Manifiestos Teatrales
Manifiestos Teatrales
Manifiestos Teatrales
Antologadores
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El Drama Ausente
Manifiestos, textos de fundación y pronunciamientos
Ciudad de México,
Anónimo Drama Ediciones/Centro Cultural Helénico,
2005
174 pp.
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Pre
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Dubatti (2002), las micropoéticas podrían constituir hoy día la
multiplicación infinita y simultánea de la vanguardia, la posibilidad
de convivencia democrática de los diferentes credos. ¿Estaremos
llegando a una especie de paraíso terrenal en el que todas las
propuestas resultan válidas? Tremenda relativización amerita
también ser problematizada.
Pero comienzo a propasar los límites de una presentación y
debiera permitirle unas palabras a mi colega antologador.
Concluyamos, pues, invitándolos a adentrarse en estos
pronunciamientos que habrán cumplido si logran sembrar la
inquietud por establecer un mínimo de congruencia discursiva en
nuestro quehacer teatral.
4
Liminar
(Para Miranda)
Las breves líneas que siguen intentarán explicar, grosso modo, las
coordenadas generales en que se encuentran inscritos los textos
que integran esta antología. El objetivo de la compilación es, en
principio, generar el interés que derive en análisis posteriores más
detallados. Las condiciones que hicieron posibles estas páginas (la
inevitable premura para su confección como un cuaderno que
detonara la discusión en el marco de la Cuarta Semana
Internacional de la Dramaturgia Contemporánea, México 2005, y la
ausencia de bibliografía especializada generada en nuestro país) las
acotan de manera que se ofrece en ellas apenas un vistazo, un
indicio de la amplitud y del panorama en que nuestra actual
práctica teatral está inserta. Por lo tanto, no hemos sucumbido a la
tentación de lanzarlo como un cuadro completo y global del teatro
actual o de las más recientes y radicales experiencias escénicas.
No, por la sola y pragmática razón de que, como nuestro ejercicio
se extiende desde 1947 hasta lo más próximo a nuestros días, la
perspectiva no es tanta y la inmediatez enturbia toda claridad y
capacidad de lectura verdaderamente crítica (lo sorprendente viste
a veces de trascendencia y no siempre son lo mismo), y porque la
diversidad de fenómenos en la escena contemporánea dista mucho
de ser apenas enunciada en estas páginas, o en otras de mayor
extensión, con justicia y cabalidad. Luego, los textos que la
conforman pertenecen a creadores o grupos que representan (o
representaron) un hito, una referencia obligada para el momento y
la geografía en que fueron concebidos.
Pero antes de comenzar con la breve introducción, es necesario
agradecer (amigos todos) a Luis Mario Moncada por su impulso y
gestión, por la complicidad y las filosas discusiones que
acompañaron y vieron surgir este trabajo; a Rodolfo Obregón, por
5
sus referencias bibliográficas y por sus generosos comentarios y
orientación; a Beatriz Luna, por las traducciones del francés y del
portugués de algunos de estos textos, por su tiempo, paciencia y
esfuerzo compartido; y desde luego a Carlos Nohpal, por la acogida
incondicional que brinda a la dramaturgia contemporánea (la
mexicana sobre todo), y recientemente a los textos de perfil
teórico, reflexivo y crítico que acompañan (que deben acompañar)
a todo quehacer artístico respetable (y que se respete, por qué no).
Seguimos.
Edgar Chías
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Manifiestos,
Textos de Fundación y
Pronunciamientos
(1947-2003)
Edgar Chías
Estudio introductorio
Jean Paul Sartre
Para un teatro de situaciones (1947)
Jerzy Grotowski
Hacia un teatro pobre (1965)
Ottomar Krejca
El teatro como taller (1966)
Pier Paolo Pasolini
32 puntos para un teatro nuevo (1968)
Tadeusz Kantor
El teatro imposible (1969)
Alejandro Jodorowski
Hacia un teatro nacional (1970)
Piccolo Teatro
Programa del Piccolo Teatro (1972)
Richard Schechner
Seis axiomas para el teatro ambiental (1973)
Augusto Boal
Poética del Oprimido (1974)
Heiner Müller (En edición de Jorge Reichmann)
Errores reunidos (1975-1986)
José Sánchis Sinisterra
El Teatro Fronterizo (1977)
Ariane Mnouchkine
Un artesano del Arte (1984)
La Rendija
Primer Manifiesto de la Zona del Miedo (1989)
Gabriel Weisz
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Teatro Personal
Jacques Derrida
El Teatro de la Crueldad y la Clausura de la Representación (1989)
Rodrigo García
Manifiesto II (1996)
Daniel Veronese
Automandamientos (2000)
Denise Stoklos
El performer esencial (2001)
Rafael Spregelburd
Un momento argentino (2003)
Telón de Aquiles
Manifiesto Único (2003)
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Tradición de Ruptura
Por Edgar Chías
Hace falta, bien que apenas como una ineluctable mención, decir
que el modelo de ruptura con el pasado que se instaura, en
palabras de Octavio Paz, como una tradición: la tradición de la
ruptura, en lo que él llama la aparición de lo moderno[i] en la
poesía[ii], es un problema, insoluble hasta hoy, que parte del
origen y la función del arte, y que nos viene de mucho más atrás.
Dice Arnold Hausser, refiriéndose a las formas del arte neolítico y
paleolítico (la figuratividad y la abstracción, la imitación y la
estilización, la propuesta y la ruptura), que la una es un esfuerzo
por hacer del arte una extensión de la vida (el ejercicio realista-
naturalista de la mimesis) y la otra su transfiguración o
confrontación con otro mundo (aspiración que busca sustituir a la
vida y sus referentes por el objeto, ser ella misma una realidad
aparte)[iii]:
9
invención; se anuncian hijas de la razón, o bien de los sentidos y la
emoción[v]. Espiral en acción que puede formularse también en
conceptos como el de tradición vs la originalidad, roles que
coexisten y se alternan.
Y más. Continuaremos ciñéndonos un poco más a nuestra materia
con lo que Guillermo Torre afirma: “Todo el problema del arte
creador, todo el secreto de las inovaciones –que a su vez, en
muchas ocasiones, llegan a ser tradición- reside en la forma como
esta antítesis se encare y se resuelva”.[vi] Para muchos de los
artistas de principios del siglo pasado, la honesta, punzante y más
efectiva manera de hacerlo era la ruptura y la formulación de
nuevos postulados de lo que debía ser el arte, su reposicionamiento
y función ante la consolidación de la era industrial y las
entreguerras. El instrumento: los manifiestos. Un “manifiesto,
redactado con el tono vehemente y la argumentación excesiva […]
[está] destinado a sacudir y suscitar reacciones polémicas más que
otra cosa”.[vii] Si bien, como lo documenta De Torre y consta
también en Documents internationaux de l’Esprit Nouveav
(1929)[viii], los manifiestos y actividades de los Ismos
(movimientos literarios renovadores que encontraron en la poesía el
vehículo y pretexto del cambio, antes que en la novela y en el
teatro[ix]) tuvieron una fuerte incidencia política y social, los
manifiestos teatrales coetáneos a la actividad literaria-vanguardista
europea parecen haberse quedado al margen de estas discusiones
de orden social a favor de los valores puramente artísticos y en la
discusión derivada de la renovación constante de paradigmas y la
explicación a priorística de las prácticas en boga que se limitaban a
teorizar la inclusión o no de las nuevas tecnologías y su aplicación
en el arte de los escenarios, o la continuación o negación del
principio psicologista que instauró Stanislavski con el método
(están, desde luego, las excepciones como es el caso de Meyerhold,
Piscator y Brecht específicamente, pues se detecta en sus textos
estéticos, independientemente de su militancia, una tendencia
política insoslayable[x]).
Cito a José Sánchez:
10
reducir la acción al mínimo, encerrándola en muchos casos en
el marco del salón burgués; el segundo, en virtud de la
fidelidad al drama, se vio obligado a renunciar a todos los
procedimientos espectaculares, limitando su misión, en
algunos casos, al estudio psicológico y la decoración de
interiores. Obviamente, al mismo tiempo que alcanzaba la
perfección, el teatro burgués se veía enfrentado a un callejón
sin salida. Las reacciones contra él fueron furibundas[xi].
11
lenta está amenazada de perder su estatus a la vista de la
circulación de imágenes animadas.[xvii]
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yuxtaposición y la puesta a nivel de todos los medios superpuestos (unos con
otros)[xix] que permiten al teatro tomar prestado una pluralidad de lenguajes
heterogéneos más allá del drama […] El teatro postdramático puede realizar un
montaje de elementos líricos, épicos y dramáticos (“rapsódicos” nos diría
Sarrazac) sin aplicar estas nociones solamente como estructuras del
lenguaje.[xx]
[i] Los Hijos del limo, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985, pp. 17.
[ii] Idem. Modernidad que es el antecedente inmediato a la irrupción de las vanguardias y
a su vertiginosa desaparición.
[iii] Historia social de la literatura y el arte, Debate, Madrid, 1998, pp. 11-31. Hice un
esfuerzo de síntesis y he preferido parafrasear que hacer una larga lista de citas al
respecto.
[iv] Idem, pp 18-19.
[vi] Historia de las literaturas de vanguardia, tomo I. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1971,
pp. 34-36.
[vii] Idem, pp. 35.
[viii] Idem, pp 26.
[ix] Idem, pp 30.
[x] Para mayores referencias, revisar La escena moderna, de José A. Sánchez, Akal, Madrid,
1999. La selección de textos de los autores citados traen noticias explícitas de los
contenidos políticos mencionados.
[xi] Idem, pp 7.
[xii] “Director: No; el arte del teatro no es la actuación ni el drama, tampoco la
escenografía o la danza, si no que consta de todos los elementos de que se componen
estas: acción, que es el espíritu mismo de la actuación, palabras, que son el cuerpo del
drama; línea y color, que son el corazón mismo de la escenografía; ritmo, que es la
esencia misma de la danza. […] Esta es mi tesis, que la gente se sigue agolpando para ver,
no para oir, las obras. ¿Pero qué prueba esto? Sólo que el público no ha cambiado. Ahí
están, con sus mil pares de ojos, lo mismo que antiguamente. […] Si el director escénico
estuviera por la labor de prepararse técnicamente su tarea de interpretar las obras del
autor dramático, al mismo tiempo y por medio de un desarrollo gradual, conseguiría
recuperar de nuevo el terreno perdido por el teatro, y finalmente restauraría el arte del
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teatro al lugar que le corresponde gracias a su propio genio creativo. […] Ni por un
momento he querido dar a entender que sea su deseo romper la armonía con lo que le
rodea, pero lo hace por pura inconciencia. Algunos actores tienen un instinto correcto en
este asunto, mientras que otros carecen por completo de él. Pero incluso aquellos cuyo
instinto es más agudo son incapaces de ajustarse al patrón, no pueden entrar en la
armonía a no ser que sigan las indicaciones del director”. La escena moderna, de José A.
Sánchez, Akal, Madrid, 1999, pp 83-95.
[xiii] “Ubicuidad del drama. Cuanto más viajemos en el espacio y en el tiempo –según
la tendencia actual-, más crecerá nuestra ambición poética, más tenderá a dispersarse en
el espacio y en el tiempo, precisará más unidad escénica, y más modestia escénica. En
este teatro todos los medios deben estar relacionados con el hombre, deben empezar en
el hombre, permanecer a su medida y a su alcance. No hay que sustituir al hombre sino
prolongarle, ayudarle, completarle. […] Abandonar la idea de que nuestros escenarios,
con su equipamiento, representan un progreso dramático frente a los escenarios de la
antigüedad”. Copeau, Jacques: “Hay que rehacerlo todo” Escritos sobre teatro (Edición de
Blanca Baltés). Madrid, Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de
España, Serie: Teoría y práctica del Teatro N° 19, 2002.
[xiv] El término es una castellanización del que utiliza Jean-Pierre Sarrazac en su libro
L’avenir du drame, para explicar el fenómeno mediante el cual las cualidades dramáticas de
la literatura para la escena pierden consistencia y encuentran en los experimentos
brechtianos una fuente revitaliozadora.
[xv] “Así planteado, el problema del teatro debe atraer la atención general,
sobreentendiéndose que el teatro, por su aspecto físico, y porque requiere expresión en
el espacio (en verdad la única expresión real), permite que los medios mágicos del arte y
la palabra se ejerzan orgánicamente y por entero, como exorcismos renovados. O sea,
que el teatro no recuperará sus específicos poderes de acción si antes no se le devuelve
su lenguaje”. Primer manifiesto del Teatro de la Crueldad, La escena moderna, de José A.
Sánchez, Akal, Madrid, 1999, pp. 199.
[xvi] Véase el manifiesto Hacia un teatro nacional, de este libro o recúrrase a
Jodorowsky, Alejandro: Antología Pánica (Prólogo, selección y notas de Daniel González
Dueñas). México, Editorial Planeta, Joaquín Mortiz, 1996.
[xvii] Lehmann, Hans-Thies, Le théâtre postdramatique, L’arche, París, 2002, pp. 18-19.
[xviii] Cita de Lehmann a Jean-Pierre Sarrazac: Critique du théâtre contemporain, Paris, 1993,
p. 50.
[xix] La aclaración es mía. [E.Ch.]
[xx] Lehmann, op. cit., p. 14.
14
Jean-Paul Sartre (Francia)
15
momento de la opción, de la decisión libre que compromete una
moral y toda una vida. La situación es una llamada; ella nos cerca,
nos propone soluciones; debemos decidir nosotros. Y para que la
situación sea profundamente humana, para que ella ponga en juego
la totalidad del hombre, cada vez hay que presentar situaciones-
límite, es decir, aquellas que presentan alternativas, una de las
cuales es la muerte. De este modo, la libertad se revela en su más
alto grado puesto que acepta perderse para poder afirmarse. Y
puesto que no hay teatro mientras no se realice la unidad de todos
los espectadores, es preciso encontrar situaciones tan generales
que sean comunes a todos. Lanzad a los hombres en estas
situaciones universales y extremas que les dejan solo una doble
salida, haced que al elegir la salida se elijan a sí mismos; habréis
triunfado, la pieza es buena.
Cada época toma la condición humana y los enigmas
propuestos a su libertad a través de situaciones particulares. En la
tragedia de Sófocles, Antífona debe elegir entre la moral de la
ciudad y la moral de la familia. Este dilema ya no tiene sentido en
nuestros días. En cambio tenemos nuestros problemas: el de los
fines y los medios, el de la legitimidad y la violencia, el de las
consecuencias de la acción, el de las relaciones entre persona y
colectividad, el de la empresa individual en relación con las
constantes históricas y cientos de otros problemas. Me parece que
la labor del dramaturgo consiste en escoger entre estas
situaciones-límite aquella que expresa mejor sus preocupaciones y
presentarla al público como la cuestión que se plantea a algunas
libertades. Solamente así el teatro reencontrará la resonancia que
ha perdido, sólo así podrá unificar a los públicos diversos que hoy
en día lo frecuentan.
16
Jerzy Grotowsky (Polonia)
HACIA UN TEATRO POBRE (1965)
17
Pekín, el Kathakali hindú, el Teatro Noh de Japón. Podría citar otros
sistemas teatrales, pero el método que estamos desarrollando no
es una combinación de técnicas obtenidas de distintas fuentes
(aunque en ocasiones adaptemos algunos elementos para nuestros
usos). No queremos enseñarle al actor un conjunto preestablecido
de técnicas o proporcionarle fórmulas para que salga de apuros. El
nuestro no intenta ser un método deductivo de técnicas
coleccionadas: todo se concentra en un esfuerzo por lograr la
“madurez” del actor que se expresa a través de una tensión
elevada al extremo, de una desnudez total, de una exposición
absoluta de su propia intimidad: y todo esto sin que se manifieste
el menor asomo de egotismo o autorregodeo. El actor se entrega
totalmente; es una técnica del “trance” y de la integración de todas
las potencias psíquicas y corporales del actor, que emergen de las
capas más íntimas de su ser y de su instinto, y que surgen en una
especie de “transiluminación”.
Educar a un actor en nuestro teatro no significa enseñarle
algo; tratamos de eliminar la resistencia que su organismo opone a
los procesos psíquicos. El resultado es una liberación que se
produce en el paso del impulso interior a la reacción externa, de tal
modo que el impulso se convierte en reacción externa. El impulso y
la acción son concurrentes: el cuerpo se desvanece, se quema, y el
espectador sólo contempla una serie de impulsos visibles.
La nuestra es una vía negativa, no una colección de técnicas,
sino la destrucción de obstáculos.
Años de trabajo y de ejercicios especialmente elaborados para
ello (mediante un entrenamiento vocal, plástico y físico, se guía al
actor para que le logre el punto exacto de concentración) permiten
a veces que se descubra el inicio del camino. Entonces es posible
cultivar cuidadosamente lo que se ha iniciado. El proceso mismo,
aunque depende en parte de la concentración, de la confianza, de
la actitud extrema y casi hasta de la desaparición del actor en su
profesión, no es voluntario. El estado mental necesario es una
disposición pasiva para realizar un papel activo, estado en el que no
"se quiere hacer algo", sino más bien en el que "uno se resigna a
no hacerlo".
La mayoría de los actores de Laboratorio Teatral empiezan apenas
a trabajar para lograr hacer visible es el proceso. En su trabajo
diario no se concentran en la técnica espiritual sino en la
composición de su papel, en la construcción de la forma, en la
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expresión de los signos, es decir en el artificio. No hay
contradicción entre la técnica interior y el artificio (articulación de
un papel mediante signos). Creemos que un proceso personal que
no se apoya ni se expresa en una articulación formal y una
estructura disciplinada del papel no constituye una liberación y
puede caer en lo amorfo.
Hemos encontrado que la composición artificial no sólo no
limita los espiritual, sino que conducía ello (la tensión tropística
entre el proceso interno y la forma los refuerza a ambos. La forma
actúa como un gran anzuelo, el proceso espiritual se produce
espontáneamente ante y contra él). Las formas de la simple
conducta "natural" oscurecen la verdad; componemos un papel
como un sistema de signos que demuestran lo que enmascara la
visión común: la dialéctica de la conducta humana. En un momento
de choque psíquico, de terror, de peligro mortal o de gozo enorme,
un hombre se comporta "naturalmente". Un hombre que se
encuentra en un estado elevado de espíritu utiliza signos
rítmicamente articulados, empieza a bailar, a cantar. Un signo, no
un gesto común, es el elemento esencial de expresión para
nosotros.
En términos de la técnica formal, no trabajamos con una
proliferación de signos, o por acumulación (como en los ensayos
formales del teatro oriental). Más bien sustraemos, tratando de
destilar los signos eliminando de ellos los elementos de conducta
"natural" que oscurecen el impulso puro. Otra técnica que ilumina
la estructura escondida de los signos es la contradicción (entre el
gesto y la voz, la voz y la palabra, la palabra y el pensamiento, la
voluntad y la acción, etc.); aquí también seguimos la vía negativa.
Es difícil precisar cuáles son los elementos de nuestra
producción que resultan de un programa conscientemente
formulado y los que derivan de la estructura de nuestra
imaginación. A menudo se me pregunta si ciertos "efectos
medievales" indican un regreso intencional a "raíces rituales". No es
posible contestar con una sola respuesta. En el momento actual de
nuestra intención artística, el problema de las "raíces" míticas de la
situación humana elemental tiene un significado definitivo. Con
todo, no se trata del producto de una "filosofía del arte", sino el
descubrimiento práctico y del uso de las reglas teatrales. Es decir,
las producciones no surgen de postulados estéticos a priori; más
bien, como dice Sartre, "toda técnica conduce a una metafísica".
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Durante varios años vacilé entre los impulsos nacidos de la
práctica y la aplicación de principios a priori, sin advertir la
contradicción. [...] El material y las técnicas que surgen
espontáneamente de la naturaleza misma de la obra cuando se
prepara la producción eran reveladores y prometían mucho, pero lo
que yo consideraba la aplicación de suposiciones técnicas era más
bien la revelación de simples funciones de mi personalidad que de
mi intelecto. Desde 1960 me ha preocupado la metodología. A
través de la experiencia práctica he tratado de contestar las
preguntas que me he planteado. ¿Qué es el teatro? ¿Por qué es
único? ¿Qué puede hacer que la televisión y el cine no puedan? Dos
concepciones concretas se cristalizaron: el teatro pobre y la
representación como un acto de trasgresión.
Eliminando gradualmente lo que se demostraba como
superfluo, encontramos que el teatro puede existir sin maquillaje,
sin vestuarios especiales, sin escenografía, sin un espacio separado
para la representación (escenario), sin iluminación, sin efectos de
sonido, etc. no puede existir sin la relación actor-espectador en la
que se establece la comunión perceptual, directa y "viva". Esta es
una antigua verdad teórica, por supuesto, pero cuando se prueba
rigurosamente en la práctica, corroe la mayor parte de nuestras
ideas habituales sobre el teatro. Desafía la noción de teatro como
una síntesis de disciplinas creativas diversas: literatura, escultura,
pintura, arquitectura, iluminación, actuación (bajo la dirección de
un metteur en scène). Este "teatro sintético" es el teatro
contemporáneo que de inmediato intitulamos el "teatro rico": rico
en defectos.
El teatro rico depende de la cleptomanía artística; se obtiene
de otras disciplinas, se logra construyendo espectáculos híbridos,
conglomerados sin médula o integridad, y presentados como obras
artísticas orgánicas. Al multiplicar elementos asimilados, el teatro
rico trata de romper el círculo vicioso que le crean el cine y la
televisión.
Puesto que el cine y la televisión descuellan en el área del
funcionamiento mecánico (montaje, cambios instantáneos de
locación, etc.), el teatro rico apelaba a los recursos compensatorios
para lograr un "teatro total". La integración de mecanismos
prestados (pantallas de cine en el escenario, por ejemplo) plantea
una técnica sofisticada que permite gran movilidad y dinamismo. Y
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si el escenario y el auditorio son móviles, se logran cambios de
perspectiva constantes. Todo esto es absurdo.
No importa cuánto desarrollo y explote el teatro sus
posibilidades mecánicas, siempre será técnicamente inferior al cine
y a la televisión. Consecuentemente elegir la pobreza en el teatro.
