Hollywood Babilonia de Kenneth Ange
Hollywood Babilonia de Kenneth Ange
Hollywood Babilonia de Kenneth Ange
Hollywood Babilonia
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 1
HOLLYWOOD
Hollywood, Hollywood...
Fabuloso Hollywood...
Babilonia de celuloide,
gloriosa, fascinante...
ciudad delirante,
frívola, seria,
audaz y ambiciosa,
viciosa y glamorosa.
Ciudad llena de dramas,
miserable y trágica...
inútil, genial
y pretenciosa,
tremendo amasijo...
Relumbrona, terrible,
absurda, estupenda;
falsa y barata,
asombrosamente espléndida...
¡¡HOLLYWOOD!!
DON BLANDING
para sentar sus raíces, pronto se vio inundado por unos no muy sólidos estudios al
aire libre, trampas soleadas para películas convencionales y faltas de imaginación.
Tras unos años de fabricar remuneradores productos de dos rollos, filmados con
cámaras piratas —siempre a la espera de ser denunciados por los vengativos
creadores de la fórmula original de Edison—, los antiguos traficantes de chatarra y
vendedores de saldos se encontraron con que una operación, concebida por
casualidad, se convertía en fortuna emanada del celuloide.
Cuando se enteraron de que las masas de todo el país se agolpaban ante los
nickelodeons para ver las películas en las que intervenían sus intérpretes favoritos,
conocidos entonces como "La pequeña Mary", "El chico de la Biograph" o "La
Muchacha de la Vitagraph", los menospreciados actores, hasta entonces sólo
considerados personal de trabajo, súbitamente adquirieron conciencia de que,
gracias a ellos, se vendían las entradas. Entonces esos rostros famosos adoptaron
nombres y sus salarios comenzaron a elevarse: el star system, una problemática
bendición, acababa de nacer. Para bien o para mal. De allí en adelante, Hollywood
tendría que apoyarse en esa quimera fatal: LA ESTRELLA.
De la noche a la mañana, los oscuros y en ocasiones desacreditados
intérpretes de películas se vieron empujados a la adulación, la fama y la fortuna.
Ellos eran la nueva realeza, el círculo dorado. Algunos se las arreglaron para
sobresalir tirando fuerte de las riendas; otros no lo consiguieron.
Los años diez fueron para Hollywood un período de paz y tranquilidad. Una
nueva forma de arte se iba pergeñando día a día; la Séptima Musa, a medida que
daba sus primeros pasos, se iba fabricando a sí misma, pasándolo bien, y al mismo
tiempo ganando dinero. Y, si los nuevos ricos del cine se sentían cansados por la
tensión de su oficio, siempre podían recurrir al "polvo de la alegría", como en
aquellos liberales tiempos se llamaba la cocaína, un remedio seguro para levantar
los ánimos. De hecho, fue así cómo surgió ese nuevo estilo de comedietas locas y
efervescentes, cuya flor y nata eran las desenfrenadas cintas de "Triangle-Keystone";
así El misterio del pez salteador con Douglas Fairbanks en el papel del chiflado
detective Coke Ennyday. [Casi literalmente, Coca a Cualquier Hora. (N. del T.)] En
1916, la droga podía ser la base argumental de un film. El año de El misterio del pez
salteador, un especialista británico en narcóticos, Aleister Crowley, pasó por
Hollywood calificando a sus habitantes de "cocainómanos y maniáticos sexuales".
Ya existía el chismorreo, como en cualquier otra comunidad de gente del
espectáculo, pero sin traspasar los umbrales del periodismo: Louella O. Parsons no
había montado aún su tenderete. Hasta en la intimidad, la diminuta colonia fílmica
se guardaba muy bien de especular sobre el Dios de Hollywood, Griffith, y su
obsesión por las adolescentes dentro y fuera de la pantalla. ¿Eran realmente tan
virginales esas esforzadas mujeres-niñas descubiertas por Griffith? ¿Sería posible? Y,
pensando lo impensable, ¿era Lillian Gish la amante de Dorothy?
Pero no había mala intención cuando, al hablar de Richard Barthelmess, se
afirmaba que había posado para "postales a la francesa" como un medio para
ascender, o se mentaba, con más fundamento, el sofá que jugaba una baza
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importante para llegar a formar parte de las "Bellezas Acuáticas" de Mack Sennett —
tan sólo el modelo primitivo de una larga serie. Si algunos pensaban que la "Escuela
de Sirenas" era el sucedáneo de un harén a la carta, ornado de pimpollos como
Gloria Swanson y Carole Lombard, eso, al Gran Mack, le tenía sin cuidado. Para
hacer un buen chiste siempre podía echarse mano de Theda Bara. Los iniciados
sabían que la primera vampiresa, arrojada a los consumidores como un demonio
franco-arábigo de Perversidad nacido a los pies de la Esfinge, sólo era, en realidad,
Theodosia Goodman, hija de un sastre judío de Chillicothe, Ohio, y una pazguata
criaturita sin malicia.
No pasarían muchos años sin que los predicadores de toda Norteamérica
maldijeran a la colonia fílmica y sus derivados: Hollywood, California, se convertiría
en sinónimo de Pecado. Los bienhechores de profesión marcarían con fuego la
nueva Babilonia, cuya maléfica influencia rivalizaría con la legendaria depravación de
la antigua; titulares acusadores y pontificadores editoriales condenarían por igual el
Sexo, las Drogas y las Estrellas de Cine. Sin embargo, mientras los fanáticos
organizadores exigían sangre y boicot, las masas, imperturbables, se agolpaban ante
las taquillas en número día a día creciente.
Los años veinte se consideran en general "La Época Dorada del Cine", y dorada
era en verdad la exuberante creatividad fílmica que redundaba en fabulosos
ingresos. Se describe a la gente de cine de dicho período como individuos a los que
sólo les importaba, fuera de la pantalla, regocijarse en placeres sin fin. No obstante,
la leyenda pasaba por alto un hecho: el miedo. Ese temor siempre presente de que
la base de sus dorados sueños se derrumbase en cualquier momento.
En la década del "maravilloso sin sentido", los escándalos explotaban como
bombas de relojería, mientras, una tras otra, eran destruidas carreras
cinematográficas. Cada estrella se preguntaba a cuál le llegaría el turno de
convertirse en el nuevo chivo expiatorio. Porque, en Hollywood, la fabulosa "Era
Dorada" significaba algo más que un deslumbrante picnic al borde de un precipicio
móvil; el camino hacia la gloria se hallaba sembrado de astutos cepos.
Y, sin embargo, para su amplia audiencia, HO-LLY-WOOD se componía de tres
mágicas sílabas que evocaban el Irreal Universo de la Ilusión. Para los creyentes, era
algo más que una fábrica de sueños donde uno entre un millón podía llegar a
obtener una oportunidad. Era el País del Nunca Jamás, Algo Diferente, el Hogar de
los Cuerpos Celestiales, la Galaxia del Glamour, ¡Hollywood!
Los "fans" adoraban, pero también podían tornarse volubles y, si sus deidades
demostraban tener pies de arcilla, las destruían sin compasión. Fuera de la pantalla
siempre había una nueva estrella dispuesta a efectuar su entrada.
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Una nube, no mayor que la mano de una niña, cobraba forma en el horizonte.
Las chocantes noticias que, por primera vez, mostraron Hollywood bajo un
prisma de escándalo llegaron el 20 de septiembre de 1920 en forma de un
radiograma que despertó a Myron Selznick en mitad de la noche. El texto motivó
titulares en primera página:
Así fue cómo los titulares calificaron a la "hermanita" Olive, acusación ésta que
provocó un profundo shock. En 1920, la mayoría norteamericana aún rendía tributo
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"Gordo al agua"
LA ORGIA DE ARBUCKLE
EL VIOLADOR DANZA MIENTRAS MUERE SU VICTIMA
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Un segundo juicio tuvo lugar, pero fue descalificado por 10-2. Fatty, que se
encontraba libre bajo fianza, se vio obligado a vender su vivienda de estilo
anglosajón en Adams Street, Los Ángeles, así como su flota de coches de fantasía
para poder sufragar las minutas de los abogados.
Pese a las protestas del indignado Brady, que deseaba machacar a Fatty
costara lo que costase, Arbuckle fue absuelto en otro juicio, el número tres, que
finalizó el 12 de abril de 1922, tras los un tanto confusos testimonios de cuarenta
testigos presenciales (ebrios la mayoría de ellos en el momento del incidente) y ante
la ausencia específica de pruebas (como la de la dichosa y sangrienta botella).
El jurado que absolvió a Fatty hizo este comentario: "La libertad no es
suficiente para Roscoe Arbuckle. Creemos que se ha cometido una grave injusticia
en su persona, y que no hay la menor evidencia para involucrarle en modo alguno
con ningún crimen".
En la escalera del juzgado Arbuckle declaró a la Prensa: "Este es el momento
más trascendental de mi vida. La falsedad de la horrenda acusación esgrimida
contra mí ha sido demostrada... Quiero expresar mi sincero agradecimiento a mis
compañeras y compañeros. Mi existencia ha estado cifrada en la producción de un
cine limpio para felicidad de la gente menuda. Ahora trataré de ampliar este campo
para que mi arte pueda rendir un servicio todavía más amplio".
Sus esperanzas, sin embargo, fueron de muy corta duración. Fatty había sido
liberado, pero no perdonado. Henry Lehrman, un antiguo novio de Virginia, hizo
este amargo comentario: "Si pudiese, ella se levantaría de entre los muertos para
defenderse de esta indignidad. En cuanto a Arbuckle, esto es lo que sucede cuando
se recoge a gentuza procedente de las alcantarillas, se les ofrece sueldos
desmesurados y se los convierte en ídolos. Ciertas personas no saben lo que
significa sacar provecho de la vida sino de una forma bestial. Son los que después
participan en orgías que sobrepasan las de una Roma ya en decadencia".
O, podía haber añadido, Babilonia.
Madame Elinor Glyn, árbitro de la colonia fílmica y creadora de normas,
aprovechó la ocasión para pontificar acerca de las "manzanas podridas" de
Hollywood: "Si se demuestra que son inmorales, colgadles. No enseñéis sus
películas, suprimidlos; pero no hagáis que paguen justos por pecadores. La fiesta de
Arbuckle ha sido vergonzosa y bestial. Cosas como ésta deben de ser desterradas.
Pero, personalmente, yo, en Hollywood, no he visto nada parecido y, si realmente
existen aquí esas orgías con droga, deben de constituir una infinitesimal excepción".
La Paramount canceló el contrato de Arbuckle, valorado en tres millones de
dólares. Sus películas aún sin estrenar fueron arrinconadas, causando al estudio la
escalofriante pérdida de más de un millón.
Fatty, el bufón, estaba acabado. El "Príncipe de las Ballenas" había sido
certeramente arponeado.
Arbuckle no consiguió actuar de nuevo. Sólo unos escasos amigos, como
Buster Keaton, le permanecieron fieles. Fue Keaton quien le sugirió que cambiara su
nombre por el de "Will B. Good" [que suena "Seré B. Ueno". (N. del T.)]. Fatty adoptó
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Pánico en la Paramount
famosa guionista de la Famous Players, Zelda Crosby, con la que también había
mantenido relaciones íntimas.
Durante la búsqueda en el bungalow de Taylor, los inspectores dieron con un
nuevo y esotérico aspecto de las peculiaridades del occiso. En un hermético
armarito del dormitorio encontraron una colección sin parangón de ropa interior
perteneciente a diversas chicas de Hollywood, cuyas braguitas de encaje primoroso,
se hallaban clasificadas cada una con sus correspondientes iniciales y una fecha.
(Estaba más que demostrado que el viejo zorro se había propuesto retener un
encantador souvenir de cada encuentro sentimental.) Cuando un camisón de seda
rosa pálido, bordado y con las iniciales M.M.M., salió a relucir, la imagen dulce y
virginal de su propietaria, Mary Miles Minter quedó hecha trizas y su carrera
masacrada. (Retirada, muy a su pesar, M.M.M. buscó consuelo en los placeres
gastronómicos y, claro, ganó peso con gran celeridad.) Los Tambores del destino
fue su última película.
Como si todo ello no bastase, hubo un nuevo tema, el de la droga, para añadir
más miel sobre las hojuelas. Los sabuesos de profesión, alias reporteros,
descubrieron que el sorprendente Taylor había sido visto más de una vez en ciertos
sitios de alterne de Los Ángeles y Hollywood, covachas donde hombres afeminados
y mujeres masculinizadas, ataviados con pintorescos kimonos y sentados en círculo,
eran obsequiados con marihuana, morfina y opio junto con el té de las cinco.
Implicada en el aspecto narcótico del caso Taylor, a Mabel Normand le llegó el
turno de hacer mutis por el foro de su carrera cinematográfica. Suzanna, el film que
acababa de rodar para Sennett, hubo de ser retirado de los cines tras soportar el
inevitable boicot.
El epitafio a su labor lo puso la revista "Good Housekeeping", al sugerir que
Mabel ya estaba demasiado "adulterada" para el consumo familiar. La deliciosa
comediante de tantas farsas Keystone ya no significaba nada para su antigua legión
de admiradores.
Pese a que tanto Mabel Normand como Mary Miles Minter fueron los
principales chivos expiatorios del caso Taylor, todo Hollywood se sintió alcanzado
por el eco. Se desparramaron lamentos por todo el país ante esta nueva prueba de
la depravación de Cinelandia. 1922 fue un año muy duro para el celuloide.
Avalanchas de prensa adversa continuaron vertiéndose; fueron formuladas
incontables denuncias desde los púlpitos. Lo que temían los magnates no era
precisamente la ira divina, sino la disminución de las ventas en las taquillas. El
espectro de un boicot colectivo a cargo de clubs femeninos, organizaciones
clericales y comités anti-vicio, se cernía amenazante. Ante este ataque frontal del
puritanismo profesional clamando por una limpieza, algo había que hacer para
mejorar la imagen de las películas. Y deprisa.
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La fiebre de Hays
propagar a los cuatro vientos lo que a partir de ese instante sería el new look, la
nueva imagen de Hollywood. (Elinor Glyn predijo cínicamente: "Sólo cambiará en
aquello que les dé más dinero, ya veréis".)
