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LA EXPERIENCIA DE LA SIN RAZÓN: EL PAPEL


DE LAS EMOCIONES EN LA ETIOLOGÍA DE LA HISTERIA1
Y LAS NEUROSIS EN LOS SIGLOS XIX Y XX

Oliva López Sánchez

Los médicos nos encontramos frente al problema de la Histeria en


que parece que ésta como la esfinge mítica se complace en ponernos
acertijos que debemos resolver. Ella se burla de nosotros, frecuen­
temente pretende engañarnos y otras nos tiende redes en que po­
demos caer. Modernos Edipos debemos evitar el encantamiento y
estar preparados para con nuestras armas, vencer en todo caso a la
mencionada esfinge.
Enrique Aragón (1929)

Introducción

P
artiendo de la premisa de la expresión emocional como el pun­
to de confluencia de lo sociocultural y la expresión del yo,2 en
este capítulo analizaremos la función de la emoción, y pro­
piamente dicho, la expresión emocional en la etiología de la histeria,
sus síntomas y tratamientos. Nos interesa analizar las explicaciones
clínicas y terapéuticas en torno a una enfermedad controvertida
que tiene su origen, como entidad patológica, en la segunda mitad
del siglo xix en Europa. La histeria, enfermedad nerviosa, cuyos
extraños síntomas comprometían el estado moral y emocional de
las mujeres y los hombres en la Edad Media, fue explicada bajo la
1 Histeria: Psiconeurosis cuyos síntomas se fundan en la conversión y que se caracterizan por la pérdida del
control sobre los actos y las emociones, ansiedad, exageración de los efectos de las impresiones sensori-
ales y simulación de varios trastornos. Los síntomas de la enfermedad son, hiperestenia (tonicidad mayor
de lo normal/aumento de la fuerza vital), dolor en la región ovárica, anestesia, parálisis musculares, tras-
tornos de la visión, espasmos tónicos, alucinaciones y catalepsia. Diccionario epidemiológico de ciencias
médicas, Salvat, México, 1976, p. 499.
2 Catherine Lutz, “Emotion, Thought, and Estrangement: Emotion as a Cultural Category”, en Cultural an-
thropology, 1986 ,1(3), pp. 287-309 y Claire Armon-Jones, “The thesis of Constructionism”, en Room
Harré (Ed.), The Social Construction of Emotion, Basil Blackwell, Oxford, 1986, pp. 31-57.
lógica de la posesión. Las alteraciones de sensibilidad, que en el
siglo xix fueron consideradas patológicas, fueron llamados por
los demonólogos y los magistrados «stigmata diaboli» refiriéndose
a las zonas insensibles de la piel y de los tejidos profundos, cuya
existencia en el cuerpo de las personas procesadas las delataba su­
puestamente de hechicería.3 Los pretendidos signos de la posesión
demoníaca en la Edad Media, en el siglo xix, formaron parte de la,
nosografía de la histeria, cuyos síntomas han estado asociados a una
exagerada sensibilidad, lindantes con una sexualidad reprimida y
deseos genésicos provocados por la anormal posición del útero y ór­
ganos aledaños, además de una gama de emociones desbordadas y
que en el siglo xx fue asignada al campo de la psiquiatría.4
El discurso médico decimonónico consideró cierto tipo de ex­
presión emocional como irracional y patológica en las mujeres,5 lo
que justificó su clasificación como alienadas y su exclusión de la vida
sana.6 La emoción se observó como un acto disruptivo de la inteligen­
cia, la cordura y la sensatez en los pacientes histéricos. Relacionada la
sensibilidad a la supuesta naturaleza femenina, los galenos decimonó­
nicos fortalecieron la asociación entre mujer y emociones, emociones
e histeria, por tanto, se estableció un vínculo indisoluble entre lo fe­
menino y la histeria como parte de la etiología, amén de todas las dis­
cusiones y evidencias que fueron reformulando esta etiología de la
enfermedad hasta llegar a considerarla de posesión diabólica a una
neurosis y, posteriormente, una psicosis, ya avanzado el siglo xx.
En este caso, analizaremos cómo ciertas emociones desborda­
das se han considerado evidencia de desviación de la salud mental
femenina, tal y como lo sostiene Catherine Lutz.7 Es de nuestro inte­
rés mostrar cómo la orientación de ciertas emociones constituyó un
elemento de la cultura de género en la segunda mitad del siglo xix y
principios del xx en México, con una clara función reguladora de la
vida moral y mental de las mujeres de esa época.

