TFG El Triunfo Del Antihéroe
TFG El Triunfo Del Antihéroe
TFG El Triunfo Del Antihéroe
Pág.
Introducción……………………………………………………………………. 3
Hipótesis y Metodología……………………………………………………….. 5
Conclusiones……………………………………………………………………. 53
Anexo………………………………….…………………………………………. 54-62
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RESUMEN
Es preciso señalar que existen tantas clases de antihéroes como defectos tiene el ser
humano. No obstante, en el presente estudio analizaremos en profundidad los arquetipos
más empleados por Hollywood y reduciremos la clasificación a cuatro grandes bloques:
el psicópata, el canalla, el desencantado y el perdedor.
De los cuatro grupos propuestos, en los tres primeros observaremos, en distinto grado,
una peligrosa proximidad a la villanía. Los tres encarnan figuras que, desde el punto de
vista de la moral más pura, resultarían despreciables, pero que paradójicamente no sólo
conectan con el espectador, sino que producen en él una tremenda fascinación.
Abordaremos desde un punto de vista psicológico y sociológico las razones de ese
extraño magnetismo que poseen los personajes imperfectos, con la intención de cercar
algo más este asunto sobre el que no hemos hallado una excesiva investigación previa,
aproximándonos a la clave del éxito actual de la figura anti-heroica.
PALABRAS CLAVE
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INTRODUCCIÓN
La frontera entre el bien y el mal nunca ha estado más difusa. Tras una larga tradición
ficcional, en la que el villano quedaba centrifugado y relegado a enaltecer la virtud del
héroe, actualmente asistimos a una reivindicación de lo defectuoso, de lo deleznable; en
definitiva, un grito a favor de lo humano, en un sentido desmitificador. Según el
periódico El Mundo, casi 20 millones de estadounidenses abandonan su vida real
durante 50 minutos para ver un nuevo capítulo de Juego de Tronos. Mientras tanto,
Walter White eleva a Breaking Bad a los anales de la historia, con cada vez más
expertos del audiovisual desentrañando sus secretos en publicaciones y con constantes
referencias planeando sobre su atrayente figura. La televisión de la última década es, sin
duda, el escaparate estrella para este nuevo protagonista que, aunque ahora vive su
mejor momento, no es hijo del siglo XXI, pues aunque con relativa discreción, ha
pasado por las pantallas de cine desde los comienzos del séptimo arte.
Esta metamorfosis de la figura protagonista afecta a todos los géneros, a todos los
formatos, pero también a todos los públicos. Atrás quedaron los tiempos en los que los
ojos de los niños rebosaban idolatría cada vez que su impoluto héroe libraba con éxito
una batalla. Los que entonces miraban absortos hacia esa intachable figura, hoy por hoy
cambiarían de canal o sencillamente se abstendrían de adquirir todo ese arsenal de
merchandaising que las productoras les tienen preparado. Quizás el héroe, en el sentido
más clásico del concepto, no les cause un rechazo tan frontal como cabría esperar en un
adulto en la actualidad, pero si hay algo claro, es que no genera en sus mentes aquel
fervor de antaño. Disney, la fábrica por excelencia de caballeros y princesas, es
consciente de lo que demanda la nueva generación y por eso, desde hace algunos años,
ha puesto en marcha su maquinaria para ofrecer personajes más reales, menos perfectos
e incluso con un cierto grado de perversión, eso sí, sin abandonar su esencia moralista.
Clara evidencia de este reajuste industrial es su último largometraje, Maléfica
(Stromberg, 2014), un spin off protagonizado por la villana de uno de sus clásicos que
arrasa en taquilla. Y este no es el único intento que ha hecho por acercarse al lado
oscuro, pues la productora de Mickey Mouse ya prepara Descendents, una película
donde reunirá a los hijos de sus villanos más célebres, como Cruella de Vil o Jafar.
Queda claro que somos testigos y parte activa en esta corriente escéptica que el filósofo
y escritor Fernando Savater (1982) denomina como “sospecha del heroísmo”. En
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palabras del autor, “en la época contemporánea hay una esclerosis de los valores
paternos”. En este momento crepuscular que vivimos, no es por tanto extraño que el
héroe clásico haya quedado desterrado hasta el punto de llegar a la ridiculización.
Buenos ejemplos de ello son el personaje de Johnny English, que conforma una mofa
hacia la mítica figura del agente 007, James Bond, o las parodias sobre el aventurero
Indiana Jones. Ni siquiera el clásico superhéroe se libra de la caricaturización.
El corpus elegido para este estudio ha sido seleccionado en base a varios criterios. Por
un lado, todas las cintas del corpus pertenecen a la etapa postclásica del cine y ofrecen
un personaje bien estructurado, narrativamente coherente, que aporta suficiente
información para el análisis y la posterior conclusión en una clasificación. Por otra
parte, algunos de los personajes aquí analizados han supuesto un referente para
posteriores producciones (Bridget Jones en la comedia romántica o Jack Sparrow en el
cine Disney), así como el éxito de su fórmula se ha visto reflejado en la voluntad de la
industria por alargar su existencia mediante secuelas (el caso de Hannibal Lecter).
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HIPÓTESIS
El principal objetivo de esta investigación es esclarecer los motivos por los cuales el
espectador siente tal atracción por personajes que, o bien atentan contra la moral o
simplemente no guardan ninguna similitud con lo que anteriormente podía ser
considerado admirable.
Nos aproximaremos a la razón del cambio, a las causas contextuales que han derivado
en la exaltación y profusión de este tipo de personajes. Se trata de indagar desde el
punto de vista de la sociología en la naturaleza del nuevo héroe, en el origen de sus
características más significativas y en la manera en la que estas conforman un reflejo de
la sociedad contemporánea. En otras palabras, con este estudio nuestra intención es la
de dar respuesta a la pregunta: ¿Cómo son y por qué triunfan hoy los antihéroes?
METODOLOGÍA
Así mismo, hemos hecho uso de una amplia bibliografía de la cual se ha extraído la base
teórica para el análisis. Dentro de esa bibliografía se encuentran publicaciones tanto en
castellano como en inglés, de una variedad compuesta por libros, artículos en revistas y
otros trabajos de investigación.
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1. La metamorfosis del héroe
Si atendemos a una de las definiciones que nos ofrece la Real Academia de la Lengua
Española, un héroe, en el sentido más genérico de la palabra, es el personaje central de
un relato que narra una acción. Hasta ahí, estamos ante la sinonimia que se establece en
narrativa entre el héroe y el protagonista de una historia. Sin embargo, otras entradas de
la propia RAE, son bastante más específicas y lo definen como un hombre (varón),
conocido y reconocido por sus hazañas, así como por sus virtudes. Con esto, nos vamos
acercando al concepto clásico de la palabra. Como última propuesta, la Academia dibuja
al héroe como aquel ser nacido de la unión entre un dios o diosa y un humano, una
afirmación que incita a retroceder en el tiempo y nos da la clave para comprender mejor
la primera seña de identidad del héroe clásico.
En la mitología griega, el héroe se nos presenta como la criatura engendrada por una
divinidad que a su vez convive con la humanidad en la Tierra, dado que el segundo
progenitor no pertenece al mundo celestial. Esa dualidad, que compone la esencia del
héroe mítico, lo sitúa en la línea que separa lo divino de lo humano, una posición
limítrofe que le permite estar por encima de resto de los comunes. Joseph Campbell,
reconocido mitólogo estadounidense del pasado siglo, así lo afirma en El héroe de las
mil caras (1949) una publicación con perspectiva psicoanalista que se ha convertido en
un completo manual de referencia para los estudios relacionados con la narrativa
literaria y audiovisual. En su obra, Campbell sostiene que “el héroe es un ser superior,
un rey nato”, algo que plasma de forma literal en el héroe mítico, dada su condición de
semidiós. La desintegración del mito da paso a un héroe humano que, aunque no tiene
un origen divino, mantiene una estrecha relación con los valores encarnados por el ente
creador. En otras palabras, más allá del mito, el héroe ya no es el hijo carnal de un dios,
pero sigue manteniendo esa posición olímpica que obliga al común de los mortales a
mirar hacia las alturas.
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Otra definición de héroe es la que nos brinda Christopher Vogler en El Viaje del
escritor (2002), que se apoya en el sentido etimológico de la palabra para sacar a relucir
el segundo atributo de la figura clásica: la capacidad de sacrificio. En la raíz griega del
término, se encuentra esta cualidad intrínseca al héroe, “proteger y servir”. Vogler habla
de alguien capaz de sacrificar las necesidades de uno mismo con el propósito de
alcanzar un bien mayor que repercuta sobre el conjunto de una sociedad.
En cuanto a los valores que integran la moral del héroe clásico, a lo largo de la Historia
se han destacado ciertos atributos por encima de otros, dependiendo de la época. Por
ejemplo, en la caballeresca Edad Media, con el trasfondo de una sociedad aferrada con
fuerza al cristianismo, algunas de las cualidades de mayor reconocimiento eran el honor,
el autosacrificio y la lealtad (Vargas, 2014: 10).
En resumidas cuentas, el héroe, descendiente del mito y protagonista, como veremos a
continuación, de la etapa clásica de la historia del cine, es un ser que destaca por encima
de la sociedad, un salvador capaz de entregar su vida a cambio de la de sus protegidos y
un firme representante del bien, reflejado en cualidades admirables como la valentía, el
altruismo, la prudencia o el honor.