Los guardaespaldas de la moral en el cine comenzaron a proferir una sarta de
tonterías: "El poder del cine respecto a la moral y educación no tiene límite; por
tanto, su integridad debe ser protegida como hacemos con la de nuestros hijos en
los colegios; su calidad, desarrollada como la de nuestras instituciones escolares...
Por encima de todo existe nuestro deber de cara a la juventud. Hemos de tener
presente esa sagrada materia, la mente de un niño, un campo limpio y virginal, una
pizarra en blanco. Nuestra postura tiene que ser de idéntica responsabilidad, el
mismo cuidado que adoptaría el mejor de los sacerdotes, el más inspirado educador
de la juventud". A medida que Hays iba recitando, los Padres Fundadores de
Cinelandia le apoyaban con gestos, mostrando su asentimiento ante las cámaras. La
política ya había enseñado a Hays todo lo que necesitaba saber acerca de la
hipocresía.
La oficina Hays publicó su primer "manifiesto": las películas iban a ser
purificadas. La inmoralidad en la pantalla sería tijereteada: abajo la grosería, la ropa
interior, los besos lujuriosos, no más carnalidad; hacha para los que se atrevieran a
infringir estas normas fuera de la pantalla. La gente de cine tendría que obligarse a
observar una Cuaresma perpetua. Serían incluidas cláusulas moralistas en todos los
contratos, a fin de mantener incólume a la "Gente Dorada"; los astros se convertirían
poco menos que en curas y las estrellas en monjas. Los desobedientes serían
castigados severamente.
La "fiebre" Hays inundó las administraciones. Pero los jefes supremos no se
hacían demasiadas ilusiones de que dichas cláusulas morales fueran a alterar la
forma de vida de la colonia. Iniciaron investigaciones secretas sobre todo bicho
viviente y lanzaron sobre Hollywood una horda de detectives. Estos se valieron de
los mismos trucos de siempre, desde los sirvientes bajo soborno, hasta las escuchas
telefónicas, sin olvidar a los especialistas en espiar a través de ventanas abiertas.
Cuando las medidas dieron fruto, las oficinas centrales se estremecieron. Aquello era
peor, mucho peor de lo que se habían imaginado. Bajo la aprobación del Zar Hays,
se recopiló un Libro Negro en el que se hallaban incluidos un total de ciento
diecisiete nombres de Hollywood considerados "no recomendables" a causa de sus
ya no muy privadas costumbres.
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El encantador Wally
resto del año 1922 lo pasó dentro de una celda aislada en aquel sanatorio privado.
La súbita privación de su diaria dosis de morfina y el choque inesperado del
internamiento sólo lograron desquiciarlo. Wally se vio obsesionado por la idea de
haber sido arrollado por un tren. No se equivocaba.
La Paramount lo había especializado en una serie de películas sobre el mundo
del motor: The Roaring Road, What's your hurry?, Double Speed —que poco tenían
de recomendables, salvo la personalidad del astro situado tras el volante. Las había
rodado una tras otra sin interrupción, y pronto el cansancio dejó sentir su huella.
En 1920, cuando interpretaba Forever, a propuesta de un suave y caballeresco
compañero del equipo de Sennett, Wally probó su primera dosis de morfina para
combatir el cansancio y renovar las energías. Cuando la película se hallaba enlatada,
Wally ya se había enviciado. En su crepúsculo, cuando filmaba Clarence, tuvieron
que sostenerlo ante las cámaras para poder terminar el rodaje.
Wally falleció en su solitaria celda el 18 de enero de 1923. Tenía treinta años.
Entre la colonia circuló el rumor de que lo habían puesto "a dormir".
Tras la muerte, su esposa Florence se apresuró a convocar una rueda de
prensa. Anunció que tenía la intención de vengar la pérdida de su marido. Ella había
denunciado a la policía a los amigos de Wally, quienes —éstas fueron sus palabras
— "lo condujeron a una vida en la que se mezclaban la bebida, la droga y la
corrupción". Se denominaban a sí mismos "los golfos de Hollywood", pero Florence
prefería referirse a ellos como "bohemios". Wally se reunía con sus amigos bohemios
para beber, y pronto el hogar acabó convirtiéndose en una fonda. Llegaban en
manadas a cualquier hora, por intempestiva que fuese. Se quedaban y tomaban
copas. Era una fiesta detrás de otra, y de mal en peor. A esas alturas, Wally ya
estaba minado. Y, para colmo, lo que faltaba: morfina.
Florence aprovechó la conferencia de prensa para dar la primicia de que su
próximo film sería Naufragio humano, con un contenido argumental denunciatorio
del tráfico de drogas. Interpretaría esa película para "poner en guardia a la juventud
de la nación", y al mismo tiempo la dedicaría a la memoria de Wally. No mencionó
para nada que para tan pulcro producto había contado con el apoyo de Will Hays.
Finalizó su rueda con un comentario sobre su querido esposo: "Wally ya estaba
curado de su adicción, pero se había debilitado terriblemente. Sólo un retorno a la
droga, bajo control médico, naturalmente, habría podido salvarlo. Pero él se opuso".
En la subsiguiente campaña nacional de publicidad para alertar al público
sobre los peligros de la drogadicción y promocionar de paso Naufragio humano,
Florence figuró en los créditos del reparto como "Sra. de Wallace Reid".
Mary Pickford fue quien proporcionó a Wally su epitafio profesional: "Su
muerte es una gran tragedia. Porque yo sé que, de haber vivido, hubiera hecho lo
imposible por reparar todas sus faltas".
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Baños de champagne
En 1923 Will Hays lanzó un comunicado augurando días más claros para
Hollywood: "Estamos allanando el camino para mejorar las cosas en el mundo del
cine... pronto existirá un Hollywood modelo... Abrigo la fe de que los desafortunados
incidentes recientes pronto serán sólo un recuerdo...".
Estos piadosos pronunciamientos no disminuyeron el tono de las campañas
publicitarias de los exhibidores: películas como De mujer a mujer, Hombres y La
ventana de la alcoba, alardeaban de ofrecer un vistazo a "bellas jazz babies, baños
de champagne, banquetes de medianoche, fiestas hasta altas horas de la
madrugada", así como "escotes reveladores... besos castos... besos pasionales...
vírgenes en busca del placer, madres ávidas de sensaciones... La
Verdad audaz, desnuda, excitante". Cuarenta millones de norteamericanos
rendían semanalmente tributo en las taquillas a lemas como "Toda la aventura, todo
el romance, todas las sensaciones de las que Vd. carece en su rutinaria existencia, las
encontrará en las películas. Ellas le transportarán a un nuevo mundo maravilloso,
lejos de la cotidiana jaula en la que Vd. se encuentra. Aunque sólo sea por una tarde
o una velada ¡evádase!". Las muchedumbres de los años veinte estaban totalmente
de acuerdo, pese a que, al final de cada film, Hays plantara su mensaje moralizador.
Los Mandamientos del Zar fueron recibidos con desánimo por quienes creían
de buena fe en el cine como arte. Para éstos, el advenimiento del hombre de las
grandes tijeras y el cinturón bíblico era una verdadera catástrofe para el Séptimo
Arte. "Argumentos que se limitan a mostrar honestamente la realidad de la vida
están siendo barridos de las pantallas", señalaron con amargura, "mientras la escoria
es bendecida a cambio de que el final tenga una moraleja y el llamado sex-appeal
sufra una hipócrita reprimenda". (Se referían, claro, al chaquetero de Cecil B. De
Mille.)
La preocupación de Hays por la mente del niño, esa "pizarra en blanco", se
traducía en que el contenido de lo visible en pantalla se adaptara al nivel de una
criatura de diez años. Un anónimo descontento de Hollywood confeccionó un
chistoso foto-montaje en que se mostraba a Hays retozando como un bebé feliz
con su castillo de arena; circuló muchísimo en las fiestas, a las que él no asistía.
Aunque el comportamiento en público se suavizó en cierto modo, los parties
en la colonia cinematográfica continuaban siendo tan alborotadores como siempre.
Las suites en los hoteles se habían desechado de mutuo acuerdo, por
considerárselos poco adecuados para las fuerzas de altos vuelos. La "Gente Dorada"
poseía fastuosas villas hispanomoriscas para sus expansiones privadas y se cuidaba
bien de correr sus brocadas cortinas y plantar guardas en las puertas de hierro
forjado para eludir a los reporteros o a posibles espías de sus Estudios. Tras estas
medidas de seguridad, los "dioses" ya podían soltarse el pelo.
Rumores de la vida disoluta de Hollywood, a espaldas de Hays, se filtraban en
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Heroínas heroinómanas
Mack Sennett" por antonomasia arrastrada a las drogas junto con el elenco
Keystone. El Conde la había abordado en la mañana tempranera de un lunes
cuando ella se hallaba aún bajo los efectos de un fin de semana etílico. Usó su
habitual carta de presentación: "Encanto, ¿te sientes mal? Yo puedo quitarte la
resaquilla". La primera dosis, faltaría más, era gratuita. La caída era de cajón.
Bien pronto, Juanita pagaba setenta y cinco pavos por una onza de lo que
fuese. Años más tarde recordaba en Los Ángeles el encuentro con su camello: "Un
mercachifle, el mismo tipejo de aquel infausto día, en el mismo lugar, y el que me
había vendido el primer 'ramillete' de heroína. A partir de entonces fui una de sus
mejores dientas. El era un actor bastante conocido, aunque no una estrella. Tomé
una dosis allí mismo. Los médicos, el hospital y los peligros a los que me exponía me
traían sin cuidado. Lo único que contaba era la heroína. Compré un buen repuesto".
Así pudo el Conde añadir una nueva luminaria al "Callejón de los Sabores".
Mientras Barbara La Marr y Alma Rubens habían conseguido de alguna forma
evadir la lista negra del Libro de los Malditos, que precedió a la muerte de Wallace
Reid, Juanita Hansen no fue tan afortunada. Su nombre fue encontrado en una carta
de cierto médico de Oakland, a quien ella había dirigido sus súplicas en busca de
tratamiento. Acto seguido, tras la muerte de Reid, Juanita fue arrestada retenida en
prisión durante un período de setenta y dos horas, a fin de determinar si era o no
adicta. No lo era entonces, pero los titulares en primera plana acabaron con su
carrera. Juanita, la intrépida Reina de los Seriales y estrella de La ciudad perdida,
emprendió el camino hacia el olvido. Su "retorno" no fue en el lienzo de plata, sino
dentro de la muy digna y responsable Fundación Juanita Hansen, cuya principal
labor era azuzar a los médicos para que declararan la guerra a la adicción "de la
misma forma que la cruzada contra la sífilis".
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"¡Ay, las juergas que nos corríamos!", recordaría, más adelante la Swanson. "En
aquellos tiempos, el público deseaba que viviésemos como reyes y reinas. Y así lo
hacíamos. ¿Por qué no? Estábamos enamorados de la Vida. Ganábamos más dinero
del que jamás hubiésemos soñado, y no había el menor motivo para pensar que
aquello pudiese tener fin."
Mientras sus adversarios la denostaban, la pandilla "in" de Hollywood se
agitaba en una atmósfera de lujo vertiginoso: oníricos castillos hispano-moriscos,
Valentino, edificado en lo alto de una colina, con sus suelos de mármol negro y el
dormitorio de igual color; la casa de Marion Davies en la playa de Santa Mónica, con
cien habitaciones, salón dorado, dos bares, pinturas de viejos maestros, su salita de
proyección y la amplia piscina a la que se accedía por un puente de mármol; el baño
romano en el living de Pola Negri, y la enorme tina empotrada de Barbara La Marr,
con sus grifos de oro, en el cuarto de aseo, todo él en ónix; Greenacres, de Harold
Lloyd, una fortaleza de cuarenta y una habitaciones, con fuentes que podían rivalizar
con las de Tivoli; el baño de oro macizo de Gloria Swanson en un marco de mármol
negro; el comedor de Tom Mix con su fuente reflejando los colores del arco iris; "La
Tentadora", goleta de John Gilbert, "El Vampiro", su motora, "La Harpía", su bote de
vela, "La Bruja", su chalupa, los sirvientes polacos y una orquesta particular de
balalaikas; el rincón chino de Clara Bow y los pomos de oro puro en las puertas de
Charles Ray.
Si el McFarlan de color azul de Wally Reid jamás volvió a cruzar el Sunset,
había suficientes cacharros capaces de reemplazarlo: el rojo convertible Kissel de
Clara Bow, con su pareja de perritos chow haciendo juego; el Voisin de Valentino,
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con el relato de su vida de "buscadora de oro". El hizo buen uso de estas anécdotas,
y algunos incidentes de la temprana carrera de la Hopkins-Joyce le aportaron la
necesaria inspiración para su film Una mujer de París.
Las "mujercitas" en la carrera hollywoodense de Charlie establecieron su
reputación como "gallo de corral". La primera ninfa fue la rubia y menuda Mildred
Harris, que sólo contaba catorce años cuando encontró a Charlie en una inocente
fiesta playera en Santa Mónica. Cuando Chaplin la pidió en matrimonio, ella tenía
solamente dieciséis años. Charlie había sido debidamente informado de su estado
de embarazo, y el casamiento parecía ser la forma más deportiva de encarar la cosa.
Sólo habían transcurrido cuarenta y ocho horas tras la ceremonia, cuando el
jefazo de un Estudio recién surgido, un ex-chatarrero llamado Louis Mayer, ofreció a
Mildred un contrato. Ella lo firmó. Mildred poseía un rostro agradable, pero no era
actriz. Sin embargo a Mayer le pareció rentable lanzarla como "señora de Charlie
Chaplin".
Este contrato disgustó a Chaplin, que no había sido consultado. Mayer anunció
a bombo y platillo que el primer vehículo estelar para Mrs. Chaplin (Mildred Harris)
sería una saga sobre incompatibilidades domésticas titulada El sexo débil.
Como pareja artística, Charlie, de veintinueve años, y Mildred, de dieciséis, no
funcionaron demasiado bien.
Chaplin le confió a Fairbanks que su jovencísima esposa no era precisamente
un peso pesado mental. Una ráfaga de tragedia se filtró cuando Mildred escapó de
la muerte por pelos al dar a luz; el bebé, un niño, resultó un ente deforme que sólo
sobrevivió tres días. Fue enterrado en el Hollywood Memorial Park bajo una losa en
la que se leía "El Ratoncito" y sobre cuyo dibujo el especialista había fijado una
encantadora sonrisa. La criatura no había sonreído jamás.
