Hollywood Babilonia de Kenneth Ange

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Kenneth Anger

Hollywood Babilonia
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 1

HOLLYWOOD

Hollywood, Hollywood...
Fabuloso Hollywood...
Babilonia de celuloide,
gloriosa, fascinante...
ciudad delirante,
frívola, seria,
audaz y ambiciosa,
viciosa y glamorosa.
Ciudad llena de dramas,
miserable y trágica...
inútil, genial
y pretenciosa,
tremendo amasijo...
Relumbrona, terrible,
absurda, estupenda;
falsa y barata,
asombrosamente espléndida...
¡¡HOLLYWOOD!!

DON BLANDING

(Recitado en 1935 por Leo Carrillo en el musical de la Metro Goldwyn Mayer


Noche de estrellas en Cocoanut Grove )
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Amanecer color púrpura

ELEFANTES BLANCOS —el Dios de Hollywood quería Elefantes blancos, y los


tuvo— ocho gigantescos elefantes de yeso y escayola plantados sobre efímeros
pedestales, dominando la colosal Corte de Belshazzar, una Babilonia de cartón
piedra construida al lado del polvoriento y serpenteante sendero conocido como
Sunset Boulevard.
Griffith —director de cine erigido en Dios— reinaba, allá en lo alto, tan arriba
como jamás volvería a estar, sobre la ciudad de la ilusión, encaramado en la torre de
cien metros de altura, donde se hallaba la cámara, y provisto de un gigantesco
megáfono para gritar a los millares de individuos que se encontraban abajo las
órdenes de ¡CÁMARA - AAACCIÓN! y convertir todo aquello en realidad...
Bajo azules cielos egipcios, el Festín de Belshazzar se desplegaba al sol
resplandeciente de la mañana californiana: más de cuatro mil figurantes reclutados
en Los Ángeles y remunerados con la hasta entonces impensable cifra de dos
dólares diarios, más una bolsa de comida y transporte gratis, para dar vida a
hombres de las milicias medas y asirias, danzarines de Babilonia, etíopes, indios del
Este, númidas, eunucos, damas de honor para la Amada Princesa, doncellas de los
templos babilónicos, sumos sacerdotes de Bel, Nergel, Marduk e Ishtar, esclavos,
nobles y ciudadanos en general. ¡Babilonia vista por Griffith!
Una falsa montaña de armazones, andamios, jardines colgantes, rampas por
las que se deslizarían las cuadrigas y elefantes que tocaban el cielo, en una increíble
Mesopotamia surgida en medio de una baraúnda de adormecidos bungalows
coloniales, flanqueados por bosquecillos de naranjos, que presagiaban, en 1919, los
futuros portentos de Hollywood.
Había nacido la Época Púrpura.
Y allí permanecería durante años, encallada como un sueño gargantuano,
junto a Sunset Boulevard. Mucho después del gran salto de Griffith hacia el olvido y
del fracaso de su epopeya, Intolerancia, cuando en la corte de Belshazzar ya habían
germinado toda clase de malas hierbas y los muros del decorado se habían
deformado, después de que el Departamento de Bomberos de Los Ángeles señalara
aquel lugar como propicio para los incendios, la Babilonia de Griffith aún se
mantenía allí como un reproche o un reto a la floreciente ciudad del cine.
La sombra de Babilonia se cernía sobre Hollywood, serpenteando en clave
cuneiforme; el escándalo estaba al acecho, lejos del alcance de la cámara de Billy
Bitzer.
Hollywood, colonia del cine, había cobrado vida gracias a un reducido grupo
de comerciantes judíos de la Costa Este, quienes pensaron que había futuro en el
nickelodeon y marcharon al Oeste atraídos por la fábula de una California de tierras
a precios irrisorios y trescientos sesenta y cinco días de sol al año.
El soñoliento lugar de Los Ángeles, rodeado de naranjales, que escogieron
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para sentar sus raíces, pronto se vio inundado por unos no muy sólidos estudios al
aire libre, trampas soleadas para películas convencionales y faltas de imaginación.
Tras unos años de fabricar remuneradores productos de dos rollos, filmados con
cámaras piratas —siempre a la espera de ser denunciados por los vengativos
creadores de la fórmula original de Edison—, los antiguos traficantes de chatarra y
vendedores de saldos se encontraron con que una operación, concebida por
casualidad, se convertía en fortuna emanada del celuloide.
Cuando se enteraron de que las masas de todo el país se agolpaban ante los
nickelodeons para ver las películas en las que intervenían sus intérpretes favoritos,
conocidos entonces como "La pequeña Mary", "El chico de la Biograph" o "La
Muchacha de la Vitagraph", los menospreciados actores, hasta entonces sólo
considerados personal de trabajo, súbitamente adquirieron conciencia de que,
gracias a ellos, se vendían las entradas. Entonces esos rostros famosos adoptaron
nombres y sus salarios comenzaron a elevarse: el star system, una problemática
bendición, acababa de nacer. Para bien o para mal. De allí en adelante, Hollywood
tendría que apoyarse en esa quimera fatal: LA ESTRELLA.
De la noche a la mañana, los oscuros y en ocasiones desacreditados
intérpretes de películas se vieron empujados a la adulación, la fama y la fortuna.
Ellos eran la nueva realeza, el círculo dorado. Algunos se las arreglaron para
sobresalir tirando fuerte de las riendas; otros no lo consiguieron.
Los años diez fueron para Hollywood un período de paz y tranquilidad. Una
nueva forma de arte se iba pergeñando día a día; la Séptima Musa, a medida que
daba sus primeros pasos, se iba fabricando a sí misma, pasándolo bien, y al mismo
tiempo ganando dinero. Y, si los nuevos ricos del cine se sentían cansados por la
tensión de su oficio, siempre podían recurrir al "polvo de la alegría", como en
aquellos liberales tiempos se llamaba la cocaína, un remedio seguro para levantar
los ánimos. De hecho, fue así cómo surgió ese nuevo estilo de comedietas locas y
efervescentes, cuya flor y nata eran las desenfrenadas cintas de "Triangle-Keystone";
así El misterio del pez salteador con Douglas Fairbanks en el papel del chiflado
detective Coke Ennyday. [Casi literalmente, Coca a Cualquier Hora. (N. del T.)] En
1916, la droga podía ser la base argumental de un film. El año de El misterio del pez
salteador, un especialista británico en narcóticos, Aleister Crowley, pasó por
Hollywood calificando a sus habitantes de "cocainómanos y maniáticos sexuales".
Ya existía el chismorreo, como en cualquier otra comunidad de gente del
espectáculo, pero sin traspasar los umbrales del periodismo: Louella O. Parsons no
había montado aún su tenderete. Hasta en la intimidad, la diminuta colonia fílmica
se guardaba muy bien de especular sobre el Dios de Hollywood, Griffith, y su
obsesión por las adolescentes dentro y fuera de la pantalla. ¿Eran realmente tan
virginales esas esforzadas mujeres-niñas descubiertas por Griffith? ¿Sería posible? Y,
pensando lo impensable, ¿era Lillian Gish la amante de Dorothy?
Pero no había mala intención cuando, al hablar de Richard Barthelmess, se
afirmaba que había posado para "postales a la francesa" como un medio para
ascender, o se mentaba, con más fundamento, el sofá que jugaba una baza
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importante para llegar a formar parte de las "Bellezas Acuáticas" de Mack Sennett —
tan sólo el modelo primitivo de una larga serie. Si algunos pensaban que la "Escuela
de Sirenas" era el sucedáneo de un harén a la carta, ornado de pimpollos como
Gloria Swanson y Carole Lombard, eso, al Gran Mack, le tenía sin cuidado. Para
hacer un buen chiste siempre podía echarse mano de Theda Bara. Los iniciados
sabían que la primera vampiresa, arrojada a los consumidores como un demonio
franco-arábigo de Perversidad nacido a los pies de la Esfinge, sólo era, en realidad,
Theodosia Goodman, hija de un sastre judío de Chillicothe, Ohio, y una pazguata
criaturita sin malicia.
No pasarían muchos años sin que los predicadores de toda Norteamérica
maldijeran a la colonia fílmica y sus derivados: Hollywood, California, se convertiría
en sinónimo de Pecado. Los bienhechores de profesión marcarían con fuego la
nueva Babilonia, cuya maléfica influencia rivalizaría con la legendaria depravación de
la antigua; titulares acusadores y pontificadores editoriales condenarían por igual el
Sexo, las Drogas y las Estrellas de Cine. Sin embargo, mientras los fanáticos
organizadores exigían sangre y boicot, las masas, imperturbables, se agolpaban ante
las taquillas en número día a día creciente.
Los años veinte se consideran en general "La Época Dorada del Cine", y dorada
era en verdad la exuberante creatividad fílmica que redundaba en fabulosos
ingresos. Se describe a la gente de cine de dicho período como individuos a los que
sólo les importaba, fuera de la pantalla, regocijarse en placeres sin fin. No obstante,
la leyenda pasaba por alto un hecho: el miedo. Ese temor siempre presente de que
la base de sus dorados sueños se derrumbase en cualquier momento.
En la década del "maravilloso sin sentido", los escándalos explotaban como
bombas de relojería, mientras, una tras otra, eran destruidas carreras
cinematográficas. Cada estrella se preguntaba a cuál le llegaría el turno de
convertirse en el nuevo chivo expiatorio. Porque, en Hollywood, la fabulosa "Era
Dorada" significaba algo más que un deslumbrante picnic al borde de un precipicio
móvil; el camino hacia la gloria se hallaba sembrado de astutos cepos.
Y, sin embargo, para su amplia audiencia, HO-LLY-WOOD se componía de tres
mágicas sílabas que evocaban el Irreal Universo de la Ilusión. Para los creyentes, era
algo más que una fábrica de sueños donde uno entre un millón podía llegar a
obtener una oportunidad. Era el País del Nunca Jamás, Algo Diferente, el Hogar de
los Cuerpos Celestiales, la Galaxia del Glamour, ¡Hollywood!
Los "fans" adoraban, pero también podían tornarse volubles y, si sus deidades
demostraban tener pies de arcilla, las destruían sin compasión. Fuera de la pantalla
siempre había una nueva estrella dispuesta a efectuar su entrada.
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La Mano que aprieta

Una nube, no mayor que la mano de una niña, cobraba forma en el horizonte.
Las chocantes noticias que, por primera vez, mostraron Hollywood bajo un
prisma de escándalo llegaron el 20 de septiembre de 1920 en forma de un
radiograma que despertó a Myron Selznick en mitad de la noche. El texto motivó
titulares en primera página:

OLIVE THOMAS MUERTA POR ENVENENAMIENTO.

Olive Thomas, vivaracha Reina de las Follies de Ziegfeld, estrella de Selznick


Pictures y Sra. de Jack Pickford...
El cable informaba al cabeza de Selznick Pictures que acababan de hallar
muerta en París a su máxima luminaria.
El apacible y afamado Hotel Crillón, en la Plaza de la Concordia, era el entorno
menos adecuado para el primer escándalo de Hollywood. En esa mañana de
septiembre, el camarero de habitaciones hizo uso de su llave maestra para penetrar
en la "Suite Real" del hotel con el carrito del desayuno. Lo que vio le dejó atónito.
Una capa de martas cibelinas se hallaba tirada en el suelo y sobre ella yacía una
joven desnuda. En una mano aprisionaba aún un frasco con cápsulas de bicloro de
mercurio tóxico. La suite estaba registrada a nombre de la Sra. de Jack Pickford,
conocida por millones de adoradores entusiastas como Olive Thomas, brillante
estrella joven del lienzo de plata.
¡Olive Thomas! Nueva York la recordaba como una de las más bellas morenas
jamás glorificadas por el gran Ziegfeld. Las coristas de éste eran, invariablemente,
jóvenes y, a los dieciséis años, Olive era una equilibrada y vivaz señorita, muy
requerida por la alta burguesía, musa de los clanes de "Vogue" y "Vanity Fair",
ornamento de las fiestas organizadas por Condé Nast, editor de esos magazines del
mundo de la moda.
A través de los servicios de míster Nast, Olive había aparecido con frecuencia,
en calidad de modelo, en las páginas de "Vogue", y Ziegfeld, la había seleccionado
para posar desnuda ante el joven artista peruano Alberto Vargas. Otro pintor,
Harrison Fisher, la bautizó como "la mujer más bella del mundo". Su subsiguiente
partida hacia Hollywood se antojó de lo más lógica.
La burbujeante belleza de Broadway cayó de pie en la colonia fílmica y sus
vibrantes personificaciones de la juventud, en comedias ligeras como Betty takes a
hand, Prudence on Broadway e —inevitablemente— La chica del Follies, pronto le
granjearon un amplio culto. En 1919, Myron Selznick inauguró su recién formada
compañía, captando a Elaine Hammerstein y Olive Thomas con lucrativos contratos.
En 1920, tras el éxito de Olive en The Flapper y su muy publicitado casamiento con
Jack Pickford, hermano de Mary y, asimismo, ídolo de la pantalla, el puesto de Olive
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en el encantador círculo de la "Gente Dorada" parecía asegurado.


El suicidio de Olive Thomas causó sensación en el mundo entero y
desencadenó furiosas controversias. Olive sólo había cumplido veinte años cuando
murió; poseía juventud, belleza, fama, amor, riqueza y contaba, no sólo con la
admiración de sus seguidores, sino con la adoración de Jack Pickford. El joven Jack
había sido definido como "El Muchacho Ideal Norteamericano" en películas como
Seventeen, siendo Olive su contrapartida femenina en Tomboy. En las revistas
ambos habían sido proclamados "La Pareja Perfecta". ¿Qué podía haber inducido a
Olive a quitarse la vida?
El estudio de Olive, cuyo slogan era "Las Películas Selznick contribuyen a
formar hogares felices", se vio materialmente inundado de cartas; la embajada
norteamericana en París y la policía francesa prometieron efectuar investigaciones
exhaustivas.
Lo que éstas revelaron sobre la muerta y los periódicos publicaron en primera
página fue una vida privada un tanto lóbrega que para nada se ajustaba a la imagen
dulzona de la diva. Estaba previsto que Jack Pickford se reuniera con Olive en París
tan pronto finalizara su trabajo en The little Shepherd of Kingdom Come. Habían
planeado un idilio parisino como sucedáneo de la luna de miel que su actuación
ante las cámaras retrasara tras la boda. Olive se había adelantado haciendo compras
de antigüedades y ropas, pero se desveló que sus pasos no se habían dirigido,
precisamente, a los salones chic. Algunos la vieron en clubs nocturnos como el
"Jockey" y el "Maldoror", en compañía de notorias figuras de los bajos fondos
franceses, así como en los antros más sórdidos de Montmartre.
Comenzaron a circular rumores acerca de los motivos que podrían haber
empujado a Olive hacia los mundos subterráneos parisinos: la muchacha trataba de
conseguir una generosa cantidad de heroína con destino a Jack, su esposo, un
adicto sin redención. No habiéndolo logrado, se suicidó.
Cuando esta historia apareció en la prensa norteamericana, Jack se encontraba
bajo tratamiento, por colapso nervioso, tras conocer la noticia de la defunción de su
esposa; no pudo rechazar las acusaciones. Su leal hermana Mary, que acababa de
emerger de la controversia provocada por un doble divorcio y la boda subsiguiente
con Douglas Fairbanks, se sintió obligada a intervenir en el asunto, haciendo desde
sus nuevos dominios, "Pickfair", una declaración pública en que negaba las
"enfermizas difamaciones" sobre la personalidad de su hermano. Poco tiempo
después, una investigación llevada a cabo por el gobierno de los Estados Unidos
sobre las actividades de cierto Capitán Spaulding de la Armada, arrestado por
traficar a larga escala con heroína y cocaína, reveló, entre los nombres de clientes
regulares de su agenda, el de la hasta entonces "Muchacha Ideal Norteamericana".

¡OLIVE THOMAS POSEÍDA POR LA DROGA!

Así fue cómo los titulares calificaron a la "hermanita" Olive, acusación ésta que
provocó un profundo shock. En 1920, la mayoría norteamericana aún rendía tributo
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a la llamada "moralidad victoriana". Sociedades puritanas proliferaron para


contrarrestar la nueva amenaza que se cernía sobre la Castidad de la Mujer, y el
cardenal Mundelein de Chicago se creyó obligado a publicar un panfleto: "El peligro
de Hollywood: una advertencia para las jóvenes".
En los años veinte, la recién nacida capital del celuloide, se vio inundada de
cargamentos de jóvenes ilusionadas procedentes de todos los rincones. Algunas
llegaban como ganadoras de concursos de belleza locales; en su mayoría eran
simplemente bonitas, pobres y atrevidas. Todas aspiraban a convertirse en estrellas,
pero muy pocas encontraban trabajo, ni siquiera como "extras" o elementos
decorativos. Para millares de jovencitas el viaje acabó destrozándoles el corazón.
La sensacional muerte de Olive Thomas hizo que otro suicidio "estelar" pasara
casi inadvertido en aquel septiembre de 1920. Bobby Harron, el sensible muchacho
de Intolerancia, se disparó un tiro en una habitación de hotel de Nueva York en la
víspera de la premiere de Way Down East. Griffith había prescindido de él en dicho
film, prefiriendo a su nuevo favorito, Richard Barthelmess, y eso le rompió el alma.
El deceso de Olive parecía hecho a la medida de las plañideras habituales que
nutrían titulares con sus mórbidas especulaciones. Olive Thomas estuvo en el
candelero durante todo el año que siguió a su muerte hasta verse desplazada por
una de las tantas esperanzadas aspirantes a Hollywood, una actriz de categoría
inferior, compañera del gordinflón cómico Fatty Arbuckle.
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"Gordo al agua"

Roscoe "Fatty" Arbuckle era un rollizo ayudante de fontanero, descubierto por


Mack Sennett en 1913, cuando se personó en casa del productor de comedias para
desatascar un desagüe. Sennett midió de arriba abajo las 226 libras del afable
Roscoe e inmediatamente le ofreció trabajo. La similitud de Arbuckle con una bola
de mantequilla y su increíble agilidad eran cualidades perfectas para el tipo de cine
de Sennett: barro y parvas, resbalones y pasteles de nata.
En ruta ascendente desde los Keystone Cops, Fatty llegó a formar pareja con
Mabel Normand en Fatty's Flirtations, con Charlie Chaplin en The Rounders y con
Buster Keaton en The Butcher Boy y otras populares comedias en dos rollos. El
talento natural de Fatty, sujeto jovial y un tanto impertinente, aseguró su éxito como
bufón de la pantalla y le procuró fortuna.
La capacidad de Fatty para desatar risas convirtió los tres dólares diarios que
percibía en 1913 en cinco mil a la semana en 1917, cuando firmó en exclusiva con la
Paramount. Una chistosa pancarta en la famosa puerta proclamaba: "Paramount da
la Bienvenida al Príncipe de las Ballenas". ["Príncipe de las ballenas" (en el original,
Prince of Whales). El autor efectúa un paralelismo entre whales (ballenas) y Wales
(Gales) (N. del T.)]
El festejo con abundantes bebidas, que, en conmemoración de la firma del
contrato, duró toda la noche del día 6 de marzo en Mishawn Manor, Boston, dio pie
a un escándalo público. Tuvo lugar en una posada, la Brownie Kennedy, donde el
grueso del espectáculo celebrado en honor de Fatty consistía en doce chicas de
alterne a quienes se les gratificaba con 1.050 dólares por su aporte al brillo de la
velada.
Un estirado metomentodo asomó la nariz a través de una ventana abierta en
el momento en que Fatty y las chicas se despojaban alegremente de sus ropas
encima de la mesa, y decidió que la "decencia" estaba siendo ultrajada y llamó a los
guardias.
Invitados a este party se encontraban los magnates del cine Adolph Zukor,
Jesse Lasky y Joseph Schenck. Acabaron pagando cien mil dólares furtivos al fiscal
del Distrito de Boston, mayor James Curly, a fin de echar tierra sobre el incidente.
Fue cuatro años más tarde, durante otra de las jaranas de Fatty, cuando una
oscura starlet adquirió instantánea notoriedad. Desgraciadamente la damita no tuvo
tiempo para sacar tajada.
Virginia Rappe, una linda morena, modelo en Chicago, había conseguido cierta
fama al aparecer su sonriente rostro, debajo de una pamela, en la portada de la
partitura de la canción "Let me call you sweetheart". Mack Sennett le hizo una oferta
y comenzó a trabajar en su equipo interpretando papelitos. Su tiempo libre lo
ocupaba mariposeando de lecho en lecho y obsequiando con ladillas a la mitad de
la compañía. Esta epidemia dejó a Sennett tan apabullado como para cerrar el
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estudio y fumigarlo concienzudamente. A pesar de ello, Virginia fue perdonada y


pronto se la vio constantemente en compañía de Henry "Pathé" Lehrman, un
veterano realizador de Sennett, quien le ofreció un minúsculo personaje en Fantasía
y más adelante se la presentó a Arbuckle, al cual dirigía en Joe pierde una novia. La
belleza de Virginia, con sus cabellos color ala de cuervo, no pasó desapercibida para
William Fox cuando aquélla obtuvo el título de "La muchacha mejor vestida del
cine", por lo que la tomó bajo contrato. Se habló de lanzarla, ya en plan "estrella",
en una producción de la Fox, Twilight Baby. Virginia Rappe parecía bien
encaminada.
Arbuckle ya le había echado el ojo y la había solicitado como partenaire
femenina en una de sus comedietas. También había insistido a su amiga, Bambina
Maude Delmont, para que la llevara a una fiesta conmemorativa de su nuevo
contrato con la Paramount, por valor de tres millones de dólares, para los próximos
tres años. Fatty adoraba por igual la bebida y las mujeres. Mientra más de ambas
cosas, mejor.
En un antojo, Fatty eligió San Francisco como escenario ideal para el banquete.
Ello le daría oportunidad para rodar su nuevo coche Pierce-Arrow, hecho a medida
y por el que había pagado veinticinco mil dólares.
Durante el fin de semana, que se iniciaba con el Día del Trabajo, dos coches
cargados con gentes de cine en vacaciones y buena disposición, transitaron, llenos
de alegría, las cuatrocientas cincuenta millas que separaban la Carretera de la Costa
de la ciudad de las colinas. Fatty y sus compadres, Lowell Sherman y Freddy
Fishback, se apretujaron en el resplandeciente Pierce-Arrow, y Virginia Rappe,
Bambina Maude Delmont y unas coristas escogidas hicieron lo propio en otro
vehículo.
Al llegar a la ciudad de la bahía, entrada ya la noche del sábado, Arbuckle se
registró en el lujoso Hotel St. Francis, enviando a las chicas al Palace. Fatty alquiló
tres suites comunicantes en el piso 12 —suficiente espacio para cualquier
"acontecimiento"—, llamó a su contrabandista proveedor de licores (Tom-Tom, el
botones) y seleccionó música de jazz en la radio... El party había dado comienzo...
El 5 de septiembre de 1921, en la sobremesa del Día del Trabajo, la fiesta se
hallaba en su apogeo. Aquello era "territorio libre" de Fatty, con gentes entrando y
saliendo, el grupo excediendo ya el número de cincuenta invitados y el anfitrión
ebrio y risueño. Virginia y el resto de sus compañeras tomaban orange blossoms
aderezados con ginebra, algunas de ellas despojándose de las prendas superiores
para poder bailar mejor el shimmy; los invitados se intercambiaban los pantalones
de pijama, y las botellas —vacías— se iban amontonando. Alrededor de las tres y
cuarto, Arbuckle, bullendo de aquí para allá, en pijama y salto de cama, agarró a
Virginia y condujo a la ya trompa modelo hasta el dormitorio de la suite número
1221. Antes guiñó un ojo a la concurrencia y, tras decir: "He aquí la oportunidad que
he estado esperando durante tanto tiempo", dio un portazo.
Bambina Maude Delmont testificaría más tarde que la fiesta se hallaba en su
clímax cuando, desde el dormitorio adjunto se escucharon gritos de angustia.
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Después de varios golpes en la puerta, un risueño Arbuckle apareció con el pijama


desarreglado, llevando en la cabeza el sombrero de Virginia. Les dijo a las chicas:
"Entrad, vestidla y llevárosla al Palace. Hace demasiado ruido". Como Virginia
continuaba gritando, añadió descompuesto: "Cállate de una vez o te tiro por la
ventana".
Bambina y una amiga, Alice Blake, encontraron a Virginia en la cama
desordenada, casi desnuda, retorciéndose de dolor y gimiendo: "Me muero, me
muero... Me ha hecho daño". Alice declararía después: "Tratamos de vestirla, pero
sus ropas estaban destrozadas y tan retorcidas, que era imposible reconocer las
prendas".
Virginia sólo tuvo fuerzas, antes de caer en coma, para musitar al oído de la
enfermera del muy exclusivo hospital de Pine Street adonde fue conducida: "Fatty
Arbuckle me ha hecho esto. Por favor, ocúpense ustedes de que se haga justicia".
El día 10 de septiembre, justo al año de la muerte de Olive Thomas, Virginia
Rappe fallecía, a los veinticinco, perdiendo definitivamente la oportunidad de
convertirse en la estrella de Twilight Baby.
La causa de su muerte estuvo a punto de no ser desvelada. El comisario
general de San Francisco, Michael Brown, tomó no obstante cartas en el asunto —
tras una llamada anónima desde el mismo hospital en la que se hacía referencia a
una autopsia— prometiendo encargarse personalmente de averiguar lo sucedido.
Lo que se gestaba era un frenético intento de encubrir el caso. Brown llegó a tiempo
para ver surgir de un ascensor aun empleado que llevaba hacia el incinerador una
jarra de cristal con los maltratados genitales de Virginia. Se los reclamó al reacio
doctor para verificar su propio examen. Así quedó al descubierto que la vagina de
Virginia había sido forzada de forma tan violenta como para causarle muerte por
peritonitis. Brown dio cuenta de los hechos a su superior, el coroner T. B. Leland y se
acordó abrir una investigación.
Los detectives Tom Reagan y Griffith Kennedy fueron designados para
interrogar a la plantilla del hospital (en no muy buena disposición) y averiguar quién
o quiénes trataban de echar tierra al asunto; y lo encontraron. También lo hicieron
los periódicos. Cuando Fatty Arbuckle fue acusado de violar y asesinar a Virginia
Rappe, todo el mundo murmuraba ya su nombre. El Estado de California achacó las
causas de su muerte a "presiones externas" causadas por Arbuckle durante un
escarceo sexual. Una efímera notoriedad para Virginia. Y un rudo golpe para Fatty:
asesinato en primer grado.
La marea de espanto llegada aquel septiembre desde San Francisco hizo
estremecer a Hollywood hasta sus recién plantados cimientos. Todo resultaba
demasiado increíble: Fatty, el favorito de los niños, el gordinflón manantial de risas,
el campeón de la sana carcajada, de repente convertido en un orgiástico asesino de
una luminaria estelar.

LA ORGIA DE ARBUCKLE
EL VIOLADOR DANZA MIENTRAS MUERE SU VICTIMA
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Al compás de los titulares, se extendían las hipótesis sobre una espantosa y


antinatural violación: Arbuckle, lleno de rabia ante su impotencia alcohólica, había
destrozado a Virginia con una botella de Coca-Cola o de champagne, después
había repetido el acto con un pedazo de hielo... o, ¿es que no era del dominio
público que Arbuckle era un hombre excepcionalmente bien dotado?...o, ¿era una
simple cuestión de exceso de peso, las 266 libras de Fatty aterrizando sobre Virginia
y aplastándola?
Lo único indudable fue el aumento en los tirajes; los medios de comunicación
imprimieron todo tipo de especulaciones acerca de la "botella party" de Arbuckle. El
"San Francisco Examiner" dijo en un editorial: "Hollywood debe dejar de utilizar a
San Francisco como cubo de basuras". El "coroner" pidió "medidas para prevenir la
posible repetición de acontecimientos que hacen de San Francisco un lugar de cita
para el desenfreno y el gangsterismo". Las Iglesias de la ciudad solicitaban penas
para los "maníacos sexuales hollywoodenses que se acogen a las benevolentes leyes
de San Francisco para la práctica de sus aberraciones".
En Hartford, Connecticut, damas agraviadas rasgaron la pantalla de un local
que exhibía una comedia de Arbuckle, mientras que en Thermopolis, Wyoming,
varios vaqueros dispararon contra el lienzo de una sala donde se proyectaba un
corto suyo. En otros sitios se utilizaron como proyectiles huevos y cascos de botellas
vacías. Mientras la consigna "Hay que linchar a Fatty" se extendía por el país, grupos
controlados exigían una limpieza de toda la colonia fílmica de Hollywood; resultado:
las películas de Fatty fueron retiradas de circulación.
Mientras Arbuckle sudaba en una cárcel de San Francisco, permaneciendo bajo
custodia en el lúgubre Palacio de Justicia de Kearny Street, sus abogados luchaban
para trocar la acusación de asesinato en primer grado por la de homicidio casual.
Adolph Zukor, que había invertido millones en Arbuckle, se comunicó con el fiscal
del distrito, Matt Brady, en un intento de anular el caso. Lo único que consiguió fue
ofuscar a Brady, quien, posteriormente, denunció haber sido objeto de soborno.
Otras prominentes figuras de la industria cinematográfica llamaron a Brady,
sugiriendo que no debía crucificarse a Arbuckle por el simple hecho de que Virginia
Rappe hubiese bebido más de la cuenta antes de morir. El fiscal del distrito se
enfureció aún más.
El juicio se inició a mediados de noviembre en el Tribunal Superior de San
Francisco, con Arbuckle en el estrado dispuesto a rechazar cualquier cargo de
culpabilidad. Su actitud parecía ser de una completa indiferencia hacia Virginia
Rappe; en ningún momento llegó a demostrar remordimiento o tan siquiera pena
ante su muerte. Sus abogados eran más realistas: hubo un deliberado intento de
ensuciar el comportamiento de Virginia, sugiriendo que era una chica más que
ligera de cascos que, no sólo hablase prostituido en Hollywood, sino también en
Nueva York, París y Sudamérica. Tras conflictivos y numerosos testimonios, el jurado
acordó absolver a Arbuckle por 10 votos a favor y 2 en contra, tras 43 horas de
deliberaciones. Se declaró nulo el juicio.
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Un segundo juicio tuvo lugar, pero fue descalificado por 10-2. Fatty, que se
encontraba libre bajo fianza, se vio obligado a vender su vivienda de estilo
anglosajón en Adams Street, Los Ángeles, así como su flota de coches de fantasía
para poder sufragar las minutas de los abogados.
Pese a las protestas del indignado Brady, que deseaba machacar a Fatty
costara lo que costase, Arbuckle fue absuelto en otro juicio, el número tres, que
finalizó el 12 de abril de 1922, tras los un tanto confusos testimonios de cuarenta
testigos presenciales (ebrios la mayoría de ellos en el momento del incidente) y ante
la ausencia específica de pruebas (como la de la dichosa y sangrienta botella).
El jurado que absolvió a Fatty hizo este comentario: "La libertad no es
suficiente para Roscoe Arbuckle. Creemos que se ha cometido una grave injusticia
en su persona, y que no hay la menor evidencia para involucrarle en modo alguno
con ningún crimen".
En la escalera del juzgado Arbuckle declaró a la Prensa: "Este es el momento
más trascendental de mi vida. La falsedad de la horrenda acusación esgrimida
contra mí ha sido demostrada... Quiero expresar mi sincero agradecimiento a mis
compañeras y compañeros. Mi existencia ha estado cifrada en la producción de un
cine limpio para felicidad de la gente menuda. Ahora trataré de ampliar este campo
para que mi arte pueda rendir un servicio todavía más amplio".
Sus esperanzas, sin embargo, fueron de muy corta duración. Fatty había sido
liberado, pero no perdonado. Henry Lehrman, un antiguo novio de Virginia, hizo
este amargo comentario: "Si pudiese, ella se levantaría de entre los muertos para
defenderse de esta indignidad. En cuanto a Arbuckle, esto es lo que sucede cuando
se recoge a gentuza procedente de las alcantarillas, se les ofrece sueldos
desmesurados y se los convierte en ídolos. Ciertas personas no saben lo que
significa sacar provecho de la vida sino de una forma bestial. Son los que después
participan en orgías que sobrepasan las de una Roma ya en decadencia".
O, podía haber añadido, Babilonia.
Madame Elinor Glyn, árbitro de la colonia fílmica y creadora de normas,
aprovechó la ocasión para pontificar acerca de las "manzanas podridas" de
Hollywood: "Si se demuestra que son inmorales, colgadles. No enseñéis sus
películas, suprimidlos; pero no hagáis que paguen justos por pecadores. La fiesta de
Arbuckle ha sido vergonzosa y bestial. Cosas como ésta deben de ser desterradas.
Pero, personalmente, yo, en Hollywood, no he visto nada parecido y, si realmente
existen aquí esas orgías con droga, deben de constituir una infinitesimal excepción".
La Paramount canceló el contrato de Arbuckle, valorado en tres millones de
dólares. Sus películas aún sin estrenar fueron arrinconadas, causando al estudio la
escalofriante pérdida de más de un millón.
Fatty, el bufón, estaba acabado. El "Príncipe de las Ballenas" había sido
certeramente arponeado.
Arbuckle no consiguió actuar de nuevo. Sólo unos escasos amigos, como
Buster Keaton, le permanecieron fieles. Fue Keaton quien le sugirió que cambiara su
nombre por el de "Will B. Good" [que suena "Seré B. Ueno". (N. del T.)]. Fatty adoptó
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 13

el de William Goodrich y consiguió empleo como director de comedias y guionista


accidental. Pero Arbuckle añoraba la interpretación. En el número de marzo de 1931
de "Photoplay" rogaba: "Dejadme actuar. Quiero volver a la pantalla. Creo que
todavía soy capaz de divertir y alegrar a quienes me vean. Es lo único que deseo. Si
consigo regresar va a ser algo grande. Y, si no, bueno, pues de acuerdo".
Y de acuerdo se pusieron todos. A Fatty no le fue jamás permitido olvidar que
había caído en desgracia. Cuando lo reconocían en la calle, la gente le silbaba "I'm
coming Virginia": un borrón en tinta negra que no llegaría a diluirse nunca. El único
personaje que pudo interpretar fue el de Pagliacci.
En su forzoso retiro, Arbuckle pronto se dio a la bebida. Parecía que las
botellas lo tenían hechizado. En 1931, Fatty fue arrestado en Hollywood por
conducir en estado de embriaguez. Cuando se le acercaron los motoristas, Fatty
lanzó una botella por la ventanilla al tiempo que, entre carcajadas, exclamaba: "¡Ahí
va la evidencia!".
Se acordaba acaso de aquella otra botella que había salido disparada desde
una ventana del piso número doce del hotel San Francis en el Día del Trabajo de
1921?
Arruinado, hecho un guiñapo, falleció en Nueva York, a los cuarenta y seis
años, el 28 de junio de 1933. ¡Pobre Fatty! El affaire Arbuckle hizo madurar en diez
años al floreciente Hollywood, ahora algo más que el "País de los Sueños". A partir
de ese instante, en las mentes de millones de seres, Hollywood no dejó de estar
asociado al concepto de escándalo.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 14

Pánico en la Paramount

Mientras Arbuckle sudaba tinta en medio de su segundo proceso y Hollywood


bullía a los ojos de la inflamada opinión pública, un nuevo escándalo estalló, justo en
el cogollo de la colonia fílmica.
En la noche del primero de febrero de 1922, alguien asesinaba a William
Desmond Taylor en el estudio de su bungalow de Alvarado Street, una calle del
tranquilo distrito de Westlake, en Los Ángeles. Taylor era el jefe supremo de la
Famous Players-Lasky, una compañía subsidiaria de la Paramount que, por si aún no
había tenido bastante con el caso Arbuckle, ahora podía agradecer a su mal sino
este nuevo escándalo. El cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por Henry
Peavey, el criado negro de Taylor.
El muerto yacía de espaldas en el suelo del estudio como si se hallase en
trance, con los brazos extendidos y una silla caída sobre las piernas. La intención no
había sido robarle; todavía relucía en uno de sus dedos el enorme diamante de la
suerte que le había acompañado siempre a partir del estreno de su primer éxito, El
diamante caído del cielo.
Peavey salió disparado, gritando con voz de soprano: "¡Han matado al amo!
¡Han matado al amo!" (tal y como fue descrito por el "Examiner" de Los Ángeles).
Con ello despertó a los otros residentes del distrito, incluida Edna Purviance, quien
inmediatamente telefoneó a Mabel Normand. Mabel, a su vez, llamó a Charles
Eyton, director general de la Famous Players-Lasky, el cual se puso en contacto con
el capo de la Paramount, Adolph Zukor. Edna efectuó otra llamada a la estrella de la
Paramount Mary Miles Minter. Sin embargo, no pudo localizarla. El mensaje fue
recibido por su madre, Charlotte Shelby. Ninguno de ellos encontró un hueco en su
tiempo para ponerse en contacto con la Policía. Al parecer, todos tenían cosas más
urgentes de qué ocuparse.
Mabel se precipitó a la casa de Taylor para recuperar a toda prisa un montón
de cartas suyas. Charles Eyton se apresuró igualmente a deshacerse de todas las
existencias de alcohol ilegal que había allí. Vivo o muerto, era inconcebible que un
director de la Paramount hubiese podido violar la Enmienda Décimo Octava. Adolph
Zukor, como alma que lleva el diablo, se apresuró a borrar cualquier evidencia de
frivolidades sexuales. Y Charlotte Shelby partió rauda en busca de su hija Mary, a
quien la noticia hizo proferir un torrente de histéricos aullidos. Henry Peavey —el
criado-soprano—, anduvo a trompicones arriba y abajo de la hasta entonces plácida
calle Alvarado gritando incesantemente como un poseso "¡Han asesinado al amo!
¡Han asesinado al amo!" hasta que, más tarde, uno de los vecinos telefoneó a la
Policía para ver "si vienen a recoger a este pobre loco". Por fin llegaron los
representantes de la Ley.
Cuando por la mañana la policía hizo su aparición en el bungalow de Taylor,
una agitada escena tenía lugar ante sus ojos. Alegres llamaradas se desprendían de
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 15

la chimenea, atiborrada de documentos comprometedores para las jerarquías de la


Paramount, mientras Edna Purviance contemplaba el fuego. Mabel Normand, la
heroína de Sennett, registraba con laboriosidad todos los rincones y escondrijos en
busca de una desordenada correspondencia. El ojo del huracán era el cadáver de
Taylor, tendido en el suelo de su estudio con dos balas del calibre 38 en el corazón.
Hubiese cabido una mínima posibilidad de resolver el enigma, si los jeques de
la Paramount no se hubiesen precipitado a acudir a la casa del fiambre para
"cosmetizar" la escena. Era harto significativo que datos claves habían sido
incinerados por Zukor y Eyton en la chimenea de Taylor.
Sin embargo Zukor, Eyton y compañía no dispusieron del suficiente tiempo
para completar su limpieza general. Cuando la brigada de homicidios compareció
en el bungalow, salió a la luz todo tipo de material. Los guardias descubrieron un
lugar semisecreto, un cajón en cuyo fondo, mezclado con algunos guiones, había un
muestrario de fotos de carácter claramente pornográfico. Eran poses un tanto
extravagantes y ridículas del muerto en compañía de estrellas fácilmente
identificables que, ciertamente, confirmaban tanto su fama de Lotario como su
discreción. Estas curiosidades fotográficas no contribuyeron a solucionar el caso;
Mary Pickford manifestó que ella "iba a rezar".
Cuando se interrogó a Mabel Normand acerca de su precoz curiosidad,
admitió, toda candor, que había ido para hacerse cargo de las cartas que ella había
escrito a Taylor y asegurarse personalmente de que no cayesen en manos ajenas. Y
añadió: "Mi único motivo ha sido el de asegurarme de que unas muestras de simple
y pura amistad no llegasen a ser malinterpretadas" (Las misivas fueron halladas bien
escondidas en una de las botas de montar de Taylor.)
Pistas posteriores en el estudio del difunto revelaron el contenido de otra carta,
camuflada entre las páginas de Manchas blancas, un librito erótico de Aleister
Crowley. Cuando la perfumada hoja revoloteó hasta el suelo, quedó descartado que
hubiese sido redactada por Mabel Normand. El papel color rosa pálido estaba
monografiado M.M.M., a la vista de lo cual se alzaron muchas cejas. Mary Miles
Minter era la respuesta de la Paramount a Mary Pickford, tirabuzones incluidos: la
más genuina representación de la inocencia a secas. Sin embargo, de su puño y
letra, en la nota cariñosa se decía bien claro:
Mi muy querido— Te amo— Te amo— Te amo— xxxxxxxxxxxxxxx
¡Tuya siempre! Mary.
[x, signos usados frecuentemente en las cartas amorosas, muy especialmente
en Estados Unidos y Gran Bretaña, donde cada X equivale a un beso. (N. del T.)]
Interrogada, Mary confirmó: "Amé a William Desmond Taylor. Profunda,
intensamente, con toda la admiración que una muchacha puede sentir y ofrecer a
un hombre con la clase y la posición que él tenía" (M. M. M. contaba veintidós años;
Taylor, cincuenta).
En el transcurso del pomposo funeral, una turbada Mary Miles Minter se
aproximó al féretro y besó los labios del cadáver. Al retirarse, armó un considerable
revuelo al anunciar que el muerto había hablado. "Se ha dirigido a mí y me ha dicho
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 16

algo así como: Siempre te amaré, Mary''.


