Edo Aldunate, La Constitucion Monarquica Del Poder Judicial

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EDUARDO ALDUNATE LIZANA 193

Revista de Derecho de la
Universidad Católica de Valparaíso
XXII (Valparaíso, Chile, 2001)

LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

EDUARDO ALDUNATE LIZANA


Universidad Católica de Valparaíso

En las siguientes líneas se intenta proponer y fundamentar la siguiente hipó-


tesis. Nuestro sistema judicial conserva, en lo esencial de su constitución, los
rasgos de la judicatura monárquica existente a la fecha del advenimiento de
la República, sin que, en ya casi 200 años de evolución institucional, haya
sido sustancialmente modificado, salvo en lo que dice relación con la depen-
dencia respecto del monarca como jefe del Ejecutivo. La permanencia del
modelo hace que sus consecuencias negativas hayan sido asimiladas por el
sistema institucional, al punto de que ni siquiera se discuten las deficiencias
que este modelo plantea para la vigencia efectiva de un Estado de Derecho.
1. En 1768 Carlos III prohibe a los jueces y a la audiencia de Mallorca la
motivación de las sentencias, en lo que ha sido calificado como la culmina-
ción de un proceso de uniformación de la judicatura basada en el modelo
castellano1 . Puede dejarse abierta aquí la pregunta sobre las razones que
llevaron al monarca a adoptar esta medida. Lo relevante es que la prohibi-
ción de motivar corona, medio siglo antes de nuestra independencia, la
evolución de un sistema judicial con características propias, que tendrá una
profunda influencia en nuestra propia organización de la judicatura. Uno
de los rasgos distintivos de este sistema consiste en el control que ejerce el
monarca sobre la persona de los jueces, por una razón evidente: ante la
prohibición de fundamentar los fallos, los controles de la actividad judicial,
que ya no pueden ser objetivos (esto es, referidos a la actuación judicial
manifestada en la sentencia), necesariamente se desplazan al ámbito subjeti-
vo, lo que es decir, al ámbito del comportamiento del juzgador2 .

1
En otros reinos de España se dio la práctica o se reguló el deber de motivar:
Cataluña 1510, Aragón 1547, Valencia 1564. El modelo castellano de no motivación
comieza a expandirse lentamente y culmina con la real cédula citada. Sobre este pun-
to, GARRIGA, Carlos - LORENTE, Marta, El juez y la ley: la motivación de las sentencias
(Castilla 1489, España 1855), en Anuario de la Facultad de Derecho de la Universidad
Autónoma de Madrid 1 (1997), pp. 97 y ss., 101.
2
“Allí donde se impuso, en efecto, la regla de la no motivación propició la forma-
194 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

De este modo, la legitimidad del fallo (no motivado) no reposa en su


adecuación a la ley, que no se conoce (a veces ni siquiera es citada la dispo-
sición legal sobre cuya base se decide), sino en dos circunstancias. Por una
parte, en el hecho de que la justicia la administra el juez a nombre y como
funcionario del rey3 , y, de esta manera, goza del prestigio del monarca. Por
otra, en que se asume, o al menos se espera, que el juez sea un hombre
bueno. De aquí el énfasis en el iudex perfectus desarrollado en la literatura
peninsular del siglo XVII y XVIII: el juez es una verdadera imagen de Cris-
to y, en esa medida, debe limitarse a juzgar, manteniéndose alejado de la
comunidad en la cual está llamado a ejercer sus funciones. Esto, en térmi-
nos prácticos, se traduce en un deber de verdadera “ajenidad social”4 im-
puesto al juez (cuya herencia podemos percibir, sin dificultad, en nuestra
actual cultura judicial).
El rey ejerce el gobierno judicial. Esto implica que nombra a los jueces,
ejerce un control disciplinario sobre ellos, decide sobre su carrera, etc. Al
mismo tiempo, ejerce funciones jurisdiccionales, ya que se reserva la última
palabra en toda cuestión que pueda ser tratada por sus jueces, ya sea en su
calidad de última instancia jurisdiccional, ya sea ejerciendo el derecho de
avocación. Y esto no puede ser de otra manera, ya que se trata de un sistema
de justicia retenida, en que la justicia que imparten los jueces, como se ha

ción de un conjunto de mecanismos institucionales...apropiados a garantizar la justi-


cia de las decisiones judiciales inmotivadas. Es muy importante resaltar esta idea, por-
que más que cada una de sus piezas aisladamente considerada, importa el resultado
final de su ensamblaje, en la medida en que sirviera para caracterizar una cierta mane-
ra de administrar justicia. Así ocurrió al menos en Castilla, donde la inveterada prác-
tica de no motivar las sentencias determinó desde la Baja Edad Media la formación de
un modelo jurisdiccional peculiar, que concentraba la garantía en la persona -y no en
la decisión- del juez...”. GARRIGA, C. - LORENTE, M., op. cit., p. 105.
3
“Bien podría decirse que la justicia era una justicia de hombres y no una justicia
de leyes. (....) la clave del modelo jurisdiccional castellano reside en la persona y no en
la decisión de los jueces, máxime si de los integrantes de los tribunales supremos se
trata, que una poderosa corriente doctrinal entendía que podían juzgar en conciencia,
praeter allegata et probata, pues no en vano ‘representan la persona Real y como el Rey
juzgan según Dios en la tierra, la verdad sabida y por presunciones, aunque no conclu-
yan, y según les dicte su conciencia, y pueden exceder de las leyes’ ”: GARRIGA, C. -
LORENTE, M., op. cit. pág. 111, citando en la última parte a J. CASTILLO DE BOVADILLA,
Política para corregidores y señores de vassallos en tiempo de paz, y de guerra (1704).
4
El término es usado por GARRIGA, C. - LORENTE, M., op. cit. pág. 107, quienes
expresan: “...los jueces debían mantenerse ajenos a cualquier tipo de relaciones socia-
les allende los muros de la casa de la Audiencia (donde para favorecer esta actitud en
ocasiones se les otorgaba vivienda). Hoy resulta difícil concebir –o tomar en serio–
hasta qué extremos se llevaron estas prohibiciones... : nada de visitas, cortesías, amista-
des, bodas, juegos, banquetes, charlas, bautizos, reuniones...” .
EDUARDO ALDUNATE LIZANA 195

