De Lo Humano y Lo Divino
De Lo Humano y Lo Divino
De Lo Humano y Lo Divino
POR
vida de la fama.
El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
más los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajo y aflicciones
contra moros.
Garcilaso, en cambio, no sólo considera a las armas como algo
a lo que se debe sólo con su cuerpo, sino que, adeinás, reniega de
ellas y hasta duda de su poder. Cuando habla del fiero Marte pier-
de su tono de mesura, la adjetivación se recarga y hasta tiende a lo
violento, apartándose de las suaves sensaciones medias caracterís-
ticas suyas:
iOh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte,
de túnica cubierto de diamante,
y endurecido siempre en toda parte!
El poeta que por su mal se encuentra ejercitando su oficio, can-
sado de guerra, con escepticismo y angustia se pregunta por la fi-
nalidad del esfuerzo:
¿A quién ya de i~osotrosel eceso,
de guerras, de peligros y destierro
no toca, y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vió desparcir su sangre al hierro
del enemigo? ¿Quién no vió su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
. . . . a . ..........,.......................
¿Qué se saca de aquesto? ¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimientos?
Sabrálo quien leyere nuestra historia.
Por esto caído en desgracia con el Emperador, y mientras mi-
ra correr las aguas del Danubio, se lamenta de que en u n hora haya
sido deshecho iodo aq'uello «en que toda su vida fué gastadan. Pero
nos afirmará rotundamente esa íntima independencia de su sentir,
su verdadera vida, la de su espíritu; aunque la anime sólo la iIu-
sión y la nostalgia:
Y sé yo bien que muero
por sólo aquello que morir espero.
Así Garcilaso, a la general iiostalgia de la época por la vida d e
la Naturaleza, fundeesta íntiiiia y profunda necesidad suya de
paz y reposo. De igual manera en la attnósfera de idealidad amo-
rosa que crea el petrarquismo, él infunde la en~ocióntemblorosa
de un amor real, imposible e insatisfecho. Ecta doble ansia de lo
apenas gustado viene así, por la fuerza de la añoranza, a penetrar
estos dos temas centrales de su poesía, con la suprema intensidad
de vida de lo que es a la vez recuerdo e ilusión. En la poesía bu-
cólica, el género poético en el que el renacimiento concretó su as-
piración de edad dorada, Garcilaso, con íntimo y lógico sentido,
enlaza así SUS dos imposibles amores. De este fondo nostálgico de
lo terreno y humano arranca la penetrante y general melancolía
gercilasiana.
Así crea Garcilaso su paisaje; en su primer impulso halla la vi-
sión ideal de un modelo virgiliano. Recordeiiios cómo repite el
cuadro de atardecer pintado por Virgilio:
Recoge tu ganado, que cayendo
ya de los altos montes las mayores
sombras, con ligereza van corriendo.
Mira en torno, y verás por los alcores
salir el humo de las cacerías,
de aquestos comarcanos labradores.
Pero a este paisaje convencional y literario el poeta superpone
el recuerdo concreto de lo real y vivido: del lugar de paz que fué
ocasión de felicidad y goce. Son los recuerdos distantes, depura-
dos ya en su lejanía, en los que ha quedado sólo lo poético esen-
cial: la esencialidad de lo visual y de la emoción experimentada. La
espesura de verdes sáuces de las orillas del Tajo; fa suave frescura d e
eterna primavera, d e las márgenes del Danubio, y la verde vega,
grande y espaciosa, de las riberas del Tormes.
Esta visión de Naturaleza, tanto en lo real como en lo literario,
está centrada en lo humano. No hay en ella el menor asomo de un
sentido cósmico trascendente. N o es una realidad aparte que ac-
túe sólo con su dulce halago sensorial. Tiene su vida; pero esa vi-
,da es esencialmente comunicación de lo humano. Así, todos los
elementos que constituyen su convencional cuadro de psisaje, par-
ticipan íntimamente de las secretas inquietudes del poeta. Serán,
no sólo testigos de sus íntimos secretos:
Los árboles presento
entre las duras peñas
por testigo d e cuanto os he encubierto,
,sino que incluso toda la Naturaleza hará suyo el dolor del poeta:
Con mi llorar las piedras enternecen
s u natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan;
las aves que me escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Por esto contínuamente les dirigirá la palabra, aunque con una
preferencia; las aguas de las fuentes y ríos serán sus íntimos confi-
dentes. Las primeras quejas de Nemoroso serán para las ~ c o r r i e n -
tes aguas, puras, cristalinas,. Albanio en la égloga segunda, habla-
rá también a las claras ondas de la fuente en que se mirará su pas-
tora y de una manera especial, en su despedida, tras las monfafiasy
verdes prados, se dirige a los corrientes rios, esptrmosos. N o olvidemos
cómo e1 poeta, en la soledad de su destierro, dialoga y confía sus
razones a las claras ondas del Danubio en cuyas aguas dejará morir
s u canción.
