonces Olive, alarmada. La


pulsera que me regal mi pobre madre! La tena hace un momento, estoy segura, y
ahora no la llevo puesta. Debe de habrseme cado al pozo.

Tu pulsera! repiti Benson, incrdulo. Te refieres a tu pulsera de


diamantes?

Esa misma. La que perteneci a mi madre respondi Olive. Oh, Dios


mo! Debe de haber algn modo de recuperarla, estoy segura. Siempre podramos
drenar el pozo, verdad, Jem?

Tu pulsera! repeta mientras tanto Benson con expresin estpida y


aturdida.

Jem! exclam entonces la muchacha con voz temblorosa. Jem! Por lo


que ms quieras, hblame! Qu es lo que te pasa?

Haba una nota de profundo terror en su voz, pues su amado se haba


quedado de pie ante ella, completamente inmvil, mirndola con expresin
horrorizada. Aunque la luz de la luna incida de lleno sobre su rostro crispado, la
extrema palidez que lo cubra se deba sin duda a algn otro motivo desconocido,
por lo que la muchacha, atemorizada, retrocedi temblando hasta el borde del
pozo. l, al verla de aquella manera, reuni todas sus fuerzas y, recobrando el
control de s mismo, se acerc a ella y le cogi la mano con ternura.

Pobre chiquilla ma murmur. Me has dado un susto de muerte,


sabes? Cuando gritaste, yo estaba distrado mirando para otro lado, as que al or
tu grito no pude evitar pensar por un fugaz momento que te habas cado al
interior de este pozo tan horrible

La voz se le quebr de repente. La muchacha, al verlo tan afectado, se lanz


en sus brazos y se aferr a l con fuerza.

Oh, vamos, vamos dijo Benson cariosamente. No llores, pequea. No


llores.

Maana dijo Olive entre sollozos y risas vendremos todos bien


provistos de anzuelos y sedal y pasaremos el da aqu hasta que consigamos
recuperar mi pulsera. Ser como practicar un nuevo tipo de pesca.
No, querida. Debemos intentar recuperar tu pulsera de otra manera dijo
Benson. Muy pronto volvers a tenerla en tus manos.

Cmo? pregunt la muchacha, entusiasmada.

Ya lo vers dijo Benson. Maana por la maana, como mucho, la


tendrs nuevamente contigo. Hasta entonces, promteme que no le dirs a nadie
que la has perdido.

Te lo prometo, Jem dijo Olive, sorprendida. Pero dime una cosa: por
qu no puedo decrselo a nadie?

Pues, sin ir ms lejos, porque esa pulsera es muy valiosa. Y, adems,


porque En fin, Olive, qu quieres que te diga? Hay muchas razones. Pero, por
ejemplo, baste decir que, como prometido tuyo que soy, es mi obligacin
recuperarla para ti.

Me ests diciendo en serio que estaras dispuesto a bajar por ah para ir


en busca de mi pulsera? pregunt la muchacha con cierta malicia. T vers lo
que haces, pero antes escucha esto.

Olive se agach, cogi una piedra y, acercndose a la boca del pozo, la dej
caer por l.

De verdad te apetece ir ah abajo a reunirte con esa piedra? dijo la


muchacha asomndose al oscuro sumidero. De veras quieres acabar
chapoteando intilmente como un ratn en el fondo de un cubo, buscando en vano
asidero en paredes hmedas y resbaladizas y mirando con desesperacin el
pequeo crculo de cielo que asoma all arriba, a lo lejos, sobre tu cabeza, mientras
el agua empieza a inundar poco a poco tu boca?

Ser mejor que volvamos a casa cuanto antes repuso Benson sin
inmutarse. Este lugar tan horrible parece estar despertando en ti un extrao
gusto por lo morboso.

La muchacha se volvi y, tomando el brazo que Benson le ofreca, ech a


andar en compaa de su prometido. Cuando ambos llegaron por Fin a la casa,
Mrs. Benson, quien se encontraba sentada en el porche esperndoles, se levant
para recibirles.

No deberas haber permitido que Olive estuviese fuera hasta tan tarde
reprendi la mujer a su hijo. Puede saberse dnde habis estado durante todo
este tiempo?

Hemos ido a sentarnos junto al viejo pozo respondi Olive con una
sonrisa. All hemos estado hablando largo y tendido sobre nuestro futuro.

No creo que sea se precisamente el lugar ms saludable para ir a sentarse


un rato dijo enrgicamente Mrs. Benson. Las aguas estancadas suelen ser un
foco de enfermedades. Sabes una cosa, Jem? Deberamos cubrir con cemento la
boca de ese viejo pozo. Creo que con eso sera ms que suficiente.

Es una idea estupenda, mam dijo lentamente su hijo. Lstima que no


se te haya ocurrido antes.

Unos segundos ms tarde, una vez que su madre y Olive hubieron


desaparecido en el interior de la casa, Benson se sent en la silla que la primera
haba dejado vaca y, dejando caer las manos a ambos lados con aire abatido, ech
la cabeza hacia atrs y se puso a pensar. Al cabo de un rato se levant con
expresin decidida, subi al primer piso, abri un pequeo trastero en el que la
familia sola guardar todo tipo de artculos deportivos y, tras coger de all un
carrete de sedal y unos cuantos anzuelos, baj sigilosamente las escaleras, sali al
porche a hurtadillas y ech a correr por el jardn en direccin al pozo. Cuando
lleg a las espesas sombras que separaban aquel rincn del resto del jardn, se
detuvo a echar una furtiva mirada a las ventanas iluminadas de la casa. Nadie
pareca haber advertido sus movimientos, as que, ms decidido que nunca,
continu avanzando hasta que el pozo apareci por fin ante sus ojos. Una vez junto
a l, se sent sobre el pretil, sac el carrete de sedal, lo desenroll con sumo
cuidado y comenz a hacerlo descender hacia el fondo.

Al principio, mientras permaneca all sentado con los labios fuertemente


apretados a causa de la tensin que le embargaba, no dej de mirar una y otra vez
a su alrededor con expresin asustada, como si esperase descubrir algo o alguien
espindole desde algn lugar oculto entre los rboles. Luego, al cabo de un rato
bajando, subiendo y volviendo a bajar el sedal, lleg un momento en que, al tirar
de l una de tantas veces, se escuch un ligero tintineo metlico que pareca
producido por algo que acababa de chocar contra la pared del pozo.

Conteniendo fuertemente la respiracin y dejando a un lado todos sus


temores, procedi a recoger el sedal muy poco a poco, procurando evitar dar
tirones bruscos que pudieran hacerle perder su preciosa pesca. Su pulso empez
entonces a latir cada vez con mayor velocidad y sus ojos relampaguearon de pura
excitacin. Poco despus, conforme el sedal continuaba ascendiendo, comenz a
vislumbrar algo delo que suba con l. Hasta que, finalmente, tras recuperar los
ltimos metros, descubri que, en vez de una pulsera, lo que haba capturado no
era ms que un herrumbroso manojo de llaves.

Con un dbil grito de desesperacin, cogi de un tirn aquellas llaves y,


resoplando pesadamente, las arroj con rabia al fondo del pozo. Durante unos
instantes ni el ms leve sonido se atrevi a quebrantar el silencio sepulcral de la
noche. Luego, reaccionando, Benson comenz a caminar a grandes zancadas arriba
y abajo hasta que, una vez desentumecidas sus largas piernas, regres junto al
pozo para reanudar su tarea.

Durante ms de una hora estuvo sondando el fondo sin obtener el menor


resultado. Eclipsados todos sus miedos gracias a sus ansias por encontrar lo que
buscaba, se enfrasc tanto en aquella inusual modalidad de pesca que durante
todo aquel tiempo apenas levant la vista del oscuro agujero.

Aunque el anzuelo lleg a enredrsele en un par de ocasiones, se las apa,


no sin grandes dificultades, para soltarlo. Sin embargo, cuando se le enred por
tercera vez, todos sus desesperados esfuerzos por liberarlo resultaron intiles. As
que, al cabo de un rato, dndose definitivamente por vencido, arroj el sedal con
rabia al interior del pozo y, con la cabeza gacha, emprendi el camino de regreso.

Antes de entrar en la casa, no obstante, decidi pasarse un momento por los


establos. Luego, una vez hubo solucionado all un par de cuestiones, se retir por
fin a su habitacin, en cuyo interior se demor todava unos minutos paseando
angustiado de uno a otro rincn. Finalmente, exhausto, sin molestarse siquiera en
quitarse las ropas que haba llevado puestas durante todo el da, se arroj sobre la
cama y se hundi en un agitado y turbulento sueo.

III

Unas horas ms tarde, mucho antes de que el resto de los habitantes de la


casa se despertasen, Benson se levant y se desliz sigilosamente escaleras abajo
mientras la luz del sol, que comenzaba ya a asomar por cada resquicio de la casa,
trazaba largas franjas de luz que atravesaban de un extremo a otro las habitaciones
todava en penumbra. Cuando se asom al comedor, se sorprendi al ver el
ambiente tan sombro y triste que reinaba en aquel momento en el interior a pesar
de que las primeras luces de la maana comenzaban ya a filtrarse por las rendijas
de las persianas. Sbitamente, aquello le record a la noche en que muri su padre.
Ahora, al igual que entonces, todo cuanto all haba pareca cubierto por una
especie de halo espectral que resultaba de lo ms inquietante. Incluso las sillas, que
seguan tal y como sus ocupantes las haban dejado la noche anterior, parecan
compartir en silencio aquella extraa sensacin.

Lentamente, procurando hacer el menor ruido posible, Benson abri la


puerta principal y sali de la casa. Fuera, el sol de la maana reluca sobre la
vegetacin cubierta de roco mientras una ligera neblina flotaba sobre los jardines
describiendo lentos y perezosos crculos. Durante unos instantes, Benson
permaneci all de pie, aspirando profundamente el aire fro de la maana. Luego,
como despertando de un breve ensueo, ech a caminar lentamente en direccin a
los establos.

El chirriante e intermitente sonido que haca la bomba del abrevadero al ser


accionada y el ligero chapoteo del agua al caer sobre los adoquines rojos del patio
le indicaron que alguien ms se hallaba ya levantado. Al cabo de unos segundos,
tras doblar una esquina, se encontr con un robusto hombre de cabellos rubios
que, jadeante, bombeaba agua a un ritmo frentico.

Todo listo, George? se limit a preguntar.

Todo listo, seor respondi el hombre enderezndose de golpe y


enjugndose la frente con una mano. Bob est dentro ultimando los
preparativos. Menuda maana que hace para ir a darse un chapuzn, no cree,
seor? Ahora mismo el agua de ese pozo debe de estar lo que se dice helada.

Venga, daos prisa. No tenemos tiempo que perder dijo Benson,


impaciente.

Como usted diga, seor contest George cogiendo de lo alto de la


bomba una pequea toalla y restregndose la cara fuertemente con ella. Date
prisa, Bob! exclam luego volvindose hacia la puerta de uno de los establos.

Como en respuesta a sus palabras, un hombre apareci por aquella puerta


cargado con un grueso rollo de cuerda y llevando en la mano un enorme
candelabro de metal.

Es slo para comprobar si hay aire dentro del pozo se apresur a decir
George, que haba advertido la mirada extraada de su seor al ver el candelabro
. Un pozo puede llegar a ser un lugar muy peligroso, pero si una vela puede
resistir dentro de l, un hombre tambin puede.

Benson asinti con la cabeza y, dando media vuelta, ech a caminar en


direccin al pozo. El otro, tras levantarse el cuello de la camisa y meterse las manos
en los bolsillos del pantaln, lo sigui de cerca.

Disculpe mi impertinencia, seor dijo George ponindose al lado de su


amo, pero es que, ver me da la impresin de que no se encuentra usted muy
bien esta maana. Si me lo permite, ser yo quien baje al fondo del pozo.

No, no, de ninguna manera dijo Benson con tono autoritario.

No parece estar usted en condiciones de bajar a ningn sitio, seor


insisti el otro. La verdad es que nunca antes le haba visto con tan mal aspecto.
As que, si me lo permite, yo mismo puedo encargarme de

George, cllate de una vez y no te metas en lo que no te importa repuso


Benson, cortante.

George, obediente, guard silencio y los tres hombres continuaron


avanzando a grandes Zancadas por entre la hmeda y cada vez ms espesa
vegetacin hasta que, por fin, llegaron junto al pozo. Una vez all, Bob dej el rollo
de cuerda en el suelo y, a una seal de su seor, le entreg a ste el candelabro.

He trado tambin otra cuerda para el candelabro, seor dijo Bob


sacando un pequeo rollo de cordel de uno de sus bolsillos.

Benson cogi el cordel y at cuidadosamente un extremo al candelabro.


Luego coloc ste sobre el pretil, encendi una cerilla, prendi con ella la vela y
comenz a bajarlo lentamente por el pozo.

Tenga mucho cuidado, seor dijo George poniendo su mano sobre el


brazo de su amo. Tiene usted que procurar que el candelabro est siempre
ligeramente inclinado. Si no, la llama de la vela acabar quemando la cuerda.

Apenas haba acabado George de decir aquellas palabras cuando, de


repente, el cordel se rompi y el candelabro, tras caer durante unos segundos, se
estrell contra las aguas del fondo. Benson solt un juramento en voz baja.
No se preocupe, seor dijo George dando media vuelta y echando a
caminar hacia la casa. En seguida le traigo otro.

Djalo, George. Qudate donde ests repuso Benson. En realidad, no


creo que haga falta ningn candelabro para bajar por este maldito pozo.

No tardar ms que un momento, seor insisti el otro sin dejar de


caminar.

Dime una cosa, George: quin manda aqu? T o yo? dijo Benson con
la voz reducida a un ronco susurro.

Sin atreverse a rechistar ante la severa mirada que le diriga su seor, George
regres lentamente al pozo, se sent sobre el pretil y comenz a quitarse los
zapatos con expresin enfurruada. Los otros dos lo observaron con curiosidad
cuando, una vez descalzo, se puso de pie delante de ellos y mir a su seor con el
ceo fruncido y los brazos en jarras.

Espero que al menos consienta usted en que sea yo quien baje por ah,
seor dijo reuniendo todo su valor para dirigirse a su amo. Usted no est en
condiciones de hacerlo. Se nota a la legua que se encuentra enfermo. Quiz no sea
ms que un simple enfriamiento o alguna otra cosa sin importancia. Pero, quin
sabe, quiz se trate de tifus. ltimamente est causando verdaderos estragos en el
pueblo.

Durante un momento Benson lo mir con furia, pero luego su mirada se


suaviz de repente.

Quizs en otra ocasin te deje bajar a ti, George, pero esta vez no. Esta vez
ser yo quien baje dijo sin inmutarse.

Uniendo la accin a la palabra, cogi el rollo de cuerda, hizo un lazo en uno


de sus extremos, se lo pas por debajo de los brazos y, sentndose sobre el pretil,
pas una pierna por encima del mismo y la dej colgando sobre la boca del pozo.

Algunas instrucciones al respecto, seor? pregunt George asiendo la


cuerda con fuerza y hacindole una sea a Bob para que le imitara.

S. Empezaris a descolgarme lentamente explic Benson. Yo os


avisar cuando llegue al agua. Cuando eso ocurra, soltad de golpe dos o tres
metros ms de cuerda para que pueda llegar al fondo.
Muy bien, seor respondieron a una los otros dos.

Benson pas la otra pierna por encima del pretil y, una vez frente a frente
con la boca del pozo, se qued all sentado sin atreverse a mover un solo msculo,
con la espalda vuelta hacia sus dos lacayos, la cabeza inclinada hacia adelante y la
mirada clavada en aquel oscuro sumidero. Estuvo tanto tiempo all sentado,
completamente inmvil, que George comenz a preocuparse.

Todo bien, seor? pregunt.

Eh? S, s, todo bien respondi Benson lentamente. Slo una cosa


ms, George. Si de repente notis un tirn en la cuerda, empezad a tirar
inmediatamente de ella con todas vuestras fuerzas. Y ahora, abajo de una vez!

Lentamente, pero sin parar, George y Bob comenzaron a soltar cuerda hasta
que un cavernoso grito y un dbil y lejano chapoteo que subieron hasta ellos desde
lo ms profundo de la oscuridad les indicaron que su seor acababa de alcanzar el
nivel del agua. Soltaron entonces tres metros ms de cuerda y permanecieron a la
espera con las manos prestas a tirar y el odo bien atento.

El seor debe de estar ahora mismo bajo el agua, verdad, George? dijo
Bob en voz baja.

George asinti levemente con la cabeza y, tras escupir en las palmas de sus
enormes manazas, asi la cuerda con fuerza.

Al cabo de un minuto de intensa espera los dos hombres comenzaron a


intercambiar profundas miradas de preocupacin. Hasta que, de repente, un
violento tirn, seguido de cerca por otros ms dbiles, estuvo a punto de
arrancarles la cuerda de las manos.

Tira, Bob! Tira con fuerza! grit entonces George apoyando un pie
contra el pozo, agarrando la cuerda con todas sus fuerzas y echando
desesperadamente todo su peso hacia atrs. Tira! Tira, te digo! Est como
atascado y no sube! TIRA, MALDITA SEA!

Como en respuesta a sus desesperados esfuerzos, la cuerda comenz a subir


lentamente, centmetro a centmetro, hasta que, al cabo de unos segundos, se oy
un fuerte chapoteo. Un indescriptible alarido de terror emergi entonces de las
entraas del pozo.
Uf! Cunto pesa! jade Bob. Debe de haberse enganchado en alguna
parte. Estese quieto, seor, por lo que ms quiera! Estese quieto! aadi a voz
en grito al notar unas violentas sacudidas al otro extremo de la cuerda.

Gruendo y resoplando a causa del esfuerzo, los dos hombres continuaron


tirando y recuperando cuerda poco a poco.

Muy bien, seor. Siga as, que en seguida le sacamos dijo George al
notar cmo las sacudidas cesaban de golpe.

Con el pie firmemente apoyado contra el pretil, sigui tirando y tirando con
todas sus fuerzas. Poco a poco, aquella pesada carga fue acercndose cada vez ms
al borde del pozo hasta que, finalmente, tras un largo y fuerte tirn, una cabeza
asom por all: la de un cadver que rezumaba barro por las fosas nasales y las
cuencas vacas.

Pero aquello no era todo. Junto a aquella cabeza, plido y demacrado hasta
parecer un espectro, se haba asomado tambin el rostro crispado de Jem Benson.
Aquella horripilante visin apenas dur un segundo en las retinas de George, pues
el pobre hombre, profiriendo un terrible alarido, solt de golpe la cuerda y cay
pesadamente hacia atrs. Aquello cogi a Bob completamente desprevenido, por lo
que ste, que haba permanecido todo el tiempo detrs de su compaero y no
haba alcanzado a ver nada, no pudo hacer ms que contemplar cmo la cuerda se
le escapaba bruscamente de las manos y desapareca a continuacin dentro del
pozo.

Un tremendo chapuzn taladr entonces el fro de la maana.

Pero qu has hecho, George?! exclam Bob corriendo


desesperadamente hacia la boca del pozo. Qu has hecho?!

Ve a por otra cuerda! grit George, reaccionando de repente. Vamos!


Deprisa! No hay tiempo que perder!

Dicho lo cual, Bob ech a correr hacia la casa gritando a pleno pulmn.

George, mientras tanto, se inclin sobre el pretil y comenz a llamar


desesperadamente a su seor. Pero, aparte del eco que ascenda de las entraas del
pozo, la nica respuesta que obtuvo fue el silencio.
LAS TRES HERMANAS

(The Three Sisters, 1914)

Una lluviosa tarde de otoo, har ahora alrededor de unos treinta aos,
toda la casa de Malletts Lodge se hallaba reunida alrededor del lecho de muerte de
Ursula Mallow, la mayor de tres hermanas que haban vivido juntas durante toda
su vida.

Las deslucidas y apolilladas cortinas que solan rodear la vieja cama de


madera se hallaban descorridas, por lo que, cuando la moribunda pos sobre sus
hermanas una mirada desvada y sin brillo, la luz de una humeante lmpara de
aceite se derram sobre su rostro enfermo y resignado hacindolo parecer an ms
plido de lo que ya estaba. A su alrededor, la habitacin se hallaba sumida en un
profundo silencio, roto tan slo de vez en cuando por los sollozos de Eunice, la
hermana menor. Fuera, mientras tanto, la lluvia caa sin cesar sobre las desoladas
marismas.

Es mi deseo que todo cuanto hay aqu dentro permanezca intacto, Tabitha
le dijo Ursula, respirando con dificultad, a su otra hermana, quien guardaba un
asombroso parecido con ella a pesar de que sus facciones resultaban algo ms
duras y distantes. Esta habitacin ha de ser cerrada con llave para no ser abierta
nunca ms.

Como t digas respondi Tabitha con cierta brusquedad, aunque no


consigo entender qu importancia puede tener para ti un detalle como se.

Pues s que la tiene replic su hermana con un sorprendente arrebato de


energa. Cmo puedes estar tan segura de que? O, mejor dicho, cmo puedo
yo misma estar tan segura de que nunca volver a visitarla? He vivido en esta casa
durante tanto tiempo que estoy absolutamente convencida de que ms tarde o ms
temprano volver a verla. As que si hay algo de lo que debis estar completamente
seguras las dos es de una cosa: volver. Volver para velar por vosotras y
asegurarme as de que nada malo os ocurre.

Ests empezando a desvariar, querida dijo Tabitha, apenas conmovida


por la preocupacin que su hermana mostraba tener por su bienestar. No digas
insensateces. Ya sabes que yo no creo lo ms mnimo en esa clase de cosas.

Soltando un suspiro, Ursula se volvi hacia Eunice, que llevaba ya un rato


llorando en silencio junto a la cabecera de la cama, y le indic con un gesto que se
acercara. Cuando la menor de las tres hermanas obedeci, Ursula le rode el cuello
con sus dbiles brazos y la bes en la mejilla con infinita ternura.

Y t no llores ms, querida ma dijo en un susurro. Debes


comprender que quiz sea mejor as. Cuando una no es ms que una pobre vieja
solitaria apenas merece la pena seguir viviendo, pues ya no le quedan esperanzas
ni aspiraciones por las que luchar. Mientras otras mujeres han dedicado sus vidas a
hacer felices a sus maridos y a sus hijos, nosotras no hemos hecho sino envejecer
juntas en este remoto lugar olvidado por todos. De las tres, yo soy la primera en
partir, pero no pasar mucho tiempo antes de que vosotras dos me sigis.

Tabitha, que se senta muy segura de s misma, no ya slo por el hecho de


tener apenas cuarenta aos, sino por el de poseer una salud de hierro, se encogi
de hombros y esboz una forzada sonrisa.

Soy yo, pues, la primera en partir repiti Ursula con una voz que no
pareca la suya mientras sus ojos se iban cerrando lentamente. Os dejo, pero
cuando a cada una de vosotras os llegue la hora, volver para llevaros conmigo. Yo
ser la gua que os conducir al lugar al que ahora me dirijo sola.

Mientras hablaba, la frgil luz de la lmpara se extingui de repente como si


una mano extraa se hubiese posado sobre ella dejando la habitacin sumida en la
ms absoluta oscuridad. Un dbil sonido, semejante a un silbido ahogado, se elev
entonces desde el lecho, y cuando las dos temblorosas mujeres lograron encender
nuevamente la lmpara, se encontraron con que el cuerpo de Ursula Mallow
descansaba por fin en paz.

Las dos hermanas de la difunta pasaron juntas toda aquella noche. Como en
vida Ursula haba credo firmemente en la existencia de esa imprecisa zona de
tinieblas que, segn dicen, sirve de nexo entre el mundo de los vivos y el de los
muertos, incluso la imperturbable Tabitha, algo nerviosa por lo que acababa de
suceder, fue incapaz de permanecer del todo impasible ante la idea de que su
difunta hermana pudiera haberse encontrado en lo cierto en cuanto haba dicho
antes de morir.
No obstante, todos los temores de las dos mujeres se esfumaron con el
nuevo da. Cuando la luz del sol inund por fin la habitacin y se derram sobre
aquel plido pero plcido rostro que descansaba sobre la almohada, incidiendo
sobre l de tal forma que slo podan apreciarse la bondad y la delicadeza de sus
rasgos, Eunice y Tabitha no pudieron evitar preguntarse cmo haban podido
llegar a tener miedo de unas pocas palabras dichas por alguien cuyo rostro poda
llegar a expresar tanta paz y tranquilidad.

Uno o dos das ms tarde el cadver fue introducido en un slido e


imponente atad que durante mucho tiempo sera considerado la obra ms
refinada y mejor acabada que jams produjera el taller del carpintero del pueblo. A
continuacin, un solemne y melanclico cortejo fnebre encabezado por cuatro
porteadores inici un trabajoso y serpenteante recorrido que, tras cruzar las
marismas, acab en el panten propiedad de la familia que se eriga junto a la vieja
iglesia. Una vez all, los restos mortales de Ursula fueron colocados junto a los de
sus padres, quienes ya haban recorrido aquel mismo camino treinta aos atrs.

Concluido el sepelio, el da pareci cobrar para Eunice un tinte


extraamente dramtico mientras emprenda lentamente el penoso regreso a casa
en compaa de su hermana. A su alrededor, el paisaje que formaban las marismas,
hasta entonces poco ms que una simple planicie encharcada que se extenda hasta
el mar, se le antoj ms agreste y desolado que nunca, e incluso el mismo ruido del
mar, por lo comn un bramar estruendoso y potente, no le pareci sino un pattico
y deprimente gemido.

Tabitha, por su parte, no se vea asaltada por semejantes fantasas. Antes


bien, tena la cabeza ocupada por pensamientos de ndole completamente
diferente. La mayor parte de las propiedades de la difunta le haban sido dejadas
en herencia a Eunice, por lo que, en consecuencia, Tabitha, cuya alma consumida
por la avaricia no hallaba descanso, se dio cuenta de cmo los buenos sentimientos
que hasta el momento haba albergado por su difunta hermana comenzaban poco a
poco a retroceder ante sus propios deseos.

Qu vas a hacer con tanto dinero, Eunice? le pregunt aquella tarde a


su hermana cuando las dos se sentaron tranquilamente a tomar el t.

Voy a dejarlo donde est, es decir, en el banco respondi lentamente


Eunice. Nosotras dos tenemos lo suficiente para vivir. En cuanto a los beneficios
que se obtengan con l, los dedicar por entero a comprar camas para el hospital
infantil.
Si Ursula hubiese querido que el dinero fuese a parar a un hospital infantil
repuso Tabitha con gravedad, ella misma se hubiese encargado de ello, no te
parece? Mucho me temo que, de actuar as, no estars respetando los deseos de
nuestra hermana.

Y qu otra cosa puedo hacer con el dinero? pregunt Eunice.

Guardarlo en casa, querida hermana se apresur a responder la otra con


un extrao brillo en los ojos. Aqu estar mejor que en cualquier otro sitio.

La ms joven de las dos hermanas sacudi fuertemente la cabeza.

No dijo con determinacin. Me mantengo firme en lo que he dicho.


Los beneficios irn a parar al hospital infantil. No obstante, en lo que se refiere al
capital original, nunca osar tocarlo, de tal manera que si yo muero antes que t
dicho dinero pasar automticamente a ser tuyo. A partir de ese momento podrs
hacer con l lo que quieras.

Muy bien. Lo que t digas convino Tabitha reprimiendo su clera


merced a un supremo esfuerzo. No obstante, no creo que eso sea lo que la pobre
Ursula hubiera deseado que hicieses con el dinero. Y no creo tampoco que nuestra
difunta hermana llegue nunca a descansar en paz en su tumba mientras t sigas
empeada en derrochar el dinero que ella consigui ahorrar a lo largo de tantos y
tantos aos de esfuerzo.

Qu quieres decir con eso de que nunca llegar a descansar en paz en su


tumba? pregunt Eunice empalideciendo de repente. Ests intentando
asustarme, lo s. Y yo que pensaba que t no creas en esas cosas.

Tabitha permaneci en silencio. Luego, para evitar la ansiosa e inquisitiva


mirada de su hermana, acerc su silla al fuego y, cruzando sus descarnados brazos
para ponerse algo ms cmoda, se dispuso a echar una cabezada.

Durante algn tiempo la vida prosigui sin sobresaltos en aquella vieja casa.
La habitacin de la difunta, segn el postrer deseo de su duea, permaneci
celosamente cerrada con llave. Tanto que, desde el exterior, sus sucias ventanas
formaban un brusco y extrao contraste con la esmerada pulcritud de las dems.
Tabitha, que nunca antes haba sido una persona muy habladora, se fue volviendo
cada vez ms huraa y taciturna hasta llegar a un punto en el que no haca otra
cosa que deambular sin rumbo fijo por la casa y el abandonado jardn como un
alma en pena, con el ceo severamente fruncido y la frente surcada por profundas
arrugas que le daban aspecto de estar siempre sumida en lejanos pensamientos.

Conforme el invierno se fue acercando y trayendo consigo noches cada vez


ms largas y oscuras, la vieja casa fue volvindose ms y ms solitaria, y un aire de
misterio y pavor pareci cernirse cada vez ms estrechamente sobre ella hasta
acabar penetrando en su interior y asentndose de manera perenne en las
habitaciones vacas y en los oscuros corredores. Por las noches, el profundo
silencio que se apoderaba de toda la vivienda se vea a menudo interrumpido por
extraos y misteriosos ruidos que difcilmente podan ser achacados al viento o a
las ratas. Martha, la anciana criada, sentada como siempre en su rincn de la
cocina, sola orlos en las escaleras. En cierta ocasin, al asomarse al pasillo para
ver cul poda ser su origen, crey ver una oscura figura en el rellano del primer
piso, pero cuando se acerc hasta all para inspeccionar el lugar con la inestimable
ayuda de una vela y sus anteojos, no encontr a nadie.

Poco despus, Eunice, que desde haca aos padeca del corazn, comenz a
sentirse acosada por una serie de incidentes poco precisos y de difcil explicacin
que acabaron hacindola caer tan gravemente enferma que hasta Tabitha tuvo que
admitir que algo extrao pareca efectivamente haberse adueado de la casa.
Aunque, a decir verdad, a tal circunstancia ella, mujer muy segura de su piedad y
de su virtud y con los pies firmemente asentados en el suelo, no le prestaba la
menor atencin, pues sus pensamientos iban encaminados en direccin
completamente distinta.

Desde la muerte de su hermana Ursula, todo aquello que Tabitha llegaba a


considerar un exceso no tardaba en desaparecer, de tal manera que lleg a un
punto en el que acab abandonndose por completo a las estrictas y severas reglas
que la avaricia impone siempre a sus adeptos. Los gastos de la casa que slo le
ataan a ella eran mantenidos celosamente aparte de los de su hermana Eunice y
su sustento diario se limitaba a los platos ms simples. En cuanto a la ropa, la vieja
sirvienta de la casa era siempre, con mucho, la que mejor vesta de las dos.

Por las noches, sentada a solas en su habitacin, esta tosca criatura de


severas facciones se deleitaba con la simple contemplacin de sus posesiones. No
obstante, aquellas solitarias veladas no se alargaban mucho, pues Tabitha sufra
enormemente al ver cmo el cabo de vela que le permita contemplar cuanto posea
se iba gastando poco a poco. Tanto lleg a trastornarla aquella horrible pasin que
Eunice y Martha comenzaron a tenerle miedo. Cada noche, tanto la una como la
otra, tumbadas en sus respectivas camas, incapaces de conciliar el sueo, se
echaban a temblar cada vez que oan aquel tintinear de monedas en la habitacin
contigua.

Cierto da, Eunice se atrevi a quejarse de aquel ruido tan insoportable.

Tabitha, por qu no llevas tu dinero al banco? le pregunt a su


hermana. No resulta seguro guardar una suma tan grande en una casa tan
apartada y solitaria como la nuestra.

Cmo?! Una suma tan grande, dices? repiti Tabitha, visiblemente


exasperada. Has dicho una suma tan grande? Pero qu tonteras ests
diciendo? T sabes muy bien que apenas tengo lo suficiente para ir tirando.

Est bien, como quieras. Pero debes reconocer que, aun no tratndose de
una suma muy elevada, supone una gran tentacin para los ladrones repuso su
hermana, dispuesta a no insistir ms sobre el tema del dinero. Estoy segura de
que anoche o a alguien rondar por la casa.

Lo oste? inquiri de repente Tabitha, agarrando con fuerza el brazo de


su hermana. Yo tambin lo o. Quienquiera que fuese, me dio la impresin de
que entraba en la habitacin de Ursula. Yo, profundamente intrigada, me levant
de la cama, fui hasta las escaleras y me detuve all a escuchar.

Y qu ocurri entonces? pregunt Eunice con un hilo de voz, fascinada


por la mirada que brillaba en los ojos de su hermana.

Haba alguien all dentro respondi Tabitha lentamente. Podra llegar


a jurarlo, pues cuando llegu al rellano de la escalera acerqu la oreja a la puerta y
escuch con atencin. Algo se deslizaba por la habitacin una y otra vez, sin parar.
Al principio cre que se trataba del gato, pero esta maana, al pasar junto a la
puerta de la habitacin de Ursula, sta continuaba cerrada con llave, tal y como
siempre ha estado, y el gato se encontraba en la cocina.

Oh, Dios mo, por qu no nos vamos de una vez de esta casa tan horrible?
gimi Eunice.

Cmo?! exclam su hermana, escandalizada. Es que acaso ests


asustada de nuestra pobre Ursula? Por qu deberas tener miedo de tu propia
hermana, que cuidaba de ti cuando no eras ms que un beb y que quizs ahora
regrese para velar tu sueo mientras duermes?

Oh, Dios mo dijo Eunice retorcindose las manos con nerviosismo. S


que tienes razn, pero estoy segura de que si la viese me morira de la impresin.
No podra evitar pensar que ella habra venido a buscarme, tal y como dijo que
hara justo antes de morir. Oh, Dios mo, ten piedad de m, te lo suplico! Me siento
desfallecer

Mientras hablaba, Eunice comenz a tambalearse y, antes de que Tabitha


tuviese tiempo de evitarlo, cay al suelo sin sentido.

Trae un poco de agua, rpido! le grit Tabitha a la vieja Martha cuando


oy que sta bajaba corriendo las escaleras. Eunice se ha desmayado.

Tras lanzarle una tmida mirada a la mayor de las dos hermanas, la anciana
sirvienta ech a correr hacia la cocina para reaparecer poco despus con un vaso de
agua que emple sabiamente en hacerle recobrar el conocimiento a su bienamada
seora. Tan pronto como sta se encontr visiblemente recuperada, Tabitha se
escabull a su habitacin dejando a su hermana y a Martha sentadas en la pequea
sala de estar conversando en susurros y contemplando el fuego con rostro muy
serio.

Para la anciana sirvienta, resultaba evidente que aquel estado de cosas no


podra prolongarse durante mucho ms tiempo, por lo que poco despus comenz
a insistirle a su seora para que se marchase de aquella casa tan solitaria y repleta
de misterios. Finalmente, para gran alivio suyo, y a pesar de las feroces protestas
de su hermana mayor, Eunice accedi, y la sola idea de abandonar aquel lugar
pareci hacerle recobrar no slo los nimos sino tambin la salud. Fue as cmo,
tras alquilar una pequea pero acogedora casita en Morville, comenzaron a hacerse
los preparativos para una rpida y definitiva mudanza.

Y lleg por fin la ltima noche antes de la partida, una noche en la que el
viento, el mar y los espritus que habitaban las marismas parecan haberse
confabulado en un ltimo y desesperado esfuerzo por retener en la vieja casa a las
dos hermanas y a su sirvienta. Cuando el viento amainaba, lo cual suceda
brevemente cada cierto tiempo, poda orse a lo lejos el rugido del mar al chocar
contra la playa entremezclado con el solitario repicar de la campana de una boya
mecida sin piedad por las olas. A continuacin el viento volva a elevarse, con lo
que el sonido del mar se iba perdiendo hasta desvanecerse por completo entre las
feroces rfagas que, al no hallar obstculo alguno en las marismas, descargaban
toda su furia sobre la casa de las hermanas Mallow. El vendaval no slo le
arrancaba largos y fantasmagricos lamentos a las chimeneas, sino que, a su paso,
haca que las ventanas se estremeciesen, que las puertas diesen sonoros portazos e
incluso que las mismas cortinas se moviesen como si hubiesen cobrado vida
propia.

Mientras tanto, Eunice se hallaba despierta en su cama. A su lado, la


pequea lmpara de la mesilla de noche derramaba un tenue y enfermizo
resplandor sobre los viejos y carcomidos muebles, deformando las sombras de los
ms insignificantes objetos hasta convertirlas en formas verdaderamente
espeluznantes. Cuando, en un momento dado, una rfaga de viento ms fuerte que
las dems estuvo a punto de privarla de la proteccin que le ofreca aquella
mortecina luz, la mujer permaneci echada escuchando con temor los crujidos
provenientes de la escalera y reprendindose por no haberle pedido a Martha que
se quedara a pasar la noche con ella. No obstante, como, tras pensarlo mejor
durante unos instantes, se dio cuenta de que para esto ltimo todava estaba a
tiempo, decidi, actuando no sin cierta precipitacin, levantarse de la cama,
acercarse a su enorme armario y abrir la puerta de ste. Acababa de coger su bata
de una de las perchas cuando, sbitamente, oy un inconfundible sonido de
pisadas en las escaleras. Tras sentir cmo la bata se le escapaba de entre sus
temblorosos dedos, dio media vuelta y, con el corazn latindole
desenfrenadamente, regres corriendo a la cama.

Cuando el sonido de las pisadas ces, se adue de la casa un pesado


silencio que, a pesar de todos los esfuerzos que hizo por gritar, la pobre mujer fue
incapaz de romper. Una nueva rfaga de viento que azot furiosamente las
ventanas estuvo a punto, una vez ms, de apagar la nica luz de la habitacin,
pero, finalmente, la llama resisti y no tard en recuperar su habitual serenidad.

Fue entonces, a la tenue luz de aquella llama, cuando Eunice vio cmo la
puerta de su habitacin comenzaba a abrirse lentamente y cmo la enorme sombra
de una mano se iba deslizando amenazadoramente por la pared. No obstante, a
pesar de la impresin, o quiz debido a ella, la mujer continu sin poder articular
palabra. Sbitamente, con un violento empujn, la puerta termin de abrirse y una
tenebrosa figura envuelta por completo en un pesado manto apareci en el umbral.
Cuando dicha figura entr acto seguido en la habitacin y se despoj de aquel
manto, Eunice, presa de un terror indescriptible, se encontr contemplando el
rostro plido y demacrado de su difunta hermana Ursula, que le sonrea de una
manera verdaderamente escalofriante.

Arrastrada hasta un extremo que su dbil corazn difcilmente poda


soportar, la aterrorizada mujer levant la mirada hasta el techo como en un vano
intento por escapar de aquella horrible pesadilla y a continuacin, al tiempo que
aquella figura avanzaba en silencio hacia ella para posarle una glida mano sobre
la frente, su alma se separ de su cuerpo con un estremecedor alarido. Arrancada
sbitamente de su sueo por aquel grito, Martha se levant sobresaltada y,
temblando de pies a cabeza, corri hacia la habitacin de la pobre Eunice. Al llegar
al umbral, se detuvo y se qued mirando, aterrorizada, a la siniestra figura que
permaneca all dentro, de pie, inclinada sobre la cama. Mientras la contemplaba, la
figura se despoj lentamente de un extrao hbito que llevaba puesto y, al hacerlo,
dej al descubierto el cruel rostro de Tabitha. No obstante, aquel rostro se hallaba
contrado en una mueca tan extraa, a medio camino entre el miedo y la alegra,
que al principio Martha apenas fue capaz de reconocerlo.

Quin est ah? pregunt de repente Tabitha, con voz imperiosa, al ver
la sombra de Martha proyectada sobre la pared.

Me pareci or un grito explic la recin llegada entrando en la


habitacin. No me ha llamado nadie?

S. Fue Eunice respondi la otra observndola atentamente. Yo


tambin escuch el grito y decid acercarme corriendo hasta aqu. Qu es lo que le
ocurre a mi pobre hermana? No reacciona. Parece estar sumida en una especie de
trance.

Dios mo dijo Martha con la voz entrecortada cayendo de rodillas junto


a la cama y comenzando a sollozar amargamente. Est muerta. Mi querida, mi
pobre y querida nia Tener que acabar as Ha muerto de miedo, no hay duda
aadi sealando los ojos de la difunta, que se hallaban abiertos de par en par
como en un paroxismo de terror. Ha debido de ver algo terrible que la ha
asustado lo suficiente como para causarle la muerte.

Tabitha baj la vista.

La pobre siempre padeci del corazn dijo con la voz reducida a un


murmullo. La noche debi de asustarla. No en vano, una noche como sta es
capaz de asustar a cualquiera. Incluso a m.

Tabitha guard silencio y permaneci de pie junto a los pies de la cama


mientras Martha cubra con la sbana el cuerpo de la difunta Eunice.

Primero Ursula y ahora Eunice dijo Tabitha exhalando un profundo


suspiro. No puedo permanecer por ms tiempo en esta casa. Voy a mi cuarto a
vestirme. Luego me sentar a esperar a que se haga de da.
Mientras hablaba se acerc a la puerta, sali y, con la cabeza gacha, se dirigi
a su habitacin. Martha, mientras tanto, cerr cuidadosamente los ojos de la
difunta y, todava de rodillas junto a la cabecera de la cama, comenz a rezar por el
alma de su ama. As permaneci un buen rato, con los ojos cerrados y la cabeza
inclinada hacia adelante, debatindose entre el dolor y el miedo, hasta que, de
repente, un agudo grito procedente de la habitacin de Tabitha la hizo ponerse en
pie de un salto.

Qu ocurre? pregunt la anciana echando a correr hacia la puerta.

Martha! Dnde ests? llam Tabitha con voz algo ms firme al or


hablar a la otra.

En la habitacin de la seorita Eunice. Qu es lo que sucede?

Ven aqu en seguida! Rpido!

La voz creci repentinamente hasta convertirse en un alarido de


desesperacin.

Date prisa, Martha, por el amor de Dios! Rpido, o voy a volverme loca!
Hay alguien extrao en la casa!

La anciana baj corriendo las escaleras y lleg dando traspis al piso


inferior.

Qu ocurre, seorita Tabitha? pregunt al tiempo que entraba en la


habitacin de sta. A quin se refiere? Qu quiere decir?

La he visto dijo Tabitha agarrando a Martha del brazo con


desesperacin. Me dispona a regresar a la habitacin de Eunice para reunirme
contigo cuando, de repente, vi delante de m la figura de una mujer que suba las
escaleras. Crees que? No ser Ursula, que viene a por el alma de Eunice, tal y
como dijo justo antes de morir?

Quin sabe. Claro que, si realmente se trata de la seorita Ursula, quiz no


venga a por el alma de la seorita Eunice, sino a por la de usted, seorita Tabitha
dijo Martha adoptando un tono de voz tan impropio de ella que incluso a ella
misma lleg a extraarle.

Con una mirada de espanto, Tabitha cay de rodillas junto a la anciana y,


temblando de miedo, se aferr desesperadamente a sus ropas.

Enciende las luces! grit, histrica. Enciende el fuego! Haz lo que


sea, pero aparta de m esta horrible oscuridad! Oh, Dios mo! Es que nunca va a
hacerse de da?

Vamos, vamos, seorita Tabitha dijo Martha haciendo un esfuerzo por


superar su repugnancia e intentar as apaciguar a su ama. Ya ver cmo acaba
usted rindose de todos sus temores cuando salga el sol.

Yo la mate, lo confieso! grit de repente aquella miserable mujer. La


mat de un susto. Por qu tena que quedarse ella con todo el dinero? A ella no le
serva para nada. Oh, Dios mo! Martha, Martha! Mira all! Qu es eso?!

Temblando de miedo, Martha sigui la mirada que su ama tena clavada en


la puerta de la habitacin, pero no vio nada all.

Es Ursula! dijo Tabitha con los dientes firmemente apretados. No la


dejes entrar, Martha! Por lo que ms quieras, no la dejes entrar!

La anciana, que por alguna extraa razn pareci sentir de repente la


presencia de una tercera persona en la habitacin, dio un paso al frente y se coloc
frente a su ama mientras sta agitaba los brazos delante de s como para detener
una mano invisible. Un segundo ms tarde, tras ponerse bruscamente en pie como
impulsada por un resorte y sin poder pronunciar una sola palabra, Tabitha se
desplom sin vida sobre el suelo.

Al ver aquello, la anciana sinti que todo su valor la abandonaba de repente.


Luego, ansiosa por escapar de aquella casa invadida por la muerte, sali a todo
correr de la habitacin gritando como si el diablo se hubiese apoderado de ella.
Cuando alcanz la puerta principal e intent descorrer los cerrojos, stos,
herrumbrosos y enmohecidos, se negaron a obedecer. Entonces, mientras luchaba
con todas sus fuerzas por descorrerlos, toda clase de voces extraas comenzaron a
resonar de repente en sus odos. Su cabeza, atormentada, empez a darle vueltas.
Por un momento crey que las voces de las hermanas muertas la llamaban desde
sus respectivas habitaciones y que algn diablo travieso y burln se hallaba en el
exterior, apostado contra la puerta, sujetndola fuertemente para evitar que ella
lograse abrirla.

Pero justo entonces, merced a un supremo esfuerzo, la anciana consigui


abrir la puerta y, sin detenerse siquiera a pensar que no llevaba puesto ms que un
ligero camisn, ech a correr en mitad de la fra noche. Aunque las marismas que
se extendan junto a la casa se hallaban sumidas en la ms absoluta oscuridad, se
las arregl para encontrar el sendero que las cruzaba y, a pesar de que los tablones
dispuestos sobre muchos de los charcos y acequias eran sumamente estrechos y
resbaladizos, logr recorrerlo sana y salva hasta que, finalmente, exhausta, con los
pies ensangrentados y dando profundas boqueadas, lleg al pueblo y, ms muerta
que viva, se desplom ante el umbral de una de las casas.
LA CASA DESHABITADA

(The Toll-House, 1907)

Todo eso no son ms que tonteras dijo Jack Barnes. Desde luego, ha
habido gente que ha muerto en esa casa, pero qu tiene eso de particular? Mucha
gente muere a diario en su casa. En cuanto a los ruidos, el soplido del viento en la
chimenea y el incesante corretear de las ratas dentro de las paredes son capaces de
hacer que la imaginacin de un hombre se dispare si ste se encuentra lo bastante
nervioso. Por cierto, Meagle, me pones otra taza de t?

Lester y White estn primero, Jack, as que ten paciencia y espera tu turno.
T ya te has tomado dos repuso Meagle, que en aquel momento se hallaba
sentado a la cabecera de la mesa que los cuatro amigos compartan en la taberna de
Las Tres Plumas.

Lester y White tomaron sus respectivas tazas y, con una lentitud


verdaderamente exasperante, apuraron su contenido detenindose entre sorbo y
sorbo para deleitarse con el aroma de la infusin. Una vez hubieron acabado,
Meagle les llen las tazas hasta el borde y, volvindose hacia Barnes, que esperaba
su turno con expresin adusta, le dijo que pidiera ms agua caliente.

Volviendo a nuestro tema de conversacin aadi, yo, por mi parte,


he de confesaros una cosa: que, en cierto modo, creo en lo sobrenatural.

No es de extraar. Toda la gente medianamente sensata cree en lo


sobrenatural afirm Lester. Una vieja ta ma vio una vez un fantasma. White
sacudi la cabeza en seal de asentimiento.

Y yo tena un to que tambin vio uno asegur.

Todo el mundo dice siempre lo mismo. Todo el mundo conoce a alguien


que ha visto alguna vez un fantasma. Por qu nadie admite nunca haber visto uno
por s mismo? se quej Barnes.

Bueno, quiz nosotros tengamos una oportunidad dijo Meagle.


Sabis qu? No muy lejos de aqu hay una casa, una gran mansin, que, aun
pudiendo ser alquilada a un precio irrisorio, nadie tiene el valor de habitar. Dicen
que esa casa se ha cobrado al menos una vida de cada una de las familias que han
ido a vivir all independientemente de lo corta que haya sido su estancia, y que,
desde que se encuentra vaca, sus diferentes cuidadores han ido muriendo uno tras
otro entre sus paredes. El ltimo de ellos muri har unos quince aos.

Ya empezamos otra vez con la misma historia de siempre gru Barnes


. Quince aos es tiempo ms que suficiente para que todo lo que se cuenta de esa
casa no sean ms que leyendas.

Ah, s? Conque eso crees, eh? Pues te apuesto un soberano de oro a que
no eres capaz de pasar all una noche entera t solo propuso White de repente.

Yo apuesto lo mismo intervino Lester.

No, muchas gracias repuso Barnes lentamente. Yo no creo en


fantasmas ni en todas esas cosas que vosotros llamis sobrenaturales, pero
reconozco que nada me apetecera menos que pasar una noche a solas all.

Y por qu no? pregunt White.

Recuerda que, pase lo que pase y oigas lo que oigas, no se tratar ms que
del aullido del viento al soplar en la chimenea dijo Meagle con una maliciosa
sonrisa.

Y de ratas correteando en las paredes aadi Lester con tono burln.

S, claro. Lo que vosotros digis repuso Barnes ponindose colorado.

Y por qu no hacemos una cosa? intervino Meagle. Suponed que


vamos todos juntos. Podramos ponernos en marcha despus de cenar, con lo que
llegaramos all ms o menos sobre las once. Llevamos diez das de viaje y todava
no nos ha ocurrido nada que se pueda calificar de emocionante si exceptuamos,
claro est, el da en que Barnes descubri que cuando uno se cae de cabeza a una
acequia luego le cuesta horrores quitarse de encima el hedor de las aguas de riego.
En todo caso, ir a esa casa supondra hacer algo diferente. Adems, seguro que si al
da siguiente aparecemos vivos los cuatro, rompiendo as el maleficio, el dueo de
la casa, agradecido, nos recompensara por haberle hecho un favor.

Veamos primero lo que tiene que decir a todo eso el dueo de la casa
propuso Lester. No hay nada de divertido en pasar la noche en una casa normal
y corriente por muy deshabitada que est. As que asegurmonos antes de que
realmente est encantada.

Dicho lo cual hizo sonar la campana y, tras preguntarle al tabernero por el


dueo de la mansin deshabitada y averiguar que ste viva muy cerca de all, lo
mand buscar. Cuando el caballero en cuestin apareci, Lester se dirigi a l y,
apelando a su honestidad, le pidi que no les dejara pasar la noche ni a l ni a sus
tres amigos en una casa en la que los espectros y los fantasmas brillasen
precisamente por su ausencia. Ante tal ruego, el caballero respondi de manera
ms que tranquilizadora asegurndoles categricamente que la casa se hallaba
realmente encantada y describiendo con todo lujo de detalles el aspecto de una
cabeza que haba sido vista colgando de una ventana a la luz de la luna, tras lo cual
concluy pidindoles con amabilidad pero tambin con cierto apremio que le
pagasen el alquiler de aquella noche por adelantado.

Me parece muy bien que cuatro jvenes caballeros como ustedes


pretendan divertirse un rato aadi con indulgencia, pero supongan por un
momento que maana por la maana los cuatro aparecen muertos en la casa. Qu
pasara conmigo entonces? A quin acudira para cobrar el alquiler?

Dgame una cosa, caballero: quin fue el ltimo en morir all? pregunt
Barnes con cortesa pero con tono algo burln.

Un vagabundo fue la respuesta. Accedi a pasar la noche all a


cambio de media corona y a la maana siguiente lo encontraron muerto colgando
de la barandilla de la escalera.

Suicidio dijo Barnes. Ese tipo no estara muy bien de la cabeza.

El casero asinti con cierto pesar.

Esa misma fue la conclusin a la que lleg la polica dijo lentamente.


Pero lo cierto es que cuando entr en la casa aquel tipo estaba tan cuerdo como
cualquiera de nosotros. Lo s porque lo conoca bastante bien desde haca aos. Yo
no soy precisamente rico, seores, pero no estara dispuesto a pasar una noche en
esa casa ni por un milln de libras.

Algunas horas ms tarde, cuando los cuatro amigos decidieron dar


comienzo a su expedicin, el casero no pudo menos que repetirles aquel mismo
comentario. Para entonces, la noche se hallaba ya bien entrada y la taberna se
dispona a cerrar. Mientras los cerrojos chirriaban ruidosamente a sus espaldas al
ser echados y los clientes ms asiduos emprendan lenta y penosamente el camino
de regreso a sus respectivos hogares, ellos echaron a andar a paso ligero en
direccin a la casa deshabitada. Casi todas las viviendas que fueron encontrndose
por el camino se hallaban para entonces a oscuras, y las pocas en las que todava
brillaba alguna luz comenzaban ya a imitarlas.

Todava no consigo creerme que tengamos que perder toda una noche,
que podramos pasar descansando tranquilamente en nuestras cmodas camas,
con el nico objetivo de convencer a Barnes de que los fantasmas existen de verdad
dijo White.

Anmate pensando que es por una buena causa repuso Meagle. Yo,
por mi parte, creo que esta expedicin merece realmente la pena. Adems, algo me
dice que tendremos xito. Por cierto, Lester, no te habrs olvidado de traer velas,
verdad?

Claro que no. He trado dos respondi el interpelado. No son muchas,


pero son todas las que el casero pudo prestarnos.

Apenas haba luna y la noche era oscura y cerrada. El camino, que discurra
entre altos setos, se hallaba sumido en profundas tinieblas, sobre todo en un tramo
en el que, al atravesar un espeso bosque, la oscuridad se tornaba tan absoluta que
en un par de ocasiones, tras dar un sbito traspi en aquel terreno tan desigual, los
cuatro amigos fueron a parar al arcn en confuso montn.

Y pensar que hemos renunciado a nuestros cmodos lechos por esto!


refunfu nuevamente White al cabo de un rato. Vamos a ver: por lo que
sabemos, esa especie de sepulcro residencial de aspecto tan apetecible al que en
este momento nos dirigimos debe aparecer dentro de poco a nuestra derecha, no
es as?

En efecto. Ya no debe de faltar mucho respondi Meagle.

Continuaron caminando todava durante un buen rato envueltos por un


silencio que, de vez en cuando, se vea interrumpido por las palabras que White no
dejaba de dedicarle a aquella cama clida, cmoda y limpia que cada vez iba
quedando ms y ms lejos a sus espaldas. Algo ms tarde, con Meagle siempre a la
cabeza guindoles, doblaron un ltimo recodo a la derecha y, tras recorrer un
trecho de aproximadamente un cuarto de milla, vieron delante de ellos la verja que
separaba la casa del camino.

La casa en cuestin se hallaba medio escondida detrs de unos enormes


setos de aspecto completamente descuidado por entre los cuales discurra un
sendero invadido de maleza por todas partes. Con Meagle todava a la cabeza, los
cuatro amigos franquearon la verja de entrada y fueron abrindose paso hasta que
la oscura mole de la mansin surgi imponente ante ellos.

Hay una ventana en la parte trasera por la que podremos entrar. Al menos
eso es lo que me dijo el casero antes de despedirse de nosotros dijo Lester
cuando los cuatro se encontraron por fin frente a la puerta principal.

Ventana? inquiri Meagle. Y a quin le hace falta una ventana?


Hagamos las cosas bien desde un principio. Dnde est la aldaba? Extendiendo la
mano, comenz a tantear a oscuras la superficie de la puerta hasta que, tras aferrar
un pequeo objeto, descarg unos fuertes golpes sobre la hoja.

No hagas tonteras. La casa est vaca, recuerdas? dijo Barnes


mirndole enojado.

No contestan. Los fantasmas de los criados deben de estar durmiendo


dijo Meagle, muy serio, pero ya me encargar yo de despertarlos a todos cuando
decida darles su merecido. Es vergonzoso que no nos dejen pasar y que tengamos
que quedarnos plantados aqu fuera, en medio de la oscuridad.

Echando mano nuevamente de la aldaba, hizo que el ruido de los golpes


volviese a retumbar por toda la casa. Luego, soltando una sbita exclamacin,
extendi los brazos y se ech hacia adelante.

Vaya! Ahora resulta que la puerta estaba abierta desde el principio dijo
con un extrao temblor en la voz. Venga, vamos. A que estamos esperando?

Yo no me creo que la puerta estuviese abierta dijo Lester de repente,


retrocediendo un par de pasos. Alguien debe de estar gastndonos una broma.

Tonteras se apresur a decir Meagle. Dame una vela, Lester. Gracias.


Quin tiene una cerilla?

Barnes sac una caja de fsforos, encendi uno y se lo entreg a Meagle,


quien lo aplic a la mecha de la vela. Luego ste ltimo, protegiendo con una mano
la mortecina llama, abri la marcha hasta el pie de las escaleras.
Que alguno de vosotros cierre la puerta dijo mientras caminaba. Hay
demasiada corriente y la vela se puede apagar.

Est cerrada dijo White echando una rpida mirada hacia atrs.

Meagle se rasc la barbilla con un dedo largo y delgado.

Quin de vosotros la ha cerrado? pregunt mirando de uno en uno a


los otros tres. Quin fue el ltimo en entrar?

Yo respondi Lester. Pero no recuerdo haberla cerrado. Claro que


quiz lo haya hecho sin darme cuenta

Meagle fue a decir algo pero, tras pensrselo mejor, dio media vuelta y,
poniendo un gran cuidado en proteger la llama de la vela con la mano, comenz a
explorar la casa con los otros tres pegados a sus talones. Las sombras que arrojaba
la vela danzaban alocadamente sobre las paredes y se acurrucaban en los rincones
conforme avanzaban los cuatro amigos. Cuando llegaron al final del pasillo
encontraron una segunda escalera. Tras subir lentamente por sta, alcanzaron el
primer piso.

Tened cuidado aqu arriba! advirti Meagle cuando todos se


encontraron finalmente en el rellano.

Levantando un poco la vela, mostr un tramo de la barandilla en el que esta


se interrumpa bruscamente como si alguien la hubiese arrancado de cuajo. Luego,
inclinndose ligeramente hacia adelante, atisb con ojos llenos de curiosidad el
oscuro vaco que se abra a sus pies.

ste debe de ser el lugar donde se ahorc aquel vagabundo dijo con
gravedad.

Tu gusto por los detalles morbosos resulta ciertamente molesto, sabes?


dijo White mientras los cuatro reanudaban la marcha. Este lugar resulta ya de
por s lo bastante espeluznante como para que t encima nos ests recordando ese
tipo de cosas. Lo que tenemos que hacer es encontrar cuanto antes una habitacin
que sea lo ms acogedora posible para poder sentarnos, tomar un buen trago de
whisky y fumar tranquilamente una pipa. Qu os parece, por ejemplo, esta de
aqu?

Mientras deca aquello, abri una puerta situada al final del pasillo y dej al
descubierto una pequea estancia cuadrada. Meagle entr el primero con la vela
por delante y, tras verter sobre la repisa de la chimenea un par de gotas de cera
derretida, plant all la vela, que poco despus iluminaba lgubremente la
habitacin. A continuacin, los otros se sentaron en el suelo y miraron expectantes
a White mientras ste sacaba de uno de sus bolsillos una botella de whisky y un
pequeo vaso de hojalata.

Vaya! Se me ha olvidado traer agua! exclam, contrariado.

No te preocupes, hombre. Ahora mismo ordeno que traigan un poco


repuso Meagle.

Uniendo la accin a la palabra, se acerc a un rincn y dio un violento tirn


de un cordn que colgaba del techo. Inmediatamente, el tintineo metlico de una
campanilla que, a juzgar por su sonido, deba de hallarse completamente cubierta
de herrumbre, se dej or repetidas veces en algn lejano rincn de la casa.

Deja ya de hacer payasadas dijo Barnes con brusquedad.

Meagle se ech a rer.

Clmate, Barnes dijo de buen humor. Tan slo pretenda averiguar si


todava queda algn fantasma en las dependencias de la servidumbre.

Barnes levant la mano en demanda de silencio.

Qu ocurre, Barnes? pregunt Meagle mirando a los otros dos con una
sonrisa burlona en los labios. Se acerca alguien?

Qu os parece si nos olvidamos de este estpido juego y nos vamos por


donde hemos venido? pregunt Barnes de repente. No es que yo crea en
fantasmas, pero reconozco que en un lugar como ste es fcil que a uno le
traicionen los nervios. Podis reros si queris, pero os aseguro que hace un
momento me ha parecido or una puerta que se abra y ruido de pasos en las
escaleras.

Su voz result ahogada por las sonoras carcajadas de sus tres amigos.

Ah viene nuestro fantasma, muchachos dijo Meagle con una sonrisa.


Para cuando hayamos acabado con l, nuestro querido Barnes creer firmemente
en su existencia. Y ahora, amigos, quin va a ir a por agua? Quieres ir t, Barnes?
No fue la lacnica respuesta de ste.

Si de verdad hay agua en esta casa, no creo que resulte muy sano beberla
despus de tantos aos dijo Lester. Tendremos que aparnoslas sin ella.

Meagle asinti y, tomando asiento en el suelo junto a sus compaeros, le


ech mano al vaso y se sirvi en l un poco de whisky. Todos ellos encendieron sus
pipas y muy pronto un suave y agradable aroma a tabaco inund la habitacin.
White sac entonces una baraja de cartas y, en cuestin de segundos, la ms
animada conversacin, entreverada de risas y buen humor, se adue de la
estancia y se alej rebotando ahogadamente por los pasillos hasta desvanecerse en
un eco lejano.

Las habitaciones vacas, como sta en la que ahora nos encontramos,


siempre me hacen creer que tengo una voz gutural, justo como la de un fantasma
dijo Meagle. Maana

De repente, mientras hablaba, la vela se apag y algo le golpe en la cabeza.


Meagle dio un respingo y solt una exclamacin ahogada mientras los otros tres,
alarmados, se ponan en pie de un salto. Acto seguido, sin embargo, Meagle se
ech a rer sbitamente.

Ha sido la vela, que se me ha cado encima explic. Se ve que no la


puse con la fuerza suficiente.

Barnes encendi una cerilla, prendi con ella la vela y volvi a colocar sta
sobre la repisa de la chimenea. Luego regres a su sitio y tom nuevamente sus
cartas.

Qu era lo que iba yo a decir? se pregunt Meagle a continuacin.


Ah, s! Ya me acuerdo. Maana

Silencio! exclam entonces White poniendo una mano sobre el brazo de


Meagle. Escuchad! Jurara que acabo de or risas.

Bueno, ya est bien! dijo de repente Barnes. Por qu no nos vamos


de aqu de una vez? Yo ya he tenido bastante. Hace rato que no hago ms que or
cosas raras, y ya estoy empezando a obsesionarme con la idea de que hay algo
extrao ah afuera, en el pasillo, que no deja de moverse de un lado para otro. S
que todo eso no es sino producto de mi imaginacin, pero no por ello esta
situacin deja de ser terriblemente desagradable.
Vete t si quieres repuso Meagle. As podremos jugar al dummy[2]
nosotros tres. Claro que, si lo prefieres, puedes pedirle al vagabundo ahorcado que
ocupe tu sitio y se haga cargo de tus cartas.

Barnes se estremeci con un escalofro y, visiblemente enojado, profiri una


maldicin. A continuacin se levant, se acerc hasta la puerta entornada y, una
vez all, permaneci inmvil y en silencio, escuchando.

Por qu no sales al pasillo y echas un vistazo por la casa en vez de


quedarte ah de pie como un pasmarote? dijo Meagle guindoles un ojo a los
otros dos. A que no te atreves a bajar las escaleras, ir hasta la puerta principal y
regresar aqu t solito?

Barnes se separ de la puerta, se acerc a la repisa de la chimenea e,


inclinndose ligeramente hacia adelante, us la vela para encender su pipa.

Amigos mos, aunque tengo los nervios algo alterados, os aseguro que
todava conservo el juicio dijo expulsando una fina nubecilla de humo por la
boca. Mis nervios insisten en que hay algo extrao merodeando ah afuera, en el
pasillo, pero mi juicio sostiene que todo eso no son ms que tonteras. En fin
Dnde estn mis cartas?

Tras ocupar de nuevo su sitio, cogi sus cartas, las estudi detenidamente y,
tras un momento de vacilacin, arroj una de ellas sobre el entarimado.

Tu turno, White dijo tras una breve pausa.

White no hizo el menor movimiento.

Vaya! Pero si se ha quedado dormido dijo Meagle. Despierta,


hombre. Despierta, que te toca tirar a ti.

Lester, que era el que se hallaba situado ms cerca de White, cogi a ste por
el brazo y lo sacudi. Lo hizo con suavidad al principio y luego con ms fuerza,
pero White, que tena la espalda apoyada contra la pared y la cabeza inclinada
pesadamente hacia adelante, sigui sin moverse. Entonces Meagle, dejando a un
lado sus cartas, se arrastr hasta l, acerc sus labios al odo del durmiente y grit
con todas sus fuerzas. Pero al comprobar que el otro segua sin reaccionar, se
volvi hacia Lester y Barnes con expresin de perplejidad.

Duerme tan profundamente que parece como si estuviera muerto dijo


haciendo una mueca. En fin, todava quedamos tres para hacernos compaa.

Eso parece dijo Lester asintiendo con la cabeza. A menos que Oh,
Dios mo! Y si?

Su voz se le quebr de repente y, tras abrir mucho los ojos, se qued


mirando a los otros dos sin poder dejar de temblar.

Y si qu? pregunt Meagle, impaciente.

Nada, nada balbuce Lester. Rpido, despertmosle. White! White,


despierta!

No sirve de nada dijo Meagle con seriedad. Hay algo raro en ese
sueo tan profundo.

A eso me refiero dijo Lester. Si se ha puesto a dormir de esa manera, y


tan de repente, a lo mejor es que en realidad

Meagle dio un respingo.

Tonteras dijo bruscamente. Lo nico que le ocurre es que est


agotado. Eso es todo. De todas formas, vamos a hacer una cosa: levantmosle con
cuidado y largumonos de aqu cuanto antes. T, Lester, cgelo por las piernas. Y
t, Barnes, ve abriendo camino con la vela. Demonios! Qu ha sido eso?

Sobresaltado, levant la vista y mir fijamente hacia la puerta.

Me pareci or como si alguien llamase a la puerta dijo al cabo de un


instante soltando una nerviosa risotada. Y ahora, Lester, arriba con l. Uno, dos
y Lester! Lester!

Pero cuando lleg junto a su amigo era ya demasiado tarde. Lester, con el
rostro oculto entre los brazos, se hallaba tumbado sobre el suelo, profundamente
dormido, y todos los esfuerzos que hizo Meagle por despertarle no obtuvieron el
menor resultado.

Est est dormido balbuce. Dormido como un tronco!

Barnes, que apenas un momento antes haba cogido la vela de la repisa de la


chimenea, estaba de pie, incapaz de mover un solo msculo, mirando en silencio a
los dos durmientes. Gruesas gotas de cera ardiente se desprendan de la vela para
ir a estrellarse contra el entarimado.

Tenemos que salir de aqu dijo Meagle. Y rpido! Barnes dud un


instante.

Pero no podemos dejar aqu a Lester y a White comenz a decir


lentamente.

No tenemos ms remedio! grit Meagle. Si t tambin te echas a


dormir, me ir y os dejar aqu a los tres. As que andando. Vmonos.

Extendiendo una mano hacia Barnes, lo agarr del brazo y tir de l hacia la
puerta. Pero Barnes, resuelto, se sacudi de encima la mano del otro y, tras colocar
nuevamente la vela sobre la repisa de la chimenea, intent poner en pie a sus otros
dos compaeros.

Es intil dijo finalmente, con resignacin. Luego, volviendo la cabeza,


clav en Meagle una mirada cargada de ansiedad. No vayas a echarte t tambin
a dormir aadi con un hilo de voz.

Meagle neg enrgicamente con la cabeza y, durante algn tiempo, los dos
permanecieron inmersos en un incmodo silencio.

Mejor ser que cerremos la puerta dijo finalmente Barnes.

Cruz la habitacin y, con mucho cuidado, hizo lo anunciado. Justo entonces


oy un ligero ruido a sus espaldas. Al volverse, descubri que Meagle se hallaba
tumbado frente a la chimenea, hecho un ovillo.

Barnes se qued paralizado junto a la puerta sin poder articular palabra y


respirando con dificultad. Durante unos segundos no pudo hacer otra cosa que
permanecer all de pie observando el interior de aquella habitacin en la que, a la
temblorosa luz de la vela, sus tres amigos dorman profundamente en posturas que
muy bien podan ser calificadas de grotescas.

Su exaltada imaginacin, mientras tanto, no dejaba de gritarle que algo


extrao y horrible se deslizaba a hurtadillas al otro lado de la puerta. Intent silbar
para calmar los nervios pero sus labios, completamente resecos, fueron incapaces
de crear sonido alguno. Luego, deseoso de hallar una distraccin para su mente de
cualquier manera, regres al centro de la estancia, se agach y comenz a recoger
mecnicamente los naipes que se encontraban diseminados por el suelo.

Mientras haca aquello, no pudo evitar detenerse en una o dos ocasiones con
la cabeza ligeramente inclinada hacia la puerta para escuchar con atencin. En el
pasillo, los ruidos parecan ir en aumento. De repente, se oy un sonoro crujido
proveniente de las escaleras.

Quin anda ah? pregunt en voz alta.

Los ruidos cesaron sbitamente. Sin poder contenerse, Barnes cruz una vez
ms la estancia, abri la puerta de un tirn, sali al pasillo y comenz a recorrerlo
con paso firme y decidido. Mientras caminaba, not que todos sus miedos se
esfumaban de repente.

Vamos! grit al tiempo que profera unas estentreas carcajadas.


Venid aqu! Venid aqu todos vosotros! Venid aqu y dad la cara, malditos
fantasmas de pacotilla! Vamos! A qu estis esperando? No os escondis de m!

Envalentonado y ms dueo de s mismo que nunca, Barnes continu


caminando entre continuos gritos y risotadas.

Justo en aquel momento, Meagle, despertando sbitamente, levant la


cabeza y escuch horrorizado la voz y las pisadas de su amigo, que se iban
alejando por el corredor. Incapaz de mover un solo msculo, permaneci tumbado,
escuchando, y slo cuando los ruidos se perdieron casi por completo en la
distancia fue por fin capaz de reaccionar.

Oh, Dios mo! Lester! White! Despertad los dos! Barnes se ha vuelto
loco logr decir con un tembloroso susurro. Tenemos que alcanzarle.

No hubo la menor respuesta. Asustado, Meagle se puso en pie de un salto.

Pero es que no me os? grit. Dejaos ya de juegos, chicos. Esto es algo


muy serio. White! Lester! Maldita sea! Es que no me os?

Desesperado, se inclin sobre sus amigos dormidos y los observ


atentamente con una mezcla de enfado y asombro.

Est bien, como queris dijo con voz temblorosa. Pero que quede bien
claro que a m no me asustan vuestras estpidas bromas.
Se incorpor, dio media vuelta y, caminando con una despreocupacin tan
exagerada que a todas luces resultaba falsa, fue hasta la puerta. Una vez all, sac
medio cuerpo por el vano y se asom al exterior, pero, viendo que los otros dos no
reaccionaban, ech un ltimo vistazo a la oscuridad que reinaba en el corredor y
volvi a introducirse apresuradamente en la habitacin.

Durante unos segundos permaneci all de pie contemplando una vez ms a


sus amigos. A su alrededor, mientras tanto, una calma y un silencio
verdaderamente sobrecogedores parecieron aduearse de la casa de una manera
tan absoluta que durante un rato ni siquiera le fue posible escuchar la respiracin
de los durmientes. Entonces, con sbita determinacin, se acerc a la repisa de la
chimenea, cogi la vela que todava segua iluminando la estancia desde all y, tras
ponerse de cuclillas junto a White, acerc la llama a uno delos dedos de ste. No
obstante, al ver que White segua sin reaccionar, se ech hacia atrs y, mudo de
asombro, se sent sobre el suelo sin poder dejar de mirar a su amigo. Justo en
aquel instante comenzaron a orse nuevas pisadas en el pasillo.

Meagle se levant de un salto y, asiendo todava la vela con mano


temblorosa, se qued de pie en medio de la habitacin, escuchando. Las pisadas
subieron las escaleras situadas en el extremo opuesto del corredor y a
continuacin, precisamente cuando Meagle se acercaba a la puerta para asomarse
al exterior, dejaron de orse bruscamente. Lenta y cautelosamente, Meagle sali de
la habitacin y avanz unos cuantos pasos por el pasillo. Casi instantneamente,
las pisadas volvieron a orse, pero esta vez en una precipitada huida que las llev
escaleras abajo hasta el piso inferior. Meagle se acerc entonces a las escaleras y,
una vez all, se detuvo a escuchar. Las pisadas haban cesado nuevamente.

Durante algn tiempo permaneci junto a la barandilla, al acecho, atento al


menor ruido y escudriando la oscuridad reinante ms abajo. Luego, peldao a
peldao, comenz a bajar las escaleras manteniendo la vela en alto frente a l y sin
dejar de mirar continuamente a su alrededor.

Barnes! llam. Dnde ests?

Temblando de miedo, baj el ltimo escaln y se intern en el pasillo del


piso inferior. Una vez all, tras armarse de valor, comenz a abrir puertas y a
asomarse a cuantas habitaciones encontraba a su paso. Hasta que, de repente, en
un momento determinado, las pisadas resonaron justo delante de l.

Lenta, muy lentamente por miedo a que la vela pudiese apagarse, Meagle
continu avanzando hasta que las pisadas le condujeron por fin hasta el interior de
una enorme estancia completamente desprovista de muebles que, a pesar de tener
las paredes cubiertas de manchas de humedad y el suelo levantado en varios sitios,
en tiempos debi de haber sido una hermosa y acogedora cocina. Justo en el
momento en que entraba en ella, Meagle vio cmo, en la pared que quedaba frente
a l, una puerta que pareca conducir a una habitacin contigua se cerraba
lentamente. Al ver aquello, cruz corriendo la estancia, asi el pomo y abri la
puerta de un violento tirn. Una fra rfaga de aire surgi entonces de all y apag
la vela de un golpe dejndole completamente paralizado de terror.

Barnes! grit Meagle. No tengas miedo! Slo slo soy yo


Meagle.

No hubo respuesta, as que Meagle no pudo hacer otra cosa que permanecer
all de pie, en medio de la oscuridad, sin poder apartar de su mente la escalofriante
idea de que algo extrao se hallaba a tan slo unos pasos de l vigilndole
atentamente. Entonces, de repente, las pisadas se dejaron or de nuevo, pero esta
vez sobre su cabeza.

