La Población Indígena en América, 1492-1945
La Población Indígena en América, 1492-1945
La Población Indígena en América, 1492-1945
Presentación
El primer esbozo de lo que sería la presente obra lo realizó en España -en 1935-,
en la revista “Tierra Firme” con el ensayo “El Desarrollo de la Población Indígena
de América”.
La cifra que resulta de su trabajo -casi trece millones y medio de habitantes, con
un margen de error que estima no mayor del 20 por ciento- lo ubica dentro de la
corriente moderada o bajista; otros historiadores -corriente alcista- consideran
que la población de la América precolombina ascendía a 100 millones.
Obras:
• Lengua y cultura de Hispanoamérica: Tendencias actuales, 1933.
• La población indígena de América desde 1492 hasta la actualidad. Buenos
Aires: Institución Cultural Española, 1945.
• La población indígena y el mestizaje en América. Buenos Aires: Editorial
Nova, 1954. 2 v.
• El nombre de Venezuela. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1956.
• Buenas y malas palabras, 1960.
• El nombre de la Argentina, 1964 (Eudeba, Buenos Aires).
• La educación en Venezuela: voz de alerta. Caracas: Colegio de Humanistas
de Venezuela, 1964.
• El castellano de España y el castellano de América: unidad y diferenciación.
2ª ed. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1965.
• El pensamiento gramatical de Bello. Caracas: Ministerio de Educación,
1965.
• La población de América en 1492: viejos y nuevos cálculos. México: El
Colegio de México, 1967.
• Contactos interlinguísticos en el mundo hispánico: el español y las lenguas
indígenas (Universidad de Nimega, Países Bajos, 1967)
• El criterio de corrección lingüística: Unidad o pluralidad de normas en el
castellano de España y América, 1967.
• El futuro de nuestra lengua, 1967
• La primera visión de América y otros estudios. 2ª ed. Caracas: Ministerio de
Educación, 1969.
• Lengua literaria y lengua popular en América. Caracas: Universidad Central
de Venezuela, 1969.
• La lengua del «Quijote». Madrid: Editorial Gredos, 1971
• Nuestra lengua en ambos mundos. Madrid: Salvat Editores, 1971.
• Amadís de Gaula, versión modernizada, Buenos Aires, 1973.
• Actual nivelación léxica en el mundo hispánico, 1975.
• Los conquistadores y su lengua, 1977.
• Estudios sobre el habla de Venezuela: buenas y malas palabras. Caracas:
Monte Ávila, 1987-1989. 2 v.
• Estudios sobre el español de América. Caracas: Monte Ávila, 1990.
I. Introducción
“La lengua de los números — únicos jeroglíficos conservados entre los signos
del pensamiento — no tiene necesidad de interpretación. Hay algo de grave y
de profético en estos inventarios del género humano: todo el porvenir del Nuevo
Mundo parece inscrito en ellos”.
(Humboldt, Voyage aux régions équinoxiales, XI, 174-175).
El P. Las Casas había visto más de tres millones de ánimas en la Española (la
actual isla de Haití y Santo Domingo)1, cantidad que fray Tomás de Angulo
redujo a dos millones2, y el geógrafo López de Velasco3 a “más de un millón”.
El escritor alemán Albert Hüne4 calculaba que Cuba tenía en 1511, en el momento
de la conquista, un millón de habitantes, cantidad que otros autores reducen a
menos de 100.000. El historiador chileno Amunátegui 5 cree que la población del
antiguo Anáhuac no podía bajar de 10 a 12 millones, cálculo no muy exagerado si
se tiene en cuenta que al historiador mejicano Clavigero6 no le parecía inverosímil
la afirmación de que, a las fiestas de la consagración del gran templo de la ciudad
de Méjico, en 1486, habían acudido seis millones de indios. El cronista Gonzalo
Fernández de Oviedo7 afirma con insistencia que murieron dos millones de indios
en sólo una pequeña parte de la América Central, la gobernación de Castilla del
Oro y Nicaragua, en los dieciséis años de régimen de Pedrarias (1514-1530). La
población del imperio incaico, que algunos calcularon en 20 millones (según el P.
Las Casas los españoles mataron en el Perú más de cuatro millones de personas
en diez años) era, para el investigador peruano Larraburre y Unanue, de 10 a 12
millones de almas, y para el historiador Means de 16 a 32 millones 8.
Mucho más difícil aún es un cálculo de la población mestiza, y hay que resignarse
a cifras más o menos hipotéticas. En algunos países no se hace distinción entre
mestizo e indio: en otros — la mayoría — entre mestizo y blanco. Se ha llegado a
hablar en alguno de una raza mestiza como raza oficial, y hasta —con cierta
altisonancia — de una «raza cósmica». Las designaciones se entrecruzan en las
estadísticas y en el habla regional: mestizo llaman en Yucatán al indio, como en
casi todas partes llaman moreno al negro; en parte de Centroamérica el mestizo
se llama por lo común ladino, nombre que se aplica en otras regiones al indio que
sabe hablar español, y aun, en otras, al negro adaptado a la vida del país. El censo
limeño de 1931, por ejemplo, señala: «es corriente que los mestizos e indios se
anoten como blancos, los negros como morenos o trigueños, etcétera». Las
fronteras entre indio, mestizo y blanco o entre negro, mulato y blanco son muy
inestables, y el funcionario del censo tiene que resolver rápidamente por su cuenta
lo que pondría muchas veces en apuros a un antropólogo profesional. El criterio
cambia también de un país a otro. Alguien lo ha expresado con una fórmula, que
resume además una actitud: en los Estados Unidos es negro el que tiene una gota
de sangre negra; en la América latina es blanco el que tiene una gota de sangre
blanca. Las estadísticas reflejan, más que la realidad, el ideal de cada país o las
aspiraciones de sus habitantes.
Con todas estas reservas, y para tener una idea aproximada de la población actual,
con sus componentes étnicos fundamentales, hemos elaborado el cuadro de la
población americana en 1940 y en 1930. Muchas de las cifras tienen carácter
hipotético (lo indicamos en cada caso en el Apéndice I- N. de W.: No incluido en
esta digitalización), y nos hemos decidido a darlas por la necesidad de llenar las
lagunas y porque siempre pueden servir de guía, o al menos de estímulo para
rectificaciones o para cálculos más exactos. Veamos ahora los dos cuadros18:
1. LA POBLACIÓN AMERICANA EN 1940
I. Al norte de Méjico
Total de América en 1940 16.211.670 5,91 34.362.981 12,52 25.851.708 15.289.011 274.275.111
1 bis. LA POBLACIÓN AMERICANA EN 1930
I. Al norte de Méjico
Los lacandones de Méjico, que según don Manuel Gamio se contaban por millares
hace pocos años, no pasan hoy de 250, y por su aislamiento, su economía
miserable, su bajo nivel cultural y sus hábitos endogámicos están en franca
desaparición, igual que los indios seris, también de Méjico. Los cayapos del Brasil,
en número de cinco a seis mil en 1896, no pasaban de 1.500 a 2.000 en 1906, eran
apenas 50 en 1929 y actualmente han desaparecido, según Vellard. La tribu
marawa, del Amazonas meridional, contaba con 60 individuos en 1908 y con 12
en 1920, según el Padre Tastevin. Lo mismo se afirma de los caingang y carajás
del Brasil, de los motilones de Colombia, de los jíbaros de Ecuador, de los pilagás
del Chaco argentino. Fue análoga la suerte de los indios fueguinos y patagónicos:
de unos 3.000 yahganes en 1860, reducidos a unos 1.000 en 1884, cuando los
evangelizó el Padre Bridges, quedaban 100 en 1913, unos 60 en 1931 y unos 30 en
1939; de los onas, los afamados «patagones o gigantes» de las antiguas crónicas,
se calculaban, en 1891, 2.000 indios; Martín Gusinde los visitó en 1919 y encontró
279 supervivientes, de la tribu de los Selknam; al volver en 1931, sólo quedaban
84, que llevaban una vida miserable.19
Esas cifras son expresión fría de un proceso histórico. La conquista de Tierra del
Fuego, posterior a 1880, está llena de episodios luctuosos; un gobernador chileno
de Magallanes, en 1895, mandó a la isla Dawson un piquete, que sorprendió a los
indios alacalufes, exterminó a la mayor parte y llevó el resto a Punta Arenas,
donde los vendieron en subasta, como esclavos; un aventurero rumano, Popper,
buscador de oro, se dedicaba a cazar indios y hasta se hizo retratar en actitud de
cazarlos; se dice que en Ushuaia un capataz pagaba dos libras por cada oreja de
indio20; a principios de este siglo los colonos blancos, para vengar el robo de
ovejas, se dedicaron a una persecución sin cuartel y a una matanza sistemática de
indios; ha habido explorador que ha llegado a matar indios para enriquecer con
sus esqueletos los museos de Europa, y una familia ona fue embarcada a la fuerza
y llevada a Europa para exhibirla en jardines zoológicos. Estos episodios, que
abundan en relatos de misioneros católicos y protestantes, han encontrado su
expresión literaria en La Australia Argentina de Roberto J. Payró y en
Archipiélago de Ricardo Rojas.
El colono blanco no quería vecinos que pudieran robarle las ovejas o discutirle el
derecho de primer ocupante de las tierras. Así desapareció casi por completo el
indio patagónico. Y lo mismo pasó y sigue pasando en otras regiones del
continente. Cuenta Reclus que el gobernador mejicano de Chihuahua paso a
precio las cabezas de los indios salvajes: cien pesos la de hombre, cincuenta la de
mujer, veinticinco la de niño. Por aislados que puedan ser algunos episodios, y
aun admitiendo que en muchos casos los relatos son fruto de una imaginación
afiebrada y macabra, es un hecho indiscutible que en amplias zonas del continente
la desaparición del indio prosigue en nuestros días. A través de la selva ha
resonado la voz angustiosa de los indios (y de los mestizos) agonizando bajo el
régimen de trabajo de las caucherías. Aún hoy el indio del Perú y de otros países
entrega sus hijos a las familias de la ciudad, con la única condición de que los
mantengan. En Méjico, el país que más se ha distinguido por una política
indianista, la insurrección de los yaquis en 1926-1927, durante la presidencia del
general Obregón, motivó una campaña exterminadora que recuerda las de
Porfirio Díaz, del mismo modo que la represión de los levantamientos indígenas
del Ecuador, Perú y Bolivia. Frente a una política nacional indianista coexiste; casi
siempre una política regional o local antiindianista, o, por encima de toda política,
la arbitrariedad de las autoridades, de los particulares y de las empresas. En la
práctica sigue en vigor el viejo dicho: «el mejor indio es el indio muerto». 21
Así se repite hoy el proceso que condujo a la extinción de los indios de las Antillas
y del Uruguay, y que los desalojó, en toda América, en la hispano-portuguesa
como en la anglosajona, de las costas y de las regiones en que el suelo ofrecía
mayor rendimiento. Pero junto a esas cifras hay otras que presentan un panorama
diferente: los indios navajos de los Estados Unidos, que sumaban 12 a 13.000 en
1869, llegan a 21.000 en 1889, a 39.064 en 1930 y a cerca de 50.000 en 1940, y
en conjunto la población indígena de los Estados Unidos pasa de 332.397 almas
en 1930 a 394.280 en 1940; si volvemos a tomar en conjunto los cinco países
«indoamericanos», veremos que de 11,915.886 indios y 13.484.630 mestizos en
1930 han pasado a 13.145.464 indios y 15.742.171 mestizos en 1940; y si tomamos
en conjunto todo el continente, de 14.981.111 indios y 29.793.709 mestizos en
1930 hemos pasado a 16.211.670 indios y 34.362.981 mestizos. Aun sin asignar a
esas cifras extraordinaria exactitud, es evidente que puede hablarse, en números
absolutos, de un aumento de la población india en los últimos tiempos.
El actual movimiento indianista llega a más: proclama la capacidad del indio para
todas las actividades de la vida moderna. Es verdad que se señala en general su
indolencia, su falta de iniciativa, su degeneración por el alcohol o las
enfermedades; es verdad que se le encuentra muchas veces en un estado
intermedio entre el animal y el hombre. Pero eso es estado y no ser. Los estudios
modernos afirman la capacidad del indio: encuestas y «tests» sobre niños
indígenas indican una aptitud parangonable a la del blanco, quizá menor para la
abstracción mental, quizá mayor para el trabajo manual. Y en ello se basan los
esfuerzos actuales para educar al indio, para atraer al indio.
Los países nacientes de América procuraban hasta hace poco ignorar al indio y
borrar sus huellas de la vida nacional para aparecer como países de corte europeo.
El indio desaparecía, como una mancha del pasado, hasta de las estadísticas.
Ahora, en cambio, se exalta con orgullo el pasado indígena y se buscan en ese
pasado las raíces de una nueva nobleza y hasta de una nueva conciencia nacional.
Se proclama al indio como «el primer hijo de América», como «el hombre
olvidado de América». Y si antes el indio trataba muchas veces de pasar por
blanco, no es raro que hoy el blanco trate de pasar por indio.
Hay todavía más de un millón de indios en Méjico que no saben hablar español y
que usan lenguas propias como único medio de comunicación. Es decir, hay más
de un millón de mejicanos que no saben que son mejicanos. Pero esta cantidad
disminuye continuamente: había 1.960.306 en 1910; 1.820.844 en 1921; 1.185.162
en 193028. El problema indígena es en gran parte, problema de lengua. Más que
por la pureza de sus rasgos étnicos, un hombre es indio por su lengua, que es «la
sangre del espíritu». Si no habla más que su lengua, puede decirse que es un indio
puro, cualquiera que sea su porcentaje de sangre blanca. La medida de su
mestizamiento intelectual la da la medida en que se apropie la lengua europea. De
los 16 millones de indios de 1940 no hay seguramente 10 millones que manejen
las lenguas indígenas, y seguramente no alcanzan a 5 millones los que no hablan
más que esas lenguas29. Claro que hay además varios millones de mestizos, y
hasta de blancos, que hablan lenguas indígenas: en Asunción toda la gente culta
usa habitualmente el guaraní; en la sierra ecuatoriana y peruana mucha gente
blanca maneja el quechua en sus relaciones con los indios. Sería ilusorio creer por
eso en un triunfo de las lenguas americanas. Al hablar las lenguas indígenas los
blancos y los mestizos llevan a ellas elementos de disgregación lingüística. La
penetración del español, hasta en las regiones más apartadas, se produce a un
ritmo y con una profundidad que asombraban al geógrafo alemán Sapper, al
visitar los países centroamericanos con veinticinco años de intervalo. La
tendencia actual a enseñar en las escuelas rurales en español y en la lengua
indígena, iniciada con entusiasmo, y sin duda con eficacia, en Méjico, producirá
con toda seguridad—paradójicamente—un mejor aprendizaje del español. El
bilingüismo es la primera etapa en la extinción de una lengua indígena. El español
inunda el léxico, la morfología y hasta la sintaxis de las lenguas nativas30.
Penetración del español es penetración de la cultura occidental. Es, en el mejor
de los sentidos, mestizaje cultural y, de nuevo, desindianización.