Hemos prescindido de la planta tradicional escenario-público; para
cada producción hemos creado un nuevo espacio para actores y
espectadores. Así se logra una variedad infinita de relaciones entre
el público y lo representado; los actores pueden actuar entre los
espectadores, poniéndose en contacto directo con el público y
dándole un papel pasivo en el drama [...]; o los actores pueden
construir estructuras entre los espectadores e incluirlos de esta
forma en la arquitectura de la acción, sujetando los aún sentimiento
de presión, congestión y limitación de espacio [...]; o los actores
pueden actuar entre los espectadores e ignorarlos, mirando a
través de ellos. [...] Abandonamos los efectos de luces y esto nos
reveló una gran escala de posibilidades para que el actor usase
recursos luminosos estacionarios trabajando deliberadamente con
sombras, lugares brillantes, etc. Es particularmente significativo
comprobar que una vez que el espectador se ha colocado en una
zona iluminada, o en otras palabras, una vez que se ha hecho
visible, también empieza a tener un papel en la representación.
Además se descubrió otro hecho: los actores como figuras de
pinturas de El Greco pueden “iluminar” mediante técnicas
personales y convertirse en una fuente de “iluminación artificial”.
Abandonamos el maquillaje, las narices postizas, los
estómagos abultados falsamente, todo aquello que el actor utiliza
en su vestidor antes de la representación. Advertimos que era un
acto de maestría para el actor cambiar de tipo, de carácter, de
silueta, de una manera pobre, usando sólo su cuerpo y su oficio. La
composición de expresión facial fija, utilizando los músculos del
actor y sus propios impulsos, logra el efecto de una
transustanciación terriblemente teatral, mientras que el maquillaje
del artista es sólo un artificio. De la misma manera, un traje sin
valor autónomo, que existe sólo en conexión con un carácter
particular y sus actividades, puede transformarse ante la
concurrencia, contrastándolo con las funciones del actor. La
eliminación de los elementos plásticos que tienen vida por sí
mismos (representan algo independiente de las actividades del
actor) conducían a la creación por el actor de los más obvios y
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elementales objetos. El actor transforma, mediante el uso
controlado de sus gestos, el piso en mar, una mesa en un
confesionario, un objeto de hierro en un compañero animado, etc.
La eliminación de la música (viva o grabada) que no haya sido
producida por los mismos actores permite a la representación
misma convertirse en música mediante la orquestación de las voces
y el golpeteo de los objetos. Sabemos que el texto per se no es
teatro, que se vuelve teatro por la utilización que de él hacen los
actores, es decir, gracias a las entonaciones, a las asociaciones de
sonidos, a la musicalidad del lenguaje.
La aceptación de la pobreza en el teatro, despojado de todo
aquello que no le es esencial, nos reveló no sólo el meollo de ese
arte, sino la riqueza escondida en la naturaleza misma de la forma
artística.
¿Por qué nos interesa el arte? Para cursar nuestras fronteras,
sobrepasar nuestras limitaciones, colmar nuestro vacío, colmarnos
a nosotros mismos. No es una condición, es un proceso en que el
oscuro dentro de nosotros se vuelve de pronto transparente. En
esta lucha con la verdad íntima de cada uno, en éste esfuerzo por
desenmascarar el disfraz vital, el teatro, con su perceptividad
carnal, siempre me ha parecido lugar de provocación. Es capaz de
desafiarse asimismo y a su público, violando estereotipos de visión,
juicio y sentimiento; sacando más porque es el reflejo del hálito,
cuerpo e impulsos internos del organismo humano. Este desafío al
tabú, esta trasgresión, proporciona el choque que arranca la
máscara y que nos permite ofrecer los desnudos algo imposible de
definir porque contiene la vez a Eros y Carites.
22
Otomar Krejca (Checoslovaquia)
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escenógrafo respeta el gusto del público así como el presupuesto, y
el director literario intenta abrirse camino entre las exigencias que
plantean la puesta a favor de la compañía, la ambición del director,
a la conservación de los suscriptores y las pretensiones de los
esnobs y de los críticos en boga.
En estos teatros es fácil esperar la edad de la jubilación. Los
conflictos nacen sobretodo de la incapacidad administrativa de la
dirección y de la indignada vanidad de algunas vedettes. Entonces
vemos que se pueden considerar los problemas de cooperación
como una línea que separa los diferentes tipos de teatro. De un
lado encontramos los teatros donde lo esencial de los conflictos en
las relaciones de cooperación está sofocado o existe sólo de manera
latente y donde las personas se adaptan a las necesidades de una
empresa que marche sin tropiezos. Del otro, los teatros que buscan
resolver los problemas de cooperación de cada nueva puesta en
escena, penosa, pero sistemáticamente y desde el nivel de
principios.
En la mayor parte de los países el primer tipo todavía está
considerado -por lo menos al exterior- como el representante oficial
de la cultura nacional. El segundo tipo -el de los teatro-talleres vive
sobretodo en la periferia de la oficialidad, pero concentra en sí
mismo la mayor parte de las fuerzas capaces de asegurar el
desarrollo de la cultura dramática. Entonces vemos que es posible
mediante la "cooperación" determinar -como diferenciar- nuestra
actitud, nuestra relación fundamental con el arte dramático y, de
esa manera, indicar nuestro lugar sobre el mapa del mundo teatral.
[Pero todo esto estará incompleto si no se] indica el nombre de
aquel que pone en movimiento todo lo que pasa sobre la escena,
quien da sentido a nuestro trabajo y a nuestra cooperación. Desde
nuestros días el autor, el dramaturgo, el poeta es el personaje
clave del arte teatral, incluso puede ser su destino. Estoy lejos de
pensar sólo en el teatro literario, el teatro de autor. Ya que ahí
mismo donde el actor no se expresa más que por un gesto, por su
cuerpo, ahí mismo donde el espectador se ve invitado a participar
de una manera activa al suceso teatral, a co-realizarlo, el poeta
está presente en todo momento, aunque sea el actor o el
espectador, el director de escena o el escenógrafo los que suplen su
función. El teatro es siempre un poema. Y el teatro actual es
generalmente todavía un poema dramático, es decir la encarnación
escénica de un texto.
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Hemos adquirido desconfianza hacia las palabras, hemos aprendido
su traición, sabemos que han cavado una fosa de malentendidos,
de odio, ilusión e ideologías. Y por lo tanto es la palabra quien es
nuestra última esperanza. La palabra rehabilitada por la razón y el
conocimiento poético. La escena tiene la facultad y la obligación de
examinar la verdad de las palabras e inversamente la palabra porta
un juicio sobre la verdad de nuestras acciones escénicas.
[...] Es el diálogo creador con el autor dramático quien es el eje y la
salida de la cooperación de todos los elementos escénicos. Es poco
importante que se trate de un autor vivo o muerto. Decimos tanto
un Shakespeare como un Topol, esforzándonos en comprender
tanto al uno como al otro, resueltos a identificarnos con ellos. Yo sé
que no lo lograremos más que de forma incompleta, por la
interpretación que no será siempre más que nuestra profesión de fe
personal. El problema de los diferentes niveles de colaboración en
la realización de una obra escénica se plantea entonces sin duda en
su amplitud desde el encuentro del poeta con el director de escena.
Porque, en el teatro contemporáneo, el director de escena es el
garante de la organización tanto espiritual como material de la
representación, él esta desde el origen de la puesta en evidencia de
su significación, es el responsable de la encarnación escénica de la
palabra. Es al director de escena a quien la evolución del teatro
contemporáneo le otorga el primer rango en la jerarquía de los
elementos escénicos, y de esta forma le reserva una comunión
directa de alguna manera íntima con el autor. Ésta posición
adelantada del director de escena y su fuerte compromiso con el
proceso de la realización escénica del texto constituye naturalmente
la fuente de incremento de tensión entre dos concepciones, la del
autor y la del director de escena. La tensión puede diluirse en un
simple conflicto, pero también puede convertirse en una fuente de
energía liberadora de nuevas significaciones, de nuevas imágenes,
de nuevas relaciones. Es el resultado de la tensión productiva entre
la puesta en escena y el texto lo que determina en primer lugar el
curso y los resultados de la realización escénica de una obra
dramática.
Cuando digo que la función del director de escena domina los otros
elementos de la expresión escénica, trato antes que nada de
subrayar su responsabilidad, pero no olvido que es el actor quien es
el verdadero portador de las significaciones teatrales, es él quien
interpreta el mensaje del poeta en el sentido primitivo, rico y
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matizado de la palabra, es decir, quien lo transmite al público,
quien lo entrega al pueblo reunido, renovado e infante, recrea,
eleva, cultiva y conserva. El director de escena interpreta al poeta
por un medio material que es capaz de formarse por sí mismo, que
él mismo recrea.
Esto significa que el director de escena pretende siempre reivindicar
y justificar su función de mediador y de organizador frente al poeta,
de quien la obra es autónoma, y frente al actor, quien dispone de
sus propios medios de encarnación. Para asegurar el éxito de una
obra escénica es indispensable -y extremadamente difícil-
establecer una relación de verdadera colaboración entre dos
voluntades artísticas. Es un misterio, un milagro tanto como un
escollo constante en el teatro. Es un valor moral el que asocia de la
forma más segura diversos artistas, fundado sobre el servicio
común a la causa del poeta. En esta triple relación de cooperación,
la más importante existente en el teatro contemporáneo, a saber es
la del poeta, la del director de escena y la del actor, generalmente
accede también el escenógrafo (no menciono aquí a toda una serie
de personas que intervienen ulteriormente en la realización
escénica). A causa de sus roles, el director de escena o el actor
pueden, al menos en ciertos casos, suplir el del escenógrafo. Por la
naturaleza de su trabajo y sus modos expresión, el escenógrafo no
se impone inmediatamente en la triple relación de base. No
participa activamente de manera tan importante a cada instante del
proceso de realización escénica de la obra, porque no está
directamente comprometido con todos los estadios del desarrollo
ininterrumpido de las significaciones que llevan a la interpretación
escénica y dramática del poeta, interpretación realizada por el
director de escena y el actor. El espacio de actuación creado por el
escenógrafo es en cierto sentido casi siempre global, no es la
interpretación directa del drama, sino su transposición o, si se
quiere, la confrontación lo suficientemente abierta de una idea
plástica con la obra literaria y la concepción del director de escena.
No quiero de ninguna manera subestimar la función del
escenógrafo, sino sobre todo lamentar que hasta el momento no
haya sido incorporado al proceso de la realización escénica de
manera suficientemente orgánica. Frecuentemente no la aborda
más que de lejos, menos interesado y menos fundado que los
demás responsables del espectáculo. Yo creo que es de esta
manera, incluso si justamente el elemento plástico, más de una
26
vez, ha buscado dominar la jerarquía de los elementos escénicos y
someter o absorber, todo a la vez, al poeta, al director de escena y
al actor, creo que es así como en el curso de los últimos decenios,
los análisis críticos de las puestas en escena han aportado antes
que nada el elemento plástico. No creo que el verdadero motivo de
ésta atención particular deba buscarse en el valor funcional del
escenografía, sino en el hecho de que es posible aprehenderla,
describirla, alcanzarla por los métodos de la estética propia las
artes plásticas, y sin ninguna duda ésta atención se atiene también
al hecho de que la escenografía es comprensible
internacionalmente.
La dramaturgia ocupa un lugar esencialmente diferente dentro del
sistema de la colaboración teatral. [...] Porque no es una rama
artística que disponga de medios de expresión propios que le
permitan realizarse sobre la escena de manera visible. Me
arriesgaré igualmente a decir que el teatro no ha creado la función
del director literario, en el sentido actual del término, sino hasta el
momento donde se ha instituido bajo su forma de teatro-productor.
El director literario está encargado de procurarle a la máquina el
combustible en la composición necesaria. Se le mantiene a fondo
como a un artista del compromiso que se esfuerza por equilibrar la
oferta artística y la demanda de los consumidores. La labor del
director literario -no es envidiable- es buscar las obras de teatro
susceptibles de satisfacer los gustos de la administración y del
público, las ambiciones de los directores de escena y las de los
actores, expandir la cultura y llenar la caja. El director literario
termina generalmente por ser un subdirector, aunque le gustaría
ser un artista. En un teatro que responda a nuestro concepto
imaginado como taller creador, el rol de director literario será
ejercido por una persona que, a la par de su actividad directa sobre
la escena, determinará el perfil artístico de la troupe. [...]
He intentado describir a grandes rasgos el esquema de las
relaciones entre las diferentes colaboraciones de un teatro que no
se conecta con la rutina y donde los esfuerzos tienden a la creación
artística. De ninguna manera he tenido la intención de presentarles
la imagen de un mecanismo que funciona perfectamente, sino de
apelar sobre todo a su atención sobre la fragilidad del material que
es el origen de numerosas perturbaciones, e incluso de accidentes.
Porque el material humano del organismo teatral no está formado
de personas fácilmente manejables, sino de personalidades
27
artísticas, donde la inadaptabilidad y la individualidad son
directamente proporcionales a sus capacidades creadoras. [...] El
trabajo en los teatros-talleres no tiene ni mecánica, ni métodos
conformados con las reglas comunes: siempre hay una prueba que
presenta un riesgo. Incluso no es necesario lamentarse: en arte los
fracasos honestos tienen un valor mayor que las victorias fáciles de
la rutina. [...] Estoy persuadido de que existe cierta posibilidad de
coherencia y de convergencia en la colaboración, incluso si las
presuposiciones no son aparentemente más que ideales.
Los teatros-talleres siempre se encontrarán de un lado de la barrera
en el país del Arte.
Del otro lado de esta línea infranqueable quedarán los teatros en
los cuales el Arte no es más que un elemento entre los otros, y no
lo más esencial, los otros incluyendo el dinero, la parte
representativa, la ideología, la popularidad, la seguridad material,
el prestigio o bien, la facilidad.
28
Pier Paolo Pasolini (Italia)
29
2
30
Objetivamente, están constituidos en su mayor parte por los que se
definen como "progresistas de izquierdas" (incluidos los católicos
que tienden a constituir en Italia una Nueva Izquierda): la minoría
de esos grupos está formada por las élites supervivientes del
laicismo liberal y por los radicales. Naturalmente, este desglose es,
y quiere serlo, esquemático y terrorista.
EL TEATRO DE LA PALABRA
9
1
Teatros antiguos o modernos con butacas de terciopelo. Compañías estables (Piccolo Teatro), etc.
2 Sótanos, viejos teatros abandonados, canales secundarios de los estables.
31
Todo el teatro existente puede dividirse en dos tipos: estos dos
tipos de teatro pueden definirse -según una terminología seria- de
diferentes maneras, por ejemplo: teatro tradicional y teatro de
vanguardia, teatro burgués y teatro anti-burgués, teatro oficial y
teatro de contestatario; teatro académico y teatro underground,
etc. Pero a estas definiciones serias nosotros preferimos dos
definiciones alegres, o sea: a) teatro de la Charla (aceptando por
tanto la brillante definición de Moravia), y b) teatro del Gesto o del
Grito.
Para que nos entendamos enseguida: el teatro de la Charla es
aquel teatro en el que la charla, precisamente, sustituye a la
palabra (por ejemplo, en lugar de decir, sin humor, sin sentido de
lo ridículo y sin buena educación, "Quisiera morir", se dice
amargamente "Buenas noches"); el teatro del Gesto o del Grito es
aquel teatro en el que la palabra ha sido completamente
desacralizada, o mejor aún, destruida, a favor de la presencia física
pura.
10
32
veremos, nuestro nuevo teatro no podrá dejar de seguir siendo una
forma, aunque jamás experimentada, de RITO; y por tanto, un
encenderse o apagarse de luces para indicar el comienzo o el final
de la representación, no podrá dejar de subsistir).
11
12
13
Si, tanto el teatro del Gesto o del Grito tiene como destinataria -
puede que ausente- a la burguesía a la que debe escandalizar (sin
la cual sería inconcebible, como Hitler sin los judíos, los polacos, los
gitanos y los homosexuales), el teatro de Palabra, por el contrario,
tiene como destinatarios a los propios grupos culturales avanzados
que lo producen.
3
De Chejov y lonesco al horrible Albee.
4 El espléndido Living Theatre.
5 De Artaud al Living Theatre, sobre todo, y a Grotowsky, este teatro ha dado pruebas muy altas.
33
14
DESTINATARIOS Y ESPECTADORES
15
6
No es seguro, por supuesto, que los propios grupos culturales avanzados se sientan alguna vez
escandalizados y sobre todo decepcionados. Sobre todo cuando los textos son abiertos, es decir, plantean
los problemas sin pretender resolverlos.
34
directamente la clase obrera); c) el teatro de Palabra que, como
hemos visto, elimina toda relación posible con la burguesía y se
dirige sólo a grupos culturales avanzados, es el único que puede
llegar, no por determinación o por retórica, sino de un modo
realista, a la clase obrera, ya que ésta se halla de hecho unida por
una relación directa con los intelectuales avanzados. Es esta una
noción tradicional e in-eliminable de la ideología marxista, y sobre
la cual tanto los heréticos como los ortodoxos no pueden dejar de
estar de acuerdo, como sobre un hecho natural.
16
17
18
20
35
Los programas del teatro de Palabra -constituido en tarea o
iniciativa- no tendrán por tanto un ritmo normal. No habrá
preestrenos, estrenos y funciones. Se prepararán dos o tres
representaciones a la vez, que se darán contemporáneamente en la
sede propia del teatro, y en aquellos lugares (fábricas, escuelas,
circuitos culturales) donde los grupos culturales avanzados, a los
que se dirige el teatro de Palabra, tienen su sede.
21
22
36
cine y la televisión. No le ha sido tampoco difícil comprender que
algo irreversible ha ocurrido en la historia del teatro: el "demos"
ateniense y las "élites" del viejo capitalismo son recuerdos remotos.
¡Los tiempos de Brecht han acabado para siempre! El teatro
tradicional ha terminado, por tanto, encontrándose en un estado de
deterioro histórico, que ha creado a su alrededor, por un lado, una
atmósfera de conservación tan miope como obstinada, por otro, un
aire de nostalgia y de esperanzas sin fundamento. Este es también
un hecho que el teatro tradicional ha sabido diagnosticar de modo
más o menos confuso.
Lo que el teatro tradicional no ha sabido diagnosticar, ni siquiera a
nivel de un primer destello de consciencia, es lo que él mismo es.
Se define a sí mismo como Teatro y basta. Hasta el actor más
chapucero y amanerado, frente al público más deteriorado, percibe
vagamente que ya no participa en un acontecimiento social,
triunfante y del todo justificado, y explica por tanto su presencia y
su servicio (tan poco solicitado) como un acto místico: una "misa"
teatral, en la que el Teatro aparece bajo una luz tan
resplandeciente que acaba por cegar: ya que, como todos los falsos
sentimientos, produce una conciencia intransigente, demagógica y
casi terrorista, de su propia verdad.
23
37
Tal sacralidad del teatro se funda en la ideología del renacimiento
de un teatro primitivo, originario, cumplido como un rito
propiciatorio, o mejor: orgiástico9. Se trata de una típica operación
de la cultura moderna: por la cual una forma de religión cristaliza la
irracionalidad del formalismo en algo que nace como no auténtico
(o sea, por esteticismo) y se convierte en auténtico (es decir, un
verdadero tipo de vida como pragma fuera y en contra de la
práctica)10.
Ahora bien, en algunos casos tal religiosidad arcaica revitalizada
por rabia contra el laicismo imbécil de la civilización del consumo,
acaba precisamente por convertirse en una forma de auténtica
religiosidad moderna (que nada tiene que ver con los antiguos
campesinos y mucho, por el contrario, con la moderna organización
industrial de la vida). Piénsese, a propósito del Living Theatre, en la
colectividad casi típica de orden monástico, en el "grupo" que
sustituye a los grupos tradicionales como la familia, etc., en la
droga como protesta, en el "dropping out" o autoexclusión, pero
como forma de violencia, al menos gestual y verbal, en resumen:
en el espectáculo casi como un caso de sedición, o –como suele
decirse ahora- de guerrilla.
Pero en la mayoría de los casos tal concepción del teatro termina
siendo la misma tautología del teatro burgués, obedeciendo a las
mismas reglas inevitables11. La religión, entonces, de forma de vida
que se realiza en el teatro, pasa a convertirse simplemente en “la
religión del teatro”. Y este tópico cultural, este esteticismo de
segundo orden, convierte al actor enlutado, drogado, en algo tan
ridículo como el actor integrado, de traje cruzado, que trabaja
también en televisión.
24
9
Dionisio.
10 Vuelve a vislumbrarse aquí la figura de Hitler, ya evocada antes en este manifiesto.
11 El teatro antiburgués no podría existir: a) sin el teatro burgués al que contestar y arrasar (este es su
objetivo principal); b) sin un público burgués al que escandalizar, aunque sea de forma indirecta.
38
idea sacra del teatro: tendrá que ser simplemente un hombre de
cultura.
Ya no tendrá, entonces, que fundar su habilidad en el atractivo
personal (teatro burgués) o en una especie de fuerza histérica y
mesiánica (teatro anti-burgués), explotando demagógicamente el
deseo de espectáculo del espectador (teatro burgués) o engañando
al espectador mediante la imposición implícita de hacerle participar
en un rito sacro (teatro anti-burgués). Tendrá más bien que fundar
su habilidad en su capacidad para comprender realmente el texto12.
Y no ser por tanto intérprete en cuanto portador de un mensaje (¡el
teatro!) que trasciende el texto: sino vehículo viviente del propio
texto. Tendrá que hacerse transparente sobre el pensamiento: y
será mejor actor cuanto más, al oírle decir el texto, el espectador
comprenda lo que él ha comprendido.
EL "RITO" TEATRAL
25
El teatro es de todos modos, y en cualquier caso, en todo tiempo y
lugar, un RITO.
26
12
Cosa que hacen, con mucha buena voluntad y a menudo con buena fe, todos los actores serios: pero
con débiles resultados críticos. Ya que están ofuscados por la idea tautológica del teatro, que implica
materiales y estilos históricamente diferentes a los del texto examinado (si se trata de un texto anterior a
Chejov o posterior a lonesco).
39
oídos, por la calle, en casa, en los lugares de encuentro público,
etc. En este sentido la realidad social es una representación que no
está del todo falta de la conciencia de serlo, y tiene de todos modos
sus códigos (reglas de buena educación, de comportamiento,
técnicas corporales, etc.); en una palabra, no está del todo falta de
la conciencia de su propia ritualidad.
El rito arquetipo del teatro es por tanto un RITO NATURAL.