Las circunstancias que rodeaban la muerte de Taylor eran tan chocantes que,
posteriormente, serían incorporadas en algunos argumentos de novelas y guiones
de películas, con todos o gran parte de los personajes de la vida real, incluyendo al
criado-soprano, Peavey, cuyo hobby era tricotar chales y mantelitos de crochet.
Estaba también lo del mayordomo de Taylor, un tal Sands, quien había
desaparecido. Más tarde se descubrió que era el hermano pequeño del realizador,
una dudosa figura con un pasado escabroso, al margen de la ley. Taylor le había
enseñado hasta hacerle adquirir una apariencia impecable y servil a la que
contribuían en buen grado sus níveos cabellos. Sands, sospechoso de haber
falsificado cheques y de una posible implicación en el asesinato de su hermano,
había puesto pies en polvorosa y jamás volvió a saberse de él.
También se descubrió que tanto Mary Miles Minter como Mabel Normand
habían visitado a Taylor la noche del crimen. Mabel fue la última persona que le vio
con vida. Como regalo de despedida, el siempre galante Taylor le ofreció el último
volumen de Freud publicado en Estados Unidos.
Sólo habían transcurrido diez minutos de la partida de la limusina de Mabel,
cuando una vecina, la señora Faith Cole McLean, escuchó un estruendo que la hizo
asomarse a la ventana que daba al bungalow de Taylor. McLean declaró a la policía:
"La verdad es que yo no estaba muy segura de que aquello hubiese sido un disparo,
pues lo que oí parecía más bien una explosión. Entonces, al mirar por la ventana, vi
a un hombre que abandonaba la casa caminando por el sendero. Bueno, supongo
yo que debía ser un hombre. Al menos, vestía como tal, pero, ¿sabe usted?, de una
forma peculiar. Llevaba un pesado abrigo con una bufanda alrededor del cuello y
una gorra que le caía sobre los ojos. Pero caminaba como lo haría una mujer. Ya
sabe, a pasitos, balanceando unas caderas anchas y con las piernas más bien
cortas". (¿Podría tal vez haberse tratado de la celosa progenitora de Mary Miles
Minter, la señora Shelby, disfrazada? Ella poseía una pistola calibre 38 con la que la
habían visto practicando pocos días antes del crimen. El caso es que, poco después,
fue autorizada para embarcarse rumbo a Europa sin haber pasado por ningún
interrogatorio.)
El enigma hubiese resultado frustrante incluso para el mismo S. S. Van Dine.
El asesinato conmocionó a Hollywood. Y fue un incidente particularmente
perturbador para la colonia fílmica, dado que Taylor, prominente figura social, había
sido el presidente de la Screen Director's Guild. Mundano, atractivo, bibliófilo,
supuestamente soltero y con una envidiable reputación como rompecorazones era,
en realidad, William Deane-Tanner, desaparecido desde 1908 de un hogar
neoyorquino en el que había dejado abandonadas a su esposa e hija.
Pronto se averiguó que, en su encarnación hollywoodense, Bill Desmond, había
mantenido affaires simultáneos con Mabel Normand, Mary Miles Minter y la madre
de ésta, Charlotte Shelby. El "cuadrángulo" contenía todos los ingredientes picantes
que la prensa pudiera desear, en el más sensacionalista de los sentidos. Los
periódicos insinuaron asimismo que Taylor había sido la causa del suicidio de una
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 17

famosa guionista de la Famous Players, Zelda Crosby, con la que también había
mantenido relaciones íntimas.
Durante la búsqueda en el bungalow de Taylor, los inspectores dieron con un
nuevo y esotérico aspecto de las peculiaridades del occiso. En un hermético
armarito del dormitorio encontraron una colección sin parangón de ropa interior
perteneciente a diversas chicas de Hollywood, cuyas braguitas de encaje primoroso,
se hallaban clasificadas cada una con sus correspondientes iniciales y una fecha.
(Estaba más que demostrado que el viejo zorro se había propuesto retener un
encantador souvenir de cada encuentro sentimental.) Cuando un camisón de seda
rosa pálido, bordado y con las iniciales M.M.M., salió a relucir, la imagen dulce y
virginal de su propietaria, Mary Miles Minter quedó hecha trizas y su carrera
masacrada. (Retirada, muy a su pesar, M.M.M. buscó consuelo en los placeres
gastronómicos y, claro, ganó peso con gran celeridad.) Los Tambores del destino
fue su última película.
Como si todo ello no bastase, hubo un nuevo tema, el de la droga, para añadir
más miel sobre las hojuelas. Los sabuesos de profesión, alias reporteros,
descubrieron que el sorprendente Taylor había sido visto más de una vez en ciertos
sitios de alterne de Los Ángeles y Hollywood, covachas donde hombres afeminados
y mujeres masculinizadas, ataviados con pintorescos kimonos y sentados en círculo,
eran obsequiados con marihuana, morfina y opio junto con el té de las cinco.
Implicada en el aspecto narcótico del caso Taylor, a Mabel Normand le llegó el
turno de hacer mutis por el foro de su carrera cinematográfica. Suzanna, el film que
acababa de rodar para Sennett, hubo de ser retirado de los cines tras soportar el
inevitable boicot.
El epitafio a su labor lo puso la revista "Good Housekeeping", al sugerir que
Mabel ya estaba demasiado "adulterada" para el consumo familiar. La deliciosa
comediante de tantas farsas Keystone ya no significaba nada para su antigua legión
de admiradores.
Pese a que tanto Mabel Normand como Mary Miles Minter fueron los
principales chivos expiatorios del caso Taylor, todo Hollywood se sintió alcanzado
por el eco. Se desparramaron lamentos por todo el país ante esta nueva prueba de
la depravación de Cinelandia. 1922 fue un año muy duro para el celuloide.
Avalanchas de prensa adversa continuaron vertiéndose; fueron formuladas
incontables denuncias desde los púlpitos. Lo que temían los magnates no era
precisamente la ira divina, sino la disminución de las ventas en las taquillas. El
espectro de un boicot colectivo a cargo de clubs femeninos, organizaciones
clericales y comités anti-vicio, se cernía amenazante. Ante este ataque frontal del
puritanismo profesional clamando por una limpieza, algo había que hacer para
mejorar la imagen de las películas. Y deprisa.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 18

La fiebre de Hays

[Hays fever ("La fiebre de Hays"). El autor


toma el título de Hay Fever ("La fiebre del
heno"), una de las comedias más populares
del autor británico Noel Coward. (N. del T.)]

La necesidad de mejorar la imagen de las películas derivó en una limpieza


general, que tomó como ejemplo la llevada a cabo en el mundo del baseball.
El multimillonario negocio de los deportes había estado al borde del colapso
cuando surgió a la luz el tongo amañado durante el Campeonato Mundial de 1919.
Los mandamás del baseball encontraron solución a sus apuros empleando cincuenta
mil dólares en la compra del juez Kenesaw Mountain Landis y convirtiéndolo en el
zar que garantizaba la pulcritud en el juego.
Los jefazos de Hollywood decidieron utilizar un cabeza de turco similar,
indispensable para arbitrar la moralidad de las películas. Y doblaron la apuesta.
De modo que, mediante cien mil pavos anuales, el puesto de Zar del Celuloide
fue ofrecido a un tipo afectado, con orejas de murciélago, tímido en apariencia y
cincel de políticos: Will H. Hays, miembro del poco afortunado Gabinete del
Presidente, quien, como representante del Comité Nacional Republicano, había
conseguido inclinar la nominación a favor de Harding. (En 1928 se descubrió que el
supuestamente puro Hays, había aceptado un "regalo" de 75.000 dólares y un
"préstamo" de otros 185.000 del magnate del petróleo Harry Sinclair, en señal de
gratitud por haber servido al afable Harding de trampolín hacia la Casa Blanca. El
retorcido Hays dio al Comité del Senado tres versiones diferentes acerca de estos
sobornos; el Senador Borah alegó que "Hays había obligado al Partido Republicano
a venderse a sí mismo frente a los saqueadores de la nación". Hays pudo
escabullirse de estas acusaciones por los pelos; en 1930, lo pillaron con las manos en
la masa, pagando sumas en calidad de honorarios a los líderes "morales", supuestos
jurados imparciales de la pureza de las películas de cara a diversas instituciones
cívicas y religiosas. El voluble Hays se las compuso muy bien en esta maniobra.)
En calidad de comandante en jefe de Harding, Hays añadió leña al fuego. Este
presbiteriano, miembro de los Caballeros de Pitias, Kiwanianos, Rotarios, y además
masón, supo presentarse como el único capaz de contentar a las ligas de la pureza.
Harding aceptó la dimisión de su astuto perro de presa y Hays marchó a su
oficina de Nueva York —una ciudad considerada "neutral", alejada de la carnalidad
de Hollywood, pero convenientemente cercana a los poderosos magnates del Cine.
En marzo de 1922, Hays se convirtió en el Zar de las Películas: le hicieron
presidente de la apresuradamente constituida Motion Pictures Producers and
Distributors of America Inc. En compañía de una compacta asamblea de Padres
Fundadores —Adolph Zukor, Marcus Loew, Carl Laemmle, William Fox, Samuel
Goldwyn, Lewis y Myron Selznick—, convocó una conferencia de Prensa para
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 19

propagar a los cuatro vientos lo que a partir de ese instante sería el new look, la
nueva imagen de Hollywood. (Elinor Glyn predijo cínicamente: "Sólo cambiará en
aquello que les dé más dinero, ya veréis".)
Los guardaespaldas de la moral en el cine comenzaron a proferir una sarta de
tonterías: "El poder del cine respecto a la moral y educación no tiene límite; por
tanto, su integridad debe ser protegida como hacemos con la de nuestros hijos en
los colegios; su calidad, desarrollada como la de nuestras instituciones escolares...
Por encima de todo existe nuestro deber de cara a la juventud. Hemos de tener
presente esa sagrada materia, la mente de un niño, un campo limpio y virginal, una
pizarra en blanco. Nuestra postura tiene que ser de idéntica responsabilidad, el
mismo cuidado que adoptaría el mejor de los sacerdotes, el más inspirado educador
de la juventud". A medida que Hays iba recitando, los Padres Fundadores de
Cinelandia le apoyaban con gestos, mostrando su asentimiento ante las cámaras. La
política ya había enseñado a Hays todo lo que necesitaba saber acerca de la
hipocresía.
La oficina Hays publicó su primer "manifiesto": las películas iban a ser
purificadas. La inmoralidad en la pantalla sería tijereteada: abajo la grosería, la ropa
interior, los besos lujuriosos, no más carnalidad; hacha para los que se atrevieran a
infringir estas normas fuera de la pantalla. La gente de cine tendría que obligarse a
observar una Cuaresma perpetua. Serían incluidas cláusulas moralistas en todos los
contratos, a fin de mantener incólume a la "Gente Dorada"; los astros se convertirían
poco menos que en curas y las estrellas en monjas. Los desobedientes serían
castigados severamente.
La "fiebre" Hays inundó las administraciones. Pero los jefes supremos no se
hacían demasiadas ilusiones de que dichas cláusulas morales fueran a alterar la
forma de vida de la colonia. Iniciaron investigaciones secretas sobre todo bicho
viviente y lanzaron sobre Hollywood una horda de detectives. Estos se valieron de
los mismos trucos de siempre, desde los sirvientes bajo soborno, hasta las escuchas
telefónicas, sin olvidar a los especialistas en espiar a través de ventanas abiertas.
Cuando las medidas dieron fruto, las oficinas centrales se estremecieron. Aquello era
peor, mucho peor de lo que se habían imaginado. Bajo la aprobación del Zar Hays,
se recopiló un Libro Negro en el que se hallaban incluidos un total de ciento
diecisiete nombres de Hollywood considerados "no recomendables" a causa de sus
ya no muy privadas costumbres.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 20

El encantador Wally

Cuando le mostraron a Adolph Zukor el Libro de los Malditos, el mandamás de


la Paramount tuvo motivos más que sobrados para alarmarse.
Encabezando la lista negra se encontraba el nombre de Wallace Reid, su astro
más taquillero. Zukor, cuyo estudio había tenido que apechugar con una sustanciosa
pérdida cuando a petición del respetable público, obligó a retirar de circulación
todas las cintas de Arbuckle y Mary Miles Minter, protestó amargamente al
insinuársele la conveniencia de que su actor más popular fuera prohibido: "Deberían
ustedes saber que lo que me piden es imposible. La medida nos reportaría una
pérdida de dos millones de dólares como mínimo; sería, simplemente un suicidio."
Otros jefes de estudio a quienes de momento no afectaba la lista negra sabían que
había muchas maneras de forzar la voluntad de alguien como Zukor, por muy
poderoso que fuese, y dejaron caer la píldora acerca de Reid en las eternamente
ávidas rotativas. El "Graphic" encabezó la campaña con este titular:

LOS ENGANCHADOS DE HOLLYWOOD

Se insinuaba que entre los adictos a la droga más prominentes de la colonia


fílmica figuraba un popularísimo astro de la Paramount. Estos rumores se
confirmaron de forma alarmante cuando Wally Reid, "el rey de la Paramount" fue
trasladado sin contemplaciones a un remoto sanatorio en marzo de 1922.
Los documentos para su internamiento habían sido rellenados y firmados por
Florence, la desgraciada esposa de Reid, a la sazón actriz secundaria de la Universal,
bajo el nombre artístico de Dorothy Davenport. Su superior, Carl "Papá" Laemmle,
entre otros, había aconsejado a Florence que la "cura" de Wally era cuestión de
máxima urgencia. Ella accedió de todo corazón y hasta Zukor, aun a su pesar,
concedió que era mejor mantener a Wally fuera de alcance. La Paramount puso en
circulación unos cuantos eufemismos sobre el "exceso de trabajo" de su actor, pero
la señora de Wallace Reid no tardó mucho en comunicar personalmente a la prensa
que su marido se hallaba sometido a una cura por adicción a la morfina.
La sensacional noticia de que Wally Reid era drogadicto dejó sin aliento al
público norteamericano. Reid no sólo era una popular estrella, sino el vivo
exponente del "Joven Ideal". De ojos azules y cabellos castaños, Wally era un jovial
gigante de 1,90 de estatura, en posesión de un encanto que corría paralelo a su
habilidad como comediante, a su juventud y espléndida presencia. Ahora, su apodo,
"el encantador Wally" cobraba otro significado.
Bajo su nuevo papel de cirujano restaurador de imagen, Will Hays trató de
parar el golpe anunciando que "no se debía censurar, ni mucho menos evitar, al
infortunado señor Reid, sino tratarle como a una persona enferma".
Ciertamente como tal fue Wally Reid manipulado y puesto a buen recaudo. El
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 21

resto del año 1922 lo pasó dentro de una celda aislada en aquel sanatorio privado.
La súbita privación de su diaria dosis de morfina y el choque inesperado del
internamiento sólo lograron desquiciarlo. Wally se vio obsesionado por la idea de
haber sido arrollado por un tren. No se equivocaba.
La Paramount lo había especializado en una serie de películas sobre el mundo
del motor: The Roaring Road, What's your hurry?, Double Speed —que poco tenían
de recomendables, salvo la personalidad del astro situado tras el volante. Las había
rodado una tras otra sin interrupción, y pronto el cansancio dejó sentir su huella.
En 1920, cuando interpretaba Forever, a propuesta de un suave y caballeresco
compañero del equipo de Sennett, Wally probó su primera dosis de morfina para
combatir el cansancio y renovar las energías. Cuando la película se hallaba enlatada,
Wally ya se había enviciado. En su crepúsculo, cuando filmaba Clarence, tuvieron
que sostenerlo ante las cámaras para poder terminar el rodaje.
Wally falleció en su solitaria celda el 18 de enero de 1923. Tenía treinta años.
Entre la colonia circuló el rumor de que lo habían puesto "a dormir".
Tras la muerte, su esposa Florence se apresuró a convocar una rueda de
prensa. Anunció que tenía la intención de vengar la pérdida de su marido. Ella había
denunciado a la policía a los amigos de Wally, quienes —éstas fueron sus palabras
— "lo condujeron a una vida en la que se mezclaban la bebida, la droga y la
corrupción". Se denominaban a sí mismos "los golfos de Hollywood", pero Florence
prefería referirse a ellos como "bohemios". Wally se reunía con sus amigos bohemios
para beber, y pronto el hogar acabó convirtiéndose en una fonda. Llegaban en
manadas a cualquier hora, por intempestiva que fuese. Se quedaban y tomaban
copas. Era una fiesta detrás de otra, y de mal en peor. A esas alturas, Wally ya
estaba minado. Y, para colmo, lo que faltaba: morfina.
Florence aprovechó la conferencia de prensa para dar la primicia de que su
próximo film sería Naufragio humano, con un contenido argumental denunciatorio
del tráfico de drogas. Interpretaría esa película para "poner en guardia a la juventud
de la nación", y al mismo tiempo la dedicaría a la memoria de Wally. No mencionó
para nada que para tan pulcro producto había contado con el apoyo de Will Hays.
Finalizó su rueda con un comentario sobre su querido esposo: "Wally ya estaba
curado de su adicción, pero se había debilitado terriblemente. Sólo un retorno a la
droga, bajo control médico, naturalmente, habría podido salvarlo. Pero él se opuso".
En la subsiguiente campaña nacional de publicidad para alertar al público
sobre los peligros de la drogadicción y promocionar de paso Naufragio humano,
Florence figuró en los créditos del reparto como "Sra. de Wallace Reid".
Mary Pickford fue quien proporcionó a Wally su epitafio profesional: "Su
muerte es una gran tragedia. Porque yo sé que, de haber vivido, hubiera hecho lo
imposible por reparar todas sus faltas".
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 22

Baños de champagne

En 1923 Will Hays lanzó un comunicado augurando días más claros para
Hollywood: "Estamos allanando el camino para mejorar las cosas en el mundo del
cine... pronto existirá un Hollywood modelo... Abrigo la fe de que los desafortunados
incidentes recientes pronto serán sólo un recuerdo...".
Estos piadosos pronunciamientos no disminuyeron el tono de las campañas
publicitarias de los exhibidores: películas como De mujer a mujer, Hombres y La
ventana de la alcoba, alardeaban de ofrecer un vistazo a "bellas jazz babies, baños
de champagne, banquetes de medianoche, fiestas hasta altas horas de la
madrugada", así como "escotes reveladores... besos castos... besos pasionales...
vírgenes en busca del placer, madres ávidas de sensaciones... La
Verdad audaz, desnuda, excitante". Cuarenta millones de norteamericanos
rendían semanalmente tributo en las taquillas a lemas como "Toda la aventura, todo
el romance, todas las sensaciones de las que Vd. carece en su rutinaria existencia, las
encontrará en las películas. Ellas le transportarán a un nuevo mundo maravilloso,
lejos de la cotidiana jaula en la que Vd. se encuentra. Aunque sólo sea por una tarde
o una velada ¡evádase!". Las muchedumbres de los años veinte estaban totalmente
de acuerdo, pese a que, al final de cada film, Hays plantara su mensaje moralizador.
Los Mandamientos del Zar fueron recibidos con desánimo por quienes creían
de buena fe en el cine como arte. Para éstos, el advenimiento del hombre de las
grandes tijeras y el cinturón bíblico era una verdadera catástrofe para el Séptimo
Arte. "Argumentos que se limitan a mostrar honestamente la realidad de la vida
están siendo barridos de las pantallas", señalaron con amargura, "mientras la escoria
es bendecida a cambio de que el final tenga una moraleja y el llamado sex-appeal
sufra una hipócrita reprimenda". (Se referían, claro, al chaquetero de Cecil B. De
Mille.)
La preocupación de Hays por la mente del niño, esa "pizarra en blanco", se
traducía en que el contenido de lo visible en pantalla se adaptara al nivel de una
criatura de diez años. Un anónimo descontento de Hollywood confeccionó un
chistoso foto-montaje en que se mostraba a Hays retozando como un bebé feliz
con su castillo de arena; circuló muchísimo en las fiestas, a las que él no asistía.
Aunque el comportamiento en público se suavizó en cierto modo, los parties
en la colonia cinematográfica continuaban siendo tan alborotadores como siempre.
Las suites en los hoteles se habían desechado de mutuo acuerdo, por
considerárselos poco adecuados para las fuerzas de altos vuelos. La "Gente Dorada"
poseía fastuosas villas hispanomoriscas para sus expansiones privadas y se cuidaba
bien de correr sus brocadas cortinas y plantar guardas en las puertas de hierro
forjado para eludir a los reporteros o a posibles espías de sus Estudios. Tras estas
medidas de seguridad, los "dioses" ya podían soltarse el pelo.
Rumores de la vida disoluta de Hollywood, a espaldas de Hays, se filtraban en
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 23

la prensa a través de doncellas y mayordomos sobornados. El "New York Journal"


comentó: "Cuando las personas pasan en pocas semanas de la pobreza a la riqueza,
su equilibrio mental no siempre está a la altura de las tensiones. De repente se
encuentran en posesión de dinero, un juguete al que no están acostumbradas, y lo
gastan de forma extravagante. Puede que se embarquen en fiestas más o menos
salvajes o que recurran a otros medios de relajo y estímulo. La mayoría gasta
alegremente todo lo que gana... Desde que llegó la Prohibición, aquellos que no
habían podido acaparar bebidas volvieron los ojos hacia otras fuentes de excitación.
Los traficantes de drogas ilegales encontraron en nuestros tiempos en Hollywood un
mercado propicio".
Aunque el diagnóstico del "Journal" fuese correcto en cuanto al tráfico de
drogas, se equivocaba al asumir que las gentes de cine encontraban dificultades
para conseguir alcohol. Cada estrella tenía su propio proveedor, y escalar las colinas
de Hollywood con contrabando de este tipo resultaba un pingüe negocio.
La colonia cinematográfica sació su sed durante la Prohibición, pero la mayoría
del alcohol ilícito que se consumía era de una calidad más que cuestionable. Art
Accord, la estrella caballista, llegó al extremo de suicidarse por las porquerías que
ingirió, y otra figura del western, Leo Maloney, fue prácticamente asesinado por el
mismo agente.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 24

Heroínas heroinómanas

Tras el fallecimiento de Wally Reid, los consumidores de Hollywood no


rompieron con sus hábitos, pero aprendieron a usar la discreción.
Uno de los traficantes "clave" era un reposado y caballeresco actor a quien el
grupo Sennett apodaba "el conde". El había sido quien se ofreciera a Wally Reid
para poner remedio a su resaca durante el rodaje de Forever y, asimismo, había
iniciado en la droga a Mabel Normand, Juanita Hansen, Barbara La Marr y Alma
Rubens.
"La muchacha demasiado hermosa", Barbara La Marr, era la más rutilante e
incontinente adicta de Hollywood. Revoloteó picoteando en todas y cada una de las
distintas variedades de los narcóticos, hasta ingerir la sobredosis final, a los veintiséis
años, en 1926. Barbara guardaba la cocaína en una cajita dorada situada encima de
su piano de cola; su opio, con aromas de Benares, era el de mayor calidad. Barbara,
la Bella del Sur, descubierta para la pantalla por Douglas Fairbanks en Los tres
mosqueteros, parecía haber adivinado que no permanecería mucho en este mundo.
Decidida a sacar a su vida el mayor partido posible, presumía de no malgastar más
de dos horas diarias en dormir: tenía "cosas más importantes que hacer". Sus
amantes se contaban por docenas —"como si fueran rosas", decía ella—, y durante
su breve reinado como estrella tuvo seis maridos.
Los títulos de películas que sentaban a la "Demasiado Bella" Barbara como
anillo al dedo, rezaban cual letanía como sigue: Almas en venta, Extraños de la
noche, La mariposa blanca. Su última personificación de mujer fatal, la hizo en El
corazón de una sirena. El suyo propio dejó de latir tras una dosis suicida. El Estudio
achacó su muerte a una dieta "demasiado rigurosa".
Tras Barbara La Marr, la sensible y dramática Alma Rubens perdió su
"afianzada posición en el escalafón de la fama" al zambullirse en el nocturno
universo de los narcóticos. La estrella de cabellos color ala de cuervo de La mestiza,
El precio que ella pagó y Teatro flotante se convirtió en una verdadera heroína de la
heroína, dedicando la mayor parte de su energía y fortuna a la obtención de drogas.
La dependencia de Alma no se hizo pública hasta un extraño incidente
acaecido en la tarde del 26 de enero de 1929 en Hollywood Boulevard. Aquel día la
vieron correr por la calle perseguida por dos hombres: "¡Me quieren secuestrar! ¡Me
quieren secuestrar!", gritaba, despojándose del sombrero y los guantes en su huida,
y tirándolos a la alcantarilla junto con su bolso.
Corrió hasta una gasolinera para refugiarse entre los surtidores. Allí fue
acorralada por los dos hombres. Alma les agredió con un cuchillo que llevaba
escondido entre la ropa, apuñalando al más joven en la espalda. El encargado de la
estación se las compuso para arrebatarle el arma, mientras el hombre de más edad
le ataba los brazos tras la espalda. Sollozando, Alma fue conducida hasta una
ambulancia aparcada frente a su casa de Wilton Place.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 25

Cuando el suceso apareció en la prensa, quedó de manifiesto que Alma


Rubens había apuñalado al conductor de la ambulancia y que el hombre mayor no
era otro que su médico de cabecera, el doctor E.W. Meyer. Alma había sido presa
del pánico al verles llegar a su casa para internarla en un sanatorio privado.
Tras unos meses de tratamiento en la clínica Alhambra, fue autorizada a
regresar a su hogar, bajo el cuidado de una enfermera. En abril de 1929 amenazó a
su guardiana con una navaja, siendo reducida tras un forcejeo. Alma fue trasladada
al departamento de psiquiatría del Hospital General de Los Ángeles y de allí pasó al
del Estado de California para enfermos mentales, en Patton, para una cura de seis
meses. Al abandonarlo, declaró: "Me siento de nuevo maravillosamente bien
después de este descanso. Voy a Nueva York y trataré de recomponer mi carrera
empezando por el teatro. Más adelante confío en regresar a Hollywood".
Las ilusiones de Alma de preparar su retorno en Broadway no dieron el
resultado apetecido y durante su permanencia en Nueva York inició los trámites de
divorcio de su tercer marido, el galán Ricardo Cortez. Alma mantuvo su promesa y
regresó a Hollywood en 1931, pero nada más llegar sintió deseos de visitar Aguas
Calientes al otro lado de la frontera mexicana. Y allí se dirigió, conduciendo su coche
en compañía de Ruth Palmer, una joven actriz que había traído consigo desde
Nueva York.
De vuelta a Hollywood hicieron un alto en el Gran Hotel de San Diego, donde
fue arrestada el 6 de enero de 1931, acusada de hallarse en posesión de cuarenta
ampollas de morfina. El chivatazo provenía de Ruth Palmer, alarmada ante las
explosiones de violencia de Alma. La policía encontró las ampollas cosidas en el
dobladillo de uno de sus trajes. Cuando llegaron los gendarmes, Alma puso el grito
en el cielo: "¡Me han robado nueve mil dólares en joyas y esto es una emboscada!
Vine a California para volver a la pantalla... ¡y ahora tenía que sucederme esto!".
Tras el proceso, se diagnosticó que Alma estaba seriamente enferma y se la
autorizó a volver a su hogar, al lado de su madre y bajo permanente vigilancia
médica.
Comprendiendo que iba a morir, Alma telefoneó al "Examiner" de Los Ángeles
para ofrecer una postrera entrevista: "Me he sentido tan desdichada durante tanto
tiempo... Sólo me dirigía a profesionales buscando aliviar a mis penas. Me decían:
'Toma esto contra el dolor y te sentirás con fuerza para continuar'. Cuando me
ofrecían ese terrible veneno, yo ignoraba de que se trataba. Fui de uno a otro. Uno
de ellos hasta se rió de mí cuando le confesé que me acobardaba la droga. Me dijo:
'No tengas miedo, una vez que te hayas recuperado no la volverás a necesitar'.
»Pero continuaron dándome más, y más. Mientras tuve dinero, podía pagarlas
y adquirirlas. Tenía miedo de contárselo a mi madre, a los amigos. Mi único deseo
era conseguir drogas y consumirlas en secreto. Ojalá hubiese podido arrodillarme
ante la policía o ante un juez y rogarles que endureciesen las leyes, para que sus
propios esbirros renunciasen a los asquerosos dólares que los traficantes les dan
como precio de la impunidad." El 22 de enero de 1931 Alma murió a los 33 años.
Otra heroína de la heroína fue una delicada rubia, Juanita Hansen, "la chica
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Mack Sennett" por antonomasia arrastrada a las drogas junto con el elenco
Keystone. El Conde la había abordado en la mañana tempranera de un lunes
cuando ella se hallaba aún bajo los efectos de un fin de semana etílico. Usó su
habitual carta de presentación: "Encanto, ¿te sientes mal? Yo puedo quitarte la
resaquilla". La primera dosis, faltaría más, era gratuita. La caída era de cajón.
Bien pronto, Juanita pagaba setenta y cinco pavos por una onza de lo que
fuese. Años más tarde recordaba en Los Ángeles el encuentro con su camello: "Un
mercachifle, el mismo tipejo de aquel infausto día, en el mismo lugar, y el que me
había vendido el primer 'ramillete' de heroína. A partir de entonces fui una de sus
mejores dientas. El era un actor bastante conocido, aunque no una estrella. Tomé
una dosis allí mismo. Los médicos, el hospital y los peligros a los que me exponía me
traían sin cuidado. Lo único que contaba era la heroína. Compré un buen repuesto".
Así pudo el Conde añadir una nueva luminaria al "Callejón de los Sabores".
Mientras Barbara La Marr y Alma Rubens habían conseguido de alguna forma
evadir la lista negra del Libro de los Malditos, que precedió a la muerte de Wallace
Reid, Juanita Hansen no fue tan afortunada. Su nombre fue encontrado en una carta
de cierto médico de Oakland, a quien ella había dirigido sus súplicas en busca de
tratamiento. Acto seguido, tras la muerte de Reid, Juanita fue arrestada retenida en
prisión durante un período de setenta y dos horas, a fin de determinar si era o no
adicta. No lo era entonces, pero los titulares en primera plana acabaron con su
carrera. Juanita, la intrépida Reina de los Seriales y estrella de La ciudad perdida,
emprendió el camino hacia el olvido. Su "retorno" no fue en el lienzo de plata, sino
dentro de la muy digna y responsable Fundación Juanita Hansen, cuya principal
labor era azuzar a los médicos para que declararan la guerra a la adicción "de la
misma forma que la cruzada contra la sífilis".
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Los Nuevos Dioses

A pesar de la cláusula relativa a la moral, que había sido añadida a los


contratos, de las advertencias de Hays y de las oficinas centrales, las jaranas en los
círculos privilegiados, haciendo caso omiso de los ejemplos de las estrellas caídas,
prosiguieron sin disminución durante los violentos años veinte.
Los Nuevos Dioses estaban decididos a vivir sus propias leyendas hasta el
máximo —¡y al infierno con los Hays y las Doñas Purezas de Norteamérica! Los
excesos de las estrellas eran alardes de desenfado y cinismo característicos de la
imberbe Era del Jazz. La amargura y la sordidez permanecían latentes, pero la
actitud general parecía resumirse en un simple "Bueno, ¿y qué?". Edna St. Vincent
Millay resumió en una sucinta guía las características que distinguían a la Gente
Dorada.