3 José Ramos, “Algunos fenómenos oculares paradójicos de naturaleza histérica y su valor diagnóstico”, en
Gaceta Médica de México, 1905, tomo V, núm. 17, pp. 216-222.
4 Oliva López, El dolor de Eva. La profesionalización del saber médico en torno al cuerpo femenino en la
segunda mitad del siglo xix en México, Facultad de Estudios Superiores Iztacala Universidad Nacional
Autónoma de México, México, 2010.
5 Catherine Lutz, óp. cit.
6 Michel Foucault, El nacimiento de la Clínica. Una arqueología de la mirada médica, Siglo xxi México,
1996.
7 Lutz Catherine, op cit.

La pérdida del paraíso 150


El significado cultural de las emociones se había invisibilizado
dentro de las ciencias sociales porque se pensaba que es imposi­
ble identificar la esencia de la emoción, y que las emociones son
universales, por tanto, son separables de sus contextos sociales y
personales. Esta idea de universalidad ya no es sostenible como lo
hemos visto en el capítulo uno de este libro, y cada vez es más evi­
dente que las emociones tienen una función ideológica y de control
social; así pues, podemos identificar cómo la emoción ocupa un
lugar importante en las ideologías de género, específicamente en la
asociación que se ha establecido entre emoción con irracionalidad,
subjetividad y estructura caótica de la personalidad, todas ellas ca­
racterísticas negativas contenidas en el etiquetado de las mujeres
como género emocional.8
En esta lógica, la emoción como categoría analítica nos permitirá
dar cuenta del poder ejercido por la medicina mexicana decimo­
nónica en la explicación de la histeria, que sirvió para subordinar
a quienes por manifestar un desbordamiento emocional fueron ti­
pificados como enfermos. El supuesto que guía este trabajo es que
la emoción ha servido como dispositivo normativo9 para juzgar la
salud mental de las mujeres y, en algún momento, también la de
los hombres.
Pretendemos analizar el discurso médico dirigido a explicar la
expresión emocional de los pacientes histéricos, el cual suponemos
consideró la manifestación de las emociones: tipo, intensidad, fre­
cuencia y contexto de la expresión, como signos patológicos asocia­
dos con la enfermedad.10 Retomamos el tema de la histeria, realidad
nosológica construida y reconocida como una alteración ginecológi­
ca, neurológica y luego mental, cuyo origen primero fue imputado a
la insatisfacción sexual, que se supuso en un principio sólo afectaba a las
mujeres, y cuyos síntomas sobresalientes fue la afectación emocio­
nal para poder ubicar el papel de la emoción en esta entidad médica
construida en el siglo xix por la medicina europea y adoptada por los
galenos mexicanos decimonónicos.

8 Véase Oliva López Sánchez, “Reflexiones sobre una historia...”, en esta misma obra, p. 23.
9 Ibídem
10 José Ramos, óp. cit.; Oliva López, De la costilla de Adán al útero de Eva. La concepción médica y social del
cuerpo femenino en el siglo xix, Facultad de Estudios Superiores Iztacala, Universidad Nacional Autónoma
de México. México, 2007.

151 La experiencia de la sin razón...


El fenómeno de la histeria, como entidad médica, permite acer­
carnos al análisis de la construcción emocional del cuerpo femenino
y a la forma en la que la medicina explicaba el comportamiento de
las histéricas precisamente porque los síntomas estaban asociados
con un disturbio emocional, moral y la pérdida de control del cuer­
po. Por otro lado, nos resulta interesante el cambio que hubo de la
centralidad del útero, a la centralidad del cerebro para explicar el ori­
gen de la histeria, reconocida desde Hipócrates como una alteración
ginecológica y vigente en la nosografía médica del siglo xx. Con un
origen mental, la histeria representó un enigma para los médicos. Su
estudio y atención transitó de la ginecología, a la clínica neurológica,
y en la década de 1920 se le asignó a la psiquiatría como la especiali­
dad que debía atenderla por su origen netamente mental.11
El corpus de análisis está conformado por once materiales he­
merográficos: nueve artículos publicados en la Gaceta Médica de
México, órgano de difusión de la Academia de Medicina y la Crónica
Médica y dos tesis médicas del siglo xix que tratan sobre la histeria. 12
El trabajo está organizado de la manera siguiente: En un primer
momento, esbozamos el lugar de la histeria en el contexto de la psi­
copatología del siglo xix; posteriormente, nos abocamos al análisis
de los textos producidos por los galenos mexicanos que pretendie­
ron dar cuenta del trastorno histérico y presentaremos la transición
de las posturas médicas en torno a la histeria a lo largo del siglo
xix y principios del xx. Es sobre estas explicaciones que queremos
resaltar cómo las manifestaciones emocionales abruptas sirvieron
para dar un sentido psicopatológico a la sintomatología del brote
histérico que, a su vez, está ubicado en un contexto sociocultural
normado, donde la resonancia emocional es funcionalmente sig­
nificante para excluir a todo aquel que se salga de la norma. Por
último, esbozamos algunos tratamientos en torno a la histeria en
los que se hace evidente la hipótesis neurológica de las emociones
y cómo las estrategias médicas estuvieron dirigidas a las manipu­
laciones corporales a fin de controlar o bien, eliminar los síntomas
de la histeria.