27
28
29
30
40
Con el declinar de la "grandeza revolucionaria" de la burguesía (a
menos que -puede que con justicia- no se quiera considerar
"grande" a su tercera revolución, la tecnológica), ha declinado
también la grandeza de ese RITO SOCIAL que ha sido su teatro. Así
que si por un lado ese rito social sobrevive, cuidado por el espíritu
conservador burgués, por otro, está adquiriendo una nueva
conciencia de su propia ritualidad. Conciencia que parece ser del
todo adquirida -como hemos visto- por el teatro burgués anti-
burgués, que abalanzándose contra el teatro oficial de la burguesía,
y contra la propia burguesía, dirige su ataque sobre todo contra su
oficialidad, su establishment, o sea, su carencia de religión. El
teatro underground -como hemos dicho- trata de recuperar los
orígenes religiosos del teatro, como misterio orgiástico y violencia
psicagógica; sin embargo, en una operación semejante, el
esteticismo no filtrado por la cultura, consigue que el contenido real
de tal religión sea el propio teatro, así como el mito de la forma es
el contenido de todo formalismo. No puede decirse que la religión
violenta, sacrílega, obscena, desacralizadora-sacralizadora del
teatro del Gesto o del Grito está falta de contenido y no es
auténtica, porque a veces está llena de una auténtica religión del
teatro.
El rito de este teatro es por tanto un RITO TEATRAL.
31
41
No puede en fin ser RITO RELIGIOSO, porque su nuevo medioevo
tecnológico parece excluirlo, en tanto que antropológicamente
diferente de todos los precedentes medioevos...
Dirigiéndose a destinatarios de "grupos culturales avanzados de la
burguesía", y, por tanto, a la clase obrera más consciente, a través
de textos fundados en la palabra (puede que poética) y en temas
que podrían ser los típicos de una conferencia, de un mitin ideal o
de un debate científico, el teatro de Palabra nace y actúa
totalmente en el ámbito de la cultura.
Su rito no puede entonces definirse de otro modo que como RITO
CULTURAL.
EPÍLOGO
32
42
En: Revista Nuovi Argomenti, nº 9, enero-marzo 1968 en Roma,
bajo el título "Manifesto per un nuovo teatro".
43
Tadeus Kantor (Polonia)
Teatro autónomo
44
... Mi realización del teatro autónomo no es ni la explicación del
texto, ni la traducción de ese texto al lenguaje escénico, ni su
interpretación o actualización. Fabrico esa realidad a partir de tal
concurso de circunstancias, de tales tensiones/contradicciones, que
no mantienen con el drama ninguna relación, ni lógica ni analógica,
ni paralela ni opuesta; y que son aptas para hacer estallar el
caparazón anecdótico del drama... (1963).
... El texto dramático, el curso del relato -la fábula- lleva
ineluctablemente a la ilusión.
Siento la necesidad de disolver incesantemente esa ilusión
creciente, parásita, monstruosa.
No perder contacto con el "fondo", con la realidad pretextual,
elemental, autónoma, la "preexistencia" escénica, esa Urmaterie
del escenario... (1970).
45
reservado por los siglos a la "obra de arte"; y desde la época del
surrealismo intentaba apropiarse de la realidad "total".
Teatro y literatura
46
Desde hace mucho, el problema que me ocupa es el del texto, o
más bien, el de las relaciones entre el espectáculo, es decir la
realidad escénica, y la realidad del texto.
Nunca consideré al texto, como materia literaria y estética.
Más bien, la obra era para mí un conjunto de acontecimientos que
realmente habían sucedido -que nunca consideré como una ficción.
A partir del momento en que comencé trabajar sobre la
realización, esta realidad pasada aparecía en todas partes, en cada
lugar, en todo momento, en circunstancias reales, entre los objetos
y los hombres que me rodeaban.
La realidad del instante se unía a la ilusión de la realidad
pasada.
En ciertos momentos, sucedía que esa ilusión (que yo no
admitía, pero que sin embargo se creaba incesantemente) se
transformaba en una realidad.
Yo tenía cierta fe ingenua: que ese "algo" había existido
realmente y tal vez se lo podría resucitar para que sucediera una
vez más, "de veras", y porque me era absolutamente imposible
admitir ese orden de los acontecimientos, irrevocable, cruel, fijado
de una vez por todas, nació en comportamiento teatral en aquella
época -1943-, definí así:
47
anteojeras en la cara, y los oídos tapados. Los resultados son
miserables. Sin embargo, bastaría con desviarse de ese camino
para encontrar el torbellino de la acción escénica pura, el elemento
teatral por excelencia. Esa desviación representa el riesgo más
fascinante del teatro -su mayor aventura. Hay que proceder a
desarmar el texto y los acontecimientos que los duplican. Es sólo
desde el punto de vista de la práctica de la vida cotidiana que la
cosa parece imposible. El ámbito del arte (en este caso preciso, en
el teatro), se obtiene una realidad incoherente, susceptible de ser
formada libremente.
La tentación de traicionar
48
Es evidente que el factor visual desempeña una función
preponderante en el teatro. Pero el problema es más complejo.
Durante el período constructivista y futurista, el teatro era el
terreno privilegiado de las manifestaciones del arte. La "decoración
teatral", al abandonar su función servil, "decorar", se transformó en
el elemento dominante, funcional, organizador del espectáculo y la
expresión de su contenido. Además -y esto es lo más importante-
se elevó a la categoría de obra de arte autónoma hasta asumir el
riesgo y la responsabilidad del desarrollo de los movimientos
artísticos radicales.
Desde ese fecundo período, pasaron varios años, durante los
cuales, lentamente, la escenografía teatral degeneró otra vez,
volviendo a ser una aplicación cómoda y superficial de las formas y
procedimientos de estilo del arte plástico, a medida que éstos se
transformaban, abandonando los riesgos y responsabilidades de
una intervención directa y auténtica en el futuro del arte.
Este procedimiento vergonzoso no hacía más que facilitar la
ilustración (digamos lo francamente) de la pretendida "puesta en
escena"; no tiene nada en común con el compromiso hacia el
conjunto de los problemas que actualmente plantea el arte.
Uno de los factores más importantes del arte teatral se hacía
cada vez más formal, vacío, insignificante, arrastrando al teatro a
una confusión cada vez más profunda.
Parece totalmente justificada la penetración del teatro en el
ámbito de las artes plásticas, que desde años atrás eran el punto
neurálgico del arte, sometidas a transformaciones violentas y a
turbulencias que eran el testimonio -forzosamente contradictorio-
de su vitalidad. Al ser pintor, tanto como hombre de teatro, nunca
disocié estos dos campos de actividad.
Me daba perfecta cuenta de que al introducir al teatro de la
manera más directa y radical posible en los problemas planteados
por las artes plásticas, lo sometía a la tentación de traicionar. Le
mostraba el camino de la tradición; lo provocaba para que saliera
ilegalmente de su tranquilo hogar, para que se privara de su
caparazón protector. Lo colocaba, desnudo y sin defensa (el arte
vivo siempre está desarmado) en un espacio totalmente
desconocido.
Y al mismo tiempo, ¿no era la oportunidad de que se hiciera
independiente?
49
La ocasión era -sigue siéndolo- tanto más excepcional cuanto
que, desde hacía años, la pintura abandonaba sucesivamente sus
ámbitos sagrados, sus cuarteles profesionales, y partía al libre
encuentro de las otras artes y de la vida.
Por el lado del teatro, eran los iniciadores y los charlatanes
quienes más se beneficiaban con eso...
50
Es entonces cuando el azar se transformó en el móvil
esencial, el actor principal. Los surrealistas habían sido los primeros
en dar importancia a ese "bastardo" de la vida, los primeros en
concederle valores artísticos. Gracias a él, poco después, el arte
informal desencadenó una aventura de larga duración -la de la
materia. Punto importante en el desarrollo del Teatro Cricot 2.
Extractos del programa del Teatro informal que datan de
1960:
La posibilidad de lo real
51
Al instalarse en la "realidad previa", el happening se apropia de
manera gratuita y específica de objetos y acciones "ya listos", "no
estéticos" (los componentes más simples de la "masa de la vida");
los "precipita" de su medio convencional y los priva de su utilidad y
funciones prácticas; los aísla, los deja vivir una vida independiente
y desarrollarse sin objetivo preciso.
Ese despojamiento radical de los objetos, los
acontecimientos, las acciones y situaciones, de sus lazos
convencionales y jerárquicos, de sus intenciones habituales, creó un
método hasta entonces desconocido de expresión de la realidad por
la realidad misma -no por su imitación.
Para el teatro era la imprevisible e improbable posibilidad de
vencer la noción exagerada, insoportable, de presentación,
imitación teatral -coquetería, melindres, simulación pretenciosa.
Era la posibilidad de lo Real.
52
En: Kantor; Tadeus. El teatro de la Muerte (Selección y
presentación de Denis Bablet), Buenos Aires, Ediciones de La Flor,
1987, pp. 227-237.
53
Alejandro Jodorowsky (Chile-México)
54
entonces, debe encauzarse hacia la creación de nuevos autores
teatrales.
Los nuevos autores teatrales no deberán imitar a los nuevos
autores teatrales europeos. El Teatro del Absurdo, reciente
movimiento teatral europeo, imitado en Estados Unidos, responde
una necesidad de reaccionar contra viejas formas. ¿Cómo
podríamos crear un teatro que demuela las viejas formas si en
México no tenemos viejas formas? ¿De qué vale presentar un
Hamlet revolucionario interpretado por dos actores si nadie conoce
la forma clásica de interpretar a Shakespeare y ni siquiera le
interesa? No se puede revolucionar el teatro donde no hay teatro.
Un Teatro Nacional debe crear algo a lo que se le bautizará
con el nombre de "teatro", pero que muy bien, si las necesidades
del país lo piden, puede no corresponder en absoluto a lo que en
Europa o en Oriente se entiende por teatro.
Para crear ese "teatro" se requiere pensar en un movimiento
que refleje las más nobles aspiraciones de una realidad joven y sin
tradiciones operantes, que es la de toda Hispanoamérica. ¿Cuáles
son ésas aspiraciones? ¿Cuál es la nueva forma de teatro? Para
contestar debemos antes dar un vistazo panorámicos al actual
teatro mexicano; al público, empresarios, actores, autores, salas,
escenógrafos, músicos, críticos y tramoyistas.
55
Los empresarios teatrales han querido luchar contra esta
invencible competencia imitando el decorado pomposo de las
películas de Hollywood, invitando estrellas de cine a lucir sus carnes
en los tablados, impulsando el "vedetismo", agrandando las salas,
etcétera. Todo ha fracasado. El único teatro que no produce
pérdidas en temporadas largas es el de revista, que presenta a los
cantantes de moda. El público desdeña los teatros de comedia y
acude al cine o se queda en su casa mirando la pantalla de
televisión. Como tarea educativa es más inteligente presentar a
Molière y a Calderón por un canal televisivo, donde verán la obra
millones de ciudadanos, que malgastar el dinero del Estado en el
escenario de un teatro donde, si la suerte acompaña, acudirá un
máximo de 100 a 150,000 espectadores. (En realidad, en el 90%
de los intentos, no acudan más de 10,000.)
Actualmente el teatro es un arte de minorías. Un gobierno
inteligente debe concebir un Teatro Nacional como un pequeño
horno alquímico donde acudirá un reducido número de iniciados.
Los actores de ese teatro, al igual que monjes o poetas, trabajarán
para un reducido grupo de espectadores.
¿Pueden los actores mexicanos profesionales emprender una
tarea así? No: el actor mexicano está en constante lucha por ganar
el sustento. Como el teatro no le da para vivir, se ve obligado a
prostituir su arte en telenovelas de mala calidad, doblaje de
películas y papeles en filmes de no siempre gran categoría artística.
Como para éstas actividades no se requiere gran arte
interpretativo sino una "forma" (buen timbre de voz, cuerpo
proporcionado o monstruoso, tipo distinto, movimientos
"realistas"), el actor va anquilosándose poco a poco, y ya que él no
experimenta ni con todas las posibilidades de su cuerpo y de su
mente, ni de su emoción, se convierte en una máquina de vomitar
frases huecas. Cuando este actor, para huir de la rutina obligatoria
a que se ve condenado, trata de participar en una obra no-
comercial, se encuentra con que sus medios de expresión no
corresponden a la tarea exigida:
No ha tenido tiempo de cultivar su sistema muscular; no ha
podido perfeccionarse en biomecánica, acrobacia, danza, expresión
corporal; no ha desarrollado las potencialidades de sus cuerdas
vocales y le resultaría imposible llegar, por ejemplo, a los gritos
suprahumanos que exigiría un Antonin Artaud; tampoco pudo
cultivar su intelecto por estar sumergido el día entero en oscuras
56
salas de doblaje; lo único que le resta es un enorme deseo de
expresarse sin tener los medios adecuados para cumplirlo. Sólo
puede interpretar un teatro intelectual donde lo único
revolucionarios el texto del autor, mas no el cuerpo del actor.
57
Durante años se ha confundido el teatro con la literatura y se
ha creído que el escenario es un lugar en donde se entra a "recitar
obras de arte escritas". Un autor teatral puede muy bien no escribir
ni una palabra en su vida y sin embargo ser un gran creador.
Mientras se conciba el teatro como una rama de la literatura, nunca
podrá dar el paso esencial para llegar a su verdadero universo, que
es:
Un lugar sagrado donde un ser humano, actor, frente a otros
seres humanos, espectadores, se da en ejemplo, al igual que un
sacerdote, un mago, un héroe o un mártir, tratando de alcanzar un
iluminado estado de plenitud.
Es necesario formar tales autores anti-literarios. ¿Cómo?
Partiendo de la premisa de que no hay que separar al actor del
autor. El ejemplo clave nos lo ofrece el jazz: cada músico es al
mismo tiempo intérprete, compositor, director. Los jazzistas eligen
un tema común y sobre él colaboran hasta llegar al éxtasis.
Para tener creadores nacionales de teatro se requiere
abandonar la caduca concepción del "escritor de teatro" por la de
hombre de teatro.
58
entretengan sacrificando sus aspiraciones legítimas. (Quien fija
como meta suprema de su vida divertir a los demás "haciéndolos
olvidar", es un anormal. Un actor debe encausar su obra antes que
nada hacia una "toma de conciencia" y de ahí ir más lejos y superar
la racionalidad por la creación corporal iluminatoria.)
Un teatro sano debe ser construido pensando que el
espectáculo resultará de una unión democrática entre espectadores
y actores: el espectáculo será logrado gracias al esfuerzo de todos.
Los arquitectos deben pensar en salas para públicos activos.
Un Teatro Nacional necesita un edificio diferente a las
actuales salas. Sin esa nueva arquitectura no puede haber una
auténtica revolución teatral. ¿Cómo debe ser esa sala? ¡Una
antisala!
Un teatro, por muy revolucionaria que sea su arquitectura,
impone siempre un espacio determinado a los actores. Obliga a
todos a adaptarse a una forma impuesta. Vale decir que el punto de
partida de un espectáculo no es una obra ni un grupo de seres
humanos: es un espacio impuesto por un arquitecto. Hay que
liberarse de los arquitectos teatrales. Se debe tener un espacio
neutro, como un enorme set de cine; un cubo transformable donde,
para cada espectáculo, deba construirse una nueva forma espacial.
En lugar de construir para cada obra una escenografía, se
construirá para cada obra un nuevo teatro.
Costará más o menos lo mismo transformar la sala que
fabricar nuevos decorados. Esta sala transformables implica: sillas
simples y transportables; luces móviles; escenarios divididos en
tarimas ubicables en cualquier punto; eliminación del telón y otros
accesorios obsoletos como maquillajes, decorados, disfraces. (Más
adelante veremos por qué un Teatro Nacional debe eliminar casi
todas las "armas" de que se sirve el teatro comercial o
supuestamente "artístico" para escamotear los valores humanos.
Una banda de saltimbanquis disfrazados y pintarrajeados no puede
representar las aspiraciones espirituales de un país.)
El director puede disponer ahí que el público esté de pie o en
pasillos construidos en espiral o sobre tarimas, mientras los actores
accionan a ras del suelo, etc. Todo espectáculo comenzará con una
creación de espacio y una distribución del elemento "público", de tal
manera que éste pase a formar parte esencial de la ceremonia que
presenciará. Mientras los arquitectos intenten construir cosas
"bellas", mientras traten de "realizarse artísticamente" imponiendo
59
su "estilo", el teatro seguirá muerto. Al borrarse a los arquitectos y
limitarse el espacio a un enorme cubo o a una esfera, sin adornos,
el teatro encontrará en esta ausencia de espacio impuesto, por fin,
su primer elemento creativo: el espacio creado especialmente para
la obra.
60
músico, se va a una tienda de discos, se eligen grabaciones y se
hace un montaje sonoro, en el mismo sistema que emplean los
productores de cine y de televisión. El director de escena pide
prestados ruidos de relleno y “fondea” sus escenas.
En un Teatro Nacional creador, no es digno pedir música a la
moda (plumas ajenas) ni rellenar con elementos exteriores al ser
humano que interpreta tal o cual “diálogo”.
Son los propios actores quienes deben producir su música.
Ellos deben encontrar los ruidos que les son necesarios, sacándolos
de sus propios cuerpos, de sus acciones. […]
Esto conduce a transformar todo el teatro en un inmenso
instrumento musical donde el sonido creativo nazca de percusiones
en las paredes, en el piso, de las voces de los espectadores, del
entrechocar de las butacas, de grandes respiraciones colectivas.
Todo es música.
El actor debe organizar los silencios que convertirán el ruido
en música. Debe eliminarse la idea de “músico”. El actor es, a la
vez, músico, recitador, aullador, cantador, etc.
61
No hay maestros para enseñar el “movimiento correcto,
natural”. Cada actor en este caso debe ser su propio maestro,
buscando no “adquirir” nuevas posturas del exterior social sino, por
el contrario, abandonar las posiciones impuestas. En el terreno del
aprendizaje corporal se gana por sustracción.
Un actor debe olvidar: caer al centro de su olvido y desde ahí
volver a nacer, no con un cuerpo artificial sino con el suyo propio,
tan armónico como el de un animal.
En resumen: se abandonará a los coreógrafos por ejercicios
de conocimiento interior.
62
En las condiciones actuales del teatro mexicano, la tramoya (junto
con otras áreas) integra una especie de partido que defiende sus
derechos contra otro partido formado por empresarios y artistas.
Esta lucha social, si bien justa en otras ramas del trabajo obrero,
en el teatro provoca grandes crisis.
Actualmente, en México un espectáculo tiene que
comprometerse, obligatoriamente, a pagar quince días de sueldo a
un grupo de trabajadores de la escena, ya sea que entre o no
dinero en la taquilla. Para estos obreros no hay riesgo. Vayan bien
o mal las cosas, cobran sus sueldo.
A veces, en la batalla por defender sus derechos gremiales,
se impone un número excesivo de elementos que merman las
entradas y, al aumentar los gastos, hace que el espectáculo no
alcance a durar lo que habría podido sin ese excesivo lastre
económico. La tramoya implica a pintores (que copian bocetos),
carpinteros (sólo ellos pueden construir las tarimas y otros
elementos), etc. Generalmente, los precios que piden estos obreros
son superiores a los que cobraría un carpintero normal no
agremiado a la “rama” teatral. Cada vez que se inaugura un nuevo
teatro, esa asociación envía a un técnico que dictamina la cantidad
obligatoria de obreros que deberá pagar un espectáculo cada vez
que funcione el teatro.
Un teatro nacional no debe tener tramoya. Es antidemocrático
que una actividad noble se divida en actores y obreros. Estos
últimos por lo general aducen que cobran implacablemente su
sueldo porque “trabajan para comer” y que, aunque vaya bien el
espectáculo, siempre ganarán lo mismo, en tanto que el actor tiene
aplausos, fama y mucho más sueldo si el espectáculo produce.
La realidad es que el teatro es un mal negocio y que a la larga
los únicos que ganan dinero con seguridad en él son los obreros.
Pero eso no nos importa mayormente, sin dejar de importarnos. Lo
que cuenta es que hay una división neta entre gente que vive en un
escenario para solucionar sus problemas materiales, de la misma
manera que cualquier técnico, y otros que van al escenario a
encontrarse a sí mismos y a dejar la experiencia de ese encuentro a
las nuevas generaciones.
En un teatro-templo sólo deben entrar seres que están realizando
un trabajo espiritual. Un Teatro Nacional no necesita técnicos sino
creadores. Los tramoyistas de este teatro serán los mismos actores.
63
Es indigno "mandar hacer" los objetos necesarios para la ceremonia
teatral. Un actor-carpintero debe construirlos para, durante la
ceremonia, conocer a fondo el objeto que emplea. Igualmente la
compañía debe construir sus propios trajes. Un traje, un objeto que
aparece dentro de un espectáculo debe ser también una obra de
arte. Mandar fabricar éstos objetos a obreros equivale a un pintor
que, por pereza, paga a un obrero para que le pinte un cuadro.
En este Teatro Nacional que aquí hemos bosquejado, no
habrá boleteros, ni taquilla, ni acomodadores. La entrada será
gratuita y el público se acomodará donde quiera.
64
Mario Apollonio
Paolo Grassi
Giorgio Strehler
Virgilio Tosi (Itália)
65
No creemos que el teatro esté en declive, siempre bajo el pretexto
de que hoy el cine aísla y muestra mejor el valor del gesto mínimo,
de que hoy la radio aísla y muestra mejor el valor de la palabra
pronunciada, disociando, por así decir, los elementos donde la
fusión crea la unidad del acto escénico.
El teatro responde siempre a las intenciones profundas de sus
creadores, a su primera necesidad: el lugar donde la comunidad,
poniéndose en común acuerdo para contemplar y reavivarse, se
revela a sí misma; el lugar donde esta comunidad se abre a una
disponibilidad mayor, a una vocación más profunda: el lugar donde
se crea la experiencia de una palabra para aceptarla o rechazarla;
de una palabra que, aceptada, se convertirá mañana en un nuevo
recinto que sugiera el ritmo y medida para los días venideros.
En el teatro, detrás del juego mágico de la forma, buscamos la ley
que anima al hombre;
al poeta, quien no puede ofrecer la imagen necesaria sino después
de haberla buscado en las profundidades de su sustancia viva;
al actor que, dando vida a un personaje de fantasía lo enviste de su
propia exigencia de criatura humana;
y sobre todo a los espectadores quienes, a veces incluso sin ser
conscientes, toman alguna cosa que les ayude en las elecciones de
su vida personal y en la responsabilidad de su vida social.
66
encuentra su incandescencia sino entre los espectadores; toca a
ellos decidir si la obra de teatro está viva o no. El centro del teatro
son, entonces, los espectadores, coro tácito y atento.
3) Italianos y extranjeros.
67
4) Los nuevos autores.