dicho, la imparten a nombre del rey; y éste será siempre la última garantía
de los derechos de sus súbditos, que pueden recurrir a él, si no hubiese otro
remedio, por la vía de una simple petición de gracia, en contra de lo resuelto
por sus funcionarios judiciales.
Desde un punto de vista orgánico, estas funciones son ejercidas por el
Consejo Supremo de Castilla que se entiende, en cuanto órgano del rey,
superior jerárquico de los demás tribunales. En primer lugar, el Consejo
ejerce la jurisdicción que el monarca ha retenido como su atribución. Es
también el órgano encargado del gobierno de los tribunales; por una parte,
disponiendo sobre los nombramientos de los jueces; regulando su funcio-
namiento, recomendando o informando modificaciones propuestas a la or-
ganización judicial y a la legislación en general. En segundo lugar, ejerce el
control que corresponde al monarca sobre sus funcionarios, por el sistema
de controles subjetivos a que se ha aludido antes (y que hace patente la
confusión entre los medios de control disciplinario y el ejercicio de funcio-
nes jurisdiccionales). Los principales instrumentos de control son: a) la visi-
ta, como inspección al despacho del juez y al lugar donde ejerce sus funcio-
nes, incluyendo la investigación en la comunidad en que ejerce sus atribu-
ciones; b) los procedimientos en que se reclama del comportamiento del
juez, o se solicita el ejercicio de la jurisdicción real por quien se ha visto
agraviado por ese comportamiento, a través de quejas o bien, a más tardar a
partir del siglo XVIII, del recurso de injusticia y nulidad notoria; c) la ape-
lación misma, que, en este sistema de control subjetivo, se ve no sólo como
un cuestionamiento a la decisión del juez, sino que fundamentalmente, a su
persona; de ahí que la declaración de injusticia de un juicio pudiese dar
lugar a responsabilidad5.
Los mecanismos de sanción son, en primer lugar, la separación del juez
de su cargo y, más usualmente, el traslado, que tiene una doble faz: por un
lado, carácter sancionatorio; por otro, instrumento para desvincular al juez
de una comunidad, cuando es ese vínculo el que ha afectado el ejercicio de
su función. Una forma más sutil de sanción consiste en la postergación en la
posibilidad de acceder a nuevos cargos o avanzar en su carrera hacia cargos
superiores, con lo que se expresará, en general, toda apreciación negativa del
rey (en términos prácticos, del Consejo) hacia alguno de sus jueces, se hu-
biese manifestado o no en reproches previos de tipo disciplinario. Dicho de
otro modo, el progreso en la carrera judicial, en este sistema, se reserva a
quienes gocen del favor del monarca.
De este modo, la esencia del sistema monárquico de administración de
justicia es la reunión, en un solo órgano, el Consejo, de funciones jurisdic-

5
GARRIGA C. - LORENTE, M., op. cit., pág. 110.
196 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

cionales y tareas de gobierno judicial. El monarca retiene en sus manos el


gobierno judicial, lo ejerce a través de un órgano asesor, que es, al mismo
tiempo, quien ejerce la justicia de última instancia, a nombre del rey. Así,
por un lado, este órgano juzga (sin ulterior responsabilidad, ya que se asume
que se trata del juzgamiento del monarca mismo6 ), y al mismo tiempo
ejerce la supervigilancia sobre el sistema judicial, dispone visitas a los oficios
de los jueces, aplica traslados, sanciones y propone al monarca los nuevos
nombramientos7 .
2. Es un hecho no discutido que, en sus rasgos generales, la estructura
judicial queda configurada en nuestro país a partir de la Constitución de
18238 . Las atribuciones concedidas al Ejecutivo y a la Corte Suprema per-