Sin perder un solo instante, Meagle dio media vuelta, sali de la cocina y
recorri a tientas el pasillo. Sus ojos, que comenzaban a acostumbrarse a la falta de
luz, pronto empezaron a vislumbrar difusos perfiles en la oscuridad. Cuando la
negra mole de las escaleras apareci por fin ante l, Meagle comenz a subirlas
muy despacio y procurando hacer el menor ruido posible.

Lleg al rellano del primer piso justo a tiempo de atisbar fugazmente una
figura que desapareci al doblar una esquina. Entonces, poniendo ms empeo
que nunca en no hacer ruido, sigui el sonido de aquellas pisadas hasta que stas
le condujeron hasta el ltimo piso. Una vez all, Meagle, envalentonado, decidi
abordar a su perseguido.

Barnes! susurr. Barnes!

Algo se movi en la oscuridad. De repente, un dbil rayo de luna que entr


tmidamente por un pequeo ventanuco redondo situado al extremo del pasillo
dej ver el borroso contorno de una figura que permaneca completamente
inmvil. En aquel momento, Meagle, en lugar de seguir avanzando, se detuvo en
seco mientras una horrible y repentina duda se iba abriendo paso en su cabeza.
Luego, sin poder apartar los ojos de aquella forma que tena delante, comenz a
retroceder lentamente. Entonces, al ver que la figura echaba a caminar a su vez
hacia l, Meagle, incapaz de contenerse por ms tiempo, profiri un estremecedor
alarido.

Barnes! Por el amor de Dios! Eres t?!

Aunque el eco de su voz se elev poderosamente en el aire haciendo vibrar


toda la casa, la siniestra figura que se acercaba cada vez ms hacia l apenas
pareci advertirlo. Vindose abocado a un fatal encuentro, Meagle hizo acopio de
todo el valor que le quedaba para enfrentarse a ella. Pero, en el ltimo momento,
tras reprimir un grito, opt por dar media vuelta y escapar corriendo.

Ante l, los pasillos parecieron transformarse de repente en un interminable


laberinto. A ciegas en la oscuridad, avanz describiendo una curva tras otra en un
vano intento por alcanzar las escaleras. Si tan slo tuviese tiempo de bajar por ellas
y llegar hasta la puerta principal

Sbitamente, se qued sin respiracin al or cmo las pisadas, que acababan


de reanudarse a sus espaldas, resonaban torpe y pesadamente por todo el pasillo,
buscndole. Tras detenerse en seco, permaneci de pie durante un momento,
aterrorizado y sin saber qu hacer, pero luego, reaccionando al or cmo las
pisadas se iban acercando cada vez ms, abri una puerta, entr en una pequea
habitacin y permaneci all, escondido, sin atreverse siquiera a pestaear. Una vez
que las pisadas pasaron de largo, sali de nuevo al pasillo y ech a correr en
direccin opuesta lo ms silenciosamente que pudo. Pero un momento ms tarde,
para su desesperacin, descubri que las pisadas trotaban nuevamente en pos de
l.

Cuando por fin encontr el pasillo principal, ech a correr por l a todo lo
que daban sus piernas, convencido de que las escaleras por las que haba subido se
hallaban en el extremo opuesto del mismo. Cuando, por fortuna, las alcanz,
comenz a bajar por ellas a toda velocidad con las pisadas resonando cada vez ms
cerca de l. Al darse cuenta de que stas, irremisiblemente, le iban ganando
terreno, Meagle, sin dejar en ningn momento de correr, decidi echarse a un lado
para esquivar a su perseguidor. Pero al hacerlo perdi pie de repente y, sin poder
evitarlo, cay hacia adelante.

Cuando por fin se hizo de da, Lester abri los ojos y vio que la luz del sol
inundaba de lleno la habitacin. A su lado, White, sentado en silencio sobre el
suelo, observaba con expresin de perplejidad una enorme ampolla que le haba
salido en un dedo.
Dnde estn los dems? pregunt Lester.

No lo s. Se habrn ido respondi White. Nosotros dos debimos de


quedarnos dormidos sin darnos cuenta.

Lester se puso en pie y, tras estirar sus agarrotados miembros y sacudirse el


polvo que cubra sus ropas, sali al pasillo con White pegado a sus talones. Con el
ruido de sus pasos, una figura que, a juzgar por su postura, pareca haber pasado
la noche entera tumbada sobre el suelo del extremo opuesto del corredor, se
incorpor de repente y se qued mirndoles. Era Barnes.

Vaya Creo que me qued dormido dijo con expresin de sorpresa.


Slo que no recuerdo haber salido de la habitacin. Cmo demonios he venido a
parar aqu afuera?

T sabrs De todas formas, menudo lugar para echar un sueecito


repuso Lester, muy serio, sealando con la mano el lugar donde la barandilla se
encontraba rota. Mira a tu derecha. Un metro ms all y esta maana te
hubiramos encontrado aplastado contra el piso de abajo.

Dicho lo cual, se acerc hasta el hueco abierto en la barandilla para asomarse


por el borde de aquel pequeo abismo. Pero cuando, tras el primer vistazo, solt
un grito desgarrador, los otros acudieron corriendo a su lado para averiguar qu le
haba asustado tanto.

All abajo, sobre el sucio y polvoriento entarimado del piso inferior, yaca el
cuerpo sin vida de Meagle.
JERRY BUNDLER

(Jerry Bundler, 1897)

Aunque todava faltaban unos cuantos das para Navidad, el mercado dela
pequea poblacin de Torchester llevaba ya tiempo realizando grandes
preparativos. Aquella noche en concreto, las estrechas calles que haca tan slo
unas horas se haban visto convertidas en un autntico hervidero de gente se
hallaban ya prcticamente desiertas. De pie junto a sus tenderetes, los vendedores
ambulantes que se haban acercado hasta all desde Londres apagaban sus
lmparas con las escasas energas que an les quedaban despus de una dura
jornada de trabajo mientras, a su alrededor, las ltimas tiendas que an
permanecan abiertas se preparaban para cerrar.

En el interior de la acogedora sala de estar de La Cabeza de Jabal, la vieja


posada del lugar, media docena de huspedes, casi todos ellos comerciantes de
paso, se hallaban sentados frente a la chimenea charlando animadamente. La
conversacin, que haba comenzado versando sobre comercio, haba ido derivando
poco a poco hacia cuestiones tales como poltica, religin, y as sucesivamente a lo
largo de muchos otros temas hasta acabar desembocando en lo sobrenatural. Tres
historias de fantasmas, de las cuales se haba asegurado que resultaban infalibles a
la hora de ponerle los pelos de punta a cualquiera, haban pasado sin pena ni
gloria entre los presentes, lo cual quiz se debiese tanto al exceso de ruido que
llegaba desde la calle como a la desbordante luz que reinaba en el interior. No
obstante, cuando le lleg el turno a la cuarta historia, qued ms que demostrado
que su narrador era un autntico experto a la hora de asustar a sus oyentes. Claro
que en eso quiz llegase a influir, por un lado, el hecho de que para entonces las
calles se hallasen ya sumidas en un ms que absoluto silencio, y, por otro, el que el
narrador se hubiese tomado la molestia de apagar las luces.

A la temblorosa luz del fuego, cuyo resplandor se reflejaba sobre los cristales
de las ventanas y danzaba con las sombras que se proyectaban sobre las paredes, la
historia en cuestin demostr ser tan inquietante que George, el camarero, cuya
presencia haba sido prcticamente olvidada, les dio un enorme susto a todos los
presentes cuando, en un momento dado, surgi sbitamente de entre las sombras
de un oscuro rincn y, aterrado, sali de la estancia sin pronunciar palabra.
Eso es lo que yo llamo una buena historia dijo uno de los oyentes
tomando un sorbo de su whisky caliente. Desde luego, ni que decir tiene que esa
idea de que a los espritus les gusta entrar en contacto con los vivos es algo que
viene de antiguo. Un hombre que conoc hace tiempo me cont que en cierta
ocasin viaj en tren en compaa de un fantasma, y que en ningn momento se le
ocurri sospechar lo ms mnimo hasta que apareci el revisor para pedirles a
ambos que le enseasen sus billetes. Segn aquel tipo, la manera en que aquel
fantasma intent mantener en todo momento las apariencias registrndose uno a
uno los bolsillos y mirando el suelo del compartimento en busca de un billete que
nunca haba tenido result verdaderamente conmovedora. As estuvo un buen rato
hasta que, finalmente, dndose por vencido, el pobre fantasma pareci disolverse
en el aire y, con un dbil lamento, desapareci por un respiradero.

Ya est bien de tonteras, Hirst dijo alguien.

Les aseguro que las historias como esta que acabamos de escuchar no son
precisamente tonteras intervino entonces un anciano caballero que hasta aquel
momento se haba limitado a escuchar con atencin cuanto all se deca. Yo
nunca he visto una aparicin con mis propios ojos, pero conozco a gente que s ha
tenido esa oportunidad, y considero que todo ese universo poblado por fantasmas
y aparecidos constituye un puente de unin entre nosotros y el otro mundo que
conviene tener muy en cuenta. A propsito de todo esto, saban ustedes que hay
una historia de fantasmas relacionada precisamente con esta casa?

En serio? Qu curioso! Nunca la he odo contar dijo otro de los


presentes. Y eso que hace aos que vengo por aqu.

La historia en cuestin se remonta a hace mucho, mucho tiempo


continu diciendo aquel anciano caballero. George aadi al ver entrar en la
estancia al camarero, has odo hablar alguna vez del fantasma de Jerry Bundler?

Bueno Tan slo en alguna que otra ocasin, seor, aunque reconozco
que nunca le he prestado demasiada atencin a esas cosas respondi George.
No obstante, recuerdo que una vez estuvo trabajando aqu un tipo que deca
haberlo visto. Ms le hubiera valido mantener la boca cerrada, porque cuando el
patrn se enter de que se dedicaba a espantar a la clientela contndoles a todos lo
del fantasma de ese tal Bundler, no se lo pens dos veces a la hora de ponerle de
patitas en la calle.

Mi padre, que era oriundo de esta ciudad prosigui el anciano caballero


, conoca la historia muy bien. Era un hombre profundamente religioso que
jams falt a la verdad. Pues bien: una vez le o decir que haba visto el fantasma
de Jerry Bundler en esta casa.

Y quin era ese tal Bundler? pregunt una voz.

Un ladrn, un maleante, un atracador y muchas otras cosas siempre que


stas le permitiesen poner en prctica sus malas artes contest el anciano
caballero. Estuvo algn tiempo residiendo aqu, en esta casa, hasta que, por fin,
precisamente durante las Navidades de har ahora unos ochenta aos, la polica
dio con l.

Aquella noche, tras cenar por ltima vez en esta misma estancia, Jerry se
retir tranquilamente a su habitacin. Poco despus, un par de policas que venan
siguindole la pista desde Londres pero que haban acabado perdindole el rastro
temporalmente, aparecieron por aqu, subieron al piso de arriba en compaa del
casero y probaron la puerta. Como sta estaba hecha de madera de roble maciza y
adems se encontraba firmemente cerrada, uno de los policas sali al patio y, con
la ayuda de una escalera, subi hasta el alfizar de la ventana mientras los otros
permanecan en el interior de la casa. Quienes se encontraban en aquel momento
en el patio vieron cmo el agente se agazapaba sobre el alfizar como un felino.
Luego, de repente, oyeron un ruido de cristales rotos y, justo a continuacin,
pudieron ver cmo el polica, con un espantoso alarido, caa desde la ventana y se
estrellaba contra el pavimento. Desde donde estaban, los presentes vieron tambin
cmo el criminal, mortalmente plido a la luz la luna, asomaba la cabeza por el
vano para echar un vistazo. Nada ms verlo, algunos de ellos se precipitaron al
interior de la casa para ayudar al otro polica a echar la puerta abajo. Pero incluso
entonces, contando con la ayuda de refuerzos, la tarea no result nada fcil, pues la
puerta se hallaba atrancada con los muebles ms pesados que haba en la
habitacin. Finalmente, cuando tras muchos esfuerzos pudieron acceder al interior,
lo primero que vieron quienes all entraron fue el cuerpo de Jerry Bundler
colgando del dosel de la cama. Se haba ahorcado con su propio pauelo.

En qu habitacin ocurri eso? preguntaron al unsono dos o tres


voces.

El narrador sacudi la cabeza con fuerza.

No podra decirles, caballeros. Pero lo que la historia s dice es que Jerry


todava ronda por esta casa. Mi padre sola aseverar de manera tajante que la
ltima vez que durmi aqu el fantasma de Jerry Bundler descendi sobre l desde
el dosel de su cama e intent estrangularle.

Ya basta, por favor! dijo una voz cargada de inquietud. Ojal se le


hubiese ocurrido a usted preguntarle a su padre en qu habitacin sucedi todo
eso.

Y para qu? pregunt el anciano caballero.

Pues para cuidarme mucho de dormir en ella. Le parece poco? se


apresur a responder aquella voz.

Si quieren ustedes que les d mi opinin, yo no creo que haya nada que
temer repuso el anciano caballero. A m nunca se me ocurrira pensar que los
fantasmas pueden llegar realmente a hacerle dao a nadie. De hecho, mi padre
sola decir que lo nico que le asust en aquella ocasin fue lo desagradable de la
experiencia, pues, a efectos prcticos, los dedos de Jerry, para el dao que le
hicieron, podan muy bien haber estado hechos de algodn.

A m todo eso me parece muy bien, caballeros. Pero ahora escchenme


todos ustedes con atencin dijo el hombre que haba hablado en ltimo lugar.
Una cosa es un cuento de fantasmas y otra muy distinta que alguien asegure que
hay un fantasma suelto en la misma casa en la que uno se dispone a pasar la noche.
Esto ltimo, seores, yo lo considero impropio de un caballero.

Bah! Tonteras! dijo el anciano ponindose en pie. Los fantasmas no


pueden hacerle dao a nadie. Por lo que a m respecta, no saben cunto me
gustara ver uno con mis propios ojos. Y ahora, caballeros, les ruego que me
disculpen. Ya va siendo hora de que este pobre viejo se vaya a dormir. Buenas
noches.

Buenas noches respondieron los dems.

Tan slo espero que Jerry se digne a hacerle una visita esta misma noche
aadi el nervioso interlocutor mientras la puerta se cerraba tras el anciano
caballero.

Trae algo ms de whisky, George dijo un comerciante alto y corpulento


. Cuando la conversacin toma estos derroteros necesito mantener los nimos
bien altos.
Quiere usted que encienda las luces, seor Malcolm? pregunt George.

No es necesario, gracias. El fuego resulta por s solo de lo ms acogedor


respondi el viajero. Muy bien, caballeros, y ahora dganme: alguno de ustedes
conoce alguna otra historia?

Por lo que a m respecta, creo que por esta noche ya hemos tenido ms que
suficiente dijo alguien. Si seguimos as vamos a acabar viendo fantasmas por
todas partes. Y creo que ninguno de nosotros est muy de acuerdo con el caballero
que se acaba de marchar en que los fantasmas sean precisamente seres inofensivos.

El muy farsante! dijo Hirst. Ya me gustara a m ponerle a prueba.


Por cierto, ahora que caigo: por qu no hacemos una cosa? Por qu no me
disfrazo de Jerry Bundler, me acerco hasta su habitacin y le doy una oportunidad
para que nos demuestre a todos lo valiente que es?

Bravo, Hirst! exclam Malcolm ahogando con su voz ronca y profunda


dos o tres dbiles noes. Hagmoslo aunque slo sea para rernos un rato.

No, no! Ni hablar, Hirst! Olvidmonos del asunto intervino alguien.

Slo sera para divertirnos un rato insisti Hirst, que comenzaba a


entusiasmarse de veras con la idea. Arriba, en mi cuarto, tengo unas cuantas
cosas que pienso ponerme para actuar en Los rivales, mi prxima representacin:
calzones, hebillas y todo ese tipo de cosas. Pocas oportunidades hay como sta
para gastar una buena broma. Si son ustedes tan amables de esperarme aqu unos
minutos les dedicar una funcin completa de lo que podramos titular Jerry
Bundler o El estrangulador nocturno.

No ser usted capaz de asustarnos dijo el comerciante soltando una


brusca carcajada.

Quin sabe? repuso Hirst con severidad. Eso es slo cuestin de


saber actuar. Ni ms ni menos. Aunque, si quieren que les hable con sinceridad, les
advierto que soy bastante bueno como actor. No es cierto, Somers?

Bueno digamos que para no ser ms que un simple aficionado no acta


usted nada mal respondi su amigo echndose a rer.

Le apuesto un soberano de oro a que no es usted capaz de asustarme


propuso el corpulento viajero.
Trato hecho! convino Hirst. Primero le asustar a usted y luego me
encargar de ese anciano caballero. Estos seores aqu presentes sern jueces y
testigos.

No ser usted capaz de asustarnos, Hirst dijo alguien. Nosotros


estamos sobre aviso. En cuanto a ese anciano, mejor ser que no le moleste.
Gastarle una broma como sa a un hombre de su edad podra resultar peligroso.

Muy bien. En ese caso lo intentar primero con ustedes dijo Hirst
ponindose en pie de un salto. Pero recuerden: nada de encender las luces.

Dicho lo cual ech a correr escaleras arriba en direccin a su habitacin


dejando a los dems huspedes, la mayora de los cuales llevaban ya rato bebiendo
de manera algo descontrolada, enzarzados en una ruidosa discusin sobre cules
seran las acciones que aquel audaz personaje se dispondra a llevar a cabo para
asustarles. As permanecieron hasta que, finalmente, dos de los contertulios
decidieron marcharse a dormir.

A Hirst le vuelve loco actuar dijo Somers encendiendo su pipa una vez
que los nimos se hubieron calmado un poco. Se cree capaz de imitar a casi todo
ser viviente. Claro que eso a nosotros no debe preocuparnos, pero en lo que se
refiere a nuestro anciano caballero, no estoy dispuesto a consentir que se acerque a
l. De todas formas, mientras siga teniendo la oportunidad de actuar en exclusiva
para nosotros no creo que nos cueste mucho trabajo convencerle de que deje a ese
anciano en paz.

Bueno, tan slo espero que no tarde mucho en aparecer dijo Malcolm
reprimiendo un bostezo. Ya son ms de las doce.

Transcurri todava media hora ms. Malcolm, que unos momentos antes se
haba sacado el reloj del bolsillo, se hallaba ocupado dndole cuerda cuando
George, el camarero, que se haba acercado un momento al bar para recoger
algunas cosas, irrumpi inesperadamente en la habitacin y se acerc a ellos presa
de una gran excitacin.

Ah viene, seores! logr decir, casi sin aliento.

Vaya! Te ocurre algo, George? No estars asustado, verdad? pregunt


el corpulento comerciante soltando una risita.

Oh, no, seor. Claro que no. Si estoy algo nervioso no es ni mucho menos
a causa del miedo, sino de la sorpresa respondi George con timidez. No
esperaba encontrrmelo precisamente en el bar. All apenas hay luz y no se ve
prcticamente nada. Y como l se hallaba sentado en el suelo, justo detrs de la
barra, a punto he estado de pisarle.

George, si sigues asustndote de cualquier cosa nunca logrars hacerte un


hombre de verdad dijo Malcolm riendo.

Ya le he dicho que me cogi completamente desprevenido, seor repuso


el camarero. No quiero decir con eso que si hubiese sabido de antemano que l
estaba all me hubiese atrevido a ir al bar yo solo. Nada ms lejos de mi intencin.
Pero, si me permiten que les diga lo que pienso, estoy convencido de que ninguno
de ustedes se hubiera atrevido tampoco a acercarse a solas por all.

Cmo que no? dijo Malcolm. Ahora mismo voy en busca de ese

No sabe usted lo que va a hacer, seor se apresur a decir George


cogiendo a Malcolm de un brazo. Slo mirarle pone los pelos de punta, se lo
aseguro. Tiene Dios mo! Qu ha sido eso?

Todos los presentes dieron un respingo cuando un grito ahogado


procedente de las escaleras y un ruido de pasos apresurados que se acercaban
corriendo por el pasillo resonaron por toda la casa. Antes de que nadie tuviese
tiempo de pronunciar una sola palabra, la puerta se abri de repente y una alocada
figura irrumpi en la habitacin y se acerc a ellos jadeando.

Qu pasa? Qu es lo que ocurre? pregunt Malcolm acercndose al


recin llegado. Vaya! Pero si es el seor Hirst!

Cogiendo a ste por el cuello, Malcolm lo zarande con violencia y a


continuacin le acerc su vaso a los labios. Tras beber con avidez, Hirst aspir una
buena bocanada de aire y se aferr a Malcolm con fuerza.

Enciende la luz, George orden el comerciante.

El camarero obedeci de inmediato. Hirst, ataviado con un penoso y ridculo


disfraz compuesto por unos calzones, un abrigo rado y una enorme peluca mal
puesta, y con la cara convertida en una confusa mancha de maquillaje, apareci
tembloroso ante los ojos de todos los presentes.

Muy bien dijo entonces Malcolm. Ahora dganos, Hirst: qu es lo que


ocurre?

Lo he visto! dijo Hirst, histrico, incapaz de reprimir un sollozo. Oh,


Dios mo! Nunca ms volver a gastarle una broma a nadie! Nunca! Lo juro!

Qu es lo que ha visto? preguntaron los otros.

El fantasma! El fantasma o lo que quiera que fuese aquella cosa!


respondi Hirst, fuera de s.

Tonteras! exclam Malcolm, algo nervioso.

Yo estaba bajando las escaleras explic Hirst. Iba dando pequeos


saltitos, tal y como se supone que deben avanzar los fantasmas, cuando, de
improviso, sent cmo alguien me tocaba ligeramente en el hombro y

De repente, dando un violento respingo, guard silencio y se acerc a la


puerta entreabierta para escudriar la impenetrable oscuridad que reinaba en el
pasillo.

Por un momento me pareci haberlo visto otra vez susurr al cabo de


unos segundos. Miren all, al pie de las escaleras. No ven algo?

No, all no hay nada respondi Malcolm, quien no pudo evitar que su
propia voz temblase ligeramente. Contine con lo que nos estaba contando.
Sinti usted cmo alguien le tocaba ligeramente en el hombro y

Me di la vuelta. Fue entonces cuando vi aquel rostro tan plido y


espantoso en el que brillaba una expresin de maldad verdaderamente
indescriptible. Brrr!

Eso mismo fue lo que yo vi antes en el bar dijo George. Era horrible, y
tena un aspecto realmente diablico.

Hirst se estremeci y, sin soltar en ningn momento el brazo de Malcolm, se


dej caer pesadamente en una silla.

Esto es demasiado dijo entonces Malcolm, atnito, volvindose hacia los


dems. sta es la ltima vez que piso esta casa.

Yo pienso marcharme maana mismo dijo George. No entrara otra


vez solo en ese bar ni por todo el oro del mundo.

La culpa de todo esto la tiene la conversacin que hemos mantenido antes


dijo alguien. Hemos estado tanto tiempo hablando sobre este tipo de cosas que
hemos acabado obsesionndonos con la idea. Casi podra decirse que hemos
participado sin saberlo en una sesin de espiritismo.

Maldito sea ese viejo! Y malditas sean todas sus historias de fantasmas!
exclam Malcolm, incapaz de contenerse. Demonios! Yo ya estoy empezando
a ponerme realmente nervioso. Incluso me asusta la idea de tener que subir a mi
cuarto para acostarme. Estn seguros los dos de que vieron la misma cosa?
aadi mirando alternativamente a Hirst y a George.

Le aseguro que lo vi tan claramente como le estoy viendo a usted en este


momento, seor dijo George, muy serio. Si se asoma usted al pasillo quizs
est todava a tiempo de verlo con sus propios ojos.

Sin poder evitarlo, todos los presentes se giraron a un tiempo para mirar
nerviosamente por la puerta entreabierta. Aunque nadie lleg a ver nada en las
densas tinieblas que invadan el pasillo, uno de ellos crey advertir el contorno de
una cabeza que atisbaba desde un oscuro recodo.

Quin va a ir ahora al bar? dijo Malcolm mirando a su alrededor.

Si tan importante es para usted que alguien vaya al bar, por qu no va


usted mismo? dijo alguien soltando una ligera risita. Nosotros le esperaremos
aqu.

Sin pensrselo dos veces, el robusto comerciante ech a andar hacia la


puerta, sali por ella, dio unas cuantas zancadas por el pasillo y, de repente, se
detuvo. Tras unos cuantos segundos de indecisin, reanud la marcha y avanz
lentamente en medio de un sobrecogedor silencio hasta que, al llegar al extremo
opuesto del corredor, contempl atemorizado la mampara de cristal que separaba
el bar del resto de la casa. Hasta en tres ocasiones hizo un amago de entrar all,
pero, finalmente, opt por dar media vuelta y, sin dejar en ningn momento de
mirar por encima del hombro, regres corriendo a la sala de estar.

Ha llegado usted a verlo, seor? le pregunt George con la voz


reducida a un susurro.

No lo s respondi Malcolm. Me ha parecido ver algo, pero quiz no


haya sido ms que un efecto de mi imaginacin. Tal y como me encuentro en este
preciso instante, sera capaz de ver cualquier cosa. Y usted, Hirst? Cmo se
encuentra?

Algo mejor, gracias respondi Hirst con brusquedad mientras todos los
presentes se volvan para clavar sus ojos en l. Sin duda alguna estar usted
pensando que soy un tipo que se asusta con facilidad, no es cierto? Si hubiese
visto usted lo mismo que yo

No diga eso, Hirst. Le aseguro que yo no repuso Malcolm dejando, a


pesar de s mismo, que una leve sonrisa aflorase a sus labios.

Me voy a la cama! anunci Hirst, muy ofendido, al ver aquella sonrisa


. Somers, tendra usted inconveniente en compartir la habitacin conmigo por
esta noche?

Ser un placer, amigo mo respondi el interpelado. Siempre y


cuando no le importe dejar la luz encendida durante toda la noche.

Dicho lo cual, Somers se levant de su asiento y, tras darle las buenas noches
a la concurrencia, sali de la estancia en compaa de su desquiciado amigo. Los
dems se quedaron junto a la puerta mirando cmo los dos avanzaban por el
pasillo hasta llegar al pie de las escaleras. Luego, cuando oyeron la puerta de la
habitacin cerrarse en el piso de arriba, todos regresaron al interior de la sala de
estar.

Bueno, supongo que con esto la apuesta queda anulada, no es cierto?


dijo el comerciante sentndose frente a la chimenea para atizar el fuego. No
obstante, segn yo veo las cosas, no hay duda de que fui yo quien la gan. Nunca
antes haba visto a un hombre tan asustado. Qu curioso, no les parece, seores?
No deja de haber algo de irnica justicia en todo ello.

Olvidmonos de justicias y de ironas dijo uno de los presentes.


Quin de ustedes quiere compartir mi habitacin conmigo por esta noche?

Yo mismo, si no le importa se ofreci Malcolm afablemente.

Eso nos deja solamente a usted y a m, Mr. Leek. Los dos tendremos que
compartir habitacin dijo un tercero dirigindose al cuarto.

No, muchas gracias. Prefiero dormir solo respondi este ltimo con
cierta brusquedad. Yo no creo en fantasmas, pero si a pesar de todo alguno se
atreve a entrar en mi habitacin, no dudar ni un segundo en pegarle un tiro.

Las balas resultan completamente intiles contra los espritus, Leek dijo
Malcolm de manera tajante.

Pero al menos el ruido del disparo me har compaa repuso Leek. Y


tambin servir para despertar a toda la casa. No obstante, caballero aadi con
una burlona sonrisa mientras se volva hacia el hombre que acababa de sugerirle
que compartiese con l su habitacin, si le preocupa a usted el hecho de tener
que dormir solo esta noche, estoy seguro de que George estar encantado de
dormir en su alcoba aunque para ello tenga que acostarse sobre la alfombra.

No tenga usted la menor duda, seor asegur George con entusiasmo


. Y si todos ustedes, caballeros, no tienen inconveniente en acompaarme hasta
el bar para que pueda apagar las luces, les estar eternamente agradecido.

Todos ellos, a excepcin de Leek, salieron juntos de la habitacin sin dejar en


ningn momento de atisbar detenidamente a su alrededor conforme avanzaban
por el pasillo. Tan pronto como llegaron al bar, George apag las luces, hecho lo
cual todos regresaron sin contratiempos a la sala de estar. Una vez all, tras unos
minutos intentando hacer caso omiso de la sardnica sonrisa que poda verse
dibujada en los labios de Leek, todos los presentes decidieron irse a dormir.

Dame la vela, George. Yo la sostendr mientras t apagas las luces dijo


Malcolm.

El camarero, complaciente, obedeci. Pero no haba hecho ms que cortar el


gas cuando, de repente, todos pudieron or con claridad unos pasos que, tras
avanzar pesadamente por el pasillo, parecieron detenerse justo al otro lado de la
puerta. Conteniendo la respiracin, todos vieron cmo, con un suave crujido, la
puerta comenzaba a abrirse lentamente. Malcolm, con la boca abierta por el
asombro, retrocedi asustado cuando, un segundo ms tarde, un rostro plido y
demacrado en cuyos ojos hundidos brillaba una diablica expresin de maldad
apareci sbitamente ante ellos.

Durante unos segundos la criatura se limit a permanecer all, junto al


marco de la puerta, contemplndolos a todos sin dejar de parpadear, como si la luz
de la vela le hiciese dao en los ojos. Luego, avanzando con sumo sigilo, se adentr
ligeramente en la habitacin y se qued all de pie con expresin de desconcierto.
Ninguno de los presentes habl o se movi, pero todos ellos observaron con
horrible fascinacin cmo aquella criatura se quitaba lentamente el sucio pauelo
que llevaba puesto alrededor del cuello y cmo a continuacin su cabeza se
desplomaba sobre uno de sus hombros como si tuviese el cuello partido en dos.
Durante un largo minuto continu todava all, mirndolos, pero luego,
reaccionando de repente, avanz hacia Malcolm levantando ante s su andrajoso
pauelo.

La vela se apag de repente. Una detonacin y un fogonazo inundaron a un


tiempo la habitacin. Un penetrante olor a plvora se extendi en pocos segundos
por todas partes y algo se retorci sobre el suelo en medio dela oscuridad. Una tos
dbil y ahogada se dej or un par de veces y a continuacin un pesado silencio se
apoder de toda la estancia.

Malcolm fue el primero en hablar.

Que alguien encienda una cerilla, rpido! dijo con una voz que no
pareca la suya.

George, siempre servicial, encendi una, se acerc de un salto hasta la


lmpara de gas y aplic a sta la llama. A la clida luz del gas, Malcolm se acerc al
bulto que se hallaba acurrucado sobre el suelo, lo toc con el pie y abog una
exclamacin de sorpresa al encontrarlo perfectamente slido y tangible. Levant
entonces la vista y mir desconcertado a sus compaeros, los cuales le devolvieron
la mirada al tiempo que farfullaban todo tipo de preguntas.

Tras negar con fuerza con la cabeza como para apartar de s un mal
pensamiento, Malcolm encendi la vela, se puso de rodillas junto a aquel bulto y lo
examin de cerca. Luego, visiblemente alarmado, se levant bruscamente, cogi
una jarra, empap su pauelo en el agua que sta contena y, tras agacharse de
nuevo, comenz a restregar con l el plido rostro que tena delante. Unos
segundos ms tarde, con un espeluznante alarido de terror, retrocedi de un salto
sin dejar de sealar con el dedo el rostro que su pauelo mojado acababa de dejar
al descubierto. Leek, sintiendo cmo la pistola se le escapaba de entre los dedos, se
cubri la cara con las manos mientras los dems se quedaban mirando como
hechizados el rostro sin vida de Hirst.

Antes de que ninguno de los presentes acertase a pronunciar una sola


palabra, la puerta se abri y Somers, quien haba acudido hasta all atrado por el
ruido del disparo, entr apresuradamente en la habitacin. Cuando se detuvo
junto a los all reunidos, sus ojos se posaron automticamente sobre el cadver que
yaca acurrucado sobre el suelo.

Dios mo! exclam. Dios mo! No me digan que

Nadie os pronunciar una sola palabra.

Le dije que no lo hiciera gimi Somers con la voz entrecortada. Le


dije que no lo hiciera Le dije que

Con el rostro cubierto de lgrimas, se apoy contra la pared, extendi


dbilmente los brazos hacia adelante y a continuacin cay desmayado en los
brazos de Malcolm.
CUIDANDO DEL PRJIMO

(His Brothers Keeper, 1922)

Plido y aturdido, Anthony Keller sali tambalendose al pequeo vestbulo


y cerr la puerta del estudio tras de s sin hacer ruido. Tan slo media hora antes
haba entrado all en compaa de Henry Martle. Y ahora Martle nunca saldra por
aquella puerta a menos que alguien se encargase de sacarlo.

Sigilosamente, Keller sac su reloj y se lo volvi a guardar sin tan siquiera


echarle una ojeada. Luego, dejndose caer pesadamente sobre una silla, esper a
que sus piernas dejasen de temblar y se oblig a s mismo a pensar. Al otro lado de
la puerta el reloj del estudio dio las nueve, lo cual quera decir que dispona tan
slo de diez horas antes de que la mujer que se encargaba de realizar las tareas
domsticas en su pequea casita llegase para comenzar su trabajo de todos los
das.

Slo diez horas! Su cabeza, obsesionada con la idea, se negaba


terminantemente a obedecer. Haba tanto que hacer y tanto en que pensar Santo
Dios! Si tan siquiera pudiese retroceder diez minutos en el tiempo y actuar de
manera diferente a como lo haba hecho Si al menos a Martle no se le hubiese
ocurrido mencionar que aquella visita suya haba sido algo imprevisto, algo que
haba decidido hacer sobre la marcha, y que nadie tena la menor idea de que l se
encontraba all en ese momento

Ponindose por fin en marcha, entr en la sala de estar, se acerc al aparador


y, de un solo trago, se bebi medio vaso de whisky. Luego, una vez hubo bajado el
vaso y echado un vistazo a su alrededor, le pareci completamente inconcebible
que aquella casa pudiese seguir siendo la misma de siempre. Y no obstante, su
pequea pero acogedora sala de estar, con sus paredes cubiertas de grabados y
aguafuertes, y con el libro abierto sobre la mesa tal y como l lo haba dejado para
acudir a abrir la puerta cuando Martle hizo sonar la campana, as pareca
atestiguarlo. Tan grande era su turbacin que incluso crey or cmo alguien
llamaba nuevamente a su puerta, y que

De repente, el vaso vaco que an sostena en la mano se hizo aicos entre


sus dedos. Conteniendo un gemido, Keller abri mucho los ojos y se qued
momentneamente sin respiracin. Alguien estaba efectivamente llamando a la
puerta. Durante unos instantes, Keller no pudo hacer otra cosa que permanecer
inmvil donde estaba, temblando de pies a cabeza, pero luego, mientras se
limpiaba parte de la sangre que comenzaba a manar de su mano herida, se puso a
apartar los pedazos de cristal a un lado con el pie. Los golpes volvieron a sonar
entonces sobre la puerta, pero esta vez tan altos y apremiantes que por un horrible
momento a Keller le asalt el temor de que aquellos golpes tan violentos pudiesen
llegar a reanimar el cuerpo sin vida que yaca sobre el suelo de la habitacin
contigua. Finalmente, Keller fue hasta el vestbulo y abri la puerta. Sin esperar a
que le invitasen a pasar, un hombre bajo y grueso cruz el umbral con aire resuelto
y le salud dando muestras de una desbordante energa.

Ya iba siendo hora de que abrieses! Dnde te habas metido? Estaba


empezando a pensar que te haba ocurrido algo dijo jovialmente el recin
llegado. Qu tal ests, muchacho?

Disclpame por haber tardado tanto en abrir se excus Keller con voz
temblorosa. Es que me he cortado la mano con un vaso roto.

Vaya por Dios repuso su amigo echndole un rpido vistazo a la herida


. Lo que le hace falta a esa mano es un buen vendaje. Tienes por ah un pauelo
limpio?

Sin esperar respuesta, el recin llegado se acerc gilmente a la puerta del


estudio. Estaba a punto de empuar el picaporte cuando Keller, reaccionando tan
deprisa como le fue posible, se abalanz sobre l y lo apart de all de un poderoso
empujn.

Ah dentro no dijo sin detenerse a dar explicaciones. No abras esa


puerta.

Por qu? Qu demonios ocurre? pregunt el otro observando a Keller


con atencin.

Esa habitacin est ocupada respondi Keller entre dientes


sorprendindose a s mismo por la prontitud y el acierto de su respuesta. Hay
una persona ah dentro. Ven por aqu.

Cogiendo al recin llegado por el brazo, lo condujo a empujones hasta la sala


de estar y, una vez all, dejando a un lado todo tipo de contemplaciones, lo sent
literalmente en una silla.

Gracias, pero prefiero estar de pie repuso el otro con frialdad mientras
se levantaba. Si he decidido acercarme hasta aqu no ha sido con la intencin de
molestarte, sino para fumar tranquilamente una pipa contigo. No saba que ya
tuvieras visita. De todas formas, no te preocupes. No voy a comerme a tu visitante,
as que puedes respirar tranquilo. Y ahora, buenas noches.

Keller se limit a mirar a su amigo sin decir una sola palabra. Durante unos
segundos el otro le devolvi la mirada con expresin ceuda y severa, pero luego,
de repente, sus ojos centellearon y una sonrisa llena de picarda se dibuj en sus
labios.

Qu guardas en esa habitacin, Keller? pregunt con tono burln


mientras sealaba con un dedo hacia la puerta del estudio. Keller retrocedi un
paso.

Nada balbuce. Nada en realidad.

Claro, claro repuso el otro riendo. Est bien, como t quieras. No te


preocupes, bribn. No le dir a nadie una palabra de esto. Vosotros, los que
parecis ms formalitos, sois siempre los peores. Procura portarte bien en lo
sucesivo, de acuerdo?

Con aire divertido y desenfadado, le propin a Keller un fuerte codazo en


las costillas y sali de la estancia riendo entre dientes. Respirando con dificultad,
Keller lo sigui con la mirada hasta que lo vio salir por la puerta principal. Una vez
que su amigo se hubo marchado, l mismo fue hasta la puerta, la cerr
suavemente, ech los cerrojos y regres a toda prisa a la sala de estar.

Tras calmar sus alterados nervios tomando algo ms de whisky, se esforz


por reunir el valor suficiente para emprender la ardua tarea que todava tena por
delante. Tena que vencer tanto el miedo como el enorme peso de los
remordimientos. Tena que superar el pnico atroz que le inspiraba el cadver que
yaca en la habitacin de al lado. Y tena que esconderlo en un lugar en el que
nadie, absolutamente nadie, pudiese encontrarlo nunca. l, Anthony Keller, un
tipo tranquilo, un hombre normal y corriente que siempre haba disfrutado
llevando una vida normal y corriente, tena que hacer tal cosa.

El pequeo reloj del estudio dio las diez. Ya slo quedaban nueve horas. Con
paso suave y cauteloso, Keller abandon la sala de estar, sali de la casa por la
puerta trasera, fue hasta el cobertizo, abri la puerta del mismo y se asom al
interior. All dentro haba espacio de sobra para sus propsitos.

Sin molestarse en cerrar la puerta del cobertizo, regres a la casa y, al cabo


de unos segundos, se encontr nuevamente frente a la puerta del estudio. Por dos
veces asi el picaporte pero otras tantas veces lo solt, indeciso. Y si cuando
entrase all, pens, Martle se volva hacia l, abra los ojos y le miraba? Tras unos
momentos de vacilacin, aferr el picaporte con fuerza y abri la puerta de un
empelln.

Martle ni siquiera se movi. Permaneci tumbado sobre el suelo, inmvil,


callado e incluso con aspecto ligeramente complacido. Al verlo, Keller sinti una
repentina lstima por l, con lo que todos sus temores se esfumaron por completo.
No obstante, el miedo no tard en verse reemplazado por un profundo sentimiento
de envidia. Despus de todo, Martle haba acabado llevndose la mejor parte.
Nunca ms volvera a sentir sobre sus hombros el horrible peso de la existencia, y
nunca ms volveran a atormentarle la desesperacin y el miedo a lo desconocido.
Sin perder en ningn momento de vista el rostro plido y sin vida y la cabeza
aplastada a golpes que tena a sus pies, Keller pens fugazmente en todos los aos
de vida que l mismo tena an por delante. Claro que, por otra parte, quin
poda asegurar aquello? Y si lo que l daba por sentado que eran aos acababan
revelndose a la postre como unas pocas semanas? Ahogando una exclamacin de
angustia, sinti cmo la imperiosa necesidad de ponerse en marcha se apoderaba
nuevamente de l. As que, tras agarrar el cadver de Martle fuertemente por las
axilas, lo llev a rastras hasta el cobertizo.

Una vez dentro el cadver, cerr la puerta, ech la llave y se la guard en el


bolsillo. Acto seguido fue a la cocina, llen un cubo con agua y cogi varias toallas
de un armario. Su mano herida sangraba todava, pero a pesar de ello (o quiz
precisamente por ello) la contempl durante unos segundos con una especie de
maliciosa satisfaccin. Aquel corte que se haba hecho y la sangre que manaba de l
serviran para explicar ciertas cosas.

Fue un trabajo duro, pero, cuando por fin lo hubo terminado, Keller tom
asiento y se puso a pensar qu paso deba dar a continuacin. Tras unos pocos
minutos de descanso, se levant y comenz a registrar concienzudamente la
habitacin con la intencin de no pasar por alto ningn detalle, por pequeo que
fuese, que pudiese llegar a delatar cuanto haba sucedido all dentro.

Era ya casi medianoche, por lo que, a menos que quisiese acabar atrayendo
la atencin de cualquier polica que por casualidad pasase por all, comprendi
que no tena ms opcin que apagar o bajar hasta el mnimo las luces que tanta
compaa llevaban hacindole hasta aquel momento. Tras considerar la cuestin
durante unos segundos, decidi que lo mejor era apagarlas sin perder ms tiempo,
hecho lo cual, temblando a causa de la tensin acumulada a lo largo de las ltimas
horas, subi las escaleras camino de su habitacin.

El simple hecho de acostarse en la cama e intentar dormir se le antoj


completamente imposible, por lo que, tras bajar el gas hasta el mnimo, se dej caer
en una silla y, all sentado, esper a que se hiciese de da. Erguido y muy tieso en
su asiento, y con las manos fuertemente aferradas a los brazos de ste, escuch con
atencin cuanto alcanzaba a or a su alrededor. La casa, aun silenciosa, se hallaba
invadida por toda clase de sonidos apagados, crujidos misteriosos y susurros
furtivos. Y si, pens, el fantasma de Martle, resuelto a hacerle una visita, se
encontraba en aquellos momentos vagando por la casa en busca suya?

Incapaz de controlar sus desquiciados nervios, se levant y se puso a


caminar de un extremo a otro de la habitacin detenindose de vez en cuando para
escuchar. Ms de una vez le asalt la inquietante sensacin de que algo se mova a
tientas en la oscuridad reinante al otro lado de la puerta, e incluso en una ocasin,
al echarle a sta un rpido vistazo, le pareci advertir que el picaporte se mova.

Lentamente, mientras Keller ocupaba el tiempo alternando tensas esperas en


la silla con desquiciados paseos por la habitacin, las horas fueron pasando hasta
que, a lo lejos, el canto de un gallo taladr la oscuridad y, poco despus, el piar
ocasional de algn que otro pjaro anunci la inminente llegada del da.
II

Con la luz de la maana, Keller sinti cmo poco a poco iba recuperando
todo su valor, por lo que, tras desechar cualquier otro pensamiento de su cabeza, se
dedic a pensar exclusivamente en cul sera la mejor manera de escapar de las
consecuencias de su crimen. Primero rastre concienzudamente cada palmo del
estudio y del vestbulo. Luego sali al jardn y fue hasta el cobertizo, donde
procedi a examinar con detenimiento el exterior de las cuatro paredes hasta que
estuvo completamente seguro de que no haba en stas ningn agujero o grieta que
pudiese dejar su secreto a la vista de cualquier extrao. Despus recorri el jardn a
grandes zancadas y mir a su alrededor. La casa ms prxima quedaba a unos cien
metros, y al fondo del jardn los rboles, muy juntos los unos a los otros, formaban
una espesa cortina vegetal que protega el lugar de la mirada de los curiosos.

De repente, una poderosa idea se abri camino en su cabeza. Muy cerca de


la valla del jardn cavara una zanja no muy profunda sobre la cual construira una
especie de parterre a base de ladrillo, roca y tierra amontonada. Una vez hubiese
empezado a levantarlo, l, que afortunadamente no tena obligaciones que atender,
podra dedicarle todo su tiempo, con lo que, si la obra iba en efecto tan rpida
como l deseaba, cada da que pasase le hara sentirse ms y ms seguro. En cierta
manera, la idea de construir un parterre de tierra y roca dentro del jardn haca que
todo el asunto adquiriese una solidez y una consistencia que ninguna otra cosa
hubiese sido capaz de conferirle.

Para cuando Mrs. Howe, su asistenta, lleg, l ya se encontraba de nuevo en


el interior de la casa. Nada ms verla, le refiri en pocas palabras el accidente que
haba sufrido la noche anterior al cortarse la mano.

Yo mismo me encargue de limpiar la sangre. Lo hice lo mejor que pude


concluy.

Mrs. Howe asinti con la cabeza.

No se preocupe, Mr. Keller, que ya me encargar yo de dar una segunda


pasada mientras usted se toma tranquilamente su desayuno dijo la mujer.
Menos mal, seor, que no es usted de los que se desmayan en cuanto ven un poco
de sangre.

Poco despus Mrs. Howe entraba en el pequeo comedor con una bandeja
cargada de caf y beicon que dej sobre la mesa mirando a Keller con aire
complaciente. Mientras se beba el caf e intentaba probar bocado, el dueo de la
casa se dedic a escuchar atentamente cmo trabajaba la mujer en el estudio.
Finalmente, una vez saciado su escaso apetito, apart la bandeja, llen
generosamente su pipa, se recost en su silla y, entre calada y calada, se puso a
reflexionar.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos unos minutos ms tarde por Mrs.


Howe en persona, quien, inesperadamente, asom la cabeza por la puerta del
pequeo comedor para hacerle una pregunta que pareci nublarle la mente y a la
que tard algn tiempo en contestar.

Cmo dice? logr decir al fin.

La llave del cobertizo repiti la mujer mirndole con atencin. Me


hace falta. Hace un par de das, cuando me dijo usted que quera poner un poco de
orden all dentro, me pidi prestados un par de guardapolvos. No se acuerda?
Ahora necesito cogerlos.

Keller se palp los bolsillos una tras otro sin dejar de pensar ni un solo
instante.

Vaya! dijo al fin. Me temo que no recuerdo dnde la dej. Pero no se


preocupe, Mrs. Howe. En seguida me pongo a buscarla.

La mujer lade la cabeza y mir a Keller con atencin.

Le ocurre algo, Mr. Keller? No tiene usted muy buen aspecto esta
maana dijo con aire preocupado. Quiz la herida que se hizo usted anoche
sea ms grave de lo que parece.

Keller se oblig a sonrer mientras negaba suavemente con la cabeza. Luego,


una vez que la mujer se hubo ido, se arrellan, trabajosamente en su silla y se
esforz por controlar el sbito temblor que se haba apoderado de todo su cuerpo.

Durante largo rato se limit a permanecer sentado, sin atreverse apenas a


mover un solo msculo, escuchando con apata los movimientos de Mrs. Howe
mientras sta iba y vena por la casa. Tras unos minutos oyendo cmo la mujer
barra y fregaba los peldaos de la puerta trasera, lleg a sus odos un ruido spero
y ligeramente chirriante al que al principio no prest especial atencin. Pero justo a
continuacin oy un apagado tintineo metlico similar al que producen las llaves
al entrechocar entre s. Llaves!, exclam de repente para s.

Como si hubiese enloquecido sbitamente, Keller se puso en pie de un salto


y sali disparado hacia la puerta. Cuando sali al jardn vio que Mrs. Howe,
armada con un enorme manojo de llaves unidas entre s con un cordel, acababa de
introducir una de stas en la cerradura del cobertizo y pugnaba con todas sus
fuerzas por girarla, s

Alto! grit Keller al verla con un tono de voz capaz de asustar a


cualquiera. ALTO AH!

Acto seguido, ech a correr hacia Mrs. Howe. Cuando lleg junto a ella le
arrebat las llaves de un tirn y las lanz violentamente al extremo opuesto del
jardn. Luego se qued all de pie, sin ms, mirando a la mujer con expresin
aturdida y sin saber qu decir. Hasta que, de repente, el miedo que vio reflejado en
los desorbitados ojos de la asistenta le hizo recobrar el dominio de s mismo.

Si hace usted eso va a acabar estropeando la cerradura, Mrs. Howe


logr farfullar a manera de explicacin. Disclpeme si la he asustado. No era mi
intencin gritarle. Es que he pasado muy mala noche y apenas he podido pegar
ojo. Mucho me temo que ltimamente tengo los nervios algo alterados. El rostro de
la mujer, tenso y alerta hasta entonces, se relaj por fin y la mirada que haba en
sus ojos se suaviz.

Ya me di cuenta yo esta maana, nada ms verle, de que no era usted el


mismo de siempre, Mr. Keller coment.

Dicho lo cual la mujer dio media vuelta y regres lentamente al interior de la


casa. No obstante, si bien pareca encontrarse algo ms tranquila, Keller tuvo la
impresin de que, mientras cruzaba el umbral de la puerta trasera, volva
fugazmente la cabeza para dirigirle una extraa mirada cargada de curiosidad.

Aunque Mrs. Howe continu con sus quehaceres domsticos durante el


resto de la maana, lo cierto es que se comport todo el tiempo de manera muy
callada y retrada, e incluso en dos o tres ocasiones, tal cruzarse su mirada con la
de Keller, se apresur a desviarla nerviosamente, como presa de una extraa
turbacin. Finalmente, Keller, que hasta entonces haba estado demasiado
abstrado y preocupado como para razonar acertadamente sobre la actitud de la
mujer, cay en la cuenta de que la nica causa de aquella situacin tan tensa no
estaba sino en l mismo, y comprendi por fin que a lo largo de toda la maana su
propio comportamiento tanto dentro como fuera de la casa haba sido harto
extrao e inusual, sobre todo en lo que se refera al viejo cobertizo, de cuya puerta
apenas se separaba cada vez que a Mrs. Howe se le ocurra salir al jardn.

Para cuando lleg la hora de comer Keller haba recobrado ya el control de s


mismo. Tanto fue as que incluso abri una botella de cerveza y, tras felicitar
efusivamente a Mrs. Howe por lo bien que a sta le haban salido las chuletas de
cerdo, se puso a conversar animadamente con ella preguntndole por su marido e
interesndose por cmo le iba a ste en su interminable bsqueda de empleo,
actividad sta que pareca ser su nica ocupacin desde que los dos se casaran diez
aos atrs. Gracias a aquella conversacin, parte del miedo que poda apreciarse en
los ojos de la mujer acab desapareciendo. No obstante, cuando sta pudo al fin
abandonar la habitacin, lo hizo dando evidentes muestras de alivio, con lo que
Keller pudo darse cuenta de que an persista en ella cierta intranquilidad y
reticencia.

Despus de comer, Keller permaneci todava un rato en el comedor, lo cual


s que era en s mismo inusual. En dos o tres ocasiones se levant y, aunque con la
nica intencin de mantener las apariencias, pareci decidido a salir a la calle para
dar un paseo. Pero cada vez que eso ocurra el simple hecho de pensar que si se iba
dejara el cobertizo completamente desprotegido y sin vigilancia le haca cambiar
de opinin en el ltimo momento. Finalmente, merced a un enorme esfuerzo, hizo
acopio del coraje necesario para salir de la casa, ir hasta el fondo del jardn y dar
comienzo a su horripilante tarea.

Durante un buen rato cav afanosamente pero evitando en todo momento


darle al agujero una forma determinada que pudiese levantar sospechas en
cualquiera que por casualidad pasase por all y le viese trabajar. Como la tierra,
afortunadamente, era blanda, hizo grandes progresos a pesar de su mano herida y
de que cada cierto tiempo se detena para escuchar o para dirigir una escrutadora
mirada hacia el cobertizo.

Tras hacer un breve descanso para tomar el t, reanud su tarea hasta que, a
las siete de la tarde, Mrs. Howe le anunci que la cena estaba lista. El ejercicio fsico
le haba hecho mucho bien, por lo que poda llegar a decirse que su aspecto era casi
normal. En cuanto a Mrs. Howe, le habl brevemente del arduo trabajo que le
haba mantenido ocupado toda la tarde en el jardn y le pregunt dnde podra
encontrar las mejores plantas rupestres.

Cuando, algo ms tarde, tras recoger la mesa, Mrs. Howe se march a casa,
el miedo volvi a apoderarse nuevamente de l. La casa y el cobertizo se
convirtieron para l en lugares extraos e inhspitos que albergaban horrores que
quedaban ms all de toda descripcin. Y si, en el ltimo momento, pens, sus
nervios le traicionaban y era incapaz de abrir la puerta del cobertizo para
enfrentarse a lo que le esperaba dentro? Durante toda una angustiosa hora,
consumido por la desesperacin, recorri varias veces la casa de arriba abajo
esperando con impaciencia a que la tarde diese paso a la oscuridad.

La noche lleg por fin, con lo que Keller, luchando por alejar de s todos sus
miedos, sali al jardn, cogi una carretilla, recorri con ella la distancia que le
separaba del cobertizo y, una vez frente a la puerta de ste, se sac la llave del
bolsillo. No obstante, antes de abrir decidi acercarse a la verja del jardn para
comprobar si la calle se hallaba desierta. Una vez hecho esto, regres junto al
cobertizo, meti la llave cuidadosamente en la cerradura, abri la puerta y, a la
dbil y mortecina luz de un pequeo candil, contempl una vez ms el cuerpo sin
vida que haba llevado hasta all la noche anterior.

Con el odo siempre atento al ms ligero ruido, se acerc al cadver, lo cogi


por los hombros, lo sac a rastras del cobertizo y lo carg apresuradamente en la
carretilla. Luego, con el cuerpo (que para entonces estaba ya completamente
rgido) colocado en precario equilibrio sobre sta, y con el rostro del muerto vuelto
hacia arriba y mirndole directamente a los ojos, Keller, haciendo de tripas
corazn, agarr con fuerza la carretilla y, lenta y sigilosamente, llev a Martle hasta
el lugar que haba preparado expresamente para l.

Hasta que no hubo enterrado el cadver bajo un enorme montculo de tierra


y no hubo colocado sobre ste varias docenas de ladrillos y piedras que dejasen
bien claro que lo que se estaba construyendo all era un parterre y no una tumba,
Keller no se atrevi a separarse del lugar. Luego, caminando a paso muy lento, fue
hasta el cobertizo, lo cerr con llave y entr acto seguido en la casa. La manera en
que haba conseguido deshacerse del cadver le dio motivos de sobra para sentir
cierto alivio. Sin duda alguna, vivira lo suficiente como para arrepentirse de lo que
haba hecho, y, quizs, incluso para olvidarlo por completo.

Tras lavarse a conciencia en la pila de la cocina, se dispuso a irse a dormir.


No obstante, sintiendo un repentino temor de las sombras en las que se hallaba
envuelto el piso superior, decidi que lo mejor sera quedarse donde estaba. As
que, tras correr completamente las pesadas cortinas del comedor de tal manera que
desde el exterior no pudiese percibirse el menor atisbo de luz, se arrellan en un
cmodo y mullido silln y, echando mano de la botella de whisky, se puso a beber.
Al cabo de un rato, cuando los efectos del alcohol comenzaron a dejarse notar, sus
nervios se apaciguaron, su cuerpo se relaj y, finalmente, se sumi en un profundo
sueo.

III

Cuando se despert y vio que eran las seis, Keller se puso en pie
trabajosamente y, sin dejar de tambalearse, apag las luces y se acerc a la ventana
para descorrer las cortinas. Luego subi al piso de arriba, deshizo su cama y entr
en el cuarto de aseo. Un buen bao de agua fra, un afeitado y una muda de ropa
limpia le sentaron de maravilla. A continuacin abri puertas y ventanas y dej
que el aire limpio y fresco de la maana inundase toda la casa, aquella casa de la
que a partir de aquel da estaba condenado a no separarse jams, ya que durante su
ausencia a cualquiera se le poda ocurrir demostrarle que no comparta aquella
sbita aficin suya por los parterres.

A los ojos de Mrs. Howe, Keller pareca haber vuelto a ser el mismo de
siempre. La llave del cobertizo haba aparecido por fin y el dueo de la casa se
haba acercado a ella con una amplia sonrisa en el rostro para hacerle entrega de
sus preciosos guardapolvos, tras lo cual haba montado en su bicicleta y haba
salido en direccin al vivero ms cercano en busca de plantas y losas de piedra que
poder aadir a su parterre.

Conforme los das fueron transcurriendo, Keller no slo fue adquiriendo


ms y ms confianza en s mismo, sino que adems comenz a trabajar con menos
prisas y dedicndole cada vez ms tiempo a lo que haca, con lo que el parterre fue
creciendo tanto en tamao como en solidez. Cada piedra y cada planta que se
aada a ste pareca hacerlo ms seguro, ms inexpugnable, ms capaz de guardar
secretos. En cuanto a Keller, disfrutaba de un apetito envidiable y, para su propia
sorpresa, conciliaba el sueo sin ninguna dificultad. Sin embargo, debe decirse, en
honor a la verdad, que no todo era un camino de rosas. Cada maana, nada ms
levantarse, una turbia sombra de desesperacin pareca abatirse sobre l.

Con el tiempo, lleg un momento en que cada da resultaba menos


apetecible trabajar en el jardn. En cuanto a su adorada casa, sta, que haba sido
siempre su mayor disfrute, haba acabado convirtindose en una especie de prisin
en cuyo interior estaba obligado a cumplir una sentencia de por vida. No poda ni
venderla ni alquilarla, pues a los nuevos inquilinos poda muy bien ocurrrseles
hacer obras en el jardn y empezar a cavar. Desde aquella fatdica tarde en el
estudio no se haba atrevido a abrir un solo peridico por temor a leer alguna
noticia referente a la desaparicin de Martle, y en todo aquel tiempo no haba
hablado con ningn amigo o conocido que pudiera haberle informado al respecto.

Por lo que se refera al propio Martle, ste pareca hallarse bastante


tranquilo. No haba el menor rastro de sombras extraas en la casa, ni ruidos
sospechosos a deshora, ni formas oscuras merodeando de noche por el jardn, Los
recuerdos eran lo nico que le acosaban, y con ellos ya era ms que suficiente.

Pero entonces, una noche, lleg el sueo, un sueo tan confuso y grotesco
que, ms que sueo, fue una autntica pesadilla. En l, Keller se vio a s mismo en
el jardn, de pie junto a su parterre, a la clida luz del atardecer, cuando de repente
le pareci percibir que una de las piedras all amontonadas se mova. Pocos
despus otras piedras igualmente dispuestas comenzaron tambin a moverse. Una
enorme losa que coronaba un pequeo montculo se desprendi de su sitio y se
derrumb sobre un macizo de plantas. Resultaba evidente que la enorme mole de
piedra y tierra se estremeca a causa de alguna poderosa fuerza interior. Algo
estaba pugnando por salir de all debajo. En aquel instante Keller cay en la cuenta
de que quien se encontraba enterrado all dentro no era otro que l mismo, lo cual
quera decir que era absolutamente imposible que l pudiese hallarse de pie all
fuera observando tranquilamente cmo se desmoronaba su parterre. As que,
pens, si su lugar estaba realmente all dentro, era all dentro adonde deba
regresar. No en vano, haba sido su propio amigo Martle quien le haba enterrado
all, y como por alguna oscura razn que no acertaba a recordar l tena miedo de
Martle, en aquellos momentos su propia tumba era el lugar ms seguro del mundo
a la hora de mantenerse oculto. Por ello, tras procurarse una pala, decidi ponerse
manos a la obra y comenz a cavar. Fue un trabajo largo y tedioso que desde el
principio se vio complicado por el hecho aadido de que, por algn motivo
imposible de explicar, no le estaba permitido hacer ruido. As que cav y cav
hasta que, de repente, lleg un momento en el que vio que la tumba haba
desaparecido por completo. Fue entonces cuando algo lo agarr firmemente por el
tobillo y empez a tirar de l hacia abajo de manera tan violenta e insistente que
Keller, incapaz de oponer resistencia, apenas tuvo tiempo de comprender lo que
estaba ocurriendo.

Se despert de repente, gritando y con el corazn latindole desbocado en el


pecho, y durante unos minutos no pudo hacer otra cosa que permanecer echado
donde estaba, temblando y respirando agitadamente. Gracias a Dios, pens, que no
ha sido ms que una pesadilla. Luego, al mirar a su alrededor, descubri que la luz
del sol inundaba por completo la habitacin. Incluso poda or a Mrs. Howe
yendo y viniendo de un lado para otro en el piso de abajo. A fin de cuentas, la vida
segua siendo hermosa a pesar de todo. Quiz hasta le tuviese guardada todava
alguna que otra buena noticia.

Tras permanecer tumbado sobre la cama todava unos minutos, decidi que
ya iba siendo hora de ponerse en marcha. Pero no haba hecho ms que
incorporarse cuando oy que Mrs. Howe suba precipitadamente las escaleras.
Antes incluso de que la buena mujer comenzase a aporrear insistentemente la
puerta de su cuarto, Keller comprendi que algo horrible haba sucedido.

Mr. Keller! Mr. Keller!

S? Qu ocurre? pregunt con pesar.

Su parterre! jade la mujer. Su precioso parterre! Est


completamente destruido!

Cmo?! aull Keller saltando de la cama y echando mano de una bata


que se hallaba colgada detrs de la puerta. Cmo que est completamente
destruido?

Lo que le digo, seor dijo Mrs. Howe mientras l abra la puerta. Est
hecho pedazos. No creo que haya visto usted nunca nada igual. Es como si alguien
se hubiese ensaado a muerte con el lugar. Parece obra de un manaco.

Sin detenerse siquiera a pensar en lo que haca, Keller se calz unas


zapatillas y ech a correr escaleras abajo. Cuando por fin lleg al jardn, se volvi
un momento para decirle a Mrs. Howe que se quedase en el interior de la casa y a
continuacin se acerc a contemplar lo que quedaba de su parterre. La tierra y las
losas de piedra se encontraban, efectivamente, desperdigadas por todas partes,
pero al menos la zona del parterre que a l ms le preocupaba pareca no haber
sufrido dao alguno. Keller permaneci all de pie todava durante unos minutos,
temblando y observando el estropicio con ojos incrdulos. Quin poda haber
hecho algo as?, pens. Y lo que era tanto o ms importante: por qu?

De repente, record la pesadilla que haba tenido durante la noche y la


verdad cay sobre l con un poder aplastante. Ahora comprenda por qu aquella
maana le dolan tanto los brazos, las piernas y la espalda. Ahora entenda por qu
se encontraba tan cansado. No haca falta que nadie le recordase que cuando era
joven haba padecido sonambulismo. Y tampoco haca falta que se molestase en
seguir buscando al culpable porque ahora ya saba a ciencia cierta quin era el
responsable de todos aquellos destrozos.

Quiere que vaya a buscar a la polica, Mr. Keller? pregunt desde la


casa la voz de Mrs. Howe. Keller volvi hacia all un rostro mortalmente plido.

No respondi con un hilo de voz. No se moleste. Yo yo mismo me


encargar de ir a contarles lo sucedido.

Dicho lo cual empu una pala y comenz las labores de reconstruccin.


Despus de haber trabajado incansablemente durante ms de una hora, decidi
entrar en la casa para vestirse algo ms adecuadamente y desayunar en
abundancia. Luego, sin prisa pero sin pausa, continu trabajando afanosamente
durante el resto del da, de tal manera que para cuando empez a oscurecer casi
todos los daos se encontraban debidamente reparados. Slo entonces, exhausto al
cabo de todo un da de trabajo, decidi que lo mejor era retirarse a su habitacin y
prepararse para afrontar una noche que prometa ser muy larga.

El sueo, que por lo general no es sino el ms grande benefactor del hombre,


haba demostrado ser en este caso un enemigo implacable, por lo que Keller, tras
prepararse en la cocina ingentes cantidades de caf, comenz taza a taza su
personal cruzada contra el sopor. Con la cabeza despejada gracias a los efectos de
la cafena, ocup el tiempo leyendo, fumando y caminando de un extremo a otro
de la habitacin mientras diferentes retazos de la pesadilla de la noche anterior,
que en un principio haban sido olvidados, parecieron regresar con la vigilia para
instalarse definitivamente en su memoria con una nitidez indeleble. No obstante,
aquello no era lo peor. Lo peor era que en algn recndito lugar de su cabeza haba
empezado a convencerse de que no tena escapatoria; de que, de alguna u otra
manera, todo el asunto acabara descubrindose; de que, en resumidas cuentas,
estaba perdido.

Slo le quedaba una nica esperanza: marcharse durante un tiempo,


marcharse lo bastante lejos como para que no le fuese posible visitar la casa
durante uno de sus accesos de sonambulismo. Adems, seguramente un cambio de
aires podra acabar resultndole sumamente beneficioso y podra ayudarle a
controlar mejor sus desquiciados nervios. Ms adelante quiz fuese posible
alquilar la casa durante un tiempo con la condicin de que no se realizasen obras o
reformas de ningn tipo en el jardn. Era una posibilidad tan buena como
cualquier otra. Al fin y al cabo, se trataba de un riesgo contra otro.
Tan pronto como se hizo de da, Keller regres al jardn y termin su trabajo.
Luego entr en la casa, desayun y le cont a Mrs. Howe los planes de viaje que
haba estado fraguando durante la noche. Mientras hablaba, su rostro plido y
demacrado le ayud a convencer a la asombrada mujer de que eso era
precisamente lo que le haca falta para calmar sus nervios y recuperar de una vez
por todas el control de s mismo.

Pierda usted cuidado, Mr. Keller, que a la casa no le ocurrir nada durante
su ausencia asegur Mrs. Howe. Ir a ver a la polica para decirles que no la
pierdan de vista durante la noche. Precisamente ayer, mientras iba para mi casa,
me detuve a conversar unos minutos con un agente muy simptico al que le cont
lo que le hicieron anteanoche a su parterre, seor. Si vuelven a intentarlo
seguramente acaben llevndose una sorpresa.

Aunque al or aquello sinti cmo un escalofro le recorra todo el cuerpo,


Keller se esforz por que la mujer no advirtiese el desasosiego que le embargaba.
Luego subi a su habitacin y comenz a hacer las maletas. Dos horas ms tarde se
encontraba en un tren con destino a Exeter, lugar en el que tena intencin de pasar
su primera noche fuera de casa.

Una vez en Exeter, lo primero que hizo fue tomar una habitacin en un
hotel. Luego sali a dar un paseo para estirar un poco las piernas y hacer as algo
de tiempo hasta que llegase la hora de la cena. Mientras caminaba, repar en lo
feliz que pareca la gente que se cruzaba con l por la calle, incluso los ms pobres.
No slo parecan felices de ser libres, sino tambin conscientes de que su propia
libertad era algo que quedaba ms all de toda duda. Podan comer y disfrutar de
su comida, podan dormir y disfrutar de su sueo, y podan saborear las
innumerables trivialidades que formaban parte de la vida diaria y recrearse en
ellas. Por lo que se refera al miedo, a la muerte y a los remordimientos, nadie
pareca tener la menor idea de lo que dichas cosas significaban.

La luz y el bullicio reinantes en el comedor del hotel resultaron ciertamente


reconfortantes. Tras tantas y tantas noches a solas, resultaba sumamente agradable
encontrarse rodeado de gente y saber que la casa no estara precisamente vaca
cuando l estuviese durmiendo en su habitacin. De repente, le asalt la
emocionante sensacin de estar empezando una nueva vida. En el futuro, se dijo,
procurara vivir siempre rodeado de gente.

Aunque cuando se retir a su habitacin era ya tarde, permaneci despierto


todava unos minutos, escuchando. Algunos sonidos amortiguados provenientes
del piso inferior y los ruidos que haca el husped de la habitacin contigua al
moverse en la cama le proporcionaron una agradable sensacin de seguridad. As
que, soltando un suspiro de satisfaccin, se desliz por fin entre las sbanas y se
qued profundamente dormido.

Al cabo de un rato le despertaron unos violentos golpes que parecieron


sonar justo sobre la cabecera de su cama pero que se extinguieron antes de que le
diese tiempo a restregarse los ojos con los puos. Cuando finalmente abri los ojos,
mir con temor a su alrededor y luego, tras encender una vela, permaneci
tumbado escuchando. Los golpes no volvieron a orse. Sin lugar a dudas, deba de
haberse tratado de un sueo que, por alguna razn, se vea incapaz de recordar.
Haba sido un sueo desagradable, eso s, ms cercano a una pesadilla que a un
simple sueo, pero de todos modos demasiado vago e impreciso como para poder
recordarlo. Lo nico de l que estaba algo claro era que haba alguien que no
dejaba de gritar.

Sbitamente, como impulsado por un resorte, Keller se incorpor en la


cama. Dios mo! Alguien que no dejaba de gritar!, pens horrorizado.

Soltando un gemido, se dej caer nuevamente sobre la cama. De golpe, todas


las esperanzas que durante la cena se haban suscitado en su interior se vieron
cruelmente fulminadas. l! Haba sido l quien haba estado gritando en sueos. Y
aquellos golpes que lo haban despertado haban sido producidos por el husped
que ocupaba la habitacin contigua. Qu habra dicho a gritos? Y qu habra
llegado a or su vecino?

Ya no fue capaz de volver a conciliar el sueo. Cuando, al cabo de un buen


rato dando vueltas en la cama, llegaron a sus odos las campanadas de un reloj
que, desde algn oculto rincn del piso inferior, daba las horas, se pregunt cunto
tiempo ms tendra que vivir todava en aquellas condiciones tan angustiosas.

Cuando por fin se hizo de da, Keller se levant y baj a desayunar. Como
an era bastante temprano, en el comedor haba tan slo dos mesas ocupadas. No
obstante, desde una de ellas un anciano de aspecto amigable y campechano le
observ con curiosidad entre bocado y bocado. Finalmente, el hombre, haciendo
un gesto hacia Keller con el fin de atraer su atencin, apart a un lado su plato y
sonri.

Se encuentra mejor esta maana, caballero? pregunt.


Keller se esforz por hacer que sus labios dejasen de temblar y esbozasen
una tmida sonrisa.

Le aseguro que estuve aguantando todo el tiempo que me fue posible


prosigui el otro. Pero lo cierto es que lleg un momento en que ya no pude
seguir soportndolo ms y no tuve ms remedio que ponerme a dar golpes en la
pared. Deba de estar usted delirando. No haca ms que repetir las mismas
palabras una y otra vez. Algo as como parterre y muerte, parterre y
muerte constantemente. Debi de decirlas usted al menos cien veces anoche.

Sin molestarse en pronunciar una sola palabra de disculpa, Keller apur su


caf de un solo trago, encendi un cigarrillo, se levant y fue hasta la sala de estar,
donde se sent un rato para pensar qu era lo que deba hacer a continuacin.
Haba apostado por la libertad y haba acabado perdiendo, lo cual pareca querer
decir que, al fin y al cabo, quizs aqul no fuese el mejor camino a seguir. As que,
tomando una sbita determinacin, cogi la gua de ferrocarriles, la consult
brevemente y a continuacin se acerc a la recepcin para pedir la cuenta.

IV

Keller no tard en encontrarse de regreso en su casa, aquella casa silenciosa


y vaca sobre la cual, a la mortecina luz de aquella tarde de verano, pareca haber
descendido un impenetrable manto de quietud. La atmsfera de terror que
anteriormente la haba invadido haba desaparecido por completo y en su lugar no
haba ms que una intensa sensacin de paz y tranquilidad. Todos los temores se
haban esfumado por fin, y con ellos la desesperacin y los remordimientos. As
que, con una calma y una tranquilidad que algn tiempo antes hubiesen resultado
del todo impensables, Keller entr en el estudio y, tras abrir la ventana para dejar
entrar un poco de aire fresco, se sent junto a sta y comenz a repasar
mentalmente los diferentes episodios que conformaban el retablo de su vida.
Algunos de ellos haban sido buenos y otros haban sido malos, pero a decir
verdad la mayora no haba sido ni lo uno ni lo otro. La suya haba sido una vida
normal y corriente hasta aquel fatdico da en que el destino haba decidido unirla
para siempre a la de Martle. Tanto era as que, a pesar de estar vivo, se senta
ligado al cadver de ste por vnculos completamente imposibles de romper.

Cuando se hizo de noche encendi el gas, cogi un libro de poesa de una de


las estanteras del estudio y comenz a leerlo. No tard en darse cuenta de que
jams haba ledo poesa con tanto detenimiento y comprensin. De alguna extraa
manera, su sensibilidad pareca haberse agudizado y depurado hasta lmites que l
ni siquiera se haba atrevido a sospechar.

Estuvo leyendo durante ms de una hora hasta que por fin, tras devolver el
libro a su sitio, subi lentamente las escaleras en direccin a su cuarto. Una vez all,
se tumb en la cama y se puso a analizar detenidamente aquella paz y aquella
indiferencia que de manera tan inesperada parecan haberse adueado de l. As
estuvo un largo rato hasta que, sin haber llegado a ninguna conclusin
medianamente satisfactoria, se qued profundamente dormido.

Al principio so con cosas agradables y placenteras que, aun en sueos, no


tardaron en hacerle sonrer de pura felicidad. De hecho, una reconfortante
sensacin de bienestar que nunca antes haba llegado a experimentar pareci
invadir su alma, una sensacin que lleg a ser tan intensa que todava persisti en
l durante un rato cuando, algo ms tarde, los sueos agradables se desvanecieron
y se encontr inmerso una vez ms en su antigua pesadilla.

Esta vez, sin embargo, la pesadilla pareca tener un cariz diferente. En ella,
Keller cavaba, como siempre, pero ya no lo haca atormentado por el miedo y la
desesperacin. Cavaba porque algo no dejaba de decirle que sa era su obligacin y
que slo as, cavando, lograra reparar el dao que una vez haba hecho. Y no se
sorprendi lo ms mnimo cuando descubri que el propio Martle en persona se
hallaba all, a su lado, vindole trabajar. No obstante, no se trataba ya del Martle
que l haba conocido, as como tampoco de un Martle desfigurado y medio
devorado por los gusanos, sino de un Martle de aspecto grave y solemne en cuyo
rostro poda apreciarse una expresin de resignacin tan profunda y conmovedora
que Keller, al verla, a punto estuvo de echarse a llorar.