Mi vela se quema por ambos extremos;


No durará toda la noche;
Pero, ¡ay, amigos y adversarios míos, si vierais qué luz tan bella!

"¡Ay, las juergas que nos corríamos!", recordaría, más adelante la Swanson. "En
aquellos tiempos, el público deseaba que viviésemos como reyes y reinas. Y así lo
hacíamos. ¿Por qué no? Estábamos enamorados de la Vida. Ganábamos más dinero
del que jamás hubiésemos soñado, y no había el menor motivo para pensar que
aquello pudiese tener fin."
Mientras sus adversarios la denostaban, la pandilla "in" de Hollywood se
agitaba en una atmósfera de lujo vertiginoso: oníricos castillos hispano-moriscos,
Valentino, edificado en lo alto de una colina, con sus suelos de mármol negro y el
dormitorio de igual color; la casa de Marion Davies en la playa de Santa Mónica, con
cien habitaciones, salón dorado, dos bares, pinturas de viejos maestros, su salita de
proyección y la amplia piscina a la que se accedía por un puente de mármol; el baño
romano en el living de Pola Negri, y la enorme tina empotrada de Barbara La Marr,
con sus grifos de oro, en el cuarto de aseo, todo él en ónix; Greenacres, de Harold
Lloyd, una fortaleza de cuarenta y una habitaciones, con fuentes que podían rivalizar
con las de Tivoli; el baño de oro macizo de Gloria Swanson en un marco de mármol
negro; el comedor de Tom Mix con su fuente reflejando los colores del arco iris; "La
Tentadora", goleta de John Gilbert, "El Vampiro", su motora, "La Harpía", su bote de
vela, "La Bruja", su chalupa, los sirvientes polacos y una orquesta particular de
balalaikas; el rincón chino de Clara Bow y los pomos de oro puro en las puertas de
Charles Ray.
Si el McFarlan de color azul de Wally Reid jamás volvió a cruzar el Sunset,
había suficientes cacharros capaces de reemplazarlo: el rojo convertible Kissel de
Clara Bow, con su pareja de perritos chow haciendo juego; el Voisin de Valentino,
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 28

hecho a medida, con el tapón del radiador en forma de cobra, el Pierce-Arrow


amarillo canario de Mae Murray, o su más formal Rolls Royce con chófer
uniformado; el sedán púrpura de Olga Petrova; el Lancia enteramente tapizado en
leopardo de Gloria Swanson.
En esa época, los boudoirs de Joseph Urban estaban empapados en Shalimar,
los modelos parisinos de más de tres mil dólares duraban lo que una noche de
fiesta, el dinero entraba por arrobas y se iba a puñados, el licor era clandestino pero
abundante, y cualquier estrella podía comprar la llave que abría las puertas de un
paraíso artificial.
Los astros trabajaban duramente toda la semana; a las diez de la noche solían
irse a la cama, prevenidos para la temprana llamada mañanera. Los fines de semana,
sin embargo, eran desenfrenados. Como si cambiarse a cada momento de traje
durante toda la semana bajo la potente luz de los focos no fuese suficiente, el
pasatiempo favorito lo constituían las fiestas de disfraces.
Fue célebre el baile de máscaras organizado por Marion Davies en 1926 en el
gran salón del Ambassador, transformado para la ocasión en un suntuoso escenario
hawaiano. Mary Pickford llegó como Lillian Gish en La Bohème; Douglas Fairbanks
era Don Q., el hijo del Zorro; Charles Chaplin, Napoleón; John Gilbert se presentó
como Red Grange, con atavío de futbolista y peluca rojiza; Lillian Gish era una
heroína de Jane Austen; Bebe Daniels, una Juana de Arco en lamé de plata; Elinor
Glyn, Catalina de Rusia; Marshall Neilan y Allan Dwan eran los barbudos Hermanos
Smith, inventores de las pastillas contra la tos, mientras que la propia Davies
representaba a una beldad del siglo XIX. (John Barrymore se presentó como un
vagabundo tan realista que le negaron la entrada.)
Las estrellas llevaban la moda hasta el último extremo para cualquier aparición
en público: la Swanson encabezaba el desfile en la Alameda de las Plumas. Las
facturas anuales de Gloria podían desglosarse así: abrigos de pieles, 25.000 dólares;
otros tapados, 10.000: vestidos, 50.000; medias, 9.000; zapatos, 5.000; ropa interior,
10.000; bolsos, 5.000; blusas, 5.000, y otros 6.000 para nubes de perfume.
En aquel tiempo la Swanson ganaba 900.000 dólares al año bajo contrato con
la Paramount.
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Las ninfas de Charlie

Mientras la de por sí exhibicionista Gente Dorada irrumpía en los estruendosos


años veinte a un ritmo frenético, había entre ella una pequeña y solitaria figura
dedicada al cine como arte. Este hombre era británico, y británico seguiría siendo.
Charles Spencer Chaplin asistía a los festejos que daban los demás —los de
disfraces, no los "escandalosos"— pero nadie recordaba que él hubiese ofrecido uno
jamás.
Este obsesivo del trabajo bien hecho prefirió erigir su propio estudio en un
terreno que había adquirido en la esquina del Sunset Boulevard con La Brea, y se
pasaba meses enteros perfeccionando las tomas de sus películas. Chaplin no solía ir
en pos del escándalo; era éste quien lo buscaba. A partir de su meteórico ascenso a
la fama había sido objeto de todo tipo de especulaciones en la colonia fílmica.
Algunas de ellas estaban relacionadas con su probada avaricia, pero el tema más
popular para el cotilleo era el gancho que este hombrecillo tenía con las mujeres. Su
nombre había estado vinculado a los de Edna Purviance, Lila Lee, Josephine Dunn,
Anna Q. Nilson, Thelma Morgan Converse, May Collins, Claire Windsor, Clare
Sheridan y Pola Negri.
Una ninfa relevante en la vida de Charlie fue una de las mujeres más ricas del
mundo; la primera corista buscadora de oro procedente del elenco Ziegfeld, Peggy
Hopkins Joyce. Se había instalado confortablemente en Hollywood con tres millones
de dólares en su cuenta corriente (procedentes de las asignaciones de sus cinco
maridos) en el año 1922, repleto de escándalos, sólo para comprobar por sí misma
si la tan mentada ciudad del pecado hacía honor a su reputación.
Peggy se plantó en Hollywood con un elegante vestido negro y un generoso
muestrario de esmeraldas y diamantes; cierto joven acababa de suicidarse en París
por su amor. El luto de ella se limitó únicamente al guardarropa y muy pronto se
encontró cenando con Charlie, tête à tête. Su forma de presentarse tuvo el mismo
candor que el de una corista: ¿"Es cierto, Charlie, lo que afirman todas las chicas,
que estás mejor dotado que un semental"?.
La gran rubia y el pequeño cómico se apresuraron a gozar de un veraneo
anticipado en la Isla Catalina. Como coartada para este idilio, Chaplin aprovechó
para localizar los exteriores de Napoleón, su proyecto más inminente.
Peggy y Charlie encontraron una discreta ensenada en la parte más solitaria de
la isla, desde donde podían hacer excursiones y practicar el nudismo sin ser
observados; al menos eso imaginaban. La presencia de las dos celebridades en la
islita no había pasado sin embargo inadvertida, y algunos de los más curiosos
nativos de Catalina escalaron las montañas que dominaban la bahía equipados con
potentes binoculares. Al poco tiempo, las cabras salvajes oriundas de Catalina eran
apodadas "Charlies".
En el transcurso de su breve, pero intensa amistad, Peggy obsequió a Charlie
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con el relato de su vida de "buscadora de oro". El hizo buen uso de estas anécdotas,
y algunos incidentes de la temprana carrera de la Hopkins-Joyce le aportaron la
necesaria inspiración para su film Una mujer de París.
Las "mujercitas" en la carrera hollywoodense de Charlie establecieron su
reputación como "gallo de corral". La primera ninfa fue la rubia y menuda Mildred
Harris, que sólo contaba catorce años cuando encontró a Charlie en una inocente
fiesta playera en Santa Mónica. Cuando Chaplin la pidió en matrimonio, ella tenía
solamente dieciséis años. Charlie había sido debidamente informado de su estado
de embarazo, y el casamiento parecía ser la forma más deportiva de encarar la cosa.
Sólo habían transcurrido cuarenta y ocho horas tras la ceremonia, cuando el
jefazo de un Estudio recién surgido, un ex-chatarrero llamado Louis Mayer, ofreció a
Mildred un contrato. Ella lo firmó. Mildred poseía un rostro agradable, pero no era
actriz. Sin embargo a Mayer le pareció rentable lanzarla como "señora de Charlie
Chaplin".
Este contrato disgustó a Chaplin, que no había sido consultado. Mayer anunció
a bombo y platillo que el primer vehículo estelar para Mrs. Chaplin (Mildred Harris)
sería una saga sobre incompatibilidades domésticas titulada El sexo débil.
Como pareja artística, Charlie, de veintinueve años, y Mildred, de dieciséis, no
funcionaron demasiado bien.
Chaplin le confió a Fairbanks que su jovencísima esposa no era precisamente
un peso pesado mental. Una ráfaga de tragedia se filtró cuando Mildred escapó de
la muerte por pelos al dar a luz; el bebé, un niño, resultó un ente deforme que sólo
sobrevivió tres días. Fue enterrado en el Hollywood Memorial Park bajo una losa en
la que se leía "El Ratoncito" y sobre cuyo dibujo el especialista había fijado una
encantadora sonrisa. La criatura no había sonreído jamás.
Al lanzar Mayer una campaña de publicidad basada en la "famosa esposa del
comediante", el matrimonio Charlie-Mildred hizo aguas y comenzaron a
recriminarse mutuamente (ella le acusaba de crueldad, él alegaba infidelidad) en
todos los titulares de la nación. Chaplin era lo bastante discreto como para atraer la
atención sobre sus fugas del lecho conyugal —a menudo solía pasar la noche en
compañía de Nazimova, la "Mujer de los Mil Caprichos" de la Metro. Charlie estaba
indignado con la desaprensiva explotación de su nombre para promocionar las
películas de Mildred, la segunda de las cuales no era más que una barata imitación
de Mary Pickford titulada Polly, la del País de las Tormentas. Dado el carácter y el
temperamento de Charlie, era evidente que la chispa no tardaría en saltar. El 8 de
abril de 1920 tuvo lugar un encuentro fortuito en el atestado comedor del
concurrido Hotel Alexandria. Sentados en mesas diferentes pero una en frente de la
otra, Chaplin acusó a Mayer de envalentonar a Mildred respecto de los preliminares
del divorcio. Cuando Mayer se levantó para dirigirse majestuosamente hacia el
vestíbulo, Chaplin le siguió. Mayer se volvió y le gritó "¡Pervertido asqueroso!".
Chaplin le retó a que se despojase de sus gafas, a lo que Mayer respondió
quitándoselas con su mano izquierda y noqueando a Charlie con la derecha. Un
atento Jack Pickford levantó a Charlie del macetón con palmera en donde había
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aterrizado y se lo llevó chorreando sangre. Mayer, que en sus difíciles años de


chatarrero de New Brunswick había aprendido a sacudirse a sus adversarios, le miró
desdeñoso al verle partir: "Sólo hice lo que cualquier hombre hubiera hecho".
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Lo: Lita

Y llegamos al modelo original, la más legendaria de las ninfas: Lolita.


¿Quién era Lolita? Había nacido en Hollywood, de madre mexicana y padre
norteamericano con ascendencia irlandesa, el 15 de abril de 1908. Su nombre de
pila era Lillita McMurray. Se había criado en el sector pobre del Sunset, no muy lejos
del Estudio de Chaplin, en un cuchitril de alquiler muy bajo. Descarada, aunque no
inteligente, con un óvalo ancho y frente estrecha, no fue ninguna lumbrera en la
escuela.
Cuando Chaplin puso sus ojos por primera vez en Lolita, ella tenía siete abriles.
El año era 1915; el lugar, un conocido salón de té frecuentado por la gente de cine,
la posada Kitty's Come-On, donde la señora McMurray (Nana) trabajaba como
camarera. La pequeña Lolita atrajo la atención de Charlie (ella sabía perfectamente
quién era él), allí, de pie; mirándole. Lo que Charlie vio fue una pequeña, vestida un
tanto frívolamente, en posesión de un par de ojos descarados. El, improvisando una
pequeña y divertida pantomima, le hizo señas para que se acercara, le preguntó su
nombre, y pronto ambos se encontraron compartiendo pasteles y té servidos por
una vigilante camarera: Nana.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando Lolita ya actuaba como extra
infantil y aparecía como el angelito flirteador en la secuencia "celestial" de El Chico, y
más tarde como la virgen de La clase ociosa. Chaplin la ayudó mucho
concediéndole papelitos sin frase. Con la llegada de los cheques endosados a
nombre de su pequeña, la señora McMurray pudo renunciar a la tarea de servir
mesas, dedicando todo su tiempo a la "educación" de su hija. Nana, semestre a
semestre, sólo se preocupó de enseñar a su retoño una asignatura: cómo casarse
con un millonario.
Lolita, a los doce, trece, catorce, quince añitos, y Chaplin, el gallo del corral, el
halcón de presa, nunca demasiado lejos, observando a distancia cómo florecía el
capullo. Y bien, Lolita se había desarrollado lo suficiente como para convertirse en
una primera dama.
Chaplin se encontraba en los preparativos de La quimera del oro. ¿No era
Lolita ideal para el personaje de la muchacha del salón de baile? Así lo creyó
Chaplin; alborozadamente la señora McMurray coincidió. En marzo de 1924, Lolita
firmaba el contrato brincando arriba y abajo y musitando alegremente: "¡Qué bien!
¡Qué bien!", mientras una complacida Nana la contemplaba. Ella comprendía que su
hijita era menor de edad, pero no demasiado para no retozar por ahí con quien
estaba instruyéndola en el arte interpretativo. (Lolita había sido ya sobradamente
aleccionada por Nana sobre el personaje que debería interpretar para Chaplin.)
Con tan devota mamá a sus espaldas, Lolita, a los dieciséis años, se convirtió
de la noche a la mañana en estrella de los Estudios Charlie Chaplin; su nombre fue
colocado en la puerta del camerino que antes perteneciera a Edna Purviance,
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 33

redecorado ahora al gusto de Nana.


Siguiendo una respetada tradición fílmica, su nombre había sido alterado y, a
partir de ahora, Lolita pasaba a ser Lita, y el McMurray se convirtió en Grey (Gris era
el color y el nombre del gatito de angora que Chaplin había regalado a su
jovencísima estrella-querida, pues en amantes se habían convertido hacía escaso
tiempo). El gatito acompañaba a Lita al Estudio Chaplin, como lo hacía la ambiciosa
mamá, que jamás perdía comba.
La prensa ensalzaba hasta las nubes la aparición de la nueva luminaria, por su
belleza, talento y "aristocráticas raíces hispánicas", y, cuando llegó el turno de que
La quimera del oro comenzase su singladura ante las cámaras, previamente Chaplin
había rodado ya millares de metros de Lita en la sala de baile. Fue un trabajo muy
arduo. Porque, a pesar de la obstinación de Charlie, ella no sólo no se dejaba
manejar, sino que además era muy difícil de fotografiar. Lo que Charlie creía ver en
ella, un cierto encanto infantil, parecía evaporarse bajo los cegadores focos, y los
trucos del director no servían de nada para devolvérselo. Chaplin comenzó a pensar
que la aleteante presencia de la madre de la artista, Nana, hacía imposible que su
capullo floreciera.
Entonces, cierto monótono día, en el decorado de la atiborrada sala de baile,
bajo los reflectores, mientras Lita trataba por enésima vez de sacar adelante su
tango, se llevó las manos al estómago y soltó un grito. De esta forma, los equipos
técnico y artístico de La quimera del oro, incluyendo a su realizador, fueron
informados de que se hallaba encinta.
En lo que se refiere a la señora McMurray, siempre a prudente distancia, el feliz
acontecimiento se había anticipado. De modo que aquello le dio pie para montar su
número, invocar a todos los santos españoles e incluso fingir un desmayo.
Las cosas marchaban de acuerdo con su plan: había llegado el momento de
que el tío Edwin McMurray (por casualidad abogado de profesión) se entrevistase
con Chaplin y le recordara que el sexo prematrimonial con una menor de edad era,
según los estatutos, equivalente a la violación.
El subsiguiente matrimonio forzoso, consumado el 24 de noviembre de 1924,
alimentó a los titulares bajo la definición de "escándalo anual de Hollywood". Aquél
fue el bautismo de fuego de Chaplin. El trató de evitar el tumulto, pero cincuenta
reporteros salieron en estampida tras la pareja cuando atravesaban la frontera de
México en pos de una anónima y rápida ceremonia. En lugar de ello, se vieron
obligados a practicar el juego del escondite en medio de una polvorienta ola de
calor y con la amenaza de una fastidiosa horda de periodistas.
No había un solo lugar donde esconderse en la andrajosa ciudad de Empalme
(Estado de Sonora) cuando en el recinto del Juez de Paz efectuaron su entrada
Charlie Chaplin, de treinta y cinco años, y su embarazadísima novia de dieciséis, con
todo el mundo pendiente de ellos. La madre y el tío de Lita también estaban
presentes... para asegurarse de que el novio no pusiera pies en polvorosa. Lo que se
dice toda una historia.
Los reporteros dieron fe de que, mientras los recién desposados trataban de
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abrirse paso a través de la nube de reporteros, Chaplin estaba lívido. Desviando las
preguntas impertinentes con su mejor sonrisa, alcanzó su limusina e inició la huida
dejando a los perros de presa mordiendo el polvo. Mientras el novio y su ninfa
atravesaban la frontera, un escritor de la plantilla de Hearst, telefoneaba su exclusiva
sobre la cacería de la boda a través de las llanuras.
A su regreso a Los Ángeles, se pudo escuchar a Chaplin, que se había sumado
a un grupo de amigos presentes en el tren donde pasaba su luna de miel, hacer
este comentario: "Bien, muchachos, esto es mejor que estar en la cárcel, pero no
durará".
Cuando los titulares en primera página sobre Charlie y su niña-novia se
esparcieron por toda la nación, Lita Grey, que llevaba alas en su corta intervención
en El Chico y había rodado miles de metros inservibles a La quimera del oro, era ya
tan conocida como cualquier estrella de Hollywood. Pero, a partir de su encinto
matrimonio, hubo de "retirarse de la pantalla".
El alejamiento iba a brindarles, a Lita y al resto del clan de los McMurray,
ciertas compensaciones. Nana trabajaba en la sombra para asegurarse de que la
carrera cinematográfica a la que su pequeña había renunciado fuera reemplazada
por algo más sólido. Ella y tío Ed calculaban que Chaplin poseía bienes por valor de
dieciséis millones de dólares.
A su regreso a la mansión de cuarenta habitaciones en Beverly Hills, los recién
casados fueron escoltados hasta el porche por Nana. Y como si encarnara una
pesadilla, la suegra, señora McMurray, invitándose a sí misma, se instaló
cómodamente en la casa... durante dos atormentadores años (la mamá política
esgrimió como pretexto que Lita era una "criatura" incapaz de lidiar con todas las
facetas de un hogar).
Los periódicos dieron cuenta del nacimiento de un niño, Charles Spencer
Chaplin hijo, el 28 de junio de 1925, siete meses después del casamiento. Un
segundo vástago, Sydney Earle Chaplin, vio la luz por primera vez el 30 de marzo de
1926, justo nueve meses y dos días más tarde. Para entonces, Chaplin ya no era
dueño de su hogar. El clan McMurray, de Beverly Hills, había tomado posesión de la
casa y el denominador común eran unas enormes y alborotadoras fiestas (con
bebidas). En la noche del 1 de diciembre de 1926, Charlie que regresaba al hogar
tras un difícil día de rodaje de El circo, se encontró con que otra carpa, pero de
borrachos, se había adueñado de su refugio. Tuvo lugar la inevitable explosión y,
tras un intercambio de palabras airadas, Lita empacó a sus nenes y se marchó
seguida por el clan McMurray y su escolta de invitados ebrios.
Para cuando Lita hizo la petición de divorcio el 10 de enero de 1927, el
diabólico plan urdido por la madre y la hija para sacar tajada de Chaplin y de su
dinero se había debilitado y era demasiado tarde. El dúo dinámico renunció a los
derechos sobre su presa por un precio: un millón limpio.
Durante los dos años de matrimonio infernal, la pequeña Lolita se había
metarfoseado en una feroz Jantipa, siempre bajo la dirección de Nana. Cada
movimiento de Chaplin en la casa, cada salida y entrada que oliese a pecadillo, cada
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observación liberal o sugerencia íntima, compartidas con su esposa en el tálamo,


eran transmitidas de hija a madre y anotadas por ésta en su Gran Libro Mayor.
Entonces Nana llevaba la evidencia a tío Ed, el abogado de la familia.
Cuando Chaplin se evadió, interrumpiendo su trabajo en El circo para
refugiarse en el hogar de Nathan Burkan, su asesor en Nueva York, todas sus
propiedades fueron embargadas por el equipo legal que encabezaba el tío Ed.
Chaplin sufrió una depresión nerviosa y fue tratado en casa de Burkan por el doctor
Gustav Tiek, un eminente especialista en tales desequilibrios. Vuelto a su estado
normal, Chaplin creyó desfallecer al enterarse de que todo el país estaba
virtualmente inundado de maliciosos artículos inspirados en sus dos años de
matrimonio infernal.
Cuarenta y dos páginas impresas en forma de panfletos bajo el título de Las
quejas de Lita Grey, fiel transcripción de las causas por las que Lita solicitaba el
divorcio, mantuvieron en vilo a todos los pazguatos del país y, de paso, se
vendieron miles de copias a razón de un cuarto de dólar semanales.
Según las Quejas, desde el primer momento de intimidad, "el Demandado
jamás había sostenido relaciones matrimoniales con la Demandante en la forma
acostumbrada entre marido y mujer". (Lo cual lleva a preguntarse cómo se las había
arreglado ella para concebir.)
Casualmente había entre los textos un término latino, fellatio, que indujo a un
buen número de jovencitas a indagar en los diccionarios. Al parecer, a la señora de
Chaplin no le gustaba perpetrar este acto "anormal, contranatura, perverso,
degenerado e indecente" (tal como fue descrito por los abogados de Lita), pese a
que Chaplin la animaba con un "relájate querida, todos los casados lo hacen".
Durante los trámites del divorcio, los dos nenes fueron zarandeados ante el
juez y los fotógrafos en una conmovedora demostración de amor maternal. Los
agravantes en contra de Chaplin enumerados en las Quejas podían resumirse en
cinco apartados básicos:

1. La Demandante había sido seducida por el Demandado.


2. El Demandado no consintió en casarse con la Demandada hasta ser
apremiado y forzado a hacerlo y, siempre, reservándose la opción de divorciarse.
3. El Demandado había solicitado de la Demandante que se sometiese a un
aborto nada más confirmarse su condición de embarazada.
4. Para precipitar el divorcio, el Demandante sometió a la Demandada a un
calculador plan de cruel e inhumano tratamiento.
5. Las pruebas de estas acusaciones están suficientemente comprobadas por la
inmoralidad de la conversación cotidiana de Charles Chaplin, así como por sus
teorías relativas a las cuestiones más sagradas, a las que él no concedía el menor
respeto.

Para ilustrar la acusación número 5, Lita citó numerosas conversaciones en las


cuales Chaplin se expresaba frívolamente sobre la institución matrimonial y la
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 36

legislatura sobre el sexo en el Estado de California. En sus persistentes esfuerzos por


"rebajar y corromper sus impulsos morales, por aniquilar su código de decencia",
Chaplin incluso leía a Lita trozos de un libro tan "depravado" como El amante de
Lady Chatterley de D. H. Lawrence.
Otra tentativa de educar a la esposa, resultó igualmente denigrante:
"Por ejemplo, cuatro meses antes de la separación entre el Demandado y la
Demandante, el Demandado sugirió que una jovencita con una reputación basada
en la práctica de actos de perversión sexual, pasara la noche en el hogar. El
Demandado le dijo a la Demandante que entre los tres podrían pasar juntos un rato
estupendo." Lita dijo que, al rechazar ella tal proposición, Chaplin, exasperado le
había gritado: "¡Uno de estos días vas a colmar mi paciencia y soy capaz de
matarte!".
Por su parte, Chaplin hizo las siguientes declaraciones a la prensa: "Me casé
con Lita Grey porque la amaba, y como peor se portaba conmigo, al igual que
tantos otros tontos, más la quería. Me temo que todavía la amo. Me aturdió y estuve
al borde del suicidio el día en que me dijo que ya no me quería, pero que
deberíamos casarnos. La madre de Lita sugería constantemente que nos
desposáramos; yo le contestaba que estaba dispuesto, a condición de que
pudiésemos tener hijos, pues me consideraba estéril. Era su madre quien, continua y
deliberadamente, ponía a Lita en mi sendero, alentando nuestras relaciones".
La reacción de la prensa no fue enteramente contraria a Chaplin. H. L.
Mencken comentó en el "Baltimore Sun": "Los chaqueteros que hace seis semanas
se deshacían con Chaplin ahora se disponen a bailar alrededor de la pira mientras él
se quema; el artista está aprendiendo algo sobre la psicología de las masas... De un
juicio público, que contiene acusaciones de tipo sexual, se ha hecho un Carnaval
que alcanza a todos los Estados Unidos de América...".
La pandilla de Lita se apercibió de un giro en la tormenta a favor de Chaplin,
de modo que decidieron jugar la última baza. Amenazaron con desnudar en el
Tribunal a "cinco primerísimas figuras cinematográficas" con quienes Charles,
durante su matrimonio, había mantenido relaciones íntimas.
Aquello precipitó el desenlace. Para evitar que los nombres de esas actrices
fueran involucrados en el caso (particularmente el de Marion Davies, que había
ofrecido refugio a Chaplin en su casa de la playa durante numerosas noches,
cuando las cosas se ponían feas en el hogar), Chaplin capituló. Se llegó a un
acuerdo en dinero contante y sonante, y Lita cambió sus sensacionales "quejas" por
una simple acusación de crueldad mental.
El 22 de agosto de 1927, tras una actuación de veinte minutos en el estrado,
Lita era recompensada con seiscientos veintiocho mil dólares, y un vacilante Chaplin
regresaba a Hollywood para reanudar su labor en El circo, interrumpida durante un
año a causa del litigio. Estaba nuevamente soltero, pero había llegado a convertirse
en un amargado payaso que confesaría a Rollie Totheroh, su operador: "Todo lo
que he tenido que pasar me ha envejecido diez años".
Para retomar su personaje, Chaplin se vio obligado a teñir de oscuro sus
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 37

cabellos; como el superviviente del Maelstrom, su encuentro con Lilith-Lita le había


hecho encanecer.
Por lo demás, sólo fue una consecuencia lógica que Lita se repartiese el botín
con la directora del espectáculo: Nana.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 38

El coche fúnebre de William Randolph

El mismo mes del desastroso casamiento de Chaplin con Lita Grey, Hollywood
se vio amenazado por otro leve desastre. También éste involucraba íntimamente al
bueno de Charles, si bien acompañado de un nutrido reparto estelar. El nuevo caso
hubiese triplicado la tirada de cualquier periódico, pero sólo una línea dio cuenta de
él: DISPARAN CONTRA PRODUCTOR DE CINE EN EL YATE DE HEARST. El artículo,
aparecido en el "Times" de Los Ángeles, fue eliminado en tiradas posteriores. Se
estaba produciendo un gigantesco enjuague.
William Randolph Hearst, lúgubre Señor de la Prensa, estaba entre bambalinas.
Era tan temido, que ni siquiera sus competidores se atrevían a enfrentarse
abiertamente con el formidable W. R. Pese a que su asociación con Marion Davies
era notoria, jamás sus nombres aparecían reunidos públicamente en los periódicos.
La fortuna de Hearst, de cuatrocientos millones de dólares, era como una mina de
plata que él manejaba a nivel de coloso. La Prensa había oído rumores acerca de
algunos periodistas que habían sido marginados de cualquier posible empleo
después de haberle disgustado. Aunque comentarios de su liaison habían aparecido
frecuentemente en la prensa amarilla, en esta ocasión se decidió hacer la vista
gorda.
Hearst había fundado la Cosmopolitan Productions, para mayor gloria de
Marion Davies, en un supremo alarde de egolatría. Su cadena de diarios y revistas la
proclamaban incesantemente como el mayor milagro surgido en el mundo del cine;
un inmenso mausoleo georgiano había sido erigido por la varita mágica de Willie en
la playa de Santa Mónica para albergar a su atractiva querida. Los parties de Marion
en su casa de la playa eran los más extravagantes que la colonia fílmica jamás
hubiera presenciado; la Gente Dorada se deshacía ante la oportunidad de tener
acceso a los Hearst y concedía a Marion una excelente puntuación como anfitriona,
aunque, en privado, nada más volver ella la espalda, se mofaran de sus intentos
histriónicos en la pantalla.
Para renovar la diversión, Hearst había hecho traer desde el Canal de Panamá
al Oneida, su yate de 60 m (palacio flotante que había pertenecido al Kaiser), y lo
mantenía anclado en San Pedro. Las invitaciones para las fiestas íntimas a bordo del
barco eran todavía más codiciadas que las de la casa de la playa.
La crema de Hollywood recibió la invitación de Hearst para participar en una
travesía del Oneida a partir del 15 de noviembre de 1924, incluida una excursión a
San Diego. El pretexto era la celebración del cuarenta y tres cumpleaños de Thomas
H. Ince, pionero realizador-productor y padre del western. Hearst se encontraba a
mitad de las negociaciones con Ince para utilizar su Estudio en Culver City como
base de los futuros proyectos de la Cosmopolitan.
Entre la quincena de elegidos figuraban algunos amigos de Ince, como su
administrador y consejero George H. Thomas y su amante, la actriz Margaret
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 39

Livingstone (su esposa Nell no estaba invitada, por supuesto). Otros huéspedes eran
la autora inglesa Elinor Glyn; las actrices Aileen Pringle, Seena Owen y Julanna
Johnston; el doctor Daniel Carson Goodman, jefe de ejecutivos de la Cosmopolitan;
Joseph Willicombe, secretario de Hearst; el editor Frank Barham y su esposa; Ethel,
Reine y Pepi, respectivamente hermanas y sobrina de Marion.
Marion Davies fue recogida en el plató de Zander the Great por otros dos
invitados, Charlie Chaplin y una periodista de Nueva York, especializada en cine,
Louella O. Parsons, por primera vez de visita en Hollywood. Los tres juntos hicieron
el viaje por carretera hasta San Pedro.
El Oneida se hizo a la mar con su cargamento de celebridades, una banda de
jazz, una buena provisión de champagne de inmejorable y rancia cosecha, y Marion
(de veintisiete años) y su Papaíto (de sesenta y dos) como anfitriones. El patrón,
Hearst, señaló una ruta hacia el Sur, dejando atrás Catalina y navegando hacia San
Diego y Baja.
Tom Ince perdió el barco. Obligado a presidir el estreno de su última
producción, The Mirage, resolvió tomar el último tren a San Diego, donde subiría a
bordo del Oneida cuando éste atracara.
Se cuenta que el festejo de cumpleaños en cubierta fue divertidísimo... hasta
cierto punto. Más allá de ese punto, el Oneida se hizo a la mar hacia un banco de
niebla de confusas historias.
La versión oficial, emitida por la Casa Hearst, no podía ser más sencilla: el
infortunado Tom Ince, indigestado merced a la generosa y "hearstiana" hospitalidad,
había fallecido en el transcurso de su "escorpionesca" fiesta de cumpleaños.
La primera reseña aparecida en las publicaciones de la Cadena Hearst era una
engañifa sin ton ni son.

UN COCHE ESPECIAL TRASLADA A CASA A UN HERIDO DESDE EL RANCHO.


"Ince, en unión de Nell, su esposa, y sus dos hijos, se hallaba visitando a
William Randolph Hearst en el Rancho de éste, días antes de sobrevenirle el ataque.
Cuando, súbitamente, la enfermedad se abatió sobre el magnate, éste fue
trasladado inconsciente a un coche especial, atendido por dos especialistas y tres
enfermeras, y conducido con toda celeridad a su hogar. Su esposa, hijos y hermanos
Ralph y John se encontraban a su lado al sobrevenir el desenlace."

