Transversalidad PDF
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Albert Serra
I. Introducción
Las administraciones públicas se organizan a partir de estructuras muy formalizadas, verticales y
definidas por sistemas técnicos especializados y complejos como la sanidad, el urbanismo, la
educación, la defensa y la seguridad, entre otros. No obstante, cada vez más a menudo aparecen
objetivos políticos y sociales, referencias territoriales o segmentos de población que fuerzan al sector
público a adoptar visiones, ópticas de trabajo o referencias estructurales en su intervención que no se
ajustan a las divisiones clásicas de la organización y que, en consecuencia, precisan nuevas respuestas
organizativas o nuevas formas de trabajo. A lo largo del tiempo se han generado instrumentos o diseños
organizativos que han permitido, con mayor o menor fortuna y casi siempre de forma insuficiente, dar
respuesta a estos nacientes retos organizativos.
Un rápido repaso de esos instrumentos o diseños permite identificar tres estadios de desarrollo
organizativo en las organizaciones públicas de nuestro entorno:
1. Incorporación en el ámbito público de modelos organizativos diferentes y complementarios de
la estructura vertical simple y de la configuración de la burocracia mecánica clásica del diseño
organizativo de las instituciones públicas. De acuerdo con el marco conceptual propuesto por
Mintzberg (1982), el sector público ha intentado incorporar a su diseño, en ocasiones con éxito, las
burocracias profesionales, las estructuras divisionales e, incluso, en algunos casos, las estructuras
adhocráticas.
2. Incorporación de elementos de articulación horizontal considerados imprescindibles para un
buen diseño organizativo ya desde la teoría clásica de la organización (Mintzberg, 1984), como
estructuras de carácter matricial y, de forma complementaria, dispositivos de enlace, instrumentos de
coordinación interdepartamental, grupos de trabajo y grupos de proyectos, comisiones sectoriales, etc.
De acuerdo con esta perspectiva se han introducido en la estrategia organizativa dos elementos que es
preciso resaltar: diseños e instrumentos organizativos múltiples y complejos, adecuados a las nuevas
exigencias de coordinación derivadas de las crecientes interdependencias, y diferenciación entre
instrumentos organizativos hard e instrumentos organizativos soft. Los primeros se orientan a asegurar
la estabilidad de la organización y el orden jerárquico; los segundos, a la gestión relacional y la
articulación horizontal.
3. Incorporación de la concepción del Estado relacional (Mendoza, 1996), que rompe con la
visión autárquica de la organización pública y abre la puerta a nuevas formas de participación
ciudadana y de cooperación entre los actores públicos, sociales y privados, que requieren una
adaptación organizativa y plantean la necesidad de lo que se dará en llamar la perspectiva transversal.
Por diferentes motivos, que intentaremos aclarar seguidamente, la estructura organizativa clásica,
en cualquiera de sus modalidades (burocracia maquinal, burocracia profesional, estructuras
departamentales y divisionales, sistemas matriciales, etc.), no es capaz de resolver el reto organizativo
que presentan, fundamentalmente, dos tipos de situaciones cada vez más prioritarias para la acción
pública:
1. La aparición de demandas sociales o políticas públicas que no forman parte de la misión o de
las competencias de una sola parte de la estructura orgánica vertical de la corporación, sino que
implican a toda la organización o a una parte significativa de ella.
(*) Versión revisada del documento presentado en el IX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de
la Administración Pública, celebrado en Madrid, España, del 2 al 5 de noviembre de 2004.
Publicado en la Revista del CLAD Reforma y Democracia. No. 32. (Jun. 2005). Caracas.
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Publicado en la Revista del CLAD Reforma y Democracia. No. 32. (Jun. 2005). Caracas.
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management y la coordinación técnica. Así, por ejemplo, cada vez parece más evidente que la
colaboración entre el sector sanitario y los servicios sociales es imprescindible para la adecuada gestión
de los servicios domiciliarios: una persona mayor que reciba dos, tres o cuatro servicios domiciliarios
no estará bien atendida si no existe una “integración técnica” en la gestión de estos servicios. Sin
embargo, este hecho no significa que se disponga de una política transversal de atención a la gente
mayor.