El héroe, en el sentido más tradicional del concepto, existe en tanto que existe una tarea
que debe desempeñar. Sin tarea, no hay héroe clásico. Esa tarea, que por lo general es
puramente física, suele estar marcada por otra persona, a la que llamamos Destinador,
siguiendo el esquema actancial de Greimas (1987). Según su planteamiento, el héroe
sería el sujeto que desea obtener el objeto, fin último de una tarea encomendada y
alentada por una figura que suele representar unos valores morales, como la ley o Dios:
el Destinador. Este personaje realiza el encargo al héroe para un tercer elemento, el
Destinatario, que es quien recibirá finalmente el objeto anhelado y conseguido por el
héroe. De modo que, por poner un ejemplo práctico, Noé sería el sujeto de la historia
dirigido por Dios, el Destinador, con el objetivo de exterminar a todos los seres de
corazón impuro y regenerar la raza humana. La tarea, que conlleva la elaboración de
una gran embarcación, tiene como Destinatario al conjunto de humanidad, aunque si lo
mirásemos desde un punto de vista algo más teocéntrico, el Destinatario último bien
podría ser el propio Dios, incapaz de aceptar la imperfección de los seres que ha creado.
En cualquier caso, Noé, la personificación de los valores cristianos y agente de una
divinidad en el mundo terrenal, dedica una eternidad a la construcción del arca. El
esfuerzo del noble hombre es un sacrificio voluntario para alcanzar un bien superior a él
mismo, la salvación moral de la especie; entrega que lo eleva al pedestal del héroe.
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Aunque puedan presentarse como dos modelos opuestos, nuestro antihéroe no es más
que el producto de una larga evolución de aquella silueta maniqueísta, fruto de unos
valores arraigados en los cimientos de aquella sociedad. No debemos olvidar que el
héroe es una creación del hombre, un símbolo necesario en el que concentrar los valores
que imperan en el sistema social. Su imagen ha sido diseñada como ejemplo, como un
instrumento para sentar cátedra; un molde que constituya para la humanidad un
referente poseedor de todas esas cualidades que, en un determinado momento de la
Historia, se han encontrado en valor. “En tanto que el acto del héroe coincide con
aquello para lo que su sociedad está preparada, se hallará dirigiendo el gran ritmo de los
procesos históricos” (Campbell, 1959: 47). A este respecto, es interesante volver al
ejemplo de Noé, uno de los más célebres héroes bíblicos. Si prestamos atención a la
motivación primordial del Destinador, podemos deducir algo muy significativo. La
intención de Dios al encomendar a Noé el trabajo no es otra que la de exterminar a las
personas moralmente impuras de la faz de la Tierra para, de esta forma, asegurarse de
que el nuevo mundo esté habitado únicamente por seres rectos de espíritu, es decir, por
personas que representen los valores cristianos. Esto es, Noé es elegido para repoblar la
Tierra porque de él se pretenden extraer las réplicas de lo que representa, pues era el
hombre ideal, “un varón justo entre sus contemporáneos”. Y esa es la gran verdad del
héroe clásico. Se trata de un modelo a seguir, un prototipo que debe ser imitado si se
desea alcanzar la perfección. Pero, ¿y si no es la perfección a lo que aspiramos? ¿Y si
los valores han cambiado de forma tan radical que lo verdaderamente plausible es
simplemente lo real? Ante una variación general en la corriente de pensamiento de una
sociedad, se producirá también una transformación o incluso una desaparición total de
los símbolos que abanderan sus valores.
“En el héroe se encarnan las virtudes a las que los hombres aspiramos en cada momento
de la historia” (Aguirre, 1996: 1). En definitiva, obsoletos los valores, la existencia de
una figura que los represente pierde todo su sentido.
Identificados los principios del héroe clásico, advertimos que distan enormemente de
los del modelo que impera en la actualidad. Es entonces cuando nos topamos de frente
con un interrogante: ¿es el antihéroe una creación contemporánea? La respuesta es
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rotundamente negativa. Es preciso rebuscar en el pasado para encontrar las raíces de lo
que hoy denominamos antihéroe y a este respecto, Vargas (2014) afirma identificar al
eslabón perdido en la personalidad del centurión romano. En el contexto histórico de
una Roma Imperial, se trataba de un guerrero cuyos propósitos pasaban por encima de
la moral; un estratega que, “como Julio César, amaba la traición pero odiaba al traidor y
asociaba el bien a los vencedores y el mal a los derrotados”. De acuerdo con este autor,
este bien podría ser antepasado de nuestro héroe moderno.
Pero si dejamos a un lado las abstracciones, los modelos y los arquetipos y nos
centramos en personajes armados para la ficción, en España encontraremos claros
antecedentes en el Siglo de Oro. Los siglos XVI Y XVII alumbraron dos de las obras
más importantes de la literatura española, cuyos protagonistas se aproximan más al
héroe moderno que al modelo que preponderaba en su propio tiempo: El lazarillo de
Tormes y El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
En el caso del cine, campo del que se ocupa el presente estudio, la tendencia a cargar el
peso del relato sobre lo que hoy llamamos “antihéroe”, se dio durante las décadas de los
70 y 80 del siglo XX. González Requena (2006) recoge en su estudio Clásico,
manierista, postclásico: Los modos del relato en el cine de Hollywood, las tres etapas
del cine de estadounidense, en las que se aprecian cambios en el modo de narrar, así
como diferencias en cuanto al modelo de protagonista. Durante el período clásico (años
20, 30 y 40), el héroe del relato seguía las directrices clásicas. El espectador estaba ante
un guerrero, un hombre de acción cuya misión implicaba principalmente un esfuerzo
físico (una aventura, un viaje, una batalla…), pero apenas ahondaba en el aspecto
psicológico.
Sin embargo, a partir de los años 40 y sobretodo en los 50, se desarrolló una narrativa
paralela en la industria hollywoodiense, algo que González Requena denomina como
“etapa manierista”. No quiere decir que esta corriente sustituyese a la anterior, sino que
emergió como una discreta alternativa al modelo tradicional de narración, conviviendo
con el cine clásico y ganando cada vez más terreno con el paso de las décadas. Autores
procedentes de Europa o influidos por las vanguardias europeas, como Alfred
Hitchcock, Billy Wilder y Orson Welles, encontraron dificultades para romper
radicalmente con el sistema imperante en Estados Unidos, por lo que tuvieron que
adaptar su cine y encontrar un punto medio. Es decir, el manierista no sigue la recta de
la cinematografía clásica, pero tampoco es el tipo de cine que predomina en la
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actualidad. Lo que sí es cierto, es que supuso un paso adelante en cuanto a la
profundidad en el tratamiento de los personajes, teniendo los manieristas un interés
especial en el autodescubrimiento y la introspección durante el reto, que por lo general,
seguía siendo físico. La importancia del manierismo norteamericano también radica en
la sospecha que se cierne sobre la figura del Destinador, que se vuelve cada vez más
hueca e innecesaria y con ella, la tarea que asigna al héroe.
Gónzalez-Requena sitúa el salto cinematográfico hacia el antihéroe en torno a los años
70 y la proliferación de este tipo de protagonista en los 80; un modelo que llega hasta
nuestros días y que él designa como “cine postclásico”. Pero, ¿qué caracteriza al héroe
moderno?
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se forja por sus logros materiales sino por la sacudida que estos provocan a su mundo
interior. Poco importa que consiga el tesoro ansiado si con esto no logra resolverse a sí
mismo. Esto es, no alcanzar el objetivo físico no supone una derrota si al menos durante
el trayecto se produce un viaje interno, una batalla mental que pueda acabar por
erradicar los fantasmas del héroe. Como afirma Cano-Gómez (2012), en el cine
postclásico hay dos subtramas entrelazadas que conforman la historia; una en la que el
héroe desempeña un desafío físico y otra paralela que tiene que ver con un reto que
afecta a su universo interno. Por su parte, Vargas (2014) también hace referencia a esto:
“El mcguffin, que Hitchcock definía como objeto deseado por los personajes pero sin
verdadero interés argumental, el eje gravitatorio del relato, ya no es un simple “objeto”
[…] Los personajes no resuelven misterios sino que los misterios resuelven a los
personajes”.
En esa misma línea podríamos situar el aspecto físico del héroe moderno. Mientras en la
etapa clásica el referente representaba fielmente los cánones de belleza, actualmente hay
una tendencia a lo opuesto, con la intención de restar importancia a la apariencia del
héroe y sumársela a aspectos más profundos de su persona. En realidad, el físico del
héroe moderno dependerá en gran parte del género cinematográfico al que pertenezca la
película, siendo la comedia el ámbito donde más enfatizada queda la falta de belleza del
protagonista (el estereotipo del feo gracioso). Así mismo, según el tipo de antihéroe,
teniendo en cuenta la división que haremos más adelante, la apariencia física jugará un
papel mayor o menor en la atracción hacia el personaje. Algunos “canallas”, como Jack
Sparrow, mantienen un equilibro entre belleza y descaro que resulta magnético, pero
igualmente los kilos de más de una “perdedora” como Bridget Jones hacen
especialmente atractivo a su personaje. No se trata de sentirse abducido sexualmente (en
algunos casos es influyente) sino de que la combinación entre el físico del protagonista
y el resto de cualidades que posee resulte convincente. Por ello la industria tiende a
calibrar con precisión las características de sus personajes, de manera que, si el pirata se
presenta como un manipulador sin escrúpulos, el atractivo físico no resultará sobrante,
mientras que en el caso de la chica, cargada de agradable espontaneidad, un “corriente”
aspecto físico constituirá un acertado contrapunto para el personaje. Si el héroe goza de
un físico inmejorable, pero además actúa altruistamente y bajo buenas intenciones, es
más que probable que espectador sufra una especie de indigestión ante el exceso de
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perfección. Esto es justo lo que rehúye nuestro héroe moderno y a lo que Savater (1982)
hace alusión cuando habla de la “sospecha del heroísmo”.
