Historia Antigua y de La Conquista de Mexico Tomo Primero 846972
Historia Antigua y de La Conquista de Mexico Tomo Primero 846972
Historia Antigua y de La Conquista de Mexico Tomo Primero 846972
¥ DE LA
CONQUISTA DE MÉXICO
POB EL
a OPIMI ESTA OBU I EXPENSAS T POR ORDEHDEL SDPUMO GOBIERNO DI U REPUBLICA MEUCiXi.
Tomo Primero.
MÉXICO.
TIPOGRAFÍA DE GONZALO A. ESTEVA,
San Juan de Letran número 6.
1880.
Está asegurada la propiedad literaria de la obra conforme i,
la ley.
Sr. Secretario del despacho de Justicia é Ins
trucción pública, Lie. D. Ignacio Mariscal.
LtBBO PBIMEBO.
Piglni».
Capítulo I.—Mitología, Lo» cuatro tola cosmogónico», Opinione», E l quinto
tol, Pirámide» de Teotihuacan, Edad del mundo, Má» tradicione».. . . . . . 8
Capítulo II.—Lo» cinco solé», según la leyenda mexicana, Lo» trece délo». E l
dio» invisible ó Tloque Nahuaque, L a primera mujer ó Cihuacohuatl, E l
Ometecutli y la Omecihuatl, Aculmaitl, L a creación según ¡o» mixtéeos,
Lo» perieue», ¡o»guaicura» y lo» cochimie» de California, Lo» iinaloa», Mo- .
nogenitmo de lo» mexicano», L a tierra, Lo» délo», La» estrellas, Cometa»,
E l planeta Venu», E l sol, Eclipses, L a lu n a ................................................ 21
Capítulo III.—Lo» cuatro elemento», L a tierra, Chicomecoatl, Centeotl, To-
ei, Temaxcalted, Xochiquetxal, Montaña», Fiestas y divinidades, Hito» f u
nerala, E l infierno, MictlanteeutU y lo» diosa infiérnala, Lugares de des
canso de la» ánima», E l agua, Tlaloc, Chalchiuhcue, Huixtocihuatl, L a
p intura del diluvio, Pirámide de Ciwllolan........ ... 41
Capítulo IV.—E l viento, Quetealeoatl, S u historia, Antagonismo de Tetoa-
tlipoca, Corrige el calendario, Profecía de lo» hombres blanco» y barbudo»,
Doctrinas cristiana», L a crux, Profetas maya. Predicación del apóstol
Santo Tom ás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
Capítulo V.—Cruz ariana, Cru» búddhica, Cruz egipcia, Cru» cristiana,
L a cru» del Palenque parece búddhica, ¿Será Votan u n buddhaf La» cru
ce» de México son de origen cristiano. Descubrimiento de America por ¡os
islandeses, ¿Quetealeoatt será u n misionero islandezf Presencia de los sím
bolo» de la cru» en México, Civilizadores de America, Ofiolatría, Cohua-
tlantona, Mixcoatl, Recuerdo de los negros, Ixtlilton, Fantasmas de la no
che, Agüero»......................................................................................................... 87
Capítulo V I.—E l fuego, Xiuteeuhtli Tletl, Fiesta» anuales, De cuatro en
cuatro año», Fuego perpetuo, Fiesta secular del fuego nuevo, Tezcatlipoea,
Nombres, Festividad, L a víctima, Huitxilopochtli, Etimología del nombre,
Orígenes, Tezahuitl, Tetzauhteotl, Formas, Teoyaotlatohua, Fiesta del
mes Panquetzailztli, Tlacahuepancuexeotzin, P aina ó Paynalton, Dios de
la guerra en los bosques, Teoyaomiqui, M iquixtli ................. ....................... 114
Capítulo v i l .—Dioses menores. Templos, Teocali» de Huitxilopochtli, Tzom-
pantli, Templo de (¿uetzaicoatl, Teocalli de Texcoco, Templo al dios incóg
nito, Culto, Oración, Música, canto y danza, Ofrendas, Oopalli, Cha-
popotli, Ayunos, Penitencias ........................................................................... 182
582
Páginas.
Capítulo VIII. —Sacrificio», Techcatl, Sacrificio ordinario, Otra clase de sa
crificios, De niños, Tlacaxipehualiztli, Temalacatl, Cuauxicatti, Huipilli,
Cuauhtleehuatl ó vaso del sol, Teocuauhxieatti, Impresión de la mano
abiert^ Cuauhxicálb. de T ízoc . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1S8
Capítulo IX.—Sacrificios, L a piedra del sol, Historia, Sacrificio del mensa
jero del sol, Fiesta del mes Xocotlhuetzi, Fiesta de Teotleco, Fiesta en hon
ra del fuego en el mes Hueitecuilhuitl, Sacrificio al fuego, Fuego perpetuo, ■
E l hambre de la Cihuacoatl, Fiesta al fuego, De cuatro en cuatro, y de
ocho en ocho años, Número de los sacrificios humanos, Universalidad de la
victima humana, N o son los mexicanos los únicos criminales en este respec
to, Antropofagia, Común á los pueblos de la tierra, Los mexicanos no son
antropófagos en la rigorosa acepción de'la palabra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
LIBRO SEGUNDO.
LIBRO TERCERO.
LA CIVILIZACION
L IB R O I
CAPÍTULO I.
(1) Ixtlilxochitl, Sumaria relac. dala hist. gen., MS.—Boturinl, Idea de una nueva
hist. gen., pág. 3.—Clavigero, h ist antig., tom. I, pág. 265,—Veytia, hiat. antig.,
tom. I, pág. 33.—Gomara, segunda parte, oap. CLXXXXII.—Gama, $ 62, pág. 94.
—Humboldt, Vuos des cordilleras, tom. II, pág. 118. <kc., &c.
(2) A copy of a Mexican manuseript, preservad in the Library of the Vatican:
149 pages. Marked No 3,738. Eingsborough, tom. II.
(3) Spiegazione delle tavole del Códice Mexioano, che si conserva nella Biblioteca
Vaticana, Al no. 3,738. MS. Eingsborough, tom. V. pág. 159 y sig.
(4) Vues des Oordüléres, tom. II, pág. 118.
5
mos. En el comentario del P. R íos está enteramente confundido
el órden en el cual se lian sucedido las catástrofes, pues el dilu
vio que es la última, está considerada como la primera. El mismo
error se encuentra en las obras de Gomara, de Clavigero (*) y de
la mayor parte de los autores españoles, que olvidando que los
mexicanos colocaban sus jeroglíficos de derecha á izquierda, co
menzando por la parte inferior de la página, invirtieron necesa
riamente el órden de las cuatro destrucciones del mundo. Indi
caré el orden seguido en la pintura mexicana de la biblioteca del
Vaticano, y como se dice en una muy curiosa historia escrita en
lengua azteca, cuyos fragmentos fueron conservados por el indio
Fernando de Alba Ixtlilxochitl (**). El testimonio de un autor in
dígena y la copia desuna pintura mexicana, hecha en México po
co tiempo despues de la conquista, merecen sin ¿luda más con
fianza que la relación de los historiadores españoles. La discor
dancia provenida de la causa acabada de indicar, sólo influye en
el órden de las destrucciones, porque las circunstancias de cada
una están referidas de la manera más uniforme por Gomara, Pe
dro de los R íos, Ixtlilxochitl, Clavigero y Gama.”
El comentador del Códice Vaticano coloca las destrucciones
en esta forma: 1°, Atonatiuh ó sol de agua; 2°, Ehecatonatiuh ó
sol de aire; 3°, Tletonatiuh ó sol de fuego; 4°, Tlaltonatiuh ó sol
de tierra: este es el órden verdadero. Humboldt, guiado por las
consideraciones que expone, invierte la colocación en este modo;
Tlaltonatiuh, Tletonatiuh, Ehecatonatiuh, Atonatiuh, lo cual no va
de acuerdo con el MS. azteca citado por Gama, que pone Tlalto
natiuh, Ehecatonatiuh, Tletonatiuh, Atonatiuh, ni conformo tam
poco con Ixtlilxochitl, quien escribe Atonatiuh, Tlaltonatiuh,
Ehecatonatiuh, Tletonatiuh, si bien cambia esta secuela en otra
de sus relaciones. Si Humboldt no tiene justicia en estos aser
tos, la alcanza de sobra al asentar la manera de ser leída una pá
gina jeroglífica; pero si la regla es general, tiene la excepción de
cuando el relato va seguido en línea recta, y áun de izquierda á
derecha, como acontece en la pintura sincrónica de Tepechpan,
y otras. El Códice Vaticano es una de estas excepciones. Ademas
el cambio se ha hecho intencionalmente por aquellos escritores,
ti) En la relación del P. Mendieta, lib. II, cap. II, y en la do Torqnemada, que
le copia, lib. VI, cap. XLII, los dioses adorados en Teotihuacan eran animales;
Tlotli, gavilán ó halcón, se encargó de hacer andar al sol, aunque sin conseguirlo;
Citli, liebre, le tiró flechas de que el sol se defendió, y con una de las mismas saetas
mató á Citli. Los dioses desmayaron entonces, resolvieron sacrificarse y morir, sien
do el sacriflcador Xolotl, quien terminada su obra se sacrificó á sí mismo. Boturini,
pág. 37, y Veytia que le sigue, tom. I. pág. 38, no hacen dios al buboso, sino uno
de los concurrentes á la metamorfosis intentada á la sazón por el dios de los maíces
Centeotl, llamado también Inopintzin,.ó el dios huérfano, solo y sin padres. Arro
jado el buboso á la hoguera hizose un hermoso globo de fuego; una águila se arrojó
á las llamas, tomó con el pico el sol, trasportándolo á los cielos. El mismo Veytia,
tom. I, pág. 25, habla de que en un afio señalado con el signo siete conejos, el sol
suspendió su curso por espacio de un dia natural, causando graves estragos, hasta
que un mosquito picándole una pierna le hizo proseguir su carrera. Aunque eviden
temente esto corresponde también á la fábula del buboso, Veytia lo hace leyenda
separada para aplicarla al pasaje bíblico de Josué: tanto así es su empefio por ajus
tar la mitología mexicana al Libro sagrado,
(2) En la Colee, de AA. españoles, tom. 22, pág. 431.
16
tiana en que loa mexicanos comenzaron á contar el quinto sol, ó
más bien su quinta época cronológica. Caía, pues, este comien
zo dentro de la época historia, y por consecuencia, el cuarto gol
no terminó por una catástrofe, sino por algún acontecimiento
notable para aquellos pueblos. Según mi cómputo, los toltecas
llegaron á Tollan el año ce calli 661; Chalchiuhtlatonac comenzó
á reinar el V II acail 667; el quinto sol tuvo principio el V III
tochtli 694, vigésimo sétimo del reinado de aquel príncipe.
El suceso conmemorado en el mito es la dedicación á las pi
rámides de Teotihuacan al sol y á la luna. Teotihuacan, como
su nombre lo dice, estaba consagrado á loa antiguos dioses; exis
tía con sus pirámides desde los tiempos más remotos; era un
santuario venerado en que eran adorados los animales, uno de
los pisos más bajos en las religiones inventadas por los hombres.
Los toltecas, aunque deístas, admitían el culto de los astros del
dia y de la noche, no siéndoles desconocido el fuego simbólico:
á fuer de conquistadores ó por más civilizados, impusieron sus
creencias en la ciudad santa; los dioses antiguos fueron derro
cados de sus altares, ostentándose la imágen del sol sobre el
Tonatiuh Itzacual, y la luna su compañera en el Meztli Itzacual.
El hecho iipportaba la pérdida de la religión primitiva y la sus
titución del culto extranjero; vencidos y vencedores tenían em
peño en perpetuar el recuerdo.
La escena pasa en Teotihuacan; en asamblea de los dioses, de
los sacerdotes sus representantes, se busca quien se atreva á
iniciar el cambio; Tecuciztecatl se ofrece; faltaba un compañero
y se le encuentra en el asqueroso Nanaoatzin: aquel la casta sa-
eerdotal, rica y poderosa, éste el pueblo pobre que admitía an
sioso ser regenerado por la nueva civilización. Purificáronse
cuatro noches por el fuego sagrado, purificando también los
txacuálli (pirámides). A la media noche en que debió tener lugar-
la sustitución de deidades, los sacerdotes se revistieron sus arreos;
á la hora, Tecuciztecatl vaciló, Nanaoatzin colocó resueltamente
en la pirámide la imágen del sol, á su ejemplo, aunque tras largo
vacilar, llevó la luna á su asiento el sacerdote irresoluto. Los
soldados no fueron extraños al cambio; por eso el águila llevó
al cielo en el pico al astro del dia, mientras el tigre transportó
á la compañera de la noche: los caballeros cuauhtli y ocelotl, águi
las y tigres, fueron siempre considerados en elejército. La luna,
17
menos reverenciada qne el sol, para perder el brillo recibió so
bre el rostro un golpe con un conejo: era para marcar el signo
del año del acontecimiento: desde entonces los pueblos de Aná-
huac descubrían el tochñi cronológico, en esas sombras indecisas
que se advierten en la redonda cara de la luna llena. Al princi
pio los astros no se movían, porque el culto no progresaba; fuó
indispensable el viento, la predicación, para hacerlos caminar.
C uando los nuevos númenes ganaron prosélitos, los antiguos dio
ses perecieron, pues fueron derribados de sus altares: Xolotl re
sistió el último; tres veces metamorfoseado, acabó por sucumbir.
Dábase culto al sol, á la claridad del dia; á la luna durante la no
che, siguiendo tal vez las fases de la diosa melancólica.
Esta opinión no obsta en manera alguna con la del Sr. Cha-
vero. Los texcocanos contaban su ciclo comenzando por el sig
no tecpatl, mientras los mexicanos lo empezaban por tochtli. (1)
La pintura vaticana es de origen acolhua, conserva estrictamen
te la tradiccion tolteca, y naturalmente escogió por principio de
su última época histórica el ce tecpatl 1,116, asignado por su his
toriador Ixtlilxochitl á la destrucción de Tollan. Seguían los me
xicanos la era de la dedicación á los pirámides, por haber teni
do lugar en el signo tochtli.
De todas maneras, el cómputo de los soles no era una cuenta
vaga para los pueblos de Anáhuac; su cronología se enlazaba
para ellos de una manera cierta, entre los tiempos cosmogónicos
y los históricos, contando en esta forma.
I tecpatl. Creación del mundo: principio del tiempo.
4,008 años del mundo. El diluvio: fin de Atonatiuh, y princi
pio de la segunda época.
8,018 del mundo. Acabamiento del sol Ehecatonatiuh: empieza
la tercera época.
12,822 del mundo* Concluye el sol Tletonatiuh: comienzo del
cuarto período.
17,334 del mundo. En el orden cronológico I V calli, y coincide
con el primer año de la Era cristiana.
18,028 del mundo. V III tochtli, 694 de Jesucristo, fin del cuar
to sol Tlaltonatiuh: inicial del quinto sol; dedicación de los pi
rámides de San Juan Teotihuacan al sol y á la luna.
(1) Brasaeur, tdm. I, pag. 425: El reato d éla leyenda, aunque con variantes,
riene á ser la misma que en los anales de Cuauhtitlan.
CAPÍTULO II.
Lo» tinao solea, según la leyenda mexicana.— Lo» trece cielos.— E l dios invisible ó Tlo-
q u e N a h u a q u e . — L a primera mujer ó Oihuacohuatl.— E l Ometecutli y la Omeei-
huatl.—Aculm aitl.— L a creación según los mixtéeos.— Los pericues, los guaicuras y
los cocJúmíef de California.— Los sinaloas.— líonogenismo de los mexicanos.— L a
tierra.— Los cielos.— Las estrellas.— Cometas.— E l planeta lfynus.— E l sol.— Eclip
ses.— L a luna.
(1) Fr. Gregorio García, Origen de los indios, lib. V., cap. IV.
(2) Hist. de la Antigua California, lib. I, pár. XXV.
29
la tierra y el mar; su esposa era Anajicojondi, en la cual sin to
carla liabíá tenido tres hijos. Anajicojondi dió á luz á Cuajaip
en las montañas de Acaragui; fue poderoso y le servían muchos
vasallos, pues cuando quería entraba debajo de la tierra y sacaí»
ba hombres; mas éstos se tornaron ingratos, se conjuraron con
tra Víuajaip, y le mataron, atravesándole la cabeza con un ruedo
de espinas. En el cielo, más poblado aún que la tierra, Tuparan,
por otro nombre Bae, se alzó con sus parciales contra Niparaja;
quedando éste vencedor, quitó á su enemigo las pitahayas y las
otras frutas deliciosas, le aprisionó en una cueva cerca de la mar,
criando á las ballenas para que no le dejasen "salir de allí. Ñipa-
raja quería el bien; Tuparan apetecía la guerra, por eso los que
morían flechados' no iban al cielo, sino á la gruta de Tuparan.
Las estrellas eran de metal habiendo sido creadas por el numen
Puratahui, la luna era obra de Cucunumic.
Contaban los guaicuras quejen el Norte habitaba un espíritu
principal llamado Guamongo, quien mandó á la península otro
espíritu por nombre Gujiaqui. Visitó éste el país, sembró las pi
tahayas, dispuso los lugares de pesca, se encerró algún tiempo
en una gruta cerca de Puerto Escondido, donde enseñó á sus de
votos á tejer las capas de cabellos usadas por sus sacerdotes, y
acabada la visita retornó al septentrión de dónde había venido.
Afirmaban también los doctores guaicuras que el sol, la luna y
los otros astros, aparentemente más grandes, eran hombres y mu
jeres, los cuales, todos los dias al ponerse, caían en la mar y sa
lían de él al di a- siguiente á nado, y que las estrellas eran fogo
nes encendidos en el cielo por el espíritu visitador, y vueltos á
encender despues de ser apagados en el agua del mar (1).
Había para los cocliimíes un sér creador del cielo, de la tierra
y de todas las cosas: habitaba en el cielo el espíritu llamado, el
que. vive, quien sin concurso de mujer tuvo un hijo, por nombre
el veloz, y la perfección ó término del barro: aparecía un tercer per
sonaje dicho, d que hace señores. El que vive crió ciertos séres in
feriores, los cuales se rebelaron contra su señor y contra los hom
bres, diciéndoles ]5or esto mentirosos y engañadores, los cuales
cojían á los muerto s y los metían debajo de la tierra para que no
viesen al Señor que vive (2).
(1) Clavijero, hist. de California, lib. I, párr. XXV.
(2) Clavijero, loco cit.
30
Según alcanzaron á ver los misioneros, celebraban los sinaloas
una fiesta por espacio de ocho dias. Sobre un suelo emparejado
con breña suelta, en el interior de una casa, trazaban un círculo
ce dos varas y media de diámetro. Los indios, excluidas las mu
jeres, entraban embijados, cantando y bailando, con bordones en
las manos; sentábanse á veces, y con unas cañas delgadas seña
laban figuras, que pintaban de colores. Eran dos personas á cu
yo rededor se veíau cañas de maíz, frijoles, calabazas, y entre
ellas, pájaros, culebras y otros animales. Preguntados por la sig
nificación de las figuras, respondieron llamarse la una Viriseua
y la otra Vairubi; tal vez los religiosos no entendieron la expli
cación de la leyenda, pues ya hacen dos diosas, la segunda ma
dre de la primera, ya una madre y su hijo, ya en fin, el varón- y
la hembra progenitores del género humano (1).
En concepto de los mexicanos la filiación y distribución de las
razas era ésta. Ixtacmixcoatl, la culebra de nube blanca, tuvo
dos esposas. En la una, llamada Ilancueitl, enaguas viejas ó de
vieja, engendró seis hijos. El primogénito Xelhua fundó y pobló
á Cuauhquechollan, Itzocan, Epatlan, Teopantlan, Tehuacan, Coz-
catlan, Teotitlan y otros lugares. Del segundo hijo Tenoch, fun
dador de Tenochtitlan, descienden los tenoclica ó mexica. Ulme-
catl, el tercero, pobló ciertos pueblos como Totomihuaean, Hui-
tzilapan y Guetlaxcoapan. El cuarto, Xicalancatl, se estableció
hácia las costas del Golfo, fundando á Xicalanco cerca de Tab as
co, y al otro Xicalanco cercano á Veraeruz. Al quinto, Mixtecatl,
reconocen por padre los mixteca, habitadores del antiguo Mix-
tecapan. Otomitl, el sexto, se subió á las montañas cercanas á
México, levantando las poblaciones de Xilotepec, Tollan y Otom-
pan: “ésta es la mayor generación de toda la tierra de Anáhuac,
“la cual allende de ser muy diferente en la habla, andan los hom-
“bres chamorros; también hay quien dice, que los chichimecas
“vienen de este Otomitl, por ser entrambas naciones de baja suer-
“te, y la más soez y servil gente que hay en toda esta tierra (2).”
Ixtacmixcoatl é Ilancueitl habían saljdo de Chicomoztoc, y la
gente creía haber sido engendrada por la lluvia y el polvo de la.
(1) Rivas, Triunfos de nuestra Sonta Fee, lib. II, cap. III.
(2) Gomara, apud Barcia, segunda parte, cap. CLXXXXV.—Torquemada, lib. I,,
cap XII.
31
tierra (1). De la segunda esposa, Chimalma, nació Quetzalcoatl.
Mr. Brasseur (2) puso en historia esta leyenda, con muchos
pormenores de propio caudal ¿ invención. Xelhua, significa, los
gigantes; y Xicalancatl representan los pueblos de lengua nahoá;
Ulmecatl, (los tzapoteca) y Mixtecatl, hablan lenguas hermanas,
distintas de la anterior; Otomitl tiene habla separada de las otras,
lo mismo que los chicliimecas; en siete naciones nombradas, seis
hablas diversas. Todas esas naciones pertenecían á épocas dis
tintas, desde Xelhua el gigante, hasta los mexica que al xiltimo
se presentaron en el Valle. No es, pues, historia ni mito; es la
expresión de los filósofos mexicanos reconociendo á todos los
pueblos del imperio, fueran cuales fuesen sus diferencias etno
gráficas, como ptovenidas de un solo tronco: los mexicanos pro
fesaban la doctrina monogenista, cual lo comprueba el par privi
legiado que escapó á cada uno de los grandes cataclismos. En
cuanto á Quetzalcoatl blanco, barbudo, de origen evidentemen
te extranjero, para ser consecuente con el principio, se le dio
por padre también á Ixtacmixcoatl, asignándole otra madre,
Chimalma.
Dejando ya los orígenes, pasemos á considerar la estructura
del mundo. La tierra era plana, terminaba en los países conoci
dos, y más allá de las costas se extendía la mar, cuyas aguas se
unían con los cielos; éstos y aquellas eran de la misma materia,
aunque los cielos más densos: todo el aparato se sustentaba en
hombros de ciertos dioses, los cuales se relevaban al estar cau
sados (3). Para los californios, la esfera se sostenía en las espal
das de siete gigantes. Cuando Dios creó el mundo, decían los
mayas, puso á los cuatro hermanos Bacab hacia los cuatro ex
tremos del cielo, para que lo sustentasen y no se cayese: estos
Bacab eran conocidos también con los nombres de los años Kan,
Muluc, Ix, Cauac (4). Cuando los gigantes ó los genios flaquea
ban, vacilaba la tierra y sobrevenían los terremotos.
Llamábase el mar Teoall, no en el sentido de dios, “sino agua
maravillosa en profundidad y grandeza” Llamábase también Ilhui-
(1) Sahaguu, apéndice del lib. III, cap. I. Torquemada, lib XIII, cap. XLVII. P.
Mendieta, lib. II, cap. XIII.
(2) Torquemada, lib. VI, cap. XLVI.
(8) Torquemada, lib. VIII, cap. XII.
(4) Segunda parve, láin. XV.
(5) Gama, descrip. § II, núm. 29.
51
OferoB varios dioses infernales están mencionados. Constan en
la explicación del Códice Vaticano, tomados con su viciosa or
tografía, los espíritus masoqfcnos Miquitlantecotl ó Tzitzimitl,
Izpunteque, Nextepelma y Contemoque (Izontemoc), con los fe
meninos Miquitecacihua, Nexoxocho, Micapetlacoli y Chalmaca-
ciuatl. Presidiendo en la décima segunda trecena del Tonalamatl
vemos á Teonexquimilli: la palabra se compone de teotl, dios; nex
ili, ceniza, y quim illi, bulto ó lío; el bulto de ceniza dios, ó como
traduce Boturini, (1) bulto ceniciento, Imito de oscuridad y neblina,
dios sin pies ni cabera. En la décima quinta treeena está la Teo-
yamiqui, la cual tenía el oficio de recoger las almas de los que
perecían en la guerra ó sacrificados; su nombre significa, morir
en la guerra divina ó en defensa de los dioses.
El segundo lugar para el descanso de las ánimas se decía Tla-
locan, lugar de Tlaloc, ó como traducen los autores, paraíso te
rrenal: era un sitio fresco, ameno, abundante en mantenimientos,
tranquilo, satisfactorio y mansión de los dioses llamados Tlalo-
ques. Los muertos de rayo, hidrópicos, leprosos, bubosos, sar
nosos y gotosos, iban á aquel lugar, y sus cuerpos en lugar de
quemados eran enterrados. A los cadáveres ponían semillas de
bledos sobre el rostro, en la frente color azul y papeles cortados,
y en la mano una vara que debería reverdecer en el paraíso. (2)
Los guerreros muertos en la guerra, los cautivos perecidos en
poder de enemigos y según parece también las víctimas, habita
ban, como hemos visto, la casa del sol. Había en el cielo arbo
ledas y bosques, jardines con flores exquisitas; allá recibían las
ánimas las ofrendas que en el mundo les hacían, acompañaban
al sol en su curso, y pasados cuatro años se tornaban en tzintzo-
nes ó chupamirtos, para andar chupando las rosas celestes y
terrestres (3).
El signo calli simboliza la tierra como habitación del hombre;
en esta forma es uno de los cuatro caracteres de los años, y uno
de los dias del mes.
Despues del fuego, seguía el agua como elemento más reveren
ciado. Fuera del auxilio que á la tierra prestaba en la produc
ción de las plantas, considerándola en las nubes, lluvia, granizo,
(1) Ido» de una nueva hist., pág. 1C.
(2) Sahagun, apéndice al lib. III, cap. II,—Torquemada, lib. XIII, cap. XLVIU.
(3) Sahagun, apéndice al lib. III, cap. III,—Torquemada, loco cit.
52
hielo, fuentes y rios, consagrada por el rito lavaba en el bautis
mo, purificaba la víctima, limpiaba el alma de los pecados me
nores, disponía á los vivos y á los difuntos para presentarse ante
los dioses; la vida material y la religiosa pendían del líquido
elemento.
En sus conocimientos geológicos, él agua de la mar penetra por
la tierra, por sus venas y caños debajo de ella, hasta que en los
llanos ó alturas encuentra una salida, presentándose en forma de
fuente; el agua del mar es salada, mas pierde la sal y el amargor
colándose entre la arena y las piedras, tornándose dulce y buena
de beber. Los manantiales de tierra llana son ameyatti, agua que
mana; si al salir hace hervir la arena se dicen xalatl, agua de
arena; las fuentes intermitentes son pinahuatl, agua vergonzosa.
Los pozos profundos se llaman ayohwdiztli y los someros atlaco-
■mottv, los manantiales profundos axoxohuiUi, agua azul.
Según una leyenda, los rios todos salían del Tlalocan, habita
ción de Chalchiuhtlicue; mas ésta parece una figura dando á en
tender, que los rios eran la obra de la diosa. Los rios son atoyail,
agua apresurada en correr; la unión de los arroyos forma los
grandes rios. Reconocían que las montañas daban origen alguna
vez á los rios, y por eso el P. Duran dice, que se hacían tantos
honores al Popocatepec, por las corrientes que en él tienen na
cimiento. Las lagunas tienen por nombre amanalli, agua tran
quila (1). •
Vimos ya la manera en que el agua está distribuida en el cielo
y cómo se verifican el trueno y el rayo; en memoria de esta fic
ción, durante la fiesta de los tlaloque salían los sacerdotes con una
caña de maíz verde en la una mano y en la otra un cántaro con
asa, (2) que eran el palo y la alcancía de los servidores del dios
de las aguas. No obstante esto, todos los fenómenos meteoroló
gicos acuosos eran atribuidos á Tlaloc; atributos suyos eran el
relámpago, el rayo y el trueno; con el rayo hería á quien su vo
luntad era, debiendo saberse que la muerte era producida por la
piedra del rayo: (3) debían referirse ya á las fulguritas, ya á una
creencia vulgar también en Europa. De sus observaciones ha-
(1) Sahagnn, lib. III, cap. XII al XIV,—Torquemada. lib. VI, cap. XXIV.
(2) Sahagun, lib. III, cap. XIV.
(3) Torquemada, lib. III, cap. VII.
(4) P. Mendieta, lib. II, cap. X.
67
demas. Los méxica, por su parte, profesaban un eclecticismo po
co racional. A semejanza de los romanos, todos los dioses de los
pueblos vencidos eran traídos al templo mayor de México* don
de se les ponía altar y rendía culto; fuera que se les calificara
menos poderosos, sea que Como cautivos se les retuviera para
quitar su protección al pueblo sojuzgado, lo cierto es que los nú
menes extranjeros eran admitidos al panteón mexicano, transfor
mándose en dioses nacionales. (1) Esto explica, en parte, esa
abigarrada mezcla en las leyendas mitológicas.
Respecto á Quetzalcoatl, á quien encontraremos segunda vez en
Yucatán, examinémosle en sus diversos aspectos. Como dios,
solo es un hombre deificado; es de la misma ralea que su enemigo
TezcatHpoca. El antagonismo de ambos, como divinidades, tiene
su asiento en las observaciones astronómicas. Quetzalcoatl es el
planeta Venus; Tezcatlipoca la luna. Los diversos aspectos de
los dos planetas, su alternativo aparecimiento hácia la tarde ó la
mañana, dan motivo á sus combates y á sus respectivos venci
mientos.
Su antagonismo religioso es fácil de comprender. Quetzalcoatl
predica en Tollan una nueva doctrina, triunfa de pronto y se ha
ce el pontífice de su religión. Tezcatlipoca y sus parciales, repre
sentantes del culto nacional, vencidos al principio, se hacen luego
poderosos, desacreditan al taumaturgo y logran por fin hacerle
abandonar la ciudad; le persiguen en su refugio de Cholollan,
alcanzando arrojarle definitivamente del país. La guerra civil y
religiosa que en Tollan sobrevino, fue parte para la destrucción
de la monarquía tolteca, y para que los sectarios del hombre blan
co tuvieran que huir á Yucatán.
Como civilizador, Quetzalcoatl introduce en el país las artes
útiles y de ornato; la agricultura, la mecánica, el tejido, el labra
do de los metales y de las piedras preciosas, constituyen sus más
ricos presentes: la excelencia de los artefactos es tan palpable,
que para ponderar á los artífices se escoje la palabra tolteca.
Corrigió también el calendario. Oxomoco y su mujer Cipactonal
(el principio de los dias, el comienzo de la luz) habían formado
la cuenta de los tiempos; pero, según la leyenda, la vieja Cipac
tonal tuvo por bien tomar consejo de su nieto Quetzalcoatl, y
(1) Fr. Gregorio García, Predio, dél evang. lib. V, cap. V.—Fr. Joaquín Braulio,
hiat. de 8. Agustín del Perú, lib. I, cap. .5.—Gil González Dávila, foj, 229.
(2) Grijalva, Edad I, cap. XIX.
(3) P. Mendieta, lib. II. cap. XIX.
(4) Segunda parte, cap. IX M8.
71
“ apaleaban, y moría en este tormento.” (1) Recuerdan estos úl
timos pormenores, no solo la muerte de cruz, sino la práctica de
los judíos al quebrar á palos las piernas de los ajusticiados.
Refiere el P. Durán, (2) que informado por un indio de que el
predicador blanco, á su tránsito por Ocuituco, “les había dejado
“un libro grande de cuatro dedos de alto de unas letras, y yo,
“movido con deseo de haber este libro, fui á Ocuituco y rogué á
“los indios con toda la humildad del mundo me lo mostx’asen, y me
“juraron que había seis años que lo quemaron, porque no acerta
b a n á leer la letra ni era como la nuestra, y que temiendo no
“les causase algún mal lo quemaron.”
Como en su lugar veremos, Quetzalcoatl pasó ó Yucatán; bajo
el nombre de Kukulcan se estableció en la península, (3) dejando
las mismas profecías que en Anáhuac, haciendo adorar la cruz,
predicando las doctrinas cristianas.
Curiosas en demasía son las predicciones de los profetas yuca
tecos: su estilo sentencioso y poético, sus inspirados acentos de
un porvenir á la letra cumplido, les dan cierto sabor á los dichos
de las Sibilas, ó más bien á los anatemas lanzados contra la na
ción impía. Patzin Yaxun Chan, idólatra, hablaba así con sus
hermanos: “Hecha fue la palabra de Dios sobre la tierra, la cual
“esperad, que ella vendrá, que sus sacerdotes os la traerán.
“Aprended sus palabras y predicación divina. Bienaventurados
“los que las recibieren. ¡Oh Itzalanos! aborreced á vuestros dio-
b es. Olvidadlos, que ya son Unibles. Adorad todos al Dios de
“la verdad, que está poderoso en todas partes, que es Creador
“de todas las cosas.”