Mientras nuestro hombre segua cavando, le invadi un sentimiento de


compasin que nunca antes haba conocido. Pero justo entonces, sin previo aviso,
un potente rayo de luz taladr la oscuridad y le dio de lleno en la cara. Tan intensa
era la luz, tan insoportable resultaba, que Keller, profiriendo un alarido, solt la
pala y se cubri el rostro con las manos. En ese preciso instante la luz se apart y
Keller oy una voz que pareci dirigirse a l desde la oscuridad. Unos segundos
ms tarde, cuando pudo al fin abrir los ojos, vio de pie a su lado la figura vaga e
imprecisa de un hombre vestido de polica.

Espero no haberle asustado, caballero le pareci entender que ste le


deca. Le llam un par de veces pero usted no contestaba. Fue entonces, al
acercarme un poco ms, cuando me di cuenta de que estaba usted dormido.
Actuaba usted en sueos, seor.

S, as es acert a decir Keller. Soy sonmbulo. Es algo que me ocurre


a veces.

Pues menuda la ha armado esta noche, caballero dijo el polica


echndose a rer con jovialidad. Madre ma! Mire a su alrededor. Y pensar que
es usted capaz de pasarse el da entero aqu trabajando para luego, tan pronto cae
la noche, echarlo todo abajo. Le aseguro que le grit varias veces que se estuviese
quieto, seor, pero como usted no pareca orme no tuve ms remedio que
despertarle.

Mientras hablaba, el polica, que haba vuelto hacia el parterre el haz de luz
de su linterna, se dedicaba a contemplar entre divertido y asombrado lo que
quedaba de aqul. Keller, mientras tanto, permaneci de pie donde estaba,
completamente inmvil, esperando.

Es como si hubiese tenido lugar un terremoto continu diciendo el


agente. Cualquiera dira que esto es obra de un

Sin tomarse la molestia de acabar la frase, el polica avanz un paso y


mantuvo la luz enfocada sobre un punto determinado. A continuacin se agach,
apart un poco de tierra con las manos y se puso a tirar de algo que pareca asomar
por all. Luego, ponindose en pie de un salto, volvi la luz hacia Keller y, mientras
con una mano sujetaba la linterna, con la otra hurg brevemente en sus bolsillos en
busca de unas esposas. Cuando, acto seguido, habl, lo hizo con la voz fra e
impersonal del polica que se dirige a su detenido.

Accede usted a venir conmigo por su propia voluntad y sin oponer


resistencia? pregunt.

Con las manos firmemente extendidas ante s, Keller avanz hacia l.

Por supuesto que s, agente respondi en voz baja. Gracias a Dios que
se le ha ocurrido a usted pasar por aqu esta noche.

LA INTERRUPCIN
(The Interruption, 1925)

Cuando el ltimo de los asistentes al funeral se hubo marchado, Spencer


Goddard, vestido todava completamente de luto, fue a sentarse a solas en su
pequeo pero bien amueblado estudio. Una extraa pero gratificante sensacin de
libertad pareca haber invadido la casa desde que el atad fuese sacado a hombros
por la puerta camino de la profunda fosa que para l se haba abierto en la tierra
yerma del cementerio. La atmsfera viciada y enrarecida que durante aquellos tres
ltimos das haba reinado entre aquellas paredes se vio de pronto sustituida por
un chorro de aire fresco y limpio. Con el nimo ms tranquilo ahora que por fin se
encontraba a solas, Goddard se acerc a la ventana abierta y, asomndose para
contemplar la ltima luz del atardecer de aquel da de otoo, aspir complacido
una amplia bocanada de aire.

Unos segundos ms tarde cerr la ventana, fue hasta la chimenea, se agach


momentneamente para encender el fuego con ayuda de una cerilla y a
continuacin se dej caer en su silln favorito para escuchar el alegre chisporroteo
de la lea en el hogar. A la edad de treinta y ocho aos haba vuelto una pgina
ms del libro de su vida y se dispona a comenzar otra mucho ms apetecible. La
vida, rebosante de libertad y desprovista por fin de todo tipo de cargas y
responsabilidades familiares, se ofreca a sus pies. El dinero de su difunta esposa
era suyo, suyo por fin, lo cual significaba que ahora podra disponer de l para
gastarlo en lo que le apeteciese y no para almacenarlo con la tacaera que a ella la
haba caracterizado durante aos.

Cuando, sbitamente, oy pasos junto a la puerta y se volvi hacia all para


ver de quin poda tratarse, su rostro adopt automticamente la misma expresin
de gravedad y tristeza que haba lucido a lo largo de los ltimos cuatro das. La
cocinera, con idntica expresin de fingido abatimiento tatuada en el rostro, entr
despreocupadamente en la estancia, fue hasta la chimenea y dej sobre la repisa de
sta una fotografa enmarcada de la difunta.

Pens que quiz le gustara tenerla, seor dijo en voz baja a manera de
explicacin. As no se olvidar nunca de ella. Tras darle las gracias a la mujer,
Goddard se puso en pie, tom la fotografa entre sus manos y se qued
contemplndola durante unos segundos. Al hacerlo se dio cuenta, complacido, de
que su mano no temblaba lo ms mnimo.

Es un retrato muy bueno dela seora aadi la mujer. O, al menos, de


cmo era ella antes de caer enferma. Nunca he visto a nadie cambiar tanto en tan
poco tiempo.

Cosas de su enfermedad, Hannah repuso Goddard.

La mujer asinti y, tras secarse con un pauelo unas lgrimas que haban
aflorado a sus ojos, se qued mirando atentamente a su seor.

Desea usted alguna cosa ms, Hannah? le pregunt ste al cabo de


unos instantes.

La cocinera sacudi la cabeza con pesar.

Todava no puedo creer que se haya ido dijo en voz baja. Cada vez
con ms fuerza, tengo la extraa sensacin de que ella se encuentra todava aqu,
con nosotros

Ser cosa de sus nervios, que an deben de estar algo alterados, Hannah
dijo Goddard con cierta brusquedad en la voz.

y de que intenta decirme algo concluy la mujer sin haber odo las
palabras de su seor.

Merced a un gran esfuerzo, Goddard se abstuvo de mirarla.

Son sus nervios, Hannah insisti. Quiz deba usted tomarse algunos
das de vacaciones. Creo que todo esto ha acabado afectndola ms de la cuenta.
Ha sufrido usted mucho.

Tambin usted, seor dijo respetuosamente la cocinera. No se ha


separado de ella ni un solo instante. La ha cuidado y servido en todo, noche y da,
como si fuese un esclavo. No s cmo ha podido usted soportarlo. Debera haber
contratado a una enfermera.

Prefer cuidar yo mismo de ella, Hannah repuso Goddard. Contratar


a una enfermera slo hubiese servido para alarmarla. Crame: ha sido mejor as.
La mujer asinti lentamente.

Tiene usted razn, seor convino. Adems, las enfermeras siempre


estn fisgoneando y metindose en lo que no les concierne aadi. Y se creen
muy listas. Siempre estn alardeando de saber ms que los mdicos.

Goddard se volvi y mir a la mujer con atencin. La figura alta y de rasgos


duros y angulosos de la cocinera se hallaba de pie ante l, muy erguida, en actitud
de respetuosa atencin. Sus ojos oscuros y fros miraban tmidamente hacia el
suelo y su rostro serio y hurao pareca completamente desprovisto de emocin.

Mi mujer no ha podido tener mejor mdico que yo dijo Goddard


volviendo la vista nuevamente hacia el fuego. Ningn otro hombre hubiese
hecho tanto por su esposa.

En eso s que tiene usted toda la razn, seor convino Hannah. Muy
pocos maridos hubieran hecho lo que usted ha sido capaz de hacer.

Goddard se puso rgido en su silla.

Ya basta, Hannah dijo con brusquedad.

O, al menos, ninguno lo hubiera hecho tan bien aadi la mujer


pronunciando las palabras con premeditada lentitud.

Sintiendo un extrao y desagradable cosquilleo en el estmago, Goddard


contuvo la respiracin durante unos segundos para recuperar el control de s
mismo. A continuacin se volvi hacia la cocinera y se qued mirndola fijamente.

Gracias por todo, Hannah dijo con calculada frialdad. Tiene usted
razn, pero por el momento prefiero no volver a hablar de ello.

Una vez que la mujer se hubo marchado cerrando la puerta tras de s,


Goddard permaneci sentado todava un buen rato sumido en profundos
pensamientos. La sensacin de frescor y bienestar que le haba invadido haca tan
slo unos pocos minutos haba desaparecido por completo, dejando en su lugar un
sentimiento de aprensin y ansiedad que se negaba a admitir pero que, al mismo
tiempo, resultaba imposible ignorar. Tras reflexionar detenidamente sobre cuanto
haba hecho a lo largo de las ltimas semanas, fue incapaz de descubrir ni una sola
fisura, ni un solo error de clculo en sus planes. La enfermedad de su esposa, el
diagnstico del mdico, su firme determinacin de cuidar personalmente de la
enferma Todo pareca estar dentro de lo normal. Intent recordar las palabras
exactas de la cocinera, su actitud sugerente y amenazadora. Algo en ella o en lo
que ella haba dicho le adverta que tena sobrados motivos para preocuparse. Algo
que, por desgracia, ahora no lograba recordar con claridad.

A la maana siguiente sus temores le parecieron algo lejano, absurdo e


irrisorio, sobre todo cuando entr en el comedor y lo encontr rebosante de luz y
perfumado con el delicioso aroma del caf y el beicon recin hechos. En cuanto a
Hannah, se alegr al ver que la cocinera volva a ser la misma de siempre. La
encontr en la cocina, observando con expresin preocupada dos huevos de
aspecto algo dudoso y dedicndole todo tipo de improperios al tendero que se los
haba vendido.

Ese beicon tiene una pinta excelente le dijo Goddard con una amplia
sonrisa. Al igual que el caf. Claro que, todo sea dicho, su caf siempre es
excelente, Hannah.

Por toda respuesta la cocinera esboz una sonrisa y, tomando un par de


huevos frescos de manos de una joven criada de mejillas sonrosadas, se los ense
brevemente, los abri y verti su contenido en una sartn.

Tras el desayuno, una buena pipa y un revigorizante paseo terminaron por


poner a Goddard de un inmejorable humor. Cuando decidi regresar a casa, lo
hizo con el rostro colorado a causa del ejercicio y con la misma sensacin de
libertad y euforia que, si bien tan slo por unos escasos minutos, se haba
apoderado de l la noche anterior. Mientras cruzaba el jardn (aquel que ahora era
por entero de su propiedad), comenz a darle forma en su cabeza a ciertos planes
que tena previsto realizar.

Despus de comer se puso a inspeccionar la casa. Cuando entr en la


habitacin de su difunta esposa, se encontr una alcoba pulcramente ordenada.
Por las ventanas abiertas penetraba un aire fresco y tonificante que confera a toda
la estancia un hermoso aspecto de lozana y pureza. Al principio Goddard se limit
a pasear la mirada por la cama hecha y los muebles limpios y relucientes, pero
luego, acercndose con expresin decidida al tocador, comenz a abrir los cajones
y a rebuscar en el interior de cada uno de ellos. No obstante, a excepcin de unos
pocos artculos completamente desprovistos de valor, los cajones se encontraban
vacos. Al ver aquello, Goddard sali al pasillo y llam a Hannah.

Sabe usted si la seora guardaba sus efectos personales bajo llave? le


pregunt a la mujer en cuanto la vio llegar.

A qu efectos personales se refiere, seor? pregunt ella a su vez.

Pues principalmente a sus joyas.

Ah, sus joyas! exclam Hannah con una sonrisa. Ella me las regal
respondi luego con total y absoluta tranquilidad.

Goddard reprimi una exclamacin de sorpresa y, aunque su corazn


comenz a latir alocadamente, se las arregl para controlar su voz y hablar con
severidad.

Cundo fue eso? pregunt.

Justo antes de que ella muriese de una horrible y dolorosa


gastroenteritis respondi la mujer.

Un largo silencio tuvo lugar. Finalmente, Goddard se volvi hacia el tocador


y, con sumo cuidado, comenz a cerrar los cajones. Frente a l, el espejo que tantas
veces haba reflejado el rostro de su esposa le mostr la mortal palidez que acababa
de aduearse del suyo. Cuando por fin habl, lo hizo lentamente y sin volverse.

Muy bien, Hannah dijo con voz ligeramente ronca. Tan slo quera
saber qu haba sido de ellas. Por un momento se me ocurri pensar que quiz
Milly

Hannah neg enrgicamente con la cabeza.

Milly es de fiar asever mientras una enigmtica sonrisa afloraba a sus


labios. Ella es tan honrada como usted o como yo. Desea alguna otra cosa,
seor?

Al no obtener respuesta, la mujer dio media vuelta y sali de la habitacin


cerrando la puerta tras de s con la delicadeza propia de una criada bien
adiestrada. Cuando se qued a solas, Goddard se agarr con fuerza a los hierros de
la cama para no caer y, de pie donde estaba, se puso a pensar en el futuro con los
ojos clavados en el vaco.

II
Los das fueron transcurriendo lentamente, empapados de una insufrible
monotona, tal y como suelen hacerlo para todo aquel que se siente encerrado. Y es
que as era exactamente como Goddard se senta. Aquella maravillosa sensacin de
libertad y la idea de una vida desprovista de todo tipo de preocupaciones se
haban esfumado por completo. En vez de en una nica celda, su prisin particular
consista en una casa de diez habitaciones, cada una de las cuales se hallaba
celosamente custodiada por Hannah, su implacable carcelera.

Aunque en realidad aquella modlica cocinera se mostraba respetuosa y


atenta en todo momento, Goddard perciba una amenaza constante no slo contra
su libertad sino tambin contra su vida en cada palabra que ella deca. Su
expresin hosca y sus ojos fros no eran para l ms que una clara muestra de su
consabida superioridad. En la preocupacin que la mujer demostraba tener por la
comodidad y el bienestar de su seor, ste no vea sino una continua y sarcstica
burla. Se trataba del viejo juego del amo que interpreta el papel de criado. Todos
los aos de forzada servidumbre haban terminado definitivamente, pero aquella
mujer, pareciendo regocijarse en su victoria, tanteaba cuidadosamente el terreno y
avanzaba con suma cautela, como queriendo sacarle todo el jugo a aquel juego
demencial. Implacable y llena de resentimiento, y haciendo gala de una astucia que
nunca antes haba dejado entrever, pareca obstinada en tomar completa posesin
del que estaba llamado a ser su reino. De hecho, aunque poco a poco, y saboreando
con fruicin cada bocado que daba, eso era exactamente lo que estaba haciendo.

Me he tomado la libertad de hacer algo que espero que a usted le parezca


bien, seor le dijo a Goddard una maana. He despedido a Milly.

Goddard levant la vista del peridico que estaba leyendo y mir a la


cocinera.

Y por qu?, si puede saberse pregunt. Acaso no cumple con su


trabajo?

No desde mi punto de vista, seor respondi la mujer. Me ha dicho


que piensa venir a verle para tratar el tema con usted personalmente, pero yo ya
me he tomado la molestia de decirle que eso no servir de nada.

Y no cree usted que lo ms indicado sera que yo hablase con ella y


escuchase lo que tiene que decir al respecto? pregunt su seor.
Oh, naturalmente que s, si es eso lo que usted desea, seor dijo Hannah
. Lo malo es que, ya que la he despedido, no puedo echarme atrs. As que si ella
no se va, entonces ser yo la que se vaya. Y crame, seor, sentira mucho tener que
irme. Se est tan bien aqu Pero as son las cosas. O ella o yo.

Por nada del mundo deseara que usted se marchase, Hannah. Y menos
an que lo hiciese a disgusto se apresur a decir Goddard con un ligero temblor
en la voz.

Muchas gracias, seor dijo Hannah. Estoy segura de que valora usted
con justicia cada uno de mis pequeos esfuerzos. Llevo ya algn tiempo
dedicndome por entero a usted y cada da que pasa me voy familiarizando un
poco ms con sus hbitos. Espero acabar comprendindole mejor que nadie. Sepa
usted que cada da doy lo mejor de m misma para hacer que usted se sienta
cmodo y feliz en su propia casa.

Gracias, Hannah dijo Goddard haciendo un esfuerzo por que su voz


sonase lo ms enrgica y autoritaria posible. En cuanto a Milly, tiene usted mi
permiso para despedirla si lo estima oportuno. Dejo todos los trmites en sus
manos.

Hay otra cosa ms de la que me gustara hablarle, seor dijo Hannah.


Se trata de mi sueldo. Quisiera pedirle un aumento. Creo que, ya que a partir de
ahora voy a ser la nica persona que est a cargo de la casa, no estara de ms que
eso repercutiese en mi salario.

Eso que usted dice me parece razonable dijo Goddard tras considerar la
cuestin durante unos segundos. Djeme ver Cunto gana usted
actualmente?

Treinta y seis libras, seor. Goddard reflexion durante un momento y a


continuacin mir a Hannah con una benvola sonrisa.

Muy bien dijo cordialmente. Que sean cuarenta y dos. Qu le


parece? No est mal, verdad?

Yo pensaba pedirle cien, seor repuso Hannah secamente.

Goddard, atnito, mir a la mujer sin saber qu decir.

Cien Eso es bastante ms que un simple aumento dijo al fin. Si


quiere que le sea sincero, Hannah, no s si yo

Est bien, seor. No importa le ataj ella. Simplemente cre que


estara usted de acuerdo conmigo en que me merezco al menos cien libras. Pero, en
fin, sin duda usted entiende de eso ms que yo. Aun as, djeme decirle una cosa:
hay gente en este mundo que cree firmemente que me merezco incluso doscientas.
Eso s que es bastante ms que un simple aumento. No obstante, yo no pido tanto.
Al fin y al cabo, soy una mujer modesta. Pero usted, que es un hombre inteligente,
comprender sin lugar a dudas que siempre ser mejor pagar cien libras que

Guard silencio en mitad de la frase y solt una breve risita.

Goddard la mir fijamente.

que verse privado de mis servicios y perderlo absolutamente todo


concluy.

Goddard sinti cmo el rostro se le contraa de repente. Sus labios, de tan


apretados como los tena, parecieron desaparecer casi por completo de su boca. Sus
ojos relampaguearon con ira.

Sin apartar en ningn momento su vista de la mujer, se puso en pie de un


salto y se acerc a ella hecho una furia. Hannah, firme en su sitio, le sostuvo la
mirada sin tan siquiera pestaear.

Se lo advierto, Hannah. Procure no pasarse de la raya conmigo dijo


finalmente Goddard tras un breve duelo de miradas.

As es la vida, seor. Al menos la ma repuso la mujer.

Qu quiere usted decir con eso?

Que durante muchos aos la vida ha sido muy dura conmigo y que ya va
siendo hora de que me d alguna que otra alegra.

Esccheme, Hannah. Si yo si yo accediese a pagarle esas cien libras que


pide dijo Goddard humedecindose los labios con nerviosismo, sin duda eso
hara que su vida fuese un poco mejor, no es cierto?

Hannah asinti con la cabeza.


Naturalmente, seor. Y quizs incluso ms larga respondi lentamente
. Ya sabe usted que yo soy una persona que procura tener siempre mucho,
mucho cuidado con todo.

De eso no me cabe la menor duda repuso Goddard dejando que su


rostro se relajase un poco.

Lo que quiero decir es que procuro ser muy cuidadosa con todo lo que
como y todo lo que bebo aclar la mujer mirando fijamente a su seor.

Eso es lo que yo llamo proceder con inteligencia repuso Goddard


lentamente. Yo tambin soy una persona a la que le gusta conducirse con
cuidado. Por eso estoy dispuesto a pagar mucho dinero por una buena cocinera.
No obstante, procure no excederse, Hannah. No mate usted a la gallina de los
huevos de oro ahora que la ha encontrado.

No tengo intencin de hacer tal cosa, seor replic la mujer con frialdad
. Vive y deja vivir. se es mi lema. Hay quien piensa de otra manera, pero a m
me gusta andarme con pies de plomo. Y nadie va a cogerme desprevenida porque
yo nunca bajo la guardia. De todas formas, en el hipottico caso de que algo me
sucediese, le advierto que le he dejado a mi hermana una extensa carta en la que
explico gran cantidad de cosas.

Goddard se volvi lentamente y, aparentando despreocupacin, enderez


las flores de un pequeo jarrn que haba sobre la mesa. Luego se acerc a la
ventana y se qued mirando al exterior sin decir una sola palabra. Su rostro se
hallaba mortalmente plido y sus manos no dejaban de temblar.

A pesar de todo, por el momento no tiene usted de qu preocuparse, seor


continu diciendo Hannah al cabo de unos minutos. Esa carta slo debe ser
abierta en caso de que yo muera. Yo no creo en los mdicos (al menos no despus
de lo que les he visto hacer en esta casa), y no creo que sepan ni la mitad de las
cosas de las que alardean. En realidad son todos unos ignorantes. Sea como fuere,
en esa carta he dejado dispuesto que, si muero, se realice una meticulosa autopsia
de mi cadver. Y he explicado con pelos y seales las razones por las que deseo
que se proceda de tal manera.

Suponga usted, Hannah dijo Goddard separndose de la ventana y


acercndose a la mujer, suponga usted por un momento que a su hermana le
vence la curiosidad. Qu ocurrira si abriese la carta antes de que a usted le pasase
nada?

Bueno, se es un riesgo que no tendremos ms remedio que asumir


respondi Hannah encogindose de hombros. No obstante, por lo que a mi
hermana respecta, creo que no hay de qu preocuparse. Usted no la conoce, pero
yo s. Y le aseguro que es capaz de guardar un secreto.

Y si, a pesar de todo, la abre y la lee aunque despus no diga nada a


nadie sobre su contenido? insisti Goddard.

Una inquietante y desagradable sonrisa aflor lentamente a los labios de


Hannah.

Si a ella la venciese finalmente la curiosidad y leyese la carta, yo no


tardara en saberlo dijo riendo en voz alta. Y usted tampoco, seor. A decir
verdad, mucha gente se enterara en un abrir y cerrar de ojos. Dios mo! Esa carta
causara verdadera sensacin en todo el pueblo. Por una vez en la vida todo
Chidham tendra algo de que hablar. Tanto usted como yo apareceramos en las
portadas de los peridicos. Se lo imagina, seor?

Goddard esboz una forzada sonrisa.

Vaya, vaya dijo con suavidad. Su pluma parece ser un arma


extremadamente peligrosa, Hannah. Tan slo espero que su hermana no tenga
necesidad de abrir esa carta hasta dentro de mucho tiempo. Parece usted gozar de
buena salud. Al menos por ahora.

La mujer asinti.

No soy una mujer a la que le guste enfrentarse a los problemas antes de


que stos aparezcan dijo con cierto desdn, pero no creo que haya nada de
malo en intentar prevenirlos. Al fin y al cabo, es mejor prevenir que curar.

As es convino su amo. A propsito, no creo que haya necesidad de


que este pequeo arreglo econmico que hemos acordado entre usted y yo acabe
siendo conocido por nadie ms. Debe usted comprender que los vecinos podran
empezar a mirarme de manera extraa y a acusarme de dar mal ejemplo. No
obstante, ni que decir tiene que si estoy dispuesto a pagarle una cantidad tan
elevada es porque de verdad creo que usted la merece.

Estoy segura de ello, seor convino Hannah. De lo que ya no estoy


tan segura es de que no merezca mucho ms. Pero, en fin, no se preocupe usted.
Por el momento cien libras son suficientes. Por lo dems, yo misma me encargar
de contratar a una muchacha por menos de lo que le hemos estado pagando a
Milly. As yo podr quedarme con la diferencia, con lo que mi economa personal
se ver reforzada todava un poco ms.

No es mala idea, Hannah convino Goddard forzando una nueva


sonrisa.

Claro que, ahora que lo pienso aadi la mujer mientras se retiraba


detenindose bruscamente junto a la puerta, si al final no logro encontrar a nadie
y me veo obligada a hacer yo misma el trabajo que haca Milly, no veo por qu no
puedo quedarme tambin con el dinero que ella cobraba. De esa manera ganar
ms que nunca. A fin de cuentas, ya que hago el trabajo creo que tengo derecho a
que me paguen por l.

Goddard, resignado, asinti con la cabeza mientras ella sala de la estancia.


Una vez a solas, se acerc lentamente a un silln, se dej caer pesadamente en l y
se puso a pensar en la posicin que l haba acabado ocupando en toda aquella
historia, una posicin tan insoportable como peligrosa. Aun a costa de un enorme
riesgo, haba escapado de las garras de una mujer para ir a caer, atado de pies y
manos, en las de otra. Aunque vagas e imprecisas, las sospechas que Hannah
albergaba contra l podan bastar para buscarle la ruina. La verdad poda salir a la
luz en cualquier momento. As que, a ratos paralizado por el miedo y a ratos rojo
de ira, Goddard comenz a devanarse los sesos una y otra vez en busca de una
manera de escapar de aquella horrible situacin. No obstante, por muchas
alternativas que consider, todas ellas le parecieron en vano. De hecho, se trataba
de l, un simple ciudadano condenado irremisiblemente a mantener las
apariencias, contra una malvada y astuta demente, una perturbada cuya maliciosa
locura la haca an ms peligrosa de lo que cualquiera poda llegar a imaginar, una
loca que, para colmo de males, beba. Con aquel sueldo tan alto que l no iba a
tener ms remedio que pagarle, aquella mujer acabara bebiendo cada vez ms, con
lo que toda su vida, todo lo que tena, pasara a depender por completo de una
chiflada alcohlica y sin escrpulos. Obviamente, una vez alcanzado tal extremo
aquella horrible mujer sentira unos irrefrenables deseos de disfrutar de las
ventajas de su supremaca, con lo que, presa de su propia vanidad, no tardara en
comenzar a alardear de ella ante los dems. Antes o despus, l se vera obligado a
aceptar sus rdenes en presencia de otros. Y entonces ya s que no tendra ninguna
posibilidad de escapar.
Abrumado por la desesperacin, Goddard se sent con la cabeza hundida
entre las manos. Deba de haber alguna manera de salir de aquella situacin. Y l
tena que encontrarla. Y pronto, muy pronto, antes de que los inevitables rumores
y cotilleos comenzaran a brotar a su alrededor, antes de que los papeles
intercambiados de amo y criado aportasen credibilidad a la historia que aquella
mujer hara circular cuando la verdad acabase saliendo a la luz. Estremecindose
de pura rabia, pens en la frgil y fea garganta de aquella odiosa mujer y en lo
maravilloso que sera poder cerrar sus manos sobre ella para estrangularla.

De repente, como despertando de un mal sueo, dio un fuerte respingo y


aspir una amplia bocanada de aire. No, con las manos no, se dijo. Eso podra dejar
indicios de un crimen. Haba que idear un plan mejor.

III

Aunque de cara al exterior Goddard sigui mostrndose alegre y jovial con


sus amistades, de puertas para adentro acab convirtindose en un ser callado y
sumiso. Milly se haba ido, y aunque la calidad del servicio domstico haba
empeorado notablemente y las habitaciones comenzaban a mostrar signos ms que
evidentes de descuido y abandono, eso a l no pareca importarle demasiado. Si
nadie acuda cuando haca sonar la campanilla, ni siquiera se tomaba la molestia
de protestar, y ante la premeditada insolencia de su supuesta sirvienta se limitaba
a poner educadamente la otra mejilla. Cuando, ante tal muestra de sumisin,
aquella mujer sonrea, l le devolva la sonrisa. Y era precisamente esta sonrisa, a
pesar de toda su sencillez y dulzura, lo que a ella sola dejarla siempre algo
intranquila.

A pesar de todas sus sonrisas usted a m no me da ningn miedo, seor


le dijo ella en cierta ocasin con aire amenazador.

Eso espero repuso Goddard con una ligera nota de sorpresa en la voz.

Puede que usted le inspire respeto a mucha gente, pero le aseguro que, lo
que es a m, no me impone usted lo ms mnimo dijo ella secamente. Y ya sabe
usted que si algo malo me llegase a ocurrir

Nada malo podra sucederle a una mujer tan precavida como usted,
Hannah ataj l, cortante, pero dedicndole otra de sus sonrisas. Con un poco
de suerte llegar usted a cumplir los noventa.
A pesar de todo, Goddard se daba perfecta cuenta de que aquella situacin
estaba afectando inevitablemente a sus propios nervios. Por la noche terribles
pesadillas comenzaban a acosarle. Pesadillas en las que alguna terrible catstrofe,
tan inminente como inevitable, se cerna continuamente sobre l, si bien ni l
mismo era capaz de descubrir de qu se trataba. Cada maana se despertaba
angustiado y sin nimos para enfrentarse a un nuevo da de tormento. Ni siquiera
se atreva a mirar a la cara a la mujer que haba hecho de su vida un infierno, pues,
entre otros motivos, tena miedo de que ella llegase a advertir en sus ojos el plan
que llevaba algn tiempo tramando.

Por fin lleg el da en que decidi poner manos a la obra, pues seguir
demorndose poda llegar a resultar un peligroso error. Haba planeado hasta el
ms mnimo detalle cada movimiento que le ayudara a quitarse de encima la
sombra de perdicin que tanto tiempo llevaba acosndole. Gracias a su plan las
tornas iban a cambiar. No obstante, aunque siempre caba un pequeo factor de
riesgo, Goddard, consciente de cunto se jugaba, estaba ms que dispuesto a
asumirlo. Segn su plan, lo nico que tena que hacer era precipitar ciertos hechos.
Luego, cuando otras personas entrasen en escena y se encargasen de rematar la
faena, l se limitara a seguir el curso de los acontecimientos como un espectador
ms.

Aquella tarde, cuando regres de dar su habitual paseo de sobremesa, entr


en la casa respirando agitadamente y arrastrando mucho los pies. Cuando lleg la
hora del t, se sent a la mesa pero no prob bocado. Por la noche, tras apenas
tocar su plato, se levant, se acurruc frente al fuego y le dijo a Hannah que haba
cogido un ligero enfriamiento. La cocinera pareci ignorarle, pero l se content
pensando que seguramente hubiese demostrado mayor inters si hubiese sabido
cul era el verdadero motivo de dicho enfriamiento.

Al da siguiente su salud no mejor, por lo que, despus de comer, decidi


acudir a la consulta del mdico. ste, tras asegurarle que no tena de qu
preocuparse, pues lo nico que tena era un ligero trastorno digestivo, le recet un
jarabe y se despidi de l con un fuerte apretn de manos. Durante los dos das
siguientes Goddard se tom tres cucharadas diarias de aquel jarabe disueltas en
agua sin obtener mejora alguna. Finalmente, sintindose cada vez peor, decidi
que lo ms indicado era meterse en cama.

Ha hecho usted bien, caballero. Un par de das en cama no le harn


ningn dao convino el doctor cuando acudi a visitar al enfermo. A ver,
enseme otra vez la lengua.
Pero qu es lo que tengo, doctor Roberts? pregunt el paciente.

El mdico reflexion durante unos segundos.

Nada de lo que deba usted preocuparse. Los nervios algo alterados La


digestin un poquito pesada Ese tipo de cosas. En un par de das estar usted
como nuevo.

Goddard asinti con la cabeza. Hasta el momento el doctor Roberts estaba


encajando a la perfeccin en sus propsitos. Feliz por ello, Goddard sonri
sombramente cuando el mdico abandon la habitacin. Pensaba en la sorpresa
que le tena reservada, una sorpresa que quizs acabase siendo un duro golpe para
el doctor Roberts y su reputacin profesional. Pero qu otra cosa poda hacer?
Haba cosas en la vida que no se podan evitar.

Con los ojos entrecerrados, se recost y repas mentalmente los diferentes


pasos que todava quedaban por llegar. Durante los dos das siguientes ira
empeorando gradualmente hasta que, por fin, terminase apareciendo una
verdadera enfermedad. A partir de ah se convertira en un enfermo nervioso y
asustado que empezara a insinuar que su comida tena un sabor extrao y que,
por absurdo que pudiese parecer, cuando peor se senta era siempre despus de
comer. Luego le enseara al doctor, por si a ste le pudiese llegar a interesar, un
poco de carne de su comida de ese medioda que l se haba tomado la molestia de
apartar. No le gustara examinarla?, le preguntara al doctor. Y por qu no
tambin una muestra de mis deposiciones?, aadira. Por qu no las analiza?

Recostado sobre un codo, Goddard se qued mirando fijamente a la pared.


Habra un rastro, slo un ligero rastro de arsnico en sus deposiciones. Pero habra
mucho ms que un simple rastro en la comida. Un espantoso caso de
envenenamiento saldra a la luz. Entonces Goddard se encargara de llamar la
atencin sobre cun similares eran sus sntomas a los que su esposa haba padecido
antes de morir. Despus de aquello, veramos si Hannah lograba escapar de la
mortfera tela de araa que l estaba tejiendo a su alrededor. En cuanto a la carta
con la que ella tantas veces le haba amenazado, que la hiciese circular si se atreva.
Se convertira en una prueba que se volvera contra ella misma, una prueba de que
saba lo que le haba ocurrido a la difunta Mrs. Goddard, una prueba de que
intentaba acusar a su amo de aquel primer envenenamiento. Ni cincuenta cartas
como aqulla podran salvarla del castigo que Goddard le estaba preparando.
Aquella era una lucha a muerte. Se trataba de su vida o de la de ella, y a la hora de
elegir entre ambas Goddard no tendra piedad.
Durante tres das se medic con sumo cuidado y sin dejar en ningn
momento de observar cmo su cuerpo responda al tratamiento. Hasta que,
finalmente, comprendi que si no actuaba de una vez sus nervios acabaran
fallndole. No en vano, todava tena por delante las partes ms arriesgadas de su
plan: el descubrimiento, el arresto, el juicio, la exhumacin y posterior autopsia del
cadver de su esposa Sera un proceso largo, difcil y arriesgado, pero Goddard
estaba decidido a no seguir esperando ni un solo minuto ms. La dramtica
funcin dara comienzo sbitamente aquella misma noche.

Entre las nueve y las diez Goddard hizo sonar el timbre. No obstante, no fue
hasta despus de la cuarta llamada cuando pudo por fin or cmo Hannah suba
lenta y pesadamente, como con desgana, las escaleras.

Qu es lo que quiere? pregunt la mujer al cabo de unos segundos


asomando la cabeza por la puerta entreabierta.

Estoy muy enfermo, Hannah dijo Goddard respirando con dificultad.


Ve corriendo en busca del mdico. Deprisa!

La mujer permaneci de pie donde estaba, mirndole con expresin


asombrada.

Cmo?! A estas horas de la noche?! exclam. Ni lo suee!

Me estoy muriendo, Hannah! la inst Goddard con la voz quebrada.

Morirse usted? Vamos, no diga tonteras repuso ella con brusquedad


. Ya ver cmo se encuentra mejor maana por la maana.

Te digo que me estoy muriendo, Hannah repiti l con la voz reducida a


un ronco susurro. Ve en busca del mdico.

Por un momento, Hannah dud. Luego, al or la insistencia con la que la


lluvia golpeaba los cristales de la ventana, record que la casa del doctor Roberts
quedaba al menos a una milla de distancia carretera abajo.

Pero si est diluviando. Coger una pulmona si salgo a la calle con este
tiempo refunfu.

Durante unos segundos se qued mirando con odio y resentimiento la


decrpita figura que yaca sobre la cama. Luego, comprendiendo al fin que la
muerte de su seor no podra reportarle ningn beneficio, decidi que ste pareca
encontrarse efectivamente muy enfermo.

Est bien. Ir a buscarle gru finalmente cerrando con violencia la


puerta de la habitacin.

Con una triste y amarga sonrisa dibujada en los labios, Goddard la oy ir de


un lado para otro por el piso inferior. Al cabo de un rato, cuando la puerta
principal se cerr de un portazo y no lleg hasta sus odos ms que un profundo
silencio que pareci apoderarse sbitamente de la casa, comprendi que al fin se
encontraba a solas.

Tras esperar tumbado en la cama durante unos minutos, se levant, se puso


un batn y dio comienzo a los preparativos. Con mano firme y segura, cogi una
pizca de polvillo blanco de un paquete que guardaba bajo la almohada y lo
espolvore sobre los restos de su cena. Seguidamente, tras permanecer unos
segundos inmvil y con el odo alerta ante cualquier posible ruido que pudiese
llegar desde abajo, encendi una vela, sali al pasillo llevando el paquete de polvo
blanco en la mano y se encamin al cuarto de Hannah. Una vez en el interior de
ste, se qued de pie unos instantes mirando a su alrededor con aspecto indeciso.
Luego, tomando una sbita determinacin, abri uno de los cajones de la cmoda,
coloc el paquete bajo un pequeo montn de ropa y regres corriendo a su cama.

Cuando se encontr nuevamente entre las sbanas se dio cuenta de que todo
su cuerpo se estremeca de excitacin. Le asaltaron unas irrefrenables ansias de
fumar, pero en seguida comprendi que aquello era imposible. As que, a falta de
otra cosa que pudiese aplacar sus nimos e infundirle un poco de confianza, se
puso a ensayar mentalmente la conversacin que mantendra con el doctor en
cuanto ste llegase tratando de sortear cualquier posible complicacin u obstculo
que pudiese surgir en la misma. Estaba convencido de que la escena que dicha
conversacin acabara desencadenando, sobre todo estando presente aquella
mujer, sera terrible. Y l no podra tomar parte en ella, pues deba aparentar estar
demasiado enfermo para intervenir. As que cuanto menos hiciese, tanto mejor. Ya
se encargaran los dems, empezando por el propio doctor, de hacer cuanto fuese
necesario.

Durante un buen rato permaneci tumbado en la cama escuchando tanto el


aullido del viento y el tamborileo de la lluvia en el exterior como el inusual silencio
que pareca haberse adueado de las entraas de la casa. Con una extraa
sensacin, cay de repente en la cuenta de que aqulla era la primera vez que se
encontraba solo all dentro desde que tuviera lugar la muerte de su esposa. Fue
entonces cuando, con cierto pesar, record que durante el proceso el cadver de
ella tendra que ser exhumado. Y aunque anteriormente la idea no le haba
parecido sino un simple paso ms en su plan, en aquel momento el solo hecho de
pensar en ello se le antoj sumamente desagradable. Lo cierto era que no le
apeteca lo ms mnimo tener que turbar el sueo de su esposa. Prefera dejar que
los muertos descansasen en paz.

Empezando a impacientarse ligeramente, se sent en la cama y sac su reloj


de debajo de la almohada. Hannah debera haber regresado ya. No obstante,
quizs el mal tiempo hubiese retrasado su marcha. En cualquier caso, ya no podra
tardar mucho. De un momento a otro oira girar la llave en la cerradura. As que,
convencido de que deba seguir esperando, volvi a tumbarse e intent calmar sus
nervios repitindose a s mismo que hasta aquel momento las cosas parecan
marchar por buen camino. Al fin y al cabo, haba sido l, un hombre cuidadoso e
inteligente, el artfice de aquel magnfico plan. No tard en embargarle algo
parecido a la satisfaccin que siente todo artista al contemplar extasiado su obra
maestra.

El silencio comenz a hacerse cada vez ms opresivo mientras, a su


alrededor, la casa pareca escuchar, siempre alerta, hasta el ms mnimo de sus
movimientos. Sin poder evitarlo, volvi a consultar su reloj y, soltando una
maldicin, se pregunt qu poda haberle sucedido a aquella endemoniada mujer.
Era obvio que el doctor deba estar ausente, pero, aun as, ello no era razn para
que Hannah tardase tanto. Ya era casi medianoche y la atmsfera reinante en la
casa pareca cada vez ms inquietante y hostil.

En una de las escasas ocasiones en las que el viento dej de aullar, Goddard
crey or pasos que se acercaban a la casa. Con las mandbulas fuertemente
apretadas, se incorpor como impulsado por un resorte y permaneci sentado a la
espera de or el sonido de la llave al girar en la cerradura de la puerta principal.
Unos segundos ms y Hannah entrara por fin en la casa, con lo que todos los
miedos que en aquel momento le acosaban desapareceran. De repente, las pisadas
dejaron de orse, pero lo que deba escucharse a continuacin, es decir, el ruido de
la puerta al ser abierta, no lleg a producirse. Con los nervios a flor de piel,
Goddard continu sentado, a la escucha, hasta que las esperanzas que haba
albergado con respecto a la llegada de Hannah comenzaron a desvanecerse. No
obstante, estaba completamente seguro de haber odo pisadas. Si aquello era
efectivamente as, la pregunta ahora era: a quin pertenecan?
El tiempo pareci detenerse cuando, temblando de pies a cabeza, comenz a
or extraas voces fantasmales que le susurraban al odo que su plan haba
fracasado, que no tardara en recibir el castigo que mereca y que, tras una fuerte
apuesta con la muerte, haba acabado perdiendo la apuesta. Merced a un gran
esfuerzo, apart de su mente tales fantasas y, cerrando los ojos, intent recobrar la
calma y descansar un rato. Haba pasado tanto tiempo desde que Hannah se haba
marchado que pareca obvio que el doctor se encontraba ausente y que la mujer,
sin otra opcin, se haba quedado all, esperndole, para regresar con l en cuanto
apareciese. Finalmente, decidi que en realidad no tena motivo alguno para
asustarse. De un momento a otro la oira llegar en compaa del mdico.

Fue justo entonces cuando oy algo ms. Sentndose nuevamente en la


cama, intent concentrarse en el ruido que acababa de escuchar preguntndose qu
podra haberlo causado. Se haba tratado de un ruido muy dbil, casi furtivo.
Conteniendo con fuerza la respiracin, aguard a que el sonido se repitiese.
Entonces lo oy otra vez. Nada ms que el espectro de un sonido, el eco de un
susurro Pero tan significativo como todo susurro que inesperadamente se
escucha en mitad de la noche.

Tras enjugarse el sudor de la frente con la manga del camisn, se dijo


repetidas veces que todo aquello no era ms que el efecto de su imaginacin sobre
sus desquiciados nervios. No obstante, a pesar de todo el empeo que puso en
autoconvencerse, fue incapaz de dejar de escuchar. Esta vez le pareci que el
sonido llegaba desde la habitacin de su difunta esposa, situada en el extremo
opuesto del pasillo. Aunque al principio no se trataba ms que de un leve ruido,
ste fue volvindose paulatinamente ms audible e insistente mientras Goddard,
con los ojos clavados en la puerta de su habitacin y, aunque a duras penas,
todava dueo de s mismo, se esforzaba por ignorarlo concentrando toda su
atencin en el aullido del viento y el golpeteo de la lluvia.

No obstante, durante un rato no consigui ser consciente de otra cosa. Hasta


que, de repente, un breve chirrido y, justo a continuacin, un poderoso estrpito
resonaron en la habitacin de la difunta.

Soltando un grito desgarrador y sintiendo cmo sus nervios se hacan


aicos, Goddard salt de la cama, baj apresuradamente las escaleras, abri la
puerta principal de un tirn y ech a correr en mitad de la noche mientras la
puerta, impulsada por el viento, se cerraba violentamente a sus espaldas.

Cuando lleg junto a la verja del jardn se detuvo unos segundos para
recuperar el aliento. Luego ech nuevamente a correr hasta que, al cabo de unos
pocos metros, se detuvo una vez ms y se qued un rato all de pie, escuchando.
Aunque tena los pies magullados y la lluvia se abata con furia sobre l, Goddard
pareci no prestarle la ms mnima atencin a tales detalles.

Transcurridos un par de minutos, comenz a regresar lentamente hacia la


casa mientras el viento, que cortaba como un cuchillo, castigaba su cuerpo
empapado hasta los huesos. Al entrar en el jardn, que se hallaba sumido en una
impenetrable oscuridad, no pudo evitar pensar que algn horrible peligro le
aguardaba, al acecho, oculto entre los arbustos. Tiritando de fro, sinti unos
apremiantes deseos de dar media vuelta y reemprender su alocada huida por el
camino, pero luego, impulsado ms por la desesperacin que por el valor, cruz el
jardn a todo correr y lleg hasta la casa para encontrarse con que la puerta se
hallaba firmemente cerrada. El porche le ofreca un refugio contra la glida lluvia
que caa sobre la noche, pero resultaba completamente intil contra el viento, por
lo que, estremecindose de pies a cabeza, se dej caer con desesperacin contra la
puerta. Luego, reuniendo las escasas energas que an le quedaban, se levant y,
avanzando a trompicones, se dirigi a la fachada trasera de la casa. No obstante,
cuando por fin alcanz la puerta de atrs, la encontr tambin cerrada. Y la misma
suerte corri cuando prob las ventanas del piso bajo. Ni una sola de ellas se
hallaba abierta.

Desesperado, sin apenas fuerzas para seguir caminando, se arrastr


penosamente hasta el porche y, una vez all, se acurruc sobre el suelo, al pie de la
puerta. As, hecho un tembloroso ovillo, cerr los ojos y esper resignado a que
Hannah regresase.

IV

Cuando despert, record vagamente que alguien se haba inclinado sobre


l para preguntarle cmo estaba y que a continuacin unos brazos lo haban
metido, medio a rastras medio en volandas, en el interior de la casa y lo haban
depositado poco despus sobre su cama. Ahora, al recobrar la consciencia, not
que tanto la cabeza como el pecho le dolan horriblemente, que no poda dejar de
tiritar y que un fro atroz le atenazaba todo el cuerpo. Como llegada de muy lejos,
oy una voz que pareca dirigirse a l.

Con todos mis respetos, seor, debe de haber perdido el juicio le deca
Hannah. Menudo susto me ha dado. Por un momento llegu a creer que estaba
muerto.

Goddard se oblig a abrir los ojos.

Doctor murmur. Doctor Roberts

No estaba en casa dijo Hannah. Tuvo que salir para atender una
urgencia. Le estuve esperando durante un tiempo razonable hasta que, cansada de
esperar, decid regresar a casa. Y menos mal que lo hice. Si no, a saber qu hubiera
sido de usted. He dejado aviso para que venga el doctor, y me han asegurado que
maana por la maana a primera hora estar aqu. Claro que, viendo el estado tan
penoso en que se encuentra usted ahora, quiz lo mejor sera que viniese cuanto
antes.

Mientras hablaba, la mujer se puso a deambular de un lado para otro


poniendo un poco de orden en la habitacin. Goddard, impotente, la sigui con la
mirada mientras ella coga los platos que contenan los restos de su cena, los
colocaba en una bandeja y sala con sta de la habitacin.

Por cierto, menuda la he armado sin querer en la antigua alcoba de la


seora dijo Hannah cuando regres, medio minuto ms tarde. Parece ser que
ayer, por descuido, me dej la ventana abierta. Y cuando he entrado hace un rato
me he encontrado hecho aicos sobre el suelo ese enorme jarrn estilo Chippidale
que a ella tanto le gustaba. Ha debido de ser el viento. No lo oy usted, seor?
Tuvo que hacer un ruido tremendo al romperse.

Goddard no contest. Aunque su mente se hallaba terriblemente confusa,


intent reunir las escasas energas que an le quedaban para ponerse a pensar.
Accidente o no, aquel jarrn haba cumplido su destino al estrellarse contra el
suelo. No obstante, la pregunta ahora era: existan de verdad los accidentes? O
acaso la vida no era ms que una especie de gigantesco rompecabezas en el que
cada pieza estaba cuidadosamente diseada para encajar en su sitio a la
perfeccin? El miedo y el viento o mejor an, su conciencia y el viento, haban
salvado finalmente a aquella mujer. Ahora l tendra que recuperar como fuese el
paquete de polvillo blanco que haba puesto en aquel cajn antes de que ella lo
descubriese y acabase denuncindole. Si no lo haca, poda considerarse
definitivamente perdido.

Claro que, visto desde otra perspectiva, qu importancia poda tener


aquello? l se encontraba gravemente enfermo. Mortalmente enfermo, ya en su
opinin. Deba de haber cogido una pulmona cuando sali de la casa corriendo
como alma que lleva el diablo.

Por qu no vena de una vez el doctor? Dnde se haba metido? Ah, por
fin! Ah estaba Estaba examinndole, auscultndole el pecho con un objeto
pequeo y fro Al verlo inclinado sobre l, Goddard cay en la cuenta de que
haba algo que deseaba contarle, algo relativo a Hannah y cierto polvillo de color
blanco que ahora, por desgracia, no lograba recordar con claridad.

Al cabo de toda una eternidad acudi a su mente por fin, junto con muchas
otras cosas que hubiera preferido olvidar, lo que deseaba contarle al mdico.
Intent hablar pero no pudo, as que, impotente, se limit a permanecer tumbado
viendo pasar con los ojos de la mente una interminable procesin de recuerdos que
se vio interrumpida tan slo por alguna que otra ocasional mirada al doctor, a la
enfermera y a Hannah, quienes, de pie junto a la cama, no dejaban de observarle en
silencio.

La ltima vez que mir a Hannah fue tambin la primera en mucho tiempo
que pudo posar sus ojos en ella sin sentir odio ni resentimiento. Fue entonces
cuando comprendi que estaba a punto de expirar.

EN LA BIBLIOTECA

(In the Library, 1901)

Tras arder abundantemente durante todo el da, el fuego que aquella


lluviosa noche alumbraba la pequea pero acogedora biblioteca haba quedado
reducido a poco ms que un puado de brasas de aspecto desamparado. Sin
apartar la mirada de stas, Trayton Burleigh, con el rostro congestionado de ira, se
levant de su silln, se acerc a una de las lmparas de gas, la apag y, tras coger
un puro de una caja que descansaba sobre una mesilla, regres nuevamente a su
asiento.

La estancia, cuyas ventanas daban a la fachada trasera de un viejo edificio,


era en realidad una mezcla de biblioteca, estudio y cuarto para fumar, adems de
un continuo motivo de desesperacin para la anciana ama de llaves que, con la
nica ayuda de una criada, se esforzaba por llevar la casa. Tal desesperacin, dicho
sea de paso, no era de extraar, pues en realidad aquella mansin, y muy en
particular la mencionada biblioteca, no eran sino la guarida de un par de solteros,
Trayton Burleigh y James Fletcher, quienes, unos diez aos antes, haban recibido
la vivienda de manos de un viejo conocido comn.

Tras recostarse lentamente en su silln, Trayton Burleigh se dedic durante


un buen rato a fumar y a observar por entre sus prpados entrecerrados las
espirales que el humo de su puro trazaba en el aire. De vez en cuando abra un
poco ms los ojos para pasear la vista por la acogedora y bien amueblada estancia
que se extenda a su alrededor o para dedicarle una mirada cargada de odio a
Fletcher, quien, con expresin impasible, se hallaba sentado en el extremo opuesto
de la habitacin dndole pequeas caladas a su pipa de madera de brezo. Aunque
la mitad de aquella adorable y valiosa vivienda perteneca legtimamente a
Trayton, a la maana siguiente este se vera obligado a abandonarla y a vagar por
el mundo en busca de un nuevo hogar. As, al menos, acababa de anuncirselo su
viejo amigo James, quien, sin tan siquiera molestarse en quitarse la pipa de entre
los dientes, haba hablado con la autoridad propia de un juez que dicta sentencia.

Conocindote como te conozco, imagino que ni siquiera se te habr


pasado por la cabeza la posibilidad de que yo pueda negarme a acatar una decisin
que, por otra parte, has tomado t solo, verdad? pregunt Burleigh de
improviso.

As es respondi Fletcher sin ms.

Burleigh le dio una profunda calada a su puro y dej que el humo saliese
lentamente por su nariz formando perezosas espirales en el aire.

Entonces, crees en serio que voy a acceder a marcharme de aqu y dejarte


a ti en posesin de todo? pregunt a continuacin. De veras crees que voy a
permitir que te conviertas no ya slo en el nico dueo de esta casa sino tambin
en el nico propietario y representante de nuestra empresa, una empresa que nos
ha costado aos levantar entre los dos? Djame decirte una cosa, James Fletcher,
eres un sinvergenza y un canalla.

Solamente soy un hombre honrado repuso Fletcher. No creo que


empear parte de mis posesiones para hacerme cargo de todos los desfalcos que t
has hecho a lo largo de estos ltimos aos sea propio ni de un sinvergenza ni de
un canalla. Como t comprenders, yo no voy precisamente a salir ganando con
ello.

Pero si no hay necesidad de empear nada, James replic Burleigh con


impaciencia. Si le pedimos un prstamo al banco podremos pagar los intereses
sin dificultad. En poco tiempo la mayor parte de la deuda estar saldada y nadie se
habr enterado absolutamente de nada.

Eso ya lo sugeriste antes y mi respuesta sigue siendo la misma dijo


Fletcher. No estoy dispuesto, de ninguna de las maneras, a convertirme en el
cmplice de un timador. Solo, me las apaar como sea para reunir hasta el ltimo
penique y salvar as el nombre de la empresa y con l, tambin el tuyo. Pero
despus de esta noche no permitir que vuelvas a poner los pies ni en la oficina ni
en esta casa.

No te atrevers a hacer eso! exclam Burleigh con furia, ponindose en


pie de un salto.

Ya lo creo que s repuso Fletcher sin inmutarse. Dada tu situacin,


slo puedes escoger entre dos alternativas: la vergenza de lo que te ofrezco o una
condena a trabajos forzados. No me obligues a lo segundo, Trayton, te lo advierto.
Y no te molestes en enfadarte ni en mirarme de esa manera. Te aseguro que no me
asustas lo ms mnimo. As que vuelve a sentarte y procura calmarte un poco.

Vaya, vaya dijo Burleigh hablando lenta y suavemente mientras volva a


ocupar su silln. De manera que te has tomado la molestia de arreglar todos los
detalles. Muy amable de tu parte. Por cierto, te importara decirme de qu se
supone que voy a vivir?

Eso ya es cosa tuya. Gozas de buena salud y tienes dos brazos fuertes y
vigorosos contest Fletcher. No obstante, lo que s har ser darte las
doscientas libras que mencion antes. Pero, por lo dems, tendrs que aprender a
cuidarte t solito. En cuanto al dinero, si quieres puedo drtelo ahora mismo.

Echando mano del bolsillo de su chaqueta, Fletcher sac una bolsa de cuero,
la abri, extrajo de ella un apretado fajo de billetes y lo dej encima de la mesa.
Burleigh, que haba observado con calma los movimientos de su socio, alarg la
mano y lo cogi. A continuacin, cediendo ante un repentino acceso de ira, levant
en alto el dinero, apret el puo con fuerza hasta hacer una arrugada bola con los
billetes y arroj stos con fuerza al extremo opuesto de la habitacin. Fletcher, sin
tan siquiera mover una ceja, continu fumando con absoluta tranquilidad.

Y Mrs. Marl? Se ha marchado? pregunt sbitamente Burleigh.

Fletcher asinti con la cabeza.

Tanto ella como Jane estarn fuera toda la noche respondi lentamente
. Las dos se fueron juntas a alguna parte. Dijeron que regresaran sobre las ocho
de la maana.

Entonces, me dejaras desayunar por ltima vez en la que desde maana


ser ya mi antigua casa? pregunt Burleigh. A las ocho de la maana, no es
as? A las ocho de la maana aadi con la voz reducida a un susurro.

Con expresin firme y decidida, Burleigh se puso nuevamente en pie. Esta


vez Fletcher, al verlo, se quit la pipa de la boca y se qued mirndole
atentamente. Burleigh cruz la habitacin, se agach, recogi del suelo los billetes
que l mismo haba arrojado medio minuto antes y se los meti lentamente en el
bolsillo.

Si de veras ests decidido a dejarme en la estacada, no creas que voy a


consentir que te quedes aqu como nico dueo y seor de todo lo que los dos
hemos construido juntos dijo con severidad.

Con ceremoniosa parsimonia, cruz la habitacin y cerr la puerta. Luego,


mientras se volva, Fletcher se puso tambin en pie y apret los puos con fuerza.
Burleigh se acerc entonces a la pared y, tras sacar de una hermosa vaina de marfil
que colgaba de sta una afilada espada de estilo japons, avanz lentamente hacia
su socio.

Voy a darte una oportunidad, Fletcher dijo gravemente mientras se


acercaba. S que eres un hombre de palabra. Si me prometes que corrers un
tupido velo sobre todo lo que ha pasado y que dejars que las cosas vuelvan a ser
como antes, te aseguro que no te pasar nada.

Suelta esa espada ahora mismo, estpido repuso Fletcher con


brusquedad.

Maldita sea! Ya has odo lo que te he dicho! bram Burleigh,


enfurecido.
Y t ya has odo lo que yo dije antes! replic Fletcher.

Mientras miraba a su alrededor en busca de un arma con que defenderse,


Fletcher sinti de repente un agudo y lacerante dolor. Cuando volvi la cabeza
hacia adelante vio que el puo cerrado de Burleigh se hallaba a escasos centmetros
de su pecho y que, justo a continuacin, dicho puo retroceda llevando consigo
algo reluciente y alargado. Ante sus ojos, que empezaban rpidamente a nublarse,
la figura de Trayton Burleigh pareci alejarse de sbito varias millas. La habitacin
entera se cubri de sombras. Mientras la oscuridad caa a su alrededor, Fletcher,
tras intentar en vano asirse a algo que pudiese ayudarle a mantenerse en pie, se
desplom pesadamente sobre el suelo.

Tras caer, el cuerpo de Fletcher se qued completamente inmvil. Burleigh,


incapaz de creer que todo hubiese terminado tan pronto, permaneci todava unos
momentos all de pie, alerta, esperando a que su vctima se levantase.
Comprendiendo finalmente que esto ltimo no iba a ocurrir, se sac un pauelo
del bolsillo e hizo ademn de limpiar con l la hoja de la espada. No obstante, tras
pensrselo dos veces, se guard el pauelo, dej el arma sobre el suelo y se qued
contemplando a su socio, cuyo rostro, a la tenebrosa luz del gas, haba adquirido
un matiz plido y fantasmal. En vida, aqul haba sido el rostro de un hombre
normal y corriente. Ahora, en cambio

Reprimiendo una sbita sensacin de nusea, Burleigh retrocedi hasta que


la mesa se interpuso entre l y el cadver. Una vez que ste qued oculto a su vista,
logr calmar un poco sus nimos y ponerse a pensar con mayor claridad. Lo
primero que hizo fue bajar la mirada y examinar con atencin sus ropas, botas y
manos. Luego, procurando no dirigir la mirada hacia donde se encontraba el
cadver, cruz nuevamente la estancia y apag las luces. Al hacerlo, algo pareci
agitarse en la oscuridad. Burleigh, asustado, ahog un grito y ech a correr
alocadamente hacia la puerta. Pero antes de alcanzarla comprendi, sonriendo
nerviosamente, que tan slo se trataba del reloj de cuco, que en aquellos momentos
daba las doce.

Algo ms tranquilo, sali de la habitacin y fue hasta el rellano de las


escaleras, donde se detuvo unos instantes para poner un poco de orden en sus
pensamientos. A la clida luz del gas, las escaleras y el piso inferior, con todos y
cada uno de los objetos que en l haba, tenan un aspecto tan corriente, tan
parecido al de todos los das, que Burleigh apenas poda creer lo que acababa de
ocurrir. Lentamente, se acerc al extremo del pasillo y apag las luces de ste. La
oscuridad que invadi entonces el piso superior fue tan absoluta que Burleigh,
sintiendo cmo el pnico se apoderaba sbitamente de l, ech a correr escaleras
abajo, cruz el vestbulo y, tras echar mano de un sombrero que colgaba de una
percha, abri la puerta, sali al jardn y no dej de correr hasta que alcanz la verja
que lindaba con la calle.

A excepcin de una solitaria ventana iluminada, todas las casas vecinas


estaban a oscuras y en silencio. Al otro lado de la verja las farolas derramaban su
luz sobre la calle tranquila y desierta. Una fina llovizna caa sobre el camino
embarrado y cubierto de guijarros. Conteniendo la respiracin, Burleigh
permaneci donde estaba, de pie junto a la verja del jardn, intentando reunir el
valor suficiente para volver a entrar en la casa. Justo entonces advirti una figura
que se acercaba lentamente calle abajo procurando caminar lo ms cerca posible de
las fachadas de los edificios para guarecerse de la lluvia. Era un polica.

Nada ms verlo, la verdadera gravedad de lo que haba hecho cay sobre l


como una pesada losa. Los siniestros destellos que la luz de las farolas produca
sobre la capa empapada del agente y los pasos lentos y pesados de ste le hicieron
echarse a temblar. Y si Fletcher no se encontraba completamente muerto y escoga
aquel preciso instante para empezar a gritar pidiendo auxilio? Y si aquel polica,
extraado al ver a Burleigh all, en mitad de la noche, decidiese acercarse a l y
acompaarle al interior de la casa? Vindose obligado a actuar con rapidez, decidi
que lo mejor sera asumir una actitud despreocupada. As que, cuando el polica
pas junto a l, lo salud afablemente e incluso se atrevi a intercambiar con l
unas cuantas palabras acerca del tiempo.

Cuando los pasos del agente dejaron de orse en la noche, Burleigh dio
media vuelta y entr nuevamente en la casa. Al llegar al vestbulo, vio que el
primer tramo de escaleras se encontraba iluminado por las luces de la planta baja,
as que, reuniendo todo el valor que fue capaz de encontrar, comenz a subirlo
lentamente. Cuando alcanz el ltimo peldao, encendi una cerilla y continu
subiendo con paso firme hasta que, poco despus, entr en su habitacin y
encendi la luz. Algo ms tranquilo gracias al efecto conciliador de sta, se acerc a
la ventana y la abri ligeramente. Luego fue hasta la cama, se sent en ella e
intent poner en orden sus ideas.

Tena ocho horas por delante. Ocho horas y doscientas libras. Con aquel
pensamiento firmemente asentado en la cabeza, se acerc a su caja fuerte, la abri,
sac el poco dinero que encontr en ella y, dndose una vuelta por la habitacin,
recogi cuantas joyas y artculos de valor posea.
Para entonces, y hasta cierto punto, el primer susto haba ya pasado, pero no
tard en verse reemplazado por el miedo a ser descubierto. Presa de este nuevo
temor, volvi a sentarse y se puso a pensar en cules deban ser los siguientes
pasos a dar en aquella especie de juego de habilidad en el que su propia vida era la
principal apuesta. Haba ledo muchas historias acerca de gente de temperamento
nervioso que, tras eludir a la polica durante algn tiempo, haba acabado cayendo
en sus garras por actuar con demasiada precipitacin y sin el menor atisbo de
sentido comn. Por lo que saba, dichas personas terminaban siempre cometiendo
alguna estupidez y dejando tras de s alguna prueba incriminatoria. Decidido a
hacer lo que fuera, sac su revlver de un cajn y comprob que, efectivamente,
estaba cargado. Si las cosas se torcan y acababan conducindole a un callejn sin
salida, no dudara en usar aquel arma contra s mismo. Una muerte rpida siempre
era preferible a la insoportable lentitud de la crcel.

Dispona de ocho horas antes de que el juego diese comienzo y tena algo
ms de doscientas libras en el bolsillo. Para empezar, tomara alojamiento en el
barrio ms populoso de la capital. Luego se dejara crecer la barba. Cuando el
revuelo causado por la tragedia se acallase, se marchara al extranjero y empezara
una nueva vida. Pero hasta que ese momento llegase slo saldra a la calle por la
noche, y eso con el nico fin de echar al buzn cartas que se escribira a s mismo.
O, mejor an, postales. Postales que su ama de llaves, como mujer entrometida que
era, no resistira la tentacin de leer. Postales que escribira hacindose pasar por
un amigo o por alguno de sus hermanos. Durante el da, mientras tanto,
permanecera encerrado y se dedicara a escribir, tal y como corresponda al papel
que tena pensado representar: el de periodista.

Claro que, y si, mejor an, se enrolaba en un barco y se haca a la mar? A


quin se le ocurrira buscarle a bordo de un barco? All tendra oportunidad de
pasar inadvertido, camuflado entre rudos y alegres marineros embutidos en sus
barbas y sus bastas ropas de franela.

Acosado por la incertidumbre, se esforz por tomar una decisin. Una de las
alternativas poda significar la vida; la otra, la muerte. Cul de ellas tomar? Su
rostro lleg a ponerse encarnado de tanto pensar en la responsabilidad que
conllevaba tal eleccin. Eran tantos los hombres que se hacan a la mar en aquella
poca del ao que seguramente l podra pasar inadvertido. Pero una vez en alta
mar poda encontrarse con algn viejo conocido. Desesperado, se puso en pie y
comenz a recorrer nerviosamente la habitacin de un extremo a otro. Ahora que
haba comprendido cunto haba en juego las cosas no parecan ser tan sencillas
como en un principio haba llegado a suponer.
El pequeo reloj que descansaba sobre la repisa de la chimenea dio la una.
Su leve campanada fue seguida de manera casi instantnea por otra ms sonora
proveniente del reloj de la biblioteca. De repente, sus pensamientos se volvieron
hacia aquel reloj, lo nico que pareca tener vida dentro de aquella estancia, y se
ech a temblar. Se pregunt si el cuerpo que yaca tendido sobre el suelo, al otro
lado de la mesa, habra llegado a orlo. Se pregunt si

Sbitamente, lleno de terror, dio un respingo y contuvo la respiracin. En


alguna parte del piso de abajo una de las tablas del entarimado acababa de crujir
ruidosamente. Luego lleg el crujido de otra, otra y otra ms. Temblando sin
parar, Burleigh fue hasta la puerta, la abri ligeramente y, sin atreverse a mirar
hacia afuera, escuch. La casa se hallaba ahora tan silenciosa que poda llegar a or
el tic-tac del viejo reloj de la cocina. Al cabo de unos segundos, viendo que los
ruidos no se repetan, abri la puerta un poco ms y se asom al exterior.

Justo en aquel momento un agudo chillido reson en las escaleras. Sin poder
evitarlo, Burleigh cerr la puerta y retrocedi asustado, temblando de pies a
cabeza. Luego, transcurrido un instante, suspir aliviado al comprender que lo que
acababa de or no haba sido ms que el maullido de un gato, su gato. El sonido,
inconfundible para cualquiera que no tuviese los nervios tan alterados como los
suyos, todava flotaba en sus odos. No obstante, cuando el eco de aquel maullido
se disip por fin, Burleigh no pudo menos que plantearse una pregunta: qu lo
haba causado?

El silencio, al menos momentneamente, haba vuelto a invadirlo todo.


Despus de tragar saliva con dificultad, Burleigh fue nuevamente hasta la puerta.
Ahora tena la absoluta certeza de que algo o alguien avanzaba a hurtadillas por
las escaleras. Oy cmo las tablas de madera que formaban los peldaos volvan a
crujir y hasta, en una ocasin, cmo algo se deslizaba con un suave roce por el
pasamanos de la barandilla. El suspense y el casi absoluto silencio resultaban
verdaderamente aterradores. Y si resultaba que quien estaba all fuera no era otro
que Fletcher, quien, vuelto repentinamente a la vida, se dedicaba a buscarle
incesantemente en la oscuridad?

Resuelto a salir de dudas y averiguar de una vez por todas quin poda estar
merodeando all fuera, Burleigh dej a un lado todos sus temores y abri
nuevamente la puerta. La luz de su habitacin se derram sobre el suelo del pasillo
mientras l se asomaba por el vano. Era imaginacin suya o la puerta de la
habitacin de Fletcher, situada justo frente a la suya, acababa de cerrarse mientras
l la miraba? Era su imaginacin o el picaporte de aquella puerta acababa
efectivamente de moverse?

Sin hacer el menor ruido, y sin perder de vista la puerta para estar seguro en
todo momento de que nada ni nadie sala de all y le segua, Burleigh ech a andar
lentamente hacia las oscuras escaleras. No obstante, apenas haba avanzado unos
pocos pasos cuando, de repente, sinti cmo las fuerzas le fallaban y las
mandbulas se le desencajaban con una mezcla de miedo y consternacin. La
puerta de la biblioteca, que l recordaba perfectamente haber cerrado antes y que,
por otra parte, estaba seguro de haber visto cerrada cuando subi por ltima vez a
su habitacin, se hallaba ahora ligeramente entreabierta. Aunque le pareci
percibir un suave susurro all dentro, su razn le grit que aquello no poda ser
sino un nuevo efecto de su imaginacin. Durante unos segundos se repiti
mentalmente aquella idea hasta que, de repente, el ruido claro e inconfundible de
una silla al ser arrastrada lleg ntidamente a sus odos.

Con enorme sigilo, Burleigh reanud la marcha con la intencin de pasar


frente a la puerta de la biblioteca sin que quienquiera que se hallase dentro de sta
pudiese llegar a advertir su presencia. Cuando se encontr justo delante de la
puerta, oy claramente cmo algo pareca arrastrarse de manera furtiva por el
suelo de la habitacin. En aquel momento, Burleigh, obedeciendo a un sbito
impulso, alarg la mano, agarr con fuerza el picaporte, cerr la puerta de un
enrgico tirn y, tras girar la llave en la cerradura, ech a correr hacia las escaleras
como alma que lleva el diablo.

Un espantoso alarido se elev acto seguido en el interior de la biblioteca y


una verdadera lluvia de golpes comenz a retumbar sobre la puerta. Toda la casa
se llen automticamente con el estruendo de aquellos golpes y con los
desgarradores alaridos de una voz absolutamente aterrorizada. Al orlos, Burleigh
se detuvo en mitad de las escaleras y, aferrndose con fuerza al pasamanos de la
barandilla, escuch. Al cabo de unos segundos los golpes cesaron y aquellos
terribles alaridos dieron paso a la voz asustada de un hombre que comenz a pedir
auxilio a gritos y a suplicar que le dejasen salir de all.

Burleigh comprendi al instante lo que en realidad haba ocurrido y lo que


ello representaba para l. Tras su precipitada huida a la calle y su posterior regreso
al interior, se haba dejado abierta la puerta principal, y a algn infeliz que en
aquellos momentos pasaba por all, al verla abierta, no se le haba ocurrido otra
cosa que entrar. Aquella inesperada circunstancia abra nuevos horizontes en sus
planes ms inmediatos y le daba un brusco giro a todo el asunto. Ahora ya no
tendra necesidad de marcharse. Ya no tendra motivos para esconderse ni para
tener miedo de la justicia. Aquel estpido que se hallaba encerrado en la biblioteca
sera su salvacin. Alentado por esta idea, dio media vuelta y ech a correr
escaleras arriba en el preciso instante en que el prisionero, en sus desesperados
esfuerzos por escapar, arrancaba el picaporte de la puerta.

Quin est ah? pregunt Burleigh en voz alta.

Djeme salir de aqu! grito una voz aterrorizada. Por el amor de Dios,
abra esta maldita puerta. Hay un cadver aqu dentro!

Qudese donde est! advirti Burleigh con severidad. Voy armado,


as que no se mueva. Si intenta usted salir no dudar en disparar.

Por toda respuesta se oy un fuerte golpe en la cerradura. Sin pensrselo dos


veces, Burleigh levant su revlver a la altura del pecho y dispar a travs de la
madera.

La detonacin y el ruido de la puerta al ser atravesada por la bala resonaron


a un mismo tiempo. Luego, tras unos segundos de absoluto silencio, se oy el dbil
gemido de una ventana al ser abierta. Dando media vuelta, Burleigh ech a correr
escaleras abajo, abri la puerta principal de un violento tirn y comenz a gritar
pidiendo auxilio.

La casualidad quiso que un sargento de polica y un agente se encontrasen


en aquel momento de ronda no muy lejos de all. Al or los gritos, los dos
intercambiaron una breve mirada de sorpresa y, sin hacer el menor comentario,
echaron a correr hacia la casa. Al verlos llegar, Burleigh volvi a entrar y, corriendo
delante de ellos, los gui escaleras arriba al tiempo que daba incoherentes
explicaciones sobre lo que ocurra. Cuando los tres llegaron frente a la puerta de la
biblioteca, Burleigh detuvo a sus acompaantes y les indic con un gesto que
guardasen silencio.

El intruso continuaba todava all dentro intentando forzar la cerradura de la


maciza puerta de roble. Acercndose con cuidado, Burleigh prob a girar la llave,
pero le fue completamente imposible conseguirlo. La cerradura haba sufrido
tantos desperfectos que no permita que la llave girase en su interior. Viendo que
no quedaba ms alternativa, el sargento, tras hacerle una sea a los otros dos para
que se apartasen, retrocedi unos pasos y, con el hombro por delante, arremeti
violentamente contra la puerta, que se abri con un sonoro crujido.

Seguido de cerca por el agente, el sargento entr tambalendose en la


habitacin. Al instante, los haces de luz de un par de linternas taladraron la
oscuridad y comenzaron a recorrer toda la estancia. De repente, la figura fugaz de
un hombre que haba permanecido escondido en un rincn intent alcanzar la
puerta de un salto, pero Burleigh, atento, se plant firmemente en el umbral y,
haciendo de puerta con su propio cuerpo, lo dej literalmente encerrado en
compaa de los dos policas.

Desde donde estaba, Burleigh observ con frialdad la dramtica escena que
a continuacin se desarroll en la penumbra reinante ante sus ojos. Los nicos
sonidos que llegaron a sus odos fueron el forcejeo delos hombres y la agitada
respiracin del intruso. Un casco de polica cay al suelo con un golpe sordo y
rod hasta un rincn. Acto seguido fueron los tres hombres quienes, con un salvaje
estruendo, cayeron sobre el entarimado en un confuso montn. Se oy un gruido
apagado y un ligero chasquido. Unos segundos ms tarde una figura se pona
trabajosamente en pie mientras otra, de rodillas, se inclinaba resoplando sobre una
tercera que yaca tumbada sobre el suelo. La figura que acababa de ponerse en pie
hurg brevemente en uno de sus bolsillos, sac una cerilla, la encendi, y se acerc
a la pared para prender el gas.

La luz ilumin el rostro colorado y la barba rubia del sargento. Haba


perdido su casco en la refriega y tena el pelo alborotado. Desde el umbral,
Burleigh observ con atencin al hombre que yaca aturdido sobre el suelo. Se
trataba de un tipo no muy alto pero fornido en cuyo rostro plido y sucio
destacaba un enorme bigote negro. De su labio inferior, que comenzaba a
hincharse por una de sus comisuras, brotaba un fino reguero de sangre que le
corra por la barbilla y el cuello. Burleigh ech una rpida mirada hacia la mesa.
Durante la pelea, el mantel que sola cubrirla se haba cado y se encontraba ahora
sobre el suelo, justo encima del cadver de Fletcher.