Por todo esto, ante una figura apolínea, cabe esperar dos reacciones. Por un lado, una
respuesta instintiva, relacionada, como mencionábamos anteriormente, con la atracción
sexual, que evidentemente no sirve para el conjunto de los espectadores, o por el
contrario, y esta es la reacción generalizada, un rechazo frontal, que se corresponde con
la sensación de inferioridad que podría experimentar quien observa en la pantalla a un
ser físicamente superior. En este aspecto volveríamos a esa voluntad por igualar al héroe
con el resto de la sociedad.
A modo de resumen, en la ficción, el físico del héroe tiende a desvalorizarse en favor de
su personalidad y actitud, aunque en ocasiones Hollywood sigue haciendo uso del
atractivo envoltorio como arma de seducción para determinado tipo de personajes.
Como ya hemos visto, el protagonista actual no es ningún hijo de dios, sino un tipo
cualquiera que realiza sus propias hazañas en busca de un fin concreto, que nada tiene
que ver con el que perseguía el héroe mítico. La tarea de este se orientaba hacia el bien
común, hacia una meta que le superaba como individuo. Es decir, la sociedad estaba por
encima del interés particular; por encima del héroe y de sus propias inquietudes y esto
exigía un sacrificio que estaba dispuesto a asumir. Lo que ocurre hoy, es algo más
complejo que un simple rechazo a la entrega altruista que demanda el heroísmo.
El héroe ha cortado el cordón umbilical que le unía a la sociedad, aunque en algunos
casos, puede que haya ocurrido al revés. De cualquier manera, nuestro héroe es un ser
descolgado. Ya no “protege y sirve” y no sólo no ejerce como salvador de su rebaño,
sino que ni siquiera se siente cerca de él. Las razones de este divorcio social son
diversas pero se resumen en dos opciones: por un lado puede que el héroe se sienta
decepcionado con la sociedad por algún motivo o bien es posible que sea la propia
sociedad quien lo aparte por ser diferente (ser un criminal, tener una enfermedad
mental…).
Esta individualización, reflejo de la realidad que vivimos, se materializa en un cambio
en el esquema de Greimas (1987), pues el héroe moderno, salvo excepciones,
desempeña la tarea por y para sí mismo y por tanto la figura del Destinador tiende a
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desaparecer, al menos como un concepto abstracto. Se trata de una reivindicación del
egoísmo más puro, del derecho a buscar la propia felicidad; tan personal y diversa que
puede encontrarse tanto en la práctica del canibalismo como en el amor de una pareja.
Sánchez-Escalonilla (2002) critica este individualismo del protagonista actual, pues para
él, un héroe que sólo busque su beneficio particular resulta inconcebible. Para el autor,
“se trata de una moda cínica de finales de siglo XX que intenta diluir al héroe con el
villano”. En la misma línea, Nicolás Casariego (2002) describe al antihéroe como un
“hijo del pesimismo”. “El problema actual de la especie humana es, por lo tanto,
precisamente opuesto al de los hombres de los periodos comparativamente estables de
aquellas mitologías poderosamente coordinadoras […] No existe ningún significado en
el grupo ni el mundo; todo está en el individuo. Pero en él el significado es
absolutamente inconsciente. El individuo no sabe hacia dónde se dirige, tampoco sabe
lo que empuja” (Campbell, 1959: 212).
Como comprobaremos en este estudio, existen personajes totalmente opuestos que aun
así comparten el título de antihéroe, dado que se alejan de la figura clásica, aunque lo
hacen en diferentes direcciones. Los que toman el camino hacia la villanía son quizás
los que más preocupan a la hora de analizar la relación del héroe con la sociedad. Estos
ya no creen en los valores que la rigen y por eso crean su propia moral, sus propias
normas, por las que ellos mismos juzgarán la corrección o incorrección de las acciones.
Es decir, los villanos heroicos viven totalmente al margen de la ley, una situación que
contrasta enormemente con el cometido del héroe clásico, que constituía una especie de
instrumento para el Estado o al menos para los valores sobre los que este se cimentaba.
Por eso, resulta muy potente la paradoja que envuelve a los antihéroes con oficios de
ley, como ocurre en el caso de policías, abogados o jueces.
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mentalmente ese último enfrentamiento en el que, tras unos cuantos golpes recíprocos,
el villano cae accidentalmente por el precipicio mientras el héroe observa jadeante, con
una mirada casi indulgente, el horrible final de su enemigo.
A pesar de que esos “buenos villanos” puedan mostrarse impasibles y hasta crueles en
ocasiones, tienen algo que marca una gran diferencia con respecto al villano puro y esto
tiene que ver con la motivación de sus acciones. Puede que nuestro protagonista tuviera
un pasado doloroso, alguna herida que no terminó de cicatrizar y que escuece tanto que
sentir el sufrimiento ajeno le provoca el mayor de los alivios. O quizás su objetivo
último está tan al alcance del entendimiento y la comprensión humana que cualquier
barbarie nos parece admisible con tal de que llegue a su meta. En cualquiera de los
casos, conocer por qué nuestro héroe se comporta como un villano es importante para
nosotros como espectadores y así lo defienden diversos autores, como veremos en el
siguiente capítulo de este estudio. Sean cuales sean, el antihéroe tiene razones para
hacer lo que hace y este es quizás el punto más poderoso de todos los atributos del héroe
moderno, el que lo aleja definitivamente de esa figura blanda que solía ser; el que acaba
por culminar su conformación.
1.4.1 El psicópata
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Relaciones sociales Son seres que aparentan sociabilidad.
A veces resultan educados y hasta encantadores.
En cuanto a las relaciones sociales, los psicópatas son maestros del disfraz, pues son
conscientes de que para avanzar en sus propósitos, deben deslizarse entre la gente sin
levantar sospechas. Por ello, se presentan como personas educadas e incluso
cautivadoras, llegando a veces a resultar verdaderamente seductores con el fin de
engatusar a una posible presa.
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no contar con ese control, surge en ellos un sentimiento de frustración que puede
desembocar en un brote de ira, normalmente con terribles consecuencias.
1.4.2 El canalla
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Astuto, egocéntrico, ambicioso y ante todo, carismático, son algunos de los adjetivos
que mejor definen a este héroe. Para empezar, es preciso señalar la escasez de
personajes femeninos que cumplan estas características, de forma que la gran mayoría
de los personajes que conforman la categoría de los canallas son hombres
estereotipados, que a veces se presentan con ciertos tintes machistas. Dicho esto, el
canalla es una versión actualizada del pícaro, un término que, basándonos en las
entradas que ofrece la RAE, define a una persona avispada, inteligente y perspicaz,
pero que a la vez resulta innoble y mezquina y cuyo comportamiento sobrepasa en
numerosas ocasiones la barrera de la moralidad. Pues bien, esa definición encaja
justamente con los protagonistas de las películas analizadas en esta categoría.
No sienten apego real más que por sus objetivos últimos: la riqueza, la fama y la
satisfacción de los vicios. Por eso son seres solitarios, espíritus libres que no tienden a
atarse a las relaciones interpersonales, pues esto solo supondría un lastre en su carrera
hacia las alturas. De esta forma, la mayoría de las veces, el sentimiento amoroso no
llega a germinar en estos héroes y en el caso de que lo haga, este queda relegado a un
segundo plano, a la sombra del dinero, su verdadero amor. A este respecto, esa religión
del dólar que profesan, les incita a pensar que todo puede ser comprado, por lo que no
muestran un gran empeño por cuidar el vínculo con sus parejas, en el caso de tenerlas.
No es extraño, por tanto, encontrarlos en prostíbulos donde pueden satisfacer sus
instintos y continuar con la espiral hedonista de su vida. Allí comprobamos su
concepción de la mujer como un objeto puramente sexual. Siguiendo en la línea de las
relaciones personales, la fidelidad para el canalla se encuentra sobrevalorada, aunque en
todo caso y en raras ocasiones, puede que muestren algún ligero destello de lealtad
hacia la amistad, o más bien hacia la camaradería, pues como ya hemos mencionado,
suelen vagar en la más absoluta soledad afectiva, rodeados a veces de muchos
conocidos, pero de pocos verdaderos amigos.