6
Es esta, la irresponsabilidad del monarca, la razón de fondo por la que se sostiene
la exención de responsabilidad por casos de injusticia para los miembros de un tribu-
nal supremo, en los sistemas herederos del régimen español. La común referencia a la
inexistencia de un órgano idóneo para juzgar a los supremos jueces por este motivo es
simplemente una justificación ideológica que encubre el origen y la permanencia de
esta exención monárquica en regímenes republicanos, y ayuda, así, a su mantención.
7
En una obra aparecida en Madrid, España, en 1952 (Editorial Revista de Dere-
cho Privado), y que lleva por título Organización Judicial Española, Enrique JIMÉNEZ
ASENJO, Abogado Fiscal de la Audiencia de Madrid, se puede apreciar la continuidad
de estos conceptos en la organización judicial española: “...Por la función gubernativa
o administrativa el Tribunal o Corte Supremo se atribuye legalmente, como superior
jerárquico de toda la organización judicial, la facultad de vigilar, dirigir y corregir la
actividad funcional de los Tribunales de Justicia. En la Administración de Justicia,
dice Couture, tiene el Gobierno la autoridad y la responsabilidad respecto del funcio-
namiento regular de todos los órganos del poder judicial. Lo denomina superintendencia
directiva, correctiva y comunicativa (sic). Por la primera se comprende la representa-
ción del poder judicial, su comunicación directa con otros organismos del Estado y le
compete la vigilancia de las atribuciones e inmunidades de la justicia. Numerosos
aspectos de la facultad directiva se manifiestan en lo que se refiere al deber de velar por
la dignidad, decoro e independencia de la magistratura. En su facultad correctiva pue-
de imponer sanciones de tipo disciplinario o gubernativo con propósito de mantener
el orden y reprimir los excesos en la actuación profesional de los funcionarios judicia-
les. Actúa a veces en función consultiva o asesora directamente, o bien por estímulo
del gobierno, en los casos indicados por las leyes” (pág. 173). Al describir las funciones
de la sala de gobierno del Tribunal Supremo, señala que le corresponde velar por la
recta administración de justicia en todo el territorio nacional; proponer al gobierno las
reformas que estime pertinentes, evacuar los informes que el Gobierno y los presiden-
tes le soliciten; cursar al Ministro de Justicia informe razonado sobre los motivos jurí-
dicos o doctrinales para la mejora y reforma de las leyes; resuelve las disidencias que
surjan entre las diversas salas, ejerce la jurisdicción disciplinaria en los casos en que
proceda, etc. (pág. 175).
8
Lo que se da por la conjunción de tres elementos: a) la regulación hecha del Poder
Judicial en la Carta de 1823; b) el reglamento de Administración de Justicia y sus
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miten apreciar una marcada herencia del régimen descrito. El gobierno ju-
dicial se desplaza de los órganos metropolitanos a la Corte Suprema, lo que
queda de manifiesto en el artículo 148 que le otorga la superintendencia
directiva, correccional, económica y moral ministerial sobre los tribunales y
juzgados de la Nación. Otras funciones, ya descritas como propias del órga-
no asesor del monarca, se reconocen a la Corte como consecuencia de tal
superintendencia: el artículo 149 señala: “En consecuencia del artículo an-
terior, conoce en única instancia...”. Entre otras, son las de conocer de la
responsabilidad de los jueces por mal juzgamiento (Nº 1), lo que, como ya
se ha visto, correspondía originalmente a una responsabilidad derivada de la
declaración de la injusticia del fallo de un juez, hecho por la magistratura
real; pasa cada año una memoria al Senado sobre las mejoras convenientes
para la administración de justicia (Nº 3), en cuanto hereda la calidad de una
verdadera secretaría de gobierno en materia de justicia; propone en terna a
los jueces de letras al Ejecutivo (Nº 4), siempre en esa misma calidad, realiza
las visitas inspectivas (Nº 6, 7), como resabio del sistema de control subjeti-
vo del modelo castellano, es órgano asesor en materia legislativa (Nº 10),
mostrando trazas, en esta última atribución, de la herencia del sistema de
unión de poderes en el rey, y distribución de competencias consultivas en
sus distintos órganos asesores.
Al Poder Ejecutivo seguía entregada la atribución de velar sobre la con-
ducta ministerial de los funcionarios de justicia (art. 18 Nº 12), aun cuando
se le prohibía la facultad de conocer en materias judiciales (art. 19 Nº 3). Se
concreta así la reunión, en nuestra estructura institucional, de dos tendencias
difícilmente conciliables: la incipiente recepción de las ideas de la división de
poderes, con la herencia de un modelo en que el juez es un funcionario bajo
control del Ejecutivo, y que pasa a nuestro país manteniendo el paradigma de
un juez funcionario y sometido a un órgano de gobierno judicial.
Es interesante destacar, sí, que en este período se produce un avance en
la evolución hacia un sistema republicano de justicia. Y esto porque, en el

adiciones (Boletín, libro I, año 1824, pp. 271 a 294; y sus adiciones en Boletín, Libro
II, año 1824, pp. 19 a 21) y c) el decreto en virtud del cual, ya declarada la insubsistencia
en todas sus partes de la Constitución de 1823 (Boletín, libro II, año 1825, pp. 85 y 86)
se ordena observar el orden actualmente existente: “Declarada la insubsistencia de la
Constitución del año de 1823 es necesario llenar este vacío, para que los pueblos no se
encuentren sin las LL. (leyes, N. de A.) necesarias, principalmente en el orden judicial;
pero no pudiendo ser esta subrogación la obra del momento, el Congreso ha acordado
i decreta: Entre tanto se dictan las LL. que sirvan de base, i organicen la República y su
administración, obsérvese el orden actualmente existente” (Boletín, libro II, año 1825,
pp. 86 y 87). Este orden fue tomado, luego, confesadamente, por la Ley de Organiza-
ción y Atribuciones de los Tribunales del año 1875.
198 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

esquema de 1823, la Corte Suprema no ejerce funciones propiamente juris-


diccionales, salvo las relativas a la responsabilidad de los jueces, y el conoci-
miento del recurso de injusticia notoria reglado en 18209 , que le corres-
pondía en su calidad de Supremo Tribunal Judiciario a que hacía alusión
dicha regulación; el Reglamento de administración de justicia de 182410 , le
encomienda el conocimiento del recurso de nulidad de las sentencias pro-
nunciadas por la Corte de Apelaciones (art. 63). Incluso más, somete las
causas en que fuesen parte los miembros de la Corte Suprema (y cualquier
otro que gozase de fuero privilegiado) al fuero ordinario, ante los tribunales
de primera instancia (art. 34), y radica en la Corte de Apelaciones el cono-
cimiento de las causas sobre suspensión y separación de los jueces de letras y
otros (art. 54, Nº 6). Este adelanto, que consiste en eliminar el estatuto de
privilegio de los integrantes de la Corte Suprema, y encomendar a otro
tribunal que no sea el que ejerce el gobierno judicial, el conocimiento de las
causas sobre separación de los jueces de su cargo, será posteriormente neu-
tralizado, con un retorno al régimen monárquico, como se verá.
Junto con lo anterior, es necesario tener presente que la constitución de
la judicatura, a la época del movimiento emancipador, dista mucho de in-
formar los principios actualmente aceptados para la adecuada organización
de tribunales. Es así como se observa una notable confusión de funciones
jurisdiccionales y ejecutivas en unos mismos órganos, que no era sino el
reflejo de la organización que la propia monarquía mantenía en el período
precedente11 .