Un tipo de cuidado le dijo el sargento mirndole con una sonrisa.


Menos mal que estbamos cerca.

El prisionero irgui la cabeza con dificultad y dirigi a sus tres captores una
mirada impregnada de terror.

Est bien, seores jade, tembloroso, mientras el agente, todava de


rodillas encima de l, le sujetaba con renovadas fuerzas. Confieso que entr
furtivamente en esta casa, pero de eso no hace ni diez minutos. Les juro que yo no
lo hice.
El sargento le mir con curiosidad.

Y qu importancia puede tener el que usted lleve aqu solamente diez


minutos? Si llevase tan slo diez segundos, eso no cambiara las cosas. El delito
sigue siendo el mismo.

El intruso se estremeci y comenz a gimotear.

l ya estaba aqu cuando yo llegu dijo entre sollozos. Les juro que es
cierto. Tengan eso en cuenta, seores. Cuando yo entr aqu l ya se encontraba
desde haca rato tal y como est ahora. Se lo juro, seores. Cuando lo descubr
intent salir de aqu, pero entonces me di cuenta de que me haban encerrado.

Eh, oiga, amigo. De quin demonios est usted hablando? Quin estaba
aqu cuando usted lleg? pregunt el sargento.

se contest el hombre, casi fuera de s.

Siguiendo la direccin en la que apuntaban los aterrorizados ojos de aquel


hombre, el sargento avanz un par de pasos y se agach junto a la mesa. Entonces,
soltando una exclamacin, apart a un lado el mantel y dej al descubierto el
cadver. Con un grito en los labios, Burleigh retrocedi hasta que choc de
espaldas contra la pared.

Tenga cuidado, caballero. Se encuentra usted bien? le pregunt el


sargento ponindose en pie y cogindole por el brazo. Procure mirar hacia otro
lado.

Con sumo cuidado, el sargento condujo a Burleigh hasta una silla. Luego se
acerc a un pequeo mueble bar, verti un poco de whisky en un vaso y se lo
ofreci. Con manos temblorosas, Burleigh tom el vaso y lo apur de un solo trago.
A continuacin ech la cabeza hacia atrs y solt un gemido. El sargento esper
pacientemente hasta que Burleigh se encontr mejor. Entonces, acercando una silla,
se sent a su lado y lo mir con atencin.

Quin es ese hombre, caballero? pregunt finalmente.

James Fletcher, mi amigo y socio respondi Burleigh hablando con


dificultad. Los dos compartimos quiero decir, compartamos esta casa.

Luego, obedeciendo a un repentino impulso, se volvi hacia el intruso.


Maldito asesino! Espero que le cuelguen por esto! le grit.

Les repito que ese hombre ya estaba muerto cuando yo entr aqu
repuso el otro con voz temblorosa. Estaba justamente donde est ahora mismo,
tirado en el suelo, y cuando lo vi mi nico pensamiento fue intentar salir de aqu.
Usted mismo me oy gritar pidiendo ayuda, seor aadi mirando a Burleigh.
Cree usted que hubiera actuado as si hubiese matado a ese hombre?

Ya est bien intervino el sargento con brusquedad. Ser mejor que se


calle si sabe lo que le conviene.

Y estese quieto de una vez aadi el agente.

El sargento puso una rodilla en tierra y levant ligeramente la cabeza del


muerto.

Les juro que yo no tengo nada que ver con todo esto repeta el intruso
desde el suelo. Soy inocente. A m nunca se me ocurrira hacer algo as. No llevo
en esta casa ni diez minutos, y ese hombre tiene pinta de llevar muerto un buen
rato.

El sargento tante el suelo con la mano y, al cabo de un par de segundos, se


puso en pie llevando en la mano la espada de estilo japons. Lentamente, se acerc
al intruso blandiendo el arma ante s.

Qu qu va usted a hacer con eso? pregunt este ltimo.

Cuando el sargento lleg junto a l le ense la espada y lo mir


atentamente.

Eso no es mo, seor. Nunca antes lo haba visto dijo el prisionero,


forcejeando.

Esa espada colgaba de esos dos ganchos que puede usted ver ah,
sargento, en la pared intervino Burleigh. Este hombre debe de haberla cogido
para matar a mi amigo. Estoy seguro de que hace un rato, cuando dej a Fletcher
solo en esta habitacin, esa espada estaba todava en su sitio.

Cunto hace de eso? pregunt el sargento.

No sabra decirle con seguridad. Quiz media hora. Quizs incluso una
hora respondi Burleigh. No me fij en la hora que era cuando sal.

Desde el suelo, el intruso gir la cabeza hacia l y le mir con ojos muy
abiertos.

Ahora lo entiendo todo! grit con ferocidad. Fue usted! Usted lo


hizo y ahora pretende que me cuelguen a m por ello!

Eso no estara nada mal, amigo dijo el agente, visiblemente indignado.

Con mucho cuidado, el sargento dej el arma sobre el suelo y se volvi hacia
su prisionero.

Procure guardar silencio, asesino le dijo en tono amenazante.

A continuacin, yendo hasta la mesa, se sirvi un poco de whisky en un


vaso, se lo bebi de un trago y, tras dejar el vaso sobre la mesa, se acerc
nuevamente a Burleigh.

Qu tal est, caballero? Se encuentra mejor? le pregunt.

Burleigh asinti levemente con la cabeza.

Ya no necesitar eso aadi el sargento sealando el revlver que


Burleigh empuaba todava en la mano.

Con un rpido y preciso movimiento, estir el brazo, cogi el arma y se la


meti limpiamente en el bolsillo. Luego, bajando la mirada, seal con un gesto las
manos de Burleigh.

Por cierto, tiene usted una herida en la mueca dijo.

Burleigh levant bruscamente una mano y la mir. Pero, al no descubrir


herida alguna en ella, levant tambin la otra para examinarla.

En sa es, si no me equivoco le dijo el sargento. Acabo de verla


fugazmente hace un momento.

Con un rpido ademan, cogi las manos de Burleigh entre las suyas, las
aferr con sbita e inesperada fuerza y, tras hurgar brevemente en uno de sus
bolsillos, sac un pequeo objeto fro y metlico y lo coloc alrededor de las
muecas del otro en un abrir y cerrar de ojos.

As est mejor aadi soltando a Burleigh. Ahora prtese bien y


estese quietecito.

El agente gir en redondo, mudo de asombro. Burleigh, rojo de ira, dio un


salto en direccin al sargento.

Quteme estas esposas! exclam con voz ahogada. Es que se ha


vuelto loco? Qutemelas!

Todo a su debido tiempo, caballero repuso el sargento.

Qutemelas le digo! insisti Burleigh.

Por toda respuesta el sargento lo agarr con fuerza por el cuello de la


camisa, lo levant en peso y, sin apartar de aquel plido rostro una mirada cargada
de furia, cruz con l la habitacin y lo arroj sobre una silla.

Collins le dijo acto seguido a su subordinado con voz autoritaria.

Seor? balbuce, atnito, el aludido.

Vaya corriendo en busca de un mdico orden el sargento. Este


hombre no est muerto!

Mientras el agente bajaba las escaleras corriendo a todo lo que daban sus
piernas, el sargento volvi a verter un poco de whisky en un vaso y, arrodillndose
nuevamente junto al cuerpo de Fletcher, le levant la cabeza y le desliz un trago
de licor por entre los labios resecos.

Sentado en su rincn, incapaz de moverse, Burleigh observ la escena


boquiabierto. Poco despus, cuando el agente regres en compaa de un jadeante
doctor, vio cmo ste y los dos policas se inclinaban sobre el cuerpo de Fletcher.
Un minuto ms tarde, completamente paralizado de sorpresa y terror, contempl
cmo el moribundo abra los ojos y comenzaba a mover los labios.

Demasiado aturdido todava por aquel giro tan brusco que acababan de dar
los acontecimientos, Burleigh apenas fue consciente de que, mientras el sargento
realizaba unas cuantas anotaciones en una libreta, los otros tres hombres no
dejaban de observarle con atencin. No obstante, comprendi perfectamente lo que
el sargento quiso darle a entender cuando, tras guardar su libro de notas, se acerc
a l lentamente y le puso una mano en el hombro.

Nada ms sentir aquel contacto, Burleigh, resignado y obediente, se puso en


pie, sali de la casa y se intern en la noche seguido de cerca por el polica.
EL CAPITN ROGERS

(Captain Rogers, 1901)

Cuando el hombre lleg por fin a lo alto del viejo puente de piedra, levant
la cabeza y, apartando la mirada de las oscuras aguas del ro y las pequeas
embarcaciones que las surcaban en silencio, observ con aspecto satisfecho las
dbiles luces de Riverstone, la pequea poblacin situada en la ribera opuesta.
Animado por aquella visin, y a pesar de avanzar lenta y trabajosamente, como
quien lleva ya recorridas muchas y fatigosas millas, apret el paso. Sus calcetines,
donde no estaban bastamente zurcidos, se hallaban reducidos a enormes agujeros,
y en cuanto a su abrigo y sus pantalones, estaban rados y descoloridos por el uso.
No obstante, a pesar de su desastrada indumentaria, el hombre se sacudi el polvo
que la cubra, se enderez y, tras alcanzar el extremo opuesto del puente, se
dirigi, caminando no sin cierta altanera, hacia la hilera de casas ubicada frente al
muelle.

Pas sin detenerse ante la puerta de una simple tienda de licores llamada La
Reina Ana y, tras dirigirle un rpido vistazo a El Rey Jorge y El Ancla Fiel, dos de
las tabernas de la calle, prosigui su camino hasta que, finalmente, lleg frente a
una maciza puerta sobre la que colgaba un cartel que, en letras doradas, deca: La
Llave de Oro. Aunque saltaba a la vista que aqulla era la mejor posada de todo
Riverstone y que, sin lugar a dudas, deba de tratarse del lugar habitual de reunin
de la gente ms adinerada y pudiente de la localidad, nuestro hombre, sin
achicarse lo ms mnimo ante tal circunstancia, se enderez el rado abrigo y,
avanzando con aire decidido y arrogante, abri la puerta y cruz el umbral.

El saln de la posada se hallaba vaco, pero el hermoso resplandor del fuego


que arda en la chimenea supona un grato contraste en comparacin con el fro
aire otoal que reinaba en el exterior. Decidido a calentarse un poco, el recin
llegado arrim una silla a la chimenea, tom asiento en ella y, tras colocarlos pies
sobre el guardafuegos, expuso las destrozadas suelas de sus zapatos al calor de las
llamas. En aquel momento, un camarero que acababa de verle entrar en el local
apareci por la puerta que comunicaba con la trastienda y se le qued mirando
desde el umbral con cara de pocos amigos.
Coac con agua, camarero dijo el forastero al verle. Y bien caliente.

El saln es slo para los huspedes de la casa repuso el aludido.

El forastero quit los pies del guardafuegos, se levant lentamente y ech a


caminar hacia el camarero con expresin de fastidio. Aunque se trataba de un
hombre ms bien bajo y delgado, haba algo tan amenazador en su actitud, algo
tan amedrentador en sus fros ojos marrones, que el otro, a pesar de todo el
desprecio que sola inspirarle la gente desaliada y mal vestida, retrocedi
inquieto.

He dicho que quiero coac con agua. Y que lo quiero bien caliente
repiti el forastero. Y procure que el vaso est lleno hasta el borde. Me ha odo
bien?

Lentamente, el camarero dio media vuelta para regresar a la trastienda.

Un momento! dijo el otro de repente con tono imperioso. Cmo se


llama el dueo de la casa?

Mullet respondi enfurruado el camarero.

Dgale que venga a verme dijo el forastero volviendo a sentarse. Y en


cuanto a usted, amigo mo, procure conducirse con ms educacin la prxima vez
que se dirija a m. Si no lo hace, le aseguro que lo sentir.

Dicho lo cual, se recost en su silla y se puso a remover con el pie los leos
que ardan en el fuego, provocando con ello pequeas lluvias de chispas que
ascendan dando vueltas por la chimenea. Unos segundos ms tarde la puerta de la
trastienda volvi a abrirse y el dueo del local entr en el saln seguido de cerca
por el camarero. No obstante, el forastero, demasiado abstrado en lo que estaba
haciendo, ni siquiera levant la cabeza cuando los dos hombres entraron, sino que
continu mirando las brasas plcidamente.

Qu es lo que desea, caballero? le pregunt el dueo con voz severa en


cuanto lleg a su lado.

El forastero volvi hacia l un rostro amarillento y fatigado y le dedic una


sonrisa cargada de insolencia.

Dgale a ese gordinfln lacayo suyo que se marche repuso lentamente.


Al or aquello el dueo de la taberna dio un respingo. Luego, tras dirigirle
una escrutadora mirada al forastero, le hizo una sea al camarero para que se
retirase y, una vez ste hubo obedecido, cerr la puerta de la trastienda. Acto
seguido se volvi y se qued de pie observando en silencio a su visitante.

Sin lugar a dudas, no esperabas volver a verme, verdad, Rogers? dijo


ste ltimo.

Me llamo Mullet repuso el otro con brusquedad. Y ahora, dgame,


caballero: qu es lo que quiere?

Conque Mullet, eh? dijo el forastero con una nota de sorpresa en la voz
. Si de verdad es se su nombre, disclpeme. He debido de confundirme. Por un
momento le tom por el capitn Rogers, un antiguo camarada mo. No s cmo he
podido cometer un error tan absurdo, pues no me cabe la menor duda de que a
Rogers lo ahorcaron hace aos. Aun as, el parecido es increble No habr tenido
usted por casualidad un hermano al que en su tiempo llamasen Rogers, verdad?

Se lo voy a preguntar por ltima vez, caballero: qu es lo que quiere?


repuso el dueo del local avanzando un paso hacia su interlocutor.

Ya que se muestra usted tan solcito conmigo, caballero, se lo dir


respondi el forastero. Quiero ropas nuevas, comida abundante y la mejor
habitacin que tenga. Y, naturalmente, los bolsillos llenos de dinero.

En ese caso ya puede usted estar saliendo por donde ha entrado y


empezar a buscar todas esas cosas en otra parte, porque aqu dentro no va a
encontrar ninguna de ellas repuso Mullet.

Vaya, vaya, vaya dijo el forastero ponindose en pie. Si la memoria


no me falla, hace unos quince aos haba cien guineas de recompensa por la cabeza
de mi viejo camarada Rogers. Ya que usted me echa de aqu, quiz sea una buena
idea dedicar el tiempo a averiguar si alguien ha reclamado ya dicha suma.

Maldito canalla! exclam el posadero haciendo un enorme esfuerzo por


reprimir la ira que en ese momento le embargaba. Si yo mismo te diese las cien
guineas de esa recompensa, eso no bastara para que te dieras por satisfecho. No
tardaras en volver pidiendo ms.

Cmo se nota que ya me conoces, Rogers dijo el forastero con fingido


regocijo. Siempre fuiste un tipo duro de pelar.
Mientras hablaba, el posadero, hombre alto y corpulento, se acerc a l con
aire amenazador. Pero el intruso, echndose hacia atrs en su silla, hurg
brevemente en uno de sus bolsillos y sac una pistola.

Ni lo intentes, Rogers. Qudate quietecito donde ests dijo con voz fra
y severa.

Sin dejar entrever el ms mnimo atisbo de temor hacia el arma, el posadero


se volvi tranquilamente, se acerc al mostrador, toc un timbre y, cuando unos
segundos ms tarde reapareci el camarero, pidi bebida para dos. Seguidamente
cogi una silla, la acerc al fuego tal y como haba hecho el forastero al entrar all, y
tom asiento en ella. Los dos hombres permanecieron sentados, sumidos en un
profundo silencio, hasta que el camarero hubo abandonado la estancia. Cuando
eso ocurri, el forastero mir a su anfitrin y levant en alto su vaso.

A la salud de mi viejo camarada, el capitn Rogers dijo con solemnidad


, para que nunca tenga que recibir su merecido.

De qu crcel acabas de salir? pregunt bruscamente Mullet.

Por todos los demonios! exclam el otro. He estado en tantas (y en


todas ellas buscando al capitn Rogers) que soy incapaz de recordar el nombre de
la ltima. Sea como fuere, lo que s puedo decir es que he venido caminando desde
Londres, lo cual significa que he recorrido a pie ms de doscientas ochenta millas
por el simple placer de ver otra vez esa cara tan poco agraciada que tienes,
compaero. Sabes una cosa, Rogers? Ahora que por fin te he encontrado, creo que
voy a quedarme a vivir aqu contigo. As que ya puedes ir dndome algo de
dinero.

Sin pronunciar una sola palabra, el posadero se sac de un bolsillo unas


cuantas monedas de oro y plata y, dejndolas encima de la mesa, las empuj hacia
su interlocutor.

Con esto bastar por el momento dijo ste ltimo cogindolas y


metindoselas en el bolsillo. Pero la prxima vez que te pida dinero procura
darme el doble. Me oyes bien, camarada? El doble. De no ser as, te aseguro que lo
sentirs.

Dicho lo cual se recost en su silla y, tras responder con una mueca de


desprecio a la mirada cargada de odio que le dirigi el posadero, se guard
lentamente la pistola.
Este lugar es verdaderamente encantador, Rogers. Despus de tantos
viajes juntos no podas haber elegido un lugar mejor para establecer nuestro retiro
continu diciendo. Y puesto que una vez los dos fuimos camaradas, ten por
seguro que volveremos a serlo. As que mientras yo, Nick Gunn, siga con vida, a ti
nunca te har falta compaa. Santo Dios! Te acuerdas de los viejos tiempos? Te
acuerdas de aquel buque holands y de cmo se ech a temblar de miedo aquel
oficial gordinfln cuando t y yo lo abordamos en alta mar?

No, no me acuerdo. Lo he olvidado respondi el otro sin apartar de l


una mirada llena de ferocidad. A decir verdad, he olvidado muchas cosas.
Durante los ltimos quince aos he llevado una vida decente y honrada, pero para
ello tuve que enterrar primero la mayor parte de lo que una vez fui. As que si
quieres hacer algo de provecho, puedes empezar por rezarle a Dios para que salve
tu pobre alma y para que permita que el demonio que llevo dentro contine
dormido y no vuelva a despertar jams.

Quince aos es mucho tiempo, Rogers dijo Gunn con despreocupacin


. Qu suerte has tenido al encontrarme. Ahora podrs tener cerca a alguien con
quien poder recordar los viejos tiempos siempre que quieras. Vaya! Por qu
pones esa cara, compaero? Ya veo. Ests decidido a seguir siendo un honrado
posadero de por vida, no es as? Bueno, pues peor para ti. Demonios! Quin es
sa?

Sbitamente, Gunn se levant y se inclin hacia adelante en una torpe


reverencia cuando una muchacha de unos dieciocho aos, tras dudar unos
segundos junto a la puerta, entr en el saln y lo cruz resueltamente en direccin
al posadero.

Ahora no, querida. Estoy ocupado dijo este ltimo con cierta
brusquedad.

No se preocupe, seorita intervino Gunn haciendo una nueva


reverencia. En realidad nosotros ya hemos terminado de hablar. Es tu hija esta
encantadora muchacha, Rog ejem Mullet?

No. En realidad es mi hijastra respondi el interpelado. Se llama Joan.

Llevndose al pecho una nervuda mano en la que faltaban dos dedos, Gunn
se inclin por tercera vez en una reverencia.

Permtame presentarme, seorita aadi hablando con calculada


suavidad. Mi nombre es Nick Gunn, y soy un viejo amigo de su padre, aunque,
por desgracia, he de aadir que no me encuentro precisamente en mi mejor
momento. No obstante, y precisamente por ello, estoy seguro de que se alegrar
usted de saber que su padre me ha pedido que me quede a vivir aqu durante un
tiempo.

Todo amigo de mi padre es siempre bienvenido en esta casa, caballero


respondi la muchacha con frialdad.

Dicho lo cual mir primero al posadero, despus nuevamente al husped de


ste, y luego, advirtiendo la extraa tirantez que pareca existir entre los dos
hombres, hizo una pequea reverencia y abandon la estancia.

As pues, insistes en tu intencin de quedarte? pregunt Mullet tras un


breve silencio.

Ahora ms que nunca, camarada contest Gunn lanzando una lasciva


mirada hacia la puerta por la que acababa de salir la muchacha. Acaso te
sorprende mi decisin? Vaya, vaya No pensars que me dan miedo tus absurdas
amenazas, verdad, Rogers? Parece mentira que a estas alturas no me conozcas.

La vida que llevamos aqu es muy diferente a la que t ests


acostumbrado a llevar repuso el posadero. Aqu la vida es tranquila y
apacible.

Lo s, Rogers asinti Gunn. Y si eres un tipo medianamente


inteligente comprenders que para poder mantenerla no tendrs ms remedio que
compartir conmigo todo cuanto posees.

Hay muchos motivos por los que debo compartir contigo todo cuanto
poseo repuso Mullet con tranquilidad. Pero, por desgracia, t nunca sers
capaz de entenderlos.

Bueno, ya est bien. Basta de charla y de sermones dijo Gunn con


brusquedad. Y procura alegrar esa cara, viejo pirata. Que parezca realmente lo
que eres: un hombre que acaba de reencontrarse con un viejo amigo al que crea
perdido y al que nunca ms volver a perder aadi con insolencia.

Tras mirar a Mullet con expectacin durante unos instantes, se llev la mano
nuevamente al bolsillo en que guardaba el arma, presto a usarla en caso de que el
otro hiciese el menor movimiento hacia l. No obstante, al ver que el posadero
permaneca inmvil y que el rostro de ste se hallaba surcado por profundas
arrugas de preocupacin, se relaj y clav su mirada en el fuego.

Quin te iba a decir a ti que, tras quince aos esforzndote por llevar una
vida decente y honrada, ibas a acabar vindote de esta manera, eh, Rogers? dijo
el intruso con una burlona sonrisa.

Por toda respuesta el posadero se puso en pie y ech a andar lentamente


hacia la puerta que comunicaba con la trastienda.

Por cierto, seor posadero! grit Gunn dando golpes en la mesa con su
mano mutilada.

Mullet se detuvo, volvi la cabeza y mir fijamente al intruso.

Haz que me traigan algo para cenar dijo ste. Lo mejor de la


despensa. Y que preparen una habitacin para m. La mejor de la casa.

La puerta se cerr silenciosamente para ser abierta un rato ms tarde por


George, el camarero, quien entr recelosamente en el saln para dejar sobre la
mesa una copiosa comida. Gunn, tras reprenderle con toda clase de insultos por la
lentitud y la torpeza que ste demostr a la hora de servirle, arrim su silla a la
mesa y comenz a devorar cuantos manjares fueron dispuestos sobre sta. Cuando
por fin dio su cena por concluida, volvi a acercar su silla a la chimenea y durante
un buen rato se dedic a fumar tranquilamente con los pies cmodamente
apoyados sobre el guardafuegos. Luego, una vez acabado el ltimo cigarro, pidi
que le llevasen una vela y que le condujesen a su habitacin.

Cuando finalmente entr en sta, murmur unas breves palabras de


agradecimiento hacia su anfitrin y le dijo a su gua que se marchase. Una vez a
solas, se puso a registrar la habitacin, y hasta que no hubo revisado cada resquicio
y comprobado cada rincn no cerr la puerta. A continuacin, no conforme con
haber pasado la llave, apoy una silla contra el picaporte de tal manera que la
puerta no pudiese ser abierta desde el exterior. Una vez concluidos todos estos
preparativos, puso la pistola debajo de la almohada y se tendi en la cama. Al cabo
de un par de minutos se hallaba profundamente dormido.

A pesar del tremendo cansancio que haba atenazado su cuerpo cuando se


acost, Gunn se levant muy temprano a la maana siguiente. Cuando entr en el
comedor descubri que un copioso desayuno haba sido dispuesto all para l,
pero, al mirar a su alrededor y ver que se hallaba solo en la estancia, frunci el ceo
y se pregunt dnde estara el resto de los habitantes de la casa. Intrigado, cruz la
puerta que conduca a la trastienda y lleg a un pequeo vestbulo. Una vez all,
prob varias puertas hasta que, finalmente, entr en una pequea sala de estar en
la que su anfitrin y su hijastra se encontraban sentados a una pequea mesa,
desayunando. Al verlos, Gunn, con premeditada insolencia, acerc una silla a la
mesa y se sent junto a ellos. El posadero le puso un plato delante sin inmutarse,
pero la muchacha, al ver cmo aquel hombre la miraba, no pudo evitar que su
mano temblase ligeramente cuando le sirvi una taza de caf.

Esta noche he dormido en la cama ms cmoda que he probado en toda


mi vida coment Gunn.

Espero que eso quiera decir que ha dormido usted bien dijo la
muchacha cortsmente.

Como un beb dijo Gunn. Tal y como corresponde a alguien que tiene
la conciencia tranquila, eh, Mullet?

El posadero asinti levemente con la cabeza y sigui comiendo sin


pronunciar palabra. Gunn, por su parte, tras hacer algn que otro comentario,
decidi seguir su ejemplo alternando sorbos de caf con ocasionales miradas de
ardiente admiracin ante la incuestionable belleza de la muchacha sentada a la
cabecera de la mesa.

Una hermosa muchacha dijo una vez que, acabado el desayuno, sta se
hubo retirado. Dnde est su madre?

Muri respondi Mullet, sin ms.

Gunn solt un suspiro y sacudi la cabeza.

Un caso de lo ms triste, sin duda mascull. Sin madre y con un tipo


como t para cuidar de ella. Pobrecilla. Si alguna vez llegase a enterarse de que
t Sabes, Rogers? Creo que lo que tenemos que hacer es encontrarle un marido.

Mientras hablaba, baj ligeramente la vista y, al ver sus ropas radas y sus
zapatos destrozados, comenz a tantearse los bolsillos en busca de las monedas
que su anfitrin le haba entregado la noche anterior. Una vez hubo dado con ellas,
sonri con malicia, se puso en pie y, tras dirigirle al posadero una ltima mirada,
sali apresuradamente de la casa con la intencin de renovar su vestuario. El
posadero, por su parte, con el rostro muy rgido y en silencio, le observ alejarse
muelle abajo hasta que desapareci. Entonces, con la cabeza gacha, se levant y,
decidido a ocupar sus pensamientos de alguna manera, se puso a contar las
ganancias de la jornada anterior.

Una hora ms tarde, mientras el posadero continuaba enfrascado en esta


tarea, Gunn, vestido de pies a cabeza con ropas impecablemente nuevas, entr en
la casa y, al ver al otro contando monedas, se ofreci solcitamente a echarle una
mano. Mullet, tras dudar unos segundos, accedi sin poner la menor objecin pero
manteniendo las distancias y sin compartir el regocijo que el otro demostr sentir
en todo momento ante la vista del dinero. Una vez contadas todas las ganancias,
Gunn, con pasmosa naturalidad, cogi un generoso puado de monedas de oro, se
lo guard como si tal cosa en el bolsillo de sus flamantes pantalones nuevos y,
recostndose cmodamente en su silla, llam a George en voz alta y le orden que
le sirviese algo de beber.

En menos de un mes aquel intruso se convirti en el verdadero amo y seor


de La Llave de Oro. La resistencia que el legtimo dueo del lugar lleg a oponer
en un principio fue hacindose cada vez ms y ms dbil debido a que, ante la ms
mnima protesta u objecin que tuviese el valor de expresar, Gunn, dando
muestras de un despiadado aplomo, acababa siempre haciendo alusiones a su
oscuro pasado y a la seria amenaza que ste poda llegar a representar tanto para
su futuro como para el de su hija. Sometido a esta continua tortura, la salud del
pobre posadero comenz a resentirse cada vez ms mientras Joan, por su parte,
relegada a un segundo plano, no poda hacer otra cosa que contemplar, entre
confusa y perpleja, aquella inquietante situacin que llevaba camino de convertirse
en algo completamente intolerable.

La arrogancia de Gunn pareca no conocer lmites. Las criadas pronto


aprendieron a echarse a temblar ante su corts pero falsa sonrisa y a temer las
confianzas que gustaba de tomarse con ellas. Por cuanto se refera a los hombres,
stos retrocedan acobardados ante los terribles arrebatos de ira a los que era tan
propenso. Cierto da, George, despus de diez aos de servicio, fue bruscamente
despedido por l. Cuando el camarero, negndose a aceptar su despido por otra
persona que no fuese Mullet, apel a su patrn de toda la vida, el posadero, con la
cabeza gacha y la mirada perdida y sin brillo, confirm la noticia. Y cuando Joan,
indignada y sin achicarse ante la presencia de Gunn, fue a ver a su padre para
pedirle explicaciones, ste se limit a desviar la mirada y a contestar con evasivas.

Comprndelo, querida. George se ha comportado de manera grosera con


mi amigo dijo dbilmente.
Si eso es cierto, estoy segura de fue porque Mr. Gunn se lo mereca
repuso Joan con vehemencia.

Gunn solt una sonora carcajada al or aquello.

Dios mo! exclam a continuacin dndose una fuerte palmada en el


muslo. Pero cmo me gusta esta chica! No hay duda de que es todo un carcter.
Ahora escchame bien, jovencita, porque voy a hacerte una buena oferta. Si me
pides que George se quede, ten por seguro que se quedar. Puedes aceptarlo como
un favor especial hacia tu linda persona.

La chica se estremeci ligeramente.

Pero, bueno Quin es el amo de esta casa? Quin manda aqu?


pregunt, escandalizada, mirando fijamente a su padre.

Mullet solt una risita nerviosa.

La respuesta a esa pregunta dijo el posadero de manera despreocupada,


como procurando restarle importancia a sus palabras es algo que t, hija ma,
nunca entenderas. Gunn es alguien muy importante y valioso para m. Por eso
George debe marcharse inmediatamente.

A menos, claro est, que t desees que se quede intervino Gunn.

La muchacha volvi a mirar a su padre, pero ste desvi una vez ms la


mirada y se puso a dar distradamente pequeos golpes en el suelo con el pie.
Luego, perpleja y con los ojos inundados de lgrimas al ver el extremo al que
haban llegado las cosas en aquella casa, abandon lentamente la habitacin no sin
antes dirigirle una profunda mirada de desprecio a Gunn, que se haba acercado
cortsmente para abrirle la puerta.

Una muchacha verdaderamente extraordinaria dijo Gunn una vez que


Joan hubo salido. Y con un espritu fuerte y tenaz. Un espritu que sera un
autntico placer domar. Lstima que no quiera darse cuenta de quin manda aqu.

Todava es demasiado joven para ello se apresur a decir Mullet.

Si vuelve a mirarme como lo ha hecho hace un momento, ten por seguro


que ese detalle carecer completamente de importancia para m, Rogers dijo
Gunn. Por todos los diablos! Sera capaz de echar a la calle a todo el personal
de esta casa si se me antojase. Y a ella con ellos. As, todas las noches, al meterme
en mi clido lecho, podra imaginrmela por unos momentos antes de dormirme:
hecha un ovillo, tiritando de fro, tirada en la calle frente a cualquier puerta.

Conforme hablaba, su voz fue aumentando de volumen y sus manos se


fueron cerrando hasta convertirse en dos puos ferozmente apretados, pero, a
pesar de ello, permaneci inmvil donde estaba mirando al posadero con recelo.
ste, por su parte, tena el rostro crispado y la frente perlada de pequeas gotitas
de sudor. Durante un breve instante algn temible relmpago interior pareci
refulgir en sus ojos, pero un segundo ms tarde se dej caer pesadamente en una
silla y, presa de una gran agitacin, se puso a mesarse la barba con manos
temblorosas.

Recuerda, Rogers dijo entonces Gunn dirigindole una mirada cargada


de prepotencia y satisfaccin, que no tengo ms que hablar para que te cuelguen.
Y que si eso ocurre todo tu dinero ir a parar a la Corona, con lo que Joan no
obtendr ni un msero cheln. Qu ser de ella entonces, viejo pirata?

Mullet se ech a rer nerviosamente.

Eso supondra para ti el fin de la gallina de los huevos de oro musit.

No ests tan seguro de eso, Rogers repuso Gunn con brusquedad. T


ya sabes que yo soy de los que gustan de prever las dificultades.

Vamos, vamos, Gunn dijo Mullet con un hilo de voz al tiempo que le
diriga a su interlocutor una mirada de splica. No te tomes las cosas de esa
manera. Seamos amigos. En cuanto a Joan, no se lo tengas en cuenta. Es joven e
impulsiva y, como has podido comprobar, tiene su genio.

Dirigindole una mirada de profundo desdn, Gunn se irgui cun alto era
y, sin decir una sola palabra, dio media vuelta y abandon la habitacin.

La situacin fue empeorando cada vez ms en La Llave de Oro. Gunn,


siempre seguro de s mismo, lleg a dominar el lugar hasta tal punto que su
maligna y vil personalidad pareca flotar como una sombra hasta en el ms remoto
rincn. Los ruegos y peticiones que los habitantes de la casa hacan llegar hasta
Mullet en relacin con los abusos e injusticias que aquel hombre cometa con ellos
resultaban completamente intiles. No en vano, la salud del posadero comenzaba a
resquebrajarse a marchas forzadas, por lo que ste, cada da ms dbil e irritable y
argumentando cualquier pretexto, se negaba rotundamente a intervenir.
Poco despus Gunn comenz a contratar como sirvientes a muchachas
groseras y descaradas y a hombres rudos y malhablados que l mismo, haciendo
gala de un psimo criterio, se encargaba de elegir. Debido a esto, la clientela que
llevaba aos frecuentando el lugar dej bruscamente de aparecer por all y las
habitaciones comenzaron a ser alquiladas cada vez con menos frecuencia. Las
criadas apenas se molestaban ya en obedecer las rdenes que Joan les daba y los
hombres se acostumbraron a hablarle con una familiaridad que, cuando menos,
resultaba escandalosa. Fue entonces, en medio de todo aquel desconcierto, cuando
el posadero, quien en una o dos ocasiones ya se haba quejado de ciertos accesos de
vrtigo, cay gravemente enfermo.

Joan, que procuraba mantenerse siempre lo ms cerca posible de su padre


con la intencin de protegerle de las continuas presiones y amenazas a las que
Gunn le tena sometido, lo encontr aquel da tumbado y sin sentido sobre el suelo
de su pequea oficina. Al verlo, la muchacha hizo un esfuerzo por sobreponerse al
miedo que la atenaz de repente y comenz a gritar pidiendo auxilio. Pronto se
form un pequeo grupo de criados alarmados que, una vez superada la primera
sorpresa, se limitaron a quedarse all de pie, sin moverse, mirando al posadero con
expresin estpida. Uno de ellos incluso se atrevi a hacer un cruel comentario en
son de burla. Cuando, por fin, Gunn apareci abrindose paso a empujones por
entre los all reunidos, le dio la vuelta al cuerpo de Muller de un ligero puntapi y,
tras proferir todo tipo de maldiciones, orden que lo llevasen al piso de arriba.

Mientras el mdico se hallaba de camino, Joan, de rodillas junto a la cama, se


aferr con todas sus fuerzas a la mano de aquel cuerpo inconsciente como si se
tratase de su nica proteccin en este mundo frente a las miradas llenas de maldad
de Gunn y de los sirvientes que ste haba contratado. No obstante, incluso el
propio Gunn se hallaba hasta cierto punto preocupado, pues en aquel momento la
muerte del posadero no se ajustaba en lo ms mnimo a los objetivos que se haba
propuesto alcanzar.

Aunque el mdico result ser un hombre de pocas palabras cuyos mtodos


no inspiraban precisamente mucha confianza, lo cierto es que bajo sus cuidados el
enfermo, tras un largo rato de incertidumbre, comenz a recuperarse poco a poco.
Sus ojos entrecerrados consiguieron por fin abrirse del todo y, aunque un poco
aturdidos todava, comenzaron a mirar nuevamente cuanto les rodeaba. Gunn
aprovech aquel momento para expulsar a los criados de la habitacin y dirigirle al
mdico unas cuantas preguntas que fueron contestadas con explicaciones vagas e
imprecisas plagadas de incomprensibles trminos en latn. Lo que, en cualquier
caso, s qued bien claro, fue que el paciente deba permanecer aislado de todo tipo
de ruidos y molestias. Adems, se acord que Joan permanecera junto a su padre
y que no se separara de l bajo ningn concepto hasta que llegase una verdadera
enfermera que pudiese hacerse cargo del paciente.

Dicha enfermera lleg algo ms tarde aquel mismo da en la forma de una


anciana seora que haba alcanzado cierta reputacin en el lugar por lo severo y
estricto de sus tratamientos, los cuales haban demostrado ser tremendamente
eficaces con muchos otros enfermos del vecindario. Cuando lleg, lo primero que
hizo fue ponerse a golpear la almohada sobre la que descansaba la cabeza del
paciente con el fin de despertar a ste. Luego, una vez que Muller hubo recobrado
la consciencia, le dio una buena dosis de jarabe, pero no sin antes haberlo probado
ella misma bebiendo un generoso trago tomado directamente de la botella.

Tras aquella primera mejora, el enfermo, si bien lentamente, volvi a recaer.


Lleg un momento en que rara vez entenda cuanto le decan, y durante los breves
instantes de lucidez que, aunque cada vez con menos frecuencia, todava tena,
resultaba verdaderamente conmovedor contemplar cmo se esforzaba por ganarse
el favor del todopoderoso Gunn. En este estado de cosas, sus energas fueron
mermando inevitablemente hasta llegar al extremo de necesitar ayuda hasta para
darse la vuelta en la cama. En cuanto a sus antao fuertes y vigorosas manos, stas,
extendidas sobre el cobertor, no dejaban de temblar en un penoso y desesperado
intento por aferrarse a algo que ni l mismo hubiera sido capaz de precisar.

Joan, plida y demacrada debido al efecto conjunto del dolor y el miedo, se


esmer en procurarle a su padre todo tipo de atenciones y cuidados. Se senta
terriblemente compungida cada vez que vea lo que quedaba de aquel hombre
cuya fuerza fsica haba gozado durante aos de una fama proverbial en todo el
pueblo y que incluso en alguna memorable ocasin haba llegado a demostrarle el
poder de su brazo a algn que otro imprudente vecino. Adems, la creciente
anarqua reinante en la casa la llenaba de consternacin y las groseras atenciones
que Gunn le prodigaba se hacan cada vez ms insistentes e insoportables. Tanto
fue as que no result extrao que acabase adoptando la costumbre de comer y
cenar en la habitacin del enfermo y que decidiese ocupar todo su tiempo entre
dicha habitacin y la suya propia.

Por lo dems, el propio Gunn se hallaba inmerso en un profundo dilema.


Saba que si Mullet mora todo el poder del que gozaba en aquella casa se vera
irremisiblemente acabado, y con l todos los proyectos de riqueza que tena
previstos para el futuro. As que, vindose obligado a actuar con rapidez, lo
primero que hizo fue ir a ver al mdico para pedirle que le dijese toda la verdad
acerca del estado de Mullet. No obstante, cuando vio que el doctor se mostraba
alarmantemente reacio a hablar del tema, no le qued ms remedio que consultar a
la anciana enfermera, quien recibi sus preguntas con una macabra sonrisa.

A juzgar por el estado en que lo he encontrado esta maana, yo le doy


como mucho cuatro das respondi la mujer con total tranquilidad. Cuatro
benditos das. Y eso, claro est, siempre que no se muera antes, lo cual, si he de
serle sincera, podra ocurrir en cualquier momento.

Gunn dej pasar uno de aquellos cuatro das y entonces, aprovechando la


primera ocasin en que Joan hubo de ausentarse, entr en la habitacin del
enfermo para intercambiar con ste unas pocas palabras. El posadero se hallaba
despierto y, lo que era mejor an, pareca hallarse plenamente consciente y
despejado.

Vaya, vaya, camarada dijo Gunn con un gruido. Al final resulta que
vas a salirte con la tuya: vas a conseguir burlar al verdugo. Como esto siga as no
voy a tener oportunidad de contar todo lo referente a tu pasado.

Merced a un gran esfuerzo, Mullet volvi lentamente la cabeza y clav sus


ojos en l.

Ten piedad de m, Gunn susurr. Hazlo por el bien de Joan. Dame


algo ms de tiempo para que pueda

para que puedas escurrir el bulto. No es eso, maldito truhn?


interrumpi Gunn. Vamos, sultalo de una vez: dnde est tu dinero? Dnde
lo escondes, viejo avaro?

Bajo la mirada atenta de Gunn, Mullet cerr los ojos y volvi a abrirlos
lentamente mientras intentaba pensar. Cuando por fin habl, lo hizo en voz muy
baja y con extrema dificultad.

Ven a verme esta noche mascull. Dame tiempo para para poder
hacerte rico. Pero ahora cuidado la enfermera puede ornos

No te preocupes por eso. De ella ya me encargo yo dijo Gunn con una


inquietante sonrisa. Y ahora habla. No esperes hasta esta noche. Podras morir
esta misma tarde.

Muy bien Pero antes promteme que le dars a Joan una parte dijo
Mullet entre jadeos.

S, s, claro que s se apresur a decir Gunn, ansioso.

Mullet hizo un esfuerzo por incorporarse en la cama pero, agotado, cay


pesadamente hacia atrs en el preciso instante en que los pasos de Joan
comenzaron a resonar subiendo las escaleras. Tras lanzarle al enfermo una feroz
mirada de advertencia, Gunn se incorpor, fue hasta la puerta y, antes de dejar
entrar a la muchacha, le dirigi a sta unas breves palabras a manera de saludo.
Joan, zafndose, entr temblando en la habitacin e, hincndose de rodillas junto a
la cama, cogi la mano de su padre entre las suyas y se ech a llorar sobre ella. El
posadero, al sentir las lgrimas, profiri un dbil gemido al tiempo que un
profundo escalofro recorra todo su cuerpo.

Casi una hora despus de medianoche, Nick Gunn, tras haber tomado la
precaucin de descalzarse previamente en su habitacin, cruz a hurtadillas las
sombras que se cernan sobre el descansillo del primer piso. Un tenue resplandor
que sala por la puerta entreabierta de la habitacin del enfermo iluminaba
lgubremente el pasillo dibujando una fina lnea de luz sobre el entarimado. Al
verla, Gunn se dirigi hacia ella y, una vez junto a la puerta, introdujo la cabeza
por la rendija y se asom al interior.

La anciana enfermera, sentada junto al fuego en una silla de respaldo alto, se


encontraba tan profundamente dormida que haba llegado a escurrirse ligeramente
en el asiento y la cabeza le colgaba inerte sobre el pecho. A su lado, sobre una
pequea mesa de roble, descansaba un vaso vaco. Desde la repisa de la chimenea
una vela solitaria arrojaba una luz lechosa e imprecisa sobre la estancia.

Sin hacer ruido, Gunn entr en la habitacin, fue hasta la cama y, al ver que
el enfermo se hallaba tambin dormido, lo cogi por el hombro y comenz a
zarandearlo con violencia. Mullet abri ligeramente los ojos y mir a Gunn con
expresin confusa.

Despierta de una vez, estpido le espet ste sin dejar de zarandearle.

El posadero, despertando por fin, mascull algo completamente ininteligible


y se desperez.

La enfermera susurr mientras se frotaba los ojos.

Tranquilzate, camarada repuso Gunn. Ella no nos molestar. Ya me


he encargado yo de ello. Observa.

Caminando con sumo cuidado, se acerc a la mujer y, tras observarla


atentamente durante unos segundos, le cogi un brazo, lo levant y volvi a
soltarlo. El brazo de la anciana cay pesadamente sobre el regazo de sta.

Muerta? pregunt Mullet con la voz reducida a un tembloroso susurro.

No, slo drogada respondi Gunn secamente regresando junto a la


cama. Y ahora ocupmonos de lo nuestro. Habla. Y procura hacerlo con claridad.

Los ojos del posadero volvieron a posarse sobre la enfermera.

Y el resto de la casa? pregunt. Y los criados?

Casi todos borrachos y profundamente dormidos respondi Gunn con


impaciencia. Ni las trompetas del Juicio Final lograran despertarlos. Y ahora,
una vez satisfechas todas tus malditas preguntas, vas a hablar o no?

Debo cuidar de Joan dijo Mullet.

En son de amenaza, Gunn agit frente al rostro del enfermo un puo


fuertemente apretado.

De acuerdo de acuerdo dijo Mullet. Mi dinero est Pero antes


jrame por lo que ms quieras que Joan

S, s, lo prometo gru Gunn. Cuntas veces voy a tener que


decrtelo? Me casar con ella si eso es lo que quieres. De esa manera ella tendr
todo lo que yo decida darle. Y ahora desembucha, condenado estpido. No te
corresponde a ti precisamente poner condiciones. Dnde est tu dinero?

Reconcomido por la impaciencia, se inclin sobre el enfermo para or mejor


sus palabras, pero Mullet, exhausto, haba cerrado nuevamente los ojos y vuelto la
cabeza hacia un lado.

Dime dnde lo escondes, maldita sea insisti Gunn hablando entre


dientes.

Mullet volvi a abrir los ojos, mir con temor a su alrededor y susurr unas
cuantas palabras incoherentes. Reprimiendo un juramento, Gunn se inclin an
ms sobre el enfermo hasta casi tocar con su oreja los labios resecos. Entonces, de
repente, en apenas medio segundo, su cuello se encontr atrapado entre las manos
del hombre ms fuerte de Riverstone, y un poderoso brazo que ms bien pareca
una slida barra de acero empuj su cuerpo hacia abajo y lo mantuvo firmemente
sujeto sobre la cama impidindole el ms mnimo movimiento.

Perro! resopl ferozmente en su odo una temible voz que l conoca


muy bien de otros tiempos. Ya te tengo! El capitn Rogers ha vuelto por fin y le
importa un comino que un patn como t se dedique a ir pregonando por ah su
verdadero nombre. Grtalo. Grita su nombre si as lo deseas, perro maldito. Grtalo
bien fuerte!

Mientras hablaba, Rogers se incorpor hasta situarse por encima de Gunn y


luego, con un poderoso y brusco movimiento, levant en peso el cuerpo de ste, le
dio la vuelta en el aire y volvi a tumbarlo sobre la cama, esta vez boca arriba.
Gunn, incapaz de reponerse de su propia sorpresa, no pudo hacer ms que
retorcerse mientras sus ojos pugnaban por salrsele de las rbitas.

Vaya, vaya, Gunn. Qu te pasa? Y yo que te haba tomado por un tipo


mucho ms listo prosigui diciendo Rogers con ferocidad al tiempo que aflojaba
un poco su presa. Tal y como me imaginaba, adems de una rata despreciable
eres un pobre ingenuo. La primera vez que me amenazaste decid matarte. Pero
entonces te atreviste a amenazar a mi hija, y se fue tu peor error. Ojal tuvieras las
siete vidas de un gato para as poder darme el placer de matarte siete veces. Estate
quieto de una vez!

Como para asegurarse de que de verdad no haba testigos, Rogers lanz un


vistazo por encima del hombro hacia la enfermera y, al verla profundamente
dormida, reafirm todo su peso sobre aquel cuerpo que, apresado entre l y la
cama, no dejaba de retorcerse.

As que drogaste a esa vieja bruja, eh? continu diciendo. Muchas


gracias por tomarte la molestia. Al hacerlo me has ayudado sin querer a sortear
uno de mis principales obstculos. Ahora escchame bien, Gunn. Maana por la
maana te encontrarn muerto en tu habitacin. Y si alguno de esos rufianes con
los que has llenado esta casa resulta acusado de tu muerte, tanto mejor. Cuando
me encuentre totalmente restablecido ya me encargar yo personalmente de
echarlos a todos a la calle. Aunque, a decir verdad, ya me siento bastante mejor.
Claro que eso no hace falta que te lo diga porque t mismo lo ests comprobando
en este preciso instante, no es cierto?
Dicho aquello, Rogers levant la cabeza y se mantuvo un rato mirando hacia
la puerta de la habitacin con expresin alerta y vigilante. Luego, tras ponerse
lentamente en pie, cogi en brazos el cadver de Gunn y, procurando hacer el
menor ruido posible, lo llev a la habitacin que ste haba ocupado en vida y lo
dej hecho un ovillo sobre el suelo. A continuacin, actuando con rapidez, le puso
al cadver los zapatos que encontr al pie dela cama, le dio la vuelta a los bolsillos
de sus pantalones, arrug la alfombra de un puntapi y dej una moneda sobre el
suelo. Una vez concluidos todos aquellos preparativos, baj sigilosamente las
escaleras y abri una pequea puerta que daba al patio trasero. Justo entonces los
furiosos ladridos de un perro se dejaron or en la oscuridad, por lo que Rogers,
alarmado ante la posibilidad de que pudiesen despertar a alguien, decidi subir
apresuradamente a su habitacin.

Cuando entr en ella y mir hacia donde se hallaba sentada la anciana


enfermera, sonri satisfecho al comprobar que sta segua profundamente
dormida. Cuando, a la maana siguiente, la mujer se despert tiritando de fro en
su silla, se dio cuenta con pesar de que era mucho ms tarde de la hora a la que en
un principio tena previsto despertarse para darle a su paciente su dosis de
madrugada. Por ello, deseosa de mantener la impecable reputacin que tantos aos
le haba costado labrarse, reaviv el fuego que an arda en la chimenea y, tras
verter en una cuchara la medida exacta de la dosis que hubiera debido administrar,
la mir con reprobacin y la arroj con rabia a las llamas.

Mientras tanto, en la cama, el capitn Rogers, quien a travs de sus prpados


entreabiertos haba visto lo que aquella mujer acababa de hacer, volvi su plido
rostro hacia la pared y, reprimiendo una ligera sonrisa que pugnaba por aflorar a
sus labios, esper pacientemente a que alguien diese la voz de alarma.

EL BARCO DESAPARECIDO

(The Lost Ship, 1898)

Una hermosa maana de primavera de principios de siglo, Tetby, una


pequea poblacin situada en la costa este del pas, se dispuso a celebrar uno de
los grandes acontecimientos de su historia. A una hora determinada, los
comerciantes cerraron sus tiendas, los trabajadores abandonaron sus puestos, y
todos juntos acudieron en masa al muelle para presenciar el gran espectculo
martimo que all se haba preparado.

Aunque en trminos generales Tetby no era ms que un pequeo y aburrido


grupo de viviendas formado, a un lado del ro, por casitas estrechamente apiadas
las unas contra las otras, y al otro por cabaas de ladrillo rojo algo ms dispersas
que parecan colgar sobre los acantilados, aquel da, sin embargo, todos sus
habitantes se hallaban congregados en el muelle de piedra, junto a las redes llenas
de peces y los cabos recin enrollados, esperando con impaciencia y nerviosismo,
pues precisamente aquel da el barco ms grande de cuantos se haban construido
nunca en Tetby iba a ser botado para emprender su primera travesa.

Transcurri todava un buen rato, que los all presentes ocuparon haciendo
numerosos comentarios acerca de los barcos que se haban construido hasta la
fecha en Tetby, de quienes los haban construido, de los viajes que haban realizado
y de la distinta suerte que cada uno de ellos haba corrido, antes de que una
pequea vela blanca se izase en una magnfica nave que, sbitamente, solt
amarras ro arriba, en el extremo ms alejado del embarcadero. La muchedumbre
congregada en el muelle vibr excitada conforme el resto de las velas fueron
siendo desplegadas y la recin botada nave fue aproximndose lenta y
majestuosamente hasta donde ellos se hallaban. Cuando una leve brisa henchi las
velas, el barco adquiri velocidad y se desliz sobre las aguas como si fuese un
hermoso cisne, sus imponentes mstiles apuntando al cielo por entre nubes de lona
blanca. Al pasar frente al muelle, a menos de diez metros de la multitud all
congregada, los hombres gritaron entusiasmados y las mujeres alzaron a sus hijos
para que stos pudieran decirle adis con la mano a una tripulacin compuesta,
desde el capitn hasta el grumete, por hombres de Tetby que navegaban rumbo a
los lejanos mares del sur.

Una vez fuera de puerto, la nave alter ligeramente su rumbo y avanz


impulsada por el viento como si estuviese dotada de vida propia. La tripulacin al
completo escogi aquel momento para subirse de un salto a las jarcias, agitar sus
gorras al aire y lanzar con manos llenas de mugre enormes besos de despedida a la
pequea poblacin de Tetby mientras sta iba poco a poco perdindose en la
distancia. Gritos de entusiasmo procedentes de la ribera del ro se alzaron en el
aire, a manera de respuesta, ahogando las voces temblorosas de las mujeres.

En el puerto, mientras tanto, todo el mundo permaneci mirando hasta que


lleg un momento en que el barco recin botado no fue ms que una simple
mancha blanca y triangular en el horizonte. Luego, cuando la nave desapareci por
completo como si fuese un copo de nieve que se deshiciese en el aire, los habitantes
de Tetby, algunos envidiando a aquellos valientes marineros y otros agradecidos
por el hecho de hallarse sanos y salvos en tierra firme, fueron dispersndose poco a
poco y emprendiendo lentamente el camino de regreso a sus hogares.

Transcurrieron varios meses, durante los cuales la tranquila rutina de Tetby


prosigui inalterable. Otras naves atracaron en el puerto y, tras descargar y volver
a cargar rpidamente, partieron de vuelta a las aguas. La quilla de otro barco no
tard en comenzar a tomar forma en el astillero. Y as, poco a poco, segn fueron
pasando los das, lleg por fin el tan ansiado momento en el que caba esperar el
regreso de El Orgullo de Tetby, pues tal era el nombre de tan emblemtica
embarcacin.

Muchos teman que la nave pudiese arribar a puerto durante la noche, una
de aquellas fras y tristes noches en las que lo nico apetecible era permanecer en
cama, sobre todo sabiendo que aunque uno se levantase y se dejase caer por el
muelle no conseguira ver ms que unas pocas luces de posicin relumbrando en el
agua y una forma oscura deslizndose con extrema cautela ro arriba. En realidad,
todos deseaban ver llegar aquel barco a plena luz del da. Deseaban avistarlo
primero en aquel mismo horizonte en el que meses antes se haba internado hasta
desaparecer. Deseaban verlo acercarse poco a poco, cada vez ms y ms, hasta
tener ante sus ojos a un imponente navo endurecido por el sol y los mares del sur
en cuya cubierta se agolparan todos los miembros de la tripulacin para dirigir
sus miradas a Tetby y comprobar cunto haban crecido los nios durante su
ausencia.

Pero la nave no llegaba. Da tras da, aquellos que oteaban las aguas del
horizonte no hacan otra cosa que esperar en vano. Al cabo de un tiempo, comenz
a circular la idea de que el barco tardara an mucho tiempo en regresar. Luego, si
bien slo entre aquellos que no tenan ni familiares ni amigos entre los miembros
de la tripulacin, se extendi un nuevo rumor: que El Orgullo de Tetby haba
desaparecido para siempre.

Durante mucho tiempo despus de que toda esperanza se hubiese dado


definitivamente por perdida, muchas madres y esposas, haciendo honor a la fe y
las costumbres en las que haban sido educadas, continuaron vigilando
atentamente las aguas desde aquel sombro muelle. Pero, a pesar de todo, una a
una fueron dejando de aparecer por all y acabaron olvidando a los muertos para
poder atender mejor a los vivos. As, mientras los bebs iban convirtindose en
muchachos y muchachas rollizos y fuertes, y stos en hombres y mujeres, no lleg
a Tetby noticia alguna ni del barco desaparecido ni de su tripulacin. Y conforme
los aos iban sucedindose lenta pero inexorablemente, aquella nave desaparecida
termin convirtindose en una leyenda. Los hombres que la haban construido
eran ya ancianos, y el tiempo se encarg de mitigar el dolor de los ms afectados.

Una oscura y desapacible noche de principios de otoo, una anciana estaba


haciendo calceta frente a la chimenea de su casa. El fuego, ms bien bajo, se hallaba
encendido ms para proporcionar compaa que para dar calor, adems de que
supona un agradable contraste con el viento que aullaba desde haca rato
alrededor de la casa y que traa consigo el sonido de las embravecidas olas que
rompan contra el embarcadero.

Que Dios ayude a aquellos que se encuentren esta noche en alta mar
dijo la anciana con fervor cuando una rfaga de viento, de mayor intensidad que
las dems, hizo temblar de arriba abajo toda la vivienda.

La mujer dej la labor sobre su regazo y se retorci las manos con fuerza,
nerviosa. En aquel preciso instante, la puerta de la casa se abri de golpe. La llama
de la vela que iluminaba la habitacin se estremeci y se apag a causa del viento.
Luego, mientras la anciana se levantaba de su asiento, la puerta se cerr.

Quin quin est ah? pregunt, nerviosa, con un agudo chillido.

Aunque la oscuridad era casi absoluta y sus ojos apenas le permitan ver
nada, le pareci percibir algo que permaneca de pie junto a la puerta. Deseosa de
averiguar qu poda ser aquello, se apresur a coger una astilla de la repisa de la
chimenea, la prendi en el fuego que an arda en el hogar y encendi la vela que
acababa de apagarse.

Un hombre de mediana edad se hallaba de pie en el umbral. Tena el rostro


demacrado y la barba enmaraada. Sus ropas se encontraban reducidas a harapos,
y tena los cabellos completamente revueltos y los ojos grises hundidos y vidriosos.

La anciana, tras observar al recin llegado con detenimiento, esper a que


ste pronunciase la primera palabra. Luego, cuando el hombre abri los labios, lo
hizo dando un paso hacia adelante y diciendo simplemente:

Madre!

Soltando un grito, la anciana se abalanz sobre aquel hombre, lo abraz con


fuerza contra su pecho y comenz a cubrirlo de besos. Aunque todava no acertaba
a dar crdito a lo que estaba viendo, no por ello dej de estrecharlo entre sus
brazos, de pedirle que le hablase, de llorar y rer al mismo tiempo y de dar gracias
a Dios por aquella sorpresa tan maravillosa. Luego, una vez recobrado el dominio
de s misma, condujo a trompicones al recin llegado hasta un silln y lo instal en
l. A continuacin, temblando de pura excitacin, sac comida y bebida de una
pequea alacena y se la sirvi. El hombre comi con avidez mientras la anciana lo
observaba con atencin y permaneca de pie a su lado para mantenerle el vaso de
cerveza siempre lleno, y aunque en varias ocasiones aqul intent hablar, la
anciana le hizo seas para que se callase y le pidi con una sonrisa que siguiese
comiendo mientras copiosas lgrimas comenzaban a rodar por sus ajadas mejillas
con cada mirada que diriga al rostro plido y demacrado de su hijo.

Finalmente, dejando a un lado tenedor y cuchillo y tras apurar un ltimo


vaso de cerveza, el recin llegado dio a entender que su apetito haba sido saciado.

Hijo mo dijo entonces la anciana con la voz quebrada por la emocin


. Y yo que crea que habas ido a parar al fondo del mar hace aos junto con El
Orgullo de Tetby.

El recin llegado neg enrgicamente con la cabeza.

Y qu fue del capitn, del resto de la tripulacin y del propio barco?


pregunt la madre. Dnde estn todos ahora?

El capitn y la tripulacin balbuce el hijo. Es una historia


demasiado larga. Lo siento, creo que la cerveza me ha mareado un poco. Todos
ellos

De repente, guard silencio y cerr los ojos.

Dime, hijo mo! Dnde estn los dems? insisti la anciana. Qu


fue lo que ocurri?

El hijo abri los ojos lentamente.

Estoy terriblemente cansado, madre. Llevo muchos das sin poder


dormir. Te lo contar todo maana dijo volviendo a dar una brusca cabezada.

La anciana lo zarande entonces con suavidad.

En ese caso vete a dormir, Jem, hijo mo. Ve a acostarte en tu vieja cama.
Est tal y como t la dejaste: hecha y con las sbanas frescas y estiradas. Ha estado
as, aguardndote, durante todos estos aos.

El hombre se levant y permaneci unos instantes de pie tambalendose


ligeramente. Luego su madre abri una puerta y, tras coger la vela con una mano,
le precedi para iluminar la empinada escalera de madera que conduca a aquella
habitacin que a l le resultaba tan conocida. Una vez arriba, el hijo abraz
dbilmente a su madre, le dio un beso en la frente y acto seguido se desplom
agotado sobre el lecho.

La anciana regres entonces a la cocina y all mismo, ponindose de rodillas,


estuvo un buen rato dando fervorosas muestras de agradecimiento. Cuando por
fin se levant, se acord de repente de todas aquellas otras mujeres de Tetby cuyos
hijos y esposos haban partido en aquel barco y, tras coger precipitadamente un
mantn que colgaba de una percha situada junto a la entrada, sali corriendo a la
calle desierta para contar de puerta en puerta lo ocurrido.

En poco tiempo toda la ciudad estuvo en pie. El rumor se extendi de casa


en casa como una brisa cargada de esperanzas, con lo que aquellas mismas puertas
que cada noche solan cerrarse a cal y canto se abrieron en aquella ocasin de par
en par al tiempo que decenas de intrigados nios preguntaban a sus emocionadas
madres qu era lo que ocurra. Los borrosos recuerdos de tantos padres y maridos
dados por desaparecidos haca ya tanto tiempo se volvieron de repente ms ntidos
que nunca. En ellos, aquellos que llevaban tantos aos ausentes sonrean
radiantemente a sus familias.

Al cabo de un breve rato, varias personas se haban ya congregado frente a


la casa del recin llegado mientras muchas otras iban llegando calle arriba en
medio de un inslito ajetreo.

Al llegar all, no obstante, todos ellos encontraron su camino franqueado por


una anciana de expresin decidida en cuyo rostro an poda verse el desbordante
jbilo que haba venido a alegrar sus aos de vejez, pero que se opuso
terminantemente a dejar entrar a nadie en la casa hasta que su hijo hubiese
descansado y dormido lo suficiente. Al ver la irrefrenable ansia de noticias de
todas aquellas personas, la pobre mujer, con la voz quebrada a causa de la
emocin, cay por fin en la cuenta de algo que todava no haba llegado del todo a
comprender debido a la impresin recibida: que lo que El Orgullo de Tetby le haba
arrebatado una vez, se hallaba por fin sano y salvo en el hogar.
Entre la multitud, decenas de mujeres que llevaban soportando
pacientemente aos enteros de espera sintieron que eran incapaces de resistir
aquellas pocas horas que las separaban de la verdad. La desesperacin poda llegar
a ser soportable, pero, por el contrario, aquel horrible suspense Por el amor de
Dios! Estaban vivos sus esposos? Cmo estaba aquel que haba regresado?
Haba envejecido mucho?, no hacan ms que preguntar.

Estaba tan agotado que apenas poda hablar les respondi la anciana.
Le hice varias preguntas, pero l no fue capaz de contestar a ninguna de ellas. Por
favor, dadle hasta el amanecer para que descanse y entonces podris hacerle todas
las preguntas que queris.

As que todos los all reunidos se dispusieron a esperar, pues regresar a casa
y echarse a dormir eran cosas completamente impensables en circunstancias como
aqullas. Lo ms que algunos se atrevieron a hacer fue dar algn que otro
ocasional paseo calle arriba para estirar las piernas, pero siempre sin alejarse
mucho de la casa. No obstante, la mayora prefiri reunirse en pequeos grupos
para comentar animadamente aquel inslito acontecimiento. Casi todos estuvieron
de acuerdo en que el barco deba de haber naufragado y en que el resto de la
tripulacin deba de hallarse en aquel momento perdida en alguna isla
deshabitada. Eso era lo que deba de haber sucedido, pensaron todos, pero si uno
de ellos haba logrado regresar a casa, indudablemente todos los dems tambin
podran hacerlo. Todos, claro est, excepto quizs alguno que otro que ya era viejo
cuando el barco abandon el puerto y que probablemente deba de haber muerto
durante los aos transcurridos desde entonces. Quien dijo esto no pudo evitar que
lo oyese una anciana mujer cuyo marido, caso de hallarse vivo, deba de ser ya
extremadamente viejo. No obstante, aunque los labios de la anciana temblaron
ligeramente, sta se limit a sonrer con tranquilidad y a decir que lo nico que ella
esperaba averiguar era simplemente qu haba sido de su marido.

La tensin fue hacindose cada vez ms insoportable. Es que aquel hombre


no iba a despertarse nunca? Es que nunca iba a hacerse de da? Aunque los nios
se hallaban ateridos de fro a causa del cortante viento, los mayores no hubieran
llegado a percatarse ni de la ms dura de las heladas. Tal era su expectacin. As
que, todos juntos, continuaron esperando con creciente impaciencia mientras, de
vez en cuando, dirigan miradas cargadas de curiosidad a un par de mujeres que se
mantenan un poco alejadas del resto. Aquellas dos mujeres, que haban vuelto a
casarse una vez se hubo dado al barco por desaparecido, estaban all en compaa
de sus segundos maridos, los cuales daban la impresin de hallarse visiblemente
incmodos en medio de aquella tensa espera.
Mientras dur aquella ventosa y agotadora noche en la que el tiempo
pareca haberse detenido, la anciana hizo odos sordos a los ruegos de todos los
presentes y no cej en su empeo de mantener bien cerrada la puerta de su casa. Y
aunque los relojes, tantas veces consultados a lo largo de aquellas horas,
anunciaban que el amanecer estaba cada vez ms cerca, ste no terminaba de
llegar.

El da todava no haba comenzado a despuntar cuando la muchedumbre se


apretuj ms que nunca contra la puerta. An no haba amanecido, pero era
innegable que, en medio de la penumbra, todos podan comenzar a distinguir algo
mejor los rostros grises y llenos de ansiedad de sus vecinos.

Finalmente, una mano llam a la puerta. Cuando la anciana acudi a abrir,


sus ojos se abrieron de par en par al ver todos aquellos rostros agolpados frente a
ella. Sin esperar a ser invitada, la muchedumbre comenz a entrar en la casa hasta
que, en cuestin de segundos, el piso bajo se encontr completamente abarrotado
de gente.

De acuerdo, de acuerdo. Voy arriba a buscar a mi hijo dijo entonces la


anciana.

Si cada uno de los presentes hubiese sido capaz de or el latido de los


corazones de los dems, el ruido resultante hubiese llegado a ser verdaderamente
ensordecedor. No obstante, lo que en realidad reinaba en aquella casa no era sino
un silencio sepulcral roto tan slo por algn que otro sollozo de mujer.

La anciana abri la puerta que conduca al piso superior y, con el paso lento
y trabajoso propio de una mujer de edad avanzada, comenz a subir las escaleras.
Los otros, desde abajo, pudieron orla un instante ms tarde llamando suavemente
a su hijo.

Al cabo de dos o tres minutos, todos la oyeron bajar las escaleras. Iba sola.
La sonrisa, desgraciadamente, se haba borrado por completo de su rostro y haba
sido reemplazada por una expresin aturdida y extraada.

No consigo despertarle dijo con un hilo de voz. Est tan


profundamente dormido Pero es que, claro, estaba tan cansado Y eso que le he
zarandeado bien fuerte, pero aun as no he logrado despertarle.

De repente, dej de hablar y dirigi una suplicante mirada a todos cuantos


tena delante. Entonces otra anciana se acerc a ella y, tomndole una mano y
apretndosela con fuerza, la condujo hasta una silla. Acto seguido dos hombres se
precipitaron escaleras arriba. Estuvieron ausentes apenas un minuto, pero cuando
por fin regresaron a la planta baja sus rostros abatidos y consternados hicieron que
sobrase cualquier comentario. Un profundo lamento de desesperacin se elev
entonces de las bocas de las mujeres y fue repetido por la mayor parte de la
multitud, que an permaneca fuera de la casa. Y como un siniestro legado, aquel
lamento reson todava durante un largo rato por todo Tetby, pues el nico
hombre que poda haber llevado algo de paz a los espritus de sus habitantes tras
haber escapado a los peligros de las profundidades marinas acababa de fallecer
tranquilamente en su propio lecho.
TRES A LA MESA

(Three at Table, 1898)

En la sala de estar, la conversacin llevaba ya un buen rato girando en torno


a fantasmas y apariciones y casi todos los presentes haban aportado su granito de
arena a todo lo que sobre tan intrincado y manido tema se haba llegado a decir.
Las opiniones expresadas abarcaban desde la ms absoluta incredulidad hasta la fe
ms ingenua, llegando incluso uno de los creyentes ms acrrimos a calificar de
impo el hecho de no creer en tales cuestiones y a basar tal afirmacin en ciertas
referencias a la Hechicera de Endor, personaje bblico cuya vida y milagros seguan
siendo, segn l, dignos de todo respeto y credibilidad a pesar de hallarse
desprestigiados por haber sido en ms de una ocasin injusta e
incomprensiblemente comparados con una historia tan fantstica e inverosmil
como la de Jons y la ballena[3].

Por cierto, hablando de Jons, la ballena y dems personajes relacionados


con el mar aadi aquel caballero con aire solemne y sin hacer el menor caso a
toda una serie de mordaces preguntas que le haban sido formuladas a tal respecto
, han reparado ustedes alguna vez en las extraas historias que los marineros
acostumbran a contar adondequiera que van?

Yo le aconsejara a todos ustedes que no creyesen demasiado en ellas,


caballeros dijo un hombre de aspecto campechano y rostro completamente
rasurado que haba estado escuchando todo el tiempo sin intervenir apenas en la
conversacin. Como podrn ustedes comprender, cuando un marinero llega a
tierra siempre se espera de l que tenga algo que contar. Todos sus amigos se
sentiran profundamente decepcionados en caso contrario.

Es un hecho sobradamente conocido interrumpi el otro de manera


tajante que los marineros son gente especialmente propensa a presenciar todo
tipo de visiones y cosas extraas.

Desde luego que lo son repuso el otro sarcsticamente. Por lo general


suelen ver todas esas cosas que dicen que ven cuando estn bebiendo en compaa
de otros. Y la conmocin recibida les provoca con frecuencia unas terribles resacas
al da siguiente.

Y usted? Nunca ha visto nada por s mismo? pregunt uno de los ms


escpticos.

Caballeros respondi el otro, lo nico que puedo decirles es que he


surcado los mares durante treinta aos y que en todo ese tiempo el nico incidente
del tipo al que nos referimos que he presenciado no tuvo lugar precisamente en el
mar sino en una pequea casa de la campia inglesa.

Ah, s? No me diga. Cuente, cuente dijo alguien.

Yo era bastante joven por aquel entonces comenz aquel hombre tras
darle una profunda calada a su pipa y dirigir una mirada jovial a todos los
presentes. Acababa de regresar de China y, al estar mi familia ausente cuando
llegu, decid darme una vuelta por el campo para visitar a un to mo. Cuando
llegu a la casa en cuestin, me encontr con que sta estaba cerrada y con que
toda la familia de mi to se hallaba de viaje por el sur de Francia. No obstante,
como estaba previsto que volviesen a casa al cabo de un par de das, decid
alojarme mientras tanto en El Rey Jorge, una posada de lo ms respetable, y
esperar all su regreso.

El primer da lo soporte ms o menos bien, aunque cuando cay la tarde el


tedio imperante en aquella vieja casona llena de recovecos en la que yo era el nico
husped comenz a hacer mella sobre mi estado de nimo. As que, precisamente
por ello, a la maana siguiente, despus de desayunar bastante tarde, decid salir
con la intencin de pasar el da entero explorando los alrededores.

Comenc la jornada con un excelente estado de nimo, pues el da, que era
fro y radiante, incitaba a pasear. An podan verse restos de nieve sobre los setos
helados y las vallas de madera que bordeaban carreteras y caminos, lo cual, a mis
ojos, confera a todo aquel paraje un encanto especial. Todo el lugar era demasiado
tranquilo y montono, pero haba rboles por todas partes y los pueblos por los
que pas tenan cierto sabor a aejo que resultaba de lo ms pintoresco.

A medioda hice una parada para tomar una ligera comida a base de pan,
queso y cerveza en el bar de una pequea posada, tras lo cual resolv continuar
caminando un rato ms antes de dar media vuelta. Cuando, finalmente, comprend
que ya haba llegado bastante lejos, tom un sendero que se separaba en ngulo
recto del camino que llevaba rato recorriendo y decid emprender el regreso
siguiendo una ruta distinta a la que haba empleado para llegar hasta all. Aunque
el camino de ida haba discurrido siempre en lnea recta y yo apenas haba
observado bifurcaciones en l, aquel nuevo sendero estaba plagado de ellas, cada
una de las cuales tena las suyas propias, pareciendo desembocar todas, tal y como
descubr despus de seguir unas cuantas, en unos pantanos de aspecto poco
tranquilizador. Al cabo de un rato, cansado ya de recorrer tantos caminos y sendas
diferentes, decid echar a andar a campo traviesa confiando en la inestimable
ayuda de una pequea brjula que llevo siempre colgada de la cadena de mi reloj.

Me haba adentrado bastante en los pantanos cuando una espesa niebla que
llevaba ya un buen rato asomando por el borde de los pozos y las charcas que me
salan al paso comenz a extenderse poco a poco por todas partes. Aunque no
haba manera alguna de escapar de ella, fui capaz, gracias a mi brjula, de
mantener el rumbo que llevaba, evitando as caminar en crculos, caer en algn
charco helado o tropezar con las races que acechaban semiocultas entre la hierba.
Continu avanzando de aquella manera hasta que, aproximadamente a las cuatro
de la tarde, la noche, como si se hubiese puesto de acuerdo con la niebla, comenz
a caer rpidamente sobre los pantanos. Fue entonces cuando, resignado, hube de
reconocer que me haba perdido.

A partir de aquel momento la brjula ya no me result de ninguna utilidad,


por lo que no tuve ms remedio que seguir avanzando penosamente, como un
barco a la deriva, dando de vez en cuando una voz con la esperanza de que algn
pastor o algn granjero que casualmente pasase por all pudiese llegar a orme.
Finalmente, gracias a alguna clase de milagro, mis pies se encontraron caminando
por una carretera cubierta de baches que pareca atravesar los pantanos y en la que
pude mantenerme avanzando a paso muy lento y tanteando continuamente con mi
bastn. Llevaba un buen rato siguiendo aquel camino cuando, de repente, o pasos
que se aproximaban hacia m.

Los dos nos detuvimos el uno frente al otro cuando nos encontramos a la
misma altura. El recin llegado, un campesino de complexin robusta, se ofreci de
buena gana a ayudarme en cuanto le hube expuesto la situacin tan difcil en la
que me encontraba. Muy amablemente, retrocedi conmigo durante ms o menos
una milla hasta que los dos llegamos a una carretera ms ancha y en mejor estado.
Una vez all, me dio detalladas instrucciones de cmo llegar al pueblo ms cercano,
el cual se encontraba a unas tres millas de distancia.