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Poco les preocupan las consecuencias que sus actos puedan ocasionar al resto de la
humanidad, siempre y cuando se presenten beneficiosos para ellos mismos, pues son
personalidades egocéntricas, sedientas del reconocimiento público. Sin embargo viven
con pasión, toman riesgos y se aventuran hacia lo peligroso, lo que los hace
inconscientes a la par que decididos y este es quizás uno de los puntos por los que nos
resultan fascinantes. Otro aspecto que lo hace especialmente atractivo es su capacidad
resolutiva, pues la astucia, no tanto la inteligencia, con la que se desliza en la sociedad
es digna de atención.
1.4.3 El desencantado
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Este es quizá el arquetipo más ambiguo de los cuatro y por lo tanto, el más difícil de
definir. Se trata de un protagonista capaz de realizar actos condenables, como puede ser
el asesinato, pero que muestra su fragilidad de forma tan sutil que acaba por despertar
en el espectador una total simpatía hacia su situación. No son personajes lastimeros,
sino seres férreos que no dejan que sus sentimientos sean transparentes para los demás,
pero cuya humanidad puede apreciarse en los pequeños detalles. Es un héroe que se
rompe, un tipo que sufre sin llegar a resultar pesaroso, pero a la vez es capaz de realizar
actos que podrían considerarse heroicos y es ahí donde radica el atractivo del personaje
desencantado.
De esta forma, el héroe atormentado intenta disipar sus fantasmas a través de algún
cometido, algo que le ayude a estar en paz consigo mismo. En ocasiones esto le lleva
por el camino de la venganza, aunque también puede ocurrir que encuentre sosiego a
través de otras vías. En cualquier caso, lo que deba llevar a cabo para alcanzar ese
objetivo no resulta de ninguna manera reprobable a ojos del espectador, pues el fin
último justifica la metodología en el caso de estos personajes.
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No son seres totalmente asociales, pero al tener un resentimiento, no resultan personas
afables, aunque su hosquedad no es percibida de forma extremadamente negativa y
puede, incluso, llegar a parecer carismática en determinadas ocasiones.
1.4.4 El perdedor
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del villano. De hecho, incluso el héroe clásico se situaría en un puesto más elevado en
esa escala de la malignidad, pues aunque actúa altruistamente, por un bien mayor a sí
mismo, sí es capaz de hacer daño a sus opositores. En ese sentido, el perdedor es un ser
inofensivo, incapaz de sembrar el mal pero muy propenso a recogerlo, lo cual le otorga
un papel de víctima en la historia.
El grupo de los perdedores es quizás el más heterogéneo de los cuatro, pues dentro de él
podemos establecer una distinción en base al tipo de infortunio que envuelve sus vidas.
Por otro lado, existen otros ámbitos en los que el protagonista podría presentarse como
un ser desgraciado, como el trabajo o la salud. De la misma forma, también hallamos
personajes que encuentran rechazo en la sociedad por algún rasgo o hábito que hace que
no parezcan encajar en ella, como ocurre con Billy Elliot (Daldry, 2000) con su amor
por la danza clásica. Pero por lo general, el perdedor es un tipo sin suerte en la vida,
alguien que, ya sea por enfermedad, pérdida de un ser amado o simple mala racha, está
muy lejos de su propia felicidad. Habitualmente, a lo largo de la historia asistimos a un
cambio de actitud que hace que su vida experimente también un giro definitivo, que le
ayudará a desprenderse del cartel de víctima.
Suelen ser seres faltos de confianza, con un físico no demasiado agraciado, algo torpes y
poco resolutivos, con escaso o nulo coraje para enfrentar sus problemas y miedos. La
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clave para la identificación del espectador con este tipo de antihéroe, como veremos a
continuación, está en costumbrismo que rodea al personaje: una vida sin sobresaltos, un
trabajo aburrido, el monótono día a día, reveses cotidianos que complican la existencia
y un largo etcétera.
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2. Identificación del espectador contemporáneo
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que tanto le entusiasma y continuara usándolo en su día a día incluso como uniforme
escolar. Este segundo niño va un paso más allá, pues se transforma en una especie de
aprendiz y trata de imitarlo en la vida real, en un deseo por ser ese personaje. Con este
sencillo ejemplo podemos ilustrar la diferencia entre identificación e imitación. Cohen,
explica que, mientras la imitación es un mecanismo externo y comportamental, la
identificación conlleva un componente interno. El niño que cuelga el disfraz y vuelve a
su vestimenta habitual se ha sentido durante un tiempo el personaje. El segundo chico,
en cambio, se ha empeñado en adoptar aquellos rasgos que le deslumbran del personaje
y que le provocan ese deseo de ser como él (su ropa, su conducta…). Esto pasa incluso
con algunos actores, que quedan tan absorbidos por el papel que lo acaban emulando,
convirtiéndose en una copia fuera de la ficción.
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que ayuden en el camino hacia la identificación, pero desde luego no se trata de
sinónimos, pues en ninguna de esas sensaciones la posición del espectador es la misma
que la del personaje. En definitiva, el espectador que experimenta la identificación se
encuentra en un estado emocional y cognitivo, es decir, está en la fase culminante de un
proceso, de un fuego que pudo haber empezado por una chispa de atracción o quizás de
familiaridad.
Siguiendo con este acercamiento al término, Cohen afirma que el grado de
identificación con un personaje debe medirse en base a parámetros de frecuencia e
intensidad. Esto significa que, cuanto más absorba al espectador, más empatice con él y
consiga que este apoye sus metas, más puede decirse que lo ha sumergido en ese estado
emocional. Entonces, ¿resulta influyente el tiempo de exposición del personaje para el
espectador? Podríamos decir que sí. De hecho, esto podría servir para explicar la ligera
ventaja con la que cuentan los personajes de televisión respecto a los cinematográficos.
Aunque no siempre es vinculante, cuanto más tiempo cuente una producción para su
desarrollo, más oportunidad tendrá de mostrar los matices que encierra el personaje y de
dibujar gradualmente unas características que induzcan al espectador a abandonarse por
completo ante él. Es como observar el crecimiento de un bebé hasta su adultez; se trata
de un viaje de mecánica lenta. Basándonos en esto, la televisión tendría un molde
bastante más efectivo sobre el cual desarrollar personajes con los que el espectador se
identifique. Una estructura dosificada en capítulos alarga la permanencia del personaje
en nuestras vidas y con ello se crea una especie de vínculo familiar. Como defienden
R.B Rubin y McHugh (1987) “al igual que en las relaciones interpersonales, la duración
de la familiaridad es importante para la naturaleza de la relación entre el espectador y el
personaje”. O sea, que cuánto más se exponga la audiencia al personaje, más probable
será que llegue al punto de imaginar ser él. Pero, ¿qué hay del cine? ¿Consigue arrastrar
de esa forma al espectador? La respuesta es afirmativa, aunque evidentemente, dada la
duración media de una película, que oscila en torno a las 2 horas, y el carácter de
experiencia temporal con la que es concebida, penetrar en el público se convierte en un
logro ciertamente meritorio. Los personajes analizados en este estudio poseen ese don,
esa capacidad de persuasión que, como en publicidad, se basa en el atractivo del
mensajero más que en el del mensaje en sí.
Vistas las bases de la identificación, podemos plantearnos de nuevo lo que este capítulo
pretende abordar: el motivo por el cual personajes perversos, antisociales, arribistas o
25
incluso gafes resultan tan fascinantes a nuestros ojos. Para ello, es preciso establecer de
nuevo una separación entre los personajes con atributos “villanescos” y los que carecen
de ellos. Hablemos de héroes desafortunados y de héroes oscuros.
Ya hemos visto que es preciso que los espectadores vean a través de los ojos de los
personajes para poder llegar a ese estado de identificación, por lo que la similitud entre
espectador y personaje juega un papel fundamental en el proceso. Esa similitud puede
basarse en la apariencia física, en el sexo, la edad, la raza, etc., pero también en aspectos
más psicológicos como sentimientos compartidos (miedo, ridículo) que están
relacionados con la vivencia de situaciones similares (Cohen, 2001: 259). Cohen da el
ejemplo de dos clásicos de Disney, Dumbo (Sharpsteen, 1941), del cual extrae la
sensación del protagonista de ser ridiculizado, y Bambi (Hand, 1942) un personaje
asustadizo y dependiente. El sentimiento de inseguridad es inherente al ser humano y en
él radica la clave de la empatía con personajes que poco tienen que ver con la figura del
triunfador.
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teorías; cuatro puntos de vista desde los cuales dar definitivamente con el quid de la
cuestión.
“Un personaje real, como cualquier persona real, no es un simple rasgo, sino una
combinación única de muchas pulsiones y cualidades, siendo así que algunas de ellas
pueden entrar en conflicto” (Vogler, 2002: 57).
Vogler está en lo cierto. Somos seres poliédricos y por esa razón los personajes, a
nuestra imagen y semejanza también lo son. Esta primera teoría vendría a defender la
existencia de los grises, frente a la clásica dicotomía entre el bien y el mal; el blanco y
el negro. Cuando nos enfrentamos a personajes oscuros, tendemos a buscar en ellos,
casi de forma instintiva, un rayo de luz que nos evite reparar en toda esa oscuridad que
los envuelve. Es como si los seres humanos tuviésemos la capacidad de suprimir la
moralidad cuando se trata del ámbito del entretenimiento, como si los actos deleznables
no nos resultaran censurables, sino comprensibles y por eso los observáramos desde el
área del entendimiento y no desde la posición de un juez. Volviendo a ese pequeño rayo
de luz, hay que tener en cuenta que, salvo excepciones, somos seres compasivos; es
intrínseco a nosotros buscar ese lado bueno (no necesariamente en términos de bondad,
sino de positividad) en los personajes turbios. De este modo, los crímenes de un asesino
en serie como Hannibal Lecter, parecen quedar en un segundo plano frente a los
momentos en los que este hace gala de su aguda inteligencia. Esto es, la cualidad
positiva, prevalece para el espectador y se antepone a los aspectos negativos, por
horribles que sean. Nos aferramos a cualquier detalle, aunque parezca mínimo, para
sentirnos de alguna forma aliviados.