El gran sacerdote Na hau Pee, decía á los fieles: “En el dia
“que más alumbrare el sol por la misericordia del Omnipotente,
“vendrán de aquí á cuatro edades los que han de traer la nueva
“de Dios. Con gran afecto os encomiendo espereis, oh Itzalanos,
“vuestros huéspedes que son los padres de la tierra, cuando
“vengan.”
La amenaza de un castigo sale de la boca de Ah Kukil Chel,
( + ) Rutinus, Hist. ecoles., lib. II, cap.XXIX (ed. de 1562), pág. 264; Sozomeiius
Eccl. List,, lib. III, cap. XV (ed. Guil. Reading.), Cantabrigia, 1720, tom, I I ,
pág. 298: Theophanes, Chronogr (ed. Par. 165»), pág. 61: Suidas, art...............
Kireher, (Edipus (ed. Rom. 1654) tom. m , pág. 277; Kleury., Hist. eeeleg.,
(ed. Par. 1695), t. TV, pág. 655. Hug. Erfind. der Buchstabenschriít, p. 32; Dupaix.
A nt Mex. Pl, 36. -
(v) Ve'ase el excelente tratado de M. Guillaume Grimm, Uber Deutsche Runen,
pág. 242.
(n) V. mis Vues des Cordilléres, t. 1, pág. 382, y t. II, pág. 356.
(1) Revue Ame’ricaine, 2e Se'rie, tom. II, pág. 69.
(2) Actes de las Socie'té Philologique. Num. 3, Mars 1870.
11
82
á la era de Jesucristo. Signos semejantes, no tienen, sin embar
go, la misma significación; las unas son cristianas, la otra trae
origen de otro culto. Cayendo todas bajo la jurisdicción de nues
tra historia, es preciso separarlas, tratando las dos clases inde
pendientemente. Comenzamos por las cruces cristianas.
Muchas y muy encontradas opiniones encontramos, según el
temperamento y las creencias de los autores. La primera fue,
negar rotundamente. Expediente cómodo, que si bien no resuel
ve el problema, lo destruye, cerrando la puerta á ulteriores es
peculaciones. Dijeron unos, son falsos los profetas y las profecías
de Yucatán, porque nunca existieren profetas ni profecías; algu
nos creyentes negaron también, fundados en que los infieles no
pueden- ser profetas, y se embrollaron en largas argumentaciones
teológicas: el sábio Humboldt se contentó con sus palabras, “son
cuentos de monjes.”
Herrera atestigua haber sido encontradas las cruces en Yuca-
tan, corrigiendo á Gomara por haber dicho que algunas eran de
latón, y refiere la profecía de Chilam Cambal á tiempo muy cer
cano á la llegada de los castellanos. (1) Copió la relación Tor-
quemada, car-,1, ¡ando el nombre del profeta en Chilancalcatl, y
parece no dar á la relación entero crédito. (2) Siguióse Bemesal,
quien se conformaba con las profecías. (3) Con estas y otras au
toridades, quedó modificada la opinión general; si los hechos no
eran falsos, debían tenerse como de reciente introducción y co
pia de lo que los indios habían visto &los castellanos. Por eso
el Dr. D. Pedro Sánchez de Aguilar, en su informe contra los
idólatras, refiriéndose á la cruz mandada poner por D. Hernando
en Cozumel, asevera: “De esta cruz tomó motivo ’iun] sacerdote
de ídolos, llamado Chilam Cambal, de hacer una poesía en su
lengua, que he leído muchas veces, en que dijo, que la gente nueva
que había de conquistarlos veneraba la cruz; con los cuales ha
bían de emparentar. Esto mismo refiere Antonio de Herrera, y
como el adelantado Montejo, á cuyo cargo estuvo la conquista
de esta provincia, tardó más de diez años en volver á ella, pen
saron los nuestros que éstos indios pusieron esta cruz, y tuvieron
por profecía la poesía de Chilam Cambal; esta es la verdad, la 123
(1) Hist. general, de'e. II, lib. III, cap. I.
(2) Monarq. Ind., lib. XV, cap. XLIX.
(3) Bernegal, lib. V, cap. VII.
88
cual averigüé por saber la lengua de ello, y por la comunicación
de los indios viejos primeros.neófitos que alcancé, los cuales iban
en su romería al templo de Cozumel.” (1)
E l espíritu religioso extraviaba el buen sentido de Sánchez de
Aguilar. Cortés mandó labrar la cruz de madera de Cozumel el
año 1519, (2) y las cruces en aquella isla habían sido vistas por
Grijalva en 1517; por consecuencia, aquella no pudo servir da
modelo para éstas. Cogolludo demuestra que los profatas maya
son con mucho anteriores al descubrimiento de América, y así
consta en su cronología.
Semejante explicación no pudo sostenerse contra la evidencia
de la verdad; como tampoco pudo tomarse á lo serio, que el dia
blo remedara las instituciones oristianas para perder las almas
de los idólatras: imposible fuera que el demonio entregara por
símbolo de adoración á sus adeptos el signo que lo amedrenta, y
trabajara en allanar el camino para la predicación evangélica.
Las ideas tomaron nuevo rumbo; ¿se había ó nó predicado en
América el Evangelio? Muchos lo negaron; mas prevaleció la
solución afirmativa. Entonces, ¿cuándo y por quién fué hecha la
predicación? No era fácil acertar con la respuesta; pero supues
to el constar que los apóstoles predicaron el Evangelio á todo el
mundo, uno de ellos fué el predicador.
El P. Durán, partidario de la predicación, solo acierta á seña
lar, alguno de los apóstoles. (3) Acosta pone de manifiesto la
semejanza de las ceremonias idolátricas con las cristianas, atri
buyéndolo al demonio. (4) Fr. Gregorio García, (5) sosteniendo
ser de tártaros la filiación mexicana, escribe: “y se conservan
entre ellos otras costumbres, semejantes á las cristianas, que pu
dieron retener aunque desfiguradas, desde que Santo Tomás pre-
dicó^en las Indias y sus comarcas, y aún en el Brasil; pues sus
indios tienen tradición de un santo varón llamado Sume, que dice
Vasconcelos es el mismo que Tomé, á quien Homio llama Maire
Hamane, y componiendo una voz de Pay] y Sume afirma le dan
el nombre de Paicumá los guaráis (como despues á los religiosos
van repetidas, ya porque las ideas se encuentran á veces interrumpidas para termi
nar en otro lugar; por otra parte, eohamos de menos en estos escritos el estilo gon-
górico de D. Cirios. Nos persuadimos, por último, á que tenemos los materiales,
las doctrinas, las autoridades, las argumentaciones que sirvieron á Sigüenza para su
obra, aunque no el mismo Fénix del Occidente. Tiene ademas el mérito, de ser un
completo arsenal* de noticias acerca de su asunto. El Códice formado por el 8 r.
Bamírez, se encuentra hoy en poder de mi amigo el Sr. Lie. D. Alfredo ChaverO:
tenemos copia.
(1) Teatro Mexicano, 2 P. T. 3, cap. VIU y sig.
(2) Catálogo de su Museo, pág. BO.
(3) Hist. ant., cap. XV y sig.
(4) Semanario ilustrado, México, 1868. Tom. I.
(5) Historia de la revolución de Nueva España, por D. José Guerra: Londres 1813.
José Guerra es el seudónimo bajo el cual se encubrió el P. Mier. Al fin del segundo
,volúmen se encuentra la disertación acerca de la venida de Santo Tomás á la Améri
ca. Copióla D. Carlos María Bustamante en la Hist. del P. Sahagun, tom. I, des
pues de la pág. 277.
86
tendía probar que la América no era deudora á los españoles de
la primera predicación de la fó. “Haciéndome todas estas dificul
tades sospechar, dice, que nuestro Santo Tomás no era el apóstol,
me dediqué á estudiar los autores portugueses, como Barros y
otros que cita García, sobre las cosas de la India pertenecientes
á Santo Tomás, de que han escrito largamente por su cuerpo,
cruz y memorias halladas en Meliapor, ciudad de Coromandel.
Y en sus historias hallé en el V ó VI siglo, otro Santo Tomás,
obispo, sucesor suyo, judío helenista también como el apóstol,
(esto es, hebreos que hablaban griego con idiotismos hebreos),
tan célebre como él por su predicación y milagros: del cual el
Breviario ó Santoral de la iglesia Siriaca tiene largas lecciones,
en que se refiere cómo pasó á predicar á la C hina, y & o tra s re
giones bárbaras y remotas, haciendo muchos prodigios. Éste sin
duda debe ser nuestro Quetzalcoatl, Chilamcambal en lengua
chinesa, que trajo sin duda discípulos chinos. Los grandes edi
ficios de Mictlan, Campeche, &c., que se atribuyen á los discípu
los de Quetzalcoatl, son muy parecidos á los chinases.” (1)
E l Santo Tomás de Meliapor, para nuestro caso, se encuentra
poco más ó mónos en las circunstancias del apóstol: consta que
murió en la India y nada dice su vida de la predicación en
América. (2)
Pero si ambos Santos Tomás sucumben ante la crítica, Que
tzalcoatl queda en pié con su historia, á la cual no aloanza la
contradicción: hubo un predicador blanco y barbado, que enseñó
doctrinas muy semejantes á las cristianas.
(1) “ ¡Cosa notable! El Swastika (V. nuestra lám. 1, núm. 1) de la India está figu
r a d o frecuentemente con estas dos formas (uu&. 1 y 3) en los fiu a io ó discos de
“ tierra cocida, encontrados con tanta abundancia, por el Doctor Schliemann, en las
“ruinas de la antigua Ilion; de donde nace esta conclusión muy natural, los troyanos
“ erando filiación aryana.”
(2) Traces de Buddhisme en Norve'ge &c. París, 1857, pág. 34.
89
el apéndice V III de su edición del Loto de la buena ley, en donde
leemos:” (1)
1. “Svaetikaya. Es la figura mística familiar á muchas sectas
hindus, representada de este modo (núm 9); literalmente signifi
ca su nombre signo de bendición ó de buen agüero. El signo Svas-
tika es tan conocido de los brahmanes como de los buddhistas,
y el Rdm&yana habla en cierto lugar de vasos marcados con este
signo afortunado. Sin embargo, me atrevería á decir, que esta
marca, cuyos nombres y uso ciertamente son antiguos, pues se
le encuentra en las medallas más viejas buddhicas, no fué tan
frecuentemente usada entre los primeros como entre los segun
dos. También es cierto, que la mayor parte de las inscripciones
grabadas vistas en las cavernas buddhicas del O. de las Indias,
están precedidas ó seguidas déla marca sacramental.”
3. “Nandávartaya. Es igualmente un diagrama de buen augu
rio, cuyo nombre verdadero es nandyavarta, significa el enro
llamiento ó el círculo afortunado. M. Colebrooke lo figura do
esta manera (núm. 10).
“El Amarakocha, forma de este signo el nombre de una espe
cie particular jde templo ó edificio sagrado, y es de notar que
el mandyavarta de los Djain puede pasar por una especie de
laberinto.”
4. “Sóvastekaya (núm. 11). La sola diferencia entre este signo
y el de que ántes hablamos, es que los brazos de la cruz van de
derecha á izquierda, mientras la núm. 9 lleva los brazos de iz
quierda á derecha.”
El biógrafo de Hionén Thsang menciona una piedra con las
huellas de los dos pies de Buddha, que en las extremidades de
los diez dedos se veían flores terminadas en el signo místico
ornan. (2) De esta misma cruz habla el R. P. Orazio della Penna
di Billi, en su descripción del Thibet, diciendo: “Hanno una spe-
“zie di croce, che tengono con venerazione.” (3) Refiere el P.
Hyacinthe, que las mujeres del Thibet adornan con esta cruz sus
vestidos. (4) Según M. Pallas, los mongoles dibujan esta cruz en
(1) Estudios sobre la hist. de América, México, 1876. Tom. 2, pág. 178.
(2) Asiatic researches or transactions of the Society instituted in Bengala for in-
quiring into the history and antiquities, the arts, Sciences and literatura oí Asia.
London, 1798, vol. 8, § 8, pág. 75. J. D. Paterson, orticle of the origin of the Hindú
religión.
(3) J. D. Paterson, id., id.
(4) Id., id., id.
(5) Asiatic researches, &c. Paterson, Jkc.
92
llama jantra, y son caracteres geroglíficos, de los cuales se en
cuentra gran variedad.” (1)
Con la figura núm. 19 denotaban á Mercurio los astrónomos
egipcios; denotando el círculo la difusión de la Divina Mente
en el mundo sideral, y la cruz inferior la difusión de I03 ele
mentos. (2)
El signo llamado cruz china, núm. 15, se diferencia únicamente
de la cruz ariana, en tener la dobladura de los brazos en sentido
contrario.
“Como instrumento ó medio de castigo, era también conocida
(la cruz), según se ha indicado, en tiempo de Abraham. Niño
suspendió de ella á Tarno ó Tarín, rey de Medea, conforme al
testimonio de Diódoro. (3) El patíbulo de la cruz se acostumbra
ba entre los persas, los egipcios, los africanos, los macedonios,
los griegos y los romanos. (4) En la Escritura bajo la palabra
patíbulo se habla de la cruz, según se colige de los capítulos VII,
V III, X X III de los Números y del. libro de Esther.” (5)
Así, pues, la cruz ha sido conocida por diferentes pueblos,
desde la más remota antigüedad, con la variedad de formas que
hemos visto, con diversas significaciones, y sirviendo también de
objeto sagrado, recibiendo culto. El mismo pueblo de Israel co
nocía aquella forma, bien que solo la empleara como instrumen
to de suplicio. Convirtióse en el signo sagrado del cristianismo,
en el árbol santo de la redención, por la muerte del Salvador.
Las formas principales de la cruz cristiana son, la latina, (núm. 12)
cruz commissa, la griega (núm. 13) cruz inmmissa, y el aspa de San
Andrés (núm. 14) cruz decussata. Siguen las compuestas como la
de Caravaca, la de Santiago y las de las órdenes de caballería.
De las cruces encontradas en México, la de Metztitlan ofrece
la figura del tau T; las de Cozumel, Cuauhtochco y otras eviden
temente tienen la forma latina; las que se notan colocadas en las
sandalias de los dioses, en el Tonalamatl, son al parecer griegas
(núm. 22); la encontrada por Squier en Centro América, (6) á no
( l) Ibid.
' (2) Larrainzar, tom. II, pág. 186.
(8) Lib. II de su Biblioteca, pág. 91.
(4) Martinetti. Tesoro delle antichita judaicbe, caldee, indiane, &c., tom. I, g 24'
pág. 283,—Justo Lipsio, Tratado de la Cruz, lib. I, cap. XI.
(5) Larrainzar, tom. II, pág. 171.
(6) Nicaragua, its people, t e . , New York, 1855,. Tom. II, pág. 92.
93
ser una semejanza casual, acusa francamente su origen búddhico;
la del Palenque (núm. 23) no da claros caracteres para su clasi
ficación. En esto, como en todo lo relativo á la mitología azteca,
hay una mezcla confusa de antiguo y de moderno, de doctrinas
confusas; y de distinto origen, que es preciso separar en cuanto
posible sea.
Comenzando por la cruz del Palenque, tenemos como cierto
que, atendido el contenido del relieve, estar colocado en un tem
plo, y las demas circunstancias admitidas ya, aquel signo era un
símbolo sagrado que recibía culto. Pero si los autores están casi
unánimes en este punto, entran en el mayor desacuerdo al tratar
de fijar la significación y el origen del emblema.
Mr. Lenoir opina que la cruz del Palenque es incontestable
mente anterior al cristianismo y nada tiene que ver con la reli
gión cristiana; “esta cruz está en el cielo, formada por la unión
“de la eclíptica con el ecuador, fijando dos puntos importantes
“del año; á saber, la primavera por la presencia del sol en la
“constelación de Aries, que está acostado sobre esta unión crucial,
“y el otoño por el descanso que el sol hace en el signo de Virgo,
“colocado en el segundo punto crucial.” (1) Opina Mr. Wal-
deck (2) que es un signo astronómico, señalando cada uno de los
cuatro brazos uno de los puntos cardinales. Brinton (3) juzga ser
el emblema de los cuatro vientos, y le parece que el pájaro posado
sobre la cruz es el símbolo del dios del aire. H. de Charencey, (4)
bajo la autoridad de M. rLéonce Angrand, ve la ceremonia del
bautismo entre los maya, y descifra el nombre de Kukulcan en los
jeroglíficos: infiere de aquí, que todo el relieve debe referirse á
los tiempos modernos de Quetzalcoatl. Pero el Sr. Charencey
muda de opinión en escrito posterior (5) ofreciendo probar que la
cruz es el árbol de la Ceiba; que el pájaro es la representación de
la gran deidad Hunab—KM, así como el relieve figura el apoteosis
de Votan. El trabajo entero está consagrado, á demostrar el orí-
(1) Antiquités mexicaines, pág. 79.
(2) Revue Americano. Deuxiéme sene, tom. II. Description du bas-relief de la
Croix, pág. 76.
(3) The Miths oí the New World. New York, 1868. Pág. 118; para la cruz véanse
las págs. 95, 97, 183, 188.
(4) Actes de la Socicté Philologique, Mars 1870. Essai de déchiffrementd’un frag-
ment d’inscription palenquéenne.
(5) Le Mythe de Votan. Alen<?on, 1871. Pág. 104.
94
gen asiático de la9 leyendas referentes á este personaje. Larrain-
zar dice: (1) “Es de notarse la coincidencia sorprendente que
hay entre las ceremonias del hindú y las figuras egipcias, hasta
constituir una identidad que Paterson explica considerando que
esta ceremonia se verificaba en el equinoccio autunal, en cuyo tiem
po prevalece la estación de las tempestades ó inundaciones, y
supone que son sojuzgadas durante el paso del sol por los signos
León y Virgo. ¡Quién sabe si el hermoso relieve de que nos ocu
pamos, representaría, supuestas todas las circunstancias que se
han especificado, esta ceremonia religiosa, y si la cruz que se
halla en el centro es el canób de los egipcios y el cunibh de los
indus, es la deidad que por su beneficencia y nobles caracteres,
era objeto de culto y veneración!”
Al medio de esta confusión, un punto parece estar bien demos
trado; la civilización representada por las ruinas del Palenque y
de Yucatán, es completamente diversa de la azteca. Difieren por
la lengua, por la escritura, por la arquitectura, por los vestidos,
por los usos y las costumbres, por la teogonia: si algunos puntos
de relación ofrecen, datan de la época de Kukulcan, en que aque
llas se pusieron en contacto. Resulta históricamente demostrado
también, que la existencia del Palenque es muy anterior á la de
los tolteca. Inferimos de estas premisas, que la cruz del Palen
que viene de distinto origen que las cruces de México y de Co-
zumel; que no fué introducida por Kukulcan ó sea Quetzalcoatl,
y por lo mismo, que no es de significación cristiana como las
traídas por el civilizador blanco y barbado. La cruz del Palen
que nos parece búddhica.
Hó aquí someramente nuestras razones. El buddhismo es una
derivación del brahmismo. El nacimiento de Buddha, autor del
cisma, lo colocan los mongoles, los chinos y los japoneses hácia
1027 ó 1029; los cachemiranos en 1333; los tibetanos en 2959, no
obstante que de sus libros sagrados resultan 835; los de Oeylan,
y reinos de Siam y de Ava en 543. (2) Por todos esos cómputos,
el principio de aquella religión es anterior en varios siglos á la
era cristiana.
La cruz existe en el culto búddhico.. Abel Remusat y Clavel
(1) Las historias del origen de los indios, por Jiménez, pág. 12 y sig.
109
Algunas reminiscencias podemos aducir á este propósito. La
leyenda quichee, pintando el tercer esfuerzo creador, admite
cuatro hombres primitivos, cada uno con compañera propia. “Y
“allí mismo estuvieron en aquella dulzura los hombres blancos y
“negros, y hubo muchas lenguas de dos orejas, y hay patrias de
“algunos hombres que no se han visto sus caras, y no tienen
“casas, sino que como locos se andan por todos los montes; ésto
“dijeron menospreciando las patrias de otros, dijeron, allá don-
“de vieron el Oriente.” (1) Aquí aparece ya la diferencia; los hom
bres blancos y negros no tenían la misma lengua; los negros
andaban escondidos por los montes' existían naciones cuyos ros
tros eran desconocidos.
Entre las tradiciones chiapanecas conservadas por el obispo
Nuñez de la Vega, (2) encontramos: “En muchos pueblos de la
provincia de este obispado tienen pintados en sus Reportorios
ó Calendarios siete negritos para hacer divinaciones y pronósti
cos correspondientes á los siete dias de la semana comenzándola
por el viernes á contar, como por los siete planetas los gentiles,
y al que llam’an Cozlahuntoz (que es el demonio, según los in
dios dicen con trece potestades) le tienen pintado en silla, y con
astas en la cabeza, como de carnero. Tienen los indios gran mie
do al negro, porque les dura la memoria de uno de sus primiti
vos ascendientes de color etiópico, que fue gran guerreador y
cruelísimo, según consta por un cuadernillo historial antiquísi
mo, que en su idioma escrito, pára en nuestro poder. Los de
Oschuc y de otros pueblos de los llanos veneran mucho al que
llaman c Yalahau, que quiere decir negro principal ó señor de
negros.”
Explicando, ó mas bien contradiciendo Boturini (3) estos aser
tos, nos dice: “pues los tales negritos fueron los principales se
ñores de esta nación, que teniendo en tiempo del heroísmo junto
al dominio aristocrático el ministerio del sacerdocio, se distin
guían de los demas héroes pintándose las caras con color negro,
y tengo en mi archivo un mapa áun de la tercera edad, en que se
ve al sacerdote con la cara pintada de negro, siendo cierto que
(1) YauM li escribe Torquemada. Clavigero, <nota en la pág. 281, tomo I, dice:
“ El yavM li es una planta cuyo tallo tiene un codo de largo, las hojas semejantes á
“las del sauz, pero dentadas, las flores amarillas, y las raíces sutiles. Las flores y las
“ hojas tienen el mismo olor y sabor que el anis. Es útil en la medicina, y los midi-
“ cos mexicanos las aplican á muchas dolencias; pero también la empleaban en usos
“ supersticiosos.” La idea de adorm ecer á las víctimas, para hacer minos crueles
sus padecimientos, parece general entre los mexicanos. Según Mendieta, lib. II,
cap. XVI, describiendo aquellas repugnantes ceremonias escribe: “Y para no sentir
tanto la muerte, les daban cierto brebaje á beber, que parece los desatinaba, y mos
traban ir á morir con alegría.”
(2) Sahagun, lib. II, cap. X. Torquemada, lib. X, cap. XXII.
(3) Ve'anse los pormenores de la fiesta en Sahagun, lib. 11, cap. XXIX.
117
dando al dios la’advocación de Milintoc; no se encendía el fuego
con los palos, y áíunque en la hoguera se echaba la caza traída
por los mancebos, dejábase consumir la pequeña: y la grande ya
asada se apartaba para ser comida por los ancianos: llamábase
este manjar Calpuleque. (1)
Estas fiestas se verificaban tres años arreo, y al cuarto tenía
lugar otra con mayor aparato. En ella, para dar muestras de‘ la
dualidad encarnada en las divinidades mexicanas, morían en el
sacrificio ordinario no sólo los cautivos y esclavos, sino también
sus mujeres, ataviados unos, y otras con las insignias de Ixco-
zauhqui. Acabado el sacrificio tenía lugar un baile solemne, lla
mado Netecuitotiliztli, porque sólo eran admitidos el rey y la
principal nobleza; terminaba la danza al dar cuatro vueltas alre
dedor del patio. Acabados baile y fiesta, que como se advierte
solo tenía lugar de cuatro en cuatro años, se procedía á agujerar
las orejas de los niños y las niñas, á cuyo efecto acudíanlos pa
dres con los respectivos padrinos de los párvulos. Hacíase el
taladro con un hueso, curábase la herida con la parte más blan
da y fina de las plumas y un poco del ungüento llamado ocotxott,
terminando por pasar cuatro veces por el fue&o á los infantes, á
manera de lustracion. (2)
En estas ceremonias anuales y cuaternales se nota el intento
de celebrar ciertos períodos de tiempo, relacionados con el ca
lendario. Aunque los cultos del sol y del fuego andan separados,
se advierte que á veces se confunden tomándose el uno por el
otro. Al pié del templo mayor, junto á la escalera principal, ha
bía dos braseros en que se conservaba fuego perpetuo; los sacer
dotes cuidaban de alimentarle, y ponían incienso durante noche
y dia. (3) En el templo llamado Huitznahuac conservábase igual
mente el fuego sagrado, (4) siendo práctica común en todos los
teocalli. (5) Casual puede ser la semejanza, mas recuerda el ma
gismo de los pueblos orientales.
La mayor y principal fiesta en honra del fuego era la cíclica ó
secular, celebrada de 52 en 52 años, para saoar el fuego nuevo.
(1) Sahagun, lib. II, cap. XXXVII. Torquemada, lib. X, cap. XXX.
(2) Sahagun, lib. II, cap. XXXVII y XXXVIII.
(8) Torquemada, lib. VIII, cap. XI.
■(<) Torquemada, lib. VIII, cap. XIII.
(6) P. Mendieta, lib. II, cap. VII.
118
Según la leyenda cosmogónica de los soles, el mundo había de
terminar al fin de uno de los ciclos; si se lograba el nuevo fuego,
había seguridad de otros cincuenta y dos años para la vida del
planeta; caso contrario, el sol y la humanidad perecerían sin re
medio. Aquella solemnidad llevaba en sí una mezcla extraña de
ansiedad, luchando el ánimo entre la esperanza de la vida y el
terror de la muerte.
Llamábase la fiesta Toxiuhmolpilia, atadura de los años, Xiuh-
tzitzquilo, Be toma el año nuevo: tenía lugar á la media noche
anterior al dia en que comenzaba el siguiente ciclo. Los habi
tantes se preparaban inutilizando sus ropas y muebles, quebran
do ó arrojando al agua sus dioses y utensilios; por la noche se
subían á las azoteas de las casas, por temor de que bajasen de lo
alto las fantasmas dichas tzitzimime y se comiesen á los hombres.
Solo las mujeres grávidas quedaban encerradas en los graneros,
cubierto el rostro con una máscara de penca de maguey, evitan
do así, si el fuego no apareciera, que se convirtieran en animales
fieros y se comieran á las gentes: para que los pequeñuelos no se
transformaran en ratones, se les ponía la máscara de maguey,
impidiendo se durtnieran, á.pellizcos y rempujones. Los de los
pueblos comarcanos al valle, subían á las montañas y alturas,
fijando ansiosos y á porfía la vista, en el punto donde habían de
aparecer la llama sagrada.
Cerca de la puesta del sol, los sacerdotes de México revestían
las insignias de todos los dioses, en representación de los núme
nes; al principio de la noche se ponían en marcha prooesional-
mente, con paso mesurado, á lo que llamaban teonenemi, caminan
como dioses: la muchedumbre silenciosa seguía la comitiva. El
sacerdote del barrio de Copolco, encargado de sacar la lumbre,
iba por el camino ensayándose en su oficio. (1) Dirigíanse al
cerro Huixachtitlan, (2) procurando llegar al teocalli construido
(1) De estos palos uno era cuadrangular, de madera blanda, con una muesca en
un lado; el otro era un madero cilindrico y duro, el cual colocado verticaltuente en
la muesca de aquel, y dándole vueltas continuadas entre'las palmas de las manos,
arrancaba por la frotación un polvo menudo, que entraba en combustión. Los palos
se llamaban mamalhuaztli, Tteüaaoni, que arroja ó dá fuego; Tlecuahuitl, palo de
fuego.
(2) Huixachtecatl, Huixachtitlan, Huixaohtlan, palabras derivadas de fiuixaeMn,
especie de mimosa llamada ahora huizachi. El cerro es conocido actualmente por
de la Estrella ó Iztapalapan.
119
en la cumbre hacia la media noche. Esperaban- á que las Pléya-
das estuvieran en la mitad del cielo, y entonces tomaban el cau
tivo prevenido al intento, le sacaban el corazón y sobre la herida
colocaban el tleüaxoni: aplicábase con fuerza el sacerdote á res
tregar los leños, sumidos loa circunstantes en la mayor zozobra:
era el momento decisivo. Mas cuando los palos iban entigrecién
dose, se escapaban ligeras señales de humo, brotando por último
la llama, un gran grito de júbilo se alzaba entre los presentes, que
repetido en todas direcciones, se propagaba á los lugares distan
tes. Con el fuego del tlecuahuiü se encendía una inmensa hogue
ra, á donde eran arrojados el corazón y el cuerpo de la víctima.
Luego que los de los pueblos y montañas descubrían la llama
apetecida en las ¡tinieblas, prorrumpían en alaridos de gozo, y
cortándose sin distinción alguna en las orejas, arrojaban la san
gre hácia la distante hoguera.
Los sacerdotes entregaban el fuego nuevo á los emisarios ve
nidos de los pueblos y provincias, poniéndolo en teas de pino
resinoso; aquellos emisarios, muy ligeros corredores, llevaban la
llama sin dejarla extinguir, y mudados de distancia en distancia
eomo en postas, en breve tiempo llegaba el depósito al lugar de
su destino. En México el fuego era colocado en el-templo mayor,
delante de Htfitzilopochtli, sobre un candelero de cal„ y canto;
formaban una hoguera, quemando cantidad de copal, repartién
dolo en seguida á los otros teocalli, habitaciones de los sacerdo
tes, y por último á cada uno de los vecinos de la ciudad. Cada
uno de éstos encendía una lumbrada en el patio de su casa, sa
crificaba codornices, é incensaba hácia los cuatro puntos cardi
nales. Comían el potaje llamado tzohuáüi, compuesto de miel y
bledos, absteniéndose de tomar agua hasta el medio dia; á esta
hora comenzaba el sacrificio en los templos, y acabado podíase
ya beber. Seguíase el regocijo general; las mujeres grávidas eran
sacadas de su encierro: vestíanse todos de nuevo, ponían en su
lugar los muebles y las esteras construidas al intento, renacien
do la seguridad absoluta de otros cincuenta y dos años de exis
tencia. Ocurre que tal vez no era tanto el miedo, de ver acabar
el mundo, cuando tan á mano tenían prevenido cuanto debía
servirles en el nuevo ciclo. Si acontecía nacer alguno en aquel
dia, si hombre le llamaban Molpilli, atadura, y si mujer Xiuh-
nenetl.
120
La última fiesta del fuego nuevo tuvo lugar el orne calli 1507,
reinando en México el segundo Motecuhzoma. El prisionero so
bre cuyo pecho se sacó el fuego simbólico fué Xiuhtlamin, gue
rrero valiente y generoso de Huexotzinco, cautivado por un gue
rrero de Tlatelolco llamado Itzcuin, quien por esta hazaña se
llamó Xiuhtlaminnan, tomador de Xiuhtlamin. (1)
Dada idea de las divinidades correspondientes á los cuatro
elementos, pasemos á dar cuenta de los demas númenes del pan
teón mexicano. El primero y el más importante era Tezcatlipoca,
espejo resplandeciente. En este mito están mezcladas las ideas
más encontradas; la unidad, la dualidad y la pluralidad; el espí
ritu y la materia; el hombre y el dios; el bien y el mal, ya en
lucha, ya perfectamente unidos. Sus nombres son varios como
sus oficios, Yoalliéhecatl, viento de la noche; Titlacahuan, somos
tus siervos y esclavos; Moyocoyatzin, el que hace cuanto quiere;
Telpochtli, (2) mancebo, porque el tiempo no pasaba por él ni
nunca envejecía; Yautl, enemigo, y otros muchos como Necooi-
autlmonenequi, Teiocoiani, Techimatini, Moquequeloa, Yoatzin,
Necaoalpilli, &c.
En las oraciones que se le dirigían, se le dice: “tú eres invisi
ble y no palpable, bien así como la noche y el aire.” Es eterno,
creador del cielo y del infierno, alma del universo, señor de la
tierra, gobernador del mundo, señor de las batallas y de las ri
quezas. “Penetráis con una vista las piedras y árboles, viendo
lo que dentro está escondido, y por la misma razón veis y enten
déis lo que está dentro de nuestros corazones, y veis nuestros
pensamientos. Nuestras ánimas en vuestra presencia son como
un poco de humo y de niebla que se levanta de la tierra.” De él,
sin embargo, dimanan la peste y el hambre; toma apariencias de
fantasmas nocturnas para hacer daños; mucho tiene de malévolo
ya que se le dice, “nosotros los hombres somos vuestro espectá
culo y teatro, de quien vos os reís.” No obstante su gran poder,
se llama al sol y á la tierra, “padre y madre de todos.” Y debe
su origen al Huehueteotl, supuestas estas palabras, “vuestro pa1-
dre y madre, de todos los dioses, el dios antiguo, que es el dios
del fuego que está en medio de las flores, y en medio del alber-12
(1) Sahagun, lib. VII, cap. IX á XII: lib. IV, apéndice tomo I, pág. 316,—Tor-
quemada, lib. X, cap. XXXIII.
(2) Torquemada, lib. 'VI, cap. XX.
121
(1) Sahagnn, lib. VI, cap. I al VII: lib. III, cap. II.
(2) P. Duran, cap, IV. MS. Acosta, lib. V, cap. IX.
(3) Boturini, idea de una nueva hist., pág. 12,
(4) Gama, descrip. de las dos piedras, pág. 40.