Para entonces yo estaba tan cansado que tres millas me parecieron un


trayecto insalvable. Pero fue en aquel momento cuando, entre la niebla, me pareci
ver el dbil resplandor de una ventana iluminada que no deba de encontrarse muy
lejos de la propia carretera. Cuando se la seal a mi compaero, ste se estremeci
y ech una nerviosa mirada a su alrededor.

Nada bueno le podr pasar si va usted all se apresur a decirme,


visiblemente incmodo.

Por qu? le pregunt.

Algo extrao vive en esa casa, seor respondi. No s muy bien lo


que es, pero hace tiempo conoc a un guardabosques de por aqu que no contaba
nada precisamente bueno de ese lugar. Algunos dicen que quien vive ah es un
loco; otros, que se trata de una especie de bestia. Pero sea lo que sea, una cosa es
segura: no es algo que apetezca ver.

En ese caso seguir mi camino dije. Muchas gracias por su ayuda y


buenas noches.

El campesino dio media vuelta y se alej de all silbando alegremente hasta


que sus pisadas se extinguieron por completo en la distancia. Yo, por mi parte,
segu la carretera a la que l me haba conducido hasta que sta se dividi en tres,
cada una de las cuales, a juzgar por su apariencia, poda, al menos para un extrao
como yo, ser el camino correcto. Desesperado por aquel nuevo contratiempo,
cansado y medio muerto de fro, decid apostar por la nica alternativa segura que
tena y desanduve mis pasos hasta que llegu a la casa que se levantaba junto al
camino.

En un primer momento todo cuanto de ella pude ver fue aquel pequeo
recuadro de luz en la ventana, as que me dirig hacia l hasta que, de repente, la
luz desapareci y me di de bruces contra un alto seto. Continu entonces
avanzando a tientas a lo largo de ste hasta que llegu a una pequea verja que
apareci sbitamente ante m. Tras abrirla con extrema cautela, ech a andar, no
sin algo de nerviosismo, por un estrecho y largo sendero que conduca
directamente a la puerta principal de la casa. En aquel momento no llegaban hasta
m ni el menor atisbo de luz ni el menor sonido provenientes del interior, por lo
que, cuando levant mi bastn para llamar suavemente a la puerta, no pude evitar
sentir cierta vergenza por aquel atrevimiento mo al hacer una visita a aquella
hora tan intempestiva.

Nadie contest, as que, al cabo de un par de minutos, me dispuse a llamar


de nuevo. Aquella vez mi bastn no haba llegado an a golpear la puerta cuando
sta se abri tan repentina como inesperadamente y una anciana alta y huesuda
que llevaba una vela en una mano apareci ante m.

Qu desea? me pregunt la mujer con brusquedad.

Me temo que me he perdido, seora respond cortsmente, y me


preguntaba si alguien aqu podra indicarme cmo llegar a Ashville.

Lo siento, seor, pero no conozco ese lugar repuso la anciana.

Se dispona a cerrar la puerta cuando, de repente, un anciano de elevada


estatura y anchas espaldas sali de una habitacin contigua a la entrada y se acerc
a nosotros.

Ashville queda a unas quince millas de aqu dijo lentamente.

En ese caso, caballero, le estara muy agradecido si fuese usted tan


amable de indicarme cmo llegar al pueblo ms cercano dije.

El anciano no contest. En vez de eso, dirigi a la mujer una mirada rpida


y furtiva a la que ella respondi con un ademn de desagrado.

Para llegar al pueblo ms cercano an le quedan a usted por recorrer tres


penosas millas dijo volvindose hacia m y adecuando su spera voz para que
sta sonase ms suave. No obstante, si acepta usted honrarme con el placer de su
compaa, procurar que su estancia con nosotros sea lo ms agradable posible.

Dud un momento. Los dos formaban una pareja bastante extraa, y, por lo
dems, aquel lgubre vestbulo sobre cuyas paredes danzaban las sombras que
proyectaba la vela apenas resultaba ms atractivo que la oscuridad reinante en el
exterior.

Es usted muy amable murmur, vacilante, pero lo cierto es que

Pase, por favor se apresur a decir el anciano haciendo caso omiso de


mis palabras. Cierra la puerta, Anne.

Y antes incluso de que pudiese darme cuenta, me hallaba ya en el interior y


la anciana, aunque a regaadientes, haba cerrado la puerta detrs de m. Con la
inquietante sensacin de quien sabe que acaba de caer en alguna especie de
trampa, segu a mi anfitrin hasta una pequea sala de estar y, tras tomar asiento
en una silla que se me ofreci, me arrim al fuego para llevar algo de calor a mis
entumecidas manos.

La cena no tardar en estar preparada me dijo el anciano mirndome


muy fijamente. Mientras tanto, si me disculpa

Asent con la cabeza y el anciano abandon la habitacin. Unos instantes


ms tarde pude or su voz, la de la mujer y, segn me pareci, la de una tercera
persona hasta entonces desconocida, conversando animadamente en algn rincn
de la casa. Al cabo de un rato, antes de que me diese tiempo a examinar por
completo la habitacin en la que me encontraba, el anciano regres y me dirigi
una ms de aquellas extraas y enigmticas miradas con las que no haba dejado
de obsequiarme desde que entr en la casa.

Esta noche seremos tres para cenar dijo finalmente. Nosotros dos y
mi hijo.

Volv a asentir con la cabeza y pens para mis adentros que ojal aquella
forma de mirar no fuese algo hereditario.

Espero que no tenga usted inconveniente en cenar a oscuras aadi


bruscamente el anciano.

En absoluto contest ocultando mi sorpresa como buenamente pude.


Pero, ver usted, por nada del mundo querra abusar de su hospitalidad, as que, si
me lo permite

El anciano agit en el aire sus enormes y huesudas manos.

Ahora que le tenemos a usted aqu, con nosotros, no vamos a vernos


privados de su compaa, joven dijo soltando una seca y estentrea carcajada.
A esta casa casi nunca viene nadie de visita, as que, ya que se ha acercado usted
hasta aqu no vamos a permitir que nos abandone tan pronto. Pero no se inquiete.
Si hemos de cenar a oscuras es simplemente porque mi hijo tiene los ojos enfermos
y no puede soportar la luz. Por cierto, aqu est ya Anne.

Nada ms decir aquello, la anciana entr en la habitacin y, echndome por


el rabillo del ojo toda clase de miradas extraas, comenz a preparar la mesa
mientras mi anfitrin, tras acercar una silla a la chimenea, se sentaba
trabajosamente frente al fuego y se quedaba observando las llamas en silencio y
con aspecto pensativo. Cuando la mesa estuvo lista, la anciana trajo una fuente con
un par de pollos recin trinchados, dispuso tres sillas alrededor de la mesa y a
continuacin abandon la habitacin. Entonces el viejo, tras vacilar unos segundos,
se levant de su silla, corri una pesada cortina delante del fuego y, una a una, fue
apagando todas las velas que hasta el momento haban permanecido encendidas
en la estancia.

Hoy es el da de los ciegos dijo en un torpe intento por conferir un


toque divertido a lo que estaba haciendo.

Acto seguido se acerc a tientas a la puerta y la abri. Alguien entr


entonces en la habitacin y, con movimientos lentos y vacilantes, avanz hasta la
mesa para tomar asiento. Unos segundos ms tarde la voz ms extraa que he odo
en toda mi vida rompi un silencio que ya empezaba a ser opresivo.

Qu fro hace esta noche dijo lentamente aquella voz.

Yo respond que, en efecto, as era, hecho lo cual, tanto con luz como sin
ella, comenc a devorar mi plato con un feroz apetito que a lo largo de aquel da
me haba visto obligado a aplacar con tan slo aquel ligero aperitivo tomado a
medioda. Me result bastante complicado comer en la oscuridad, pero, a juzgar
por los movimientos y el comportamiento en general de mis dos invisibles
anfitriones, me pareci evidente que ellos estaban tan poco acostumbrados como
yo a cenar en aquellas incmodas circunstancias. No obstante, los tres continuamos
comiendo en silencio hasta que la anciana entr en la habitacin y, con algn que
otro traspi en la oscuridad, se acerc a la mesa para dejar sobre ella la bandeja de
los postres.

Es usted forastero? pregunt entonces aquella extraa y curiosa voz.

Volv a responder que s y aad que haba tenido una gran suerte al
haberme topado con una cena tan deliciosa como aqulla.

Es usted muy amable dijo la voz con gravedad. Por cierto, padre, se
ha olvidado usted de traer el oporto.

Pues es cierto dijo el anciano levantndose. Sacar una de las botellas


que guardamos para las grandes ocasiones. Ahora mismo la traigo.

El hombre se acerc a tientas hasta la puerta, sali y la cerr detrs de s


dejndome a solas con mi invisible compaero de mesa. Haba algo tan extrao en
torno a toda aquella situacin que debo confesar que algo bastante ms intenso que
una leve sensacin de inquietud comenz a aduearse rpidamente de m.

Mi anciano anfitrin estuvo ausente un buen rato, durante el cual todo


permaneci en silencio hasta que, en un momento dado, pude or cmo aquel
hombre que se hallaba sentado frente a m dejaba a un lado sus cubiertos. Fue
entonces cuando me pareci ver un extrao par de ojos que brillaban salvajemente
en la oscuridad como si fuesen los de un enorme gato.

Instintivamente, con una creciente sensacin de nerviosismo, empuj mi


silla hacia atrs. Al hacerlo, una pata se enred en la alfombra extendida frente a la
chimenea y yo, en mi esfuerzo por separar la una de la otra, lo nico que consegu
fue darle un involuntario tirn a la cortina que cubra el fuego y hacer que sta
cayera al suelo con un ruido sordo. Fue entonces cuando, a la temblorosa luz del
fuego, pude contemplar el rostro de aquel ser que continuaba sentado frente a m.
Sintiendo cmo la sangre se me helaba en las venas, dej a un lado la silla y
permanec de pie con los puos fuertemente apretados. Qu demonios era
aquello: un hombre o una bestia? Un momento ms tarde, cuando las llamas se
agitaron y se apagaron bruscamente, pude comprobar que a la escasa luz de las
brasas aquel rostro tena un aspecto todava ms infernal que a la rotunda luz del
fuego.

Durante unos segundos los dos permanecimos en silencio


contemplndonos mutuamente. Luego la puerta se abri y el anciano entr en la
habitacin. Al ver la cortina en el suelo y la habitacin iluminada, aunque
tenuemente, por los rescoldos del fuego, el pobre hombre se qued horrorizado.
No obstante, una vez superada la primera sorpresa, se acerc caminando
mecnicamente a la mesa y deposit sobre ella un par de botellas de vino.

Le ruego que me disculpe dije yo entonces, algo ms tranquilo gracias


a su presencia. He tirado la cortina sin querer. Pero djeme ver si puedo volver a
colgarla.

No se preocupe intervino el hijo, hablando con suavidad. Djela


como est. Creo que por hoy ya hemos tenido bastante oscuridad.

Encendi una cerilla y, una tras otra, fue prendiendo todas las velas que
haba en la habitacin. Pude as ver que el hombre que estaba sentado frente a mi
no tena rostro, sino ms bien lo que quedaba de l: una masa informe y
descarnada de aspecto salvaje en la que un reluciente ojo de mirada ardiente era lo
nico que recordaba su origen humano. Nada ms verlo, una horrible sospecha
que explicaba lo que deba de haberle ocurrido a aquella cara me asalt, y no pude
evitar sentirme enormemente conmovido.

Mi hijo sufri unas terribles quemaduras hace algunos aos, cuando se


desat un incendio en una casa explic el anciano. Desde entonces los dos
hemos llevado una vida muy apartada. Esta noche, cuando lleg usted a nuestra
casa, nosotros su voz tembl de repente, quiero decir, mi hijo

Pens continu ste que sera mejor para todos que yo no apareciese
por el comedor. Pero como da la casualidad de que hoy es mi cumpleaos, mi
padre se neg rotundamente a que yo cenara a solas en otra habitacin. As que se
nos ocurri poner en prctica esta estpida idea de cenar a oscuras. Lamento
mucho haberle asustado.

No, por favor. Soy yo quien lo siente dije mientras me acercaba a la


mesa y le estrechaba la mano con fuerza. Siento haberme portado como un necio.
Si me asust usted, fue tan slo por el efecto aadido de la oscuridad.

Un sonrojo apenas perceptible asom a las mejillas del anciano a la vez que
cierta expresin de alivio y gratitud dulcific en gran medida aquel pobre ojo
solitario que me miraba de frente. A juzgar por los efectos que acababan de
producir en mis anfitriones aquellas ltimas palabras mas, me alegre
enormemente de haberlas pronunciado.

Nunca recibimos visitas continu explicando el anciano a manera de


disculpa. Por ello, la tentacin de tener compaa, aunque tan slo fuese por una
noche, fue demasiado para nosotros. Por otra parte, no s qu otra cosa podra
haber hecho usted en una noche como sta.

Estoy seguro de que cualquier otra cosa no hubiese sido ni la mitad de


buena que quedarme aqu repuse.

Muy bien dijo mi anciano anfitrin con renovados bros. En ese caso,
ahora que ya nos conocemos todos un poco mejor, acerquemos nuestras sillas al
fuego y convirtamos esta noche en una verdadera velada de cumpleaos.

Acto seguido acerc al fuego una mesilla sobre la que todos pudiramos
dejar nuestros vasos, sac de algn sitio una caja de puros y, tras aadir una silla
para la vieja criada, invit a sta a que se sentase a tomar un trago con nosotros.
Aunque al principio la conversacin no fue demasiado fluida, si es cierto al menos
que no careci de cierta vivacidad, la cual fue poco a poco aumentando hasta que,
al cabo de unos cuantos minutos, formbamos el grupo ms alegre del mundo. La
noche transcurri tan rpidamente que apenas pudimos dar crdito a nuestros
odos cuando, en medio de uno de los escasos silencios que hubo en nuestra
conversacin, el reloj del saln dio las doce.

Un ltimo brindis antes de que todos nos retiremos a descansar dijo


entonces el anciano arrojando al fuego la colilla de su puro y volvindose hacia la
mesilla.

Aunque a lo largo de la velada habamos brindado un buen nmero de


veces, aquella vez hubo algo verdaderamente admirable en la actitud de aquel
anciano cuando se puso en pie y levant su vaso. Su imponente figura pareci
entonces ms alta que nunca y su voz reson poderosamente en mis odos cuando,
mirando henchido de orgullo el rostro desfigurado de su hijo, exclam:

A la salud de aquellos nios a los que t, querido hijo mo, les salvaste la
vida una vez!
EL SIRVIENTE DEL HOMBRE MORENO

(The Browns Man Servant, 1896)

En un estrecho callejn que desembocaba en Commercial Road se levantaba


la tienda de Solomon Hyams. En sus escaparates, atestados de todo tipo de objetos
entregados una vez en prenda y nunca recuperados, podan verse desde relojes
antiguos hasta botas de marinero que se convertan a diario en la respuesta a toda
clase de caprichos y necesidades. Grandes montones de puros, calificados con
aparente franqueza de simplemente maravillosos, se hallaban marcados con
precios tan bajos que resultaban absurdos, mientras varias docenas de relojes de
plata se esforzaban por disculpar lo toscamente que parecan haber sido fabricados
con cartelitos que decan especialmente diseados para esos obreros que trabajan
duro. La puerta de entrada, situada a media altura del estrecho y sucio callejn, se
encontraba coronada por esas tpicas bolas de latn que pueden verse todava
sobre las puertas de tantas y tantas tiendas. Era all donde quienes se acercaban a
visitar a Mr. Hyams acostumbraban a llamar. Y era por all por donde, cada da,
montones de clientes de aspecto optimista entraban sonriendo confiados para
luego comenzar a discutir, quejarse enrgicamente y, al cabo de unos minutos,
volver a salir visiblemente enfurruados y con cara de pocos amigos.

No obstante, nada de esto pareca inquietar lo ms mnimo al prestamista. El


borracho que intentaba recuperar su traje dominical ofreciendo a cambio un billete
de tranva era cortsmente conducido hasta una silla, donde se le haca permanecer
con la excusa de que descansase un poco mientras el dependiente de Mr. Hyams,
un joven llamado Bob, iba en busca de sus amigos para pedirles que le ayudaran a
sacar de la tienda, rpidamente y sin armar escndalo, al sujeto en cuestin. La
anciana que, con la esperanza de obtener algn dinero ms del habitual, se
dedicaba a derramar lastimeras historias de afliccin y penalidades en los
endurecidos odos de Mr. Hyams, acababa vindose asimismo en manos de tan
inestimable empleado, con lo cual, admitiendo resignadamente su fracaso,
recuperaba de repente toda su alegra y aceptaba sin rechistar la cantidad que se le
haba ofrecido en un primer momento. Aunque los mtodos que Mr. Hyams
empleaba en sus negocios casi nunca trascendan al exterior, no tuvo que pasar
mucho tiempo antes de que comenzase a correr el rumor de que aquel avaro
prestamista podra retirarse cuando as lo quisiese y de que, al hacerlo, podra vivir
el resto de sus das rodeado de todo tipo de lujos.

Una fra y triste tarde de noviembre, Mr. Hyams, quien slo de vez en
cuando dedicaba algn que otro momento suelto a su higiene personal, se hallaba
tomando el fresco ante la puerta de su tienda. Era la de aquella tarde una
atmsfera cargada de holln en la que se entremezclaban multitud de olores
diferentes, pero que, comparada con el opresivo olor a cerrado que imperaba en el
interior de la tienda, resultaba casi saludable. Al otro lado de la calle, en la gran
taberna que, vista desde fuera, no era ms que una fachada mugrienta en la que se
alternaban ventanas sucias y carteles descoloridos, comenzaban a encenderse las
luces, lo cual indicaba que muy pronto su sombra apariencia diurna acabara
vindose reemplazada por la de un autntico hervidero de luz y de vida.

Mr. Hyams, quien nunca tena prisa a la hora de encender las luces de su
propio establecimiento ya que, como su larga experiencia le haba corroborado, la
mayora de sus clientes prefera para sus visitas la romntica y escasa luz del
atardecer, se dispona a abandonar el fro aire de la calle en favor del calor de su
tienda cuando su atencin se vio captada de repente por un marinero de
complexin robusta que acababa de detenerse ante el escaparate para contemplar
los objetos que en l se exhiban. Nada ms verlo, Mr. Hyams se frot suavemente
las manos. Por un lado, haba algo en aquel marinero que le confera cierto aspecto
de prosperidad y bienestar. Por otro, el prestamista tena en su escaparate una gran
cantidad de artculos que, aunque a todas vistas resultaban completamente intiles
para un hombre como aqul, estara muy gustoso de poder venderle.

Finalmente, el marinero se separ del escaparate, hizo como si fuese a


proseguir su camino, y se detuvo indeciso delante del prestamista.

Desea algo, caballero? Un reloj, quiz? dijo este ltimo con


cordialidad. Si as es, pase, por favor.

Mr. Hyams entr, se coloc tras el mostrador y esper a que el otro entrase.

No vengo a comprar ni empear nada respondi el marinero una vez


dentro. Qu me dice usted a eso?
Mr. Hyams, que no era precisamente muy aficionado a las bromas (en
especial cuando stas podan llegar a entorpecer un negocio), observ con
desaprobacin a aquel hombre por debajo de sus gruesas y enmaraadas cejas.

Lo nico que pretendo es hablar tranquilamente con usted un momento


aadi el marinero. Tengo un pequeo negocio que ofrecerle. Podramos
charlar en la trastienda mientras tomamos algo caliente?

Mr. Hyams vacil por un instante. Aunque por lo general no era un hombre
reacio a los negocios por ilcitos que stos fuesen, acudi de repente a su memoria
el ntido recuerdo de otro marinero que en cierta ocasin le haba propuesto lo
mismo y que, tras cuatro vasos de ron, le haba pedido, sin ms, que le prestase
veinte libras. De ello haca ya mucho tiempo, pero aquel humillante recuerdo
todava perduraba dolorosamente en su interior.

De qu tipo de negocio se trata? pregunt.

De uno que quiz le venga a usted demasiado grande respondi el


marinero con arrogancia. Olvdelo. Creo que lo mejor ser que pruebe suerte en
otro lugar. Oiga, por qu no le dice a ese tipo tan feo que se largue de aqu de una
vez? Es que en este sitio no es posible hablar sin que a uno le est escuchando
quien no debe?

Bob! Te tengo dicho que no te metas en lo que no te incumbe le dijo el


prestamista a su dependiente, el cual, sin hacer ruido, se haba acercado a ellos
para enterarse, como quien no quiere la cosa, de lo que los dos estaban hablando.
Qudate aqu y hazte cargo de la tienda durante un rato. Este caballero y yo
tenemos asuntos privados que tratar en la trastienda. Y ahora aadi
volvindose al marinero, venga conmigo por aqu, si es tan amable.

Con un ademn de bienvenida, Mr. Hyams levant un extremo del


mostrador y abri el camino hacia una pequea y sucia habitacin en la que una
mesa recin preparada pareca esperar a que se sirviese el t mientras, en un
rincn, una tetera de cobre descansaba sobre el fuego. El prestamista, tras indicarle
con un gesto a su visitante que tomase asiento en un sucio silln de cuero, se
acerc a un armario y sac de l una botella de ron casi llena y un par de vasos.

Para m, t dijo el marinero dedicndole a la botella una ardiente mirada


cargada de nostalgia.

El prestamista se detuvo en seco, incapaz de dar crdito a sus odos.


Tonteras dijo al cabo de unos segundos intentando conferir a su voz
una nota de cordialidad. Seguro que un hombre de mundo como usted nunca
toma t. Pruebe un trago de este ron.

He dicho t, maldita sea! replic el otro. Cuando yo digo que quiero


t es porque quiero t.

Reprimiendo un sbito acceso de clera, el prestamista volvi a colocar la


botella en su sitio y, una vez se hubo sentado a la mesa, cogi la tetera y comenz a
servir el t. Era aqulla una escena domstica que resultaba verdaderamente
adorable y que hubiera encajado a la perfeccin en cualquier conferencia de la liga
antialcohlica: un delgado y adusto judo y un fornido y musculoso marinero
disfrutando de una agradable velada en compaa de una intachable tetera. Al
cabo de un rato, no obstante, Mr. Hyams comenz a dar evidentes muestras de
impaciencia. Estaba deseoso de entrar en materia y empezar a hablar de negocios,
mientras que el otro, a juzgar por las sucesivas tazas de t que se haba tomado y la
cantidad de galletas que llevaba ingeridas, slo pareca interesado en charlar
animadamente. Una y otra vez, el recuerdo de aquel primer marinero que fue en
cierta ocasin a visitarle acudi a la mente de Mr. Hyams, por lo que, cuando su
visitante se dispuso a servirse la cuarta taza, el judo frunci el ceo con ferocidad.

Y ahora algo para fumar dijo entonces el marinero recostndose en su


silla. Un buen puro, si no le importa. Santo Dios, esto s que es vida! Sabe una
cosa? ste es el primer rato agradable que paso desde que llegu a tierra hace cinco
das.

Soltando un gruido, el prestamista sac un par de puros de aspecto


grasiento y le entreg uno a su visitante. Acto seguido los dos se pusieron a fumar,
el uno reconcomindose por dentro de impaciencia y el otro con los pies
cmodamente instalados sobre una silla, como en un intento por sacarle el mayor
partido posible a aquel valioso momento de ocio y descanso.

Es usted un hombre amigo de hacer preguntas? pregunt por fin este


ltimo al cabo de unos minutos.

No respondi escuetamente el prestamista apretando los labios con


fuerza como para corroborar con los hechos su respuesta.

Supongamos dijo el marinero inclinndose hacia adelante y fijando la


mirada en su interlocutor. Supongamos que un buen da alguien viene a verle y
le dice que Maldita sea! Ese condenado empleado suyo est espindonos otra
vez!

Dando evidentes muestras de estar casi tan enfadado como el propio


marinero, el prestamista se puso en pie de un salto y, tras echar a puntapis a su
dependiente por la puerta entreabierta, cerr sta de un portazo y corri una
cortinilla sobre el cristal.

Supongamos que un buen da alguien viene a verle continu el


marinero una vez que el prestamista se hubo sentado de nuevo a la mesa y le
pide quinientas libras a cambio de algo. Las tendra usted?

S, pero no aqu dijo con recelo el prestamista. Apenas guardo dinero


en la tienda.

Pero podra usted conseguirlas? pregunt el otro.

Eso estara por ver respondi el prestamista. Quinientas libras es una


fortuna. Quinientas libras aadi murmurando. Ganar una cantidad como
sa lleva aos enteros de trabajo. Quinientas libras

Baje de las nubes y vayamos al grano. No he venido aqu para escuchar


sermones dijo bruscamente el marinero. Suponga que yo le pido quinientas
libras a cambio de algo y que usted no acepta el trato. Qu seguridad tengo yo de
que usted no ira a la polica para contar lo que sabe?

El prestamista levant sus enormes y huesudas manos en seal de inocencia


como queriendo indicar que lo que el otro acababa de sugerir era algo
completamente impensable.

Muy bien. Tenga presente que, de hacer algo as, podra usted
considerarse hombre muerto amenaz el marinero hablando entre dientes.
Sera el peor negocio que hubiera usted hecho en toda su vida. Ahora, cuando le
ensee lo que tengo intencin de ofrecerle, tendr usted que decidir si va a tomarlo
o dejarlo sabiendo que el precio, que es inamovible, no es otro que el que le acabo
de decir. No obstante, caso de no aceptarlo, me dejar usted marchar
tranquilamente por donde he venido?

Tiene usted mi palabra dijo solemnemente el prestamista.

El marinero dej entonces su puro sobre la bandeja y, tras desabotonarse el


abrigo, se quit cuidadosamente un grueso cinturn de lona que llevaba colocado
algo ms arriba de la cintura. Con algn titubeo, hizo oscilar el cinturn entre sus
manos al tiempo que su mirada iba del judo a la puerta y de sta de nuevo al
judo. Entonces, de un pequeo bolsillo semioculto en el cinturn, extrajo un
pequeo retal de franela enrollado. A continuacin, tras desenrollar la tela,
deposit sobre la mesa un enorme diamante cuyas mltiples caras estallaron en
colores de todos los matices al ser atravesadas por la luz de la lmpara.

Soltando una exclamacin, el judo se inclin hacia adelante para cogerlo,


pero el marinero, con un rpido movimiento, lo puso fuera de su alcance.

Cuidado con esas manos dijo ste secamente. Ni se le ocurra intentar


darme el cambiazo. Le advierto que no soy un tipo fcil de engaar.

Dejando el diamante sobre la mesa, comenz a darle vueltas con la punta del
dedo mientras el prestamista, con la cabeza agachada hasta casi tocar la mesa, lo
inspeccionaba con suma atencin. Luego, como quien le hace un gran favor a otro,
lo puso sobre la palma abierta y huesuda del judo y lo dej all durante unos
segundos.

Quinientas libras dijo acto seguido volviendo a coger el diamante.

El prestamista se ech a rer. Era aqulla una risa que sola reservar
especialmente para los negocios. Una risa que, con el paso de los aos, le haba
ayudado a conseguir unos inestimables beneficios para su tienda.

Le dar cincuenta dijo una vez recobrada la compostura.

Sin pronunciar una sola palabra, el marinero comenz a envolver la gema en


el retal de franela.

Est bien, est bien. Le dar setenta. Pero que quede bien claro que al
ofrecrselos me arriesgo a perder dinero se apresur a decir el prestamista.

El precio sigue siendo quinientas libras dijo el marinero sin alterarse


mientras se colocaba el cinturn alrededor de la cintura.

Setenta y cinco dijo el prestamista con tono persuasivo.

Esccheme bien dijo entonces el marinero mirando al judo con


severidad. Olvdese del asunto. No voy a rebajarme a regatear con usted. No
pienso rebajarme a regatear con nadie. Yo no soy un experto en diamantes, pero
tengo motivos para pensar que ste es especial. Eche un vistazo aqu.

Subindose la manga del abrigo, dej al descubierto un musculoso brazo en


el que destacaba una larga y fea cicatriz que pareca muy reciente.

He arriesgado mi vida por esta piedra dijo lentamente. Para m, mi


vida vale quinientas libras. En cuanto al diamante, usted sabe muy bien que
probablemente valga muchos miles. Sin embargo, eso ya es agua pasada. Buenas
noches, compaero. Cunto le debo por el t?

Con un ademn lleno de desprecio, meti la mano en el bolsillo de su


pantaln y la volvi a sacar con algunas monedas.

Hay que tener en cuenta que se corre un gran riesgo al querer deshacerse
de una piedra como sa dijo el prestamista sin hacerle caso a la calderilla que el
otro le ofreca. De dnde procede? Se halla ligada a alguna historia?

No. Al menos, no en Europa respondi el marinero. Por lo que yo s,


usted, yo y un tercer hombre somos los nicos que sabemos de su existencia. Eso
es todo lo que estoy dispuesto a contarle.

Le importara esperar aqu mientras voy en busca de un amigo mo? Me


gustara que l pudiese echarle un vistazo a ese diamante dijo el prestamista.
Pero no se asuste. No tiene usted nada que temer se apresur a aadir. Se trata
de un ciudadano de lo ms respetable. Y tan discreto como el que ms.

Yo no estoy asustado repuso tranquilamente el marinero. Pero se lo


advierto: nada de trucos. As que ndese con mucho ojo. No soy una persona que
sepa encajar bien las bromas. Adems, como ya se habr dado cuenta, soy bastante
fuerte, aunque, si he de serle sincero, mi fuerza no es lo nico que llevo conmigo a
todas partes.

Dicho lo cual, volvi a ponerse cmodo en su silla y, tras aceptar un nuevo


puro, se qued mirando a su anfitrin mientras ste coga su sombrero de un
aparador.

Estar de vuelta lo antes posible dijo el prestamista con cierta nota de


ansiedad en su voz. Me promete usted que permanecer aqu hasta que
regrese?
Descuide se limit a decir el marinero. Cuando yo me comprometo a
algo, procuro cumplir mi palabra. Prefiero eso a perder el tiempo jugando al gato y
al ratn.

Una vez a solas, el marinero continu fumando con aire despreocupado y


procurando no prestarle la menor atencin al dependiente, quien, cada cierto
tiempo, se acercaba a la puerta de la trastienda para echar un vistazo al interior y
comprobar as que todo iba bien. Como el hecho de que Mr. Hyams dejase a un
extrao solo en la trastienda de su negocio resultaba completamente novedoso, el
dependiente, que se haba visto repentinamente abrumado por aquella
responsabilidad tan grande, sinti un enorme alivio cuando su jefe, acompaado
por otro hombre, regres al local al cabo de unos minutos.

Este es Levi, el amigo al que me refer antes dijo Mr. Hyams mientras
entraba en la trastienda y cerraba la puerta tras de s. Puede usted ensearle la
piedra sin temor alguno.

El marinero volvi a quitarse el cinturn y, tras colocarse el diamante en la


palma de la mano, se lo mostr al recin llegado. ste, sin hacer el menor intento
por coger la gema, se dedic a examinarlo gravemente durante un rato dndole
vueltas con el dedo.

Volver usted a embarcarse pronto? pregunt con voz suave.

El jueves por la noche respondi el marinero. Quinientas libras es lo


que vale, aunque me imagino que su amigo ya se lo habr dicho. No pienso
regatear ni un solo cheln.

Lo s, lo s dijo el otro tranquilamente. Conque quinientas libras, eh?


Bueno, yo dira que esta piedra podra perfectamente llegar a valer dicha suma.

As me gusta asinti el marinero con cordialidad. Su amigo s que


entiende de estas cosas, Mr. Hyams.

Simplemente me gusta tratar con gente que sabe lo que se trae entre
manos dijo el recin llegado. Ahorra muchas complicaciones. No obstante, si
finalmente accedemos a comprarle la piedra por esa cantidad, deber usted hacer
algo por nosotros. Mantenga la boca bien cerrada y no pruebe una sola gota de
alcohol hasta que su barco se haga a la mar. Pero sobre todo no le diga ni una sola
palabra a nadie.
No tiene usted de qu preocuparse por lo que respecta al alcohol dijo el
marinero con gravedad. No pienso tocarlo.

Es abstemio explic el prestamista.

Eso no es verdad se apresur a decir el marinero, indignado.

En ese caso, por qu no bebe alcohol? pregunt el otro.

Adivnelo, amigo contest secamente el marinero con un gesto con el


que pareca querer dejar bien claro que no estaba dispuesto a aadir una sola
palabra ms sobre el tema.

Sin hacer el menor comentario, el recin llegado se volvi hacia el


prestamista, el cual, tras sacar una cartera de un bolsillo de su abrigo, se puso a
contar billetes. Cuando stos ascendieron a la cantidad acordada, se los tendi al
marinero. ste, una vez los hubo contado y examinado varias veces, los enroll y se
los meti en el bolsillo. Luego, sin pronunciar una sola palabra, sac una vez ms
el diamante y lo dej sobre la mesa. Mr. Hyams, con manos temblorosas a causa de
la excitacin, lo cogi y comenz a examinarlo con expresin arrebatada.

El trato est hecho dijo entonces el marinero. Buenas noches,


caballeros. Espero, por el bien de ustedes dos, que nadie se entere de que me he
deshecho de l. Mantengan los ojos bien abiertos y no se fen de nadie. Y si alguna
vez ven por aqu a un hombre de piel oscura, pnganse en guardia porque los
problemas no tardarn en llegar. Si quieren que les diga una cosa, no saben cunto
me alegro de haber podido quitarme esa piedra de encima.

Con la cabeza bien erguida y tomando aire profundamente como para


demostrar que ahora ya poda respirar mucho mejor, se despidi de los otros dos
con un rpido gesto y, tras atravesar la tienda, sali a la calle y desapareci.

Durante un buen rato, el prestamista y su amigo permanecieron encerrados


en la trastienda examinando entusiasmados el diamante que aquel extrao
marinero haba dejado sobre la mesa.

Estoy seguro de que poseer este diamante conlleva un gran riesgo dijo
el prestamista. Por lo general, una piedra como sta nunca pasa inadvertida.

Todo lo bueno conlleva siempre un riesgo dijo el otro con cierto tono de
desdn. No esperars tener algo como esto sin que haya de por medio algn que
otro inconveniente, verdad?

Tomando la gema una vez ms, se puso a observarla con profundo fervor.

Estoy seguro de que procede de algn lugar de Oriente dijo, fascinado


. No es que est muy bien pulida que digamos, pero de lo que no cabe la menor
duda es de que se trata de una piedra de categora. Un verdadero seor diamante.

No quiero tener problemas con la polica dijo el prestamista tomando el


diamante de la mano de su amigo.

Hablas como si hubieses pagado por un abrigo robado dijo Levi con
impaciencia. Un riesgo de ese tipo (y t lo has corrido alguna que otra vez) s
que es cosa de locos. Un viejo abrigo usado no merece la pena. Pero esto, en
cambio, es Demonios! A uno le empieza a hervir la sangre con tan slo mirarlo.

Sabes lo que voy a hacer? Te lo voy a dejar a ti, que sabes negociar con
este tipo de mercanca dijo el prestamista. Si te las arreglas para sacar una
buena cantidad por l, no tendr que volver a trabajar en toda mi vida.

Bajo la ansiosa y atenta mirada de su amigo, Levi tom el diamante y se lo


guard en un bolsillo interior.

Y por favor, Levi, no te metas en los ni dejes que te ocurra nada malo esta
noche dijo el prestamista hecho un manojo de nervios.

Gracias por tu inters dijo Levi haciendo una mueca. No te


preocupes. Tendr cuidado.

Dicho lo cual, se aboton el abrigo hasta arriba y, tras apurar de un solo


trago un buen vaso de whisky, sali por la puerta silbando una alegre cancin. No
obstante, todava no haba salido de la tienda cuando el prestamista le llam.

Si te apetece regresar a casa en coche dijo en voz baja de manera que su


empleado no pudiese orle, yo mismo pagar el viaje.

No te preocupes, amigo mo. Tomar un mnibus dijo Levi con una


sonrisa. Querido Hyams, te ests convirtiendo en un bicho raro. Reljate y piensa
en el riesgo del que hablbamos antes. Imagnate lo emocionante que puede llegar
a resultar ir sentado al lado de un carterista llevando esto encima. No querrs que
me pierda la oportunidad de vivir una experiencia semejante, verdad?
Riendo alegre y burlonamente, Levi se alej callejn abajo agitando la mano
en seal de despedida. El prestamista, de pie ante la puerta de su tienda y con el
ceo severamente fruncido, observ cmo su amigo, una vez llegado a la esquina,
detena un mnibus, se suba a l y desapareca. Luego, ensimismado en sus
propios pensamientos, regres lentamente al interior de la tienda, donde todos
aquellos objetos de los que sus vecinos no haban tenido ms remedio que
prescindir le esperaban ansiosamente.

Aquella noche decidi que cerrara a las diez en punto. As que, llegada la
hora, el dependiente, tras asegurar puertas y ventanas y echar hasta abajo todas las
persianas, se march apresuradamente a su casa. Una vez a solas, el prestamista se
prepar una cena ligera, terminada la cual se instal cmodamente en un silln
para fumar otro de sus puros y pensar en todo lo que haba sucedido aquel da. As
estuvo hasta que falt muy poco para la medianoche. Luego, muy satisfecho
consigo mismo, subi las polvorientas escaleras que conducan a su habitacin y,
una vez en sta, se meti rpidamente en la cama. A pesar de la excitacin que le
haba deparado aquella tarde, no tard en encontrarse profundamente dormido. Y
sigui durmiendo hasta que unos lejanos pero insistentes golpes que comenzaron a
sonar bajo su ventana le despertaron de improviso.

II

Al principio aquel ruido se entremezcl con sus sueos e incluso los ayud a
formarse en su mente. Se hallaba en una oscura mina en cuyas profundidades
montones de obreros cubiertos de mugre y armados con recios picos se ocupaban
en extraer de las paredes unos diamantes tan grandes que, al verlos, Mr. Hyams se
sinti profundamente descorazonado, pues al lado de ellos la piedra que l haba
comprado no era ms que un ridculo guijarro. Pero justo entonces se despert y se
sent en la cama restregndose los ojos con fuerza. Aquel ruido resultaba del todo
insoportable para un hombre como l, que gustaba de hacer negocios de la manera
ms sencilla y discreta posible. Al principio se sobresalt un poco, pues aquellos
golpes que parecan provenir de la puerta de su tienda sonaban exactamente igual
que los que l sola asociar con la polica. No obstante, a pesar de que un mal
presentimiento comenzaba a apoderarse de l, el judo salt con decisin de la
cama y, tras descorrer un par de pestillos, abri la ventana y asom la cabeza por el
vano procurando hacer el menor ruido posible. A la luz de un farol que iluminaba
el estrecho callejn desde la acera opuesta pudo ver una figura que se hallaba justo
bajo su ventana.
Quin anda ah? pregunt el judo con aspereza.

Pero su voz result ahogada por los golpes.

Eh, oiga! Qu es lo que quiere a estas horas? grit. Qu es lo que


busca?

Los golpes cesaron y la figura, tras retroceder unos cuantos pasos, mir
hacia arriba.

Baje aqu y abra esta maldita puerta dijo una voz que el prestamista
reconoci en seguida como la del marinero.

Largo de aqu respondi el judo en voz baja pero con severidad. Es


que acaso pretende despertar a todo el vecindario?

Baje aqu y djeme entrar de una vez respondi el otro. Es por su


propio bien. Si no lo hace y no deja que le diga lo que quiero decirle, puede usted
considerarse hombre muerto.

Alarmado por las palabras y las maneras de aquel hombre, el judo, tras
dejarle bien claro que slo le dejara entrar si dejaba de armar aquel escndalo tan
horrible, encendi una vela, cogi una pistola del interior de un cajn, se visti a
toda prisa y, con la vela en una mano y la pistola en la otra, baj refunfuando las
escaleras que conducan a la tienda.

Pero bueno, qu es lo que quiere ahora? pregunt desde el otro lado de


la puerta.

Djeme entrar y se lo dir respondi el otro. Aunque, si lo prefiere,


tambin puedo decrselo a gritos por la cerradura.

Tras dejar la vela sobre el mostrador, el judo descorri los recios cerrojos
que franqueaban la puerta y abri sta con suma cautela. El marinero entr
entonces y, mientras el prestamista cerraba la puerta tras l, se encaram de un
salto a lo alto del mostrador y se qued all sentado con las piernas colgando.

As me gusta dijo sealando aprobadoramente con la cabeza la pistola


que el judo blanda en su mano derecha. Tan slo espero que sepa usted cmo
usarla.
Qu es lo que quiere? pregunt el otro de mal talante escondiendo la
mano tras el cuerpo. Cree usted que stas son horas para sacar de la cama a
gente respetable?

No he venido hasta aqu por el simple placer de contemplar otra vez su


linda carita, de eso puede usted estar ms que seguro dijo el marinero con aire
burln y despreocupado. Es la buena voluntad lo que me ha hecho venir esta
vez. Dgame: qu ha hecho con el diamante que le vend?

Eso es asunto mo respondi el otro. Qu es lo que quiere?

Si no recuerdo mal, creo que cuando estuve aqu antes mencion que me
hara a la mar dentro de cinco das dijo el marinero. Pues bien, esta misma
tarde he conseguido enrolarme en otro barco, uno que parte a las seis de la
maana, o lo que es lo mismo, dentro de unas pocas horas. Y es que, ver usted: las
cosas se estn poniendo bastante feas para m aqu. No obstante, y a pesar de todo,
pens que antes de marcharme sera un bonito detalle dejarse caer por aqu para
advertirle.

Advertirme de qu? Y por qu no lo hizo usted la primera vez que vino


a verme? inquiri el judo observando con recelo a su visitante.

Bueno, digamos que no me apeteca echar a perder un trato tan bueno


como aqul respondi el marinero con despreocupacin. Adems,
probablemente usted no se hubiese atrevido a comprar la piedra si hubiese sabido
todo lo que hay que saber acerca de ella. Por cierto, tenga cuidado con esa pistola,
no se vaya a disparar. No tengo intencin de robarle, as que apunte con ella para
otro lado.

ramos cuatro los que hicimos aquel trato prosigui una vez que el
prestamista hubo apartado el arma. Adems de m, estaban Jack Ball, Nosey
Wheeler y un tipo muy extrao de origen birmano. Recuerdo muy bien la ltima
vez que vi a Jack Ball. Estaba muy quieto y callado y tena un cuchillo clavado en el
pecho. Si yo no me hubiese andado con ojo desde aquel da, estoy seguro de que
hace ya tiempo que habra corrido su misma suerte. As que si no se conduce usted
con cuidado, compaero, no pasar mucho tiempo antes de que se encuentre
tambin con un cuchillo ensartado entre las costillas.

Hable con ms claridad, hombre dijo el prestamista. Pero antes venga


conmigo a la trastienda. No quiero que la polica vea luces encendidas aqu dentro
a estas horas.

Nosotros lo robamos dijo el marinero mientras segua al judo hasta la


trastienda. Los cuatro, quiero decir. Lo cogimos de

No quiero saber nada a ese respecto se apresur a decir el otro.

El marinero sonri, sacudi la cabeza y suspir.

Despus del robo continu diciendo, Jack y yo, sabindonos los ms


fuertes del grupo, decidimos quitarle la piedra a los otros dos. No obstante, ellos
actuaron deprisa y supieron ajustarle las cuentas al pobre Jack. Yo, por mi parte,
consegu escapar enrolndome en una corbeta. Pero parece ser que ellos tomaron
un vapor y llegaron aqu antes que yo. Y desde entonces han permanecido aqu,
esperndome, ocultos y al acecho.

Bueno, pero usted no les tiene miedo a esos dos, verdad que no?
pregunt el judo. Adems, bastara con acudir a la polica y contarles

Y contarles todo lo referente al diamante, verdad? Es eso lo que quiere


decir? ataj el marinero. Oh, s, claro. Si segn usted eso es lo mejor que se
puede hacer, por qu no va usted a verles ahora mismo? Mis antiguos compinches
saben muy bien que yo nunca recurrira a la polica. Adems, si yo informase a la
polica y ellos fuesen detenidos, ninguno de los dos dudara un solo segundo en
descubrir todo lo referente al diamante. Y eso a usted no le gustara, verdad?

Y dice usted que esos tipos han estado siguindole durante todo este
tiempo? pregunt el prestamista.

Siguindome! exclam el marinero. sa no es precisamente la palabra


que yo empleara. Adondequiera que voy, all estn ellos, como si fuesen mi propia
sombra. Estn deseando arrojarse sobre m, pero se cuidan mucho de precipitarse o
de dar cualquier paso en falso que pudiera delatarles. sa es la nica baza que
todava tengo a mi favor. Ellos quieren que les devuelva la piedra primero. Luego
ya habr tiempo para venganzas. As que por eso he preferido ponerle a usted
sobre aviso, pues estoy seguro de que a estas horas ya deben saber sobradamente
bien quin est en posesin de la piedra. A Nosey Wheeler lo reconocer usted por
su nariz. La tiene rota por varios sitios[4].

No les tengo miedo a esos tipos dijo el judo, pero le agradezco


mucho que haya venido a contarme todo eso. Sabe si le han seguido hasta aqu?
Estn ah fuera, de eso no me cabe la menor duda respondi el marinero
. Pero es difcil verles. Se mueven sigilosamente, sin hacer ruido, como los gatos.
El birmano al menos sabe cmo hacerlo. Haran falta ojos en la nuca para poder
vigilarle. Es un viejo zorro ladino y sutil. Justo antes de morir, Jack Ball intent
decirme algo acerca de l. No tengo ni idea de qu podra haber sido, pero
viniendo del pobre Jack seguro que se trataba de algo terrible. Jack era valiente
como un len, pero en lo tocante a ese viejo birmano arrugado senta verdadero
pnico. En cuanto a m, estoy seguro de que tanto l como Wheeler me seguirn
esta misma noche cuando me dirija al barco. Pero juro por lo ms sagrado que si
llegan a acercarse a m lo suficiente y no hay nadie cerca que pueda presenciar lo
que no debe, vengar al pobre Jack.

Y por qu no se queda aqu hasta que se haga de da? se ofreci el


judo.

El marinero sacudi la cabeza.

Se lo agradezco mucho, pero no quiero arriesgarme a perder el barco


respondi. No obstante, no olvide nada de cuanto le he dicho. Y tenga mucho
ojo con esos tipos. Tanto el uno como el otro son gente de cuidado. Si no empieza a
tomar desde ahora mismo todo tipo de precauciones, ms tarde o ms temprano
acabarn con usted. Buenas noches, compaero.

Tras ponerse en pie de un salto, se aboton el abrigo hasta arriba y, seguido


de cerca por el judo, que le ilumin el camino con la vela en alto, se dirigi hacia la
puerta, la abri sin hacer ruido y asom la cabeza con sumo cuidado para mirar a
derecha e izquierda. El callejn estaba desierto.

Tenga. Llvese esto le dijo el judo al tiempo que le ofreca la pistola.

Gracias, pero no me hace falta. Ya tengo una repuso el marinero.


Buenas noches.

Dicho lo cual, y tras hacer acopio de valor, ech a andar a grandes zancadas
callejn arriba mientras sus pasos resonaban pesadamente en el silencio de la
noche. El judo permaneci en la entrada de su tienda, observndolo, hasta que
desapareci al doblar la esquina. Luego, tras cerrar de nuevo la puerta y
asegurarse de que todos los cerrojos quedaban bien echados, regres a su
habitacin y se acost. All permaneci despierto todava largo rato, meditando
profundamente sobre la advertencia que acababa de recibir, hasta que, por fin, se
qued dormido.

A la maana siguiente, cuando se levant, decidi meterse el revlver en el


bolsillo antes de bajar a la tienda, pero no necesariamente con la intencin de
usarlo, sino ms bien para demostrarse a s mismo hasta qu punto se haba
preparado para defenderse. Su forma de comportarse aquella maana al ver a dos
o tres inofensivos ciudadanos de color result tambin de lo ms inusual, en
especial en el caso de un respetable hind que, como no hablaba ingls, se puso a
hacer amplios gestos delante de l con una larga daga que llevaba en la mano, si
bien con la nica intencin de hacerle comprender que tena intencin de
empearla.

La maana fue transcurriendo sin que aconteciese nada anormal. No


obstante, era ya casi la hora de comer cuando sucedi algo que justific la
advertencia hecha por el marinero la noche anterior. Porque fue entonces cuando,
mientras observaba la calle a travs del escaparate, el prestamista vio por
casualidad, por entre los muchos y diferentes artculos que se encontraban
expuestos all, un horrible rostro cuyo principal rasgo no era otro que una enorme
nariz que se hallaba curiosamente torcida. Mientras miraba hacia all, aquella cara
desapareci de repente. Pero tan slo un momento ms tarde su dueo, tras dirigir
desde la puerta una furtiva mirada al interior del local, entr sin hacer ruido.

Buenos das, compaero dijo.

El prestamista le salud con un leve movimiento de cabeza y esper a que el


recin llegado se decidiese a explicar el motivo de su visita.

Me gustara hablar un momento con usted dijo aquel hombre tras darse
cuenta de que tendra que ser l quien iniciase la conversacin.

Muy bien. Y de qu desea usted hablar? repuso el prestamista.

Qu hay de se? pregunt el recin llegado sealando con la cabeza al


dependiente.

Es un empleado mo. Qu pasa con l? pregunt a su vez el judo.

Lo que tengo que decirle es de carcter privado dijo el hombre. El judo


arque las cejas.

Ve a la trastienda y prepara algo de comer, Bob le dijo al dependiente.


Y ahora dgame, caballero: qu es lo que quiere? aadi dirigindose al recin
llegado una vez que los dos se encontraron a solas. Le ruego que se d prisa. Soy
un hombre muy ocupado.

Vengo a verle de parte de un amigo mo explic el hombre hablando en


voz baja. l estuvo aqu la pasada noche, pero hoy no ha podido venir y por eso
me ha enviado a m. Quiere que usted le devuelva lo que le dio.

Ah, s? Y qu es, segn su amigo, lo que yo tengo que devolverle?


pregunt el judo.

El diamante respondi el otro.

El diamante? De qu demonios est usted hablando? pregunt el


prestamista, escandalizado.

Oiga, amigo, no intente pasarse de listo conmigo, de acuerdo? dijo el


otro con ferocidad. Queremos que nos devuelva usted el diamante. Y le aseguro
que de una u otra manera nos vamos a salir con la nuestra.

Lrguese de aqu! exclam el judo. No tolero que nadie se atreva a


amenazarme en mi propia casa. As que fuera de aqu ahora mismo.

Si no se aviene a razones haremos algo ms que amenazarle, amigo dijo


el hombre mientras las venas de su frente, a causa de la rabia, se hinchaban hasta
parecer a punto de estallar. Usted tiene ese diamante. Sabemos que lo adquiri a
cambio de quinientas libras. Pero vamos a ser honestos con usted a pesar de todo.
Nosotros le devolveremos el dinero y usted nos entregar el diamante. Y
considrese afortunado por tener la oportunidad de recuperar sus quinientas
libras.

Una de dos: o ha bebido usted demasiado o alguien le ha estado tomando


el pelo dijo el judo.

Mire, amigo dijo el hombre tras proferir un feroz gruido, le aconsejo


que se deje de una vez de monsergas. Estoy intentando ser justo y honesto con
usted. No tengo intencin de hacerle dao. Soy un hombre pacfico, pero quiero lo
que me pertenece, pues, para serle sincero, tengo medios de sobra para
conseguirlo. Tengo la cuerda bien asida por un extremo, y si me empeo puedo
llegar a tirar muy fuerte de ella para alcanzar el extremo opuesto. Entiende lo que
quiero decirle con eso? Sabe a qu me refiero?
Ni lo s ni me importa repuso el judo.

Como en un tmido intento por huir de su interlocutor, el prestamista se


apart bruscamente de l y, tras coger de una caja unas cuantas cucharas sin brillo,
comenz a frotarlas enrgicamente con una bayeta de cuero.

Usted es inteligente, as que no creo que le resulte difcil captar una


indirecta dijo el otro. Dgame, amigo, haba visto alguna vez esto?

El hombre arroj un objeto sobre el mostrador. Al verlo, el judo no pudo


evitar dar un respingo. Era el cinturn del marinero.

Ah tiene usted la indirecta de la que le hablaba aadi el hombre


mirando al prestamista con expresin divertida. No le parece que, como tal,
resulta de un gusto verdaderamente exquisito?

El judo mir fijamente a aquel hombre y se dio cuenta de que aquel rostro
se haba puesto plido y tenso de repente. Su expresin era la del hombre que ha
decidido jugrselo todo a una sola carta.

Supongo dijo al fin hablando con gran lentitud que lo que quiere
usted darme a entender es que ha matado al dueo de este cinturn.

Puede usted entender lo que quiera repuso el otro en un repentino


acceso de clera. Va a devolvernos lo que nos pertenece, s o no?

Nunca! estall el judo. No le tengo miedo a un perro miserable como


usted. Y si valiese la pena molestarse, ahora mismo llamara a la polica para que
viniese corriendo hasta aqu y le arrestase en el acto.

Adelante, entonces. Llame a la polica si se atreve. Le prometo que no me


mover de aqu hasta que llegue inst el otro. Es intil que se resista aadi
tras guardar silencio durante unos segundos. Si no accede a devolvernos el
diamante, puede usted considerarse hombre muerto. Porque, sabe una cosa?, la
mitad de esa piedra pertenece a un amigo mo, un oriental con el que enemistarse
no es precisamente lo ms aconsejable. No tiene usted ni idea de lo que l es capaz
de hacer. Pero yo le conozco muy bien, y le aseguro que no tiene ms que desearlo
para que caiga usted fulminado. Y para ello no tendra que levantar ni un solo
dedo. Quiz comprenda usted ahora que si he venido hasta aqu ha sido en
realidad para hacerle un favor. No obstante, si sigue usted negndose a colaborar,
antes o despus l vendr a verle. Y entonces todo habr acabado para usted.
Lrguese de aqu y vuelva con su amigo se burl el judo. Si de
verdad ese tipo es tan poderoso como usted dice seguro que puede hacerse con el
diamante sin necesidad de venir a inmiscuirse en mis asuntos. Por lo dems, est
usted perdiendo el tiempo aqu. Lo cual, crame, es una pena. Usted debe de tener
por ah un montn de problemas que solucionar.

Como quiera. Yo ya le he advertido dijo el otro. Sin embargo, an


recibir usted un aviso ms. Y si aun as sigue empeado en quedarse con el
diamante, tenga por seguro que su obstinacin no le reportar ningn bien. Es una
piedra de incalculable valor, los dos lo sabemos, pero si yo fuese usted preferira
no tenerlo y seguir vivo antes que tenerlo y estar muerto.

Dichas aquellas palabras, el hombre le dirigi al judo una significativa


mirada y se march. El prestamista, por su parte, permaneci de pie tras el
mostrador sumido en profundos pensamientos. Luego, cuando el dependiente
regres de comer, entr lentamente en la trastienda y se sent a la mesa sin apetito
y sin dejar de darle vueltas en la cabeza a la entrevista que acababa de mantener.

III

El gato del prestamista, con las patas delanteras recogidas bajo el cuerpo,
dormitaba tranquilamente sobre el mostrador. Como a lo largo de aquella maana
haban entrado muy pocos clientes en la tienda, no le haban echado de all ms
que en tres ocasiones. Llevaba ya cinco aos cultivando la placentera costumbre de
dormitar all encima, y si haba algo en el mundo que haba acabado
convencindole de lo valioso que era aquel puesto privilegiado, eso era
precisamente el hecho de que siempre estaban echndolo de all. Para un gato de
temperamento firme y perseverante como l, aquel simple detalle le otorgaba al
mostrador un valor aadido difcil de ignorar. Adems, de vez en cuando algn
que otro obsequioso cliente reparaba en l y le soltaba un piropo a su hermoso
pelaje, lo cual resultaba tan agradable que el animal no pona el menor reparo
cuando dichos clientes alargaban la mano para rascarle suavemente detrs de las
orejas.

En aquel momento el gato se hallaba solo en la tienda, pues el dependiente


haba salido. El prestamista, por su parte, aunque vigilando el local a travs de la
puerta entornada, estaba sentado en la trastienda leyendo tranquilamente el
peridico. Se haba ledo de cabo a rabo la seccin financiera, le haba echado un
vistazo a la informacin internacional, y se dispona ya a empezar el editorial
cuando un titular capt repentinamente su atencin; Asesinato en Whitechapel.

Una vez superada la primera sorpresa, el judo pleg el peridico y,


mientras un sombro presentimiento se iba apoderando de l, comenz a leer
detenidamente la noticia. Con un estilo que era todo un ejemplo de
sensacionalismo, se informaba de que el cadver de un hombre, evidentemente un
marinero, haba sido encontrado tras la valla que rodeaba una serie de tiendas en
proceso de construccin. No haba pista alguna que pudiese aclarar la identidad de
la vctima, la cual, al parecer, haba sido apualada por la espalda y trasladada
posteriormente al lugar donde su cadver haba acabado siendo descubierto. A
pesar de que los bolsillos de la vctima se encontraban completamente vacos, lo
cual dificultaba sobremanera las labores de identificacin, la polica, para quien
aquel crimen no pareca ser sino un asesinato ms cuyo nico mvil haba sido el
robo, albergaba las tpicas esperanzas de arrestar en breve al asesino.

El prestamista baj el peridico y se puso a tamborilear con los dedos sobre


la mesa. La descripcin del cadver no dejaba lugar a dudas en cuanto a que la
vctima de aquella tragedia y el hombre que le haba vendido el diamante eran la
misma persona. Comenz entonces a darse cuenta del autntico riesgo que corra
al haber adquirido aquella gema tan codiciada. Por otro lado, la osada demostrada
por el hombre que le haba visitado el da anterior al presentarse en su tienda
llevando las manos prcticamente manchadas de sangre le daba una desagradable
idea de hasta dnde eran capaces de llegar aquellos rufianes. Aunque, a decir
verdad, aquello pareca confirmar tambin una idea mucho ms agradable: su
amigo Levi haba estado en lo cierto al decir que la piedra era en extremo valiosa.

En fin Que vengan a por m si se atreven se dijo para sus adentros


levantando la vista del peridico. Dejemos que lo intenten y ya veremos
entonces quin gana.

Tras arrojar a un lado el peridico, se puso algo ms cmodo en la silla y al


poco tiempo se encontr sumido en un agradable ensueo, en el que pudo ver el
maravilloso momento en que se despojara para siempre de aquel yugo tan
srdido que era el trabajo diario. A partir de entonces, se dedicara a viajar por el
mundo y a disfrutar de la vida. Lo nico que senta era que el diamante no hubiese
llegado a sus manos veinte aos antes. Por lo que se refera a aquel malogrado
marinero, bueno, no le hubiera ocurrido lo que le ocurri si hubiese aceptado su
ofrecimiento de quedarse all a pasar la noche.
En la tienda, el gato, que continuaba dormitando en lo alto del mostrador,
comenz de repente a percibir un fuerte y extrao olor. Con enorme pereza, el
animal abri un ojo y vio que all, justo frente a l, estaba un hombre: un viejo
arrugado y consumido de escasa estatura y piel muy morena. El gato entorn
entonces el ojo y, durante unos segundos, observ a aquel hombre con desgana
pero no sin cierta cautela por entre los prpados entreabiertos. Luego, tras decidir
que el recin llegado pareca ser inofensivo, volvi a cerrarlo y se dedic de nuevo
a dormir.

Durante los minutos siguientes el intruso no mostr seal alguna de


impaciencia. Al principio se dedic sin ms a pasear la mirada a su alrededor.
Luego, actuando como si la idea le hubiese venido de repente a la cabeza, se acerc
al gato y comenz a acariciarlo con las hbiles manos de quien est acostumbrado
a tratar con animales. El felino, complacido, se dio cuenta al cabo de unos
segundos de que en toda su vida nunca haba sido acariciado por una mano tan
sabia y experta como aqulla. Cada vez que aquella mano se deslizaba por su
lomo, todo su cuerpo se estremeca. Muy pronto, a manera de respuesta, comenz
a orse en la tienda un suave ronroneo de placer.

Pero, de repente, algo cambi en la manera en que aquella mano le estaba


acariciando. Algo que le provoc una aguda punzada de dolor. Alarmado, el
animal se puso en pie con un respingo y se escondi de un salto tras el mostrador.
El hombre moreno sonri entonces con maldad y, tras dejar pasar unos cuantos
segundos, dio unos cuantos golpes sobre la madera del mostrador.

Al or aquellos golpes, el prestamista, con el peridico todava en la mano,


sali apresuradamente de la trastienda. No obstante, nada ms ver a su cliente se
detuvo en seco y su rostro se ensombreci. A primera vista, aquel hombre de
aspecto tan extrao pareca tener un porte duro y dominante que le hizo pensar
que an quedaban muchas amenazas desagradables por llegar.

Qu desea? pregunt con brusquedad.

Buenos das, caballero dijo el hombre moreno en un perfecto ingls.


Bonito da, no le parece?

No est mal se limit a decir el judo.

Quisiera poder conversar un momento con usted dijo el otro hablando


con suavidad. Sin prisas. Tranquila y razonablemente.
Pues ms le vale ser breve y conciso repuso el judo. Estoy muy
ocupado y mi tiempo es muy valioso.

El hombre moreno sonri y levant una mano en ademn de aprobacin.

En este mundo hay muchas cosas valiosas, caballero dijo. Pero, sin
duda alguna, el tiempo es la ms valiosa de todas. En el caso que aqu nos
concierne el tiempo es sinnimo de vida.

El judo, sopesando la amenaza que parecan insinuar aquellas palabras, se


exasper un poco ms.

Mtase en sus propios asuntos dijo con brusquedad.

El hombre moreno se inclin sobre el mostrador y le dirigi una feroz


mirada con dos ojos castaos a los que la edad no haba sido capaz de restar
dureza.

S que es usted un hombre razonable dijo lentamente. Y tambin que


es un buen comerciante. Puedo verlo con claridad. Pero a veces hasta un buen
comerciante hace malos negocios. Y cuando eso ocurre, qu hace el buen
comerciante?

Mrchese de aqu dijo el judo, visiblemente enojado.

No tiene ms remedio que fastidiarse prosigui el otro sin perder la


compostura. Y puede considerarse afortunado si todava est tiempo de
enmendar su error. Usted an est a tiempo, amigo mo.

El judo solt una sonora carcajada.

Hubo una vez un marinero que hizo un mal negocio y acab mal por ello
aadi el hombre moreno sin alterar el tono de su voz. Muri de pena.

Tras aquel comentario, el hombre sonri cada vez ms ampliamente hasta


que su rostro se vio convertido en una mscara surcada de arrugas.

He ledo en la prensa dijo el judo levantando por un momento el


peridico ante el rostro de su visitanteque anoche asesinaron a un marinero. Ha
odo usted hablar alguna vez de la polica, de la crcel o de la horca?
De todos ellos respondi el otro sin inmutarse.

Yo podra poner a la polica tras el rastro del asesino de ese pobre


marinero aadi el judo con severidad.

El hombre moreno sonri y sacudi la cabeza.

Es usted un comerciante demasiado bueno para m dijo.

Y usted es demasiado amable conmigo al decirme eso repuso el judo.

Muy bien. Hablemos entonces de negocios de hombre a hombre y no de


tonteras como si fusemos un par de chiquillos aadi de repente el hombre
moreno. Me habla usted de la horca. Yo le hablo, sin ms, de la muerte. As que
esccheme con atencin. Hace un par de noches usted le compr un diamante a
cierto marinero por valor de quinientas libras. Pues bien, si no me devuelve usted
ese diamante a cambio de la misma cantidad, le matar.

Cmo? grazn el judo irguindose cun alto era. Cmo se atreve,


carcamal miserable?

Le matar repiti el hombre moreno con calma. Enviar la muerte


sobre usted. Y la enviar bajo la ms espantosa de las formas. Un demonio un
demonio vendr a verle, un astuto y escurridizo demonio que le acosar y le
atormentar hasta la muerte. Vendr en mitad de la noche y se abalanzar sobre
usted. Y entonces desear usted haber hecho lo que le acabo de decir. Ms le
valdra devolverme ahora mismo el diamante y conservar as la vida. Si me lo
entrega, le doy mi palabra de que nada malo le ocurrir.

Hizo una pausa, durante la cual el judo se dio cuenta de que el rostro de
aquel hombre ya no era el mismo de antes. En lugar de la expresin risuea y
burlona que haba estado all todo el tiempo, ahora no haba ms que una horrible
mueca de diablica maldad en la que dos ojos oscuros refulgan con una luz fra y
despiadada.

Y bien? Cul es su respuesta? pregunt el hombre moreno.

Que cul es mi respuesta? sta es mi respuesta respondi el


prestamista.

Inclinndose por encima del mostrador, agarr a aquel hombre por el cuello
con una de sus enormes manos y, tras levantarlo en peso, lo arroj brutalmente
contra la pared, la cual se estremeci de arriba abajo a causa del impacto. Luego, al
ver cmo aquel personaje que acababa de amenazarle con una horrible y misteriosa
muerte se converta de repente en un pobre viejecillo que haba comenzado a toser
y escupir cuando lo haba agarrado por el cuello y que ahora luchaba por
recuperar el aliento tras el duro golpe recibido, solt una estentrea carcajada.

Dnde est ahora ese sirviente suyo, ese demonio que se supone que iba
a enviar contra m? pregunt el judo con malicia.

l slo me sirve cuando yo no estoy presente contest dbilmente el


hombre moreno. No obstante, incluso despus de haberme tratado usted como
lo acaba de hacer, voy a darle una ltima oportunidad. Voy a hacer que muera
primero ese joven que tiene usted empleado en esta tienda. Cuando lo vea morir,
comprender que cuanto le digo es cierto. Aunque, pensndolo mejor, l no ha
hecho nada y no tiene ninguna culpa. No, creo que lo dejar vivir. Pero, en su
lugar, matar a

Hizo una pausa mientras su mirada se posaba sobre el gato, el cual acababa
de subirse en aquel preciso instante a lo alto del mostrador para tumbarse una vez
ms en su lugar habitual.

Matar a su gato concluy el hombre moreno. Enviar a mi demonio


para que lo atormente sin piedad. As que mantenga los ojos bien abiertos y vigile
al gato. Porque tal y como sea su muerte, as ser tambin la de usted. A menos,
claro est, que

A menos que qu? inst el judo mirndole con sorna. Vamos,


sultelo.

A menos que esta noche, antes de las diez en punto, dibuje usted con tiza
dos cruces sobre la puerta de su tienda repuso el otro. Haga eso y vivir.
Mientras tanto, no pierda de vista a su gato.

Seal con un dedo moreno y delgado al animal y, acaricindose el cuello


con una mano, se dirigi silenciosamente a la puerta y se march.

Con la sucesiva llegada de nuevos clientes el prestamista no tard en olvidar


las molestias y el enfado provocados por aquella visita y pudo dedicarse durante el
resto del da a atender las peticiones de cuantos fueron a verle con una
desacostumbrada generosidad cuyo origen deba buscarse en la perspectiva cada
vez ms inminente de alcanzar una considerable fortuna. A juzgar por los hechos,
la piedra tena por fuerza que ser muy valiosa. Con el dinero que consiguiese con
su venta y con el que haba ahorrado gracias a su negocio a lo largo de todos
aquellos aos podra dejar de trabajar y dedicarse a llevar una vida rodeada de
todo tipo de lujos y comodidades. Tan generoso lleg a mostrarse aquel da que, en
cierta venta, una anciana seora de origen irlands, olvidando por un momento
todas las diferencias religiosas que les separaban, lo bendijo fervientemente y le
dedic palabras que posiblemente no se las hubiese dirigido nunca ni a todos los
santos del calendario juntos. Cuando el dependiente estuvo de vuelta, el
prestamista regres a la pequea trastienda y, por ensima vez, se puso a leer el
artculo en el que se recoga el asesinato del marinero. A continuacin se sent a
pensar en cul sera la mejor manera de resolver la situacin que llevaba rato
plantendose mentalmente: cmo entregar a los asesinos a la polica sin que saliese
a relucir todo lo referente al diamante robado. Tras un buen rato considerando la
cuestin desde todos los puntos de vista posibles, acab convencindose de que
aquello era simplemente imposible.

El ruido de una pequea refriega proveniente de la tienda le distrajo


sbitamente de sus pensamientos. Un segundo ms tarde, el gato entr como un
rayo en la trastienda y, tras dar a todo correr unas cuantas vueltas alrededor de la
mesa, sali por la puerta opuesta y huy a toda velocidad escaleras arriba. El
dependiente asom entonces la cabeza por la puerta que comunicaba con la tienda
y mir extraado a su jefe.

Por qu no dejas de mortificar a ese pobre animal? le pregunt el judo.

Pero si no le he hecho nada, Mr. Hyams contest el empleado con aire


ofendido. Hace ya un buen rato que no deja de moverse, intranquilo, de un lado
para otro. Y ahora, de repente, se pone a correr como alma que lleva el diablo.
Debe de haberle dado un ataque.

Sin darle mayor importancia, el joven se encogi de hombros y regres a la


tienda. El judo, mientras tanto, permaneci muy quieto en su silla y, sintiendo
cierta vergenza a causa de la inquietante credulidad que por momentos se iba
apoderando de l, se dedic a escuchar los ruidos que haca el pobre animal
mientras corra de un lado para otro por todo el primer piso.

Bob le dijo a su empleado, ve arriba a ver qu demonios le ocurre a


ese gato.
El dependiente obedeci. Al cabo de un par de minutos baj a toda prisa las
escaleras, entr en la trastienda y cerr la puerta detrs de l.

Pero, bueno, qu es lo que pasa? le pregunt su jefe.

Ese animal se ha vuelto loco contest el dependiente, mortalmente


plido. Ahora se ha puesto a correr escaleras arriba y escaleras abajo como un
verdadero poseso. Tenga cuidado, Mr. Hyams, no se vaya a colar aqu dentro. En el
estado en que se encuentra, ese gato es ms peligroso que un perro rabioso.

No digas tonteras replic el judo. Es que acaso no sabes que los


gatos se ponen as con cierta frecuencia?

Mire, patrn. Yo nunca he visto a un gato ponerse como se ha puesto se


dijo el otro. Y le voy a decir una cosa: tenga usted por seguro que no pienso
volver a verlo.

El gato baj corriendo las escaleras, choc contra la puerta al llegar abajo y,
tras dar media vuelta, se lanz nuevamente escaleras arriba.

O se ha vuelto loco, sin ms, o le han envenenado dijo el dependiente.


Qu ha comido hoy ese animal, patrn?

El prestamista no respondi. Estaba pensando en aquella idea del veneno, la


cual resultaba ciertamente tranquilizadora o, cuando menos, preferible a las
siniestras amenazas del hombre moreno. Pero incluso en el caso de que el animal
hubiese sido efectivamente envenenado, aquello no dejaba de ser una coincidencia
de lo ms singular. A menos, claro est, que aquel hind se hubiese encargado l
mismo de envenenar al animal. As que, considerando aquel nuevo aspecto de la
cuestin, se puso a repasar mentalmente lo que haba ocurrido durante la visita de
aquel hombre para ver si ste haba tenido alguna posibilidad de acercarse al gato
y administrarle algn tipo de veneno sin que l lo notara.

Vaya, por fin se ha calmado dijo el dependiente abriendo ligeramente la


puerta.

Bueno, ya est bien! exclam de repente el prestamista, avergonzado de


los temores que acababan de asaltarle. Bob, vuelve a la tienda de una vez.

El dependiente obedeci y el judo, tras tomar asiento y permanecer un buen


rato intentando convencerse de que lo que acababa de ocurrirle a aquel animal era
algo que careca completamente de inters, se levant y comenz a subir
lentamente al primer piso. No obstante, como las escaleras se hallaban pobremente
iluminadas, no fue capaz de ver el bulto blando y suave que, a media subida, le
hizo tropezar y tambalearse. Alarmado, el judo profiri un grito y se agarr con
todas sus fuerzas a la barandilla. Luego, cuando, una vez recobrados tanto el
equilibrio como el aplomo, se agach para ver qu era aquello con lo que sus pies
haban tropezado, vio que no se trataba de otra cosa que del cadver del gato.

IV

Aquella noche, a las diez en punto, el prestamista se hallaba sentado en la


trastienda de su negocio compartiendo con su amigo Levi una botella de champn
que Bob, el dependiente, incapaz de ocultar su asombro ante tan inusual muestra
de generosidad por parte de su jefe, acababa de traer por encargo de ste de la
taberna situada al otro lado de la calle.

Eres un tipo con suerte, Hyams dijo Levi llevndose el vaso a los labios
. Treinta mil libras! Una fortuna, una verdadera fortuna.

Voy a dejar este lugar anunci el prestamista. Tengo pensado irme de


viaje durante un tiempo. Creo que corro peligro aqu.

Qu quieres decir con que corres peligro? pregunt Levi arqueando las
cejas.

El prestamista comenz entonces a relatar los encuentros que haba tenido


con sus diferentes visitantes.

Por ms vueltas que le doy no logro comprender ese asunto del gato
dijo Levi cuando su amigo hubo terminado de hablar. Ninguna explicacin de
carcter sobrenatural tiene sentido. Estoy convencido de que ese hombre de piel
oscura del que me has hablado tiene que haberle envenenado.

Pero si ni siquiera se acerc a l insisti el prestamista. Estuvo todo el


tiempo en el extremo opuesto del mostrador.

Oh, demonios! Olvdalo ya, quieres? se quej Levi, ligeramente


irritado porque no lograba encontrarle solucin alguna a aquel misterio. No irs
a creer ahora en poderes ocultos y toda esa sarta de tonteras, verdad? Estamos en
Commercial Road, en pleno siglo XIX. Lo nico que ocurre aqu es que todo este
asunto, empezando por un diamante que te ha reportado la friolera de treinta mil
libras, ha acabado atacndote los nervios. Mantn los ojos bien abiertos y qudate
en casa. Esos tipos no pueden hacerte dao aqu. Y si aun as no te quedas
tranquilo, siempre puedes recurrir a la polica.

No quiero que me sometan a ningn interrogatorio repuso el


prestamista.

Lo nico que quiero decir es que les digas que ltimamente has visto a un
par de personajes sospechosos merodeando por aqu. Simplemente eso dijo el
otro. Si esos dos tipos se dan cuenta de que la polica les ha echado el ojo encima,
es muy probable que desaparezcan sin dejar rastro. No hay nada como un
uniforme para asustar a la gente de esa calaa.

No quiero tener nada que ver con la polica dijo firmemente el


prestamista.