Desgraciadamente para Hearst, existían testigos que habían visto a Ince


abordar el yate en San Diego. Y, para colmo de infortunios, Kono, el secretario de
Chaplin, se había dado perfecta cuenta, cuando el productor era desembarcado del
Oneida, de que en la cabeza de Ince había un agujero de bala. ¿Indigestión aguda?
Hearst guardaba en el yate un revólver todo incrustado en diamantes, un
objeto un tanto chocante teniendo en cuenta que públicamente se consideraba al
millonario como un anti-viviseccionista. Si nos atenemos a John Tebbel, Hearst era
un tirador más que experto: "Le divertía sorprender a los invitados en el Oneida
abatiendo de un solo disparo a una inocente gaviota".
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 40

Hearst era extraordinariamente celoso de las atenciones de otros hombres con


Marion; tenía sabuesos que ya le habían informado de los devaneos de la Davies
con Chaplin durante sus ausencias. De hecho, Chaplin había sido incluido en la
relación de invitados para que Hearst pudiera comprobar personalmente su
comportamiento con Marion.
Chaplin tal vez sintiera ciertos escrúpulos antes de unirse a la expedición, pero
decidió que lo mejor era representar una buena farsa. Y dejó en puerto a su
embarazadísima novia, Lita.
Se cree que durante la fiesta de cumpleaños, Hearst se percató de que Marion
y Chaplin se habían escabullido juntos, descubriéndolos in fraganti en la cubierta
inferior. En su famoso tartamudeo, Marion dejó escapar un profético grito: "C-c-c-
crimen" que arremolinó rápidamente a todo el personal, mientras Hearst corría en
busca de su revólver. En el maremágnum fue Ince, y no Chaplinquien cayó abatido,
con un proyectil alojado en el cerebro.
El 21 de noviembre se celebró el funeral de Ince en Hollywood, al que
asistieron su familia, Marion Davies, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Harold
Lloyd. Hearst, obviamente, no acudió. El cadáver fue inmediatamente incinerado.
Fue notable que no se hubiese celebrado encuesta oficial alguna sobre la
muerte de Tom Ince. Ante la "evidencia" reducida a cenizas, Hearst creía tener en
sus manos el control de la fea situación.
Claro que no contaba con las habladurías de la Meca. A pesar de que todos los
pasajeros del Oneida, invitados y tripulación, hubieran jurado mantener el secreto,
persistentes rumores ligaban a Hearst con la muerte de Ince. ¿Un nuevo caso de
hombre rico impune tras cometer un asesinato?
Finalmente, los rumores precipitaron a Chester Kemply, fiscal del distrito de San
Diego, a realizar una investigación. Por chocante que parezca, entre todos los
invitados y la tripulación a bordo del Oneida, sólo fue llamado a declarar el doctor
Daniel Carson Goodman, que era un empleado de Hearst. Esta fue su versión:
"El sábado 15 de noviembre, subí al Oneida, propiedad de la International
Films Corporation, donde iba a celebrarse una fiesta camino de San Diego. El señor
Ince debía estar presente, pero no pudo presentarse el sábado alegando que tenía
trabajo, aunque se reuniría con nosotros el domingo por la mañana.
»Cuando subió a bordo, se quejaba de estar fatigado. Durante la jornada Ince
discutió los detalles de un acuerdo que acababa de tomar con International Films
Corporation para producir películas conjuntamente. Ince parecía no encontrarse
mal. Cenó bien y se retiró temprano. A la mañana siguiente, él y yo nos levantamos
antes que todos los demás invitados para regresar a Los Ángeles. Ince afirmaba que
durante la noche había tenido una mala digestión, de la que aún se resentía. En el
trayecto hasta la estación volvió a quejarse, pero ahora de que le dolía el corazón.
Nada más subir al tren, le dio un ataque en Del Mar. Pensé que lo mejor era
descender e insistí para que se tomara un descanso en un hotel. Telefoneé a la
señora Ince y le dije que su marido no se encontraba bien. Llamé a un médico y
permanecí a su lado hasta bien entrada la tarde. Entonces, continué viaje a Los
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 41

Ángeles. El señor Ince me contó que ya anteriormente había padecido ataques


similares pero que no habían desembocado en nada serio. No mostraba señales de
haber ingerido licores de ningún tipo. Mis conocimientos como médico me
autorizaron a diagnosticar que era un caso de indigestión aguda."
El fiscal del distrito de San Diego despachó el caso con estas palabras:
"Inicié esta investigación ateniéndome a los muchos rumores que habían
llegado a mi despacho en relación con el deceso. Los he estado sopesando hasta
hoy mismo para poder pronunciarme definitivamente. No se realizarán más
indagaciones sobre esas historias de francachelas alcohólicas a bordo. De hacerlas,
tendrán que remitirse al condado de Los Ángeles, de donde se supone procedía el
licor. Gentes interesadas por la súbita muerte de Ince se han dirigido a mí pidiendo
una investigación, y sólo para satisfacerles me decidí a iniciarla. Pero después de
interrogar al médico y a la enfermera que atendieron en Del Mar al señor Ince, doy
por válido que la causa de su fallecimiento se debió a hechos naturales".
Semejante manera de zanjar el asunto no dejó nada satisfecho al editorialista
del "Long Beach News":
"Aun a riesgo de perder su reputación de profeta, este escritor se atreve a
predecir que algún día será esclarecido un aromático escándalo ocurrido en la
capital del cine. No es la primera vez que las altas esferas fílmicas son salpicadas por
acontecimientos parecidos. Se habla de muertes violentas o por causas
desconocidas que jamás fueron probadas. Si existe algún fundamento para achacar
la muerte de Thomas Ince a causas no precisamente naturales, debería iniciarse una
investigación, en justicia no sólo hacia el público, sino a los demás implicados.
»Debería investigarse, por ejemplo, si había o no alcohol a bordo del yate de
un millonario, fondeado en el muelle de San Diego adonde Ince llegó ya enfermo.
Un fiscal de distrito que deja pasar esta cuestión, porque no ve motivos para una
encuesta a fondo, es el mejor agente que los bolcheviques podían emplear en este
país".
Estaba bien claro que las pesquisas del señor Kemply, fiscal del distrito, iban
encaminadas a determinar lo que había sucedido en el party que precedió a la
muerte del realizador. Antes de que ninguno de los concurrentes pudiera ser
interrogado, la cosa quedó en suspenso.
Los mal pensados no dejaron de notar lo significativo de que, por pura
coincidencia, Louella O. Parsons, poco después del incidente, fuese premiada por
Hearst con un contrato para toda la vida que ampliaba notablemente su radio de
circulación. Se dijo que ella lo había visto todo. Louella se sintió obligada de pronto
a fabricar una pequeña coartada de su puño y letra, jurando que al ocurrir la
desgracia ella se encontraba en Nueva York. El único inconveniente fue que la doble
de Marion Davies, Vera Burnett, recordaba claramente haber visto a Louella reunirse
en el Estudio con Davies y Chaplin para iniciar juntos la marcha. (Vera sentía un
lógico apego a su trabajo y decidió por tanto no volver a insistir sobre el particular.)
La "diarquía" Hearst-Davies echó tierra al asunto saliendo del escándalo sin
mácula, pero como D. W. Griffith recordaría años después: "Si deseas ver a Hearst
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 42

volverse blanco como un fantasma, lo único que tienes que hacer es mentarle el
nombre de Ince. Hay ahí mucha basura, pero Hearst está demasiado alto para
atreverse siquiera a rozarla".
En los medios cercanos a Hearst se daba ya por descontando que, si a sus
oídos llegaba algún rumor que ligara su nombre con el de Ince, era segurísimo que
el responsable quedaría definitivamente excluido de las futuras fiestas en la casa de
la playa de Santa Mónica o el castillo de San Simeón.
Y así, el affaire Ince, aún hoy, permanece oculto en el misterio y sujeto a toda
clase de especulaciones.
Una perversa postdata concerniente a Ince salió a relucir cuando, a raíz de su
fallecimiento, su viuda puso la casa en venta. Se llamaba Días Dorados y era una
enorme mansión situada en Benedict Canyon y diseñada por él mismo, un lugar en
el que la crema se reunía para disfrutar de alegres fines de semana. Pero los
privilegiados desconocían una travesura: debajo de las habitaciones de los
huéspedes, existía una galería secreta en la que se hallaban, estratégicamente
distribuidos, disimulados agujeros a través de los cuales se contemplaba una
magnífica panorámica de cada lecho. De esta manera, algunas de las más
celebérrimas parejas de Hollywood habían devuelto, sin saberlo, la generosa
hospitalidad de su anfitrión con graciosas demostraciones de sus técnicas de
boudoir. Sólo el travieso mirón Tom Ince poseía la llave de la escondida senda.
Discretamente, Hearst proveyó a Nell, la viuda de Ince, con un usufructo en
vida. La Depresión se lo engulló, y Nell acabó sus días como conductora de taxis. ¿Y
Hearst? Todo el montaje quedó reducido a un chiste sardónico. En el ambiente, el
Oneida llegó a ser conocido como "el coche fúnebre de William Randolph" (William
Randolph's Hearse).
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 43

Rudy ataca

El siguiente diluvio de rumores que inundó a Hollywood poseía similar tono


mortuorio. El tema era la defunción del sumo Amante de la pantalla, Rodolfo
Valentino, que había dejado de existir el 23 de agosto de 1926, en el Policlínico de
Nueva York, tres minutos después del mediodía.
La causa oficial del deceso fue una peritonitis producida tras una operación de
apéndice inflamado. Pero lenguas viperinas atribuyeron su muerte a la "venganza
por arsénico" de una conocida dama de la alta sociedad neoyorquina a quien
Valentino dejara plantada después de mantener con ella un efímero idilio durante su
estancia en la ciudad para promocionar su film El hijo del jeque. Otros chismes
apuntaban hacia un marido iracundo que le había disparado un tiro, o a la sífilis, que
le había atacado finalmente el cerebro.
Durante los últimos años, el amante ideal de millones de mujeres había sido
blanco de un buen número de insultantes ataques por parte de la prensa, basados
en sus anuncios recomendando Valvoline, una crema para el cutis, y en comentarios
que sembraban dudas acerca de su virilidad.
El ataque más despiadado provenía de un escritor del "Chicago Tribune" que
había escogido una aparición personal de Rudy en esa ciudad para lanzar una
descarga. El 18 de julio de 1926, el editorial de "El mayor periódico del mundo"
desnudaba a Valentino en términos nada ambiguos: BORLAS DE POLVOS
ROSADOS.
"Acaba de inaugurarse un nuevo salón de baile en el distrito Norte, un lugar
realmente bello, dirigido de forma irreprochable. Esta agradable primera impresión
dura hasta que uno entra en los lavabos para caballeros y se topa en la pared con
un dispositivo de tubos de cristal con palancas, además de una ranura para la
inserción de monedas. Los tubos contienen un liquido rosado y debajo puede leerse
esta pasmosa frase: 'Introduzca una moneda. Sostenga su polvera personal debajo
del tubo. Empuje la palanca'.
»¡Una máquina que expulsa polvos en un cuarto de aseo para hombres! ¡Ah,
homo americanus! ¿Cómo no se le ocurrió a nadie hace años ahogar
silenciosamente a Rudolph Gugliemo, alias Valentino?
»Acaso esta máquina que vende polvos rosados ha sido retirada de su
emplazamiento? Pues no. Se usa. Hemos comprobado cómo dos 'hombres' —
pertenecientes a una raza que las damas contribuyentes a la 'Voz del Pueblo' no
osarían describir— metían su moneda, sostenían sus pañuelos debajo del aparato,
apretaban la palanca y, a continuación, retiraban el encantador y rosado potingue
para frotarlo en sus mejillas frente al espejo.
»Otro miembro de este departamento, individuo tolerante donde los haya,
irrumpió furioso el otro día en nuestra oficina porque había visto aun 'hombre' en el
ascensor alisándose los cabellos con pomada.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 44

»Pero somos testigos de que nuestra historia de los polvos color de rosa
excede con mucho a la suya.
»Si el Macho de las especies permite que ocurran estas cosas es que ha
llegado el momento para un matriarcado. Mejor será estar regidos por mujeres
masculinizadas que por hombres afeminados. Hemos llegado a creer que el hombre
empezó a 'desmaculinizarse' el día en que cambió la navaja por la maquinilla de
afeitar. Y no vamos a sorprendernos cuando escuchemos que la maquinilla cede
ante los depilatorios.
»Lo que me tiene intrigado es a quién debemos culpar. ¿Es esta degeneración
una reacción consanguínea con el pacifismo, en contra de las realidades y virilidades
de la guerra?¿Están relacionados de alguna forma el color rosado de los polvos y el
de los lavabos?
»¿Cómo se pueden conciliar los cosméticos masculinos, pantalones a lo árabe
y esclavinas, con un total desprecio por las leyes, estableciendo un paralelismo entre
una metrópolis del siglo veinte y otra de hace medio siglo?
»¿Es que a las mujeres les puede gustar este tipo de 'hombre' que en un
lavabo público aplica polvos rosados a su rostro ose arregla el cabello en un
ascensor, en medio de todo el mundo? En el fondo de su corazón ¿se consideran
estas mujeres parte de la era wilsoniana de 'Yo no crié a mi hijo para soldado'? ¿Qué
ha sucedido con la añeja tradición del hombre de las cavernas?
»Extraño fenómeno sociológico éste que va tomando cuerpo no sólo aquí, en
Norteamérica, sino asimismo en Europa. Puede que Chicago tenga sus borlas de
polvos, pero Londres tiene sus bailarines y París sus gigolós. Abajo el Decatur, arriba
Elynor Glyn. Hollywood se constituye en Escuela Nacional de la Masculinidad. Rudy,
el bello hijito de un jardinero, es el prototipo del macho norteamericano.
»Campanas del infierno. Dulzura inefable."
A Rudy no le hizo la menor gracia cargar con las culpas a causa de los
amaneramientos de un ramillete de mariquitas de Clark Street y, lleno de ira, desafió
al verdugo del "Tribune" retándolo a duelo o, si lo prefería, a un combate de boxeo.
Este y otros ataques por el estilo tenían su origen en la bien conocida inclinación de
Valentino por la extravagancia sartorial, su famoso brazalete de esclavo sin el cual
jamás se mostraba públicamente, sus joyas de oro, su preferencia por los perfumes
fuertes, los abrigos ribeteados con chinchilla y su pronunciada coquetería italiana.
Más adelante, su virilidad sería puesta en tela de juicio al saberse que sus
mujeres eran ambas lesbianas.
Cuando Natacha Rambova, la segunda esposa de Valentino (cuya pulsera de
esclava llevaba Rudy), se separó de él en 1926, salió a la luz que el matrimonio
jamás se había consumado.
Un cargo similar había formulado en 1922 su primera esposa, Jean Acker,
quien le había acusado de negligencia y rechazo en el aspecto sexual.
Rudy había contraído nupcias con su segunda lesbiana antes de que su
decreto de divorcio de la primera se hiciese definitivo. Esta equivocación dio pie a su
arresto por bigamia.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 45

Ambas mujeres, Jean Acker y Natacha Rambova, eran "protegidas" de la


exótica e igualmente lesbiana actriz Alla Nazimova —la más notable importación
femenina de Hollywood en aquella época—cuyas bohemias asambleas en el Jardín
de Alá, famosa residencia del Sunset Boulevard, dieron motivo a comentarios de
todo tipo. Natacha había diseñado los modelos tipo Beardsley para la personal
versión de la Salomé interpretada por Alla, para la cual empleó exclusivamente a
actores homosexuales en homenaje a Oscar Wilde y en la que Alla perdió hasta la
camisa. Fue la celestinesca Nazimova quien presentó a Rudy sus dos mujeres y —así
se murmuraba en Hollywood— escenificó ambos matrimonios erráticamente a
juzgar por los resultados.
Puede que Rudy haya sido inducido por Alla a perpetuar sus casamientos, pero
de lo que no cabe la menor duda era de que el galán buscaba a mujeres más
fuertes que él; además le atraían las damas equívocas. Valentino se refería a Natacha
como "El jefe" y ella se hacía acreedora a ese calificativo, inmiscuyéndose de tal
forma en la carrera de su esposo en la Paramount que Zukor tuvo que introducir
una cláusula en el contrato prohibiéndole la entrada en el plató. Ella se vengó
obligando a Rudy a abandonar la Paramount. A continuación escribió un guión
original para Valentino, The Hooded Falcon que resultó "improducible" tras una
considerable pérdida de tiempo y dinero. Sí vio la luz, en cambio, una colaboración
entre Natacha y Rudy: un delgado volumen de versos titulado Daydreams cuyas
estrofas finales rezaban así:

Por desgracia,
a veces,
encuentro
una exquisita
amargura
en
tu beso.

Cualesquiera que hubiesen sido los acuerdos privados entre él y sus varoniles
esposas, los públicos enigmas sobre su virilidad le causaron tanta amargura que,
incluso cuando se hallaba expirando, luchando estoicamente en medio de terribles
dolores, preguntaba a los médicos: "Pero ¿de veras tengo pinta de marica?"
Cuando se propagó la noticia de la muerte de Valentino, dos mujeres
intentaron suicidarse frente al Policlínico; en Londres, una chica ingirió veneno asida
al autógrafo de Rudy; un ascensorista del Ritz en París fue hallado muerto en su
cama, cubierto de fotos de Valentino.
Mientras el ídolo yacía inerte en la funeraria, las calles de Nueva York se
convirtieron en el escenario de un macabro carnaval: una muchedumbre de más de
cien mil personas luchaba para poder echar una última mirada al "supremo amante".
El cadáver se hallaba custodiado por una falsa guardia de Camisas Negras fascistas,
quienes flanqueaban una corona de flores en cuya banda podía leerse "De Benito"
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 46

[Mussolini]. Aquello no era sino un truco publicitario imaginado por un experto de


Campbell's, la casa funeraria, cuyos maquilladores consiguieron que el cadáver se
asemejara realmente a una borla de polvos rosadísimos.
Entre aquellos que consiguieron abrirse paso hasta el féretro rodeado de cirios,
se encontraba su ex-esposa Jean Acker, cuyos alardes de desconsuelo hubiesen sido
bastante menos expresivos de haber sabido que, en su testamento, Rudy sólo la
había dejado un solitario dólar. Pola Negri consiguió robar el show a todos, llegando
en volandas, desde Hollywood, disfrazada con sus más elegantes tocas de viuda. A
continuación, deshaciéndose en lágrimas, se desmayó ante el ataúd... y los
fotógrafos. Entre sollozos, Pola tuvo el suficiente tiempo para declarar que había
concedido su mano a Rudy. Otra reclamación que tuvo inmediato eco en los
periódicos fue la de Marion Kay Brenda, una corista de Ziegfeld, que aseguraba que
Valentino se le había declarado, la noche anterior a sentirse enfermo, en el night
club propiedad de Texas Guinan.
Cuando el cadáver de Rudy fue embarcado rumbo al Oeste para ser
depositado en la Corte de los Apóstoles del cementerio Memorial Park de
Hollywood, pudo escucharse, a través de todas las emisoras de radio de la nación,
una canción dedicada a su memoria y entonada por Rudy Vallee: "Desde esta noche
luce en el firmamento una nueva estrella: R-u-d-y V-a-l-e-n-t-i-n-o" .
La pérdida de Valentino, a los treinta y un años de edad, dejó un rastro de
inconsolables amantes de ambos sexos, a juzgar por los torrentes de lágrimas
derramadas. Además de la famosa "Dama Enlutada" que anualmente le llevaba
flores en la fecha de su óbito, el recuerdo de Rudy era reverenciado por Ramon
Novarro, quien conservaba en una urna de su dormitorio un consolador de grafito,
del más representativo art decó, enaltecido por la firma autógrafa de Valentino. Un
regalo de Rudy.
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El cochino teutón

Otro perenne manantial de fantásticos rumores, en el transcurso de los años


veinte, giraba en torno a la pregunta, sin respuesta aparente, sobre lo que
realmente ocurría durante la filmación de las notables escenas orgiásticas de las
películas de ese turbador individualista llamado Erich Von Stroheim.
Existía un ancho campo para la especulación en las lujosas escenas de burdel
dirigidas por Stroheim para El tío vivo, La viuda alegre, La marcha nupcial y la
inacabada Reina Kelly, que eran celosamente filmadas en platós a los que ni siquiera
los jefes de los Estudios tenían acceso.
No es de extrañar que estas sesiones bajo los ardientes focos fuesen
consideradas no ya dignas de "verlas para creerlas", sino de verdadera Lupercalia.
A veces el rodaje se prolongaba durante veinticuatro horas, sin pausa, en los
recintos cerrados. Stroheim "trataba" a los participantes a base de canapés y caviar,
sirviéndoles champagne auténtico a pesar de la Prohibición. Sus extras, elegidos
personalmente —exóticas mujeres y tipos aristocráticos, muchos de los cuales eran
genuinos emigrados—, emergían vacilantes, con los ojos turbios y el aspecto de
haber pasado un fin de semana en Sodoma. Algunas de las chicas, al borde del
histerismo, mostraban evidencias de mordiscos o marcas de látigo.
Stroheim se cuidaba bien de que estos figurantes fueran generosamente
compensados por las horas extras; ellos, en cuanto salían del cerrado plató,
respetaban la ley del silencio hacia su director.
A menudo Stroheim empleaba semanas de trabajo, considerables sumas del
capital de la Universal, la Paramount y la Metro Goldwyn Mayer, y hasta parte de la
fortuna personal de Gloria Swanson y Joseph Kennedy, filmando atrevidas
secuencias de la Viena decadente que ningún censor de entonces se hubiese
atrevido a dejar pasar y muchísimo menos Will Hays, con su rígido "Código de
Pureza" hecho de sanciones y admoniciones.
Dado que el material completo de sus trabajos orgiásticos era visionado
únicamente por los compinches de Von Stroheim, y que los horrorizados jefes del
Estudio cortaban las escenas hasta reducirlas a trizas para acomodarlas a los
cánones de Hays (tras lo cual llegaban los censores, que añadían cortes adicionales,
de modo que a la postre sólo quedaban de las orgías apenas unos flashes
destinados a la copia del estreno), la imaginación acerca de lo que realmente había
en el contenido primitivo se desataba.
Era de general creencia que, por ejemplo, el show incluido en La marcha
nupcial, que en la pantalla era seguido con avidez a través de agujeros voyerísticos,
valía verdaderamente la pena de ser contemplado.
Se supo que, sólo para una breve escena de ese film, Stroheim había
importado desde Viena a una dama profesional en sadismo y especializada en la
aplicación de la "araña".
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 48

En el abracadabrante burdel de La marcha nupcial figuraban prostitutas de


todas las razas, cada una de ellas con una especialidad erótica; las hadas de blanca
peluca y el níveo cuerpo maquillado, presentadas como instrumentos de cuerda,
fueron enmascaradas para preservar la identidad de las personas de buen tono
presentes. Los cinturones de castidad de las esclavas negras estaban sellados con
candados en forma de corazón; una pareja de pintorescos gemelos siameses ponían
una nota de refinamiento, debido más a la imaginación de Stroheim que a la
depravación austro-húngara.
Se sospechaba que Stroheim derrochaba el dinero de la Metro Goldwyn Mayer
con intencionada malicia en esas inmostrables secuencias como revancha por la
destrucción de los miles de metros del negativo de Avaricia practicada por sus
enemigos mortales: Irwing Thalberg, jefe de producción de la Metro Goldwyn
Mayer, y su nuevo Mogul, Louie Mayer.
Thalberg se había granjeado la enemistad de Stroheim en 1923 cuando era
ejecutivo en la Universal y le había arrebatado a Stroheim la dirección de El tiovivo,
tras haberse éste permitido una serie de extravagancias tales como ordenar
calzoncillos de seda con el distintivo de la Guardia Imperial, destinados a los
militares que figuraban en el film.
Pese a que su film para la Metro, La viuda alegre, constituyó un mayúsculo
triunfo comercial, los escrúpulos fanáticos de Stroheim no eran los más adecuados
para gentes como
Mayer y Thalberg. Ambos se las arreglaron para deshacerse de él, corriendo
por toda la ciudad la voz de que Stroheim, además de anticomercial y maníaco
sexual, no era de fiar. La leyenda sobre su extravagancia, que se había iniciado como
un truco inventado por la Universal durante la filmación de Foolish Wives, cuando su
nombre era anunciado como "$troheim", se le volvía en contra como un boomerang
y, ahora, tenía dificultades para financiar sus producciones. Los altos ejecutivos
fueron de estudio en estudio haciéndose eco de que "trabajar con Stroheim es
como arrojar dólares dentro de un pozo".
La saga de Stroheim en Hollywood —batalla de un gigante contra pigmeos—
estaba condenada a terminar mal. Las mentes mezquinas de los ejecutivos
disecaron lo que de mejor había dentro de este feroz visionario.
A raíz de su desencantado retorno a Europa, Erich Von Stroheim declaró:
"Hollywood me ha asesinado". Y en verdad fue esto lo que Hollywood hizo con el
genio desconcertante que se atrevió a desafiar sus dogmas de cartón.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 49

Titulares de Hollywood

Si el poder de la prensa parecía que radicara en el Gran Padre Hearst y su


"Mirror" (un periódico de tintes amarillistas cuya fragancia era lo más parecido a la
de las manzanas podridas), su igualmente fétido competidor, Bernard Macfadden, a
través de su calumniador "GraphiC" o algún calenturiento editor de provincias, en
general todos los sabihondos chupatintas sabían que los TITULARES SOBRE
HOLLYWOOD VENDÍAN EJEMPLARES a condición de que fuesen picantes, atrevidos
o decididamente escandalosos.
Por mucho que Hays, desde el fondo de sus calzoncillos Hoosier intentase
apelar a la moderación en los comentarios sobre la colonia fílmica, la prensa
dedicaba un espacio mucho mayor a los catorce divorcios y tres separaciones cuyos
protagonistas eran nombres de campanillas, que a los veintitrés casamientos
estelares ocurridos en 1926.
Canon Chase, uno de los más activos entre los mojigatos de profesión de los
años veinte, no cabía en sí de contento cuando, en 1926, se filtró la noticia de que
Will Hays había aceptado dinero bajo cuerda de Harry Sinclair, siendo miembro del
gabinete de Harding. Chase se despachó en la prensa contra Hollywood y Hays,
proclamando que la Ciudad del Celuloide seguía siendo tan indecente como
siempre y deslizando, de paso, que, en el departamento de limpieza, él podía hacer
un buen trabajo de poda.
Hays se mantuvo en un digno silencio ante el ataque frontal de su competidor.
Estaba demasiado ocupado procurando que todas las Iglesias de la nación fuesen
debidamente informadas de las sacrosantas intenciones del superpiadoso Rey de
Reyes, de Cecil B. de Mille, inminente sermón cinematográfico, y sobre todo de que
H. B. Warner, la "loquita", que hacía de Cristo, no fumase, bebiera o soltara
palabrotas. Y de que la actriz que interpretaba a la Virgen María olvidase de
momento sus planes para divorciarse.
Pero, a pesar de estas maniobras untuosas, la prensa continuó sus cargas
contra Hollywood a medida que los años veinte caminaban hacia su extinción. Los
cimientos ya se habían plantado con los escándalos Arbuckle-Taylor-Reid y se veían
coronados por los lascivos comentarios emanados de la cacareada separación de
Chaplin y Lita Grey.
Si los rotativos necesitaban algo con "gancho" para el suplemento dominical,
siempre podía encontrarse alguna exclusiva en un nuevo vicio o amenaza para la
doncellez norteamericana surgidos de Hollywood, Ciudad del Pecado. Siempre
existía por ahí alguna desilusionada "Reina de la Belleza" que no había conseguido
triunfar, deseando contar a quien la escuchase que los listillos de Hollywood habían
sido la causa de su "caída" a cambio, naturalmente, de un precio estipulado y de su
retrato en primera página.
Esta imagen fue reforzada por Mae Murray que vendió sus sensacionales
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 50

Memorias, para ser publicadas en fascículos, al surrealista dominical de Hearst, "The


American Weekly". En una de las suculentas entregas titulada El teutón más cochino
de Hollywood contaba con todo detalle sus zipizapes con Stroheim durante la
filmación de La viuda alegre para la Metro Goldwyn Mayer.
El norteamericano medio fue sacudido un domingo al saber que "El hombre
que Vd. ama hasta el odio" era, en verdad, un monstruo en su vida cotidiana. Tan
sádico era que la Princesa Mae (la de los labios en forma de corazón) se vio forzada
a gritar en medio de mil extras emperifollados: "¡No eres más que un cochino
teutón!" abandonando a continuación con paso señorial el decorado de Chez
Maxim. Cuando la periodista-estrella Murray tuvo una charla con el jefe del estudio,
Louis Bollocks Mayer, éste se cebó en Stroheim; mientras el Niño Prodigio Irving
Thalberg dejaba fuera de combate, en el asalto número diez, al desgraciado
Stroheim sobre la alfombra de Louie en Culver City, los lectores dedujeron que todo
aquello tendría algo que ver con la proverbial "galantería" de L. B. M. La verdad era
que Stroheim había dejado caer en los oídos del maternalista Mayer su opinión de
que "¡Todas las mujeres son unas putas!". (Cara de Acelga Louie descargó su
guadaña de segador sobre Cabeza de Bala, al tiempo que vociferaba a su falange
de secretarias: "¡Nadie en mi presencia se atrevió jamás a hablar así de las mujeres y
salirse con la suya!".)
A todo lo largo de los agitados años veinte, las publicaciones marcharon
acompasadamente al paso que marcaba el Desfile de Inmundicias del viejo y en el
fondo buen Hollywood, vertiendo océanos de tinta en torno a cosas como: LOCOS
PARTIES EN EL PAÍS DEL CINE, ORGIÁSTICOS FINES DE SEMANA DE LAS ESTRELLAS
DEL LIENZO DE PLATA, UNA STARLET DA EL AVISO DE QUE LOS TORTUOSOS
CAMINOS DEL CELULOIDE SOLO CONDUCEN A LA RUINA, LOS CAZADORES DEL
PAÍS DEL CINE TIENDEN SU CEPOS. Los hambrientos de sensaciones y reprimidos
sexuales devoraban lo que se les pusiera por delante y se apresuraban a soltar la
pasta pidiendo más y más.
Esa demanda incesante era satisfecha, día a día, a golpes de pecho, por la
mutante y tecleante Enviada Especial desde Hollywood.
La enana antecesora de todas las Ronas [El autor se refiere a Rona Barrett, una
columnista bastante popular en la actualidad, con numerosas publicaciones que
llevan su nombre y apariciones bastante frecuentes en programas en directo de la
Televisión norteamericana, muy especialmente en el espacio matinal "Good Morning
America". Es un sucedáneo bastante aproximado de lo que en su época
representaron Louella O. Parsons y Hedda Hopper. (N del T.)] actuales era, por
supuesto, la original y pimpante Paganini de la superficialidad, Louella "Oneida" (He-
Visto-Lo-Que-Has-Hecho) Parsons, impuesta por W. R. como Suprema
Corresponsal de Hearst en Hollywood.
¡La rechoncha Louella! Su diaria columna matutina de chismes contaba a la
nación, a la hora del desayuno, exclusiva a exclusiva, todo lo que sucedía en
Hollywood, el Quién-Jodía-Con-Quién en la Costa Oeste, donde las fortunas se
multiplican. Lolly llamaba a eso "salir con alguien", pero sus seguidores sabían muy
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 51

bien por dónde iban los tiros. La gran masa de público podía estarle también
agradecida por informarle quien en Hollywood estaba considerado como IN y quién
como OUT —ese temible estado de Ostracismo que ella sabía resaltar muy bien con
la simple exclusión de una persona de su columna, o bien con una avalancha de
comentarios poco piadosos y Lollyparsonescos— en caso de que dicha persona,
según su cruel criterio o el deseo de Papá William (Randolph Hearst) fuese
condenada a sufrir en carne propia el látigo vengador.
Mientras la inexorable L. O. P. y su legión de imitadores baratos abastecían a
toda la nación de noticias impresas, los restantes representantes de la Prensa
echaban más carne al asador: porque, por ejemplo, para el "GraphiC" y Compañía
no existía un lugar más malvado que Hollywood-Babilonia renacida, con Santa
Mónica-Sodoma y Glendale-Gomorra como suburbios. Los charlatanes definían
lúbricamente a las Estrellas como sirenas desprovistas de alma que deambulaban
por lascivas orgías del brazo de caballeros de etiqueta y belleza turbadora, en un
mundo perfumado y materialista, flanqueado por los Espectros de la Bebida, la
Droga y el Desenfreno, la Locura, el Suicidio y el Crimen. Mientras tanto, se
insinuaba que en esos suburbios de Sodoma y Gomorra, en ese Pantano de
Espliego, las formas de pecar eran bastante peculiares que la fornicación o el
adulterio. Los consumidores obtenían más alimento a cambio de sus tres centavos.
Era cierto que, desde el momento en que Hollywood se erigió como la Meca
de la Cinematografía, sobre ella había caído toda clase de elementos sospechosos,
como una plaga de polillas en busca de luz. Gangsters de poca monta,
contrabandistas, apostadores, tramposos, chantajistas, vagabundos, pequeños y
grandes extorsionistas, todo tipo de pervertidos sexuales, especuladores, cultistas
"tocados", astrólogos del dólar, falsos mediums y evangelizadores, curanderos de
pacotilla, echadores de cartas y parásitos psicoanalistas, todos los cuales
revoloteaban alrededor del círculo de los elegidos.
Millares de estúpidos jóvenes embobados con el cine eran atraídos a
Hollywood por las vanas promesas de falsas escuelas promocionales— la Quimera
del Oro para los incautos, de la que no se obtenía metal alguno, sino amargas
impurezas. Multitud de caras bonitas, despojados de Sus sueños y con los bolsillos
vacíos, se vieron arrastrados a la prostitución.
Estos flamantes reclutas, que hacían la carrera en Hollywood, se hacían llamar
"extras cinematográficas" para eludir las leyes californianas sobre vagos y maleantes.
Si eran cazados por la Brigada Antivicio o arrestados en hoteles de poca monta,
todos los diarios de la nación reseñaban el incidente: BELLÍSIMA ESTRELLA DE CINE
SORPRENDIDA EN UN LUGAR DE DUDOSA FAMA. Los avispados reporteros
describían a continuación a una morena de buen ver, a una llamativa rubia o a una
apabullante pelirroja. Sus nombres eran suprimidos para dejar paso a la imaginación
del lector, quien no podía sustraerse a pensar en una cetrina Dolores del Río, una
oxigenada Alice White o en la más incandescente pelirroja de Hollywood: Clara Bow.
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Los Guapos de Clara

[Claras Beaux. El autor hace un juego de palabras


entre el nombre artístico, Bow, y el término
francés beaux, de similar pronunciación, que
significa "guapos" y también, por extensión,
"amantes". (N. del T.)]