2. La transversalidad, como se ha apuntado más arriba, no debe confundirse con la coordinación
lateral o interdepartamental -aunque tengan alguna relación- y, mucho menos, con la integración
organizativa ordinaria, ya que esta coordinación e integración vertical no presuponen nuevos puntos de
vista ni nuevas líneas de objetivos disociados de los objetivos corporativos divisionales o sectoriales
asignados a los órganos verticales en que se estructura la organización. Precisamente, lo que es
específico de la transversalidad es la introducción de líneas de trabajo no asignadas ni asignables
verticalmente.
La promoción de la igualdad de género es, seguramente, el ejemplo más claro que se puede
aducir actualmente para explicar la especificidad de la transversalidad, ya que es la principal política
transversal pública existente, y también la más universal.
De hecho, el concepto de transversalidad, en su acepción más amplia, como instrumento de
implementación de políticas públicas, nació en Suecia a principios de la década de 1990 en el marco de
la articulación de la política de promoción de la igualdad de género, y se internacionalizó en la Cuarta
Conferencia sobre la Mujer de Naciones Unidas celebrada en Beijing en 1995 bajo la denominación de
gender mainstreaming (Swedish Government, 1999).
La política de igualdad de género se formalizó universalmente al erigirse en “corriente principal”
(mainstream) que debía impregnar y condicionar el resto de las políticas, cualquiera que fuese su
ámbito de actuación. Para poder asegurar ese objetivo surgió un nuevo reto organizativo: la necesidad
de dotarse de los instrumentos adecuados para conseguir que la acción pública de todas y cada una de
las organizaciones fuera coherente en su actuación en tres sentidos:
1. Que las políticas, en su implementación, no generen discriminación de género.
2. Que su actuación aporte elementos de promoción de una mayor y creciente igualdad de
género.
3. Que ambos objetivos se conviertan en objetivos adicionales para todos los sectores de
actuación y todas sus actividades.
La cuestión del género es especialmente transversal. Es difícil encontrar algún ámbito de la
sociedad o de la organización (Estado, comunidad autónoma, ayuntamiento...) donde no esté presente.
En ciertos casos, el tema abordado puede resultar menos transversal; en algunos ámbitos, incluso,
puede no tener sentido su implicación. Sin embargo, en general, es difícil señalar ámbitos concretos
(familia, vivienda, personas mayores, medio ambiente, jóvenes, inmigración, diversidad, etc.) donde no
exista esa implicación.
El término mainstreaming no es el único que puede vincularse al de transversalidad. De hecho,
uno de los problemas que plantea este último término es su traslación a la terminología anglosajona,
cuestión clave en el entorno de trabajo donde se inscribe su uso. En este sentido, debemos referirnos a
dos conceptos adicionales al término mainstreaming: cross-cutting y target group.
El término cross-cutting se utiliza habitualmente en la literatura anglosajona para describir,
gráficamente, la necesidad ineludible de observar y operar transversalmente en las organizaciones. Así
pues, es asimilable a nuestra transversalidad, aunque su uso abraza un abanico de aplicaciones más
amplio que el del término mainstreaming, netamente asociado a las políticas públicas.
Finalmente, el concepto de público objetivo (target group) se muestra como un enfoque que
opera en la misma dirección que la transversalidad entendida como “corriente principal”, aunque no
con el mismo sentido. Desde el punto de vista de sus destinatarios, las políticas públicas cruzan
inevitablemente toda la estructura orgánica habitual de las organizaciones, aunque ello no suponga
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necesariamente la incorporación de una nueva dimensión política, a diferencia de lo que ocurre con el
concepto de mainstreaming (igualdad de género, sostenibilidad medioambiental) o con los cross-
cutting issues. Mientras tanto, el enfoque centrado en el “sector de población” se orienta más a la
gestión de la relación y al establecimiento de prioridades poblacionales por parte de las instancias
políticas que al establecimiento de políticas diferenciadas de las sectoriales.
Esta breve excursión de carácter lingüístico-conceptual, en la que será preciso profundizar en otro
momento, permite esbozar un primer escenario de referencia integrado del tema que es objeto del
presente trabajo. A efectos prácticos, sin embargo, es preciso señalar que las implicaciones para la
gestión pública de los distintos enfoques se pueden integrar, en esta primera reflexión, ya que plantean
la misma problemática organizativa, esto es, cómo incorporar dimensiones distintas de las que articulan
la organización departamental pública a la gestión de las organizaciones públicas manteniendo la
coherencia organizativa y la operatividad.