Al lanzar Mayer una campaña de publicidad basada en la "famosa esposa del
comediante", el matrimonio Charlie-Mildred hizo aguas y comenzaron a
recriminarse mutuamente (ella le acusaba de crueldad, él alegaba infidelidad) en
todos los titulares de la nación. Chaplin era lo bastante discreto como para atraer la
atención sobre sus fugas del lecho conyugal —a menudo solía pasar la noche en
compañía de Nazimova, la "Mujer de los Mil Caprichos" de la Metro. Charlie estaba
indignado con la desaprensiva explotación de su nombre para promocionar las
películas de Mildred, la segunda de las cuales no era más que una barata imitación
de Mary Pickford titulada Polly, la del País de las Tormentas. Dado el carácter y el
temperamento de Charlie, era evidente que la chispa no tardaría en saltar. El 8 de
abril de 1920 tuvo lugar un encuentro fortuito en el atestado comedor del
concurrido Hotel Alexandria. Sentados en mesas diferentes pero una en frente de la
otra, Chaplin acusó a Mayer de envalentonar a Mildred respecto de los preliminares
del divorcio. Cuando Mayer se levantó para dirigirse majestuosamente hacia el
vestíbulo, Chaplin le siguió. Mayer se volvió y le gritó "¡Pervertido asqueroso!".
Chaplin le retó a que se despojase de sus gafas, a lo que Mayer respondió
quitándoselas con su mano izquierda y noqueando a Charlie con la derecha. Un
atento Jack Pickford levantó a Charlie del macetón con palmera en donde había
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Lo: Lita
abrirse paso a través de la nube de reporteros, Chaplin estaba lívido. Desviando las
preguntas impertinentes con su mejor sonrisa, alcanzó su limusina e inició la huida
dejando a los perros de presa mordiendo el polvo. Mientras el novio y su ninfa
atravesaban la frontera, un escritor de la plantilla de Hearst, telefoneaba su exclusiva
sobre la cacería de la boda a través de las llanuras.
A su regreso a Los Ángeles, se pudo escuchar a Chaplin, que se había sumado
a un grupo de amigos presentes en el tren donde pasaba su luna de miel, hacer
este comentario: "Bien, muchachos, esto es mejor que estar en la cárcel, pero no
durará".
Cuando los titulares en primera página sobre Charlie y su niña-novia se
esparcieron por toda la nación, Lita Grey, que llevaba alas en su corta intervención
en El Chico y había rodado miles de metros inservibles a La quimera del oro, era ya
tan conocida como cualquier estrella de Hollywood. Pero, a partir de su encinto
matrimonio, hubo de "retirarse de la pantalla".
El alejamiento iba a brindarles, a Lita y al resto del clan de los McMurray,
ciertas compensaciones. Nana trabajaba en la sombra para asegurarse de que la
carrera cinematográfica a la que su pequeña había renunciado fuera reemplazada
por algo más sólido. Ella y tío Ed calculaban que Chaplin poseía bienes por valor de
dieciséis millones de dólares.
A su regreso a la mansión de cuarenta habitaciones en Beverly Hills, los recién
casados fueron escoltados hasta el porche por Nana. Y como si encarnara una
pesadilla, la suegra, señora McMurray, invitándose a sí misma, se instaló
cómodamente en la casa... durante dos atormentadores años (la mamá política
esgrimió como pretexto que Lita era una "criatura" incapaz de lidiar con todas las
facetas de un hogar).
Los periódicos dieron cuenta del nacimiento de un niño, Charles Spencer
Chaplin hijo, el 28 de junio de 1925, siete meses después del casamiento. Un
segundo vástago, Sydney Earle Chaplin, vio la luz por primera vez el 30 de marzo de
1926, justo nueve meses y dos días más tarde. Para entonces, Chaplin ya no era
dueño de su hogar. El clan McMurray, de Beverly Hills, había tomado posesión de la
casa y el denominador común eran unas enormes y alborotadoras fiestas (con
bebidas). En la noche del 1 de diciembre de 1926, Charlie que regresaba al hogar
tras un difícil día de rodaje de El circo, se encontró con que otra carpa, pero de
borrachos, se había adueñado de su refugio. Tuvo lugar la inevitable explosión y,
tras un intercambio de palabras airadas, Lita empacó a sus nenes y se marchó
seguida por el clan McMurray y su escolta de invitados ebrios.
Para cuando Lita hizo la petición de divorcio el 10 de enero de 1927, el
diabólico plan urdido por la madre y la hija para sacar tajada de Chaplin y de su
dinero se había debilitado y era demasiado tarde. El dúo dinámico renunció a los
derechos sobre su presa por un precio: un millón limpio.
Durante los dos años de matrimonio infernal, la pequeña Lolita se había
metarfoseado en una feroz Jantipa, siempre bajo la dirección de Nana. Cada
movimiento de Chaplin en la casa, cada salida y entrada que oliese a pecadillo, cada
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 35
El mismo mes del desastroso casamiento de Chaplin con Lita Grey, Hollywood
se vio amenazado por otro leve desastre. También éste involucraba íntimamente al
bueno de Charles, si bien acompañado de un nutrido reparto estelar. El nuevo caso
hubiese triplicado la tirada de cualquier periódico, pero sólo una línea dio cuenta de
él: DISPARAN CONTRA PRODUCTOR DE CINE EN EL YATE DE HEARST. El artículo,
aparecido en el "Times" de Los Ángeles, fue eliminado en tiradas posteriores. Se
estaba produciendo un gigantesco enjuague.
William Randolph Hearst, lúgubre Señor de la Prensa, estaba entre bambalinas.
Era tan temido, que ni siquiera sus competidores se atrevían a enfrentarse
abiertamente con el formidable W. R. Pese a que su asociación con Marion Davies
era notoria, jamás sus nombres aparecían reunidos públicamente en los periódicos.
La fortuna de Hearst, de cuatrocientos millones de dólares, era como una mina de
plata que él manejaba a nivel de coloso. La Prensa había oído rumores acerca de
algunos periodistas que habían sido marginados de cualquier posible empleo
después de haberle disgustado. Aunque comentarios de su liaison habían aparecido
frecuentemente en la prensa amarilla, en esta ocasión se decidió hacer la vista
gorda.
Hearst había fundado la Cosmopolitan Productions, para mayor gloria de
Marion Davies, en un supremo alarde de egolatría. Su cadena de diarios y revistas la
proclamaban incesantemente como el mayor milagro surgido en el mundo del cine;
un inmenso mausoleo georgiano había sido erigido por la varita mágica de Willie en
la playa de Santa Mónica para albergar a su atractiva querida. Los parties de Marion
en su casa de la playa eran los más extravagantes que la colonia fílmica jamás
hubiera presenciado; la Gente Dorada se deshacía ante la oportunidad de tener
acceso a los Hearst y concedía a Marion una excelente puntuación como anfitriona,
aunque, en privado, nada más volver ella la espalda, se mofaran de sus intentos
histriónicos en la pantalla.
Para renovar la diversión, Hearst había hecho traer desde el Canal de Panamá
al Oneida, su yate de 60 m (palacio flotante que había pertenecido al Kaiser), y lo
mantenía anclado en San Pedro. Las invitaciones para las fiestas íntimas a bordo del
barco eran todavía más codiciadas que las de la casa de la playa.
La crema de Hollywood recibió la invitación de Hearst para participar en una
travesía del Oneida a partir del 15 de noviembre de 1924, incluida una excursión a
San Diego. El pretexto era la celebración del cuarenta y tres cumpleaños de Thomas
H. Ince, pionero realizador-productor y padre del western. Hearst se encontraba a
mitad de las negociaciones con Ince para utilizar su Estudio en Culver City como
base de los futuros proyectos de la Cosmopolitan.
Entre la quincena de elegidos figuraban algunos amigos de Ince, como su
administrador y consejero George H. Thomas y su amante, la actriz Margaret
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 39
Livingstone (su esposa Nell no estaba invitada, por supuesto). Otros huéspedes eran
la autora inglesa Elinor Glyn; las actrices Aileen Pringle, Seena Owen y Julanna
Johnston; el doctor Daniel Carson Goodman, jefe de ejecutivos de la Cosmopolitan;
Joseph Willicombe, secretario de Hearst; el editor Frank Barham y su esposa; Ethel,
Reine y Pepi, respectivamente hermanas y sobrina de Marion.
Marion Davies fue recogida en el plató de Zander the Great por otros dos
invitados, Charlie Chaplin y una periodista de Nueva York, especializada en cine,
Louella O. Parsons, por primera vez de visita en Hollywood. Los tres juntos hicieron
el viaje por carretera hasta San Pedro.
El Oneida se hizo a la mar con su cargamento de celebridades, una banda de
jazz, una buena provisión de champagne de inmejorable y rancia cosecha, y Marion
(de veintisiete años) y su Papaíto (de sesenta y dos) como anfitriones. El patrón,
Hearst, señaló una ruta hacia el Sur, dejando atrás Catalina y navegando hacia San
Diego y Baja.
Tom Ince perdió el barco. Obligado a presidir el estreno de su última
producción, The Mirage, resolvió tomar el último tren a San Diego, donde subiría a
bordo del Oneida cuando éste atracara.
Se cuenta que el festejo de cumpleaños en cubierta fue divertidísimo... hasta
cierto punto. Más allá de ese punto, el Oneida se hizo a la mar hacia un banco de
niebla de confusas historias.
La versión oficial, emitida por la Casa Hearst, no podía ser más sencilla: el
infortunado Tom Ince, indigestado merced a la generosa y "hearstiana" hospitalidad,
había fallecido en el transcurso de su "escorpionesca" fiesta de cumpleaños.
La primera reseña aparecida en las publicaciones de la Cadena Hearst era una
engañifa sin ton ni son.
volverse blanco como un fantasma, lo único que tienes que hacer es mentarle el
nombre de Ince. Hay ahí mucha basura, pero Hearst está demasiado alto para
atreverse siquiera a rozarla".
En los medios cercanos a Hearst se daba ya por descontando que, si a sus
oídos llegaba algún rumor que ligara su nombre con el de Ince, era segurísimo que
el responsable quedaría definitivamente excluido de las futuras fiestas en la casa de
la playa de Santa Mónica o el castillo de San Simeón.
Y así, el affaire Ince, aún hoy, permanece oculto en el misterio y sujeto a toda
clase de especulaciones.
Una perversa postdata concerniente a Ince salió a relucir cuando, a raíz de su
fallecimiento, su viuda puso la casa en venta. Se llamaba Días Dorados y era una
enorme mansión situada en Benedict Canyon y diseñada por él mismo, un lugar en
el que la crema se reunía para disfrutar de alegres fines de semana. Pero los
privilegiados desconocían una travesura: debajo de las habitaciones de los
huéspedes, existía una galería secreta en la que se hallaban, estratégicamente
distribuidos, disimulados agujeros a través de los cuales se contemplaba una
magnífica panorámica de cada lecho. De esta manera, algunas de las más
celebérrimas parejas de Hollywood habían devuelto, sin saberlo, la generosa
hospitalidad de su anfitrión con graciosas demostraciones de sus técnicas de
boudoir. Sólo el travieso mirón Tom Ince poseía la llave de la escondida senda.
Discretamente, Hearst proveyó a Nell, la viuda de Ince, con un usufructo en
vida. La Depresión se lo engulló, y Nell acabó sus días como conductora de taxis. ¿Y
Hearst? Todo el montaje quedó reducido a un chiste sardónico. En el ambiente, el
Oneida llegó a ser conocido como "el coche fúnebre de William Randolph" (William
Randolph's Hearse).
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 43
Rudy ataca
»Pero somos testigos de que nuestra historia de los polvos color de rosa
excede con mucho a la suya.
»Si el Macho de las especies permite que ocurran estas cosas es que ha
llegado el momento para un matriarcado. Mejor será estar regidos por mujeres
masculinizadas que por hombres afeminados. Hemos llegado a creer que el hombre
empezó a 'desmaculinizarse' el día en que cambió la navaja por la maquinilla de
afeitar. Y no vamos a sorprendernos cuando escuchemos que la maquinilla cede
ante los depilatorios.
»Lo que me tiene intrigado es a quién debemos culpar. ¿Es esta degeneración
una reacción consanguínea con el pacifismo, en contra de las realidades y virilidades
de la guerra?¿Están relacionados de alguna forma el color rosado de los polvos y el
de los lavabos?
»¿Cómo se pueden conciliar los cosméticos masculinos, pantalones a lo árabe
y esclavinas, con un total desprecio por las leyes, estableciendo un paralelismo entre
una metrópolis del siglo veinte y otra de hace medio siglo?
»¿Es que a las mujeres les puede gustar este tipo de 'hombre' que en un
lavabo público aplica polvos rosados a su rostro ose arregla el cabello en un
ascensor, en medio de todo el mundo? En el fondo de su corazón ¿se consideran
estas mujeres parte de la era wilsoniana de 'Yo no crié a mi hijo para soldado'? ¿Qué
ha sucedido con la añeja tradición del hombre de las cavernas?
»Extraño fenómeno sociológico éste que va tomando cuerpo no sólo aquí, en
Norteamérica, sino asimismo en Europa. Puede que Chicago tenga sus borlas de
polvos, pero Londres tiene sus bailarines y París sus gigolós. Abajo el Decatur, arriba
Elynor Glyn. Hollywood se constituye en Escuela Nacional de la Masculinidad. Rudy,
el bello hijito de un jardinero, es el prototipo del macho norteamericano.
»Campanas del infierno. Dulzura inefable."
A Rudy no le hizo la menor gracia cargar con las culpas a causa de los
amaneramientos de un ramillete de mariquitas de Clark Street y, lleno de ira, desafió
al verdugo del "Tribune" retándolo a duelo o, si lo prefería, a un combate de boxeo.
Este y otros ataques por el estilo tenían su origen en la bien conocida inclinación de
Valentino por la extravagancia sartorial, su famoso brazalete de esclavo sin el cual
jamás se mostraba públicamente, sus joyas de oro, su preferencia por los perfumes
fuertes, los abrigos ribeteados con chinchilla y su pronunciada coquetería italiana.
Más adelante, su virilidad sería puesta en tela de juicio al saberse que sus
mujeres eran ambas lesbianas.