Hay que puntualizar que Clara, conocida desde 1926 en el cine como la "más
ardiente hija del jazz", pronto se hizo acreedora de sus propios titulares en todo el
país.
Los periódicos clamaban: EL IDILIO DE CLARA, UN UNGÜENTO AMOROSO, y
pronto los ávidos lectores supieron que la prolongada "terapia" que la chica
recibiera para sus "nervios e insomnio", de manos del atractivo y aristocrático
médico William Earl Pearson, consistía en la repetida aplicación del "dardo" del
facultativo en el postrado blanco de Clara. El "ungüento amoroso" se inyectaba en
dosis nocturnas, hasta que la esposa del especialista puso a un detective tras la pista
de su marido. El rastro se perdía en el pabellón chino de la finca de Clara en Beverly
Hills.
A Clara se le acentuó el insomnio al aparecer como "la otra" en la solicitud de
divorcio donde la señora Pearson demandaba a la Bow por "apropiación indebida
de cariño". Los titulares supieron exprimir bien el jugo del escándalo protagonizado
por la "ardiente hija del jazz" hollywoodense, y Clara fue despojada de treinta mil
dólares por la despechada esposa del "buen Doc".
Clara volvió a ser noticia de primera plana a causa de sus deudas de juego en
Reno. Pero su escándalo más sonado no estalló hasta 1930.
En dicho año, la fiable secretaria privada de Clara, Daisy DeVoe, una pizpireta
rubia de dos caras, vendió todos los "in" y los "out" de la trepidante vida amorosa
que la Chica del "Eso" desarrollara a lo largo de cuatro frenéticos años, al mayor
postor, el casi pornográfico "GraphiC" de Nueva York. (Clara había puesto de patitas
a la calle a Daisy tras un intento de chantaje y aquélla fue la venganza de la
empleada.)
Pronto los ansiosos lectores del "GraphiC" supieron hasta qué punto llegaba la
devoción de Miss DeVoe por su ama; había llevado la cuenta de todos los caballeros
que visitaran el pabellón chino de Clara. El bondadoso Buda que ocupaba el lugar
de honor no tenía por costumbre hablar, pero Daisy hizo por él. El registro de los
amantes de Clara durante esos cuatro años era lo más parecido a un inventario de
la potencia masculina. Sumándose el agradable doctor Pearson, la lista abarcaba
desde cómicos (Eddie Cantor) hasta malvados (Bela Lugosi) pasando por cowboys
(Rex Bell y el recién llegado Gary Cooper). Y no era todo.
La relación, según la definía "GraphiC", tal vez fuera demasiado extensa; ello
obligó a la pobre Clara a coger el toro por los cuernos. Había sido anfitriona del
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 53

plantel completo del Thundering Herd, un equipo de fútbol de la Universidad de


California del Sur, en alborotadoras fiestas de week-end aderezadas con cerveza,
probando a todos los risueños atletas desde el número uno hasta el doce, el
robusto defensa Marion Morrison, conocido más tarde como John Wayne.
Los próceres decidieron que Clara se había pasado un poco de la raya, pues
sus considerables triunfos venéreos ya no eran una simple cuestión de chismes de
tocador, sino que habían sido bien explicados en primeras páginas. Salió a relucir
que la chica del "Eso" había obsequiado a sus amados Thundering Herd con
gemelos y pitilleras de oro; que había decorado muchos de los hogares que
alojaban a sus atletas con bebidas de contrabando y disipado su dinero en efectivo,
jugándoselo por las noches al póker en la cocina, en unión de su chófer, su cocinera
y su doncella.
Clara llevó a Daisy ante los tribunales de Los Ángeles. Tras una encarnizada
batalla con acusaciones nada agradables por ambas partes, miss DeVoe acabó en la
cárcel acusada de distraer grandes sumas de la cuenta corriente de Bow.
De poco le sirvió a Clara la victoria: el abierto cotilleo le había hecho mucho
daño. La pelirroja incandescente se convirtió en un material demasiado peligroso
para manejarlo. En un intento por enfriar la cosa, contrajo matrimonio con Rex Bell,
pero su carrera tocó el techo mientras resbalaba al filo de una serie de depresiones
nerviosas. Antes de ingresar en una clínica, declaró: "Durante muchos años he
trabajado muy duro y estoy necesitada de un descanso. Así que pienso marchar a
Europa por un año o más en cuanto expire mi contrato". Cuando éste finalizó,
algunos meses más tarde, la escarmentada Paramount no intentó renovárselo.
El caso de las válvulas fundidas tampoco la había ayudado mucho. Su primera
cinta sonora, The Wild Party, trataba de mitigar los dichosos titulares. En la primera
escena se requería de ella que hiciera su entrada en un dormitorio para chicas
diciendo "¡Hola a todo el mundo!". El ingeniero de sonido, a resguardo en su sala de
sincronización, no estaba aún familiarizado con el acento de Brooklyn de Clara y no
ajustó correctamente los mandos al compás del saludo de Clara. Ella abrió la puerta,
gritó "¡HOLA A TODO EL MUNDO!" y fundió cada una de las válvulas del estudio de
grabación.
El ocaso de Clara Bow, quien durante toda una época fuera la personificación
de la ardiente juventud, confirmó la reputación de Hollywood como ciudad donde
las muchachas tropiezan.
El público lo dio por hecho: Clara no había aprendido lo suficiente como para
continuar su senda fraguada en el sedante y viejo Brooklyn. La ristra de políticos,
clérigos y ligas de pureza aprovechó para reavivar la pasión de los días del
linchamiento de Arbuckle: otra estrella entregada a las llamas.
Luego de que Clara fuese tildada de "Mala Mujer", un predicador, el Doctor S.
Parkes Cadman, condenó a Hollywood desde el púlpito como "Cementerio de la
Virtud".
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Saturno en Sunset

La gran ilusión dorada quedó hecha trizas el 29 de octubre de 1929. "Variety"


lo describió de esta forma: WALL STREET PONE UN HUEVO.
Desde una perspectiva de veinte años, Mae Murray definió así a la Gente
Dorada de Hollywood: "Éramos como libélulas. Parecía que estábamos suspendidos
en el aire sin esfuerzo, pero en realidad nuestras alas se movían muy, muy aprisa...
Para muchos de los privilegiados, de por sí atemorizados por la llegada del
sonoro, aquello parecía el Apocalipsis, el instante fatídico mentado por Solón:
"Tenemos que saber cuándo llega el fin; a menudo Dios concede al hombre un
relámpago de felicidad para sumergirlo a continuación en la ruina".
La caída de John Gilbert fue un caso extremo. Había sido el astro mejor
pagado de 1928, percibiendo de la Metro Goldwyn Mayer diez mil dólares
semanales desde que llegara al pináculo con El gran desfile. Cuando su idilio con
Garbo se fue a pique, Gilbert, de rebote, contrajo nupcias con Ina Claire, una actriz
de Broadway. Se encontraba de regreso de una luna de miel un tanto borrascosa en
medio del Atlántico, cuando de pronto estalló la bomba.
Gilbert desembarcó en Nueva York y descubrió que se había arruinado. Como
les ocurría a tantos otros hollywoodenses, su agente de bolsa le había invertido todo
el capital en acciones, convirtiéndolo así en una víctima más de los avispados sujetos
que se dedicaban a las inversiones y de los que Hollywood se hallaba infestado.
(Más le habría valido dormir sobre su dinero —como lo hiciera Emil Jannings, quien
durante su efímera carrera llegó a guardar doscientos mil dólares en metálico
dentro de su almohada.)
John Gilbert todavía tenía con la Metro un contrato "irrompible" para cubrirse
las espaldas, pero esto sólo fue un momentáneo alivio tras la aparición de su primer
film sonoro —una fruslería titulada Su noche gloriosa— que alguien calificó de
"abominable".
Cuando la película se estrenó en el Capitol de Nueva York, sus "hinchas" se
removieron desconcertados en los asientos: una caricatura de su voz surgió a través
de los altavoces como un hiriente quejido metálico. En realidad la atiplada voz de
tenor de John no era tan mala. Prueba de ello la tenemos en una brillante comedia,
Downstairs, interpretada y escrita por él en 1932, donde su dirección es perfecta.
Pero el daño ya estaba hecho, y los periodistas y las revistas especializadas corrieron
la voz de que Gilbert estaba acabado. Su estupenda actuación en Downstairs induce
a dar crédito al rumor de que los ingenieros de sonido de la Metro Goldwyn Mayer,
bajo las órdenes de L. B. Mayer (quien deseaba machacar la carrera de Gilbert y
deshacerse de él), contribuyeron a su ruina, multiplicando por tres el volumen del
sonido y castrando deliberadamente la voz de Gilbert.
John era un muchacho sencillo que había crecido acostumbrado al agasajo de
sus admiradores. El súbito corte en esta relación fue muy duro para él. Su mujer le
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dio la puntilla. A medida que su incipiente estrellato se agrandaba en el Firmamento


Sonoro gracias a una impecable dirección de Beacon Hill, el de Gilbert se
derrumbaba. Ina no dudó en aplicar sal a sus heridas recordándole constantemente
su situación. Y John se tomó entre pecho y espalda el vengarse de la Prohibición,
como hiciera otra estrella del mudo que también tuvo problemas con su voz, Marie
Prevost. Su romántica apariencia no casaba bien con su dialecto de Brooklyn, y la
rubia Marie trató de ahogar en bourbon su desdicha. John y Marie protagonizaron
una carrera etílica hacia la muerte que John ganó en 1936. Marie aguantó hasta
1937, cuando lo que quedaba de su cuerpo fue hallado en su andrajoso
apartamento de Cahuenga Boulevard. Su perro salchicha logró sobrevivir
comiéndose a su ama a trocitos.
A Hollywood siempre le había gustado canibalizarse a sí mismo. La historia de
la caída de Gilbert quedó plasmada en la pantalla en 1937 con Ha nacido una
estrella pese a que el suicidio en ese film estaba inspirado en otro de características
similares, el del desdichado John Bowers.
Paralelamente se producían ajustes de cuentas entre algunos ejecutivos; Wall
Street no era el único que se propasaba. En 1930, William Fox fue acusado de
"malversación en los libros de cuentas de su propia oficina, de manipulaciones y
apropiación indebida de fondos", siendo finalmente despedido del espléndido
estudio que él mismo había edificado. El retozón Adolph Zukor, que consiguiera
extraer de la montaña de la Paramount una pequeña fortuna valorada en unos
cuarenta millones de dólares, se encontró haciendo frente a la bancarrota. Incluso el
mismo Hearst navegaba en un mar de aguas turbias y, en esta ocasión, fue Marion
Davies quien le ayudó a salir a flote.
Como el resto de la nación, Hollywood tuvo que bailar al son de la misma
música: "el mayor festín de la Historia" había llegado a su fin. En 1929 la mayoría de
los cientos de millones de espectadores habituales habían pasado de formar colas
ante las taquillas a engrosar las que esperaban el reparto del pan. En 1930, la
asistencia a los cines era de un cuarenta por ciento menos. Algunos locales hacían
esfuerzos desesperados: dos entradas por el precio de una en programas dobles, y
cupones gratis para una permanente "Marcel" para las espectadoras femeninas.
Pero en el transcurso del amargo crepúsculo de la Depresión, tales trucos resultaban
insuficientes para atraer a los aficionados. Eran demasiadas las puertas que se
habían cerrado definitivamente.
Campañas patrocinadas por el Club Permanente de California del Sur
aparecían en todas las publicaciones: "Si desea pasar unas gloriosas vacaciones,
California le espera". Si lo que desea usted es encontrar un trabajo, no venga, a
menos que quiera llevarse una decepción; pero si Vd. lo hace en plan turístico; las
atracciones no tienen límite".
Pese a haber sido sacudido por el crack y la llegada del Sonoro, Hollywood
sacó fuerzas de flaqueza y se lanzó hacia adelante. En la reconversión, los mitos del
País del Celuloide se llevaron un buen porrazo. Sobrevivió el star system (la Metro
Goldwyn Mayer disparó su slogan: "Más estrellas que en el cielo") pese a que las
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luminarias en cuestión no hacían más que preguntarse por cuánto tiempo se


mantendrían en sus órbitas.
Veintinueve flamantes stars sonoras habían irrumpido en 1931; sólo tres de
ellas pertenecían a la carnada de 1921.
No era la carrera de John Gilbert la única en declive. Compañeros de infortunio
eran Conrad Bagel, Charles Farrell, Buddy Rogers y William Haines. El siempre
melodramático Ramón Novarro se largó a "meditar" a un monasterio.
El desfile fue igualmente fuerte para las diosas silentes. Billie Dove, Colleen
Moore, Corinne Griffith y Norma Talmadge se esfumaron, sencillamente. Algunas,
como Talmadge, pretendían ser ya demasiado ricas como para dar importancia a la
cosa.
Para ciertas bellezas, el eclipse fue brutal. Louise Brooks, una de las visiones
más radiantes que engalanase jamás una pantalla, pasó vertiginosamente del
estrellato a despachar en un mostrador de Macy's. Una maldición aún más
denigrante que la de convertirse en una simple dependienta cayó sobre otras. Mae
Murray, supermillonaire, fue repudiada por su esposo noble, aunque dudoso, al
perder su fortuna. Tras un viacrucis de humillaciones, fue arrestada por vagabundeo
cuando la encontraron, ¡Señor!, durmiendo en un banco de Central Park. Grandes
figuras de los veinte, como Mae Murray, se hallaban realmente convencidas de que
su "estrellato" era un don caído de los cielos. No fue Mae la única que intentó
elevarse por encima de los mortales casándose con un noble. Gloria Swanson se
convirtió en marquesa de la Falaise de Coudray; Pola Negri (nacida Apolonia
Chalupec) trocó su título de condesa Dombska por el de princesa, casándose con el
último Mdivani disponible, el Príncipe Serge. Años después también ella acabaría en
la fosa, arrojada por las tres P: Paramount, Príncipe y Popularidad.
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Dudas drásticas

William Blake lo dijo bien claro: "Si una estrella dudara, de inmediato dejaría de
brillar". Con la llegada de la Gran Depresión, esto es lo que ocurrió en Hollywood. A
paladas.
La tensión fue excesivamente fuerte para muchos de los antiguos grandes. En
lugar de tratar de sobrevivir entre corroídos oropeles, prefirieron escenificar su Gran
Final. Algunos, en dramáticos cuadros guiñolescos, se suicidaron como dioses
autodegollados al pie de sus altares. Fue durante este período cuando por primera
vez salió a relucir el concepto de has been (Has been (ha sido): Se dice de las
grandes estrellas que han caído en el descrédito pero aún son reconocidas
fácilmente por sus antiguos admiradores. (N. de T.)] Una etiqueta difícil de sacudirse
por muy injustamente adjudicada que estuviese.
Algunos afortunados se las arreglaron para emerger indemnes del doble
holocausto crack/Cine Hablado, montando todo un show al proponerse hacer caso
omiso de la amarga realidad. Una de estas afortunadas luminarias fue una hija del
jazz con agallas: Joan Crawford.
En 1932, en medio de las turbulencias de la Gran Depresión, Crawford se sintió
llamada a fortificar la moral de la nación a través de un manifiesto público en las
páginas de "Photoplay", valientemente titulado "¡Hay que gastar!", toda una
declaración de principios sobre los Derechos de una Estrella.
Como respuesta a gruñidos no precisamente insensatos, mientras se alegaba
que las figuras estaban superpagadas, Joan replicó que el deber de una star residía
en mantenerse en el estilo de vida que el público asociaba con su elevado puesto. Y
con férrea determinación se rodeó a sí misma con lo máximo en lujos, pieles de
última moda, deslumbrantes joyas y un renovado guardarropa de fabulosos
modelos. Sería ésta la única manera, y no otra, de hacer que sus fans se sintieran
satisfechos y los dólares continuaran circulando.
Heroicamente, Joan exhortaba a sus admiradores a emularla: "Yo, Joan
Crawford, creo en el Dólar. Todo lo que gano lo gasto".
Para Joan, al menos, era ésta la fe religiosa en el estilo Hollywood; mansiones
espléndidas, coches, una catarata de lujos y, fuera del ámbito de los Estudios, un
torbellino de cocktail-parties, románticos rendez-vous y bien publicitadas salidas
nocturnas.
Ella supo llevar todo esto al extremo. Como el resto, se había asomado al
precipicio y el Olvido la había devuelto a su sitio —Joan sabía muy bien de dónde
procedía y no tenía la menor intención de regresar allí.
El crack había hecho mella en la seguridad desvergonzada de Hollywood. En el
silencio nocturno de sus almas doradas, las estrellas supervivientes —Crawford entre
ellas— sabían que algo ajeno se había infiltrado en su privilegiado entorno: una rata
llamada miedo.
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El escándalo hizo estruendosa entrada en 1930, a raíz de la batalla campal


protagonizada en los tribunales por Clara Bow y Daisy DeVoe. Pero el show se
representó en un local semivacío.
Aunque los idilios de Clara fueran desmenuzados en la prensa, la nación se
hallaba demasiado aturdida para tomarlos en cuenta. El caso Bow sólo suscitó
miradas hacia atrás, sobre un festín que a todos les había producido resaca.
En 1931, mientras Clara era víctima de su primera depresión nerviosa, la
mayoría de sus antiguos admiradores se encontraban buscando trabajo por las
calles. Y, mientras ella trataba de recuperarse en un manicomio, una multitud se
enfrentaba con una música bastante más estridente que la del jazz. Pese a que su
regreso al cine sonoro al año siguiente fue brillante, Salvaje no la libró del desastre.
Clara ya era una reliquia del pasado, y el dolor que esto le produjo desembocó en la
locura. Una vez más, pues, el sanatorio, envuelta en sábanas heladas.
Muy pronto, y en el mismo hospital, se le uniría Buster Keaton, fuera de quicio
por los combinados traumas emanados de la llegada del sonido, la pérdida del
control artístico sobre sus películas, los problemas maritales y la bebida.
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"¡Adiós muchachos, compañeros de mi vida!"

Aquellas estrellas a quienes sus destrozados nervios habían conducido a


manicomios más o menos privados, como Clara Bow y Buster Keaton, hicieron
menos ruido que las que optaron por diseñar sus propias caídas. Antes que plantar
cara a la vida fuera de la cúspide, Milton Sills prefirió escribir su propio finis en 1930,
estrellando su limusina último modelo en la curva del Hombre Muerto, en pleno
Sunset Boulevard. La radiante Jeanne Eagels se decidió por una deliberada
sobredosis de heroína. Robert Ames utilizó el tubo del gas. Karl Dane se disparó un
tiro en la sien en 1932.
También empleó un revólver el Padre Confesor de Hollywood, en lo que fue el
suicidio más comentado de la década. Su entrañable carácter había ganado para
Paul Bern ese título, y seguramente ése había sido uno de los motivos que llevaron a
Jean Harlow a contraer matrimonio con un intelectual físicamente impresentable que
le llevaba veintidós años. Bern había sido ayudante de Thalberg en la Metro
Goldwyn Mayer y factor decisivo para la incorporación de Jean a la fábrica de
sueños de Culver City.
La singular pareja había unido sus destinos el 2 de julio de 1932. Dos meses
más tarde, 5 de septiembre de 1932, el mayordomo de Bern encontró su cadáver en
el blanquísimo dormitorio de su esposa en la conjunta mansión de Benedict Canyon.
Estaba desnudo, tendido frente a un espejo de cuerpo entero, bañado en aromas
de "Mitsouko", el perfume preferido de Jean, con un disparo en el cráneo
procedente de una pistola calibre 38 que yacía a un costado. Jean se hallaba de
visita en casa de su madre.
El mayordomo no llamó a la policía; telefoneó en su lugar a la Metro Goldwyn
Mayer. En un santiamén se personaron Louis B. Mayer y Thalberg. Mayer encontró
una nota autografiada por Bern encima del tocador de su esposa:

"Mi muy querida,


Desgraciadamente, ésta es la única salida para reparar el daño que te he
causado y borrar mi humillación. Te amo, Paul.
»Espero que entiendas que lo de anoche sólo fue una comedia.»

Parecía ser que Bern tenía un "problema" y había tratado de efectuar el coito
por medios artificiales: un contundente pene falso. Mayer se metió la carta en el
bolsillo y, dado que la policía hizo su aparición dos horas y media más tarde, sólo se
decidió a mostrarla cuando Howard Strickling, jefe de publicidad del Estudio le
aconsejó que lo hiciese.
Al día siguiente, Dorothy Millette, una rubia aspirante a starlet que fuera la
primera esposa de Paul Bern, se suicidó arrojándose a las aguas del río Sacramento.
Dos actores, también en el olvido y convertidos en alcohólicos, eligieron
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 60

idéntico camino. John Bowers, caminó desnudo hacia su final entre las olas de la
playa de Malibú; James Murray saltó vestido a las aguas del East River. George Hill,
realizador de The Big House, se voló el cráneo, en 1934, con una escopeta de caza.
En 1935, el suicidio de Lou Tellegen no fue el único: su espantoso hara-kiri con
un par de doradas tijeras tenía su antecedente, diez años atrás, en el de Max Linder.
Esas tijeras de oro macizo con las iniciales de Tellegen grabadas, habían sido muy
usadas durante años en los recortes de prensa que cubrían tanto su carrera
cinematográfica como partenaire favorito de Geraldine Farrar como el posterior
romance y matrimonio de ambos. Totalmente olvidado en 1935, Lou se rodeó de
sus voluminosos álbumes de recortes ya amarillentos, con sus fotos más
favorecedoras y con los posters un tanto andrajosos de sus triunfos, The Long Trail y
The Redeeming Sin. Y, desnudo en el centro del ridículo círculo, se acurrucó al estilo
japonés para destrozar el olvidado ser en que se había convertido con feroces
tijeretazos en el pecho y el estómago. Se le encontró destripado, con el corazón
abierto y los patéticos souvenirs empapados en sangre.
Los recortes de prensa también desempeñaron un papel en el suicidio de la
exquisita Gwili Andre, modelo y fracasada actriz de segunda fila que había
conquistado mucho espacio en las linotipias, pero muy escasos metros de celuloide,
A Gwili Andre la encontraron carbonizada en medio de una pira funeraria prendida
con su inútil publicidad.
Una novedad fue la impuesta por Peg Entwistle, quien escaló las húmedas
laderas del Monte Lee hasta el letrero de Hollywood (constancia de un mal negocio
de Mack Sennett, quien había adquirido los terrenos en los años 30
denominándolos HOLLYWOOD LAND). Peg trepó hasta el final de la letra número
trece (poco antes había conseguido un papelito en un film titulado Trece mujeres
que no le reportó gran cosa). No fue capaz de seguir poniendo buena cara a la
Ciudad del Oropel, y se zambulló hacia la muerte. Otras estrellitas desilusionadas
siguieron a su pionera, y el signo de Hollywood se convirtió en un notorio mojón de
despedida.
Las píldoras de Seconal, se hicieron también populares al llevarse por delante
al encantador Ross Alexander, del elenco de la Warner Bros, en 1937, y también al
realizador Tom Forman en 1938.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 61

Cotillas babilónicos

Dejando aparte esos escándalos que eran pasto fresco para la prensa,
Hollywood nunca careció de otros muy particulares que, entre plano y plano,
contribuían a aliviar el tedio, pero que jamás llegaban a ver la luz en las columnas de
chismorreo.
La inseguridad que trajo consigo la Depresión sacó a relucir lo que de peor
había en los Dioses Malévolos: estrellas que se golpeaban unas a otras, realizadores
que levantaban calumnias sobre sus compañeros, ejecutivos que despreciaban a
todo el que se pusiera a su alcance.
El molino de las insidias trabajaba horas extras en sitios nocturnos como
Trocadero, Cocoanut Grove, Casanova, Cotton Club, Hawaian Paradise, Club Marti,
Bali, Club Esquire, Century Club y Famous Door. Las lenguas de triple filo hacían su
agosto en bares tan concurridos como The Beachcomber, Seven Seas, Tropics,
Bamboo Room, Swing Club y Cine-bar. La chismorrería homosexual femenina giraba
en torno a Mary's, el bar para lesbianas en el Strip, y su polo opuesto en otro, arriba
en la montaña, el Café Gala, lindante con los hogares de Cole Porter y Cecil Beaton.
Reputaciones enteras eran deglutidas junto con la cena en Brown Derby, Cock and
Bull, Avdeef's, La Golondrina, Víctor Hugo, Dave Chasen's, Cinegrill, Biltmore,
Gotham, Musso-Frank's y La Maze, todo Hollywood tenía cabida en esos banquetes
caníbales.
Entre bocado y bocado se aireaban alegre y locamente las públicas imágenes y
vidas privadas de gentes como la famosa pareja romántica formada por Charles
Farrell y Janet Gaynor, en la cual ella era bastante más masculina que él.
Matrimonios como los de Farrell con Virginia Valli o Gaynor con Adrian, el modisto,
eran clasificados como "Tándems crepusculares", bicicletas de dos para encubrir la
homosexualidad.
Las uñas y lenguas se afilaban para encarnizarse en toda faceta íntima que se
saliera de lo corriente, como la vena sádica en Stroheim, Selznick, Victor McLaglen o
Wallace Beery, o las necesidades masoquistas de Jannings, Laughton y la
desquiciada y esplendorosa Mary Nolan, más conocida como "la bella masoquista".
(Mary era la notable ex-Imogene Wilson, una chica de Ziegfeld, cuyos psicodramas
sadomasoquistas con el cómico Frank Tinney habían conseguido escandalizar a
Nueva York. Ahí, como en Hollywood, Mary se las componía para poner de relieve
lo que cada hombre lleva de sádico en sí, con frecuencia hasta poder alcanzar la
Venganza de la Masoquista, como cuando demandó a un productor en quinientos
mil dólares por tratarla a lo bestia con exagerada crudeza.)
Los chismes sobre genitales se cotizaban muy bien; Chaplin y Bogart figuraban
en cabeza de los bien dotados. Un tiempo similar se dedicaba a aquellos cuyas
medidas no correspondían a lo normal. Al aire salían a relucir los nombres de todas
aquellas "Diosas del Amor" cuya devoción a Príapo exigía que sus vaginas fuesen
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 62

restauradas quirúrgicamente de vez en cuando. El malicioso sarcasmo de una Carole


Lombard o una Tallulah Bankhead transformaba esos comentarios en deliciosos
chascarrillos.
La homosexualidad supuesta o real era un tópico favorito. Muy pocos en el
entorno de la Fox desconocían que, a la hora de preparar un reparto, F. W. Murnau
favorecía a los gays. Su muerte en 1931 inspiró una marea de especulaciones.
Murnau había contratado como criado a un bello muchacho filipino de catorce
años llamado García Stevenson. Cuando ocurrió el fatal accidente, el chico se
hallaba al volante del Packard de su amo. Las viperinas lenguas de Hollywood no
tardaron en afirmar que, cuando el vehículo se salió de la carretera, Murnau estaba
practicando una delicada fellatio sobre García. Sólo once almas caritativas asistieron
al funeral (Garbo entre ellas). Farrell y Gaynor, a quienes Murnau había dirigido en
tres ocasiones, no se dignaron presentarse para rendirle tributo. Garbo encargó una
máscara de escayola del rostro del muerto y conservó ese memento del genio
germano durante todos sus años de permanencia en Hollywood.
La genuina reserva de Greta Garbo, mantuvo a los chismosos a distancia
durante mucho tiempo. Se hacían, no obstante, ocasionales especulaciones sobre el
grado íntimo de su amistad con la escritora Salka Viertel.
Más adelante, la llegada de Marlene Dietrich proporcionó abundante pasto.
Alegre bisexual sin el menor género de dudas, con apetito suficiente como para
muchos y variados amores, Marlene sirvió para alimentar durante los años treinta los
alegres gorgojeos de las comunidad "diferente". Su enjambre de amiguitas se
granjeó el sambenito de "las costureras de Marlene". No eran lesbianas propiamente
dichas, como las de la "banda de Nazimova", aunque sí alegres vividoras que como
Marlene, se divertían en jugar a dos bandas. A Dietrich se le atribuyó un apasionado
affair con su compañera de la Paramount, Claudette Colbert, y otro con Lili Da mita,
esposa de Errol Flynn en la vida real. La visión de una Marlene en traje de etiqueta
masculino resultaba irresistible para cierto miembros del jet-set internacional;
pronto, la autora Mercedes D'Acosta y la archimillonaria Jo Carstairs se encontraron
dentro de atavíos masculinos como peces en el agua. Las dos efectuaban periódicas
peregrinaciones a Hollywood para rendir pleitesía al "ángel azul". Fue en el
transcurso de 1932 cuando Marlene Dietrich decidió emplear su uniforme, reservado
hasta entonces a la pantalla, fuera de ella: así fue implantada una moda que se
extendió por todo el país: la de la mujer que llevaba pantalones.
El atractivo bisexual de Marlene vestida de hombre fue magnificado por su
particular Svengali, Josef Von Sternberg, quien se las arreglaba para incluir en cada
una de las películas que realizaron juntos una escena, por lo menos, en la que la
actriz aparecía disfrazada de varón. Que el suyo era un romance mental, artificio y
arte, era algo sobre lo que no cabía la menor duda. El "fetiche" Marlene de Von
Sternberg no obtuvo la esperada aprobación universal.
"Vanity Fair" comentó tras el estreno de Capricho imperial: "Sternberg ha
traicionado su estilo simplista en pro de una fantasía desbordante y centrada
primordialmente en las piernas enfundadas en medias de seda y el trasero con
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 63

encajes de Dietrich, de quien ha conseguido hacer una monumental zorra. Por


voluntad propia, Sternberg es un hombre que combina el pensamiento con la
acción: pero, en lugar de abstraerse contemplando el ombligo de Buda, su
perseverancia umbilical le ha llevado a fascinarse exclusivamente con el de Venus".
La señora de Von Sternberg, Risa Royce, no debió de sentirse tampoco muy
satisfecha cuando presentó una demanda de divorcio, nombrando a Marlene como
la responsable de "desviar el cariño de mi esposo".
Marlene continuó su camino hasta convertirse en una leyenda viviente rodeada
de amantes femeninos o masculinos y de otros directores y operadores. Años más
tarde, cuando alguno de éstos se mostraba incapaz de iluminarla apropiadamente,
podía escucharse a la eterna glamour girl susurrar por lo bajo y entre dientes: "Ay
Joe, ¿dónde estás, ahora?".
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 64

La monstruosa Mae

Mae West irrumpió en Hollywood con una reputación de "perversa chica de


Broadway". Obras como Sex la habían precipitado en aguas turbulentas y le habían
costado ocho días en la cárcel. A su llegada se descolgó con esta frase: "No soy
ninguna tonta de pueblo que busca prosperar en la gran ciudad. Soy una mujer de
una gran ciudad que va a descollar en un pueblecito".
La apuesta de la Paramount por Mae resultó ganadora. En Noche tras noche,
la actriz se robó limpiamente la película con un papel secundario; a partir de ahí
trató de imponerse a los jefazos del estudio para que la dejasen libre de
movimientos. Su primer vehículo estelar, Nacida para pecar, que adaptó
personalmente de su propia obra Diamond Lil, batió records de taquilla en 1933.
Recaudó dos hermosos millones de dólares en sólo tres meses y salvó al estudio de
la bancarrota.
"Variety" resumió así el film: "La señorita West, con sombreros gigantescos,
embutida en modelos tipo camisa de fuerza y con tantas joyas encima que parece
una planta Knickerbocker, canta "Easy Rider", "A guy who takes his time" y "Frankie
and Johnny" todas con las letras claramente pasteurizadas. Pero da igual: Mae no
podría cantar una nana sin convertirla en sexo puro. Repleta de risas, como un espía
de coartadas, la personalidad de esta luminaria se impone por encima de cualquier
vulgaridad. West acentúa sus diálogos de una forma tan especial que no tardará
mucho en ser imitada... Su dominio sobre amantes, pasados, presentes y futuros,
resume todo el contenido de su film".
Mae no cayó bien al "todo" Hollywood. Una notable resistente fue Mary
Pickford, quien, desde su retiro en Pickfair, comentó: "Pasé por delante de la puerta
de mi encantadora sobrinita, educada con esmero, y ¡Dios mío!, estaba cantando
estrofas de esa canción de Diamond Lil y digo esa canción, porque me sonrojaría el
mencionar su título incluso aquí".
Los frívolos puntos de vista de Mae con respecto al sexo fueron objeto de una
fortísima diatriba del cardenal Mundelein de Chicago, quien ordenó a uno de sus
pedantes feligreses, el reverendo Daniel A. Lord, redactar un panfleto titulado "Las
películas traicionan a Norteamérica"; en él, las juventudes católicas eran conminadas
a boicotear las "ofensivas cintas" de Mae West. En adelante esos films integrarían la
lista negra de la revista del Padre Lord, "The Queen's Work".
La Hermandad católica se sintió tan satisfecha ante la acogida que decidió
extender su boicot anti-sexo a nivel nacional. Bernard J. Sheil, obispo auxiliar de
Chicago, se dio buena maña para organizar un grupo; surgió así la Liga de la
Decencia, constituida en octubre de 1933, seis meses después de la presentación de
Nacida para pecar. Los inspiradores de la Liga adujeron la amenaza que Mae West
representaba como una razón de peso para la "necesidad" de su Organización.
A continuación de Nacida para pecar, Mae interpretó su película más popular,
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 65

No soy ningún ángel. Su desintegración se inició con su tercera película, No es


pecado. Cuando en Brodway se erigieron enormes vallas anunciando No es pecado,
un pelotón se formó para pasear arriba y abajo de las vallas con pancartas que
llevaban este escueto mensaje: "Sí que lo es". Los púdicos Legionarios obtuvieron
una victoria menor; el título de No es pecado tuvo que cambiarse por el de La bella
del Novecientos. El jefe de publicidad de la Paramount, a quien se le había ocurrido
una divertida campaña de promoción, se encontró de repente en posesión de
cincuenta papagayos sin trabajo a los que había contratado para que repitiesen una
y otra vez "No es pecado", "No es pecado".
Por esas fechas el Padre Lord había desplazado su inquieto cuerpo a
Hollywood, dispuesto a adoctrinar a Hays acerca de un par de cosas relacionadas
con la Censura. Lord desempolvó la vieja lista de los "Noes..." y, con la ayuda de un
católico seglar, Martin Quigley, redactó una nueva ristra de absurdas restricciones
bajo el título de "Código regulatorio para la creación de películas". Esta
monstruosidad que incluía cien maneras diferentes de asexuar le fue entregada a
Hays por Lord y Quigley; Joseph L. Breen hizo su aparición para reforzar la Liga con
una nueva arma: el Sello de la Pureza. Ninguna producción podía ser exhibida sin
pasar antes por él.
La guerra de Mae contra los super-censores comenzó en serio en el verano de
1934, cuando los nuevos guardianes de la virtud norteamericana afilaron sus garras
ante esta frase pronunciada por la estrella ante un gangster: "¿Qué te pasa en el
bolsillo del pantalón? ¿Llevas una pistola o simplemente te alegras de verme?".
Mientras No es pecado anduvo en fase de producción, la Oficina Hays plantó a
un guardián en el plató para que le informase sobre los diálogos y los
desplazamientos de Mae. A ella, para espantar al entrometido, se le ocurrió una
pequeña travesura.
Inventó una amenaza de bomba y se rodeó de una cuadrilla de atléticos
guardaespaldas que, entre toma y toma, la escoltaban hasta su lujoso camerino.
Mientras el perro guardián husmeaba, Mae colgó un cartelito en la puerta que
decía: "No molestar excepto en caso de incendio".
Pese al constante mojigaterío, Mae se las compuso para dotar a sus diálogos
de un tratamiento netamente West; por ejemplo: "Un hombre en casa vale por dos
en la calle".
Hearst hizo su acto de presencia en 1936, cuando Mae se atrevió a hacer un
chiste sobre su sacrosanta dama, Marion, provocando su ira. Ciñéndose a Klondike
Annie como blanco, la cadena de periódicos de Hearst tachó a Mae de "monstruo
de lascivia" y "amenaza para la Sagrada Institución de la Familia Norteamericana". Y
añadían: ", Cuándo llegará la hora de que el Congreso se decida a hacer algo con
Mae West?" (Una Marion un tanto trompa pudo ser observada divirtiéndose a lo
grande en el transcurso de la première de Klondike Annie, sin imaginarse siquiera la
causa del revuelo que había conmocionado a sus partidarios.)
A Hearst le había sacado de sus casillas cierto comentario de Mae acerca de las
habilidades de Marion como comediante. Dado que el poderoso caballero tenía que
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 66

guardarse muy bien de revelar el porqué de su odio, su hipócrita actitud para


limpiar su honor derivó hacia la "concupiscencia" de los diálogos cinematográficos
de Mae, a fin de condenar lo que en la actualidad resultaría ingenuamente divertido:
"Si tengo que hacerlo, entre dos pecados elijo siempre el que nunca he probado".
También se sintió injuriado ante el tratamiento dado por Mae a un himno usado en
las Convenciones: "Mejor es dar que recibir". Y ordenó la inmediata prohibición de la
publicidad de las películas de West en su extenso circuito de publicaciones.
Más allá de lo que "la monstruosa Mae" sugería desde la pantalla, su vida
privada era un dechado de discreción. Los tipos que le gustaban solían ser, por lo
general, boxeadores, culturistas o individuos dotados de especiales formas de
masculinidad. Estos sujetos, y no miembros de su propia profesión, eran los
admitidos en la intimidad de su antecámara rosada en forma de concha. Las
persianas eran corridas y descorridas incesantemente. Mae respetaba la vida privada
de los demás y le gustaba que con la suya se hiciera otro tanto. Se mantenía alejada
del torbellino social de las fiestas de Hollywood y sólo era vista en público
ocasionalmente en los combates de boxeo de algunos de sus favoritos, casi siempre
en compañía de su antiguo amigo y representante Jim Timony.
A pesar de ello, Hearst y la Liga de la Decencia aguijonearon sin cesar a la
oficina Hays para acobardarla durante la filmación de Every day's a holiday. Estas
frases fueron censuradas: "No dejaría que me tocase ni con una vara de diez pies" y
"Por ese fulano no me quitaría ni el velo".
Hearst se compinchó con Breen para que el "Motion Picture Herald", que
editaba Quigley, publicase una relación de estrellas consideradas como "veneno
para las taquillas". Esta falsa lista negra fue diseñada para quitarse de encima a
intérpretes "desobedientes" o aquéllos que, víctimas de la censura o del chismorreo,
eran considerados "no gratos". El folio incluía a personalidades "difíciles" como
Katherine Hepburn y Fred Astaire o "malas mujeres" como Marlene Dietrich y Mae
West. La realidad era que las películas de Mae aún se vendían muy bien, aunque la
campaña había dejado su huella. Cuando en 1938 llegó la renovación del contrato,
con Every day's a holiday a punto de estrenar, la Paramount dejó que los puritanos
tuvieran la última palabra. Con su materia prima "pasteurizada", la calidad de los
últimos films de Mae West en otros Estudios declinó sin remedio.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 67