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organizaciones, especialmente a las públicas, es que sean capaces de percibir esa multidimensionalidad
y de adecuar al máximo sus posibilidades de adaptación a la situación.
De hecho, la realidad no puede leerse transversalmente, sino de manera poliédrica. En
consecuencia, la organización deberá actuar en aquellas dimensiones o caras del poliedro que le
resulten más relevantes, y deberá hacerlo según sus capacidades. El enfoque transversal es una
alternativa limitada de la que dispone la organización para hacer frente a las múltiples facetas de la
realidad. A través de este enfoque sólo puede incorporar una nueva dimensión de esa realidad a las que
ya ha conseguido integrar, no sin dificultad, en su acción organizada. Además, deberá hacerlo
asegurando la preservación de la propia organización y su funcionalidad operativa. En definitiva, desde
la conciencia de la multidimensionalidad, deberá elegir para integrar las dimensiones que, en cada
momento, resulten prioritarias.
No es difícil contemplar la realidad como un poliedro de múltiples, casi infinitas, caras. En el
ámbito de las administraciones públicas esta naturaleza multidimensional de la realidad es fácilmente
perceptible. Si existe una visión poliédrica acompañada de capacidad para seleccionar los mainstreams
más relevantes y para abordarlos de forma adecuada, teniendo en cuenta las capacidades corporativas,
la gestión transversal puede convertirse en un buen instrumento para incorporar nuevas dimensiones a
la actuación de la organización sin fijar metas condenadas al fracaso.
En este sentido, la gestión transversal se muestra como un instrumento de apoyo al despliegue de
nuevos puntos de vista y nuevas capacidades de intervención sobre la realidad multidimensional, sin
aspiraciones de omnipotencia ni exhaustividad. Para hacerlo es necesario observar tantas facetas de la
realidad como sea posible y escoger aquellas que, en cada momento y para cada organización, sea
preciso convertir en corriente principal o mainstream de la estructura ordinaria y estable en la
corporación.
Con la conceptualización presentada sobre estas líneas se propone un elemento implícito que es
preciso formular de manera explícita. Para muchos autores, y a partir de una primera interpretación del
concepto de transversalidad o de mainstreaming, puede parecer que se trata de un concepto
interorganizativo; sin embargo, la transversalidad afecta a la propia organización, a otras
organizaciones con las que ésta se relaciona y, en última instancia, al conjunto de la sociedad. A
continuación se argumenta -como ya se ha apuntado anteriormente- que el concepto de transversalidad
se muestra como un instrumento intraorganizativo orientado a gestionar, en el seno de la organización,
un tema que no se contempla explícitamente en la estructura orgánica básica y que exige, para su
adecuado tratamiento, la implicación de todas las unidades verticales o de varias de ellas.
Así pues, la transversalidad se concibe como un instrumento organizativo interno, diferente de
otros que pueden precisar el adecuado tratamiento del mismo tema y que se utilizan de forma paralela.
La cooperación interadministrativa, la cooperación público-privada 2 , la participación ciudadana, las
alianzas estratégicas en todas sus formas, la estructuración y gestión de redes, etc. son instrumentos de
gestión organizativa tanto o más significativos que la transversalidad, pero diferentes de ella. La
política de promoción de la igualdad de género, probablemente, los necesita todos. El instrumento para
la implantación de esa política no es, exclusivamente, la transversalidad, ya que ésta se orienta a
asegurar la implicación del conjunto de la organización sin sustituir ni invalidar otros instrumentos de
trabajo complementarios e igualmente imprescindibles: participación ciudadana, legislación, autoridad,
cooperación público-privada, etc.
La gestión transversal, en definitiva, se propone como instrumento organizativo adecuado para
incorporar en el trabajo del conjunto de la organización o de una parte significativa de ella, el
tratamiento de las políticas, los problemas, los puntos de vista, los segmentos de población, etc. que
reflejan el carácter multidimensional de la realidad, sin eliminar ninguna de las dimensiones ya
incorporadas en su trabajo mediante la estructura orgánica básica.