I. América al norte de
Méjico
Incl. en Incl. en
Groenlandia 6.000 100 6.000
indios indios
II. Méjico,
Centroamérica y
Antillas
Incl. en
Méjico 3.700.000 54,48 1.230.000 18,12 1.860.000 27.40 6.800.000
mulatos.
Incl. en
Centroamérica 880.000 55,70 280.000 17,72 420.000 26,58 1.600.000
mulatos.
Total 4.580.000 40,85 1.992.000 17,76 1.960.000 17,48 2.681.000 23,91 11.243.000
Inglesa
20.000 8,36 8.965 3,75 190.421 79,53 20.000 8,36 239.386
Holandesa
Guayanas
En negros e
Francesa 701 4,05 1.035 5,98 15.579 89,97 17.315
incl.
Perú 1.400.000
Incl. en
1.130.000 46,16 465.000 19,00 853.000 34,84
mestizos.
Chile 1.100.000
Bolivia 1.000.000
320.000 13,55 Id. 742.000 31.41 1.716.000
Paraguay 100.000
Brasil 360.000 9,14 920.000 23,35 1.960.000 49,75 700.000 17,76 4.000.000
Total 3.631.301 30,96 2.357.000 20,10 2.228.000 18,48 3.571.000 30,46 11.819.701
Comparando las cifras de ese cuadro con las de 1940 se desprenden las siguientes
conclusiones:
Las cifras plantean varias cuestiones, que vamos a tratar en detalle. El aumento
de la población indígena ¿es una consecuencia del régimen independiente?
La realidad hispanoamericana del siglo XIX no coincide del todo con los
principios proclamados. El nuevo régimen no significó de ninguna manera la
liberación del indio. Su situación real no se puede juzgar a través de la legislación,
que no pasó muchas veces de ser una simple enunciación de ideales jurídicos 51.
¿No habían proclamado la libertad del indio las declaraciones de Isabel la Católica
y de Carlos V? ¿No habían abolido la encomienda y la servidumbre personal las
Leyes Nuevas de 1542?
El tributo abolido por Hidalgo en 1810 se pagaba todavía en Chiapas en 1824, en
monedas de plata o en especie52. El tributo abolido en el Perú por San Martín y
por Bolívar fue reemplazado, en vista de las necesidades del fisco, por una
contribución especial que debía pagar el indígena. Las disposiciones de Bolívar
no pudieron llevarse a la práctica, y en 1868 los decretos antiindigenistas del
presidente Melgarejo provocaron en el Perú una sublevación sangrienta. Todo el
siglo XIX transcurrió en el esfuerzo, a veces heroico, por acomodar la realidad a
los principios. Lo más frecuente fue el divorcio entre los principios y la realidad.
Más que por las proclamas y decretos, la política hispanoamericana del siglo XIX
se caracteriza por una nueva estructuración de la propiedad rural y la constitución
del latifundio. Enormes extensiones de tierra, que eran antes campos de caza, de
recolección o de producción agrícola extensiva y rudimentaria, pasaron a manos
de propietarios nuevos. Se disolvió paulatinamente la propiedad comunal: el ejido
de Méjico, el resguardo de Colombia, el aíllo del Perú. Las tierras de las
comunidades indígenas cayeron en gran parte en poder de los terratenientes,
usufructuarios de la Revolución. Los indios fueron desalojados violentamente o
se transformaron en peones, abrumados de trabajos y de deudas. En lugar de
corregidores tuvieron subprefectos, gobernadores y comisarios; en lugar de
encomenderos, tuvieron hacendados y gamonales. La época independiente ha
significado la incorporación a la vida económica de enormes zonas donde el indio
campaba a sus anchas. La empresa moderna ha llegado hasta el corazón mismo
de la selva en busca de oro, de petróleo, de caucho.
Dentro de este proceso no hubo más que dos posibilidades: la proletarización del
indio pacífico y el exterminio del indio bravo.
Este episodio no fue único en la historia mejicana del siglo XIX. Bajo el régimen
de Porfirio Díaz los indios yaquis de Sonora fueron reducidos a la esclavitud,
vendidos al precio de 65 dólares por cabeza y llevados a trabajar en las haciendas
de Yucatán. Al caer Porfirio Díaz, todo el país se conmovió con la penosísima
odisea de esos indios al regresar a sus montañas del norte55.
Ilustremos ahora la historia del indio en el siglo XIX con algunas cifras. La
Argentina contaba, a principios del siglo pasado, con una población indígena de
unas 200.000 almas, y el indio llegaba casi hasta las puertas de la ciudad de
Buenos Aires. Hoy apenas quedan unos 50.000 indios, relegados a las regiones
periféricas del país. Este resultado es obra del régimen independiente, y en «la
pacificación del desierto» pudieron el tirano Rosas y el general Roca adquirir
laureles militares y acrecentar sus timbres políticos 56. A esa pacificación ha
contribuido también el aluvión de inmigrantes europeos, que Ka desalojado de las
zonas agrícolas al indio y también, en parte, al mestizo.
En el Uruguay quedaban aún, a principios del siglo pasado, más de medio millar
de indios, resto de los charrúas que habían batallado indomables contra españoles
y portugueses, y que según Azara habían dado más trabajo que los ejércitos de los
aztecas y de los Incas57. Su extinción absoluta es consecuencia de una campaña
del ejército de la Revolución, en 1832, ordenada por el general Rivera a ruegos de
una junta de hacendados. Los últimos tres ejemplares de ese pueblo murieron en
Europa, después de haber satisfecho, en las ferias francesas, los intereses del
empresario y la curiosidad del público58. Lo cual no obsta para que los uruguayos
actuales se complazcan a menudo en llamarse charrúas.
De manera análoga, Chile ha arrojado a los indios hacia el sur del Bío-Bío, y otros
países — Perú, Ecuador — los han desalojado enteramente de las costas. Los
revolucionarios de Venezuela habían encontrado albergue entre los indios de los
Llanos en momentos de adversidad. ¿Y qué queda hoy de los indios del Orinoco?
Los otomacos, por ejemplo, tan afamados por su valor como por el hábito de
comer grandes cantidades de tierra, sobre todo en las épocas de escasez (el hecho
ha sido comprobado por todos los viajeros, entre ellos por Humboldt), eran
bastante numerosos en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando rivalizaban en
catequizarlos capuchinos y jesuitas. Su número se calculaba en 4.000; hoy
quedarán algunas familias dispersas59.
Europa tenía, hacia 1825, unos 200 millones de habitantes, y toda América unos
35 millones. En 1800 la población de los Estados Unidos y de Méjico era
aproximadamente la misma: algo más de 5 millones de habitantes. Un viajero
predecía que Méjico tendría, en 1913, 112 millones de habitantes y los Estados
Unidos 140 millones. Humboldt, no tan optimista, observaba que la población de
los Estados Unidos se había duplicado en 25 años y la de Méjico en menos de 45,
aun bajo el régimen colonial, y dice: «Sin entregarse uno a esperanzas demasiado
halagüeñas sobre el porvenir, se puede admitir que en menos de un siglo y medio
la población de América igualará a la de Europa». Hoy Europa tiene unos 500
millones, a pesar de sus guerras y de la enorme corriente migratoria hacia todas
las regiones del mundo (lo que Ratzel llamó «la europeización de la tierra»)64 y
América unos 270 millones. De este crecimiento americano corresponde una
proporción enorme a los Estados Unidos, que reúnen hoy más de la mitad de la
población del continente. Una gran parte del aumento norteamericano se debe a
la inmigración (de 1881 a 1890, por ejemplo, entraron 5.246.613 inmigrantes) 65.
Pero lo fundamental ha sido el crecimiento vegetativo. ¡Qué lejos está Méjico, en
cambio, de los generosos vaticinios del siglo pasado! En 1940 tenía 19 millones de
habitantes, frente a 131 millones de los Estados Unidos. También pronosticaba
Humboldt que Méjico superaría a Rusia, porque no había comparación posible
entre el fértil suelo de la Nueva España, productor de los vegetales más preciosos,
y las estériles llanuras del imperio moscovita, sepultadas bajo la nieve durante
seis meses del año»66. En 1940 las antes estériles llanuras del imperio moscovita
albergaban unos 190 millones de habitantes. ¿Hay que admitir entonces que en el
desarrollo demográfico de Méjico y de los demás países indoamericanos la
población indígena ha sido un peso muerto?
Año Habitantes
1800 24.550.000
1750 12.424.000
1650 13.111.000
Los cálculos de Willcox sobre mediados del siglo XVII se basan en una serie de
datos parciales recogidos por el geógrafo Schmieder75. Hoy, con materiales
mucho más cuantiosos, aunque, desde luego, siempre insuficientes, hemos
elaborado, con carácter hipotético y provisional, el siguiente cuadro de la
población americana hacia 165076:
3. POBLACIÓN DE AMÉRICA HACIA 1650
Población
Blancos Negros Mestizos Mulatos Indios
Total
Total de América hacia 1650 849.000 857.000 401.000 269.000 10.035.000 12.411.000
Tenemos, pues, hacia mediados del siglo XVII, una población de 10.035.000
indios dentro de una población americana de 12.411.000 habitantes. Se plantean,
ante todo, dos interrogantes: ¿Cómo es posible que, en la inmensa extensión del
continente, donde viven hoy 270 millones de hombres, no hubiera entonces más
que 12 millones? ¿Cómo se explica, además, esa disminución de 1.400.000 indios
desde 1650 hasta 1825, en casi dos siglos, en un período en que la población total
del continente casi se ha triplicado? Analicemos rápidamente ambas cuestiones.
El viejo sistema del repartimiento, que tan malos frutos había dado en las Antillas,
se había modificado bastante en el proceso de adaptación a las nuevas ideas
jurídicas de España y a las condiciones americanas88. Se había llegado a prohibir,
en general, el reparto de indios con servicio personal, antiguo trofeo de la
conquista, aunque circunstancialmente se aplicó en muchas regiones contra las
disposiciones legales89. El que tenía una cantidad de indios en encomienda o bien
el rey, recibía del indio el pago de un tributo: en general un peso y media fanega
de maíz al año por cada indio de dieciocho a cincuenta años; a veces el monto del
tributo lo tasaban a su arbitrio las autoridades locales. La encomienda se había
transformado, pues, en un medio de recaudación en beneficio de particulares o
de la corona. En 1631, por ejemplo, las encomiendas de particulares de toda la
América española tributaban la cantidad de 871.000 ducados90, que se cobraban
en dinero, en especie o bajo la forma de trabajo personal. La corona empezó poco
a poco a absorber las encomiendas de particulares, hasta que las abolió por Real
Cédula del 12 de julio de 1720; en Chile se restablecieron en 1724 y fueron abolidas
definitivamente en 1789. Supervivencias de la encomienda quedaron, sin
embargo, hasta las postrimerías del régimen colonial. La administración empezó
a vender las tierras. De las formas señoriales el indio fue pasando al régimen de
la propiedad privada.
Los testimonios sobre la práctica de la mita son divergentes. Por un lado, hablan
de miles de indios reclutados militarmente, que abandonan sus tierras y marchan,
con sus mujeres y sus hijos, con su ganado y sus provisiones, a través de
centenares de quilómetros, para ir a trabajar medio año en las minas, en
condiciones que no les permitían el regreso y los obligaban a continuar el trabajo
para poder vivir. Y así don Diego de Luna, hacia 1630, en un memorial dirigido a
Su Majestad91, afirma que sólo quedaba un tercio de los indios apartados por el
virrey Toledo para trabajar en las minas de mercurio de Huancavelica y que la
mita amenazaba con la extinción total de los indios. Por el otro lado testimonios
de una mita bienhechora, que en el servicio doméstico duraba de ocho a quince
días, que ofrecía salarios razonables, aun durante el viaje de ida y vuelta, y que se
desenvolvía en condiciones de trabajo mejores que las europeas de la época.
Sin embargo, por sombríos que sean los colores con que se pinte la mita y las
condiciones de trabajo del régimen colonial, por abusivos que imaginemos a los
corregidores, por violenta que haya sido la represión de las sublevaciones y de las
incursiones indígenas, por frecuentes que hayan sido las epidemias y los períodos
de hambre, ello no explica por sí solo esa disminución de casi un millón y medio
de indios. Un enorme continente como el americano ofrece, para todos esos
factores, como hemos visto en el estudio del siglo XIX, un amplio margen de
nivelación. Por otra parte, la mita no abarcaba — así rezan las ordenanzas — más
que 1/7 de los indios del Perú, 1/4 en la Nueva España, 1/3 en Chile, 1/12 en el
Paraguay, Tucumán y Río de la Plata. Las minas, a las que se ha atribuido gran
parte de la obra exterminadora (alguien ha llegado a calcular que han muerto
8.285.000 indios en las minas peruanas) 102 ocupaban relativamente muy pocos
indios: la mita del «maldito Cerro de Potosí» oscilaba, desde 1583 hasta 1633,
entre 4.000 y 4.500 indios (en 1688 se redujo a 1.674); en la época de Humboldt
no llegaba a 30.000 el número de personas que trabajaban en las explotaciones
mineras de todo el reino de la Nueva España, es decir, menos de 1/200 de la
población total103. Además, la mita no existía en la Nueva España en la época de
Humboldt y el indio no trabajaba en las minas si no le convenía. Antonio de Ulloa,
que había estado en el Perú y que no ha idealizado de ningún modo las excelencias
del régimen, decía en sus Noticias americanas, publicadas en 1772: «El
aguardiente mata cada año cincuenta veces más indios que las minas». A pesar de
la minería, la economía mejicana y la economía peruana eran fundamentalmente
agrícolas. Y hay un hecho evidente: en las postrimerías del régimen colonial las
comunidades indígenas, casi intactas, conservaban sus tierras.
Además, junto a los factores destructivos, que respondían al juego natural de las
fuerzas económicas, el régimen se esforzó, por imperativos naturales de
subsistencia, en estimular el crecimiento de la población. Las misiones mejoraron
sin duda la situación material de los indios, y en la región del Río de la Plata las
misiones jesuíticas llegaron a reunir alrededor de 100.000 indios durante un siglo
y medio (1610-1768). Las autoridades peninsulares y americanas veían con
angustia la disminución de los indios, y al anhelo de conservarlos respondía la
legislación, muchas veces tutelar. Las medidas profilácticas y sanitarias
amortiguaron a veces la mortalidad de las epidemias, y ya en las postrimerías de
la colonia, en 1804, llegaron a América las comisiones reales encargadas de
introducir la vacuna. El régimen colonial introdujo, además, nuevos
procedimientos agrícolas y nuevos productos (desde el segundo viaje de Colón),
destinados a revolucionar la agricultura del Nuevo Mundo: trigo, cebada, arroz,
caña de azúcar, vid, olivo, lino, naranja, etcétera. Además, el ganado vacuno,
lanar, porcino y caballar y las aves domésticas de Europa, que proliferaron
extraordinariamente (ya en los siglos XVII y XVIII había ganado salvaje
abundante en algunas regiones), proporcionaron nuevos medios de subsistencia
y fueron con el tiempo la base de nuevas industrias y de nueva riqueza, con el
consiguiente desarrollo demográfico. Aunque el cambio en el régimen alimenticio
produjo algunos trastornos iniciales (los indios se quejaban de que las comidas
calientes y el exceso de carne acortaban la duración de la vida), la población se fue
adaptando en gran parte. Ya en los documentos de los siglos XVI y XVII es
frecuente encontrar noticias de caciques dueños de tierras y de ganado. Y hemos
visto que Humboldt, que registraba el grado de barbarie, abyección y miseria del
indio americano a fines del siglo XVIII, decía que la población indígena de Méjico
no había cesado de aumentar en el último siglo.
