El documento resume el Evangelio de Juan sobre la aparición de Jesús resucitado a los discípulos, incluyendo Tomás. Se describe cómo Tomás no creyó el testimonio de los otros discípulos de haber visto a Jesús y exigió pruebas tangibles. Una semana después, Jesús se apareció de nuevo y permitió que Tomás tocara sus heridas, llevándolo a confesar su fe en Jesús como Señor y Dios. El documento concluye que los que creen sin haber visto, como los lectores, son dich
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El documento resume el Evangelio de Juan sobre la aparición de Jesús resucitado a los discípulos, incluyendo Tomás. Se describe cómo Tomás no creyó el testimonio de los otros discípulos de haber visto a Jesús y exigió pruebas tangibles. Una semana después, Jesús se apareció de nuevo y permitió que Tomás tocara sus heridas, llevándolo a confesar su fe en Jesús como Señor y Dios. El documento concluye que los que creen sin haber visto, como los lectores, son dich
Descripción original:
Basado en el estudio del jesuita francés León Dufour
El documento resume el Evangelio de Juan sobre la aparición de Jesús resucitado a los discípulos, incluyendo Tomás. Se describe cómo Tomás no creyó el testimonio de los otros discípulos de haber visto a Jesús y exigió pruebas tangibles. Una semana después, Jesús se apareció de nuevo y permitió que Tomás tocara sus heridas, llevándolo a confesar su fe en Jesús como Señor y Dios. El documento concluye que los que creen sin haber visto, como los lectores, son dich
El documento resume el Evangelio de Juan sobre la aparición de Jesús resucitado a los discípulos, incluyendo Tomás. Se describe cómo Tomás no creyó el testimonio de los otros discípulos de haber visto a Jesús y exigió pruebas tangibles. Una semana después, Jesús se apareció de nuevo y permitió que Tomás tocara sus heridas, llevándolo a confesar su fe en Jesús como Señor y Dios. El documento concluye que los que creen sin haber visto, como los lectores, son dich
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En el Evangelio de hoy, fiesta del Apóstol Santo
Tomás, se nos invita a continuar el proceso que nos
llevará a manifestarnos como creyentes, como auténticos cristianos, que nos lleve a confesar que Jesús es nuestro Dios y Señor. De este modo llegaremos a experimentar la dicha de los que creen sin haber visto y llegaremos a la visión plena. Ojalá huyamos de esos caminos que nos llevan a mostrarnos como no creyentes, como ateos, como gente que no ha conocido a Dios. Evangelio de San Juan 20,24-29 Ahora vamos a estudiar los versículos 24-29 (“Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Entonces los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré. Ocho días después, sus discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Y estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron”) del capítulo 20, del Evangelio de Juan, que Xavier León Dufour titula: «¡Dichosos los que no han visto y han creído!». Con la segunda escena del relato de la aparición a los discípulos, el evangelista termina la iniciación del lector, al que ha ido guiando hacia la fe en Cristo. Indica, en primer lugar, que Tomás no estaba con sus compañeros cuando Jesús se encontró con ellos. Con esta observación, necesaria para introducir el episodio, el lector se reconoce a sí mismo en la situación de Tomás: para acceder a la fe pascual, sólo dispone del testimonio apostólico. Al obrar así, Juan orienta a los lectores hacia la afirmación con que concluye el relato: «¡Dichosos los que no han visto y han creído!» (20,29: “Jesús le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron”). Entre ambos momentos se muestra, con motivo de una nueva aparición, el cambio de actitud de Tomás: el discípulo que ha chocado contra el muro de la muerte se abre al misterio personal del Hijo. En efecto, el texto muestra que en el caso de Tomás no se trata simplemente de creer que el Crucificado está vivo, sino de descubrir quién era ya en su existencia terrena y quién es en verdad para mí) PUES BIEN, TOMÁS, UNO DE LOS DOCE - AL QUE SE LLAMA DÍDIMO - NO ESTABA CON ELLOS CUANDO VINO JESÚS. ASÍ PUES, LOS OTROS DISCÍPULOS LE DECÍAN: «¡HEMOS VISTO AL SEÑOR!». PERO ÉL LES DICE: «SI NO VEO EN SUS MANOS LA MARCA DE LOS CLAVOS, SI NO METO MI DEDO EN EL SITIO DE LOS CLAVOS, SI NO METO MI MANO EN SU COSTADO, ¡NO CREERÉ ABSOLUTAMENTE!». OCHO DÍAS DESPUÉS, SUS DISCÍPULOS ESTABAN DE NUEVO EN EL INTERIOR, Y TOMÁS CON ELLOS. VIENE JESÚS, MIENTRAS ESTABAN CERRADAS LAS PUERTAS. SE PUSO EN PIE EN MEDIO DE ELLOS Y DIJO: «¡PAZ A VOSOTROS!». LUEGO DIJO A TOMÁS: «TRAE TU DEDO AQUÍ Y VE MIS MANOS; TRAE TU MANO Y MÉTELA EN MI COSTADO. ¡DEJA DE MOSTRARTE NO CREYENTE, PERO