Cuando Natacha Rambova, la segunda esposa de Valentino (cuya pulsera de
esclava llevaba Rudy), se separó de él en 1926, salió a la luz que el matrimonio
jamás se había consumado.
Un cargo similar había formulado en 1922 su primera esposa, Jean Acker,
quien le había acusado de negligencia y rechazo en el aspecto sexual.
Rudy había contraído nupcias con su segunda lesbiana antes de que su
decreto de divorcio de la primera se hiciese definitivo. Esta equivocación dio pie a su
arresto por bigamia.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 45
Por desgracia,
a veces,
encuentro
una exquisita
amargura
en
tu beso.
Cualesquiera que hubiesen sido los acuerdos privados entre él y sus varoniles
esposas, los públicos enigmas sobre su virilidad le causaron tanta amargura que,
incluso cuando se hallaba expirando, luchando estoicamente en medio de terribles
dolores, preguntaba a los médicos: "Pero ¿de veras tengo pinta de marica?"
Cuando se propagó la noticia de la muerte de Valentino, dos mujeres
intentaron suicidarse frente al Policlínico; en Londres, una chica ingirió veneno asida
al autógrafo de Rudy; un ascensorista del Ritz en París fue hallado muerto en su
cama, cubierto de fotos de Valentino.
Mientras el ídolo yacía inerte en la funeraria, las calles de Nueva York se
convirtieron en el escenario de un macabro carnaval: una muchedumbre de más de
cien mil personas luchaba para poder echar una última mirada al "supremo amante".
El cadáver se hallaba custodiado por una falsa guardia de Camisas Negras fascistas,
quienes flanqueaban una corona de flores en cuya banda podía leerse "De Benito"
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 46
El cochino teutón
Titulares de Hollywood
bien por dónde iban los tiros. La gran masa de público podía estarle también
agradecida por informarle quien en Hollywood estaba considerado como IN y quién
como OUT —ese temible estado de Ostracismo que ella sabía resaltar muy bien con
la simple exclusión de una persona de su columna, o bien con una avalancha de
comentarios poco piadosos y Lollyparsonescos— en caso de que dicha persona,
según su cruel criterio o el deseo de Papá William (Randolph Hearst) fuese
condenada a sufrir en carne propia el látigo vengador.
Mientras la inexorable L. O. P. y su legión de imitadores baratos abastecían a
toda la nación de noticias impresas, los restantes representantes de la Prensa
echaban más carne al asador: porque, por ejemplo, para el "GraphiC" y Compañía
no existía un lugar más malvado que Hollywood-Babilonia renacida, con Santa
Mónica-Sodoma y Glendale-Gomorra como suburbios. Los charlatanes definían
lúbricamente a las Estrellas como sirenas desprovistas de alma que deambulaban
por lascivas orgías del brazo de caballeros de etiqueta y belleza turbadora, en un
mundo perfumado y materialista, flanqueado por los Espectros de la Bebida, la
Droga y el Desenfreno, la Locura, el Suicidio y el Crimen. Mientras tanto, se
insinuaba que en esos suburbios de Sodoma y Gomorra, en ese Pantano de
Espliego, las formas de pecar eran bastante peculiares que la fornicación o el
adulterio. Los consumidores obtenían más alimento a cambio de sus tres centavos.
Era cierto que, desde el momento en que Hollywood se erigió como la Meca
de la Cinematografía, sobre ella había caído toda clase de elementos sospechosos,
como una plaga de polillas en busca de luz. Gangsters de poca monta,
contrabandistas, apostadores, tramposos, chantajistas, vagabundos, pequeños y
grandes extorsionistas, todo tipo de pervertidos sexuales, especuladores, cultistas
"tocados", astrólogos del dólar, falsos mediums y evangelizadores, curanderos de
pacotilla, echadores de cartas y parásitos psicoanalistas, todos los cuales
revoloteaban alrededor del círculo de los elegidos.
Millares de estúpidos jóvenes embobados con el cine eran atraídos a
Hollywood por las vanas promesas de falsas escuelas promocionales— la Quimera
del Oro para los incautos, de la que no se obtenía metal alguno, sino amargas
impurezas. Multitud de caras bonitas, despojados de Sus sueños y con los bolsillos
vacíos, se vieron arrastrados a la prostitución.
Estos flamantes reclutas, que hacían la carrera en Hollywood, se hacían llamar
"extras cinematográficas" para eludir las leyes californianas sobre vagos y maleantes.
Si eran cazados por la Brigada Antivicio o arrestados en hoteles de poca monta,
todos los diarios de la nación reseñaban el incidente: BELLÍSIMA ESTRELLA DE CINE
SORPRENDIDA EN UN LUGAR DE DUDOSA FAMA. Los avispados reporteros
describían a continuación a una morena de buen ver, a una llamativa rubia o a una
apabullante pelirroja. Sus nombres eran suprimidos para dejar paso a la imaginación
del lector, quien no podía sustraerse a pensar en una cetrina Dolores del Río, una
oxigenada Alice White o en la más incandescente pelirroja de Hollywood: Clara Bow.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 52
Hay que puntualizar que Clara, conocida desde 1926 en el cine como la "más
ardiente hija del jazz", pronto se hizo acreedora de sus propios titulares en todo el
país.
Los periódicos clamaban: EL IDILIO DE CLARA, UN UNGÜENTO AMOROSO, y
pronto los ávidos lectores supieron que la prolongada "terapia" que la chica
recibiera para sus "nervios e insomnio", de manos del atractivo y aristocrático
médico William Earl Pearson, consistía en la repetida aplicación del "dardo" del
facultativo en el postrado blanco de Clara. El "ungüento amoroso" se inyectaba en
dosis nocturnas, hasta que la esposa del especialista puso a un detective tras la pista
de su marido. El rastro se perdía en el pabellón chino de la finca de Clara en Beverly
Hills.
A Clara se le acentuó el insomnio al aparecer como "la otra" en la solicitud de
divorcio donde la señora Pearson demandaba a la Bow por "apropiación indebida
de cariño". Los titulares supieron exprimir bien el jugo del escándalo protagonizado
por la "ardiente hija del jazz" hollywoodense, y Clara fue despojada de treinta mil
dólares por la despechada esposa del "buen Doc".
Clara volvió a ser noticia de primera plana a causa de sus deudas de juego en
Reno. Pero su escándalo más sonado no estalló hasta 1930.
En dicho año, la fiable secretaria privada de Clara, Daisy DeVoe, una pizpireta
rubia de dos caras, vendió todos los "in" y los "out" de la trepidante vida amorosa
que la Chica del "Eso" desarrollara a lo largo de cuatro frenéticos años, al mayor
postor, el casi pornográfico "GraphiC" de Nueva York. (Clara había puesto de patitas
a la calle a Daisy tras un intento de chantaje y aquélla fue la venganza de la
empleada.)
Pronto los ansiosos lectores del "GraphiC" supieron hasta qué punto llegaba la
devoción de Miss DeVoe por su ama; había llevado la cuenta de todos los caballeros
que visitaran el pabellón chino de Clara. El bondadoso Buda que ocupaba el lugar
de honor no tenía por costumbre hablar, pero Daisy hizo por él. El registro de los
amantes de Clara durante esos cuatro años era lo más parecido a un inventario de
la potencia masculina. Sumándose el agradable doctor Pearson, la lista abarcaba
desde cómicos (Eddie Cantor) hasta malvados (Bela Lugosi) pasando por cowboys
(Rex Bell y el recién llegado Gary Cooper). Y no era todo.
La relación, según la definía "GraphiC", tal vez fuera demasiado extensa; ello
obligó a la pobre Clara a coger el toro por los cuernos. Había sido anfitriona del
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 53
Saturno en Sunset
Dudas drásticas
William Blake lo dijo bien claro: "Si una estrella dudara, de inmediato dejaría de
brillar". Con la llegada de la Gran Depresión, esto es lo que ocurrió en Hollywood. A
paladas.
La tensión fue excesivamente fuerte para muchos de los antiguos grandes. En
lugar de tratar de sobrevivir entre corroídos oropeles, prefirieron escenificar su Gran
Final. Algunos, en dramáticos cuadros guiñolescos, se suicidaron como dioses
autodegollados al pie de sus altares. Fue durante este período cuando por primera
vez salió a relucir el concepto de has been (Has been (ha sido): Se dice de las
grandes estrellas que han caído en el descrédito pero aún son reconocidas
fácilmente por sus antiguos admiradores. (N. de T.)] Una etiqueta difícil de sacudirse
por muy injustamente adjudicada que estuviese.
Algunos afortunados se las arreglaron para emerger indemnes del doble
holocausto crack/Cine Hablado, montando todo un show al proponerse hacer caso
omiso de la amarga realidad. Una de estas afortunadas luminarias fue una hija del
jazz con agallas: Joan Crawford.
En 1932, en medio de las turbulencias de la Gran Depresión, Crawford se sintió
llamada a fortificar la moral de la nación a través de un manifiesto público en las
páginas de "Photoplay", valientemente titulado "¡Hay que gastar!", toda una
declaración de principios sobre los Derechos de una Estrella.
Como respuesta a gruñidos no precisamente insensatos, mientras se alegaba
que las figuras estaban superpagadas, Joan replicó que el deber de una star residía
en mantenerse en el estilo de vida que el público asociaba con su elevado puesto. Y
con férrea determinación se rodeó a sí misma con lo máximo en lujos, pieles de
última moda, deslumbrantes joyas y un renovado guardarropa de fabulosos
modelos. Sería ésta la única manera, y no otra, de hacer que sus fans se sintieran
satisfechos y los dólares continuaran circulando.
Heroicamente, Joan exhortaba a sus admiradores a emularla: "Yo, Joan
Crawford, creo en el Dólar. Todo lo que gano lo gasto".
Para Joan, al menos, era ésta la fe religiosa en el estilo Hollywood; mansiones
espléndidas, coches, una catarata de lujos y, fuera del ámbito de los Estudios, un
torbellino de cocktail-parties, románticos rendez-vous y bien publicitadas salidas
nocturnas.
Ella supo llevar todo esto al extremo. Como el resto, se había asomado al
precipicio y el Olvido la había devuelto a su sitio —Joan sabía muy bien de dónde
procedía y no tenía la menor intención de regresar allí.
El crack había hecho mella en la seguridad desvergonzada de Hollywood. En el
silencio nocturno de sus almas doradas, las estrellas supervivientes —Crawford entre
ellas— sabían que algo ajeno se había infiltrado en su privilegiado entorno: una rata
llamada miedo.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 58
Parecía ser que Bern tenía un "problema" y había tratado de efectuar el coito
por medios artificiales: un contundente pene falso. Mayer se metió la carta en el
bolsillo y, dado que la policía hizo su aparición dos horas y media más tarde, sólo se
decidió a mostrarla cuando Howard Strickling, jefe de publicidad del Estudio le
aconsejó que lo hiciese.
Al día siguiente, Dorothy Millette, una rubia aspirante a starlet que fuera la
primera esposa de Paul Bern, se suicidó arrojándose a las aguas del río Sacramento.
Dos actores, también en el olvido y convertidos en alcohólicos, eligieron
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 60
idéntico camino. John Bowers, caminó desnudo hacia su final entre las olas de la
playa de Malibú; James Murray saltó vestido a las aguas del East River. George Hill,
realizador de The Big House, se voló el cráneo, en 1934, con una escopeta de caza.
En 1935, el suicidio de Lou Tellegen no fue el único: su espantoso hara-kiri con
un par de doradas tijeras tenía su antecedente, diez años atrás, en el de Max Linder.
Esas tijeras de oro macizo con las iniciales de Tellegen grabadas, habían sido muy
usadas durante años en los recortes de prensa que cubrían tanto su carrera
cinematográfica como partenaire favorito de Geraldine Farrar como el posterior
romance y matrimonio de ambos. Totalmente olvidado en 1935, Lou se rodeó de
sus voluminosos álbumes de recortes ya amarillentos, con sus fotos más
favorecedoras y con los posters un tanto andrajosos de sus triunfos, The Long Trail y
The Redeeming Sin. Y, desnudo en el centro del ridículo círculo, se acurrucó al estilo
japonés para destrozar el olvidado ser en que se había convertido con feroces
tijeretazos en el pecho y el estómago. Se le encontró destripado, con el corazón
abierto y los patéticos souvenirs empapados en sangre.
Los recortes de prensa también desempeñaron un papel en el suicidio de la
exquisita Gwili Andre, modelo y fracasada actriz de segunda fila que había
conquistado mucho espacio en las linotipias, pero muy escasos metros de celuloide,
A Gwili Andre la encontraron carbonizada en medio de una pira funeraria prendida
con su inútil publicidad.
Una novedad fue la impuesta por Peg Entwistle, quien escaló las húmedas
laderas del Monte Lee hasta el letrero de Hollywood (constancia de un mal negocio
de Mack Sennett, quien había adquirido los terrenos en los años 30
denominándolos HOLLYWOOD LAND). Peg trepó hasta el final de la letra número
trece (poco antes había conseguido un papelito en un film titulado Trece mujeres
que no le reportó gran cosa). No fue capaz de seguir poniendo buena cara a la
Ciudad del Oropel, y se zambulló hacia la muerte. Otras estrellitas desilusionadas
siguieron a su pionera, y el signo de Hollywood se convirtió en un notorio mojón de
despedida.
Las píldoras de Seconal, se hicieron también populares al llevarse por delante
al encantador Ross Alexander, del elenco de la Warner Bros, en 1937, y también al
realizador Tom Forman en 1938.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 61
Cotillas babilónicos
Dejando aparte esos escándalos que eran pasto fresco para la prensa,
Hollywood nunca careció de otros muy particulares que, entre plano y plano,
contribuían a aliviar el tedio, pero que jamás llegaban a ver la luz en las columnas de
chismorreo.
La inseguridad que trajo consigo la Depresión sacó a relucir lo que de peor
había en los Dioses Malévolos: estrellas que se golpeaban unas a otras, realizadores
que levantaban calumnias sobre sus compañeros, ejecutivos que despreciaban a
todo el que se pusiera a su alcance.
El molino de las insidias trabajaba horas extras en sitios nocturnos como
Trocadero, Cocoanut Grove, Casanova, Cotton Club, Hawaian Paradise, Club Marti,
Bali, Club Esquire, Century Club y Famous Door. Las lenguas de triple filo hacían su
agosto en bares tan concurridos como The Beachcomber, Seven Seas, Tropics,
Bamboo Room, Swing Club y Cine-bar. La chismorrería homosexual femenina giraba
en torno a Mary's, el bar para lesbianas en el Strip, y su polo opuesto en otro, arriba
en la montaña, el Café Gala, lindante con los hogares de Cole Porter y Cecil Beaton.