9
Boletín, año 1820, pp. 294 a 296.
10
Ver nota 8.
11
Durante el siglo XVI, por ejemplo, las audiencias que ejercían funciones guber-
nativas (cfr. BARRIENTOS GRANDON, Javier, La Real Audiencia de Concepción (1565-
1575), en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos 15 (Valparaíso, 1992-1993), pp. 131 y
ss.). En 1813, la regulación de los jueces-superintendentes de policía (Boletín, año
1813, pp. 210 a 215,): se trata de una figura eminentemente ejecutiva que, sin embar-
go, tiene atribuciones jurisdiccionales (así, a sus delegados, que son los inspectores y
alcaldes, se les otorga expresamente competencia para conocer de demandas civiles de
hasta 100 y 12 pesos, respectivamente); la regulación, ese mismo año, de los intendentes
generales de provincia con jurisdicción civil y contenciosa en el fuero militar (Boletín,
año 1813, pp. 262 a 264); en 1818, los jueces diputados, con funciones de conserva-
ción del orden público y de obras públicas (policía de caminos) (Boletín, año 1818,
pp. 116 a 123); la regulación adicional de las funciones de los gobernadores-intendentes
como jueces mayores de alta policía, y las de sus inspectores (Boletín, año 1819, pp.
107 a 113); la de los jueces de comisión (Boletín, año 1819, pp. 113 a 116) e, incluso,
en el propio art. 148 de la Constitución de 1823, la atribución de la superintendencia
de policía criminal a la Corte Suprema.
EDUARDO ALDUNATE LIZANA 199

3. En su momento se percibió que estas disposiciones sobre el sistema


judicial conservaban los rasgos esenciales del régimen monárquico, y existió
conciencia de la necesidad de modificarlas. La mejor demostración de ello la
constituye el siguiente párrafo del mensaje con que Francisco Antonio Pin-
to, Vicepresidente de la República, presenta la Constitución a la Nación, el
9 de agosto de 1828: “El Poder Judicial recibirá su perfección cuando el tiempo
haya preparado los elementos de que necesita. Su estructura, infinitamente mas
complicada que la de otros poderes, la multiplicidad y diversidad de intereses que
se someten a su acción, la variedad de funciones que entran en su ejercicio, alejan
la posibilidad de reformar de un golpe sus defectos. Semejante reforma no es tan
solo obra de la legislatura; los Congresos futuros nos darán sin duda códigos
análogos a las instituciones políticas de nuestro país. Veremos entonces desapare-
cer esa monstruosa disparidad que se observa entre la necesidades de una repú-
blica y las leyes anticuadas de una Monarquía...”. Confesión explícita de la
pervivencia del modelo monárquico hasta 1828, y de la necesidad de su
modificación, de la que daba cuenta la propia Constitución, cuando, enu-
merando las atribuciones de la Corte Suprema, señala en su art. 96 Nº 9:
“(Conocer y juzgar) De los demas recursos de que actualmente conoce, en el
entretanto se reforma el sistema de administración de justicia”.
La Constitución de 1833, 5 años más tarde, no toma en sus manos esta
tarea. Consagra elementos que dan cuenta del modelo heredado: facultades
del Ejecutivo para velar por la pronta y cumplida administración de justicia,
y por la conducta ministerial de los jueces (art. 82 Nº 3). Pero, curiosamen-
te, no traza las líneas del sistema judicial, y en el respectivo acápite no en-
contramos referencia a tribunal alguno. Se desprenden de ello dos cosas:
primero que la Constitución de 1833 quiso entregar a regulación legal todo
el sistema judicial, y, segundo, que no quiso introducir ella misma una in-
novación en el sistema, lo que se demuestra en el hecho de que conserva la
idea de un órgano de superintendencia directiva, correccional y económica
sobre tribunales (eliminando la superintendencia moral), el que debía ser
determinado por la ley (art. 113), atribución que, en ese momento, desde la
perspectiva de la práctica y del derecho vigente, era ejercida por la Corte
Suprema12 . La evolución de la constitución judicial quedaba así entregada

12
No deja de ser interesante observar lo siguiente: a pesar de que, a la sazón, la
Corte Suprema ejercía esa superintendencia, la Constitución de 1833 no se la atribu-
ye, y le encomienda a la ley determinar el órgano al que habrá de corresponder. No
existía entonces, por lo menos a nivel del Constituyente, la idea de que la
superintendencia fuese una atribución que hubiese de estar esencial o naturalmente
ligada a la Corte Suprema, pudiendo desprenderse de la regulación constitucional
que, más bien, al momento de su redacción, se pensaba en radicarla en un órgano
distinto que aquél que la ejercía en el momento constituyente.
200 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