16
122
en memoria de un penitente que desde niño vivió en las laderas
del volcan. (1)
Titlacahuan ó Tezcatlipoca domina en la segunda trecena del
Tonalamatl. Tiene enfrente la luna, que es su símbolo astronó
mico, bajo cuyo aspecto mantiene las luchas con Venus ó Que-
tzalcoatl. Como persona real, y con el tercer nombre Tlacahue-
pan, lo vemos luchar con el mismo Quetzalcoatl, su antagonista
religioso, representando un culto más antiguo.
R e in a tam b ién en la tercera trecena del Tonalamatl, con Tla-
tocaocelotl ó según Castillo con Teotlamacazqui Iztlacatini. Tla-
tocaocelotl, tigre hombre ó persona, figurado en un tigre con un
penacho de plumas ricas, parece sim bolizar la fu erza guerrera,
perteneciendo sin duda á alguna constelación que ahora se nos
escapa. Teotlamacazqui, sacerdote divino, es el signo de los mi
nistros dedicados al culto y al estudio de las cosas santas.
“Llamábanle Moyocoyatzin, por razón que hacía todo cuanto
quería y pensaba, y que ningún^ le podía contradecir á lo que
hacía, ni en el cielo ni en este mundo, y en dar riqueza á quien
quería; y más decían, que el dia que fuese servido de destruir y
derribar el cielo, que lo haría, y los vivos se acabarían; y al di
cho Titlacahuan todos le adoraban y rogaban, y en todos los ca
minos y divisiones de calles le ponían un asiento hecho de pie
dras, para él, que se llamaba Momuztli, y le ponían ciertos ramos
en el dicho asiento por su honra y servicio cada cinco dias, allende
de los veinte dias de fiesta que le hacían, y así tenían la costum
bre y orden de hacerlo siempre.” (2)
La gran fiesta solemne en honra de esta divinidad, ténía lugar
en el mes Toxcatl; las ceremonias tenían mucho de místico y de
significativo. (3) Llama sobre ellas la atención la víctima consa
grada al dios. Luego que la anterior fiesta terminaba, escogíase
entre los esclavos un mozo gentil y hermoso, sin mácula alguna,
de buenas maneras, bien hablado y entendido en la música y el
canto, en todo lo cual había sido industriado por los calpixque
que le tenían á cargo. Dejábanle crecer el pelo hasta la cintura;
con resina le pegaban en la cabeza plumas blancas de gallina;
(1) Camino del cielo, por el P. Fr. Martin de León. México, 1610, foj. 96.
(2) P. Sahagun. lib. III, cap. II.
(8) Torquemada, lib. X, cap. XIV.—Durán, segunda parte, cap. IV. MS.
123
vestido de una manera rica, añadían una guirnalda de flores lla
mada izquixochitl, y sartales de flores atravesados del hombro al
sobaco; gargantilla de piedras preciosas con un largo joyel; ador
nos de oro en brazos y piernas; maxdatt y manta muy ricos; en
suma, el mayor y más suntuoso adorno. Con estos arreos, segui
do de ocho pajes destinados á su servicio y de la gente princi
pal que quería acompañarle, recorría á su v o lu n tad d ia y noohe
la población, tocando una flautilla de sonido agudo, con flores y
ramilletes en las manos, fumando las cañas de humo y saludan
do cortesmente á cuantos veía. La gente que le encontraba se
humillaba, haciéndole reverencia como al mismq Tezcatlipoca, al
que representaba. El sonido ue la flautilla, oído principalmente
de noohe, ponía espanto en los criminales y pecadores.
Veinte dias ántes de cumplirse el plazo, le quitaban aquellas
insignias, le vestían como á capitán cortándole el pelo y atándo
selo con las borlas dichas aztaxdli de oro, plumas y tochomitl.
Su vida hasta entonces había pasado satisfecha y harta; ahora
recrecían para él los goces y el placer. Dábanle por compañeras
íntimas cuatro doncellas lindas, al intento criadas, con los nom
bres de las diosas Xoehiquetzal, Xilonen, Atlatonan y Huixto-
cihuatl; proceres y nobles le acompañaban y servían, pasando
todos los dias en espléndidos convites. Los cinco últimos diás
la nobleza entera le acompañaba á excepción del rey, y el ban
quete, baile y música tenían lugar en sitios deleitosos. El pri
mer dia en el barrio de Tecaninan; el segundo en el santuario
de Tezcatlipoca; el tercero en Chapultepec; el ouarto en Tepe-
tzinoo, el quinto y último en Tepepolco.
Por más que los placeres le habían entretenido, tocaba al cabo
el infortunado término. Concluido el sarao en Tepepolco, salía
el mancebo en una canoa cubierta con un toldo; én Tlapizahua-
yan, no lejos* de Itztapalapan, le abandonaban sus mujeres y el
cortejo de nobles, prosiguiendo su camino con los ocho pajes
de su servidumbre. Llegado á México, quedaba sólo al pié de
las gradas del teocalli; subía pausadamente, rompiendo en cada
escalón alguna de las flautillas que le sirvieron para tañir, arro
jando sus adornos, como quien se desprende de las últimas y
más queridas ilusiones. Llegado á la parte superior, se ponía
junto á las andas del ídolo, seguía la procesión, y terminada le
tomaban los sacerdotes, le tendían sobre el techcatl y le inmola
124
(1) Sahagun, lib. II, cap. V, y XXIV. Torquemada, lib. X, cap. XIV y XV.
125
significa siniestra de pluma relumbrante. (1). En otro sentir se
compone de Huitzilin, chupamirto, y de Tlahuipochtli, nigro
mante ó hechicero que echa fuego por la boca; pero la lengua
no autoriza esta formación. Se saca también de huitzilin, y de
opochtli, mano izquierda, sonando, mano izquierda ó siniestra
de pluma relumbrante. (2) En versión diversa se hace la palabra
de Huitziton, capitán conductor de los mexicanos, y de mapoche,
que es la mano siniestra, como quien dice, Huitziton sentado á
la mano siniestra; (3) Clavigero repugnó esta etimología por
violenta. (4) Conformándonos con el mismo Clavigero, la signi
ficación propia debe tomarse de huitzitzilin, chupamirto, que en
composición arroja el elemento huitzíl, y de opochtli, mano sinies
tra; “Llamóse así, dice el repetido autor, porque su ídolo tenía
en el pié izquierdo unas plumas de aquella ave.” Las traduccio
nes que pudieran formarse, mano izquierda de colibrí, ó colibrí
izquierdo, no nos satisfacen.
Quedan rastros, como hemos visto, de una religión muy anti
gua, en la cual eran adorados los animales; acaso en aquella épo
ca el huitzitzilin era el emblema del valor guerrero, y bajo esta
forma el dios de la guerra. No aparece el supuesto tan descabe
llado, pues en aquella mitología estaba admitido, que los gue
rreros habitantes de la casa del sol, despues de acompañar al
astro, sé convertían en chupamirtos, esparciéndose por los jar
dines del cielo á libar el néctar de las flores. Por otra parte en
tre los guerreros mexicanos había algunos muy temidos, porque
combatían con la mano izquierda. A estas dos ideas nos parece
corresponder el nombre Huitzilopochtli, significando en realidad
el guerrero zurdo, el zurdo dios de la guerra; ó tomando la voz
huitzitzilin en su sentido figurado, el zurdo precioso, el zurdo
distinguido, valioso, primoroso. Consta en documentos antiguos,
llamarse por otro nombre Mexitli.
Vario como su nombre es su origen. Lo hemos visto entre los
dioses primitivos, llamándole en el ritual señor del cielo y de la
tierra. También aparece como un hombre robusto y guerreador,
llevando por divisa una cabeza de dragón espantable que echa-
(1) Acosta, lib. V, cap, XX.
(2) Torque mada, lib. VI, cap. XXI.
(3) Boturini, idea de una nueva hist. pág. 61. Le sigue Vevtia, tom. 11, nág. 04.
(4) Hist. antig. tom. i, nota en la página 234.
126
ba fuego por la boca; ó como un nigromántico que se transfor
maba en figura de animales: en ambos casos, despues de muerto
le honraron como dios. (1) En otra leyenda, los mexicanos, du
rante su peregrinación, traían como conductor á un capitán lla
mado Huitzinton; muerto cargado de años y de méritos, fue arre
batado al cielo y puesto á la izquierda de Tezcatlipoca, quien
tenía la forma de un espantoso dragón: aquel fué el apoteosis de]
capitán. (2) La relación propiamente religiosa cambia de forma.
Había en el pueblo de Coatepec, cerca de Tollan, una devota
mujer llamada Coatlicue, madre de ‘los indios nombrados Cen-
tzonhuitznahuac y de la mujer dicha Coyolxauhqui. Estaba un£
vez Coatlicue barriendo el templo, cuando del cielo calló un ovi
lio de plumas finas, que ella recogió, colocándolo en el vientre
debajo de las enaguas; acabado el quehacer buscó el ovillo; mas
con grande asombro suyo había desaparecido, subiendo de pun
to su confusión sintiendo los síntomas de estar grávida. Cuando
aquel estado se hizo patente, los centzonhuitznahuac, impulsa
dos principalmente por su hermana Coyolxauhqui, resolvieron
matar á la devota, pues había afrentado su linaje con acción tan
contraria á la honestidad. Cuahuitlicue, uno de los hijos, dió
aviso de la determinación á Coatlicue, la cual se entristeció y
lloraba su desventura: creíase perdida sin remedio, y más se
afligía cuanto que se tenía por inocente: estando muy apenada,
oyó salir de su vientre una voz que le dijo: “Madre mia, no te
“acongojes ni recibas pena, que yo lo remediaré y te libraré, con
‘mucha gloria tuya y estimación mia.”
El dia señalado, los centzonhuitznahuac vistieron sus insig-
njas guerreras, tomaron sus armas, y conducidos por la sañosa
Coyolxauhqui se dirijieron á consumar el crimen. La voz que
salía del vientre preguntó: ¿á donde venían los enemigos? Cua
huitlicue respondió, que por Tzompantitlan. Repetidas las pre
guntas, las respuestas decían que en Coaxalco, en Apetlac, al
medio de la sierra, es decir, siempre más cerca. Cuando Cuahui
tlicue dijo, ¡ya están aquí! Huitzilopoelitli nació de improviso.
Rostro, brazos y muslos teníS pintados de azul; la pierna sinies
tra delgada y emplumada; en la cabeza negado un plumaje; ar-
(1) Torquemada, lib. VI, cap. XXXVII. Clavigero, tom. I, pág, 235.
129
puchtli, que se llamaba Tehuoa. También se hallaban presentes
cuatro grandes sacerdotes, y más otros cuatro principales de loa
mancebos que tenían cargo de criar la juventud, cuyo colegio se
llamaba Telpuchtlotoque; todos estos se hallaban presentes cuan
do mataban el cuerpo de Vitzilopuchtli, y despues de haberlo
muerto, luego lo desbarataban, como que era de una masa hecha
de semilla de bledos, y el corazón de Vitzilopuchtli, tomábanlo
para el señor ó el rey, y todo el cuerpo y pedazos que eran como
besos de dicho Vitzilopuchtli, lo repartían por iguales partes
entre los naturales de México y Tlaltelulco. Los de México que
eran ministros del dicho Vitzilopuchtli que se llamaban Calpu
les, tomaban cuatro pedazos del cuerpo, y otros tantos tomaban
los de Tlaltelulco, para los que tenían el mismo nombre; de esta
manera repartían entre ellos los cuatro pedazos del cuerpo de
Vitzilopuchtli á los indios de los barrios, y á los ministros de los
ídolos que se llamaban Calpules, los cuales comían el cuerpo de
Vitzilopuchtli cada año, según su orden y costumbre que ellos
habían tenido. Cada uno comía un pedazo del cuerpo de este
dios, y los que comían eran mancebos, y decían que era el cuer
po de dios que se llamkba Teoeualo, y los que recibían y comían
el cuerpo de Vitzilopuchtli, se llamaban ministros de dios.” (1)
Si esta era la principal, no faltaban otras divinidades que pre
sidían á la guerra. Tlacahuepancuexcotzin era hermano de Hui-
tzilopochtli, su compañero y sustituto: recibía adoración en el
teocalli Huitznahuaccalpulli, donde se hacía su estátua de masa
á semejanza de su hermano mayor. (2) Se le daba culto principal
en Texcoco. Si la guerra se emprendía para conquistar alguna
provincia ó con otro particular motivo, los guerreros iban á los
montes á traer leña, presentándola á los sacerdotes del templo,
á fin de que ardiera en el fuego perpetuo todo el tiempo que la
expedición durara, haciendo el rey algunos sacrificios ante las
estatuas de Huitzilopochtli y de Tlacahuepancuexcotzin: á este
acto y ofrenda llamaban Teocuauhquetzaliztli. (3)
Paina ó Paynalton, ligero, veloz, apresurado; del verbo payna,
correr apresuradamente. Hermano menor de Huitzilopochtli, y
(1) Sahagun, lib. III, cap. I, § segundo.—Torquemada, lib. VI, cap. XXXVIII,
aumenta otros muchos pormenores semejantes á la consagración y comunión da este
pan místico anualmente. Teoeualo quiere decir, dios es comido.
(21 Torquemada, lib. VIII, cap. XVI.
(S) Gama, descrip. de las dos piedras, pág. 38, § 22.
17
130
su coadjutor ó vicario. En los casos de un acometimiento repen
tino de los enemigos, los sacerdotes tomaban la estátua del dios
en unas andas, y echaban & correr por las calles y alrededor de
la ciudad, parando de cuando en cuando en ciertos lugares para
hacer sacrificios de codornices y áun de hombres. Esta ceremo
nia equivalía á tocar á rebato, pues todos los guerreros estaban
obligados á tomar las armas, para acudir al lugar amenazado. (1)
Era el númen de la guerra de sorpresa y de emboscadas.
“Y en los bosques tenían dios de las guerras, para que los de
fendiese y guardase de sus enemigos.” (2) Era el númen que
presidía á la guerra de montaña, diversa de la que se hacía en la
tierra llana.
Teoyaomiqui, morir en la guerra divina, morir en defensa de
los dioses. Los mexicanos, acolhua y tepaneca, tenían concerta
da una guerra religiosa contra los de Tlaxcalla, Huexotzinco y
Choloilan: era su objeto traer víctimas frescas para los dioses,
razón por la cual se llamaba guerra sagrada, florida, contra los
enemigos cTe casa. La Teoyaomiqui completaba la dualidad en
los dioses de la guerra; su oficio era recojer las almas délos p u e r
tos en las batallas religiosas, y las de los prisioneros sacrificados á
los dioses. Principalmente en estos combates, el objeto de los
guerreros consistía menos en dar muerte á los enemigos, que en
cogerlos vivos para traerles como víctimas: á estas batallas se di
rigían los combatientes resueltos á morir, pues sólo con mucha
victoria podían escapar con vida. “A ella dirigían sus votos y sa
crificios los señores y gente militar, no sólo en el templo donde
se veneraba, sino dentro de sus propias casas; cuidando los pa
dres ó parientes de aquellos soldados, ya que estaban prontos á
salir de ellas, de barrer y limpiar bien todas sus piezas, compo
nerlas y sahumarlas con el incienso sacro, que era del copal mis
mo que ofrecían en el templo, á cuya ceremonia daban el nombre
de Tlachpahualiztli.” (3)
La Teoyaomiqui impera en la XV trecena del Tonalamatl, en
compañía de Teoyaotlatohua Huitzilopochtli. “No solamente
veneraban en el templo, dice Gama, (4) este horrible simulacro,
(1) Sahagun, lib. I, cap. II. Torquemada, lib. VI, cap. XXII. Clavigero, tom. I,
pág. 236.
(2) Torquemada, lib. VI, cap. XVI.
(3) Gama, las dos piedras, pág. 38, § 22. Boturini, pág. 27.
(4) Loco cit., pág. 42, § 26.
131
como un compendio de muchos dioses, sino que también le fin
gieron los astrólogos judiciarios constelación celeste que influía
en los que nacían en la trecena que denominaba, que era la XV
del Tonalamatl. En ello suponían dominio á estos dos compa
ñeros, no unidos como están aquí, ni con los ornamentos y divi
sas que se ven cubiertos, sino en otras figuras diferentes, menos
deformes (como que los fingían ya separados de la tierra y colo
cados en el cielo) aunque siempre afeados con los atributos que
les suponían. Allí aparece Teoyaotlatohua Huitzilopochtli con
el rostro descubierto, y con la boca abierta en acción de que está
hablando, con sólo medio cuerpo, y el resto en forma de una es
pecie de banco: tiene en la cabeza un penacho de plumas, y en
el cerebro otro que forma la figura de un timbal, que también
remata en plumas. Del mismo cerebro le bajan unos adornos que
le cubren la espalda: sus brazos se asemejan á unos troncos con
ramas, y de la cintura le nacen unas yerbas, que parte de ellas
cae sobre el banco. En frente de esta figura está Teoyaomiqui
desnuda, y cubierta con sólo un cendal, parada sobre una basa
ó porción de pilastra; la cabeza separada del cuerpo arriba del
cuello, con los ojos vendados, y en su lugar dos víboras ó cule
bras, que nacen del mismo cuello. Entre estas dos figuras está
un árbol de flores partido por medio, al cual se junta un madero
con varios atravesaños, y encima de él una ave, cuya cabeza está
también dividida del cuerpo. Se ve también otra cabeza de ave
dentro de una jicara, otra de sierpe, una olla con la boca para
abajo saliendo de ella la materia que contenía dentro, cuya figu
ra parece ser la que usaban para representar el agua; y final
mente, ocupan el resto del cuadro otros jeroglíficos y figuras
diferentes.”
Miquiztli, muerte. Simbolizada en un cráneo, es el signo del
sexto dia del mes y el quinto de los acompañados ó señores de
la noche. En la religión guerrera dé los mexicanos, no podía fal
tar la deificación de la idea del término de la existencia. Colo
cado entre los signos celestes, por él comenzaba la sexta trecena
del Tonalamatl. Con su número de órden Cemiquiztli se le ado
raba por dios, en el templo llamado Tolnahuac, sacrificándole
cautivos cada 260 dias. (1)
(1) Sahagun, lib. I, cap. IX. Torquemada, lib. VI, cap. XXXI.
(2) Sahagun, lib. I, cap. XVIII.
(3) Monarq. indiana, lib. VI, cap. XXIX.
(4) Boturini, pág. 51.
(5) Sahagun, lib. I, cap. XIX.
(6) Torquemada, lib. VI, cap. XXVIII.
(7) Torquemada, loco cit.
136
en el mismo sentido Tlaitlauiniloni y Tlanenpopoloa, largo y libe
ral; Teatzelhuia, el que rocía con agua, porque se compadecía
de los infelices; Amotenencua, el que se muestra agradecido. (1)
Los lapidarios ó artífices de labrar piedras preciosas contaban
cuatro patronos; dos varones, Chicuhnahuiitzcuintli, nueve pe-
rroB, y Nahualpili, señor hechicero, y dos hembras|Macuilcalli
cinco casas, y Centeotl que parece ser la misma diosa de las
mieses. En el dia señalado con el nombre nueve perros se hacía
fiesta, matando cuatro esclavos, dos hombres y dos mujeres. (2)
Opochtli, zurdo, inventor de las redes para pescar, de la espe
cie de fisga de tres puntas llamada mimacachalli con que se cojen
las ranas, délos lazos para cogerlas aves y los remos para remar:
pertenecía á la familia de los tlaloque, y los pescadores eran sus
principales devotos. (3)
Tepitoton ó Tepictoton, pequeñitos, dioses domésticos ó lares,
de los cuales seis debía de tener en su casa el rey, cuatro los
nobles y dos los plebeyos; multitud de las mismas figurillas ha
bía derramadas por plazas, calles, campos y montes, como guar
dadores de todas las cosas. (4)
Piltzintecutli, custodio y guardador de los niños nacidos en
matrimonio, principalmente de los nobles; pintábanle de poca
edad y hermoso; presidía en la VI trecena del Tonalamatl.
Yohualtecutli, señor de la noche, 4 quien se le pedía diese
sueño á los niños. Yohualticitl, madre general de los niños, dio
sa de las cunas, encargada de velar por sus hijos. (5)
Ylamatecuhtli, señora anciana, protectora de los viejos. (6)
Ahuilteotl, dios apocado por los vicios, del verbo ahuilihui,
apocarse con los vicios. Númen de los ociosos, vagabundos y ju
glares, y gente baldía y despreciable. (7)
Xóchitl, flor, nombre del vigésimo dia del mes y tercero de
los acompañados de la noche: bajo el signo Cexochitl tenía lugar
en el Tonalamatl, como símbolo de la ¡florescencia, con influjo
sobre la suerte de los hombres. La misma idea, bajo el nombre
(1) Sahagun, lib. I, cap. XX. Torquemada, lib. VI, cap. XXX.
(2) Torquemada, lib. VI, cap. XXX.
(3) Sahagun, lib. I, cap. XVII. Torquemada, lib. VI, cap. XXX.
(4) Torquemada, lib. VI, cap. XXXIV.
(5) Torquemada, lib. XIII, cap. XX.
(6) Torquemada, lib. X, cap. XXIX.
(7) Boturini, pág. 20.
137
Macuilxochitl, cinco flores, presidía en la cuarta trecena del To-
nalamatl. Dios ó diosa, pues siempre reina el sistema de duali
dad, era abogada particular de quienes moraban en las casas de
los señores y en los palacios de los príncipes, (1) y también de
la germinación de las flores: llamábanle también Xocbipilli, el
principal que da flores ó que tiene cargo de dar flores. Quetzal-
malin, figura fantástica que domina en la novena trecena del
Tonalamatl, significando la vegetación lozana ó el mayor creci
miento de las plantas. Xochcua, come flores, adorado en el tem
plo dicho Netlatiloyan, compañero de Nanahuatl, buba, (2) y
destructor de las flores. Macuilmalinali y Topantlacaqui, eran
también abogados de flores y plantas. (3)
Quiahuitl, lluvia, nombre del décimo noveno dia del mes, no
veno de los compañeros de la noche: deificada bajo el nombre de
Macuilquiahuitl.
Cada uno de los signos que presidía á los 260 dias del Tona
lamatl, e ra una divinidad de mayor ó menor importancia; que
influía buena ó mala ventura, así sobre el nacimiento de las cria
turas, como sobre los acontecimientos diarios. Todavía se des
cendía á dar virtud á los animales para el aumento de la pesca
y de la caza, encontrándose figuras de divinidades en forma de
cuadrúpedos, aves, peces y reptiles. (4)
Faltan por enumerar algunas divinidades mexicanas, mas ya
son de poco momento. En lo recopilado se advierte, que la reli
gión azteca no admite ser clarificada en ningún sistema puro.
Aquel pueblo formó sus creencias á la manera que acrecentó su
imperio: sin respeto á la lengua ni á las costumbres, puso bajo
su yugo todas las naciones á su alcance; sin considerar si cua
draban ó no con sus doctrinas, admitió todos los sistemas de los
pueblos vencidos, formando una mezcla confusa é incoherente.
En efecto, se ven unidos, un dios incorpóreo, invisible, creador
y sustentador del universo, con dos dioses al parecer increados,
padres de una generación de divinidades; es decir, la unidad, la
dualidad, la pluralidad. En los dioses, el sexo se confunde hasta
no saber á cual pertenecen, I^sde las ideas más abstractas acer-
(1) P. Mendieta, lib. XI, cap. VII. Torquemada, lib. VI, cap. IX. ,„•
(2) Los españoles llamaron á los teocalli, Cú en singular y Cuea en plural; el pri
mero es voz de la lengua de las islas, el segundo de formación castellana.
(3) Las dimensiones suministradas por los testigos de vista no van conformes; es
natural, no todos podían tener la misma práctica para tomar medidas á ojo. De aquí
resulta, que mientras Torquemada, lib. VIII, cap. XI, da á la cepa inferior la forma
cuadrada y trescientos setenta pies de esquina á esquina, Tezozomoc, Crónica Me
xicana, cap. 37, MS., acepta la figura de paralelógramo, con 125 brazas por el lado
mayor y 90 par el menor. La misma discordancia en la altura vertical, que según el
mismo Tezozomoo, cap. 50, subía á 160 estados.
141
ra. (1) Éstos eran de piedras labradas; el resto, reforzado con
manipostería, estaba encalado y bruñido, presentando una vista
muy hermosa.
La superficie superior, propiamente el átrio, quedaba cercada
con un pretil galano, labrado de piedras menudas negras, sobre
campo blanco y colorado; encima unas almenas á manera de ca
racoles, y en los remates de los estribos dos figuras de piedra,
sentadas, con unos candeleros en las manos rematando en unas
como mangas de cruz, de plumas amarillas y verdes. Miraba la
escalera al Oeste; á corta distancia de ella quedaba el techcatl ó
piedra del sacrificio, y en el lado opuesto, es decir, al E. veíanse
las capillas de los dioses. Eran dos, cada una de tres cuerpos,
el primero de manipostería, los otros dos de madera rematando
en chapiteles curiosos: en la una se adoraba á Huitzilopochtli y
en la otra á Tlaloc. Grande era la altura de estas capillas, au
mentando con mucho la general del edificio.
Al pié de la escalera se encontraban los dos grandes braseros
en que perpetuamente ardía el fuego sagrado. Todo el patio es
taba empedrado de grandes lozas, tan bruñidas que con frecuen
cia se deslizaban los pies. Quedando libre un espacio para las
ceremonias y bailes religiosos, el resto del patio se veía ocupado
por multitud de teocalli menores, estanques y fuentes para las
abluciones, casas de penitencia, depósitos de las vestiduras y
de los adornos de los dioses, habitaciones para los socerdotes,
lugares para los diversos géneros de sacrificio, copiosos depósi
tos de armas, y en fin, cuanto era menester para las prácticas de
aquel complicado culto. Para formar idea aproximada de la ex
tensión del atrio superior, recordaremos que Cortés nos dice que
ahí se fortificaron quinientos nobles para defenderse; la parte
(1) Clavigero, tom. I, piig. 243, y en ello le sigue Prescott, niega que fuera una
escalera sola, y afirma que eran tantas escaleras como pisos contaba el edificio. Por
más citas que en abono de su doctrina alegue, es absolutamente falsa. Cegado por
el dibujo de fantasía que acompaña en Ramusio la Relación del conquistador anóni
mo, torció á su sabor los textos de este, de Cortés, de Bemal Díaz y de Sahagun,
las cuales bien interpretadas dicen lo contrario á su propósito. En el templo de Hui
tzilopochtli la escalera era una sola. El P. Duran y Acosta cuentan 120 escalones,
mientras Tozozomoc, láp. 37, le supone 360. La repetida escalera, aunque una so
la, aparece, dividida de alto á bajo en las pinturas, en dos ó tres secciones parale
las, admitiendo tres compartimientos, resultarían los 120 escalones completos, ó 360
fracciones.
142
descubierta del patio, donde fue la matanza ejecutada por Alva-
rado, podía contener danzando en rueda al rededor del teocalli,
de ocho Á diez mil personas. (1)
No cuadrando á nuestro propósito hacer una minuciosa des
cripción de todo el edificio, preciso se hace detenernos ante dos
objetos, que por su originalidad llaman la atención. El uno el
Tzompantli, lugar destinado á conservar las cabezas de los pri
sioneros sacrificados. Según un testigo de vista: — “Estaban
frontero de esta torre sesenta ó setenta vigas muy altas, hinca
das derivadas de la torre cuanto un tiro de balleta, puestas so
bre un treatro (sic) grande, hecho de cal é piedra, ó por las gra
das dél muchas cabezas de muertos pegadas con cal, ó los dien
tes hácia fuera. Estaba de un cabo é de otro destas vigas dos
torres hechas de cal ó de cabezas de muertos, sin otra alguna
piedra, é los dientes hacia fuera, en lo que se pudie aparecer, é
las vigas apartadas una de otra poco menos que una vara de me
dir, é desde lo alto dellas fasta abajo puestos palos cuan espesos
cabien, ó en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por
las sienes en el dicho palo: é quien esto escribe, y un Gonzalo
de Vmbría, contaron los palos que habie, é multiplicando á cinco
cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, como di
cho he, hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas.” (2)
Despues de sacrificado el prisionero, recogido el cadáver por el
cautivador y comida la carne, la cabeza era entregada á los sa
cerdotes, quienes horadándola por las sienes la colocaban en las
varas del tzompantli; en su lugar permanecía, hasta que despe
dazada por la intemperie era sustituida con otra. Éste de que
acabamos de hablar era el mayor, pues consta de Sahagun que
ahí mismo había otros menores: horribles osarios que dan tes
timonio de aquella desatinada religión.
(1) En esta ligera descripción tomamos por principales guías, P. Duran, segunda
parte, cap. II. MS. Acosta, lib. V, cap. XIII. Códice Ramírez, MS. Pueden consul
tarse para la multitud de pormenores que faltan, Conquistador anónimo, Documen
tos de García Icazbaloeta, tom. I, p ág. 884. Motolinia, trat. I, eap. XII. P. Sahagun,
tom. I, pág. 197 y siguientes. P. Mendieta, lib. 11, cap. VII. Torquemada, lib.
VIII, cap. XI. Véase Clavigero, tom. I, pág. 240, para las diferencias que hemos
asentado.
(2) Relación de Andrés de Tapia, Dooumentos para la Hist. de México por D.
Joaquín García Icazbaloeta, tom. II, pág. 683. P. Duran, segunda parte, cap. H,
MS. Acosta, lib. V, cap. XIII.
143
El otro objeto era el templo de Quetzalcoatl, el único que por
la forma se distinguía de los demas. Éste descansaba sobre una
sola cepa, á la cual se subía por gradas; había encima un edificio ,
redondo cubierto con un chapitel curiosamente labrado; la puer
ta era estrecha y figuraba la boca abierta de una serpiente feroz,
con.sus ojos, dientes y colmillos, poniendo espanto en el cora
zón de quienes se acercaban. (1) Hasta en su santuario se dife
renciaba Quetzalcoatl de las otras divinidades.
En este gran Panteón estaban encerrados, no solo los núme
nes nacionales, más también todos los de los pueblos conquista
dos. Cada uno tenía su templo, sus sacerdotes y guardadores,
su culto particular. Pasaban de cinco mil las personas aposen
tadas por el patio, entre ministros, servidores, mancebos y mu
jeres consagradas á las diversas faenas. En cada altar se encen
día fuego, así que por la noche la iluminación presentaba un as
pecto sorprendente. Reinaban el aseo y la compostura por to
das partes, cada objeto parecía nuevo, y su magnífico conjunto
logró cautivar la admiración de los conquistadores.
Rival de este templo era el de Texcoco: copiamos de un origi
nal poco conocido la descripción, con su ingenuo lenguaje.—“El
templo principal de estos ídolos Huitzilopochtli y Tlaloc, estaba
edificado en medio de la ciudad, cuadrado y macizo como terra
pleno de barro y piedra, y solamente las haces de cal y canto.
Tenía en cada cuadro ochenta brazas largas y de alto veinte y
siete; tenía ciento y sesenta escalones á la parte de poniente por
donde á él se subía. Comenzaba su edificio desde sus cimientos,
de tal forma que como iba subiendo se iba disminuyendo y es
trechando de todas partes en forma piramidal, y de trecho á tre
cho hacía un descanso como poyo al rededor de to d o él, como
camino de un estado en medio de las gradas que subía de abajo
arriba hasta la cumbre, que era como división para hacer dos
subidas que entrambas iban á parar en un patio, que en lo más
alto de él se hacía, en donde había dos aposentos grandes, el uno
mayor que el otro; en el mayor que estaba á la parte del sur, es
taba el ídolo Huitzilopochtli, y en el otro que era el menor, que
estaba á la parte del norte, estaba el ídolo Tlaloc, que ellos y
los aposentos miraban á la parte de poniente, y por delante el
(1) Torquemada, lib. VIII, cap. XI. MotoUnia, trat. 1, cap. XII.
144
patio que se ha dicho, prolongado de norte á sur, muy llano y
lucido, y tan capaz que cabían en él sin pesadumbre quinientos
hombres, y al un lado de él hácia la puerta del aposento mayor
de Huitzilopochtli, una piedra levantada de una vara en alto,
con lo alto de ella al talle de un cofre tumbado que llamaban
techcatl donde sacrificaban los indios. Estos ídolos estaban sen
tados, sin embargo que se han puesto parados, porque se ha he
cho por dar mejor á entender su forma, talle y compostura. Te
nía cada aposento de estos tres sobrados, que se mandaban por
de dentro de uno en otro, con una escalera de madera movediza.
Teníanlos llenos de munición de todo género de armas, especial
mente de macanas, rodelas, arcos y flechas, lanzas y guijarros,
y todo género de vestimentas y arreos de guerra. (1)
Nezahualcoyotl, el rey filósofo y poeta, había mandado cons
truir en Texcoco un templo al dios increado y desconocido. Se
gún el historiador de aquel príncipe:—“En recompensa de tan
grandes mercedes que había el rey recibido del dios incógnito y
criador de todas las cosas, le edificó un templo muy suntuoso,
frontero y opuesto al templo mayor de Huitzilopochtli, el cual
fuera de tener cuatro descansos el Cú, y fundamento de una to
rre altísima que estaba edificada sobre él con nueve sobrados,
que significaban nueve ciclos, el décimo que servía de remate de
los otros nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de
negro y estrellado; por la parte interior estaba todo engastado
de oro, pedrería y plumas preciosas, colocándolo al dios referido
y no conocido ni visto hasta entonces, sin ninguna estatua ni
forma su figura. El chapitel referido casi remataba en tres pun
tas, y en el noveno sobrado estaba un instrumento que llamaban
Cliüititli, de donde tomó el nombre este templo y torre, y en él
así mismo otros instrumentos musicales como eran las cornetas,
flautas, caracoles y un artesón de metal que llamaban tetzíla-
catl, que servía de campana, que con un martillo 'asimismo de
metal le tañían, y tenía casi el mismo tañido de una campana; y
uno á manera de atambor, que es el instrumento con que hacen
las danzas, muy grande; este, los demas, y en especial el llamado
Chilílitli, se tocaban cuatro veces cada dia natural, que era á las
horas que atras queda referido que el rey oraba.” (2) Por la for
t i ) Belacion de la ciudad do Texcoco por Juan Bautista Pomar. M8.