Como quieras. Pero al menos dile a Bob que se quede a pasar la noche en
tu casa sugiri su amigo.

No es mala idea, sabes? asinti el judo al cabo de unos segundos.


Creo que eso es lo que har maana. Tendr una cama preparada para l.

Maana? Y por qu no esta misma noche? pregunt Levi.

Porque ya se ha marchado a casa se limit a decir el prestamista. Es


que no le has odo antes cerrar la tienda?

Pero si estaba precisamente en la tienda hace tan slo cinco minutos dijo
Levi.

No puede ser. Se fue a casa a las nueve y media dijo el prestamista.

Pues yo jurara haber odo a alguien all har solamente unos minutos
repuso Levi volvindose para mirar la puerta que comunicaba con la tienda.

Ser cosa de los nervios, tal y como t mismo has dicho hace un momento
apunt el prestamista con una sonrisa burlona.

Qu extrao. A m me pareci haberle odo insisti Levi. Sea como


fuere, no estara de ms que atrancaras bien la puerta esta noche.

El prestamista fue hasta la puerta, ech los cerrojos y de una rpida ojeada
repas el interior mal iluminado del local.

Levi, por qu no te quedas t a dormir esta noche? le pregunt a su


amigo mientras regresaba a la trastienda.

Esta noche me es totalmente imposible respondi el otro. A propsito,


te importara prestarme una pistola? Con toda esa pandilla de asesinos
merodeando por aqu venir a verte supone un riesgo considerable. Quizs esos
tipos estn ahora mismo decidiendo si van o no a matarme para comprobar si llevo
la piedra encima.

Aqu tienes. Elige una dijo el prestamista tras acercarse un momento a


la tienda y regresar de all con dos o tres revlveres de segunda mano y algunos
cartuchos.

Nunca he disparado una pistola en mi vida dijo Levi con cierto recelo.
No obstante, creo que en un caso como ste lo ms importante es hacer ruido.
Cul de estos revlveres es el ms ruidoso de todos?

Siguiendo la sugerencia de su amigo, Levi escogi un viejo revlver del


ejrcito. Luego, una vez hubo recibido unas breves instrucciones sobre cmo
usarlo, coment que se senta dispuesto a hacer fuego contra cualquier cosa que se
interpusiese en su camino.

Cierra bien la puerta esta noche. Y maana ten preparada una cama para
Bob aadi muy serio mientras se levantaba para marcharse. Por cierto, por
qu no haces esas marcas de tiza sobre la puerta aunque sea tan slo por esta
noche? Ya tendrs tiempo para rerte de ellas maana. Si alguien te pregunta por
ellas, siempre podrs decir, por ejemplo, que son una costumbre de la pascua
juda. Pero no estara de ms hacerlas, aunque fuese tan slo por precaucin.

No pienso hacer ninguna marca sobre mi puerta ni por todos los asesinos
del mundo repuso el judo con ferocidad mientras se pona en pie para
acompaar a su amigo hasta la entrada.

Como quieras. De todas formas, creo que mientras permanezcas dentro de


la casa no corrers ningn peligro dijo Levi. Por cierto, qu aspecto ms
siniestro tiene la tienda a estas horas, verdad? Cualquiera que tenga un poco de
imaginacin podra llegar a pensar que uno de los demonios de los que hablaba
ese hombre moreno amigo tuyo se encuentra agazapado debajo del mostrador
dispuesto a saltar sobre uno a la menor oportunidad.

El prestamista solt un gruido y abri la puerta.

Diablos! Hay niebla esta noche dijo Levi mientras un jirn de color
lechoso se colaba lentamente por el vano. Mala noche he elegido para practicar el
tiro. No sera capaz de acertarle ni a un elefante.

Durante un par de minutos los dos hombres permanecieron all, atisbando


desde el umbral. De repente, unos pesados pasos resonaron en el callejn y una
imponente figura surgi de la niebla. Unos segundos ms tarde, para alivio de
ambos, un agente de polica se detena justo delante de ellos.

Menuda niebla tenemos esta noche, no les parece? dijo el recin


llegado mirando a los dos amigos.

Y que lo diga respondi el prestamista. Por cierto, agente, no pierda


mi casa de vista esta noche. Uno o dos personajes sospechosos han estado
merodeando por aqu ltimamente.

Descuide, caballero. As lo har. Buenas noches repuso el polica


echando a andar por el callejn en compaa de Levi, quien agit brevemente la
mano en seal de despedida antes de desaparecer tragado por la niebla.

En cuanto se qued solo, el prestamista cerr la puerta y corri los cerrojos


asegurndose de que stos quedaban bien echados. Aquel comentario que Levi
haba hecho en son de broma acerca de un demonio escondido bajo el mostrador le
acudi de repente a la cabeza cuando sus ojos se posaron sobre ste. Fue en aquel
momento cuando, por primera vez en toda su vida, el absoluto silencio que reinaba
en la tienda se le hizo verdaderamente opresivo. Sbitamente, una urgente
necesidad de abrir de nuevo la puerta y llamar a gritos a Levi y al polica le asalt,
pero al cabo de un segundo comprendi que ambos deban de hallarse ya lo
bastante lejos como para no or su llamada. Entonces una nueva idea se abri paso
en su cabeza: alguien poda estar fuera, acechando en medio de la niebla,
esperando pacientemente una oportunidad para entrar.

Bah! exclam con desprecio. Y a quin le importa? Tengo treinta mil


libras.
Abri el gas a tope (pues, al fin y al cabo, un hombre que acababa de ganar
una cantidad como aqulla poda permitirse consumir algo de gas) y, tras echar un
rpido vistazo debajo del mostrador y revisar a conciencia el interior del local,
regres a la trastienda.

A pesar de todos sus esfuerzos, le result completamente imposible


deshacerse de aquella angustiosa sensacin de desamparo y peligro que a lo largo
de los ltimos minutos haba comenzado a apoderarse de l. Tras quedarse quieto
y escuchar atentamente durante unos instantes, se dio cuenta de que el nico
sonido que se oa en la habitacin era el crepitar de las brasas en la chimenea, pues
el reloj de pared se haba detenido. Se acerc entonces a ste y, tras consultar la
hora en un pequeo reloj de bolsillo, comenz a darle cuerda. Fue en aquel preciso
instante cuando oy algo ms.

Con sumo cuidado, procurando hacer el menor ruido posible, dej la llave
sobre la repisa de la chimenea y escuch con atencin. El tic-tac del reloj resultaba
ahora ensordecedor, por lo que, ansioso por poder or mejor, abri
cuidadosamente la tapa e, interrumpiendo con un dedo el movimiento del
pndulo, hizo que el sonido cesase. Se sac entonces el revlver del bolsillo, lo
levant ante s y, con el rostro rgido y los labios resecos y temblorosos, esper.

Al principio no ocurri nada. Luego, todos los ruidos que un hombre solo
suele escuchar por la noche en una casa comenzaron a orse al mismo tiempo. Los
peldaos de la escalera crujieron, algo se desliz junto a la pared Con enorme
sigilo, el judo cruz la habitacin, lleg junto a la puerta que conduca al interior
de la vivienda y la abri de un tirn. Cuando mir, tuvo la impresin de que all,
en lo alto de las escaleras, la oscuridad se mova como si tuviese vida propia.

Quin anda ah? pregunt.

No obtuvo respuesta. Regres entonces a la trastienda y encendi una


pequea lmpara de aceite.

Creo que estoy empezando a ponerme nervioso se dijo con gravedad.


Mejor ser que me vaya cuanto antes a la cama. Diablos! Tengo los pelos de punta.

Dejando el gas encendido en el piso de abajo y llevando la lmpara bien


sujeta en una mano y la pistola presta a disparar en la otra, comenz a subir
lentamente las escaleras. Cuando lleg al rellano del primer piso comprob que
ste se encontraba vaco. Luego, una a una, fue abriendo las puertas de las
habitaciones para asomarse al interior de cada una de ellas con la lmpara en alto.
Cuando hubo concluido comenz a sentirse algo mejor, pero, tras pensar que un
simple vistazo no era suficiente, decidi inspeccionar ms a fondo habitacin por
habitacin. Repas a conciencia todos los rincones desde el suelo hasta el techo,
incluyendo las lejas de las estanteras y los espacios que quedaban debajo de los
muebles. Cuando, al mirar en una de las habitaciones, crey ver algo agazapado en
un rincn, se arm de valor y se dirigi hacia all. Pero al pasar junto a una hilera
de estanteras le pareci or unas sigilosas pisadas a sus espaldas. Tras detenerse en
seco y dar rpidamente media vuelta, se abalanz hacia la puerta por la que
acababa de entrar y se qued all, muy quieto, escuchando atentamente junto a la
barandilla de la escalera. Esper un rato pero no logr percibir el menor ruido, as
que, convencido de que su imaginacin deba de haberle jugado una mala pasada,
decidi abandonar aquella absurda bsqueda y retirarse de una vez por todas a su
habitacin.

Una vez en su cuarto, no haba hecho ms que dejar la lmpara sobre una
mesa cuando oy claramente un ruido proveniente de la tienda. Entonces, sin
pensrselo dos veces, agarr de nuevo la lmpara, sali de su habitacin y baj
corriendo las escaleras. Cuando lleg al piso inferior y entr por fin en la tienda, se
detuvo de golpe al ver la oscura figura de un hombre que, de pie junto a la puerta,
estaba intentando descorrer los cerrojos para salir a la calle.

Al or los pasos apresurados del judo, aquella figura volvi la cabeza


durante apenas un segundo, el tiempo justo para que la luz de la lmpara
iluminase el rostro del hombre moreno. Un instante ms tarde, al mismo tiempo
que las manos de aquel hombre conseguan descorrer el ltimo cerrojo, el judo
levant la pistola e hizo fuego dos veces.

Cuando la nubecilla de humo que prosigui a los disparos se disip por fin,
el judo se encontr con que la puerta de la tienda se hallaba abierta y con que el
hombre moreno haba desaparecido. Entonces, con el arma todava levantada, se
acerc al umbral y permaneci all, escuchando atentamente e intentando discernir
el menor movimiento a travs de la niebla.

Un silencio sobrecogedor sigui al ensordecedor estallido de los disparos. La


niebla comenz entonces a penetrar por la puerta entreabierta mientras el judo,
apostado junto al marco, pens que quiz las detonaciones hubiesen llegado a
odos de algn que otro transente que por casualidad pasase por all. As que
permaneci junto a la entrada todava unos minutos hasta que por fin, cansado de
esperar, cerr nuevamente la puerta y regres con aire resuelto al piso superior. Lo
primero que hizo nada ms entrar en su habitacin fue mirar cuidadosamente
debajo y detrs delos viejos muebles llenos de polvo que le hacan compaa todas
las noches. Luego, una vez convencido de que ningn enemigo, ya fuese hombre o
demonio, se hallaba oculto all dentro, cerr la puerta y ech la llave. A
continuacin abri ligeramente la ventana y escuch. La calle se hallaba sumida en
un completo silencio. Bastante ms tranquilo ya, cerr la ventana y, tras quitarse la
chaqueta, se dedic a atrancar la puerta apilando tras ella los muebles ms pesados
de que dispona en la habitacin. Cuando termin, contempl orgulloso la
barricada que acababa de construir y se sinti invadido por una inefable sensacin
de seguridad. Sonriendo satisfecho, se sent entonces en el borde de la cama y
comenz a desvestirse. Luego baj un poco la luz de la lmpara, rellen los
espacios que haban quedado vacos en el tambor del revlver, dej ste sobre una
mesa y comenz a retirar el cobertor. Al hacerlo, not que algo se mova bajo las
sbanas. Algo que, tras escabullirse velozmente, cay al suelo por el lado opuesto
de la cama con un ligero golpe sordo.

En un primer momento, el judo se qued completamente quieto, sin


atreverse siquiera a respirar. Luego, inclinndose sobre el lecho, entrecerr los ojos
en un intento por vislumbrar qu poda ser aquello. Aunque apenas haba
alcanzado a verlo, de lo que al menos s estuvo seguro fue de que, fuese lo que
fuese, se encontraba bien vivo. Claro que quiz no se tratase ms que de una rata.
O quiz no.

Tras proferir un juramento, el judo se levant de la cama y, tomando la


lmpara con una mano, se agach y comenz a escudriar el suelo con sumo
cuidado. De esta manera, encorvado y con la luz extendida ante s, recorri un par
de veces la habitacin sin obtener resultado. Luego, una vez revisado el suelo de la
estancia, se agach un poco ms hasta casi ponerse de rodillas, asi con mano
temblorosa las sbanas que colgaban del lecho y las levant para mirar debajo de
ste.

Reprimiendo un grito de terror, se ech rpidamente hacia atrs al darse


cuenta de que su mano haba estado a punto de tocar la cabeza del pequeo
demonio que el hombre moreno haba enviado en su busca. Al hacerlo, perdi el
equilibrio y la lmpara choc contra una esquina de la mesilla de noche,
hacindose aicos y dejndolo todo sumido en la ms absoluta oscuridad mientras
una lluvia de cristales y aceite caliente se derramaba sobre el suelo. No obstante, a
pesar del susto recibido, el judo logr reaccionar deprisa, pues, tras arrojar a un
lado el fragmento de lmpara que todava le quedaba en la mano, se subi a la
cama de un salto y se acurruc en ella respirando con dificultad.
Tras repasar mentalmente los lugares en los que acostumbraba a poner
cerillas, record que siempre podra encontrar algunas sobre el alfizar de la
ventana. No obstante, si quera ir hasta all tendra que hacerlo a tientas, pues en la
habitacin haba tanta oscuridad que le resultaba imposible distinguir siquiera los
pies de la cama. Para mayor desesperacin, record entonces con un profundo
gemido que haba arrancado la puerta con los muebles ms grandes y pesados, con
lo cual lo nico que haba conseguido era encerrarse en la habitacin con aquel
repugnante reptil que se encontraba all para llevar a cabo la terrible venganza del
hombre moreno.

Durante algn tiempo, el judo permaneci acurrucado sobre la cama


escuchando atentamente cuanto ocurra a su alrededor. En una o dos ocasiones en
las que le pareci percibir el ligero roce que produca la serpiente al arrastrarse
sobre la sucia alfombra se pregunt si el animal intentara trepar por las patas de la
cama. Aterrorizado ante aquella idea tan espantosa, se puso de pie sobre el colchn
y, a tientas, extendi el brazo para coger el revlver, que se hallaba todava sobre la
mesa. No obstante, como el arma se encontraba fuera de su alcance, y como, al
crujir la cama bajo su peso, se oy un dbil pero ntido siseo proveniente del suelo
que le puso los pelos de punta, decidi sentarse nuevamente en la cama, muy
quieto, sin atreverse siquiera a respirar.

El fro y el terror que se apoderaron entonces de la habitacin hicieron que


un profundo escalofro le recorriese todo el cuerpo. Aun as, armndose de valor,
se atrevi por fin a moverse y comenz a recoger lentamente las sbanas y las
mantas hasta envolverse completamente en ellas dejando tan slo al descubierto
los brazos y la cabeza. Una vez en aquella posicin comenz a sentirse ms y ms
seguro hasta que, de repente, le asalt la terrible idea de que la serpiente poda
muy bien encontrarse envuelta con l entre las sbanas. Haciendo un gran esfuerzo
por dominarse, luch contra aquella nefasta ocurrencia e intent convencer a sus
nervios para que se calmasen. Pero entonces su imaginacin volvi a atacarle: y si,
en vez de slo una, hubiesen sido colocadas dos serpientes en su cama? Justo en
aquel preciso instante tuvo la impresin de que algo se mova entre las sbanas,
con lo que sus temores acabaron desbordndose. Procurando moverse tan
despacio como le fue posible, se escabull del mortal abrazo de las mantas y, una
vez se hall fuera de ellas, las cogi entre sus brazos, form con ellas un enorme
ovillo y las lanz con violencia al otro lado de la habitacin. Luego, a gatas sobre la
cama desnuda, se puso a palpar el colchn en todas direcciones hasta que, al cabo
de un minuto, logr convencerse de que all encima no haba nadie ms que l.

Inmerso en aquel angustioso estado de terror, el tiempo pareci detenerse


para l. En varias ocasiones en las que crey presentir que aquel odioso animal
haba logrado subirse a la cama, el hecho de permanecer all encima, inmvil y en
tensin en medio de la oscuridad, se le hizo tan insoportable que, presa de una
terrible obsesin, se puso una y otra vez a recorrer a tientas el colchn. Por fin,
incapaz de soportar aquella situacin por ms tiempo, decidi que era necesario
hacerse con las cerillas. Entonces, con suma cautela, comenz a bajarse de la cama.
Pero no haba hecho ms que poner el pie sobre el suelo cuando todo su valor se
esfum de repente y, de un salto, regres temblando a su refugio.

Despus de aquello, dominado por una intensa sensacin de fatalidad, se


qued sentado sobre la cama y esper. Aunque en repetidas ocasiones le pareci
or pasos que recorran la casa de un extremo a otro, apenas les hizo caso, pues lo
cierto era que aquellas pisadas no le producan temor alguno. De hecho, en las
circunstancias en las que se encontraba, luchar cara a cara con un hombre hubiese
supuesto para l un placer indescriptible. Enfrentarse, en cambio, a aquella forma
de muerte tan escurridiza y sigilosa era algo mucho menos deseable.

Conteniendo la respiracin, el judo escuch atentamente. Poda or lejanas


voces burlonas que sonaban en las escaleras y algo que no poda ser otra cosa que
ratas arrastrndose detrs de las paredes. Poco a poco, la impenetrable oscuridad
reinante en la habitacin, inevitablemente unida a aquella demonaca bestia que
acechaba acurrucada sobre el suelo, fue adquiriendo en su pobre mente
trastornada un cariz cada vez ms siniestro y sobrenatural. Hasta que, por fin,
vagamente al principio pero con ms nitidez despus, vio delante de l algo que
pareca un tenue resplandor. Sin acertar a comprender todava el rayo de
esperanza que dicha luz supona para l, se dio cuenta de que aquello que
empezaba a vislumbrar no era otra cosa que la ventana de su dormitorio. Unos
minutos ms tarde, cuando comenz a ver con cierta claridad los contornos de los
muebles y dems objetos que haba en la habitacin, comprendi al fin que aquello
slo poda significar una cosa: la noche haba pasado y l continuaba vivo!

A pesar de tener el cuerpo completamente entumecido, consigui ponerse


en pie sobre la cama. Lentamente, con una creciente sensacin de triunfo, llen el
pecho de aire y se desperez. Apretando los puos con fuerza, ech una rpida
ojeada a su alrededor y sonri al ver que la cama se hallaba ocupada solamente por
l. Entonces se agach y, con los dientes fuertemente apretados, comenz a
inspeccionar el suelo en busca de su mortal enemigo mientras pensaba en cul
sera la mejor manera de atraparlo y acabar con l. No obstante, no tard en
comprender que sin bajarse de la cama no conseguira gran cosa. As que, tras
esperar unos minutos a que la habitacin se encontrase lo suficientemente
iluminada como para emprender una bsqueda en condiciones, decidi ponerse
las botas para poder as pisar el suelo sin peligro. Con enorme cautela, se asom
por el borde de la cama, cogi rpidamente una bota y se la puso. A continuacin
se agach de nuevo y le ech mano a la segunda. Pero, justo en aquel preciso
instante, tan veloz como el rayo, algo sali de aquella bota. Algo que, tras
enroscarse en su mueca, se introdujo en la manga de su camisa y comenz a
deslizarse por su antebrazo.

Con los ojos a punto de salrsele de las rbitas, el judo contuvo la


respiracin y, completamente paralizado de puro terror, no pudo hacer otra cosa
que guardar silencio y esperar. La presin que en un primer momento haba
sentido en su brazo se relaj ligeramente mientras la serpiente terminaba de
introducirse por la manga y comenzaba a trepar por su brazo. Ahora poda sentir
cmo se mova aquella pequea cabeza infernal cuya lengua no dejaba de acariciar
obscenamente su piel. No obstante, cuando el animal hubo llegado hasta su pecho,
sintindose incapaz de soportar por ms tiempo aquella horrible situacin, el judo,
profiriendo un desgarrador alarido de desesperacin, se agarr con ambas manos
la pechera de la camisa y luch por arrancrsela de un tirn. Mientras lo haca,
pudo sentir cmo el cuerpo de la serpiente pugnaba por abrirse camino entre sus
manos hasta que, un momento ms tarde, el animal, tras asomar la cabeza por
entre sus dedos, salt hacia adelante y le mordi en el cuello con un rpido y
certero movimiento.

El judo sinti cmo todo su cuerpo se relajaba de repente. El animal,


mientras tanto, una vez consumada la mordedura, cay al suelo. El judo se agach
entonces y, sin preocuparse lo ms mnimo por las nuevas mordeduras que la
serpiente le propinaba en las manos, la agarr por un extremo, la levant y, con los
ojos inyectados en sangre, comenz a golpearla repetidamente contra los hierros de
la cama. Luego, tras arrojarla con fuerza contra el suelo, le pisote la cabeza una y
otra vez hasta dejarla reducida a una pulpa sanguinolenta.

Cuando aquel ataque de furia hubo pasado, el judo se esforz cuanto pudo
por pensar con claridad, pero, por desgracia, su cabeza se hallaba inmersa todava
en un remolino de terror y desesperacin. Aunque haba odo en multitud de
ocasiones que ante una mordedura de serpiente lo ms aconsejable es succionar la
herida para extraer el veneno, recordar aquel detalle no le sirvi de nada, pues la
herida ms profunda se hallaba en un lugar completamente inaccesible para l: su
propio cuello.

Se ech entonces a rer como quien acaba de perder definitivamente el juicio.


Luego, recordando haber odo alguna vez que la muerte poda llegar a evitarse
bebiendo ingentes cantidades de alcohol, decidi que aquello era lo que deba
hacer. Despus ya tendra tiempo de ir en busca de asistencia mdica. Se acerc
entonces corriendo a la barricada que haba levantado frente a la puerta y comenz
a apartar los muebles a uno y otro lado. Con las prisas, golpe sin querer la mesa
en la que se hallaba el revlver y ste cay al suelo con un golpe sordo. Durante un
momento se qued mirando el arma con ojos muy abiertos. Luego, agachndose, lo
recogi lentamente y comenz a acariciarlo con ternura. Aunque su cabeza, una
vez superado el yugo del terror, pareca discurrir cada vez con mayor claridad, una
tentadora idea comenz a cobrar forma rpidamente dentro de ella.

Treinta mil libras! Treinta mil libras! Y pensar que ya eran mas
murmur lentamente mientras, con la mirada perdida, levantaba el revlver y
comenzaba a acariciarse con l la mejilla.

A continuacin introdujo el can del arma en su boca, apret el gatillo y se


desplom pesadamente sobre el suelo.
APARECI POR LA BORDA

(Over the Side, 1897)

De todas las clases de hombres que hay sobre la faz de la tierra, quiz los
ms supersticiosos sean aquellos que sienten la llamada del mar. Indudablemente,
cuando se navega a la deriva sobre las impenetrables aguas, cuando se est a
merced del viento y de las olas en medio del ocano sabiendo que debajo de uno
no hay ms que abismos insondables y todo tipo de criaturas misteriosas, creer en
lo sobrenatural resulta bastante ms fcil que cuando uno se halla en tierra firme a
la clida y reconfortante luz de una lmpara. Es por ello que circulan tantas
historias extraas relacionadas con el mar. Precisamente cierto incidente que yo
mismo tuve la buena o mala fortuna de presenciar me ense a no tachar de loco o
cobarde a todo aquel que haya llegado a encontrarse alguna vez con algo que le
resulte imposible de explicar. Hay historias de lo sobrenatural que han llegado a
causar verdadera sensacin, mientras que, por el contrario, hay otras que ni
siquiera han llegado a ser publicadas.

Por aquel entonces yo tendra unos quince aos. Como mi padre, que senta
una profunda aversin hacia el mar, nunca accedi a ensearme nada relacionado
con ste, yo tom la determinacin de enrolarme en un pequeo pero
admirablemente bien construido bergantn llamado Endeavour que se dispona a
zarpar rumbo a Riga. A pesar de tratarse de una nave de escaso calado, el capitn
que la gobernaba era el mejor lobo de mar que se poda encontrar por aquellos
muelles y, siempre que el tiempo fuese favorable, un tipo bajo cuyas rdenes daba
gusto trabajar. La mayora de los chicos lo pasan bastante mal la primera vez que
se embarcan, pero yo, demostrando saber muy bien qu era lo que ms me
convena, me hice muy amigo de un marinero fortachn que adems era muy buen
tipo llamado Bill Smith. Muy pronto consegu dejar bien claro que quien se
atreviera a molestarme estaba tambin molestando a Bill. No quiero decir con esto
que la tripulacin fuese particularmente cruel, pero lo que s es cierto es que entre
los hombres de mar se cree que un buen bofetn de vez en cuando resulta
altamente beneficioso para la salud tanto fsica como moral de un muchacho. En
realidad, de entre todos los miembros de aquella tripulacin el nico que resultaba
verdaderamente perverso era un tipo llamado Jem Dadd, un hombre taciturno y de
rostro cetrino de alrededor de cuarenta aos que tena una gran aficin a todo lo
que poda llamarse sobrenatural y que disfrutaba metindole miedo a sus
compaeros con dichas cosas. Yo he llegado a ver a un tipo tan imponente como
Bill asustado de tener que subir de noche a cubierta para hacerse cargo de su
puesto tras el timn despus de estar un buen rato escuchando las historias que
aquel tipo contaba. Las ratas eran sus animales favoritos, y no permita que se le
hiciese el menor dao a ninguna de ellas, pues, segn l, eran la reencarnacin de
los marineros ahogados, lo cual explicaba el amor de estos animales por los barcos
y su costumbre de abandonarlos en cuanto stos dejaban de ser aptos para la
navegacin. Crea firmemente en la transmigracin de las almas, idea sta que, sin
lugar a dudas, haba recogido en alguno de aquellos viajes suyos por los lejanos
puertos de Oriente, y cuando hablaba de dicho tema daba a entender a sus
estremecidos oyentes que tena planeado hasta el ms mnimo detalle de cuanto se
refera a su vida en el ms all.

Pero a lo que iba. Llevbamos seis o siete das en alta mar cuando algo muy
extrao tuvo lugar. Ocurri cierta noche en que Dadd tena el segundo turno de
guardia en cubierta y Bill, que tena el tercer turno, era la persona encargada de
relevarlo. Cuando el tiempo era favorable las normas nunca se cumplan a rajatabla
a bordo de aquel barco, as que, cuando el turno de un hombre acababa, ste se
limitaba a amarrar bien fuerte el timn, acercarse corriendo al castillo de proa y
llamar a gritos a su relevo. Aquella noche en particular, yo me despert
sbitamente, justo a tiempo de ver a Bill deslizarse fuera de su litera y ponerse de
pie a mi lado mientras se restregaba fuertemente con los nudillos sus ojos
enrojecidos.

Dadd est tardando mucho en llamarme me susurr al ver que yo


estaba despierto. Ya hace una hora que termin su turno.

Dicho lo cual, subi apresuradamente a cubierta. Yo acababa de darme la


vuelta en mi litera dando gracias al Cielo por ser demasiado joven para tener que
montar guardia, cuando vi por el rabillo del ojo que Bill regresaba a mi lado
procurando hacer el menor ruido posible. Cuando lleg junto a m, me cogi por
los hombros y me sacudi bruscamente.

Jack susurr. Jack.

Me incorpor en mi camastro y, a la luz de un candil, vi que mi amigo estaba


temblando de pies a cabeza.

Ven. Sube conmigo me dijo con un hilo de voz.


Me vest apresuradamente y, sin hacer ruido, le segu hasta cubierta, donde
un aire limpio y fresco me impregn los sentidos. Aunque la noche era esplndida,
yo, al ver el estado de excitacin en el que se encontraba mi compaero, no pude
evitar mirar con nerviosismo a mi alrededor, como buscando cualquier causa que
sirviese para justificar su alarma. Pero no acert a ver nada. La cubierta se hallaba
desierta, excepcin hecha de la solitaria figura que se destacaba junto al timn.

Mrale me susurr Bill inclinando hacia m su rostro crispado.

Avanc unos cuantos pasos hacia la popa con Bill pegado a mis talones.
Cuando estuve lo bastante cerca, vi que Jem Dadd se hallaba inclinado sobre el
timn con las manos fuertemente aferradas a los radios de ste.

Est dormido dije parndome en seco.

Bill respir pesadamente.

Si es as, tiene una manera muy rara de dormir dijo. Ms bien parece
hallarse en una especie de trance. Acrcate ms.

Agarrando a Bill fuertemente del brazo, avanc con l unos cuantos pasos
ms. La luz de las estrellas nos result ms que suficiente para comprobar que el
rostro de Dadd se hallaba muy plido y que en sus negrsimos ojos, abiertos de par
en par, refulga una extraa y escalofriante mirada que se hallaba clavada en algn
sitio situado justo enfrente de l.

Dadd llam en voz baja. Dadd!

No hubo respuesta, as que, con la nica intencin de despertarlo, di un


golpecito en una de aquellas manos que tan vigorosamente tenan aferrado el
timn. Como segua sin obtener respuesta, prob a utilizar la fuerza para conseguir
que aquella mano soltase su presa.

El cuerpo de Dadd no se movi un solo centmetro. Entonces, con un alarido


de puro terror, todo nuestro valor se esfum de repente. Bill y yo dimos media
vuelta, echamos a correr a todo lo que daban nuestras piernas y nos abalanzamos
al interior del camarote principal para despertar al capitn.

Poco despus comprobamos que Jem no estaba ni dormido ni en estado


alguno de trance. Tras muchos esfuerzos, dos fornidos marineros consiguieron
separar del timn aquellos rgidos miembros, y luego, tras tender el cadver sobre
cubierta, lo envolvieron en una lona. Durante el resto de aquella noche fueron dos
los hombres que permanecieron junto al timn, los cuales, sin perder de vista el
bulto envuelto en lona que descansaba sobre cubierta, no dejaron de desear ni un
solo instante que llegase de una vez por todas el amanecer.

El nuevo da lleg por fin. Cuando toda la tripulacin hubo desayunado, se


procedi a coser la lona que envolva el cadver. A continuacin el capitn ley
unas cuantas palabras que crey oportunas y que extrajo de una Biblia que
perteneca al segundo de a bordo, acabado lo cual el cadver fue arrojado por la
borda. Durante unos minutos los miembros de la tripulacin se quedaron
observando las aguas en medio de un incmodo silencio. Luego, lentamente,
comenzaron a retirarse para hacerse cargo de sus puestos.

Durante todo aquel da ninguno de nosotros apenas pronunci palabra.


Aunque a la mayora de nosotros nos hubiese costado reconocerlo, a la pena
causada por la muerte de nuestro compaero se aada de manera siniestra en
nuestros corazones un irreprimible miedo a tener que ponernos al timn cuando
cayese la noche.

El timn est embrujado lleg a comentar seriamente el cocinero. Ya


veris cmo a ms de uno de vosotros acaba ocurrindole lo mismo que a Dadd.

El cocinero, al igual que yo, estaba exento de montar guardia.

Los hombres aguantaron bastante bien hasta que, por fin, cay la noche.
Entonces todos ellos decidieron por unanimidad que los turnos de guardia deban
llevarse a cabo por parejas. El cocinero, muy a su pesar, termin siendo incluido en
los turnos, y yo, deseoso de poder ayudar a mi amigo y protector, me ofrec para
acompaar a Bill durante el suyo.

Aquella noche un siniestro halo de misterio pareci cernirse sobre todos


nosotros. Cuando, a altas horas de la madrugada, Bill se acerc a m y me despert
de una brusca sacudida para anunciarme que la hora de nuestro turno haba
llegado, tuve la impresin de que no haba hecho ms que cerrar los ojos un par de
segundos antes. Cualquier esperanza que an pudiese quedar en m de escapar a
la terrible prueba que me esperaba escaleras arriba se vio inmediatamente disipada
por los apremios de mi amigo y por la solcita urgencia con la que me ayud a
embutirme en mis bastas ropas de marinero. As que, todava aturdido y entre
enormes bostezos, no tuve ms remedio que seguirle hasta cubierta.
La noche no era tan clara como la anterior y soplaba un viento helado y
cargado de humedad que me oblig a abotonarme la marinera hasta arriba y a
enterrar las manos en lo ms profundo de mis bolsillos.

Todo en orden? pregunt Bill al acercarse al timn.

Todo en orden respondi Roberts, uno de los dos marineros a los que
habamos subido a relevar. Todo est tan tranquilo como una tumba.

Dicho lo cual desapareci escaleras abajo seguido en silencio por su


compaero.

Una vez solos, opt por sentarme en el suelo de cubierta junto a Bill mientras
ste, con tan slo una mano apoyada en el timn, mantena sin problemas el rumbo
de la nave. Resultaba horriblemente tedioso permanecer all sentado, sin otra cosa
que hacer que pensar en el clido lecho del que acabbamos de separarnos. Creo
que, de no ser por la atenta vigilancia de Bill, que en cuanto me vea dando
cabezadas me propinaba un soberbio puntapi, me hubiese quedado dormido
nada ms sentarme.

Debamos de llevar all sentados, entre escalofros y bostezos, alrededor de


una hora cuando, cansado y entumecido por la falta de actividad, decid
levantarme y acercarme a la borda de estribor para echarle un vistazo al mar. El
sonido de las aguas chocando y lamiendo el casco de la nave resultaba tan relajante
que no tard en quedarme dormido.

Un grito sofocado de Bill me devolvi bruscamente a la realidad. Sin


detenerme siquiera a pensarlo, me volv y ech a correr hacia mi amigo, el cual,
con una expresin en su rostro que no presagiaba nada bueno, tena la mirada
clavada en la borda de babor. Cuando llegu junto a l, solt una mano del timn y
me agarr el brazo con tanta fuerza que a punto estuve de gritar de dolor.

Jack me dijo con voz temblorosa, mientras t estabas all, de cara al


mar, algo asom la cabeza por la borda y ech un vistazo por cubierta.

Estaras soando repuse yo con una voz que temblaba tanto o ms que
la de Bill.

Soando? dijo Bill Soando? Mira all! A eso le llamas t estar


soando?
Extendi un brazo y seal hacia babor. Cuando mir en la direccin
indicada, el corazn pareci dejar de latirme sbitamente dentro del pecho. El
rostro de un hombre acababa de asomarse por la borda y, durante unos segundos,
nos estuvo escudriando en silencio. Luego, una figura oscura salt a cubierta con
la agilidad propia de un gato y permaneci agazapada a unos cuantos metros de
nosotros.

Los ojos se me nublaron y fui incapaz de articular sonido alguno pero, por
fortuna, en aquel preciso instante Bill solt el rugido ms poderoso que he odo en
toda mi vida. La respuesta a aquel grito no se hizo esperar, y muy pronto, tanto
por las escaleras de proa como por las de popa, el resto de la tripulacin, tan
sbitamente desvelada, fue apareciendo en cubierta en medio de un redoble de
carreras precipitadas.

Qu ocurre? grit el capitn mirando en todas direcciones.

Por toda respuesta, Bill seal al intruso. Todos los miembros de la


tripulacin, al advertir la presencia de ste, se aproximaron los unos a los otros
hasta formar un apretado grupo junto al timn.

Apareci por la borda acert a jadear Bill. Sali del mar, sin ms,
como si fuese un fantasma surgido de las aguas.

El capitn cogi de la bitcora un pequeo candil y, con l en alto, se acerc


temerariamente a aquella figura que haba hecho cundir la alarma en la nave. En el
pequeo crculo de luz que arrojaba la llama, todos nosotros pudimos contemplar
el rostro cadavrico de un hombre de espesa barba negra que, empapado hasta los
huesos, nos miraba sin pestaear con unos ojos que parecan refulgir con un
siniestro resplandor.

De dnde ha salido usted? le pregunt el capitn.

El hombre, por toda respuesta, se limit a sacudir la cabeza.

De dnde ha salido usted? repiti el capitn acercndose un poco ms


hasta poner su mano sobre el hombro del desconocido.

Slo entonces el intruso habl, si bien lo hizo farfullando unas pocas


palabras que resultaron apenas inteligibles. Todos nosotros nos acercamos para
escuchar mejor, pero ni siquiera despus de que aquel hombre hubiese repetido
varias veces sus palabras pudimos entender ni una sola slaba de cuanto deca.
Es extranjero dijo Roberts.

Que me cuelguen si alguna vez he odo un idioma como el que habla este
tipo dijo Bill. Alguien sabe en qu idioma habla?

Nadie lo saba, y el capitn, tras un nuevo intento fallido, decidi dejar de


comunicarse verbalmente con aquel hombre y opt por utilizar el lenguaje
universal de los gestos sealando primero al hombre y luego al mar. El otro,
comprendiendo por fin lo que le preguntaban, procedi a imitar con ademanes
torpes y desmaados a un hombre que navega a la deriva en un bote y que tras
muchos esfuerzos consigue acercarse lo suficiente a un barco que pasa a su lado y
trepar por el casco hasta alcanzar la cubierta. Cuando al fin camos en la cuenta de
lo que aquel hombre estaba queriendo decirnos, varios de nosotros corrimos hacia
la popa y nos asomamos escudriando la oscuridad. No obstante, la noche era
demasiado cerrada y no fuimos capaces de ver ningn bote.

Bien dijo por fin el capitn volvindose hacia nosotros en medio de un


enorme bostezo, llvenselo abajo y denle algo de comer. Y la prxima vez que un
caballero aparezca de pronto por la borda, procuren no armar tanto escndalo por
muy inesperada que sea la visita.

Dicho lo cual, desapareci escaleras abajo seguido por el segundo de a


bordo. Tras unos momentos de duda, Roberts se acerc al extranjero y le indic por
seas que le siguiera. Impasible, el hombre obedeci dejando un reguero de agua
sobre el suelo de cubierta. Una vez abajo, despus de cambiar sus ropas
empapadas por unas cuantas prendas secas que le dimos, se sent a comer, aunque
dando la impresin de no tener demasiado apetito, algo de carne y alguna que otra
galleta. Mientras coma, se dedic a contemplarnos entre mordisco y mordisco con
sus ojos negros y apagados.

Parece un sonmbulo. Quiero decir que acta como si estuviese


caminando en sueos coment el cocinero.

No parece tener mucha hambre que digamos dijo alguien. Ms que


comiendo parece que est hablando entre dientes con la comida.

Hambre, decs? dijo Bill, quien acababa de bajar tras ser relevado al
timn. Pues claro que no tiene hambre. Acaso no os habis dado cuenta todava
de que ese hombre cen anoche, igual que todos nosotros?

Toda la tripulacin se volvi a mirarle llena de perplejidad.


Pero es que no os dais cuenta? prosigui Bill bajando la voz hasta
dejarla reducida a un ronco susurro. Es que acaso vais a decirme que no habis
visto esos mismos ojos antes de ahora? No os acordis de lo que l sola decir
acerca de la muerte? S, compaeros. Es Jem Dadd, que ha regresado con nosotros.
Se ha introducido en el cuerpo de otro hombre, tal y como siempre nos dijo que
hara cuando muriese.

Tonteras! exclam de repente Roberts intentando que su voz sonase


segura y sin el menor atisbo de temor.

No obstante, se levant de su asiento y se apart de all. El resto de los


presentes lo imit, y todos juntos fueron hasta el extremo ms alejado del sollado y
formaron all un apretado corro, desde donde comenzaron a lanzar severas
miradas cargadas de desconcierto a nuestro maltrecho y empapado visitante. ste,
por su parte, una vez hubo apurado su comida, apart el plato y, apoyando la
espalda contra una de nuestras taquillas, dirigi una sugerente mirada hacia las
literas vacas.

Con un simple movimiento de cabeza, Roberts, que haba detectado aquella


mirada, le seal al hombre las literas. El extranjero, al ver aquel gesto tan solcito,
se incorpor y, en medio de un silencio sepulcral, se subi precisamente a la que
haba pertenecido en vida a Jem Dadd.

Durante toda aquella noche aquel hombre durmi plcidamente en la cama


del malogrado marinero. Claro que, a decir verdad, l fue el nico que pudo
dormir plcidamente. Cuando unas horas ms tarde lleg la maana, se levant
torpe y pesadamente de su lecho para acudir a desayunar.

El capitn se reuni con l en cubierta despus de la comida, pero le fue del


todo imposible sacarle una sola palabra coherente. A cada una de las preguntas
que se le dirigan, el hombre responda siempre en la misma lengua extraa que
haba utilizado la noche anterior, lengua sta que ninguno de los miembros de la
tripulacin pudo reconocer a pesar de que muchos de ellos, que haban visitado
gran cantidad de pases a lo largo de sus viajes, eran capaces de chapurrear un
buen nmero de lenguas extraas. Finalmente el capitn desisti y el extranjero,
tras comprender que acababan de dejarle a su aire, se dedic a observar con
curiosidad cuanto tena a su alrededor sin que pareciera importarle lo ms mnimo
la atencin que todos nosotros prestbamos a cada uno de sus movimientos. Al
cabo de un buen rato se acod pesadamente en la borda del barco y permaneci
all sin moverse durante tanto tiempo que no tardamos en pensar que se haba
quedado dormido.

Parece medio muerto susurr Roberts.

Silencio! dijo Bill. Es posible que haya estado navegando a la deriva


durante muchos das. Quiz hasta una semana o dos. Y quiz todava no termine
de creerse que ha sobrevivido. Mirad, si no, de qu manera est mirando el mar
justo en este momento.

El extranjero permaneci el da entero en cubierta tostndose al sol, si bien


cuando cay la noche decidi regresar al reconfortante calor del interior de la nave.
No obstante, cuando lleg la hora de cenar no toc la comida que le sirvieron, y
aunque a m me dio la impresin de que l se daba perfecta cuenta de que todos le
tenamos un poco de miedo, pareci no reparar en nosotros ni un solo instante.

Aquella noche volvi a acostarse en la litera de nuestro compaero muerto.


Unas horas despus, el amanecer le sorprendi en la misma postura en la que se
haba echado.

Durante toda la maana siguiente nadie se atrevi a dirigirle una sola


palabra. Sin embargo, cuando lleg la hora de comer, Roberts, alentado por todos
nosotros, se acerc a l con algo de comida. El extranjero se limit a poner aquellos
alimentos a un lado con una mano sucia y temblorosa y, tras indicarnos por seas
que tena sed, apur vidamente una buena cantidad de agua. Durante otros dos
das permaneci all tumbado, sin levantarse ni una sola vez, con sus dos ojos
negros constantemente abiertos. Al tercer da, Bill, que haba acabado venciendo su
miedo lo suficiente como para acercarse a darle un poco de agua de vez en cuando,
nos llam procurando hacer el menor ruido posible.

Venid a verle nos dijo. Algo le pasa y no s muy bien lo que es.

Se est muriendo dijo el cocinero con un escalofro.

Imposible! l no puede morir! exclam Bill, aturdido.

Cuando llegamos junto a aquel hombre, vimos cmo sus ojos parecan
suavizarse y revivir para dirigirnos una profunda mirada cargada de
desesperacin. Lentamente, contempl uno a uno nuestros rostros, como
hacindonos una muda pregunta. Luego, dndose unos dbiles golpes en el pecho
con el puo, el hombre pronunci lo que nos pareci un par de palabras.
Al principio todos nos miramos unos a otros sin acertar a comprender.
Luego el hombre repiti trabajosamente aquellas palabras y volvi a golpearse el
pecho.

Es su nombre dijo de pronto el cocinero. Nos est diciendo su


nombre.

Todos nosotros repetimos aquellas dos extraas palabras que apenas


resultaban audibles.

Entonces el hombre sonri no sin dificultad y, haciendo acopio de las escasas


fuerzas que an le quedaban, levant un dedo. Mientras todos nosotros
intentbamos adivinar lo que quera decirnos, el hombre baj aquel dedo y levant
en su lugar otros cuatro doblados por la mitad.

Vmonos de aqu! exclam el cocinero con voz temblorosa. Es que


no os dais cuenta de que est echndonos un conjuro?

Al or aquello, todos retrocedimos, e incluso algunos pensamos en salir


corriendo cuando vimos que el hombre no cesaba de repetir aquellos movimientos
con los dedos. Pero entonces Bill, con el rostro repentinamente iluminado, se
acerc a l.

Est dicindonos que tiene mujer e hijos grit lleno de jbilo. El dedo
levantado representa a su mujer, y los cuatro dedos doblados a sus hijos. Eso
quiere decir que este tipo, despus de todo, no es Jem Dadd.

Result hermoso ver cmo, en aquel momento, todos los miembros de la


tripulacin all presentes se acercaban a aquel marinero agonizante y se esforzaban
por transmitirle algo de alegra. Bill, con la intencin de hacerle ver que
comprenda lo que estaba queriendo decirnos con los dedos, asinti sonriendo y
levant sucesivamente la mano a cuatro distancias diferentes del suelo, como
indicando la altura de cuatro nios, la ltima de ellas tan cercana al suelo que el
hombre, visiblemente emocionado, apret con fuerza los labios e intent
trabajosamente volver la cabeza para impedir que fusemos testigos de su dolor.

Pobre diablo! dijo Bill. Quiere que le contemos a su familia lo que le


ha ocurrido. El pobre desdichado ya deba de estar murindose cuando subi a
bordo. Por cierto, cmo dijo que se llamaba?

Por desgracia, como aquel nombre no resultaba nada sencillo de pronunciar


y menos an de recordar, todos nosotros ya lo habamos olvidado.

Pregntaselo dijo el cocinero. Y cuando te lo diga, escrbelo. No hay


nadie aqu que tenga un lpiz?

Como nadie llevaba ninguno encima, l mismo fue en busca de algo con que
escribir mientras Bill se volva hacia el marinero para pedirle que nos repitiera su
nombre. No obstante, unos segundos ms tarde Bill se gir hacia nosotros y nos
mir profundamente desconcertado, pues para entonces hasta el propio extranjero
haba olvidado el nombre que acababa de darnos apenas unos minutos antes.
EN VELA

(The Vigil, 1912)

Soy el hombre ms feliz del mundo dijo Mr. Farrer con voz soadora.

Ms. Ward suspir.

Pues espera a que llegue mi padre y ya vers dijo.

Oculto tras unas tupidas plantas que le servan de parapeto junto a la


ventana, Mr. Farrer escudri las inmediaciones de la casa y se mantuvo a la
escucha dando evidentes muestras de nerviosismo. Esperaba or en cualquier
momento los pasos giles y firmes que anunciaran la llegada del brigadier Ward.
La tranquilizadora mano de Ms. Ward, firmemente sujeta entre las suyas, le hizo
recobrar sbitamente la presencia de nimo que ya empezaba a abandonarle.

Quiz sea mejor que encendamos la luz dijo finalmente la muchacha


tras una larga pausa. Me pregunto dnde se habr metido mam.

Y qu ms da dnde est? Ella, en todo caso, est de mi parte dijo Mr.


Farrer.

Pobre mam! dijo la muchacha. Ella nunca se atrevera a decir nada


que pudiese llegar a contrariar a pap. Me imagino que en este momento estar
sentada en su cuarto con la puerta bien cerrada. No le gustan las situaciones
desagradables. Y estoy segura de que dentro de muy poco aqu va a haber una.

Eso mismo creo yo dijo el joven con un ligero escalofro. Y, no


obstante, por que tendra que haberla? No creo que tu padre desee que
permanezcas soltera toda tu vida, verdad?

sa no es la cuestin. Lo que ocurre es que a l le gustara que yo me


casara con un militar dijo Ms. Ward. Cree que los jvenes de hoy en da no son
lo bastante hombres. Para l las nicas cosas que de verdad importan son el valor y
la fuerza.
La muchacha se levant, dej la lmpara sobre la mesa y, tras remover
ligeramente los rescoldos que an ardan en la chimenea, pase la mirada por la
habitacin en busca de cerillas. Mr. Farrer, a pesar de llevar unas cuantas en el
bolsillo, decidi ayudarla a buscar.

Finalmente, tras encontrar una caja que se hallaba sobre la repisa de la


chimenea, Mr. Farrer, con el pretexto de sujetar a la muchacha para que sta no
perdiera el equilibrio mientras se agachaba a encender la cerilla en las brasas, le
rode la cintura con ambos brazos. Pero justo entonces una sbita exclamacin
procedente del exterior les record a ambos que las persianas de la ventana todava
se hallaban subidas. Sobresaltados, los dos jvenes se separaron apresuradamente,
al tiempo que un viejo gigante de cabellos canosos que caminaba muy erguido
irrumpa en la habitacin y se situaba frente a ellos.

Bajad esas persianas ahora mismo! rugi. Eso no iba por usted, as
que estese quieto donde est continu diciendo cuando vio que Mr. Farrer se
diriga a la ventana, dispuesto a ayudar. Qu demonios pretende usted
ponindole las manos encima a mis persianas? Y qu demonios pretende
ponindole las manos encima a mi hija? Vamos, hable! A qu espera para
contestar?

Nosotros vamos a vamos a casarnos, seor logr decir Mr. Farrer


esforzndose por que su voz sonase lo ms segura posible.

El brigadier tom aire profundamente y se irgui cun alto era mientras el


joven que tena delante observaba asombrado cmo el pecho de aquel anciano
pareca no dejar nunca de dilatarse.

Casaros?! exclam el brigadier soltando una siniestra carcajada.


Casarse mi hija con un mequetrefe como usted? Ni lo suee! Dnde est tu
madre? pregunt a continuacin volvindose hacia la muchacha.

Arriba fue la escueta respuesta de sta.

El padre de la chica dio una voz y una nerviosa respuesta se dej or en el


piso superior. Un minuto ms tarde Mrs. Ward, con el rostro mortalmente plido,
entraba en la habitacin.

Menudo panorama hay en esta casa! exclam el brigadier con


brusquedad. Salgo un rato a dar un paseo y cuando regreso me encuentro con
que este este sucio mequetrefe salido del infierno tiene sus malditas manos
puestas en la cintura de mi hija. Por qu no te molestas en cuidar bien de ella,
mujer? O es que acaso vas a decirme que no tenas ni idea de lo que estaba
sucediendo en esta habitacin?

La esposa del militar neg con la cabeza.

Ah, no? Pues deja que yo te lo explique. Este tipo, que no es ms que un
pobre gusano que apenas levanta un par de palmos del suelo, dice que quiere
casarse con nuestra hija exclam el brigadier en son de burla.

Luego, volvindose hacia el objeto de su desdn, que acababa de murmurar


levemente unas pocas palabras, aadi:

Cmo? Qu est usted diciendo? Qu es lo que ha dicho? Vamos,


dgamelo!

He dicho que un par de palmos no es un tamao que est tan mal para un
gusano, seor dijo Mr. Farrer en voz baja y con actitud desafiante. Adems, el
tamao no es lo ms importante. Si lo fuese, usted debera ser por lo menos general
en vez de tan slo un simple brigadier.

Fuera de mi casa! bram el otro tan pronto como le fue posible recobrar
el aliento. Vamos! A qu est esperando? Largo de aqu ahora mismo!

Ya voy dijo Mr. Farrer, visiblemente avergonzado. Pero antes djeme


decirle que siento haberle hablado de manera tan poco corts, caballero. Si he
venido aqu esta noche ha sido con el firme propsito de verle. Bertha, quiero
decir, Ms. Ward, me haba hablado muchas veces de su manera de pensar, pero yo
nunca di crdito a lo que ella me contaba. Yo tena la esperanza de que tuviese
usted el suficiente sentido comn como para no oponerse al hombre escogido por
su hija por el simple hecho de no ser militar.

Yo nunca he dicho que mi futuro yerno tuviese por fuerza que ser militar
repuso el otro. Lo que yo siempre he dicho es que para mi hija deseo un
hombre de verdad.

Eso mismo pienso yo, seor dijo Mr. Farrer. Pero djeme aadir algo
ms: usted, sin lugar a dudas, es todo un hombre. Pues bien, tenga muy clara una
cosa, caballero: yo soy capaz de hacer cualquier cosa que usted haga.

Bah! dijo el brigadier. Yo ya he hecho bastante en esta vida. He


combatido en cuatro guerras y he sido herido en tres ocasiones. Con eso creo que
es ms que suficiente.

Un coronel dijo una vez que mi marido no sabe lo que es el miedo dijo
tmidamente Mrs. Ward. No le teme a nada.

Excepto a los fantasmas coment la hija en voz baja.

Tenga usted mucho cuidado con lo que dice, seorita dijo el padre
retorcindose las puntas de sus blancos bigotes. Ningn hombre sensato puede
tener miedo de lo que no existe.

Pues hay mucha gente que cree todo lo contrario: que los fantasmas s
existen intervino Mr. Farrer. Precisamente la otra noche o que el fantasma del
viejo Smith fue visto colgando del manzano en el que se ahorc. Lo vieron al
menos tres personas.

Tonteras! dijo el brigadier.

Puede ser contest el joven. Pero permtame hacerle una apuesta, Mr.
Ward. A pesar de todo el valor que dice usted que tiene, estoy convencido de que
no sera capaz de ir hasta all a solas a medianoche para echar un simple vistazo.

Creo haberle dicho hace un momento que se largue de aqu


inmediatamente replic el brigadier echando chispas por los ojos.

Entrar en combate es una cosa dijo Mr. Farrer detenindose junto a la


puerta un instante antes de salir. Uno no tiene ms remedio que obedecer
rdenes. Pero recorrer por propia voluntad el par de millas que le separan a uno de
una casa abandonada en la que sabe que se encontrar con el fantasma de un
hombre ahorcado es otra bien distinta, eh?

Est usted insinuando que me asusta la idea? inquiri el otro con tono
amenazador.

Mr. Farrer neg con la cabeza.

Yo no estoy insinuando nada dijo. Pero a buen entendedor pocas


palabras le bastan.

No le apetece marcharse de una vez? inquiri el brigadier con tono


sarcstico.

S, s, ya voy respondi el joven. Pero tngalo bien presente, Mr.


Ward. Si yo logro hacer eso que a usted tanto le asusta

Mrs. Ward y su hija se apresuraron a interponerse entre el brigadier y su


insolente interlocutor. Mr. Farrer, plido pero con aire resuelto y decidido, se
mantuvo firme.

Le reto a ir a ese lugar y pasar la noche all completamente solo dijo.

Acepto el reto respondi dbilmente el indignado brigadier.

De acuerdo entonces. El mircoles yo pasar all la noche a solas dijo


Mr. Farrer. Y el jueves me dejar caer por aqu para decirle qu tal me fue.

Me parece muy bien dijo el otro, pero ahora quiero que se marche de
aqu cuanto antes. En cuanto a mi hija, ya puede ir olvidndose de ella. Por lo
dems, puede usted ir, si as lo desea, a la casa del difunto Smith el mircoles a las
doce de la noche. Ya me cuidar yo de pasarme por all en cualquier momento
entre las doce y las tres para cerciorarme de que en efecto est usted en la casa.
Creo que va usted entendindome, verdad? Ya le ensear yo si me asusta o no
aparecer por ese lugar.

Le aseguro que no tendr usted motivo alguno para estar asustado dijo
Mr. Farrer. Yo estar all para protegerle, lo cual es algo muy distinto a estar all
solo, como ser mi caso. Ahora bien, si lo prefiere, puede usted ir la noche
siguiente solo y esperar a que yo llegue. Si es que, claro est, de verdad desea usted
demostrar ese valor del que tanto alardea.

No se atreva a darme rdenes gru el brigadier. Cuando yo quiera


que me las den, ya le avisar. Y ahora vyase antes de que haga algo de lo que me
pueda arrepentir.

Con expresin enfurruada, Mr. Ward permaneci de pie en el umbral de su


casa, muy quieto y erguido, observando cmo aquel insolente joven se alejaba por
el camino. Aquella noche, durante la cena, el anciano se dedic casi todo el tiempo
a hablar de perros guardianes y de cul sera la mejor manera de adiestrarlos para
mantener bien alejadas a las visitas desagradables.

Durante los das siguientes el brigadier vigil a su hija tan estrechamente


como le fue posible. No obstante, como toda naturaleza humana, por poderosa que
sea, tiene un lmite de resistencia, cierta tarde en que finga dormir en su silln
favorito el impenetrable silencio en el que pareca sumida la muchacha result
demasiado para l. La falta de cualquier ruido o palabra acab envolviendo en un
placentero manto al brigadier, con lo que ste, al cabo de un rato, comenz a
proferir unos sonoros ronquidos. Cinco minutos ms tarde Ms. Ward corra a toda
velocidad por el camino en busca de Mr. Farrer.

Tena que verte, Eddie le dijo a ste, sin aliento, cuando lleg a su lado
. Maana es mircoles y hay algo que, aunque no s si debo, necesito contarte.

T cuntame lo que tengas que contarme y yo decidir dijo Mr. Farrer


mirndola con ternura.

Yo tengo tanto miedo de que puedas pasarlo mal dijo la muchacha.


No puedo decirte lo que quisiera contarte, pero s te dar al menos una pista. Si ves
cualquier cosa, por espantosa que sta sea, no temas. No tengas miedo porque no
te pasar nada.

Mr. Farrer cogi una mano de la muchacha entre las suyas y la acarici con
ternura.

Lo nico de lo que realmente tengo miedo en este mundo es de tu padre


dijo.

Oh! Entonces exclam ella retorcindose las manos con nerviosismo


, entonces lo sabes.

Saber? Saber el qu? pregunt Mr. Farrer, confuso.

Ms. Ward sacudi la cabeza en seal de asentimiento.

Esta maana, al pasar casualmente frente al dormitorio de mis padres


dijo bajando la voz, vi que la puerta se hallaba ligeramente entornada. Cuando
me asom por all pude ver a mi padre de pie en medio de la habitacin
probndose uno de los camisones de mi madre. Al principio no fui capaz de
imaginarme con qu fin poda estar haciendo aquello, pero luego ca en la cuenta
de que quiz

Mr. Farrer solt un silbido y su rostro se endureci.


Eso es jugar sucio dijo al cabo de unos segundos. Pero muy bien. Si l
as lo quiere, as ser. Yo estar all esperndole.

A mi padre no le gusta que le tomen por mentiroso dijo Ms. Ward.


Ahora est ansioso por demostrar que no tienes una pizca de valor. Y le dolera
mucho descubrir que en realidad no eres un cobarde.

Muy bien dijo Mr. Farrer. Muchas gracias por venir a advertirme,
querida. Eres un verdadero encanto.

Estoy segura de que mi padre me dira algo muy distinto dijo Ms. Ward
con una sonrisa. Y ahora, adis. Quiero estar de vuelta en casa antes de que l
despierte de su siesta.

Afortunadamente, lleg a tiempo. Para cuando el brigadier se despert, su


hija llevaba ya media hora sentada tranquilamente a su lado escuchando sus
ronquidos.

Estoy cogiendo fuerzas para maana por la noche dijo el durmiente


abriendo sbitamente los ojos.

Su hija le mir sin contestar.

No te parece que eso es lo que se dice tener fuerza de voluntad?


prosigui el brigadier afablemente. Wellington era capaz de echarse a dormir en
cualquier momento con tan slo desearlo. A m me ocurre exactamente lo mismo.
Soy capaz de quedarme profundamente dormido en cuestin de segundos.

No hay duda de que es un don de lo ms til coment Ms. Ward con un


ligero tono de irona.

A lo largo de todo el da siguiente, Mr. Ward logr echar un par de


cabezadas, de la segunda de las cuales acab despertndose a las doce y media de
la noche. Un tanto malhumorado, se levant y se desperez mientras, a su
alrededor, la casa permaneca completamente en silencio. Luego, despus de coger
de detrs del sof un pequeo paquete envuelto en papel de estraza que l mismo
haba escondido all previamente, apag la luz, se puso la gorra y abri la puerta
de la calle.

Si la casa estaba tranquila, la calle se encontraba verdaderamente desierta.


Sin hacer ruido, el brigadier cerr la puerta y se adentr en la oscuridad
profiriendo entre dientes toda clase de maldiciones contra los miembros, tanto
vivos como muertos, de la familia de Mr. Edward Farrer.

Mientras caminaba no vio una sola alma en las calles ni una sola luz en las
ventanas. Pronto sali del pueblo y dej atrs la ltima casa que se levantaba junto
al camino para internarse por un sendero oscuro y siniestro que discurra entre dos
altas hileras de arbustos. Llevaba puestas unas zapatillas de lona con suelas de
goma con las que pretenda coger completamente desprevenido a Mr. Farrer y
gracias a las cuales sus silenciosos pasos parecan tener ellos mismos cierta nota
fantasmal. Durante aquella caminata, cada una de las historias de fantasmas que
haba odo o ledo a lo largo de su vida pareci acudir a su cabeza con una
insistencia tan feroz que lleg incluso a pensar que la compaa de un gusano tan
rastrero como Mr. Farrer hubiese resultado infinitamente ms deseable que
encontrarse completamente solo en aquella impenetrable oscuridad.

La noche era tan oscura que a punto estuvo de pasrsele por alto el desvo
que buscaba. Durante unos cuantos metros casi se vio obligado a avanzar a tientas.
Luego, con unas ansias ms grandes que nunca de encontrarse de una vez por
todas con Mr. Farrer, se enderez y reemprendi el camino hacia la casa tan rpida
y silenciosamente como le fue posible.

La vivienda en cuestin era una pequea construccin en ruinas medio


escondida en medio de un jardn invadido de maleza. Justo antes de alcanzar la
entrada a dicho jardn, el brigadier decidi hacer una parada y, oculto entre unos
tupidos matorrales, desat el paquete que llevaba consigo, sac de l el mejor
camisn de su esposa y lo sacudi con fuerza.

Aunque no sin alguna que otra dificultad, logr meterse el camisn por la
cabeza y, con los brazos embutidos en las mangas, intent en vano sacar sus
grandes manazas por los estrechos puos. A pesar de sus poderosos esfuerzos, no
logr pasar por ellos ms que dos o tres dedos de cada mano. Luego, tras buscar
infructuosamente la gorra, que se le haba cado durante su forcejeo con el
camisn, se abri camino hasta la entrada del jardn y se qued all, de pie,
esperando lo que pudiera ocurrir. Fue entonces cuando se le ocurri pensar que
Mr. Farrer muy bien podra faltar a su cita.

Sus rodillas temblaron ligeramente mientras, lleno de ansiedad, aguzaba el


odo en busca de cualquier sonido que pudiera provenir del interior de la casa.
Empuj un poco la puerta del jardn y permaneci all, a la espera, de pie y con los
brazos extendidos hacia adelante. Nada ocurri. Empuj la puerta un poco ms y
luego, armndose de todo el valor que pudo reunir, la abri del todo y se introdujo
por fin en el jardn. Al hacerlo, una enorme rama muerta que yaca atravesada
sobre el sendero se hizo cortsmente a un lado para dejarle pasar.

Mr. Ward se par en seco y, sin apartar un solo instante los ojos de la rama,
vio cmo sta se deslizaba lentamente sobre la hierba hasta desaparecer por
completo en la oscuridad. Las intenciones que llevaba de asustar a Mr. Farrer se
esfumaron en cuestin de segundos. Luego, con la voz estrangulada, llam en voz
alta a aquel al que hasta el momento haba supuesto su vctima.

Repiti la llamada varias veces sin obtener respuesta. Luego, en un estado


rayano con el pnico, comenz a retroceder lentamente hacia la entrada del jardn
sin atreverse a perder la casa de vista. Justo en aquel preciso instante, un
ensordecedor estrpito estall en el interior de la vivienda. A continuacin, de un
violento empelln, la puerta se abri y una horrible figura vestida completamente
de blanco apareci en el umbral, cruz el vano de un salto y se qued all, sentada
en cuclillas sobre los escalones de la entrada.

Para Mr. Ward result de una evidencia prcticamente definitiva que Mr.
Farrer, cuyo supuesto valor deba haberse esfumado a las primeras de cambio, no
se encontraba all, y que de nada iba a servir quedarse ni un solo instante ms en
un lugar como aqul. As que, con la Canosa cabeza bien erguida, los brazos
balancendose atrs y adelante como si fuesen aspas de molino y los faldones del
camisn de su mujer flotando en el aire detrs de l, el brigadier dio media vuelta y
ech a correr despavorido.

Al cabo de un rato, una vez se le hubo pasado la primera impresin, redujo


el paso y se atrevi a mirar atrs con mucho cuidado. Por lo que pudo apreciar, se
encontraba completamente solo, pero el silencio y la soledad que le rodeaban
resultaban sofocantes. Con gran nerviosismo, volvi a echar una ojeada atrs y, sin
detenerse siquiera a pensar si sus ojos le haban engaado o no, ech nuevamente a
correr. As, a ratos corriendo y a ratos andando, alcanz finalmente el pueblo y,
tras recorrer a toda prisa unas cuantas calles, enfil el camino que llevaba a su casa.

El agente de polica Burgess, quien se hallaba realizando su ronda nocturna,


apareci por all en aquel preciso momento y se cruz con el brigadier justo
cuando ste se dispona a entrar en su jardn. Tras detenerse en seco, el polica
encendi su linterna y se qued boquiabierto al ver a Mr. Ward.

Le ocurre algo, seora? acert a preguntar.


Cmo dice? jade el brigadier intentando conferir a su voz un toque de
dignidad. No, no me ocurre nada, gracias.

Oh, es usted, Mr. Ward. Cre que era una mujer caminando en sueos
dijo el polica.

Sbitamente, el brigadier repar en que llevaba todava puesto el camisn


de su esposa.

Bueno, yo he salido a dar un pequeo paseo dijo, todava sin aliento


. Y como haca un poco de fro, decid ponerme esto.

Le favorece mucho dijo el polica con frialdad. Ustedes los militares


estn acostumbrados a vestir todo tipo de uniformes y ropas extraas. En cambio,
si alguien como yo se pusiese eso mismo que lleva usted puesto ahora, estoy
convencido de que tendra un aspecto verdaderamente ridculo.

Antes de que Mr. Ward tuviese tiempo para responder, la puerta de la casa
se abri. Clidamente iluminados por la luz de una vela, aparecieron los
asombrados rostros de la esposa y la hija del brigadier.

George! exclam Mrs. Ward.

Pap! exclam Ms. Ward.

Tambalendose, el brigadier entr en su casa, se dirigi al saln y, sin


mediar palabra, se dej caer en su silln favorito. Cuando su hija le sirvi un buen
vaso de whisky con agua, l lo apur de un solo trago.

Fuiste all? pregunt Mrs. Ward retorcindose las manos con


nerviosismo.

El brigadier, dndose perfecta cuenta de las sospechas que suscitaba su


inslito aspecto, se vio obligado a recuperar de golpe toda su presencia de nimo.

Qu va, mujer! No hizo falta dijo tras soltar una breve risotada. En
cuanto me encontr en plena calle, camino de aquella casa, me di cuenta de que no
tena sentido ir en busca de ese mequetrefe. Estoy seguro de que l tena menos
intencin de aparecer por all esta noche que de arrojarse a un pozo. As que,
aprovechando que ya estaba despierto y en plena calle, decid dar un pequeo
paseo por el simple placer de hacer un poco de ejercicio. Cuando me cans, regres
aqu tranquilamente.

Y por qu llevas puesto mi mejor camisn? pregunt Mrs. Ward.

Me lo puse para darle un susto al polica que se encontrase haciendo la


ronda respondi su marido.

Dicho lo cual se puso en pie y, con la inestimable ayuda de su mujer,


consigui quitrselo. Aunque tena la cara colorada y el cabello alborotado, la
intensidad y la dureza de su mirada permanecieron inalterables. Acto seguido,
cuando comenz a subir las escaleras, su esposa le sigui hasta el dormitorio
inmersa en un sumiso silencio.

A la maana siguiente Mr. Ward se levant bastante tarde y desayun muy


poco. Su siesta de sobremesa se vio por desgracia alterada y ya no fue hasta pasada
la hora del t cuando fue capaz de recuperar la tan deseada tranquilidad. Una hora
ms tarde, la visita de Mr. Farrer, quien entr en la casa con rostro circunspecto y
dirigindole miradas cargadas de reproche, ahuyent definitivamente la esquiva
paz de aquel da.

He venido a verle en relacin con lo de anoche dijo Mr. Farrer antes de


que el otro acertase a pronunciar palabra alguna. Antes que nada quiero que
sepa que entiendo perfectamente que una broma no es ms que una broma. No
obstante, cuando el otro da me dijo usted que acudira a nuestra cita yo, como es
natural, tena la seguridad de que acabara usted cumpliendo su palabra.

Cumpliendo mi palabra?! exclam el brigadier, rojo y sin aliento a


causa de la clera.

Claro! Estuve all solo, esperndole, desde las doce de la noche hasta las
tres de la madrugada explic Mr. Farrer.

Eso no es cierto! Usted no estaba all! grit, indignado, el brigadier.

Y usted cmo lo sabe? pregunt el otro.

Mr. Ward mir con impotencia a su esposa y a su hija.

Demustremelo dijo Mr. Farrer aprovechando el desconcierto del


brigadier. Usted puso mi valor en entredicho. Y para probarle que yo no soy un
cobarde, anoche, tal y como acordamos, pas tres horas enteras en aquella casa.
Puede decirme dnde estaba usted mientras tanto?

Usted no estaba all repiti el brigadier. Yo lo s y usted no puede


engaarme. Tena usted miedo.

Yo estuve all, se lo puedo jurar dijo Mr. Farrer. Pero, de todos modos,
no se preocupe. Puedo volver all esta misma noche. Y le desafo a que venga de
una vez por todas a buscarme.

Me desafa, dice? dijo el brigadier echando chispas por los ojos. Me


desafa usted?

S, seor. Le desafo repiti el otro. Y si esta vez no aparece usted por


all, divulgar la historia por todo el pueblo. As que, si no quiere que eso ocurra,
ya puede usted estar yendo a esa casa esta misma noche. Y si por casualidad llega a
ver lo que yo vi anoche

Oh, Eddie! dijo Ms. Ward al tiempo que un escalofro le recorra todo el
cuerpo.

Lo que vio usted? dijo el brigadier dando un respingo. A qu se


refiere?

Oh, a nada que pueda considerarse realmente peligroso dijo Mr. Farrer
con tranquilidad. Ms bien todo lo contrario. Fue una experiencia
verdaderamente interesante.

Y qu fue lo que vio? pregunt el brigadier.

Bueno, dicho as, sin ms, puede parecer una tontera dijo Mr. Farrer
lentamente, pero vi una rama rota que se deslizaba sola por el suelo del jardn.

Mr. Ward lo mir con la boca abierta.

Algo algo ms? pregunt con un hilo de voz.

S. Una extraa figura vestida de blanco respondi Mr. Farrer. Tena


unos brazos muy largos y daba saltos por todas partes como una rana.
Naturalmente, no espero que usted me crea, Mr. Ward, pero si se atreve usted a ir
por all esta noche quiz logre verlo con sus propios ojos. Le aseguro que es algo
digno de verse.
Y no no se asust usted al ver aquello? pregunt Mrs. Ward sin
poder apartar la mirada de aquel intrpido joven.

Mr. Farrer neg con la cabeza.

Para asustar a Edward Farrer hace falta mucho ms que todo eso, seora
se limit a responder. A decir verdad, me sentira profundamente
avergonzado de m mismo si ese tipo de cosas pudiese llegar alguna vez a
asustarme. Pero, por fortuna, lo cierto es que no me afectan lo ms mnimo.

Y le vio usted la cara? pregunt nerviosamente Mrs. Ward.

Mr. Farrer volvi a negar con la cabeza.

Y cmo era el resto de su cuerpo? pregunt Ms. Ward.

Pues, por lo que acert a ver, no era precisamente desagradable


respondi Mr. Farrer. Posea una atltica figura. No era muy alto, es cierto, pero
pareca estar bien proporcionado.

Una inaudita sospecha comenz entonces a tomar forma en la cabeza del


brigadier.

Y no lleg usted a ver nada ms? pregunt con aspereza.

S, vi algo ms dijo Mr. Farrer volvindose hacia l con una leve sonrisa
en los labios. Algo que he decidido llamar El Fantasma que Corre.

El Fantasma que Co comenz a repetir el brigadier detenindose


bruscamente.

As es, caballero. Apareci de golpe junto a la puerta del jardn continu


Mr. Farrer. Era una figura alta y corpulenta que pareca tener cierto aire marcial.
Tendra aproximadamente la misma estatura que usted, Mr. Ward, y llevaba
puesto lo que pareca un bonito y delicado hbito o camisn que le llegaba hasta
las rodillas

Call de repente, ligeramente desconcertado al ver que Ms. Ward,


cubrindose la boca con un pauelo, se esforzaba por reprimir unas incontrolables
carcajadas que la hacan estremecerse de pies a cabeza en su silla.
hasta las rodillas repiti el joven sin perder la compostura. Como
iba diciendo, la figura apareci caminando lentamente por el sendero que conduca
a la casa. Al llegar a la mitad del camino se detuvo y, con una voz lastimera que
pareca quebrada por el miedo, pronunci mi nombre en voz alta. Aquello, como
se podrn ustedes imaginar, me dej completamente perplejo. No obstante, antes
de que tuviese tiempo para acercarme a l con la intencin de tranquilizarle, pues
pareca en verdad muy asustado, l

Ya est bien! Basta! Ya he tenido bastante! exclam el brigadier


ponindose sbitamente de pie e irguindose cun alto era.

No tiene usted por qu ponerse as, Mr. Ward. Usted me ha preguntado y


yo no he hecho ms que responderle dijo Mr. Farrer con aire ofendido.

Ya lo s replic el brigadier resoplando. Ya s que yo le he


preguntado. Pero si contino aqu sentado escuchando toda esa sarta de mentiras
voy a acabar ponindome enfermo. Por eso mismo creo que lo mejor que puede
usted hacer en este preciso momento es coger a esa estpida muchacha que no
para de rerse y sacarla de aqu para que le de un poco de aire fresco. Yo ya he
tenido que aguantarla bajo mi techo durante demasiado tiempo.
EL FANTASMA DE SAM

(Sams Ghost, 1915)

S, s, ya lo s: los fantasmas no existen. Ya estoy cansado de que me digan


siempre lo mismo. Estoy ms que harto de orle decir a todo el mundo que nadie
cree ya en ellos y que todas esas historias tan extraas que circulan por ah no son
ms que tonteras. No obstante, cada vez que me dicen eso yo respondo siempre de
la misma manera: que acepten un empleo de vigilante nocturno como el mo. Que
se pasen las noches enteras aqu sentados, completamente a solas, acosados por el
rumor de las olas que lamen los postes del muelle y por los gemidos del viento que
azota las esquinas y veremos entonces si siguen siendo de la misma opinin. Y
muy en particular cuando un viejo conocido suyo se ha cado hace poco al mar, ha
sido dado por muerto, y no se han ofrecido ms que unas pocas y sucias libras
como recompensa para quien encuentre el cadver. Tan slo en dos ocasiones han
cado hombres a las negras y profundas aguas de este embarcadero, pero en
ambas, por desgracia, he tenido que aguantar el tipo aqu, completamente solo, la
noche siguiente a la tragedia. Despus de vivir por dos veces una experiencia como
sa puedo asegurarles una cosa: nunca habr una tercera.