Nada más falso que una imagen rectilínea del crecimiento de los pueblos, Se ha
querido estudiar el desarrollo de la colectividad humana como el de los hongos en
un medio de cultivo, pero los pueblos crecen de manera irregular, con períodos
de estancamiento y de retroceso. En América, en el curso de los últimos siglos, se
extinguieron, sin dejar rastros, pueblos antes florecientes; otros, en cambio,
transformados de nómades en agricultores, alcanzan hoy un desarrollo que nunca
tuvieron. Hemos visto que, a pesar de todos los factores destructivos, la población
indígena ha aumentado en el siglo XIX y sigue aumentando en la actualidad. Los
hechos catastróficos no son por sí solos una causa de descenso demográfico. La
población del mundo, que se calcula hoy en algo más de 2.000 millones de
habitantes, ¿no ha aumentado en unos 500 millones desde 1914? El crecimiento
vertiginoso de la población es un fenómeno moderno, ligado al desarrollo de la
riqueza, a la expansión comercial e industrial y al surgimiento de grandes centros
urbanos. En los siglos XVII y XVIII las condiciones eran muy distintas. Willcox,
que calculaba la población total de América, en 1650, en 13.111.000 habitantes,
cree que un siglo después, en 1750, sólo llegaba a 12.424.000; en 1825 esa
población ascendía a unos 35 millones. La misma población europea ha tenido un
ritmo lento en ese período: Willcox calcula 100 millones de habitantes para 1650
y 140 millones para 1750, o sea un aumento anual medio de 400.000. De 1750 a
1800 se calcula, en cambio, un aumento anual medio de 940.000 habitantes104.
Veamos en especial el desarrollo de la población de España.
Las voces sobre la despoblación de la Península se hacen oír en los siglos XVII y
XVIII con el mismo tono angustioso que en los memoriales enviados desde
América105. A fines del siglo XV (censo de los Reyes Católicos) se calculaban unos
10 millones de habitantes; hacia 1594, ocho millones; hacia 1610, siete millones y
medio, y, de nuevo, en la época de Carlos III (censo de 1787) 10.409.8791 106
¿Cómo se explican las oscilaciones? No basta la expulsión de judíos y moriscos, ni
la emigración a América107, ni las guerras, ni la carestía de la vida y los impuestos,
ni otros hechos episódicos o externos. Es indudable que ésos fueron factores de
disminución, pero ¿por qué no los compensó y superó la vida española? Un pueblo
dotado de condiciones biológicas de supervivencia presenta históricamente,
según esté animado o no de un impulso de expansión vital, épocas de proliferación
y de estancamiento. El crecimiento o el retroceso demográfico son índices de
prosperidad o de decadencia (sólo episódicamente se deben a causas catastróficas
como guerras, epidemias, etc.). Decadencia y despoblación tienen la misma causa.
Decadencia es factor de despoblación y despoblación es factor de decadencia. La
disminución de la población indígena de América desde 1650 hasta 1825 ¿no será,
como las oscilaciones de la población peninsular, un signo más de la decadencia
de España?
Como empresa económica las Indias ya no eran lo que habían sido. El Inca
Garcilaso podía, a principios del siglo XVII, enorgullecerse de que el Perú había
enriquecido a España y a todo el Viejo Mundo: «Es cosa cierta y notoria — dice —
que dentro de pocos días que la armada del Perú entra en Sevilla, suena su voz
hasta las últimas provincias del viejo orbe; porque como el trato y contrato de los
hombres se comunique y pase de una provincia a otra y de un reino a otro, y todo
esté colgado de la esperanza del dinero, y aquel Imperio sea un mar de oro y plata,
llegan sus crescientes a bañar y llenar de contento y riquezas a todas las naciones
del mundo»108. Se calcula que entre 1590 y 1600 el producto neto de la
explotación española del Nuevo Mundo llegó a siete millones de pesos anuales.
En 1651 bajó a un millón de pesos109.
Sobre esta época, que representa el momento culminante del imperio colonial
español, abunda la documentación impresa e inédita. Tomaremos como base de
nuestros cálculos los datos de la Geografía de López de Velasco (1571-1574), que
complementaremos con noticias de otras fuentes110.
Pueblos Negros,
Población Indios Población Población
de Vecinos Mestizos
blanca tributarios indígena Total
Blancos y Mulatos
Total de América hacia 1570 194 25.704 140.000 262.500 1.873.370 10.827.150 11.229.650
Las causas que se dan son en todas partes las mismas: las formas de trabajo, el
régimen de las encomiendas, los abusos y arbitrariedades, las guerras entre las
tribus o contra los españoles y, sobre todo, las epidemias, los temidos cocolistes,
como las llamaban en Méjico (del mejicano cocoliztli)125. Si esas cifras hubieran
sido aproximadas, no habría quedado efectivamente ni un solo indio en pocos
años. Hay que admitir que la realidad americana era mucho más compleja que la
imagen que nos proporcionan.
De todos modos, dentro de su exageración testimonian un hecho: en general el
indio era reacio a la obra colonizadora y abandonaba con frecuencia las ciudades,
las aldeas y las reducciones; tribus indígenas que poblaban las costas o regiones
del interior se replegaban hacia zonas más inaccesibles — como pasa aún hoy —
ante la proximidad de las nuevas poblaciones y del engranaje colonizador. “Hacen
y deshacen sus casas con poco trabajo” — dice un informe mejicano de 1532 126.
La colonización representó el surgimiento repentino de miles de nuevos centros
poblados, a veces superpuestos a los antiguos, a muy distantes, con escasa
población española y abundante población india; significó la reagrupación de la
población indígena del continente y su incorporación a formas nuevas de vida y
de trabajo. Desaparecían unas ciudades y aparecían otras, animadas de nuevo
impulso. Se despoblaban unas regiones para poblarse otras, más ricas o más
explotables. El proceso es de todos los tiempos, más rápido y visible, desde luego,
en los períodos de conquista y colonización. Más que de una extinción a ritmo
vertiginoso, se trataba en unos casos de desplazamiento de pueblos ante las
nuevas necesidades; en otros la continuación, ante el avance del blanco, del viejo
proceso migratorio, tan animado en la América precolombina.
De ningún período abundan tanto los memoriales, los informes, las relaciones
históricas y geográficas, los recuentos estadísticos. Era la época de Felipe II. «el
rey papelero». La corona, para responder a las crecientes necesidades de la
colonización, quería salvaguardar la población indígena. Necesidades cristianas y
humanitarias se unían sin duda a la necesidad de mano de obra. El encomendero
debía tener interés en conservar la vida de los indios, sus indios. Y ese interés se
extendía a las autoridades, que debían percibir el tributo de las encomiendas
reales. A principios del siglo XVII, en tiempos del virrey Montesclaros — según
Coroléu —, se oía decir a los descendientes de los conquistadores: “más quisiera
descubrir aumento de indios que minas de oro y plata”128.
Las fuerzas destructivas fueron sin duda grandes. La colonización fue en general
negativa para el desarrollo de la población indígena, al menos en las primeras
generaciones. Cronistas y misioneros se han detenido en el relato de los hechos
de violencia, de terror y de crueldad, en las arbitrariedades e injusticias. Con esos
elementos, acumulados pacientemente, ha habido autores que han elaborado una
historia macabra de la colonización. Tarea fácil, pero que da una imagen inexacta,
por incompleta. Esos cronistas y esos misioneros que describieron con tanto
patetismo los horrores de la conquista y de la colonización y se convirtieron en
campeones de la población indígena representan también una actitud frente al
indio, representan otra de las formas del contacto entre el blanco y el indio. El
instinto moral y humano del español, que se manifestó en una legislación
ejemplar, en la proclamación de la libertad del indio, en el frecuente matrimonio
legal con mujeres indias y en la incorporación de los mestizos a la sociedad, ha de
haber tenido también su repercusión en la suerte de la población indígena. Las
fuerzas destructivas, sin duda muy grandes, estuvieron compensadas — como en
todas las épocas de la historia americana, como en todas las épocas de la historia
humana — por factores constructivos. La colonización no fue, de ninguna manera,
sólo obra negativa para la población indígena.
Corresponde a esta época la obra del virrey Toledo en el Perú. Las ordenanzas del
virrey Toledo, al que se le llamó el Solón del Perú, reunieron a los indios en
poblaciones, los defendieron contra las arbitrariedades de los encomenderos,
organizaron las comunidades indígenas sobre la base del respeto a la propiedad
del indio y a sus propias autoridades e instituciones, y reglamentaron el trabajo
en las minas. El entrecruzamiento de lo positivo y lo negativo en la obra
colonizadora lo expresó don Rafael Altamira del modo siguiente vez, luchando
entre sí o buscando su mejor armonía, la tendencia utilitaria a explotar al inferior
y el sentimiento de igualdad jurídica, que venció en las clases superiores
intelectualmente, pero que fue tantas veces vencido en la realidad inaccesible a la
acción del Estado o poco permeable a ella”129.
¿Es posible que en tan poco tiempo se hubiese alterado hasta ese punto la
fisonomía del Nuevo Mundo? En 1570 estamos al día siguiente de la conquista.
Aunque el primer viaje de Colón fue en 1492, la conquista se hizo por etapas:
Puerto Rico y Jamaica en 1509; Cuba en 1511; Méjico en 1521; El Salvador en 1523-
1524; Santa Marta (Colombia) en 1525; Venezuela (la costa de Tierra Firme) en
1527; Guatemala en 1528; Perú en 1532; Chile en 1536-1541: el Río de la Plata en
la segunda mitad del XVI y el interior de Venezuela a mediados del siglo XVIII.
La empresa militar de la conquista había terminado, pero la mayor parte del
continente apenas había entrado en contacto con el blanco.
Puede afirmarse que hacia 1570 la población indígena del continente no pasaba
de 11 millones. ¿Pudo haber sido mucho mayor en el momento de la llegada de
Colón?
VI. La población indígena en 1492
1° Cuando Fray Toribio de Benavente o Motolinia dice que en Méjico los padres
franciscanos bautizaron, de 1521 a 1536, cerca de cinco millones de indios (según
Pedro Fernández de Ouirós, en 1609, 16 millones; según Fray Buenaventura
Salinas, en 1631, más de 18 millones; según Juan Diez de la Calle, en 1657, 43
millones) trata indudablemente de exaltar la obra evangelizadora de la Orden 132.
2° Cuando Hernán Cortés, en carta a Carlos V, describe una lucha contra más de
149.000 tlascaltecas «que cubrían toda la tierra» (el número tiene apariencias de
precisión), trata sin duda de destacar el valor temerario de los 400 soldados que
le acompañan y su maestría de capitán133.
3° Cuando el historiador mejicano Clavigero cree verosímil que hayan acudido
seis millones de indios a las fiestas de inauguración del templo de la ciudad de
Méjico en 1486, se deja llevar, sin duda, por la tendencia, bastante general, a
engrandecer el pasado indígena134.
4° Cuando Fray Juan de Zumárraga, en 1531, dice que sólo en la ciudad de Méjico
sacrificaban a los ídolos más de 20.000 víctimas al año, o Fray Juan de
Torquemada dice que en todo el país inmolaban 72.244 víctimas por año, cifra
que otros hacen ascender a 100.000, se hacen expresión del horror que produjo a
los españoles esta manifestación del culto azteca y tratan sin duda, de justificar la
destrucción de los templos y la conquista misma135.
Esas cifras tienen sin duda un valor histórico, aunque no, desde luego, un valor
estadístico. ¿Hay acaso cifras de otro género? Evidentemente sí. Cuando se aparta
uno de las polémicas político-religiosas, debidas a veces a rivalidades entre las
órdenes, a conflictos entre el poder eclesiástico y el temporal o a rencillas y
rivalidades entre los mismos capitanes y gobernadores, se encuentran
abundantes elementos que se prestan para un cálculo aproximado:
empadronamientos parciales, repartimientos de indios realizados al día siguiente
de la conquista, y a veces también la magnitud de los ejércitos. Con ayuda de estos
elementos, tomando en cuenta el desarrollo histórico y analizando los medios de
vida de las poblaciones precolombinas y los restos de sus culturas, hemos
elaborado el cuadro que damos a continuación137:
5. POBLACIÓN DE AMÉRICA HACIA 1492
Según nuestros cálculos, desde 1492 hasta 1570 se ha producido una disminución
de 2.557.850 indios, balance negativo del primer período de contacto del blanco
y el indio en toda la amplitud del continente. ¿A qué se debe que se haya hablado
de la extinción de decenas de millones de indios? Sería pueril explicarlo
simplemente por la fabricación deliberada de una leyenda negra. Por una parte se
ha creído en una grandeza legendaria de América; por otra se ha generalizado a
todo el continente el proceso de extinción cumplido en las Antillas y se han
tomado los hechos aislados — el proceso que hemos llamado periférico — como
índice de una evolución general.
Es un hecho comprobado repetidas veces que los primeros viajeros que se han
puesto en contacto con un país exótico han exagerado considerablemente su
población, en muchos casos hasta decuplicarla. Es lo que pasó con Groenlandia,
con Tahití y las islas Sandwich, con Marruecos y el África Occidental. Es lo que
pasó también con las Antillas. El navegante, propenso siempre a descubrir
grandezas, calcula la población total por las gentes que sus barcos atraen a la costa
o generaliza a todo el país la densidad de población del punto hospitalario donde
desembarca141.
La Española fue por unos años el Dorado americano. Colón, sugestionado por su
propio descubrimiento, o calculando sus frases con frialdad de propagandista,
había visto en ella un puerto hondo «para cuantas naos hay en la Cristiandad»,
un río en el que cabían «cuantos navíos hay en España», y hasta montañas «que
no las hay más altas en el mundo»142. La Española era el Ofir de las Sagradas
Escrituras. Pero la realidad fue algo distinta. El segundo viaje de Colón— 17 naves,
1.500 hombres — debía iniciar la gran empresa colonizadora. Años después
apenas quedaban más que recuerdos fatídicos: por las ruinas de la Isabela, la
primera colonia, vagaban, según la leyenda, los espectros blasfemantes de los que
habían muerto de hambre. El Nuevo Mundo no era aún capaz de alimentar a 1.500
europeos. Hubo que expedir urgentemente barcos a España en busca de víveres.
Hubo que desistir de expediciones iniciadas, por miedo a morir de hambre en el
trayecto.