MUÉSTRATE CREYENTE!». TOMÁS RESPONDIÓ Y LE DIJO: «¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!». JESÚS LE DIJO: «PORQUE ME VES, CREES. ¡DICHOSOS LOS QUE NO HAN VISTO Y HAN CREÍDO!» (Este episodio está estrechamente ligado al anterior [El tiempo, el lugar, la venida de Jesús y el don de la paz hacen eco a 20,19: “Entonces, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros”, el testimonio de los discípulos recuerda 20,20b: “Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor”, y la respuesta de Tomás 20,20a: “Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado”. Tras un profundo examen, Dauer propone atribuir a la fuente prejoánica subyacente a 20,19-23: “Entonces, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor. Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengáis los pecados, éstos les son retenidos”, la invitación a tocar, para verificar sensiblemente su cuerpo, como lo retuvo Lucas 24,36- 43: “Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: "¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo." Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como no acababan de creérselo a causa de la alegría y estaban asombrados, les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?" Ellos le ofrecieron un trozo de pescado. Lo tomó y comió delante de ellos”. Juan quiso destacar el tema tradicional de la duda] y sucede en el mismo marco, estando reunidos los discípulos. En esta ocasión el punto de partida es el elemento tradicional de la duda, que se había omitido en el primer encuentro del Viviente con los suyos. Por este motivo Tomás, un personaje notable en el evangelio de Juan [Tomás intervino después de que Jesús anunciara a los discípulos que iría a Judea a despertar a Lázaro. No comprende el alcance de este anuncio y no ve más que la muerte al final del camino, sin embargo, está dispuesto a seguir al Maestro, 11,16: “Tomás, llamado el Dídimo, dijo entonces a sus condiscípulos: Vamos nosotros también para morir con Él”, no es imposible que este episodio haya contribuido aquí a la elección de Tomás. En 14,5: “Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?”, Tomás le reprocha a Jesús que no indique el camino para llegar al sitio adonde se dirigía. La precisión εἷς ἐκ τῶν δώδεκα («uno de los Doce») subraya el vínculo que une a Tomás con Jesús y con el grupo de los discípulos escogidos (6,67: “Entonces Jesús dijo a los doce: ¿Acaso queréis vosotros iros también?”; 6,70: “Jesús les respondió: ¿No os escogí yo a vosotros, los doce, y sin embargo uno de vosotros es un diablo?”). Los sinópticos (Mateo 10,3: “Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el recaudador de impuestos; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo”, y Hechos 1,13: “Cuando hubieron entrado en la ciudad, subieron al aposento alto donde estaban hospedados, Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago”), lo ponen en la lista de los Doce, pero sin darle nunca la palabra. Según la leyenda, habría evangelizado Persia y la India. En el siglo II se compuso un Evangelio según Tomás. Su figura es típica, como las de Nicodemo, la samaritana, Lázaro, la Magdalena], ha perdurado en la memoria de los tiempos como «el que duda»; podríamos decir más bien que es el discípulo que, al no admitir el testimonio de la comunidad, se aferraba a su convicción, pero que ante la evidencia supo ceder lealmente. El lector que se identifica con su primera actitud, se siente invitado a recorrer un camino análogo. Por la reacción inicial de Tomás, el narrador manifiesta el escepticismo natural del hombre ante el anuncio inaudito de la victoria sobre la muerte, el mismo que manifestaron los atenienses cuando oyeron afirmar a Pablo que Jesús había resucitado (Hechos 17,31-32: “porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando, a todos, una garantía al resucitarlo de entre los muertos." Al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: "Sobre esto ya te oiremos otra vez"”). Ciertamente, el judío Tomás no ignora que algún día tendrá lugar la resurrección escatológica de todos los hombres, pero ¿cómo admitir que el Crucificado ha entrado ya en la vida? Habría que verificarlo tocando las señales de sus llagas. Esta exigencia corresponde al modo de concebir entonces la resurrección final de los cuerpos, que supone una continuidad sensible entre los dos mundos, el de antes y el de después, sin ignorar por ello la necesidad de una transformación gloriosa. La réplica tajante de Tomás se formula con la construcción Ἐὰν μὴ (si no) ... οὐ μὴ (no), donde las condiciones que se imponen determinan una consecuencia inapelable. Su paralelismo más cercano en el cuarto evangelio es lo que dijo