Por otra parte, nuestra naturaleza racional, hace que sintamos necesaria una justificación
para cada acontecimiento. Nada ocurre porque sí y de la misma forma, la maldad no
brota en el ser humano por azar. En el caso de estos personajes, solemos buscar dos
atenuantes: una herida del pasado o un objetivo aceptable. Por un lado, puede que el
personaje se comporte de tal modo debido a algo que le ha acontecido con anterioridad,
algo que le ha trastocado de tal manera que ha llegado a afectar a su modo de operar.
En cambio, puede la clave para su absolución no se encuentre en su pasado, sino más
bien en su futuro, en lo que quiere conseguir; un objetivo que nos parece tan lícito y
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comprensible que nos lleva a perseguir con él la meta, aunque alcanzarla implique
realizar los actos más repugnantes. En otras palabras, el fin justifica los medios.
John y Craig son dos amigos que van a la montaña a practicar escalada pero de pronto,
uno de ellos, John comienza a sentirse mal y cae enfermo. Craig deja a su amigo a su
suerte y es aquí cuando la historia se bifurca: en una versión, el abandono se debe a que
Craig se marcha a auxiliar a un grupo de escaladores que se encuentran en peligro, pero
en la otra, lo hace porque su amigo enfermo le supone un lastre para alcanzar la cima de
la montaña. En una de las versiones John acababa muriendo, pero esto no fue relevante
para los participantes del estudio, que reaccionaron positiva y negativamente ante la
actuación de Craig en base a los motivos que lo habían llevado a actuar así. La mayoría
valoró de forma positiva la actitud de Craig en la primera versión. En cualquier caso,
quedó claro, y en eso se basa esta primera teoría, que lo verdaderamente relevante es la
motivación del personaje. Todo lo que ocurra alrededor no son más que efectos
colaterales.
Por más atractivos que nos resulten, debemos tener en mente que el final de estos “fuera
de ley” no suele ser muy feliz. Quizás lleguen a alcanzar su objetivo pero el precio suele
ser alto, pues tienden a acabar solos, arrestados o, en el peor de los casos, bajo tierra.
Santaularia (2009) apunta que, al ser tener semejante fin, el sujeto queda derrotado, lo
que genera en el espectador una sensación de superioridad moral frente a él. En otras
palabras, nos hace sentir mejores personas y hace que nuestro sistema social y sus
normas cobren sentido: “Afortunadamente, al final nuestra fascinación por estos
personajes no compromete nuestro sentido de lo que es moral y justo”. Siguiendo el
planteamiento de esta investigadora, podríamos llegar a una conclusión en la que el
antihéroe sería una especie de excusa enaltecedora para el espectador y no sólo eso, sino
que además sería un mero instrumento para constatar lo que es correcto y lo que no.
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Pero ¿realmente nos determina el final del antihéroe? Ya vimos en el capítulo anterior
que, en el protagonista moderno, lo verdaderamente destacable no es el fin último, sino
el camino que ha recorrido hasta llegar allí. Es el viaje del héroe, no en el concepto
clásico de Campbell (1959) sino en un sentido que tiene que ver más con las emociones.
Si durante toda la proyección, el espectador lo ha apoyado en sus malos hábitos o
simplemente ha sentido adoración por su actitud despreocupada ante la vida, ¿qué nos
hace pensar que cambiará de opinión ante el final?
Según Northrop Frye (1957), “el factor común de los héroes es que estos son una
manifestación de esos deseos que todos y cada uno de nosotros tenemos”. Este
investigador afirma que, cuando empatizamos con este tipo de héroe lo que hacemos no
es sólo conectar de algún modo con él, sino encontrar en nosotros mismos algo que
prácticamente habíamos olvidado. Es decir, el personaje provoca el autodescubrimiento
en el espectador, aunque lo que desempolva se halla en lo más profundo de nuestro
subconsciente, allá donde la moral estipula la inconveniencia de hurgar. Lo que estos
protagonistas nos hacen recordar es que somos seres salvajes por naturaleza, animales
que, bajo el yugo de unas normas sociales, vivimos reprimiendo nuestros instintos más
bajos. Pero ellos no se contienen, hacen lo que quieren cuando quieren y como quieren.
Pasan por encima de esas normas hasta el punto de crear su propia justicia, alejando su
imagen de la de una sociedad borreguil que no les interesa lo más mínimo. Este
antihéroe nos permite, liberar a la bestia, desfogar nuestro lado más retorcido o
sencillamente experimentar, aunque sea en la ficción, la adrenalina de vivir al límite. Al
espectador le gustaría poder satisfacer esos impulsos pero debido a que vive en un
sistema social, existen unas restricciones que se lo impiden, encontrando en el personaje
una fuga para esos deseos ocultos.
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2.2.4 Teoría IV: El neo-romanticismo
Esta es la teoría que planteamos con mayor firmeza y que podría explicar las
anteriormente expuestas.
Es algo evidente que la sociedad se ha vuelto cada vez menos impresionable. Poco a
poco, gracias en gran parte a los medios de comunicación, vamos sintiendo un menor
impacto ante las atrocidades que presenciamos, por lo que parecemos estar entrando en
una especie de estado anestésico ante el horror. A este respecto nos encontramos ante un
nihilismo pasivo de la sociedad, un derrumbamiento de los valores que provoca la
desorientación generalizada, agudizada por un hecho que Vargas (2014) destaca como
punto de inflexión en el neo-héroe: el 11-S.
¿De qué manera pudo determinar ese acontecimiento en la masiva proliferación de los
arquetipos anti-heroicos? Tras la Segunda Guerra Mundial, una vez destapados los
crímenes cometidos por el nacismo, la sociedad se sumergió en una profunda crisis de
razón (una de tantas en la Historia), pues la asociación de los artífices a pensadores de
influencias humanistas debilitó por completo esta corriente de pensamiento. Ante ese
desencanto, surgieron teorías deshumanizadoras, de las que se nutre en gran parte el
héroe de la postmodernidad. Pues bien, del mismo modo, el 11-S provocó una situación
similar, pues el inesperado impacto a la robustez del sistema estadounidense generó un
shock social, lo cual se tradujo en una pérdida total de la confianza. Todo está en duda;
ya nadie ni nada resulta seguro. Y de esta forma, esta sensación se ha trasladado en
masa a las pantallas, primero televisivas y posteriormente en el cine, a través de
personajes desidiosos, egoístas y autocomplacientes, que viven dibujando una constante
línea que los separe del resto de la sociedad.
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3. Ejemplos de la cinematografía postclásica
3.1 El psicópata
De esta forma se refieren al doctor Hannibal Lecter desde la propia película, aunque
quedarse en la simpleza de esa afirmación sería despreciar la riqueza y la complejidad
de este enigmático personaje.
Lo cierto es que Lecter es como una serpiente: encantador a la par que letal. Por eso no
ha de extrañarnos el hecho de que lo mantengan preso en una especie de urna de cristal
que recuerda a un terrario para reptiles; o aquella otra escena en la que lo vemos en el
centro de una habitación, encerrado en una jaula, aislado del resto de la humanidad, lo
cual nos incita a reparar en que se trata de una criatura verdaderamente peligrosa. Al
igual que una pitón, Hannibal puede atacar en cualquier momento, de forma
impredecible y lo que resulta más aterrador es el hecho de que cualquier persona
humana es una víctima potencial. En ningún momento el doctor muestra signos de culpa
31
o compasión por alguna por sus víctimas, a las que aniquila con total frialdad, haciendo
gala de una absoluta falta de empatía.
Su fuerza opositora es la ley, representada por los agentes de la policía, los celadores, la
senadora y su propio psiquiatra, a los que engaña y manipula para zafarse de su jaula y
poder así continuar con sus prácticas caníbales. A su vez, la ley lo necesita para resolver
el caso de un asesino en serie al que apodan Buffalo Bill y es entonces cuando más
apreciamos la personalidad narcisista del doctor Lecter. Es un tipo de elevada
autoestima que se considera intelectualmente superior a la autoridad y por ello la
maneja a su antojo, en una especie de juego que parece resultarle estimulante. En El
silencio de los corderos (Demme, 1991), Hannibal Lecter no es realmente el “asesino
oficial” de la historia, lo cual puede hacer que relativicemos en cierto modo su
condición psicopática. Aunque al final escape y se convierta en el objetivo de la caza
policial, no es él a quien buscan desde un principio, pues, al comienzo, está más que
apresado y aislado en su cristalina celda. Esto es, el hecho de que ayude a Clarice a
“ascender”, como él mismo afirma, dándole pistas sobre el perfil psicológico de Buffalo
Bill, lo convierte, de algún modo en un ayudante de la aprendiz de FBI.