Sin embargo, la isla, fuera de las cordilleras casi inaccesibles, de las depresiones
áridas y de los bosques espinosos, era de una fertilidad extraordinaria, «un
verdadero Paraíso arahuaco», como dice Sven Lovén en su estudio de la
agricultura de los tainos143. Los indios vivían fundamentalmente de los productos
del suelo y cultivaban de manera intensiva la yuca o mandioca, la batata, el aje, el
maíz, los frijoles o porotos, la yautía, el lerén, etcétera. Tenían, además, gran
riqueza de árboles frutales, silvestres y de huerta. Pero el único instrumento
agrícola era la coa, una especie de azada de madera: «unos palos tostados que
usan por azada», según la definición del P. Las Casas. La base de la alimentación
era el pan de yuca, el famoso cazabe antillano. La cultura taina, que dominaba en
la isla, una rama de la cultura arahuaca del continente, se encontraba aún en la
edad de piedra y no había alcanzado un grado avanzado de agregación social, la
única base para la existencia de poblaciones densas. La isla estaba dividida en una
serie de cacicatos independientes (cinco al menos, «los cinco reinos» del P. Las
Casas) y no presentaba más que pequeñas aldeas de bohíos y caneyes 144. Una
población de 100.000 habitantes nos parece lo máximo que podía haber
sustentado la isla en 1494, cuando se inició el choque con el blanco, y es también
lo máximo que permiten suponer los 60.000 habitantes con que contaba, según
parece, en 1508 y los 30.000 de 1514145.
Colón había creído luchar con 100.000 indios en la Vega Real, había creído que
la isla era tan grande como Portugal, aunque con el doble de población, y que con
los indios había «para hinchar a Castilla y a Portugal, y a Aragón, y a Italia, a
Sicilia, e las islas de Portugal y de Aragón, y las Canarias». ¿Qué tenía de extraño
que Las Casas, que había visto 25.000 ríos riquísimos de oro sólo en la Vega de
Magua, hubiera visto también tres o cuatro millones de indios en la isla?
Esta misión debía recaer sobre los indios. Prosiguió la campaña (la caza del indio)
hasta lo más intrincado de los bosques. Se les esclavizó, se les marcó a fuego en la
frente, como a los negros (la prohibición de herrar a los indios es del 13 de enero
de 1532), y aun se inició el envío de cargamentos de indios esclavos para ser
vendidos en la Península, hasta que lo prohibió la reina Isabel 149. Los primeros
años transcurrieron en luchas contra los indios y disensiones entre los españoles.
Hasta 1500 la empresa era un fracaso. Símbolo de ese fracaso, Colón volvió a
España con grillos en las manos y cargado de cadenas.
Las instrucciones de 1501 y de 1503 a Ovando, y la Real Cédula del 20 de
diciembre de 1503, especificaban la libertad del indio, pero también el derecho de
compelerlo, mediante salario, para el trabajo en las minas o en los edificios, y para
la labranza y granjería. En ese compeler está el destino de la población indígena,
porque el indio rehuía el trabajo, y su rebeldía era ya motivo de justa guerra, y por
lo tanto de esclavitud. Las instrucciones de 1503 establecían, además, que debía
juntárseles «para ser doctrinados, como personas libres que son, y no como
siervos». Desde 1502 surgieron ciudades y comenzó la explotación intensiva. A
cada colono se le concedió una cantidad de indios, a veces cincuenta, a veces
ciento (a los oficiales del Rey mucho más). Los indios repartidos trabajaban a la
fuerza en la construcción de edificios, en la agricultura, en las minas. Era preciso
alternar la vigilancia del trabajo con cruentas expediciones punitivas y con la caza
constante de indios. La Reina Isabel murió en 1504. En el codicilo de su
testamento suplicaba al Rey, y encargaba y mandaba a su hija la Princesa, y al
Príncipe, su yerno, que procuraran atraer e instruir a los indios en la fe católica y
mandaran «que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido
lo remedien»150. En 1508 quedaban, según parece, unos 60.000 indios.
El negro agravó la situación del indio aun desde otro punto de vista: las epidemias.
A las enfermedades introducidas por el blanco, para las que el indio carecía de
inmunidad (epidemias exterminadoras de sarampión o de viruelas), vinieron a
agregarse las enfermedades africanas. Se ha dicho que la caballería invisible de
los microbios ha hecho en toda conquista más víctimas que las armas. El
antropólogo alemán Waitz ha llegado a atribuir a las viruelas el exterminio de la
mitad de la población indígena de América. En diciembre de 1518, cuando los
indios de la Española iban a abandonar las minas para ir a sus pueblos, los treinta
pueblos en donde los Padres Jerónimos esperaban que se harían buenos
cristianos y podrían procrear, «ha placido a Nuestro Señor — dicen los Padres —
de dar una pestilencia de viruelas que no cesa, e en la que se han muerto e mueren
hasta el presente [10 de enero de 1519] casi la tercera parte de los dichos indios».
Los oficiales y oidores reales, en carta al rey, calculaban el 20 de mayo de 1519 que
de esa pestilencia había muerto más de la mitad de los indios.
Con todo, por más discutibles que sean los números, parece evidente que el
contacto violento o pacífico, las epidemias, las guerras, la migración de pueblos a
consecuencia de la conquista, el nuevo régimen de trabajo y de vida, y aun las
arbitrariedades y abusos de autoridades y encomenderos, repercutieron
desfavorablemente en el desarrollo de la población indígena en el siglo XVI. Pero
ya hemos visto que ese contacto no fue simultáneo en todas partes, y hemos visto
también, a través de cuatro siglos de historia indígena, que aun en las condiciones
más desfavorables una población concentrada en núcleos densos, manteniendo
casi intactas su cultura, su familia, su organización social, puede rehacerse
después de la hecatombe inicial. George Kubler, que ha estudiado detenidamente
el movimiento de la población mejicana en el siglo XVI, cree que ha habido un
gran descenso de 1520 a 1545, un aumento apreciable de 1546 a 1575 y un período
estacionario de 1577 a 1600163. Los hechos luctuosos no constituyen toda la
historia. La acción indianófila de fuertes núcleos misioneros, que ganaron muchas
veces para su causa a las autoridades y a la corona, el apostolado tan discutido del
P. Las Casas y el apostolado indiscutido de Vasco de Quiroga, la actitud generosa
de una parte de los nuevos pobladores, las reformas administrativas y judiciales,
la legislación protectora, y aun el matrimonio legal entre españoles e indias, junto
a la necesidad de mantener al indio para la obra de la colonización, han de haber
repercutido también en el desarrollo de la población indígena. Sin dejarnos llevar
por la tentación de una leyenda negra o de una leyenda áurea — a ninguna de las
dos se ajusta la historia del hombre, y menos la del hombre hispano —, hemos
llegado a calcular una disminución de unos dos millones y medio de indios de
1492 a 1570, y una población americana de unos trece millones y medio en 1492.
Parece que el porvenir está decidido, y que el pasado americano podrá, cuanto
más, sobrevivir como matiz, como estilo, en la gran obra colectiva y universal de
nuestra cultura.
Análisis de Gonzalo Aguirre Beltrán
Publicado en el Boletín Bibliográfico de Antropología Americana (1937-1948)
Vol. 8, No. 1/3, ENERO - DICIEMBRE 1945
1 ...que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no
hay de los naturales della dozientas personas» (Brevíssima relación de la
destrucción de Las Indias. Año 1552. Edic. facsim. de la Biblioteca Argentina de
Libros Raros Americanos, III, pág. 9). Las Casas fue a las Indias en 1502, y escribió
la Brevíssima relación en 1542. En la página 33 dice que en doce año (1518-1530),
desde el descubrimiento de la. Nueva España, los conquistadores habían matado
allí «a cuchillos y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres y niños y mozos y
viejos, más de cuatro cuentos de ánimas». Página 9: más de 500.000 indios en las
islas de los Lacayos. Página 20: más de 600.000 ánimas «y creo que más de un
cuento» en las islas de Puerto Rico y Jamaica. Estos y todos los demás datos
numéricos son equiparables a los 30.000 ríos y arroyos, 12 tan grandes corno el
Ebro, el Duero y el Guadalquivir, y unos 20-25.000 riquísimos de oro que vio en
la vega de Maguá, de la Española (pág. 14). El abate Juan Nuix, Reflexiones
imparciales sobre la humanidad de los españoles en las Indias, Madrid, 1782
(edición italiana de 1780), ha escrito contra las afirmaciones de Las Casas un
alegato Igualmente tendencioso, aunque en sentido contrario.
2 ...quedará toda esta tierra [Tierra Firme] despoblada de indios, como lo está la
Española, donde se contaron dos cuentos de ánimas cuando allí entró el
Almirante y no se hallarán agora 200 indios». (Carta de Fr, Tomás de Angulo,
obispo de Cartagena, al emperador, 7 de mayo de 1535). Citado por Saco, Historia
de la esclavitud de los indios, La Habana, 1932, I, 72-73.
9 Karl Sapper, Die Zahl und die Volksdichte der indianischen Bevolkerung in
Amerika. En Proceedings of the twentyfirst International Congress of
Americanists, celebrado en La Haya, agosto 12-16 de 1924, La Haya, 1924, págs.
95-104 (véase pág. 100).
La población mundial, que calcula en 2.086 millones en 1935, cree que llegará a
4.754 millones en el año 2000. Según G, H. Knibbs, The shadow of the world
future, Londres, 1928, pág. 52, si se mantiene el aumento, de las últimas décadas
(la población se duplica en 105 años), la población mundial habrá aumentado en
3.900 millones de habitantes en el año 2033, en 7.800 millones el año 2138 y en
15.600 millones el año 2243.
17 Aun en países que tienen muy bien organizado su servicio estadístico hay una
gran desproporción entre los cálculos oficiales y los resultados posteriores del
censo. En el Brasil se había calculado para 1939 una población de 44.115.825
habitantes; el censo del 31 de agosto de 1940 arrojó 41.356.605. En el Salvador se
calculaban, en 1928, 1.722.579 habitantes; el censo de 1930 arrojó 1.437.611. En
Costa Rica se calculaban, en 1926, 532.259 habitantes; el censo de 1927 arrojó
471.524. En los tres casos los cálculos oficiales se podían apoyar en censos
recientes (de 1920 y 1930 en el Brasil, de 1901 en el Salvador, de 1892 en Costa
Rica). El cálculo peca siempre por exceso, y hay que tenerlo en cuenta para valorar
las estadísticas de países como el Ecuador que no cuentan con un solo censo en
toda su historia nacional.
18 Las fuentes y los datos en que nos apoyamos para elaborar estos dos cuadros,
y una serie de datos complementarios, los reunimos en el Apéndice I, al final de
este volumen. (N. de W.: No incluido en esta digitalización).
19 Manuel Gamio, en América Indígena, México, abril de 1942, pág. 20; Boletín
Indigenista, marzo de 1944, pág. 60; Journal de la Societé des Americanisltes de
Paris, XXI, 1929, 291-2; John M. Cooper, Analytical and critical biblioqraphy of
the tribes of Tierra del Fuego, Bureau of American Ethnology, Bulletin 63,
Washington, 1917, pág. 4; Martín Gusinde, Die Feuerland-Indianer, I: Die
Selk'nam, Mödling bei Wien, 1931, págs. VI, 91; Armando Braun Menéndez,
Pequeña historia fueguina, Buenos Aires, 1939, pág. 39 (“Ya no quedan más de
treinta yaganes en todo el laberinto del sur fueguino!”); Teodoro Caillet-Bois, El
fin de una raza de gigantes, en el Boletín, del Instituto de Investigaciones
Históricas, Buenos Aires, julio de 1942 - junio de 1943, nos 93-96, págs. 7-41 (en
1917 inspeccionó parte del territorio argentino de Santa Cruz y encontró unos 300
indios, mezcla de tehuelches y otras razas, agrupados en toldos, en tres o cuatro
zonas fiscales; “hoy deben ser muchos menos”).
24 Los indios de carga o tamemes fueron prohibidos por Cortés (bajo pena de
muerte) y por orden terminante de Carlos V y Felipe II. Hoy subsisten en toda la
sierra ecuatoriana; hasta la mujer se dedica al transporte de pesadas cargas.
27 En Méjico es donde mayores han sido los esfuerzos para la incorporación del
indio (véase Robert Ricart, L'«incorporation» de l'iridien par l'école au Mlexique,
en Journal de la Société des Américanistes de Paris, 1931, XXIII, 47-70, 441-457;
una noticia complementaria en el mismo Journal, XXV, 1933, pág. 199). Sobre el
mismo problema en otros países, véase Moisés Sáenz, Sobre el indio peruano y su
incorporación al medio nacional y Sobre el indio ecuatoriano y su incorporación
al medio nacional. Publicaciones de la Secretaría de Educación Pública, México,
1933. Sobre los Estados Unidos véase Willard W. Beatty, La educación de los
indios en los Estados Unidos, publicado en 1942 por The National Indian
Institute, Department of Interior, Washington, 33 págs. (también en América
Indígena, II, abril de 1942, 29-33). Además Emilio Fournié, Encuesta sobre el
niño indígena, en el Boletín del Instituto Internacional Americano de Protección
a la Infancia, octubre de 1934, págs. 134-143.
28 Según don Manuel Gamio el censo lingüístico de 1940 indica que hay
aproximadamente un millón de personas que hablan idiomas autóctonos
[exclusivamente] y otro tanto que también habla español, «quedando al margen
de la estadística varios millones de individuos que sólo hablan español, pero son
indígenas o mestizos por sus características étnicas y culturales» (América
Indígena, México, abril de 1942, pág. 18).
El censo mejicano de 1930 arroja los siguientes datos lingüísticos sobre los
habitantes de cinco o más años de edad: hablan sólo una lengua indígena
1.185.162; hablan español y una lengua indígena, 1.064.236; hablan español y dos
lenguas indígenas 1.684.
Obsérvese que las cifras no coinciden exactamente con las que damos en el texto,
y es por la siguiente razón: las cifras del texto indican indios que hablan
exclusivamente lenguas indias; las cifras de este cuadro indican habitantes que no
hablan español (extranjeros inclusive) o indios que hablan lenguas indígenas
(aunque no exclusivamente). Además, no todos los datos de este cuadro son
fidedignos.
30 Véanse, por ejemplo, para el náhuatl y el guaraní, los dos trabajos siguientes:
Franz Boas, Spanish elemente in modern Nahuatl, en Todd Memorial Volumes,
Philological Studies, I, New York, Columbia University Press, 1950, págs. 85-89;
Marcos A. MorÍnigo, Hispanismos en el guaraní, Buenos Aires, Instituto de
Filología, 1951, 435 págs.
33 Los porcentajes del cuadro están calculados, no sobre la población total, que a
veces está dada en números redondos, sino sobre la suma rigurosa. Los 420.000
indios independientes de Sudamérica que da Humboldt los hemos distribuido
hipotéticamente: 20.000 en las Guayanas, 100.000 en Colombia y Ecuador,
100.000 en Perú y Chile, 100.000 en Paraguay y 100.000 en el Brasil.
Los cuadros exactos de Humboldt y todos los datos que sobre esta época hemos
podido recoger para cada país los damos al final de este volumen en nuestro
Apéndice II (N. de W.: No incluido en esta digitalización).
36 Quizá estuviera esa idea de acuerdo con sus miras políticas. Antes de
emprender la campaña de los Andes reunió en Mendoza a los caciques araucanos,
y al proponerles la alianza, les dijo: «Yo también soy indio». También fue idea
suya editar por suscripción popular los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de
la Vega, obra prohibida por el régimen colonial y que influyó sin duda sobre
muchos de los hombres de la Revolución.