Cuando se pide todo, se debe estar listo para darlo todo: es por
esto que nos replanteamos la idea, una apuesta común para los
hombres de teatro, de compensar con la ayuda de los recursos del
arte la falta de sustancia de un texto. No solamente rechazamos la
vacuidad del décorum, sino que preferimos, la verdad enterrada
bajo los fastos de la retórica, la palabra desnuda: incluso sabiendo
que no es una fácil elección. Pero si detestamos el exceso, nos
cuidaremos también de la falta. No pediremos jamás, ni a nosotros
mismos ni a los demás, fiarse de las intenciones proclamadas. Lo
que es inadecuado en arte, es sin ninguna duda desagradable, por
lo tanto falso, en consecuencia nocivo. Pero queremos, por esta vía,
influir sobre los hábitos del pueblo, acostumbrarlo a estar vigilante
a las divergencias entre la palabra y las intenciones, habituarlo o
rehabituarlo a la dignidad y la coherencia, a una integridad de vida
que anule las lagunas, las insuficiencias, las aproximaciones.
6) Técnica.
68
El límite nos es ofrecido, e impuesto. Pero nosotros nos
proponemos encontrar en este límite una feliz influencia. Después
de los slogans del teatro de masas y del conformismo de la
propaganda, creemos que es hora de reemplazar lo uniforme por la
diversidad, y trabajar primeramente en profundidad para poder, en
una segunda fase, ganar en extensión. El grupo que constituyen
nuestros espectadores formará un núcleo de agregación más
amplio: si no nos engañamos, toda civilización se realiza a lo largo
de un proceso de integración que hace frecuentarse a dos grupos y
después a otro, y éste deviene en otro más rico y múltiple. Es por
esto que iremos a buscar a nuestros espectadores, en la medida de
lo posible, en las escuelas y en las capas populares con fórmulas y
abonos susceptibles de solicitarse y de permitir una frecuencia
asidua.
No se trata de teatro experimental, abierto sobre la indefinición,
sobre lo posible y lo imposible, ni siquiera de teatro de excepción
restringida a un círculo de iniciados. Nosotros tenemos la ambición
de ser ejemplares: mañana, cada municipio, grande y pequeño,
podrá imitar nuestro "Piccolo Teatro".
69
Richard Schechner (Estados Unidos)
Del hecho teatral forman parte el público, los actores, el texto (al
menos en la mayor parte de los casos), el estímulo sensorial, el
ambiente arquitectónico (o la falta de tal ambiente), la utilería para
la realización del espectáculo, los técnicos y el personal del teatro
(en el caso de que sea necesaria su presencia). El hecho teatral
oscila de la representación carente de matiz al teatro convencional
más formal: de los acontecimientos casuales y de los intermedia a
la "puesta en escena de dramas y comedias". Si alineamos uno
junto al otro todos los posibles hechos teatrales veremos que cada
forma limita con la sucesiva:
70
por ejemplo, durante una mera conversación o una recepción).
Podría decirse que la diferencia está en el hecho de que el teatro es
más "convencionado", a partir del momento en que se refiere a un
texto o a un guión; y que la representación teatral se prepara con
los ensayos. [...]
Volviendo a la gama de las posibilidades teatrales: en el límite de la
extrema izquierda encontramos los acontecimientos "de calle",
donde la organización es escasa; un poco más adentro de este
punto extremo cierto tipo de happenings; en el centro de la línea
están los eventos intermedia, donde la organización es
predominante; y el teatro ambiental "convencional"; en la extrema
derecha, el teatro tradicional. El análisis del texto sólo es posible a
partir del sector intermedio y procediendo hacia derecha, mientras
el análisis de la ejecución es posible sobre toda la gama.
¿Cuáles son las relaciones de interacción que aparecen en el
hecho teatral?
71
No se ha obtenido gran cosa provocando al público y el
eventual cambio de papeles entre actores y espectadores. A
diferencia de los actores, los espectadores participan en la
representación teatral sin preparación y provistos del
comportamiento y los buenos modales que han aprendido fuera,
pero que aplican escrupulosamente en ocasiones como esas.
Habitualmente el público está constituido por una congregación
improvisada que se reúne en el lugar de la representación y que
nunca más volverá a ser un grupo definido. Dada su falta de
preparación, el público es difícil de “movilizar” y una vez
“movilizado”, todavía más difícil de controlar.
La tercera relación primaria (entre actores y espectadores) es
de tipo tradicional. La reacción de participación del público
provocada por la acción escénica no es una imitación de esta, sino
una variación armónica. […] El público “mejor” es el que participa
con evocaciones armónicas hasta el momento (pero no más allá)
en que los actores entran en una nueva situación emotiva. El teatro
tradicional se ocupa únicamente de algún aspecto de la relación de
receptividad entre público y actor.
A las tres relacione sprimarias se añaden otras cuatro
relaciones secundarias:
72
Quizá la única convención que se ha mantenido desde el tiempo de
los griegos hasta ahora es aquélla por la que en el teatro el espacio
dentro del cual se desarrolla la representación debe ocupar un
"área especial". Incluso en el teatro medieval, los actores, que se
trasladaban de ciudad en ciudad sobre carromatos arrastrados por
caballos, recitaban sobre sus vehículos ante un público de
espectadores sentados en la calle. Casi todo el teatro clásico
oriental comparte esta convención con el teatro occidental, incluso
las representaciones folclóricas de los pueblos son ejecutadas en
áreas circunscritas, momentáneamente destinadas al espectáculo.
Ejemplos de continuados cambios espaciales entre actores y
espectadores pueden encontrarse en el material etnográfico relativo
al ritual no escrito. A este propósito, dos circunstancias atraen
nuestra atención. Primera, el grupo de los ejecutores está casi
siempre constituido por la entera población de la aldea; o bien, si
está compuesto únicamente por los hombres adultos, se prohíbe
frecuentemente la asistencia de mujeres y niños. Segundo, estas
representaciones rara vez son "espectáculos" aislados. Ahora
sabemos que el teatro ritual no escrito es una diversión, aceptada
como tal por quienes lo realizan; pero, al mismo tiempo, es
también algo más: elementos de la vida de la comunidad, una fase
de la representación cíclica del paso del tiempo que recapitula en
las experiencias de cada individuo. [...]
Una vez eliminados los asientos fijos y la definición del
espacio, comienzan a ser posibles relaciones completamente
nuevas. Pueden verificarse contactos corporales entre actores y
espectadores; pueden variar el nivel de las voces y la intensidad de
la interpretación; puede producirse la sensación de participar en
una experiencia común y, cosa más importante, cada escena puede
crear su propia espacio, bien ciñéndose a un área limitada, bien
ampliándose hasta llenar todo el espacio disponible. En este caso la
acción "respira" y el público se convierte en uno de los elementos
escénicos más importantes. [...]
Estas relaciones excepcionales no son elementos legítimos de
la representación, y no forman parte ciertamente del teatro. Pero el
intercambio espacial implica la posibilidad de conflictos en el
espacio, y estos conflictos son afrontados y resueltos en términos
teatrales. Por otra parte estos fenómenos pueden también acabar
con la total victoria del espectador, con tal de que acepte la
73
premisa de que la relación de reciprocidad entre público y actores
es real y válida. En muchas representaciones de intermedia, por
ejemplo, en las que los espectadores participan activamente, todo
el espacio adquiere un valor escénico, y nadie se queda mirando.
La idea de los intercambios espaciales entre actores y
espectadores y de su utilización por parte de ambos grupos no ha
sido introducida en nuestro teatro por los etnógrafos. Hemos
encontrado nuestro modelo en casa: nos ha bastado mirar las calles
y las plazas. La vida cotidiana de las calles está caracterizada por el
movimiento y el intercambio de espacio y las manifestaciones de
calle son una forma especial de esta vida que se basa en la
aplicación intensificada de sus reglamentos. Las marchas y las
manifestaciones, tanto las autorizadas como las no autorizadas, se
caracterizan, según la observancia, por la infracción de las reglas.
La utilización siempre creciente del espacio público exterior a fines
de actividades "espectaculares" (que van de la manifestación al
teatro de calle) están entrando en competencia con el teatro
"cerrado".
74
"ficción teatral". En pocas palabras, las actitudes convencionales
hacia el decorados están ya superadas y comprometidas
En el teatro ambiental, cuando se usa la escenografía, es
empleada en todos los modos posibles, hasta el límite de sus
potencialidades. En el teatro ambiental ha sido eliminada la división
del espacio, y la separación de los decorados: cuando se exhiben
los aparatos, su posición tiene una función precisa, incluso si se
encuentran en la calle.
Los orígenes de está posición extremista no son fácilmente
individuables. El grupo de la Bauhaus que se ocupaba de teatro no
tenía en realidad mucho interés por la escenografía y prefería
construir ambientes orgánicos en los que la acción rodease a los
espectadores o pudiese desplazarse libremente a través del
espacio. La mayor parte de estos proyectos no fueron nunca
realizados, pero la Bauhaus dejó en herencia al teatro ambiental
sus concepciones sobre las nuevas relaciones entre público y
actores. [...]
75
de papel, la entrada en el acto creativo, comprendido el espacio
real, de cualquier otro tipo de presencia extraña a la tela y al color
fue sólo cuestión de tiempo. [...] Improvisadamente surgieron
junglas, calles abarrotadas, callejones llenos de basura, espacios
oníricos de ciencia ficción, habitaciones de locos, desvanes
mentales llenos de desechos.
La presencia de las personas que visitaban estos ambientes
(también ellos formas coloreadas y en movimiento, con su función
específica "en el interior" del propio ambiente) sugirió añadir partes
que se movían mecánicamente, mientras otros elementos del
ambiente creados comenzaron a sufrir, como si fuesen móviles,
nuevas colocaciones a gusto del artista o del visitante. Y,
obviamente, desde el momento en que el visitante podía hablar y
hablaba, también se tomaron muy pronto en consideración sonidos
mecánicos y discursos grabados. Luego surgieron los olores14.
76
arquitectura, sus cualidades estructurales, acústicas y demás)
deben ser puestas en evidencia y no enmascaradas; 2) el orden
casual del espacio debe ser aceptado; 3) la función de los
decorados, si se utilizan, debe ser la de interpretar el espacio, y no
la de camuflarlo o transformarlo; 4) la posibilidad de que los
espectadores creen improvisada e inesperadamente nuevas
situaciones espaciales debe tenerse siempre en cuenta.
En su mayoría los “espacios encontrados” se hallan al aire libre o en
edificios públicos donde, de todas maneras, no podrían sufrir
ninguna modificación. En este caso el desafío nace del hecho de
tener que interpretar el ambiente y “enfrentársele” del mejor modo.
[...]
Es posible combinar los principios relativos al "espacio
transformado" con los relativos al "espacio encontrado". Muy
frecuentemente, los espectadores que "toman lugar" en espacio
transformado, al estar privados de indicaciones sobre dónde
colocarse, se sitúan según esquemas inesperados y casuales. Tales
situaciones varían durante la representación y "respiran" al unísono
con la acción, exactamente como ocurre con la interpretación de los
actores. Por tanto, el público puede incluso convertir al espacio más
hábilmente "transformado" en espacio "encontrado": en este tipo
de situaciones no es posible, de hecho, prever o bloquear las
acciones. Es competencia de los actores aprovecharse de la
movilidad del público, que deben considerar como uno de los
elementos dúctiles del ambiente.
77
En una representación con muchos puntos focales se verifican
en el mismo momento muchos acontecimientos (algunos de la
misma especie, otros pertenecientes a los mixed-media) en varios
puntos del espacio escénico. Cada acontecimiento independiente
rivaliza con los otros para atraer sobre sí la atención de los
espectadores. El espacio está organizado de manera que ningún
espectador pueda ver todas las acciones, el público debe
trasladarse y focalizar su atención sobre otro punto para aferrar
todo lo que sucede. Ya estamos lejos del criterio del circo de tres
pistas: en las representaciones con muchos puntos focales los
acontecimientos ocurren detrás, encima y debajo de los
espectadores, el público está rodeado de una multitud de
posibilidades visuales y sonoras, incluso cuando la "densidad" de
los acontecimientos no es necesariamente excepcional. Multiplicidad
de puntos focales y sobrecarga sensorial no son términos
equivalentes, pero algunas veces coinciden. Acontecimientos
dispersos, lejanos entre sí, de escasa intensidad y de naturaleza
distinta pueden verificarse contemporáneamente. La sobrecarga
sensorial produce la sensación de que el espacio restringido está
estallando por exceso de actividad, mientras los acontecimientos
distribuidos a través del ambiente dan la idea de que el espacio es
indeciblemente amplio y poco poblado. La posibilidad de los
espectáculos con multiplicidad de puntos focales van de un extremo
al otro y comprenden toda clase de situaciones intermedias.
Una representación que se sirva de muchos puntos focales no
será recibida de igual manera por todos los espectadores. Las
reacciones de unos serán efectivamente incompatibles con las de
otro porque cada persona del público asociará los acontecimientos a
partir de un esquema diferente al de su vecino. En la
representación con muchos puntos focales la tarea (competencia
habitual del director) de infundir coherencia al espectáculo ha sido
transferida decididamente al público. Los actores y los técnicos
regulan los estímulos sensoriales (poniendo en esta operación el
máximo de atención y de cuidados) pero la función de mezclar y
unir conjuntamente los varios elementos es dejada al público.
Cuando el punto focal es aislado, la acción se desarrolla de
modo que sólo una parte del público puede percibirla. [...]
El aislamiento del punto focal tiene la ventaja de ofrecer directa y
exclusivamente a algunos espectadores algunas escenas del trabajo
78
representado, y permite a los actores entregarse a fondo como no
sería posible en condiciones normales. [...]
El aislamiento de los puntos focales puede ser aplicado también a
representaciones dotadas de múltiples puntos focales. En este caso
algunas actividades serán potencialmente perceptibles por todos los
espectadores y otras no. Las varias posibilidades de concentración
de la atención del público pueden realmente ser utilizadas s olas o
en combinación.
Es muy difícil hacer aceptar el aislamiento focal a los actores que,
acostumbrados a proyectar ante un público numeroso las
situaciones más íntimas, no alcanzan a comprender por qué
algunas de sus presentaciones no deben ser percibidas por todos
los espectadores. Pero apenas se convencen de que es justo
cultivar la “privacidad” (o algo parecido) incluso en los espectáculos
teatrales, y que la estrecha relación entre un actor y poquísimos
espectadores, o incluso sólo uno, es artísticamente válida, se abren
a las más amplias posibilidades. [...]
Este axioma está implícito en los demás. ¿Por qué del actor tendría
que ser más importante que los demás elementos de la
representación? ¿Porque es un elemento humano? Pero nada, en el
teatro, puede evitar la huella del hombre. [...] En el teatro
ambiental, ningún elemento pasa a segundo plano en beneficio de
otro, y todos pueden ser creados y ensayados incluso por separado:
en tal caso la representación hace de terreno donde las varias
partes del espectáculo entran en competición por primera vez.
Algunos sectores de la representación pueden ser
estructurados de manera tradicional. Entonces los elementos del
espectáculo funcionan "operativamente", uniéndose todos
conjuntamente para comunicar una única información. En este
caso, el actor se encuentra en la punta de una pirámide de
elementos integrados; otras veces, en cambio, permanece en la
base de la pirámide; y en otras, cuando la pirámide no existe, se
mezcla con elementos independientes y acaso contradictorios.
Muchas situaciones basadas en una multiplicidad de puntos focales
están estructuradas de esta manera. […]
79
6. El texto no es necesariamente el punto de partida o el objetivo
de la representación. Y podría incluso no existir.
Uno de los clichés más tenaces del teatro es aquel según el cual la
obra teatral ocupa en sí un lugar privilegiado y la realización del
trabajo es únicamente un fenómeno secundario: el verdadero
creador es el dramaturgo o él comediógrafo, cuyas intenciones, que
sirven de indicaciones para la realización del espectáculo, pueden
ser llevadas hasta los límites interpretativos, pero no más allá.
Las cosas, sin embargo, no están en estos términos. Los
trabajos teatrales se realizan por mil razones, pero poquísimas
veces por motivos "intrínsecos". Habitualmente los estímulos son
de este tipo: un productor quiere invertir un capital propio o que ha
buscado; un grupo de actores desea encontrar un medio para
expresarse; es necesario llenar un vacío de la temporada teatral;
las dimensiones y la utilería de determinado teatro se prestan a la
puesta en escena de algunos trabajos; especiales ocasiones
nacionales, culturales, o sociales reclaman un cierto tipo de
espectáculo, etc. De todos modos, hay una cosa cierta: el trabajo
teatral "is not the thing"15 , por muy poco motivo que haya para
estar orgulloso de los citados factores que determinan las
producciones teatrales. Por otra parte el puntilloso respeto al texto
y la costumbre de atenerse rígidamente a las palabras del autor
llevan a resultados bastante mediocres (especialmente si los
ensayos son escasos). El repertorio de Esquilo a Brecht obstaculiza
la creatividad en lugar de liberarla: y en tal caso, ¿es justamente
necesario conservarlo, exprimirlo e interpretarlo? [...]
El texto es una carta geográfica sobre la que están marcados
muchos caminos. Corresponde a quien quiere "trabaja encima"
decidir adónde quiere ir. Los ensayos pueden llevar a cualquier
parte, y, con casi absoluta certeza, no donde pretendía el autor del
texto.
15 La frase Shakespeare citada íntegramente dice: "The play's the tingh / Wherein I'll catch the concience of the
king" (Hamlet, acto segundo, escena segunda). Hamlet no se preocupa ciertamente del dramaturgo, sino
que sigue sus propios objetivos autónomos.
80
Augusto Boal (Brasil)
81
Bertold Brecht responde a estas poéticas y convierte el
personaje teorizado por Hegel de sujeto absoluto otra vez en
objeto. Pero ahora se trata de objeto de fuerzas sociales, no ya de
los valores de las superestructuras. El ser social determina el
pensamiento y no viceversa.
Para contemplar el ciclo faltaba lo que se está dando
actualmente en tantos países de América Latina: la destrucción de
las barreras creadas por las clases dominantes. Primero se destruye
la barrera entre actores y espectadores: todos deben actuar, todos
deben protagonizar las necesarias transformaciones de la sociedad.
Es lo que cuanta una experiencia de teatro popular en el Perú.
Luego se destruye la barrera entre protagonistas y coros: todos
deben ser, a la vez, coro y protagonistas: es el sistema comodín.
Así tiene que ser la poética del oprimido: la conquista de los medios
de producción teatral.
[…] Podemos afirmar que la primera palabra del vocabulario
teatral es el cuerpo humano, principal fuente de sonido y
movimiento. Por eso, para dominar los medios de producción del
teatro, el hombre tiene que, en primer lugar, que dominar su propio
cuerpo, conocer su propio cuerpo para después tornarlo más
expresivo. Estará entonces, habilitado para practicar formas
teatrales en que por etapas se libera de su condición de
“espectador” y asume la de “actor” en que deja de ser objeto y
pasa a ser sujeto, en que de testigo se convierte en protagonista.
El plan general para la conversión del espectador en actor
puede ser sistematizado en el siguiente esquema general de cuatro
etapas:
Primera etapa: Conocer el cuerpo; secuencia de ejercicios en que
uno empieza a conocer su cuerpo, sus limitaciones y sus
posibilidades, sus deformaciones sociales y sus posibilidades de
recuperación.
Segunda etapa: Tornar el cuerpo expresivo; secuencia de juegos en
que uno empieza a expresarse a través del cuerpo abandonando
otras formas de expresión más usuales y cotidianas.
Tercera etapa: El teatro como lenguaje; se empieza a practicar el
teatro como lenguaje vivo y presente, no como producto acabado
que muestra imágenes del pasado.
82
Segundo grado: Teatro-imagen; los espectadores intervienen
directamente hablando a través de imágenes hechas con los
cuerpos de los actores.
Tercer grado: Teatro-foro; los espectadores intervienen
directamente en la acción dramática y actúan.
Cuarta etapa: El teatro como discurso; formas sencillas en que el
espectador-actor presenta “espectáculos” según sus necesidades de
discutir ciertos temas o ensayar ciertas acciones.
Ejemplos:
83
masculino, poseen sus cuadros de valores y los imponen por la
fuerza, por la violencia indiscutible, a las clases dominadas, a los
jóvenes, a las razas que ellos consideran inferiores, a las mujeres…
La técnica de la quiebra de la represión consiste en pedir a un
participante que recuerde algún momento en que se sintió
particularmente reprimido y aceptó esa represión, pasando a actuar
de una manera contraria a sus deseos. Ese momento tiene que
tener un profundo significado personal: yo proletario estoy
oprimido; nosotros proletarios estamos oprimidos; por lo tanto, el
proletariado está oprimido. Se debe partir de lo particular hacia lo
general y no viceversa, y elegir algo que le pasó a uno en
particular, peor que es, al mismo tiempo, típico de lo que sucede a
todos los demás].
Teatro-mito [Se trata simplemente de descubrir lo obvio detrás del
mito: contar una historia lógicamente, revelando las verdades
evidentes].
Teatro- juicio [Una historia es contada por algún participante y
enseguida los actores la improvisan. Después se descompone cada
personaje en todos sus papeles sociales y se pide a los
participantes que elijan un objeto físico escenográfico, para
simbolizar cada papel].
Rituales y máscaras [Las relaciones de producción (infraestructura)
determinan la cultura de una sociedad (superestructura)… Esta
técnica particular de teatro popular consiste precisamente en
revelar las superestructuras, los rituales que cosifican todas las
relaciones humanas y las máscaras de comportamiento social que
esos rituales imponen sobre cada persona según los papeles que
ella cumple en la sociedad y los rituales que debe desempeñar.
84
Heiner Müller (Alemania)
85
historia y de pensar en la historia, para la que ya no existen sino
situaciones y no historia”.
86
abandonado a la derecha fuerzas impulsoras y tendencias históricas
que son muy importantes sobre todo para los movimientos de
masas. Y ahí constituye Artaud una perturbación muy productiva”.
“LA cuestión esencial es que el teatro ni aquí (en la RFA) ni, con
ciertas salvedades, entre nosotros (en la RDA) sabe qué tipo de
función desempeña en la sociedad. Esa irritación repercute en
primer lugar naturalmente en el actor, de modo hasta corporal, é
les quien paga los platos rotos. Los actores son siempre Buenos
cuando se hallan en relación inmediata con el público. Parece que
ya no la hay apenas, y se hace menester restablecerla. Mediante
directores, lo que a su vez es perverso, pues director no es nombre
de ninguna profesión. Pero aquí en Occidente no hay más que
dirección. Dirección como deporte de competición, ‘¿quién salta
más alto, más lejos?’, y quienes pagan el plato son los actores. Hay
competencia sobre todo entre directores, pero apenas entre
actores. Ni siquiera la hay entre obras teatrales. Tal situación es a
todas luces perversa”.