11 Enrique Aragón, “La histeria y la interpretación pitiática de Babinsky”, La Gaceta Médica de México, 1929,
vol. 57, núm. 1, pp. 29-35.
12 Las citas textuales que aparecen a lo largo del trabajo y que provienen de estas fuentes respetan la orto-
grafía original.

La pérdida del paraíso 152


Algunos antecedentes psicopatológicos
en torno de la histeria
El fenómeno de la histeria fue con toda seguridad una problemá­
tica que inspiró diversos trabajos entre los galenos europeos y, por
adenda, entre los mexicanos a lo largo del siglo xix finisecular y
las primeras décadas del siglo xx. La histeria fue considerada una
enfermedad a lo largo de los siglos xviii y xix; posteriormente, se
le ha considerado como parte de la sintomatología de otros padeci­
mientos de orden psiquiátrico.13
La histeria (del francés hystérie, y éste del griego ὑστέρα, «úte­
ro») es una afección psiconeurótica cuyos síntomas se fundan en la
conversión y que se caracterizan por la pérdida del control sobre los
actos y las emociones, ansiedad, exageración de los efectos de las im­
presiones sensoriales y simulación de varios trastornos. Los síntomas
de la enfermedad son, hiperestenia (fuerza o tonicidad mayor de la
normal), dolor en la región ovárica, anestesia, parálisis musculares,
trastornos de la visión, espasmos tónicos, alucinaciones y catalep­
sia.14 Se le clasificó como histeria de conversión, estado en el cual
la energía psíquica hacia una idea reprimida o compleja es convertida
en estímulo nervioso que origina síntomas físicos. Mientras que en
la histeria de fijación, los síntomas se basan en una enfermedad or­
gánica. La histeria mayor y menor causa la pérdida del sentido, con
convulsiones sin pérdida total del sentido.15 Los síntomas histéricos,
de naturaleza física o psíquica, se manifiestan con un aspecto pa­
roxístico, intermitente o duradero; frecuentemente, son reversibles.
Destacan los trastornos motores, sensitivos y sensoriales.16
Hacia la segunda mitad del siglo xx se le encuadró dentro de los
trastornos de somatización y se manifiesta en el paciente en forma
de una angustia al suponer que padece diversos problemas físicos o
psíquicos. En cuanto neurosis, no se acompaña nunca de una rup­
tura con la realidad (como en el delirio) ni de una desorganización
13 Es importante mencionar que, hacia la segunda mitad del siglo xix, la psiquiatría y la neurología no se
habían separado como campos de estudio médicos independientes y diferenciados, véase Germán Be-
rrios, Historia de los síntomas de los trastornos mentales. La psicopatología descriptiva del siglo xix, Col.
Psicología, psiquiatría y psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, México, 2008.
14 Sobre las explicaciones médicas de la histeria en la época clásica al siglo xix en Europa, véase Michel
Foucault, Historia de la locura en la época clásica. Fondo de Cultura Económica, tomo I. México, 1990,
pp. 432-461.
15 Diccionario terminológico de ciencias médicas, Salvat, México, 1918, p. 499.
16 Michel Foucault, Historia de la locura…, óp. cit., p. 432 y passim.