(2) Ixtlilxochitl, Hist. chichimeca, cap. 45. MS.
145
ma este templo aparece muy particular; la especie de campana
recuerda usos asiáticos ó cristiano^ y por la aplicación resulta
ser el único consagrado á una idea filosófica de la Divinidad.
En otro lugar dimos noticia de las pirámides de Teotihuacan
y de Cholollan, que si bien estaban aprovechadas como templos,
corresponden á los tiempos antehistóricos: estas obras son las
mayores de su género, dejando muy atras por sus dimensiones &
los teocalli de México y de Texcoco. El número de los edificios
religiosos no puede ser fijado ni áun de una manera aproximada;
entre grandes, medianos y pequeños; en las ciudades, en las lla
nuras, en los montes, la superstición los había multiplicado de
una manera prodigiosa.
Pasando al culto, llama la atención el gran número de festivi
dades prevenidas por el ritual. En cada uno de los diez y ocho
meses se hacía solemne fiesta á la divinidad que en él presidía;
solemnizábase el signo de cada uno de los dias con que comen
zaban las trecenas; muchas fechas del Tonalamatl pedían vícti
mas y preces; cada conocimiento humano, cada una de las accio
nes subsidiarias tenían su patrón particular; se acudía á los nú
menes para pedirles su auxilio en la guerra, su defensa contra la
peste, su liberalidad en el hambre; las estaciones, los fenómenos
meteorológicos, los acaecimientos astronómicos, pedían sacrifi
cios; los acontecimientos públicos faustos ó adversos traían ac
ción de gracias ú ofrendas para aplacar á las divinidades, y las
fiestas fijas y movibles, y las que inventaba la devoción particu
lar, hacían continua ó interminable la asistencia á los templos.
(1) Los méxica pasaban su tiempo combatiendo ú orando.
La mayor reverencia ó acatamiento á los dioses consistía en
inclinar el cuerpo, tocar la tierra con el dedo mayor de la mano
derecha y llevar el polvo á la boca; la misma ceremonia se prac
ticaba delante de personas de alta consideración. Era descono
cido el ponerse de rodillas; delante de los númenes permanecían
en cuclillas, conservando esta postura ante los superiores, en
las conversaciones y en los actos de la vida doméstica. (2) En la
oración pedían el remedio de sus necesidades; probable es que
en el ritual estuvieran determinadas, ó la costumbre tuviera ad
mitidas algunas preces, que en ciertos casos se repitieran da
(1) Cumplida idea de ello da el P. Sahagun, tom. I, pág. 50, 228.
(2) P. Mendieta, lib. II, cap. XI.
19
146
A parte capital del culto azteca eran los sacrificios. Las oo-
Ij dornices, langostas, mariposas y culebras apostaron con los
dioses en Teotihuacan por donde saldría el sol, y habiendo per
dido fueron condenadas á ser sacrificadas. (1) Las codornices,
entre los animales, hacían papel principal. Los sacerdotes reci
bían al sol á su salida con música y alabanzas; cada uno de ellos
arrancaba la cabeza á una CQdorniz, mostrándola sangrienta al
astro en señal de holocausto. Las aves muertas servían de pasto
á los ministros. (2) En la fiesta de Tezcatlipoca, el rey arranca
ba la cabeza á cuatro codornices, tirándolas á los piés del dios;
en seguida los sacerdotes practicaban el mismo sacrificio, y lue
go todo el pueblo; el gran número de aves muertas era recogi
do por los criados del rey, quienes cocían ó asaban una parte
para la. comida del señor y de los ministros, salando el resto
para que se conservara como cosa sagrada. (3) Huitzilopochtli
tenía también consagrados como víctimas, codornices y gavila
nes. Se ofrecían á Mixcoatl conejos, venados y coyotes. A diver
sas divinidades toda clase de animales, así bravos como domés
ticos, sin olvidar los peces y vivientes acuáticos. (4) Según una
(1) Motolinia, trat. 1, cap. VI. Mendieta, Ub. 11, cap. XV y sig.
(2) Mendieta. lib. II, cap. XVI.
156
común la piedra se llamaba techcati. Era un trozo de roca verde,
de unos seis pies de largo, una tercia de ancho y de altura como
hasta la cintura de un hombre, disminuyendo de alto á bajo en
forma piramidal hasta rematar en un pequeño espacio; la figura
estaba apropiada para que la víctima tendida de espaldas enoi-
ma, quedara con las piernas, brazos y cabeza colgantes, levanta
do en arco el pecho y bien tirante la piel. (1)
Los ministros oficiantes eran seis; cinco destinados &tener los
brazos cabeza y piernas, y el último el sacrificador. Aquellos te
nían cuerpo y rostro pintado de negro, con una raya blanca al re
dedor de la boca, las cabelleras erizadas y revueltas, ceñidas en la
frente con una banda de cuero, que en la parte superior tenía una
pequeña rodela de papel de diversos colores; vestían unas dal
máticas blancas, labradas de negro, á las cuales llamaban papa-
locuachtli. El nombre de los ministros era chachdlmeca, como quien
dice, ministro de cosa divina. En cada una de las fiestas cambia
ba de nombre y de traje el sacrificador; en la de Huitzilopoohtli
se nombraba Topiltzin, sinónimo de Quetzalcoatl. “El traje y
“ropa era una manta colorada á manera de dalmática, con unas
“flocaduras verdes por orla, una corona de varias plumas verdes
“y amarillas en la cabeza, y en las orejas unas orejeras de oro
“engastadas en ellas piedras verdes, y debajo del labio un bezo-
“te (2) de una piedra azul.” Preparada la víctima según las pres
tí) P. Duran, cap. III. MS. Mótolinia, trat. 1, cap. VI. Sahagun, tom. I, pág.
198. Gomara, cap. OOXV. Acosta, lib. V, cap. XIII. Herrera, dec. III, lib. n , cap.
XV. Torquemada, lib. VII, cap. XIX. El P. Valadeg, Rhetorica Christiana, Pare
quarta, cap. VI, dice: “In majore horum adytorum locata erat mensa quadrata
magna et splendida, habebant singula latera longitudinem trium ulnarum, non
absimiles lapideis illis, qu» inter Romana monumenta adhunc servantur: nisi quod
erat unicolores, singuli anguli erat crassi tres ulnas plus minus, subnitebantur qua-
tour animalibus, tonquan columellis. Conscendebatur ad eas per gradus viginti, qui
tamen vel plures vel pauciores interdum erant. Erant ejusmodi scalae appositae
ad singula quatuor latera.” Esta mesa cuadrada de tres varas por largo, sustentada
por cuatro animales y con otras tantas escaleras para subir í ella, estaba destinada
al dios del vino Ometoohtli, en el sacrificio que se le bacía en la octava trecena del
Tonalamatl, según testimonio de Gama, segunda parte, pág. 48, § 128, nota.
‘ (2) El nombre propio es tentetl, de tentli, labio, y tetl, piedra, porque se usaba
en un horado hecho en el labio inferior. Generalmente era de figura cilíndrioa, te
niendo en un extremo un ape'ndioe convexo propio para adaptarse por aquella cur
vatura á los dientes; el otro extremo salía por el horado del labio, reoibiendo m»
plumerito de plumas de colibrí para hacerlo vistoso. Esta forma se conoce vulgar-
157
(1) Anales del Museo Nacional, tom. I, pág. 3 y sigs., y Diccionario geográfico y
estadístico de la República Mexicana.
CAPITULO IX.
Sacrificios.— L a piedra del sol.— Historia.— Sacrificio del mensajero del sol.— Fiesta
del mes Xocotlhuetsi.— Fiesta de Teotleco.— Fiesta en honra del fuego en el mes
Hueiteeuilhuitl.—Sacrificio al fuego.— Fuego perpetuo.— K l hambre de la Cihua-
coatl.—Fiesta al fuego.—De cuatro en cuatro, y de ocho en ocho años.—Número de
los sacrificios hunanos.— Universalidad de la victima hum ana.— N o son los mexica
nos los únicos criminales en este respecto.— Antropofagia.— Común á los pueblos de
la tierra.— Los mexicanos no son antropófagos en la rigorosa acepción de la palabra.
cer de mil años, y tres, u n placer de cien mil año». De la religión considere'e (lana sa
source, Aic., por B. Constent, lib. XII, cap. 2, in 8. 0 1831,—Es probable que así
hayan discurrido todos los pueblos, desde el momento en que les ocurrió salpicar
con sangre las aras de sus dioses, sin que fuera bastante á contenerlos otro poder,
que el emergente del abuso mismo del sacrificio.
(1) Para no fastidiar á mis lectores con la lectura insípida de um mismo hecho,
variando solamente con los nombres propios de los pueblos, lo remito al capítulo ci
tado de B. Constant, y al lib. VII de la Monarquía indiana del P. Torquemada, don
de hallará una gran parte de las pruebas que podrían producirse en apoyo de esta
proposición.
(2) Primus in orbe Deoa fecit timor.
25
194
ro, porque Dios se reveló á su hechura por la ley del amor; no
en el segundo, porque la idea estaba concebida; no en el terce
ro, porque el hombre, en su estado primitivo convencional y su
puesto, está más propenso á la admiración que al miedo; porque
del peligro se huye sin detenerse á adorarlo; porque lo que se
alza por Dios infunde respeto, y ántes fue elegido por el recono
cimiento ó el asombro.
Sin embargo, es evidente que en el culto se encuentran mez
clados dos sentimientos, al parecer imposible de estar asociados,
el amor y el miedo. La explicación es fácil. Dios se considera
siempre como la perfección absoluta. A poco que se examine, el
hombre se encuentra imperfeoto, trunco. La inmensa grandeza
de Dios, los favores de él alcanzados, la esperanza de los bene
ficios por recibir, determinan la admiración, el agradecimiento
y el amor. Las relaciones que se establecen entre Dios y el
hombre presuponen una regla de conducta, es decir, una ley con
su parte penal; recompensa para quien la cumple, castigo para
quien la infrinje. Ahora bien; reconocida por el hombre su im
perfección, por esta causa, ó por temor á la perversidad perso
nal, piensa que es fácil, muy fácil conculcar la ley. Del crimen
viene el miedo al castigo, el temor á la Divinidad; no por supo
nerla malévola ó vengativa, sino precisamente por considerarla
justa.
Apartado el hombre de la revelación, quedó entregado á su
propia oeguedad. El amor inventó la ofrenda, el miedo el sacri
ficio. La ofrenda es al principio sencilla, como sencillo es el co
razón; despues razonada, ó medida que se ilustra la mente. Nada
más tierno, nada más natural, que colocar sobre el altar la yer
ba olorosa, la flor fragante de los campos, el fruto sazonado y
sabroso, las espigas de la cosecha, las primicias del rebaño. El
sacrificio es la expiación, y comienza por la persona del culpa
do. La falta se purga por la pena proporcional; cuanto más gra
ve es el pecado, tanto mayor será la penitencia. Brota del labio
la oración ó súplica; siguen la abstinencia, la maceracion; el arre
pentimiento y el fervor conducen á expiaciones en que el cuerpo
se desgarra, y la sangre que de las heridas mana es la primera
que, sin pretenderlo, se ofrece á la Divinidad.
La lógica del sentimiento anda por pendientes resbaladizas.
Prosiguiendo en sus inducciones, admite que la culpa puede re
195
dimirse por objetos extraños al culpado; es decir, descubre el
sistema de sustitución. Y como la Divinidad es dueña de todo
lo creado, fuente de la producción y de la vida, infiere, que no
solo se le deben los seres inanimados, sino también los vivien
tes; á las plantas, flores y frutos seguirá la ofrenda de animales.
Los seres animados solo pueden ser sustituidos por seres ani
mados. A la ofrenda acompaña la víctima, el símbolo expiatorio;
el sacrificio se hace superior á la oblación. !La víctima se hace
santa, por estar consagrada á Dios: si redime la culpa individual
también puede ponerse en desagravio de las maldades públicas,
ó por la salud común; entonces el sentimiento particular se con
vertirá en común y ritual. La víctima será de tanto mayor precio,
cuanto mayores sean las perfecciones que se lé atribuyan. Cada
pueblo dará la preferencia á un animal privilegiado; y como la
repetición de un sacrificio es la repetición de una obra merito
ria , no siempre la piedra se conformari! con una víctima, y llega
rá hasta la hecatombe.
Se escapan las ideas intermedias, que á los hombres actuales
no pueden ocurrir, hasta llegar á la víctima humana, que era la
consecuencia forzosa de una lógica inflexible, torcida en sus prin
cipios. Admitida la sustitución, el suplicio del criminal que sa
tisfacía la vindicta pública, se transformó en el sacrificio del
malo para aplacar á la Divinidad enojada y alcanzar el remedio
de la comunidad. Si se degollaba al prisionero por enemigo de
la patria, se le podía'sacrificar como enemigo de los dioses. Se
inmolaba al esclavo, con el derecho que el señor tenía para dis
poner á su antojo de su propiedad. Pereció también el inocente,
pedido por el expreso mandato del dios, por el voto popular, pol
las prescripciones del rito.
Puesta la primitiva verdad en la resbaladiza pendiente, fuerza
era verla despeñada hasta el abismo. El pensamiento seguía el
orden progresivo; la piedra para sostener el ara; los metales y
objetos valiosos para adornarla; las plantas y frutos para ofren
da; los animales, víctimas de sustitución; preciso era llegar al
ser más perfecto en la creación, al más preciado, al que más se
puede semejar á la Divinidad, el hombre. El hombre víctima de
sí propio en la penitencia personal; víctima de sustitución por
una congregación, por un pueblo entero. Si el sacrificio del cri
minal era grato, en casos escepcionales lo sería con mayor razón
196
el del inocente. Si sucumbía el guerrero, también tenía su pre
cio la sangre déla mujer y del niño. Nada de esto podemos aho
ra admitir como racional, porque precisamente venimos contra
la corriente de aquellas ideas absurdas. Nos parece el sacrificio
humano, imjíío y abominable; matar al inocente, atentatorio y
criminal; dar la muerte al prisionero, injusto; reconocer la escla
vitud, inicuo: pensamos detenernos ante la vida del malvado,
como ante cosa de la cual no podemos disponer.
Vemos átodos los pueblos convergir á un punto, aunque igno
ramos los caminos por donde llegaron; se les ve coincidir en una
idea común, sin que tengamos todos los elementos para juzgar
del raciocinio. Sin embargo, estudiando los rastros que áun que
dan en la historia, se descubre que el sacrificio humano, más es
error del espíritu, que perversidad del corazón; dimanó de exce
so en el sentimiento religioso, y no de verdadera inclinación al
mal. Los pueblos en los tiempos que siguieron esa bárbara ins
titución, progresaron física y moralmente. La víctima humana
no se presentó, sin existir primero la idea de un Ser Supremo, la
inmortalidad del alma, la vida futura, el castigo y la recompensa
de las acciones, la redención de la culpa, la sustitución en el sa
crificio, la eficacia de las acciones buenas para lograr el perdón;
un conjunto completo de doctrinas, enderezadas á ensalzar la
virtud y enfrenar el vicio. Sin duda que es una inmensa mejora
moral haber suprimido esa práctica salvaje; pero, examinada fi
losóficamente, no se presta á las lamentaciones intempestivas de
ciertos pensadores llorones. El sacrificio humano es un lamen
table error de la humanidad. Adoptando los pensamientos del
conde de Maistre, (1) “su horror nace de que sin duda ignoran
“que el abuso de sacrificios, por enorme que sea, es nada en
“comparación de la impiedad absoluta.” En cuanto á mí, voy
más adelante. Prefiero la víctima humana, á la ausencia de Dios
y de su altar en el sistema del ateo: para mí, encierra más sen
tido común eí fetiche del negro bozal, que el evasivo y descon
solador quien sabe del pirrónico. El cristianismo hace imposible
que aparezca otra vez la víctima humana: Dios aparta indignado
los ojos de la sangre, y ya fue redimida la humanidad por el
cruento sacrificio del Calvario.
(1) Bernal Díaz, cap. CLVI. Cartas de Cortés, en Lorenzana, pág. 289.
(2) Loeocit.
201
“mundo que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras
“como ésta.” Es de advertir, que esa carne de los tlaxcaltecas y
de los españoles que los méxica comían, provenía de los prisio
neros sacrificados, mas no de los muertos caídos sobre el campo de
batalla. Francisco López de Gomara, informado por los conquis
tadores, repite la cuenta de las penurias de los sitiados y escribe:
“De aquí también se conoce, cómo mexicanos aunque comen
“carne de hombre, no comen la de los suyos, como algunos pien-
“san, que si' la comieran, no murieran así de hambre.” (1) El
cronista Herrera, (2) quien tuvo á la vista documentos auténti
cos, afirma expresamente: “Teníanse en casa los muertos, porque
“los enemigos no conociesen su flaqueza: no los comían, porque
“los mexicanos no comían los suyos.”
Causa verdadera admiración que, contra autoridades tan carac
terizadas, emita opinión contraria el Sr. Prescott, en su Historia
de la Conquista de México; mas ya fué combatido victoriosamen
te por el Sr. Ramírez. (3)
Pongo punto final &este asunto. Ignoro cuál será la impresión
que mis observaciones dejen en el ánimo de los lectores. En mi
creencia personal, si porque los méxica gustaban la carne huma
na se les puede llamar antropófagos, evidentemente no eran ca
níbales. Una advertencia. Ni remotamente se vea en lo escrito
la aprobación del sacrificio humano, ni mucho ménos el comer
de la víctima. Esta es explicación, y no defensa. (4) Aborrezco
todas las acciones que propenden á la destrucción violenta del
hombre, llevando por máxima, pocas veces la sangre se vertió sin
crimen.
CAPÍTULO I.
(1) Sahagun, toin. U, pág. 217-221. La lám. LVIII del Oódiee Mendoeino; eu la
parte superior, representa el bautismo: los números se refieren á las estampas publi
cadas por Lord Kingsborongh. La madre (1) con el rostro amarillo, en señal de sus
recientes padecimientos, explica con el símbolo de la palabra los discursos que pro
nuncia; (3) la cuna, y encima (2) el signo del mes; la tieill (4) lleva al niño en los
brazos, ora y habla; (9) 1a alfombra de tollin con el apaatli lleno do agua; (5) los
objetos destinados al varón, escudo, flechas, los símbolos de los cuatro oficios prin
cipales de derecho á izquierda, platero, pintor, mosaico de pluma, albañil; (10) oh-
jetos mujeriles, escoba, huso, estera; (G, 7 y 8) muchachos que se apoderan del ¿reue.
Las líneas de puntos y las huellas, marcan la correlación do los objetos y los movi
mientos de las personas. Vc'ase ademas, Mendieta, lib. II, cap. XIX.
(2) Sahagun, tom. II, pág. 222-23.
(3) Torqnemada, lib. XIII, cap. XXII. Motolinia, pág. 37.
(4) Sahagun, tom. I, pág. 192. Torquemada, lib. X, cap. XXX.
27
210
dos de los brazos, en señal de quedar consagrados al dios. (1)
Las mujeres presentaban en los templos á sus hijos, recibiendo
una especie de purificación. Ya liemos visto que en la fiesta de
cada cuatro años agujeraban las orejas á los niños; dábanles á
beber pulque, y por eso la llamaban, la borrachera de niños y
niñas. (2) Cumpliendo las prescripciones de la naturaleza, las
madres criaban sus hijos á los pechos, sin ser excepción en las
categorías más elevadas las esposas de los reyes: unos dos años
duraba la lactancia, y el destetar á los chicuelos era celebrado
con un convite. (3)
En cuanto á la circuncisión, consta que los totonaca, á los 28
ó 29 dias de nacido el niño, le presentaban en el templo, donde
los sacerdotes, colocándole sobre una g ra n p ie d ra lisa, le circun
cidaban quemando el despojo; corrompían á las niñas con el de
do, y amonestaban á las madres repitieran la operación á los seis
años. (4) García (5) afirma ser práctica de los de Yucatán é isla de
Acuzamil, de los Totones (sic) “y los Mexicanos hacían lo pro
pio.” Zuazo (6) refiere, que los niños permanecían en su casa de
dos á cinco años, “é pasado el dicho tiempo circuncidante á ma-
“nera de Moro ó Judío.” Herrera (7) asegura ser costumbre en
la provincia de “Guazacualco y Iluta,” y también “en la pro
vincia de Ouextxatla.” En concepto de Acosta, (8) á los niños
recien nacidos tes sacrificaban de las orejas y del phallus, “que
en alguna manera remedaban la circuncisión de los judíos.” Con
tradiciendo Cogolludo, (9) á Fr. Luis de Urreta en su Hist. de
Etiopia, á Pineda en su Monarq. Eclesias. y al Dr. Illescas en
la Pontifical, quienes aseguran lo relativo á la circuncisión en
Yucatán, dice que los predicadores evangélicos no hacen de ello
memoria: “A todos los antiguos que viven lo he preguntado, y
“me han respondido, que no han alcanzado hubiese tal entre los
(1) F. Sahagun, tom. II, pág. 113-152. Mendieta, pág. 112-120. Son notableB loa
consejos dados por el padre á su hijo, y por la madre á su hija, comprendiendo todas
las reglas para conducirse en sociedad.
(2) 'Mendieta, lib, II, cap. XXIII.
(3) Torquemada, lib. XIII, cap. XXVUI.
(4) Cód. de Mendoza, lám. LXII, parte superior.
216
de su voto y el cual nuuca se quitaba. Vivían con sus padres, y
mientras llegaban á buena edad, la madre, como en reconoci
miento de la promesa, llevaba para las fiestas de veinte en vein
te dias, una escoba para barrer el templo, incienso para zahumar
á los dioses, y cortezas de los árboles para alimentar el fuego
sagrado; la niña conducía por sí misma la ofrenda, luego que po
día hacerlo. Cuando la postulanta llegaba á la edad requerida,
su familia ofrecía un convite á las superioras del monasterio;
despues, tomaban éstas por la mano á la mozuela y la ponían
ante el gran sacerdote Quetzalcoatl, anciano grave y venerable
que nunca salía del templo, y era jefe de aquellas comunidades,
dirijiendolo la súplica de aceptar el voto de la doncella: admiti
da, se le hacía en las costillas y el pecho una incicion, señal de
ser ya religiosa, y la entregaban á las superioras del templo á
que pertenecía.
De los doce á los trece años de edad se verificaba el ingreso á
la comunidad. Los votos se hacían por uno ó más años, si bien
había algunas que se empeñaban perpetuamente. La mayor par
te eran doncellas, aunque había otras que por devoción, por al
canzar la salud ó por purgar alguna culpa, se entregaban tem
poralmente á la penitencia. Llamábanse Cihuacuaquilli ó Cihua-
tlamacazque, sacerdotisas; decíanse también hermanas, denomi
nándose las superioras Cuacuacuiltin, por tener cortado el cabello
de cierta manera. La morada de estas monjas, como les llaman
algunos escritores, estaba entre los edificios de los patios de los
templos. Luego que alguna venía de nuevo, se le cortaba el ca
bello en forma determinada, aunque despues se lo dejaba crecer
como de ántes. Todas dormían vestidas, por honestidad y para
estar prontas al trabajo; unidas en grandes salas, en donde las
principales y cuidadoras vigilaban las acciones de cada una.
Aquella vida era de abstinencia y de laboriosidad; llevaban los
ojos bajos, guardaban silencio; en sus acciones y porte mostra
ban g ra n compostura y honestidad, no salían un p u n to de la
modestia y del recogimiento, sufriendo irremisiblemente la pena
de muerte por cualquiera falta contra la castidad. Vestían siem
pre de blanco, aseadas y sin compostura. Guardábanlas las su-
perioras con sumo esmero en la parte interior del edificio, mien
tras por la parte exterior había guardas y vigilantes ancianos,
velando dia y noche.
217
Sus ocupaciones consistían en levantarse á las diez, á la me
dia noche y á la madrugada; procesionalmente y presididas por
sus superioras, ellas á un lado y los sacerdotes al otro, iban á
ofrecer incienso y atizar los fuegos sagrados, acompañando las
preces establecidas: en ida ni en vuelta escuchaban ni dirijían la
palabra á los varones. Barrían y regaban el teocalli, en la parte
no reservada sí los hombres: muy temprano presentaban comida
á los dioses. Consistía en unas tortillas en figuras de manos,
pies, ó retorcidos, llamadas macpactlaxcalli, xopaltlaxcaüi, cocol-
tlaxcalli, acompañadas de viandas y guisados: según sus creen
cias, los dioses gustaban y consumían el olor, quedando el resto
para sustento de los sacerdotes. Las doncellas entretanto ayu
naban, haciendo una comida al medio dia, con pequeña colación
en la noche. Ocupaban lo demas del tiempo en coser, hilar y te
jer mantas finas y de brillantes colores para los altares ó los nú
menes. A tiempos las reunían las superioras para amonestar el
cumplimiento de los deberes, castigar á las negligentes, imponer
algún castigo á quienes habían reído ó faltado á la modestia. El
estado no gastaba en el sosten de estos establecimientos: sus
tentábanse ellas con el trabajo de sus manos, ó por sus padres
y parientes.
En algunas fiestas prescritas por el rito, podían comer carne,
porque se interrumpía el ayuno; asistían á los bailes religiosos,
emplumándose pies y manos, y dándose afeite rojo en los carri
llos; durante las penitencias, punzábanse la parte superior de las
orejas, y la sangre ponían en las mejillas como afeite religioso,
el cual lavaban en un estanque particular á ello destinado. En
viendo entrar ó salir un ratón ó un murciélago en la capilla del
dios, ó encontrado un agujero del ratón; tomábanlo como agüero
de haberse cometido falta grave, procedióndose inmediatamente
á rigorosa averiguación. Llamaban estos pecados tetlazolinictUiztli.
Si alguna se encontraba culpable, ocultábalo cuidadosamente,
mas no sin sentir la aprehensión de que sería descubierta, por
que los dioses en castigo harían que se le pudriesen las carnes.
Llegado el tiempo de cumplido el voto ó siendo ya de edad la
doncella para ser casada y encontrado marido, la familia y los
parientes aderazaban el convite acostumbrado en todas ocasio
nes, se dirijían al teocalli, tendían delante del dios una manta
grande, encima de la cual colocaban en platos curiosos de ma-
218
¿era la comida de codornices, aves y patos, tres grandes tamalli
de maíz, flores, cañas, incienso y los cañutos para fumar: hecha
la ofrenda, dirijía un orador el discurso dando gracias por el
esmero con que la joven había sido tratada, y pidiendo permiso
para sacarla del recogimiento; el Quetzalcoatl ó Tepanteohuatzin
daba la licencia, franqueaba la salida la Tecuaouilti superiora
del monasterio, amonestando el cumplimiento de los deberes, y
la muchacha era conducida regocijadamente á su casa, (1)
Para alcanzar la satisfacción de deseos amorosos, aquellas
gentes hacían uso de hechizos y encantamientos con ciertas flo
res: (2) todavía dura entre algunos la creencia, de que llevando
un chupamirto muerto logran fáciles amores. La edad para ca
sarse los mancebos estaba fijada entre los veinte y veintidós
años: entonces'pedían sus padres licencia para ello, y sin dificul
tad fie les concedía. A los jóvenes que descuidaban aquella obli
gación en los seminarios, el superior los compelía, y si rehusa
ban, quedaban obligados á perpetua continencia; caso de faltar
á ésta era pregonado malo é infame, y ningún padre le daría tí
su hija, justo castigo á solteros perniciosos. En Tlaxcalla, tras
quilaban la cabeza de los que aborrecían casarse, que era grande
afrenta, despidiéndole de la compañía de los demas mancebos. (3)
No obstante tan profundo respeto al matrimonio, la ley y las
costumbres, aunque no lo permitían y eran miradas con repug
nancia y desvío, toleraban las relaciones ilícitas. Los mancebos
antes de casarse, y particularmente los hijos de nobles y ricos,
pedían sus hijas, principalmente á las madres, y con ellas vivían
vida marital: estas mancebas se llamaban Tlacallalcahuilli, per
sona dejada, porque era como abandonada de sus padres. Si du
rante aquel trato nacía un hijo, el hombre estaba obligado á to
mar por esposa legítima á la mujer, según las formalidades del
rito, ó á devolverla á su familia sin poderse acercar más á ella.
Cuando el jóven no pedía permiso á la madre, la manceba lleva
ba el nombre genérico de Temecauh; duraban las relaciones á
voluntad, y podían legitimarse por medio del matrimonio, en
(1) Duran, segunda parte, cap. 11. MS. P. Sabagun, tom. 2, pág. 223-25. Tor
quemada, lib. XIII, cap. XIV. Mendieta, lib. II, cap. XVIII. Clavigero, tora. 1,
pág. 253-51. Acosta, tora. 2, pág. 35-7.
(2) Torquemada lib. VI, cap. XLVIII.
(3) Torquemada, lib. IX, cap. XII.
219
cuyo caso cambiaba el nombre por el de esposa Oihuatlantli ó
Nocihuauh, pedida ó mi mujer: al varón, que antes se le decía
Tepuchtl, cobraba el nombre de Tlapalihui, hombre hecho. Los
reyes, nobles y principales, fuera de la esposa legítima, Cihua-
tlantli ó Nocihuauh, tomaban por sí ó á sus familias las pedían,
cuantas concubinas eran de su gusto, las cuales llevaban el nom
bre particular de Cihuapilli. (1)
Tampoco admitidas, aunque también toleradas, existían las
meretrices, despreciadas por la sociedad y no perseguidas por
las leyes: no vivían en común, sino cada cual en su casa. Como
todo es contraste en esta civilización, las mujeres de ciertas con
gregaciones eran educadas para el vicio. En el mes Hueiteouil-
huitl, los guerreros distinguidos, lujosamente ataviados, baila
ban cogidos por las manos con las mozas, que acudían muy
compuestas. *®n cesando el que tañía el atambor y teponaztli,
“luego todos se paraban y comenzaban á irse a sus casas. A los
“muy principales los iban alumbrando con sus hachas de tea
“delante, y las mujeres que habían danzado, se juntaban todas
“en acabando el areito, y los que tenían cargo de ellñs llevában
l a s á las casas donde solían juntarse. No consentían que se de
rram asen ó que fuesen con ningún hombre, excepto con los
“principales. Si llamaban alguna de ellas para darlas de comer,
“llamaban también á las matronas que las guardaban, daban
“comida y mantas para que las llevasen á sus casas, lo que les
“sobraba de la comida siempre lo llevaban también a su casa.
“Algunos de los principales soldados si querían llevar alguna de
“aquellas mozas, lo decían secretamente á la matrona que las
“guardaba para que la llevase, y no osaban llamarlas públicamen
t e ; la matrona la llevaba á casa de aquel, ó donde él mandaba;
“pero de noche la llevaba y de noche salía.” (2) Si por descuido
se hacía esto públicamente, el guerrero era castigado, se le qui
taban las armas y era despedido del ejército; la mujer no volvía
á la compañía de las demas. (3)
No podríamos entender este pasaje, ó al menos nos daríamos
á sospechar, que las recogidas doncellas del Calmecac se entre-
(1) Haliagun, tom. I, pág. 271-7«. Torquemada, lib. IX, cap. XI. Los educandos
del Calmecac y del Telpuchcalli se ocupaban en barrer los teocalli y casas (1); traer
tu ü in (2) para adornos ó usos domésticos, púas de maguey (3) para las penitencias,
aeatl ó carrizo (4) para las enramadas y sacrificios, troncos para leña (5), cortezas
verdes (6) ó secas (7) para atizar el fuego sagrado, ramas de árboles (8) para las com
posturas y adornos.
Peculiar al Calmecac vemos un sacerdote (9) punzando al novicio con púas de
maguey (10), ya para acostumbrarle á sacrificarse el cuerpo, ya castigando alguna
falta. Dos sacerdotes (11 y 13) punzan con púas de maguey el cuerpo del novicio (12),
castigándole por haber permanecido por tres dias en su casa (14) sin venir al mo
nasterio.
Esto dice la lámina LXIII del Códice Meudocino; en cuanto á la LXIV, un jaoer-
dote (2) va en marcha para el sacrificio; conduce en una mano el tlemaitl con el fue
go y en la otra la bolsa del copatti ó incienso; carga á la espalda el vaso con beleño
requerido en ciertos ritos, y las cañas para el sacrificio personal; sígnele un novi
cio (1) con la escoba para barrer y la ofrenda.
Un alumno (4) canta y toca el teponaztli á la hora de media ñocha (3), según lo
prevenido en el ritual.