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Por su parte, la relación entre Lecter y Clarice es tan extraña como fascinante. El doctor
conoce el arte de la manipulación y lleva a la joven a abrirse por completo ante él a
cambio de información sobre Buffalo Bill, algo que le permite conocer sus más
profundos traumas de la infancia. En otras palabras, Lecter seduce a Clarice y la acaba
psicoanalizando, de tal manera que esta deposita toda su confianza, sus recuerdos y sus
temores más ocultos en manos de un psicópata al que todos desearían tener a kilómetros
de distancia.
Patrick es hijo del dueño de una compañía de Wall Street, tiene 27 años, éxito social y
económico. Pertenece a la alta sociedad vive en un lujoso apartamento y frecuenta los
clubes y restaurantes más exquisitos de la ciudad. Una “supuesta novia”, Evelyn, y
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varias amantes, prostitutas y películas pornográficas completan su vida sexual. Pero es
precisamente esa sensación de tenerlo todo lo que lo vuelve insatisfecho y genera en él
unas ganas insaciables de matar.
Es tan frío como la materialista sociedad que le rodea, formada por hombres vestidos
con carísimos trajes idénticos que solo se preocupan por sus propios asuntos. No siente
lástima ni piedad por nadie más que sí mismo y esto lo vemos en todos sus asesinatos,
destacando especialmente los del gato callejero y el mendigo, seres que se encontraban
ya de por sí en una posición de indefensión absoluta. Resulta escalofriante la crueldad
con la que se dirige al vagabundo:
¿Sabes lo mal que hueles? Apestas a mierda […] ¿Sabes que eres un jodido
perdedor?
Tengo todas las características de un ser humano, carne, sangre, piel, pelo, pero
ninguna sola emoción clara e identificable, excepto avaricia y aversión.
Sin embargo, y aunque él mismo confiesa sentirse letal cuando mata, experimentando
una especie de frenesí con cada víctima, hay ocasiones en las que atisbamos en él un
intento por considerarse normal. Es el caso de dos conversaciones que mantiene con
Evelyn. En la primera ella le pregunta por qué, siendo el hijo del dueño de la empresa,
no abandona el trabajo, a lo que él contesta que nunca lo hará porque desea hacer algo
“normal”. La otra charla tiene lugar casi al final de la película, en la escena del
rompimiento con su novia. En ese momento ella, entre lágrimas por la ruptura, lo acusa
de ser inhumano, obteniendo una inmediata y resentida réplica de Patrick:
Bateman es un joven culto, con un vasto conocimiento sobre música, tanto que suele
emplearla como elemento de fondo en sus crímenes. Se trata de un hombre vanidoso,
que incluso cuando mantiene relaciones sexuales lo hace admirando su físico en un
espejo. Es atractivo, maniático y mantiene una actitud obsesiva hacia su apariencia,
haciendo dieta, practicando ejercicio y usando decenas de productos, entre mascarillas,
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cremas y lociones para el rostro, su tesoro más preciado. De hecho, cuando la prostituta
a la que llama Christie le da una patada en el intento de la chica por escapar, él exclama:
Siento un momento de pánico total cuando me doy cuenta de que el piso de Paul da
a Central Park y evidentemente, es más caro que el mío.
Patrick es un perfecto fingidor pero a veces comenta la pesadez de llevar esa máscara de
normalidad cuando en realidad por dentro es diferente. Ese asco por su propio disfraz lo
vemos, por ejemplo, cuando le dice sonriente a la camarera del club que la matará a
navajazos por no aceptar un vale como pago, o cuando le dice a Jean, su secretaria, que
no se vuelva a poner ese conjunto, para después suavizarlo con un encantador:
El final de la película ha sido muy debatido, pues ante la ambigüedad del desenlace hay
quien piensa que realmente no comete esos crímenes, sino que todo se trata de
alucinaciones de una mente enferma. Otros defienden la veracidad de los asesinatos y
apuntan hacia una sociedad individualista que, en base a sus propios intereses, trata de
ocultar las atrocidades cometidas por Bateman. Por otra parte, hay quienes se inclinan
por la mezcla entre realidad y fantasía. De cualquier manera, lo que es cierto es que,
materializados o no los homicidios, la psicopatía habita en él, en su interior; está dentro
de Patrick, aunque, en definitiva, según el joven asesino:
Dentro no importa.
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3.2 El canalla
Es una versión pervertida de Robin Hood que roba a los ricos para dárselo a sí
mismo.
De esta forma, describe la prestigiosa revista Forbes a Jordan Belfort, con un artículo
que, además de bautizarlo como “El Lobo de Wall Street”, consigue provocarle un
inesperado subidón de adrenalina, mayor aún que el que pueda proporcionarle
cualquiera de las drogas que consume. Su auténtica adicción lleva estampado el símbolo
del dólar, algo que advirtió ya desde muy joven. Él mismo narra su historia en primera
persona, haciéndonos partícipes de cada paso que ha de dar hasta llegar a la cima:
“Tengo 22 años, estoy recién casado y soy un mocoso loco por la pasta. ¿Y qué
hago? Irme al único sitio de la tierra que encajaba con mis nobles ambiciones”.
Sus comienzos en Wall Street lo presentan como un corderito avispado, obediente a las
demandas de sus jefes, pero que ya desde el principio apunta maneras, demostrando las
ganas por desmarcarse del común de los mortales. Pues, ¿quién tendría las agallas de
intentar vender acciones en su primera entrevista de trabajo? “Tenía que intentar
destacar, ¿no, señor?”, se excusa Jordan ante sus superiores. Este carácter arriesgado y
atrevido del joven Belfort le resultará muy útil en su maratón hacia el éxito.
En los comienzos demuestra algo de rectitud moral o más bien de ingenuidad. En una
comida con su jefe, el bróker al que interpreta Matthew Mcconaughey, ambos
mantienen una conversación sobre cómo funciona el negocio de las acciones. Jordan,
sostiene la inocente idea de que el objetivo es que tanto brokers como clientes obtengan
beneficios, pero pronto el jefe, que ya está metido hasta el cuello en esa vorágine de
sexo, drogas y rock & roll que le espera al protagonista, le abre definitivamente los
ojos. Para subir, hay que pisar cabezas, algo que en un primer impacto puede sonar
deplorable, pero que a ojos del espectador parece suavizarse si las cabezas a pisar son
las de los millonarios que pueblan el mundo. He ahí la razón de la comparativa con
Robin Hood. Incluso recluta un ejército de personas que no han tenido suerte en la vida,
pero que también poseen ese hambre voraz de prosperar, convirtiéndolos en su manada,
en “sus guerreros” y a su vez en sus compañeros de juergas.
Os diré una cosa: no hay nobleza en la pobreza. He sido un hombre rico y he sido
un hombre pobre y prefiero ser rico todas las veces. Porque siendo rico, cuando
tengo que enfrentarme a mis problemas voy sentado en una limusina, llevo un traje
de 2.000 dólares y un reloj de 40.000. […]
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Y si alguien de aquí cree que eso es superficial o materialista que busque trabajo en
un puto McDonalds porque ese es su sitio.
Jordan Belfort pasa de ser un aprendiz de bróker a fundar su propia empresa millonaria,
estafando sin control y viviendo día a día al límite, rozando la muerte con los dedos, así
como la gloria. Su final aunque resulta moralizante, pues termina perdiendo a su familia
y la posición que había conseguido, dejando una sensación contradictoria. Aprovecha su
don de palabra, su fiereza como empresario para inculcar sus valores en aspirantes a
ganadores, futuros empresarios que asisten maravillados a sus conferencias sobre cómo
alcanzar el éxito. Es decir, después de todo, se erige como ejemplo, como modelo de
triunfador a pesar de haber sido juzgado y condenado por la ley, lo cual dice bastante de
la sociedad, cada vez más condescendiente en favor el objetivo último: sobrevivir y
prosperar.
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3.2.2 Jack Sparrow: el rufián de Disney
Sparrow es un tipo práctico, movido por el interés, que vendería a cualquiera con tal de
alcanzar sus propósitos en la vida, los cuales resume bastante bien en una escena:
Me propongo tomar una de estas naves, reunir una tripulación en Tortuga y atracar,
saquear y robar como una comadreja hasta reventar.
Es un cínico que no tiene reparo en confesar sus lúdicas intenciones y de hecho, las
proclama con orgullo; plenamente consciente de que es un auténtico canalla. En ese
sentido es un personaje transparente:
No soy honesto. Y de un hombre que no es honesto solo se puede esperar que no sea
honesto. Honestamente, es con los honestos con los que hay que tener cuidado
porque nunca se puede prever cuando harán algo extraordinariamente absurdo.
Está claro cuáles son sus vicios: las mujeres, el ron y los tesoros. Por ello, menciona
constantemente su voluntad de zarpar hacia el que parece considerar su paraíso, Isla
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Tortuga, un lugar decadente donde se concentran los peores maleantes de los mares, que
encuentran allí prostitución y alcohol a raudales.
El capitán Jack Sparrow (como exige ser llamado) siente un profundo amor por sí
mismo lo que le hace incapaz de amar a nadie más. Es un mujeriego, aspecto que
comprobamos en una cómica escena en la que, al llegar a Isla Tortuga, es recibido por
varias mujeres que, casi en fila india, van propinándole, una a una, sonoras bofetadas.