a la ley, desde una perspectiva que podría denominarse conservadora (en


oposición a la idea de una reforma republicana de la organización de justi-
cia, como la sugería el mensaje arriba citado).
Esta idea conservadora se mantiene en el tiempo, y esto se demuestra
con claridad en 1875, en el mensaje de la Ley de Organización y Atribucio-
nes de Tribunales, donde el Ejecutivo señala que “...se ha procurado conser-
var, en cuanto sea posible, el sistema de nuestras instituciones judiciales”. O sea,
ya casi medio siglo después del Mensaje de 1828, la conciencia del carácter
monárquico de la instituciones judiciales, y el impulso para reformarlas de
acuerdo a los principios republicanos, se había perdido del todo.
Se radica en la Corte la superintendencia a que aludía el art. 113 CPR
183313 , pero se modifica la nomenclatura al aludir a la superintendencia
correccional, disciplinaria y económica. Se le otorga competencia consulti-
va para dar su dictamen al Presidente de la República en materias en las que
no exista controversia; se exime a sus miembros de responsabilidad por los
delitos de falta de observancia de las leyes que reglan el procedimiento y por
denegación y torcida administración de justicia14 . Se le atribuye participa-
ción en los nombramientos de los jueces; para disponer visitas extraordina-
rias; y se mantiene, en general, el régimen de visitas, como forma de control
de la actividad de los jueces (y de otros funcionarios).
4. Podría pensarse que, con la Ley de Organización y Atribuciones de
Tribunales, del año 1875, el carácter monárquico del modelo de constitu-
ción del Poder Judicial se estabiliza, y su evolución se detiene. Sin embargo,
ello no es así. De una manera notable, puede advertirse una suerte de invo-
lución, en el sentido que nuestra constitución judicial ha profundizado su
tendencia hacia este modelo. Es así como, hasta antes de la Constitución de
1925, el principio de inamovilidad de los jueces parece haber sido correcta-
mente entendido, en los términos del artículo 110 de la Constitución de
1833, de tal modo que la separación de funciones de un juez sólo podía ser
el resultado de un proceso judicial en que se declarara la falta de su buena
comportación15 . Sin embargo, tras una proposición en la 20ª sesión de la
Subcomisión de reformas constitucionales, creada el año 1925 por Arturo
Alessandri Palma, se incorpora al proyecto de la que posteriormente será la
Carta de 1925, la facultad de la Corte Suprema para remover a un juez, sin
formación de juicio; y para disponer su traslado, sin necesidad de acepta-

13
Art. 108 de la Ley de Organización y Atribuciones de los Tribunales, de 1875.
14
Art. 159 de dicha ley.
15
Tan fuerte era la noción de esta garantía que incluso llegó a plantearse la cues-
tión de si la inamovilidad garantizaba la permanencia del juez frente a una ley que
pretendiese suprimir un tribunal. Cfr. HUNEEUS, Jorge, La Constitución ante el Congre-
so, en sus comentarios al art. 110.
EDUARDO ALDUNATE LIZANA 201

ción por parte del afectado. Un retroceso notable a casi 100 años de la
corrección técnica con que el art. 103 de la Constitución de 1828 consagra-
ba la inamovilidad y la garantizaba al disponer que la separación del cargo
sólo podría darse por sentencia judicial, disposición que, como ya se ha
dicho, mantuvo la Carta de 183316 .
Con esta modificación se recupera, para la Corte Suprema, un atribu-
ción que completa el conjunto de rasgos históricos propios del órgano de
gobierno judicial monárquico. Ella es la que determina la composición de
las cortes de apelaciones y la suya propia, ya que el nombramiento del Pre-
sidente de la República es simplemente la designación de uno de los tres o
cinco candidatos a los cuales la Corte ha propuesto, correspondiéndole, por
tanto, a la Corte la verdadera elección de los futuros miembros de los tribu-
nales superiores de justicia. Es ella la que en definitiva controla la carrera
judicial por la vía disciplinaria y de las calificaciones de los jueces, llegando
al punto de poder separar a un magistrado de sus funciones sin forma de
juicio, o sancionarlo con un traslado, etc.
5. Más allá de sus atribuciones, la evolución en el ejercicio de las mismas
es expresiva de la acentuación del modelo en la cultura judicial de la Corte
(y de nuestro país en general). Como tribunal por sobre las instancias, su
justificación en el modelo republicano era la de una Corte de Casación,
destinada precisamente a asegurar la aplicación del derecho legislado por los
representantes del soberano político17 por parte de los jueces, y bajo este
pretexto ideológico se concibió y mantuvo en la enseñanza del derecho pro-
cesal. Sin embargo, la práctica de la misma Corte, a través de la introduc-
ción jurisprudencial de estrictos requisitos para la procedencia de la casa-
ción, hizo del recurso de casación en el fondo una figura del todo excepcio-
nal. En contraste, el control de la actividad jurisdiccional de los jueces a

16
Examinadas las razones para esta modificación, ella resulta comprensible, aun-
que no justificable. La preocupación de la hora era lograr jueces probos, cuestión que
había preocupado, como un tema central, el período previo a la aprobación de la Ley
de 1875 sobre organización y atribuciones de tribunales, como lo demuestran los es-
tudios de los artículos de la prensa de ese tiempo relativos al Poder Judicial. Cfr.
GONZÁLEZ PAVEZ, Rodrigo - PAREDES VALENZUELA, Cristián, La administración de jus-
ticia ante la prensa 1812-1855, memoria de prueba para optar al grado de licenciado
en ciencias jurídicas y sociales, Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, 1999
y RETAMAL TORRES, Jaime, Administración de justicia y prensa entre 1855 y 1874, me-
moria de prueba para optar al grado de licenciado en ciencias jurídicas y sociales,
Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, 1999, ambas dirigidas por el profesor
Antonio Dougnac Rodríguez.
17
Es por esto que, en sus orígenes, la corte de casación surge vinculada al Parla-
mento antes que al Poder Judicial.
202 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