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b) Objetos de trabajo
De esta reflexión se deriva una orientación que centra la atención de los órganos transversales en una
serie de objetos principales de trabajo, que se concretan en los siguientes puntos:
1. El conocimiento experto, profundo y global del tema asignado a la gestión transversal.
2. La recogida y el uso de información amplia sobre el tema, con especial atención a su situación
actual.
3. El establecimiento de objetivos estratégicos explícitos y cuantificados para la política
transversal correspondiente: por ejemplo, tasa actual de actividad femenina, objetivo que se pretende
conseguir y plazo fijado para alcanzar dicho objetivo.
4. La identificación de los puntos donde se sitúan, en el conjunto de la sociedad y de las propias
organizaciones públicas, las barreras que impiden alcanzar los objetivos.
5. La colaboración en el diseño de las estrategias y acciones sectoriales que deberán adoptar los
órganos verticales para conseguir los objetivos establecidos.
6. La relación continuada con las estructuras verticales pertinentes, asegurando una función
catalizadora entre la dimensión transversal y los sectores y la organización, y poniendo especial
atención en que la dimensión transversal no se apropie indebidamente del tema. Por definición, los
temas transversales incumben a todos.
7. La propia organización, transfiriéndole el máximo conocimiento que pueda asumir sobre la
orientación transversal trabajada y formando, en cuanto se considere oportuno, a sus profesionales.
8. El análisis de los impactos y la evolución de la situación social en cuanto al tema transversal
de que se trate, y el replanteamiento de las estrategias de actuación, cuando corresponda.
Estos objetos de trabajo excluyen la gestión operativa, pero exigen, para su adecuado tratamiento,
una relación continuada y estable entre los órganos verticales y los transversales. Se podría afirmar que
los órganos transversales no intervienen en las operaciones del día a día, pero, en cambio, evalúan,
junto con los órganos verticales, el quehacer diario y el impacto que genera esa acción continuada. En
ningún caso se puede confundir un órgano transversal con un simple “gabinete técnico” desvinculado
del proceso operativo.
c) Objetivos
Los principales objetivos que persigue la transversalidad -o gestión transversal- se derivan de su
vocación de acercar la organización, la corporación pública, a ciertos aspectos de las múltiples
dimensiones que presenta. Estas dimensiones son algunas de las que no forman parte de las limitadas
dimensiones de la realidad que las organizaciones, como producto social y humano, son capaces de
replicar en su estructura vertical.
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Ese objetivo genérico se refleja en una serie de objetivos que se pueden concretar, asumiendo de
antemano una limitación: la gestión transversal tampoco es la solución para conseguir que las
organizaciones puedan incorporar dimensiones infinitas e integrarlas en su estructura organizativa. Esto
significa que los temas transversales que se decida transformar en dimensiones estratégicas
estructuradas orgánicamente serán limitados, y deberán ser muy relevantes y, probablemente,
temporales. En el fondo, la transversalidad aspira a modificar de forma permanente los
comportamientos del conjunto de la organización incorporando nuevas visiones y nuevos valores.
De ese objetivo estratégico de la transversalidad se derivan otros objetivos complementarios:
1. Dar visibilidad interna y externa a las dimensiones no orgánicas (sectoriales, funcionales o
territoriales) que se consideren estratégicamente relevantes para la organización. El solo hecho de crear
una estructura transversal sobre un tema constituye un compromiso y un mensaje de prioridad claro y
significativo. También supone una oportunidad para desarrollar nuevas formulaciones políticas y
estratégicas, y para adecuar la actuación del conjunto de la organización a las nuevas visiones y
estrategias.
2. Reforzar la coherencia de la actuación corporativa con respecto a la dimensión transversal
incorporada. La mera existencia formal de una visión transversal, incluso al margen de la actuación que
despliegue, crea dinámicas horizontales que tienden a reforzar la coherencia global de la actuación de
la organización en ese ámbito, pues la mayor visibilidad del tema genera una mayor atención y
preocupación por parte de los órganos verticales.
3. Visualizar los agujeros negros o los vacíos intersticiales en el tratamiento global que la
organización está dando al tema transversal de que se trata. La decisión de abrir una línea transversal
puede perseguir, entre otras cosas, identificar la fractura que puede existir entre órganos sectoriales en
el tratamiento de una determinada materia.