Reputaciones enteras eran deglutidas junto con la cena en Brown Derby, Cock and
Bull, Avdeef's, La Golondrina, Víctor Hugo, Dave Chasen's, Cinegrill, Biltmore,
Gotham, Musso-Frank's y La Maze, todo Hollywood tenía cabida en esos banquetes
caníbales.
Entre bocado y bocado se aireaban alegre y locamente las públicas imágenes y
vidas privadas de gentes como la famosa pareja romántica formada por Charles
Farrell y Janet Gaynor, en la cual ella era bastante más masculina que él.
Matrimonios como los de Farrell con Virginia Valli o Gaynor con Adrian, el modisto,
eran clasificados como "Tándems crepusculares", bicicletas de dos para encubrir la
homosexualidad.
Las uñas y lenguas se afilaban para encarnizarse en toda faceta íntima que se
saliera de lo corriente, como la vena sádica en Stroheim, Selznick, Victor McLaglen o
Wallace Beery, o las necesidades masoquistas de Jannings, Laughton y la
desquiciada y esplendorosa Mary Nolan, más conocida como "la bella masoquista".
(Mary era la notable ex-Imogene Wilson, una chica de Ziegfeld, cuyos psicodramas
sadomasoquistas con el cómico Frank Tinney habían conseguido escandalizar a
Nueva York. Ahí, como en Hollywood, Mary se las componía para poner de relieve
lo que cada hombre lleva de sádico en sí, con frecuencia hasta poder alcanzar la
Venganza de la Masoquista, como cuando demandó a un productor en quinientos
mil dólares por tratarla a lo bestia con exagerada crudeza.)
Los chismes sobre genitales se cotizaban muy bien; Chaplin y Bogart figuraban
en cabeza de los bien dotados. Un tiempo similar se dedicaba a aquellos cuyas
medidas no correspondían a lo normal. Al aire salían a relucir los nombres de todas
aquellas "Diosas del Amor" cuya devoción a Príapo exigía que sus vaginas fuesen
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 62
La monstruosa Mae
Diario azul
Los años treinta se vieron agraciados por otra luminaria femenina con una
pronunciada inclinación por los hombres, una belleza de cabellos castaño rojizos,
sofisticada y apacible, con una voz gutural y sensual: Mary Astor, una de las grandes
actrices de carácter de la pantalla.
Desde muy jovencita, el mejor amigo y confidente de Mary había sido su
diario. En él lo contaba todo, complaciéndose en reseñar cualquier experiencia
sublime mientras su recuerdo aún persistiera. Así podía revivir el momento y señalar
los puntos cruciales en su paso por la vida. Su diario hollywoodense estaba
encuadernado en azul, con las páginas repletas de magníficos y ultrafemeninos
pasajes que los grafólogos calificaban como admirables y desinhibidos. Su
contenido era tan libre como su propietaria. El volumen que abarcaba el año 1935
cubría sus citas extramaritales con el agudo comediógrafo George S. Kaufman, en
quien ella había encontrado un exquisito poder de comunicación.
El librito azul estaba guardado en un rincón de la cómoda del dormitorio, al
lado de las braguitas de Mary. Cierto día, su esposo, médico, se hallaba a la caza y
captura de unos gemelos extraviados. Cuando el doctor Franklyn Thorpe abrió
distraídamente el volumen encuadernado en piel, su mirada se posó en
determinado comentario en el que se describía con sorprendida admiración: "Es
increíble su potencia, su capacidad para permanecer en situación durante tanto
tiempo. ¡No comprendo cómo puede hacerlo!". La admiración no la provocaba el
doctor Thorpe.
A medida que éste repasaba las páginas pudo saber que el hombre con ese
fantástico poder de resistencia sexual no era otro que el urbano y neoyorquino
Kaufman. Mary lo había conocido en el hotel Algonquin durante unas vacaciones
que la actriz se regalara en 1933 con el pretexto de ir de compras. Lo cual
demostraba que el buenazo del doctor había sido un soberano cornudo durante
dieciséis largos meses. Mary entraba en detalles sobre el primer encuentro con su
futuro amante (quien le había sido presentado por su amiga Miriam Hopkins) en
términos radiantes:
"Su primera inicial es la G. —George Kaufman—, y yo me desplomé nada más
verle como una tonelada de ladrillos. Era un viernes... el sábado me recogió en el
Ambassador y fuimos a almorzar al Casino. ¡Lo pasamos de locura!"
Tras asistir en el teatro Music Box a una de las representaciones del musical de
Kaufman Of thee I sing, Mary y George se recorrieron la ciudad de cabo a rabo
durante las siguientes noches —clubs, fiestas, cenas. A medida que iba leyendo, los
desilusionados ojos del médico apenas podían dar crédito a los records que su
esposa había reseñado de su puño y letra en su itinerario sexual:
"Lunes: nos escabullimos de un party soporífero. Hacía mucho calor, de modo
que tomamos un coche y dimos varias vueltas alrededor del parque, y el parque,
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 68
bueno, era... el parque. Me apretó con fuerza las manos y me dijo que le gustaría
besarme, aunque no lo hizo...
»En la noche del martes, cenamos en el Veintiuno y, mientras llegábamos al
teatro para ver Run Little Chillun, me besó en el trayecto. No creo que ninguno de
los dos recuerde ahora de qué trataba la obra. Durante los dos primeros actos,
jugábamos con nuestras rodillas, en el tercero mi mano no reposaba precisamente
en mi falda... Hacía un montón de años que yo no manoseaba a un hombre en
público, pero es que no pude contenerme... Después tomamos unas copas en algún
lugar y a continuación fuimos a un pisito de la calle 73 donde podíamos estar a
solas y todo fue emocionante y bellísimo. Cuando George se quita y deja a un lado
sus gafas, es un hombre completamente distinto. Sus poderes de recuperación son
asombrosos. Hicimos el amor durante toda la noche... Todo funcionó a las mil
maravillas y comenzaba a amanecer cuando compartíamos nuestro orgasmo
número cuatro...
»Durante el resto del tiempo apenas si vi a nadie. Asistimos a cada show de la
ciudad, nos divertimos mucho juntos y visitamos con frecuencia el apartamento de
la calle 73 donde nos daban las claras del día en un coito tras otro...
»Una madrugada, serían alrededor de las cuatro, tomamos un sandwich en
Reuben; ya empezaba a salir el sol, de modo que recorrimos el parque en un coche
abierto, los pájaros trinaban, y la mañana era fría y húmeda. Fue casi celestial estar
acariciándonos y masturbarnos allí mismo... al aire libre...
»¿Acaso alguna mujer fue más feliz que yo? Tengo más que comprobado que
George está en estado de erección constantemente... Ignoro cómo lo consigue...
pero es perfecto."
Fue entonces cuando el Doctor Thorpe descubrió que el temerario idilio
neoyorquino había continuado ante sus propias narices y en su propia casa.
Kaufman y Moss Hart pasaron unos días en Hollywood en febrero de 1934,
antes de establecer su cuartel general de escritores durante el invierno en Palm
Springs. Una mañana Mary le dijo a Thorpe que tenía que presentarse en la Warner
para unas pruebas de vestuario; en lugar de ello salió disparada hacia el Beverly
Wilshire, donde tuvo ocasión de ver por primera vez en varios días a George: "Me
recibió en pijama y caímos uno en brazos del otro. Se excitó en un instante y al
momento todo volvió a ser como en los viejos tiempos... Arrojó a un lado su pijama
y, en cuanto a mí, jamás en toda mi vida, nadie me había quitado la ropa tan
rápidamente... Luego fuimos a almorzar a Vendôme, después a una papelería y
vuelta al hotel. Llovía y era hermoso... Fue maravilloso joder durante toda una tarde
encantadora... Me marché a eso de las seis".
Esto ocurriría durante los subsiguientes fines de semana en Palm Springs:
"Sentados al sol durante todo el día —almuerzo en la piscina con Moss,
George y los Rogers— cena en el 'Dunes' —un brindis a la luz de la luna SIN Moss y
Rogers. ¡Ah, las noches en el desierto, desnudos bajo las estrellas y el cuerpo de
George fundiéndose con el mío!"
Cuando Thorpe se encaró con su mujer para revelarle su descubrimiento, era
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 69
El garaje de la muerte
El año 1935, en que fue incinerado el explosivo diario de Mary Astor, finalizó
con un repugnante estampido: uno de los más desconcertantes asesinatos de
Hollywood. Los crímenes resueltos son, por lo general, archivados y olvidados. Los
que no dejan tras de sí una estela semejante a una enfermedad que se niega a
desaparecer. Esto fue lo que ocurrió en el caso de la Rubia Merengue.
La deliciosa Thelma Todd, había trabajado con Laurel y Hardy, los Hermanos
Marx y su amiga del alma Zasu Pitts, en una serie de alegres farsas para Hal Roach.
Sus admiradores no hubieran reconocido a Thelma en su último papel —que sólo
llegó a interpretar tras ardua lucha—: el de un cadáver desplomado, con la boca, el
traje de noche y el abrigo de visón cubiertos de sangre. Su doncella descubrió al
cadáver a las 10,30 del lunes 16 de diciembre en la puerta de entrada del garaje que
Thelma compartía con su amante, el realizador Roland West. La cochera estaba
situada en Palisades, sobre la autopista del Pacífico, entre Malibú y Santa Mónica. La
llave de encendido de su Packard estaba en el contacto y el motor en punto muerto,
en tanto Thelma yacía de bruces sobre el asiento frontal. En una macabra
coincidencia, la actriz había interpretado no hacía mucho una escena con Groucho
Marx, en la que éste le advertía: "Ahora, sé una buena chica o, de lo contrario,
tendré que encerrarte en el garaje".
El Gran Jurado, tras muchas semanas de debate sobre evidencias
contradictorias, pronunció un extraño veredicto: "Muerte causada por
envenenamiento con monóxido de carbono". Esta conclusión un tanto negligente
dejaba muchos cabos sueltos. Si efectivamente Thelma había muerto asfixiada a su
regreso del Trocadero, ¿cómo era que sus ropas se hallaban en ese estado de
desorden? ¿Quién o qué había causado las salpicaduras de sangre en su rostro?
Si, como la policía aseguraba, la muerte se había producido en la mañana del
domingo, ¿por qué los testigos (uno de los cuales era Jewell Carmen, la esposa de
West) aseguraban haber visto a Thelma ese mismo domingo zumbando al volante
de su Packard descapotable entre Hollywood y Vine, con un apuesto moreno por
acompañante?
Thelma había sido durante algún tiempo la querida de West. Ambos eran
socios en el Thelma Todd's Roadside Rest, un popular merendero en la playa
situado bajo las Palisades, en la carretera de la Costa, cercano al lugar del crimen.
Tras un exhaustivo interrogatorio, West admitió de mala gana haber sostenido con
Thelma en la madrugada de aquel domingo una violenta pelea, zanjada al
empujarla él hacia afuera. La comunidad de vecinos declaró haber escuchado a
Thelma proferir obscenidades contra West mientras golpeaba con los nudillos la
pesada puerta de la finca. El examen de la entrada principal reveló marcas frescas de
golpes.
En la encuesta salió a relucir que su amiga de confianza y compañera en la
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 72
pantalla, Zasu Pitts, había prestado a Thelma miles de dólares que habían sido
engullidos por las complicadas finanzas del Roadside Rest y jamás restituidos a Zasu.
Ida Lupino testificó que, si bien en la fiesta del Trocadero Thelma parecía tan
despreocupada como de costumbre, le confió que estaba poniéndole los cuernos a
West con un hombre de negocios de San Francisco.
El abogado de Thelma solicitó una segunda investigación con el objeto de
demostrar su teoría: que la dama había sido muerta por asesinos a sueldo de Lucky
Luciano. Por aquel entonces Luciano incursionaba en los establecimientos de juego
ilegales de California. Se había aproximado a Thelma con una oferta para quedarse
con la parte superior de su café e instalar un resguardado casino que, era de
suponer, ella se encargaría de llenar de clientes reclutados entre sus famosos
amigos. El abogado estaba convencido de que, al negarse a aceptar el ofrecimiento
de Luciano, Thelma había firmado su sentencia de muerte. Su productor, Hal Roach,
palideció ante la sola mención del nombre de Luciano. Y aconsejó al abogado que
abandonase el asunto.
También se sospechó, aunque no llegara a probarse, que una especie de
representación había tenido lugar bajo la batuta de West, con la ayuda de una
amiguita a la que había hecho pasar por Thelma. Se decía que era la doble quien
había intervenido en toda la pantomima de los gritos y golpes ante la puerta,
mientras West, al otro lado, dejaba a Thelma sin sentido, la depositaba en su coche,
abría la espita del gas y cerraba el portón del garaje.
De acuerdo con esta teoría, West había querido dar un carpetazo definitivo a
la ya deteriorada relación entre ambos y cometer el crimen perfecto, como en su
película Alibi.
De todo esto no existieron pruebas reales, pero West, que había dirigido a Lon
Chaney en El monstruo y a Chester Morris en The Bat Whispers, uno de los más
extraordinarios thrillers jamás filmados, no volvió a realizar otra película. Contrajo
matrimonio con Lola Lane y murió olvidado en el año 1952.
Thelma había sido popularísima, no sólo para sus admiradores, sino entre las
gentes de su profesión. Su funeral en Forest Lawn, convocó a una enorme
muchedumbre. Descansaba en féretro abierto, cubierto de rosas amarillas y, gracias
a los maquilladores de la funeraria, volvía a ser la Rubia Merengue con el corazón
de oro y siempre con un comentario divertido en los labios. Zasu Pitts, esa amiga
generosa, comentó: "Parecía que de un momento a otro Thelma iba a sentarse y
ponerse a charlar". Sin embargo, Thelma ya no volvería a hablar, ni siquiera diría una
frase chistosa para contar quién la había golpeado hasta la muerte.
Su asesinato, como tantos otros, quedará para siempre como uno de los más
turbadores enigmas de Hollywood.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 73
terminado allí mismo si Jack L. Warner, el jefe de Flynn, hubiese aceptado las
condiciones del chantajista.