través de instrumentos de la jurisdicción disciplinaria no sólo no se sometía


a requisito alguno sino que, incluso, retornó a la regla de prestigio propia
del sistema monárquico, que hacía descansar la legitimidad de la decisión
en el órgano que la pronunciaba, y no en una motivación. La ritual fórmula
en virtud de la cual se rechazaba el recurso de queja sin fundamento alguno,
o bien se acogía, con una referencia menor para fundar la existencia de falta
o abuso, no era otra cosa sino esta regla de prestigio aplicada, en este segun-
do caso, a una verdadera avocación: puesto que se estima que el juez ha
obrado con falta o abuso, el ‘superior jerárquico’18 entra al conocimiento
del asunto y dicta la sentencia de reemplazo. Esta secuencia: (comporta-
miento censurable desde la perspectiva disciplinaria que, constatado por el
órgano ‘superior’, da lugar a una autoatribución, por parte de éste, de juris-
dicción en el fondo del caso) no es otra cosa sino la reproducción del mode-
lo castellano de control subjetivo que incide en el producto de la actividad
jurisdiccional: dicho de otro modo, del modelo en virtud del cual, constata-
da una conducta reprochable (falta o abuso) del juez, el superior adminis-
trativo corrige este mal obrar, sustituyendo al juez de la instancia en el ejer-
cicio de la jurisdicción. Podrá decirse que, a diferencia del modelo castellano,
los jueces de la instancia sí se encontraban en Chile obligados a motivar. Sin
embargo, esta diferencia es meramente aparente. En los hechos, para acoger
la queja y dictar la sentencia de reemplazo la fundamentación que hiciese el
sentenciador de fondo en su fallo era jurídicamente irrelevante, desde el
momento en que la Corte Suprema no estimaba esencial (aunque ocasio-
nalmente lo hiciera) vincular la idea de falta o abuso a un razonamiento
sistemático sobre las deficiencias en la sentencia que en definitiva quedaría
sin efecto. De hecho, con esto se subvertía una regla prevista por nuestras
primeras regulaciones republicanas, que se encargaron de desconsolidar el
control (disciplinario) sobre el comportamiento del juez, del control (juris-
diccional) sobre sus resoluciones: así, en la competencia otorgada a la Corte
por el numeral 1º del artículo 149 de la Constitución de 1823, se disponía
que ésta conocía “...de las vejaciones, dilaciones i otros crímenes i perjuicios
causados por los jueces de apelaciones en la secuela de los juicios, procediendo
sumariamente, sin alterar lo juzgado i para el solo efecto de declarar la respon-
sabilidad personal del juez i después de concluido el proceso...”
Frente a esto hay que señalar que hasta el sistema monárquico era más
honesto y ponderado. En efecto, el acoger una reclamación de falta o abuso
llevaba aparejada, por regla general, una consecuencia negativa para el juez

18
Concepto por demás incompatible con una constitución judicial republicana y
conforme al Estado de derecho, y cuyo uso mantenido en nuestro país constituye un
elemento más de prueba en relación al entorno de cultura monárquica que rodea la
organización de nuestra judicatura.
EDUARDO ALDUNATE LIZANA 203

recurrido. De esta forma, se daba una congruencia entre el modelo de con-


trol (subjetivo, con prescindencia de los elementos objetivos del fallo) y sus
consecuencias (negativas, para el juez); y una moderación en el ejercicio de
la atribución (la apreciación del fallo iba íntimamente asociada a la disposi-
ción para aplicar a una sanción al juez, la que eventualmente podía ser inde-
seable para el órgano jurisdiccional considerado como órgano de gobierno
judicial). En cambio, la práctica de la Corte Suprema llegó a desarticular del
todo ambos principios, de tal modo de producir el sinsentido de constatar
la falta o abuso como jurídicamente relevante para efectos de anular una
sentencia (y con ello toda la relación existente entre proceso y sentencia,
que constituye el elemento esencial del derecho a un proceso debido en
cualquier sede jurisdiccional), pero jurídicamente inexistente para efectos
de aplicar las respectivas sanciones al juez19 .
6. A tanto llegó el ethos monárquico de la Corte Suprema que, en una
actitud muy inusual respecto de la fidelidad que proclama deberle al legisla-
dor, se atrevió a aventurar una nueva teoría constitucional en el sistema de
fuentes, al alegar, frente a la reforma del COT20 que regulaba el deber de
imponer sanciones al juez respecto del cual se hubiese constatado una falta
o abuso, que esa ley era inconstitucional, dejando de aplicarla de oficio,
fundándose la inconstitucionalidad en que no podía admitirse que (la ley)
llegase a limitar las facultades de la Corte, mismas que emanaban directa-
mente de la Constitución21 , escudándose, por tanto, en la vinculación di-
recta a un precepto constitucional para no cumplir una ley expresa.
Resulta interesante la posición de la Corte en cuanto quiere hacer valer
una inaplicabilidad de oficio, no de un precepto o ley decisoria litis, sino que
atributiva y reguladora de la competencia, más específicamente, de su pro-

19
A más tardar en el voto disidente al fallo que se comenta más abajo, el rol CS Nº
11.951 de 26.06.1996, (esta vez en el contexto de un artículo 541 COT reformado)
los ministros en minoría perciben este absurdo, referido a la invalidación del fallo por
una sala y la negativa de aplicar sanciones por el pleno, señalando que esto último sólo
implicaría privar de fundamento al fallo que invalida la sentencia, ya que importaría
declarar que no hubo falta o abuso donde la sala los estimó concurrentes o que, de
haberlos, no tuvieron sin embargo la gravedad que originalmente se les asignó, dejan-
do así a la resolución (invalidatoria) sin la base esencial para la necesaria fundamentación
de su fallo, “el que consecuencialmente debería quedar sin efecto para ser reemplazado
por otro que, en lugar de acoger, rechazara el recurso de queja interpuesto reviviendo
-de esta forma- la resolución invalidada, la cual recuperaría su total valor y eficacia”.
Gaceta Jurídica, Nº 192, año 1996, p. 104.
20
La Ley Nº 19.374 de 18.02.1995, reformó el procedimiento del recurso de
queja, imponiendo al tribunal que acogiese el recurso el deber de aplicar al recurrido
una sanción que no podía ser inferior a la amonestación privada.
21
Rol Nº 11.951, de 26 de Junio de 1996, GJ. Nº 192, año 1996, pp. 102 a 105.
204 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