Aunque apreciamos síntomas de atracción hacia su nueva compañera de aventuras,
Elizabeth, interpretada por Keira Knightley, lo cierto es que se convierte en algo
pasajero que no pasa del plano sexual, pues incluso es capaz de usarla como rehén,
amordazarla con un grillete y amenazar con ahorcarla con tal de conseguir escapar a la
justicia. Jack no conoce el amor pero tampoco desea conocerlo, así como en ningún
momento parece sentir necesidad por nadie, a menos que le sea útil para hacerse con un
botín, pero desde luego, no muestra necesidad afectiva.
De la misma forma, la relación que mantiene con Will Turner resulta, cuanto menos,
enigmática. Will es todo lo opuesto a Jack. Es un muchacho noble, de firmes principios
que detesta a los piratas y lo que estos representan. Sin embargo son varias las
ocasiones en las que cree en la bondad de Sparrow, una esperanza que comparte con
Elizabeth y que Jack siempre se encarga de evaporar con su comportamiento egoísta.
Son numerosas las ocasiones en las que el pirata los utiliza como moneda de cambio
para un beneficio propio. Es el caso de lo que ocurre hacia el final del relato, cuando
después de todo un viaje junto al muchacho, Jack entrega a Will al enemigo, el capitán
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Barbosa, que necesita su sangre para romper la maldición de la Perla Negra, maldición
que también afecta a Sparrow; de ahí su traición.
No obstante, y aunque el 99% de las acciones de Jack están motivadas hacia su propio
bienestar, hay algunos instantes, ciertos flashes de nobleza que despistan al espectador.
En su primer encuentro, Will y Sparrow mantienen un enfrentamiento, pues Will desea
cumplir con su deber de ciudadano entregando al pirata a las autoridades, una lucha que
termina con el capitán apuntando a la cara del chico con un revólver. Entonces, cuando
creemos que Jack será capaz de disparar con tal de librarse de la cárcel, este nos rompe
los esquemas:
- ¡Apártate!
- ¡No!
- ¡Por favor!
Entonces, ¿es Jack Sparrow un héroe? ¿Es tan siquiera un verdadero pirata? En ambas
cuestiones la respuesta es no. Se trata de una figura ambigua y desconcertante que como
le ocurre a Elizabeth, nos provoca preguntarnos constantemente: “¿De qué lado está
Jack?”. Lo que está claro es que no se trata de un pirata al uso, pues si analizamos la
figura de los clásicos, como Barbanegra, que aparece como personaje en la cuarta
entrega de la saga, las diferencias se hacen evidentes. Sparrow ni siquiera respeta el
código de los piratas, un síntoma de su individualismo absoluto, de su rechazo por
cualquier norma social, aunque sea la de su propio gremio. Él no se siente perteneciente
a la sociedad de la que provienen Will y Elizabeth, pero tampoco a la que se supone
debería corresponderle como pirata. En una ocasión confiesa a Will:
La única regla que realmente importa es esta: lo que un hombre puede hacer y lo que
no puede hacer.
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3.3 El desencantado
Estuve casi tres años en Corea. Pegábamos tiros, apuñalábamos con bayonetas,
matábamos a críos de diecisiete años a balazos. Cosas que recordare hasta el día que
me muera, cosas horribles, pero con las que tengo que vivir.
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mundo, lo cual hace que se sienta aún más solo. Sus hijos lo consideran un auténtico
cascarrabias, incapaz de relajarse y sus nietos sienten más aprecio por su coche que por
él. Para Walt son todos unos hipócritas, algo que manifiesta en el funeral de su esposa,
donde lanza constantes gruñidos y miradas acusadoras ante la falta de respeto de sus
nietos, que no paran de bromear durante la misa:
Tengo más cosas en común con estos amarillos que con mi malcriada familia. ¡Hay
que joderse!
Es un tipo arisco, sin pelos en la lengua, que no duda en decir lo que piensa hasta de un
sacerdote que, inocentemente, se cree capaz de conducir el alma del viejo Walt hasta la
salvación. Pero lo cierto es que a Kowalski la religión le enerva, pues considera que
sabe más de la vida y la muerte de lo que puede saber “un niñato que acaba de salir del
seminario”.
Por otro lado, también observa a la juventud con cierto desprecio, desde la rigidez y la
disciplina a la que está acostumbrado, dada su formación militar. Sin embargo, ve algo
en Thao, su vecino, que le hace pensar que aún existe algo de esperanza. Él y su
hermana son su hilo conector con la sociedad, lo que acaban por reconciliarle de alguna
forma con ella. Esto resulta paradójico teniendo en cuenta que Walt es un patriótico y
conservador ciudadano americano, que no duda en expresar continuamente su fastidio
ante la oleada de inmigrantes que “invaden” su territorio.
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Es racista, algo que deja entrever en su humor, así como su menosprecio hacia los
vehículos de fabricación extranjera, especialmente si son asiáticos. Haber combatido en
Corea le ha provocado una sensación contradictoria pues, por un lado, siente una
tremenda culpa por lo que allí realizó y por otro, sigue experimentando cierta
animadversión hacia todo lo proveniente de Asia, incluidos sus vecinos, a los que se
refiere como “cara-pomelos”, “amarillos” o “rollitos de primavera”. Por eso, cuando
salva a Thao de los matones, rechaza radicalmente los obsequios con los que la familia
del chico le agradece su hazaña, considerándose no merecedor de ningún elogio, a la
vez que se sorprende por la actitud de las personas a las que solía considerar intrusas. Su
relación con el chico pasa del rechazo al afecto, dejándonos ver a un Walt menos duro,
algo que también percibe la hermana de Thao:
- Pasas el tiempo con él, le enseñas a arreglar cosas, le has salvado del gilipollas de
nuestro primo… Eres buena persona.
Walt Kowalski sabe que su enfermedad acabará matándolo. Por eso, ante la violación de
la hermana de Thao, encuentra la forma de redimirse de sus pecados y encontrar la paz
que lleva tanto tiempo buscando. De esta forma, adelanta su inminente muerte para que
el inocente Thao no se manche las manos y acabe arruinando su vida, como hizo él años
atrás:
¿Quieres saber que se siente al matar a un hombre? Pues algo horrible, maldita sea.
Lo único peor es que te den una medalla al valor por matar a un pobre crío que lo
único que quería era rendirse. A un amarillo joven y asustado como tú. Le dispare en
toda la cara con esa arma que tenías en las manos hace un segundo. No hay un solo
día que no lo recuerde y no querrás vivir con eso.
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3.3.2 Theo Faron: el activista desilusionado
Theo es un tipo sin ilusión, fruto de una sociedad sumida en el caos total. El hambre, los
durísimos controles a la inmigración, las bombas y la política del terror del gobierno
Británico han acabado por confirmar una triste realidad que Theo observa con
resignación: “El mundo se ha ido al carajo”.
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- Nunca he conseguido entender cómo pudiste superarlo tan rápido”
- ¿Crees que lo he superado? Eso no lo supera nadie. Vivo con ello todos los días.
Tú no tienes el monopolio del sufrimiento. Siempre llevas su recuerdo como una
cruz.
Debido a esa pérdida, Theo, se levanta cada día sin metas en la vida, cambiando la lucha
por un puesto de oficina. Ha tomado hábitos que no solía tener, como fumar o beber y
su día a día se ha vuelto monótono e insoportable, algo que deducimos de sus
conversaciones con Jasper:
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Theo aparenta ser un hombre rígido, pero en ocasiones podemos ver su lado más
sensible, especialmente en las escenas con Kee, donde atisbamos cierta ternura hacia la
chica, a la que protege con su vida cuando es necesario. Uno de esos momentos
entrañables, que nos permiten ver a Theo desde otra perspectiva, es aquel en el que
enseña a Kee a sacarle un “aire” a su bebé:
Kee y el milagroso niño que nace de sus entrañas hacen también renacer en cierto modo
a Faron, brindándole la esperanza y la capacidad para volver a sentir después de tanto
tiempo de encerramiento personal. Ayudar a Kee y a su hijo a escapar es ayudarse a sí
mismo a encontrar la paz pérdida, la paz que se fue con un niño y ahora regresa a través
de otro.
3.4 El perdedor
Soy el hazmerreír del país, tengo el culo del tamaño de Brasil, soy hija de un hogar
deshecho y un desastre en todo.
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Así se ve a sí misma y así nos lo hace saber la protagonista de El Diario de Bridget
Jones (Maguire, 2001), una chica de 32 años, llena de complejos físicos y emocionales.
Para empezar, como ella reconoce, es bastante desastre en todo: Se le traba la lengua al
hablar en público, mete la pata en sus entrevistas de trabajo, se viste de conejita cuando
la fiesta ya no es de disfraces y cocina tan mal que solo es capaz de producir una extraña
sopa azul. A esto hay que sumarle su apego a la botella de vino y el nada saludable
hábito de fumar. En el trabajo tampoco le va mucho mejor, pues tiene un puesto
mediocre en una editorial donde un superior pervertido no conoce ni su nombre y una
compañera la menosprecia tratándola como si fuera su subordinada.