Diario azul

Los años treinta se vieron agraciados por otra luminaria femenina con una
pronunciada inclinación por los hombres, una belleza de cabellos castaño rojizos,
sofisticada y apacible, con una voz gutural y sensual: Mary Astor, una de las grandes
actrices de carácter de la pantalla.
Desde muy jovencita, el mejor amigo y confidente de Mary había sido su
diario. En él lo contaba todo, complaciéndose en reseñar cualquier experiencia
sublime mientras su recuerdo aún persistiera. Así podía revivir el momento y señalar
los puntos cruciales en su paso por la vida. Su diario hollywoodense estaba
encuadernado en azul, con las páginas repletas de magníficos y ultrafemeninos
pasajes que los grafólogos calificaban como admirables y desinhibidos. Su
contenido era tan libre como su propietaria. El volumen que abarcaba el año 1935
cubría sus citas extramaritales con el agudo comediógrafo George S. Kaufman, en
quien ella había encontrado un exquisito poder de comunicación.
El librito azul estaba guardado en un rincón de la cómoda del dormitorio, al
lado de las braguitas de Mary. Cierto día, su esposo, médico, se hallaba a la caza y
captura de unos gemelos extraviados. Cuando el doctor Franklyn Thorpe abrió
distraídamente el volumen encuadernado en piel, su mirada se posó en
determinado comentario en el que se describía con sorprendida admiración: "Es
increíble su potencia, su capacidad para permanecer en situación durante tanto
tiempo. ¡No comprendo cómo puede hacerlo!". La admiración no la provocaba el
doctor Thorpe.
A medida que éste repasaba las páginas pudo saber que el hombre con ese
fantástico poder de resistencia sexual no era otro que el urbano y neoyorquino
Kaufman. Mary lo había conocido en el hotel Algonquin durante unas vacaciones
que la actriz se regalara en 1933 con el pretexto de ir de compras. Lo cual
demostraba que el buenazo del doctor había sido un soberano cornudo durante
dieciséis largos meses. Mary entraba en detalles sobre el primer encuentro con su
futuro amante (quien le había sido presentado por su amiga Miriam Hopkins) en
términos radiantes:
"Su primera inicial es la G. —George Kaufman—, y yo me desplomé nada más
verle como una tonelada de ladrillos. Era un viernes... el sábado me recogió en el
Ambassador y fuimos a almorzar al Casino. ¡Lo pasamos de locura!"
Tras asistir en el teatro Music Box a una de las representaciones del musical de
Kaufman Of thee I sing, Mary y George se recorrieron la ciudad de cabo a rabo
durante las siguientes noches —clubs, fiestas, cenas. A medida que iba leyendo, los
desilusionados ojos del médico apenas podían dar crédito a los records que su
esposa había reseñado de su puño y letra en su itinerario sexual:
"Lunes: nos escabullimos de un party soporífero. Hacía mucho calor, de modo
que tomamos un coche y dimos varias vueltas alrededor del parque, y el parque,
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 68

bueno, era... el parque. Me apretó con fuerza las manos y me dijo que le gustaría
besarme, aunque no lo hizo...
»En la noche del martes, cenamos en el Veintiuno y, mientras llegábamos al
teatro para ver Run Little Chillun, me besó en el trayecto. No creo que ninguno de
los dos recuerde ahora de qué trataba la obra. Durante los dos primeros actos,
jugábamos con nuestras rodillas, en el tercero mi mano no reposaba precisamente
en mi falda... Hacía un montón de años que yo no manoseaba a un hombre en
público, pero es que no pude contenerme... Después tomamos unas copas en algún
lugar y a continuación fuimos a un pisito de la calle 73 donde podíamos estar a
solas y todo fue emocionante y bellísimo. Cuando George se quita y deja a un lado
sus gafas, es un hombre completamente distinto. Sus poderes de recuperación son
asombrosos. Hicimos el amor durante toda la noche... Todo funcionó a las mil
maravillas y comenzaba a amanecer cuando compartíamos nuestro orgasmo
número cuatro...
»Durante el resto del tiempo apenas si vi a nadie. Asistimos a cada show de la
ciudad, nos divertimos mucho juntos y visitamos con frecuencia el apartamento de
la calle 73 donde nos daban las claras del día en un coito tras otro...
»Una madrugada, serían alrededor de las cuatro, tomamos un sandwich en
Reuben; ya empezaba a salir el sol, de modo que recorrimos el parque en un coche
abierto, los pájaros trinaban, y la mañana era fría y húmeda. Fue casi celestial estar
acariciándonos y masturbarnos allí mismo... al aire libre...
»¿Acaso alguna mujer fue más feliz que yo? Tengo más que comprobado que
George está en estado de erección constantemente... Ignoro cómo lo consigue...
pero es perfecto."
Fue entonces cuando el Doctor Thorpe descubrió que el temerario idilio
neoyorquino había continuado ante sus propias narices y en su propia casa.
Kaufman y Moss Hart pasaron unos días en Hollywood en febrero de 1934,
antes de establecer su cuartel general de escritores durante el invierno en Palm
Springs. Una mañana Mary le dijo a Thorpe que tenía que presentarse en la Warner
para unas pruebas de vestuario; en lugar de ello salió disparada hacia el Beverly
Wilshire, donde tuvo ocasión de ver por primera vez en varios días a George: "Me
recibió en pijama y caímos uno en brazos del otro. Se excitó en un instante y al
momento todo volvió a ser como en los viejos tiempos... Arrojó a un lado su pijama
y, en cuanto a mí, jamás en toda mi vida, nadie me había quitado la ropa tan
rápidamente... Luego fuimos a almorzar a Vendôme, después a una papelería y
vuelta al hotel. Llovía y era hermoso... Fue maravilloso joder durante toda una tarde
encantadora... Me marché a eso de las seis".
Esto ocurriría durante los subsiguientes fines de semana en Palm Springs:
"Sentados al sol durante todo el día —almuerzo en la piscina con Moss,
George y los Rogers— cena en el 'Dunes' —un brindis a la luz de la luna SIN Moss y
Rogers. ¡Ah, las noches en el desierto, desnudos bajo las estrellas y el cuerpo de
George fundiéndose con el mío!"
Cuando Thorpe se encaró con su mujer para revelarle su descubrimiento, era
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 69

de suponer que el libro encuadernado en azul se quedara en blanco durante un


tiempo prudencial. Pero Mary no pudo resistirse a transcribir la reacción de su
esposo:
"Durante varios días estuvo destrozado y al final usó su último cartucho: 'Te
necesito', me dijo llorando.
»Para mantener la paz y dar una tregua a todo esta carga emocional, le dije
que, de momento, no tomaría ninguna decisión. Para ser sincera, el único motivo de
mi respuesta era que deseaba seguir viéndome con George durante el resto de su
estancia sin que me molestase nadie— y hecha unos zorros. Deseaba poder gozarlo
al máximo en estos últimos momentos..."
La negativa de Mary a romper el affair motivó el que Thorpe quisiera pagarle
con la misma moneda y pronto pudo vérsele en compañía de tal cantidad de
starlets que sus extravíos se convirtieron en la comidilla de la ciudad.
Cuando Thorpe, en abril de 1935, puso pleito de divorcio a Mary solicitando la
custodia de su hija Marilyn (a quien ella adoraba) se alzaron centenares de cejas.
Mary no se dio por aludida. Thorpe se había apropiado del locuaz diario, antes
de que ella saliera de la mansión de Beverly Hills. Fue una evidencia aplastante. Ella
no podía soportar la idea de que la despojaran de Marilyn. Y presentó a su vez un
recurso el 15 de julio para retener la patria potestad sobre la niña.
En el primer día del juicio, los abogados de Thorpe revelaron la existencia del
diario. El juez "Goody" Knight, echó un vistazo al librito y lo rechazó como prueba.
Pero los abogados de Thorpe mostraron a la prensa extractos que dejaban pocas
dudas acerca de su contenido; entre ellos estaba lo de "¡Ah, las noches en el
desierto...!" que, ipso facto, pasó a ocupar un lugar en el folklore nacional. Los
periódicos airearon el diario a los cuatro vientos, seleccionando entre comillas
extensas porciones del mismo. Y el respetable se lo pasó en grande echándole
imaginación a lo que sólo quedaba insinuado.
Sus más constantes admiradores recordaron otro de los apasionados affaires
de coeur de Mary Astor, hacía ya una década y antes de su matrimonio, cuando,
durante el rodaje de Don Juan, de aspirante a estrellita pasara a convertirse en la
jovencísima querida de John Barrymore.
La Corte fue toda oídos cuando la niñera de la hija de Mary hizo un recuento
de todo lo que había pasado en casa de Thorpe a raíz de la salida de Madame. La
nurse describió, por ejemplo, la batalla campal de celos, desarrollada ante los ojos
de la niña, a cargo de la starlet Norma Taylor y el doctor, con Norma llevando como
único atuendo sus uñas laqueadas al rojo vivo. La niñera declaró también que no
sólo Norma, sino otras rubias del conjunto de Busby Berkeley "habían dormido en el
lecho del doctor" en sucesivas noches. 01 dónde estaba Thorpe? La imperturbable
respuesta fue: "Pues allí, en su cama, naturalmente".
Mary consiguió que le devolvieran la casa y su Marilyn a pesar de todas las
revelaciones que el diario contenía sobre su pasión por Kaufman.
Sin embargo, la Corte no le restituyó a su "más querido amigo". El diario se
consideró "pornográfico" y fue destinado a la estufa del juzgado.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 70

Resulta extraño que estas revelaciones no dañaran la carrera de Mary Astor;


nada más lejos de ello. Diez años antes, un caso similar hubiese significado el fin
para cualquier estrella; pero la Depresión era un factor que, aunque doloroso,
contribuyó a una mayor madurez de los espectadores. Transcurrirían sólo unos años
hasta que Mary Astor se apuntara uno de sus mayores triunfos artísticos como la
malvada seductora en aquel inolvidable El halcón maltés.
Kaufman, que había puesto pies en polvorosa durante la realización del juicio,
se instaló con Hart en Nueva York. Había logrado zafarse de todas las preguntas
concernientes al caso, pero, una vez, acosado por los periodistas en la salida de
artistas del Music Box, dejó caer: "Pueden ustedes confiar en que yo no llevo ningún
diario".
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El garaje de la muerte

El año 1935, en que fue incinerado el explosivo diario de Mary Astor, finalizó
con un repugnante estampido: uno de los más desconcertantes asesinatos de
Hollywood. Los crímenes resueltos son, por lo general, archivados y olvidados. Los
que no dejan tras de sí una estela semejante a una enfermedad que se niega a
desaparecer. Esto fue lo que ocurrió en el caso de la Rubia Merengue.
La deliciosa Thelma Todd, había trabajado con Laurel y Hardy, los Hermanos
Marx y su amiga del alma Zasu Pitts, en una serie de alegres farsas para Hal Roach.
Sus admiradores no hubieran reconocido a Thelma en su último papel —que sólo
llegó a interpretar tras ardua lucha—: el de un cadáver desplomado, con la boca, el
traje de noche y el abrigo de visón cubiertos de sangre. Su doncella descubrió al
cadáver a las 10,30 del lunes 16 de diciembre en la puerta de entrada del garaje que
Thelma compartía con su amante, el realizador Roland West. La cochera estaba
situada en Palisades, sobre la autopista del Pacífico, entre Malibú y Santa Mónica. La
llave de encendido de su Packard estaba en el contacto y el motor en punto muerto,
en tanto Thelma yacía de bruces sobre el asiento frontal. En una macabra
coincidencia, la actriz había interpretado no hacía mucho una escena con Groucho
Marx, en la que éste le advertía: "Ahora, sé una buena chica o, de lo contrario,
tendré que encerrarte en el garaje".
El Gran Jurado, tras muchas semanas de debate sobre evidencias
contradictorias, pronunció un extraño veredicto: "Muerte causada por
envenenamiento con monóxido de carbono". Esta conclusión un tanto negligente
dejaba muchos cabos sueltos. Si efectivamente Thelma había muerto asfixiada a su
regreso del Trocadero, ¿cómo era que sus ropas se hallaban en ese estado de
desorden? ¿Quién o qué había causado las salpicaduras de sangre en su rostro?
Si, como la policía aseguraba, la muerte se había producido en la mañana del
domingo, ¿por qué los testigos (uno de los cuales era Jewell Carmen, la esposa de
West) aseguraban haber visto a Thelma ese mismo domingo zumbando al volante
de su Packard descapotable entre Hollywood y Vine, con un apuesto moreno por
acompañante?
Thelma había sido durante algún tiempo la querida de West. Ambos eran
socios en el Thelma Todd's Roadside Rest, un popular merendero en la playa
situado bajo las Palisades, en la carretera de la Costa, cercano al lugar del crimen.
Tras un exhaustivo interrogatorio, West admitió de mala gana haber sostenido con
Thelma en la madrugada de aquel domingo una violenta pelea, zanjada al
empujarla él hacia afuera. La comunidad de vecinos declaró haber escuchado a
Thelma proferir obscenidades contra West mientras golpeaba con los nudillos la
pesada puerta de la finca. El examen de la entrada principal reveló marcas frescas de
golpes.
En la encuesta salió a relucir que su amiga de confianza y compañera en la
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 72

pantalla, Zasu Pitts, había prestado a Thelma miles de dólares que habían sido
engullidos por las complicadas finanzas del Roadside Rest y jamás restituidos a Zasu.
Ida Lupino testificó que, si bien en la fiesta del Trocadero Thelma parecía tan
despreocupada como de costumbre, le confió que estaba poniéndole los cuernos a
West con un hombre de negocios de San Francisco.
El abogado de Thelma solicitó una segunda investigación con el objeto de
demostrar su teoría: que la dama había sido muerta por asesinos a sueldo de Lucky
Luciano. Por aquel entonces Luciano incursionaba en los establecimientos de juego
ilegales de California. Se había aproximado a Thelma con una oferta para quedarse
con la parte superior de su café e instalar un resguardado casino que, era de
suponer, ella se encargaría de llenar de clientes reclutados entre sus famosos
amigos. El abogado estaba convencido de que, al negarse a aceptar el ofrecimiento
de Luciano, Thelma había firmado su sentencia de muerte. Su productor, Hal Roach,
palideció ante la sola mención del nombre de Luciano. Y aconsejó al abogado que
abandonase el asunto.
También se sospechó, aunque no llegara a probarse, que una especie de
representación había tenido lugar bajo la batuta de West, con la ayuda de una
amiguita a la que había hecho pasar por Thelma. Se decía que era la doble quien
había intervenido en toda la pantomima de los gritos y golpes ante la puerta,
mientras West, al otro lado, dejaba a Thelma sin sentido, la depositaba en su coche,
abría la espita del gas y cerraba el portón del garaje.
De acuerdo con esta teoría, West había querido dar un carpetazo definitivo a
la ya deteriorada relación entre ambos y cometer el crimen perfecto, como en su
película Alibi.
De todo esto no existieron pruebas reales, pero West, que había dirigido a Lon
Chaney en El monstruo y a Chester Morris en The Bat Whispers, uno de los más
extraordinarios thrillers jamás filmados, no volvió a realizar otra película. Contrajo
matrimonio con Lola Lane y murió olvidado en el año 1952.
Thelma había sido popularísima, no sólo para sus admiradores, sino entre las
gentes de su profesión. Su funeral en Forest Lawn, convocó a una enorme
muchedumbre. Descansaba en féretro abierto, cubierto de rosas amarillas y, gracias
a los maquilladores de la funeraria, volvía a ser la Rubia Merengue con el corazón
de oro y siempre con un comentario divertido en los labios. Zasu Pitts, esa amiga
generosa, comentó: "Parecía que de un momento a otro Thelma iba a sentarse y
ponerse a charlar". Sin embargo, Thelma ya no volvería a hablar, ni siquiera diría una
frase chistosa para contar quién la había golpeado hasta la muerte.
Su asesinato, como tantos otros, quedará para siempre como uno de los más
turbadores enigmas de Hollywood.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 73

"In" como Flynn

El tono de los alborotos de Hollywood sufrió una alteración cuando en 1942


acusaron a Errol Flynn de estupro estatutorio.
Peggy Satterlee y Betty Hansen, las muchachas implicadas, no habían cumplido
los dieciocho años. Una de ellas aseguraba que la habían violado en tierra, la otra
decía que en el mar.
El encantador, despreocupado Errol Flynn, era una de las figuras más
estimadas en Hollywood, dentro y fuera de la pantalla, desde que su imagen como
espadachín quedara fijada bajo la identidad del Capitán Blood. Había nacido en
Tasmania y, tras una tumultuosa adolescencia e innumerables expulsiones de
colegios de su tierra natal y de Australia, había causado un enorme impacto como
Fletcher Christian en The Wake of the Bounty —primera de las "rebeliones a bordo".
Tras una serie de papeles sin consistencia en Inglaterra y en Hollywood, acertó en
pleno con El Capitán Blood y se convirtió en una superstar en películas como Robin
de los Bosques. Ídolo de la juventud, sus films eran tan divertidos de contemplar
como de interpretar, y generalmente incluían el rescate de una bonita muchacha
(Olivia de Havilland, era la más asidua) como corolario de un prolongado duelo a
capa y espada.
Mujeres de toda condición y edad no se privaban de correr tras el magnético
Errol. Su borrascoso matrimonio con la atractiva bisexual Lili Damita había hecho
aguas en 1942. Cierta noche de ese mismo año, una escena ciertamente cómica se
desarrolló en el salón del hogar de Flynn en Mulholland Drive. Un agente de policía
se presentó para informar al espadachín (que se daba el lujo de llevar a su cama a
cualquier fulanita que estimulara su fantasía) que le habían denunciado por
"violación estatutoria".
Flynn alegó que ni siquiera sabía de la existencia de ese animal. Se le explicó
entonces que en California regía una ley que prohibía el conocimiento carnal de
cualquiera que tuviera menos de dieciocho años, incluso con su consentimiento;
dejarse seducir por una menor podía costarle a uno cinco años en chirona.
Los polis habían arrestado a la joven Betty Hansen por vagabundeo. Entre
otros interesantes objetos le habían encontrado los números de teléfono de Flynn y
su compadre Bruce Cabot (el que salvara a Fay Wray de las garras de King Kong).
Betty había declarado que un partido de tenis mantenido con los chicos se había
prolongado en un party al que se había añadido natación y sexo. Y dijo que, aunque
Flynn se hubiese quedado en cueros, había conservado todo el tiempo los calcetines
puestos.
Flynn negó en redondo la acusación, admitiendo, eso sí, que había coincidido
con Betty en una fiesta, nada más. Fue fichado y puesto en libertad bajo fianza.
Nada más regresar a su casa sonó el teléfono. Una voz desconocida manifestó: "Dile
a Jack que quiero diez mil dólares", colgando a continuación. El asunto podría haber
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 74

terminado allí mismo si Jack L. Warner, el jefe de Flynn, hubiese aceptado las
condiciones del chantajista.
El Fiscal del Distrito no tenía mucho material como para un caso, pero, debido
a motivos sólo conocidos por él, se negaba a que Flynn disfrutara de su carrera en
paz justo cuando se hallaba personificando a Gentleman Jim [Gentleman Jim:
producción de la Warner Bros (1942) dirigida por Raoul Walsh e interpretada por
Errol Flynn sobre la vida de James J. Corbet, primer boxeador "científico" y campeón
mundial de los pesos pesados según las reglas del Marqués de Queensberry. Uno
de los personajes preferidos de Flynn en el cine, según su Autobiografía. (N. del T.)],
uno de los grandes héroes del deporte. La madeja comenzó a enredarse a causa de
una bailarina de "Los Jardines Florentinos" llamada Peggy Satterlee. Era bien
conocida por toda la ciudad pero a causa de su obvia experiencia y sus senos
gigantescos; nadie podía sospechar que aquella monada de menor era una
emprendedora de cuidado. Peggy se descolgó diciendo que en 1941 Errol la había
conducido hasta su yate, el Sirocco, para penetrarla frente a cada una de las
escotillas.
Los titulares, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, proclamaban:
ROBIN HOOD ACUSADO DE VIOLACIÓN. Las fans se desbordaron cuando llegó
Errol dispuesto a enfrentarse al Gran Jurado. Pero lo que prometía ser un
largometraje dramático y con sexo quedó reducido a una farsa de un rollo. Betty,
Peggy y Errol contaron cada uno su distinta versión de los hechos. El Jurado se retiró
para deliberar, regresando con una rápida absolución para Errol.
Parecía que el caso estaba cerrado. Flynn se fue a casa, abrió una caja de
botellas de champagne y llamó a sus amigos y partidarios para que le ayudasen a
celebrarlo. El Estudio dejó escapar un suspiro de satisfacción: Jim seguía siendo un
gentleman.
Entonces, ante la extrañeza de todos, la oficina del fiscal del distrito, de forma
inusitada, ignoró la decisión del Gran Jurado y decidió procesar a la estrella a pesar
de la absolución. El Estudio designó a Jerry Geisler, considerado el más sagaz
abogado de Hollywood, para asumir la defensa de Flynn.
Sabiamente, Geisler advirtió a Flynn que se preparase para a un proceso largo.
La mejor defensa era atacar, aunque resultase fastidioso el lento desarrollo de los
acontecimientos. (A medida que el proceso avanzaba, la expresión "Arrojado como
Flynn" se convirtió en un apodo muy popular, especialmente entre la tropa, que por
lo demás divertía a su protagonista.) El emplearse a fondo, daría tiempo a Geisler
para hacer pedazos la credibilidad de las chicas, rastreando todo lo que pudiera
acerca de sus dudosos pasados —y era mucho lo que había que rastrear.
Peggy se extendió en un gran número de detalles sobre lo acontecido a bordo
del Sirocco, pero se pasó de lista, dando oportunidad a Geisler para interrogarla
aparte acerca de esta versión de los hechos (¿Cómo había tardado todo un año en
descubrir que la habían violado?) El juez tuvo que poner orden en la sala cuando
ella describió cómo Flynn le había susurrado al oído: "Esa luna se vería más bella
contemplada a través de una escotilla".
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 75

Cuando le llegó el turno a Betty Hansen, ésta tomó asiento y declaró que Flynn
la había despojado de sus ropas. Geisler cargó como la brigada ligera. Primero, la
obligó a admitir que ella había consentido en quedarse como su mamá la había
traído al mundo; a continuación la fulminó con un " ¿Acaso no deseaba Vd. que se
las quitara?". La tranquila respuesta de Betty ganó el proceso para Flynn: "Bueno, yo
no puse objeción alguna". Errol Flynn fue absuelto por los cuatro costados.
Gentleman Jim, estrenada poco después, se convirtió en uno de los vehículos
más carismáticos de Flynn, gustando a público y crítica. Este escándalo estelar, que
de haber ocurrido sólo diez años antes hubiera significado el ocaso de una carrera,
con cancelación de contratos y público deshonor —aunque su encartado hubiese
sido declarado inocente—, no llegó a tal extremo.
La "moral" había cambiado. A los fácilmente impresionables hinchas les
gustaba la idea de estar "'in' como Flynn" y acudieron en manadas a ver la película.
El concepto de la moralidad había evolucionado tanto en los años de guerra que el
caso Flynn jamás volvería a repetirse ante un juzgado, a menos que fuese motivado
por presiones internas.
Los periódicos no se apercibieron entonces del aspecto subterráneo del
asunto, pero enseguida quedó claro para los implicados (Flynn, Geisler y Warner
Bros) que la persecución de Flynn formaba parte de una maniobra para corromper a
los políticos de Los Ángeles. Estos habían decidido que los Estudios, que tras la
Depresión volvían a ganar dinero a espuertas con el cine escapista fabricado
durante la guerra, no les ofrecían oportunidades de recibir de ellos los suculentos
sobornos de otros tiempos. Las recompensas eran generalmente distribuidas entre
los "jefes", quienes, en justa compensación, se aseguraban de que la policía tuviera
su parte en el pastel. Además, como agradecimiento, protegían a los estudios,
anulando los cargos que fuesen en el caso de que las estrellas se viesen mezcladas
en algún lío.
La montaña que se hizo del caso Flynn habría quedado reducida a un grano
de arena si, antes de explotar todo, no se hubiesen efectuado ciertos cambios en
quienes manejaban el Ayuntamiento de Los Ángeles. Dado que Jack L. Warner no
había accedido a bajar la cabeza ante los nuevos jefes, el primer proceso por
violación contra Errol se tomó como una advertencia; al no poder comprobarse
nada, el segundo fue claramente inducido por los policías, por si colaba.
Afortunadamente para Errol, el jurado (Geisler se aseguró de que nueve de sus
doce miembros fuesen mujeres) no se tragó la historia forjada por la policía, y Errol
Flynn se encontró libre para continuar deleitando a sus admiradores y disfrutar de
veinte años más de jarana.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 76

¿Qué Papaíto? Papaíto Cheques Largos

No transcurriría mucho tiempo sin que Jerry Geisler recibiese otra llamada: la
de un millonario de cincuenta y cuatro años que tenía problemas con una chica. Su
nombre: Charles Spencer Chaplin. El acto preliminar de lo que sería una larga
batalla, un drama a resolverse fuera del juzgado, había contado con el auspicio de
otro millonario: J. Paul Getty. Todo empezó cuando Joan Barry, "La Simple", llegó en
1940 a Hollywood dispuesta a comerse el mundo del cine.
Su nombre apareció en los titulares de primera plana durante 1943 y 1944, no
por su habilidad ante las cámaras, sino porque se hallaba en estado de buena
esperanza y señalaba a Chaplin como futuro padre. Antes había revoloteado por
aquí y allá desempeñando toda clase de trabajos, el más frecuente el de camarera.
Cierto día fue invitada a integrarse en un grupo de muchachas que iban a México
para engalanar la inauguración de Avila Camacho, propiedad del magnate del
petróleo J. Paul Getty. Allí conoció a Tim Durant, agente de la United Artists que la
presentó a Chaplin, quien se hallaba a la búsqueda de la actriz femenina para
Sombra y sustancia, una película que planeaba por entonces.
Chaplin dijo a la prensa que había descubierto a una nueva Maude Adams y
firmó a Barry un contrato por valor de setenta y cinco dólares a la semana. Mientras
la "preparaban" para el personaje, la estrella en embrión tuvo un par de abortos.
Para octubre de 1942, un año después, el distanciamiento de Chaplin respecto de
ella, tanto a nivel personal como profesional; era patente. Su salario quedó reducido
a veinticinco dólares. En Navidades, la muchacha apareció en casa de Chaplin
empuñando una pistola adquirida en una casa de empeños. El magistral actor y
realizador, encontró sumamente estimulantes y eróticos estos despliegues de
temperamento; se deshizo del revólver y penetró a su protegida sobre una alfombra
de piel de oso, frente a una chisporroteante chimenea.
Cuando, algunos días más tarde, ella regresó, dispuesta a montar otra escena,
el Gran Dictador llamó a la policía, quien conminó a Barry a abandonar la ciudad. A
los pocos meses, era descubierta escalando una ventana de la casa de Chaplin y
condenada a treinta días de reclusión.
Fue entonces cuando estalló la tormenta, gracias al poder de uno de los más
encarnizados enemigos de Chaplin.
Hedda Hopper y Louella O. Parsons, dos columnistas de armas tomar, eran tan
famosas en su día como las cautivadoras Garbo, Dietrich y el resto de las estrellas
sobre cuyas vidas escribían. Sin embargo, a su popularidad añadían un poder que
les había permitido erigirse en árbitros de la moral de la colonia fílmica. A través de
sus respectivas "sindicadas" secciones, habían alcanzado la cima de setenta y cinco
millones de lectores y ejercían una influencia difícil de imaginar hoy en día en una
sociedad mucho más liberada, a la que tiene sin cuidado que un astro casado haya
sido visto en compañía de una corista y, desde luego, no equipara tan importante
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 77

noticia a la explosión de una bomba atómica.


Hedda, particularmente, había tratado a Chaplin durante muchos años como a
enemigo de la sociedad. Empuñando su patriótica hacha de guerra, lo acusaba de
haber llegado a los Estados Unidos como un perfecto desconocido, haber amasado
una fortuna y no haber tenido la decencia de convertirse en ciudadano
norteamericano. Una mañana, mientras Hedda iba desahogándose con su secretaria
de los cotilleos del día, una histérica pelirroja la llamó para soltarle de sopetón que
Chaplin acababa de arrojarla de su casa y que llevaba en las entrañas un hijo suyo.
Era el grano de trigo más extraordinario que hubiese salido del molino de Hedda.
Joan le dijo haber leído en uno de sus artículos cómo Hedda había lanzado el aviso
sobre la suerte que correría cualquier muchacha lo suficientemente alocada como
para aceptar la posición de protegida de Chaplin.
De inmediato Hedda vomitó la exclusiva a modo de advertencia para todas
aquellas gentes de cine que se hallasen envueltas en relaciones dudosas. El
embarazo de la "simple" Joan desencadenó una guerra de los medios. Charles tuvo
que retrasar su matrimonio con Oona O' Neill a causa del reportaje de Hedda. En
venganza, cuando más tarde pudo casarse con Oona, le dio la exclusiva a "Lolly", lo
que sentó a su rival como si alguien le hubiese restregado la lengua con sal.
Raramente transcurría un día sin un golpe bajo de Hedda a Charlie. Dejó correr el
rumor de que, durante su ceremonia de esponsales, Chaplin había insultado a la
prensa, calificando a sus componentes de retrasados mentales; dijo que Sombra y
sustancia iba a ser cancelada, y que el inminente juicio acerca de la paternidad de
Chaplin que se le venía encima, sería en términos circenses, el mayor espectáculo
que Hollywood pudiera presenciar en años.
Cuando el pleito fue presentado, Chaplin negó categóricamente su paternidad,
y no puso objeciones en pasar por la prueba de la sangre. Pagó a Barry todas las
facturas del hospital, le concedió una prima de dos mil quinientos dólares y en un
convenio le asignó otros cien a la semana. Pero esto no impidió que Chaplin fuese
acusado por la Corte Federal de cuatro cargos. El FBI hizo irrupción en el caso. Y se
fotografió a Chaplin mientras le tomaban las huellas digitales.
La hija de Barry nació el 2 de octubre de 1943. La sentencia fue un modelo de
perplejidad. A pesar de que las pruebas sanguíneas demostraron que Chaplin no era
el padre de la criatura, el jurado, pese a los esfuerzos de Geisler, falló en su contra y
lo condenó a la manutención de la niña.
Resulta interesante tener en cuenta que, mientras Louella publicaba los
resultados de las pruebas de sangre, Hedda se encontraba alerta en el mismo lugar
donde se celebraba el juicio, pero no hizo la menor mención a aquéllas.
Más carnaza alimentó a los enemigos derechistas de Chaplin al saberse que,
durante el proceso, se celebraba en Moscú un "Festival Charles Chaplin". Los
soviéticos inauguraron el certamen echando la culpa de los recientes problemas de
Charlie ¡a los trotskistas! Ellos y no otros tenían la culpa, además de las publicaciones
de las cadenas Hearst y McCormick, especializadas en rebuscar en el lodo. Un
acontecimiento único: por primera vez en la historia el Kremlin inmiscuía sus kopecks
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 78

en un escándalo sexual típico hollywoodense.


Hedda continuó durante el resto de su vida lanzando dardos sobre Chaplin.
Pero hacia el declive de su carrera, sus opiniones, como las de su hermana rival en
parloteo, Lolly Parsons, no eran recibidas ya por la audiencia norteamericana como
si de acotaciones a los Diez Mandamientos se tratase.
A menudo, el genio posee una infinita capacidad de supervivencia. Chaplin
sobrevivió a sus procesos y otras tribulaciones, y llegó a producir cuatro películas
más, una de las cuales, Monsieur Verdoux, pese a constituir un desastre financiero
(fue prohibida en la mayoría de las plazas de Estados Unidos), incorporaba gran
parte de su amargura. El resultado fue una obra de arte, uno de los films que mayor
culto despiertan. Será visto una y otra vez, y admirado cuando las Heddas y Louellas
sean pasto del olvido.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 79

Santa Frances, hija de la furia

La espectacular destrucción de la bella, sensitiva y emocional actriz Frances


Farmer aportó a Cinelandia otro drama sacado de la vida real que, en 1943,
compitió en las primeras planas de todo el país con la tumultuosa querella Chaplin-
Barry y una pequeñez llamada II Guerra Mundial.
En el año 1935 y tras vencer la Farmer en un concurso de popularidad
patrocinado por una revista, la Paramount tendió sus garras a la "nueva Garbo"
poniéndole por delante un contrato de siete años de duración. Frances, que se
consideraba una actriz seria y soñaba con interpretar a Chejov y a los clásicos (más
adelante trabajó brevemente con el Theatre Group de Nueva York actuando en
Golden Boy y La quinta columna a las órdenes de Elia Kazan y Clifford Odets)
encontró que su Estudio la emparejaba con Bing Crosby en Rhythm on the Range, y
codo a codo con Martha Raye y Bob Burns y su bazooka. Fue prestada a Samuel
Goldwyn (Paramount hizo un buen negocio con este alquiler, aunque ni un solo
penique fue a parar al bolsillo de Frances) para una película de época, Rivales. A ésta
siguieron Ídolo de Nueva York con Cary Grant, Ebb Tide con Ray Milland, El hijo de
la furia con Tyrone Power y su film más curioso, Among the living, con Albert
Dekker. Posteriormente la futura actriz "intelectual" fue malgastada en una cosa
titulada Al sur de Pago Pago al lado de Jon Hall.
Frances no volvería a ganar concursos de popularidad en el Sur de California.
Decidida individualista que se negaba a pasar por el aro del Hollywood tradicional,
repitió en más de una ocasión que aborrecía todo lo que la ciudad significaba, a
excepción del dinero. Se creó enemigos como Zukor y otros jeques y, cuando en
1943 le llegó la mala racha, la mayoría opinó que la chica se había querido pasar de
lista, recibiendo a cambio un merecido aunque inesperado castigo.
Su derrumbe empezó con un accidente banal: arresto por una violación de
tráfico sin importancia la noche del 19 de octubre de 1942, en Santa Mónica. Fue
multada por conducir sin licencia y ebria, llevando los faros apagados, en cierta zona
de la carretera de la costa del Pacífico. Frances odiaba a los policías; a partir de ese
momento se convirtieron en sus demonios personales. A los patrulleros que la
insultaron y trataron con arrogancia, se les enfrentó con paralela hostilidad, y tras el
combate verbal terminó arrastrada a la cárcel de Santa Mónica. Esa noche fue
sentenciada a ciento ochenta días y puesta a prueba en libertad condicional. (Si en
alguna ocasión alguien necesitó los servicios de un Jerry Geisler, esa fue Frances.)
No mucho después, la arrestaron en el hotel Knickerbocker de Hollywood por
incomparecencia ante el oficial de guardia, al que debía haberse reportado; todo
esto ocurrió en medio de un comportamiento histérico, durante el cual dislocó la
mandíbula de su peluquera en el Estudio, perdió su jersey en medio de una etílica
batalla en un club nocturno y, como guinda, salió corriendo topless en medio del
tráfico de Sunset Strip. Los policías reavivaron su paranoia golpeando violentamente
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 80

su puerta y abriéndola con una llave maestra para entrar armados y con esposas.
Ella se escondió en el cuarto de baño. Los agentes forzaron la cerradura y, tras un
salvaje forcejeo, la arrastraron desnuda hasta el vestíbulo del Knickerbocker.
En la comisaría de Hollywood pegaron un respingo cuando la "nueva Garbo"
rellenó el espacio dedicado a "Ocupación" con la palabra "mamona".
En el juzgado, mientras aguardaba la sentencia, miró al enjambre de
fotógrafos que la rodeaban y les escupió: "¡Ratas, ratas, ratas!". Cuando el juez le
preguntó cómo había perdido su jersey en la batalla campal del club nocturno, ella
negó todo conocimiento del hecho. Y, cuando Su Excelencia la interrogó acerca de
su dependencia de la bebida, Frances replicó en voz alta:
"Oiga usted, acostumbro a poner alcohol en mi leche. Y en mi café. Y en mi
zumo de naranja. ¿Qué quiere que haga? ¿Qué me muera de hambre? Bebo todo
lo que puedo conseguir, incluida la benzedrina".
El juez Hickson, con rostro de acelga, no era precisamente el bondadoso
Harvey de la pantalla. ["El Juez Harvey" (en el original Juez Hardy): personaje basado
en una famosa serie de films de la Metro Goldwyn Mayer, en la que los
protagonistas, encabezados por el Juez Hardy y su hijo Andres, figuraban como
prototipo de la familia ideal norteamericana. Al ser doblados en España, el apellido
Hardy fue sustituido por el de Harvey. Lewis Stone interpretaba al magistrado y
Mickey Rooney a su primogénito. Algunos de los títulos estrenados aquí son: El juez
Harvey y sus hijos, Las vacaciones del Juez Harvey y Andrés Harvey Tenorio. (N. del
T.)]
Levantándose de su sillón, confirmó la sentencia de ciento ochenta días.
"Maravilloso", gritó Frances. ¿Acaso a usted nunca le han partido el corazón?"
(Se refería a su desgraciado idilio con Clifford Odets y a su reciente divorcio de Leif
Ericson.)
A continuación, y haciendo gala de una espléndida puntería, lanzó un tintero a
la cabeza de Su Excelencia. La petición de efectuar una llamada telefónica al
abandonar la Audiencia le fue denegada sin razón alguna; esto provocó que
Frances embistiese a la matrona y tumbara a un policía. Fue conducida a su celda en
camisa de fuerza.
No recibió ayuda alguna de su productora de entonces, la Monogram Pictures
(Frances había caído ya de su pináculo en la Paramount al nadir de las firmas sin
prestigio). Monogram no tardó en sustituir a la Farmer por Mary Brian en el rol
protagonista de Sin salida.
Frances necesitaba ayuda profesional desesperadamente. Pero ésta no llegó.
En su lugar hizo entrada su mortal enemiga, la Némesis del pasado: la señora Lilian
V. Farmer, su madre (que nunca había querido tener hijos). Manifestó a los
periodistas en Seattle que los "problemas" de su hija sólo se debían a un truco
publicitario destinado a proporcionarle una visión auténtica de las prisiones.
"Deben estar planeando un film para ella en el que existan secuencias rodadas
en la cárcel. Así podrá ofrecer una buena actuación basada en una experiencia real"
soltó amorosamente mamá.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 81

La deliciosa mamá Farmer (que parecía una bruja salida de un cuento de


hadas) arrastró entonces su enorme trasero hasta Hollywood. Allí declaró a su hija
mentalmente incapacitada y firmó los documentos para su internamiento. Echaba la
culpa del colapso de Frances al comunismo.
Frances se negó a participar en los trabajos manuales de la prisión. La
empujaron hasta una clínica privada, donde hubo de enfrentarse durante tres meses
al pavoroso tratamiento diario de la insulina (un método totalmente descartado hoy
día). Tras los horrores del sanatorio, quedaban aún por delante, diez años de
infierno total en el "Nido de Víboras". [Nido de víboras (en el original The Snake Pit):
el autor se refiere al film del mismo título basado en la novela de Mary Jane Ward,
realizado por Anatole Litvak para la 20th Century Fox en 1949, que narraba las
condiciones sanitarias de una institución mental en los Estados Unidos. El papel
principal estaba interpretado por Olivia de Havilland, que consiguió una nominación
para el Oscar. (N. de T.)] En 1944 fue declarada loca y confinada en Steilacoom,
Washington ("Nenes, al fin y al cabo estoy de nuevo en casa").
Su encierro fue la prueba más horrenda que cualquier personalidad de la
pantalla haya debido soportar —la más intolerablemente trágica entre todas las
tragedias de Hollywood. Frances no había sido feliz en el Purgatorio del Cine, donde
su talento se encontró desperdiciado por absurdos y superficiales personajes en
estúpidas películas. Sus Hados, sin piedad, la condujeron a un infierno poblado de
camisas de fuerza, correas de cuero y sádicas guardianas tan diabólicas como
marimachos.
Su caída despertó escasa compasión por parte de la ciudad del glamour.
Frances era una actriz "difícil" y les encantó quitársela de encima. (William Wyler
llegó a opinar en cierta ocasión: "Lo más agradable que puedo decir sobre Frances
Farmer es que no hay quien la aguante".) Por si fuera poco, había sido "roja".
Sólo un periodista salió en su defensa. Fue John Rosenfield, quien escribió al
producirse su primer arresto:

"LO QUE HA OCURRIDO A FRANCES FARMER NO DEBERÍA PERMITIRSE


NUNCA MAS".
"Justo cuando la industria cinematográfica se iba granjeando la admiración
general, Hollywood se resquebraja ante una erupción de estúpidos escandalitos. Y
no es precisamente un homenaje el que hay que rendir a la prensa por su interés en
divulgar algunos de estos episodios carentes de valor informativo.
»Ha sido muy poco sagaz por parte de la industria autorizar y permitir que
estos affaires sean agigantados.
»El incidente con Frances Farmer no debería haber sucedido nunca. Esta actriz,
excepcionalmente dotada por otra parte, no suponía amenaza alguna para la Ley, el
Orden o la Seguridad Pública. Algo que comenzó con una simple reprimenda a una
infracción de tráfico ha crecido hasta convertirse en un caso de violencia personal,
seria acusación y sentencia carcelaria.
»Y todo, a causa de que una muchacha testaruda se encontraba al borde del
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 82

colapso mental.
»Miss Farmer, que no es precisamente un prodigio de estabilidad emocional o
de sapiencia en la conducción de su carrera, necesitaba a un abogado cierta
infausta noche del pasado invierno. Una mano bienhechora pudo haberla rescatado
inmediatamente de algo tan simple como una violación de tráfico. Pero la
sobrecogedora realidad es que la dejaron sola y, naturalmente, perdió."