pia competencia. Dice la Corte: “Que la aplicación del citado inciso final del
artículo 545 del Código Orgánico de Tribunales resulta, evidentemente, violatoria
del artículo 79 de la Constitución Política de la República, por cuanto la expre-
sada ley no puede disminuir las atribuciones constitucionales privativas de esta
Corte limitando o constriñendo su amplia facultad de imponer o no medidas
disciplinarias en los supuestos de darse acogida a un recurso de queja”. De esta
forma, la Corte Suprema infiere directamente, de la superintendencia co-
rreccional que le otorga el artículo 79 CPR, una ‘amplia facultad de impo-
ner o no medidas disciplinarias en los supuestos de darse acogida a un re-
curso de queja’, única forma de sustentar la inconstitucionalidad de la nor-
ma que le imponía el deber de aplicar sanciones. Sin embargo, si se aprecia
la doctrina y jurisprudencia uniforme de más de 50 años, se constata que el
ámbito de la superintendencia que la Constitución otorga a la Corte Supre-
ma siempre ha sido construido a partir de los preceptos legales que consa-
gran diversas facultades (disciplinarias, de casación, etc.). La relación de
consecuencia que el artículo 149 de la Carta de 1823 expresa respecto de su
artículo precedente, que consagra la superintendencia, es una buena prueba
de esto, desde sus orígenes22 . Siendo así, no puede desprenderse directa-
mente del artículo 79 de la Carta ninguna atribución específica, no siendo
de balde recordar aquí la clara redacción del artículo 7º i. II del mismo
cuerpo normativo. La única forma de justificar un núcleo de competencias
específicas, derivadas de la facultad de superintendencia, e indisponible para
el legislador, sería bajo la modalidad que ha sido llamada “garantía
institucional”, pero, aún así, sólo en su núcleo esencial, que definitivamente
resulta imposible de apreciar afectado por el solo hecho de regular el modo
de ejercicio de una atribución. En consecuencia, debe concluirse que el pre-
cepto del artículo 79 C.P.R. no impone restricciones al legislador al mo-

22
El artículo 148 de la dicha Constitución prescribía: “Tiene la Suprema Corte la
superintendencia directiva, correccional, económica y moral ministerial sobre los tri-
bunales y juzgados de la Nación. Tiene también la de la policía criminal conforme al
reglamento que se formará sobre estas atribuciones”. El artículo 149, a su vez, rezaba:
“En consecuencia del artículo anterior conoce en única instancia: 1º De las vejaciones,
dilaciones y otros crímenes y perjuicios causados por los jueces de apelaciones en la secuela de
los juicios, procediendo sumariamente, sin alterar lo juzgado, y para sólo declarar la res-
ponsabilidad del juez y después de concluido el proceso. (...). 2º En las dudas sobre la
inteligencia de una ley para consultar al Senado, proponiendo su dictamen; 3º Pasa cada
año una memoria al Senado sobre las mejoras que crea convenientes para la administra-
ción de justicia; 4º Propone en terna los jueces de letras al Supremo Director, para que éste
elija y nombre de la terna; (...) 6º Un ministro visita mensualmente todas las cárceles y
lugares de detención que existen en la capital; (...) 10º Queda a su cargo el trabajo consul-
tivo y preparativo de los códigos legales del Estado, que concluirá en el término y forma que
prefije el Senado”.
EDUARDO ALDUNATE LIZANA 205

mento de configurar la regulación de las atribuciones específicas en las que


se manifestarán las respectivas superintendencias23 . La Corte no se hace
cargo de esta cuestión, y, más grave aún: en el respectivo procedimiento, ni
siquiera declara formalmente la inaplicabilidad del precepto24 . Sin embar-
go, y como anota Tavolari25 , lo más destacable (o sorprendente) es que la
redacción de la disposición que la Corte tachará de contraria a la Constitu-
ción tiene su origen en una proposición....¡de la misma Corte Suprema!
7. El panorama actual es del todo equivalente a lo que se ha denominado
el modelo monárquico de administración de justicia. Nos encontramos con
que un mismo órgano ejerce funciones jurisdiccionales y de gobierno, más
precisamente, de gobierno judicial. Los jueces se ven sometidos al ejercicio
de atribuciones disciplinarias determinantes en su carrera judicial, por parte
del mismo órgano que conoce de una serie de recursos procesales, incluyen-
do, en muchos casos, el de apelación26 . La Corte Suprema interviene direc-
tamente en la generación de las cortes de apelaciones, las que a su vez lo
hacen en la carrera de los jueces de letras. Es importante destacar en este
punto que el mecanismo de designación de ministros de cortes de apelacio-
nes y de ministros de Corte Suprema no es, en estricto rigor, un sistema
mixto. Es la Corte Suprema la que determina de manera absoluta la integra-
ción, por cuanto define el restringido universo de ternas o quinas sobre las
que actuará el Presidente. Por tanto, todo desplazamiento en la carrera judi-
cial más allá del cargo de juez de letras queda directamente entregado a las
manos de la Corte Suprema. Y no sólo su ascenso, sino también la perma-
nencia. A partir de la disposición del artículo 77 i. III de la Constitución
puede afirmarse que en Chile, la garantía a la inamovilidad del juez no
existe, o por lo menos, no con su contenido esencial, que supone que la
remoción del juez sólo procederá por una sentencia judicial, que sea resulta-
do de una causa legalmente substanciada (lo que implica un procedimiento
contradictorio, una etapa de prueba, etc.). Adicionalmente, la Corte Supre-
ma puede decidir el traslado de un juez, sin el consentimiento de éste, con
lo que se altera otro de los instrumentos de garantía de la independencia del
juez (prohibición de traslados no consentidos). No es necesario, por lo de-
más, conocer demasiado de la práctica en el ejercicio de esta atribución para
saber que se usa como sanción, que, con la configuración geográfico-urbana