37 Véanse Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano (Obras completas, t. VII,
Buenos Aires, 1940, 351-383, cap. XXIX); Asambleas Constituyentes Argentinas
publicadas por Emilio Ravignani, Buenos Aires, I 1937, págs. 481-482.
38 Véase El Argos de Buenos Aires, 26 de octubre de 1822, pág. 332. Juan Bautista
Túpac Amaru publicó un folleto, describiendo sus padecimientos; ese folleto se lo
escribió alguien que estaba muy impregnado del estilo panfletario de la época. La
pensión la cobró hasta su muerte, a los 90 años de edad, en septiembre de 1827.
La idea de que era un impostor, sostenida por Juan Canter, El raro folleto de un
impostor (en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, t. XVIII, año
XIII, 1934-1935, 378-390), parece hoy abandonada (véanse José Torre Revello en
el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, n°3 89-92, julio 1941 - junio
1942, 314-319, y Boleslao Lewin, en la Revista de Historia, Buenos Aires,
diciembre de 1942, 205-209).
41 Oficio de la Junta al Exmo. señor doctor don Juan José Castelli, 10 de enero de
1811. El texto del oficio es como sigue: «No satisfechas las miras liberales de esta
Junta con haber restituido a los indios los derechos que un abuso intolerable
había obscurecido, ha resuelto darles un influxo activo en el Congreso para que,
concurriendo por sí mismos a la Constitución que ha de regirlos, palpen las
ventajas de su nueva situación y se disipen los resabios de la depresión en que han
vivido. A este efecto ha acordado la Junta que, sin perjuicio de los diputados que
deben elegirse en todas las ciudades y villas, se elija en cada Intendencia,
exceptuando la de Córdoba y Salta, un representante de los indios, que, siendo de
su misma calidad y nombrado por ellos mismos, concurra al Congreso con igual
carácter y representación que los demás diputados. La forma de esta elección debe
ofrecer graves dificultades, que solamente podrán allanarse con presencia del
estado de los pueblos y actuales deseos de sus habitantes; por eso la Junta
prescinde de prefixarla, confiando enteramente este punto a los conocimientos y
prudencia de V. E., quien combinará los términos de la elección de un modo que
se eviten errores perniciosos y entorpecimientos para la celebración del Congreso.
Solamente recomienda la Junta a V. E. que la elección recaiga en los indios de
acreditada probidad y mejores luces, para que no deshonren su elevado encargo
ni presenten embarazos en las importantes discusiones que deben agitarse en el
Congreso; haciendo al mismo tiempo que se publique en forma solemne esta
resolución para que, convencidos los naturales del interés que toma el gobierno
en la mejora de su suerte y recuperación íntegra de sus derechos imprescriptibles,
se esfuercen por su parte a trabajar con celo y firmeza en la grande obra de la
felicidad general» (Gaceta de Buenos Aires, 24 de enero de 1811). En el mismo
número de la Gaceta hay un comentario de esa disposición, del que entresacamos
las siguientes frases: “En el lenguaje de nuestra jurisprudencia el indio es
ciudadano y se halla bajo la protección de las leyes. De este rasgo de prudencia,
tan conforme a los principios de humanidad, espera la Junta recoger la dulce
consolación de ver salir a los indios de su oscuro abatimiento, y que, infundidas
las generaciones, dividamos bajo unos mismos techos los frutos de la vida civil”.
«La Junta Provisional Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a
nombre del Sr. D. Fernando VII.
«La Junta, pues, ya se hubiera resuelto hace mucho tiempo a poner fin a esta
pensión y romper un eslabón ignominioso de aquella cadena que oprimía más su
corazón que a sus amados hermanos que la arrastraban; pero su calidad de
provisoria y la religiosa observancia que había jurado de las leyes hasta el
Congreso General, le había obligado a diferir y reservar a aquella augusta
Asamblea, seguramente superior a todas ellas, el acto soberano de su extinción.
«Sin embargo hoy, que se hallan reunidos en la mayor parte los diputados de las
provincias y que una porción de inevitables ocurrencias van demorando la
apertura del referido Congreso General, no ha parecido conveniente suspender
por más tiempo una resolución que con otras muchas debe ser la base del edificio
principal de nuestra regeneración.
«Lo 1°, que desde hoy en adelante para siempre queda extinguido el tributo que
pagaban los indios a la corona de España, en todo el distrito de las provincias
unidas al actual gobierno del Río de la Plata y que en adelante se le reuniesen y
confederasen baxo los sagrados principios de su inauguración.
«Lo 2°. Que para que esto tenga el más pronto debido efecto que interesa, se
publique por bando en todas las capitales y pueblos cabeceras de partidos de las
provincias interiores y cese en el acto toda exacción desde aquel día: a cuyo fin se
imprima inmediatamente el suficiente número de ejemplares en castellano y
quichua y se remitan con las respectivas órdenes a las Juntas Provinciales,
subdelegados y demás justicias a quienes deba tocar.
50 Friederici, Der Charakter der Entdeckung und Eroberung, Leipzig, III, 380
51 En cambio en los Estados Unidos la ley que concede el título y los derechos de
ciudadano americano a los indios fue promulgada por el presidente Coolidge en
junio de 1924. Con todo, la ley debía entrar paulatinamente en vigor, sobre todo
en lo referente a los derechos electorales (Journal de la Société des Américanlstes
de París, 1925, XVII, pág. 349).
57 Félix de Azara, Viajes por la América meridional, cap. X. Azara los había
conocido a fines del XVIII y dice: «los que existen actualmente y que nos hacen
tan cruel guerra no forman hoy, seguramente, más que un cuerpo de unos
cuatrocientos guerreros. Para someterlos se han enviado con frecuencia contra
ellos más de mil veteranos, ya en masa, ya en diferentes cuerpos».
59 Véase Los otomacos y los taparitas de los Llanos de Venezuela, en Tierra Firme,
Madrid, II, 1936, pág. 135..
60 Véase Friederici, Der Charakter der Entdeckung und Eroberung, II, 166, etc..
61 Véanse Friederici, op. cit., III, 372, etc.; Theodor Waitz, Anthropologie der
Naturvolker, Leipzig, III, 1862, 241-299; Foreman Grant, Indian removal: The
emlgration of the Five Civitized Tribes of Indians, University of Oklahoma, 1932.
Como en los demás países, hay que tener también en cuenta, en la reducción de
los indios, el carácter exterminador de las epidemias de origen europeo,
especialmente las viruelas. En los Estados Unidos, por ejemplo, se han señalado,
por su carácter mortífero, las de 1781-1782, 1801-1802, 1837-1838; una fiebre, en
1830, mató 70.000 indios de California, y la malaria en Oregón y Columbia, ese
mismo año, asoló las tribus de la región y exterminó prácticamente a los indios
que hablaban las lenguas de la familia chinook (véase Webb Hodge, op. cit., s. v.
Population).
63 Ensayo político de Nueva España, París, I, 145, 155. En la pág. 110 dice que el
número de indios estaba creciendo desde hacía un siglo (en la versión francesa,
Essai, I, 300, 306-308).
68 Memorial de las historias del Nuevo Mundo, Lima, 1631, pág. 291. Dice en la
página 288: «cuando se descubrieron las Indias de todo el Occidente avía en ellas
más de 170 millones de indios naturales, como lo afirman Pedro Fernández de
Quirós, en sus memoriales a Felipe III; Juan Metello, a quien cita Suingero, y lo
afirma en su Teatro de la vida humana, vol. 12, libro 3».
69 Pedro Mexía de Ovando, Libro o memorial práctico del Nuevo Mundo, Madrid,
1639 (ms. 3083 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 106). Lo mismo dice en
su Epítome del Gobierno de Indias, ms. de 1638, fol. 38 r.: «De más de doscientos
millones que había de indios tributarios en la Nueva España, en el Perú, Nuevo
Reino y las islas referidas [las Antillas], apenas se hallan dos millones, porque se
han consumido y retirado muchos dellos a los llanos, con los gentiles, por justos
juicios» (cit. por Manuel Serrano y Sanz, en el prólogo de la Ovandina, tomo XVII
de la Colección de libros y documentos referentes a la historia de América,
Madrid, 1915, pág. xlv). Las cifras de Mexía de Ovando no tienen valor objetivo.
Forman parte de un alegato violento contra los abusos de la colonización, y hay
que interpretarlas como las del P. Las Casas.
Clavigero, Storia antica del Messico, IV, 271, dice que Riccioli calcula para
América 300 millones de habitantes y Süssmilch en una ocasión 100 millones y
en otra 150 millones. Ambos cálculos le parecen exagerados; en cambio le parece
demasiado reducido el cálculo de Pauw, que asigna al continente de 30 a 40
millones de verdaderos americanos.
77 Dice Humboldt, Ensayo, II, 98 (libro III, cap. VIII): «La vanidad nacional se
complace en ensanchar los espacios y apartar, si no en la realidad, al menos en la
imaginación, los límites del país ocupado por los españoles. . . Por la misma razón,
y sobre todo para conciliarse el favor de la corte, los conquistadores, los frailes
misioneros y los primeros colonos dieron nombres grandes a cosas pequeñas. Más
arriba hemos descrito un reino, cual es el de León, cuya población entera no iguala
al número de los frailes franciscanos de España. Algunas chozas reunidas toman
muchas veces el pomposo título de ciudades. Una cruz, plantada en los bosques
de la Guayana, figura en los mapas de las misiones que se han enviado a Madrid
y a Roma como un pueblo habitado por indios. Sólo cuando se ha vivido mucho
tiempo en las colonias españolas, y se han visto de cerca estas ficciones de reinos,
ciudades y lugares, puede el viajero formar una escala de proporción para reducir
los objetos a su justo valor».
El comandante Oña, en el siglo XVIII, definía así lo que llaman fuerte en el Río de
la Plata: «llaman fuerte un corral. . .; toda su fortificación se reduce a cuatro
frentes, los dos de 25 pasos y los otros dos de a 40: éstos cubiertos con maderas
que hasta ahora mantienen la misma tosquedad con que se criaron, muy
desiguales. . ., y unos cueros que sirven de parapetos» (cit. por Vicente G.
Quesada, en Historia, I, pág. 385)
83 Sobre la conquista portuguesa véase Friederici, op. cit., II, 150-191, 198-224;
Euclides da Cunha, Los sertones, Buenos Aires, 1938, 2 tomos; Enrique de
Gandía, Las misiones jesuíticas y los bandeirantes paulistas, Buenos Aires, 1936;
Theodor Waitz, Anthropologie, III, 448-467, etc.
Pedro MexÍa de Ovando, Libro o memorial práctico del Nuevo Mundo, año 1639,
se ocupa en el Título XXI de las incursiones de los mamelucos o paulistas
(resumido por Serrano y Sanz en el prólogo a la Ovandina, el cual cita además los
informes del P. Ruiz de Montoya, P. Techo y Colección de documentos inéditos,
CIV, 305-343).
85 Sobre el Río de la Plata véanse Vicente G. Quesada, Los indios en las provincias
del Río de la Plata, en la revista Historia, Buenos Aires, I, 1903, 305-404 (estudia
la lucha entre el español y el indio en los siglos XVII y XVIII); Id., Las fronteras y
los indios, en la Revista de Buenos Aires, V, 1864; Rómulo Carbia, Los orígenes
de Chascomús, La Plata, 1930; Roberto H. Marfany, Fronteras con los indios en
el Sud y fundación de pueblos, en Historia de la Nación Argentina, IV, 1° sección,
443 y sigs.; Id., El indio en la colonización de Buenos Aires, Buenos Aires, 1940;
José Torre Revello, en Historia de la Nación Argentina, IV, 1° sección, 529-536.
Sobre Chile véase Guillermo Feliú Cruz y Carlos Monge Alfaro, Las encomiendas
según tasas y ordenanzas, Publicaciones del Instituto de Investigaciones
Históricas, N° LXXVII, Buenos Aires, 1941, 90-124.
87 Véase Friederici, op. cit., III, 36, 380, 381, 384, etc. Continuamente menciona
este autor la intervención del indio en las guerras contra otros indios y en las
luchas entre las distintas potencias conquistadoras. Los holandeses favorecieron
las incursiones de los caribes en la Guayana española, les enseñaron a manejar
armas de fuego y les compraban los indios capturados. Los españoles tomaron la
Colonia del Sacramento, ocupada por los portugueses, en la Banda Oriental
(Uruguay), con un ejército de guaraníes. Con guaraníes también derrotó al
gobernador Zabala, en 1735, a los comuneros del Paraguay. A veces los blancos
estimulaban la guerra entre las tribus indígenas: los portugueses incitaron a las
tribus uruguayas de los yaros, charrúas y mboanes contra los guaraníes (años
1701, 1707, 1798), etc. Sobre la intervención de los indios de las misiones
guaraníticas en las luchas de España y Portugal y en expediciones contra otros
indios, véase Guillermo Furlong, en Historia de la Nación Argentina, III, 613.
91 Ms. del Museo Británico, citado por Means, op. cit., 181-182. Diego de Luna
fue, durante cinco años, Protector General de los indios del Perú.
92 Dice Antonio Ulloa, Noticias americanas, Madrid, 1772: «Es vulgaridad muy
errada la de que el trabajo de las minas es recio y que aniquila a estas gentes,
porque ni uno ni otro sucede, siendo buena prueba la de acudir los mestizos y
otros indios a quienes no toca la mita a ofrecerse voluntariamente, y que los
mismos mitayos, concluidas las horas de su trabajo, se convidan a doblarlo, que
es trabajar noche y día para ganar más, o todos los días seguidos» (cit. por Viñas
Mey, en Humanidades, La Plata, VIII, 75).
Sobre la mita véanse Carmelo Viñas y Mey, El estatuto del obrero indígena en la
colonización española, Madrid, 1929, págs. 27-90; Id., El derecho obrero en la
colonización española, en Humanidades, La Plata, VIII, 1924, 49-102; Jerónimo
Becker, La política española en las Indias, Madrid, 1920, 197-204; Ots, op. cit.,
21-29; Means, op. cit, 185 y sigs.; Colecc. de doc. inéd. de Torres de Mendoza,
Madrid, 1866, VI, 213-220; Feliú Cruz y Monge Alfaro, op. cit., 62-66. El Conde
de Salvatierra, virrey del Perú (1648-1659), decía en sus Memorias que «si bien
es verdad que todas las provincias de adonde se dan las mitas referidas. . . han
venido, desde que se instituyeron, en disminución, se ha reconocido esto con más
exceso desde el año de 640» (Memorias de los virreyes del Perú Marqués de
Mancera y Conde de Salvatierra, publicadas por José Toribio Polo, Lima, 1899,
pág. 37).
93 Citado por Carlos Monge, Política sanitaria indiana y colonial, en los Anales de
la Facultad de Ciencias Médicas, Lima, XVII, 1935, 266. En el mismo sentido se
expresaba Pedro Mexía de Ovando en su alegato de 1638 contra los
repartimientos para las minas, en los que no se reparaba «en lo que más importa
a la vida de aquellos tristes, que es no sacarlos de sus temperamentos, porque se
mueren». Y agrega: “como ellos son de tan flaca naturaleza y sus comidas son tan
pobres, se destemplan luego y mueren de cámaras o pasmo, de ciento en ciento.”