Es claro que conforme a esta proyección del sentir del poeta
sobre el paisaje, el goce de sus encantos se elevará con la alegría y
se anulará con la tristeza; sus sentidos se agudizarán hasta el ex-
tremo para percibir la emoción del paisaje de soledad, umbroso,
fresco y florido, cuando se siente correspondido en su amor:
Por tí el silencio de la selva umbrosa,
por tí la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por tí la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseada.
Y aunque también ante la Naturaleza quiere el poeta declarar
la independencia de su dolorido sentir, a pesar de su obstinación
ante las seducciones del paisaje, le penetrará lo suficiente como
para que le parezca estar en lugar escogido o rodeado de bienes.
Apesar de esta comunicación de la Naturaleza con el sentir del
poeta, nunca este paisaje tiende a espiritualizarse; es sólo el goce
sensorial refinado y matizado. Ni en el paisaje real y concreto re-
cuerdo del contemplado, ni en el ideal y literario que crea su año-
ranza de paz y serenidad, se rebasan nunca los límites de lo terre-
no, y decimos de lo terreno en el doble sentido de la palabra. El
poeta mira casi siempre hacia abajo; la verdura del valle, las flores,
las peñas, la corriente del río, y cuando levanta los ojos su vista se
detiene en las copas de los árboles y en los perfiles de los montes.
Rara vez se fija en las nubes y cuando es así son las nubes bajas y
corpóreas del atardecer. Si su pastor Albanio en la Egloga segun-
da queda tras la huída de la pastora Ieridido boca arriba, uria gran
piaa, «fijos los ojos en el alto cielo», ni le lleva a reflexionar ni le
produce la menor alteración. Es indudable qrre no se detienen sus
ojos en el cielo con esa fijeza que le vemos mirar la suave corrien-
te de las aguas del Tajo. Ni el sol, ni las estrellas ni la luna cuen-
tan como elementos activos de su paisaje. Será los efectos del sol,
la luz, el calor, pero no el astro como una realidad aislada; y aún
así, en general será lo preferido el sitio umbroso, sombrío, el pa-
rage como aquel de la Egloga tercera en el que 10s árboles entre-
lazados por la hiedra impiden que el sol halle paso por entre la
verdura. Por esto no es de extrañar que al hacer el recuento de
sus adjetivos de color sólo una vez aparezca el azul.
Si por el sentimiento ese se ha podido afirmar que la poesía de
Garcilaso es sencillamente humana, su visión de la Naturaleza con-
duce a la misma conclusión. Su paisaje es esencialmente un paisa-
je terreno y terrestre. Podríamos decir, empleando el término en
su significado más concreto y matemático, que no existe en él lo
supraterreno. De la misma manera su concepción del mundo so-
brenatural tiende a concretarse en los perfiles y colores de su pai-
saje idílico terrenal. Cuando su voz avivada por la doble e impo-
posible nostalgia de amor y de paz, se dirige a la amada muerta
pidiendo le libre de la esclavitud del vivir, no puede soñar otro
fondo de Naturaleza en que contemplarla eternamente que este
paisaje apacible, florido y sombrío:
Busquemos otro llano;
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos
sin miedo y sobresalto de perderte.
Como vemos, hasta su visión de lo sobrenataral se concreta
en el terreno y terrestre; una mansión que se pisa y se mide por los
pies de su Elisa.
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
Es lógico y expresivo que quien supo descubrir y penetrar la
Naturaleza de un contenido trascendente, llegara a crear un paisa-
je todo animación y vida; un paisaje que, al mismo tiempo que
nos sugiere y refleja todo un mundo sobrenatural, nos está hirien-
d o y calando como una viva realidad presente a través de todos
los sentidos. Lo visual, como todas las sensaciones, queda reduci-
d o a lo esencial; de ahí su poderosa eficacia. Pero lo percibimos
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