Jesús al funcionario del rey: «Si no veis signos y prodigios, seguramente no creeréis» [Ἐὰν μὴ ἴδητε, οὐ μὴ πιστεύσητε, si no veis, no creeréis, 4,48 (“Jesús entonces le dijo: Si no veis señales y prodigios, no creeréis”). Ἐὰν μὴ ἴδω οὐ μὴ πιστεύσω (si no veo, no creo, 20,25 (“Entonces los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré”). Por sí sola, la negación οὐ μὴ es muy vigorosa, así en 13,8 (“Pedro le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo”), cuando Pedro se niega a dejarse lavar los pies. Véase también 16,7 (“Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré”)]. Esta semejanza literaria es intencional: al pretender verificar mediante el tacto la realidad de un cuerpo resucitado, Tomás exige tener una experiencia de un mundo maravilloso. Está claro el contraste con el comportamiento meditativo del discípulo amado, que creyó ante el sepulcro vacío y ante los lienzos abandonados allí (20,8: “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó”); quizás también con la prontitud de los discípulos llenos de gozo al ver al «Señor» (20,20: “Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor”). μεθ’ ἡμέρας ὀκτὼ («Ocho días más tarde»), es decir el domingo siguiente - sigue todavía en el trasfondo la alusión a las asambleas eucarísticas de la Iglesia primitiva [Es inútil intentar, en virtud de la pretendida «semana pascual» (Lagrange), hacer que concuerde esta fecha con los datos de los sinópticos sobre una eventual marcha de los discípulos a Galilea. También es inútil suponer que éstos se habrían quedado ocho días en Jerusalén]-, Jesús se presenta de nuevo, τῶν θυρῶν κεκλεισμένων («mientras estaban cerradas las puertas») [Como en el relato anterior, aunque sin señalar el motivo ¿Habrá sido para sugerir la naturaleza no material del cuerpo del Resucitado, o más bien para subrayar el carácter extraño del conocimiento que tenía Jesús de lo que había dicho Tomás?]. A continuación [εἶτα, véase 13,5 (“Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida”); 19,27: (“Después dijo al discípulo: ¡He ahí tu madre! Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa”), donde se da un vínculo muy estrecho entre la escena referida y la escena anterior], se dirige a Tomás con los mismos términos que éste había empleado, no por ironía ni por condescendencia, sino para mostrar que, en su amor, sabe lo que su discípulo quería hacer. La penetración de los corazones es un rasgo característico de Jesús desde su encuentro con Natanael (1,47-51: “Jesús vio venir a Natanael y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Natanael le dijo: ¿Cómo es que me conoces? Jesús le respondió y le dijo: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael le respondió: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que éstas verás. Y le dijo: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre”). Nuestro relato presenta por otro lado una estructura análoga a la de aquel episodio inicial (Juan 1,45-51: “Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.» Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»”): Natanael se mostró escéptico cuando Felipe le aseguró que Jesús era el Mesías esperado; luego, al descubrir que Jesús lo conocía íntimamente, lo confiesa como «el hijo de Dios, el rey de Israel», y esta confesión, que es conforme con la esperanza judía y que es la más alta en el contexto de la vocación de los discípulos, da lugar a una réplica de Jesús a Natanael y a una palabra que orienta hacia el porvenir. Este género de paralelismo en la estructura de los relatos es un procedimiento frecuente en los escritos bíblicos; Juan pudo servirse de él para cerrar la trayectoria que va del primer encuentro de los discípulos con Jesús de Nazaret a su último encuentro con el Resucitado. Se acepta el reto de Tomás [Según J Blank, este procedimiento es un motivo de la literatura helenista]. Jesús le ofrece satisfacer sus exigencias, pero es para invitarlo a una opción mucho más profunda. De ahí la exhortación que sigue) «¡DEJA DE MOSTRARTE NO CREYENTE, PERO MUÉSTRATE CREYENTE!» (Esta traducción trata de seguir al pie de la letra el texto griego, que subraya vigorosamente la oposición ἄπιστος, no creyente/πιστός, creyente regida por un solo verbo [El griego dice καὶ μὴ γίνου ἄπιστος ἀλλὰ πιστός (no te hagas no creyente, sino creyente). El verbo γίνομαι (hacerse) puede sin duda sustituir a veces algunas formas defectivas del verbo εἰμί («ser») pero aquí conserva el matiz de «hacerse» del verbo original, que tiene también con frecuencia el sentido de «mostrarse tal o cual», así Juan 15,8 (“En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos”); Mateo 5,45: “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”; 6,16: “Cuando ayunéis, no pongáis cara como los tristes hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga”; 10,16: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas”; 1 Corintios 14,20: “Hermanos, no seáis niños en mentalidad. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en mentalidad”; 15,10: “Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”; 15,58: “Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor”; 1 Tesalonicenses 1,5: “ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión. Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a vosotros”; 2,7: “Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos”). Acompañado de una negación, el aoristo significa el cese de una acción ya comenzada (véase 20,17: “Jesús le dijo: Suéltame porque todavía no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: ``Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”)]: no se trata de un Tomás «incrédulo», como dan a entender algunas traducciones [«No te muestres ya incrédulo, sino creyente» (Osty) «No te hagas incrédulo, sino creyente» (Biblia de Jerusalén) «Deja de ser incrédulo y hazte un hombre de fe» (TOB)], sino del comportamiento momentáneo de Tomás que no se fio del testimonio de sus compañeros y exigió verificar sensiblemente la realidad del cuerpo de Jesús. Jesús le da la posibilidad de hacerlo, pero le invita sobre todo a reaccionar ahora como un verdadero creyente: ¿se imaginaba al Resucitado como un muerto simplemente reanimado, que había vuelto a la existencia anterior, la de un hombre cualquiera? El que vive en la gloria celestial no puede ser reducido a una existencia terrena [Ya por el año 57, Pablo escribe a propósito de la futura resurrección de los muertos: «Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible, se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual», 1 Corintios 15,42-44 (“Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, hay también un cuerpo espiritual”)]. Ocho días antes, los Diez se habían llenado de gozo y luego habían intentado convencer a Tomás. Pero todo fue inútil. Se necesitaba la presencia y la palabra misma del Viviente. Con estilo, el narrador no se entretiene ya en señalar si el discípulo siguió pensando en tocarlo o si se atrevió a extender su mano [Los críticos se muestran unánimes en descartar la antigua interpretación según la cual Tomás realizó su propósito. Esta lectura ignora entre otras cosas el hecho de que en 20,29 (“Jesús le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron”), Jesús dijo a Tomás «Porque me ves», y no «Porque me has tocado», sin diferenciar entonces la experiencia de Tomás de la de los otros discípulos, véase 20,20 (“Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor”). Esta lectura errónea pudo deberse a la preocupación apologética que refleja el relato de Lucas 24,39 (“Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”), que no dice sin embargo que los discípulos tocaran a Jesús. Es inútil apelar a 1 Juan 1,1 (“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida”), ya que este texto no habla de «tocar» al Logos, sino de una evidencia «relativa a la Palabra de vida, περὶ τοῦ Λόγου τῆς ζωῆς». Desde el siglo II, la preocupación por verificar sensiblemente es muy marcada en los apócrifos, por ejemplo, en el Protoevangelio de Santiago se narra cómo la comadrona Salomé quiso verificar con sus dedos la realidad del nacimiento virginal (19,3-20,1: “Y la partera salió de la gruta, y encontró a Salomé, y le dijo: Salomé, Salomé, voy a contarte la maravilla extraordinaria, presenciada por mí, de una virgen que ha parido de un modo contrario a la naturaleza. Y Salomé repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que, si no pongo mi dedo en su vientre, y lo escruto, no creeré que una virgen haya parido. Y la comadrona entró, y dijo a María: Disponte a dejar que ésta haga algo contigo, porque no es un debate insignificante el que ambas hemos entablado a cuenta tuya. Y Salomé, firme en verificar su comprobación, puso su dedo en el vientre de María, después de lo cual lanzó un alarido, exclamando: Castigada es mi incredulidad impía, porque he tentado al Dios viviente, y he aquí que mi mano es consumida por el fuego, y de mí se separa”)]. Refiere la reacción inmediata de Tomás. En vez de tomar al pie de la letra el ofrecimiento que se le había hecho, entra en el pensamiento de Jesús y en una confesión absoluta proclama: Ὁ Κύριός μου καὶ ὁ Θεός μου («¡Señor mío y Dios mío!»). Esta profesión de fe - más que una invocación, ya que la omisión del «tú eres» se debe al arrebato del locutor - refleja la alta cristología joánica y, por su insistencia en el adjetivo posesivo