(Epítome del Gobierno de Indias, cit. por Serrano y Sanz en el prólogo a la
Ovandina, pág. XL).
También Fr. Rodrigo de Loaysa, en su Memorial de las cosas del Pirú tocantes a
los indios (Madrid, 5 de mayo de 1586): «Sobre todo lo demás, conviene poner
remedio en que por ninguna vía ni manera los indios de tierra fría vengan a hacer
estas cosas a tierras calientes, porque es su total destrucción, ni vayan los de tierra
caliente a la fría. Son tantos los indios que por esta ocasión mueren, que vemos
por experiencia que los indios más consumidos y acabados son los que siendo de
tierra fría están cercanos a la caliente y los que siendo de tierra caliente están
cercanos a la fría, porque con la ocasión que tienen de esta cercanía pasan de una
tierra a otra y se mueren y acaban todos; y así se ha de evitar, con todo el rigor
posible, de manera que los indios serranos no vengan a los llanos a hacer mitas»
{Colecc. de documentos inéditos para la historia de España, t. XCIV, Madrid,
1889, pág. 599).
Carlos Monge observa que la política de mantener a los indios en su clima se
desatendió en la época independiente aún más que en la colonial: «El estudio de
las guerras de la emancipación y de las repúblicas en la América del Sur revela la
ignorancia y el desconocimiento de esa política, que tantos daños ha causado»
(Ibíd., 271). Véase también Carlos Monge, Influencia biológica del Altiplano en el
individuo, la raza, las sociedades y la historia de América, Lima, Universidad
Mayor de San Marcos.
94 Colección de documentos inéditos, 2a serie, XII, Madrid, 1899, 57-63 (cit. por
Means, op. cit., 244). Sobre los corregidores y sus atribuciones, véanse
Recopilación de leyes de Indias, tít. 2, libro 5; Fr. Miguel de Monsalve. Reducción
universal de todo el Pirú [sin fecha], fol. 25; Means, op. cit., 147, 179 y sigs.;
Ballesteros, op. cit. VI, 668 y sigs.; Felipe Guaman Poma de Ayala, Nueva crónica
y buen gobierno, Institut d'Ethnologie, París. 1956, fols. 487-515.
96 Véase al final de ese volumen nuestro Apéndice VI: “El mestizaje y las castas
coloniales”. (N. de W.: No incluido en esta digitalización).
97 Citado por Ricardo Cappa, Ensayos críticos, VI, 344. En 1586, Fr. Rodrigo de
Loaysa, en su Memorial, aconsejaba que cuando faltaran indios para hacer las
sementeras, guardar los ganados y edificar las casas, no se llevase indios de otros
climas, sino que se buscasen otras soluciones, «pues hay tantos negros, mulatos
y zambaigos» (Colección de documentos inéditos para la historia de España, t.
XCIV, pág. 599 . El Tratado de Asiento (1713) autorizaba a Inglaterra a
introducir en las Indias 4.800 negros por año durante un plazo de 30 años, lo cual
equivalía a la introducción de 144.000 negros (Emilio Ravignani, en Historia de
la Nación Argentina, IV, 1° Sección, pág. 35); Diego Luis Molinari, La trata de
negros, 52-58, registra los asientos firmados por la corona para la introducción
de negros desde 1595 hasta 1787 (en este año se instauró la libertad de tráfico).
98 Colección, de documentos inéditos de Torres de Mendoza, Madrid, 1866, VI,
224-225. Véase además Means, op. cit. 203, y Viñas Mey, El estatuto del obrero
indígena, 90-93.
100 Humboldt, Essai, I, 328, 333, 336; Ballesteros, op. cit., V, 351; Coroléu, op.
cit., I, 212. En el Perú se ha señalado, en este período, la epidemia de 1700, y sobre
todo la de 1718-1719, extendida por todo el virreinato;: las misiones del
Paraguay.
Toda la historia americana está llena con el eco de las grandes epidemias:
En Buenos Aires las pestes de 1535, 1580, 1608, la de indios y ganado en 1609, la
de 1621 (murió mucho servicio), 1641 a 1643, la de 1652, la de entre 1652 y 1672,
la de 1717, la de 1727, las de 1734 y 1739, la de 1778, la de 1796 (en la cárcel):
Alberto B. Martínez, 335-339.
En el Canadá las viruelas aparecieron por primera vez en 1635 entre los
montagnais, que habitaban cerca de Tadoussac, en el bajo San Lorenzo, desde
donde se difundieron en todas direcciones; hacia 1700 habían llegado a la mitad
del continente norteamericano y en 1738 alcanzaron las orillas del Pacífico.
Epidemias de viruelas asolaron todas las tribus hasta mediados del XIX; David
Thompson cuenta los estragos de 1781. Otras enfermedades que contribuyeron a
la disminución de la población fueron el tifus, la escarlatina, la roséola, la
tuberculosis y la influenza; el tifus, en 1746, destruyó un tercio de los micmac que
habitaban la Acadia; entre 1891 y 1900 los sarceos, que eran más de 200,
perdieron 65 individuos por la tuberculosis; graves epidemias de influenza hubo
en 1830, en 1918 y en 1928 (en este año, en el valle de Mackenzie, murió de
influenza el 10 % de la población): Riccardo Riccardi, Carta dell'attuale
distribuzione degli indiani nel Canada, en el Bolletino de la R. Societa Geográfica
Italiana, mayo de 1936.
101 He aquí un ligero resumen. En el Perú, en 1742, el indio Juan Santos, presunto
descendiente de los incas se hizo coronar con el nombre de Apu-Inca-Atahuallpa,
se apoderó de las misiones y desencadenó una insurrección general que continuó
hasta 1745; al mismo tiempo se sublevaron los chunchos, que siguieron inquietos
hasta 1789; en 1748, un levantamiento de los indios de las provincias de Cauta y
Huarochiri, para restaurar el imperio incaico; luego, frecuentes tumultos en las
provincias de Chuco, Sicasica y Pacages. En 1771 se levantaron los indios de Chipa
y Chilimani. Pero el movimiento de mayor repercusión histórica, por su amplitud,
por la figura de su jefe, y sin duda también por su muerte, fue el de Túpac -Amaru.
Desde el 4 de noviembre de 1780 hasta 1783 la sublevación indígena mantuvo en
jaque a las fuerzas coligadas del Perú y del Río de la Plata.
Los mismos episodios se repitieron en toda América, aun en la anglosajona. En
Méjico, en 1660, se sublevaron los indios de Tehuantepec, y, a principios del
XVIII, en repetidas ocasiones, los de Nueva Vizcaya, Nayarit, Nuevo Reino de
León y California; luego los seris, pimas y pápagos; en 1761 un amplio movimiento
de los indios del Yucatán, dirigido por Juan Canec; un panadero que se proclamó
rey de los mayas; en 1781, sublevación de los indios de Izúcar; hacia fines del siglo,
bajo el gobierno de Bucareli (1777-79), una sublevación de los indios de
Chihuahua y Sonora; en 1801-1802, el indio Mariano intentó restaurar la
monarquía de Moctezuma. En la América Central, sublevaciones continuas de los
indios de Talamanca (desde 1709 hasta mediados de siglo y de los tzentales de
Chiapa (1708-1712). En el Nuevo Reino de Granada, sublevación de los indios de
los indios de Darién (1733-1737); luego, los indios de Guatavita, Tenjo, Suba,
Guasca, Tabio y Chía apoyaron el movimiento de los comuneros, y uno de los
criollos' proclamó como jefe de su provincia a un indio de Güepsa, que se decía
descendiente de los zipas de Bogotá. En Quito se sublevaron los indios en 1755.
En La Paz, un mestizo, Antonio Gallardo, encabezó una sublevación indígena en
1661. En el Río de la Plata, el gran alzamiento calchaquí (1631-1657; en 1657 un
segundo alzamiento), las insurrecciones de los indios de Cuyo en 1632, 1658,
1659, etc., y las continuas insurrecciones de los pampas, tehuelches y charrúas
(1741-1749). En Chile los indomables araucanos renovaron, durante los siglos
XVII y XVIII, sus levantamientos contra el poderío español; en 1655 la
sublevación fue general y se extendió a todo el país, desde el Maule al Bío-Bío. En
el Paraguay la sublevación guaraní de 1628. Además, durante este período, la
población indígena ha servido de instrumento en el juego internacional de las
potencias: los ingleses fomentaron durante mucho tiempo las insurrecciones del
Darién (hasta 1787) y de mosquitos, zambos y caribes de Nicaragua( 1750-1775);
los norteamericanos sostuvieron siempre que la guerra de los creeks (1786) fue
provocada por los españoles.
102 Según Miller, citado por Koebel, The romance of the River Plate, Londres,
1914, pág. 178.
Viñas Mey, en Humanidades, VIII, 74 y sigs., recoge las siguientes noticias sobre
la mita peruana:
Hacia 1609 Alonso de Messía dice que a Potosí iban anualmente 1600 indios a
trabajar de 4 a 6 meses; La cédula real de 1609 dice que hay que traer de lejos
5.000 indios cada cuatro meses para los 15.000 que hacen falta anualmente en
Potosí; Mexía de Ovando, en un Memorial contra la mita, dice que hay en la región
de Potosí 20.000 indios trabajadores, estantes y libres, y otros 20.000 indios
forasteros. La mita de Potosí tenía, hacia 1609, 15.000 indios (4.200 permanentes
y el resto por turno). Alonso de Messía, hacia 1609, describe la mita de Chucuyto:
de ella salían 2.200 indios cada año, que con sus mujeres y niños serían 7.000
almas. Trabajaban 6 meses, y con viaje de ida y vuelta 10 meses, a razón de 12
horas diarias. Iban a Potosí desde sitios distantes: a veces 130 leguas.
No para todas las minas hubo servicio personal.
La mina de Huancavelica tenía menos, y una cédula de 1682 indica que no se
podía completar el número de 620 mitayos porque a los indios de mita se les
pagaba menos que a los voluntarios. La de Castro Virreina tenía 1.600 indios. La
mita de Vilcubamba, 480 indios. La mita de Salinas, 600 indios.
Según la reglamentación del virrey Toledo, el servicio personal era cada siete
años, pero en la época de Messía cada tres años. A medida que aumentaban los
indios voluntarios, disminuían los mitayos. En 1609 se ordenó que cesara la mita
de las minas pobres y en 1610 se reprendió al príncipe de Esquilache por haber
repartido 200 indios para las minas de Anglamarca y 550 para las de Oruro. Para
la segunda mitad del siglo XVI (1579-1580), M. de Mendizábal, La demografía
mexicana, en Bol. de la Soc. de Geogr. y Estadística, XLVIII, 309-310, ha
elaborado el siguiente cuadro de la población minera de los actuales estados de
Alichoacán, Guerrero y México:
(Entre indios y naborías eran 3.400; naborías eran indios que estaban en la
situación de esclavos, pero que no se podían vender).
Sobre la decadencia española del siglo XVII véase Rafael Altamira, en Historia de
la Nación Argentina, III, Buenos Aires, 1937, pág. 3 y sigs.
107 En el siglo XVII Sancho de Moncada sostuvo que la pobreza de España era
una consecuencia del descubrimiento de América; a principios del siglo XVIII el
economista español José de Ustáriz observa que las provincias de donde salían
más emigrantes para Indias (Asturias, Burgos, Galicia, Cantabria, Navarra) eran
las más pobladas (cit. por Ricardo Levene, Historia de América, ed. Jackson,
Buenos Aires, III, 182, 183). El embajador de Venecia Andrea Navagero, que había
viajado por España en 1525, afirmaba que Andalucía, y sobre todo Sevilla, eran
presas de la fiebre de la emigración, hasta el punto de que sólo habían quedado
las mujeres (cit. por Max Leopold Wagner, El español de América y el latín vulgar,
en Cuadernos del Instituto de Filología, Buenos Aires, I, 1924, pág. 53); Pedro
Henríquez Ureña, Sobre el problema del andalucismo dialectal de América,
Instituto de Filología, Buenos Aires, 1932, ha estudiado detenidamente la
procedencia de más de 13.000 viajeros. Se desconoce el volumen de la emigración
española al Nuevo Mundo, pero de ninguna manera puede atribuirse a ella la
despoblación de España.
Los registros de Sevilla, el único puerto de embarque autorizado, acusan 150.000
salidas entre 1509 y 1740, pero la inmigración ha sido mayor (Carr-Saunders, op.
cit., 48). El Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII
publicado por el Archivo General de Indias, vol. I, Madrid, 1930, registra, de 1509
a 1553, 4.600 pasajeros (distribuidos en 3.914 cédulas); la 2a edición, Sevilla,
1940, trae noticias de 5.320 viajeros le 1509 a 1534. Se calcula que en el Brasil
entraron unos 300.000 portugueses hasta 1822 (Luzzetti, en Cursos y
Conferencias, Buenos Aires, agosto de 1941, pág. 462). Pero la prueba de que la
emigración no es causa de decadencia la proporciona Inglaterra: se calcula que en
los Estados Unidos entraron 1.200.000 inmigrantes hasta mediados del siglo
XVIII.
108 Inca Garcilaso de la Vega, Segunda parte de los Comentarios Reales, Córdoba,
1617, libro I, cap. VI.
109 Roland Denis Hussey, Colonial economic life, en Colonial Hispanic America,
Washington, 1936, págs. 308-309. Cit. por Kubler, obra cit., 607.
Sin caer en ningún momento en la idea inocente de que las tasas de tributos sean
cálculos exactos, se las puede utilizar como puntos de partida. Georg Kubler,
Population movements in México, 1520-1600, en The Hispanic American
Historical Review, noviembre de 1942, pág. 613, ha comparado las cifras de López
de Velasco sobre 25 pueblos del Arzobispado de México con las de un informe
exhaustivo y minucioso de Bartolomé de Ledesma (publicado en los Papeles de
Paso y Troncoso) y ha encontrado una diferencia de menos del 10%.
112 Breve y sumaria relación de los señores y maneras y diferencias que había de
ellos en la Nueva España y en otras provincias, sus comarcas, y de sus leyes, usos
y costumbres, y la forma que tenían en tributar a sus vasallos en tiempo de su
gentilidad y la que después de conquistadas se ha tenido y tiene en los tributos
que pagan a Su Magestad y a otros en su real nombre. En Colección de
documentos inéditos, sacados en su mayor parte del Real Archivo de indias, t. II,
Madrid, 1864, págs. 1-126 (cit. págs. 120-121). El autor fue oidor de la Real
Audiencia de Méjico y anteriormente de Santo Domingo, Nueva Granada y
Guatemala, habiendo estado diez años en las Indias al servicio de S. M. La relación
es anterior a 1573 y posterior a 1561.
113 Citado por Rodolfo Barón Castro, obra citada, pág. 198, nota.
114 Política indiana, libro II, cap. XX, 15. Citado por Rodolfo Barón Castro, obra
citada, pág. 181.
115 Gobierno del Perú. Obra escrita en el siglo XVI por el licenciado don Juan
Matienzo, oidor de la Real Audiencia de Charcas, Buenos Aires, 1910, pág. 55. La
obra es anterior a 1573; fue oidor desde 1560. Además, pág. 60.