23
Como se desprende del propio artículo 74 C.P.R. cuando se comete al legisla-
dor orgánico regular la organización y atribuciones de tribunales.
24
Cuestión que hace ver Raúl TAVOLARI, Recurso de casación y queja, nuevo régimen
(Editorial Jurídica – ConoSur Ltda., 1996), en nota a pie de págs. 233, 234.
25
Ibídem.
26
Ni más ni menos que en todo el ámbito de los derechos constitucionales (acción
de amparo, acción de protección, acción de amparo económico).
206 LA CONSTITUCIÓN MONÁRQUICA DEL PODER JUDICIAL

de nuestro país, puede ser bastante gravosa, en especial para jueces casados y
cuyo cónyuge trabaja en el lugar desde el cual será trasladado. Este órgano
jurisdiccional y de gobierno es irresponsable en materia criminal (art. 324 i.
II COT), no por la razón esgrimida durante la vigencia de la Constitución
de 1833, la ausencia de un órgano superior que pudiese juzgarlos27 , sino
como herencia de la irresponsabilidad del órgano superior de gobierno judi-
cial y de jurisdicción, en cuanto representante de un monarca, a su vez,
irresponsable. Conserva, esta corte, en el artículo 74 i. II y ss. CPR., la
facultad de pronunciarse sobre la legislación tocante a los tribunales (re-
membranza de un tiempo en que el Consejo del rey era, en esta materia, el
equivalente a una secretaría o ministerio de justicia), lo que, como ya se ha
visto, implica la posibilidad de asumir intereses de carácter político y corpo-
rativo respecto de las decisiones sobre la configuración del poder judicial.
Restringe la actuación de los jueces como un verdadero superior jerárquico,
al punto de conservarse disposiciones que limitan las garantías constitucio-
nales de aquellos, como la necesidad de permiso previo para el ejercicio de
la crítica interna, a que alude el artículo del 323 Nº 4 del COT.
8. El último hito en el retorno al modelo monárquico, y su acentuación,
ha sido reciente. Es así como, y sin ninguna objeción por parte de quienes
tan estrictamente defienden el principio de legalidad positiva (o principio
de juridicidad), que impide a los órganos del Estado ejercer otras facultades
distintas de aquellas para las cuales expresamente han sido cometidos por el
ordenamiento jurídico, la Corte Suprema ha constituido un Comité de Éti-
ca. Sin perjuicio de que esto implica un elemento agregado no previsto en el
ordenamiento jurídico, hace aun más cuestionable la aplicación de las atri-
buciones de los incisos III y IV del art. 77 CPR. Pero lo más destacable es la
denominación. Si se trata de supervigilar el cumplimiento de los deberes
jurídicos de los jueces, no era necesario un tal Comité, o, al menos, no se
justifica su denominación. Si se ha creado, entonces, y con ese nombre, no
cabe sino pensar que la Corte Suprema vuelve sobre la disposición del artí-
culo 148 de la Constitución de 1823, para velar sobre la moral ministerial
de los jueces....con una concepción de la moral ministerial sólo equiparable
a aquella en la que reposaba la literatura del siglo XVII en relación a los
deberes del juez. Concepción sólo comprensible en un sistema de justicia de
hombres desvinculados de todo deber de dar cuenta de la relación existente
entre sus decisiones y la ley - el modelo castellano mencionado al inicio de

27
Única razón que podría estimarse compatible con un régimen republicano,
pero que se demuestra falaz al considerar que se trata de casos de responsabilidad
criminal en que las exigencias de tipicidad plantean requisitos mucho más específicos
que una mera discrepancia en materia de juzgamiento.
EDUARDO ALDUNATE LIZANA 207

este trabajo. Falta de vínculo que constituye la única explicación posible


para el comportamiento de la Corte Suprema al arrogarse funciones de con-
trol ético expresamente eliminadas de su ámbito de superintendencia a par-
tir de 1833, en sede constitucional, y en 1875, en sede legal.
8. Ahora podemos concluir. Ciertamente, nuestra constitución judicial
difiere de la estructura del sistema monárquico en cuanto se ha separado,
orgánicamente, el gobierno judicial del Poder Ejecutivo. Pero en lo que
concierne al sistema judicial, persiste la identidad del órgano de gobierno
con un órgano jurisdiccional superior, con una serie de consecuencias que
inciden directamente en la independencia del titular de cada órgano judi-
cial y que, en general, tienden a concentrar la percepción del Poder Judicial,
como poder del Estado, en la Corte Suprema. Y mientras ésta se alza como
un órgano que, asumiendo una conciencia de superioridad, escapa ocasio-
nalmente a toda posibilidad de control (avocación en casos de recurso de
queja, inaplicabilidad no declarada respecto de leyes que regulan su compe-
tencia, asunción de funciones no previstas en el ordenamiento jurídico, re-
gulación por auto acordado de materias de ley –en el caso del procedimien-
to del recurso de protección), el estatuto de los jueces, en muchos aspectos,
no logra superar la matriz del funcionario de administración de justicia,
bajo vigilancia jerárquica, heredada del pasado.
Es posible dejar abierta la pregunta relativa a la medida en que este mo-
delo puede hacerse compatible con las exigencias de un Estado de Derecho.
Lo que sí parece indudable a partir de esta cuestión es la necesidad de pro-
fundizar el estudio de la constitución judicial que, hasta hoy, parece la estir-
pe olvidada en la disciplina del derecho constitucional chileno.

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