4. Identificar el solapamiento intersectorial. La gestión transversal facilita la detección de ofertas
y actuaciones orientadas a los mismos destinatarios, las mismas necesidades y las mismas demandas.
Como se puede observar, los objetivos y, por tanto, la aportación de la transversalidad se
concretan, fundamentalmente, en dos aspectos:
- Centrar la atención de la organización en un tema e intensificar su actuación en relación con él.
- Mejorar la consistencia y la coherencia de la estrategia y la actuación de la organización en
cuanto al tema en cuestión.
Por el contrario, la transversalidad no aporta una mejora operativa o de los procedimientos, ya
que tal mejora sigue dependiendo de los órganos verticales. No obstante, puede provocarla por el hecho
de forzar la focalización en determinados aspectos de la actuación del conjunto de la organización.
V. La gestión de la transversalidad
La especificidad de la gestión transversal se deriva de su función y naturaleza, que, como se ha
explicado anteriormente, se orienta a reforzar determinados elementos del proceso de dirección política
y de gestión. Esta naturaleza específica debe ser tenida en cuenta por quienes asumen la
responsabilidad de liderar áreas o políticas de acción transversal. En la gestión de la transversalidad, la
función directiva se halla en el centro del éxito -y también del fracaso- de esas opciones políticas. Por
este motivo, la reflexión sobre la gestión de la transversalidad se plantea desde el punto de vista de la
función directiva y de gestión.
El directivo transversal, como cualquier otro directivo, necesita comprender la lógica de la
gestión operativa y de la gestión de recursos, así como de la organización. Asimismo, necesita dominar
los elementos del análisis, del diseño estratégico, de la gestión relacional, del management político y de
la evaluación. En la práctica, sus instrumentos básicos de trabajo son estos últimos; en cambio, utiliza
poco los instrumentos de gestión operativa, aunque será fundamental, si quiere tener algún éxito en su
relación con los órganos y con los directivos verticales, que entienda y comparta las dificultades y los
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retos de la gestión “dura” que estos asumen. El directivo transversal debe tener presentes tres
condicionantes básicos:
- Su relación con las unidades verticales, responsables de la gestión de la organización, no tiene
dimensión jerárquica. El directivo transversal no tiene autoridad operativa sobre los directivos
responsables de la ejecución de las políticas sectoriales.
- Se percibe como un directivo “privilegiado”, aunque su impresión personal, habitualmente, es
que se trata de un directivo “marginal” que tiene enormes dificultades para conseguir que la
organización asuma su aportación.
- Debe renunciar de buen grado a “fortalecer” competencial, económica y organizativamente su
área de mando, y, probablemente, deberá evitar centrar su actuación en la búsqueda de competencias y
recursos procedentes de los departamentos sectoriales.
Se puede concluir que la especificidad del trabajo transversal reside en el hecho de que pone el
acento en la función de liderazgo y en la aportación de conocimiento experto centrado en una visión
particular de la realidad social no contemplada, o no suficientemente integrada, en la estructura básica
de la organización. Estas tres orientaciones comportan el desarrollo de una serie de roles directivos
concretos, como los de facilitador, aportador, consensuador, integrador, portavoz, etc. En cambio, no
comportan desarrollar en demasía los papeles de gestor, mando, asignador de recursos..., si bien su
actuación influirá en el ejercicio de estos roles por parte de los directivos verticales.
Como ya se ha apuntado anteriormente, estas circunstancias centran el trabajo de los órganos
transversales en tres actividades principales y en el uso de determinados recursos.
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b) Los recursos
Los recursos del directivo y del trabajo transversal deben adecuarse a las actividades productivas que
les corresponde realizar. Lo primero que es preciso señalar es que se trata de recursos relativamente
poco costosos:
- Información.
- Capacidad de análisis.
- Capacidad de identificación de objetivos e influencia política para su adopción.
- Capacidad de formulación de estrategias.
- Capacidad de relación y de empatía.
- Apoyo político.
- Tiempo.
- Algunos recursos económicos y humanos.
Como puede verse, se trata, fundamentalmente, de recursos estructurados en torno a dos elementos:
conocimiento; y capacidad relacional, incluida en la capacidad de management político.