87
realidad. La realidad no es negativa ni positiva, hay que analizarla.
De otro modo damos en la teología”.
88
“ESCRIBO más de lo que se. Escribo en otro tiempo que el que
vivo. [Escritura como] una cámara oscura. No me gustan las
concepciones detalladas. No me gustaría conocer la fábula antes de
encontrarla. Nunca busco una fábula. La encuentro antes de
buscarla. Eso es lo que me agrada del escribir: es un riesgo, una
aventura, una experiencia. Gertrude Stein formuló una definición
del teatro que me gusta mucho: escribir para el teatro significa que
todo lo que acaece durante el proceso de escritura pertenece al
texto. Cuando uno escribe prosa tiene que sentarse a escribir, pero
un drama no se puede escribir sentado. Es más lenguaje corporal
que prosa”.
“NO creo que yo tenga un estilo. Me parecería mal que hubiese algo
así como una manera de escribir fundamental. Creo que cada
material ha de tratarse de un modo diferente y exige una manera
de escribir distinta”.
89
la destrucción. Esto es, joderles el juguetito a otras personas. Creo
en la necesidad de los impulsos negativos”.
90
José Sanchis Sinisterra (España)
II
91
Se trata, generalmente, de aventureros frustrados, de exploradores
más o menos inquietos que, sin renegar de sus orígenes, los
olvidan a veces.
III
92
ley de la herencia-, ni piensa contribuir a la edificación del futuro,
sus obras son casi tan efímeras como la misma vida.
IV
93
Oficio multiforme, riesgo inútil, juego comprometido con el hombre.
94
por y para una clase determinada, la burguesa, en una etapa de su
evolución histórica.
Para crear una verdadera alternativa a este "teatro burgués", no
basta con llevarlo ante los públicos populares, ni tampoco con
modificar el contenido ideológico de las obras representadas. La
ideología se infiltra y se mantiene en los códigos mismos de la
representación, en los lenguajes y convencionalismos estéticos
que, desde el texto hasta la organización espacial, configuran la
producción y la percepción del espectáculo. El contenido está en la
forma. Sólo desde una transformación de la teatralidad misma
puede teatro incidir en las transformaciones que engendra el
dinamismo histórico. Una mera modificación del repertorio,
manteniendo invariables los códigos específicos que se articulan en
el hecho teatral, no hace sino contribuir al mantenimiento de lo "lo
mismo" bajo la apariencia de "lo nuevo", y reduce la práctica
productiva artística a un quehacer de reproducción, de repetición.
Se hace preciso, pues, revisar y cuestionar a través de la práctica
los componentes de la teatralidad, investigar sus manifestaciones
en dominios distintos al Teatro, en tradiciones ajenas al discurso
estético de la ideología dominante, en zonas fronterizas del arte y
de la cultura.
95
por los sistemas y códigos tradicionales, sino una dimensión
humana de reconocimiento y autoconstrucción que cambia con el
hombre, que precede, acompaña o sigue sus deseos de cambio.
96
En: Sanchis Sinisterra; José. La escena sin límites (Fragmentos de
un discurso teatral), Ciudad Real, España. Ñaque Editora, 2002, pp.
33-40.
97
Ariane Mnouchkine (Rusia-Francia)
16
Extracto de la entrevista realizada el 17 de abril de 1984, en Fruits, No. 2/3, junio de 1984, pág. 202-209.
98
A las seis y media de la tarde, hay seiscientas personas que vienen
a dar algo, y, del otro lado cincuenta personas, en las que la vida
entera, el trabajo entero está dirigido hacia ese instante. Es un
milagro que haya gente que ha elegido pagar, desplazarse,
liberarse, desobstruir un momento su vida, para venir a escuchar y
ver una historia.
[...] En el teatro, son siempre muchas las historias que se cuentan.
No hay espectáculos de teatro sin historia del teatro en su interior;
incluso cuando un espectáculo cuenta la historia de una catástrofe,
una historia odiosa, que describe la oscuridad del linaje humano, no
impide que -puesto que la obra existe y seres humanos la
representan- incluso en éste hecho exista Esperanza en la
Humanidad. No es posible hacer teatro si no estamos conscientes
de esto. Hay personas que pueden pensar que: "no hay nada qué
rescatar de la naturaleza humana"; pero ¡su presencia aquí lo
desmiente! El hecho de que el Théatre du Soleil exista, lo
desmiente. Y aunque después de 20 o 30 años dejemos de existir,
no se podrá hacer como si nosotros no hubiéramos existido. Esto
quiere decir que a cada instante, hay personas que han aceptado
pagar el precio -completamente legítimo- del arte. Para el arte hay
un precio muy alto que pagar, siempre.
99
La Rendija (México)
100
información=verdad absoluta=autorización=visión unilateral del
universo creativo y adquisición de conocimiento.
La nueva investigación deberá partir de diferentes maneras
alternativas de obtener conocimiento.
Esta nueva investigación parte de la premisa: No la relación sujeto-
objeto, sino la conversión objeto-sujeto, es decir, que el objeto de
investigación es uno mismo; para despojar de la frialdad mortuoria
al teatro casado con conceptos que no le pertenecen y nunca le
pertenecerán al ser creativo.
El trabajo con uno mismo será como un virus que se contagia
espiritualmente, es decir, que afecta el pensamiento, la voluntad
humana y la conciencia.
Se trata ante todo de buscar una interacción dinámica que guarda
la naturaleza del entorno con la naturaleza de la persona.
Se trata ante todo de que este contagio, del que tantas veces habó
Artayd, se vuelva ahora la puerta de liberación de los hedores
restrictivos y putrefactos de un teatro que no permite la libertad
creativa por miedo a involucrar al ser interno, se trata, en
conclusión, de libertad.
El lenguaje escénico será el resultado de una búsqueda incansable
liberada de preconcepciones y ubicada en una tarea crítica y
autoreflexiva.
En este trabajo el proceso reconstructivo, es decir el
desmantelamiento o cuestionamiento de conceptos que dan forma
a nuestros sistema pensante no precisa de un guía o gurú, en
algunos casos sí de un compañero de viaje.
La constante de este nuevo teatro es el rigor en el trabajo, la
autodisciplina, la entrega total del sentido de mi propia vida a la
búsqueda de mi lenguaje creativo.
El riesgo de perturbar, penetrar y explorar nuestra zona que
negamos, nuestras zonas con las que nunca dialogamos o jugamos,
nuestras zonas del miedo.
101
TEATRO PERSONAL (1992)
Por Gabriel Weiss.
102
siempre es cierto ya que subsisten formas teatrales que no buscan
transformación alguna y que sólo vienen a fortalecer una serie de
convenciones sociales. Esta variedad puede identificarse como
teatro cerrado en tanto que retroalimenta su propio sistema de
control para establecer diversas jerarquías en el poder.
En éste sentido el teatro se convierte en una manera de
manipular una situación social e impedir que exista cambio alguno.
El teatro abierto, por otro lado, busca la integración del
conglomerado conceptual. Pero esto sólo puede ocurrir cuando un
grupo teatral se articula dentro de un determinado proyecto de
investigación. Este proyecto debe permitir la libre fluctuación entre
ciencias y arte con el propósito de liberarse de los determinismos
de una cultura dada.
El público, dentro del espacio de un teatro abierto, no entra
en el proceso circular de ver reforzadas sus estructuras de poder,
sino que participa en la activación de una cultura vital que crece por
sus posibilidades de combinación y no por la adaptación al clima
político que la contiene.
El teatro abierto debe abandonar la visión tajante entre
público y actores, buscando un espacio cada vez más grande para
la participación. Pero el problema de la participación siempre ha
sido grande ya que se pretende reglamentar la acción de individuos
que no estan en el grupo creativo. Los espacios creativos de la
representación son mucho más flexibles puesto que dependen de la
organización autónoma que cada individuo elige sin tener que
aceptar guía alguna
Se tratará de romper con el centralismo de un grupo creador
activo y un público pasivo. En este sentido el público entra en
proyecto de investigación al que aporta sus propias necesidades y
vida imaginaria.
Ante el condicionamiento al que estamos sujetos en las
instituciones de enseñanza, instituciones profesionales o
instituciones culturales, se buscaron juego que rompa con las
limitaciones impuestas por un institucionalismo social.
Ante el condicionamiento de nuestro propio entorno personal
y los dictados que seguimos; buscar un juego que nos enseñe a
romper las ligaduras y convenciones en las que nos vemos
prisioneros de nuestros conceptos. Estamos inscritos en una
gramática y sintaxis social y personal que nos sofoca con todas sus
reglas porque se traduce en una uniformidad externa y otra de
103
carácter interno. Por ello la desorganización de un cuerpo
gramatical y sintáctico permite una apertura de estructuras. La
dictadura del texto se transfiere a una inmovilidad de nuestras
identidades. Nuestros hábitos entran también en el
acondicionamiento gramatical de todos nuestros impulsos vitales. A
esto habría que aumentar el autoritarismo semántico que nos
inmoviliza en nuestra libre creación de significados.
El teatro abierto es una invitación a la sublevación interna y
externa de todos los individuos que participan en una obra creativa.
Por ello se intenta romper con la estabilidad de las definiciones
teatrales. El libre flujo con otras ciencias y artes es una forma de
escapar a los determinismo es existentes.
La idea misma de un director resulta repugnante en tanto que
implica un centralismo jerárquico en individuo al que se deberán
rendir cuentas ante todo lo que se hace. El director debe integrarse
al juego y dejar toda posible oportunidad para convertirse en la
figura del culto para su propia persona.
Tal parecería que sólo a través de una participación colectiva
es que puede funcionar el teatro abierto. Ésta impresión es falsa
porque la creatividad individual es de gran importancia y con ello se
requiere de un espacio personal para poder reflexionar sobre lo que
quiere hacerse.
Esta frase resulta importante porque el espacio personal es el
lugar para forjar un individualismo que no será susceptible a la
manipulación. [...]
El contraste entre el teatro cerrado de personajes y el perfil
del teatro personal radica en cambio de estrategia. El personaje es
una entidad descrita desde el exterior para ser mostrada ante un
público. El actor personal se describe desde el interior involucrando
al público en un proceso análogo. Ya he planteado que el público
debe estar presente al inicio del proceso, o sea durante la
investigación. Esto implica que aquellas personas que desean
explorar una parte de sí mismas entran en juego sobre aspectos de
su persona. [...]
Es imposible esbozar el antecedente más directo del Teatro
Personal que es la autopresentación. Este término hace referencia
global a ciertas representaciones ejecutadas por una sola persona.
Sin embargo, ésta no es una característica que explicite la totalidad
de estas ejecuciones ya que muchas veces el creador de la
representación aparece en sus producciones.
104
En las labores que he venido desempeñando como grupos de
la UNAM los primeros trabajos guardaban un aspecto testimonial y
autobiográfico pero a medida que se afinaron los propósitos del
Teatro Personal comenzó a perfilarse el proyecto individual de cada
integrante. Como hemos visto por lo descrito anteriormente, en las
características del teatro abierto se trata de una indagación hacia
un proyecto subversivo no sólo de la cultura impuesta sino también
de la cultura que adoptamos como propia.
En: Tribu del infinito, de Gabriel Weisz, Editorial Árbol, 1992, pp.
115-127.
105
Jacques Derrida (Francia)
17
Todas las referencias a Artaud y breves citas pueden encontrarse en Artaud, Antonin, El teatro y su doble,
Editorial Hermes, Buenos Aires 1964, pp. 101-146.
106
El arte teatral debe ser el lugar primordial y privilegiado de esta
destrucción de la imitación: más que ningún otro, ha quedado
marcado por ese trabajo de representación total en el que la
afirmación de la vida se deja desdoblar y surcar por la negación.
Esta representación, cuya estructura se imprime no sólo en el arte
sino en toda la cultura occidental (sus religiones, sus filosofías, su
política), designa, pues, algo más que un tipo particular de
construcción teatral. Por eso la cuestión que se nos plantea hoy
sobrepasa ampliamente la tecnología teatral. Esta es la más
obstinada afirmación de Artaud: la reflexión técnica o teatrológica
no debe ser tratada aparte. La decadencia del teatro comienza
indudablemente con la posibilidad de una disociación así. Puede
subrayarse eso sin necesidad de disminuir la importancia y el
interés de los problemas teatrológicos o de las revoluciones que
pueden producirse dentro de los límites de la técnica teatral. Pero la
intención de Artaud nos indica esos límites. En la medida en que
esas revoluciones técnicas e intra-teatrales no afecten a los
cimientos mismos del teatro occidental, seguirán formando parte de
esa historia y de esa escena que Antonin Artaud quería hacer
saltar.
¿Qué quiere decir eso de romper con tal pertenencia? ¿Y es acaso
posible? ¿Bajo qué condiciones puede legítimamente un teatro hoy
inspirarse en Artaud? El que tantos directores de teatro quieran
hacerse reconocer como los herederos, incluso (así se ha escrito)
como los “hijos naturales” de Artaud, es solamente un hecho. Hay
que plantear además la cuestión de los títulos y del derecho. ¿Con
qué criterios se podrá reconocer si una pretensión como esa es
abusiva? ¿Bajo qué condiciones podría “empezar a existir” un
auténtico “teatro de la crueldad”? Estas cuestiones, a la vez
técnicas y metafísicas (en el sentido en que Artaud entiende esa
palabra), se plantean por sí mismas en la lectura de todos los
textos del Teatro y su doble, que son solicitaciones más que una
suma de preceptos: un sistema de críticas que conmueven el
conjunto de la historia de Occidente más que un tratado de la
práctica teatral.
El teatro de la crueldad expulsa a Dios de la escena. No pone en
escena un nuevo discurso ateo, no presta la palabra al ateísmo, no
entrega el espacio teatral a una lógica filosofante que proclame una
vez más, para nuestro mayor hastío, la muerte de Dios. Es la
107
práctica teatral de la crueldad la que, en su acto y en su estructura,
habita o más bien produce un espacio no-teológico.
La escena es teológica en tanto que esté dominada por la palabra,
por una voluntad de palabra, por el designio de un logos primero
que, sin pertenecer al lugar teatral, lo gobierna a distancia. La
escena es teológica en tanto que su estructura comporta, siguiendo
a toda la tradición, los elementos siguientes: un autor-creador que,
ausente y desde lejos, armado con un texto, vigila, reúne y dirige el
tiempo o el sentido de la representación, dejando que ésta lo
represente en lo que se llama el contenido de sus pensamientos, de
sus intenciones y de sus ideas. Representar por medio de los
representantes, directores o actores, intérpretes sometidos que
representan personajes que, en primer lugar mediante lo que dicen,
representan más o menos directamente el pensamiento del
“creador”. Esclavos que interpretan, que ejecutan fielmente los
designios provisionales del “amo”. El cual por otra parte -y ésta es
la regla irónica de la estructura representativa que organiza todas
estas relaciones- no crea nada, sólo se hace la ilusión de la
creación, puesto que no hace más que transcribir y dar a leer un
texto cuya naturaleza es a su vez necesariamente representativa,
guardando con lo que se llama lo “real” (lo existente real, esa
“realidad” de la que dice Artaud en la Advertencia a El monje que
es un “excremento del espíritu”) una relación imitativa y
reproductiva. Y finalmente un público pasivo, sentado, un público
de espectadores, de consumidores, de “disfrutadotes” -como dicen
Nietzsche y Artaud- que asisten a un espectáculo sin verdadera
profundidad ni volumen, quieto, expuesto a su mirada de voyeur.
(En el teatro de la crueldad, la pura visibilidad no está expuesta al
voyeurismo.) Esta estructura general en la que cada instancia está
ligada por representación a todas las demás, en la que lo
irrepresentable del presente viviente queda disimulado o disuelto,
eludido o desviado a la cadena infinita de las representaciones, esta
estructura no se ha modificado jamás. Todas las revoluciones la
han mantenido intacta, incluso, en la mayor parte de los casos, han
tendido a protegerla o a restaurarla. Y es el texto fonético, la
palabra, el discurso transmitido lo que asegura el movimiento de la
representación. Cualquiera que sea su importancia, todas las
formas pictóricas, musicales e incluso gestuales introducidas en el
teatro occidental no hacen, en el mejor de los casos, más que
ilustrar, acompañar, servir, adornar un texto, un tejido verbal, un
108
logos que se dice al comienzo. Así, pues, si el autor es aquel que
dispone del lenguaje de la palabra, y si el director es su esclavo,
entonces lo que hay ahí es sólo un problema verbal. Hay una
confusión en los términos, que procede de que, para nosotros, y
según el sentido que se le atribuye generalmente a este término de
director de teatro, éste es sólo un artesano, un adaptador, una
especie de traductor dedicado eternamente a hacer pasar una obra
dramática de un lenguaje a otro; y esa confusión sólo será posible,
y el director sólo se verá obligado a eclipsarse ante el autor, en la
medida en que siga considerando que el lenguaje de palabras es
superior a los demás lenguajes, y que el teatro no admite ningún
otro diferente de aquél. Lo cual no implica, claro está, que baste
para ser fiel a Artaud con darle mucha importancia y muchas
responsabilidades al “director teatral”, aun dejando igual la
estructura clásica.
Por medio de la palabra (o más bien por medio de la unidad de la
palabra y el concepto, como diremos más tarde, y esta precisión
será importante) y bajo la ascendencia teológica de ese verbo [que]
da la medida de nuestra impotencia y de nuestro temor, es la
escena misma lo que se encuentra amenazada a todo lo largo de la
tradición occidental. Occidente -y esa sería la energía de su
esencia- no habría trabajado nunca sino para borrar la escena. Pues
una escena que lo único que hace es ilustrar un discurso no es ya
realmente una escena. Su relación con la palabra es su enfermedad
y repetimos que la época está enferma. Reconstituir la escena,
poner en escena por fin, y derribar la tiranía del texto es, pues, un
único y mismo gesto. “Triunfo de la puesta en escena pura”.
Este olvido clásico de la escena se confundiría, así, con la historia
del teatro y con toda la cultura de Occidente, incluso les habría
asegurado a estos su apertura. Y sin embargo, a pesar de este
“olvido”, el teatro y la puesta en escena han vivido magníficamente
durante más de veinticinco siglos: experiencia de mutaciones y de
conmociones que no cabe ignorar a pesar de la apacible e impasible
inmovilidad de las estructuras fundadoras. No se trata, pues, sólo
de un olvido o de un simple recubrimiento de superficie. Una cierta
escena ha mantenido con la escena “olvidada”, pero en realidad
borrada violentamente, una comunicación secreta, una cierta
relación de traición, si es que traicionar es desnaturalizar por
infidelidad pero también dejar que se traduzca y se manifieste el
fondo de la fuerza, sin quererlo. Eso explica que a los ojos de
109
Artaud el teatro clásico no sea simplemente la ausencia, la
negación o el olvido del teatro, que no sea un no-teatro: sino un
matasellos que deja leer lo que recubre, una corrupción también, y
una “perversión”, una seducción, el desvío de una aberración cuyo
sentido y cuya medida no aparecen sino más allá del nacimiento, en
la víspera de la representación teatral, en el origen de la tragedia.
Por ejemplo, cerca de los misterios órficos que subyugaban a
Platón, de los Misterios de Eleusis despojados de las
interpretaciones con las que se los ha podido recubrir, cerca de esa
belleza pura cuya realización completa, sonora, resplandeciente y
limpia ha tenido que encontrar Platón al menos una vez en este
mundo. Es realmente de perversión y no de olvido de lo que dice
Artaud, por ejemplo, en esta carta a B. Crémieux (1931): “El
teatro, arte independiente y autónomo, para resucitar, o
simplemente para vivir, debe marcar bien lo que le diferencia del
texto, de la palabra pura, de la literatura, y todos los demás medios
escritos y fijados. Se puede perfectamente seguir concibiendo un
teatro basado en la preponderancia del texto, y en un texto cada
vez más verbal, difuso y abrumador, al que quedaría sometida la
estética de la escena. Pero esta concepción que consiste en hacer
que se sienten unos personajes en un cierto número de sillas o de
butacas puestas en fila, y en contarse historias, por maravillosas
que éstas sean, no es quizás la negación absoluta del teatro... sería
más bien su perversión”. (El subrayado es nuestro.)
Liberada del texto y del dios-autor, a la puesta en escena se le
devolvería su libertad creadora e instauradora. El director teatral y
los participantes (que ya no serían actores o espectadores) dejarían
de ser los instrumentos o los órganos de la representación. ¿Quiere
esto decir que Artaud habría rehusado darle el nombre de
representación al teatro de la crueldad? No, con tal que nos
expliquemos bien acerca del sentido difícil y equívoco de esa
noción. Habría que poder jugar aquí con todas las palabras
alemanas que nosotros traducimos indistintamente mediante la
palabra única representación. Ciertamente, la escena no
representará ya, puesto que no vendrá a añadirse como una
ilustración sensible a un texto ya escrito, pensado o vivido fuera de
ella, y que ésta se limitaría a repetir, y cuya trama no constituiría.
La escena no vendrá ya a repetir un presente, a re-presentar un
presente que estaría en otra parte y que sería anterior a ella, cuya
plenitud sería más antigua que ella, ausente de la escena y capaz,
110
de derecho, de prescindir de ella: presencia a sí del Logos absoluto,
presente viviente de Dios. La escena no será tampoco una
representación, si representación quiere decir superficie extendida
de un espectáculo que se ofrece a voyeurs. Aquélla ni siquiera nos
ofrecerá la presentación de un presente si presente significa lo que
se mantiene delante de mí. La representación cruel debe
investirme. Y la no-representación es, pues, representación
originaria, si representación significa también el desplegarse de un
volumen, de un medio con varias dimensiones, experiencia
productiva de su propio espacio. Espaciamiento, es decir,
producción de un espacio que ninguna palabra podría resumir o
comprender, en cuanto que aquel mismo lo supone en primer
término y en cuanto que apela a un tiempo que no es ya el de la
llamada linealidad fónica; apelación a “una noción nueva del
espacio” y a “una idea particular del tiempo”. […]
Clausura de la representación clásica pero reconstitución de un
espacio cerrado de la representación originaria, de la archi-
manifestación de la fuerza o de la vida. Espacio cerrado, es decir,
espacio producido desde dentro de sí y no ya organizado desde otro
lugar ausente, una ilocalidad, una coartada o una utopía invisible.