μου («mío»), toda la profundidad de la acogida de Tomás. En boca de los discípulos o de los extraños, el término Κύριός podía equivaler a un saludo respetuoso, lo mismo que el de «rabbí» [En boca de los discípulos, por ejemplo, 6,68: “Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”; 11,3: “Las hermanas entonces mandaron a decir a Jesús: Señor, mira, el que tú amas está enfermo”; 11,12: “Los discípulos entonces le dijeron: Señor, si se ha dormido, se recuperará”; 11,27: “Ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo”; 11,34: “y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve”; 13,6: “Entonces llegó a Simón Pedro. Este le dijo: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?”; 13,25: “Él, recostándose de nuevo sobre el pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?”; 13,36-37: “Simón Pedro le dijo: Señor, ¿adónde vas? Jesús respondió: Adonde yo voy, tú no me puedes seguir ahora, pero me seguirás después. Pedro le dijo: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora mismo? ¡Yo daré mi vida por ti!”; 14,5: “Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?”, o de otros, por ejemplo, 4,11: “Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva?”; 11,34: “y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve”]; pero además este título tenía su auténtico alcance, como cuando en 11,21 (“Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”), Marta se dirige a aquel que es dueño de la vida y de la muerte. Sobre todo, unido aquí al título de Θεός ( Dios), Κύριός («Señor») expresa la evidencia producida por la presencia del Resucitado: la unidad de Jesús con Dios que en él se ha hecho cercano. Literariamente, la confesión de Tomás reproduce los términos de la traducción griega de los Setenta de la invocación del salmo 35,23 (“Despierta y levántate para mi defensa y para mi causa, וַֽאדֹ נָ֣י אֱֹלהַ֖י, ’ĕlōhay waḏōnāy, Dios mío y Señor mío”): « ¡Dios mío y Señor mío!» [La crítica no acepta ya la hipótesis de que esta formulación se derive, ni siquiera por un espíritu polémico, de la aclamación Dominus et Deus noster, Señor y Dios Nuestro, exigida por el emperador Domiciano, 81-96 d C. Los títulos que se le dan a Jesús en Juan provienen de las Escrituras. En Juan se encuentran confesiones de fe desdobladas 1,49: “Natanael le respondió: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”; 4,42: “y decían a la mujer: Ya no creemos por lo que tú has dicho, porque nosotros mismos le hemos oído, y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo”; 6,69: “Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios”; 11,27: “Ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo”; 16,30: “Ahora entendemos que tú sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que tú viniste de Dios”]. Es verdad que no conviene atribuir a Tomás un pensamiento riguroso como el que expresó el concilio de Nicea sobre la naturaleza divina de Cristo, consustancial a la del Padre. Pero el evangelista quiso seguramente establecer al final de su obra una correspondencia con la afirmación del prólogo: «El Logos era Dios» (1,1: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”). A lo largo de todo el evangelio se iba preparando esta confesión última; hay que honrar al Hijo como se honra al Padre (5,23: “para que todos honren al Hijo, así como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”), escuchar a aquel que dijo: «Yo soy» (8,58: “Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy”) y que incluso afirmó: «Yo y el Padre somos uno» (10,30: “Yo y el Padre somos uno”). Cuando los hebreos conocieron en el desierto por medio de Moisés la revelación del Sinaí, se comprometieron a ser fieles (Éxodo 24,7: “Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé"”); según Oseas, Dios había prometido que, cuando llegue la nueva alianza «diré a mi no-pueblo: ' ¡Tú eres mi pueblo!', y él responderá: '¡Tú eres mi Dios!'» (Oseas 2,23: “La sembraré para mí en la tierra, y tendré compasión de la que no recibió compasión, y diré al que no era mi pueblo: Tú eres mi pueblo, y él dirá: Tú eres mi Dios”; véase Romanos 9,25: “Como también dice en Oseas: a los que no eran mi pueblo, llamare: ``pueblo mío, y a la que no era amada: ``amada mía”). Al insistir en mi Señor y mi Dios, Tomás se convierte en portavoz de la comunidad cristiana que responde a la alianza cuya realización había prometido Jesús (20,17: “Jesús le dijo: Suéltame porque todavía no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: ``Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”). Y Jesús concluye) «PORQUE ME VES, CREES (πεπίστευκας). ¡DICHOSOS LOS QUE NO HAN VISTO Y HAN CREÍDO!». Estas dos frases se centran en el πιστεύω («creer»), y precisan dos maneras de acceder a la fe, la de Tomás y la de los discípulos venideros. La primera podría comprenderse como una reserva respecto al discípulo: Jesús le reprocharía haber necesitado ver para creer; este reproche debería estar marcado entonces por un interrogante, como en el caso de Natanael (1,50: “Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que éstas verás”) o en el del grupo entero en 16,31 (“Jesús les respondió: ¿Ahora creéis?”), donde se trata de una fe insuficiente. Pero el perfecto del verbo (πεπίστευκας, crees) y el contexto invitan más bien a interpretar esta frase como una felicitación por parte del Viviente que ha sido reconocido en la fe [Juan 6,69: “Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios”; 11,27: “Ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo”). En efecto, contra la tradición que dice que la fe es un no-ver, «ver» en Juan no se opone a «creer», sino que conduce a ello; es lo que había prometido Jesús: “Todavía un momento, y el mundo no me verá, pero vosotros me veréis... En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (14,19-20: “Un poco más de tiempo y el mundo no me verá más, pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En ese día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”). La segunda frase parece poner un poco en sordina este elogio, como si fuera preferible creer sin ver. En realidad, no se refiere ya a Tomás, sino a los discípulos venideros: el evangelista se dirige a la comunidad alejada ya de los orígenes cristianos, como cuando Jesús, pensando en todos los que se harían creyentes a continuación [Un ( מדרשmidrás, explicación) refiere las palabras de un rabino, hacia el 250: los creyentes prosélitos no tienen nada que envidiar a los primeros testigos del Sinaí], confiaba al Padre: “No solamente intervengo por éstos, sino también por los que, por su palabra, crean en mí” (17,20; véase 15,27: “y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio”; 20,21: “Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado, así también yo os envío”). La comunidad no tiene que lamentar en lo más mínimo esta distancia ni su distinta situación. Aunque su modo de acceder a la fe no es el mismo, son μακάριοι («dichosos») [A diferencia de la otra única bienaventuranza joánica, que es una exhortación, 13,17 (“Si sabéis esto, seréis felices si lo practicáis”), aquí no hay un acto de bendición es la proclamación de un estado nuevo, bendecido por Dios] los que, a lo largo de los siglos, crean [Podría preocupar una anomalía: para Tomás, el verbo está en perfecto, πεπίστευκας, indicando una fe plena y duradera, mientras que a los futuros creyentes se les describe con el aoristo, πιστεύσαντες, que indica una fe puntual. En realidad, pueden darse diversas explicaciones de este hecho. Sería una alusión a los numerosos creyentes que ya «se han puesto a creer». Otros ven aquí una simple variación de estilo, parecida a la que presenta 1 Juan 1,1: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida”) y μὴ ἰδόντες (no han visto). La experiencia gozosa que tuvieron los testigos oculares de aquel que vive más allá de la muerte era una experiencia fundante y no podía repetirse; se les concedía no solamente en favor de ellos mismos, sino en función de las generaciones futuras cuya fe tendría que basarse en la palabra trasmitida con la fuerza del Espíritu y no en los signos visibles de la presencia [Aunque no se infravalora el ὁρᾰ́ειν («ver») de las apariciones]. Este texto podría reflejar indirectamente la dificultad que debió experimentar la comunidad joánica y con la que se enfrentará el capítulo 21: la desaparición de los testigos oculares y de la generación de los que habían conocido a Jesús de Nazaret. Juan muestra aquí de otra manera lo que ya habían anunciado los discursos de despedida de Jesús: por encima de los discípulos presentes ante él, Jesús dirige su atención a los que les sucederán a lo largo de los siglos, a todos los hijos de Dios que ha venido a reunir en la unidad; ¿no habló la tarde del día de pascua a los suyos de la misión, que en adelante habría de expresar la suya? Ahora su pensamiento se dirige a los que serán el fruto de este envío. El encuentro del Viviente con los discípulos no acaba con una despedida, con una escena de separación como en Lucas. Permanece abierto hacia un porvenir sin fin, en el gozo que sobrevive a la desaparición de los testigos oculares. Eso es lo que expresó muy bien la primera Carta de Pedro: Todavía no lo habéis visto, pero lo amáis; sin verlo, creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y radiante (1 Pedro 1,8-9: “A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas”).