El Fiscal del Distrito no tenía mucho material como para un caso, pero, debido
a motivos sólo conocidos por él, se negaba a que Flynn disfrutara de su carrera en
paz justo cuando se hallaba personificando a Gentleman Jim [Gentleman Jim:
producción de la Warner Bros (1942) dirigida por Raoul Walsh e interpretada por
Errol Flynn sobre la vida de James J. Corbet, primer boxeador "científico" y campeón
mundial de los pesos pesados según las reglas del Marqués de Queensberry. Uno
de los personajes preferidos de Flynn en el cine, según su Autobiografía. (N. del T.)],
uno de los grandes héroes del deporte. La madeja comenzó a enredarse a causa de
una bailarina de "Los Jardines Florentinos" llamada Peggy Satterlee. Era bien
conocida por toda la ciudad pero a causa de su obvia experiencia y sus senos
gigantescos; nadie podía sospechar que aquella monada de menor era una
emprendedora de cuidado. Peggy se descolgó diciendo que en 1941 Errol la había
conducido hasta su yate, el Sirocco, para penetrarla frente a cada una de las
escotillas.
Los titulares, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, proclamaban:
ROBIN HOOD ACUSADO DE VIOLACIÓN. Las fans se desbordaron cuando llegó
Errol dispuesto a enfrentarse al Gran Jurado. Pero lo que prometía ser un
largometraje dramático y con sexo quedó reducido a una farsa de un rollo. Betty,
Peggy y Errol contaron cada uno su distinta versión de los hechos. El Jurado se retiró
para deliberar, regresando con una rápida absolución para Errol.
Parecía que el caso estaba cerrado. Flynn se fue a casa, abrió una caja de
botellas de champagne y llamó a sus amigos y partidarios para que le ayudasen a
celebrarlo. El Estudio dejó escapar un suspiro de satisfacción: Jim seguía siendo un
gentleman.
Entonces, ante la extrañeza de todos, la oficina del fiscal del distrito, de forma
inusitada, ignoró la decisión del Gran Jurado y decidió procesar a la estrella a pesar
de la absolución. El Estudio designó a Jerry Geisler, considerado el más sagaz
abogado de Hollywood, para asumir la defensa de Flynn.
Sabiamente, Geisler advirtió a Flynn que se preparase para a un proceso largo.
La mejor defensa era atacar, aunque resultase fastidioso el lento desarrollo de los
acontecimientos. (A medida que el proceso avanzaba, la expresión "Arrojado como
Flynn" se convirtió en un apodo muy popular, especialmente entre la tropa, que por
lo demás divertía a su protagonista.) El emplearse a fondo, daría tiempo a Geisler
para hacer pedazos la credibilidad de las chicas, rastreando todo lo que pudiera
acerca de sus dudosos pasados —y era mucho lo que había que rastrear.
Peggy se extendió en un gran número de detalles sobre lo acontecido a bordo
del Sirocco, pero se pasó de lista, dando oportunidad a Geisler para interrogarla
aparte acerca de esta versión de los hechos (¿Cómo había tardado todo un año en
descubrir que la habían violado?) El juez tuvo que poner orden en la sala cuando
ella describió cómo Flynn le había susurrado al oído: "Esa luna se vería más bella
contemplada a través de una escotilla".
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 75
Cuando le llegó el turno a Betty Hansen, ésta tomó asiento y declaró que Flynn
la había despojado de sus ropas. Geisler cargó como la brigada ligera. Primero, la
obligó a admitir que ella había consentido en quedarse como su mamá la había
traído al mundo; a continuación la fulminó con un " ¿Acaso no deseaba Vd. que se
las quitara?". La tranquila respuesta de Betty ganó el proceso para Flynn: "Bueno, yo
no puse objeción alguna". Errol Flynn fue absuelto por los cuatro costados.
Gentleman Jim, estrenada poco después, se convirtió en uno de los vehículos
más carismáticos de Flynn, gustando a público y crítica. Este escándalo estelar, que
de haber ocurrido sólo diez años antes hubiera significado el ocaso de una carrera,
con cancelación de contratos y público deshonor —aunque su encartado hubiese
sido declarado inocente—, no llegó a tal extremo.
La "moral" había cambiado. A los fácilmente impresionables hinchas les
gustaba la idea de estar "'in' como Flynn" y acudieron en manadas a ver la película.
El concepto de la moralidad había evolucionado tanto en los años de guerra que el
caso Flynn jamás volvería a repetirse ante un juzgado, a menos que fuese motivado
por presiones internas.
Los periódicos no se apercibieron entonces del aspecto subterráneo del
asunto, pero enseguida quedó claro para los implicados (Flynn, Geisler y Warner
Bros) que la persecución de Flynn formaba parte de una maniobra para corromper a
los políticos de Los Ángeles. Estos habían decidido que los Estudios, que tras la
Depresión volvían a ganar dinero a espuertas con el cine escapista fabricado
durante la guerra, no les ofrecían oportunidades de recibir de ellos los suculentos
sobornos de otros tiempos. Las recompensas eran generalmente distribuidas entre
los "jefes", quienes, en justa compensación, se aseguraban de que la policía tuviera
su parte en el pastel. Además, como agradecimiento, protegían a los estudios,
anulando los cargos que fuesen en el caso de que las estrellas se viesen mezcladas
en algún lío.
La montaña que se hizo del caso Flynn habría quedado reducida a un grano
de arena si, antes de explotar todo, no se hubiesen efectuado ciertos cambios en
quienes manejaban el Ayuntamiento de Los Ángeles. Dado que Jack L. Warner no
había accedido a bajar la cabeza ante los nuevos jefes, el primer proceso por
violación contra Errol se tomó como una advertencia; al no poder comprobarse
nada, el segundo fue claramente inducido por los policías, por si colaba.
Afortunadamente para Errol, el jurado (Geisler se aseguró de que nueve de sus
doce miembros fuesen mujeres) no se tragó la historia forjada por la policía, y Errol
Flynn se encontró libre para continuar deleitando a sus admiradores y disfrutar de
veinte años más de jarana.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 76
No transcurriría mucho tiempo sin que Jerry Geisler recibiese otra llamada: la
de un millonario de cincuenta y cuatro años que tenía problemas con una chica. Su
nombre: Charles Spencer Chaplin. El acto preliminar de lo que sería una larga
batalla, un drama a resolverse fuera del juzgado, había contado con el auspicio de
otro millonario: J. Paul Getty. Todo empezó cuando Joan Barry, "La Simple", llegó en
1940 a Hollywood dispuesta a comerse el mundo del cine.
Su nombre apareció en los titulares de primera plana durante 1943 y 1944, no
por su habilidad ante las cámaras, sino porque se hallaba en estado de buena
esperanza y señalaba a Chaplin como futuro padre. Antes había revoloteado por
aquí y allá desempeñando toda clase de trabajos, el más frecuente el de camarera.
Cierto día fue invitada a integrarse en un grupo de muchachas que iban a México
para engalanar la inauguración de Avila Camacho, propiedad del magnate del
petróleo J. Paul Getty. Allí conoció a Tim Durant, agente de la United Artists que la
presentó a Chaplin, quien se hallaba a la búsqueda de la actriz femenina para
Sombra y sustancia, una película que planeaba por entonces.
Chaplin dijo a la prensa que había descubierto a una nueva Maude Adams y
firmó a Barry un contrato por valor de setenta y cinco dólares a la semana. Mientras
la "preparaban" para el personaje, la estrella en embrión tuvo un par de abortos.
Para octubre de 1942, un año después, el distanciamiento de Chaplin respecto de
ella, tanto a nivel personal como profesional; era patente. Su salario quedó reducido
a veinticinco dólares. En Navidades, la muchacha apareció en casa de Chaplin
empuñando una pistola adquirida en una casa de empeños. El magistral actor y
realizador, encontró sumamente estimulantes y eróticos estos despliegues de
temperamento; se deshizo del revólver y penetró a su protegida sobre una alfombra
de piel de oso, frente a una chisporroteante chimenea.
Cuando, algunos días más tarde, ella regresó, dispuesta a montar otra escena,
el Gran Dictador llamó a la policía, quien conminó a Barry a abandonar la ciudad. A
los pocos meses, era descubierta escalando una ventana de la casa de Chaplin y
condenada a treinta días de reclusión.
Fue entonces cuando estalló la tormenta, gracias al poder de uno de los más
encarnizados enemigos de Chaplin.
Hedda Hopper y Louella O. Parsons, dos columnistas de armas tomar, eran tan
famosas en su día como las cautivadoras Garbo, Dietrich y el resto de las estrellas
sobre cuyas vidas escribían. Sin embargo, a su popularidad añadían un poder que
les había permitido erigirse en árbitros de la moral de la colonia fílmica. A través de
sus respectivas "sindicadas" secciones, habían alcanzado la cima de setenta y cinco
millones de lectores y ejercían una influencia difícil de imaginar hoy en día en una
sociedad mucho más liberada, a la que tiene sin cuidado que un astro casado haya
sido visto en compañía de una corista y, desde luego, no equipara tan importante
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 77
su puerta y abriéndola con una llave maestra para entrar armados y con esposas.
Ella se escondió en el cuarto de baño. Los agentes forzaron la cerradura y, tras un
salvaje forcejeo, la arrastraron desnuda hasta el vestíbulo del Knickerbocker.
En la comisaría de Hollywood pegaron un respingo cuando la "nueva Garbo"
rellenó el espacio dedicado a "Ocupación" con la palabra "mamona".
En el juzgado, mientras aguardaba la sentencia, miró al enjambre de
fotógrafos que la rodeaban y les escupió: "¡Ratas, ratas, ratas!". Cuando el juez le
preguntó cómo había perdido su jersey en la batalla campal del club nocturno, ella
negó todo conocimiento del hecho. Y, cuando Su Excelencia la interrogó acerca de
su dependencia de la bebida, Frances replicó en voz alta:
"Oiga usted, acostumbro a poner alcohol en mi leche. Y en mi café. Y en mi
zumo de naranja. ¿Qué quiere que haga? ¿Qué me muera de hambre? Bebo todo
lo que puedo conseguir, incluida la benzedrina".
El juez Hickson, con rostro de acelga, no era precisamente el bondadoso
Harvey de la pantalla. ["El Juez Harvey" (en el original Juez Hardy): personaje basado
en una famosa serie de films de la Metro Goldwyn Mayer, en la que los
protagonistas, encabezados por el Juez Hardy y su hijo Andres, figuraban como
prototipo de la familia ideal norteamericana. Al ser doblados en España, el apellido
Hardy fue sustituido por el de Harvey. Lewis Stone interpretaba al magistrado y
Mickey Rooney a su primogénito. Algunos de los títulos estrenados aquí son: El juez
Harvey y sus hijos, Las vacaciones del Juez Harvey y Andrés Harvey Tenorio. (N. del
T.)]
Levantándose de su sillón, confirmó la sentencia de ciento ochenta días.
"Maravilloso", gritó Frances. ¿Acaso a usted nunca le han partido el corazón?"
(Se refería a su desgraciado idilio con Clifford Odets y a su reciente divorcio de Leif
Ericson.)
A continuación, y haciendo gala de una espléndida puntería, lanzó un tintero a
la cabeza de Su Excelencia. La petición de efectuar una llamada telefónica al
abandonar la Audiencia le fue denegada sin razón alguna; esto provocó que
Frances embistiese a la matrona y tumbara a un policía. Fue conducida a su celda en
camisa de fuerza.
No recibió ayuda alguna de su productora de entonces, la Monogram Pictures
(Frances había caído ya de su pináculo en la Paramount al nadir de las firmas sin
prestigio). Monogram no tardó en sustituir a la Farmer por Mary Brian en el rol
protagonista de Sin salida.
Frances necesitaba ayuda profesional desesperadamente. Pero ésta no llegó.
En su lugar hizo entrada su mortal enemiga, la Némesis del pasado: la señora Lilian
V. Farmer, su madre (que nunca había querido tener hijos). Manifestó a los
periodistas en Seattle que los "problemas" de su hija sólo se debían a un truco
publicitario destinado a proporcionarle una visión auténtica de las prisiones.
"Deben estar planeando un film para ella en el que existan secuencias rodadas
en la cárcel. Así podrá ofrecer una buena actuación basada en una experiencia real"
soltó amorosamente mamá.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 81
colapso mental.
»Miss Farmer, que no es precisamente un prodigio de estabilidad emocional o
de sapiencia en la conducción de su carrera, necesitaba a un abogado cierta
infausta noche del pasado invierno. Una mano bienhechora pudo haberla rescatado
inmediatamente de algo tan simple como una violación de tráfico. Pero la
sobrecogedora realidad es que la dejaron sola y, naturalmente, perdió."
Un suicidio amortajado
El Síndrome de los Suicidios resurgió en los cuarenta con las muertes por
barbitúricos de Julián Eltinge, en 1941, y del payaso triste Joe Jackson, en 1942.
El suicidio por seconal de Lupe Vélez, en 1944, se llevó en los titulares la parte
del león. Lupe había comenzado a formar parte del ambiente de Hollywood a
finales de los años veinte, cuando la entonces decidida quinceañera se trasladó
desde la ciudad de México dispuesta a conquistar un puesto en el cine. Había sido
descubierta por Douglas Fairbanks, quien le ofreció un papel como oponente suya
en El gaucho; esto la puso en órbita. Pronto Lupe se ganó el cariñoso apodo de "la
explosiva mexicana" a causa de su incontenible alegría y fiero temperamento.
Ella no perdió el tiempo en probar al "Macho de Hollywood". Su primer
romance lo tuvo con John Gilbert (necesitado entonces de un antídoto fuerte para
olvidar el rechazo de Garbo). En 1929, puso sus ojos en su compañero en El canto
del lobo, el joven semental Gary Cooper. Fue un idilio tempestuoso, aunque, tras
algunos meses de insaciables asaltos por parte de Lupe, el exhausto Coop pidió que
le relevaran.
Cuando un espléndido ejemplar de masculinidad llegó a Hollywood, todavía
chorreando agua tras su reciente triunfo en la piscina olímpica de Los Ángeles, Lupe
quedó noqueada y a partir de ese instante Johnny Weissmüller, "Tarzán", encontró a
su compañera de la vida real en una tormentosa unión que duró hasta su divorcio
en 1938. Lupe, con su mentalidad un tanto infantil, no alcanzaba a comprender por
qué Johnny se ponía como loco cuando ella desplegaba sus encantos en fiestas y
saraos hollywoodenses, enroscándose los vestidos por encima de los hombros y casi
sin ropa interior, a la que era un tanto alérgica.