Otro («) está en observación del cielo para determinar la media noche (5). Care
ciendo aquellos pueblos del reloj, se dirigían para marcar las horas, por el sol durante
el dia, en la noche por las estrellas. Dice la estampa, con el símbolo estrella unido
al ojo por la línea de puntos, que colocados en lo alto de los templos los observado
res seguían atentamente el movimiento de los astros, y por su posición daban la
señal para las distribuciones. Debían de tener algún medio para gobernarse durante
las ribches en que el cielo estaba entoldado por las nubes, ya por las costumbres de
ciertos animales, ya por el color del fuego en las fogatas, como lo practican las gen
tes de la frontera.
Los novicios (7) no estaban exceptuados de ir á la guerra: seguían á su sacerdote
conductor, llevando el'dardo ó lanza en la mano, á la espalda el escudo, arco y fle
chas y el equipaje de su superior.
Obligación de los novicios era recojer y prepararlas cañas para los sacrificios (12).
Cuando alguno de ellos (15) faltaba á la castidad con alguna mujer (16), los supe
riores (13 y 16) la imponían mny duras penitencias, punzándole con púas de ma
guey. Era también de su deber (20) reparar y conservar los templos de dentro y
fuera de la ciudad. (21)
(2) Hist. antig., tom. I, pág. 249.
230
cios, los templos tenían la propiedad de grandes tierras; colonos,
terrazgueros ó arrendatarios las labraban, contribuyendo con
víveres de toda clase, bebidas, leña y carbón, copalli y lo necesa
rio para el culto, teniéndose los pueblos y gente ocupada en este
cultivo como muy honrados y estimados. A tiempos del año vi
sitaban los ministros sus heredades, ya para arreglar la admi
nistración, ya para atender Á las necesidades de los trabajadores.
El templo mayorjde México disfrutaba cuantiosos bienes, y en
Texcoco quince pueblos suministraban mantenimientos al rey y
al templo por seis meses, siguiendo con la misma carga otros
quince pueblos los seis meses inmediatos, sin cesar el turno. Á
estas rentas .deben au m en tarse las oblaciones de los fieles, las
donaciones de los devotos establecidas en las fiestas religiosas,
las primicias de las sementeras, los votos, &c. Inmediatos á los
teocalli había trojes y graneros donde se guardaban aquellos
productos; sacado lo que era menester, el sobrante se repartía á
los pobres, para lo cual había en las grandes ciudades como Mé
xico, Tlaxcalla, Texcoco, Cholollan y otras, hospitales donde se
curaba á los enfermos y acudían los necesitados para la distri
bución de los residuos. Las monjas confeccionaban la comida
de los dioses; muchas mujeres, que servían fuera de la clausura
y no vivían en los templos, hacían de comer á los ministros y
servidores inferiores. (1)
El nombre de los sacerdotes era teopixqui, “que quiere decir,
“oficiales ó guardas de dios, de teotl que es dios, y pixqui, que es
“guarda ú oficial.” (2) “Criaban sus cabellos á manera de nazare-
“nos, y como nunca los cortaban ni peinaban y ellos andaban
“mucho tiempo negros y los cabellos muy largos y sucios, pare
c ía n al demonio. A aquellos cabellos grandes llamaban nopapa,
“y da allí les quedó á los españoles llamar á estos ministros pa
lp a s” (3) En efecto, aquellos ministros se dejaban crecer el pelo,
que á veces les llegaba á los pies, trenzándolo con cordones de
algodón y pintándolo con tinta negra. Aunque durante los baños
y abluciones perdían el color, todas las mañanas se pintaban
(1) Torquemada, lib. IX, cap. XXXIV. Sahagun, tom. I, pág. 215.
(2) Sahagun, tom. I, pág. 21G.
(3) Sahagun, tom. I, pág. 218.
(4) Torquamada, lib. IX, cap. XXIII
(5) Acosta, lib. V, cap. XVII. Torquemada, lib. IX, cap. XXVI y XXIX.
235
contra la honestidad quedaba castigada con la muerte, irremisi
blemente sin excepción. La maestra de las doncellas se nombra
ba Ichpochtlatoque. Los alumnos no tenían otra obligación que
la dicha, permaneciendo en el gremio hasta que se casaban. (1)
La orden Tlamacazcoyotl, vida de penitencia, servía á Que-
tzalcoatl. A los cuatro años de edad, loa párvulos ofrecidos al
instituto se encerraban á vivir en comunidad, hombres y mujeres
separados, bajo la vigilancia de sus superiores. Vestían pobre
mente; bañábanse á la media noche, velando en seguida hasta las
dps de la mañana en oración y penitencia; para sacarse sangre
con las púas de maguey tenían licencia de ir á los montes á
sacrificar á los dioses: trabajaban en las sementeras de las tierras
del teocalli, aunque los padres de los alumnos tenían obligación
de mandarles el alimento. Vivían recatada y limpiamente hasta
que se casaban. (2)
Entre los totonaca, los monjes de Centeotl no pasaba de cierto
número, escogido entre los ancianos de más de sesenta años, de
vida ejemplar y austera virtud. Vestidos de pieles, dados á la
penitencia; de conducta irreprochable, servían de consultores,
no sólo á la gente humilde sino á los mismos pontífices y reyes.
Ocupábanse en escribir historias, las cuales enseñaban y expli
caban al pueblo los sumos sacerdotes en pláticas y sermones. (3)
El número de los sacerdotes-, sus riquezas, su comunicación
con los dioses, su vida ejemplar, los conocimientos de que eran
poseedores, los hacían sin duda queridos y respetados de to
dos. (4) Intervenían en los actos de la existencia del hombre;
tomaban parte en los negocios públicos y no eran extraños á las
resoluciones de los grandes; aconsejaban y aun dirigían á los re
yes; combatían por los dioses y por la patria dando ejemplos de
civismo. Dirigían la educación déla juventud: nobles y pecheros,
grandes y chicos, varonek y hembras teman puntos de contacto
con el sacerdocio; por más ó menos tiempo habían permanecido
en los institutos, entregados á las prácticas piadosas, llevando
la vida contemplativa, austera y penitente de los monjes. Ellos
hablaban con los dioses, siendo los intermediarios entre las di-
(1) Torquemada, lib. IX, cap. XXX.
(2) Torquemada, lib. IX, cap. XXXI.
(3) Torquemada, lib. IX, cap. VIII.
(4) Torquemada, lib. IX, cap. XVIII.
236
vinidades y los hombres. Sabían interpretar los agüeros; enten
dían el canto del tecdotl, la significación de la marcha de la culebra
y del vuelo de los insectos; (1) leían la suerte futura en las com
plicadas significaciones del Tonalamatl, en las enredadas posi
ciones de los númenes celestas: teófonos, adivinos y profetas,
debían influir poderosamente en la multitud por tan relevantes
cualidades. Poseedores de las ciencias, ninguno les podía hacer
competencia en los primores del cálculo, en la claridad de la es
critura, en los secretos complicados de la astronomía, de la teo
gonia y de la astrologia judiciaria. Sospechamos que lo que SI
pueblo se enseñaba acerca de estos ramos era trunco y confusó;
sin duda que los ministros iniciados debían tener una escritura
jeroglífica muy cercana á la fonética, ya que podían conservar es
critos himnos y doctrinas, para lo cual son insuficientes los ca
racteres ahora conocidos: eran menester conocimientos exactos
acerca del movimiento de los astros, para señalar con precisión
el valor del año trópico, las fases de la luna y las apariencias del
planeta Venus. La repetición de las fiestas, la participación de
la multitud en las ceremonias, la obligación de la penitencia, del
ayuno y de la oración á todas las horas del dia y de la noche,
debían grabar hondamente el principio religioso en el ánimo de
aquel pueblo melancólico y meditabundo, grave y soñador. En
tre los móxica no había casta sacerdotal. Faltaba [que el oficio
pasara de padres á hijos; que por derecho, una fracción de aque
lla sociedad revistiera el carácter sagrado. En la clase azteca
todos eran admitidos á la participación de las gracias divinas, y
la limpieza de costumbres, las virtudes relevantes, la sabiduría,
podían conducir hasta las más encumbradas posiciones.
La parte inferior de la lám. L X III (2) dice, que los muchachos
á cierta edad (16) eran presentados por sus padres (19) á algún
valiente soldado, al menos con el grado de tequihuu (15), á fin de
que le llevara á la guerra. Admitido el encargo, cuando la oca
sión llegaba, se ponía en marcha (19), seguido del recluta (18)
cargado con bastimentos y fardaje. Refiérese esto á los mucha
chos que no entraban á los institutos religiosos ó civiles, perte
necientes á la gente ínfima ó común. Los móxica tomaban parte
(1) Torquemada, lib. XIV, cap. V. Sahagun, tom. II, pág. 293, da larga cuenta
de los aderezos que los señores usaban en la guerra.
(2) Conquistador anónimo, pág. 372. Aeosta, tom. II, pág. 140.
(8) Sahagun, tom. III, pág. 128.
(4) Hist. antlg., tom. I, pág. 333.
(5) Aoosta, lib. VII, cap. VII., tom. II, pág. 162.
243
fil sobre el nopal, y con una garra alzada. Tezozomoc, (1) autor
indígena, quien bebió en la misma fuente que Acosta, relata que
“el águila estaba comiendo y despedazando una culebra.” Con
algunas variantes, á través de los siglos de la dominación espa
ñola, éstas fueron las armas del imperio de México, y son hoy de
la República Mexicana. (2) Acerca de la insignia de la República
de Tlaxcalla tenemos varias opiniones. Para Bernal Díaz, testigo
presencial, era una ave blanca, tendidas las alas cual si quisiera
volar, “que parece como avestruz;” para Gomara, informado por
los conquistadores, era una grulla; en Torquemada es una águila
de oro. Consultando la Manta de Tlaxcalla, de la cual tenemos
un calco á la vista, se observa que en varios lugares los tlaxcal-
teca están caracterizados por el ave blanca tendidas las alas; el
cuello largo, el pico prolongado y agudo la alejan del tipo del
águila, acercándola al de la grulla ó la garza: ni conocían el aves
truz para copiarlo, ni parece fácil tuvieran la misma insignia de
sus mortales enemigos los móxica. De las cuatro cabeceras Oco-
teloleo tenía por estandarte un pájaro verde sobre una roca; Ti-
zatlan una garza sobre una peña: Tepeticpac un lobo con flechas
en la garra; Quiahuiztlan un parasol de plumas verdes. Cada
fracción del ejército llevaba su enseña particular; el jefe ó gene
ral principal se la ataba fuertemente á la espalda, de manera que
no podía .perderlo sino con la vida. Los móxica llevaban su es
tandarte en el centro del ejército; los tlaxcalteca á vanguardia en
la marcha, á retaguardia en la pelea.
La música guerrera se componía de caracoles marinos, con los
cuales se daban los toques de alarma, acometida, &c., usaban
igualmente de unas banderas pequeñas de oro, las cuales levan
taban en alto, cuando tocaban al arma, para que comenzara la
pelea. Los generales llevaban á la espalda un pequeño atambor,
que tocaban dando sus órdenes á los jefes inferiores. (3) Bernal
Díaz, despues de transcurridos largos años del asedio de México,
recordaba aun con cierto temor, los lúgubres sonidos del caracol
de Ouauhtemoc.
Según las indicaciones suministradas por Tezozomoc, dispues-
(1) Mendieta, lib. II, cap. XXVI. Torquemada, lib. XIV, cap. III. Tezozomo*,
Crónica Méx. M8, Ixtlilxochitl, relaciones. MS. Clavigero, tom. I, póg. 834.
247
á los quince años, en que la vedija estaba ya larga, les decían
cuexptáchieuepul; á los veinte años comenzaban á combatir, pues
tos entre los veteranos, cuidados é industriados en el ataque y
la defensa por quien les servía de maestro. Si varios mancebos
juntos cautivaban un hombre, le quitaban el mechón de pelo del
cogote, dejándole otro sobre la oreja derecha. Cuando despues
de ido dos ó tres veces á la guerra no cautivaba solo ni acompa
ñado, le llamaban por afrenta cuexpalchicacpul; si se enmendaba,
le quitaban la vedija del cogote, poniéndole un casquete de plu
mas pegado á la cabeza; en caso contrario, le abrían una corona
en medio de la cabeza, cosai de suma afrenta, no pudiendo en
adelante vestir más que de pita, ichtli, quedando relegado entre
los plebeyos. (1)
Al cautivo que no se rendía de grado, le desjarretaba el cauti
vador hiriéndole en el pié ó le inutilizaba un brazo, con herida
que no fuera de muerte, para lograr traerle vivo. Estos prisio
neros se llamaban malli. Si alguien robaba á otro su cautivo,
moría por ello. Caso de duda entre dos que disputaban quién
había hecho un cautivo, sentenciaba el juez siguiendo la decla
ración del prisionero. Nunca se admitía rescate por los cautivos;
miéntras mayor señor era, más seguro estaba de perecer en el
ara del terrible dios. Al prisionero que lograba huir de la pri
sión en que le tenían, siendo pechero, su señor le daba recom
pensa de mantas; mas si era soldado valiente, noble ó caballero,
los suyos le mataban dicióndole, que pues no había sido cauti
vador, ni sabido defenderse, debería tener valor para morir sacri
ficado á los dioses. (2) Sabemos que el cuerpo de la víctima
pertenecía al cautivador; siendo muchos los aprehensores, se re
partían el cadáver por su orden de esta manera: el primero, el
cuerpo, muslo y pierna derecha, el segundo el muslo y pierna iz
quierda, el tercero el brazo derecho, el cuarto el bfazo izquierdo,
y luego quinto y sexto dividían ya los brazos en dos partes. (3)
El joven que por primera vez cautivaba un hombre se decía
télpuchtlitaquiüamani, mancebo guerrero y cautivador. (4) La lá
mina LXV del Códice Mendocino presenta sucesivamente los
(1) Duran, segunda parte, cap. XI. MS. Acosta, lib. VI, cap. XXVI.
(2) Torquemada, lib. XIV, cap. I. Acosta, lib. VI, cap. X.
(3) Torquemada, loco cit.
251
Ganada una batalla, los mensajeros, que entónces tomaban el
nombre particular de tequipantitlanti, daban la noticia al rey; és
te les hacía guardar hasta que se confirmasen las nuevas, pues
si salían falsas, recibían aquellos la muerte. El general vencedor
contaba los cautivos, separados los de cada nacionalidad ó capi
tanía, y con cuenta y razón cierta enviaba un capitán, que rati
ficando la noticia por completo, determinaba que el rey diera
libertad á los primeros tequipantitlanti. (1)
El ejército victorioso era recibido en la ciudad en medio del
regocijo público; el monarca recompensaba ámpliamente á los
guerreros que se habían distinguido, promoviéndolos á los gra
dos que les correspondía. Los prisioneros, recibidos con cierta
solemnidad, eran custodiados en los calpulli, para ser sacrifica
dos en la fiesta para que fueron tomados. Al rey se le recibía de
una manera espléndida, con todos los honores del triunfo. Caso
de un reves, los guerreros penetraban en la ciudad confusos y
en silencio; las familias lloraban sus deudos perdidos, siguién
dose la ceremonia general de las exequias por los difuntos. (2)
(1) P. Duran, primera parte, cap. XI. Acosta, lib. VI, cap. XXV.
(2) Torquemada, lib. XI, cap. XXV.
(3) P. Duran, primora parte, pág. »8.
(4) Torquemada, lib. IX, cap. VI.
254
la y en la servidumbre, ningún comercio entablaron con los de
la tierra firme. Aflojados un tanto los lazo3 por los reyes tepa-
necas, la pesca en los lagos les servía para procurarse los artícu
los de que carecían, que casi eran todos, y su pequeño tráfico se
circunscribía á los pueblos de las márgenes de la laguna. Desde
los tiempos de Itzcoatl y á medida que se extendieron las con
quistas de aquel pueblo batallador, la esfera de actividad se fue
ensanchando hasta terminaren las naciones más lejanas, estuvie
ran ó no sometidas al imperio. En los últimos tiempos, el gremio
ó clase de los mercaderes, pockteca, estaba perfectamente orga
nizado, con sus ordenanzas propias, gozando de muchas y gran
des inmunidades. Estas distinciones no provenían únicamente
de las riquezas de que erau poseedores, pues si la profesión era
de las más honradas, provenía de los grandes servicios prestados
á la nación. Cumpliendo su intento principal de traficantes, lle
vaban lienzos, joyas, los productos de la industria méxica y hasta
esclavos hombres, mujeres y niños, para traer de retorno los ar
tefactos de los otros países, las producciones raras y curiosas
buscadas en México para la comodidad ó la moda de los ricos y
de los nobles, el número de los diversos artículos enumerados
por los autores, llama la atención por su variedad y valor. Ob
servaban las provincias lejanas, formaban planos de los caminos
y de las comarcas, recogían datos estadísticos, debiéndoseles con
esto los conocimientos geográficos y el adelantamiento de la cien
cia. Ademas de viajeros hábiles eran espías inteligentes, toman
do nota de la población, do los recursos para la defensa, infor
mando á los monarcas do México las ventajas que podrían sacarse
en la conquista, los obstáculos que se presentarían, y la manera
de allanarlos. Iban también como embajadores á cobrar los tri
butos ó á declarar la guerra; tomando el oficio de soldados com
batían á las tribus, habiendo vez que se apoderaran de una pro
vincia, conservándola para el imperio.
La residencia del tribunal de los mercaderes estaba en Tlate-
lolco. El pocktecatl ambulante que recorría los tianquiztli ó merca
dos obraba por su propia cuenta, aunque sujeto á las orden
del ramo. Las expediciones á países remotos se organizaban en
grandes caravanas. Al efecto se reunían en Tlatelolco cuantos
querían ser de la partida; elegían un pochtecatlatoque ó jefe, bajo
cuyo mando se ponían: se arreglaban las cargas enpetlacalli, arcas
255
tejidas de cañas fuertes y forradas de cuero, ó bien eu tapextli y
cacaxtli; como carecían de bestias de carga, contrataban el sufi
ciente número de cargadores ó tlamama; recibían los encargos de
las personas que apetecían vender ó adquirir algo del extranjero,
y tomaban á su cargo los muchachos que sus familias entltgaban
al gremio para hacerles mercaderes.
Reunidos en la casa del poohtecatlaloque éste les daba un con-
.vite, y se tomaban las últimas determinaciones. Fijábase el dia
de la partida en signo fausto, siendo el mejor el Cccohuatl., A la
media noche invocaban al sol fuego, á Tlaltecutli, tierra, y ú
Yiacatecutli, el que guía, ó Yacoliuqui, el de la nariz aguileña,
dios de los mercaderes; ofrecían codornices al sol, papeles gotea
dos con ulli derretido, sin olvidar á Zacatzontli y á Tlacotzontli,
dioses del camino; sacábanse también sangre de orejas y lengua.
Daban aviso, de su partida al rey, quien ya les daba presentes
para los señores amigos, ya les encargaba atalayasen alguna pro
vincia, en cuyo caso les daba por vía de gastos 1,600 cuaclttli, que
se repartían por mitad entre los traficantes méxica y tlatelolca (1)
Caminaban llevando en las manos un bordon de palo negro,
liso y sin nudos llamado xonecuiUi, imágen de Yiacatecutli, y un
mosqueador grande, tzacuiUiuaztli, de plumas, papel ó madera del
gada. Formando largas hileras uno tras otro, rendían las jorna
das de costumbre, y por la noche reunían todos los bordones
enhiestos, atándolos por el medio con una cinta, haciendo sacri
ficio de su sangre ante aquellos, dos ó tres veces durante la os
curidad. (2) Por los caminos había construidas grandes chozas,
reparadas despues de cada estación de aguas, que así servían de
abrigo á estas caravanas, comojá los viajeros comunes.
Por tierras amigas iban seguros y llevaban poco temor; pene
trando en tierras independientes y enemigas se hacían anunciar
para que los señores les recibieran, y si era provincia extraña se
prevenían con sus armas, alzaban sus estandartes, y en son de
guerra rendían jornada de dia y se aposentaban por la noche.
Las caravanas pacíficas llegadas á Tochtepec se fraccionaban se
gún destino de cada una; unas fracciones se dirigían á Xicalanco,
otras tomaban para las lejanas provincias de Chiapan, atravesa-
(1) "Moneda pequeña de cobre con la efigie de San Marcos, que vale cosa de dos
centavos de franco” (como1tres centavos de nuestro real mexicano).—Nota de Ter-
naux.
(2) Conquistador anónimo, en García Icazbalceta, Doc. tom. I, pág. 880.
(3) Motolinia, apud. García Icazbalceta, Doc. tom. I, pág, 190,
33
258
(1) Zorita. Breve relación. M8. La copia Torquemada, lib. XI, cap. XXVI.
(2) Ve'ase Lord Kingsborough.
369
ñeros de guerra destinados al sacrificio. Las puertas eran muy
estrechas, cerradas con tablas por fuera, y arrimadas tí ell^s
grandes piedras para mayor seguridad: guardia competente cui
daba de que los presos no se evadieran. Estrechas y malsanas
aquellas construcciones, recibiendo los detenidos poco alimento,
tí breve tiempo estaban flacos y enfermos. (1) Los cautivos sí
recibían abundante colación á fin de estar lucio# y gordos al ser
inmolados. Caso de escaparse algún cautivo, jos guardas paga
ban al dueño una esclava, algunas mantas y una rodela.
Acerca de las leyes vamos á copiar una recopilación manuscri
ta, 4 la cual sólo cambiaremos su anticuada ortografía.
“Estas son leyes que tenían los indios de la Nueva España.
Anáhuac ó México.
“El hijo del principal que era taliur y vendía lo que su padre
tenía ó vendía alguna suerte de tierra, moría por ello secreta
mente ahogado, y si era maceliual era esclavo.
“Si alguno toma de los magueyes para hacer miel y son veinte,
págalos con las mantas que los jueces dicen, y si no las tiene ó
es de más magueyes, es esclavo ó esclavos.
“Quien pide algunas mantas fiadas ó prestadas y no las paga,
es esclavo.
“Si alguno hurta alguna red de pescar, págala con mantas, y
si no las tiene es esclavo.
“Si alguno hurta alguna canoa, paga tantas mantas cuántas va
le la canoa, y si no las tiene es esclavo.
“Si alguna esclava pequeña que no es de edad para hombre,
alguno la toma, es esclavo el que se echó con ella; si muere de
otra manera paga la cura.
“Si llevó á vender su esclava á Azcapotzalco, do era la feria de
los esclavos; y el que se la compró le dió mantas, y él las regis
tró y se contentó de ellas, si despues se arrepiente vuelve las
mantas.
“Si alguno quedó pequeñito y los parientes le venden, y se sa
be despues cuando es mayor, sacan los jueces las mantas que les
parecen para dar al que lo compró y queda libre.
“Si algún esclavo se vende y se huye y se vende 4 otra perso
na, pareciendo se vuelve 4 su dueño, y pierde lo que dió por él.
(1) Torquemada, lib. XIV, cap. XVII. Sahagun, tom. II, pág. 303.
(2) Torquemada, lib. XIV, cap. XVI. Motolinia, trat. II, cap. V.
(3) Torquemada, lib. XIV, cap. XVII.
(4) P. Durán, segunda parte, cap. XX. MS.
36
282
loa pasos, fuera del amo ó de sus hijos. Era costumbre entre
los señores, á su muerte, dar por libres á los esclavos que ha
bían hecho señalados servicios: los demas siervos eran de sus
herederos. (1)
E l señor no podía vender al siervo sin su consentimiento. Ce
saba este privilegio si el esclavo era perezoso, mal mirado, vicioso
ó huía de la casa; entonces el amo le amonestaba una, dos y tres
veces delante de testigos, y si áun permanecía incorregible, po
níale la collera, distintivo de su mala condición, y podía venderle
á las personas ó en los mercados. La collera era una pieza de
madera, que ajustando al cuello terminaba en dos argollas por la
parte posterior; por éstas pasaba una vara larga, á cuyos extre
mos no pudiera alcanzarse con las manos, ligada á otra segunda
vara exterior de una manera sólida: la collera servía no solo pa
ra distinguir al mal esclavo, sino para impedirle huir entre la
gente ó penetrar por lugares estrechos. Los compradores de es
clavos de oollera se informaban del número de ventas por que
habían pasado, y si despues de cuatro todavía no se enmenda
ban, podían ya ser vendidos para el sacrificio. (2) Estos vicio
sos incorregibles expiaban sus crímenes, muriendo como repre
sentantes de los dioses en las solemnidades religiosas.
Había dos mercados de esclavos, Azcapotzalco é Itzocan. Los
mercaderes concurrían trayendo hombres, mujeres y niños, ata
viados y compuestos con ropas vistosas y los adornos de que
podían usar; poniéndose cada uno en el lugar señalado, traía un
tocador de teponaztli, y á bu son hacía cantar y bailar á los escla
vos, haciéndoles desplegar todas sus habilidades. Los compra
dores andaban mirando á todas partes, hasta encontrar una
mercancía á su gusto; fijados en alguna, se imponían de las con
diciones del siervo, desnudábanle para descubrir si tenía imper
fección ó enfermedad, le hacían saltar y hacer movimientos. El
precio consistía generalmente en cuachtli, más ó menos según la
pieza, teniéndose en cuenta que los destinados al sacrificio eran
de mayor precio, supuesto que no debían tener defecto alguno
personal. Hecho el ajuste, el mercader despojaba de sus galas al
(i) P. Mendieta, lib. IV, cap. XII. Le copia Torquemada, lib. XVII, cap. I. Mo-
tolinia, trat. I, cap. X.
299
cada corte pierden el filo, había necesidad de renovarlas a cada
paso.
Para las armas como flechas, lanzas y las piezas del maeuakuitl,
el procedimiento era diverso. Se nota que escogido el trozo, se
le daba forma por medio de la percusión. Otro método debía
seguirse en la construcción de cuentas de diversas formas, ani
males, Abres, amuletos, ídolos, lápidas conmemorativas, &c., en
los cuales llama muchísimo la atención la pureza del contorno,
nunca interrumpido por desportilladuras,^ el finísimo pulimen
to, que aplicado á láminas circulares las dejaba servir de espejos.
Dos piezas nos han cautivado siempre la atención. Por su her
mosura, ciertas máscaras de limpio y correcto dibujo, pulidas y
acabadas con esmero verdaderamente artístico, horadadas en la
parte superior, servían para cubrir el rostro de los dioses en al
gunas solemnidades, ó á los difuntos de cierta categoría: por lo
difícil en la ejecución, los llamados carretes, á causa de la total
semejanza que presentan con los de madera destinados á devanar
hilo. El material vitrio y quebradizo quedó reducido al grueso
de un cartón delgado; los apéndices circulares, pulidos en la cara
exterior, ofrecen raeduras marcadas en el interior; la regularidad
de formas hace sospechar, que no fueron labrados á mano sino en
un torno, pudiendo ser raídas las superficies cual si fueran de
madera.
Las rocas aprovechadas en las construcciones eran la traquita
anfibólica (chiluca), y el basalto compacto, (recinto); empleóse
despues el conglomerado pomoso (tepetlafl, tepetate), y en segui
da la lava escoriosa (tetzontli, tezontle), cuyas canteras en el Pe-
non grande ó de Cortés fueron descubiertas en los tiempos de
Ahuitzotl. La cal, teneztli, fué conocida desde los tiempos remo
tos. Atotonilco acudía al imperio con cuatro cientas cargas de
ella (Cód. lám. 30 núm. 24), y Tepeyacac con cuatro mil (lám. 44,
núm. 28).
En traquita, basalto y otras rocas dejaron los méxica obras
gigantescas, de las cuales se conservan aun la piedra del sol, el
cuauhxicalli de T ízoc, la estátua colosal de laOmecihuatl ó Ci-
huacohuatl llamada por Gama la Teoyaomiqui, el fragmento sa
cado del atrio de la catedral, y trozos de menor importancia en
estátuas, animales simbólicos y lápidas conmemorativas. Las
antiguas pinturas muestran que esas grandes moles fueron trans-
300
portadas de largas distancias, sobre rodillos de madera, tirando
con cuerdas infinidad de hombres. Pero ellas nada dicen acerca
de los instrumentos que usaban los canteros para pulir y labrar
esas sustancias tan duras, sin el auxilio de los instrumentos de hie
rro; atacadas con otras piedras, ó cuando más con ciertos cinceles
de cobre, como nos lo hace presumir el que tenemos á la vista
de la colección del Sr. Chavero, es verdaderamente maravilloso
observar el relieve perfecto, el dibujo fino, la minuciosidad de los
detalles, por más que no contente la parte" artística del diseño.
A estas rocas reputadas groseras, seguían otras más finas, apre
ciables por el pulimento, la semitrasparencia y la variedad de
colores. Conforme á la clasificación del Sr. Bárcena, se encuen
tran dioritas, ágatas, ópalos, lieliotropos, clorita, litomarga, fel
despato, &c. Destinadas para adornos, principalmente en collares,
son piezas generalmente chicas, planas unas, curvas las otras;
algunas sólo recibieron una forma regular y perfecto pulimento,
aprovechada la figura natural del trozo, mientras no pocas se
convirtieron en flores, aves, rostros, cabezas, cráneos, idolillos
y figurillas simbólicas. Todos llevan dos ó más horados laterales,
ó bien uno longitudinal, destinados al hilo á que estaban suspen
didos. Este horado se presenta de dos maneras, en la cónica y
en la cilindrica: aquel, muy aparente en las cuentas de roca ver
de, de formas irregulares, nos parece el más antiguo; éste, evi
dentemente moderno como perfección en el arte, es sin disputa
mejor. Tenemos á la vista para juzgar, de la colección Chavero,
un cráneo pequeño en cristal de roca, perfectamente pulido, lí
neas firmes y correctas, toques maestros y valientes. El horado
emprendido verticalmente no llegó á ser terminado, aunque el
artífice lo emprendió por ambos lados opuestos; es cilindrico, de
unos dos milímetros de diámetro, las paredes sin desportilladu
ras aunque no lisas, la base plana. Todo ello indica un instru
mento de bronce, sin punta, introducido á golpes sucesivos y
dando vueltas al mismo tiempo al perforador, ayudado' tal vez
por el agua y alguna arena fina y resistente.
Venían en lugar preferente las piedras reputadas preciosa^.
Los méxica tenían sus señales para descubrirlas; si al querer sa
lir el sol veían en la tierra un humillo delicado, era señal que ahí
había criadero de piedras finas, ó algunas estaban allí escondidas:
si la yerba se conservaba siempre verde en algún lugar, sin duda
301
que debajo yacían loa chqfohihuitl. Lo-cierto es que aquellas pie
dras estimadas, las sacaban bien rompiendo las rocas que conte
nían dentro las cristalizaciones, bien arrancándolas de las mi
nas. (1) El chalddhuitl es un fluoruro de calcium (flourina), verde,
no muy trasparente y con manchas blancas, usábanle los nobles
en cuentas ^ensartadas en hilos, atadas como pulseras, estando
prohibido por las leyes suntuarias que lo trajeran los plebeyos:
lós españoles lo confundieron con la esmeralda. Había otras es
pecies; el quetzalchalddhuil, muy verde, transparente y sin man
chas; el tliyalotic, verde con vetas negras. (2) Tepecuacuilco daba
de tributo cinco sartales de cuentas de chalchihuitl, esféricas ó
más ó menos esferoidales (Kingsborough’ lám. 39, números 32,
33, 34, 35 y 36). Coaixtlahuacan dos sartaleB (lám. 45, números
21 y 22). Tochtepec cuatro sartas de cuentas medianas (lám. 48,
números 34, 35, 36 y 37), tres cuentas grandes (números 38, 39
y 40), tres sartas de cuentas chicas redondas (números 41, 42 y
43). Xoconochco dos sartales de cuentas medianas (lám. 49, nú
meros 10 y 11). Cuetlaxtlan una sarta (lám. 15, núm. 21], Toch-
pan dos sartales (lám. 54, núm. 26 y 27).
Las verdaderas esmeraldas se nombraban quetzalitzili. Las tur
quesas teoxihuitl estaban destinadas exclusivamente á los dioses,
estando prohibido las usasep los mortales; las redondas se decían
xiuhtomatli, y las manchadas y de menos valer eran xixitl. Quiauh-
teopan acudía con una cazuela de turquesas menudas (lám. 42,
núm. 17) y Yoaltepec diez mascaritas de turquesas (núm. 22) y
una piedra en la forma del dibujo (núm. 34).
El tlapalteoxihuitl es propiamente el rubí; el quetzaliizepioUotli
el ópalo, principalmente cuando tiene las cambiantes de colores
del arlequín; tehuilotl el cristal de roca. (3) Tochtepec pagaba,
“veinte piedras de bezote de ámbar claro, con su engaste de oro
al cabo” (lám. 48, núm. 44), y “veinte piedras de cristal con su
matiz de azul y engaste de oro”, (núm. 45). Los méxica usaban
pendientes en las orejas y en la nariz; collares, pulseras y ajor
cas en brazos y piernas, de sus piedras preciosas, de oro, de
perlas, de conchas ú objetos vistosos. Los objetos arriba men
cionados eran b ro te s, tentetl, adorno del labio del cual hablamos
(1) Sahagun, toin. III, pág. 295-96.
(2) Sahagun, tora. III, pág. 297-98.
(3) Sahagun, tom. 3, pág. 298.
302
ya: los pequeños se decían tempilolli y los grandes tenzacatl. Cris
tal debe tomarse en sentido del de roca, pues el vidrio no lo
conocían. Xoconochco contribuía con dos bezotes de ambar con
su engaste de oro (lám. 49, núm. 22 y 26). Cuetlaxtlan veinte
bezotes de berilo (lám. 51, nüm. 25).