El artículo de Rosenfield fue la única nota de piedad. El resto de sus


compañeros se limitó a seguir a la mentalidad letal de Lolly Parsons quien,
despreciativamente, había escrito: "La Cenicienta de Hollywood ha regresado a sus
cenizas por el resbaladizo sendero de la bebida".
La creatividad está compuesta a partes iguales de Genio y Locura. De todas las
María Magdalena de Hollywood que bebieron del pozo de la Demencia —Clara
Bow, Gail Russell, Gene Tierney— desde ya, hay que nombrar como patrona a Santa
Frances.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 83

Un suicidio amortajado

El Síndrome de los Suicidios resurgió en los cuarenta con las muertes por
barbitúricos de Julián Eltinge, en 1941, y del payaso triste Joe Jackson, en 1942.
El suicidio por seconal de Lupe Vélez, en 1944, se llevó en los titulares la parte
del león. Lupe había comenzado a formar parte del ambiente de Hollywood a
finales de los años veinte, cuando la entonces decidida quinceañera se trasladó
desde la ciudad de México dispuesta a conquistar un puesto en el cine. Había sido
descubierta por Douglas Fairbanks, quien le ofreció un papel como oponente suya
en El gaucho; esto la puso en órbita. Pronto Lupe se ganó el cariñoso apodo de "la
explosiva mexicana" a causa de su incontenible alegría y fiero temperamento.
Ella no perdió el tiempo en probar al "Macho de Hollywood". Su primer
romance lo tuvo con John Gilbert (necesitado entonces de un antídoto fuerte para
olvidar el rechazo de Garbo). En 1929, puso sus ojos en su compañero en El canto
del lobo, el joven semental Gary Cooper. Fue un idilio tempestuoso, aunque, tras
algunos meses de insaciables asaltos por parte de Lupe, el exhausto Coop pidió que
le relevaran.
Cuando un espléndido ejemplar de masculinidad llegó a Hollywood, todavía
chorreando agua tras su reciente triunfo en la piscina olímpica de Los Ángeles, Lupe
quedó noqueada y a partir de ese instante Johnny Weissmüller, "Tarzán", encontró a
su compañera de la vida real en una tormentosa unión que duró hasta su divorcio
en 1938. Lupe, con su mentalidad un tanto infantil, no alcanzaba a comprender por
qué Johnny se ponía como loco cuando ella desplegaba sus encantos en fiestas y
saraos hollywoodenses, enroscándose los vestidos por encima de los hombros y casi
sin ropa interior, a la que era un tanto alérgica.
Las broncas en el hogar llegaron a oídos de la siempre vigilante Hedda
Hopper, que vivía justo en la calle de en frente. La batalla más sonada tuvo lugar
una noche en el Ciro's, cuando un exasperado Johnny vertió una mesa atiborrada
de comida justo encima de las partes íntimas de Lupe. El torbellino amor-odio de la
intensa pasión dejaba frecuentemente marcas de Lupe en el torso de dios griego de
Weissmüller, señales de color fresa en el poderoso cuello, mordeduras en los
perfectos pectorales, elocuentes rasguños en la marfileña espalda. El maquillador de
la Metro asignado al equipo de Tarzanes no tenía que esforzarse mucho en su
trabajo. Aquello era un ejemplo de amour fou entre casados.
Tras el inevitable divorcio de Weissmüller, los desesperados asaltos de la
machoadicta Lupe fueron tan numerosos como breves. De las estrellas, sus miradas
pasaron a posarse en una ronda que abarcaba desde cowboys, actores de segunda
fila o especialistas, a esa muchedumbre parásita de profesionales típicos de
Hollywood, especializados en complacer a damas un tanto maduras, chulos cuyo
apellido comenzaba con la 'g' de gigoló. Paralelamente, su carrera descendió de las
películas A a las B, mediocres films destinados a explotar a la "explosiva mexicana" y
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 84

farsas al lado de Leon Errol, en las cuales, parodiando su propia y picante


personalidad, ella ofrecía "guindilla con Lupe". La diminuta Lupe no era una mujer
feliz. Disminuida su popularidad, tuvo que comprar sus amores. Y, a pesar de que
todavía su aspecto continuaba siendo el de una traviesa gamine, era consciente de
haber cumplido los treinta y seis.
Un buen día dejó de tener sus períodos y se dio cuenta, horrorizada, de que
Harald Ramond, su último amante, le había propinado el golpe de gracia.
¿Qué hacer? ¿Llamar al Doctor Killcare (mote con el que era conocido el
especialista en abortos de la Ciudad Oropel)? [Doctor Killcare: el autor establece una
similitud entre Kill (asesinar) Care (tener o estar al cuidado de alguien) y Kildare,
apellido del médico protagonista de una famosa serie cinematográfica de la Metro
Goldwyn Mayer en los años cuarenta; más adelante la serie fue convertida en un
programa televisivo de múltiples episodios cuyo protagonista encarnó Richard
Chamberlain. De contenido moral y argumental muy semejante a los ya posteriores
Doctor Cannon y Marcus Welby. (N. de T.)] Olvídalo. Lupe, atracción máxima y
símbolo sexual de todos los festejos, continuaba siendo en lo más hondo de su ser
la inmaculada virgen, blanca como la nieve desde su primera comunión en San Luís
de Potosí y fiel devota de Nuestra Señora de los Grandes Dolores: "¡Arrodíllate,
pecadora!". Igualito que su compadre Ramón Novarro, otro mexicano y ferviente
católico.
Ella no podía despachar así como así al feto del gigoló que anidaba en sus
entrañas. Antes, más valía ser condenada a tormentos eternos quitándose la vida.
(Los castigos que la esperaban al fin y al cabo no iban a ser peores que el vacío que
en la noche sentía al añorar a Johnny, minuto a minuto en su opulenta prisión de
North Rodeo Drive.)
Sus acreedores surgían de todos los ámbitos en estos tiempos tan distintos a
los más refulgentes de su período "Zorro". Ahora, Lupe se hallaba endeudada hasta
el cuello. (Como Wagner, como Oscar Wilde e Isadora Duncan, ella, narcisista al fin,
pensaba: "¡Ahí me las den todas! No soy yo quien debo a mis acreedores, son ellos
quienes tendrían que estar encantados con ser clientes míos".)
Todavía en 1944 el nombre de una estrella era un cebo para los nuevos ricos
que invadían Beverly Hills para alimentar a sus moradores con tiendas de
delicatessen y similares a base de tarjetas de crédito. De modo que hileras de carros
avanzaron hacia la finca de Lupe cargados con vinos espumosos y deliciosos plato
mexicanos capaces de satisfacer al más exigente gourmet: todos los ingredientes
para una suntuosa fiesta del Día de los Difuntos. Llegaron flores frescas en cantidad
suficiente como para adornar el funeral de un gangster: gardenias a granel, manojos
de jacintos despidiendo fragancias como para hacer desmayar a toda la marina.
Y todo a cuenta ("Firme aquí, por favor, señorita Velez"). Por supuesto que ella
no iba a pagar nunca. ¿Qué era aquel pecadillo en el Infierno comparado con la
culpa para la que ya se aprestaba?
Lupe había planificado su Ultima Noche en la Tierra tan meticulosamente
como un antiguo flashback alegórico en los films de Cecil B. de Mille. (Tres noches
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antes, mientras bebía su décimo Tequila Sunrise en el Trocadero, había confiado a


sus gorrones acompañantes: "Sé que no valgo nada, no sé cantar bien, ni bailar",
hizo una señal al camarero para que trajese otra ronda, "y esto mi corazón lo sabe
mejor que nadie; si no, no lo diría".
Consumada actriz fuera de la pantalla, daba así pie a que sus amigos
imploraran con ojos en blanco y se deshicieran en horrorizadas negativas, las justas,
para satisfacer su imperiosa necesidad de halagos: "¡No, no, querida, no digas esas
cosas. Si tú eres maravillosa, Lupita, chérie!"
La Mexicana Explosiva no había tenido la suerte de borrar de su mente al
sinvergüenza, al villano sin corazón, su particular Nicky Arnstein [ Nicky Arnstein:
impenitente y atractivo jugador casado en la vida real con la estrella de Ziegfeld
Fanny Brice, cuyo nombre se vio frecuentemente implicado en los escándalos de su
esposo. Interpretado en el cine por Tyrone Power, bajo nombre ficticio, en Es mi
hombre, film de Gregory Ratoff en donde la figura de Fanny Brice, también
encubierta, estaba encomendada a Alice Faye. Y ya, bajo su verdadero nombre,
encarnado por Omar Sharif en Funny Girl y su continuación, Funny Lady con Barbara
Streisand en el papel de Miss Brice. (N. de T.)], Harald Ramond, quien al saber la
noticia se limitó a encogerse de hombros con un despreciativo "¿Y a mí qué?" en los
labios. Harald era un moreno muy guapo, alto y bien dotado, pero no era un
caballero (¿y qué es lo que ella podía esperar de una Escuela de Hidalguía forjada
en el Cinebar?).
Ramond telefoneó al diminuto Bo Roos, representante de Lupe, dejando bien
sentado que no tenía inconveniente en prestarse a una falsa ceremonia, a condición
de un documento privado, con firma de Lupe, en el que se especificase que él se
casaba sólo para dar nombre al hijo que venía en camino.
Cuando Roos notificó a Lupe las malas nuevas, ella estalló y telefoneó a Lolly
Parsons, quien había sido la primera en dar la noticia de su compromiso con Harald;
ahora Lolly podía tener otra exclusiva. Todo había acabado.
Louella recordaría: "Lupe me dijo que habían tenido una tremenda pelea y que
ella lo había echado de la casa. Y cuando le pregunté cómo se escribía
correctamente el nombre del tipejo me contestó: lo ignoro, jamás lo supe. Y además
¿a quién le importa?".
Lupe invitó para compartir la Ultima Cena a sus dos mejores amigas, Estelle
Taylor (ex mujer de Jack Dempsey) y Benita Oakie (la esposa de Jack). Después del
festín mexicano, entre cigarrillos y brandy, Lupe confesó: "Estoy harta de vivir. De
luchar por todo. Me siento tan cansada. Desde que era una niñita, en México, nadie
me ha regalado nada. Ahora se trata de mi bebé. No podría cometer un crimen y
continuar viviendo en paz conmigo misma. Antes preferiría matarme".
A las tres de la madrugada, la "Explosiva" se encontró nuevamente a solas en
su enorme finca de pacotilla en North Rodeo Drive, y por última vez subió por la
escalera de hierro, embutida en un traje de lamé plateado (impagado, como todo lo
demás).
Su dormitorio parecía la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en el día de
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 86

su santo: velas y flores relucientes, por todas partes aguardando a la estrella. Ella
redactó una nota de despedida, en su bloc situado en la mesita de noche, que
depositó junto al teléfono laquedado en oro:
"Para Harald:
»Que Dios te perdone, y también a mí, pero antes que traer a mi hijito al
mundo con deshonor, o asesinarlo, prefiero quitarme la vida y la de nuestro bebé.
»Lupe."
Al dorso de la hoja añadió una postdata:
"¿Cómo pudiste, Harald, fingir tamaño amor por mí y nuestro hijito, cuando
jamás nos quisiste de verdad? No veo otro camino, de modo que adiós y buena
suerte. Con amor,
»Lupe".
Abrió el frasco de seconal que estaba en la mesita de noche, tomó el vaso de
agua y tragó de un golpe los setenta y cinco billetes para el Olvido.
Se tendió en la cama de satén, sobre la que pendía un gran crucifijo, con las
manos cruzadas sobre el pecho en una postrer plegaria; cerró los ojos y trató de
imaginar las fotografías que aparecerían junto a los titulares: "La Bella Durmiente",
por descontado. Y, dentro, la exclusiva de Louella sobre su última gran escena,
festoneada de negro como en las esquelas.
Naturalmente, en el "Examiner" del día siguiente Lolly O. describió el cuerpo sin
vida exhibido en la Casa Felicias de North Rodeo Drive:
"Jamás Lupe había lucido tan bella; reposaba como si estuviese dormida...
había una lánguida sonrisa en sus labios, como si albergara secretos sueños...
Parecía una niña a quien acaban de regalar su primera espuma de azúcar en una
fiesta... Pero, ¡escuchad! ¡Han llegado sus perritos! Chops y Chips están arañando la
puerta. Y gimen... Quieren que su Lupita los saque de paseo para jugar, como
siempre...".
La prosa de Parsons no iba acompañada de ninguna fotografía tomada en el
lecho mortuorio de Lupe. Lo que había ocurrido allí era bien distinto.
Cuando Juanita, la doncella, abrió la puerta del dormitorio de Lupe, a las nueve
de la mañana siguiente al suicidio, no encontró rastro de Lupe. La cama estaba
vacía. El aroma de los perfumados cirios y la fragancia de los jacintos no conseguían
prevalecer sobre un hedor de cuerpo abandonado por el desodorante y otras
estéticas costumbres de urbanidad.
Juanita siguió una pista, la que llevaba desde el lecho hasta el cuarto de baño
empapelado en tilos y orquídeas, un camino salpicado por el vómito iniciado en la
cama. Allí, con la cabeza dentro del retrete, encontró ahogada a su amita.
La gran dosis de seconal había resultado fatal, pero no en la forma
acostumbrada. Las píldoras habían "colisionado" con la picante cena mexicana. La
reacción en el intestino, los violentos retortijones, habían reanimado a una mareada
Lupe. Violentamente enferma, una última convulsión la había obligado a arrastrarse
tambaleando hasta el sancta sanctorum de su salle de bain donde había resbalado,
cayendo de bruces dentro de su excusado (modelo De Luxe, por supuesto, y, al
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estilo egipcio, en onix color Chartreuse).


Allí había estado sentada Louella, y no en otro sitio, redactando su macabra
exclusiva.
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Ha llegado Mister Bugs

Un apuesto canalla, Benjamín "Bugsy" ("Sabandija") Siegel, el de los dientes


brillantes y los ojos azules de niño inocente, tuvo durante su apogeo más influencia
en Hollywood que cualquier director déspota o máximo jefe de Estudio. Siegel se
había criado en Nueva York, en la zona conocida como "Cocina del Diablo", al lado
de George Raft; sus andanzas de adolescencia cimentaron una amistad que duraría
toda la vida. Bugsy había empezado, como tantos otros matones de Gangsterlandia,
cuando tan sólo era un muchacho, violando a chicas que se rendían a su
magnetismo personal. Su iniciación en el Sindicato del Crimen la había hecho como
eficaz contrabandista de heroína a las órdenes de Lucky Luciano; después, durante
la Prohibición, se pasó al tráfico, trabajando para Meyer Lansky. Bajo su máscara
atractiva latía un asesino a sangre fría; su líbido era potente y, en los comienzos de
los años treinta, sus atributos de chulo joven y psicópata proporcionaron más de
una noche brava a las coristas de Broadway.
Participó, al lado de Lansky, en una operación sin resultados positivos para
quitar de circulación a la pesadilla del hampa, Thomas Dewey, a la sazón en el
bufete de abogados adyacente a la Fiscalía Central de los Estados Unidos y
posteriormente gobernador de Nueva York. A lo largo de 1936, la mafia
neoyorquina descubrió que bandas rivales de Chicago planeaban el traslado de sus
operaciones a la Costa Oeste para hacerse dueños de los bajos fondos de
Hollywood, inexplotados aún. Y decidieron eliminar a sus competidores a la fuerza.
De modo que Bugsy hizo las maletas y tomó rumbo al Oeste en unión de media
docena de matones. Alquiló la mansión del astro del cine y la ópera Lawrence
Tibbett.
A través de su cuate George Raft, Siegel se introdujo en la élite de la alta
sociedad hollywoodense y no tardó en encontrarse codo a codo con Richard
Barthelmess, Jean Harlow, Clark Gable, Gary Cooper y Cary Grant. Durante la
primera parte de su estancia, su más significativa relación la tuvo Siegel con la
condesa Dorothy Taylor De Frasso, rica heredera y anfitriona.
Llegada a Cinelandia pocos años antes que Bugsy, la condesa (para quien
siempre existía un hueco en las secciones de Hedda y Louella) había asumido como
un agradable pasatiempo el convertirse en la admiradora de los encantos de un
Gary Cooper, recogiendo las sobras a las que Lupe Vélez renunciara a la fuerza.
Cuando Cooper la dejó a su vez a un lado para contraer matrimonio con una mujer
más joven, la condesa se concentró por un tiempo en los pantalones de Bugsy. Uno
de los íntimos amigos de éste en la cuestión negocios era Marino Bello, padrastro de
Jean Harlow. Bugsy era repetidamente invitado por Bello al hogar de la rubia
platino; aunque ella resistió a sus avances y jamás hizo nada por alentarlos, Siegel
fue la única gran figura del hampa presente en su funeral, acaecido en 1937.
Los turbios negocios de Bugsy, a costa de figurantes y figuras de tercera fila,
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marchaban aquel año viento en popa. Estaba claro: esos regimientos de almas
soñadoras tendrían que decidirse por pagar o quedarse sin trabajo. Bugsy empleaba
la misma técnica con los grandes jeques, que también se veían obligados a rendir su
tributo. De no hacerlo, trescientos figurantes podían llegar a volatilizarse justo en el
momento en que se requería su presencia para una secuencia de masas.
Estas presiones reportaban a Siegel anualmente un millón de dólares netos. Las
ganancias eran invertidas, también en Hollywood, en participaciones relacionadas
con el tráfico de drogas y la trata de blancas.
En 1939, Siegel, en compañía de otros cuantos, fue judicialmente demandado
por el asesinato de Harry Greenberg, un truhán asociado a Lepke, quien, ante la
amenaza de una sentencia larga, se había decidido a cantar nombres de personas,
lugares y detalles sobre diversos delitos.
Aunque Bugsy fue detenido sin que se le concediera fianza, su poder era tan
grande que se le otorgó un tratamiento fuera de serie a nivel de "Vip". Sólo en un
mes y medio se le contabilizaron dieciocho entradas y salidas de su celda, como si
se hospedase en un hotel. Cierto día, esposado a un policía, se dirigió a efectuar
"una visita al dentista". Apareció en el café Lindy's de Wilshire Boulevard todavía
atado al guardia, quien pronto le quitó las esposas para que Bugsy pudiese tener las
manos libres en su larga visita al odontólogo con su eventual amor, la actriz
británica Wendy Barrie.
Los cargos contra Bugsy por el asesinato de Greenberg fueron retirados muy
pronto. Su defensor en el asunto fue Jerry Geisler, as de los abogados de Hollywood
y famoso por sus defensas de Errol Flynn y Chaplin. Una razón decisiva de su
libertad fue el hecho de que Siegel, generosamente, donara cincuenta mil dólares
para la campaña de reelección de Dockweiler, fiscal del distrito de Los Ángeles.
Siegel tenía una esposa, prácticamente secreta, que permanecía la mayor parte
del tiempo alejada del lugar. Su siguiente y última gran conquista fue Virginia
"Sugar" Hill, conocida como "Reina de la Mafia". Esta voluptuosa muchacha entradita
en carnes, natural de Alabama que se iniciara en un circo ayudando a domar pulgas,
había llegado a adquirir cierta notoriedad como amiga y anfitriona de los negocios
de Luciano y Frank Costello. En 1941 trasladó su Cuartel General a Hollywood. Allí se
las arregló para caerle en gracia a Samuel Goldwyn, consiguiendo un estupendo
papel en el film de éste, Bola de fuego cuyas estrellas eran Barbara Stanwyck y Gary
Cooper. Su liaison con el gangster iba ya viento en popa cuando terminó el rodaje
de la película. Siegel figuró como su acompañante en la première de gala y en el
posterior party donde los compinches y amantes alternaron con Dana Andrews, el
realizador Howard Hawks, Cooper y Stanwyck.
Más adelante en ese mismo año, cuando Bugsy fue acusado de alterar la
contabilidad de sus libros, George Raft subió al estrado y testificó: "Conozco al señor
Siegel y lo he tratado durante treinta años. Somos amigos desde hace muchísimo
tiempo...". A Georgie le habían hipnotizado desde siempre los azules ojos de su
camarada. El día en que a Bugsy lo cosieron a tiros, el único amigo que dejó atrás
fue el siempre fiel Raft. A través suyo, y tras su última absolución, Bugsy se convirtió
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en íntimo amigo del irascible compadre de Georgie, Leo Durocher, manager de los
Brooklyn Dodgers y de su encantadora esposa, la estrellita de ascendencia
mormónica Laraine Day.
Siegel no pasará a la Historia por ninguna de sus sórdidas actividades, la
mayoría de las cuales al fin y al cabo no fueron tampoco tan únicas. Pero, para bien
o para mal, legó un monumento enclavado en el cuerpo del continente
norteamericano: ese coloso del kitsch llamado Las Vegas.
Durante los años que duró la guerra, en California se manejaban montañas de
dinero. La predilección del público por las diversiones escapistas había sacado de la
depresión a la industria cinematográfica y los salarios se disparaban hacia arriba.
También el pillaje de las compañías aéreas, las municiones y el mercado negro
prosperaban al alimón. Fue aquél un período en que las autoridades se veían
enfrentadas a un resurgimiento del crimen y el juego. En 1944, Bugsy Siegel pasó
por Las Vegas, que entonces era una ciudad adormecida y sin desarrollar. Sus
fundadores y padres deseaban conservarla como una especie de pueblo fantasma
del Far West, implantando ordenanzas que obligaran a construir todos los nuevos
edificios en una línea arquitectónica que los asemejase a decorados de películas del
Oeste; pensaban así atraer a los turistas en busca de originalidad.
El grandioso plan de Siegel fue construir en Estados Unidos un hotel-casino al
lado del cual el de Montecarlo semejase un cacahuete. Pidió prestados algunos
millones de dólares a fuentes no muy claras y en 1945 compró un terreno,
propiedad hasta entonces de una viuda en bancarrota, que lindaba con un hotel de
mala muerte. Se trasladó con un ejército de arquitectos, decoradores, atracciones
varias y bandidos de todo tipo. Había nacido el Flamingo. Los materiales de lujo
para la edificación eran difíciles de conseguir en tiempos de guerra, pero no
importaba. Bugsy se puso en contacto con Lucky Luciano, entonces exiliado en su
nativa Italia. Luciano se las arregló para toneladas de mármol de Carrara y
enviárselas a Siegel al Flamingo. La idea era desbancar a Miami, y Bugsy lo
consiguió.
Una metrópolis de cuarta categoría surgió de entre las arenas. Siegel implantó
un estilo que se extendió como una salvaje epidemia, cancerosa e incontrolable; los
edificios continuaron creciendo después de su muerte hasta convertirse en el Las
Vegas que todos conocemos, e incluso tal vez amamos: esa enloquecida carretera a
la medida del nouveau riche norteamericano emblemático de "Playboy".
El Flamingo se hallaba listo para las Navidades de 1946; había costado seis
millones de dólares. A Siegel le llevó tiempo recuperar su inversión, pero se
encontraba con ánimos de sobra para continuar extendiéndose. Para los nativos de
Nevada estaba bien claro que, no sólo intentaba apoderarse de Las Vegas, sino de
todo el Estado. Nuevos enemigos, a millares, se sumaron a la ya larga relación de los
que Bugsy podía vanagloriarse poseer. Tras una riña entre amantes en Las Vegas,
Virginia hizo su equipaje y dejó la ciudad en la primavera de 1947. Regresó a
California y alquiló un castillo de estilo hispano-morisco en Beverly Hills, en el 810 de
Linden Drive. Bugsy se fue tras ella y tuvo efecto una semireconciliación. Ella
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acababa de aceptar una invitación para marchar a Europa con un acaudalado


amiguito francés al que doblaba en edad. Dejó a Siegel las llaves de la casa. En la
medianoche del 20 de junio de ese año, Bugsy estaba cómodamente instalado en el
salón de Virginia, leyendo el diario. Una enorme explosión hizo añicos el ventanal
que separaba el living del jardín de "Sugar". Bugsy apareció tendido en el sofá, con
su atractivo rostro velado por un reguero de sangre y tres balazos en su cerebro.
Sus letales ojos azules ya no volverían a fascinar a los buscadores de emociones en
Hollywood.
La investigación policial no sacó nada en claro. Había docenas de ex-colegas
suyos con suficientes motivos para querer sacarse a Bugsy de encima. Aunque se
formularon acusaciones de todo tipo, se pudo comprobar que lo habían asesinado
por no devolver las grandes sumas de dinero que le habían prestado para la
construcción del Flamingo.
Aunque en más de una ocasión Bugsy había asistido a funerales de estrellas, ni
siquiera una de cuarta fila hizo acto de presencia en el suyo.
Fue enterrado en el Cementerio de Beth Olam, cercano a los Estudios de la
RKO que, como Bugsy Siegel, pronto quedarían fuera de combate.
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Marea roja

Hacia 1947, la campaña anticomunista capitaneada por el congresista J. Parnell


Thomas, había tendido sobre Hollywood un manto tan insidioso como la creciente
contaminación de Los Ángeles. Con el Comité de Actividades Antiamericanas
garantizándoles la temporada de caza, fanáticos derechistas de Cinelandia hicieron
su aparición y, envueltos en la bandera, se lanzaron a un ataque en el que cualquier
golpe bajo estaba permitido. Lela Rogers, su obediente retoño Ginger, y Howard
Hughes figuraban a la cabeza de esta superpatriótica actitud.
John Wayne, por unanimidad resultó elegido Presidente de una cuadrilla de
linchamiento autodeterminado Alianza Cinematográfica para la Preservación de los
Ideales Norteamericanos. Charles Coburn era el vicepresidente primero. El segundo,
Hedda Hopper. En 1947 Hedda ocupó sus vacaciones recorriendo los Estados
Unidos en coche para arengar a los clubs femeninos y conminarlos a boicotear
aquellas películas en las que interviniesen actores "comunistas".) Un realizador, Leo
MacCarey, y un actor, Ward Bond, figuraron como privilegiados miembros de la
alianza. Y Paul Lukas, Robert Taylor, George Murphy y Adolphe Menjou entre los
más impacientes por denunciar a todos los Rojos que suponían escondidos bajo sus
camas en Beverly Hills. Menjou se hallaba convencido de que una invasión
comunista en el país era inminente, y declaró que se trasladaba a Texas... "porque
los tejanos, no dejarán un solo comunista vivo". Gary Cooper agudo observador
político, se jactó de haber rechazado "un montón de guiones con ideales
comunistas".
Horrorizados ante estas medidas, celebridades de otra mentalidad fletaron por
su cuenta un avión para ir a Washington a protestar por "esta invasión para privar a
los ciudadanos de los derechos sobre sus ideales o creencias". Eran: Bogart y Bacall,
Gene Kelly, June Havoc, J. Huston y D. Kaye.
El cargamento de este avión estelar no compareció ante una audiencia
condescendiente o admirada de sus dotes. El grupo de los tiradores al blanco,
flechas incluidas, no tardó en declarar no gratos a los Diez de Hollywood no Gratos.
Estos eran: Herbert Biberman, Albert Maltz, Edward Dmytryck, Adrian Scott, Ring
Lardner, Jr., Samuel Ornitz, John Howard Lawson, Lester Cole, Alvah Bessie y Dalton
Trumbo. (Ironía de ironías: tras su condena, Trumbo se topó de bruces con un
compañero en desgracia que, curiosamente, no era otro que el congresista J. Parnell
Thomas, su antiguo acusador, sentenciado también a chirona por "inflar" su sueldo.)
Aliados de estos Diez que prefirieron el autoexilio a la ignominia de aguantar en
casa la situación, fueron entre otros los directores Jules Dassin, Joseph Losey y John
Berry, quienes prosiguieron sus carreras en Europa.
El destino de quienes se quedaron en casa fue mucho más sombrío. La lista
negra arruinó las vidas y las carreras de talentos magníficos como Anne Revere, Gale
Sondergaard, Jean Muir, John Garfield y J. Edward Bromberg. Dashiell Hammett y
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Lilian Hellman se enfrentaron a sus inquisidores con honor y dignidad; Lionel


Stander, el actor con voz de rana, interpretó en beneficio del Comité un fantástico
número y les dijo bien claro adónde tenían que irse. Después se radicó en Italia,
donde continuó imperturbable su excéntrica profesión. Sidney Buchman, guionista
de Capra en Caballero sin espada se negó a comparecer. Fue declarado en rebeldía
y se quedó sin empleo en Hollywood.
La conciencia sirve a veces para algo. Pero algunas celebridades delataron y
continuaron alegremente en sus puestos a lo largo de esta época negra: Dmytryck,
Kazan, Robbins... Larry Parks fue un caso especial: admitió, para salvar la piel, su
afiliación al Partido Comunista.
A las masas no les divirtió la cosa. Para ellas, Hollywood y la política no
constituían una buena combinación.
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Pecadillos furtivos

Un 14 de julio, el cinéfilo se vio embarcado en el alboroto que acompañó al


suicidio de Carole Landis, consecuencia de una pasión no correspondida por Rex
Harrison. Este encontró el cuerpo de Carole tendido en el suelo del cuarto de baño
de su casa en Pacific Palisades, con la cabeza reposando sobre un cofre de alhajas y
una mano aprisionando un arrugado envoltorio con una píldora contra el insomnio.
En la mesilla de noche había una nota dirigida a su madre:
"Queridísima mamá: »Siento, siento mucho realmente, tener que hacerte pasar
por todo esto. Pero no hay forma de evitarlo. Te quiero, mi amor. Has sido la más
maravillosa de las madres. Y esto se puede aplicar a toda nuestra familia. Los quiero
mucho a todos y cada uno de ellos. Todo te pertenece. Mira en mi archivo y allí
verás un testamento en el que se especifica todo. Adiós, ángel mío. Reza por mí. Tu
nena."
Poco tiempo antes, Carole había confesado a "Photoplay": "Déjeme que les
diga una cosa: en este mundo cada chica sueña con encontrar al hombre ideal,
alguien que sea simpático, comprensivo, fuerte y desee ayudarla, alguien a quien
poder amar apasionadamente. Las estrellas no constituimos una excepción; las
chicas atractivas tampoco lo son, ciertamente. El glamour y las lentejuelas, la fama y
el dinero, poco significan si tu corazón está destrozado".
Otro escándalo rodeó al arresto de Robert Mitchum en la noche del 31 de
agosto de 1948 por hallarse en posesión de marihuana, tras un registro practicado
en el chalet de Lila Leeds, una rubia estrellita amiga suya. El revuelo fue tan
considerable como para cancelar la presencia de Robert prevista al día siguiente en
la escalinata del City Hall de Los Ángeles, donde lo requerían para inaugurar una
asamblea de la Semana Nacional de la Juventud. El lacónico Mitchum cumplió su
sentencia de dos meses en la cárcel. Cuando salió, su popularidad no se vio
afectada en absoluto, y Howard Hughes, de la RKO, compró a David O. Selznick su
contrato exclusivo por más de doscientos mil dólares.
En esa misma temporada, Gertrude Michael, que en los años treinta
interpretase a la atractiva Sophie Lang en una serie B sobre una desenvuelta ladrona
de joyas (ya en El crimen del vanidades ella se había robado el show cantando
Dulce marihuana), fue detenida en estado de embriaguez una noche en la playa de
Venecia. Cuando fue descubierta por la patrulla, sola y agarrada a una botella de
scotch, Gertie sollozó y musitó en voz baja: "Déjenme tranquila. No tengo amigos.
Estoy sola y todos me han olvidado. Quiero arrojarme al mar". Conducida a la
estación de policía más próxima, rogó a los fotógrafos que aguardaban: "No soy
una víctima de los hombres como Carole Landis. Háganme el favor de retocar mis
fotografías. No quiero aparecer como Frances Farmer".
Este período fue asimismo animado por una pelea en público, en el transcurso
de la cual el productor Walter Wanger disparó en la ingle a Jennings Lang, el
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 95

amante de su esposa Joan Bennett. El notable productor cumplió condena fuera de


la celda, como bibliotecario de la prisión. (Este caso ofrece un paralelismo con otros
célebres disparos, cuando en 1938 Moe "The Gimp" Synder, ex esposo de la
cantante de blues Ruth Etting, disparó en el umbral de su casa a su pianista y
amante Myrl Alderman.)
El 2 de febrero de 1950, Ingrid Bergman, todavía señora de Lindstrom,
presentó al signor Rosellini un hermoso varón, Robertino. Su espíritu de
independencia escandalizó al público norteamericano; ella prefirió alejarse de la
tormenta poniendo rumbo a Europa e instalándose casi definitivamente en el viejo
continente.
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Confidencialmente...