Las broncas en el hogar llegaron a oídos de la siempre vigilante Hedda
Hopper, que vivía justo en la calle de en frente. La batalla más sonada tuvo lugar
una noche en el Ciro's, cuando un exasperado Johnny vertió una mesa atiborrada
de comida justo encima de las partes íntimas de Lupe. El torbellino amor-odio de la
intensa pasión dejaba frecuentemente marcas de Lupe en el torso de dios griego de
Weissmüller, señales de color fresa en el poderoso cuello, mordeduras en los
perfectos pectorales, elocuentes rasguños en la marfileña espalda. El maquillador de
la Metro asignado al equipo de Tarzanes no tenía que esforzarse mucho en su
trabajo. Aquello era un ejemplo de amour fou entre casados.
Tras el inevitable divorcio de Weissmüller, los desesperados asaltos de la
machoadicta Lupe fueron tan numerosos como breves. De las estrellas, sus miradas
pasaron a posarse en una ronda que abarcaba desde cowboys, actores de segunda
fila o especialistas, a esa muchedumbre parásita de profesionales típicos de
Hollywood, especializados en complacer a damas un tanto maduras, chulos cuyo
apellido comenzaba con la 'g' de gigoló. Paralelamente, su carrera descendió de las
películas A a las B, mediocres films destinados a explotar a la "explosiva mexicana" y
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 84
su santo: velas y flores relucientes, por todas partes aguardando a la estrella. Ella
redactó una nota de despedida, en su bloc situado en la mesita de noche, que
depositó junto al teléfono laquedado en oro:
"Para Harald:
»Que Dios te perdone, y también a mí, pero antes que traer a mi hijito al
mundo con deshonor, o asesinarlo, prefiero quitarme la vida y la de nuestro bebé.
»Lupe."
Al dorso de la hoja añadió una postdata:
"¿Cómo pudiste, Harald, fingir tamaño amor por mí y nuestro hijito, cuando
jamás nos quisiste de verdad? No veo otro camino, de modo que adiós y buena
suerte. Con amor,
»Lupe".
Abrió el frasco de seconal que estaba en la mesita de noche, tomó el vaso de
agua y tragó de un golpe los setenta y cinco billetes para el Olvido.
Se tendió en la cama de satén, sobre la que pendía un gran crucifijo, con las
manos cruzadas sobre el pecho en una postrer plegaria; cerró los ojos y trató de
imaginar las fotografías que aparecerían junto a los titulares: "La Bella Durmiente",
por descontado. Y, dentro, la exclusiva de Louella sobre su última gran escena,
festoneada de negro como en las esquelas.
Naturalmente, en el "Examiner" del día siguiente Lolly O. describió el cuerpo sin
vida exhibido en la Casa Felicias de North Rodeo Drive:
"Jamás Lupe había lucido tan bella; reposaba como si estuviese dormida...
había una lánguida sonrisa en sus labios, como si albergara secretos sueños...
Parecía una niña a quien acaban de regalar su primera espuma de azúcar en una
fiesta... Pero, ¡escuchad! ¡Han llegado sus perritos! Chops y Chips están arañando la
puerta. Y gimen... Quieren que su Lupita los saque de paseo para jugar, como
siempre...".
La prosa de Parsons no iba acompañada de ninguna fotografía tomada en el
lecho mortuorio de Lupe. Lo que había ocurrido allí era bien distinto.
Cuando Juanita, la doncella, abrió la puerta del dormitorio de Lupe, a las nueve
de la mañana siguiente al suicidio, no encontró rastro de Lupe. La cama estaba
vacía. El aroma de los perfumados cirios y la fragancia de los jacintos no conseguían
prevalecer sobre un hedor de cuerpo abandonado por el desodorante y otras
estéticas costumbres de urbanidad.
Juanita siguió una pista, la que llevaba desde el lecho hasta el cuarto de baño
empapelado en tilos y orquídeas, un camino salpicado por el vómito iniciado en la
cama. Allí, con la cabeza dentro del retrete, encontró ahogada a su amita.
La gran dosis de seconal había resultado fatal, pero no en la forma
acostumbrada. Las píldoras habían "colisionado" con la picante cena mexicana. La
reacción en el intestino, los violentos retortijones, habían reanimado a una mareada
Lupe. Violentamente enferma, una última convulsión la había obligado a arrastrarse
tambaleando hasta el sancta sanctorum de su salle de bain donde había resbalado,
cayendo de bruces dentro de su excusado (modelo De Luxe, por supuesto, y, al
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 87
marchaban aquel año viento en popa. Estaba claro: esos regimientos de almas
soñadoras tendrían que decidirse por pagar o quedarse sin trabajo. Bugsy empleaba
la misma técnica con los grandes jeques, que también se veían obligados a rendir su
tributo. De no hacerlo, trescientos figurantes podían llegar a volatilizarse justo en el
momento en que se requería su presencia para una secuencia de masas.
Estas presiones reportaban a Siegel anualmente un millón de dólares netos. Las
ganancias eran invertidas, también en Hollywood, en participaciones relacionadas
con el tráfico de drogas y la trata de blancas.
En 1939, Siegel, en compañía de otros cuantos, fue judicialmente demandado
por el asesinato de Harry Greenberg, un truhán asociado a Lepke, quien, ante la
amenaza de una sentencia larga, se había decidido a cantar nombres de personas,
lugares y detalles sobre diversos delitos.
Aunque Bugsy fue detenido sin que se le concediera fianza, su poder era tan
grande que se le otorgó un tratamiento fuera de serie a nivel de "Vip". Sólo en un
mes y medio se le contabilizaron dieciocho entradas y salidas de su celda, como si
se hospedase en un hotel. Cierto día, esposado a un policía, se dirigió a efectuar
"una visita al dentista". Apareció en el café Lindy's de Wilshire Boulevard todavía
atado al guardia, quien pronto le quitó las esposas para que Bugsy pudiese tener las
manos libres en su larga visita al odontólogo con su eventual amor, la actriz
británica Wendy Barrie.
Los cargos contra Bugsy por el asesinato de Greenberg fueron retirados muy
pronto. Su defensor en el asunto fue Jerry Geisler, as de los abogados de Hollywood
y famoso por sus defensas de Errol Flynn y Chaplin. Una razón decisiva de su
libertad fue el hecho de que Siegel, generosamente, donara cincuenta mil dólares
para la campaña de reelección de Dockweiler, fiscal del distrito de Los Ángeles.
Siegel tenía una esposa, prácticamente secreta, que permanecía la mayor parte
del tiempo alejada del lugar. Su siguiente y última gran conquista fue Virginia
"Sugar" Hill, conocida como "Reina de la Mafia". Esta voluptuosa muchacha entradita
en carnes, natural de Alabama que se iniciara en un circo ayudando a domar pulgas,
había llegado a adquirir cierta notoriedad como amiga y anfitriona de los negocios
de Luciano y Frank Costello. En 1941 trasladó su Cuartel General a Hollywood. Allí se
las arregló para caerle en gracia a Samuel Goldwyn, consiguiendo un estupendo
papel en el film de éste, Bola de fuego cuyas estrellas eran Barbara Stanwyck y Gary
Cooper. Su liaison con el gangster iba ya viento en popa cuando terminó el rodaje
de la película. Siegel figuró como su acompañante en la première de gala y en el
posterior party donde los compinches y amantes alternaron con Dana Andrews, el
realizador Howard Hawks, Cooper y Stanwyck.
Más adelante en ese mismo año, cuando Bugsy fue acusado de alterar la
contabilidad de sus libros, George Raft subió al estrado y testificó: "Conozco al señor
Siegel y lo he tratado durante treinta años. Somos amigos desde hace muchísimo
tiempo...". A Georgie le habían hipnotizado desde siempre los azules ojos de su
camarada. El día en que a Bugsy lo cosieron a tiros, el único amigo que dejó atrás
fue el siempre fiel Raft. A través suyo, y tras su última absolución, Bugsy se convirtió
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 90
en íntimo amigo del irascible compadre de Georgie, Leo Durocher, manager de los
Brooklyn Dodgers y de su encantadora esposa, la estrellita de ascendencia
mormónica Laraine Day.
Siegel no pasará a la Historia por ninguna de sus sórdidas actividades, la
mayoría de las cuales al fin y al cabo no fueron tampoco tan únicas. Pero, para bien
o para mal, legó un monumento enclavado en el cuerpo del continente
norteamericano: ese coloso del kitsch llamado Las Vegas.
Durante los años que duró la guerra, en California se manejaban montañas de
dinero. La predilección del público por las diversiones escapistas había sacado de la
depresión a la industria cinematográfica y los salarios se disparaban hacia arriba.
También el pillaje de las compañías aéreas, las municiones y el mercado negro
prosperaban al alimón. Fue aquél un período en que las autoridades se veían
enfrentadas a un resurgimiento del crimen y el juego. En 1944, Bugsy Siegel pasó
por Las Vegas, que entonces era una ciudad adormecida y sin desarrollar. Sus
fundadores y padres deseaban conservarla como una especie de pueblo fantasma
del Far West, implantando ordenanzas que obligaran a construir todos los nuevos
edificios en una línea arquitectónica que los asemejase a decorados de películas del
Oeste; pensaban así atraer a los turistas en busca de originalidad.
El grandioso plan de Siegel fue construir en Estados Unidos un hotel-casino al
lado del cual el de Montecarlo semejase un cacahuete. Pidió prestados algunos
millones de dólares a fuentes no muy claras y en 1945 compró un terreno,
propiedad hasta entonces de una viuda en bancarrota, que lindaba con un hotel de
mala muerte. Se trasladó con un ejército de arquitectos, decoradores, atracciones
varias y bandidos de todo tipo. Había nacido el Flamingo. Los materiales de lujo
para la edificación eran difíciles de conseguir en tiempos de guerra, pero no
importaba. Bugsy se puso en contacto con Lucky Luciano, entonces exiliado en su
nativa Italia. Luciano se las arregló para toneladas de mármol de Carrara y
enviárselas a Siegel al Flamingo. La idea era desbancar a Miami, y Bugsy lo
consiguió.
Una metrópolis de cuarta categoría surgió de entre las arenas. Siegel implantó
un estilo que se extendió como una salvaje epidemia, cancerosa e incontrolable; los
edificios continuaron creciendo después de su muerte hasta convertirse en el Las
Vegas que todos conocemos, e incluso tal vez amamos: esa enloquecida carretera a
la medida del nouveau riche norteamericano emblemático de "Playboy".
El Flamingo se hallaba listo para las Navidades de 1946; había costado seis
millones de dólares. A Siegel le llevó tiempo recuperar su inversión, pero se
encontraba con ánimos de sobra para continuar extendiéndose. Para los nativos de
Nevada estaba bien claro que, no sólo intentaba apoderarse de Las Vegas, sino de
todo el Estado. Nuevos enemigos, a millares, se sumaron a la ya larga relación de los
que Bugsy podía vanagloriarse poseer. Tras una riña entre amantes en Las Vegas,
Virginia hizo su equipaje y dejó la ciudad en la primavera de 1947. Regresó a
California y alquiló un castillo de estilo hispano-morisco en Beverly Hills, en el 810 de
Linden Drive. Bugsy se fue tras ella y tuvo efecto una semireconciliación. Ella
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 91
Marea roja
Pecadillos furtivos
Confidencialmente...
acuerdo financiero al margen del Tribunal, el proceso sólo contó con la presencia de
otra estrella, la bellísima pelirroja Maureen O'Hara.
"Confidential" había informado a sus lectores de cómo la señorita O'Hara se
había extralimitado en un juego conocido como Chinese Chest, celebrado en las
mullidas butacas del Teatro Chino de Hollywood, teniendo como contrincante a un
atractivo sudamericano. "Confidential" narraba así los hechos: "El acomodador vio a
una pareja que hacía desprender de su palco tanto calor como si estuviésemos en
julio. Maureen, con la blusa desabrochada y sus cabellos en desorden había
asumido, para contemplar la película, la más singular postura jamás contemplada en
toda la Historia del Cine. Estaba tumbada sobre tres asientos, con el afortunado
sudamericano en el de en medio, mientras por la pantalla desfilaba una cinta que
denunciaba la delincuencia juvenil..."
El juez Walker consideró que faltaban datos. Se reconstituyeron los hechos.
El manager del cine no tuvo inconveniente en interpretar el papel del
sudamericano; una joven periodista hizo de doble de la estrella. El manager tomó
asiento, la doble se tendió encima de las butacas e incluso alzó sus piernas al aire. El
jurado quería más información. Sus doce miembros (entre ellos seis viudas) se
aproximaron a la fila 35, donde, tras una minuciosa investigación de los tres asientos,
llegaron a la conclusión de que no se diferenciaban de los del resto del local.
Maureen no hizo acto de presencia hasta el 17 de agosto. Demostró que en la
época de sus supuestos jugueteos en el palco del Grauman, ella se encontraba en
España filmando Málaga. La mejor prueba era su pasaporte. Pidió cinco millones de
dólares. Los testigos se mantuvieron en sus trece de que, a pesar de la coartada del
pasaporte con la fecha de su ausencia, era ella y no otra la actriz que habían visto en
el palco. Su hermana, una monja irlandesa, emergió del convento para declarar en
defensa suya. La Corte importó un detector de mentiras que NO probó que
Maureen dijera la verdad.
El desconcertado jurado llegó al fin a una decisión. Las acusaciones por
obscenidad fueron descartadas; "Confidential" sólo tendría que soplar cinco mil
dólares. Hubo sin embargo multitud de "arreglos" millonarios por fuera de la
Audiencia. La revista pagó a Liberace cuarenta mil dólares y casi otro tanto a una
docena de celebridades.
El mayor drama del caso llegó con el suicidio de Polly Gould, que pertenecía al
equipo de la revista. Se mató en la noche del 16 de agosto; iba a testificar al día
siguiente. Más adelante se descubriría que Polly había estado jugando a dos barajas,
vendiendo secretos de la publicación al fiscal del distrito e informando a la vez a
Harrison de las maniobras de la policía.