Fin de la representación pero representación originaria, fin de la
interpretación pero interpretación originaria que ninguna palabra
maestra, que ningún proyecto de maestría habrá investido y
aplanado por anticipado. Representación visible, ciertamente,
contra la palabra que se sustrae de la vista -y Artaud mantiene
apego a las imágenes productivas sin las que no habría teatro
(theaomai)- pero cuya visibilidad no es un espectáculo organizado
por la palabra del maestro. Representación como auto-
representación de lo visible e incluso de lo sensible puros.
Otro pasaje de la misma carta intenta ajustar ese sentido agudo y
difícil de la representación espectacular: “En la medida en que la
puesta en escena se mantenga, incluso en el espíritu de los
directores teatrales más libres, como un simple medio de
representación, una forma accesoria de revelar las obras, una
especie de intermedio espectacular sin significación propia, aquélla
sólo valdrá en tanto que consiga disimularse tras las obras a las
que pretende servir. Y esto durará mientras se siga haciendo residir
el mayor interés de una obra representada en su texto, mientras
que en el teatro-arte de representación se siga superponiendo la
literatura a la representación impropiamente llamada espectáculo,
111
con todo lo que esta denominación conlleva de peyorativo, de
accesorio, de efímero y de exterior”. Así sería, en la escena de la
crueldad, el espectáculo que actúa no sólo como un reflejo sino
como una fuerza. El retorno a la representación implica, pues, no
sólo sino sobre todo, que el teatro o la vida cesen de representar
otro lenguaje, cesen de dejarse derivar de otro arte, por ejemplo de
la literatura, aunque sea poética. Pues en la poesía como literatura,
la representación verbal sutiliza la representación escénica. La
poesía sólo puede salvarse de la enfermedad occidental
convirtiéndose en teatro. […]
Se barrunta así el sentido de la crueldad como necesidad y rigor.
Ciertamente Artaud nos invita a que bajo esa palabra no pensemos
sino “rigor, aplicación y decisión implacable”, determinación
irreversible, determinismo, sumisión a la necesidad, etc., y no
necesariamente sadismo, horror, sangre derramada, enemigo
crucificado, etc. (Ciertos espectáculos que se inscriben actualmente
bajo el signo de Artaud son, quizás, violentos, incluso sangrientos,
y no por eso son, a pesar de todo, crueles). No obstante, hay
siempre un asesinato en el origen de la crueldad, de la necesidad
que se llama crueldad. Y ante todo un parricidio. El origen del
teatro, tal como se tiene que restaurar, es una mano que se
levanta contra el detentador abusivo del logos, contra el padre,
contra el Dios de una escena sometida al poder de la palabra y el
texto. “Para mí, no tiene derecho a llamarse autor, es decir,
creador, nadie más que aquel a quien corresponde el manejo
directo de la escena. Y es justamente aquí donde se sitúa el punto
vulnerable del teatro tal como se lo considera no sólo en Francia
sino en Europa e incluso en todo Occidente: el teatro occidental
sólo reconoce como lenguaje, sólo atribuye las facultades y las
virtudes de un lenguaje, sólo permite llamar lenguaje, con esa
especie de dignidad intelectual que se le atribuye en general a esa
palabra, al lenguaje articulado, articulado gramaticalmente, es
decir, al lenguaje de la palabra y de la palabra escrita, de la palabra
que, pronunciada o no pronunciada, no tiene más valor que el que
tendría si estuviese solamente escrita. En el teatro tal como lo
concebimos aquí (en París, en Occidente) el texto lo es todo”18.
¿En qué se convertirá la palabra entonces, en el teatro de la
crueldad? ¿Tendrá simplemente que callarse o desaparecer?
18
Ib Idem.
112
De ninguna manera. La palabra dejará de dominar la escena pero
estará presente en ésta, tendrá una función en un sistema al que
aquélla estará ordenada. Pues se sabe que las representaciones del
teatro de la crueldad tenían que ajustarse minuciosamente de
antemano. La ausencia del autor y de su texto no abandona la
escena a una especie de descuido. A la escena no se la deja de
lado, entregada a la anarquía improvisadora, al vaticinio azaroso, a
las “improvisaciones de Copeau”, al empirismo surrealista, a la
commedia dell’arte o al capricho de la inspiración inculta. Todo
estará, pues, prescrito en una escritura y un texto hecho de una
tela que no se parecerá ya al modelo de la representación clásica.
¿Qué lugar le asignará entonces a la palabra esa necesidad de la
prescripción que la misma crueldad reclama?
La palabra y su notación -la escritura fonética, elemento del teatro
clásico-, la palabra y su escritura no quedarán borrados de la
escena de la crueldad más que en la medida en que pretendieran
ser dictados: a la vez citas o recitaciones y órdenes. El director
teatral y el actor no aceptarán más dictados: “Renunciaremos a la
superstición teatral del texto y a la dictadura del escritor”. Es
también el fin de la dicción que hacía del teatro un ejercicio de
lectura. […]
¿Cómo funcionarán entonces la palabra y la escritura? Volviéndose
a hacer gestos: la intención lógica y discursiva quedará reducida o
subordinada, esa intención por la que la palabra asegura
ordinariamente su transparencia racional y sutiliza su propio cuerpo
en dirección al sentido, deja a éste extrañamente que se recubra
mediante aquello mismo que lo constituye en diafanidad: al
desconstituir lo diáfano, queda al desnudo la carne de la palabra, su
sonoridad, su entonación, su intensidad, el grito que la articulación
de la lengua y de la lógica no ha enfriado del todo todavía, lo que
queda de gesto oprimido en toda palabra, ese movimiento único e
insustituible que la generalidad del concepto y de la repetición no
han dejado de rechazar jamás. Se sabe el valor que le reconocía
Artaud a lo que se llama -en este caso bastante impropiamente- la
onomatopeya. La glosopoiesis, que no es ni un lenguaje imitativo ni
una creación de nombres, nos lleva de nuevo al borde del momento
en que la palabra no ha nacido todavía, cuando la articulación no es
ya el grito, pero no es todavía el discurso, cuando la repetición es
casi imposible, y con ella la lengua en general: la separación del
concepto y del sonido, del significado y del significante, de lo
113
pneumático y de lo gramático, la libertad de la traducción y de la
tradición, el movimiento de la interpretación, la diferencia entre el
alma y el cuerpo, el amo y el esclavo, Dios y el hombre, el autor y
el actor. Es la víspera del origen de las lenguas y de ese diálogo
entre la teología y el humanismo, del que la metafísica del teatro
occidental no ha hecho otra cosa que mantener su inagotable
repetición. […]
Quizás podríamos preguntarnos ahora no en qué condiciones puede
serle fiel a Artaud un teatro moderno, sino en qué casos, con
seguridad, le es infiel. ¿Cuáles pueden ser los temas de la
infidelidad, incluso en aquellos que apelan a Artaud, de esa manera
militante y ruidosa bien sabida? Nos contentaremos con nombrar
esos temas. Es, sin género de duda, extraño al teatro de la
crueldad:
1. todo teatro no sagrado.
2. todo teatro que privilegie el habla, o más bien el verbo, todo
teatro de palabras, incluso si ese privilegio llega a ser el de un
habla que se destruye a sí mismo, al transformarse en gesto o
reiteración desesperada, relación negativa del habla consigo
mismo, nihilismo teatral, eso que todavía se llama teatro del
absurdo. No es sólo que un teatro así sería consumado con habla,
sin destruir el funcionamiento de la escena clásica, sino que no
sería, en el sentido en que lo entendía Artaud (y sin duda
Nietzsche) afirmación.
3. todo teatro abstracto que excluya algo de la totalidad del arte, y
en consecuencia, de la vida y sus recursos de significación: danza,
música, volumen, profundidad plástica, imagen visible, sonora,
fónica, etc. Un teatro abstracto es un teatro en el que no se habría
consumado la totalidad del sentido y de los sentidos. Sería un error
concluir de ahí que basta con acumular o yuxtaponer todas las
artes para crear un teatro total que se dirija al “hombre total”. No
hay nada más lejos de eso que tal totalidad como ensamblaje, ese
remedo exterior y artificial. A la inversa, ciertas aparentes
extenuaciones de los medios escénicos prosiguen con mayor rigor
la trayectoria de Artaud. Suponiendo que, cosa en lo que no
creemos, tuviese algún sentido hablar de una fidelidad a Artaud, a
algo así como su “mensaje” (ya esta noción lo traiciona), una
rigurosa y minuciosa y paciente e implacable sobriedad en el
trabajo de la destrucción, una austera agudeza que enfoque bien
las piezas principales de una máquina todavía muy sólida, se
114
imponen hoy en día con más seguridad que la movilización general
de las artes y de los artistas, que la turbulencia o la agitación
improvisada bajo la mirada burlona y tranquila de la policía.
4. todo teatro de la distanciación. Éste no hace otra cosa que
consagrar con insistencia didáctica y pesadez sistemática la no-
participación de los espectadores (e incluso de los directores y los
actores) en el acto creador, en la fuerza irruptiva que se abre
camino en el espacio escénico. El Verfremdungseffekt sigue estando
prisionero de una paradoja clásica y de ese “ideal europeo del arte”
que aspira a arrojar al espíritu a una actitud separada de la fuerza y
que asiste a su exaltación. […] Todos los límites que surcaban la
teatralidad clásica (representado / representante, significado /
significante, autor / director / actores / espectadores, escena / sala,
texto / interpretación, etc.) eran prohibiciones ético-metafísicas,
arrugas, muecas, rictus, síntomas del miedo ante el peligro de la
fiesta. En el espacio festivo abierto por la transgresión, no debería
ya poder extenderse la distancia de la representación. La fiesta de
la crueldad quita las rampas y los parapetos ante el peligro
absoluto que es sin fondo (septiembre 1945): “Necesito actores que
ante todo sean seres, es decir, que en la escena no tengan miedo
de la sensación verdadera de una puñalada, y de las angustias,
para ellos absolutamente reales, de un supuesto alumbramiento;
Mounet-Sully cree en lo que hace, crea esa ilusión, pero sabe que
está tras un parapeto, yo suprimo el parapeto...” (Carta a Roger
Blin). En comparación con la fiesta, así llamada por Artaud, y con
esa amenaza de lo sin-fondo, el happening suscita una sonrisa:
éste es, en relación con la experiencia de la crueldad, lo que el
carnaval de Niza, quizás, en relación con los misterios de Eleusis.
Esto depende en especial del hecho de que aquél sustituye con la
agitación política esa revolución total que prescribía Artaud. La
fiesta debe ser un acto político. Y el acto de revolución política es
teatral.
5. todo teatro no político. Decimos efectivamente que la fiesta debe
ser un acto político y no la transmisión más o menos elocuente,
pedagógica y civilizada de un concepto o de una visión político-
moral del mundo. Si se reflexionara -cosa que no podemos hacer
aquí- sobre el sentido político de ese acto y de esa fiesta, sobre la
imagen de la sociedad que fascina aquí el deseo de Artaud, se
tendría que llegar a evocar para hacer observar en ello la mayor
diferencia dentro de la mayor afinidad, aquello que en Rousseau
115
hacía también que se pusiesen en comunicación la crítica del
espectáculo clásico, la desconfianza frente a la articulación en el
lenguaje, el ideal de la fiesta pública que sustituye a la
representación, y un cierto modelo de sociedad perfectamente
presente a sí, en pequeñas comunidades que hacen inútil y nefasto,
en los momentos decisivos de la vida social, el recurso a la
representación. A la representación, a la suplencia, a la delegación
tanto política como teatral. Se podría mostrar de manera muy
precisa: es el representante en general -sea lo que sea lo que
represente- de lo que sospecha Rousseau tanto en el Contrato
social como en la Carta a M. d’Alembert, en donde propone que se
reemplacen las representaciones teatrales por fiestas públicas sin
exposición ni espectáculo, sin “nada que ver” y en las que los
espectadores se convertirían ellos mismos en los actores. […]
6. todo teatro ideológico, todo teatro de cultura, todo teatro de
comunicación, de interpretación (en el sentido corriente y no en el
sentido nietzscheano, claro está), que pretenda transmitir un
contenido, entregar un mensaje (cualquiera que sea su naturaleza:
política, religiosa, psicológica, metafísica, etc.), que deje leer el
sentido de un discurso a unos oyentes, que no se agote totalmente
con el acto y el tiempo presente de la escena, que no se confunda
con ésta, que pueda ser repetida sin ella. […]
La posibilidad del teatro es el centro obligado de este pensamiento
que reflexiona sobre la tragedia como repetición. En ninguna parte
está la amenaza de la repetición tan bien organizada como en el
teatro. En ninguna otra parte se está tan cerca de la escena como
origen de la repetición, tan cerca de la repetición primitiva que se
trataría de borrar, despegándola de sí misma como de su doble. […]
116
Rodrigo García (Argentina-España)
MANIFIESTO II:
117
Limpia tus libros de manchas de babas, sudores ajenos,
frustraciones y demás porquerías (de otros, se entiende).
En una época ecléctica por excelencia lo aconsejable es tener
conceptos siempre definiéndose (que no definidos), salir cada tanto
a la calle y volver al trabajo y seguir haciendo.
Que los adolescentes ignoren la historia del pensamiento y se
dediquen con exclusividad a la televisión o a “navegar” por la
información (Fast - Knowledge) es algo que el Estado debe
subsanar de inmediato (exigimos una partida presupuestaria).
Mientras llega la ambulancia, repite conmigo: “yo no soy un Big
Mac”.
Detrás siempre hay otro que la chupa mejor que tu.
Reclamar herencias es subestimarse y mostrar abiertamente el
cansancio.
No levantarse por la sal es bajeza sancionable.
Los que programan teatro y lo sueltan al pueblo tienen una visión
microscópica del teatro.
Los compradores de espectáculos son personas desinformadas por
culpa de una insignificante ambición política que les ciega, que les
“quita tiempo”.
Tu vas a crear lo que ellos van a pagar y te parecerá correcto.
Hasta los transgresores tienen un objetivo de marketing.
El deseo de bienestar nunca incidió de una manera tan salvaje en la
creación.
Rentabilizar -en eso están de acuerdo gobierno y oposición-
significa educar rápidamente.
La educación que más rápidamente se asimila es vana y primitiva y
de allí siempre hay alguien que saca provecho.
Por eso te sabes las canciones de memoria, pendejo
En Madrid, que es donde vivo -Mari Bárbola- no hay ningún festival
que acerque a creadores y público la realidad escénica
contemporánea internacional.
En España el público que va al teatro no debería ser, nunca más,
brutalmente desinformado.
El CNNTE ha pasado de ser un centro de producción de nuevos
lenguajes escénicos de ámbito nacional, a ser la sala pobre del
Teatro María Guerrero.
Apadrinar autores contemporáneos, por el mero hecho de serlo, en
lugar de cuestionar su obra, es de un patriotismo retrógrado.
118
Mediante Encuentros de Autores Contemporáneos se pagan
bocadillos de lujo: los chicos comen como reyes una noche al año,
pero siguen cagando la misma mierda de siempre.
Estamos hartos de diestros que dan bajonazos en nombre del
bienestar.
El Estado Español no invierte una peseta en difundir nuevos
lenguajes escénicos porque no son rentables políticamente
(vistosillos).
Nuevos lenguajes es el término con que designamos -torpemente,
pero algo es algo, las expresiones que mejor corresponden a una
época y que los burócratas tratan de evitar.
Los burócratas siempre están reunidos, pero ¿con quién? (nos
referimos a los resultados).
Los adelantados a su época son un invento de los conservadores.
Los adelantados a su época se sienten orgullosos del mote,
mientras que los conservadores compran chaletes y descendencia.
La tele, como legado cultural, es algo siniestro.
Los hijos son la alegría de la vida, dices, mientras les pegas de lo
lindo hasta que son mayores de edad: vence el 11/9/2014.
Todos asistimos a los acontecimientos por obligación.
Considerar el teatro como un evento anacrónico debería ser el
incentivo para ponerse otro artista a trabajar, no para destruir la
obra ajena.
¿Es posible ser una mayorista de la estética? (A los distribuidores)
Los artistas del teatro trabajan al dictado de los programadores.
Los programadores trabajan al dictado de bajos cargos políticos.
Los bajos cargos políticos dicen que trabajan al dictado del pueblo,
que risa, macho.
La distribución de montajes teatrales en España es intolerante y
sobre todo, avara.
Greed (1925) es una película que aprovechamos para recomendar a
quienes no la han visto.
Ketchup, mostaza y aros de cebolla, todo revuelto: es el “estilo
ranchero”.
Adolescentes de España: las generaciones que les preceden no
están a la altura de ustedes.
119
Teatro Matacandelas (Colombia)
ESQUIRLAS (1997)
120
Si alguien afirma que lo más emocionante y fructífero es trabajar
cada vez con un equipo nuevo y nuevos rostros no estamos
dispuestos a contradecirlo. No estamos hechos para defender ni
proponer verdades. Para estar en el mundo hemos elegido libre,
voluntaria y gozosamente el arte del teatro. Compartirlo con un
público, por reducido que sea, es el placer de una expresión, de
una comunicación. Para el actor es el placer de una histeria, de una
hipersensibilidad: placer de heteronimia y prostitución,
(multiplicidad) fenómenos que no son exclusivos del actor, pero que
en él se encuentran más latentes, quizá más auto-reconocidos.
No somos tampoco una asociación inmóvil. Nuestra configuración
cambia con las deserciones y los ingresos. Se requiere una alta
dosis de espíritu romántico, quizás de insensatez, para querer optar
por ser socio de una aventura en continua zozobra. Por eso no
somos una opción para actores profesionales, para egresados que
andan buscando una estabilidad artística y laboral. Las decenas de
egresados de escuelas que se acercan huyen despavoridos cuando
se enteran de nuestra realidad interior: un falansterio, una secta de
ilusos y utópicos, una asociación de débiles y pobres, que hemos
querido escapar -el Matacandelas es una frágil balsa- a todo aquello
para lo cual estábamos destinados: fábricas, comercio, talleres,
burocracia, cotidianidad, fuerza de trabajo.
Contra un destino trazado nos hemos rebelado. He ahí porque
nuestros actores y actrices no lo sean en el sentido tradicional, he
ahí el por qué de nuestra composición social interna.
He ahí el por qué hemos renunciado como grupo a la vanidad de la
redención externa, a "salvar el teatro nacional", a emitir conceptos
y teorizaciones que muestren "un camino" y "verdades estéticas".
Nuestra única realidad es el teatro que hemos practicado con
pasión, con orgullosa humildad, con mística voluntad de compartirlo
socialmente. Es obra en marcha, práctica sujeta a verificación, a
revisión. Teatro como escenario de la interrogación y la duda.
Las limitaciones actorales dentro de los grupos no nos son
desconocidas: exceso de práctica, deficiencia teórica, puesto que
los continuos cambios de configuración hacen de hecho imposible
una formación en orden, en escuadra. La urgencia productiva nos
otorga cierta naturaleza de circo o de batalla: aprender viendo,
aprender a disparar en el curso mismo de la guerra. Otro peligro: al
cabo de cierto tiempo un actor de grupo se encierra en modos
anquilosados, en un estilo: funciona "amaestrado", se repite una y
121
otra vez en sus personajes y a menudo en todas las obras es el
mismo personaje: una misma voz, unos mismos movimientos que
sólo cambian de disfraz. Sobre todo porque la madurez actoral está
asociada con un gran manejo técnico del escenario donde el actor
se niega - hasta inconscientemente- a ser otro, a representar, y
sólo quiere ser él mismo, con su gran figura. Teme no ser
reconocido por su público. Cuando se les consiente demasiado
adoptan poses de vedette.
Después de los 20 años -ésta es una observación empírica y simple,
exterior- nuestros grupos teatrales tienen un aire de cansancio,
lucen desgastados por el ejercicio de un oficio endemoniadamente
difícil. El actor ha fatigado sus mejores años y funciona en la escena
con "el piloto automático", ha terminado por convencerse de que
acaso malgastó sus años en divertir a una galería que lo olvida con
facilidad. ¿Hay una realidad más triste para el actor que el Canto
del Cisne de Chejov?
Este drama del actor se acentúa cuando nuestros actores terminan
por reconocer internamente su fracaso: falta de oportunidades,
anonimato (el anonimato es ya una tragedia para un
exhibicionista).
La lucha por conservar y acrecentar una Pasión y una Ética, es
actualmente un duelo a muerte. La madurez representa
sencillamente la pérdida de la inocencia.
La joven historia del teatro colombiano es la historia de una curva
asustadora: cúspide y caída brutal. ¿Dónde están los alegres
jóvenes saltarines que trepaban eufóricos a un escenario "por
nada"? ¿Dónde están esos alegres rostros que soportaban la noche,
la fatiga, los interminables ensayos? Hoy somos "maestros
respetables", cómodos burgueses o arrugados funcionarios que nos
movemos entre universidad y universidad, enseñamos lo que
desconocemos y damos consejos prácticos a los jóvenes, es decir,
estamos muertos.
Nos hemos insertado solapadamente en el curso normal de los
acontecimientos, hemos tardado muchos años en descubrir que el
sistema no es del todo invivible, hemos terminado por parecernos a
y pensar como nuestros padres, a quienes justamente en rebeldía
les reprochábamos el ser inconsecuentes y acabados, porque
conflictuaban nuestra vocación teatral que imaginábamos una isla
de fantasía, aparte de los prejuicios y la estupidez social.
122
Los románticos de ayer reprochamos el romanticismo de los
jóvenes. Queríamos "cambiar la vida", pero fue la vida la que nos
cambió a nosotros. Deplorablemente.
Como Baudelaire que no veía más valores que en el profeta, el
guerrero y el poeta -"lo demás está hecho para el látigo"- hemos de
pensar que el público empezó a abandonar las salas de teatro,
entre otras razones, porque su profeta-guerrero-poeta, -el actor-,
ha sido económicamente obligado por la sociedad al rebusque, está
obligado a venderle su voz y su imagen a la publicidad para
ayudarle a los comerciantes a vender sus chucherías. En
contraposición los comerciantes nunca nos han ayudado en la
promoción del teatro.
Así las cosas miramos con verdadero horror el futuro, la clase de
cadáver que seremos, puesto que la descomposición ya ha
comenzado.
Contra ese espectro hemos, desde hace rato, emprendido en el
Teatro Matacandelas una dolorosa guerra contra nosotros mismos,
para no sucumbir en el letargo, para "morir con lucidez".
Los puntos que transcribo a continuación son destellos apenas de
prolongadas conversaciones y constituyen pensamientos y
propósitos que bien podrían parecer un Credo. Pero qué va.