El xiukmatlaliztli parece ser el zafiro; el eztetl ó piedra de san
gre es roja; el mixtecaMl era una piedra manchada de colores.
Les era también conocido el mármol aitztli, los tecalis iztacchal-
chihuitl sacados de las canteras de Tecalco, las variedades del
jaspe y otras varias. (1) El arte del lapidario y del joyero llegó
entre los méxica á gran perfección: vósele representado en la
lám. 72 del Codice, núm. 19 y 20. Algunas piezas se distinguen
por lo regular y hermoso de la forma, y todas por la belleza del
pulimiento. Esto último conseguían frotando los fósiles con dos
clases de esmeril; primero con el polvo ó arenilla del pedernal
molido, ó de unas piedras que traían de Huaxtepec, y despues
con la arena fina de unas pedrezuelas coloradas y de otros colo
res que traían de la provincia de Anáhuac y de Tototepec. (2)
Hemos dicho que los horados merecen particular mención, y
crecerá la admiración si ahora añadimos, que sabían hacer aque
llos taladros en forma curva. Hemos visto una máscara de obsi
diana perforada en el espesor de la parte superior: se habla de
la existencia de úna culebra de piedra enroscada en forma espi
ral, agujerada de la boca á la cola siguiendo las inflexiones del
reptil.
Cihuatlan contribuía con ochocientas conchas de la mar, (lá
mina 40, núm. 25 y 26). Usaban para adornos de conchitas y ca
racoles. Hptli, concha del mar, cilin, caracolito; pero distinguían
las conchas de que arriba se habla, así como el coral, bajo la de-
•nominacion de tapachtli. Conocían igualmente la perla epiollotli
y la concha en que se encierra eptatapalcatl. Los caracolillos que
tengo á la vista presentan un horado ó dos circulares, para po
der ser ensartados en hilos, ó bien una ranura, en donde el ins
trumento que la procticó no dejó señales: la mayor parte están
cortados verticalmente al eje, faltándoles el remate de la espiral.
Veo también, perfectamente cortadas, rebanadas completas por
secciones perpendiculares al eje.
(1) Sahagun, tom. 8, pág. 299-303.
(2) Sahagun, tom. 8, pág. 305.
CAPITULO V.
(1) Véase para la variedad de alimentos, Sahagun, tom. 1, pág. 129, 184; tom. 2,
pág. 297-303; tom. 3, pág. 118-19, 132.
(2) Vetanoonrt, Teatro Mexicano, P. 1, trat. 2, num. 151.
(8) Sahagun, tom. 1, pág. 129.
(4) Clavigero, tom. 1, pág. 392.'
317
La palabra hiiauhtti traducen loa autores y el dic. de Molina,
bledos. “El huauíli, dice Betnncourt, (1) es una semilla como
‘‘ajonjolí, dase morada y amarilla de unas matéis á manera de
“arbolillos cou la hoja como de lengua de vaca, da en el pendón
“de arriba que llaman quautaontíi como un plumaje de semilleja
“muy junta, de ella se hacen unos tamalillos que llaman tzoales,
“que son para los naturales de regalo.” 'Elcuauhtzontli, huauson-
tle, cómese fresco en diversos guisos.
Tochpan rentaba 800 cargas de chilli (Cód. Mendocino, lám.
54, ntíms. 21, 22), Oxitipan. 400 (lám. 56, núm. 9), y Xiuhcoac,
400 (lám. 57, núm. 15), en todo 1,600 cargas del producto. El chi-
lli, llamado hoy chile (capsicum), entre los peruanos í c/zm, fue
nombrado por los castellanos axi, voz ahitiana, y también pi
miento. Originario de Asia y de América, Hernández encontró
en México varias especies cultivadas que clasificó en siete géne
ros: Cuauhchilli, chilli de árbol; Chiltecpin, chilli pulga, sea por
su tamaño pequeño ó por la fuerza del picante, con tres especies;
Toncdchilli, chilli del sol ó del calor, chilli veraniego; ChUcoztti,
chilli amarillo; Tzincuayo, por el escozor que produce al des
comerlo; Milchilli, chilli de sementera ó milpan. La3 especies cla
sificadas hasta hoy llegan á sesenta y una. El capsicum se comía
verde ó seco, constituyendo una salsa universal para todas las
clases; molido formaba la variedad de guisados conocidos bajo
el nombre genérico de molli ó mulli: hoy mismo se le emplea de
una manera general. Salsas y guisos estaban compuesto^ ademas
del chilli, ya con el lomad, tomate, (Physalis) ya con el xictomaÜ,
jitomate, ( Licopersicum esculentum, D. C.).
Fuera de estos renglones, que podremos llamar de primera
necesidad, aprovechaban una gran variedad de setas tí hongos,
nanacati, (2) las yerbas comestibles distinguidas bajo el nombre
genérico de quiliti, quelites, (3) diversas raíces, las hojas tiernas
del nopalli, cactus, asadas ó cocidas, las bayas del mizquitl, mez
quite, ( Mimosa nilotica), &c. Urgidos por la necesidad comían
una semilla nombradapoluoatl, el popoiatl ó maíz descompuesto,
el xólotzontti ó cabellos de las mazorcas, el metzolli raeduras ó
(1) Clavigero, tom. X, pág. 393, nota. NO hemos sabido encontrar la palabra Oo
el Diccionario de chilenismos por Zorobabel Rodríguez. Santiago, 1875.
327
deramente social, fue el don más preciado que la Providencia
pudo hacer á los pueblos primitivos. El cultivo del metí es muy
antiguo. La mención primera que encontramos se refiere á los
Olmecahuixtoli. “Estos mismos inventaron el modo de hacer el
vino de la tierra: era mujer la que comenzó y supo primero,
agujerar los magueyes para sacar la miel de que se hace el vino,
y llamábase Maiaoel, y el que halló primero las raíces que echan
en la miel se llamaba Pantecptt. Los autores del arte de saber
hacer el pulcre así como se hace ahora se decían Tepuztecatl,
Quatlapanqui, Tliloa, Papatztactzocaca, todos los cuales inven
taron la manera de hacer el pulcre en el monte llamado Chichi-
nakuia; y porque el dicho vino hace espuma, también llamaron
al monte Popopocortaltejjetl, que quiere decir monte espumoso,” (1)
Esta noticia va unida á la leyenda de la embriaguez del jefe de
los cuexteca, quien por esta causa tuvo que retirarse con sus
gentes hácia Pánuco, es decir, que se refiere á los tiempos pri
mitivos en que los huaxteca estaban establecidos en el interior
del país. En la primera pintura de la peregrinación azteca cons
ta, que los mexi tomaron de los chalca el cultivo del metí y ex
trajeron el octli. Tenemos también la historia de la bella Xóchitl,
hácia el fin de la monarquía tolteca. De ello diremos en sus res
pectivos lugares.
Siguiendo á Hernández, el metí productor del octli se nombra
Tlacametl; Teometl (Furcroya odorata, Poiret; Furcroya tuberosa,
Aitón; Furcroya eubensis, Haw). Por término medio llega á com
pleto crecimiento á los diez años; entonces, de las hojas centrales
apiñadas en forma cónica se alza el quiotl, bohordo que alcanza
■hasta cinco metros de altura, en cuyo extremo se presentan las
flores, despues las semillas, y muere en seguida: el bohordo seco
se llama quiocuakuitl. Propágase por las semillas, mas también
por los renuevos que de las raíces en cada individuo brotan.
Para lograr el octli, luego que el metí se acerca á la inflorecencia
y ántes de que el bohordo se presente, se arranca el cono central
de las hojas, dejando en su lugar una cavidad, en la cual viene á
recogerse el cambium, líquido blanquecino compuesto de agua,
azúcar y gluten en suspensión: esto es lo que se llama m/aa miel.
Tres veces al día se extrae el agua miel por medio del acocofli,
(1) Memoria sobre el maguey mexicano, por Pedro Blasquez e' Ignacio Blasquez,
México, 1865.
(2) Torquemada, lib. XIV,*cap. X.
(3) Sahagun, tom, II, pág. 175.
(4) Sahagun, tom. II, pág. 179.
(5) Sahagun, tom. II, pág. 18C.
(6) Torquemada, lib. VI, cap. XXIX.
(7) Padre Duran, seg. parte, cap. XXII. MS.
329
tiendo un poco de lo ya dicho. El agua miel puesta al fuego, “y
“apurándolo más el fuego es como miel; y á medio cocer sirve de
“arrope, y es de buen sabor sano, y á mi parecer es mejor que
“arrope de uvas.” (1) “De este mismo licor hacen buen arrope y
“miel, aunque la miel no es de tan buen gusto como la de abejas;
“pero para guisar de comer dicen que está mejor y es muy sana.
“También sacan de este licor unos panes pequeños de azúcar,
“pero ni es tan blanco ni es tan dulce como el nuestro. Asi
m ism o hacen de este licor vinagre bueno; unos lo aciertan ó
“saben hacer mejor que otros.” (2)
Las púas terminales de las hojas servían en las penitencias
Religiosas; se les empleaba como punzones, de clavos en las pa
redes y maderas, de alfileres para retener lienzos gruesos; en al
gunas especies se arrancan unidas á las fibras de la planta, y
entonces sirven de aguja é hilo á la vez. Las hojas ó pencas
frescas servían á las molenderas para recibir la masa, á los alba
ñiles para acarrear el barro. “De estas pencas hechas pedazos,
“dice Motolinia, (loco cit.), se sirven mucho los maestros aman-
“tecatl, que labran de pluma y oro; y encima de estas pencas ha-
“cen un papel de algodón engrudado, tan delgado como una muy
“delgada toca; y sobre aquel papel y encima de la penca labran
“todos sus dibujos; y es de los principales instrumentos de su
“oficio. Los pintores y otros oficiales se aprovechan mucho de
“estas hojas.” Colocadas convenientemente sirven como tejas
en las habitaciones; sostenidas é inclinadas, sobrepuestas, se
usaban como arcaduces.
Las flores son comestibles. El bohordo, asado cuando tierno,
sirve de alimento. Con la parte carnosa y blanda de las pencas,
unida al maíz, se confeccionan las tortillas de maguey, sabrosas y
nutritivas-, molida esa misma parte, deshecha en aguamiel y her
vida, rinde una especie de atole que no deja de ser agradable.
Las pencas de ciertas especies asadas á la lumbre ó más bien en
barbacoa, en ciertas ocasiones sólo se mascan y chhpan, pues el
hilo impediría tragarlas; “mas si las cabezas están cocidas de
“buen maestro, dice Motolinia, tienen tan buenas tajadas que
“muchos españoles lo quieren tanto como buen diacitroñ.”
(1) El árbol del hule, por D. Manuel M. Villada: la Naturaleza, tom. III, pág. 31 <>
y sig.—En carta escrita por el Sr. D. E. Uricoeohea al Sr. D. Manuel M. Altamira-
no, secretario de la 8oc. de Geog. y Est. se dice: “Noto que en la pág. 15(J del tom. I,
tercera época, se halla la palabra caoutchouc empleada como castellana, cuando la
palabra puramente americana es ca u ch o , que suponía conocida en México. Caucho
llamamos la goma elástica en toda aquella parte de la América del Sur en donde se
produoe, y como les será fácil á vdes. ver en los artículos de exportación del Diario
Oficial de Colombia. Es cierto que los españoles han escrito cauhehií (Colmeiro),
cautchuc (Ronquillo), ooutchu, cnutshm;, <fco., debido á que esos señores no saben
nada de América, ni leen jamas un libro americano; pero en su misma casa les mos
tré en un manuscrito de 1720 (Biblioteca de Gnyangos) descriptivo del Perú, el dicho
vocablo, lo que prueba que no es de hoy su uso. En la próxima edición registrará el
Diccionario de la Academia la palabra castiza caucho, que yo presenté á su aproba
ción: fué aceptada en una de las sesiones á que asistí.”
(2) Motolinia, en Icazbalceta, pág. 44-5.
341
del pecho. Los reyes y señores mandaban hacer zapatos con las
suelas de ulli, y los hacían poner á los truhanes, enanos y cor-
cobados de su palacio, para verles dar traspiés y caídas sobre el
suelo. “Usan de él los nuestros para encerar capas aguaderas,
“hechas de cañamazo, que son buenas para resistir el agua; pero
“no para el sol, porque su calor y rayos lo derrite.” (1) Así la
costumbre de los lienzos hulados en la colonia data, al ménos
de principios del siglo XVII; duraba en 1,690, ya que damos con
esta noticia correlativa: “del usan los nuestros para encerar las
“capas que resisten los aguaceros, pero no para el sol, porque á
“su calor se derrite.” (2)
Tochtepec, ofrecía cien ollas de liquidámbar (Kingsborough,
lám. 48, núm. 54) y Tlatlauhquitepec ocho mil atados ó envolto
rios de lo mismo (lám. 53, núm. 21). El xocMocotmcuahuitl, árbol
de xochiocotzotl ó liquidámbar, (Liquidámbar asplenifolia, Sty
rax; Liquidámbar Styraciflua, Linneo; de la familia de las Amen
táceas de Jussieu, Platanáceas de otros, y últimamente Balsa-
mifluas de Eudliclier): es común á la América y á la India. (3)
La resina, en mexicano ocotzotl, xochiocotzotl según su estado, liqui
dámbar, ámbar líquido, lidambar, estoraque líquido. “Hállanse
en estos montes árboles de pimienta, la cual difiere de la de
Malabar porque no requema tanto ni es tan fina; pero es pimien
ta natural más doncel que la otra. También hay árboles de ca
nela; la canela es más blanca y más gorda. Hay también muchas
montañas de árboles de liquidámbar, son hermosos árboles, y
muchos de ellos muy altos; tienen la hoja como hoja de hiedra;
el licor que de ellos sacan llaman los españoles liquidámbar, es
suave en olor, y medicinable en virtud, y de precio entre los
indios; los indios de la Nueva España mézclanlo con su propia
corteza para lo cuajar, que no lo quieren líquido, y hacen unos
panes envueltos en unas hojas grandes: úsanlo para olores, y
también curan con ello algunas enfermedades. Hay dos géneros
de árboles de que sale y se hace el bálsamo, y de ambos géneros
se hace mucha cantidad; del un género de estos árboles que se
i i ) Motolmia, trat. III, cap. VIII. Torquemada, lib. XIV, cap. XLIII.
(2) P. Sahagnn, tona. III, pág. 298.
343
potismó que pesaba sobre los pueblos sojuzgados, sirven tam
bién para formar juicio aperca de los adelantos artísticos y ma
nufactureros de aquellas naciones.
Tornemos ahora á la estampa 71 del Códice Mendocino, de la
cual nos habíamos apartado. Es una especie de enumeración de
las ocupaciones ó condiciones de las personas, en quienes ántes
no se había fijado. El número 1 es un mensajero, reconocible
por el bordon y mosqueador. Los números 2 y 3, representan,
un maestro repitiendo repetidas veces la lección, que escucha
atento el discípulo. El 4 representa al cuicamatin ó músico y
cantor de profesión: toca con las manos el huehuetl, acompañando
su canto; la persona que delante tiene significa el auditorio; en
medio de las dos figuras se distinguen un maxtlatl, una manta,
una vasija con tamales, un xocliitl ó ramillete y un acayetl, obje
tos que en regalo recibía el menestral, ya en las calles ya en las
casas á donde era llamado. Los 9 y 10 marcan el 'fejtxalco ó ca
sa de los obras públicas, á cuya puerta está sentado el petlacal-
catl ó mayordomo; tiene delante dos albañiles, 6 y 13, llorando
por haber sido reconvenidos por faltas en el trabajo. Su profe
sión está simbolizada en la coa y el huacaüi, 5 y 12, destinada
aquella á remover la tierra, éste á trasportar el escombro. Cas
tigada como era la holgazanería, la ley no permitía la mendici
dad; exceptuábase el liciado ó estropeado, número 7, único á
quien era permitido andar vagando para implorar la caridad
pública.
El número 8 recuerdo el jugador de pelota. En todas las ciu
dades y pueblos principales había el tlachtli, generalmente en el
mercado, de mayor ó menor tamaño, según la importancia del
edificio. Tenía la forma que representan las pinturas; cercábalo
una pared de una y media á dos brazas de altura, terminada en
almenas ó figuras de los dioses, pintada la cara interior de ador
nos ó pinturas de Ometochtli, patrono de jugadores y borrachos;
el piso estaba encalado, terso y limpio. El juego tenía lugar á
lo largo sobre la parte angosta, en cuyas paredes de ambos lados
había fijas dos piedras, con un horado capaz solamente de dejar
pasar la pelota; las partes anchas terminales, daban abrigo á los
jugadores. Estos estaban desnudos, cubiertas las vergüenzas con
el maxtlatl, llevando en las asentaderas un cuero de venado bas
tante fuerte, así como en las manos una especie de guantes. Ju
344
gábase de uno á uno, ó bien por partidos, estipulándose la parte
del cuerpo con que se había de recibir la pelota, que de común
solo era con las asentaderas, los cuadriles ó rodilla. La pelota
iUlamaloni, era de ólli, esférica y muy pesada por grande. Ganá
base á determinadas rayas; mas hacía suyo el juego quien logra
ba hacer pasar la pelota por el agujero de la piedra que á su
lado tocaba: este acto de destreza se recibía con mucho aplauso,
y el feliz jugador tenía derecho á apoderarse de las mantas de
los espectadores, quienes luego se ponían en huida al medio de
ru id o y algazara.
Juego no sólo de los plebeyos, sino de gente principal, se le
tenía en estima. Apostaban según su categoría, desde algunas
mazorcas de maíz, hasta joyas, plumas y heredades: los viciosos
arruinados se jugaban á sí propios, siendo el pacto que si no se
rescataban á cierto plazo quedaban por perpetuos esclavos. Los
señores jugaban sus fortunas, sus mancebas; veremos que los
monarcas de México aventuraron alguna vez su reino en el tlach-
tli, y ventilaron la realidad de un vaticinio á las rayas de una.
partida. (1)
Jugaban un juego semejante al de las damas, con chinas blan
cas y negras que se quitaban ó mataban como en el tablero.
Hacían sobre un encalado cierto número de hoyos pequeños, y
ponían diez pedrezuelas cada uno de los dos jugadores, y tirando
unas cañas hendidas, ganaban las que caían vuelto lo hueco arri
ba, hasta tomar las diez piedras del contrario. El juego más co
mún entre el pueblo, seguido con empeño por los tahúres de
profesión era el patdli. Tomaba su nombre de los colorines que
servían de especie de dados. Era una aspa señalada sobre una
estera con rayas negras de ulli, dividida en cierto número, de ca
sas; cada uno de los jugadores estaba armado de tres piedrecillas
azules y de tres colorines sobre los cuales estaban señalados
puntos blancosá manera de dados; tomados éstos y revueltos en
la mano, los puntos ganados se señalaban sobre el aspa con las
piedras azules, hasta vencer el juego quien las colocaba en las
casillas felices y convenidas. Bernal Díaz menciona el juego del
totoloque que servía de distracción á Motecuhzoma, durante su
(1) Duran, segunda parte, cap. XXIU. MS. Torquemada, lib. XIV, cap. XII. P.
Sahagun., tom. II, pág. 291-3, 316-17.
345
cautividad en el cuartel de los castellanos. Todos estos juegos
iban acompañados de particulares supersticiones. El tlachtii
era cobsagrado por los sacerdotes con bendicion-solemne, y an
tes no debía ser usado para su objeto; las pelotas, los dados, las
piedrecillas, eran adorados como dioses, invocándolos, zahumán
dolos y ofreciéndoles flores y áun comida; ningún tahúr comen
zaba una partida sin hacer preces al numen pidiéndole su am
paro: en suma, el sentimiento religioso iba unido hasta á los
actos de engaño y superchería. (1)
Los bárbaros chichimeca solemnizaban sus fiestas luchando
entre sí, ó combatiendo contra fieras bravas; la costumbre dura
ba todavía en los tiempos del rey acolhua Tecliotlala, en cuya
coronación los guerreros lidiaron contra tigres y leones. (2) Ade
lantada la civilización, esos ejercicios fueron sustituidos por la
lucha, la carrera, tirar al blanco, con el arco ó el dardo, naciendo
ademas otros de ligereza y equilibrio. El bailador de la tranca,
como ahora se le llama, entraba acompañado de siete ú ocho
vestidos como los huasteca, cantando y bailando; tirábase en el
suelo de espaldas, levantaba las piernas, y arqueándolas tomaba
con los pies la tranca que se había puesto hácia la cabeza, ha
ciéndola dar vueltas, poner de punta, subir y bajar, sin tocarla
con otra cosa que con las plantas de los piés. La tranca era de
nueve á diez palmos de largo, bien gruesa y redonda. (3) A veces
se ponían dos hombres sobre el palo, guardando el equilibrio á.
ahorcajadas sobre los extremos.
Comparsas de treinta ó cuarenta personas bailaban al rededor
del huehuetl, sostenidos en zancos de dos brazas de alto, hacien
do prodigios de equilibrio. Tres hombres subidos uno sobre
otro, bailaban á compás, el primero sobre el suelo, los otros dos
sobre los hombros de quienes los sostenían. Tomaban un palo
en forma de una j , dos hombres apoyaban en sus hombros los
extremos inferiores, miéntras sobre el superior se ponía de pié
un tercero, y todos tres se movían y bailaban á concierto. Pues
to uno en la posición del bailador del palo, con una sola pierna
(1) Duran, segunda parte, cap. XXIII. MS. Torquemada, lib. XIV, cap. XII. Cla
vigero, tona. I, pág, 362 y sig.
(2) Torquemada, lib. I, cap. XXV, lib. II, cap. VII.
(8) Mendieta, lib. IV, cap, XII.
44
346
levantada, sobre la planta del pié, la compañía de volatines salta,
voltea y hace otros muchos ejercicios. (1) El juego del volador,
que queda hoy bien diverso y como pálido reflejo del antiguo,
consistía en un palo grueso, muy alto y derecho, que se hincaba
fuertemente en tierra; á una pieza en la parte superior estaban
sujetas cuatro sogas, las cuales pasaban por otros tantos aguje
ros, practicados en los extremos de un bastidor cuadrado, y re
matando en una lazada. Las sogas se rodeaban al árbol de ma
nera que no mordiese la una sobre la otra, y con tal cuenta que
las vueltas de los voladores no fueran más ni menos de trece.
Subíase á lo alto por cuerdas y lazadas; trepábanlos que querían
muy compuestos, con sonajas ó instrumentos músicos, subiendo
por turno á bailar y decir gracias sobre el brevísimo espacio
superior. Cuando era tiempo, los cuatro principales voladores,
vestidos como grandes aves con las alas tendidas, se ataban á
los extremos de las sogas; su peso determinaba al bastidor amo
verse en dirección opuesta á la en que las sogas estaban enro
lladas, produciéndose un movimiento giratorio, que para los
voladores se iba ensanchando á proporción de la cuerda libre,
hasta llegar por último al suelo. A la mitad del vuelo, los acom
pañantes, que habían permanecido en el bastidor, se escurrían
por las cnerdas abajo, variando sus juegos gimnásticos. (2) Los
cuatro voladores significaban los cuatro símbolos de los años,
que con las trece vueltas formaban los cuatro tlalpilli de que el
ciclo estaba compuesto.
Como frutos sazonados de la civilización encontramos lá mú
sica, el canto y la danza. Debióles seguir de cerca la poesía.
Consta en efecto que tenían himnos sagrados, cantados á honra
de los dioses implorando su protección; poesías levantadas re
cordando las hazañas de los héroes ó la historia de los pueblos
y de los príncipes; descriptivas de la caza ó de las ocupaciones
rurales; morales, y finalmente amorosas. “Los poetas eran más
numerosos que los arengadores. Sus versos observaban el metro
y la cadencia. En los fragmentos que aún existen hay versos
que, en medio de las voces significativas, tienen ciertas interjec
ciones ó silabas privadas de significación, que sólo sirven para
(1) Duran, segunda parte, cap. XXI11, MS. Torquemada, lib. XIV, cap. XII.
(2) Torquemada, lib. X, cap, XXXVIII.
347
ajustar el metro: mas quizás este era un abuso de que sólo echa
ban mano los poetastros. Su lenguaje poético era puro, ameno,
brillante, figurado y lleno de comparaciones con los objetos más
agradables de la naturaleza, como las flores, loa árboles, los arro
yos, <fec. En la poesía era donde con más frecuencia se servían
de las voces compuestas, y solían ser tan largas que con una so
la se formaba un verso de los mayores,” (1)
La poesía era cultivada con amor en la corte de Texcoco. Ne-
zahualcoyotl instituyó en su palacion un tribunal, mejor acade
mia» que intituló de Ciencia y Música. Era una gran sala, con,
tres tronos para los reyes de Acolhuacan, de México y de Tlaco-
pan; en el centro había un huehuetl; decoraban las paredes trofeos
ó insignias de rica plumería, mirándose también mantas, joyas
y preseas para hacer regalos. Presidían los reyes coligados; jun
tábanse filósofos, poetas y algunos de los más famosos capitanes,
“que de ordinario estaban cantando los cantos de sus historias,
“cosas de moralidad, y sentencias.” (2) Nezahualcoyol se distin
guió como insigne poeta; mucho compuso, reputándose como
más acabado los himnos al Dios creador. A nosotros ha llegado
su oda á la muerte de Tezozomoc, que á ser en realidad suya,
revela elevación de pensamientos y una tierna y filosófica me
lancolía. (3) ‘
Revela un alto grado de cultura que los méxica se dedicaran
á la poesía dramática. El teatro en que representaban sus dra
mas, era un terraplén cuadrado, descubierto, situado en la plaza
del mercado ó en el atrio inferior de algún templo, y bastante
alto para poder ser visto por todos los espectadores. El que ha
bía en la plaza de Tlaltelolco era de piedra y cal, según afirma
Cortés, y tenían trece piésde alto, y de largo por cada lado trein
ta pasos. (4) Para formar idea de las decoraciones y dramas,
oigamos á otro autor, al describir la fiesta que los mercaderes
hacían en Cliolollan. “Este templo, dice, tenía un patio mediano,
donde el dia de su fiesta se hacían grandes bailes y regocijos, y
muy graciosos entremeses, para lo cual había en medio de este
patio un pequeño teatro de á treinta piés en cuadro, curiosamente
(1) Clavigero, toui. X, pág. 356.
(.2) Ixtlilxoehitl, Hist. Chicb., cap. XXXVI. MS.
(3) Doc. para la Hist. de México, tercera serie, tom, I, pág. 286.
(4) Clavigero, tom. I, pág. ?,r,8.
348
encalado, el cual enramaban y aderezaban para aquel día, con
toda la policía posible, cercándolo todo de arcos hechos de di
versidad de flores y plumería, colgando á trechos muchos pájaros,
conejos y otras cosas apacibles, donde despues de haber comido,
se juntaba toda la gente. Salían los representantes y hacían en
tremeses, haciéndose sordos, arromadizos, cojos, ciegos y mancos,
viniendo á pedir sanidad al ídolo: los sordos respondiendo ade
fesios, y los arromadizos tosiendo; los cojos cojeando decían sus
miserias y quejas, con que hacían reir grandemente al pueblo.
Otros salían en nombre de las sabandijas: unos vestidos oomo
escarabajos, y otros como sapos, y otros como lagartijas, &c., y
encontrándose allí referían sus oficios, y volviendo cada uno por
sí, tocaban algunas flautillas, de que gustaban sumamente los
oyentes, porque eran muy ingeniosas: fingían asimismo muchas
mariposas y pájaros de muy diversos colores, sacando vestidos
á los muchachos del templo en aquestas formas, los cuales su
biéndose en una arboleda, que allí plantaban, los sacerdotes del
templo les tiraban con cerbatanas, donde había en defensa de
los unos, y ofensa de los otros, graciosos dichos, con que entre
tenían los circunstantes; lo cual concluido hacían un mitote ó
baile con todos estos personajes, y se concluía la fiesta; y esto
acostumbraban hacer en las más principales fiestas.” (1) Todo es
taba, pues, consagrado á las divinidades, urgiendo el principio
religioso hasta sobre los actos de solaz de aquellos pueblos.
Tornando á la estampa del Cód. Mendocino, el núm. 14 repre
senta un ladrón ratero, ocupado en extraer algunos objetos del
petlacaM: esta palabra, que significa arca ó baúl, dio origen á la
voz petaca. En el 15 el jugador de patótti: para indicar la desen
frenada pasión por este vicio, le pintan desnudo, por estar apos
tando la manta 16.
17 y 18, el carpintero y su discípulo; 19 y 20, lapidario con su
aprendiz; 22 y 23, pintor con su oficial; 24 y 25, platero y fundi
dor con su ayudante; 26 y 27, los que hacían mosaicos de pluma.
Acerca de las artes ejercitadas por los nalioa podemos asegu
rar, que conocían todas las necesarias para satisfacer sus nece
sidades y sus gustos. De algunas se forma juicio, por los objetos
que todavía podemos sujetar á nuestro exámen; de las otras, que
(1) P. Snhagnn, da las yerbas medicinales, tom. 8, pág. 249-81; de las piedras
medicinales, tom. 3, pág. 284-87, &o.
(2) Torquemada, lib. XIII, cap. XXXV.
(3) Mendieta, lib. II, cap. XIX; P. Sahagun, tom. I, pág. 6; Motolinia, en Icaz-
balceta, pág. 130.
(4) Sahagun tom. 2, pág. 181-5. ’
360
Bañábanse frecuentemente en agua fría, a9Í por gusto ó higie
ne, como por ciertos preceptos religiosos; no desconocían el uso
de las aguas termales. Pero el baño característico de los nalioa
era el de vapor, llamado tcmaeoalli. “El temazcalli ó liipocausto
mexicano, se fabrica por lo común de ladrillos crudos. Su forma
es muy semejante á la de los hornos de pan, pero con la diferen
cia que el pavimento del temazcalli es algo convexo y más bajo
que la superficie del suelo, en lugar que el de nuestros hornos es
llano y elevado, para mayor comodidad del panadero. Su mayor
diámetro es de cerca de ocho pies, y su mayor elevación de seis.
Su entrada, semejante también á la boca de un horno, tiene la
altura suficiente para que un hombre éntre de rodillas. En la
parte opuesta á la entrada hay un hornillo de piedra ó ladrillos,
con la boca hácia la parte exterior, y con un agujero en la supe
rior, para dar salida al humo. Paparte en que el hornillo se une
al hipocausto, la cual tiene dos pies y medio en cuadro, está ce
rrada con piedra seca de tctzonÜi, ó con otra no menos porosa
que ella. En la parte superior de la bóveda, hay otro agujero
como el do la hornilla. Tal es la estructura común del temaz
calli; pero hay otros quo no tienen bóveda ni hornilla, y que se
reducen á unas pequeñas piezas cuadrilongas, bien cubiertas y
defendidas del aire.
“Lo primoro que se hace antes de bañarse es pouer dentro
del temazcalli una estera, en lugar de la cual los españoles po
nen un colchón para más comodidad, un jarro de agua, y unos
yerbas ú hojas de maíz. Despues se hace fuego en el hornillo,
y se consorva encendido hasta que estén hechas ascua las pie
dras de que he hecho mención. El que quiere bañarse entra or
dinariamente desnudo, sólo ó acompañado de un sirviente, si su
enfermedad lo exije ó así le acomoda. Inmediatamente cierra la
entrada, dejando un poco abierto el agujero superior, á fin de
que salga el humo que puede introducirse del hornillo, y cuan
do ha salido todo, lo cierra también. Entonces empieza á echar
agua en la piedra encendida, de la que se alza un denso vapor,
que va á ocupar la parte superior del temazcalli. Echase en se
guida en la estera, y si tiene consigo un sirviente, éste atrae há
cia abajo el vapor con las yerbas ó con el maíz, y con las mismas
mojadas en el agua del jarro, que ya está tibia, golpea al enfer
mo en todo el cuerpo y sobre todo, en la parte dolorida. Inme-
361
chatamente se presenta un sudor copioso y suave, que se au
menta ó disminuye según conviene. Conseguida la deseada eva
cuación se deja salir el vapor, se abre la puertecilla, y se viste
el enfermo; ó si no, bien cubierto lo llevan sobre la estera ó so
bre el colchón á una pieza inmediata, pues siempre hay alguna
habitación en las cercanías del baño.” (1)
(1) "Tuvieron también una manera como de agua bendita, y ésta bendecía el su-
“ mo sacerdote cuando consagrábala estatua del ídolo Huitzilopochtli en México,
"que era hecho de masa de todas semillas, amasadas con sangre de niños y niñas
"que le sacrificaban. Y aquella agua se guardaba en una vasija debajo del altar, y
"se usaba de ella para bendecir ó consagrar al rey cuando se coronaba; y á los capi
ta n e s generales, cuando se habían de partir á hacer alguna guerra, les daban á be-
"ber con ciertas ceremonias.” Mendieta, pág. 109.