Así pues, los recursos económicos convencionales (presupuesto, personal, infraestructuras) tienen
relativamente poco peso en la gestión directa de la transversalidad. Obviamente, esto no tiene nada que
ver con que la aplicación de determinadas políticas transversales precise de considerables volúmenes
de recursos destinados a los órganos verticales, que serán sus administradores y gestores. De hecho, la
observación empírica parece apuntar a que los órganos transversales altamente consumidores y
acaparadores de recursos tienden a ser poco aceptados por sus partners verticales y, por tanto, tienen
pocas posibilidades de tener éxito en su función y misión.
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f) La financiación de la transversalidad
La transversalidad tiene un coste, derivado de dos fuentes, que la corporación debe asumir. Por una
parte, los órganos de gestión transversal y la tarea que desarrollan tienen un coste que es preciso
estimar correctamente. Una dotación inadecuada del trabajo transversal lo condena inevitablemente al
fracaso: si ese trabajo no puede producir lo que debe no será más que una fuente de molestias y
sobrecarga para la organización ordinaria sin ningún tipo de contrapartida. En cualquier caso, este coste
será necesariamente ínfimo (si se cumple el criterio de unidades transversales pequeñas y flexibles),
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comparado con el que se deriva de la principal fuente de coste, que no es otra que el despliegue o la
implantación de las políticas asociadas a la visión transversal incorporada por la corporación.
Cuando la corporación decide abrir una dimensión transversal nueva está formulando, implícita y
explícitamente, una prioridad remarcable. En consecuencia, no tendrá sentido tomar esta decisión si no
existe la voluntad de desplegar una política activa en este campo; de hecho, resulta claramente
contraproducente y contradictorio. Abrir un mainstream en relación con la gente mayor, la familia o la
sostenibilidad urbana tiene consecuencias presupuestarias que serán, sin duda, importantes. Ahora bien,
no poder asumirlas también será políticamente relevante.
La financiación de nuevas actuaciones derivadas de la priorización explícita de dimensiones de la
realidad que se considera que precisan una mayor atención pública puede proceder de tres fuentes:
- Incremento presupuestario neto.
- Incremento de la productividad de los recursos existentes.
- Reestructuración de la asignación actual de recursos.
Asimismo, la propia transversalidad puede aportar recursos (identificación de redundancias e
ineficiencias, generación de nuevas sinergias, etc.); de hecho, uno de los motivos para abrir una línea
de trabajo transversal puede ser precisamente ése.
Sustancialmente, la opción de la transversalidad no tiene sólo una lógica interna, sino, sobre todo,
una lógica social que se convertirá en una exigencia económica. Así pues, resulta oportuno plantearse
previamente cómo se va a afrontar esa exigencia y en qué dimensión.
En cualquier caso, no es recomendable lanzar una nueva visión transversal sin prever qué
estrategia económica y financiera la sostendrá después. La posibilidad de recurrir al incremento
presupuestario o a la búsqueda de productividades y sinergias puede ser un buen complemento, pero,
seguramente, será inevitable alterar el statu quo económico y reorientar alguna actividad actual para
poder financiar la nueva dimensión.
Eso no significa que las aportaciones racionalizadoras que pueden derivarse de la gestión
transversal deban menospreciarse. Sin embargo, será necesario evaluar su rendimiento con cautela
antes de abrir un nuevo frente de trabajo para con la sociedad.
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la eficacia, y en las que, al mismo tiempo, exista una mayor integración horizontal, en dimensiones de
gran relevancia social, que les permita obtener una visión poliédrica de la realidad más cercana a la
sociedad que deben gestionar.
Notas
1
Las dimensiones sectoriales-técnicas o productivas (urbanismo, ocupación, seguridad, sanidad,
educación...) han recibido habitualmente, en las organizaciones departamentalizadas, el impacto de
“políticas cruzadas” procedentes de las áreas o departamentos funcionales (recursos humanos, finanzas,
sistemas de información y comunicación, procedimiento administrativo...). Otro tanto ocurre en los
ámbitos territoriales respecto de las dos anteriores.
2
Partenariados público-privados (PPP).
3
Esta estructura no es exclusiva de los órganos transversales, ya que los órganos sectoriales
funcionales o territoriales también deben realizar estas tareas en su ámbito de actuación.
Bibliografía
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