Encadenarnos al mástil como Ulises y tapar nuestros oídos con cera
para no oír el canto de las sirenas (aplausos, éxitos, balandronadas,
importancia, prestigio, fama y las mil y unas formas con las cuales
la jauría social construye sus mediocres).
No ir en contravía de nada. Siempre nos volvemos aquello contra lo
cual desperdiciamos nuestras mejores fuerzas.
Disciplina, trabajo, entusiasmo.
Desorden de los sentidos.
Estremecimiento.
Heterodoxia.
Odiar al sistema social como a nosotros mismos.
En lugar de escándalo, esencialidad.
Culto permanente por nuestros mayores: Poe, Rimbaud,
Baudelaire, Flaubert, Andrés Caicedo, Silva, Shakespeare, Ibsen,
Esquilo, Beckett, Maeterlinck, Pérec, Pessoa, Pavese, Joyce, Kafka,
Buñuel, Schopenhauer, Platón, Hitchcock, Freud, Marx, Fernando
González, Zuleta ...
Nunca dejar de ser niños.
123
Desconfiar de directores, gerentes, policías, banqueros y
comerciantes.
No quejarnos por la elección de nuestro oficio, pues la práctica del
teatro es hermosa y gratificante. Hace este mundo vivible.
El Estado colombiano es inferior a nuestra dignidad moral y
espiritual.
No adaptación al curso normal de los acontecimientos.
Nuestra guerra es con nosotros mismos, contra nuestra propia
adaptabilidad,
El Teatro Matacandelas es un teatro pequeño, ínfimo, íntimo, para
un reducido público. A las muchedumbres es imposible dirigirse.
La publicidad es una práctica infame.
El hombre más fuerte del mundo es el que está sólo (Ibsen).
"Ser sublimes sin interrupción" (Baudelaire).
El teatro no se resiente, impugna.
Las enfermedades actorales, poses, extroversión y pedantería,
deben ser contrarrestadas por el silencio, la reflexión y el ejercicio
escénico diario.
El contacto frecuente con el público infantil purifica.
No descreer del fracaso.
El teatro es hermoso por lo inútil.
El arte, cualquiera que sea su expresión, tiene un momento pleno;
intangible e indefinible: la poesía.
Azotar diariamente al burócrata que llevamos dentro.
Una finalidad de la vida, suponiendo que la tenga: El Juego.
Para Matacandelas es tan importante una representación en
Londres como una representación en un barrio de Medellín.
"Aviso a los no-comunistas: todo es común, incluso Dios"
(Baudelaire).
Está muy bien que nos muramos - morir con lucidez- para que
lentamente vayan desapareciendo las viejas ideas, las obsesiones
irracionales y los prejuicios éticos. Lo nuevo irá apareciendo lenta y
magníficamente sobre nuestros cadáveres. Así será, así debe de
ser.
El mundo ha cambiado, ya el hombre no es el centro del universo ni
de la creación, ya no es la medida de todas las cosas y el mal estilo
es el hombre. Es una criatura enemistada con la totalidad. El arte
trata de justificarlo. Es nuestra ilusión.
Un Hamlet, una fuga de Bach, las pinturas del Bosco, acaso
compensen el paso de esta horrorosa criatura sobre la tierra.
124
El comercio es una práctica delincuente.
El país no puede vivir sin poesía, como los chanchos.
Un exceso de realidad nos destruye. El actor trata de escapar a ese
exceso.
Su grito de combate es el mismo de Blanche en Un tranvía… de
Williams: "No quiero realismo, quiero magia".
En cualquier parte se puede aprender el arte del teatro, donde
menos en un escenario.
La desgracia de muchos actores proviene de que han elegido un
oficio pensando que pueden parecerse a los burgueses. Como son
hijos de comerciantes quieren parecerse a sus padres.
Hay demasiada Zona Rosa en nuestros actores, demasiado
bohemismo de papel maché. Su actuación también es rosa, su
intención estética es rosa, su vida es rosa, ni blanca ni roja: la
medianía.
Hay directores que escalan poniendo su suela en las cabezas de los
actores.
Las "hojas de vida" son expedientes necrológicos.
A nuestros actores se les niega el status de artista, pues ya no se
parece al escultor, ni al pintor, ni al novelista. Es artista, pero
desconfía de sí mismo con desprecio. Está ya más cerca del
perifoneador de pasaje comercial que del arte.
Hay dos clases de seres humanos: Los exhibicionistas y los
vouyeristas. El exhibicionismo del actor es de naturaleza. Un arduo
trabajo contra sí mismo debe indicarle la mesura y el recato.
En las Escuelas de Teatro se debe contemplar la idea de retomar el
zurriago, como elemento pedagógico.
Al aspirante a actor se le debe azotar para matarle el bandido que
lleva adentro.
Nuestros actores leen poco y estudian poco el entorno porque creen
que todo lo tienen dentro. Extraño para una criatura que ha
escogido un oficio donde se es lo otro.
Es cierto que al Estado, a nuestros dueños, ya no les interesa el
control de ciertas esferas sociales, por ejemplo la Universidad, pero
por nada del mundo perderían el control de la Televisión. Esto
deben saberlo los actores que aspiran a vender allí sus encantos.
Una escuela de teatro debería prohibir el primer año el ingreso a
profesores de teatro. Allí el nuevo alumno estaría orientado por
astrónomos, militares, biólogos, sicólogos, cocineros, aventureros,
ex presidiarios, albañiles, marineros, guerrilleros, pintores,
125
artesanos, y sobre todo por novelistas. En un segundo nivel sólo
música y arquitectura.
Dadme un aprendiz de músico y al cabo de un tiempo os entregaré
dos: Un músico y un actor.
Todos los días, como una oración, antes, en medio y al terminar
cada sesión sería obligatoria la lectura de la buena poesía y de la
buena prosa.
Toda la tarea en la formación de un actor consiste en ayudarlo a
convertirse en un ANIMAL de la escena, es decir, que viva con el
DIABLO adentro. De ahí que el maestro es un instigador, un
provocador, un indisciplinador.
El nombre de todo actor es LEGION ("Mi nombre es Legión, somos
muchos").
Hay profesores teatrales que tienen fisonomía y ademanes de
notario.
Hay alumnos que suspiran por el cargo del profesor. No quieren
formarse, quieren quitarle el puesto.
Algunos actores piensan con estupidez que su ejercicio de actor es
una etapa inferior a la dirección escénica.
Más que verdaderos directores de escena lo que abunda en el país
son los líderes, caudillos del entusiasmo.
Más que verdaderos actores lo que abunda son los espectadores
agitados por el teatro.
Aplicable a muchos grupos: "Ah, qué bueno sería que
desaparecieran todos los grupos de calidad para que el único grupo
bueno sea el mío".
En nuestros grupos también se usan las mañas de los mercaderes:
las rebatiñas desesperadas por el cliente. Si la poesía como práctica
diaria no me estremece, entonces ¿a qué?
Amonestación a las gentes de teatro: Se suele pensar que poesía
"es todo aquello que se escribe de para abajo". La poesía no es
necesario escribirla. De Rilke se dice que hacía poesía incluso
cuando se lavaba las manos.
En nuestras Escuelas y en nuestros Grupos hay tufo a entidad
comercial. Huele a centro comercial.
Estamos imbuidos por el ansia de novedad. Hay que ser
novedosamente anticuado, hasta prehistóricos. "Los griegos son
mis contemporáneos" (Borges).
A los integrantes del Teatro Matacandelas se les acusa de dos
cosas: Demasiado estáticos en su actuación y demasiado pálidos.
126
Lo estático es un trasunto, una higiene coyuntural contra la
epilepsia móvil que ha invadido el país. La palidez es el resultado
del trabajo, del encerramiento. También puede haber cierto aire de
melancolía: el mundo nos agobia, nos duele.
Habría una tercera instancia para señalar, "gente demasiado
apartada". El ambiente gremial, cualquiera que sea el gremio, es
detestable.
Si la calidad de muchos de nuestros actores y grupos se midiera por
la intensidad se sus "rumbas", estaríamos haciendo el mejor teatro
del mundo.
No se pueden enseñar emociones, ni sentimientos. Pero se puede
pelear por transmitir autenticidad, sinceridad, honestidad, vértigo.
Digo, se puede pelear.
Se puede ser actor todo el tiempo, hasta el día en que nos damos
cuenta que somos aptos sólo para otros oficios.
Las concertaciones económicas con el Estado son necesarias,
aunque peligrosas. Ellas han significado oxigeno económico. Pero
por paradoja en esa misma medida ha decrecido la pasión por el
oficio.
Las concertaciones económicas con el Estado también pueden crear
un pequeño ejército de mantenidos. Que Dios me perdone lo que
acabo de escribir.
El Estado debería crear un Cuerpo Especial de Policía de
Concertación. Llevarían máscaras y porras y aplicarían en algunos
casos trabajos forzados (hay mucho campo sin arar).
Las concertaciones con el Estado de algún modo nos alivian el fardo
de la penuria, pero al mismo tiempo nos ponen rostro de mendigos.
Aviso a los funcionarios del Estado: cuando se trata de dineros de
concertación ustedes no tienen la misma enjundia que ponen para
reclamar sus sueldos.
El teatro tiene un gran drenaje en lo femenino. Ya es casi imposible
ver una mujer hermosa en nuestros escenarios. Todas están
haciendo casting.
Los actores de televisión una y otra vez declaran infatigablemente
que lo suyo es el teatro. Viven en constante estado de culpa y
disculpa con la escena viva. Tienen un aire cansado, triste,
satisfecho, pedante. Pocos llevan el valor y la autenticidad en el
rostro. Pocos, qué digo, no, ninguno.
127
Nuestra fuerza proviene de un hecho simple: nuestra ambición
siempre ha sido hacer teatro, y lo estamos haciendo. Así sea con
tracción a sangre.
Al actor lo mata el carecer de la fuerza del solitario.
Nuestra alma pide representación. Teatro le damos. No es más.
La sola correspondencia de Flaubert, bien estudiada y aplicada, es
un verdadero Organón para cualquier arte, para cualquier oficio
estético. Supera el brechtianismo.
Si Flaubert hubiera dispuesto de teléfono y fax no tendríamos hoy
este maravilloso método.
Hay grupos que llevan hasta 20 años haciendo mal teatro
convencidos de que el del mal gusto es el público. A eso se llama
morir con las botas puestas.
No tendremos un gran teatro hasta que no hayamos superado lo
fársico y alcanzado el drama. Válido también para dramaturgos.
Para actores y directores: vivir a sacudidas, por descargas.
Al actor y al director les falta la serenidad y la paciencia del
escritor: es decir, del verdadero artista.
También deberíamos procurarnos una lista intima de personas y
comportamientos detestables en el teatro. Publicable dentro de 50
años.
El teatro no es una hermandad. La discusión y el odio también nos
hacen crecer.
Actor: refinamiento, personalidad escurridiza. Carece de forma,
porque allí se anida la humanidad.
Para el actor, para el director: La residencia de Dios es el detalle.
Para el actor, para el director: La residencia de la profundidad es la
superficie.
Un buen actor, por paradoja, debe mantener cierto desprecio por su
público.
El director debe montar su espectáculo para él solo, el público viene
de último.
En el Teatro Matacandelas un texto se escoge y se hace pensando
en el gusto de sus actores, para sus fisonomías, para su concepción
de la realidad, para sus alcances. No hay un criterio trazado de
antemano. Se trata de sucumbir ante determinado texto que
aparece de repente como una iluminación para nuestra
preocupación existencial.
El Teatro Matacandelas goza de buen público desde que dejamos de
trabajar para él.
128
Nuestros actores, los colombianos, con unas excepciones muy
raras, no saben de recitado. Remarcan demasiado la "s" y
prolongan insoportablemente la vocal finaaaal. Algunos, muchos,
hablan con un temblor extraño. Como si estuvieran copulando.
Sobre todo las actrices.
A propósito de cópulas. El olor a sexismo ha invadido toda la
escena colombiana, la dramaturgia, los modos de actuación. La
represión se toma las tablas. Orinar, excretar, copular, orar y
comer son actos de la intimidad. La poesía es como el acto del
amor, a puerta cerrada y sin testigos, como le gustaba a Bretón.
Ciertos asuntos obligan a la metáfora y a la metonimia.
Y al decoro. Leer a Lessing.
Los grandes maestros del arte lo son por el manejo de la
metonimia.
"El cine nos muestra al hombre que corre, nosotros lo queremos
inmóvil, que es cuando piensa" (Ramón Vinyes).
Hay algo de aberrante y horrible en el oficio del actor: necesita un
público.
La pregunta no es qué tipo de actuación, qué tipo de teatro
requiere el público, la pregunta es a qué tipo de actuación a qué
tipo de teatro lo obligo.
No tener miedo a quedarnos solos.
El público es una abstracción.
¿Pero, hay algo más triste que la taquilla?
El teatro - se lo oí a Santiago García- debería ser gratuito, como la
educación, como los museos, como los parques.
El teatralismo, la enfermedad infantil del teatro, consiste, entre
otras cosas, en hablar como en el teatro, comportarse como
actores, hacer teatro como hemos visto en el teatro. Casi todo el
teatro que veo es como un remedo del teatro que veo.
El arte de la actuación no conoce un solo camino. El joven que se
aventura en el aprendizaje se afilia desde un principio a "una
escuela" a "un estilo". Está indefenso ante una orientación.
No habría un ser humano que agotara todas las complejidades del
arte del actor. Solo Satanás puede adquirir todas las apariencias,
todas las formas del ser. O Proteo.
Desde mucho tiempo atrás la iglesia católica miró con malos ojos y
condenó al actor porque consideraba que fingir ser "otro" en "otra"
situación era EL MAL, una situación donde el ser humano, templo
de espiritualidad celestial, desafiaba la UNICIDAD y LA
129
INDIVISIBILIDAD. Esa conversión, esa transmutabilidad es un
crimen contra natura. La iglesia tenía razón.
He trabajado con muchos actores, no habría uno que pudiera
considerarse un ser humano "normal". Y el que lo es no es actor.
Los actores no buscan un director, buscan un padre. La orfandad es
más frecuente de lo que creemos.
Consejo de Lao Tsé para cualquier artista: “La eternidad empieza
en tus pies”.
El triste animal urbano que somos y a quien pocas cosas le ocurren
- pues estamos ya lejos de lo épico-, ese consumidor que reparte
sus días entre el cine, el supermercado y los insignificantes
sobresaltitos cotidianos - a esto llamamos vida-, se hace actor para
ponerle a su existencia DIOS Y MAQUINA para vivir otras épocas,
otras situaciones, arrienda su Yo durante varias horas para ser
otros, el Yo ideal. Porque la imaginación es un músculo que se
divierte trabajando.
Todo lo escrito hasta aquí y lo que sigue no merece tomarse en
cuenta, es lectura para el olvido. No constituyen dogmas. Todo está
por verse. Ojalá no le sirva a nadie.
CUESTION DE HONOR.
Como en ciertas profesiones, debería existir un CODIGO DE HONOR
TEATRAL que prohibiera:
Las truzas negras.
Los zapatos chinos.
Los tapa rabos.
Las bufandas.
Los personajes alegóricos ("la Violencia", "El Mundo", "La
Naturaleza").
Las gafas negras.
Las gabardinas.
Las escuelas de teatro de prestigiosos actores de TV.
Las voces de locutor.
Los personajes maquillados mitad blanco, mitad negro.
Los mimos remedadores.
Los mimos con una lágrima pintada.
Los directores tenaces que hacen experimentos tenaces.
Las actrices de televisión que cuando el entrevistador les pregunta
cómo estuvo la filmación, responden "Chévere, más que un equipo
fuimos una familia".
130
Los cambios escenográficos con cortina musical y a media luz.
Los actores que salen a escena llevando la silla en donde se van a
sentar.
Los actores que se retuercen mucho porque "sienten mucho".
Los textos llenos de lirismo (Ej: “OH, noche que te ciernes sobre mi
carne trémula de amor, ven hacia mi, goza cual mariposa...”, etc.)
La invasión de textos incoherentes (Ej: “Te amo con amor odio,
odio rencor, rencor rencor, miércoles, pesadilla amor, encuentro
desencuentro...” etc., etc.).
Los festivales para pasarle chévere.
El vaginismo escénico.
Las cortinas musicales con temas de Carmina Burana.
Los personajes que salen por entre el público.
Los viejos temas de viejas maneras que incluyen un televisor y
cuatro saltitos de danza-teatro para que la obra sea post-moderna.
La danza-teatro que nos muestra una actriz representando la
soledad con rostro compungido, pega con su palma en el muslo y
después en la frente y da un giro (¡Santo Dios! ¿Dónde dejé mi
revolver?).
Los teatreros brasileños en festivales que hablan cantadito, y las
muchachas que se derriten.
Los teatreros argentinos que ya inventaron todo (y los españoles).
Los grupos de teatro que han hecho tres saliditas al exterior y
hablan de 40 giras internacionales.
Los grupos de teatro que hacen 30 funciones al año y hablan de
120.
Los grupos que anuncian su obra con el repetitivo "a petición del
público".
Los actores que desertan a la doceava representación.
La gente de teatro muy creativa (pues no hay gente creativa, solo
hay dos instancias: La disciplina y el trabajo).
La obviedad.
Los actores callejeros que instan al público a "derrotar las
tristezas".
Dramatizar cuentos de Jairo Aníbal Niño.
El teatro como salvación social.
El actor que no se peina para salir a escena.
Los foros.
131
Los directores que salen a presentar su obra al público y hablan de
"un proceso" de puesta en escena "complicado" y de "mucha
investigación".
Los grupos que se arman y montan para llevar obras a festivales.
El tufo de los festivales.
Las rumbas de los festivales.
Los actores que consideran que el teatro es la antesala del cine o la
televisión.
Los actores que creen que el público infantil es un público pueril.
Las obras infantiles con nubecitas y personajes tiernos.
Todas las obras de Darío Fo.
Las modas (Beckett, Müller, Kantor).
Los actores que se asustan si su espectáculo no agota boletería.
El teatro para complacer.
Los actores que piensan que no han alcanzado el éxito porque no
han encontrado un buen director. Y viceversa.
Los personajes de duquesas, condes y marqueses.
Los que escudan su medianía en la falta de recursos.
Los tallerófagos.
Los que se eternizan en las zonas rosas montando "obras
maestras".
Calificar de post-modernas las obras que no entendemos.
Creer que es post-moderna la falta de estructura dramática.
La falta de pudor.
Los grupos de teatro que retrasan o cancelan sus funciones por
problemas técnicos (En un 99% es falta de oficio).
Los directores muy bravos.
Los directores que se las saben todas con decirlas.
Los directores con pose de director.
Los directores que ponen cara de directores.
Los directores que se sientan a mirar una escena, se llevan la mano
a la mandíbula y miran muy concentrados con ojos de expertos.
Los ensayos con gritos de nerviosismo.
La histeria en los estrenos.
La famosa frase: "En tal obra la luz es un personaje más".
Tal Código de Honor podría impulsar en cambio cosas como:
La sobriedad.
El vacío.
El misterio.
El silencio.
132
El verbo como acción.
La quietud.
La metonimia.
El minimalismo.
La oscuridad.
Lo irregular.
La embriaguez de los sentidos.
Lo extraño.
La magia.
La hechicería.
El estremecimiento.
La patafísica.
Lo irreal.
Lo inverosímil.
Lo único.
La excepción.
Lo ambiguo.
133
Daniel Veronesse (Argentina)
AUTOMANDAMIENTOS (2000)19
19
En La deriva, de Daniel Veronesse, Andrea Hidalgo Editores, Buenos Aires 2000, pp. 309-315.
134
Si la posibilidad de transformación reside siempre en la sustancia
de todas las cosas, encontrar, entonces, y profundizar EL LUGAR EN
DONDE LA MUTACIÓN DEL OBJETO EN OTRO SE HACE POSIBLE. /
Un objeto que se transforme y que sus mutaciones se incorporen
como niveles envolventes a las anteriores. Cada nuevo nivel un
nuevo sistema de comunicación de ese objeto.
Teatro Óptico.
Descentralizar la mirada. La actitud de mirada, no la idea física de
mirar. / Perder el sentido de la frontalidad. / Realizar miradas
transversales de lo ya conocido.
Buscar puntos de observación minorizados. Buscar un punto más
extremo desde dónde poder transmitir un hecho simple a varios
niveles. / Una mirada más allá de lo convenido. / Que la visión
desde ese lugar proporcione un sentido más profundo que la
realidad conocida del objeto, que su simple representación.
Teatro de Movimientos Repentinos. / Cinésica ampliada, narrativa,
coreografiando lo inexplicable, lo que no se puede o debe explicar. /
Relatos gráficos de un apasionado ballet creando una (¿nueva?)
taquigrafía de sensaciones. Taquigrafía que azote el raciocinio del
público con su obscenidad e incomprensión.
Ampliación del sistema de comunicación gestual tradicional. / Una
infracomunicación llevada a primer plano. Convertir la sub-
conversación gestual en elemento primario y natural de
comunicación.
Observar detenidamente un objeto o cuerpo habitado por una
tensión poco cotidiana, en equilibrio precario.
Conferir imprecisión a las formas que se presenten demasiado
estables.
Combatir la naturaleza valiéndonos, como arma, de la abstracción.
CREAR NUEVAS FÓRMULAS QUE VENGAN A REEMPLAZAR A LAS
ANTERIORES. / Crear nuevas leyes que se desentiendan de las
anteriores. No buscar la oposición.
Lo ilegal en el teatro.
Saltar al vacío con el propósito de establecer nuevos valores.
Crear segmentos atractivos que se acoplarían unos a otros como
partes de una gran cañería. Por fuera la forma, el metal perenne.
Por dentro el relleno, el contenido voluble, variable, según la
ocasión.
Intertextuar lo lírico con lo dramático.
Simplificar la expresión.
135
Rendir cuentas de lo que pasa en escena para desmitificar. /
Romper la magia para volver a crear estados de credibilidad.
Teatro inhumano.
Teatro seco. Fatal. Infalible. Ominoso.
Teatro de lo inevitable. De lo ineludible. De lo que estaba
predestinado. De lo inexorable. De lo que no atiende súplicas ni
ruegos.
Teatro de la infelicidad. De la desgracia. Del contratiempo
inesperado.
Teatro Azote.
No resolver. Nada de guiños o moralejas.
Sí Disolver. Incluso disolver las formas puras una vez halladas.
Lo no-retórico. / Dar inestabilidad al movimiento preciso.
Romper siempre lo que se puede hacer con facilidad.
Teatro Herético. / Producir más catástrofes.
Poner en duda los principios indubitables del arte.