Después del proceso, Howard Rushmore, redactor jefe de Harrison en
"Confidential" (ex-comunista paranoico, Rushmore acababa de iniciar una cruzada
contra los rojos), mientras paseaba a caballo con su esposa por la parte alta de
Nueva York, sacó una pistola y mató a su mujer antes de matarse él.
Harrison vendió "Confidential" en 1957. A continuación lanzó una publicación
de pocos vuelos llamada "Inside News". No llegó a alcanzar la fama de su
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Sangre y jabón
posesión había arruinado el idilio. Tras el director de orquesta Artie Shaw, llegó
Steve Crane (en el altar Lana ya llevaba dentro a Cheryl); después, el millonario
playboy Bob Topping. Quiso a toda costa tener otro hijo con Lex Barker, su más
reciente esposo, pero sólo tuvo un aborto. Tras una racha de películas mediocres, y
al cabo de dieciocho años en el mismo Estudio, la Metro Goldwyn Mayer se
desprendió de ella.
Sus casamientos e idilios siempre habían estado presididos por la violencia,
provocada en algunos casos, y tal vez secretamente deseada. Lana había sido
arrojada escaleras abajo por uno de sus maridos, abofeteada en público por otro y
empapada con champagne en Ciro's por un tercero. En otra ocasión hubo de llevar
el bello rostro oculto tras gafas oscuras para disimular un ojo morado.
Entonces se le pudo oír decir en alguna ocasión: "Los hombres son
terriblemente excitantes y cualquier muchacha que opine lo contrario es una
solterona anémica, una prostituta o una santa". Al cumplir los treinta, esa necesidad
de "excitación" se le tornó obsesiva. Durante su separación de Johnny (ella se
encontraba a la sazón en Londres rodando Brumas de inquietud), las cartas que le
dirigía mostraban la añoranza de los "dulces tormentos" que él le infligía
deliberadamente. Así que le envió un billete de avión —otro de sus muchos regalos
— y lo instaló en una espléndida casa londinense situada en la "Calle de Los
Millonarios".
Johnny, seguro de su poder, le exigía cada vez más: "Cuando yo diga arriba, tú
te levantarás. Cuando yo diga, salta, tú saltarás". La amenazó también con marcarla.
"Te mutilaré. Te haré tanto daño que te convertirás en un ser repulsivo y tendrás
que esconderte para siempre." Llegó un momento en que, en medio del plató,
Johnny apuntó con una pistola al oponente de Lana, Sean Connery, advirtiéndole
que se mantuviese alejado de ella. Connery lo ignoró. Y el Estudio, con la
colaboración de Scotland Yard, deportó a Stompanato fuera de Inglaterra.
Con todo, Lana continuaba echándole de menos. En sus cartas reclamaba sus
caricias: "Tan salvajes que me hacen daño... es todo tan terrible, pero al mismo
tiempo tan bello... Soy tuya y te necesito, MI HOMBRE". Terminado el rodaje, el idilio
sadomasoquista se reanudó en México, donde los huéspedes que lindaban con sus
habitaciones en el Hotel Vía Vera se quejaban de su ruidosa forma de hacer el amor.
Después regresaron a Hollywood, donde Cheryl les esperaba en el aeropuerto.
Como tantos otros retoños de la fábrica de sueños, la hija de Lana y Steve Crane,
era una adolescente insegura y complicada.
Y cierta noche, en la mansión de Bedford Drive, mientras Johnny abusaba de
Lana (ella se había negado a continuar pagándole sus deudas de juego),
maltratándola de palabra y obra, y jurando vengarse en toda su familia, Cheryl
escuchó detrás de la puerta: "Voy a rajarte y después haré otro tanto con tu madre y
tu hija... esto es lo que voy a hacer ahora mismo".
Cheryl (de acuerdo con sus declaraciones y las de Lana) corrió hasta la cocina,
agarró el primer arma que encontró —un cuchillo de cortar la carne de nueve
pulgadas— y voló en ayuda de su madre.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 103
Después Lana testificaría: "Todo sucedió tan rápido que ni siquiera vi que mi
hija tenía un cuchillo en sus manos. Pensé que le había golpeado en el estómago
con los puños. El señor Stompanato se separó y cayó de espaldas. Se llevó las
manos a la garganta, se ahogaba. Corrí hasta él y le levanté el jersey. Vi la sangre...
De su garganta escapaba un sonido terrible...".
A lo largo de su magistral actuación en el Tribunal, Lana lloró y casi se
desmayó. Prosiguió: "Traté de insuflar aire entre sus labios entreabiertos... mi boca
contra la suya...". Lana estaba a punto de desvanecerse. Geisler la sostenía. Un
ayudante del alguacil le trajo un vaso de agua. Terminó con voz trémula: "Estaba
muriéndose".
En la prensa hubo unanimidad: Lana había representado la escena más
dramática de toda su carrera. El jurado sólo necesitó veinte minutos para deliberar.
Su veredicto: homicidio justificado. Fue un día completo para los periodistas; el
romántico pasado de Lana fue desmenuzado y escudriñado. Sus cartas amorosas,
descubiertas en casa de Johnny por amigos del hampa, sirvieron para cubrir las
primeras planas de los periódicos de todo el país. Lana fue puesta en la picota por
los columnistas, el clero, los sociólogos y los psicoanalistas como una madre disoluta
y antinatural. En cuanto a Cheryl, era defendida por aquí y acusada por allá. "¡Mi
corazón sangra por Cheryl!" escribió Hedda Hopper.
Walter Winchell fue el único periodista de peso que asumió la defensa de Lana:
"Ella está hecha de rayos de sol, empezando por el techo de sus ojos azules, sus
cabellos color miel y siguiendo por sus cimbreantes curvas. Es Lana Turner diosa de
la Pantalla. Pero, repentinamente, la magia desaparece y las sombras ocupan su
lugar. Hace su entrada la acechante crueldad. Lana es azotada por comentarios
malignos, invadida por editoriales denigrantes y amenazada con la privación de su
hija. Por supuesto, es la escandalizada virtud la que grita más fuerte. Me parece
sádico someter a Lana a cualquier otro tormento. Es imposible imaginar un castigo
que pueda herirla más que esta pesadilla. Y está condenada a vivir con él hasta el
final de sus días... Resumiendo, ofreced vuestro corazón a una muchacha que tiene
el suyo destrozado".
Gloria Swanson se puso furiosa ante la defensa de Lana llevada a cabo por
Winchell. Y explotó: "Walter, me parece repugnante que trates de sublimar a Lana.
No eres un norteamericano leal... Estás acabado y todo el mundo lo sabe, excepto
tú. En lo que se refiere a Lana Turner, esa pobre chica, la única verdad que nos has
contado es que para dormir se pone un camisón de punto. No es ni siquiera una
actriz... Es sólo una furcia".
La publicación de las cartas de Lana causó sensación. Habían sido cedidas por
Mickey Cohen a un redactor del "Herald Examiner" de Los Ángeles en venganza
contra Lana. Cohen, jefe y compadre de Johnny, había tenido que cargar con los
gastos del funeral. Las doce misivas (algunas de ellas censuradas) acapararon los
titulares de la nación durante un par de días. Tal y como se publicaron, parecían
redactadas, no por una "mala mujer", sino por una fémina que intentaba
desahogarse emocionalmente como cualquier inmaduro espécimen de su raza
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 104
Hollywoodämerung
Cuando llegaron los años sesenta, el Viejo Hollywood había muerto. Las
almenas de los Estudios, esos reinos feudales, fueron derribadas una tras otra por el
enemigo. La RKO fue adquirida por la televisión; nada más deshacerse de ella,
Howard Hughes pronunció este óbito: "Se acabó Hollywood". Los fans se dieron
buena prisa en acudir a la subasta de la Fox (los trajes de baño de Gable, la espada
de Tyrone Power —¿quién te empuñará ahora?—) y a la de la Metro Goldwyn
Mayer (los zapatos abotinados de Judy Garland en Cita en San Luis, el traje de
esquiar de Greta Garbo en La mujer de las dos caras —qué fanático admirador
estará embutido en él, paseando arriba y abajo ante el roto espejo de la memoria?).
La calle neoyorquina de la Fox no es más que un recuerdo. Han maltratado y
derrumbado la casa de Andres Harvey... Y sin embargo...
En 1962, el suicidio de Marilyn Monroe con somníferos evocaba los ya
olvidados de tantas otras: Lupe, Carole Landis, Abigail Adams, Lynne Baggett, Laird
Cregar y muchas más. Marilyn se había pasado de rosca (aunque en realidad acaso
durante su vida había sabido controlarse?). Los malignos jefazos habían perdido
cientos de miles de "verdes" a causa de la tardanza o la no comparecencia de su
reina con cabeza de chorlito. Puede que Garbo prefiriese la soledad, pero siempre
era puntual a la hora de rodar, aunque fuese de madrugada. Barbara Stanwyck,
considerada y responsable, quien, con sólo alzar una de sus cejas, podía expresar
más que Monroe en todo un guión, conseguía que sus tomas fueran dadas por
buenas a la primera, y sin quejas de nadie por accesos de ira.
En 1966 se declaró una avanzada epidemia de "normadesmonditis" [El autor se
refiere a Norma Desmond, el personaje estelar del film de Billy Wilder "El crepúsculo
de los dioses" interpretado por Gloria Swanson. Se trata de un perfecto y acabado
retrato de una antigua reina del cine mudo que desea regresar a la pantalla y acaba
perdiendo la razón. (N. de T.)] galopante. Corinne Griffith, la aclamada actriz que en
1965 se casara con el cantante y actor Danny Scholl en el día de San Valentías,
solicitó una anulación basándose en que el matrimonio no se había consumado. Al
frágil Danny le dio un patatús en el banquillo de los testigos, pero lo más sonado fue
cuando Corinne Griffith (que sin lugar a dudas era Corinne Griffith) manifestó ser
una doble que había asumido la identidad de Corinne Griffith al morir la verdadera.
En 1966, Corinne Griffith había cumplido setenta y un años y su no consumada
pareja cuarenta y cuatro. La "doble" declaró que ella tenía "cincuenta y uno,
aproximadamente". Lo absurdo de este caso, en el que la inveterada costumbre de
ocultar la edad llegó a la destrucción de la identidad, jamás ha sido superado.
El juez Harvey (Lewis Stone), esa personificación de la bondad, murió de un
ataque al corazón al tratar de capturar a una pandilla de gamberros que lanzaban
piedras contra su chalet de Beverly Hills. La deslumbrante Jayne Mansfield, con su
carrera ya en el alero, se estrelló en una carretera enfangada por la lluvia en junio de
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 106
1967. Antiguos niños prodigio tuvieron finales tremendos: Bobby Driscoll con una
sobredosis de metedrina; Carl "Alfalfa" Switzer (de la Pandilla), cosido a tiros en una
reyerta por drogas. Montgomery Clift y Robert Walker terminaron tal y como habían
deseado.
En 1968 la espantosa muerte de Ramón Novarro a causa de una paliza
recordó los extraños crímenes del Hollywood de antaño. Ahí estaba ese hombre,
muriendo tan extravagantemente como había vivido, ahogado en su propia sangre
y con el consolador Art-decó que Valentino le regalara cuarenta y cinco años antes
introducido en la garganta. Un par de estúpidos bestias, hermanos y chulos de
Chicago, eligieron el 31 de octubre, Halloween, para jugar a Ángeles de la Muerte
con el primitivo Ben Hur de sesenta y nueve años. Lo único que los muchachos
querían era apoderarse de una fruslería en metálico, cinco mil dólares que, según
datos facilitados por otros chulos, Novarro tenía a buen recaudo en su hogar
hollywoodense allá en las colinas. Destrozaron la casa haciendo añicos los recuerdos
de una extensa carrera que para esos cretinos no tenía significado alguno. Souvenirs
empapados en sangre: un caso análogo al de Lou Tellegen y su harakiri.
Pero el suicidio del "doctor Cíclope" en 1968 recordaba más aún al Viejo
Hollywood. Albert Dekker decidió de una vez por todas demostrar que era el Mayor
Retorcido de Todos Los Tiempos, el personaje que había interpretado en la vida real
y el único en el cual creía. Para su última actuación, este actor de carácter, de
sesenta y dos años de edad, eligió su vestuario favorito: ropa interior femenina de
seda. Y, con sumo cuidado y lápiz de labios carmesí, escribió en su abotargada
anatomía las últimas críticas aparecidas sobre él, todas ellas adversas. Después, en
una alegre pirueta, se las arregló para ahorcarse llevando sus gemelos favoritos
ceñidos a las muñecas. En esta ocasión practicó su solitario pasatiempo preferido, en
su cuarto de baño hollywoodense. Ocho años antes, había ya revelado su
desencanto al crítico Ward Morehouse al reflexionar sobre una carrera que abarcaba
cuatro décadas: "El teatro es un lugar terrible para crearse un futuro. Te ponen en
una estantería durante años. Te sacan, te cepillan y después te devuelven a ella".
Estos sentimientos traicionaban la dedicación que se supone ha de profesar un
verdadero actor por su profesión y la servidumbre que ésta implica. Dekker no dejó
escrito ningún mensaje, sólo un cuadro que cortaba la respiración al verlo: otro
singular muñeco para la colección del doctor Noguchi.
El suicidio en Castelldefels, España, de George Sanders, desposeído de todo
romanticismo, fue el de una persona avejentada anímicamente, solitaria y desnuda.
Su nota de despedida poseía el toque del perfecto cínico profesional: era el Adiós a
la Dulce Letrina, la vida en sí, que él había agotado hasta un mortal aburrimiento.
La masacre en casa de Sharon Tate en 1969 no pertenecía al Viejo Hollywood.
Lo que se derrumbó sobre la rojiza casa de Cielo Drive parecía más bien la
devastación causada por un jet al estrellarse: la nave de Satán pilotada por Charlie
Manson —títere programado, deidad de la basura.
Esto ocurrió en Benedict Canyon allí donde Paul Bern se había pegado un tiro;
su honorable espectro tendría a partir de entonces compañía. Las vidas inútiles no
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HOLLYWOOD
Y Gigoló —y Gigolette
Despiertan con los ojos empañados
Por lágrimas que hablan de sueños perdidos
(Secuencia de Moulin Rouge, un musical de la Warner Bros del año 1934, suprimida
por orden de Jack L. Warner, quien la consideró "demasiado deprimente")