En 1951, la policía efectuó una redada en una casa de placer de superlujo,


enclavada en las colinas que dominan Sunset Strip, deteniendo a madame Billy
Bennett e interviniendo el Libro de Clientes. Este archivo se haría famoso, pues su
contenido era el no va más en cuanto a celebridades de Hollywood, asiduas todas
ellas del establecimiento; muchos habían dejado sus Oscar en el lugar de honor, en
señal de gratitud por los servicios prestados. (El chivatazo provenía de algunos
honrados dueños de restaurantes a lo largo del Strip, que se sintieron amenazados y
ofendidos a un tiempo al enterarse de que Billy planeaba entrar en el mundo del
espectáculo y abrir ella también un distinguido restaurante que competiría con el
suyo). Astros por decenas, y también productores y guionistas, se dispersaron
súbitamente por los cuatro puntos cardinales, aceptando ofertas para trabajar en
Europa, o dispuestos a disfrutar de unas precipitadas y repentinas vacaciones. Los
Estudios se dieron buena prisa por echar tierra sobre el asunto, y con éxito; a los
pocos meses, los "turistas" regresaban a California.
En 1952, cuando la capital del cine aún no se había repuesto del caso Billy
Bennett, una pequeña revista editada en Nueva York aparecía en todos los quioscos
del país. Esta nueva intrusión de la prensa amarilla no tardó en convertirse en la
comidilla de la ciudad; "Confidential" cobró forma de publicación con un contenido
cochambroso pero que muy pocos se resistían a leer.
Su lema era: "Contamos los Hechos y Citamos los Nombres". Este tipo de
prensa de escándalo no era una novedad. Durante décadas habían existido
triunfadores, chismosos de profesión, entre ellos el corrompido Westbrooke Pegler,
el malévolo Walter Winchell, ese sagrado terror consagrado que era Elsa Maxwell y,
por descontado, Hedda y Louella, máximas exponentes cinemaníacas de insinuantes
calumnias. Pero el pérfido "Confidential" fue mucho más allá que todos los
especialistas juntos; ahondaba en todos y cada uno de los detalles y no dudaba en
garantizar que sus artículos eran fiel recuento de los hechos.
Robert Harrison, el editor de "Confidential", había concebido la línea a seguir
de su revista tras contemplar a diario por televisión la investigación sobre el caso
Kefauver. Cuando comprobó que esas crónicas sobre el crimen, la prostitución y el
vicio, superaban en audiencia al resto de los programas, dedujo que el público se
encontraba ávido de chismes y que una publicación que supiese presentar este tipo
de material de una forma picante, citando nombres, podía tener un brillante
porvenir.
Harrison había dado sus primeros pasos en los años veinte como recadero en
el "Daily GraphiC", un diario sensacionalista, precursor hasta cierto punto de
"Confidential". Después trabajó para Martin Quigley, cuando éste era el beato editor
del "Motion Picture Herald". Ya por cuenta propia, se lanzó a una serie de
publicaciones aptas para fetichistas, ilustradas con mujeres con tacones altos y látigo
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 97

en las manos, pero cuya circulación comenzaba a declinar justo en el momento en


que concibió la idea del "Confidential". El primer número obtuvo una acogida
sensacional; llegaron a venderse doscientos cincuenta mil ejemplares. Ya en la
cumbre, "Confidential" vendía en los quioscos cuatro millones de ejemplares —todo
un récord para el "periodismo" americano.
Harrison emprendió la invasión a gran escala de la vida privada de los
ciudadanos más famosos de Norteamérica. Su fórmula era sencilla: un nombre bien
conocido, una fotografía poco favorecedora y una historia no demasiado extensa
que presentaba cualquier episodio un tanto sórdido bajo un prisma humorístico. El
sabía lo que sus clientes deseaban. Y confiaba a sus amigos: "A los norteamericanos
les encanta leer esas cosas que no se atreverían a hacer".
Con el éxito de la revista, sus víctimas se iban incrementando a base de
aquellas luminarias de Hollywood cuyas vidas privadas presentaban un mayor
interés morboso para el público. Harrison estableció en Hollywood una agencia,
dirigida por su sobrina Marjorie Mead, bajo el pretencioso nombre de Hollywood
Investigation Incorporated. Detectives privados de poca monta, aspirantes a starlets,
estrellas en desgracia y periodistas pasados de moda fueron contratados para traer
y llevar, chantajear y parlotear. El auge de "Confidential" permitía a Harrison pagar
hasta mil dólares por cada chisme, asegurándose así una magnífica cuadra de
espías. Algunas veces, eminentes personalidades del mundo del espectáculo le
proporcionaron información sobre sus propios colegas. En cierta ocasión, Mike Todd
telefoneó a Harrison desde California para pasarle una sugestiva anécdota
concerniente a Harry Cohn, el muy odiado presidente de la Columbia.
Muchos de los rastreadores eran chicas de alterne. De hecho, el núcleo de la
organización estaba constituido por el corrillo de pin-up girls que adornaban los
bares de Sunset Strip. En la cama, estas chiquitas, espléndidamente pagadas, eran
receptoras de confidencias de astros famosos, mientras que un magnetófono en
miniatura dentro de sus bolsos, descuidadamente abiertos sobre la mesilla de
noche, se encargaba de grabar durante toda la noche indiscreciones que más tarde
serían devoradas por los ávidos lectores. Hollywood Investigation se hacía cargo de
fotos y películas comprometedoras y empleaba los últimos refinamientos de la
técnica: rayos infrarrojos, película ultra-rápida, teleobjetivos superpotentes. Fue así
cómo se captaron las peleas domésticas entre Anita Ekberg y Anthony Steele.
Cuando se estaba en posesión de un material particularmente comprometedor, un
representante de Hollywood Investigation visitaba a la estrella implicada llevando
una copia de la foto en la mano. A la víctima se le sugería que el original podía ser
adquirido por la revista. Algunos, muertos de miedo, pagaban; otros se negaban.
Artículos que no fueron comprados y agotaron la edición fueron, por ejemplo:
"Lizabeth Scott, entre chicas", "Dan Daily, travestí", "Errol Flynn y sus espejos dobles",
"¿El mejor "bombero" [Pumper también significa "mamona". (N. del T.] de
Hollywood?: ¡M-M-M Marilyn M-M-Monroe!", "Joan Crawford y el apuesto barman".
Este reinado de terror duró cuatro años. Considerables cargamentos de
información fueron suministrados a Harrison por dos de los más acreditados
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 98

chismosos de Nueva York: Walter Winchell y Lee Mortimer. Mortimer, comentarista y


crítico del ya desaparecido "Daily Mirror" se citaba con Harrison en una cabina
telefónica, le contaba una historia picante y si, por casualidad, coincidían después en
el mismo local nocturno, ambos hacían como que entre ellos existía una abierta
enemistad y se negaban el saludo el uno al otro. Harrison solía conceder a Winchell
amistosos espaldarazos en la revista, en artículos en los que otra persona parecía
haber empuñado el hacha (por ejemplo "Winchell llevaba toda la razón en lo de
Josephine Baker", etc.). A cambio, Winchell promocionaba el magazine en televisión.
A medida que, a cada número de "Confidential", se incrementaban las ventas y
las obscenidades, ya no había estrella que se pudiera mantenerse al margen de las
"revelaciones". Algunas eran víctimas de toda una ristra de artículos: Marilyn, Orson,
Lana, Ava, Frankie y Jayne. A buen recaudo en Nueva York, Harrison se aseguraba
de que cada artículo tuviese como base un trozo de película o cinta grabada,
"evidencia" que, antes de su publicación, era considerada por sus abogados fulleros.
Pero, con el incremento del éxito, y sin que nadie le hiciera frente, se pasó de
la raya tratando de enriquecer los hechos con detalles pintorescos. Y se convirtió en
uno de los hombres más odiados del país. Durante una excursión cinegética en
Santo Domingo, a alguien se le escapó algún que otro disparo en dirección suya;
otro día, el padre de Grace Kelly se dejó caer por su oficina de Nueva York dispuesto
a destrozar el lugar y asestar a Harrison un buen golpe en cuanto apareció una
exclusiva sobre la futura princesa de Mónaco.
No fue sino hasta finales de 1957 cuando una estrella tuvo el valor de decidir
que ya estaba bien. Dorothy Dandridge puso un pleito a la revista, tras un artículo
aparecido sobre sus supuestas actividades forestales en una muy "naturalista"
compañía. Dandridge reclamaba dos millones de dólares.
Con el disparo del primer dardo, estaba declarada la guerra: docenas de
estrellas calumniadas recurrieron al juzgado. Cuando sucedió esto, los Grandes de la
industria del cine comprendieron que ante ellos se cernía un nuevo peligro —las
más importantes personalidades de Hollywood iban a ser interrogadas públicamente
sobre sus vidas privadas. Las Eminencias Grises intentaron una vez más poner en
práctica lo que ya habían realizado satisfactoriamente en anteriores escándalos:
silenciarlos.
Robert Murphy, un relaciones públicas de Hollywood, fue designado para
trasladarse al Palacio del Congreso y mantener allí una charla con el fiscal general.
Llegó tan lejos como para amenazar con la suspensión de la ayuda financiera con
que la industria cinematográfica planeaba asegurar la inminente campaña de los
republicanos. Pero el Estado se mantuvo firme en su decisión de pasar a la acción.
Muchas de las luminarias encontraron muy recomendable tomarse unas buenas
vacaciones. Clark Gable marchó a Tahití para tomar el sol; otros a Europa o
Sudamérica.
Finalmente, el juicio tuvo lugar en Los Ángeles el 2 de agosto de 1957. En la
prensa fue calificado de "El Proceso de las Cien Estrellas". En realidad, salvo una
breve aparición de Dorothy Dandridge, que retiró su demanda tras un buen
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 99

acuerdo financiero al margen del Tribunal, el proceso sólo contó con la presencia de
otra estrella, la bellísima pelirroja Maureen O'Hara.
"Confidential" había informado a sus lectores de cómo la señorita O'Hara se
había extralimitado en un juego conocido como Chinese Chest, celebrado en las
mullidas butacas del Teatro Chino de Hollywood, teniendo como contrincante a un
atractivo sudamericano. "Confidential" narraba así los hechos: "El acomodador vio a
una pareja que hacía desprender de su palco tanto calor como si estuviésemos en
julio. Maureen, con la blusa desabrochada y sus cabellos en desorden había
asumido, para contemplar la película, la más singular postura jamás contemplada en
toda la Historia del Cine. Estaba tumbada sobre tres asientos, con el afortunado
sudamericano en el de en medio, mientras por la pantalla desfilaba una cinta que
denunciaba la delincuencia juvenil..."
El juez Walker consideró que faltaban datos. Se reconstituyeron los hechos.
El manager del cine no tuvo inconveniente en interpretar el papel del
sudamericano; una joven periodista hizo de doble de la estrella. El manager tomó
asiento, la doble se tendió encima de las butacas e incluso alzó sus piernas al aire. El
jurado quería más información. Sus doce miembros (entre ellos seis viudas) se
aproximaron a la fila 35, donde, tras una minuciosa investigación de los tres asientos,
llegaron a la conclusión de que no se diferenciaban de los del resto del local.
Maureen no hizo acto de presencia hasta el 17 de agosto. Demostró que en la
época de sus supuestos jugueteos en el palco del Grauman, ella se encontraba en
España filmando Málaga. La mejor prueba era su pasaporte. Pidió cinco millones de
dólares. Los testigos se mantuvieron en sus trece de que, a pesar de la coartada del
pasaporte con la fecha de su ausencia, era ella y no otra la actriz que habían visto en
el palco. Su hermana, una monja irlandesa, emergió del convento para declarar en
defensa suya. La Corte importó un detector de mentiras que NO probó que
Maureen dijera la verdad.
El desconcertado jurado llegó al fin a una decisión. Las acusaciones por
obscenidad fueron descartadas; "Confidential" sólo tendría que soplar cinco mil
dólares. Hubo sin embargo multitud de "arreglos" millonarios por fuera de la
Audiencia. La revista pagó a Liberace cuarenta mil dólares y casi otro tanto a una
docena de celebridades.
El mayor drama del caso llegó con el suicidio de Polly Gould, que pertenecía al
equipo de la revista. Se mató en la noche del 16 de agosto; iba a testificar al día
siguiente. Más adelante se descubriría que Polly había estado jugando a dos barajas,
vendiendo secretos de la publicación al fiscal del distrito e informando a la vez a
Harrison de las maniobras de la policía.
Después del proceso, Howard Rushmore, redactor jefe de Harrison en
"Confidential" (ex-comunista paranoico, Rushmore acababa de iniciar una cruzada
contra los rojos), mientras paseaba a caballo con su esposa por la parte alta de
Nueva York, sacó una pistola y mató a su mujer antes de matarse él.
Harrison vendió "Confidential" en 1957. A continuación lanzó una publicación
de pocos vuelos llamada "Inside News". No llegó a alcanzar la fama de su
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 100

predecesora. Los días de este tipo de prensa estaban contados. La industria


norteamericana del cine había degenerado; en la televisión se le da al público más
chismorreo del que es capaz de engullir y su capacidad de asombro es menor.
Ya no existen más estrellas en la Metro Goldwyn Mayer que en el firmamento.
Si puede decirse que ese estudio continua en pie, es para referirse a un desértico
planetario. Las escasas celebridades fílmicas que continúan en la brecha se sienten
más que satisfechas si consiguen atraer la atención cuando son invitadas a discutir
sus propias debilidades en programas televisivos en directo. De hecho, tras el caso
"Confidential", estrellas como Errol Flynn, Zsa Zsa Gabor y Diana Barrymore
comenzaron a promocionarse con sus propias y verboreicas autobiografías. ¿Por
qué dejar que otros se forraran a costa de sus vidas privadas cuando ellos podían
llevarse buena tajada? Ninguna revista podía competir con tamaña sinceridad.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 101

Sangre y jabón

El teléfono de Jerry Geisler sonó el 4 de abril de 1958, Viernes Santo. El


abogado más famoso de Hollywood escuchó una voz familiar: "Soy Lana Turner. Ha
ocurrido algo terrible. ¿Puedes venir inmediatamente a mi casa, por favor?".
Cuando Geisler llegó a la mansión estilo colonial que en Beverly Hills poseía la
célebre chica del jersey ajustado. Lana se hallaba desconsolada llorando y su
jovencísima hija Cheryl al borde del histerismo. Enseguida Geisler conoció el motivo
—algo que contrastaba desagradablemente con los tonos rosados del coqueto
boudoir de Lana: el cadáver ensangrentado de Johnny Valentine, más conocido de
todos como Johnny Stompanato, antiguo guardaespaldas del gangster Mickey
Cohen, notorio gigoló y último amante de Lana.
Al poco tiempo de hacer su aparición en Hollywood, al apuesto supermacho
Stompanato se lo disputaban varias damas prominentes de la colonia fílmica; sus
aparentes encantos le habían granjeado el apodo de "Oscar" (aludiendo los 30 cm
de la estatuilla de la Academia). En la primavera de 1957, el atrevido Johnny, que
jamás fuera presentado a Lana, se las arregló para obtener su número telefónico
privado y la llamó. Sabía, como toda Norteamérica, que ella se había separado
recientemente del ex-Tarzán Lex Barker, y sospechaba que debía de encontrarse
sola y disponible. Le sugirió una cita a ciegas, nombrando a personas conocidas por
los dos y dejando escapar algunas insinuaciones acerca de "su Oscar".
En esa época él regentaba una elegante tienda de objetos de regalo en Los
Ángeles. En el transcurso de los siguientes quince esplendorosos meses, ya no volvió
a prestar atención a ese negocio.
Hasta después de su muerte, Lana no supo que Johnny había estado casado
tres veces y era padre de un niño de diez años. Sí estaba informada, en cambio, de
sus sólidas conexiones con elementos criminales, pero eso la tenía sin cuidado. El
llevar como acompañante a un auténtico gangster, con un arma dura debajo del
smoking, añadía emoción y espíritu de aventura a cualquier velada.
En ese momento de su vida, Lana se hallaba en un estado agudo de
vulnerabilidad emocional. Tras una deslumbrante carrera iniciada de modo
fulminante en 1937 con un pequeño papel en They won't forget ("¡Vaya par de
tetas!", se escuchaba decir por toda la nación cuando la colegiala Lana se paseaba
por la plaza del pueblo, dispuesta a ser violada y asesinada, en el primer rollo de
aquel film "épico"), en 1946 Lana Turner figuraba entre las diez mujeres mejor
pagadas del país. En los comienzos de los años cincuenta se convirtió en la reina de
la Metro Goldwyn Mayer. Al mismo tiempo, iba de hombre en hombre. Sus
romances —Sinatra, Howard Hughes, Tyrone Power, Fernando Lamas— habían
constituido buena materia prima para llenar columnas de prensa amarilla durante
dos décadas. Sus matrimonios, sin embargo no habían servido para "realizarla" del
todo. Power había sido realmente el único al que había amado pero su afán de
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 102

posesión había arruinado el idilio. Tras el director de orquesta Artie Shaw, llegó
Steve Crane (en el altar Lana ya llevaba dentro a Cheryl); después, el millonario
playboy Bob Topping. Quiso a toda costa tener otro hijo con Lex Barker, su más
reciente esposo, pero sólo tuvo un aborto. Tras una racha de películas mediocres, y
al cabo de dieciocho años en el mismo Estudio, la Metro Goldwyn Mayer se
desprendió de ella.
Sus casamientos e idilios siempre habían estado presididos por la violencia,
provocada en algunos casos, y tal vez secretamente deseada. Lana había sido
arrojada escaleras abajo por uno de sus maridos, abofeteada en público por otro y
empapada con champagne en Ciro's por un tercero. En otra ocasión hubo de llevar
el bello rostro oculto tras gafas oscuras para disimular un ojo morado.
Entonces se le pudo oír decir en alguna ocasión: "Los hombres son
terriblemente excitantes y cualquier muchacha que opine lo contrario es una
solterona anémica, una prostituta o una santa". Al cumplir los treinta, esa necesidad
de "excitación" se le tornó obsesiva. Durante su separación de Johnny (ella se
encontraba a la sazón en Londres rodando Brumas de inquietud), las cartas que le
dirigía mostraban la añoranza de los "dulces tormentos" que él le infligía
deliberadamente. Así que le envió un billete de avión —otro de sus muchos regalos
— y lo instaló en una espléndida casa londinense situada en la "Calle de Los
Millonarios".
Johnny, seguro de su poder, le exigía cada vez más: "Cuando yo diga arriba, tú
te levantarás. Cuando yo diga, salta, tú saltarás". La amenazó también con marcarla.
"Te mutilaré. Te haré tanto daño que te convertirás en un ser repulsivo y tendrás
que esconderte para siempre." Llegó un momento en que, en medio del plató,
Johnny apuntó con una pistola al oponente de Lana, Sean Connery, advirtiéndole
que se mantuviese alejado de ella. Connery lo ignoró. Y el Estudio, con la
colaboración de Scotland Yard, deportó a Stompanato fuera de Inglaterra.
Con todo, Lana continuaba echándole de menos. En sus cartas reclamaba sus
caricias: "Tan salvajes que me hacen daño... es todo tan terrible, pero al mismo
tiempo tan bello... Soy tuya y te necesito, MI HOMBRE". Terminado el rodaje, el idilio
sadomasoquista se reanudó en México, donde los huéspedes que lindaban con sus
habitaciones en el Hotel Vía Vera se quejaban de su ruidosa forma de hacer el amor.
Después regresaron a Hollywood, donde Cheryl les esperaba en el aeropuerto.
Como tantos otros retoños de la fábrica de sueños, la hija de Lana y Steve Crane,
era una adolescente insegura y complicada.
Y cierta noche, en la mansión de Bedford Drive, mientras Johnny abusaba de
Lana (ella se había negado a continuar pagándole sus deudas de juego),
maltratándola de palabra y obra, y jurando vengarse en toda su familia, Cheryl
escuchó detrás de la puerta: "Voy a rajarte y después haré otro tanto con tu madre y
tu hija... esto es lo que voy a hacer ahora mismo".
Cheryl (de acuerdo con sus declaraciones y las de Lana) corrió hasta la cocina,
agarró el primer arma que encontró —un cuchillo de cortar la carne de nueve
pulgadas— y voló en ayuda de su madre.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 103

Después Lana testificaría: "Todo sucedió tan rápido que ni siquiera vi que mi
hija tenía un cuchillo en sus manos. Pensé que le había golpeado en el estómago
con los puños. El señor Stompanato se separó y cayó de espaldas. Se llevó las
manos a la garganta, se ahogaba. Corrí hasta él y le levanté el jersey. Vi la sangre...
De su garganta escapaba un sonido terrible...".
A lo largo de su magistral actuación en el Tribunal, Lana lloró y casi se
desmayó. Prosiguió: "Traté de insuflar aire entre sus labios entreabiertos... mi boca
contra la suya...". Lana estaba a punto de desvanecerse. Geisler la sostenía. Un
ayudante del alguacil le trajo un vaso de agua. Terminó con voz trémula: "Estaba
muriéndose".
En la prensa hubo unanimidad: Lana había representado la escena más
dramática de toda su carrera. El jurado sólo necesitó veinte minutos para deliberar.
Su veredicto: homicidio justificado. Fue un día completo para los periodistas; el
romántico pasado de Lana fue desmenuzado y escudriñado. Sus cartas amorosas,
descubiertas en casa de Johnny por amigos del hampa, sirvieron para cubrir las
primeras planas de los periódicos de todo el país. Lana fue puesta en la picota por
los columnistas, el clero, los sociólogos y los psicoanalistas como una madre disoluta
y antinatural. En cuanto a Cheryl, era defendida por aquí y acusada por allá. "¡Mi
corazón sangra por Cheryl!" escribió Hedda Hopper.
Walter Winchell fue el único periodista de peso que asumió la defensa de Lana:
"Ella está hecha de rayos de sol, empezando por el techo de sus ojos azules, sus
cabellos color miel y siguiendo por sus cimbreantes curvas. Es Lana Turner diosa de
la Pantalla. Pero, repentinamente, la magia desaparece y las sombras ocupan su
lugar. Hace su entrada la acechante crueldad. Lana es azotada por comentarios
malignos, invadida por editoriales denigrantes y amenazada con la privación de su
hija. Por supuesto, es la escandalizada virtud la que grita más fuerte. Me parece
sádico someter a Lana a cualquier otro tormento. Es imposible imaginar un castigo
que pueda herirla más que esta pesadilla. Y está condenada a vivir con él hasta el
final de sus días... Resumiendo, ofreced vuestro corazón a una muchacha que tiene
el suyo destrozado".
Gloria Swanson se puso furiosa ante la defensa de Lana llevada a cabo por
Winchell. Y explotó: "Walter, me parece repugnante que trates de sublimar a Lana.
No eres un norteamericano leal... Estás acabado y todo el mundo lo sabe, excepto
tú. En lo que se refiere a Lana Turner, esa pobre chica, la única verdad que nos has
contado es que para dormir se pone un camisón de punto. No es ni siquiera una
actriz... Es sólo una furcia".
La publicación de las cartas de Lana causó sensación. Habían sido cedidas por
Mickey Cohen a un redactor del "Herald Examiner" de Los Ángeles en venganza
contra Lana. Cohen, jefe y compadre de Johnny, había tenido que cargar con los
gastos del funeral. Las doce misivas (algunas de ellas censuradas) acapararon los
titulares de la nación durante un par de días. Tal y como se publicaron, parecían
redactadas, no por una "mala mujer", sino por una fémina que intentaba
desahogarse emocionalmente como cualquier inmaduro espécimen de su raza
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 104

necesitada de amor. Con su exceso de asteriscos, era la primera vez, desde la


publicación del diario de Mary Astor, que la ropa sucia de una estrella se aireaba
con tal detalle.
Lana capeó el temporal. En muchas salas, al verla reaparecer en la pantalla con
La caldera del diablo, el público aplaudía y gritaba: "¡Estamos contigo, Lana!". Poco
después intervino en un melodrama de la Universal, Imitación de la vida que,
dirigido por Douglas Sirk, constituyó uno de los mayores éxitos taquilleros de toda
su carrera.
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 105

Hollywoodämerung

Cuando llegaron los años sesenta, el Viejo Hollywood había muerto. Las
almenas de los Estudios, esos reinos feudales, fueron derribadas una tras otra por el
enemigo. La RKO fue adquirida por la televisión; nada más deshacerse de ella,
Howard Hughes pronunció este óbito: "Se acabó Hollywood". Los fans se dieron
buena prisa en acudir a la subasta de la Fox (los trajes de baño de Gable, la espada
de Tyrone Power —¿quién te empuñará ahora?—) y a la de la Metro Goldwyn
Mayer (los zapatos abotinados de Judy Garland en Cita en San Luis, el traje de
esquiar de Greta Garbo en La mujer de las dos caras —qué fanático admirador
estará embutido en él, paseando arriba y abajo ante el roto espejo de la memoria?).
La calle neoyorquina de la Fox no es más que un recuerdo. Han maltratado y
derrumbado la casa de Andres Harvey... Y sin embargo...
En 1962, el suicidio de Marilyn Monroe con somníferos evocaba los ya
olvidados de tantas otras: Lupe, Carole Landis, Abigail Adams, Lynne Baggett, Laird
Cregar y muchas más. Marilyn se había pasado de rosca (aunque en realidad acaso
durante su vida había sabido controlarse?). Los malignos jefazos habían perdido
cientos de miles de "verdes" a causa de la tardanza o la no comparecencia de su
reina con cabeza de chorlito. Puede que Garbo prefiriese la soledad, pero siempre
era puntual a la hora de rodar, aunque fuese de madrugada. Barbara Stanwyck,
considerada y responsable, quien, con sólo alzar una de sus cejas, podía expresar
más que Monroe en todo un guión, conseguía que sus tomas fueran dadas por
buenas a la primera, y sin quejas de nadie por accesos de ira.
En 1966 se declaró una avanzada epidemia de "normadesmonditis" [El autor se
refiere a Norma Desmond, el personaje estelar del film de Billy Wilder "El crepúsculo
de los dioses" interpretado por Gloria Swanson. Se trata de un perfecto y acabado
retrato de una antigua reina del cine mudo que desea regresar a la pantalla y acaba
perdiendo la razón. (N. de T.)] galopante. Corinne Griffith, la aclamada actriz que en
1965 se casara con el cantante y actor Danny Scholl en el día de San Valentías,
solicitó una anulación basándose en que el matrimonio no se había consumado. Al
frágil Danny le dio un patatús en el banquillo de los testigos, pero lo más sonado fue
cuando Corinne Griffith (que sin lugar a dudas era Corinne Griffith) manifestó ser
una doble que había asumido la identidad de Corinne Griffith al morir la verdadera.
En 1966, Corinne Griffith había cumplido setenta y un años y su no consumada
pareja cuarenta y cuatro. La "doble" declaró que ella tenía "cincuenta y uno,
aproximadamente". Lo absurdo de este caso, en el que la inveterada costumbre de
ocultar la edad llegó a la destrucción de la identidad, jamás ha sido superado.
El juez Harvey (Lewis Stone), esa personificación de la bondad, murió de un
ataque al corazón al tratar de capturar a una pandilla de gamberros que lanzaban
piedras contra su chalet de Beverly Hills. La deslumbrante Jayne Mansfield, con su
carrera ya en el alero, se estrelló en una carretera enfangada por la lluvia en junio de
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 106

1967. Antiguos niños prodigio tuvieron finales tremendos: Bobby Driscoll con una
sobredosis de metedrina; Carl "Alfalfa" Switzer (de la Pandilla), cosido a tiros en una
reyerta por drogas. Montgomery Clift y Robert Walker terminaron tal y como habían
deseado.
En 1968 la espantosa muerte de Ramón Novarro a causa de una paliza
recordó los extraños crímenes del Hollywood de antaño. Ahí estaba ese hombre,
muriendo tan extravagantemente como había vivido, ahogado en su propia sangre
y con el consolador Art-decó que Valentino le regalara cuarenta y cinco años antes
introducido en la garganta. Un par de estúpidos bestias, hermanos y chulos de
Chicago, eligieron el 31 de octubre, Halloween, para jugar a Ángeles de la Muerte
con el primitivo Ben Hur de sesenta y nueve años. Lo único que los muchachos
querían era apoderarse de una fruslería en metálico, cinco mil dólares que, según
datos facilitados por otros chulos, Novarro tenía a buen recaudo en su hogar
hollywoodense allá en las colinas. Destrozaron la casa haciendo añicos los recuerdos
de una extensa carrera que para esos cretinos no tenía significado alguno. Souvenirs
empapados en sangre: un caso análogo al de Lou Tellegen y su harakiri.
Pero el suicidio del "doctor Cíclope" en 1968 recordaba más aún al Viejo
Hollywood. Albert Dekker decidió de una vez por todas demostrar que era el Mayor
Retorcido de Todos Los Tiempos, el personaje que había interpretado en la vida real
y el único en el cual creía. Para su última actuación, este actor de carácter, de
sesenta y dos años de edad, eligió su vestuario favorito: ropa interior femenina de
seda. Y, con sumo cuidado y lápiz de labios carmesí, escribió en su abotargada
anatomía las últimas críticas aparecidas sobre él, todas ellas adversas. Después, en
una alegre pirueta, se las arregló para ahorcarse llevando sus gemelos favoritos
ceñidos a las muñecas. En esta ocasión practicó su solitario pasatiempo preferido, en
su cuarto de baño hollywoodense. Ocho años antes, había ya revelado su
desencanto al crítico Ward Morehouse al reflexionar sobre una carrera que abarcaba
cuatro décadas: "El teatro es un lugar terrible para crearse un futuro. Te ponen en
una estantería durante años. Te sacan, te cepillan y después te devuelven a ella".
Estos sentimientos traicionaban la dedicación que se supone ha de profesar un
verdadero actor por su profesión y la servidumbre que ésta implica. Dekker no dejó
escrito ningún mensaje, sólo un cuadro que cortaba la respiración al verlo: otro
singular muñeco para la colección del doctor Noguchi.
El suicidio en Castelldefels, España, de George Sanders, desposeído de todo
romanticismo, fue el de una persona avejentada anímicamente, solitaria y desnuda.
Su nota de despedida poseía el toque del perfecto cínico profesional: era el Adiós a
la Dulce Letrina, la vida en sí, que él había agotado hasta un mortal aburrimiento.
La masacre en casa de Sharon Tate en 1969 no pertenecía al Viejo Hollywood.
Lo que se derrumbó sobre la rojiza casa de Cielo Drive parecía más bien la
devastación causada por un jet al estrellarse: la nave de Satán pilotada por Charlie
Manson —títere programado, deidad de la basura.
Esto ocurrió en Benedict Canyon allí donde Paul Bern se había pegado un tiro;
su honorable espectro tendría a partir de entonces compañía. Las vidas inútiles no
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 107

generan tragedias, sino inutilidades.


La última y voluntaria "snifada" de Judy tuvo lugar en un atrancado baño
londinense. La "Anfetamina Annie" de la Metro Goldwyn Mayer consiguió al fin su
propósito al cabo de innumerables tentativas: píldoras, venas cortadas en su
apartamento de Hollywood, cuello rajado con restos de vasos rotos. La Dorothy de
El Mago de Oz murió sentada en el retrete, nada apto para un viaje "sobre el arco
iris". Totalmente vestida, encorvada, como si estuviese rezando y con el rostro hecho
un revoltillo ensangrentado, parecía una máscara azteca. Tenía cientos de años; era
la más anciana de todas las estrellas, si uno se atenía a sus tormentas y al precio que
por ellas había tenido que pagar: dramas suficientes como para una docena de
vidas. Ella era "Ella, la Diosa del Fuego" de Ridder Haggard, la que se había
sumergido demasiadas veces en las llamas.
Ahora han vuelto a restaurar el cartel de Hollywood, o al menos las nueve
primeras letras. H O L L Y W O O D. Han reforzado las estacas que las sostienen y
vuelto a pintar el metal. A propósito o accidentalmente, las restantes letras originales
(LAND) han sido desechadas. Acaso se hayan podrido. La letra número trece, la D
final, ya no está allí para tentar a una nueva Peg Entwistle.
Las nuevas generaciones que habitan en lo alto de Hollywood ni se dan cuenta
de que ese monopolio enclavado en el Monte Lee llegó, en cierta ocasión, a
designar algo más que una ciudad envuelta por la niebla que se eleva desde abajo y
hoy se parece tantiiiiiiisimo a Miami Beach. PA-RA-SIII-TOS.
En los desiertos platós de la Columbia, allí donde se alzaban erguidos y
vigilantes los oídos de Harry Cohn, ahora se juega al tennis. (Fuera, en Gower Gulch,
se desdibuja el cartel mal clavado que anuncia: SE VENDE). Sin embargo, cuando las
torrenciales lluvias y los vientos barren el cielo dejándolo limpio, aún puede verse
cómo reaparece el azul egipcio sobre la colina de tropicalísimas palmeras que se
ciernen sobre la citérea Isla Catalina. Entonces se descubre, a lo lejos, en la franja
azul del horizonte, los macizos y abandonados platós del sonoro que recuerdan
secretas mastabas, y todavía podemos imaginar qué trajo hasta aquí, hace ya un
siglo, a esos hombres ambiciosos y sin escrúpulos.

FIN DEL ROLLO


KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 108

HOLLYWOOD

EL: Cuando voy caminando por la acera y veo...


ELLA: Perdone, ¿no es usted Dick Powell?
EL: Sí, en efecto.
ELLA: Me pregunto si podría... Pensé que tal vez... (Sollozo)
EL: Vamos, vamos. ¿Qué le ocurre?
ELLA: ¡Oh, usted no lo entendería! Con usted Hollywood ha sido bueno.
EL: ¿Qué quiere decir con eso?
ELLA: Bueno, supongo que es una historia corriente... Hubo en Little Rock un
concurso de belleza. Yo gané el primer premio. Y me vine a Hollywood a conquistar
la fama. Y en lugar de eso, aquí me tiene usted, en Hollywood Boulevard a las dos
de la noche y sin tener adónde ir. (Sollozo.)
EL: Pobrecita. ¿Por qué no vuelve a casa? Me gustaría ayudarla...
ELLA: ¡Oh, no puedo hacerlo después de haber fracasado! Usted no lo entendería,
pero...
EL: ¿Pero qué?
ELLA: Bueno, podrá parecerle ridículo después de todos los disgustos que me he
llevado, pero en realidad lo único que necesito es una oportunidad. Si pudiese
conseguirla...
EL: Pero, veamos, ¿no tiene a nadie en su casa que la eche de menos?
ELLA: ¡Ah, allí... hay un chico... trabaja en un garaje y es realmente un muchacho
estupendo. El... él... quiere que nos casemos.
EL: Escúchame, hija, y hazme caso. De momento ya tienes más de lo que Hollywood
puede ofrecerte. ¿Sabes? Hay un montón de chicas de ésas a quienes tú envidias...
que darían lo que fuera por que un honesto muchacho las esperase en Little Rock.
O en cualquier otro sitio.
ELLA: Supongo que tiene usted toda la razón, señor Powell. ¡Ay!, y yo que estaba
convencida de que Hollywood era un enorme boulevard de sueños realizados! EL:
Pues lo siento, hija, pero estabas totalmente equivocada.
(Canta Dick Powell.)

Voy caminando por la calle del dolor


El Boulevard de los Sueños Rotos,
Donde Gigoló y Gigolette
Pueden besarse —sin pudor
Y así olvidar los sueños perdidos
Esta noche ríes y mañana lloras
Cuando contemplas las ruinas de tu fe
KENNETH ANGER – HOLLYWOOD BABILONIA - 109

Y Gigoló —y Gigolette
Despiertan con los ojos empañados
Por lágrimas que hablan de sueños perdidos

Aquí me encontrarás siempre Paseo arriba y abajo


Pero he dejado mi alma atrás
En una vieja ciudad con Catedral
Aquí el placer sólo lo prestan
Al parecer no es duradero
Pero Gigoló y Gigolette
Aún cantan su canción
Y pasean sus ilusiones
Por el Boulevard de los sueños perdidos.

(Secuencia de Moulin Rouge, un musical de la Warner Bros del año 1934, suprimida
por orden de Jack L. Warner, quien la consideró "demasiado deprimente")

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