136
Denisse Stoklos (Brasil)
137
tono20 de la escena en su ego, en su alma. O mejor dicho, su propio
tono es la escena.
El performer esencial puede tener como texto un directorio
telefónico. Su recitación de nombres, domicilios y números
contendrá la musicalidad de las intenciones que una coreografía
puede indicar. De la misma manera, el performer esencial puede
presentar cualquier coreografía diciendo un texto en el que su
presencia esté enfocada, aplicada, ocupada.
El performer esencial trabaja para otro igual a él. Pero lo conduce.
La platea siempre estará compuesta por un público con actividades
diferentes a la suya, con dificultades de concentración, de audición
y de visión.
Afuera, los productos de la industria cultural fabrican en serie
ejercicios en los que el hombre no es negado, pero sí abaratado.
Para que se conciba a sí mismo como un ser completo, estos
productos consideran la emoción, sólo que en un circuito
controlable, en un sentido común incuestionable, en un sentido
común polémico, pero jamás presentado en un sentido de posible
sublevación, confuso, capaz de cuestionar el orden establecido, en
el cual el desorden se muestre viable, se muestre como la
verdadera cara del ser.
El mensaje ha de ser siempre: “pase lo que pase no trates de saber
dónde quedó la bolita, mi buen, tú nomás cierra los ojos. Vamos a
hacer nuestro desmadre sobre la mesa, un buen bisne, tú déjalo
así, como está, porque así es la cosa, porque si no desbaratas los
acuerdos. Y los acuerdos son siempre dominación. Si este orden se
altera habrá perdedores, y a los que representan este orden no les
gusta perder: son jugadores de partidas grandes ¡pero con el
crupier corrupto contratado!” El crupier corrupto es la industria
cultural, que gana su porcentaje de todo esto para “mantener el
orden”. La dominación es mantener la máxima calma en este
hospicio.
No se pueden permitir mundos paralelos o posibilidades alternativas
que amenacen este orden. La meta del performer esencial es
afectar estas estructuras, no consolidarlas.
20En este caso se refiere a la capacidad de tensión que se puede lograr en la escena. En portugués se usa la
palabra “tônus” que es el estado de excitabilidad del sistema nervioso que controla o influencia los
músculos esqueléticos
138
Entonces, el performer sólo se atendrá a aquello que represente
una amenaza al orden. A aquello que después de una obra permita
pensar de un modo distinto sobre el asunto. A las estructuras
aprendidas que no se olvidan y pueden aplicarse a otras relaciones
similares. Y en un gesto multiplicador, alterar el falso equilibrio, el
contentarse con artificios del sentimiento y no con buscar,
examinar, vivir, para al final, y éste es el objetivo, aliarse con ello
como pala, como azadón, como martillo, como instrumento de
cavar, plantar, construir.
En la escena todo debe ser muy claro. No explícito, sino nítido,
claramente escuchado, visto y cautivador. Para eso su lenguaje oral
necesita ser sorprendente, no puede ser linealmente corriente de
manera que permita escuchas evasivos. Su gramática corporal no
puede ser previsible, pues los ojos esquivan la lectura, duermen
apenas en pensamientos propios. El planteamiento debe ser crucial
para el performer. Si no se encuentra en peligro, el espectador
desconecta su atención, no se siente necesario.
El equilibrista. El malabarista. El clown. El mimo. El mimo pide que
la gente colabore con la escena leyendo la ilusión creada. El clown
necesita que el público ría de su infinita insuficiencia. El juglar
necesita que la atención de la platea mantenga magnéticamente los
malabares en la ruta y ritmo lanzados. El artista del alambre, sin la
tensión del público que asegura con sus ojos el equilibrio, no existe.
¿Por qué la platea colabora de todas estas maneras con el
performer? Porque el artista que existe en la platea necesita jugar a
ser. Es pesado existir en sí mismo. Se presta al cuerpo del actor
para sus sagas de una hora en el escenario. Se permiten, entonces,
viajes en los que su ego experimenta lo que en casa, en la fila del
banco, en la oficina, es difícil hacer solo. Y muy incierto. Con el
performer solitario él no esta solo. Porque el performer solo no está
solo. Está con la platea entera. El actor de ficción está más lejos de
la platea, está enlazado con el personaje, está comprometido. El
performer solitario no tiene nada que lo retire de la presencia
absoluta de su cuerpo, su voz y su capacidad intelectual/intuitiva de
organizar los dos elementos.
Por eso el performer esencial será político. Por lo tanto, la atención
no es para él, puesto que rehúsa expresarse narcisistamente por
sus dones. Su excelencia será la capacidad de hacer entregarse a la
platea, confiar y finalmente ceder a la invitación de volver a ver su
postura de ayer.
139
Todos los temas que encuentren en el cuerpo del actor el empeño
necesario para realizar su esfuerzo serán interesantes puntos de
partida y de llegada.
La materia espacio es su instrumento. El cuerpo es su borrador del
espacio pintado a lápiz. Primero borra el espacio vacío con su
cuerpo. Toma lugar borrando el oscuro. Ilumina, posicionando su
cuerpo, aquel espacio antes ocupado por el vacío.
La voz entra en el silencio, como un borrador del silencio, no como
enunciación. El actor no es activo. El espacio y el silencio son
activos, él es pasivo entrando en acción. Eso le cuesta. La
imposición es de lo oscuro, de la fuerza gravitacional, del silencio.
Cuando se empuja el suelo, se está ejerciendo una acción optativa,
diferente a la invitación: la invitación es para ceder a la llamada de
la gravedad que estaba antes allí y que existirá después de la
existencia del performer. Su única identidad es el recurso que
diseñará al percibir el llamado imantado de la tierra. Su tensión con
el propio eje de la tierra es el fundamento de su expresión corporal
y oral, una vez que su oralidad se estará realizando también en
cuanto al esfuerzo muscular de su diafragma y no en cuanto al
diseño de las palabras escritas cuya vida en escena no existirá sin
el empeño personal, la opción personal de la calidad aplicada:
ritmo, intensidad, armonía, continuidad, ruptura, ángulo, círculo.
Aquello que arriesga la vida original del performer, su organicidad,
es lo que compondrá su poema recitativo, su coreografía, no lo que
ya está escrito o diseñado de antemano. La actualidad es su barro.
El performer se vuelve performer cuando deja de estar callado. El
performer se vuelve performer cuando destruye el oscuro. Lucha
contra la melancolía de la inercia. Por eso el buen performer es
energético. No histérico, pues eso le costaría más energía. Necesita
lo exacto, lo menos posible para obtener el máximo resultado.
Porque sufre para manifestarse. Manifestarse duele. Es necesario
construir la arquitectura espacial para que esta resulte en un gesto.
Es necesario almacenar una red de control muscular del aire en el
diafragma para decir una palabra con actitud.
Nuestro actor no representa palabras: actúa con el diafragma.
Nuestro actor no hace gestos: toma el espacio, con el tono
muscular. Nuestro actor no cuenta una ficción: nos presenta una
realidad radiografiada por su clown. Nuestro actor tiene en mente
que el público vino al teatro para ser curado de la inmensa soledad
que lo paraliza. Entonces, este performer, a través de la
140
simbolización, de la construcción de imágenes, va a tomar para sí la
tarea de replantearse una interrogante en sus propias dimensiones,
para que, en la empatía que la naturaleza humana nos permite, el
espectador consiga salir de su soledad hacia una simpatía y en
seguida por un acto de amor, una entrega que redime, pero que en
esa misma redención, lo fortalece, porque se reconoció, pero vio un
performer vibrante, confiado, realizador, cumplidor de su tarea,
inspirador, invitador.
Su último material fue la emoción, de la que él, tan descuidada,
protegida e inmaduramente, tiene miedo, por escaldado, por un
repentino recelo de encontrar. Ella está ahí, durmiendo, pero
asustando en los sueños, sobresaltando las angustias y ansiedades.
El performer la toma en los brazos, la tira al ring y de repente,
permite el camino de regreso seguro y más fuerte. Revitaliza. Cura
la falta de confrontación con ella, de su alienación por no saber
dominarla, usarla. Hay una reconciliación, pero política, porque
sugiere acción, pues la escena no determina hacia dónde vamos.
Solo invita a levantarse, empeñarse, confrontarse, a recuperar la
emoción como aliada (pues en escena se muestra incluso en el
paroxismo: dominada, dirigida, convivida, permitida, reconocida,
aliada). De alienada pasa a ser aliada. Este es el paso que debe
esperar un espectador de un teatro esencial.
141
No sería aplicable, entonces, al teatro esencial, la figura de
lenguaje que se refiere a algo no verdadero, falso, como “es
teatro”. O, la idea de que en el teatro nada es verdad, es de
“mentiritas”. En un teatro esencial, por el contrario, todo es de
verdad. Ahí no se crea ficción a través de personajes en un enredo,
sino que se crea “fricción” entre presencias: la del actor y la del
público en atracción gravitacional, como astillas produciendo fuego.
No hay personajes o enredo, sino un fuerte movimiento en busca
de la emoción libertaria. En un teatro de ficción, el trabajo está
fundamentado en muchos: autor, director, escenógrafo, actor,
banda sonora, etc. Todos, con el mismo peso, hacen la escena,
construyen, proponen y la muestran al público que “asiste”. En un
teatro de “fricción”, el trabajo está fundamentado en el actor. El
espectáculo sólo “existe” si el público “entra” a escena y, “a través”
del actor, el público es quien se construye, se propone y se muestra
a sí mismo.
En ambas operaciones siempre está presente el sistema de
distancia entre el escenario y la platea, pues ninguno se toca en la
carne, físicamente, como sucede en el llamado “happening”. En un
teatro que sea esencial, sin embargo, la materia del fenómeno es la
energía que se usa en convertir la escena y la platea en una
unidad. Se trata de la experiencia de compartirse, en el tiempo
actual de una representación de la auto-investigación, a través del
actor (sin personaje, efectos como intermediarios –estos son
adyacentes aquí). Acontecimiento como un fuego intenso de quema
rápida y que no se venderá en moldes, no se grabará en cd, no se
publicará en libro, no se venderá en video, no se asistirá en casa. Y
quien vio, vio (o más bien: quien vivió, vivió) quien lo encendió, lo
encendió. El actor de este teatro trabaja con la agravante de la
impermanencia absoluta: deja al tiempo golpear su ágil cartera de
trabajo. No por distraído, compartirá la renta más valiosa que es,
en la boca, el gusto de la magia en vivo.
UN ACTOR NO DA LA ESPALDA
142
forma en la que hace el trabajo: la técnica de despojo escénico, los
temas, el tratamiento de la relación entre el palco y la platea,
incluso en el cómo informa sobre su acontecimiento, esto es, como
divulga o invita. El resultado es que la mutua selección se vuelve
cada vez más natural.
El encuentro con un público activo y autónomo está garantizado por
el alejamiento voluntario, y voluntarioso, de toda comunicación
comprometida con la “industria cultural”. Esta supone mediocridad
y narcisismo, dos casos de pseudo-auto-satisfacciones
inherentemente contrarias a la ideología libertaria del arte. A
estructura queda clara si pensamos rápidamente en la evidencia de
cualquier programa de televisión llamado “popular”:
Sentimentalismo en lugar de emoción, indignación aparente que
esconde contemplación pasiva, articulación “cerebral”, esto es,
vocablos en lugar de posicionamientos, el abordaje superficial de
“todo un poco” simulando el contacto global con lo real, cuando lo
superficial, ya en sí, es estar “ausente de lo real”, etc.
Pensemos, ampliamente, ahora, no rápido, en otras “actividades
culturales” que mantienen el principio a través de formas apenas un
poco más “sofisticadas” y el vacío que se constatará es el mismo.
Un actor de un teatro esencial deberá, por lo tanto, vivir la
responsabilidad de “concentrarse en lo real” y desnudarse de la
ingenuidad de la auto-satisfacción o las exclusiones. Ni trata ni se
dirige a la fantasmagoría de gente “especial” y macabra que tenga
privilegios y prejuicios de cualquier tipo. En la escena, sería un
crimen de inmadurez espiritual mostrar situaciones de un tiempo
establecido en la que no existieran trabas sociales. Un actor no da
la espalda a su país: lo carga en la espalda al enfrentarlo.
Un teatro que sea esencial no pretende un público auto
conmiserativo que se contente con “asistir”. Un teatro esencial
desprecia el gusto del brasileño que trabaja en pro de la
continuidad del sistema instaurado “asistiéndolo”, y este, en
contrapartida, rechaza lo que le exige actitudes que contravengan
su propia pasividad.
Radicalizándose de esta manera la búsqueda de divulgación no
contaminante, se trabaja casi en “lo oscurito” y se va consiguiendo
una carrera límpida: el público va apareciendo por propia elección,
por necesidad. Ninguna figura instaurada apoya: ni la media del
sensacionalismo, de la moda, de la polémica, ni los críticos de
profesión ni el éxito financiero que se impone a la mentalidad
143
colonizada como prestigio. Es más, cada vez queda más claro que
sólo lo que proporciona alienación, tontería vulgar, da dinero al
mercado nacional de la comunicación llamado arte, evidentemente,
pues sólo lo que no ataca sus fundamentos lo acata el mercado.
Raros nichos de intensa actividad cultural, mientras tanto, acogen
al “resto”: SESC21, y uno que otro centro cultural o eventos, como
festivales.
No divulgar la escena en la televisión es una de las formas de
evitarse un público manipulable, enredado en la “industria cultural”
–concepto de Adorno que trata sobre lo que revalida la
autonegación de la libertad con el fin de privilegiar la dominación de
una elite en el poder.
DE URGENCIA
144
dramaturgia, pues tiene baja perspicacia, son conservadores,
cómplices y cobardes. A fin de cuentas, ¿por qué el teatro
brasileño tendría que ser tan inofensivo, qué o quién lo estaría
domando? Pero hay muchos otros que desagradan y son
inclasificables, o mejor dicho, descalificados por el orden decadente
instaurado. Esta figura del resistente está en el teatro como en
muchas otras actividades, como me dijo un amigo, “busca el rigor
de ser el primero en su propia carrera”, es decir, no compite con
otro, el desafío es consigo mismo, y así contra viento y marea forja
ferozmente su camino creativo, indomable. Para quien está
indignado, por lo tanto, una invitación al teatro esencial: puede ir
pues el ritual es de mutuo fortalecimiento a la sublevación.
145
Rafael Spregelburd (Argentina)
146
simbólica, como en los años de plomo de la dictadura, años en los
que la única manera de expresar el descontento político y social era
a través de símbolos que encriptaban un significado, pero que
pudieran pasar el filtro de la censura militar. Hoy ya no ocurre así.
Estos símbolos se han transformado en alegorías cerradas,
sígnicas: en metáforas canceladas. El teatro más vivo, más
interesante que se hace hoy en Buenos Aires (y que ha empezado a
resultar tan apetitoso como exitoso a los ojos latinoamericanos
como europeos, sobre todo a los alemanes) es un teatro que huye
del símbolo como de la peste. Es un teatro que no encripta mensaje
alguno. Es un teatro que asume los riesgos de la representación,
delatando que el objeto representado bien podría estar vacío. Su
"verdad" radica más en el procedimiento lúdico de construcción de
sentidos a posteriori, que en la mostración de verdades conocidas a
priori. Es un teatro letal, efectivo, y en la mayoría de los casos,
muy cómico. La alianza con el humor es condición sine qua non del
nuevo teatro. Nuestro sentido del humor es negro, veloz, mestizo,
de una saludable imprecisión. Se necesita un complejo diccionario
sociolingüístico para trasladar nuestras obras a España, por
ejemplo, y que se lean bien23.
Por esto la alianza entre un teatro vital y una defensa
"responsable", militante, de los derechos humanos es casi imposible
aquí.
Por motivos muy claros, los resultados de esa alianza no terminan
de complacerme. Todos los argentinos "bienpensantes" no podemos
sino adherir a los argumentos "responsables" esgrimidos alrededor
de uno o dos temas sempiternos de nuestra vida política. Pero,
lamentablemente, en mi opinión personal, el teatro, lo que yo
entiendo por teatro, retrocede.
El teatro que pide permiso.
El teatro que no afirma, sino que pregunta.
El teatro incómodo.
El teatro que nos enfrenta a las cosas del mundo sin orientar su
significación. O más aún: un teatro que crea otros mundos, que
arroja pálidos pero reveladores reflejos sobre este. Un teatro
23Normalmente, se leen mal. Es decir: fuera de contexto, se ve otra cosa. Pero no importa. Lo mismo nos
ocurre a nosotros cuando vemos teatros de otras latitudes, sobre todo de Europa. La existencia de un
teatro mestizo, contracultural, que se da en sitios tan periféricos como Buenos Aires, los Balcanes, o la ex
Unión Soviética, es una sana esperanza, creo yo, una garantía en contra de la tonta globalización mundial
del teatro.
147
independiente, un fenómeno autónomo, y contracultural, que
desprecia el sentido común, que se aleja de la tarea didáctica de
transmitir mensajes, como si los artistas fueran iluminados
conocedores de la verdad y tuvieran la emisión de bajar esta
verdad a un pueblo iletrado e ignorante...
No hago más que repasar en mi cabeza y encontrar que las obras
más interesantes que han dado nuestros escenarios en estos
últimos años de confusión, de caos cultural, y de depresión
económica, son monstruos indomables, bizarros, de incierto
comportamiento y de dudoso buen gusto. Esto hace que sea posible
pensar en todos estos ejemplos que he dado como un mecanismo
de conocimiento de lo que ocurre en nuestro país.
Pero como se ha visto, es un mecanismo no periodístico, siempre
sujeto a la interpretación. Y la interpretación es privada. La
interpretación es la más divertida de las formas que cobra la
libertad.
En el caso de los derechos humanos, esta libertad desaparece.
No somos aún libres (y tal vez no lo seremos nunca) para trabajar
con enunciados sobre lo real, sin poder ejercer sobre ellos el gesto
despiadado, impredecible, del acto poético violento, que transforma
las cosas en otras. Para escribir buen teatro hay que saber ocupar
todos los puntos de vista mismo tiempo. Incluso el punto de vista
del enemigo real.
Para escribir buen teatro hay que acostumbrarse a no hacer
afirmaciones categóricas.
Tal como lo escuché decir un día a Javier Dualte: no se puede
enseñar lo que es la libertad escribiendo una obra teatral sobre ello.
Sólo se puede ser libre en el momento de escribir, y luego
mostrarle a un pueblo ese acto de libertad, ejercido desde la locura,
o el deseo.
Una obra (sea farsesca o trágica; seria, solemne, o vulgar y
desaliñada) en la que quisiéramos voluntariamente agregar algo de
luz, o levantar nuestra mano en favor de los derechos humanos,
está condenada a aburrir seguramente a sus nobles espectadores.
El teatro es una actividad fatal, con una rara vida propia en la
Historia.
El teatro no conoce de justicia.
148
En: “Un momento argentino”, en Nuevo teatro argentino,
compilación y prólogo de Jorge Dubatti. Interzona Editora S.A.
Buenos Aires, 2003, pp. 141-148.
149
Telón de Aquiles (México)
150
Creemos que no es una sino varia la posibilidad de entablar el
contacto con los receptores (de confeccionar un yo que sea un
nosotros), y es en esa creencia que radica el sentido de la unión de
puntos de vista divergentes. No buscamos imponer una visión, sino
potenciar las líneas creativas de expresión existentes que aporten
elementos de lectura y comprensión de nuestro tiempo, acaso para
discrepar.
Tiempo es una noción peligrosa por vasta. Decimos nuestro
tiempo y no nos referimos a la configuración, que es, que sería, en
todo caso, una mera circunstancia, de una generación con discurso
homogéneo. Ineludiblemente estamos inscritos en el transcurso del
tiempo, somos tiempo, nuestro tiempo, estar siendo en nuestra
condición. Otra manera de pensarnos podría remitirnos a la noción
de tránsito, somos acontecer. Por tanto, nos interesa el ejercicio de
nuestra presencia y su ubicación en el espacio que le viene mejor:
el presente. Aprenderlo y explicarlo en nuestro reto. Está demás
citar que los usos en boga optan por esquivar la tarea de entablar
un compromiso con el entorno, con un nosotros que intente por lo
menos hacer referencia a los que somos, inscritos todos en un
contenedor geográfico que nos distingue como extraños cercanos y
nos asemeja quizá solamente en el uso de una lengua que hasta
estos días, pese a lo que se diga, no ha sido común... Nosotros es
más de lo que se ha podido comunicar desde la comodidad
burguesa y dice más, en ambos sentidos de la escalera imaginaria
que dibuja nuestro devenir social: ascenso, descenso, con-senso y
contra-senso.
Pretender una sola exposición, una lectura única o
totalizadora, que contenga lo inabarcable del este estar siendo
simultáneo en la extensión del globo, nos conmueve por el esfuerzo
iluso que supondría negar lo innombrable o lo desconocido.
Necesitamos de lo otro para inventarnos y ser, como el referente
que nos obligue a dudar, aceptando que dudar es suscitación de
movimiento, incitación a pensar. En este sentido, Telón de Aquiles
se vincula con las voces que levantan la mano en los remotos y
próximos rincones del país. Buscamos todas las voces dispuestas,
damos bienvenida a todas las inquietudes trazando los puentes
entre la tradición (reciente o mediata), la emergencia y los cambios
que implica una actividad que se revisa a sí misma constantemente.
Las miradas otras, distantes, ajenas, representan otra de las
premisas de la agrupación: el exterior también es nosotros.
151
Establecemos los contactos para divulgar una idea de lo que somos
como nación, sin sentimentalismos políticos: Promovemos el
intercambio de ideas y la discusión de ellas, entre ellas. Confiamos
en el resultado.
No pretendemos innovar o renovar a toda costa la idea de
construcción dramática o teatral, no nos planteamos refrescar un
fenómeno del que formamos una pequeña porción insurgente.
Acaso indagar derroteros, caminos, posibilidades señaladas ya,
desde la posición en que nos sitúan nuestra condición de iniciadores
del siglo (nuevamente se trata de una circunstancia), nuestros
referentes e inquietudes. Explorar sobre nociones como
participación, comunidad, comunión, evento, suceso, rito, y
laboratorio, tomando éste último como base de las indagaciones en
su sentido más llano, en su primaria etimología: lo relativo a la
labor, al ejercicio constante de una actividad, el teatro y sus
quehaceres en general, y particularmente aquellas que se
relacionan con la escritura del mismo en cualquiera de sus niveles,
y cualquiera que sea su soporte: la palabra, la escena, la acción...
la acción... la acción...
152