116 Relación de los naturales que ay en los repartimientos del Perá, en la Nueba-
Castilla y Nuebo-Toledo, así de todas hedades como tributarios, conforme a lo que
resulta de la visita que dello se hizo por borden del visorrey Marqués de Cañete.
El valor de los tributos en que están tasados hasta el año de mil e quin[iento]s e
sesenta e uno. Colección Muñoz [manuscritos de la Academia de la Historia,
Madrid], t. LXV, fol. 46.
117 Hay también cálculos modernos de las distintas regiones americanas. Por
ejemplo, el P. Baltasar de Lodares da los siguientes datos de algunas misiones
capuchinas de Venezuela: 160 indios casados y un total de 659 indios, 134 y 540,
210 y 886, 207 y 946, etc. (Los franciscanos capuchinos en Venezuela, 2a ed.,
Caracas, II, 1930, págs. 269-285). En ningún caso el factor llega a 5. En el censo
de los indios de las misiones jesuíticas del obispado de Buenos Aires en 1750
figuran 12.613 familias con un total de 53.064 indios (véase el detalle en nuestro
Apéndice III): el factor es 4,2.
118 Sobre la base de los datos publicados por el Annuaire Statistique de La Société
des Nations, 1933-34, Ginebra, 1934, págs. 27-28, y por algunos censos,
obtenemos los siguientes resultados: Honduras (censo de 1930), varones de
quince a sesenta años, 25,9 por 100; de quince a cincuenta, 23,6 por 100. Méjico:
varones de dieciséis a cincuenta y un años, 24,11 por 100 según el censo de 1896,
24,16 por 100 según el de 1900 y 23,76 por 100 según el de 1910; de quince a
sesenta años, el 25,9 por 100.
119 El criterio de multiplicar por 5, que es el que aplica el oidor Matienzo y que
encontramos en infinitos documentos de la época, es una extensión automática
del criterio español de multiplicar por cinco el número de cabezas de familia para
obtener la población. De ninguna manera se puede aplicar sistemáticamente al
número de indios tributarios de cualquier época. M. de Mendizábal, La
demografía mexicana, en el Boletín de La Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística, tomo 48, México, febrero de 1939, pág. 341, multiplica las cifras de
López de Velasco por 3,2 que obtuvo estudiando la composición de la familia
indígena en algunos padrones de la época (hay que tener en cuenta que
Mendizábal se inclina hacia cifras elevadas). Rodolfo Barón Castro, que ha
estudiado tan seriamente la población de El Salvador, reduce 16.640 indios
tributarios de 1548-1551 a 41.716 indios de todas edades, es decir, aplica un factor
de 2,51 {La población de EL Salvador, págs. 190-195). En 1935, cuando tuvimos
ocasión de leer la obra de Barón Castro en manuscrito, calculaba 105.837 indios
para 1550; en 1942, al publicar la obra, calcula unos 50.000. Hemos podido
observar constantemente lo mismo: un estudio profundo lleva siempre a reducir
las cifras.
122 Enciclopedia Italiana, II, 947, col. a; Colecc. de doc. inéd. de Torres de
Mendoza, IX, 357; Villalobos, op. cit-, 404, 405; Fr. Gil Fernández, en la Colección
de documentos inéditos para la historia de España, XLIV, 75-80 (sobre los indios
de Chile); Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de Nueva España, 2a serie:
Biografía y Estadística, t. IV, 303, 309-310, 316 (disminución de los indios de
Ocelotepeque, Coatlán y Anatlán); Sllvio Zavala, La encomienda, 167; Ricardo
Levene, en Historia de la Nación Argentina, III, 206, etc.
Coatepec Alto (Estado de México) tiene 700 tributarios y unos 400 niños y niñas;
tuvo más de 10.000 hombres de guerra cuando llegaron los españoles;
Chimalhuacán Atenco (Estado de México): había más de 8.000 indios; ahora hay
300 escasos y 190 niños;
Tenango del Valle (Estado de México): tenía más de 3.000 habitantes cuando
llegó Cortés; al presente 440 tributarios;
Chicoxautla (Estado de México): hay en la comarca 2.500 indios, pero había
cuatro veces más;
Uexutla (Estado de Hidalgo): han desaparecido tres cuartos en 15-20 años;
Tepeaca y su partido (Estado de Puebla): faltan desde la entrada de los españoles
«de diez partes las nueve»;
Colipa (Estado de Veracruz): tiene 100 indios tributarios; tenía 6.000;
Yucatán: de 32 pueblos consta los indios encomendados que tenían en 1549 y
1579, en conjunto 12.955 en 1549 y 4.913 en 1579, o sea, una disminución del 62
% en 30 años.
No pueden tomarse esas cifras como testimonios históricos para extraer de ellas
un coeficiente de extinción. Las cifras del pasado son pura fantasía. Kubler, que
ha estudiado la población mejicana de esa época, nos da un ejemplo (pág. 621):
una relación de 1583 registraba 639 tributarios en Jalapa y calculaba la población
antigua en 50.000; pero resulta que en 1570, según otras fuentes, sólo había 35 a
40 tributarios.
123 En las Relaciones geográficas publicadas por Jiménez de la Espada, t. III, pág.
24, hay un testimonio de fines del siglo XVI sobre Quito: «van los naturales cada
día en grandísimo aumento». Según Rodolfo Barón Castro, La población de El
Salvador, Madrid, 1942, pág. 210, la alcaldía mayor del Salvador (departamentos
de Ahuachapán y Sonsonate) tenía hacia 1549-1551 unos 4.673 indios; hacia 1672-
1679 unos 5.000.
124 Memorial de las cosas del Perú tocantes a los indios, en la Colección de
documentos inéditos de la historia de España, XCIV, 554-605 (la cita es de la pág.
586).
125 La historia indígena aparece a veces como una sucesión de epidemias que van
segando las vidas por etapas. Las cifras hay que tomarlas siempre con prudencia:
nada más exagerado que las cifras que nacen del terror. Según Torquemada,
Monarquía indiana, Madrid, 1723, 1a parte, libro V, caps. XIII y XXII, págs. 615,
642-643, una epidemia de matlazáhuatl ocasionó 800.000 muertos en 1545 y otra
exterminó a dos millones de indios mejicanos en 1576. En la Nueva Inglaterra, en
1614, una epidemia terminó — según Humboldt, Essai, I, 333 — con los 19/20 de
la población india. Véase también México a través de los siglos, II, 479, que
menciona la epidemia de viruelas de 1520, la de sarampión de 1531, la de tifus en
1545 (sólo en Tlaxcala murieron 150.000 indios, en Cholula 100.000), otra
epidemia en 1564 y las de 1576 y 1588; otra en 1595-1596. Sin mencionar las de
los siglos XVII y XVIII.
126 Citado por Kubler, op. cit., pág. 611.
127 Una Real Cédula de Madrid, 23 de enero de 1569, con una serie de
instrucciones anejas, ordenaba levantar padrones y relaciones para la descripción
de las Indias, «que Su Majestad manda hazer para el buen gobierno y
ennoblecimiento dellas». Otra Real Cédula, del 25 de mayo de 1577, en el mismo
sentido, incluía un Interrogatorio de cincuenta capítulos. En 1604 se envió un
nuevo interrogatorio, de 350 capítulos. Paso y Troncos: Papeles de Nueva España,
IV, 1-7, 273-288, publica estos dos cuestionarios (véase también Rodolfo Barón
Castro, obra citada, láminas XXXVII, XXXIX y Apéndice I). A esas disposiciones
se deben los datos de López de Velasco y las numerosas relaciones geográficas
publicadas por Jiménez de Espada, por la Colección de documentos inéditos para
la historia de España, por Paso y Troncoso y por otros autores, y muchísimas más
que quedan inéditas en el Archivo de Indias, en la Academia de la Historia de
Madrid, en la Biblioteca Nacional de Madrid, etc.
Además, una Real Cédula del 19 de abril de 1583 prescribió que los curas de la
Nueva España llevasen registros de defunción.
131 Ms. núm. 2935 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fols. 410 y siguientes.
Díez de la Calle, Noticias sacras y reales de los dos Imperios de las Indias
Occidentales, año 1657 (Ms. de la Biblioteca Nacional de Madrid, n.° 3.023-4, fol.
7 r.), dice: «En el Gobierno de Méjico sólo los religiosos de la Orden de San
Francisco le administraron el bautismo a 43 millones de indios, sin los que
bautizaron los de Sancto Domingo y el clero». Esta cantidad de 43 millones la da
ya antes (¿hacia 1613?) el P. Fr. Baltasar Maldonado, lector de Teología y custodio
de la Provincia de San Pablo y S. Pedro y calificador del Santo Oficio: los
franciscanos en sólo el gobierno de Méjico bautizaron 43 millones de indios, sin
los que bautizaron los dominicos, agustinos y el clero, y dice «que lo tiene
averiguado con muy grande satisfacción, y que «ahora cinco años halló por los
libros del rey que había solos 300.000 tributarios, que son 700.000, y que por los
hijos y personas que no tributan se podría a todo lo más poner un millón, que son
1.700.000, de lo cual se colige los muchos millones que han perecido con estos
malos tratamientos en Nueva España, y cuan cerca están de acabar de perecer
todos» (Nota marginal para reforzar el alegato de don Juan de Silva contra las
encomiendas y servicios personales, Memorial de 1613, ms. de la Biblioteca
Nacional de Madrid).
Más moderado en general, aunque juega a veces con las cifras, es Bernal Díaz del
Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. de Madrid,
1928. Anotamos los siguientes pasajes: Página 102 (capítulo XXXIV), en una
batalla contra los indios de Tabasco, Diego de Ordaz dice que había 300 indios
para cada uno de los españoles [algo más de 400 X 300 = más de 120.000]; pág.
200 (cap. LXII), un escuadrón de 3.000 tlascaltecas; pág. 201 (cap. LXIII), dos
escuadrones de guerreros, que habría 6.000; más de 40.000 guerreros
trascaltecas, con su capitán general Xicotenga; pág. 206 (cap. LXIV), el capitán
Xicotenga traía consigo cinco capitanes, y cada capitanía 10.000 guerreros; pág.
226 (cap. LXX), el capitán Xicotenga tenía apercebidos 20.000 guerreros
escogidos; pág. 471 (cap. CXXVI), los mejicanos «tenían tantos escuadrones que
se remudaban de rato en rato, que aunque estuvieran allí 10.000 Héctores
troyanos y otros tantos Roldanes no les pudieran entrar. . .»; «unos tres o cuatro
soldados que se habían hallado en Italia. . . juraron muchas veces a Dios que
guerras tan bravosas jamás habían visto en algunas que se habían hallado entre
cristianos y contra la artillería del Rey de Francia ni del Gran Turco»; pág. 496
(cap. CXXVIII), Xicotenga hace juntar 30.000 guerreros trascaltecas para ir en
socorro de Cortés; etc. Es característico, para la significación de sus cifras, el
siguiente pasaje: en el fol. 139 v. del Ms. de Guatemala (pág. 299, col. a, de la
edición crítica que preparó Ramón Iglesia en la Sección Hispanoamericana del
Centro de Estudios Históricos te Madrid y que acaba de publicarse de manera
fragmentaria) dice que salen al encuentro de Gonzalo de Sandoval sobre 15.000
mexicanos; primeramente había escrito 30.000, luego 20.000 y, por fin, se
decidió por 15.000. Correcciones de este tipo son frecuentes en el ms. de Bernal.
Tiene más valor estadístico, como observa Clavigero, Storia antica, IV, 281, 287,
el recuento de los ejércitos aliados del conquistador (el conquistador Ojeda contó
150.000 indios aliados de Cortés, de Tlascala, Cholula, Tepeyacac y Huexotzinco,
que se dirigen a cercar la ciudad de Méjico; Cortés afirma que más de 100.000
indios le acompañaban en la guerra contra Quauhquechollan y más de 200.000
en el asedio de Méjico). Clavigero calcula así (III, 202) que el ejército sitiador de
Cortés llegó a sumar 240.000 hombres (sólo el rey de Tezcuco le envió 50.000).
Agrega (IV, 281) que durante el sitio murieron 150.000 hombres en la ciudad.
134 Clavigero, Storia, IV, 185, nota. Clavigero escribe hacia 1780 y dedica la
Disertación VII, §11, de su Storia (IV, 271-287) al estudio de la población del
Anáhuac y a combatir la tendencia de Paw, Recherches philosophiques, y de
Robertson, Histoire, a reducir las cifras de la población mejicana (Paw
consideraba una exageración de los autores españoles atribuir 30 millones de
habitantes a Méjico en 1518). Clavigero afirma que el valle de Méjico estaba al
menos tan poblado como el país más poblado de Europa, con cuarenta ciudades
enormes, y que la corona de Méjico tenía 30 grandes feudatarios con 100.000
vasallos cada uno y 3.000 señores con menor número de vasallos. Analiza
también la población de la ciudad de Méjico y de otras ciudades. Véase nuestro
Apéndice V (N. de W.: No incluido en esta digitalización).
135 Fray Juan de Zumárraga, obispo de Méjico, en carta del 12 de junio de 1531
dirigida al Capítulo general de su Orden reunido en Tolosa (cit. por Clavigero,
Storia, libro VI, §19). Torquemada, Monarquía Indiana, libro VII, cap. XXI, dice
que según Fr. Juan de Zumárraga sacrificaban 20.000 niños por año, pero
Clavigero dice que la cita es inexacta. No hemos podido encontrar en Torquemada
la cifra de 72.244 víctimas (construida sobre el sistema vigesimal azteca) que le
atribuye Friederici, Der Ckarakter der Entdeckug und Eroberung, I, 255.
Torquemada, libro VII, cap. XVII, dice que los mejicanos llevan la palma “en el
horrendo modo y cruel acto de sacrificar hombres, de los cuales, si se pudiera dar
cuenta cierta de los que desde su principio fueron hasta que por la misericordia
de Dios cesaron, tengo para mí que se pudiera poblar Nuevo Mundo, tan poderoso
y cuajado de moradores como lo era éste cuando entraron en él los españoles”.
Las cifras de los diversos autores varían mucho. Friederici, op. cd., I, 255-256,
recoge algunas: 1000, 2.000, 2.300, 3.000, 5.000 y hasta 8.000 en un día,
20.000 por año, 80.400 con motivo de la consagración del gran templo de la
ciudad de Méjico; Cortés admitía 3.000 a 4.000 por año y Torquemada 72.244.
mientras que Las Casas decía que no pasaban de 50 por año. Véase también
Friederici, en Festchrijt F. Seler, 114 y sigs.
Fr. Diego Duran, Historia de las Indias de Nueva España y islas de tierra firme,
ed. de México, 1867, I, 430-431, después de describir las ceremonias de la
coronación de Moctezuma y los sacrificios, dice: “había días de dos, tres mil
hombres sacrificados, y día de ocho mil, y otros de a cinco mil, la cual carne se
comían, y hacían fiesta con ella, después de haber ofrecido el corazón al demonio”.
(José Fernando Ramírez, que anota la edición , dice que eso sólo pasaba después
de las guerras o en grandes solemnidades, y que aun en ese caso hay que rebajar
las cifras; dice que hoy se conoce el ritual y se sabe el número ordinario de
víctimas, según la festividad).