367
obediencia, presentándole en señal de reconocimiento joyas, man
tas y otros objetos. Acabado ésto, los sacerdotes le conducían al
Tlacochcalco, situado entre los edificios del patio inferior. Ahí
pasaba cuatro dias continuos, ayunando sin comer más de una
vezlt medio dia; sacándose sangre en penitencia, incensando á
Huitzilopocbtli al medio dia y á la media noche, bañándose á
esta hora en una alberca: los sacerdotes le acompañaban á estas
ceremonias. Pasados los cuatro dias, la nobleza venía á sacarle,
llevándole con gran regocijo á su palacio, así como á los cuatro
consejeros que en la penitencia le habían acompañado. (1)
Consultado el libro adivinatorio y señalado el dia de la pro
clamación, partían mensajeros en todas direcciones á convidar á
los reyes y señores, amigos ó enemigos, quienes concurrían en
el plazo señalado por sí ó por delegados. Tenían lugar grandes
fiestas y regocijos, en que se prodigaban suculentos convites,
continuados y grandes bailes, repitiéndose los dones y regalos
que el rey hacía á los señores, en retorno de los que éstos le ha
bían traído. Esta fiesta de la proclamación se llamaba Maflatoa-
paca. Cada una de estas ceremonias iba acompañada de aquellas
largas arengas que los méxica tenían dispuestas, formando el có
digo de su intrincado ceremonial. (2) s
Todavía no quedaba terminada aquí la tarea. Para coronarse
y entrar en el ejercicio pleno de su autoridad, era indispensable
que el rey saliera á campaña al frente de su ejército, á fin de
traer los prisioneros que debían ser inmolados en la solemnidad.
Escogíase al intento una provincia rebelada ó por conquistar;
se ponían los medios de salir victoriosos, y ejército y rey torna
ban triunfantes, calculando su dicha por el mayor número de
cautivos hechos al enemigo. Las fiestas tenían lugar como las de
ántes, sólo que ahora el rey se mostraba magnífico en recompen
sar á los guerreros que se habían distinguido en la campaña,
dándoles dones, insignias ó nuevos grados. (3) Al esplendor de
los bailes y convites, se unía el cruento espectáculo de los sa
crificios y las terribles peripecias de los combates gladiatorios;
(1) Mendieta, lib. II, cap. XXXVII. Torquemada, lib. XI, cap. XXVIII. P. Sa
hagun, tom. II, pág. 318-20. Clavigero, toni. I, pág. 309.
(2) Véanse estas arengas en Sahagun, tom. II, pág. 76-113.
(3) Sahagun. tom. II, pág. 321-22.
368
de manera que, al retirarse los convidados, si iban maravillados
de la riqueza y del poder de los méxica, llevaban encogido el co
razón por los espectáculos de su sangriento culto.
Seguían en categoría al rey los grandes dignatarios del impe
rio por su órden, los sacerdotes, jefes del ejército y magistrados,
quedando en último término el común del pueblo no condecora
do ni distinguido. Respecto de la ciudad primitiva de México,
las clases sólo estaban divididas en el rey y casa real, los sacer
dotes, los guerreros y la gente menuda; pero las conquistas su
cesivas, la absorción de los pueblos de lenguas y usos diversos,
introdujeron nuevos elementos en la organización social, dando
principio á una nobleza, distinta en parte de las clases recono
cidas, que venía representando p o r un la d o el n acim ien to y la
familia, por otro lado la riqueza individual y la propiedad.
Las tribus establecidas en la tierra, de la misma ó diferente
filiación, so habían subdividido casi indefinidamente; cada pe
queño territorio tenía propio señor, cada pueblo ofrecía un su
perior, ya subordinado á otro, ya independiente. La conquista
mexicana sujetaba las tribus al pago del tributo y al contingente
de armas, municiones y soldados para la guerra; pero dejaba á
los señores naturales su señorío, al pueblo sus usos y costum
bres. Tomábanse algunas tierras, ya para que labradas en común
produjeran renta á la corona, ya para repartir á los guerreros
que más se habían distinguido. Todos estos jefes se denomina
ban tlatoani, y fueron confundidos por los castellanos con el
nombre de caciques, palabra tomada de la lengua de las islas. Los
tlatoani ejercían en su provincia la jurisdicción civil y criminal;
gobernaban según sus leyes y fueros, y muriendo dejaban el se
ñorío á sus hijos ó parientes, si bien se había menester la confir
mación de los reyes de México, Texcoco ó Tlacopan, según bu
caso. (1) Era la nobleza hereditaria.
En los tiempos de Motecuhzoma I I se contaban treinta de
estos señores de á cien mil vasallos, y tres mil de pueblos y lu
gares de menor importancia. Su condición había empeorado en
el reinado de aquel déspota emperádor, pues no sólo estaban
obligados á tener casa en la corte para esplendor de ella, sino
que residían en México cierta parte del año, no podían retirarse
(1) Torquemada, lib. XIII, cap. XXXI y XXXIL Clavigero, tora. I, pig. 840.
374
los huertos flotantes ó chinampa, “El modo que tuvieron enton
ces de hacerlo, y que aun en el dia conservan, es bastante sen
cillo. Hacen un tejido de varas y raíces de algunas plantas acuá
ticas y de otraslmatorias leves, pero capaces de sostener unida
la tierra del huerto.^Sobre este fundamento colocan ramas lije-
ras de aquellas mismas plantas, y encima el fango que sacan del
fondo del lago. La figura ordinaria es cuadrilonga: las dimensio
nes varían, pero por lo común son, si no me engaño, ocho toesas
poco más ó menos de largo, tres de ancho y menos de un pié de
elevación sobre la superficie del agua. Estos fueron los prime
ros campos que tuvieron los mexicanos, despues de la fundación
de su ciudad, y en_ellos cultivaban el maíz, el chile, y todas las
otras plantas necesarias á su sustento. H a b ié n d o se d esp u e s mul
tiplicado excesivamente aquellos campos móviles, los hubo tam
bién para jardines de flores y de yerbas aromáticas, que se em
pleaban en el culto de los dioses y en el recreo de los magnates.
Ahora solo se cultivan en ellos flores y toda clase de hortalizas.
Todos los dias del año, al salir el sol, se ven llegar por el canal,
á la gran plaza de aquella ‘capital, innumerables barcos cargados
de muchas e species de flores y otros vegetales, criados en aque
llos huertos. En ellos prosperan todas las plantas maravillosa
mente, porque^el fango del lago es fértilísimo, y nó necesita del
agua del cielo. En los huertos mayores suele haber arbustos, y
áun una cabaña para preservarse el dueño, del sol y de la lluvia.
Cuando el amo de un huerto ó como ellos dicen, de una c/tincwn-
pa, quiere pasar á otro sitio, ó por alejarse de un vecino perju
dicial, ó para aproximarse á bu familia, se pone en su barca, y
con ella sola, si el huerto es pequeño, ó con el auxilio de otras
BÍ es grande, lo tira á remolque, y lo conduce donde quiere. La
parte del lago donde están estos jardines es un sitio de recreo,
donde los sentidos gozan del más suave de los placeres.” (1) Las
chinampas han disminuido en número; á medida que las aguas
del lago bajan ó se asolvan las orillas, es preciso, llevarlas á lu
gares más profundos, pues de lo contrario quedan soldadas y
firmes sobre el fondo del vaso.
El abastecimiento de la ciudad de México, y el tráfico con los
pueblos de las, márgenes del lago, se hacía por medio de los
(1) Herrera, dec. 1, lib. V, cap. V.—Casas, Hist. de Indias, lib. II, cap. XX.
•(2) Bemal Díaz, cap. II.
(3) Hist. general y natural, lib. XVII, cap. XVII.
379
“mandó desembarcar (en Oozumel) toda la otra gente de la ar-
‘ ‘mada, y otro dia á medio dia vieron una canoa á la vela hácia
“la dicha isla.” (1) De estas autoridades de los testigos presen
ciales y de persona por ellos informada deducimos, que los ha
bitantes de Yucatán navegaban á vela y remo y se confiaban á
las olas á largas distancias. No nos parece preciso llamar la
atención acerca de que, el empleo y uso de la vela en las embar
caciones importa ya un grande adelanto, supuesto que las puede
comunicar mayor velocidad economizando las fuerzas de los
hombres empleados como remeros.
Narrando Bernal Diaz las penalidades del viaje de D. Her
nando Cortés á las Hibueras, cuenta: “é yendo por la costa del
“Norte (Gonzalo de Sandoval), vió que venía por la mar una ca-
“noa á remo y á;la vela, y se escondió de dia en un monte, por-
“que vieron’venir la canoa con los indios mercaderes.” (2) Según
ésto, el empleo de la vela era conocido también de los navegan
tes del Golfo Dulce. Conocíanla igualmente los del Perú. (3)
La vida doméstica era tranquila, y á nuestro modo actual de
ver llena de privaciones. Las puertas y ventanas de las casas
estaban sólo defendidas por cortinas ó esteras, teniendo en sus
extremos cascabeles ó cuerpecillos sólidos que sonaban al inten
tarse la entrada. En las habitaciones de los ricos había esteras
tendidas por el suelo sirviendo de alfombras, y otras esteras finas
y pintadas cubriendo las paredes:, las casas de los pobres esta
ban desnudas. La cama, sobre el suelo, se componía de uno ó
varios petates sobrepuestos; si el necesitado se tapaba con la
ropa que le vestía, el poderoso aumentaba alguna colcha para
abrigarse contra el frió. No había otros asientos que los llama
dos icpatti; sentábanse sobre la tierra en cuclillas, las mujeres
con las piernas cruzadas ó dobladas. Servíanse las comidas so
bre esteras y manteles, mas no parece usaran del tenedor y la
cuchara; al primero suplían los dedos, á la segunda los pedazos
de la tortilla doblados en forma cóncava. Constituía su alumbra
do, rajas delgadas del pino resinoso llamado ocoíí, encendidas
por un extremo, y fijadas por el otro en lo que podremos llamar
(1) Cartas y rolaoionoB, en Gayangos, pág. 12.
(2) Hist. verdadera, cap. CLXXVIII.
(3) Los navegantes indígenas de la época de la couquista, por A. Niífiez Ortega,
Boletín de la Soc. de Geog. Segunda época, toni. IV, pág. 47.
380
candeleros; arden poco á poco, dan buena luz, aunque es preciso
separar con frecuencia la parte ya carbonizada, lo que equivale
á despavilar; pero en cambio producen un humo espeso, que lle
na de hollín techo y paredes. (1) Ésta, para nosotros miseria,
no nos causa extrañeza. Desde niños estaban criados á la intem
perie; de jóvenes pasaban la vida en la aspereza del monasterio;
de hombres se acostumbraban á las penalidades del campamen
to; nada habían menester, fuera de un sitio donde reposar de la
fatiga, algunos trastos en que tomar el alimento. Fuertes y so
brios, bajo un clima benigno, nuestros remilgos hubieran que
brantado su salud y amenguado sus bríos. Ademas, dormían á
la oscuridad y trabajaban &la luz.
Según las personas que les vieron, aq u ello s p u eb lo s e ra n bien
proporcionados de cuerpo, delgados de carnes, ágiles, buenos
corredores; negros los ojos, negro el cabello y lacio; el color co
brizo, las facciones regulares; aspecto agradable, aunque un tanto
triste y desconfiado: las mujeres de talla mediana, movimientos
graciosos; bien agestadas en general, hermosas minchas; de pió
extremadamente breve. Los sentidos perspicaces, j^más ejercita
dos la vista y el oído. Afeaban y perdían aquellas dotes naturales,
las mujeres por el uso de algunos afeites; por llevar nacochtli ó
pendientes muy pesados, que les hacían las orejas deformes; por
que las penitencias pedidas por el ritual les dejaban cicatrices y
lacras; los hombres por embijarse para salir á la guerra, por des
figurarse el labio, horadándole para llevar el tentetl ó distintivo
guerrero; porque por los zarcillos y sacrificios, tenían las orejas
largas, aspadas y con excrecencias. (2)
En cuanto á la costumbre de deformar el cráneo, para darle
cierta prolongación hácia arriba, más ó menos pronunciada, en
contramos, aunque lo contrario se diga, que los mexicanos no la
practicaban, al menos en los últimos tiempos. Algunas tribus
antiguas dieron á las cabezas de los niños, por medio de ciertas
industrias, una frente cuadrada y plana, empinada de la parte
posterior; es sabido que en el Perú, la familia real y la nobleza
gozaban de este privilegio concedido por gracia á las demas cla
ses; las figuras representadas en los relieves del Palenque, pa-
(X) Torquemada, lib. I, cap. XXXIV, XLVII; lib. II, cap. VI.
(2) Ixtlilxoohitl, Hist. Chiohim. cap. 7, 8, 9 ......19.
384
“rería, &c.” (1) Esto coacuerda con lo que nos dice un testigo
“presencial. Hacían en la tierra un hoyo revestido de pared de
“cal y canto, y en él ponían al muerto sentado en una silla. Al
“lado colocaban su espada y rodela, enterrando también ciertas
“preseas de oro: yo ayude á sacar de una sepultura cosa de tres
“mil castellanos. Ponían allí mismo comida y bebida para algu-
“nos dias; y si era mujer le dejaban al lado la rueca, el huso y
“los demas instrumentos de labor, diciendo que allá á donde iba,
“había de ocuparse en alguna cosa; y que aquella comida era
“para que se sustentara por el camino. Muchas veces quemaban
“los muertos y enterraban las cenizas.” (2)
Así, los sepulcros eran elípticos ó circulares, y el cadáver es
taba sentado. Las pinturas mexicanas presentan la forma en que
el despojo se ponía: (Véase Códice Mendocino, estampa 45, nú
mero 9, y lám. 51, núm. 2). La primera es el símbolo de Mictlan,
el infierno ó lugar de los muertos. El difunto está sentado, con
las piernas dobladas y pegadas al pecho; envuelto en el sudario
ó paños funerales, se mantiene en aquella posición por medio de
los lazos que le ligan los mienbros. Esta era la costumbre uni
versal. Llámame por tanto mucho la atención, el sepulcro visto
por D. Mariano Barcena en la hacienda de la Lechería, vallo de
México. “Al pié de la falda N. del cerro de Tlaxomulco, dice,
fueron descubiertas por unos labradores algunas losas de basal
to que se hallaban debajo de la tierra vegetal. Levantadas aque
llas, se vio que cubrían un sepulcro lleno de tierra y que tendría
dos metros de largo, dos de profundidad y uno de anchura. Ac
tualmente está vacío y puede admirar su regular construcción y
su orientación según la línea E. O. Sus paredes están revestidas
de piedras unidas por cemento terroso; en la base había losas de
basalto, lo mismo que en sus cabeceras y hácia el medio de los
lados. En el fondo se encontró un esqueleto casi destruido por
el tiempo; los huesos se desmoronaban al tocarlos y no fue po
sible conservar ni un fragmento del cráneo. Este se hallaba en
la cabecera del O., y á su lado se encontraba una gran cantidad
de polvo de cinabrio, rodajas de micas y vario trastos ó ídolos
pequeños.” (3) El Sr. Bárcena me enseñó algunos de los utensi-
(1) Guillemin Tarayre, exploration minéralogique. pág. 177.
(2) Conq. anónimo, en Ieazbalceta, tom. I, pág. S98.
(3) Periódico “El Federalista,” martes 23 de Nov. de 1875.
385
lioa sacados de ahí, y no me parecieron ser del gusto azteca; por
esto y por la posición del cadáver, creo que el sepulcro pertenece
á raza distinta y más antigua que la nahoa.
En capítulo anterior hablamos de los funerales en general;
diremos ahora lo que corresponde á las particularidades de los
entierros de los reyes y señores. Cuando el monarca de México
enfermaba, ponían máscaras á los dioses Huitzilopochtli y Tez-
catlipoca, sin quitárselas hasta que aquel sanaba ó moría. En
este evento desgraciado, avisábase inmediatamente á los reyes,
amigos y señores sujetos, señalándose el dia en que el entierro
tendría lugar. En tanto, le tenían en palacio, sobre esteras finas,
velándole su servidumbre. Congregados los señores con los pa
rientes y amigos, cada uno traía ricos regalos de mantas, plumas,
rodelas labradas, esclavos y unas banderas pequeñas de papel.
Lavaban el cuerpo, cortándole de la parte superior de la cabeza
un mechón de cabellos, que con el que á su nacimiento les qui
taban, ponían en una cajita pintada por dentro de figuras de
dioses. Vestían el cadáver con quince ó veinte mantas finas de
colores, poniéndole en la boca una piedra de chalchihuitl, que
decían servirle de corazón, le cubrían el rostro con una máscara,
le adornaban con joyas y pedrería, y sobre todo le vestían las
insignias del dios en cuyo templo debía ser depositado. En esta
sazón, sacrificaban al esclavo que había tenido el oficio de poner
lumbre é incienso en los altares que el señor tenía en su casa, á
fin de que en lo mismo le sirviese en la otra vida.
La procesión fúnebre se componía de las mujeres, parientes y
amigos del finado, haciendo grandes extremos de dolor y lloran
do: la nobleza llevaba un gran estandarte de papel y las insignias
reales, y los sacerdotes acompañantes iban cantando, mas sin
ayuda de instrumentos músicos. Llegado el cortejo á la puerta
del patio del teocalli, salía á recibirle el sumo sacerdote acom
pañado de sus altos dignatarios, ó inmediatamente colocaban el
cadáver sobre la pira ya dispuesta. Esta estaba colocada al pié
de la escalera del templo, compuesta de leña resinosa, mezclada'
con copalli. Puesto fuego á la leña, y miéntras se quemaba el
cuerpo, se procedía á sacrificar á las personas que debían acom
pañar al difunto en el viaje á la otra vida; éstas eran, alguno ó
algunas de las mujeres del finado, sus enanos y corcobados que
le alegraban, esclavos de su casa, y los ofrecidos por los dolien
386
tes, entre todos los cuales pasaban á veces de doscientos: sacado
el corazón como en el sacrificio ordinario, los cuerpos eran arro
jados á otra pira, cercana á la principal, con sus vestidos y todos
los preparativos de que para el viaje eran portadores. También
era quemado el perro ó tediielá, que, como ya dijimos, servía de
guía en los senderos del mundo desconocido. Allá iban á tenerle
palacio y servirle.
Tenía Jugar la cremación al cuarto dia de la muerte; al siguien
te recogían de la pira las cenizas, los huesecillos no consumidos
y el chalcbibuitl puesto por corazón, encerrándolo en la caja que
contenía los cabellos; encima ponían una figura de palo, con las
insignias del señor, delante de la cual venían los dolientes á ha
cer sus ofrendas: á esta ceremonia decían quitonaltia, que quiere
decir, dánle buena ventura. Cuatro dias continuos llevaban ofren
das de flores y comida, ante el bulto de la caja y al lugar de la
pira, una ó dos veces al dia según quería cada cual, terminando
este primer período con sacrificar diez ó quince esclavos, pues
durando el viaje incógnito cuatro dias, el ánima iba todavía ca
minando y había menester socorro. A los veinte dias mataban
aún cuatro ó cinco esclavos; á los sesenta, uno ó dos; á los ochen
ta, diez más ó menos; terminando aquí los sacrificios. Cada año,
en aniversario, traían ante la caja colocada en el sepulcro ofrenda
de comida, vino, rosas y acayetl, sacrificando codornices, conejos,
aves y mariposas; pasados cuatro años cesaba en adelante toda
demostración pública. “Los vivos en esta memoria de los defun-
“tos, bailaban y se embeodaban, y lloraban acordándose de aquel
“muerto y de los otros sus defunctos.” (1)
Según otra autoridad: “En la muerte de estas gentes se guar
da esta costumbre. Luego que el defunto ha espirado llaman
ciertas mujeres y hombres que están salariados de público para
hacer lo siguiente.'^ Toman el cuerpo desnudo sobre las rodillas
un hombre ó mujer, y tiénelo abrazado por las espaldas, y allí
Háganse otras personas diputadas para lavar al finado, y lávanlo
muy bien; y llega un hombre con un huso ó palo á manera de
crenchas de mujeres, y mételo entre los cabellos del defunto
con ciertas ceremonias, con las cuales divide los dichos cabe-
(1) Mendieta, lib. II, cap. XL. La copia Torquemada, lib. XIII, cap. XLV. Le
sigue Clavigero, tom. I, pág. 294.
387
líos en unas partes y otras; y así lavado el defunto con cier
tos endines (*) en sus cabellos, vístenlo todo de blanco, muy
bien vestido, y con el rostro de fuera, y asiéntanlo sobre una si
lla; poniendo sobre su cabeza y sobre todo su cuerpo grandes
penachos y plumajes de diversos colores y formas; y está así por
espacio de una hora ó dos; y pasado este tiempo vienen otras
mujeres é hombres á manera de los de arriba, y desnudan al de
funto todas'las ropas blancas y plumajes que tenía, y tórnanloá
lavar segunda vez como de primero, y vístenlo de vestiduras co
loradas con otros penachos que acuden á la misma color, y pé
nenle en su silla como de primero por otro tanto espacio de las
dos horas, y allí hacen cierto planto y lamentación, mayor ó me
nor como es la calidad del defunto. Tornan tercera vez otras
mujeres á desnudarle todo lo colorado, ylávanle como de prime
ro, y vístenlo todo de negro con plumajes ó penachos negros, y
llevan todas estas tres maneras de vestiduras al templo con el
defunto á enterrar; y estas vestiduras no vuelven á uso humano,
salvo que quedan á los sacerdotes para servicio del templo.” (1)
Tal vez se refieran estas ceremonias, á caso particular de clase 6
dignidad.
Todos los cadáveres eran quemados; exceptuábanse los de las
personas muertas ahogadas, de hidropesía y de alguna otra en
fermedad.
(*) “No conozep esta palabra, que parece significar aquí, ungüentos ó perfumes.
(1) Carta de Zuazo, en Xcazbalceta, tom. I, pa'g. 365.
L IB R O I I I .
CAPÍTULO I.
ESCEITÜKA GEKOGLÍFICA.
(1) Ixtlilxochitl, Hist. Chichimeca y relac. M 8.. Los autores están contestes en
este punto.
(2) Sahagun, tom. IXI, pág. 140-1.
391
azteca, ni por ellos puede juzgarse del estado de perfección al
canzado por los pintores; no son pinturas, son signos gráfioos
destinados á despertar ideas, repetidos siempre de la misma ma
nera, en consonancia con un sistema convencional y como tal
practicado.
En parte por esta razón, no siempre es fácil atinar con los ob
jetos representados. Se distinguen fácilmente el hombre, la mu
jer, y multitud de otros signos; pero se escapan algunos vestidos,
adornos, utensilios empleados en las faenas domésticas, y todos
los de este género. No nace ésto de mal desempeño en la pintu
ra, sino de que no siempre sabemos lo bastante de los usos y las
costumbres antiguas. La dificultad sube de punto en los anima
les, más mal diseñados en proporción de más pequeños, hacién
dose casi insuperable en las plantas, distinguibles por figuras
convencionales y no por las propias formas. Es que, lo repeti
mos, no son pinturas, sino signos.
Los colores empleados, con pocas excepciones, son el blanco,
negro, azul, rojo, verde, amarillo, morado, en intensidades varia
bles. El contorno, grueso y uniforme, siempre negro; los objetos
de su natural color, aunque no siempre con verdadera exactitud.
Las carnes de amarillo sucio, para remedar el tinte cobrizo de
la raza; se indica la persona muerta ó enferma, con amarillo pá
lido: los troncos de los árboles, las maderas y los tallos de las
plantas, también amarillos, las hojas verdes, los frutos del color
que piden: el agua azul, y en algunos casos verde, verdes los
montes, las flores rojas; los edificios blancos, los trastes de barro
amarillo, &c. Si se echan de ménos las medias tintas y sombras,
es porque los colores, así como los contornos, son convenciona
les; algo más, en muchos casos son elemento en el valor fónico
de la figura. Siempre que un objeto, en lugar de su color cons
tante lleva otro diverso, éste se tiene en cuenta en la descifracion;
v. g. el mímico tepetl va pintado de verde, y suena tepec, mas dado
de negro, el sonido cambia en tliltepec, cerro prieto ó negro.
El color rojo sacaban de la grana, nocheztli, que se vendía en
los mercados en forma de panes: de menor clase era el tlapalnez-
tli ó grana cenicienta. Con el achiotl, achiote, (Bixa Orellana) se
sacaba color de vermellon, mezclando las flores ó semillas con
la grasa del cocus axin. El liuiticuahuitl, palo de Campeche ó de
tinte, suministraba .un rojo negruzco; revuelto con alumbre el
392
color salía claro y hermoso. Colorado fabricaban con las hojas
del arbusto tezoatl, hervidas con alumbre; también de la planta
dicha tlaliac. Amarillo claro obtenían del zacatlaxcalli; amarillo
oscuro del oore llamado tecozahuitl, ó del xochipalli, tintura de
flores, que tiene la hoja semejante á la artemisa; naranjado, de
las hojas del mismo xocldpaili mezcladas con nitro. Del xiquilitl
ó xiquilipitzahuac, añil, (Indigotera Argentea), sacaban el azul
turquí y claro: y del matlalxihuitl el muy fino azul llamado na-
tlalli, ó los texotli y xocohuic, azul celeste. Para el blanco servían
el tizatl ó tizatlallí, tizate, semejante al blanco de España, y el
cldmaltizatl, que calcinado queda parecido al yeso. Tinta negra
hacían del nacazcolotl, liuixachin y otros ingredientes, ó de la
planta llamada tlcdiac; color negro de una tierra fétida, mineral,
llamada tlalildxac ó con el humo del ocotl, usado todavía. Con el
amarillo del zacatlaxcalli y el azul del texotli, unidos al tzacutli,
formaban el verde oscuro dicho yiapalli: los matices del verde
de las mezclas diversas de amarillo y azul. La grana con alum
bre, dan morado. El leonado provenía de la piedra que traían
de Tlahuic, llamada tecoxtli, molida y revuelta con tzacutli. (1)
Daban consistencia y brillo á los colores con algunas gomas ó
resinas; en las pieles preparadas usaban del aceite de chian, for
mando un barniz con la ‘grasa del cocus axin; de preferencia
empleaban el tzautli. “l'zautli y zazcdic son yerbas glutinosas y
pegajosas, frias, húmedas y restringentes: el tzautli es raíz de una
yerba que produce las hojas como las del puerro, los tallos de
rechos y las flores que da amarillas tiran á rojas, menores que
los lirios, nacen en tierras calientes; de ésta*se hacen polvos pa
ra pegar, y se gastan para las pastillas de boca y de sahumar...
E l zazalic tiene los tallos largos y delgados, las hojas largas, la
fruta á racimos en forma de uvas silvestres, con zarcillos como
parras, nace en pedregales en los altos de México.” (2) Eficaces
eran los medios de fijar los colores, supuesto que, despues de
los siglos transcurridos, las pinturas están frescas cual si lleva
ran poco tiempo de estar aplicadas al papel.
Para los escritos eran empleados las diversas clases de papel;
lienzos de algodón, de pita, de las fibras de la palma iczotl, y de
(1) Gama, descripción de las dos piedras. México, X882. Segunda parte, pág. 81.
(2) Prescott, Conq. de México, edic. de Cumplido, 1844. Tom. X, pág. 67.
398
frailes. Unos dicen, que no pasan de escritura pintada; otros se
fijan en que, los símbolos son sólo figurativos, expresando un
estado incipiente del arte: éstos, los comparan á los logogrifos;
aquellos, les dan la importancia de los rebus pintados. Para
Prescott, “los jeroglíficos servían de una •especie de estenografía,
“ó colección de notas más significativas en realidad, de lo que pa
decían interpretadas literalmente, y la reunión de éstas, tradicio
n e s orales y escritas, constituía lo que se puede llamar la litera-
d u ra de los aztecas.” (1) Copiamos arriba el juicio de Sahagun.
El Sr. obispo Casas, asegurando que vió las pinturas, aumenta:
“Aunque no tenían escritura como nosotros, empero tenían sus
“figuras y caracteres, que todas las cosas que querían significa
b a n ; y destas sus libros grandes por tan agudo y sutil artificio,
“que podríamos decir que nuestras letras en aquello no les lu
dieron ventaja.” (2) “Porque tenían sus figuras y jeroglíficos con
que pintaban las cosas en esta forma, que las cosas que tenían
figura las ponían con sus propias imágenes, y para las cosas que
no había imágen propia, tenían otros caracteres significativos de
aquello, y con este modo figuraban cuanto querían, y para me
moria del tiempo en que acaecía cada cosa, tenían aquellas rue
das pintadas, que cada una de ellas tenía un siglo, que eran 52
anos.” (3)
“Porque tenían para cada género sus escritores, unos que tra
taban de los anales, poniendo por su orden las cosas que acae
cían en cada un año, con dia, mes y hora; otros tenían á su cargo
las genealogías y descendencias de los reyes, y señores y personas
de linaje, asentando por cuenta y razón los que nacían, y borraban
los que morían con la misma cuenta; unos tenían cuidado de las
pinturas de los términos, límites y mojoneras de las ciudades,
provincias, pueblos y lugares, y de las suertes y repartimiento
de las tierras de cuyas eran y á quién pertenecían; otros, de los li
bros y las leyes, ritos y ceremonias que usaban en su infidelidad;
y los sacerdotes de los templos, de sus idolatrías y modo de su
doctrina idolátrica, y de las fiestas de sus falsos dioses, y calen
darios; y finalmente los filósofos y sábios que tenían entre ellos,
*(1) Véase Clavigero, tom. I, pág. XVII. Ixtlilxochitl, Hist. Chichim. y Relaciones,
haciendo mérito do las pinturas é historias que le sirvieron. Boturini, Catálogo del
Museo, hist. indiano, al fin de su obra.
(2) Descubrió este MS. el Sr. D. Femando Ramírez, en la biblioteca de S. Fran
cisco. Está acompañado de láminas; la letra es del siglo XVI, y parece ser la traduc
ción misma dolP. Juan Tovar. Tenemos copia autorizada, y citaremos el documento
bajo el título, Códice Ramírez, en honra de quien le conservó.
(3) Véase el catálogo de los dos vol. M8S. en los Apuntes para un catálogo de es
critores en lenguas indígenas de México, por Joaquín García Ieazbalceta. Tenemos
cópia de los documentos.
403
documentos; sus escritos tienen el sello más auténtico, supuesto
que se fundan en las pinturas jeroglíficas, en historias escritas
y en la tradición contemporánea. (1) Amargas críticas se lian
hecho de las obras de este autor, por la desigualdad de sus re
laciones, y principalmente por la confusión que su cronología
presenta. El cargo es verdadero; al mismo símbolo cronográfico
mexicano, atribuye distintas correspondencias en la serie de los
años vulgares, resultando cómputos imposibles de ser puestos
de acuerdo. La explicación es obvia: Ixtlilxochitl verídico y pun
tual en la narración de los sucesos, no pudo alcanzar cumpli
damente la confrontación de los calendarios azteca y juliano: en
cada relación se atuvo á cálculo distinto, y sólo vino á medio
atinar en la historia chichimeca. El remedio es bien sencillo;
tomar tablas de correspondencia exacta, y partiendo de una fe
cha conocida y bien determinada atribuir d cada anotación grá
fica, que son ciertas y no varían, el año de nuestra era que en
realidad le corresponda. Veytia, que bebió en Ixtlilxochitl, re
formó los trabajos de su maestro, aunque por rumbo diverso del
que indicamos, presentando con pocas excepciones la verdadera
cronología de la Historia Chichimeca.
De los trabajos de los religiosos tenemos dos relaciones, es
critas á pedimento de Doña Isabel, hija de Motecuhzoma, con
presencia de las pinturas antiguas, que aparecían manchadas con
la sangre del sacrificio. La hermosa crónica de Fray Toribio
Motolinia, abundante y puntual en lo relativo á las costumbres,
lleva cortas noticias acerca de las tribus de Anáhuac y de los
reyes de México, en la epístola proemial al conde de Benavente.
Fr. Gerónimo de Mendieta, que indica haber aprovechado los
trabajos del P. Olmos, perdidos hoy para nosotros. Todos estos
escritores, más ó ménos próximos a la conquista, disfrutaron de
las pinturas, vieron con sus ojos las ruinas del destrozado imperio,
recogieron las tradiciones aztecas en puras fuentes. Por la con
formidad en la genealogía de los reyes de México, aparecen for
mando como la escuela primitiva; tuvieron á la vista una pintura
semejante á la del Vaticano, discordando en los tres primeros
reinados, concordando bien en los demas. Mendieta es una
(1) Hist. de Nueva España, escrita por su esclarecido conquistador, &c. Méxi-
oo, 1770.
(2j Notas y esclarecimientos: Descripción de cuatro láminas monumentales, en
la conquista por Prescott, tom. II. Los dos cuadros histérico-jeroglíficos, en el
Atlas de García Cubas. Antigüedades mexicanas conservadas en el Museo Nacional,
una lámina y texto explicativo, <fcc¡
(3) Piedra llamada del calendario, lápida conmemorativa.
(4) Kevue Americaine, et. Orientale. Paris.
CAPÍTULO II.
fruto del mismo nombre, ocotl ocote, tzapotl zapote por el árbol y
por el fruto, chian chía, pachtli heno, xoconochtli tuna agria, zacatl
zacate ó pasto, huixachin huisache, cacahuatl cacao, otlatl otate,
áhuatl encina, epatzotl epazote, xometl saúco, iczotl palma, chilli
chile ó pimiento, amólli yerba que sirve de jabón, &c., &c.
XI. Prendas del vestido ó adornos. Oactli sandalias ó zapatos,
ihuitl pluma pequeña, coyctti cascabel, maxtlál bragas ó faja que
servía para cubrir las vergüenzas, huipilli camisa de mujer,
matli manta que servía de capa, cueitl refajo ó enaguas, cozcatl
gargantilla, naeochtli orejeras ó pendientes, tentetl bezote ó piedra
para adornar el labio, &c.