Uno de los fantasmas ms horripilantes con los que alguna vez he tenido
algo que ver fue el de Sam Bullet. Adems de un estibador que trabajaba en uno de
los muelles ms cercanos a mi oficina, Sam era tambin el tpico granuja que
siempre se las ingeniaba para convencerte de que le invitases a un trago. Sin
embargo, no quedaba ah la cosa. Para colmo, se beba tu copa como por error nada
ms apurar la suya. En pocas palabras, era el tipo de hombre que siempre se dejaba
olvidado en casa su pote de tabaco pero que siempre llevaba consigo una buena
pipa con la que asaltar el tabaco de los dems.

Sam se cay al agua una tarde mientras descargaba mercanca de una


barcaza, y todo lo que sus compaeros lograron rescatar de l fue su gorra. Como
tan slo dos noches antes le haba propinado una paliza a un pobre viejo y le haba
mordido una mano a un polica hasta casi arrancarle un dedo, todo el mundo
estuvo de acuerdo en consolar a su pobre viuda dicindole que aquello era lo
mejor que le poda haber ocurrido. Todos estaban convencidos de que Sam se
encontrara mejor donde estaba ahora que cumpliendo una condena en la crcel.
Sam saba arreglrselas para salir adelante dondequiera que se encontrase
dijo uno de ellos intentando reconfortar a la esposa del difunto.

S, pero no sin m respondi Mrs. Bullet entre sollozos mientras se


secaba las lgrimas con un pauelo. Mi pobre Sam no poda soportar estar lejos
de m. Dganme una cosa: dijo algo en su ltimo momento?

Algo dijo respondi uno de los compaeros del difunto, un tal Joe Peel.

As es, Mrs. Bullet, pero no pudimos entenderlo bien aadi otro. Lo


dijo mientras caa al agua. Quiz fuese tan slo un juramento.

Mrs. Bullet comenz a llorar otra vez y, entre lgrimas, le explic a los
presentes lo buen marido que Sam haba sido siempre para ella.

Diecisiete aos de casados bamos a cumplir en otoo dijo, y a lo


largo de todo ese tiempo nunca me levant la voz ni me puso la mano encima. Se
desviva por m y siempre procuraba darme todo lo mejor. Cuando algo me haca
falta, yo no tena ms que pedirlo para que l me lo diese.

Por desgracia, l ya no se encuentra aqu con nosotros dijo Joe.


Cuando ocurri la tragedia pensamos que lo ms apropiado era venir aqu en
persona para decrselo a usted antes que a nadie, Mrs. Bullet.

Y ahora que usted sabe lo que ha sucedido, lo mejor ser que vaya a dar
parte a la polica dijo el otro.

As fue como yo mismo no tard en enterarme de la historia. Aquella noche,


un polica que pasaba por el muelle me lo cont todo mientras yo me hallaba junto
a la puerta de mi oficina fumando tranquilamente una pipa. El polica me dijo
tambin que l, personalmente, no senta lo ocurrido. Ms bien lo que pensaba era
que Sam haba logrado quitarse de en medio sin perder la oportunidad de
burlarse, aunque fuese por ltima vez, de todo el cuerpo de polica.

Bueno, bueno le dije yo al agente intentando calmarle un poco los


nimos. Ahora al menos ya no podr morderle la mano a ninguno de ustedes. Si
no me equivoco, no hay policas donde l est.

Tras soltar un gruido y aconsejarme que me anduviera con cuidado, el


agente se alej de all, Mientras lo observaba marcharse, saqu nuevamente mi
pipa y ech tambin a andar por el embarcadero. Entonces comenc a reflexionar.
Tan slo un mes antes de la tragedia yo le haba prestado a Sam quince chelines. l,
a cambio, me haba dejado en prenda un reloj de oro con su correspondiente
cadena que, segn me dijo, un to suyo le haba regalado. Aquella noche yo no
llevaba colgado del chaleco dicho reloj, pues Sam me haba comentado que si su to
llegaba a verlo en manos de otro nunca se lo perdonara, pero si lo llevaba
guardado en el bolsillo. En cuanto me encontr a solas, decid sacarlo para echarle
un vistazo a la luz de una farola. Al hacerlo, inmediatamente comenc a
preguntarme qu era lo que deba hacer con l.

Mi primer impulso fue llevrselo a Mrs. Bullet, pero luego, sbitamente, una
horrible idea se abri camino en mi cabeza. Y si Sam hubiese llegado a entrar en
posesin de aquel reloj por medios que no fuesen del todo lcitos?

Lentamente, reanud mi paseo por el muelle sumido en profundos


pensamientos. De ser as, si tal circunstancia llegaba a ser descubierta, dicho
descubrimiento manchara su buen nombre y destrozara por completo el corazn
de su pobre y desdichada viuda. Aquello fue lo que pens, as que, tanto por el
bien de l como por el de ella, decid que en lo sucesivo no habra de separarme de
aquel reloj.

Como una vez tomada aquella determinacin me sent mucho ms


tranquilo, decid dejarme caer por La Cabeza del Oso, la taberna ms cercana, para
tomar una cerveza. A aquella cerveza acabaron siguindole unas cuantas ms, tras
lo cual regres al muelle y, envalentonado por los efectos del alcohol y por un
repentino optimismo, decid ponerme el reloj, con cadena y todo, antes de
reemprender mi trabajo.

A lo largo de toda aquella noche, cada vez que miraba hacia abajo y vea
aquella cadena de oro sobre mi chaleco, no poda evitar acordarme de Sam.
Cuando opt por fijar la mirada en el ro, me asalt una desagradable imagen en la
que l se hunda lentamente en las aguas. Luego, mientras permaneca all a solas
en mitad de aquel muelle que tantas veces haba recorrido, comenz a embargarme
una sensacin de desamparo tan intensa que fui incapaz de resistirme a la idea de
regresar a la taberna para tomar una nueva cerveza.

Los das fueron pasando y no se encontr cadver alguno por ninguna parte.
Yo, por mi parte, ya casi me haba olvidado por completo de Sam cuando, una
tarde, hallndome sentado sobre unas cajas mientras intentaba recuperar el aliento
despus de barrerme de una sola pasada casi todo el muelle, Joe Peel, el antiguo
compaero de Sam, se dej caer por all para hablar conmigo.
En cuanto lo vi, advert cierto aire misterioso en su manera de actuar que no
me gust lo ms mnimo. No haca ms que mirar continuamente hacia atrs como
si temiese que alguien pudiera seguirle, y, una vez lleg junto a m, me habl en un
susurro, como si tuviese miedo de que alguien pudiese llegar a or lo que deca.
Como no se trataba precisamente de un tipo que me agradase, me alegr
enormemente de que tanto el reloj como la cadena se hallasen a buen recaudo en lo
ms profundo de uno de mis bolsillos.

He tenido una experiencia terrible, compaero me dijo.

Ah, s? me limit a contestar yo.

Pues s. Una experiencia que me ha dejado completamente helado


continu dicindome mientras un intenso escalofro le recorra de pies a cabeza.
He visto algo que nunca me imagin que nadie pudiese llegar a ver y que espero
no volver a ver en toda mi vida. He visto a Sam!

Yo, cautamente, esper un poco antes de responder.

Vaya! Y yo que crea que se haba ahogado dije.

Y as es repuso Joe. Cuando digo que he visto a Sam quiero decir que
he visto a su fantasma.

Comenz a temblar nuevamente.

Y cmo era? pregunt con calma.

Exactamente igual que Sam respondi l, sin ms.

Cundo fue eso? pregunt.

Anoche, a las doce menos cuarto contest. Estaba de pie, frente a la


puerta de mi casa, esperndome.

Y desde entonces has estado todo el tiempo temblando igual que ahora?
pregunt.

Igual, no. Peor respondi Joe mirndome con dureza. En realidad


ahora ya se me est pasando. Pero no he venido aqu para hablar de eso, sino para
decirte que el fantasma me ha dado un mensaje para ti.
Me met las manos en los bolsillos de los pantalones le mir con atencin. Y
Luego comenc a caminar muy lentamente hacia la puerta del embarcadero.

Me dio un mensaje para ti repiti Joe echando a andar a mi lado. T


y o siempre fuimos buenos amigos, Joe, me dijo. Por eso quiero que le pagues de
mi parte a Bill, el vigilante del muelle, quince chelines que un da tuve que pedirle
restados. No podr descansar en paz hasta que la deuda est saldada. Eso fue lo
que me dijo. Y aqu estn los quince chelines, compaero.

Meti la mano en el bolsillo, sac unas cuantas monedas por el valor citado y
me las ofreci.

No dije o entonces. No puedo aceptar tu dinero, Joe. No sera


correcto. El pobre Sam puede quedarse con los quince chelines. Yo ya no los quiero.

Debes cogerlos dijo Joe. El fantasma me dijo que si no los aceptabas


volvera a visitarme noche tras noche hasta que por fin te decidieras a quedrtelos.
As que hazlo por m. Yo no podra soportar volver a ver al fantasma.

Lo siento mucho. Temo no poder ayudarte dije yo.

S que puedes repuso Joe. El fantasma me dijo que te diera los quince
chelines que t me entregaras a cambio un reloj y una cadena de oro que l te dej
en vida como seal hasta que pudiera saldar la deuda.

Fue entonces cuando me di cuenta del pequeo juego que Joe se traa entre
manos.

Un reloj de oro y una cadena? dije, echndome a rer. Debes de haber


entendido mal a ese fantasma, Joe.

Te aseguro que entend perfectamente todo cuanto el fantasma de Sam me


dijo dijo Joe avanzando hacia m al tiempo que yo sala por la puerta del
embarcadero. Aqu tienes tus quince chelines. Vas a darme ahora el reloj y la
cadena?

Me parece que no le respond. No s de qu reloj ni de qu cadena me


ests hablando. Pero, de todas formas, si yo en efecto los tuviese no se los dara a
nadie. Como mucho, se los entregara a la viuda de Sam, pero nunca se me
ocurrira drtelos a ti.
Ese reloj y esa cadena no tienen nada que ver con ella se apresur a
decir Joe. Sam hizo mucho hincapi en ese detalle.

Espero que todo lo que me has dicho esta noche acerca de esos objetos lo
hayas soado repuse yo. De lo contrario voy a empezar a creer que te has
vuelto loco. Porque vamos a ver: de dnde iba a sacar el pobre Sam un reloj y una
cadena de oro? Y por qu iba l a recurrir a un tipo como t para recuperarlos?
Por qu no viene l directamente a verme a m? Si de verdad cree que yo los tengo
en mi poder, que venga aqu y me los pida.

Muy bien. T lo has querido. Ahora mismo voy a ir a ver a la polica para
contarles toda esta historia dijo entonces Joe a modo de amenaza.

Perfectamente. Yo te acompaar le respond. Aunque, vaya!, al final


no va a hacer falta que nos movamos de aqu. Da la casualidad de que por ah
viene un agente. Acerqumonos a hablar con l.

Yo di un par de pasos hacia el polica, pero Joe no se movi de donde estaba.


Luego, tras dirigirme con rabia unos cuantos juramentos capaces de hacer que
cualquier fantasma se sintiese avergonzado de frecuentar su compaa, se alej de
all. Yo, por mi parte, intercambi con el polica unas pocas palabras acerca del
tiempo y, en cuanto me encontr a solas, volv al embarcadero y cerr con llave la
puerta de entrada.

La idea que en aquellos momentos rondaba mi cabeza era la de que, antes de


morir, Sam deba de haberle hablado a Joe del reloj y la cadena. Y como Joe era una
buena pieza, comprend sin dificultad que ms me vala andarme con cuidado.
Posiblemente algunos, de hallarse en mi lugar, hubiesen optado por contrselo
todo a la polica, pero yo debo confesar que los polizontes nunca me han inspirado
mucha confianza. En cierta manera son como nios entrometidos que no paran de
hacer preguntas. Y lo peor de todo es que uno no siempre es capaz de contestar a
todas ellas.

Pasar el resto de aquella noche all, en aquel muelle tan siniestro y solitario,
result una experiencia verdaderamente espeluznante, lo confieso. En un par de
ocasiones cre or algo que se me acercaba sigilosamente por la espalda. La
segunda vez me asust tanto que no tuve ms remedio que ponerme a cantar para
no perder los nervios. Y estuve cantando hasta que tres marineros del Susan Emily,
que aquella noche se encontraba all atracado, se asomaron por la borda y me
amenazaron con propinarme una buena paliza si no me callaba de una vez.
Cuando, unas horas ms tarde, lleg la maana, me sent inmensamente
agradecido.

Cinco noches ms tarde recib la impresin ms fuerte de toda mi vida. Era


la primera noche en mucho tiempo que no haba ningn barco atracado en el
muelle. Una densa oscuridad lo envolva todo y el viento azotaba con sus gemidos
cuanto encontraba a su paso. Yo no haba hecho ms que encender la lmpara que
ocupaba un rincn de mi oficina, cuya llama se haba apagado con el viento, y
acababa de sentarme para descansar un rato antes de ponerme a trabajar, cuando,
al mirar por casualidad hacia el embarcadero, vi cmo una cabeza que pareca
haber surgido directamente de las aguas se asomaba por el borde del malecn y se
volva hacia m para mirarme. A la luz de una farola cercana pude distinguir el
rostro de Sam Bullet, crispado por una palidez espectral, hacindome toda clase de
muecas desagradables.

La respiracin se me cort de golpe, pero afortunadamente pude reaccionar


a tiempo dando media vuelta y echando a correr hacia la entrada del muelle como
un caballo de carreras que afronta la recta final en el hipdromo. Como tengo la
costumbre de dejar la llave metida en el candado de la puerta por si acaso ocurre
algo, aquella vez no tuve ms que darle una vuelta a dicha llave, abrir el candado,
salir, cerrar la puerta a mis espaldas y echar el candado por fuera prcticamente
ante las mismas narices del fantasma. Luego me volv y ech a correr a
trompicones por la calle.

Un segundo ms tarde me top de bruces con un agente de polica que


pasaba en aquel momento por all. Aunque se trataba de un tipo hurao y
maleducado, debo confesar que nunca en toda mi vida me he alegrado tanto de
tropezarme con alguien como en aquella ocasin. Impulsivamente, lo abrac con
tanta fuerza que a punto estuve de dejarle sin aliento. Luego, cuando el pobre
pudo por fin zafarse de entre mis brazos, me oblig a sentarme sobre el bordillo de
la acera y me pregunt qu demonios me ocurra.

Debido a la carrera y al nerviosismo que me embargaba, permanec an


unos minutos sin poder pronunciar palabra, pero luego, en cuanto fui capaz de
contarle lo que acababa de sucederme, me mir como si estuviese intentando
burlarme de l.

Los fantasmas no existen, amigo me dijo. Dgame una cosa: qu ha


estado usted bebiendo?
Le juro que cuanto le he dicho es completamente cierto. El fantasma de
Sam Bullet sali del ro y ech a correr detrs de m tan rpido como el viento
dije yo.

De acuerdo, de acuerdo. Pero si as fue, entonces por que no le alcanz,


amigo? me pregunt mirndome severamente de arriba abajo. Vamos, hable
con claridad de una vez.

Como yo no respond, l se acerc a la entrada y ech un vistazo al interior.


Luego, tras escudriar la oscuridad durante unos segundos, gir la llave que an
colgaba del candado, abri la puerta, la franque y se acerc al muelle. Yo le segu,
pero no slo porque fuese mi obligacin, sino tambin porque no me agradaba
nada la idea de quedarme solo en mitad de la noche.

Juntos, revisamos el embarcadero de arriba abajo dos veces. l ilumin con


su linterna cada rincn oscuro, cada barril y cada caja sin encontrar absolutamente
nada. Luego, volvindose hacia m, me enfoc directamente a los ojos y acerc su
rostro al mo con aire amenazador.

Conque le apeteca burlarse un poco de un pobre polica como yo, eh?


me dijo. Pues no se imagina usted las ganas que me estn entrando de
llevrmelo conmigo a la comisara para que pase lo que queda de noche entre rejas.
No obstante, no se preocupe. Por esta vez lo dejar pasar. Pero, aun as, ndese con
ojo. Y como me entere de que le cuenta algo de esto a alguien, tenga por seguro
que no dudar en venir a por usted para encerrarle.

Dicho lo cual, dio media vuelta y se alej de all con la cabeza muy erguida
dejndome a solas a cargo de aquel muelle encantado.

Durante el resto de aquella noche permanec fuera, en la calle. No obstante,


me pareci or de tanto en tanto algo que se mova al otro lado de la puerta, algo
que en cierta ocasin se dej or tan claramente que, con los nervios a flor de piel,
no pude evitar echar a correr en direccin a La Cabeza del Oso.

Aunque la taberna se encontraba cerrada desde haca ya varias horas, no


dud en llamar insistentemente a la puerta pidiendo a gritos un trago para
recobrar algo de nimo. Como era de esperar, no lo consegu, pero al menos pude
entablar con el dueo, que se asom por la ventana de su dormitorio para ver qu
ocurra, una breve conversacin que acab producindome un efecto ms
beneficioso que un barril entero de cerveza. Tal era el ardor con el que aquel
hombre se dirigi a m que en un par de ocasiones estuvo a punto de perder el
equilibrio y precipitarse violentamente a la calle. En realidad, ms de uno hubiera
perdido los estribos por menos dela cuarta parte de los improperios que aquel
iracundo tabernero profiri contra m aquella noche. Una vez que se cans de
maldecirme y que se hubo dado media vuelta para regresar a la cama, le advert
con sorna que se olvidaba de darme las buenas noches. Al or aquello, una nueva
retahla de insultos taladr la noche desde aquella ventana. Y si no hubiese sido
por su esposa, dos hijas ya crecidas y la criada, creo que aquel tipo hubiera sido
capaz de quedarse all, dicindome toda clase de cosas, hasta el amanecer.

No s cmo pude arreglrmelas para pasar el resto de la noche, pero lo


cierto es que sobreviv a la prueba. Y aunque en vez de una sola noche parecieron
transcurrir veinte, una detrs de otra, el nuevo da lleg por fin, y cuando los
primeros trabajadores del muelle aparecieron, como siempre, a las seis en punto de
la maana, encontraron, como siempre, la puerta abierta para ellos y al vigilante
nocturno en su puesto.

Cuando llegu a casa ca rendido en la cama y dorm como un tronco. Ms


tarde, una vez despierto, y despus de devorar un buen plato de carne con cebolla,
me sent, encend mi pipa y trat de pensar qu era lo mejor que poda hacer. De
una cosa al menos estaba completamente seguro: no iba a pasar ni una noche ms a
solas en aquel maldito muelle.

Al cabo de un rato decid salir a dar una vuelta para despejarme un poco la
cabeza. Cuando me cans de pasear, me dirig al Clarendon, un bar cercano, con la
intencin de tomar un trago. Acababa de apurar una cerveza y empezaba a
preguntarme si deba tomarme otra cuando Ted Dennis entr en el local. Nada ms
verle, supe que por fin haba encontrado la solucin que buscaba a mis problemas.
Ted haba pasado toda su vida en el ejrcito, lo cual, en aquellos tiempos, equivala
a decir que no haba nada en este mundo capaz de asustarle. Yo mismo le haba
llegado a ver enfrentndose a tipos que le doblaban en tamao simplemente por el
placer de pelear y, despus de dejarlos atontados de un solo puetazo, invitarlos
de su propio bolsillo a una cerveza. Aquella noche, cuando le pregunt si le daban
miedo los fantasmas, se ri con tanta fuerza que el tabernero, visiblemente
alarmado, se acerc corriendo desde el extremo opuesto del bar hasta donde
nosotros estbamos para ver si ocurra algo.

Invit a Ted a una cerveza y, cuando se la hubo bebido, le cont la historia


que tanto me inquietaba. Lo nico que no mencion fue la parte referente al reloj y
la cadena, pues consider que no haba necesidad de hacerlo. Algo ms tarde,
cuando salimos a la calle, yo ya tena un ayudante por el precio de nueve peniques
la noche.

Todo lo que tienes que hacer le dije es estar conmigo. Tu hora de


entrada ser las ocho de la noche. En cuanto a la hora de salida, siempre podrs
marcharte por la maana media hora antes que yo.

De acuerdo me dijo Ted. Y si por casualidad acierto a ver a ese


fantasma por algn lado, le har desear no haber nacido nunca.

Or aquello me quit un enorme peso de encima. Cuando regres a casa, de


mucho mejor talante que cuando sal, tom t en abundancia y com con tanto
apetito que mi esposa lleg incluso a escandalizarse. Luego dej pasar el tiempo
hasta que lleg la hora de ir a trabajar.

Entr en el muelle justo cuando estaban dando las seis. A las siete menos
cuarto la puerta de mi cabina se abri ligeramente y la fea cabeza de Joe Peel se
asom al interior.

Hola le salud. Qu quieres?

Salvarte la vida me contest con gran solemnidad. S que anoche


estuviste a punto de morir, compaero.

Ah, s? musit con despreocupacin. Y t cmo lo sabes?

El fantasma de Sam Bullet me lo dijo respondi Joe. Despus de


hacerte correr por todo el muelle muerto de miedo y pidiendo socorro se fue
directamente a verme y me lo cont.

Ese fantasma parece tenerte mucho cario dije yo. Me pregunto por
que.

Estaba furioso, furioso de veras dijo Joe. Daba miedo mirarle a la cara.
Dile al vigilante me dijo, que si no te entrega el reloj y la cadena volver a
visitarle. Y que esta vez le matar.

Me parece muy bien dije yo sealando distradamente hacia la cubierta


del Daisy, donde tres marineros se hallaban sentados fumando tranquilamente un
cigarrillo. Como puedes ver, esta noche tengo mucha compaa.
Eso no te salvar dijo Joe. Voy a preguntrtelo por ltima vez: vas a
entregarme el reloj y la cadena? Aqu estn tus quince chelines.

No respond. Y no te los dara ni aunque los tuviera. En cuanto al


fantasma, no s para qu demonios los quiere, porque si de verdad es un fantasma,
no s cmo rayos va a ponerse un reloj y una cadena.

Muy bien dijo Joe dirigindome una mirada cargada de odio. Que
quede bien claro que he hecho todo lo que he podido para salvarte la vida. Lo he
intentado ms de una vez, pero como t no quieres avenirte a razones, ya no hay
nada ms que yo pueda hacer por ti. Volvers a encontrarte con Sam Bullet, y
cuando ese momento llegue no slo perders el reloj y la cadena, sino tambin la
vida.

Muy bien le dije yo. Te lo agradezco mucho, pero, vers, ahora resulta
que tengo un ayudante, sabes? Se trata de alguien que est deseando ver al
fantasma.

Un ayudante? inquiri mirndome atentamente.

As es. Un antiguo soldado continu. Un tipo que ama el peligro y al


que le encanta verse involucrado en situaciones comprometidas. Dice que, si el
fantasma aparece, tiene pensado pegarle un tiro para ver qu ocurre.

Un tiro! exclam Joe. Pegarle un tiro a un pobre fantasma


prcticamente inofensivo! Es que queris que os cuelguen? Acaso no es suficiente
castigo para un pobre desdichado morir ahogado? Es que, adems, queris
rematarlo de un tiro? Debera daros vergenza. Es que no tenis corazn?

Si no aparece por aqu no le dispararemos repliqu. Aunque, la


verdad, si tengo a alguien a mi lado me da igual que venga o que no. No hay cosa
viva sobre la faz de la tierra de la que yo me pueda asustar. Y por lo que respecta a
los fantasmas, me ocurre exactamente lo mismo siempre que haya alguien
conmigo. Adems, si ese fantasma viene por aqu y le disparamos, el ruido
despertar a medio pueblo, y no creo que a l le agrade mucho la idea. No es lo
mismo enfrentarse a un hombre solo que a varios centenares de personas cuyo
sueo se ha visto bruscamente interrumpido.

T ten cuidado por si acaso maana no puedes despertar me dijo Joe


casi sin poder hablar a causa de la clera que le embargaba.
Dicho lo cual, sali de all soltando profundos resoplidos y con los dientes
rechinndole de pura rabia. Algo ms tarde, a las ocho en punto, Ted Dennis lleg
provisto de una pistola y se dispuso a ayudarme a montar guardia en el muelle.
Ted estaba ms animado y alegre de lo que yo le haba visto nunca, y verle
escondido tras unos barriles con el arma a punto, esperando con ansiedad a que
apareciese el fantasma, casi me hizo olvidar por completo los gastos que me iba a
suponer su compaa.

Aquella noche el fantasma no apareci, por lo que Ted se mostr


ligeramente decepcionado cuando, a la maana siguiente, cogi sus nueve
peniques y se march a casa. La noche siguiente fue una repeticin de la anterior, y
lo mismo ocurri durante las noches posteriores, por lo que Ted, contrariado, dej
de acechar a escondidas al fantasma y comenz a pasar las noches echando
cabezadas en la oficina.

As transcurri una semana entera, y luego otra, durante las cuales seguimos
sin obtener el menor rastro ni del fantasma de Sam Bullet ni de Joe Peel. Cada
maana, bien temprano, yo me vea obligado a forzar la mejor de mis sonrisas
mientras le pona a Ted nueve peniques en la mano. Aquello casi lleg a
arruinarme. Sin embargo, lo peor no fue eso. Lo peor fue que me vea incapaz de
explicarle a mi esposa por qu andaba siempre tan escaso de dinero. Al principio
ella quera saber simplemente en qu me lo gastaba, pero luego comenz a
preguntarme en quin me lo gastaba. Aquella situacin tan insoportable estuvo a
punto de acabar con mi matrimonio, sobre todo cuando mi esposa, enfurecida, me
arroj a la cabeza una de las sillas de la cocina y el jarrn que haba sobre la repisa
de la chimenea. A pesar de todo ello, yo, por desgracia, segua sin poder contarle ni
una sola palabra de la verdad. Para colmo de males, fue por aquel entonces
cuando, arrastrado por el ejemplo de unos cuantos trabajadores del muelle de
Smith que se haban declarado en huelga, Ted me amenaz con ponerse tambin
en huelga si yo no me comprometa a pagarle un cheln por noche.

Si no recuerdo mal, aquello tuvo lugar cuando l llevaba ya tres semanas


conmigo. Cuando lleg el sbado de aquella tercera semana, yo, como era de
esperar, tena menos dinero que nunca, y mi esposa se enfad tanto conmigo por
ello cuando regres a casa que los vecinos de mi calle, intrigados por el ruido,
salieron a la puerta de sus viviendas para escuchar atentamente las voces que
salan de mi ventana mientras ella me reprenda y me echaba en cara mi falta de
responsabilidad.

Soport los gritos de mi mujer tanto tiempo como me fue posible hasta que,
en un momento dado, aprovechando que ella me daba la espalda, me escabull.
Mientras ella me haba estado gritando yo haba estado ocupado pensando. Y
mientras pensaba, llegu a la conclusin de que no tena por qu seguir soportando
todo aquello por culpa de un reloj y una cadena de oro cuyo dueo ya estaba
muerto.

Yo ignoraba dnde viva exactamente Joe Peel, pero conoca tanto al sujeto
en cuestin como sus costumbres. As que, despus de recorrer siete de los bares
que l sola frecuentar con su pandilla de amigos, lo encontr sentado y bebiendo a
solas en una pequea taberna. Lentamente, procurando no llamar la atencin, me
acerqu a su mesa y me sent frente a l.

Buenas dije. Joe Peel solt un gruido.

Te apetece un trago? le propuse.

Joe volvi a gruir, pero aquella segunda vez con menos fuerza que la
anterior, as que me acerqu al mostrador en busca de un par de cervezas y, una
vez las tuve conmigo, regres a la mesa y me sent a su lado.

He estado buscndote le dije.

Ah, s? me dijo mirndome de arriba abajo mientras se llevaba la jarra a


los labios. Pues aqu me tienes. Ya me has encontrado. Qu quieres?

Quiero hablar contigo acerca del fantasma de Sam respond.

Joe Peel baj su jarra, la dej a un lado y me dirigi una mirada fulminante.

Escchame bien! No intentes rerte de m porque no te lo voy a consentir


me advirti, hecho una furia.

No pretendo rerme de ti le dije. Lo nico que quiero es saber una


cosa: sigues pensando lo mismo que antes con respecto a aquel reloj y aquella
cadena que en vida pertenecieron a Sam?

Al principio pareci que Joe no iba a ser capaz de articular palabra. Sin
embargo, al cabo de unos segundos, reaccion por fin profiriendo un feo
juramento.

Oye, t! aadi, qu demonios te traes entre manos?


Quiero saberlo siguiente: si te entrego el reloj y la cadena a cambio de los
quince chelines, se mantendr el fantasma alejado para siempre del muelle en el
que trabajo? pregunt.

Pues claro respondi Joe mirndome fijamente. Es que acaso ha


vuelto a visitarte?

No, no lo ha hecho contest. Pero tampoco quiero incitarle a que lo


haga. En cuanto al reloj y la cadena, si l quiere que seas t quien los tenga, dame
los quince chelines y tuyos sern.

Joe me mir durante un instante como si no pudiese dar crdito a lo que


estaba oyendo. Luego se meti la mano en el bolsillo y sac de ste un cheln,
cuatro peniques, un lpiz y lo que quedaba de una pipa de arcilla rota.

Esto es todo lo que tengo dijo. Tendr que deberte el resto. Deberas
haber aceptado los quince chelines cuando an los tena en mi poder.

Aquello no pareca tener remedio, as que, tras hacerle jurar que me pagara
el resto del dinero cuando lo tuviese y que si vea al fantasma le dira que no
volviese a visitarme nunca ms, le entregu el reloj y la cadena y me apresur a
salir de all. Joe me sigui hasta la puerta para verme marchar, y si alguna vez he
visto a un hombre mirarme con una expresin en la que se entremezclaban de
manera sublime el desconcierto y la satisfaccin, fue precisamente en aquella
ocasin.

Lo que acababa de hacer me quit un enorme peso de encima. Mi conciencia


me deca que haba actuado correctamente, as que, despus de encargarle a un
muchacho que le entregara a Ted Dennis un mensaje en el que le deca que ya no
haca falta que volviera ms al muelle, me sent tremendamente feliz por primera
vez en mucho tiempo. Tanto, que cuando aquella tarde llegu al embarcadero para
empezar mi turno el lugar me pareci diferente y me puse manos a la obra con
nimos renovados. Llevaba un buen rato inmerso en mi trabajo, disfrutando con l
justo como sola hacer en los viejos tiempos, cuando un polica, el mismo con el
que me top la noche de la visita del fantasma, pas por all.

Hola me salud. Qu tal va eso? Ha vuelto a ver usted a su


fantasma?

Pues no, no lo he vuelto a ver respond. Y usted, agente?


Yo tampoco me dijo. Se nos escap.

Que se les escap? Cmo que se les escap? pregunt, mirndole


extraado. Qu quiere usted decir con eso?

Pues ver usted me dijo el polica sacudiendo la cabeza con pesar. El


da siguiente a aquella noche en que usted sali gritando por esa misma puerta y
vino a esconderse detrs de m como un nio asustado, Sam Bullet se enrol como
marinero en el Ocean King, una corbeta que zarp aquella misma maana con
destino a Valparaso. Se nos escap por tan slo unas pocas horas.

El agente hizo un amago de marcharse pero luego, volvindose una vez ms


hacia m, me mir con cara de pocos amigos y aadi:

La prxima vez que vea usted un fantasma, en vez de buscar a un polica


para que le ayude a atraparlo, primero atrape al fantasma usted mismo y luego
vaya a buscar a la polica.
EN MEDIO DEL OCANO

(In Mid-Atlantic, 1898)

No, seor dijo el vigilante nocturno metindose en la boca un buen


puado de tabaco para mascar y tomando asiento en uno de los postes que se
levantaban en el extremo ms alejado del embarcadero. De ninguna manera.
Antes de aceptar este trabajo me pas cuarenta aos navegando y durante todo ese
tiempo me tropec con nada que pudiese ser considerado un fantasma de verdad.

Aquellas palabras me causaron una enorme decepcin, sobre todo teniendo


en cuenta que, a juzgar por las historias que le haba odo relatar a Bill en multitud
de ocasiones, yo esperaba or precisamente todo lo contrario.

No obstante, si pasamos revista a mis propias experiencias, debo confesar


que en este mundo ocurren con frecuencia cosas sumamente curiosas aadi Bill
dejando que su mirada se perdiese durante unos instantes en el vaco como si
acabase de entrar en una especie de trance. S, cosas muy, pero que muy curiosas
murmur.

Me arm de paciencia y esper. La mirada de Bill, tras posarse durante


algunos minutos en la ribera opuesta del ro, se detuvo momentneamente en las
negras aguas de la corriente como esperando lo que pareca una inminente colisin
entre un remolcador y un vapor al que aqul se haba acercado demasiado. No
obstante, una vez comprendi que finalmente ninguna catstrofe iba a tener lugar,
acab posando de nuevo sus ojos en m.

Me imagino me dijo entonces que habrs odo esa historia que el viejo
Harris anda contando por ah acerca de un capitn que conoci en cierta ocasin, el
cual, habindole sido advertido una noche que deba cambiar el rumbo que llevaba
su barco, y habiendo decidido hacer caso de dicha advertencia, recogi en pleno
ocano a cinco hombres vivos y tres muertos que navegaban a la deriva en un
pequeo bote.

Yo asent ligeramente con la cabeza.


Claro que s. Aunque el viejo Harris se ha tomado la molestia de cambiar
algn que otro detalle, en realidad se trata de una historia muy antigua dije.

Pues esa historia est basada en otra que yo mismo le cont a l en cierta
ocasin dijo Bill. Al decir esto no estoy acusando al viejo Harris de haberse
apropiado indebidamente de una historia verdica que en realidad pertenece a otro
hombre, ni de haber estropeado la historia en cuestin con elementos que no
provienen sino de su propia invencin. Lo nico que intento dejar claro es que el
viejo Harris tiene una memoria demasiado mala como para dedicarse a contar
historias. En primer lugar, se olvida del hecho fundamental de que ha odo la
historia en algn sitio y acaba creyndose que la ha protagonizado l en persona.
Y, por otro lado, a la hora de contarla la cambia de arriba abajo y acaba
destrozndola por completo.

Al or aquello, no pude evitar esbozar una ligera sonrisa. El viejo Harris era
el tipo ms sincero que yo he conocido en toda mi vida, y, por desgracia, tena el
defecto de que dicha sinceridad acababa afectando inevitablemente a todas y cada
una de las historias que contaba. Por el contrario, las que Bill acostumbraba referir
no conocan otro lmite que los de la frtil imaginacin de su narrador.

Todo ocurri har ahora unos quince aos comenz a relatar Bill tras
acomodar el tabaco que mascaba en uno de sus carrillos de tal manera que no le
molestase al hablar. Por aquel entonces yo era marinero del Swallow, una
corbeta que se dedicaba al comercio dondequiera que hubiese mercanca con la
que comerciar. En aquel viaje en particular, zarpamos de Londres rumbo a Jamaica
con un cargamento de lo ms variopinto.

El inicio del viaje fue verdaderamente prometedor. Fuimos remolcados


rumbo norte desde los muelles de St. Katherine y, una vez que el remolcador nos
dej solos, un fuerte viento nos empuj limpiamente por el Canal de La Mancha y
nos lanz desde all hasta el Atlntico. Todo el mundo se mostr de acuerdo en que
el inicio de nuestro viaje no poda haber sido mejor y en que, de seguir todo como
hasta el momento, concluiramos nuestro viaje en un tiempo nunca visto. El primer
oficial se hallaba de tan buen humor que a uno le entraban ganas de obedecer sus
rdenes antes incluso de que l terminara de darlas.

Llevaramos unos diez das en alta mar, y seguamos deslizndonos sobre


las olas con aquella misma alegra que nos haba acompaado desde el inicio del
viaje, cuando, de golpe y porrazo, todo cambi radicalmente. Recuerdo que era de
noche, y que yo me hallaba al timn en compaa del segundo oficial, cuando el
capitn, cuyo nombre era Brown, subi precipitadamente a cubierta con aspecto
inquieto y preocupado y, sin mencionar una sola palabra, se qued mirndonos
fijamente. Al cabo de un minuto, cuando por fin pareci decidirse a hablar, acerc
su rostro al del segundo oficial y le dijo a ste:

Mr. McMillan, acabo de tener una experiencia de lo ms sorprendente y


no s qu hacer al respecto.

Usted dir, capitn repuso Mr. McMillan.

Hasta tres veces me ha despertado esta noche algo o alguien que pareca
estar gritndome al odo: Vira al noroeste! Vira al noroeste! dijo el capitn
con gravedad. Y eso es lo nico que dice: Vira al noroeste!. La primera vez
que o la voz, creyendo que algn bromista se haba metido en mi camarote
gritando a pleno pulmn, la emprend a bastonazos en la oscuridad con cuanto me
rodeaba. Pero, en cambio, ahora que ya la he odo hasta en tres ocasiones, empiezo
a creer que realmente hay algo extrao en todo el asunto.

Sin duda alguna debe de tratarse de algn tipo de advertencia


sobrenatural dijo el segundo oficial, cuyo to abuelo tena el don de la
clarividencia, lo cual lo haba convertido en el miembro menos apreciado de la
familia, pues siempre saba lo que iba a suceder y, por lo tanto, actuaba segn le
dictaban sus propias predicciones.

Eso es justo lo que yo creo convino el capitn. Estoy convencido de


que si seguimos el rumbo indicado por la voz no tardaremos en encontrar algn
nufrago en serio peligro.

De ser tal y como usted dice, nos hallaramos ante una enorme
responsabilidad, capitn dijo Mr. McMillan. Creo que deberamos llamar al
primer oficial y discutir con l la cuestin.

Bill me dijo entonces el capitn. Ve abajo y dile a Mr. Salmon que


deseo hablar con l.

Aprestndome a obedecer la orden, abandon la cubierta y fui a despertar


al primer oficial. En cuanto ste comprendi para qu quera verle el capitn, se
puso hecho una furia, comenz a proferir toda clase de insultos y palabrotas y me
golpe repetidas veces. A continuacin, todava en pleno ataque de ira, subi
corriendo a cubierta llevando puestos tan slo unos calzoncillos y un par de
calcetines. Aquella era una manera de lo ms irrespetuosa de presentarse ante el
capitn, pero el primer oficial se hallaba tan furioso y excitado que, en aquel
preciso instante, aquel detalle no pareci importarle lo ms mnimo.

Mr. Salmon le dijo gravemente el capitn. Acabo de recibir una


advertencia de lo ms solemne, y quisiera

S, s, ya lo s le interrumpi el oficial con brusquedad.

Cmo? Lo sabe? Es que acaso tambin ha llegado usted a or la voz?


pregunt, asombrado, el capitn. Y tambin por tres veces, igual que yo?

Qu va, capitn! Es que Bill me ha contado toda la historia justo antes de


subir respondi el oficial sealndome a m. Hgame caso, seor: todo eso no
ha sido ms que una simple pesadilla.

No ha sido una simple pesadilla, tal y como usted la llama, Mr. Salmon
repuso el capitn, visiblemente indignado. Eso puede usted darlo por seguro.
Y djeme aadir una cosa al respecto: si vuelvo a or esa voz aunque sea tan slo
una vez ms, cambiar el rumbo de esta nave.

El primer oficial permaneci inmvil, en silencio, y sin saber qu hacer. Se


notaba alas claras que estaba deseando decirle al capitn algo que no resultaba
demasiado agradable de or. Yo, que conoca bien a aquel hombre, pude
imaginarme lo que deba de sentir por dentro en aquel preciso instante, y me di
cuenta de que si no haca nada acabara ponindose enfermo. No en vano,
perteneca a esa clase de hombres excesivamente impulsivos que, ante cualquier
situacin, necesitan explotar de una u otra manera. En aquella ocasin en concreto
dio media vuelta, se alej caminando y se asom por la borda durante unos
segundos. Luego, cuando por fin, tras respirar profundamente varias veces, se
acerc de nuevo al capitn, se encontraba ya, aunque siempre relativamente
hablando, algo ms calmado.

Puedo darle un consejo, seor? Ponga los medios para no volver a or


esa voz dijo. No se eche a dormir durante lo que queda de noche. Permanezca
despierto conmigo y podremos echar juntos una buena partida de cartas. Luego,
por la maana, cuando llegue la hora del desayuno, podremos darnos un festn a
base de filetes de ruibarbo. Pero, por lo que ms quiera aadi en tono de splica
, no se empee en estropear uno de los mejores viajes que hemos tenido en
mucho tiempo.

Mr. Salmon replic el capitn, muy enfadado, de ninguna de las


maneras voy a irme de aqu dndole la espalda a una llamada que sin duda alguna
es obra de la Divina Providencia. Dormir tal y como tengo por costumbre, y por lo
que respecta a ese festn a base de filetes de ruibarbo del que usted me habla
aadi el capitn dejndose llevar por un repentino acceso de ira, maldita sea!,
se lo har tragar a golpes, aunque sea crudo, a toda la tripulacin, desde el primer
oficial (que es usted) hasta el ltimo grumete, si alguien vuelve a importunarme
con este asunto.

Tras or aquellas palabras, Mr. Salmon, que estaba a punto de explotar,


opt por dar media vuelta y abandonar la cubierta maldiciendo entre dientes y
seguido de cerca por el capitn. Mr. McMillan, por su parte, se hallaba tan alterado
por la escena que acabbamos de presenciar que incluso se atrevi a romper las
distancias que suelen separar a oficial y marinero y estuvo un buen rato hablando
conmigo sin cortapisas de lo que le pareca todo aquel asunto. As
permaneceramos alrededor de una media hora, justo el tiempo que tard el
capitn en regresar corriendo a cubierta.

Mr. McMillan le dijo ste, presa de una enorme excitacin, al segundo


oficial. Vire el rumbo de la nave al noroeste y mantngalo as hasta nueva orden.
Acabo de or esa voz por cuarta vez esta noche, y con tanta fuerza que a punto ha
estado de reventarme los tmpanos.

Y as fue como el rumbo de la nave se vio definitivamente alterado


mientras el capitn, una vez satisfecho, regresaba de nuevo a su camarote. Unos
pocos minutos ms tarde, para gran alivio mo, mi turno lleg a su fin y pude irme
abajo a descansar. Yo ya no estaba de turno cuando Mr. Salmon, el primer oficial,
subi a cubierta, pero aquellos que s lo estaban me contaron posteriormente que
pareci tomarse aquella situacin con mucha calma. Cuando apareci no dijo ni
una sola palabra. Se limit a sentarse, sin ms, en la popa y a soltar de vez en
cuando profundos resoplidos.

Tan pronto como se hizo de da, el capitn subi a cubierta y comenz a


rastrear el horizonte con su catalejo. Incluso lleg a ordenarles a varios hombres
que se encaramasen a lo ms alto del palo mayor para, desde all, obtener una
mejor panormica del mar circundante. Por lo dems, se pas toda la maana en
cubierta, recorrindola incesantemente de un extremo a otro sin poder permanecer
quieto ni un solo instante. Al verle caminar, uno no poda evitar pensar que el
suelo pareca estar quemndole la planta de los pies.

Durante cunto tiempo ms tendremos que seguir navegando con este


rumbo, capitn? le pregunt el primer oficial sobre las diez de la maana.

An no he decidido nada al respecto, Mr. Salmon contest el


interpelado.

Aunque al decir aquello el capitn estaba muy serio, yo pude percibir


claramente en sus ojos un ligero temblor de duda, como si fuese consciente de que,
merced a aquella improvisada maniobra, poda estar a punto de hacer el ms
completo de los ridculos delante de toda su tripulacin.

Sobre las doce en punto del medioda, el primer oficial, sentado todava en
la popa, tosi ruidosamente un par de veces. A partir de aquel momento, cada vez
que ste tosa, su tos pareca tener un efecto inmediato sobre el capitn, el cual
pareca ponerse cada vez ms y ms nervioso. Ahora que el da se hallaba bien
avanzado, Mr. Salmon no pareca encontrarse tan exasperado como la noche
anterior, mientras que el capitn, por su parte, daba la impresin de estar a la
espera de encontrar el menor pretexto para devolver la nave a su antiguo rumbo.

Esa tos que le ha entrado a usted hoy no me gusta nada, Mr. Salmon
dijo en cierta ocasin al tiempo que le diriga una feroz mirada al primer oficial.

Debo confesar que a m tampoco, capitn replic el otro. Lo cierto es


que me tiene verdaderamente preocupado. Aunque, sabe una cosa? Creo que es
precisamente este maldito rumbo noroeste lo que le est sentando tan mal a mi
garganta.

Despus de tragar saliva dos o tres veces, el capitn se alej de all


caminando pesadamente. No obstante, al cabo de un minuto regres junto al
primer oficial y le dijo:

Mr. Salmon, quiero que sepa que sera para m una verdadera lstima
perder a un oficial tan valioso como usted incluso en el caso de que su prdida
sobreviniese en el intento de salvar las vidas de unos pobres nufragos, como es el
caso. Como ya le dije antes, hay algo en esa tos suya que no me gusta nada, as que
si de verdad cree usted que este rumbo noroeste que llevamos es realmente lo que
est perjudicando de manera tan seria a su salud bueno, sepa usted que por mi
parte no hay inconveniente alguno en devolver este barco a su rumbo original.

Al or aquello, el primer oficial se levant y le dio las gracias amablemente


al capitn. ste, por su parte, se dispona ya a dar las rdenes pertinentes para
enderezar la nave cuando uno de los hombres que se hallaban subidos al palo
mayor exclam de repente:

Por all! Un bote por babor!

Tras dar un respingo que hizo pensar a muchos que acababa de recibir un
disparo, el capitn se acerc corriendo a la borda de babor y escudri el horizonte
con su catalejo. Casi de inmediato, se volvi hacia el primer oficial con el rostro
encendido de pura excitacin y nerviosismo.

Mr. Salmon le dijo a ste, ah lo tiene usted: un pequeo bote de vela


perdido en medio del ocano con un pobre hombre inconsciente en su interior.
Qu le parece eso? Qu opina usted ahora de la llamada que recib de parte de la
Divina Providencia?

Al principio el primer oficial no dijo nada, pero luego, una vez hubo
tomado el catalejo de manos de su superior y se hubo acercado a babor para echar
un vistazo, todos los all presentes pudimos darnos cuenta de que la opinin que
del capitn tena hasta el momento aquel hombre acababa de subir muchos
enteros.

Es verdaderamente increble, capitn dijo. Le aseguro que recordar


este da durante el resto de mi vida. Resulta evidente que ha sido usted
especialmente elegido por la Providencia para llevar a cabo una accin tan loable.

Excepto en cierta ocasin en que se cay por la borda y qued atrapado en


el barro del Tmesis, lo cual impidi que la corriente le arrastrara fatalmente,
nunca antes haba odo yo al primer oficial hablar de aquella manera. Aquella vez
dijo tambin que el hecho de que la corriente no se lo llevase consigo haba sido
cosa de la Providencia, pero, si he de ser sincero, como en aquel momento la marea
estaba muy baja, yo no estoy muy seguro de que la Providencia tuviese mucho que
ver con lo que sucedi aquel da.

Pero, en fin, lo cierto es que se hallaba tan excitado que l mismo, sin
esperar a que nadie le dijese nada, se coloc tras el timn y pilot la nave rumbo a
la pequea embarcacin que acababa de aparecer en el horizonte. Conforme nos
aproximbamos, todos nos pusimos rpidamente en movimiento y bajamos
nuestro propio bote, a cuyo interior saltamos, adems de otros tres hombres, el
segundo oficial y yo. Una vez sobre las olas, comenzamos a remar con todas
nuestras fuerzas hacia la nave recin aparecida.

No se preocupen por el bote. Dejen que se vaya a la deriva nos grit


desde el barco el capitn mientras nos alejbamos a golpe de remo. Preocpense
solamente de salvar a quien se encuentre a bordo!

En honor de Mr. McMillan, debo decir que ste gobern el bote de una
manera tan magistral que no tardamos en hallamos a escasa distancia de la
embarcacin que perseguamos. Una vez que nuestro bote logr situarse
hbilmente junto al costado del otro, dos de nosotros, tras levantar nuestros remos,
lo agarramos fuertemente por la borda. Entonces pudimos ver que no se trataba
ms que de un bote normal y corriente dotado de una pequea cabina que ocupaba
casi la mitad de la cubierta. Por la abertura que conduca al interior de dicha cabina
asomaban la cabeza y los hombros de un hombre que no slo dorma a pierna
suelta, sino que adems roncaba ruidosamente.

Pobre diablo dijo Mr. McMillan ponindose en pie. Est hecho una
autntica piltrafa.

Tras decir aquello, agarr al desconocido con una mano por el cuello del
abrigo y con la otra por el cinturn y, haciendo alarde de una extraordinaria fuerza
fsica, lo levant en peso y lo meti de un tirn en nuestro bote, el cual no paraba
de cabecear al ritmo incesante de las olas y de golpear contra el costado del otro.
Una vez concluida la operacin, comenzamos a alejarnos de all.

Justo en aquel momento, mientras Mr. McMillan se dejaba caer sobre uno
de los bancos, el hombre que acabbamos de rescatar abri los ojos de repente y,
tras proferir un potente rugido, intent ponerse en pie con claras intenciones de
regresar de un salto a su bote.

Rpido! Agrrenlo! grit el segundo oficial. No lo suelten! Este


pobre infeliz se ha vuelto loco.

Por la manera tan feroz en que aquel hombre se debati y grit, a todos nos
pareci que el segundo oficial deba de hallarse indudablemente en lo cierto. Aquel
tipo era pequeo pero correoso, y tan fuerte como una barra de hierro. Durante un
buen rato nos mordi, nos golpe y hasta nos insult como si verdaderamente le
fuese la vida en ello hasta que al final, tras ponerle la zancadilla, pudimos
derribarle sobre el fondo del bote. Una vez reducido, le sujetamos fuertemente
boca abajo contra uno de los bancos y con la cabeza asomndole por la borda.

Se acab, amigo le dijo entonces el segundo oficial. No tienes nada


que temer. Slo intentamos ayudarte. Ahora ya ests a salvo.
Maldita sea! respondi aquel tipo. A qu demonios se creen que
estn jugando? Dnde est mi bote? Dganmelo! Dnde est mi bote?

De una violenta sacudida, el hombre logr enderezar momentneamente la


cabeza para mirar al frente. Cuando vio cmo, a unos trescientos metros de donde
nos encontrbamos, su bote se alejaba rpidamente a la deriva, perdi
completamente los estribos y jur y perjur que si Mr. McMillan no cambiaba de
rumbo y emprenda su persecucin, le matara a la menor oportunidad.

No podemos emprender el rescate de su bote le contest el segundo


oficial. Bastantes molestias nos ha ocasionado hasta el momento rescatarle a
usted.

Y quin demonios les ha pedido a ustedes que me rescaten? vocifer


el hombre. Les har pagar por lo que estn haciendo, malditos piratas. Si hay
alguna ley en Amrica que sea capaz de ampararme, har que caiga sobre sus
cabezas con todo su peso.

Para entonces ya habamos alcanzado nuestro barco, el cual haba reducido


velas hasta casi detenerse a nuestro lado. El capitn, de pie junto a la borda, miraba
al desconocido con una amplia sonrisa cargada de amabilidad que a punto estuvo
de hacer que ste estallase nuevamente en clera.

Bienvenido a bordo, amigo mo le dijo ofrecindole la mano conforme


el otro trepaba por una escala.

Es usted el autor de este atropello? pregunt el hombre con dureza en


cuanto se encontr frente al capitn.

Me temo que no le comprendo repuso el capitn irguiendo el cuello


con dignidad.

Maldita sea! Creo que hablo bien claro, no? rugi el hombre.
Orden usted a sus hombres que me sacasen por la fuerza de mi bote mientras yo
estaba indefenso echando una cabezada?

Pues claro respondi el capitn. Me imagino que no querra usted


seguir expuesto al peligro de ir a la deriva por el ocano a bordo de aquel pedazo
de chatarra, verdad? Anoche tuve una especie de visin sobrenatural en la que se
me avisaba de que deba tomar este rumbo con el nico propsito de rescatarle. Y
despus de todas las molestias que tanto mi tripulacin como yo nos hemos
tomado, es sta la gratitud que usted nos ofrece?

De acuerdo. Ahora esccheme bien usted a m! exclam el otro. Soy


el capitn Naskett, y estoy realizando un viaje con el que pretendo batir una marca:
la de navegar desde Nueva York hasta Liverpool en el barco ms pequeo que ha
cruzado jams el Atlntico. Y a que no adivina lo que me ocurre? Pues que me
encuentro justo en mitad de mi travesa cuando aparece usted y lo echa todo a
perder por culpa de lo que cree que es su maldito deber. Si piensa que voy a dejar
que me secuestren simplemente para que vea usted realizadas sus dichosas
visiones de ultratumba, est usted muy, pero que muy equivocado, caballero. Por
el contrario, lo que s har ser caer sobre usted con todo el peso de la ley. Porque,
como sin duda alguna sabr, el secuestro es un delito muy grave.

Y para qu ha venido hasta aqu entonces? repuso el capitn.

Que para qu he venido hasta aqu?! aull el capitn Naskett. Que


para qu he venido, dice usted? Rayos! Un tipo que va al mando de un bote lleno
de rufianes disfrazados de marinero aparece de repente a mi lado y me secuestra
mientras duermo y usted tiene la desfachatez de preguntarme para qu he venido
hasta aqu. Esccheme bien. Si despliega ahora mismo todas las velas de que
dispone esta nave, ponemos rumbo a mi bote, lo alcanzamos y yo vuelvo a navegar
en l sin ms contratiempos, le prometo que olvidar todo este desafortunado
incidente. Pero si no lo hace, tenga por seguro que le llevar ante los tribunales y,
por si eso fuera poco, adems le convertir en el hazmerrer de dos continentes.

Ante amenazas como aqullas, que conferan a todo el asunto un carcter


bastante ms grave de lo que a simple vista hubiese podido llegar a parecer, el
capitn decidi poner rumbo al bote de marras. Mr. Salmon, quien opinaba que ya
se haba perdido ms tiempo del que estaba dispuesto a permitir, se enfrent por
su cuenta al capitn Naskett. Como ambos hombres tenan lenguas
extremadamente afiladas, escuchar las amenazas e insultos que durante un buen
rato se dirigieron el uno al otro result de lo ms instructivo incluso para hombres
tan rudos y acostumbrados a las malas palabras como los que componamos
aquella tripulacin. Cada uno de los all presentes nos acercamos a los
contendientes tanto como nos lo permiti nuestro valor con el fin de no perder ni
un solo detalle delo que stos decan.

En honor a la verdad, debo decir que el capitn Naskett acab llevndose la


mejor parte de toda aquella guerra dialctica. No en vano, era un hombre
tremendamente sarcstico. Dijo que, a su modo de ver, nuestro sucio barco pareca
haber sido equipado con el nico fin de recoger nufragos, y que todos nosotros no
parecamos sino precisamente eso, pobres nufragos muertos de hambre que no
tenan ni idea de lo que era tripular una nave. Aadi que, por descontado, hasta
un idiota sera capaz de darse cuenta, con un simple vistazo, de que ninguno de
nosotros era un marinero de verdad, y que no le extraara lo ms mnimo
descubrir que Mr. Salmon, ah donde lo vea, no fuese sino un carnicero obligado a
hacerse a la mar por culpa de mltiples y deshonrosas deudas. Prosigui
parloteando de aquella manera tan injuriosa durante todo el tiempo que tardamos
en alcanzar su odioso bote. Cuando finalmente lo conseguimos, a m se me ocurri
dirigir una mirada hacia Mr. Salmon, y pude comprobar que ni tan siquiera
nuestro propio capitn poda mostrarse tan contento como l de verse por fin libre
de aquel hombre.

Como no poda ser menos, el capitn Naskett se comport de manera


extremadamente grosera y desagradable hasta el ltimo momento. Como remate,
justo antes de abandonar nuestra nave se acerc al capitn Brown y le dijo con
sorna, a modo de consejo, que cerrara los ojos y diese tres vueltas sobre s mismo
para ver si as consegua encontrar el rumbo con el que poder gobernar nuestra
nave como estaba mandado. Nunca he visto al capitn Brown sentirse tan
abochornado como en aquella ocasin. Aquella noche, casi por casualidad, o
claramente cmo le comentaba a Mr. McMillan que si alguna vez volva a apartarse
de su rumbo para ir en busca de alguna otra nave, sera con el nico propsito de
enviarla al fondo del mar.

La mayor parte de la gente que tiene experiencias de carcter sobrenatural


prefiere ser cauta y mantener la boca bien cerrada en lo que atae a dichas
experiencias, pero, si he de decir la verdad, desde aquel da el capitn Brown fue
siempre el ms cauto de cuantos me ha sido dado conocer. Y no slo eso, sino que,
adems, se empe firmemente en que todos nosotros guardsemos tambin un
celoso silencio al respecto. Incluso cuando, a lo largo de aquella travesa, nuestra
nave tuvo que poner rumbo al noroeste por motivos de estricta necesidad, dej
bien claro que la idea no le complaca en absoluto. Y, a mis ojos, acab
convirtindose en el hombre ms cruelmente decepcionado de cuantos he conocido
en toda mi vida cuando, algn tiempo ms tarde, nos enteramos de que el capitn
Naskett haba llegado sano y salvo a Liverpool a bordo de su maldita cscara de
nuez.
TAL PARA CUAL

(Twin Spirits, 1901)

Junto al mar, en cierta parte de la costa este del pas, se levantaba


estoicamente La Terraza, una pequea zona residencial compuesta por ocho casas
de aspecto ttrico y desolado. Sus fachadas delanteras, azotadas sin tregua por la
sal y la brisa marinas, se enfrentaban ceudas a las aguas mientras las ventanas de
las habitaciones posteriores miraban en silencio hacia la vetusta poblacin que se
encontraba aproximadamente media milla tierra adentro. De la playa, una rida
extensin de terreno cubierta de guijarros y nica barrera entre las casas y el mar,
hubiera podido decirse que se hallaba desierta y olvidada de no ser por la muda
presencia de una baera abandonada y cubierta de herrumbre y unas cuantas
prendas de ropa puestas a secar bajo el tibio sol del invierno. En el horizonte,
minsculos barcos de vapor dibujaban en el cielo finas lneas de humo mientras
numerosas embarcaciones de vela, con el sol refulgiendo en sus blanqusimas
lonas, aparecan y desaparecan continuamente de la vista. Desde la orilla, La
Terraza contemplaba todo aquel panorama con aspecto impasible mientras, una
vez contadas las ganancias de la temporada anterior, no haca ms que preguntarse
si lograra sobrevivir hasta la siguiente. Al pensar en aquello, La Terraza se pona
muy triste, e incluso llegaba a sentirse en extremo afligida cuando recordaba aquel
edicto municipal que recientemente haba denegado la construccin de un
pequeo paseo martimo, un quiosco para una banda de msica y unos jardines
iluminados.

Desde una de las ventanas del tercer piso del nmero 1, Mrs. Cox, entre
suaves suspiros, contemplaba fijamente el mar. La temporada haba sido mala, y
Mr. Cox haba causado ms problemas de los que en un principio caba esperar
debido sobre todo a las estrecheces vividas recientemente en el mercado de valores
y a la invariable preferencia, profesada por todos los hombres de negocio locales,
por aceptar pagos en metlico antes que pagos a cuenta. Nunca antes, al menos
que Mr. Cox recordase, se haba producido en el pueblo una situacin como
aqulla. Y, como en l era previsible, ante aquella severa sequa monetaria su
cosecha de paciencia no tard en agotarse.

Aunque en su juventud Mr. Cox haba sido un hombre consagrado al


trabajo, su salud haba llegado a sufrir tanto a causa del mismo que no tuvo que
pasar mucho tiempo antes de que Mrs. Cox comenzase a preocuparse seriamente
por la vida de su marido. Invariablemente, el trabajo, fuese de la ndole que fuese,
pareca provocarle a Mr. Cox una horrible tos. Esto, unido al hecho de que el
hombre en cuestin proceda de una familia cuyos frgiles pulmones, transmitidos
de generacin en generacin, haban sido el principal tema de conversacin de
cuantos les rodeaban, le haba puesto en la obligacin de abandonar cualquier
actividad laboral. Finalmente, su esposa le dio a entender que si se dedicaba sin
ms a entretenerse cultivando algn que otro ligero pasatiempo y procurando no
meterse nunca en los, ella no le pedira que hiciese nada ms. Para un hombre tan
activo y emprendedor como l, aqulla no era precisamente una perspectiva muy
alentadora, por lo que en ocasiones, sobre todo cuando aquella situacin se le haca
especialmente insoportable, desapareca durante das enteros en busca de algn
trabajo que desempear para acabar regresando al hogar lleno de frustracin y con
los nervios destrozados a causa del escaso resultado obtenido.

Aquella tarde, sin embargo, los pensamientos de Mrs. Cox se vieron


sbitamente interrumpidos por unos golpes que resonaron con fuerza sobre la
puerta principal. Como los criados se haban marchado nada ms acabar la
temporada, tal y como all era habitual, se levant y ech a correr escaleras abajo
con la esperanza de que se tratase de algn husped tardo, como, por ejemplo, un
invlido que se hubiese acercado por all en busca de los saludables aires del mar.
No obstante, cuando abri la puerta se encontr en el umbral con una corpulenta
mujer de mediana edad vestida completamente de luto.

No sabes cmo me alegro de volver a verte, querida dijo la recin


llegada dndole a Mrs. Cox un ruidoso beso en la mejilla.

Mrs. Cox respondi con un ligero abrazo completamente falto de emocin,


pero no porque sintiese una especial aversin hacia la visitante, sino porque todo
lo haca de una manera completamente lnguida y anodina.

Sabes, querida? Mi to Joseph ha venido de Londres para pasar unos das


con nosotros continu la recin llegada entrando en el vestbulo, as que, ya
que tena pensado tomar el tren para venir a verte, he decidido traerle conmigo
para que respire un poco de esta maravillosa brisa marina que tenis aqu.

Una pregunta se deshizo en los labios de Mrs. Cox cuando un hombrecillo


que haba estado oculto todo el tiempo tras las amplias faldas de aquella mujer
apareci de repente.
ste es mi to Joseph explic Mrs. Berry, pues tal era el nombre de la
recin llegada. Mr. Joseph Piper aadi.

Mr. Piper le estrech la mano a Mrs. Cox y, tras unas breves palabras de
presentacin pronunciadas desde el felpudo, los recin llegados siguieron a su
anfitriona hasta el interior de una sombra sala de estar.

Y tu esposo, querida? No se encuentra en casa? pregunt Mrs. Berry


con frialdad.

Mrs. Cox neg con la cabeza.

Lleva tres das fuera respondi ponindose colorada.

Y qu es lo que hace? Buscar trabajo? pregunt la visitante.

Mrs. Cox asinti y, tras juntar las yemas de los dedos, se estremeci
ligeramente.

Bueno, tan slo espero que lo encuentre dijo Mrs. Berry vertiendo en sus
palabras ms veneno de lo que aquel simple comentario pareca requerir. Por
cierto, dnde est tu precioso reloj de mrmol?

Mrs. Cox carraspe.

Lo estn arreglando dijo con cierta turbacin.

Mrs. Berry la mir con atencin.

No te preocupes por l, querida dijo sealando con la cabeza a Mr.


Piper. Es un don nadie, as que puedes hablar con total libertad en su presencia.
No obstante Querido to aadi volvindose hacia el mencionado caballero,
por qu no sales un rato y das un pequeo paseo por la playa?

No me apetece respondi sin ms Mr. Piper.

Me imagino que Mr. Cox se llevara consigo el reloj para que le hiciese
compaa, verdad, querida? observ Mrs. Berry tras dedicarle a su pariente una
dura mirada cargada de hostilidad.

Mrs. Cox solt un suspiro y neg con la cabeza. Tratndose de Mrs. Berry,
fingir era completamente intil.

Ya veo continu Mrs. Berry con indignacin. Ese hombre ser capaz
de empear no slo el reloj sino tambin cualquier otra cosa que caiga en sus
manos. Y cuando se haya gastado todo el dinero en alcohol regresar a casa
pidiendo perdn como un miserable. As son los hombres! Todos iguales!

Su mirada era tan ardiente y feroz que Mr. Piper fue incapaz de guardar
silencio ante aquel comentario tan ofensivo para los de su sexo.

Yo nunca he empeado un reloj en toda mi vida dijo mesndose con


suavidad sus cabellos grises.

Vaya! Y te atreves a presumir de ello, querido to? le pregunt su


sobrina. Si yo no tuviese nada mejor de que alardear, ni siquiera me molestara
en abrir la boca.

Mr. Piper replic que al decir aquello no pretenda presumir ni alardear de


nada.

Las cosas continuarn por ese camino, querida, hasta que te encuentres
completamente arruinada dijo en tono cordial Mrs. Berry volvindose
nuevamente hacia su amiga. Y cuando eso ocurra, dime: qu hars entonces?

S, ya lo s repuso Mrs. Cox. Para colmo de males, este ao hemos


tenido una temporada muy mala. Pero, a pesar de todo, lo que ms me preocupa
ahora mismo es l. Por las noches me resulta imposible conciliar el sueo porque
no hago ms que darle vueltas a la cabeza pensando que se puede haber metido en
algn lo. Anoche mismo, sin ir ms lejos, me pas casi todo el tiempo llorando en
mi habitacin.

Mrs. Berry tom aire por la nariz ruidosamente en un intento por contener
las lgrimas. Mr. Piper, por su parte, dijo algo en voz baja. No obstante, nada ms
hacerlo, Mrs. Berry se volvi hacia l como impulsada por un resorte y le dirigi
una mirada llena de ferocidad.

Qu es lo que has dicho? pregunt.

He dicho que eso es algo que la honra respondi Mr. Piper con firmeza.

Deb haberme imaginado que no se trataba ms que de una de esas


tonteras que tanto te gusta decir replic acaloradamente su sobrina. Y no
puedes pedirle que jure ante ti que no volver a probar el alcohol, Mary?
inquiri volvindose una vez ms hacia su amiga.

No sera capaz de pedirle algo as respondi Mrs. Cox con un escalofro


. Eso sera para l lo ms parecido a un insulto. Y no sabes lo orgulloso que
puede llegar a ser en lo tocante a ese tema. Es incapaz de reconocer que bebe. Lo
nico que ha llegado a admitir es que de vez en cuando toma un trago para aliviar
su mala digestin. No; si yo le pidiese algo as, l nunca me lo perdonara. Cuando
empea algo, finge que alguien ha debido de robarlo y me acusa a m de ser una
descuidada y de no tomar las debidas precauciones con respecto a los ladrones. La
frecuencia con la que ltimamente me acusa de ello comienza ya a alarmarme.
Adems, cuando lo hace se exalta hasta tal punto que a veces no puedo evitar
pensar que l cree realmente en esa historia de los robos.

Todo eso no son ms que tonteras, querida dijo Mrs. Berry, cortante.
El nico problema que hay aqu es que eres demasiado blanda con ese hombre.

Mrs. Cox suspir y abandon la habitacin para regresar unos momentos


ms tarde con un imponente pastel y una botella de vino que por su color pareca
oporto pero que a juzgar por su sabor se acercaba ms al jarabe de grosella. En
cuanto aquellos manjares fueron colocados frente a los visitantes, stos les echaron
una rpida ojeada y comenzaron a atacarlos sin demostrar demasiado entusiasmo.
Mr. Piper comenz a beber con sorbos demasiado pequeos y espaciados entre s
que su sobrina interpret acertadamente como una reflexin acerca de la supuesta
hospitalidad de su amiga.

Lo que a Mr. Cox le hace falta es una buena leccin dijo Mrs. Berry.
Por cierto, to Joseph, ten cuidado. Se te han cado algunas migas sobre la alfombra.

Tras unas breves palabras de disculpa, Mr. Piper dijo que ya las haba visto,
que las recogera en cuanto hubiese terminado y que, adems, recogera tambin
las de su sobrina para que ella no tuviese que molestarse en hacerlo. Mrs. Berry,
acercndose un poco a Mrs. Cox, le susurr a sta que aquella forma de hablar tan
venenosa que tena su to le haba granjeado en ms de una ocasin profundas
enemistades con distintos miembros de la familia.

As que, yo que t, le dara una, querida prosigui Mrs. Berry


retomando el tema de Mr. Cox y las buenas lecciones. Y ni que decir tiene que
sera por su propio bien. No en vano, l vive aqu como un rey, y quedara como
un perfecto idiota ante todo el mundo si por su culpa t te vieras obligada a
venderlo todo y l tuviera que ponerse a trabajar de verdad para ganarse la vida.

Lo peor es esa costumbre que ha cogido de llevarse todo lo que encuentra


para empearlo repuso Mrs. Cox sacudiendo la cabeza. Estoy segura de que lo
que haya sacado por ese reloj no le durar mucho. Luego, cuando se le haya
acabado el dinero, regresar aqu y se llevar consigo alguna otra cosa. Si t
supieras Cada cierto tiempo tengo que registrar los bolsillos de sus pantalones
en busca de los recibos con los que poder desempear todo lo que l ha empeado
previamente. Y no me atrevo a decirle ni una sola palabra de ello por miedo a herir
sus sentimientos. Si lo hiciese, estoy segura de que lo nico que conseguira es que
se marchase otra vez.

Yo que t dijo Mrs. Berry con determinacin me retrasara a propsito


en el pago del alquiler o hara cualquier otra cosa que trajese por aqu a un
inspector de viviendas o a alguien por el estilo. Imagnate lo asombrado que se
quedara si un buen da, al llegar a casa, se encontrase a un inspector sentado en
una delas sillas de su propia sala de estar.

Estoy seguro de que su asombro sera an mayor si en vez de en una de


las sillas se lo encontrase sentado en una de las macetas sugiri, mordaz, Mr.
Piper.

Yo sera incapaz de hacer algo as repuso Mrs. Cox. No podra


soportar la vergenza, ni siquiera en el caso de que pudiese pagar cualquier deuda.

Mrs. Berry, tras fulminar a su to con una penetrante y furibunda mirada,


sacudi la cabeza, se cruz de brazos y repiti que lo que a Mr. Cox le haca falta
era recibir una buena leccin, aadiendo esta vez que arda en deseos de contribuir
a drsela.

Si no puedes conseguir que un inspector de viviendas venga a tu casa,


intenta al menos convencer a alguien para que acceda a hacerse pasar por uno
dijo muy seria. Eso, al menos, har que tu marido se lo piense dos veces la
prxima vez que se le ocurra empear algo. En cuanto a la persona que podra
hacerse pasar por inspector, qu te parece? aadi con una maliciosa sonrisa
mientras sealaba a su to con la cabeza.

La enorme angustia que hasta ese momento haba reflejado el rostro de Mrs.
Cox hubiese parecido una expresin rayana a la felicidad si se la hubiese
comparado con la profunda preocupacin que haba comenzado a aflorar en el
rostro de Mr. Piper nada ms advertir la manera en que aquellas dos mujeres le
estaban mirando.

Muy bien. Entonces est decidido. Que mi to se haga pasar por un


inspector que viene a cobrar el alquiler se apresur a decir Mrs. Berry. As,
querida Mary, cuando tu marido, una vez se le hayan acabado tanto el dinero
como las ganas de juerga, se decida a aparecer por aqu, podrs hacerle ver hasta
qu extremo te has visto obligada a llegar por su culpa. Incluso podras amenazarle
con que ahora no tendris ms remedio que ir a vivir a un asilo de pobres.

As que, segn t, yo tengo aspecto de inspector, no es eso? intervino


Mr. Piper con sarcasmo.

As es respondi su sobrina. Eso es precisamente lo que me ha


inspirado esta idea tan brillante.

Es muy amable por tu parte ofrecerte, querida. Y lo mismo digo de usted,


Mr. Piper intervino Mrs. Cox. Pero no me atrevo ni a pensar en ello.

Pero si mi to estara encantado insisti Mrs. Berry con terquedad.


Adems, no tiene nada mejor que hacer. Aqu, en cambio, podr disfrutar de una
bonita casa y de buena comida. Y eso sin mencionar el hecho de que podra pasarse
el da entero sentado junto a una ventana abierta disfrutando de la maravillosa
brisa marina, que tanta falta le hace.

Mr. Piper, muy quieto en su asiento, trag saliva con gran dificultad.

Yo pasara a recogerle pasado maana aadi Mrs. Berry como


queriendo dar por zanjada la cuestin.

Al final, como era de esperar, la fuerza de voluntad de aquella mujer tan


testaruda acab imponindose a la dbil resistencia opuesta por Mrs. Cox, quien
no tuvo ms remedio que ceder, y a las objeciones puestas por Mr. Piper, quien vio
cmo sus argumentos eran echados por tierra antes incluso de que hubiese
terminado de expresarlos.

Despus de comer, Mrs. Berry, radiante y feliz por haber podido deshacerse
de su to, quien el da anterior se haba presentado en su casa con la intencin de
permanecer en ella durante tiempo indefinido, sala sola del nmero 1 de La
Terraza. Mr. Piper, por su parte, ya metido de lleno en su nueva personalidad de
inspector de viviendas, ensayaba su papel con toda la ayuda que una humeante
pipa y una buena jarra de cerveza podan prestarle.

Nuestro hombre pas todo aquel da y el siguiente en la sala de estar (cuyo


apagado esplendor haba, sin lugar a dudas, conocido tiempos mejores)
observando con aire melanclico la ancha franja de playa y el mar encrespado que
se extenda hasta el horizonte. Durante todo ese tiempo, la casa estuvo inmersa en
el ms absoluto de los silencios, interrumpido tan slo de vez en cuando por algn
que otro ocasional sonido metlico o de porcelana rota que, procedente del stano,
era el nico indicio de la presencia de aquella laboriosa mujer que era Mrs. Cox.