153 La experiencia de la sin razón...


de la personalidad. Técnicamente, se denomina conversión histérica.
Hoy día, el DSM-IV ha eliminado el término de histeria y se refiere
a estos trastornos agrupándolos en dos: los trastornos disociativos y
los trastornos somatomorfos.17
A lo largo del siglo xix, la histeria estuvo asociada con otros
trastornos como el de la catalepsia.18 Jean M. Charcot19 estudió la
histeria y la epilepsia cuando en los antiguos pabellones de Santa
Laura se recluían indistintamente a las pacientes histéricas, epi­
lépticas e insanas.20 Al observar esta mezcla de pacientes surgió
una nueva clasificación: Hystéro-épilepsie. Charcot incluyó en el
concepto de histeria el fenómeno de catalepsia. “La catalepsia fue
clasificada como unilateral o bilateral, primaria (idiomática, sim­
ple, franca) o secundaria (complicada). La primera se presentaba
en sujetos aparentemente normales. La segunda se asociaba con la
histeria, éxtasis y sonambulismo y tendía a ser incompleta y de lar­
ga duración”.21 Mientras la discusión sobre la catalepsia giraba en
torno a su comprensión como enfermedad o síntoma, la histeria
fue considerada como una enfermedad. Al término de la primera
Guerra Mundial, la noción de catalepsia primaria fue desechada, y
la secundaria pasó a formar parte de síntomas histéricos.22
En un primer momento, las manifestaciones emocionales
desbordadas de la histeria fueron asociadas con la fisiología y la
anatomía femenina, desde esta concepción médica, el cuerpo y su
biología eran los determinantes de la vida moral de los individuos,
sobre todo de los femeninos. El conocimiento médico asumió que
la fisiología del cuerpo era la encargada de controlar la expresión
emocional, por lo que las estrategias de tratamiento estuvieron di­
rigidas a la manipulación directa del cuerpo.
17 http://medicablogs.diariomedico.com/reflepsiones/tag/histerica/ (Consulta realizada el 21 de junio de 2009).
18 Catalepsia: Flexibilidad cérea: mantenimiento rígido de una posición corporal durante un período pro-
longado. (DSM IV) La palabra catalepsia es tan antigua como los trastornos para los que fue acuñada. En
su forma completa, la catalepsia incluía una parálisis motora total y súbita, con tono muscular normal
o aumentado, total desconexión sensorial con anestesia y analgesia, postura pasiva. El ataque duraría
desde algunos minutos hasta un día entero, se presentaría sin aviso previo o precedido de experiencias
prodrómicas muy similares a las de un ataque de pánico, véase A. Linas “Catalepsie”, en A. Dechambre, L.
Lereboullet, Dictionnaire Encyclopédique des Sciences Médicales, vol. 13, Masson, París, 1877, pp. 59-90,
citado en Germán Berrios, óp. cit., p. 462.
19 Jean Martín Charcot, médico neurofisiólogo francés considerado como el gran maestro de la histeria.
Director de la Salpêtrière, un hospital Parísiense para enfermedades nerviosas de la mujer. Sus famo-
sas lecciones del martes sobre la histeria se mantuvieron hasta la década de 1880. Su fama traspasó las
fronteras francesas y sus conocimientos llegaron a toda Europa, Norte América y Latinoamérica incluido
México. Charcot murió en 1893.
20 Germán Berrios, óp. cit., p. 464 y passim.
21 Ibídem, p. 462.
22 Ibíd.

La pérdida del paraíso 154


A lo largo del siglo xix, la histeria se trató con masajes en la
zona del epigastrio23 y en el clítoris buscando generar el orgasmo y
con ello la eliminación de los síntomas histéricos.

Las posturas médicas en torno


a la histeria durante el siglo xix

a) El modelo útero-centrista

La histeria fue considerada como una enfermedad exclusiva de las


mujeres. Los griegos la consideraron resultado de diversos trastor­
nos del útero; así, Hipócrates, Pitágoras y Empédocles24 aseguraban
que provenía de los desalojamientos del útero hacia el corazón o
el cerebro en el cuerpo de la mujer. Para Aristóteles, Demócrito y
Platón era el resultado de la agitación del útero, que enfurecía como
animal cuando no concebía. Por su parte, Galeno aseguraba que re­
sultaba de la retención de la sangre menstrual. Las asociaciones hi­
pocráticas y galénicas llevaron a concluir que la histeria era el resul­
tado de la insatisfacción sexual de las mujeres, y que el útero errante
producía esa serie de síntomas en todo el cuerpo.25 El matrimonio y
el masaje genital con aceite de rosas se establecieron como los mejo­
res remedios terapéuticos para atender la patología.26
En el siglo xvi, Lepois27 introduce por primera vez el mode­
lo neurológico para explicar la etiología de la histeria, dicha expli­
cación resultó contundente ante la evidencia de casos en el varón.
La histeria dejó de ser una enfermedad propia de las mujeres, que
también podían padecer los hombres. Este hecho definitivamente
cambió el rumbo de las explicaciones ginecológicas que por siglos
imputaron al útero y a la sexualidad femenina insatisfecha, el origen