Bridget vive sola en su piso de Londres y aunque tiene familia y un grupo fiel de
amigos, no puede evitar sentir un vacío que solo podría llenarse con la presencia de un
hombre en su vida. Así se lo recuerda todo el que la rodea, desde su madre hasta los
más desconocidos, que insisten en que tenga presente que el tiempo pasa:
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se siente infinitamente inferior a él. Que un ejecutivo atractivo y seductor como Daniel
quiera estar con ella sube enormemente su autoestima por algún tiempo. Comienza a
sentirse atractiva porque otro la ve atractiva, no porque realmente lo piense por sí
misma. Por ello, el mazazo que recibe cuando descubre que Daniel tiene una amante de
cuerpo escultural termina por intensificar aún más sus inseguridades. Y estas no son
solo físicas. También encuentra dificultad para expresar lo que verdaderamente piensa
sobre su entorno y por eso se muerde la lengua con frecuencia y acaba diciendo lo que
los demás quieren oír. Además, es torpe en el arte de seducir y no sabe cómo
comportarse en su primera cita con Daniel, por lo que pide consejo a sus tres amigos,
como si se tratara de una adolescente que necesita del veredicto de su pandilla para dar
un paso adelante.
De repente me di cuenta de que, a no ser que algo cambiara enseguida, iba a llevar
una vida en la que mi relación más importante sería con una botella de vino y al final
acabaría muriendo gorda y sola y me encontrarían tres semanas después medio
devorada por pastores alemanes.
En esta afirmación, Bridget nos deja ver la desesperación por salir de esa vida decadente
y en ocasiones la vemos compararse con el personaje de Glenn Close en Atracción
Fatal y hasta con la mismísima Grace Kelly. Es una chica fantasiosa que busca vivir su
romance de película, su cuento de hadas y por eso se lanza a los brazos del primer
hombre que la corresponde, aunque este no encarne precisamente al príncipe azul
soñado. Pero entonces aparece Mark, un tipo más introvertido y se declara con un “me
gustas tal como eres” lo que repara el amor propio de Bridget y le da la fuerza suficiente
para deshacerse de una relación tóxica.
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3.4.2 Walter Mitty: el héroe gris
Volviendo a sus comienzos, Mitty es un ciudadano corriente que, como cada mañana,
acude en tren, maletín en mano a su puesto de trabajo en la prestigiosa revista de
fotografía LIFE Magazine. Es la viva estampa de la monotonía, de lo ordinario, de lo
cotidiano. Está suscrito a una página de internet para encontrar pareja pero no es capaz
de rellenar la información sobre lo que ha hecho en su vida o los sitios que ha visitado,
pues realmente no ha hecho nada que se salga de la mera rutina diaria. Ni tan siquiera ha
estrenado el diario de viaje que le regalaron de adolescente, lo que nos da una idea del
tiempo que lleva en esa lamentable situación.
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Es un tipo algo infantil, lo cual podemos comprobar en el regalo de cumpleaños que
tanta ilusión le hace, un muñeco elástico de su niñez, o en su afición por el
skateboarding, un deporte generalmente asociado a adolescentes. Este rasgo le hace
tener buena relación con los más pequeños con los que empatiza bastante bien, pues él
mismo es como un niño grande. Esto puede tener explicación en la pérdida de su padre,
que falleció cuando Walter apenas era un chaval, causándole una conmoción tal que el
hecho hizo mella en su personalidad, volviéndole un ser retraído y sin grandes
inquietudes o motivaciones en la vida:
En el trabajo, al que lleva dedicado 16 años de su vida, tiene un puesto acorde con su
torpeza para las relaciones sociales, pues la sección de negativos es un área apartada del
resto cuyas labores se desempeñan prácticamente en soledad. Walter es un tipo pacífico
y nunca responde con agresividad ante ningún ataque por eso es el blanco perfecto para
sus nuevos jefes, que no dudan en humillarle cada vez que se lo cruzan en las zonas
comunes de la empresa. Ante el mobbing que sufre, Mitty no solo no se defiende sino
que se hace más pequeño, abstrayéndose por completo de la situación e introduciéndose
en su mundo interior para imaginar lo que le gustaría que ocurriese, en lugar de lo que
está ocurriendo. Por ejemplo, cuando el nuevo y arrogante jefe se burla de su
hombrecillo elástico, Walter se visualiza a sí mismo propinándole una brutal paliza que
acaba en la calle, con salto por la ventana y caída al vacío desde un rascacielos; una
espectacularidad que solo podría ser fruto de su mente.
No solo fantasea ante las ofensivas, sino también a la hora de tratar con Cheryl, una
compañera de trabajo a la que le cuesta acercarse en persona. Por eso, la sigue a través
de la página web, donde averigua las cualidades de su hombre perfecto: “aventurero,
valiente y creativo”. En sus “idas de olla”, como él las denomina, se imagina siendo eso
que la chica y la sociedad en general consideran deseable. Vemos cómo se juega la vida
en un incendio, cómo recorre el Ártico con un halcón al hombro y cómo talla una
estatua en bronce en pocos segundos ante la mirada atónita de Cheryl. Todo eso que le
gustaría ser y no es sólo lo alcanza en la fantasía.
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Ver mundo, afrontar peligros, traspasar muros, acercarse a los demás, encontrarse y
sentir.
Por su parte, Walter no sigue ninguno de estos principios. Sin embargo, Sean lo
considera “su otra mitad”. Cuando por fin se encuentran cara a cara en Afganistán,
Sean compara a Mitty con el gato fantasma, una criatura que apenas se deja ver. Walter
intenta pasar desapercibido, lo cual no quiere decir que no albergue belleza en su
interior. Como afirma el fotógrafo, “las cosas hermosas no buscan llamar la atención”.
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CONCLUSIONES
Podríamos, por tanto, concluir que, en la cinematografía actual, cuyo liderazgo sigue en
manos de la industria de Hollywood, asistimos a una producción masiva de arquetipos
anti-heroicos; modelos que se repiten constantemente en los distintos largometrajes y
comienzan a rozar la estereotipia en algunos casos. Al tiempo que se engrandece la
figura del antihéroe, somos testigos del ocaso de su anticuado antecesor, una muerte que
viene siendo anunciada desde hace algunas décadas, pero que definitivamente se hace
oficial en la ficción contemporánea.
Por otro lado, estamos ante un regreso actualizado de los valores del romanticismo,
provocado por una nueva crisis de la razón. Es decir, el protagonista actual es un héroe
neorromántico, fruto de una sociedad desengañada e individualista, como lo fuera la de
aquel período del pasado, aunque dotado además de un alarmante halo de escepticismo,
reflejo de la actitud social descreída que lo ampara.
Ese nuevo romanticismo se cruza hoy con un avanzado capitalismo, que siguiendo la
ley de oferta y demanda, adopta esa sensibilidad romántica, transformándola en
productos comerciales: los nuevos héroes.
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ANEXO
Fichas técnico-artísticas de las películas analizadas
54
El silencio de los corderos
AÑO 1991
PAÍS EEUU
GÉNERO Terror/Drama/Thriller
55
American Psycho
AÑO 2000
PAÍS EEUU
56
Gran Torino
AÑO 2008
PAÍS EEUU
GÉNERO Drama
57
Hijos de los hombres
AÑO 2006
58
El Lobo de Wall Street
AÑO 2013
PAÍS EEUU
GÉNERO Drama/Comedia/Biográfico
59
Piratas del Caribe: La Maldición de la Perla Negra
AÑO 2003
PAÍS EEUU
GÉNERO Aventuras/Comedia/Acción/Fantástico
60
El Diario de Bridget Jones
AÑO 2001
DURACIÓN 97 min.
61
La vida secreta de Walter Mitty
AÑO 2013
PAÍS EEUU
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
AGUIRRE, Joaquín María (1996): “Héroe y sociedad. El tema del individuo superior en
la literatura decimonónica”. Espéculo: Revista de estudios literarios, núm. 3.
CAMPBELL, Joseph (1949): The hero with a thousand faces, Princeton: Bollingen
Series. Edición en español en CAMPBELL, J. (1992): El héroe de las mil caras:
psicoanálisis del mito, México: Fondo de cultura económica.
IGARTUA, J.J. y MUÑIZ, Carlos (2008): “Identificación con los personajes y disfrute
ante largometrajes de ficción una investigación empírica”, Publicado en Comunicación
y Sociedad, Volumen XXI, Núm. 1, 25-52.
63
KRAKOWIAK, M. y TSAY-VOGEL, M. (2011): “The impact of perceived character
and identification on moral disengagement”, International Journal of Arts and
Technology, 4(1), 102-110.
REFERENCIAS VIDEOGRÁFICAS
APATOW, Judd (Dir.) 2005. Virgen a los 40. 133 min. Color.
CUARÓN, Alfonso (Dir.) 2006. Hijos de los hombres. 114 min. Color.
DEMME, Jonathan (Dir.) 1991. El silencio de los corderos. 118 min. Color.
64
SCORSESE, Martin (Dir.) 2013. El Lobo de Wall Street. 179 min. Color.
STILLER, Ben (Dir.) 2013. La vida secreta de Walter Mitty. 114 min. Color.
VERBINSKI, Gore (Dir.) 2003. Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra.
143 min. Color.
WELLS, Audrey (Dir.) 2003. Bajo el sol de la Toscana. 113 min. Color.
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