No obstante, al tercer da toda la tranquilidad que reinaba entre aquellas


paredes se vio sbitamente interrumpida por el retorno del seor de la casa, cuya
irritacin al descubrir que el reloj de la sala de estar haba desaparecido y enterarse
de que haba un extrao en la casa fue tan intensa que result incluso alarmante.
No slo le reproch severamente a su esposa su falta de cuidado y su negligencia a
la hora de llevar una casa, sino que adems, tras unos momentos de vacilacin,
anunci su intencin de revisar sus libros de contabilidad. Una vez que Mrs. Cox
se los hubo entregado, el recin llegado cogi una pluma, tinta y unas cuantas
hojas de papel secante, y procedi a revisar las cuentas all anotadas como si fuese
un experto en finanzas.

Tendr que tomar cartas en el asunto dijo muy serio al cabo de un rato
dejando a un lado la pluma.

Claro, querido convino su esposa.

Mr. Cox se recost entonces en la silla y, tras limpiar con un pedazo de papel
secante los restos de tinta que an quedaban en la pluma, pase una mirada
cargada de curiosidad por toda la habitacin.

Tienes algo de dinero? pregunt.

A manera de respuesta, su esposa se puso a hurgar en los bolsillos de su


delantal y, al cabo de un minuto, sac un manojo de llaves, un dedal, un pequeo
costurero, un par de pauelos y una moneda de medio penique. Apartando la
mencionada moneda, la dej encima de la mesa, delante de su marido, y ste, cuyo
mal genio haba ido creciendo cada vez ms, lo cogi y lo arroj con fuerza al
extremo opuesto de la habitacin.

Lo siento, querido dijo Mrs. Cox enjugndose las lgrimas que


comenzaban a asomar a sus ojos. Te aseguro que he hecho cuanto me ha sido
posible por sacar este hogar adelante, pero es imposible conseguir dinero cuando
no hay de donde sacarlo.

Mr. Cox, que no haca ms que recorrer la habitacin con la mirada, mir a
su esposa sorprendido.

Qu quieres decir? pregunt.

El inspector dijo Mrs. Cox, temblando. Como este mes no hemos


podido pagar el alquiler, ha hecho un inventario de todo lo que hay en esta casa y
nos ha hecho responsables de ello.

Mr. Cox se recost nuevamente en su silla.

Vaya, vaya, vaya! sta s que es buena! exclam con furia. De


manera que yo me destrozo las piernas recorriendo la comarca en busca de un
trabajo con el que poder ganarme la vida honradamente y cuando llego a mi casa
me encuentro a un inspector de pacotilla sentado cmodamente en mi silln y
bebindose mi cerveza como si tal cosa.

Sin poder contener su irritacin, se levant de un salto y comenz a recorrer


la habitacin de un extremo a otro. Mrs. Cox, presintiendo que sus nervios no
lograran estar a la altura de las circunstancias si su marido acababa dando rienda
suelta a su ira, cogi su sombrero y, dirigindose hacia la puerta, anunci su
intencin de acercarse al pueblo cercano para ver si algn comerciante consenta en
fiarle algunos artculos de primera necesidad. Al orla, su marido, sin pronunciar
palabra, opt por tomar asiento y quedarse mirando la pared con expresin
indignada. No obstante, nada ms or cmo su esposa cerraba la puerta tras de s,
se puso en pie y subi sigilosamente al piso de arriba para echarle un vistazo a
aquel maligno ser que, de un solo plumazo, haba acabado con la armona reinante
hasta aquel momento en su hogar.

Mr. Piper, que para entonces estaba ya ms que harto de aquel fastidioso
enclaustramiento, levant la vista intrigado cuando oy cmo alguien abra la
puerta de su cuarto de un violento empujn y se qued mirando extraado al
caballero de mediana edad que, erguido cun alto era y clavando en l una
penetrante mirada, acababa de aparecer en el umbral. Aunque aquel falso inspector
era en realidad lo que se suele llamar un cobarde redomado, el hecho es que la
innegable insolencia de aquella mirada se le antoj de lo ms indignante, por lo
que, tras abrir de par en par sus lnguidos ojos azules, se empe en devolverla.
Como consecuencia de aquella reaccin, Mr. Cox, tras hurgar brevemente en el
bolsillo de su chaleco, sac unos anteojos, se los cal y clav en su oponente una
nueva mirada, todava ms dura y penetrante que la anterior, la cual produjo un
efecto verdaderamente demoledor.

Qu busca usted en esta casa? pregunt por fin, tras un largo rato de
desafo visual. Acaso es usted el padre de alguno de los criados?

En cierta manera, podra decirse que soy el padre de todos ellos


respondi suavemente Mr. Piper.

No intente hacerse el gracioso conmigo, caballero repuso Mr. Cox con


pomposidad. Al lado de un hombre honrado como yo, no es usted ms que un
buitre, una sanguijuela, una arpa.

Mr. Piper permaneci en silencio durante algunos segundos.

La prxima vez que quiera atribuirse calificativos tales como honrado,


le sugiero que antes de hacerlo se asegure bien de que conoce su significado dijo
finalmente.

Mr. Cox sonri con desdn.

Dnde est su orden de registro o como quiera que se llame eso que
usted necesita para venir aqu a meter las narices en lo que no le importa? exigi.

Ya se la ense antes a Mrs. Cox respondi Mr. Piper marcndose un


farol.

Ah, s? Muy bien. Pues ahora ensemela a m repuso el otro.

Yo ya he cumplido con la ley ensendola una vez repuso muy serio


Mr. Piper. No estoy dispuesto a ensearla ni una sola vez ms.

Mr. Cox contempl a aquel hombre de arriba abajo con una mirada cargada
de desprecio, empezando por su pequea cabeza de cabellos plateados y acabando
en el sucio par de botas en el que llevaba calzados los pies. Tras un buen rato de
meticuloso escrutinio, Mr. Piper, incapaz de soportar por ms tiempo aquellas
miradas sin hacer nada, comenz a observar al dueo de la casa de la misma
manera.
Se puede saber qu demonios est usted mirando, condenado buitre?
inquiri Mr. Cox con indignacin.

Pues, para empezar, tres manchas de grasa que luce usted en ese chaleco
tan sucio que lleva puesto se apresur a responder Mr. Piper. Tambin un par
de piernas arqueadas enfundadas en unos pantalones que vaya usted a saber a
quin pertenecen. Y, por si todo eso fuera poco, un abrigo rado y apolillado que,
enrollado bajo el brazo, sirve para llevar envueltos objetos tales como, por
ejemplo hizo una pausa como para asegurarse de lo que iba a decir el reloj
de la sala de estar concluy.

Aunque Mr. Piper dijo las ltimas palabras con aire triunfal, comprendi,
antes incluso de haber terminado de hablar, que nunca deba haberlas
pronunciado. Ponindose en pie de un salto, profiri un dbil grito de pnico
cuando vio que Mr. Cox, enrojeciendo sbitamente de ira, se acercaba a la puerta,
echaba la llave, se la guardaba en el bolsillo y abra de par en par la ventana.

Buitre! Ms que buitre! exclam con una voz que sacudi de arriba
abajo la habitacin.

S? pregunt Mr. Piper echndose a temblar.

Mr. Cox seal la ventana con la mano.

Salga de aqu volando. Salga de aqu volando como el buitre que es dijo
con severidad.

Mr. Piper intent esbozar una sonrisa con sus plidos labios. Sus rodillas,
que no dejaban de temblar, parecan incapaces de seguir sostenindole en pie.

Acaso no ha odo lo que le acabo de decir? le espet Mr. Cox.


Vamos! A qu est esperando? Si no sale volando ahora mismo por la ventana, yo
me encargar de arrojarlo por ella.

No se atreva a ponerme las manos encima grit Mr. Piper retrocediendo


hasta ponerse momentneamente a salvo al otro lado de una mesa. Todo esto no
es ms que un error, un terrible error. Yo no soy realmente inspector. Se lo aseguro.

Cmo? pregunt el otro. Qu quiere decir con eso de que no es


inspector? Quin demonios es usted entonces?
Con voz quebrada y temblorosa al principio pero adquiriendo mayor
confianza y seguridad en s mismo conforme hablaba, Mr. Piper procedi a relatar
la conversacin original que haban mantenido las dos mujeres y que haba
acabado dando lugar a aquella especie de representacin. Cuando termin su
relato, Mr. Cox, que haba estado escuchando cada palabra con aire aturdido y sin
poder dar crdito a sus odos, se dej caer pesadamente en una silla y comenz a
lamentarse en voz alta.

Y pensar que he trabajado como una mula para esa mujer dijo,
completamente destrozado. Y pensar que, despus de tantos esfuerzos y
penalidades, habamos de llegar a esto Dios mo! Cmo puede haberme hecho
esto a m? Cmo puede haber llegado a portarse de esta manera tan falsa y
malvada conmigo? Esa mujer me ha partido el corazn. Despus de esto, ya nunca
volver a ser el mismo. Nunca!

Mr. Piper, visiblemente incmodo, carraspe.

No se imagina usted lo desagradable que todo esto ha resultado para m


desde un principio dijo por fin, intentando dotar a su voz de toda la
comprensin de que era capaz. Pero es que mi sobrina es tan autoritaria Si
llegase usted a conocerla se dara cuenta de que resulta imposible llevarle la
contraria.

No se preocupe, hombre. Al fin y al cabo usted no tiene la culpa de nada


convino amablemente Mr. Cox. Venga esa mano!

Los dos hombres se estrecharon la mano con solemnidad. A continuacin,


Mr. Piper, mascullando algo acerca de tomar un trago juntos, se aproxim a la
ventana para cerrarla.

Y pensar que podra usted haberse matado si hubiese saltado por esa
ventana dijo Mr. Cox. Me pregunto cmo se habran sentido por dentro esas
dos horribles mujeres si tal cosa hubiese acabado ocurriendo de verdad.

Pues imagnese cmo he llegado a sentirme yo repuso Mr. Piper


mientras un escalofro le recorra todo el cuerpo. A una situacin como sta es a
lo que yo llamo jugar con fuego. Por cierto, sabe lo que se me est ocurriendo?
continu diciendo tras guardar silencio durante un par de segundos. Mi sobrina
va a venir aqu esta misma tarde. Podramos aprovechar la oportunidad para darle
una buena leccin. Es ms, podramos darle un susto de muerte. Por ejemplo,
podra usted decirle que me ha matado de verdad. Quizs as aprenda de una vez
por todas a no enredar a los dems en asuntos que no son de su incumbencia.

La idea no est nada mal, sabe? Al fin y al cabo, esas dos mujeres se lo
merecen asinti Mr. Cox. El nico problema que se me ocurre es que Mrs.
Berry decida ir a dar parte a la polica.

Vaya! Pues tiene usted razn. No haba pensado en eso dijo Mr. Piper
acaricindose la barbilla.

Oiga: y por qu no le damos el susto a mi esposa en vez de a su sobrina?


propuso alegremente Mr. Cox. As le ensearamos a esa mujer a no maquinar
nada a espaldas de nadie. Y, de paso, podramos intentar sacarle algo de dinero
alegando que lo necesito para escapar. Porque sa es otra: estoy convencido de que
guarda dinero en alguna parte. De todas formas, si resulta que es cierto que no
tiene ni un msero penique, no se preocupe, porque seguro que puede conseguir
algunas libras en uno o dos das. Por lo que se refiere a nosotros, le dir lo que
podemos hacer. Iremos a Newstead, un pueblo que queda a unas ocho millas de
aqu, donde hay una pequea posada llamada El Caballo Blanco en la que los dos
podremos vivir como autnticos prncipes a cambio de unas pocas libras al da.
As, mientras nosotros estemos all pasndolo en grande, mi esposa estar aqu
volvindose loca intentando explicarle a su sobrina cmo es que ha llegado usted a
desaparecer.

Todo eso suena muy bien dijo Mr. Piper con el ceo ligeramente
fruncido, pero, si quiere que le sea sincero, me da la impresin de que su esposa
no le creer. No tiene usted aspecto de haber matado a nadie.

Pierda usted cuidado, amigo mo. Tendr el aspecto adecuado cuando


llegue el momento repuso el otro con una sonrisa. Usted limtese a ir a
Newstead, tomar alojamiento en El Caballo Blanco, y esperarme all. As que venga
conmigo y le dejar salir por la puerta trasera. No tenemos tiempo que perder.

Un momento, un momento. Creo haberle odo decir que ese pueblo dista
unas ocho millas de aqu protest Mr. Piper.

Y as es. Pero no ir usted a decirme ahora que le asusta la idea de tener


que recorrer una distancia como sa, verdad? Ocho millas no son nada, amigo
mo replic Mr. Cox. Claro que, ahora que caigo aadi tras un momento de
reflexin, tambin es cierto que hay un tren que sale precisamente para all a las
tres en punto. Al volver la esquina encontrar usted un poste indicador en el que
se explica cmo llegar a la estacin de ferrocarril. Si camina usted lo bastante
deprisa quiz le d tiempo a cogerlo. Y ahora, adis.

Tras darle a Mr. Piper unas cuantas palmadas en la espalda, lo condujo hasta
el jardn trasero y, una vez all, le mostr la direccin que tena que seguir para
encontrar el poste indicador. A continuacin entr en la sala de estar y, tras
alborotarse premeditadamente el cabello, se desgarr el cuello de la camisa, volc
una mesa y un par de sillas y se sent pacientemente a esperar el regreso de su
mujer.

Al cabo de unos veinte minutos, oy claramente el ruido de una llave al


girar en la cerradura de la puerta principal, ruido que fue seguido por el de los
pasos de su mujer conforme sta suba lentamente las escaleras. Cuando Mrs. Cox
entr por fin en la sala de estar y vio la escena que se ofreca ante sus ojos, dio un
respingo, solt un agudo chillido y a punto estuvo de desmayarse.

Silencio! le dijo su marido llevndose un dedo a los labios.

Pero pero Henry, qu es todo esto? pregunt Mrs. Cox, alarmada.


Qu ha pasado?

El inspector respondi su marido en un inquietante susurro. Cuando


l y yo nos encontramos tuvimos unas palabras y, en el calor de la discusin, l me
golpe. Entonces yo, en un ataque de ira, le le estrangul.

Qu qu quieres decir con que le estrangulaste, querido? pregunt,


atnita, la mujer.

Que qu quiero decir? gimi Mr. Cox con desesperacin. Pues que le
he matado. Eso es lo que quiero decir. Le he matado y he ocultado su cadver. Y
ahora tengo que huir de aqu y, quin sabe?, a lo mejor hasta abandonar el pas.

La ya de por s enorme perplejidad que mostraba el rostro de Mrs. Cox se


acentu de repente an ms. Mentalmente, intentaba hacer encajar lo que su
marido acababa de confesarle con algo que haba visto en la calle haca tan slo
diez minutos: la figura pequea y a todas luces viva de un hombre que, con la
cabeza ligeramente inclinada hacia atrs, pareca estar examinando detenidamente
un poste indicador. Una figura que, ahora estaba completamente segura, no era
otra que la de Mr. Piper.
Ests seguro de que ese hombre est muerto, querido? le pregunt a su
esposo.

Claro que lo estoy, mujer se apresur a contestar Mr. Cox. Nunca


imagin que ese tipo fuese tan poca cosa. Qu voy a hacer ahora? A cada segundo
que pasa el peligro que corro es mayor. Tengo que marcharme de aqu cuanto
antes. Querida, cunto dinero tienes?

Aquella pregunta tan sencilla lo explic todo de repente. Mrs. Cox,


apretando los labios con fuerza, neg rotundamente con la cabeza.

No es momento para bromas, querida repuso su esposo con los ojos


desorbitados. Mi vida est en peligro.

No tengo nada que darte replic Mrs. Cox con severidad. Y no te


pongas a dramatizar, Henry, porque de nada te va a servir. Es intil que insistas.
No tengo dinero.

La respuesta de Mr. Cox se vio ahogada por unos apremiantes golpes que
resonaron en la puerta principal y que l, encantado de orlos, viendo ante s una
excelente oportunidad para dramatizar un poco, no dud en asociar con la polica.
No obstante, su esposa, intuyendo una vez ms la verdad al recordar que Mrs.
Berry, tal y como ella misma haba prometido, estaba a punto de llegar, se dirigi
decididamente a la puerta para dejar entrar a su amiga.

Aunque, una vez abierta la puerta, la recin llegada no se entretuvo en el


recibidor ms que un par de minutos, ese tiempo result ser ms que suficiente
para que Mrs. Cox, hablando siempre en susurros para que su marido no llegase a
escucharla desde la sala de estar, la pusiese al corriente de cuanto haba sucedido.

Esto es cosa de mi to. No me cabe la menor duda dijo secamente Mrs.


Berry. Es justo la clase de truco chapucero que cabra esperarse de l. Pero no te
preocupes, querida. Djamelos a m, que yo me encargo de todo.

Tras seguir a su amiga y anfitriona hasta la sala de estar, Mrs. Berry le


estrech la mano a Mr. Cox y, sacndose del bolso un pequeo pauelo, se lo llev
a los ojos.

Mary me lo ha contado todo dijo, sealando levemente a Mrs. Cox con


la cabeza. Dios mo, qu tragedia ms horrible! Lo que ha sucedido hoy en esta
casa es peor de lo que puede usted llegar a imaginarse. Mucho peor. Y es que,
sabe usted?, ese hombre no era realmente un inspector, sino mi to! Mi pobre
to, Joseph Piper!

Su to! exclam Mr. Cox irguindose cun alto era con fingida sorpresa
. Ese inspector su to!

Mrs. Berry, con el rostro anegado en lgrimas, se son ruidosamente la


nariz.

No era ms que una pequea broma admiti dejndose caer en una silla
y cubrindose el rostro con el pauelo. Pobre to Joseph! El nico consuelo que
me queda es que, a pesar de todo, seguro que se encuentra mejor donde est ahora
que aqu.

A todas luces apesadumbrado, Mr. Cox se pas una mano por la frente y,
apoyando un codo sobre la repisa de la chimenea, mir a Mrs. Berry con una
expresin de perplejidad magistralmente fingida.

Pues vea usted a qu extremo han conducido sus bromas, seora dijo.
Ahora me ver obligado a vagar por el mundo convertido en un fugitivo. Y todo
por culpa de sus bromitas.

Fue un accidente replic en voz baja Mrs. Berry. Nadie saba que l se
encontraba aqu. Adems, si quiere que le diga la verdad, estoy segura de que el
pobre no tena realmente nada por lo que vivir.

Es muy amable por tu parte que mires las cosas desde ese punto de vista,
Susan dijo Mrs. Cox.

Bueno, digamos que nunca he sido una persona muy amiga de gastar
bromas. Lstima que para una que gasto tenga que suceder esto respondi Mrs.
Berry. Adems, de nada sirve llorar por la leche derramada. Si el to est muerto,
pues muerto est y sanseacab. No obstante, en lo que se refiere a Mr. Cox, no creo
que permanecer aqu sea lo ms indicado.

Eso mismo digo yo convino el aludido con entusiasmo. Lo malo es


que no tengo dinero.

No se preocupe por eso. Usted mrchese repuso Mrs. Berry dirigindole


a su amiga una mirada de advertencia para que no interviniese. Denos tan slo
una direccin a la que podamos escribirle y tan pronto como hayamos podido
reunir veinte o treinta libras se las enviaremos.

Que sean treinta repuso Mr. Cox sin poder dar crdito a lo que acababa
de or.

Mrs. Berry asinti.

De acuerdo. Pero tendr que aparselas como sea para que dicha
cantidad le dure el mayor tiempo posible dijo tras unos instantes de reflexin.
Y no olvide que, tan pronto como reciba el dinero, lo mejor ser que se vaya de
aqu cuanto ms lejos mejor. Mientras no aparezca el cadver del pobre to Joseph,
el tiempo corre a su favor, as que aprovchelo bien. Y ahora dgame: adnde
quiere que le enviemos el dinero?

Mr. Cox fingi reflexionar profundamente durante unos segundos.

Creo que la posada El Caballo Blanco, en Newstead, servir dijo por fin,
en un susurro. Ser mejor que lo anote, seora.

Mrs. Berry, tras coger un lpiz y un pedazo de papel, as lo hizo. Luego, Mr.
Cox, tras pedirle en vano a las dos mujeres que le prestasen un par de chelines para
el camino, se despidi de ambas con aspecto miserable, sali de la casa y, por
alguna extraa razn que slo l pareca conocer, ech a andar en direccin a
Newstead caminando de puntillas.

Durante los tres das siguientes, mientras esperaban pacientemente la


llegada del dinero, Mr. Piper y Mr. Cox se vieron obligados a hacer frente a las
exigencias del posadero, un tipo tosco cuyos modales eran de lo ms ordinario, con
los escasos recursos del primero. Como ambos eran hombres razonables, saban
por experiencia lo difcil que resulta siempre conseguir dinero a muy corto plazo.
No obstante, cuando lleg el cuarto da, hallndose sus fondos a punto de agotarse,
decidieron enviarle un telegrama urgente a Mrs. Cox.

Mr. Cox se encontraba solo cuando la respuesta a dicho telegrama lleg. Mr.
Piper, quien se reuni con l algo ms tarde, se qued atnito nada ms ver el
aspecto de su amigo y tuvo que llamarle varias veces antes de que el otro reparase
en su presencia. Entonces Mr. Cox, tras tomar una profunda bocanada de aire y
dirigirle una extraa mirada, le tendi el mensaje.

Cmo? exclam lleno de asombro Mr. Piper mientras relea en voz alta
el telegrama. No-necesitamos-mandar-dinero-stop-To-Joseph-ha-muerto-stop
BERRY. Pero qu significa esto? Acaso se ha vuelto loca esa mujer?

Tras sacudir fuertemente la cabeza, Mr. Cox le arrebat el papel a su amigo


y, sostenindolo en alto, lo mir con una mezcla de odio y extraeza.

Cmo puede ser que est usted all cuando se supone que est muerto?
dijo finalmente.

Y cmo puede ser que est all cuando estoy aqu? replic Mr. Piper
con lgica an ms aplastante.

Inmersos en un mar de dudas, los dos asombrados caballeros guardaron


silencio y, durante un buen rato, se dedicaron a reflexionar en pos de una solucin
que pudiera poner fin a aquel enigma. Finalmente, Mr. Cox, alentado por la idea
de que el mensaje deba de haber sufrido alguna caprichosa modificacin al ser
emitido, decidi acercarse a la oficina de telgrafos del pueblo para enviar otro
telegrama en el que, dejando a un lado los rodeos, preguntaba sin ms:

No-comprendo-stop-Est-to-Joseph-vivo?

La respuesta lleg a la posada una hora ms tarde. Mr. Cox la abri, le ech
un rpido vistazo y, sofocando un grito, se la tendi a Mr. Piper. ste, tras coger
con manos temblorosas tan temido papel, arque tanto las cejas cuando lo ley que
stas estuvieron a punto de salrsele del rostro.

S-stop-Est-fumando-en-sala-estar deca el mensaje.

Lo primero que pens Mr. Piper nada ms leer aquellas palabras fue que
aqul era un caso hecho a medida de cualquier centro de investigacin de
fenmenos paranormales. No obstante, una perspectiva tan romntica pronto se
vio desplazada por otra idea de carcter ms sencillo que, a propuesta de Mr. Cox,
pareca explicarlo todo de manera satisfactoria: debido al golpe recibido, Mrs.
Berry estaba perdiendo contacto con la realidad y se hallaba inmersa cada vez ms
en el mundo de sus propias fantasas. Ni que decir tiene que las palabras
empleadas por Mr. Cox fueron bastante ms bruscas, pero lo que tanto unas
palabras como otras pretendan expresar estaba bien claro: Mrs. Berry estaba
perdiendo el juicio.

Sabe lo que voy a hacer? Volver a casa sin previo aviso y dir que deseo
hablar con usted propuso Mr. Cox con mirada decidida y desafiante. Creo que
eso bastar para conseguir que toda esta situacin se aclare de una vez por todas.
S, claro. Y mi sobrina, seguramente, le dir que yo he regresado a Londres
repuso Mr. Piper haciendo gala de una repentina clarividencia. No podr
usted descubrir su juego a menos que yo vaya con usted. Y eso descubrira nuestro
juego. Ah puede ver usted cun ingeniosa es esa mujer. No sabe lo astuta que
puede llegar a ser cuando se trata de conducir a los dems a callejones sin salida
como ste.

Cmo puede alguien llegar a ser tan mezquino? inquiri Mr. Cox con
asombro.

A pesar de que es sobrina ma, Susan nunca me gust confes Mr. Piper
con resignacin. Nunca.

Tras asegurarle a Mr. Piper que le comprenda perfectamente, Mr. Cox,


aferrndose a una ltima esperanza, se sent y comenz a escribirle a su esposa
una larga, largusima carta en la que, despus de tratar extensamente las
lamentables circunstancias que rodeaban la repentina prdida de Mr. Piper, le
peda que le agradeciese de su parte a Mrs. Berry todos sus bienintencionados
esfuerzos por quitarle hierro al asunto y, como no poda ser menos, le peda que le
enviase lo antes posible el dinero que le haba prometido.

La respuesta, escrita por la propia Mrs. Berry en vez de por Mrs. Cox, lleg
al da siguiente a la posada en forma de una carta an ms larga que no slo se
hallaba muy mal escrita sino que, adems, estaba llena de tachones. Comenzaba
haciendo referencia al tiempo, preguntaba luego por la salud de Mr. Cox y se
refera de pasada a la de la remitente. A continuacin describa con todo lujo de
detalles unos extraos dolores de cabeza que haban atacado a Mrs. Cox, a lo que
segua una larga lista de los remedios que le haban sido recetados, as como de los
distintos efectos que en la enferma estaba teniendo cada uno de ellos. La carta, tras
algunas frases de lo ms extrao y disparatado, conclua con un desbordante
arranque de optimismo que dej a los dos lectores al borde de la locura. Nuestro
querido to Joseph, quien se encuentra ya casi completamente restablecido, dice
que est deseando volver a verle para hacer las paces con usted. A pesar de que el
hecho de reencontrarse con usted parece imponerle un poco (no en vano, mi to ha
sido siempre un hombre muy tmido), ha accedido encantado a acercarse hasta El
Caballo Blanco para que as pueda usted convencerse de que est perfectamente
vivo. Es ms, casi me atrevera a decir que para cuando esta carta llegue a sus
manos l ya se encontrar all con usted. Quin sabe? Quizs incluso sea l mismo
quien se la lea a usted cuando la reciba.
Con sumo cuidado, Mr. Cox dej a un lado la carta y, tras carraspear
suavemente y tragar saliva con dificultad, mir con expresin desconcertada a Mr.
Piper, quien, a su vez, le observaba a l con los ojos abiertos como platos.

Durante un largo rato ninguno de los dos habl. Finalmente, Mr. Cox,
incapaz de soportar por ms tiempo aquel silencio, comenz a proferir todo tipo de
maldiciones.

Por qu no se calla de una vez? le propuso Mr. Piper al cabo de unos


minutos. El que usted diga todas esas cosas no nos va a ayudar.

Pues a m s que me ayuda, sabe? replic, desquiciado, Mr. Cox


reanudando su personal retahla de improperios.

No obstante, apenas haba tenido tiempo de decir unas pocas palabras ms


cuando Mr. Piper, visiblemente sobresaltado, levant una mano en demanda de
silencio. En el acto, las palabras cesaron de salir de los labios de su amigo. Fue
entonces cuando una voz familiar se dej or claramente en el pasillo. Unos
segundos ms tarde Mrs. Berry entraba en la habitacin y se quedaba de pie,
delante de los dos hombres, mirndoles con expresin divertida.

Querido to, he venido hasta aqu en el mismo tren que usted para
asegurarme de que efectivamente tena usted intencin de venir aqu dijo.
Cunto hace que ha llegado?

Tras humedecerse los labios con nerviosismo, Mr. Piper, desesperado, mir
a Mr. Cox en busca de auxilio.

Pues ejem hace unos cinco minutos, querida balbuce finalmente.

Estamos todos tan contentos de que nuestro querido to se haya


recuperado tan pronto continu diciendo Mrs. Berry con una amplia sonrisa y
sealando con la cabeza a Mr. Cox. No obstante, menuda ocurrencia tuvo usted
al enterrarlo entre los macizos de geranios del jardn. El pobre todava tiene restos
de tierra por todas partes.

Mr. Piper, resoplando y profiriendo toda clase de sonidos irreconocibles,


abandon la habitacin precipitadamente. Mr. Cox, por su parte, incapaz de
pronunciar ni una sola palabra, permaneci sentado mirando, sin ms, a Mrs.
Berry.
No se sorprendi usted al verle? pregunt aquella mezquina mujer.

No despus de leer la carta que usted me escribi logr decir finalmente


Mr. Cox intentando mantener la escasa dignidad que an le quedaba. Nada
hubiera sido capaz de sorprenderme gran cosa despus de leer aquello.

Mrs. Berry volvi a mostrar su amplia sonrisa.

Por cierto, tengo otra pequea sorpresa para usted aadi


inesperadamente. A Mrs. Cox le afect tanto la idea de quedarse sola mientras
usted se dedicaba a vagabundear por la faz de la tierra que ella y yo, ante la
adversidad, decidimos formar una sociedad. A partir de ahora las dos
trabajaremos juntas. As, a la hora de sacar adelante los asuntos domsticos,
seremos dos en vez de una. Tenemos pensado empezar por retocar las escrituras de
todos los bienes que hay en la casa, los cuales pasarn a ser propiedad de
Cmo? Qu es lo que ha dicho, Mr. Cox?

Eh? Oh No, nada. Tan slo estaba pensando en voz alta respondi
Mr. Cox.
EL NUFRAGO

(The Castaway, 1903)

De pie ante la puerta de la pequea tienda, Mrs. Boxer, sin dejar de retorcer
nerviosamente entre sus dedos el borde de su gastado delantal, solt un profundo
suspiro y ech un vistazo a su alrededor. El da se acercaba rpidamente a su fin,
por lo que las farolas que cada noche alumbraban las estrechas callejuelas de
Shinglesea se encontraban ya encendidas. Durante un buen rato, la mujer
permaneci donde estaba, sin apenas moverse, escuchando con atencin el
incesante batir de las olas del mar sobre la arena de la playa cercana. Luego, como
despertando de un sueo merced a un ligero escalofro, entr en la tienda y cerr la
puerta tras de s.

Aquella pequea tienda, con sus rechonchos recipientes llenos hasta el borde
de deliciosos y suculentos caramelos, era uno delos primeros recuerdos que
conservaba de su infancia. Hasta el da en que se cas no haba existido para ella
otro hogar, y cuando, haca ahora tres aos, su marido fue dado por muerto al
naufragar el North Star, barco en el que por aquel entonces navegaba, decidi
abandonar su hogar conyugal en Poplar para regresar a la casa que la haba visto
nacer y ayudar as a su madre a llevar el negocio.

Presa de un notable nerviosismo, cogi de una mesa la labor de punto que


llevaba semanas realizando y tom asiento con la intencin de continuar
trabajando en ella, pero al cabo de uno o dos minutos, incapaz de concentrarse en
lo que haca, la dej a un lado. Levant entonces la mirada y, a travs del cristal de
la puerta que comunicaba con una pequea sala de estar que haca las veces de
trastienda, vio, ataviada con un mantn rojo que llevaba echado sobre los hombros,
a su madre, Mrs. Gimpson, quien, cmodamente instalada en su silln favorito,
estaba profundamente dormida.

Cuando la puerta de la tienda se abri y la campanilla situada sobre el


marco reson en el interior del local, Mrs. Boxer volvi la cabeza y, al ver al
hombre que acababa de aparecer sbitamente en el umbral, profiri un grito de
sorpresa y se ech a temblar. Se trataba de un hombre bajo y con barba cuyos
anchos hombros estaban notablemente encorvados y cuya pierna izquierda,
deformada y algo ms corta que la derecha, se torca al caminar hacindole cojear
acusadamente. No obstante, a pesar de la extraa apariencia del recin llegado,
Mrs. Boxer, una vez superada la primera impresin, se levant y ech a correr
hacia l. Un segundo ms tarde se encontraba entre los brazos del extrao llorando
y riendo al mismo tiempo.

Mrs. Gimpson, temblando por la brusquedad con la que las voces de su hija
la haban despertado, se levant y entr apresuradamente en la tienda. Al verla, el
hombre extendi un brazo hacia ella, se lo enrosc alrededor de la cintura y,
aunque no con demasiada efusividad, le plant un beso en la mejilla.

Es John, madre! Ha vuelto! Ha vuelto! exclam su hija, histrica.

Gracias al Cielo repuso Mrs. Gimpson con escaso entusiasmo cuando


por fin logr sobreponerse a su asombro.

Est vivo! gritaba mientras tanto Mrs. Boxer, quien no caba en s de


alegra. Est vivo!

Medio a rastras, medio a empujones, la exultante esposa condujo a su


reaparecido marido hasta la pequea sala de estar situada en la trastienda y, tras
acomodarlo cariosamente en el mullido silln que Mrs. Gimpson acababa de dejar
vaco apenas medio minuto antes, ella misma se sent sobre las rodillas de su
esposo sin darse cuenta, en su nerviosismo, de que su madre se haba dirigido
premeditadamente hacia la silla ms desvencijada e incmoda de la estancia con la
intencin de ofrecrsela a su yerno.

Qu alegra volver a verte! Quin iba a decir que volveras! exclam


Mrs. Boxer enjugndose las lgrimas. Cmo lograste sobrevivir, John? Dnde
has estado todo este tiempo? Vamos, cuntanoslo todo.

Mr. Boxer exhal un profundo suspiro.

Si yo tuviese talento para contar historias te aseguro que la ma sera muy


muy larga dijo lentamente. No obstante, por el momento os la puedo resumir
en unas pocas palabras. Cuando el North Star se hundi en las aguas del Pacfico
Sur casi toda la tripulacin consigui salvarse saltando a los botes. Yo, en cambio,
llegu demasiado tarde a cubierta. Mientras suba un tramo de escaleras, algo muy
pesado cay sobre m y me dej inconsciente sobre el suelo, sangrando por una
brecha abierta en la cabeza. Mirad la marca que aquel golpe me dej.
Uniendo la accin a la palabra, Mr. Boxer agach la cabeza y, apartndose
con las manos unos mechones de pelo, dej al descubierto una enorme y fea
cicatriz que le recorra parte del cuero cabelludo. Su mujer, al verla, solt una
exclamacin de alarma. Mrs. Gimpson, por su parte, tras echarle un breve vistazo,
se limit a emitir un ligero sonido con el que no pretendi expresar nada, ni tan
siquiera lstima.

Cuando recuper el sentido sigui contando Mr. Boxer me di cuenta


de que el barco se estaba hundiendo a gran velocidad. No obstante, me senta tan
dbil que cuando el agua comenz a inundar el compartimento en el que me
encontraba ni siquiera fui capaz de ponerme en pie. Me asalt entonces la sbita
certeza de que el barco iba a arrastrarme consigo hasta el fondo del mar. Por
fortuna, tal y como podis comprobar con vuestros propios ojos, no fue as, si bien
todava no me explico cmo pude escapar de aquella situacin tan angustiosa.
Durante siglos enteros me pareci que me estaba ahogando y que a la vez luchaba
por respirar, hasta que de repente me encontr flotando a la deriva, aferrado a un
madero con las escasas fuerzas que an me quedaban.

As pas un da y una noche hasta que, a la maana siguiente, fui rescatado


por un nativo que pas por all a bordo de una canoa y que, apiadndose de m,
me llev consigo hasta una pequea isla en la que me vi relegado a vivir durante
ms de dos aos debido a que se hallaba muy apartada de las rutas de comercio
ms frecuentadas. Finalmente fui recogido por la Pearl, una goleta que pas por all
rumbo a Australia y cuyo capitn accedi amablemente a llevarme hasta Sidney.
Una vez en esta ciudad, consegu enrolarme en el Marston Towers, un vapor que
zarpaba esa misma semana para Inglaterra. Por fin, tras una larga travesa, esta
maana llegu a puerto. Y he pasado todo el da caminando para poder llegar aqu
antes de que anocheciese.

Pobrecito mo dijo su esposa cogindole cariosamente del brazo.


Cunto debes de haber sufrido!

Ya lo creo, querida repuso Mr. Boxer. Vaya! aadi al or


carraspear bruscamente a su suegra. Qu tos ms fea tiene usted, querida suegra.
Se encuentra bien? le pregunt a la anciana.

Me encuentro perfectamente, gracias respondi secamente Mrs.


Gimpson. Por qu no nos escribiste cuando llegaste a Sydney, John? pregunt
a continuacin con cierta brusquedad.
Porque no saba a dnde hacerlo contest Mr. Boxer mirando a su
suegra con atencin. No saba adnde poda haber ido Mary al cabo de tanto
tiempo.

Podas haber escrito aqu replic Mrs. Gimpson.

Pues s, tiene usted razn dijo Mr. Boxer. Pero, si quiere que le sea
sincero, no se me ocurri pensar en eso. Lo cierto es que mientras estuve en Sydney
anduve demasiado ocupado buscando un barco en el que poder enrolarme. No
obstante, ahora que estoy aqu ya no hay nada de qu preocuparse.

Yo siempre tuve el presentimiento de que ms tarde o ms temprano


acabaras apareciendo por aqu dijo Mrs. Gimpson. En lo ms profundo de mi
alma siempre estuve convencida de ello. Mary estaba segura de que habas muerto,
pero yo nunca fui de su misma opinin. Y ahora el tiempo, que nunca miente, ha
demostrado que mis presentimientos eran correctos.

Hubo algo en la manera en que Mrs. Gimpson dijo aquellas ltimas frases
que caus en sus dos oyentes una impresin sumamente desagradable, impresin
que se vio acentuada cuando, tras una breve pausa, y sin motivo aparente, la
anciana se ech sbitamente a rer e hizo una profunda mueca de desdn.

La felicito por lo acertado de sus presentimientos dijo entonces Mr.


Boxer con cierta brusquedad. Afortunadamente, estaba usted en lo cierto.

Suelo estarlo casi siempre repuso la anciana con una nueva mueca de
desdn. No resulta fcil engaarme.

Dime, querido, se portaron bien contigo los nativos? se apresur a


preguntarle Mrs. Boxer a su marido en un intento por restarle algo de tirantez a la
conversacin.

S, Mary. Muy bien respondi el interpelado. Deberas haber visto


aquella isla. Una hermosa franja de arena tan fina como el oro en polvo la rodeaba
por completo. Y haba palmeras por todas partes. Y cocos para comer hasta
hartarse. Pero lo mejor de todo era que no haba nada que hacer en todo el da ms
que estar tumbado al sol y nadar tranquilamente en el mar.

Y no haba ninguna taberna por all? pregunt Mrs. Gimpson.

Pues la verdad es que no respondi su yerno. Aquello era


simplemente una pequea isla, una ms de las muchas que se encuentran
diseminadas por todo el Ocano Pacfico.

Y cmo has dicho antes que se llamaba la goleta que te recogi?


pregunt Mrs. Gimpson.

Pearl respondi Mr. Boxer con el recelo propio de un testigo que est
siendo sometido a un interrogatorio.

Y cmo se llamaba el capitn de dicha goleta? inquiri Mrs. Gimpson.

Smith. Thomas Henry Walter Smith contest Mr. Boxer poniendo un


nfasis especial en cada una de aquellas palabras.

Y el primer oficial?

John Brown fue la respuesta.

Vaya! No es curioso? Ambos son nombres de lo ms corriente coment


Mrs. Gimpson, como dejndolo caer. En fin Como ya he dicho antes, yo estaba
segura de que antes o despus regresaras a casa sano y salvo. Por eso mismo
nunca me preocup. No te aflijas, querida, no haca ms que repetirle a Mary
una y otra vez. Seguro que John se encuentra perfectamente. Regresar cuando
mejor le parezca.

Qu quiere usted decir con eso de cuando mejor le parezca?


pregunt Mr. Boxer, visiblemente indignado. Tenga por seguro que he regresado
tan pronto como me ha sido posible.

Vamos, mam, no hables as intervino la hija. Has de reconocer que t


tambin estabas preocupada por John. Si hasta insististe en que furamos a ver al
viejo Mr. Silver para preguntarle por su paradero.

S, es cierto. Pero, como t muy bien recordars, despus de hablar con


Mr. Silver yo ya no volv a estar preocupada por l nunca ms dijo Mrs.
Gimpson con los labios fuertemente apretados.

Y se puede saber quin es ese Mr. Silver y qu poda l saber acerca de mi


paradero? pregunt Mr. Boxer.

Es un adivino que vive no muy lejos de aqu respondi su esposa.


Un hombre dotado de grandes poderes aadi la suegra. Sabe leer las
estrellas.

Sin poder evitarlo, Mr. Boxer estall en sonoras carcajadas.

En serio? Y qu fue lo que os dijo de m ese tipo, si puede saberse?


pregunt a continuacin, una vez recuperado el control de s mismo.

Nada en realidad se apresur a responder su esposa.

Oh, ya veo dijo Mr. Boxer en son de burla. Una actitud de lo ms


prudente por su parte. Aunque lo cierto es que, actuando as, cualquiera de
nosotros podra ser adivino.

Eso no es cierto, Mary intervino bruscamente Mrs. Gimpson mirando a


su hija. No digas que Mr. Silver no nos dijo nada porque eso sera faltar a la
verdad. T sabes muy bien que nos dijo que lo saba todo sobre John y sobre lo que
ste haba estado haciendo desde que su barco naufrag, pero que no se atreva a
decrnoslo porque no quera hacernos dao.

Un momento, un momento dijo Mr. Boxer dando un respingo al or


aquello. Ya est bien. Queris decirme las dos a qu viene todo esto? Si ese
farsante se ha dedicado a levantar calumnias sobre m estoy dispuesto a darle su
merecido.

No te pongas as, querido. Djalo estar dijo su esposa cogindole del


brazo. Lo importante es que por fin ests aqu, sano y salvo. En cuanto a Mr.
Silver, no te preocupes por l. La mayora de la gente no cree en las cosas que dice.

Porque no le conviene creer en ellas intervino Mrs. Gimpson con


terquedad. Acaso te has olvidado de que, en su momento, ese hombre predijo la
enfermedad que yo padec el ao pasado?

Bueno, ya est bien dijo de repente Mr. Boxer con una mueca de desdn
. Yo ya os he contado mi historia. No os la creis si no queris. Pero lo que s os
puedo asegurar es que tengo testigos capaces de confirmarla. Si lo deseis, podis
escribirle al capitn del Marston Towers y a todos los miembros de su tripulacin
preguntndole por m.

Claro que, ahora que lo pienso, quiz prefiris que vayamos a ver a ese
prodigioso adivino amigo vuestro. En ese caso, podramos mantener en secreto mi
identidad diciendo simplemente que soy un viejo amigo de la familia. Podramos
pedirle que nos contase cuanto dice saber sobre m y sobre lo que he estado
haciendo durante todo este tiempo sin preocuparse por el dao que eso pudiera
acarrear. Estoy convencido de que eso os hara ver a las dos lo absurdas y ridculas
que resultan todas esas supersticiones.

Podramos ir despus de cerrar la tienda, no te parece, mam? propuso


Mrs. Boxer. Pero antes de ponernos en marcha tomaremos algo de cenar. Debes
de estar hambriento, John.

Mrs. Gimpson vacil durante unos segundos. Dejando aparte el hecho de


que nunca resulta del todo agradable someter las creencias supersticiosas que uno
alberga al examen de quienes no creen en ellas, lo cierto es que, tras la actitud que
haba adoptado desde un principio, la anciana no poda permitirse correr el riesgo
de que su yerno la dejase en evidencia.

Est bien. Puesto que as lo queris los dos, olvidmoslo todo y no


digamos una sola palabra ms sobre el asunto dijo ponindose muy seria. Pero
eso no quiere decir que yo vaya a cambiar de opinin.

A m me parece, querida suegra dijo entonces Mr. Boxer, que tiene


usted miedo de que vayamos a ver a su adorado adivino. No estar usted
preocupada por que podamos desenmascarar a ese embaucador, verdad?

Es intil que intentes burlarte de m, John Boxer. Tus palabras no


conseguirn hacer que me enfade repuso Mrs. Gimpson temblando de ira.

Claro, claro dijo burlonamente Mr. Boxer. Cuando alguien es feliz


creyendo en mentiras, los dems tenemos que respetar su felicidad antes que
hacerle comprender la verdad, no es eso? Todos tenemos derecho a ser felices y a
vivir de nuestros sueos, pero si todos tuvisemos el mismo sentido comn, los
adivinos no podran vivir de los sueos de los dems. Dgame, querida suegra:
cmo adivina ese hombre las cosas? Leyendo las hojas de t u observando sin
ms el color de los ojos[5]?

Ya basta de burlas, John Boxer advirti Mrs. Gimpson con frialdad.


Quiz te interese saber que de no ser por las advertencias de Mr. Silver yo no
estara viva en este momento.

Hace unos meses mam se vio obligada a guardar cama durante diez das
para evitar que un perro rabioso la mordiera le explic Mrs. Boxer a su marido.
Cmo has dicho, querida? pregunt, incrdulo, Mr. Boxer tapndose la
boca con la mano y haciendo enormes esfuerzos por contener las carcajadas.

S, s, rete cuanto quieras. Supongo que te estaras riendo mucho ms si


aquel perro hubiese acabado mordindome realmente, no es cierto? pregunt
Mrs. Gimpson mirando a su yerno con furia.

Y se puede saber a quin acab mordiendo finalmente aquel perro?


pregunt Mr. Boxer tras recobrar el control de s mismo.

Ya veo, querido yerno, que no te enteras de nada repuso Mrs. Gimpson


mirando a Mr. Boxer con desprecio. No hubo ningn perro. Gracias a que yo me
qued en cama y a que mantuve la puerta de mi habitacin bien cerrada con llave
en todo momento, no apareci perro alguno por el pueblo. Para qu iba a hacerlo?
Si se hubiese dejado ver no hubiese podido morderme, pues yo estaba encerrada
en casa.

Bueno, ya est bien de tonteras. Si sigue usted contndome historias


como sa va a acabar matndome de risa dijo Mr. Boxer sonriendo. Tanto si
decide usted venir como si no, Mary y yo iremos a ver a ese impostor despus de
cenar. Ya que aqu nadie me conoce, Mary me presentar como un viejo amigo de
la familia y a continuacin le pedir a ese tipo que le cuente todo lo que sabe acerca
de su marido. Durante la visita Mary y yo nos mostraremos muy cariosos el uno
con el otro para dar a entender que tenemos intencin de casarnos. As l podr
decir la verdad sobre m (o, mejor dicho, lo que l dice que es la verdad sobre m)
sin que le importe tanto el dao que sus palabras puedan causar.

Yo que t no intentara rerme de Mr. Silver advirti Mrs. Gimpson.

Mr. Boxer neg enrgicamente con la cabeza.

Usted me conoce, querida suegra, y sabe que siempre estoy dispuesto a


disfrutar de un rato de diversin repuso lentamente. Estoy deseando ver la
cara que pone ese farsante cuando se entere de quin soy yo en realidad.

Por toda respuesta Mrs. Gimpson dio media vuelta y se puso a mirar a su
alrededor en busca de su cesta de la compra. Una vez la hubo encontrado, se
dirigi hacia la puerta y, tras anunciar que se dispona a comprar algo para cenar
que estuviese en consonancia con aquella ocasin tan especial, sali a la calle
dejando a la pareja a cargo de la casa.
Caminando a buen paso, pues era ya tarde y las tiendas se preparaban para
cerrar, la anciana fue hasta la Calle Mayor, hizo rpidamente sus compras y
emprendi el regreso a casa. No obstante, al pasar junto a la boca del estrecho
callejn en el que viva Mr. Silver, sus pies, como guiados por un repentino
impulso, la internaron en ste y la llevaron hasta la mismsima puerta del adivino.

En respuesta a su llamada se oy un lento arrastrar de pies en el interior. Un


par de segundos ms tarde el adivino en persona abri la puerta y, tras reconocer a
una de sus ms fieles y crdulas clientas, la invit a pasar. Mrs. Gimpson,
obediente, entr, sigui a su anfitrin hasta una oscura pero bien conocida
habitacin y, una vez all, tom asiento y se qued mirando con expresin aturdida
la venerable barba blanca y los ojillos enrojecidos de aquel hombre sin saber cmo
empezar.

Mi hija vendr a verle dentro de un rato, Mr. Silver dijo finalmente.

El adivino asinti con la cabeza.

Ella desea preguntarle acerca de su marido prosigui la anciana,


balbuceando. Traer a un amigo con ella, un hombre que no cree en sus
poderes, Mr. Silver. l lo sabe todo sobre mi yerno y quiere escuchar lo que
usted tiene que decir acerca de l.

El adivino se cal unos enormes anteojos y observ detenidamente a su


visitante durante unos segundos.

Mrs. Gimpson, a usted le ronda algo en la cabeza, algo que no me quiere


decir dijo finalmente. Ms le valdra contrmelo todo.

Mrs. Gimpson neg enrgicamente con la cabeza.

Entonces djeme advertirle que un gran peligro se cierne sobre usted


continu diciendo Mr. Silver con una voz ronca y grave que hizo que un escalofro
recorriese la espina dorsal de la anciana. Se trata de algo que tiene que ver con su
yerno.

Lentamente, mientras hablaba, aquel hombre comenz a mover atrs y


adelante una de sus delgadas y arrugadas manos como si intentase abrir un hueco
entre la niebla para poder atisbar a travs de ella.

Un terrible peligro se est fraguando sobre usted prosigui diciendo


aquel hombre. Y eso se debe a que usted, o alguna otra persona, me est
ocultando algo.

Ante tal revelacin, Mrs. Gimpson, completamente aterrorizada, se hundi


en su silla.

Hable dijo suavemente Mr. Silver. Hgalo al menos por usted misma,
Mrs. Gimpson. No tiene usted por qu sacrificar su vida guardando silencio por los
dems.

Tras sopesar aquellas palabras apenas medio segundo, Mrs. Gimpson,


decidiendo que era de la misma opinin que su anfitrin, procedi a relatarle de
un tirn cuanto haba ocurrido aquella tarde. Como tena buena memoria, no
olvid ni el ms mnimo detalle.

Curioso. Muy, pero que muy curioso dijo el venerable Mr. Silver cuando
la anciana hubo concluido su relato. Tiene usted un yerno verdaderamente
ingenioso, Mrs. Gimpson.

Verdad que s, Mr. Silver? convino la anciana. Asegura que puede


probar que su historia es cierta porque tiene testigos a los que recurrir.

Si l se empease, podra demostrar como mucho una parte de ella


repuso el adivino entornando los ojos con maldad. Pero no toda, Mrs. Gimpson.
Se lo digo yo.

Entonces, si al menos parte de su historia es cierta, por qu se mostr


usted desde el principio tan reacio a decirnos lo que le haba ocurrido a John?
pregunt la anciana procurando que sus palabras sonasen lo menos posible a un
reproche. Si es cierto que se vio obligado a vivir durante un tiempo en una isla,
no veo qu puede tener eso de malo. Al fin y al cabo, un hombre no siempre puede
evitar ir a parar a donde el destino se empee en llevarlo.

Cierto, Mrs. Gimpson. Muy cierto convino lentamente Mr. Silver.


Pero no se preocupe usted ahora por eso. Deje que su hija y su yerno vengan a
verme y me hagan todas las preguntas que deseen. En cuanto a usted, se lo
advierto por su propio bien: procure no decirle a nadie que ha estado aqu. Si por
casualidad se va de la lengua, la tragedia que caer sobre usted ser tan terrible
que ni siquiera yo, a pesar de todos mis poderes, ser capaz de ayudarla.

Al or aquellas palabras Mrs. Gimpson se ech automticamente a temblar.


Poco despus, ms impresionada que nunca por los extraordinarios poderes de
Mr. Silver, emprendi lentamente el regreso a casa, donde, al llegar, encontr al
inconsciente de su yerno relatndole sus apasionantes correras a los Thompson, la
pareja que viva en la casa de al lado.

Es un autntico milagro que haya usted regresado a casa con vida


estaba diciendo Mr. Thompson, entusiasmado, cuando Mrs. Gimpson entr en la
casa. Todo eso que nos est contando suena exactamente igual que un libro de
aventuras. Ensenos otra vez esa enorme cicatriz que tiene en la cabeza, John.

Mr. Boxer, complaciente, accedi ante las muestras de admiracin de los


vecinos.

Si no tienen ustedes inconveniente, volveremos cuando hayan terminado


de cenar. As podremos acompaarles a casa del adivino continu diciendo Mr.
Thompson mientras l y su esposa se ponan en pie para marcharse. Ser para
m un autntico placer contemplar la cara que pone ese viejo farsante de Mr. Silver
cuando se entere de quin es usted en realidad.

Reprimiendo una mueca de desprecio, Mrs. Gimpson observ atentamente a


Mr. Thompson mientras ste abandonaba la casa. Cuando, finalmente, los tres se
encontraron solos, Mrs. Boxer se levant y comenz a poner la mesa.

La cena transcurri con lentitud, debido principalmente a Mr. Boxer, que no


dejaba de hablar, en su empeo por agotar su amplio repertorio de ancdotas.
Luego, una vez recogida la mesa y cerrada la tienda, los tres se reunieron con los
Thompson, que estaban ya esperndoles en la calle, y todos juntos partieron hacia
la casa del adivino. Durante el camino, Mr. Boxer y Mr. Thompson se encargaron
de animar la conversacin, el primero simulando estremecerse de miedo cada diez
pasos ante la sola idea de los prodigios sobrenaturales que se dispona a
presenciar, y el segundo, que no quera ser menos, quedndose inmvil cada cierto
tiempo hasta que su esposa, riendo, se acercaba a l y le aseguraba que nadie iba a
echarle ningn conjuro ni a hacerle desaparecer en una nube de humo.

Para cuando llegaron a la puerta de Mr. Silver, la comitiva ya haba


recobrado toda su seriedad y decoro, y, excepto por el profundo escalofro que
recorri de pies a cabeza a Mr. Boxer cuando su mirada se pos sobre la pareja de
calaveras que adornaban la mesa del adivino, su comportamiento fue
absolutamente correcto. Mrs. Gimpson, tras adelantarse para saludar a su
anfitrin, explic en pocas palabras el motivo de aquella visita y present a Mr.
Boxer como un viejo amigo de la familia recin llegado de Londres.

Har cuanto pueda por complacerles respondi lentamente el adivino


mientras sus visitantes tomaban asiento alrededor de la mesa. Pero antes quiero
que sepan que yo me limito estrictamente a contar lo que veo. Si no veo nada, no
podr decirles nada. Pero si lo veo todo, se lo dir todo. Siempre, claro est, que
estn ustedes seguros de que eso es lo que desean.

Mr. Boxer mir disimuladamente a Mr. Thompson y le gui un ojo en seal


de complicidad. ste, por su parte, respondi propinndole un pellizco a Mr.
Boxer. Mrs. Thompson, advirtiendo los tejemanejes de los dos hombres, se acerc a
ellos y les reprendi en voz baja dicindoles que mantuviesen la compostura.

Los misteriosos preparativos de rigor pronto estuvieron completos. En un


momento dado, una pequea nube de humo a travs de la cual los fieros ojillos
enrojecidos de Mr. Silver examinaron minuciosamente a Mr. Boxer se elev de la
mesa. Entonces el adivino, tras verter varios lquidos en un pequeo cuenco de
porcelana, levant la mano en demanda de silencio y clav su mirada en el
contenido de dicho cuenco.

Veo imgenes dijo con voz cavernosa. Veo los muelles de una gran
ciudad. Londres, me atrevera a decir. Veo a un hombre de pie en la cubierta de un
barco. Est encorvado, como si por naturaleza fuese cargado de espaldas, y cuando
camina cojea de la pierna izquierda.

Con los ojos muy abiertos a causa del asombro, Mr. Thompson se arrim a
Mr. Boxer y le dio un ligero codazo en las costillas, pero ste, que ya comenzaba a
cansarse de las bromas del vecino de su suegra, decidi ignorarle y no se molest
en responder.

El barco zarpa continu diciendo Mr. Silver sin dejar en ningn


momento de mirar el contenido del cuenco. Al salir de puerto vira ligeramente y
su popa queda a la vista. El nombre del barco se encuentra escrito en ella. Se trata
del

Mire usted con atencin, amigo, no vaya a equivocarse de barco gru


Mr. Boxer en voz baja.

Se trata del North Star dijo por fin el adivino. El hombre encorvado
est todava en cubierta. No s su nombre ni puedo ver bien su rostro, pero le veo
acercarse cojeando hasta la proa y asomarse por la borda para contemplar el mar.
Ahora saca de un bolsillo la fotografa de una joven muy hermosa y la mira con
profundo fervor.

Al or aquello, Mrs. Boxer, quien no pasaba por ser precisamente una


belleza, dio un fuerte respingo, como si acabasen de clavarle un punzante aguijn,
y se qued muy tiesa en su silla. Mr. Thompson, que estaba a punto de propinarle
a Mr. Boxer un nuevo codazo en las costillas, se detuvo en seco y, tras pensrselo
dos veces, decidi adoptar un aire de perplejidad que no comprometa a nada.

La imagen se desvanece continu diciendo Mr. Silver. Aj! Parece


que ya vuelve a cobrar fuerza. Veo un barco en medio del ocano. Se encuentra
envuelto en una terrible tempestad. Es el North Star. Se est hundiendo. El hombre
encorvado est llorando. Parece desesperado. Aunque la imagen es ahora ms
intensa, sigo sin saber cmo se llama y sin poder ver bien su rostro.

Mr. Boxer, que haba estado a punto de interrumpir al adivino en varias


ocasiones, carraspe ruidosamente y se esforz por aparentar indiferencia.

El barco se hunde rpidamente prosigui Mr. Silver dndole un toque


de emocin a su relato. Vaya! Qu es eso que flota en medio del mar? Parece un
madero Sin duda alguna, parte de los restos del naufragio. Un momento! Hay
algo agarrado a l. Parece un mono, pero No! Es el hombre encorvado otra vez.
Dios mo!

Con el alma en vilo, los cinco oyentes se inclinaron a un tiempo hacia


adelante y miraron embelesados al adivino. La respiracin ahogada de Mr. Boxer
fue lo nico que pudo orse en el casi absoluto silencio que en aquel momento se
apoder de la estancia.

Se encuentra solo en medio del inmenso ocano continu diciendo el


vidente. Se hace de noche. Luego llega el nuevo da. Una esbelta y hermosa
muchacha de tez morena se acerca a l remando en una canoa. Se trata de una
nativa. La muchacha ayuda al nufrago a subir a la canoa y luego, con la cabeza de
ste cmodamente instalada en su regazo, rema con fuerza hacia una pequea isla
poblada de altas palmeras.

Eh, oiga! No se atreva a comenz a protestar Mr. Boxer, visiblemente


alterado.

Shhh! No interrumpa, hombre intervino Mr. Thompson, que no estaba


dispuesto a perderse ni una sola de las palabras del adivino.
La imagen se desvanece de nuevo prosigui Mr. Silver. Pero otra
aparece en su lugar. Los nativos de la isla celebran una boda. No hay duda: se trata
de la muchacha de tez morena y el hombre encorvado. Pero Vaya! La boda se ve
interrumpida de repente. Un joven, un nativo, se abre paso entre los presentes
blandiendo un enorme cuchillo. Sin pensrselo dos veces, salta sobre el hombre
encorvado y le hiere en la cabeza.

Sin poder evitarlo, Mr. Boxer se llev una mano a la cicatriz que luca en su
cuero cabelludo en el preciso instante en que las miradas de todos los presentes se
volvan automticamente hacia l. La expresin que alcanz a ver entonces en el
rostro de su esposa era sencillamente terrorfica. La que vio, en cambio, en el de su
suegra, se hallaba dominada por esa mirada triste pero triunfal propia de la mujer
que ha llegado a conocer tan bien a los hombres que ya no se sorprende ante nada
de lo que stos puedan hacer.

La imagen vuelve a perderse continu relatando la hechizante voz de


Mr. Silver tras unos segundos de pausa. No obstante, otra ocupa rpidamente su
lugar. El hombre encorvado se halla esta vez a bordo de un pequeo barco cuyo
nombre puede leerse en la popa. Se llama Peer No, Paris. No, no, tampoco
Pearl, eso es! El Pearl. Dicho barco se aleja de la isla. En la playa, la joven morena,
con los brazos extendidos ante s en actitud de splica, observa cmo se desvanece
en la distancia. Mientras tanto, a bordo, el hombre encorvado se saca nuevamente
del bolsillo la fotografa de la hermosa joven y la mira embelesado mientras en sus
labios se va dibujando una sonrisa.

Ya basta! exclam Mr. Boxer, enfurecido. Cunto tiempo ms vamos


a tener que seguir escuchando toda esta sarta de tonteras? Yo, por mi parte, ya he
tenido ms que suficiente.

Pues vete si quieres le inst su esposa temblando de furia. Yo estoy


dispuesta a quedarme aqu y or todo lo que haya que or.

Sintese y cllese de una vez aadi Mr. Thompson, cada vez ms


interesado en el relato. Mr. Silver todava no ha dicho que ese hombre sea usted.
Al fin y al cabo, no es usted el nico hombre encorvado que hay en este mundo,
sabe?

Ahora veo un barco de pasajeros continu diciendo el vidente, que


aparentemente se haba sumido en un breve trance mientras sus visitantes
hablaban entre s. Zarpa de Australia con rumbo a Inglaterra. Puedo ver
claramente su nombre. Es el Marston Towers. El hombre encorvado va a bordo. El
barco llega finalmente a Londres. La imagen se difumina, pero otra aparece en su
lugar. Ahora nuestro hombre est sentado junto a una hermosa mujer que
curiosamente, no es la misma que aparece en el retrato que lleva siempre consigo.

Demonios! murmur para s Mr. Thompson sin poder contener su


envidia. Cmo puede este hombre tener tanto xito con las mujeres? Con ese
cuerpo que tiene, no me explico qu pueden ver en l. Nada ms ponerle la vista
encima dan ganas de mirar para otro lado.

Los dos estn sentados cogidos de la mano continu el adivino


elevando ligeramente la voz. Ella le mira, le sonre y le acaricia la cabeza con
ternura all donde l tiene una enorme cicatriz. l acerca su rostro al de ella y

Una soberbia bofetada reson sbitamente en la habitacin haciendo que


todos los presentes se sobresaltasen. Mrs. Boxer, incapaz de seguir contenindose
por ms tiempo, se haba puesto en pie y, haciendo uso de todas sus fuerzas, haba
descargado sobre el rostro de su marido un tremendo manotazo. Mr. Boxer,
aullando tanto de sorpresa como de dolor, se levant de un salto y se llev ambas
manos a la mejilla. En el desconcierto que sigui, el adivino, para el eterno pesar de
Mr. Thompson, golpe sin querer el cuenco mgico con el brazo y derram sobre la
mesa su misterioso contenido.

Vaya. Ahora me ser completamente imposible seguir viendo nada ms


acert a decir mientras se esconda bajo la mesa al ver cmo Mr. Boxer avanzaba
hacia l con aspecto amenazador.

En aquel momento, Mrs. Gimpson, interviniendo con decisin, apart a su


yerno de un empujn y, tras dejar encima de la mesa una modesta cantidad de
dinero, cogi a su hija del brazo y la sac apresuradamente de all. Los Thompson,
asustados, no dudaron en seguir dcilmente a las dos mujeres. Mr. Boxer, por su
parte, tras lanzarle una feroz mirada a Mr. Silver, dio media vuelta y sali
corriendo tras ellos.

Ya en la calle, la apresurada comitiva camin en silencio durante algn


tiempo hasta que Mrs. Thompson, visiblemente impresionada por la escena que
acababa de presenciar, comenz a decir que si hubiese ms adivinos en el mundo
los hombres seran, sin duda alguna, mucho mejores de lo que eran.

Mr. Boxer, que no haba dejado de correr hasta alcanzar a su esposa, logr
por fin llegar hasta ella y dirigirle una suplicante mirada.

Mary, escchame comenz a decir.

No te molestes en dirigirme la palabra porque no pienso contestarte, John


le ataj ella acercndose ms a su madre. Mr. Boxer se ech a rer con amargura.

Vaya. Esto es lo que se dice un feliz regreso a casa dijo con irona.

Abatido, dej que las dos mujeres le adelantaran y continu caminando


hecho una furia. Su mal humor no se vio precisamente apaciguado al ver que, al
pasar a su lado, Mrs. Thompson, quien sin duda alguna deba de creer firmemente
que el adulterio y la bigamia eran enfermedades altamente contagiosas, agarraba
fuertemente del brazo a su marido y tiraba de l para que no se le acercase.
Sintindose dolorosamente rechazado, Mr. Boxer clav una mirada cargada de
odio en Mrs. Gimpson, que, unos cuantos metros por delante de l, caminaba con
la espalda muy erguida como en un tenaz intento por sobrellevar mejor la
humillacin a la que su hija acababa de ser sometida.

Para cuando la comitiva lleg finalmente a casa, Mr. Boxer se hallaba sumido
en un estado tal de desesperacin que hubiese sido capaz de cualquier cosa. No
obstante, en el preciso instante en que se dispona a cruzar el umbral, su esposa le
dirigi una mirada tan furibunda que l, amedrentado, se detuvo en seco con un
pie en el escaln y otro en el aire y la mir sin atreverse a decir una sola palabra.

Adnde crees que vas? Acaso se te ha olvidado algo aqu dentro? le


pregunt ella con frialdad.

Mr. Boxer neg lentamente con la cabeza.

Slo quiero entrar para confesar toda la verdad respondi adoptando


un extrao tono de voz. Despus me marchar.

Mrs. Gimpson y su hija se hicieron a un lado para dejarle pasar. Mr.


Thompson, deseoso de saber en qu acababa todo aquello, entr detrs de l a
pesar de las dbiles protestas de su esposa, que segua celosamente cogida de su
brazo. Una vez dentro, todos ellos se sentaron en fila contra la pared. Todos,
excepto Mr. Boxer, quien se sent frente a los dems y, a pesar de su aspecto
alicado y avergonzado, les dirigi a todos ellos una profunda mirada de
desprecio.
Y bien? pregunt Mrs. Boxer al cabo de unos segundos.

Todo lo que dijo ese viejo es absolutamente cierto comenz a decir su


marido con actitud desafiante. O, mejor dicho, casi todo. En realidad, yo no me
cas con una nativa. Me cas con tres.

Todos sus oyentes, a excepcin de Mr. Thompson, se estremecieron


escandalizados.

Y tambin me cas con una mujer blanca cuando estuve en Australia


continu Mr. Boxer esforzndose por recordar. Lo que me sorprende es que Mr.
Silver no llegase a averiguar nada de eso. Yo dira que ese tipo no es tan buen
adivino como pretende hacerle creer a todo el mundo.

Que me aspen! Qu diablos pudieron ver todas esas mujeres en este


hombre? le susurr Mr. Thompson, atnito, a su esposa.

Y te casaste tambin con la hermosa muchacha de la fotografa?


pregunt Mrs. Boxer con voz temblorosa.

As es respondi su marido.

Canalla! grit indignada Mrs. Boxer.

Me cas con ella, en efecto continu diciendo Mr. Boxer. La boda tuvo
lugar en Camberwell en mil ochocientos noventa y tres.

En mil ochocientos noventa y tres? pregunt su esposa con la voz


embargada por la sorpresa y la emocin. Eso no puede ser. T y yo no nos
casamos hasta mil ochocientos noventa y cuatro.

Y qu tiene eso que ver? pregunt aquel monstruo con pasmosa


naturalidad.

Ms plida que nunca, Mrs. Boxer se levant lentamente de su silla y se


qued all de pie, mirando horrorizada al que siempre haba credo su legtimo
esposo y esforzndose en vano por articular palabra.

Sinvergenza! intervino Mrs. Gimpson, enfurecida. Siempre


desconfi de ti.
Ya lo s, querida suegra repuso tranquilamente Mr. Boxer.

No te atrevas a llamarme querida suegra! grit Mrs. Gimpson, fuera


de s. Ya estabas casado antes de conocer a mi hija. Llevas aos cometiendo
bigamia.

Poligamia, ms bien. Y una y otra vez afirm alegremente Mr. Boxer.


Le aseguro que para m ha llegado a convertirse en una especie de pasatiempo.

Estaba viva tu primera esposa cuando te casaste con mi hija? pregunt


Mrs. Gimpson.

Que si estaba viva? repuso Mr. Boxer. Demonios! Pues claro que lo
estaba! Y sigue estndolo. Y espero que por muchos aos.

Con una amplia sonrisa, Mr. Boxer se recost en su silla y contempl con
satisfaccin los cuatro rostros horrorizados que tena ante s.

Irs a la crcel por esto! grit Mrs. Gimpson casi sin aliento. Dnde
vive tu primera esposa?

Me niego tajantemente a responder a esa pregunta respondi su yerno.

Dnde vive tu primera esposa? repiti Mrs. Gimpson.

Por qu no va y se lo pregunta a su querido adivino? repuso Mr. Boxer


sonriendo con desfachatez. A lo mejor logra usted convencerle para que vaya
con cuenco y todo a declarar contra m ante un juez. Seguro que l sera capaz de
decirle ms que yo.

Te exijo que me digas su nombre y direccin! grit Mrs. Gimpson


rodeando con un huesudo brazo a su hija, que no dejaba de sollozar.

Me niego a dar tal informacin repuso Mr. Boxer alegremente, como


disfrutando con aquella situacin tan horrible. No crea que soy tan estpido
como para arrojar piedras contra mi propio tejado. Adems, la ley no aceptara que
un hombre se incriminase a s mismo de una manera tan absurda. As que ya
puede usted acercarse corriendo al juzgado y presentar una demanda por bigamia
contra m. Y no olvide avisar a ese estpido adivino amigo suyo para que declare
como testigo.
Durante unos segundos Mrs. Gimpson mir a su yerno con odio infinito
pero sin atreverse a decir ni una sola palabra. Luego, sentndose, comenz a hablar
atropelladamente con Mrs. Thompson. Mrs. Boxer, sollozando, se acerc entonces
a su marido.

Oh, John gimi. Dime que nada de todo esto es cierto. Dime que no lo
es.

Mr. Boxer vacil por unos instantes.

Y de qu valdra cuanto yo pudiera decir? pregunt con terquedad.

No es cierto, verdad? insisti su esposa. Por favor, dime que no lo es.

Todo lo que os cont esta tarde, cuando entr por primera vez en esta casa
despus de tanto tiempo, es cierto dijo lentamente su marido. Pero lo que os
acabo de contar ahora es tan cierto como lo que ese viejo adivino embustero nos
cont a todos hace un rato. Que cada uno crea lo que ms le guste.

Yo te creo a ti, John dijo su esposa con humildad.

Al or aquello, el rostro de Mr. Boxer se ilumin de repente. Acto seguido,


con un gil movimiento, el hombre encorvado cogi a su esposa de la mano y la
sent sobre sus rodillas.

Eso est mejor dijo alegremente. Mientras t me creas, me importa un


comino lo que el resto del mundo pueda pensar de m. Por lo dems, te prometo
que tarde o temprano acabar descubriendo cmo pudo llegar a saber ese viejo
embaucador los nombres de los barcos en los que viaj. Claro que, ahora que
caigo Demonios! Cmo no me habr dado cuenta antes? Sabes lo que creo,
querida? Algo me dice que aqu alguien se ha ido de la lengua.
WILLIAM WYMARK JACOBS (Londres, 1863 - 1943). Escritor britnico. Su
primer hogar fue una casa situada en uno de los muelles sobre el ro Tmesis.
Escritor de races populares, aprovech sus experiencias de infancia y adolescencia
para escribir cuentos y novelas cortas inspiradas en los marineros, pescadores y
trabajadores de los muelles, que formaron parte de su vida cotidiana durante los
primeros aos de vida.

El primer libro que public, Many Cargoes (Muchos fletes, 1896), tuvo un xito
inmediato, lo que le permiti publicar el ao siguiente The Skippers Wooing (El
patrn galanteador) y, en 1898, Sea Urchins (Golfillos del mar). Es muy poco probable
que los marineros de sus historias puedan encontrarse a bordo de algn barco; son
personajes literarios cuyas aventuras y desventuras proporcionan, sin embargo,
momentos muy emocionantes en tierra.

Su relato ms conocido es La pata de mono (The Monkeys Paw, 1902), en el que


(alejndose de su vis cmica) sita una historia de terror y supersticin en el
apacible marco propio de la burguesa media y baja de la poca victoriana.
Notas

[1]
Referencia a una ancestral creencia popular anglosajona segn la cual los
pozos son lugares misteriosos dotados de todo tipo de facultades mgicas, siendo
por ello capaces de conceder deseos, revelar secretos, decir la verdad a cuantas
preguntas les son formuladas siguiendo determinado ritual, etc. Estas propiedades
adivinatorias atribuidas a los pozos han sido recogidas por la literatura en
numerosas ocasiones. (N. del T.) <<

[2]
El dummy es una variacin de juegos de naipes tales como el bridge, el
whisty otros muchos, en la que, adems de los jugadores reales hay un jugador
imaginario. Las cartas que se le reparten a este ltimo en cada mano no se mueven
ni se descubren a lo largo de la misma, lo cual complica un poco ms el desarrollo
del juego, sobre todo en aquellos juegos de cartas en los que el nmero de naipes
que se llevan repartidos en cada momento es un dato a tener en cuenta. En los
juegos de naipes de origen espaol equivale a lo que se ha dado en llamar mano del
muerto o jugador muerto. (N. del T.) <<

[3]
Efectivamente, la Hechicera de Endor no tiene nada que ver con la historia
de Jons y la ballena si exceptuamos el hecho de que ambos son personajes
bblicos.

La Hechicera de Endor era una pitonisa o adivina a la que, segn cuenta la


Biblia, acudi a consultar Sal, rey de Israel, antes de entrar en combate contra los
filisteos en los montes de Gelbo. Por mandato de Sal, esta mujer invoc al
profeta Samuel, cuyo espritu, por permiso divino, se apareci ante l y predijo
tanto su derrota como su muerte y la de sus hijos durante la batalla. (N. del T.) <<

[4]
El apodo de Wheeler, es decir, Nosey, es un juego de palabras en ingls.
Originalmente, el trmino significa entrometido. Por otra parte, la palabra es una
derivacin de nose (nariz), en clara alusin a la peculiaridad fsica del personaje,
que tiene la nariz desfigurada. (N. del T) <<

[5]
Tradicionalmente, en efecto, dos de los mtodos atribuidos a los adivinos
a la hora de averiguar el porvenir eran, por un lado, el estudio del movimiento de
las hojas de t mientras stas se cocan en un recipiente puesto a fuego lento, y, por
otro, la observacin detenida del color del iris del ojo de la persona cuyo futuro se
deseaba conocer. (N. del T.) <<

También podría gustarte