XII. Muebles, armas é insignias. Chimálti escudo, mitl flecha,
ichcáhuipilli armadura de algodón colchado, teyaochichihuálizíli ar
madura, tlahuictólli arco, tlcicochtli dardo, macuahuitl espada me
xicana, tematlatl honda, cuauhdoUi porra, topilli lanza, icpalli silla,
petlatl estera, copilli especie de corona real, quecholli borla de plu
ma fina, &c.
X III. Utensilios. Xicalli jicara ó vaso para beber, huitzomitl
aguja, malacatl malacate ó huso, chiquihuitl cesto, comalli cofaal,
caxitl escudilla ó plato, tezcatl espejo, acayctt cañuto para fumar,
comitl olla, &c.
XIV. Edificios y construcciones. Xacálli choza, tenamitl cerca
ó muro, teocalli 6 teopan templo, calli casa, tecpan palacio, tlachtli
juego de pelota, acalli canoa, acaxitl alberca, &c.
XV. Instrumentos músicos, de las artes y de los oficios. Hue
huetl especie de atambor, teponaztli tambor de madera, ayacachtli
sonaja, coatí coa, tlaximáltepuztli hacha para labrar madera, <fec.
XVI. Objetos anómalos.
Multitud de otros objetos se encuentran reproducidos en las
pinturas, con menor ó mayor dificultad reconocibles, según el
grado de perfección en el dibujo: se presentan con solo el perfil
negro, sin sombras de ninguna clase, ó si están iluminados, con
campos de tintas iguales sin graduaciones ni matices,
II. Comenzando el arte de la escritura por reproducir por me
dio de copias los objetos existentes en la naturaleza, ningún
obstáculo serio pudo encontrar el pintor; mas á poco observar
debió encontrarse con otro orden de objetos, que si bien son
materiales, no ofrecen siempre una figura determinada, v. g., el
53 •
418
agua qua toma las formas del recipiente que la contiene; la pie
dra de contornos fijos en cada trozo particular y de formas múl
tiples en lo general; el cielo con su variable aspecto; el viento
cuyos efectos y contacto se sienten, pero que no se ve. En éstos
y en los casos análogos la pintura no podía tomar el retrato; pero
como había menester el mencionar aquellos objetos, la necesidad,
madre de la industria, determinó la invención de un signo con
vencional, dispuesto para recordar á la mente el nombre y la
idea á que estaba referido. El paso de los caracteres mímicos á
los de esta segunda clase no pudo ser dado de una manera vio
lenta, le fueron preparando los mismos signos figurativos. En la
escritura mexicana el árbol presenta forma determinada; en el
idioma nahoa cuahuitl significa árbol y madera; aprovechando
ambas acepciones, el signo mímico representa árbol en general,
y algunas veces como signo convencional representa la madera.
Ademas, como las cosas inanimadas carecen de plural, el carác
ter sirve para expresar así uno como muchos árboles, siendo
también signo convencional de floresta ó bosque. Más todavía:
como el dibujo sólo dice árbol en general, cuando se ofreció re
producir un árbol de especio determinada como el capulín, el
ocote, la encina, &c., se hizo preciso acudir al arbitrio, bien de
distinguirlos por los frutos que producen, bien colocándoles una
señal determinada para ser á primera vista reconocibles: con el
capulín y con otros siguieron el primer sistema, con el ocote y
con la encina el segundo.
Relativamente estos procedimientos son obvios, y fueron pre
parando el camino á otros más complicados, y por último á los
más difíciles, fundándose en inducciones mediatas ó inmediatas.
Al andar el hombre sobre la tierra blanda, deja impresa la planta
del pié desnudo; esta planta ó huella despertó las ideas de cami
no, movimiento, traslación, dirección, huida, &c., y se tomó para
signo convencional de cada una de estas ideas. La lengua es el
órgano principal y aparente para producir el habla; se tomó una
lengua ó vírgula para expresar la palabra, el mando, el conve
nio, <fec. El canto es una habla producida con mayor esfuerzo y
adornada con inflexiones agradables; una lengua ó vírgula de
mayor tamaño de la que expresa el habla y con dibujos orna
mentales, fue admitida para representar el cantar. Sin duda fué
éste un paso ajigantado en el camino de la escritura, con el que
419
se acercó á la perfección, aumentando sus recursos para fijar los
pensamientos.
A esta segunda clase de signos, llamamos trópicos ó simbólicos.
Nos fundamos en esta autoridad.—“Pronto debió sentirse la in
suficiencia de este primer medio; trazando la figura de un hom
bre no se indicaba particularmente un individuo, sucediendo lo
mismo con las figuras de lugar. La necesidad de distinguir los
individuos creó el uso de otra clase de signos, cada uno de los
cuales fue particular á un hombre ó lugar; estos signos fueron
tomados de las cualidades físicas de los individuos ó de la se
mejanza con objetos materiales; y como no eran propiamente
figurativos, no fueron sino simbólicos, y por esto se les llama
caracteres trópicos ó simbólicos, auxiliados de los caracteres figu
rados y empleados con ellos simultáneamente: ó este grado lle
garon los mexicanos y de aquí no pasaron.” (1)
Con todo el respeto debido á tan buen escritor, observamos:
que los mexicanos alcanzaron los signos simbólicos, es evidente;
que de aquí no pjtsaron, no es exacto. .
Admitimos la denominación de Champollion Figeac en sentido
más lato, supuesto que para nosotros son signos simbólicos ó tró
picos, no solo los que sirven para distinguir entre sí á los indi
viduos y á los lugares, sino para marcar los objetos materiales
que no tienen figura definida. La diferencia entre éstos y los
signos mímicos ó figurativos queda establecida por su propia
naturaleza: el dibujo que representa un tochtli, como signo figu
rativo, no despierta otra idea que la del animal mismo, y puede
ser leído, digamos así, en todos los idiomas, ya que quien quie
ra que le mire pronunciará en la lengua que hable, conejo. No
sucede lo mismo con los caracteres simbólicos; la figura conven
cional no trae á la mente idea ninguna, hasta que se le atribuye
alguna semejanza más ó ménos remota con un objeto conocido,
y entonces significará lo que bien parezca al observador: el sen
tido verdadero solo le alcanza quien sabe el valor convencional.
Es decir, para leer un carácter simbólico es preciso estar en la
confidencia, saber y aceptar el significado que al inventor plugo
darle. En los caracteres trópicos no hay que buscar siempre su
formación ideológica; no es fácil, de común, atinar con la razón
ESCRITURA JEROGLÍFICA.
(♦) Tsce-kio-tien, lib. I, pág. l.-Ssce-ki-pou (suplemento á las Memorias del gran
historiógrafo Ssoema-thsien); Toung-kien, sec. icien-pien; Lou-ssce de Lo-pi; citados
por Pauthier, en Sinico-JEgyptiaca, pág. 3 y sig., 25 y sig.
(♦♦) El autor del Wai-ki y Tchou-hi en su comentario al Hiao-Eing (El libro de la
piedad filial) V. Pauthier, op. cit. pág. 8; Elaproth, Apenju de 1’origine des diffe
rentes ccritures de l’ancien monde, pág. 3.
436
quien para ello recibió instrucciones del emperador Hoang-ti,
veintises ó veintisiete siglos ántes de nuestra Era” (1)
Antes hicimos notar el uso de los quipos entre chinos y ame
ricanos; ahora notamos que á las cuerdas anudadas siguió en
China el invento de la escritura figurativa, como aconteció entre
los nahoa. Pues bien, entre los diez y ocho signos primitivos de
los chinos presentados por Eosny, (2) suprimidos los objetos
desconocidos á los americanos, quedan seis iguales ó muy seme
jantes á los signos móxica. Tales son la luna (lám. 2, núm. 1), el
h a c h a (2), la llu v ia (3), e l ojo (4), la caña de bambú (5), el agua (6);
siendo muy de notar que la luna también significa mes, y que el
número 7 que representa al rin o ce ro n te, desconocido en México,
lleva en el cuerpo una figura redonda que alg u n as veces se en
cuentra en los cuadrúpedos de nuestras pinturas jeroglíficas. ¿La
coincidencia provendrá únicamente de la aptitud de los pintores
para representar los objetos?
Pretendimos recojer los caracteres móxica según sus catego
rías y colocarles por series sucesivas; mas ésto nos ofreció insu
perables dificultades, fuera de la mucha extensión que la labor
tomaba, por lo cual hubimos de renunciar al intento. Nos ceñi
mos por ahora á dar la descifracion de los grupos jeroglíficos que
más nos importa conocer, comenzando por los
N ombres propios de persona. L os nombres de este género pre
sentan constantemente el determinativo oquichtli, macho ó varón,
ciltMatt, hembra ó mujer. Distíngueme por el vestido peculiar del
uno y del otro sexo; ademas, en la figura se expresan cuantos
pormenores quieren indicarse. Para la edad, el niño por la pe
quenez, el hombre por el tamaño, el viejo por las arrugas; la con
dición, como los señores por el copilli, los soldados por las armas,
los sacerdotes por sus rostros negros y sus vestiduras con ador
nos del mismo color; las diversas categorías sociales por sus
distintivos: indícanse también la enfermedad por el cuerpo de
macrado pintado de amarillo; al lisiado con los miembros torci
dos, y así en los demas casos, de manera que, para determinar
bien un grupo hay que estudiarle detenidamente. Muchas veces,
(11 Ramírez, Hiat. de Prescott,- tom. II, pág. 121, explicación de la lámina se
gunda.
446
La variante B, sacada de los Códices Telleriano Remense y
Vaticano, está compuesto del simbólico tetl, piedra, traspasado
por una espina. Tetl toma diversas acepciones en la escritura
jeroglífica. En los compuestos tóm ala radical te el significado de
tlacail, persona; esto dimana de que te es un pronombre, y el—
“Pronombre te compuesto con preposición, equivale á la voz es
pañola, personas, gentes, otro ú otros.” (1) Esto supuesto la pin
tura arroja silábicamente Te-zoc, persona sangrada ó sacrificada.
En esta forma quedaría anfibológico el compuesto, pues tezoni ó
tezoc significa sangrador, y como la idea que se pretende expresar
es la pasiva, se sustituye el pronombre te por el de igual clase ti,
obteniendo la forma genuina Ti-zoc, el sangrado, el sacrificado.
El simbólico tetl expresa, pues, en diversas circunstancias los
pronombres te, tí. •
¡Curioso compuesto! Contiene una pequeña página de la his
toria de la escritura jeroglífica de los méxica. Proporciona cier
tas nociones exactas acerca del camino que los signos seguían,
desde el simbolismo y la ideografía, hasta el fonetismo. La pier
na, carácter ideográfico, con el valor fónico T ízoc; la pierna,
acompañada de un mímico indicante al mismo tiempo de un so
nido y de una idea; la escritura silábica, supuesto que los signos
arrojan sonidos que no tienen el valor propio de las radicales. Lo
repetimos, el fonetismo iba presentándose así en los sonidos sim
ples como en los compuestos. T ízoc, Tizotzin.
IX. Ahuitzotl, Autzotl, Auitzotl, Avitzotl, Auizoci, Ahuitzo-
tzin, &c. (Lám. 2, núm. 16). Un cuadrúpedo con el símbolo atl.
Imposible sería dar el nombre del animal, mientras no pudiése
mos conocerle, ó no supiéramos por algún camino cuál era el
representado. Atl está colocado, ya para avisar que el animal es
anfibio, ya como signo mnotémico avisando que el nombre co
mienza por a. En efecto está representado el Ahuitzotl.
“Auitzotl, cierto animalejo de agua como perrillo.” (2) Don
Cárlos de Sigüenza dice: “Cierto animal palustre que correspon
de á la nutria.” (3) Clavigero le describe: “El ahuitzotl es un
“cuadrúpedo anfibio, que vive por lo común en los ríos de los
“países calientes. El cuerpo tiene un pié de largo, el hocico es
(1) Gramática de Aldama y Guevara, núm. 86í».
(2) Vocabulario de Molina.
(8) Piedad heroica.
447
“largo y agudo, y la cola grande. Tiene la piel manchada de ne-
“gro y pardo.” (1) Para los méxica era un animal reverenciado
y fantástico. “Hay un animal en esta tierra que vive en el agua,
“y nunca se ha oído, el cual se llama Avitzotl, es de tamaño como
“un perrillo; tiene el pelo muy lezne y pequeño; tiene las oreji-
“tas pequeñas y puntiagudas, así como el cuerpo negro muy liso,
“la cola larga, y al cabo de ella una como mano de persona; tiene
“pies y manos, y son como de mona: habita este animal en los
“profundos manantiales de las aguas, y si alguna persona llega
“tí la orilla de donde él habita, luego le arrebata con la mano de
“la cola, y le mete debajo del agua y le lleva al profundo, luego
“turba á esta y la hace vertir y levantar olas, parece que es tem
p e sta d de agua, y las olas quiebran en las orillas, y hacen es
p u m a ; y luego salen muchos peces y ranas de lo profundo, an-
“dan sobre la haz del agua, y hacen grande alboroto en ella; y el
“que fue metido debajo allí muere, y de ahí á pocos dias, el agua
“arroja fuera de su seno el cuerpo del que fue ahogado, y sale
“sin ojos, sin dientes, y sin uñas, que todo so lo quitó el Avitzotl:
“el cuerpo ninguna llaga trae, sino todo lleno de cardenales.” (2)
Sigue nuestro sabio franciscano refiriendo las consejas recojidas
entre los indígenas. Si pasaba tiempo sin que el animal hiciera
presa, ponía tí la orilla de su albergue peces y ranas para atraer
á los pescadores, ó bien lloraba como niño. Sólo los sacerdotes
podían tocar los cuerpos de los anegados por el ákuitzotl, y eran
sepultados con grandes ceremonias en el lugar del teocalli mayor
llamado Ayauhcálco: quienes así perecían eran reputados por
bienaventurados y protegidos por los dioses tlaloque. En las pin
turas, el ákuitzotl es un símbolo infausto, présago de calamidades
y desgracias. Akuitzotl, Ahuitzotzin.
Cuadró tan bien su nombre al mexicano rey, mostróse tan da
ñino y calamitoso para propios y extraños, que su apellido se
hizo sinónimo de vejación y de molestia. Hoy todavía, como he
rencia de los tiempos antiguos, cuando una persona nos molesta
atosigándonos de una manera insoportable, acostumbramos decir,
fulano es mi ahuizote.
X. Motecuhzoma Xocoyotzin. (Lám. 3, núm. 17). Motecuhzoma
60
CAPÍTULO V.
ESCRITURA JEROGLÍFICA.
62
CAPÍTULO VI
ESCRITURA JEROGLÍFICA.
ESCRITURA JEROGLÍFICA.
(1) Itelacion de las cosas de Yucatán, por Pr.. Diego de Lauda, p¡ig. 44.
533
escriben á partes desta manext: (núm. 3).” (1) Copiamos el abece
dario bajo el número 4.
La escritura de este género ha recibido de los americanistas
franceses el nombre de cnlculiformc, (2) ó en forma de cálculo, por
estar distribuida en líneas simétricas horizontales y verticales.
Caracteres idénticos, ó al menos de la misma filiación, ofrecen
los monumentos de Copan y Quirigua, los de Yucatán en sus
principales ruinas de Uxmal, Kabah, Kiaic y Chichen Itzá, el
Palenque y algunas piedras de Chiapas: parece que en esa su
perficie se desarrolló la civilización que elaboró esta adelantada
escritura. Lós documentos que á nuestro conocimiento han lle
gado, son: el Cód. deDresde, (3) el MS. de la Biblioteca imperial
de Paris, (4) el Cód. Troano interpretado por Mr. Brasseur de
Bourbourg, (5) y el MS. Miró, (6) reproducido en parte por el
Sr. Melgar. (7) Los caracteres, compuestos de lineas diversas
mezcladas con rostros humanos, presentan una composición re
gular; el dibujo es artístico, cuando no representa objetos fan
tásticos; los colores están aplicados con gusto: superiores bajo
todos aspectos á los signos méxica, lo son todavía más en el con
cepto de ser fonéticos y estar arreglados por un alfabeto.
Stephens, (8) comparando la leyenda de la cara superior de
un altar de Copan con el fragmento del Cód. de Dresde publica
do por Iíumboldt, (9) infiere que, “los aztecas ó mexicanos, en
tiempo de la conquista, tenían el mismo lenguaje escrito que el
pueblo de Copan y de Palenque.” En tan insostenible error cayó
el ilustre viajero, porque creyó de origen méxica la pintura de
Dresde. Es ahora común sentir, que las escrituras mexicana y
NUMERACION.
20. Cempohualli.
21. Cempohualli ouee, veinte más uno.
22. Cempohualli omome, veinte m ás dos.
23. Cempohualli omci, veinte más tres.
24. Cempohualli onnahui, veinte más cuatro.
25. Cempohualli omnacuilli, veinte más einco.
26. Cempohualli onchicuace, veinte más seis.
27. Cempohualli onchioome, veinte más siete.
28. Cempohualli onchieuei, veinte más ocho.
29. Cempohualli on chiconahui, veinte más nueve.
30. Cempohualli oninatlactli, veinte más diez.
31. Cempohualli onmatlaetli once, veinte más once.
32. Cempohualli onmatlaetli omome, veinte más doce.
33. Cempohualli onmatlaetli omei, veinte más troce.
34. Cempohualli onmatlacti onnahui, veinte más catorce.
35. Cempohualli oncaxtolli, veinte más quince.
36. Cempohualli onoaxtolli oneo, veinte más diez y seis.
37. Cempohualli oncaxtolli omome, veinte más diez y siete.
38. Cempohualli oncaxtolli omei, veinte más diez y ocho.
39. Cempohuulli oncaxtolli onnahui, veinte más diez y nueve.
40. Ompohualli, veinte multiplicado por dos.
41. Ompohualli once, veinte multiplicado por dos, más uno.
42. Ompohualli omome, veinte multiplicado por dos, más dos, & o., <fec.
3.200,000. jCentzonxiquipilli.
04.000.000. CfxiquipilxiquipiUi.
(1) Molina traduce treaciento» mil y mái do» mil; error manifiesto en que incurrió,
sin duda, por haber trastornado los ceros en el cálculo. Erró también en la línea an
terior á esta escribiendo (fol. 53), “Matlaeteontli, cuatrocientos,” pues solo el txontli
determina el cuatrocientos y multiplicado por diez hace cuatro mil. Cumplida ra
zón nos da el mismo Molina asentando en la línea inferior, “Matlaeteonxihuitl,
cnatro milanos.”
544
ccteontli; veinte tzontli constituyen el cexiquipillí. La base es vein
te, el sistema vigesimal.
El enunciado de las cantidades comienza por las unidades su
periores; cada radical va precedida ó multiplicada por las veces
que cabe en el conjunto, y está seguida con las cantidades meno
res que con el producto se juntan. Para traducir al lenguaje
mexicano una cantidad numérica, os lo mismo que buscar el nií-
mero de veces que las radicales caben en el enunciado, dividien
do la resta por las radicales inferiores sucesivamente hasta el
fin. Por ejemplo: en 8,427 se reconoce inmediatamente que hay
un xiquipiUi, un tzontli, un pokualli y chicóme: pero on 253,576 se
ría preciso encontrar, por medio de la división, que contiene trein
ta y un xiquipilli, trece tzontli, diez y ocho pohualli y matlactli on
chicoace.
Tiene lugar lo dicho para contar las cosas en general, pues en
ciertas aplicaciones particulares cambian los términos y áun la
inteligencia de la frase. Así, “para contar gallinas, huevos, ca-
“cao, tunas, tamales, cerezas, vasijas, asentaderos, frutas, cala-
“bazas, nabos, xícainas, melones, libros ó cosas redondas ó ro
blizas, dicen de la manera siguiente:” (11
(1) The origin oí eivilis itiou and the primitive condition of man. New York, 1874.
Pág. 29(5 y nig.
(2) Humboldt Personal ReKeurchefl, vol. 2, pág. 117.
(8) Brett’s Indian Tribes of Guiana, pág. 417.
(4) Tertre’s History of the Oaribby Islands.
549
de la manera de contar. En otros manuscritos se observan, ora
pequeñas líneas verticales, separadas ó unidas por quintenas
(núm. 2 de la lámina); bien puntos más ó menos grandes, llenos
de negro ó de color, ó circuidlos, ya vacíos, ya llevando on el
centro un punto ú otro circuidlo concéntrico, &c.: varía el tama
ño, según lo pide la pintura (núm. 3). Siguiendo la índole do su
formación, y conformándose con los dos factores cinco y cuatro
en que el veinte se descompone, estos signos van distribuidos en
cuatro grupos de cinco en cinco, bien en líneas horizontales, bien
en verticales, sueltos ó unidos por medio de pequeñas rayas.
Esta parece ser la notación primitiva, la cual con el tiempo lia
de haber sufrido algunos cambios. Nosotros hemos visto como
natural derivado, uua mano con los dedos extendidos empleada
para expresar macuilli (núm. 4). Mr. Brasseur escribe: (1) “Ga-
“ma, ni ninguno de los autores que han tratado de Ja nnmér&cion
“de los mexicanos, menoiona signo alguno para el número diez,
“fuera de los puntos S: s 11 ya conocidos; exceptúo, no obstante,
“al jesuíta Pabregat, quien en su MS. todavía inédito, avanza
“que, un círculo encerrado dentro de otro mayor, ó un pequeño
“cuadrado contenido en otro representan en México la cifra diez:”
El Sr. Brasseur comete un lamentable error asegurando que Ga
ma no menciona signo alguno para el número diez, pues constan
así en el texto como en la lámina que le acompaña, las cifras
para expresar los números diez y quince; el mismo señor abate
hace de ello mención en la página siguiente á la ántes mencio
nada. Pronto verémos la teoría de Gama: respecto de los signos
de Fabregat, los dos círculos concéntricos (núm. 8), no les hemos
encontrado, hecho que en manera alguna contradice la noticia
del célebre jesuíta: respecto de los cuadrados uno dentro de otro
(núm. 9), podemos afirmar, que ya en varios manuscritos del si
glo XVI correspondientes á tributos, ya en otras pinturas de
algunas de las cuales tenemos copia en nuestra colección, consta
que un cuadrilátero á veces con los lados rectilíneos, á veces con
los lados más ó menos curvilíneos (núm. 10), se emplea como ci
fra para expresar el diez. Con sólo los puntos ó rayas, con éstos
y la mano ó el cuadrilátero, se concibe que la anotación del uno
al veinte, ó mejor al diez y nueve, era tan clara como sencilla.
P bbb aaaaaaaaaaaaaaaaa
NUMERACION.
(1) Hemos tomado los elementos de esta numeración, de los Etndos sur le systé-
me graphique et la langue des mayas, pág. 92-99.—Manuscrit Troane. Tom. 11.
Paris, MDCCCLXX.
565
diez y nueve por cuatrocientos, 7,600. No se dice veinte por
cuatrocientos, 8,000; sino que para expresar este número se in
troduce una nueva radical, Pie, que vale ocho mil. Los términos
de esta serio forman una progresión por diferencia cuyo primer
término y la razón valen 400. Los intermedios entre dos térmi
nos consecutivos se llenan con las cuatrocientas voces de la se
gunda serie, no sin tener presente esta regla general. Siempre
que se quiera contar una cantidad mayor de 409, la cantidad
menor deberá ir precedida de la palabra catac, que significa y.
V. g. si queremos expresar 450 diremos hunbaka catac lahuyoxltal.
Con la nueva radical Pie se procede como con las anteriores,
en esta forma:
400. Mayrepeta.
500. Mayrepeta yumecuatze.
600. Mayrepeta catembeneouatze.
700. Mayrepeta catemben yumecuatze.
800. Tzimanyrepeta.
900. Tziiuaif yrepeta cayumecuatze.
1,000. Tziman yrepeta catemben ecuatze.
2,000, Yumyrepeta.
3,000. Yuntzimanyrepeta catemben ecuatze.
4,000. Tembenyrepeta.
5,000. Tembentziman yrepeta catemben ecuatze.
6,000. Tembenyun yrepeta.
7,000. Tembenyuntziman yrepeta catemben ecuatze.
8,000. Maeeuatze yrepeta ó Mazutupu.
9,000. Maecuatzetziman yrepeta catemben ecuatze.
10,000. Macuatzeyum yrepeta.
571
20,000. Tzimaneouatze yrepeta catemben yrepeta.
30,000. Tanimecuatze tamban yrepeta eayum yrepeta.
40,000. Yumecuatze yrepeta.
50,000. Cuimecuatze yrepeta eayum yrepeta.
CO,OOO. Yuntamin ecuatze yrepeta.
70,000. Yunthanecuatze yrepeta eayum yrepeta.
80,000. Tembonecuatze yrepeta catemben yrepeta.
90,000. Temben maecuatze yrepeta eatembenyum yrepeta.
100,000. Tembentanimecuatze yrepeta.
200,000. Makatarbieeuatzo yrepeta cacuimeeuatze yrepeta.
300,000. Makatarhi ecuatze catemben yunthamecuatze yrepeta.
400,000. Tzimancatarhi ecuatze eayum tanime-cuatze yrepeta.
500,000. Tamincatarhi ecuatze catzimanecuatze yrepeta.
000,000. Tanimcatarhi ecuatze catemben yumecuatze yrepeta.
700,000. Thamkstarhi ecuatze cayumtaminecuatze yrepeta.
800,000. Yumkatarhi ecuatze camaecuatze yrepeta.
900,000. Yumkatarhi eeuatzo oatembenthamecuatze yrepeta.
(1) Vocabulario en lengua misteca, hecho por los Padres de la Orden de Predica
dores, que residen en ella y últimamente reoopilado y acabado por el Padre Fr. Fran
cisco de Alvarado, Vicario de Tama^.ulapa, de la misma Orden. México, 1693.
573
100. Hoho dzico. 10,000. Eo tetne yodzo hoho tuvui.
200. Vsidzico. 20,000. Vvui tetne yodzo usi tuvui.
300. gaho dzico. 30,000. Vni tetne yodzo saho tuvui.
400. Ec tuvui. 40,000. Hoho tetne.
500. Ec tuvui hoho. 50,000. Ifio tetne yodzo hoho tuvui.
C00. Ec tuvui vei. 00,000. Vsa tetne yodzo vsi tuvui.
700. Eo tuvui saho. 70,000. Vna tetne yodzo saho tuvui.
800. Vvui tuvui. 80,000. Vsi tetne.
900: Vvui tuvui hoho. 90,000. Vsi eo tetne yodzo hoho tuvui.
1,000. Vvui tuvui usi. 100,000. Vsi vvui totne yodzo vsi tuvui.
2,000. Hoho tuvui. 1.000,000. Vsi siohi ea,-ei vvui tetne yodzo vsi tuvui.
8,000. Eo tetne.
(1) Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas, tom. 3, pág. 108.
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“allí van contando, y ponen cinco veces veinte que son ciento,
“al que llaman Cayoa ó Coyoa. Y de allí ponen cuatro veces
“ciento que son cuatrocientos que llaman Tobiéla ó Chayada, que
“es como en nuestra cuenta el número mil. Y de allí ponen vein-
“te veces cuatro cientos que son ocho mil, y á este número llá-
“man Tobizoti, Chagazoti. Y éste es el mayor número que tienen,
“y de aquí van contando de ocho en ocho mil.”
Siempre el mismo sistema. La base veinte: los términos de la
progresión Tobi ó Ghaga, Cal-le ó Col-le, Tobiela ó Chingada, To
bizoti ó Chagazoti. Cinco, Caayo ó Cooyo solo es término en los
veinte números de la primera série fundamental: ciento, Cayoa
ó Coyoa no es radical. La numeración hablada es ésta:
1. Tobi, chaga. ti. Xopa. 20. Cal-le, col-le.
2, Topa, cato. 7. Caache. 100. Cayoa, coyoa.
3. Chona, cayo. 8. Xoono. 400. Tobiela, Chagacla.
4. Tapa, taa. 9. Caa, yaa. 8,000. Chagazoti, tobizoti.
5. Caayo, cooyo. 10. Chii.
por el K. P. Fr. Joaquín López Yepez. México, 1826. Pág. 252.—Beglas de ortho
graphia, diccionario y arte del idioma othomí, breve instrucción para los principian
tes, que dictó el Lie. D. Lvis de Nevo y Molina, &c. México, 1767. Pág. 95.—Di-’
sertacion sobre la lengua othomí, &c., por P. Manuel Crisóstomo Nólera, &o. Méxi
co, 1845. Pág. 139.—Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de
México, por Francisco Pimentel.—La dificultad de reproducir los sonidos de la len
gua othomí con los signos de nuestro alfabeto, determina que los numerales no estén
escritos de una manera fcéntica en aquellas obras. El Sr. Pimentel vacila, sin duda,
pues los escribe de dos maneras diferentes en el tom. 3 de su cuadro, pág. 439 y 488.
(2) Náxera, loco cit.—Gumesindo Mendoza.—El P. Náxera compara la numera
ción hablada de los othomí con la notación romana por medio de las letras numera
les, y oncuentra semejanza entre ambas. Nos pareoe, salvo todo respeto, que la
comparaoion no es exacta, porque cambia de medio.
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propio nthebé, expresando que el producto de cinco es particular.
Loa impares son el compuesto con diez, diciendo 20x10,40x10;
60 x 10, &c.
LtBBO PBIMEBO.
Piglni».
Capítulo I.—Mitología, Lo» cuatro tola cosmogónico», Opinione», E l quinto
tol, Pirámide» de Teotihuacan, Edad del mundo, Má» tradicione».. . . . . . 8
Capítulo II.—Lo» cinco solé», según la leyenda mexicana, Lo» trece délo». E l
dio» invisible ó Tloque Nahuaque, L a primera mujer ó Cihuacohuatl, E l
Ometecutli y la Omecihuatl, Aculmaitl, L a creación según ¡o» mixtéeos,
Lo» perieue», ¡o»guaicura» y lo» cochimie» de California, Lo» iinaloa», Mo- .
nogenitmo de lo» mexicano», L a tierra, Lo» délo», La» estrellas, Cometa»,
E l planeta Venu», E l sol, Eclipses, L a lu n a ................................................ 21
Capítulo III.—Lo» cuatro elemento», L a tierra, Chicomecoatl, Centeotl, To-
ei, Temaxcalted, Xochiquetxal, Montaña», Fiestas y divinidades, Hito» f u
nerala, E l infierno, MictlanteeutU y lo» diosa infiérnala, Lugares de des
canso de la» ánima», E l agua, Tlaloc, Chalchiuhcue, Huixtocihuatl, L a
p intura del diluvio, Pirámide de Ciwllolan........ ... 41
Capítulo IV.—E l viento, Quetealeoatl, S u historia, Antagonismo de Tetoa-
tlipoca, Corrige el calendario, Profecía de lo» hombres blanco» y barbudo»,
Doctrinas cristiana», L a crux, Profetas maya. Predicación del apóstol
Santo Tom ás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
Capítulo V.—Cruz ariana, Cru» búddhica, Cruz egipcia, Cru» cristiana,
L a cru» del Palenque parece búddhica, ¿Será Votan u n buddhaf La» cru
ce» de México son de origen cristiano. Descubrimiento de America por ¡os
islandeses, ¿Quetealeoatt será u n misionero islandezf Presencia de los sím
bolo» de la cru» en México, Civilizadores de America, Ofiolatría, Cohua-
tlantona, Mixcoatl, Recuerdo de los negros, Ixtlilton, Fantasmas de la no
che, Agüero»......................................................................................................... 87
Capítulo V I.—E l fuego, Xiuteeuhtli Tletl, Fiesta» anuales, De cuatro en
cuatro año», Fuego perpetuo, Fiesta secular del fuego nuevo, Tezcatlipoea,
Nombres, Festividad, L a víctima, Huitxilopochtli, Etimología del nombre,
Orígenes, Tezahuitl, Tetzauhteotl, Formas, Teoyaotlatohua, Fiesta del
mes Panquetzailztli, Tlacahuepancuexeotzin, P aina ó Paynalton, Dios de
la guerra en los bosques, Teoyaomiqui, M iquixtli ................. ....................... 114
Capítulo v i l .—Dioses menores. Templos, Teocali» de Huitxilopochtli, Tzom-
pantli, Templo de (¿uetzaicoatl, Teocalli de Texcoco, Templo al dios incóg
nito, Culto, Oración, Música, canto y danza, Ofrendas, Oopalli, Cha-
popotli, Ayunos, Penitencias ........................................................................... 182
582
Páginas.
Capítulo VIII. —Sacrificio», Techcatl, Sacrificio ordinario, Otra clase de sa
crificios, De niños, Tlacaxipehualiztli, Temalacatl, Cuauxicatti, Huipilli,
Cuauhtleehuatl ó vaso del sol, Teocuauhxieatti, Impresión de la mano
abiert^ Cuauhxicálb. de T ízoc . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1S8
Capítulo IX.—Sacrificios, L a piedra del sol, Historia, Sacrificio del mensa
jero del sol, Fiesta del mes Xocotlhuetzi, Fiesta de Teotleco, Fiesta en hon
ra del fuego en el mes Hueitecuilhuitl, Sacrificio al fuego, Fuego perpetuo, ■
E l hambre de la Cihuacoatl, Fiesta al fuego, De cuatro en cuatro, y de
ocho en ocho años, Número de los sacrificios humanos, Universalidad de la
victima humana, N o son los mexicanos los únicos criminales en este respec
to, Antropofagia, Común á los pueblos de la tierra, Los mexicanos no son
antropófagos en la rigorosa acepción de'la palabra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
LIBRO SEGUNDO.
LIBRO TERCERO.