Clavigero, I. c., resume las cifras de diversos autores: según el obispo Zumárraga
sólo en la capital se sacrificaban anualmente 20.000 víctimas humanas; Gomara
afirma que el número de sacrificados llegaba a 50.000; según Acosta había días,
en diversos lugares del Imperio, en que se sacrificaban 5.000, y en algunos hasta
20.000; otros creen que sólo en el monte Tepeyacac se sacrificaban 20.000 a la
diosa Tonantzin; en cambio Las Casas restringe el número y da a entender que la
cifra era de diez o cuanto más ciento por año. El número de 20.000 víctimas por
año en todo el Imperio le parece a Clavigero el más aproximado a la verdad; pero
restringida a los niños o a los sacrificios en el monte Tepeyacac o sólo a la capital,
esa cifra le parece inverosímil. El número de sacrificados — dice— no era fijo, y
estaba en relación con el número prisioneros de guerra, las necesidades del
Estado y la calidad de las fiestas (por ejemplo, en la consagración del templo
mayor de la ciudad de Méjico la crueldad de los mejicanos sobrepasó todo lo
verosímil). A los prisioneros de guerra hay que agregar los esclavos comprados
expresamente y los delincuentes. Los sacrificios aumentaban en los años divinos
y en los años seculares.
136 Véase pág 13, nota I. El P. Nuix, Reflexiones imparciales, págs. 13-14, para
ilustrar las exageraciones del P. Las Casas extracta de su Destrucción el siguiente
resumen de los indios muertos por los conquistadores;
Del mismo modo, Alonso de Zorita, enemigo de los tributos y de utilizar a los
indios en los trabajos públicos que eran para él una de las peores plagas de la
Nueva España, dice que «pasó de dos millones la gente de peones y albañiles que
se ocupó en hacer la albarada de Méjico», en cuatro meses o poco menos (Colecc.
de doc. inéd. de Torres de Mendoza, II, 115). Fernando de Alva Ixtlilxóchitl,
Horribles crueldades de conquistadores de México, México, 1829, pág. 19, dice
que tardaron en hacer la zanja «50 días, más de cuatrocientos mil hombres de los
reinos de Tezcoco que tenía puestos allí Ixthlxúchitl. . .; trabajaban ocho o diez
mil cada día (el editor corrige en el texto 40.000, considerando 400.000 como
«yerro de pluma», en vista, sin duda, de La cantidad que trabajaba diariamente y
de que en las págs. 13 y 16 habla de 60.000 hombres de Ixtlilxóchitl).
137 La población está calculada dentro de los límites actuales. Damos al final, en
nuestro Apéndice V (N. de W.: No incluido en esta digitalización-), todos los datos
y elementos bibliográficos que hemos podido reunir sobre esta época. Servirán
para discutir el valor de nuestro cuadro y como aportación para estudios
especiales.
139 Karl Sapper, Die Zahl und die Volksdichte der indianischen Bevolkerung in
Amerika, en Proceedings of the twentyfirst International Congress of
Americanists, La Haya, 1924, págs. 95-102; id., Der Kulturzustand der Indianer
vor der Berührung mit den Europdern und in der Gegenwart, en Verhandlungen
des XXIV. Internationalen dmerikanisten-Kongresses, Hamburgo, 1934, pág. 73
y sigs.; id., Beitráge zur Geographie und Geschichte der in-lianischen
Landwirtschaft, Ibero-Amerikanisches Instituí, Hamburgo, 1935; H. J. Spinden,
The origin and distribution of agriculture in America, en Proceedings of the 19th.
International Congress of Americanists, Washington, 1917, pág. 269 y sigs.;
Ricardo E. Latcham, La agricultura precolombina en Chile y los países vecinos,
Ediciones de la Universidad de Chile, 1936; Id., Los animales domésticos de la
América precolombina, Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología de
Chile, Santiago, 1922, III, N° 1, págs. 1-199; Schmieder, Landerkunde, 9-11, 41-42,
59-61, etc.; Carlos Pereyra, Historia de América, t. III; Clark Wissler, The
American Indian, Nueva York, 1917 (págs. 1-40); A. L. Kroeber, Cultural and
natural areas of native North America, Berkeley, 1939.
141 Véase Gastón Bouthoul, La population dans le monde, París, 1935, pág. 75;
Humboldt, Ensayo político de la Isla de Cuba, I, 133, 138 (Essai, I, 299: «Cook
calculó en 100.000 el número de habitantes de la isla de Taiti; los misioneros
protestantes de la Gran Bretaña no suponían más que una población de 49.000
almas; el capitán Wilson la fija en 16.000; Turnbull cree probar que el número de
habitantes no pasa de 5.000. Dudo que estas diferencias sean efecto de una
disminución progresiva»). Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII los
testimonios sobre la población de París varían entre 500.000, 700.000 y un
millón (Clavigero, Storia, IV, 278, nota).
143 Sven Lovén, Über die Wurzeln der tainischen Kultur, Gotemburgo, 1924,
págs. 326 y sigs. (2a edición, revisada y al día, en inglés: Origins of the Tainan
Culture, West Indies, Gotemburgo, 1935, cap. VI, pág. 350y sigs.).
144 Colón — nada parco en sus cálculos — alcanzó cuanto más a ver (cerca de
Puerto de Paz, en la costa norte de la actual República de Haití) una población de
1.000 casas y 3.000 habitantes (cit. por Sven Lovén, op. cit.. pág. 336 de la versión
inglesa).
Sven Lovén habla también de la abundancia de peces en los ríos y costas, y de
roedores y aves. Pero dice que no practicaban la gran caza y que su alimentación
procedía fundamentalmente del suelo.
147 Véanse Georg Gerland, Das Aussterben der Naturvölker, Leipzig, 1868; René
Maunier, Les causes de la dépoputatlon des indigenes dans les colonies, en Actas
del Congreso Internacional de Estudios sobre la Población, Roma, VI, 1934, 235
y sigs. (con bibliografía); Carr-Saunders, Población mundial, Méjico, 1939, pág.
304; Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, págs. 130-
132; Indians at work, Nueva York, enero-febrero de 1944, n° 5, págs. 1-5.
Por esta excepción se explica que haya noticias de venta de indios en España por
aquella época, aun de indios de la Española, que no eran caribes. En 1511 se repite
la prohibición de llevar indios esclavos de la Española a los reinos de Castilla, para
evitar la despoblación y el desvío de las minas, y el 23 de diciembre de ese mismo
año el rey D. Fernando, al autorizar la captura y venta de los indios caribes de las
otras islas, prohibe que se los saque de las Indias. No deben haber cesado los
envíos, a juzgar por los hechos siguientes, que parece que no se refieren ya a las
Antillas: en agosto de 1529 los oficiales de Sevilla recibieron la orden de exigir la
certificación del estado legal de los indios esclavos que se introdujeran; en
diciembre de 1531 se les ordenó visitar los navios para evitar introducciones
clandestinas; en enero de 1536 se les encargó revisar los títulos para aceptar o
prohibir el desembarco; en marzo de 1536 y abril de 1538 se ordenó a las justicias
de España que reconocieran el estado de esclavitud de los indios cuando se
exhibiera la prueba respectiva; en mayo de 1549 se comisionó a los oficiales de
Sevilla que libertaran a los indios existentes en España; en agosto de 1549 se
mandó que aunque los indios hubieran sido dados por esclavos, si volvían a pedir
libertad fueran oídos y se les hiciera justicia, y que el fiscal de la Casa de
Contratación de Sevilla fuera su procurador; en junio de 1555 se dispuso que el
asesor de la Casa de Contratación actuara como letrado y el fiscal como
procurador en la comisión conferida al tesorero Francisco Tello para entender en
la libertad de los indios. Complementariamente, una Cédula de Valladolid, 23 de
septiembre de 1543, prohibió la conducción por mar de los indios libres o esclavos
de unas provincias a otras de las Indias. Resumimos estas noticias del estudio de
Silvio Zavala, Los trabajadores antillanos en el siglo XVI, en la Revista de Historia
de América, n.° 2, junio de 1938, págs. 32-35, 38, 40.
151 Los dominicos protestaron contra ese traslado de indios. Los dominicos de la
Española escribían en 1519 que se despoblaron más de 40 islas de Lucayos y tres
de Gigantes, tomando en total 50, 60 ó 70.000 indios; aun admitiendo — dicen —
que no se introdujeran más de 20.000, no quedaban vivos ni 800. Fray Pedro de
Córdoba, basándose en el testimonio del P. Las Casas, decía que se llevaron a la
Española más de 30 ó 40.000 indios de las Islas de Lucayos y Gigantes y no
quedaban 5.000 (citado por Silvio Zavala, Los trabajadores antillanos, 47, que
cree que esas cifras eran elementos de la protesta).
152 Véase Serrano y Sanz, op. cit., y Silvio A. Zavala, La encomienda indiana,
Madrid, 1935, págs. 1-39.
153 Damos a continuación un fragmento del sermón que hizo temblar al almirante
Diego Colón y a los funcionarios y encomenderos de la Española: «Soy voz de
Cristo, en el desierto desta isla. . . Esta voz es que todos estáis en pecado mortal,
y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes.
Decid: ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables
guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, donde tan
infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo
los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus
enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren,
y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado
tenéis de quién los doctrine y conozcan a su Dios y Criador, sean baptizados, oigan
misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos no son hombres?, ¿no tienen ánimas
racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no
entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan
letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no os podéis más
salvar que los moros o turcos, que carecen y no quieren la fe de Cristo». (El texto
del sermón lo ha reconstruido el P. Las Casas en su Historia de las Indias, libro
III, cap. IV; con algunas variantes figura en las Obras de Manuel José Quintana,
ed. Rivadeneyra, tomo XIX, págs. 504-505). El P. Las Casas describe la honda
repercusión de las palabras del P. Montesinos.
El tráfico existía, pues, antes de la intervención del P. Las Casas. Los Jerónimos,
el 22 de junio de 1517, aconsejaron al Cardenal Cisneros la introducción de
«negros bozales» en las Antillas. Abundan en esa época los clamores sobre la falta
de indios y su incapacidad para el trabajo, y las demandas a favor de la
introducción de negros. De esos clamores se hace eco el P. Las Casas: «y porque
algunos de los españoles desta isla dijeron al clérigo Casas, viendo lo que
pretendía y que los religiosos de Sancto Domingo no querían absolver a los que
tenían indios si no los dejaban, que si les traía licencia del Rey para que pudiesen
traer de Castilla una docena de negros esclavos, que abrirían mano de los indios;
acordándose desto el clérigo, dijo en sus memoriales que le hiciese merced a los
españoles vecinos dellas de darles licencia para traer de España una docena, más
o menos, de esclavos negros, porque con ellos se sustentarían en la tierra y
dejarían libres los indios» Este aviso de que se diese licencia para traer negros a
estas tierras dió el primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia con que
los portugueses los toman y hacen esclavos; el cual, después de que cayo en ello,
no lo diera por cuanto había en el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y
tiránicamente hechos eslavos, porque la misma razón es dellos que de los indios»
(Las Casas, Historia de las Indias, libro III, cap. CII).
158 J. Wisse, Selbslmord und Todesjurcht bei den Naturvolkern, Zutphen, 1933,
págs. 207-220 (el suicidio en las Antillas). El supuesto suicidio comiendo tierra
podría ser un síntoma de anquilostomiasis, enfermedad introducida por los
negros, o bien una manifestación de geofagia, bastante frecuente entre los indios
de América (véase Tierra Firme, II, 1936, 259-266).
El suicidio colectivo, que se practica entre numerosos pueblos, pudo tener el valor
de una venganza de orden mágico contra el conquistador.
159 Dicen expresamente: «Es nuestra voluntad y mandamos que los indios que al
presente son vivos en las islas de San Juan y Cuba y la Española, por agora y el
tiempo que fuere nuestra voluntad, no sean molestados con tributos ni otros
servicios reales ni personales ni mixtos más de como lo son los españoles que en
las dichas islas residen, y se dexen holgar para que mejor puedan multiplicar y ser
instruidos en las cosas de nuestra santa fe cathólica, para lo cual se les den
personas religiosas cuales convengan para tal efecto» (Leyes y ordenanzas
nuevamente hechas para la gobernación de las Indias, ed. 1603, pág. 9,
reproducción en facsímil, Buenos Aires, 1923).
Y en cuanto a los indios de toda América las Nuevas Leyes disponen: «Ordenamos
y mandamos que de aquí adelante por ninguna causa de guerra ni por otra alguna,
aunque sea so título de rebelión, ni por rescate ni de otra manera, que no se pueda
hazer esclavo indio alguno, y queremos que sean tratados como vasallos nuestros
de la Corona de Castilla, pues lo son» (Ibíd., pág. 12). Ya se sabe que estas Leyes
produjeron la revuelta de Gonzalo Pizarro y la guerra civil en el Perú. En la Nueva
España el virrey D. Antonio de Mendoza suspendió su aplicación, y lo mismo hizo
Diez de Almendáriz en la Nueva Granada.
160 Du Tertre, op. cit., IT, 363, dice (2da. ed.) que por informes de M. de l'Olive,
sieur de la Ramé y de los habitantes más viejos de «nuestas islas», había dicho en
la 1a edición que los habitantes de las Antillas francesas eran restos de las
matanzas de los españoles en Cuba, la Española y P. Rico; ahora dice que ello no
está tan lejos de lo verosímil como cree el sieur de Rochefort. Humboldt, Ensayo
político sobre la Isla de Cuba, I, 136, dice que si es cierta la afirmación de Gomara
de que en 1554-1564 ya no existía ningún indio, «es absolutamente preciso
convenir que los que se escaparon a la Florida en sus piraguas eran restos muy
considerables de aquella población, creyendo, según antiguas tradiciones, volver
al país de sus antepasados». Abbad, op. cit-, 122, dice que los indios de P. Rico
desampararon la isla (hacia 1530), pasándose a las circunvecinas de Mona,
Monico, Vieques y otras de la costa, donde se alimentaban con la pesca y algunas
cortas sementeras. El informe del capitán Melgarejo dice que, al conquistarse la
isla, una porción de los indígenas se pasó a otras islas con los caribes (Brau, P.
Rico y su hist., 313). Ignacio J. de Urrutia y Montoya, Teatro histórico, jurídico y
político-militar de la Isla Fernandina de Cuba, en Los tres primeros hist. de la isla
de Cuba, II, Habana, 1876, 109-110, habla de muchos indios que de la Española
se retiraron a la isla de Cuba, entre ellos el cacique Hatuey. En nuestro Apéndice
III - N. de W.: No incluido en esta digitalización -hemos mencionado ya la suerte
de los caribes de Dominica y S. Vicente transportados a la América Central.
161 Fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de la Nueva España, ed. de
Méjico, 1941, págs: 15-22, Agustín Dávila Padilla, Historia de la fundación de la
provincia de Santiago, de México, 2a ed., Madrid 1625, pág. 100 (apud Kubler,
obra cit., 606).
162 Véase Pietschmann, Geschichte des Inkareiches, Berlín, 1906, pág. LXXI,
nota 3.