23 Región superior y media del abdomen, entre ambos hipocondrios y desde el apéndice xifoides y hasta
dos dedos por encima del ombligo.
24 Buenaventura Jiménez, La histeria en el hombre, Tesis de grado, Imprenta de Comercio de Dublan y Com-
pañía, México, 1882.
25 Hasta final del siglo xviii, con Pinel, el útero y la matriz estarán incluidos en la patología de la histeria,
su actividad se explicará por la posibilidad de difusión de los humores y de los nervios, y ya no por una
característica peculiar de su naturaleza como en la medicina hipocrática. Michel Foucault, Historia de la
locura…, óp. cit.
26 Catherine Jagoe, Alda Blanco y Cristina Enríquez, La mujer en los discursos de género. Textos y contextos
en el siglo xix, Icaria, Barcelona, 1998.
27 Citado en Buenaventura Jiménez, óp. cit.

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del mal histérico. Entonces, su causa se localizó en otro órgano del
cuerpo, el cerebro y el sistema nervioso.
La inocencia del enfermo nervioso, que no siente ya ni siquiera la irritación
de sus nervios es en el fondo el justo castigo de una profunda culpabilidad: la de
haber preferido el mundo sobre la naturaleza:…Éste es el suplicio de todas
las almas afeminadas a las cuales la inacción ha precipitado a peligrosas vo-
luptuosidades, y que por evitar los trabajos que impone la naturaleza, se han
entregado a todos los fantasmas de la opinión…28

A pesar de los nuevos elementos neurológicos considerados en


la explicación de la histeria, la sombra de la feminidad como ele­
mento de vulnerabilidad histérica perduró tal y como lo ha demos­
trado Foucault en su Historia de la Locura.

b) El modelo neurológico

Hacia finales del siglo xviii y principios del xix, resurgió la teoría
del determinismo ginecológico como la génesis de la histeria, sólo
que ahora, la histeria fue considerada una enfermedad resultante
del exceso de los placeres y los goces sexuales. La terapéutica griega
cambió, y la recomendación del coito fue remplazada por la conti­
nencia sexual.
Toda la vida puede juzgarse a partir del grado de irritación: abuso de las cosas
no naturales, vida sedentaria en las ciudades, lectura de novelas, espectáculos
de teatro, celo inmoderado por las ciencias, “pasión excesiva por el sexo, o ese
hábito criminal, tan reprensible en lo moral como dañoso en lo físico”.29

Durante la segunda mitad del siglo xix y principios del xx, se


agregaron otras explicaciones acerca de la histeria, procedentes de
la ginecología y de la psiquiatría, y que fueron una modificación
de las tesis uterinas que se conocieron en el pasado. Estas explica­
ciones incorporaron la función del ovario en la generación de la
histeria, según el médico francés Jean Martín Charcot; eran las pre­
siones del ovario izquierdo, enfermedad conocida como ovaralgía,
las que producían el aura histérica, en el caso de las mujeres y en los
testículos, en el caso de los hombres.
28 Pressavin, Nouveau traité des vapeurs, Lyon, 1770, p. 65, citado en Michel Foucault, Historia de la Locu-
ra…, óp. cit., p. 460.
29 Tissot, Traité des Neris, i, ii parte, pp. 302-303, citado en ibídem.

La pérdida del paraíso 156


La influencia de los estudios de Charcot en 1868, siendo direc­
tor en la Salpêtrière, definió el rumbo de la comprensión de la histeria
en el mundo occidental.30 A pesar de que se reconoció la dificultad
de establecer una sola explicación que diera cuenta de la histeria, el
modelo neurológico siguió siendo hegemónico en las explicaciones
etiológicas de la histeria.31 Aunque los órganos sexuales dejaron de ser
el sitio del origen de la enfermedad, la frecuencia de las prácticas
sexuales representaron un factor predisponente en el desarrollo de
la histeria; se consideró que las excesivas en las mujeres y las escasas
en el varón formaban parte de la etiología histérica.
Según la anatomía patológica, la histeria era una enfermedad
nerviosa, cuyos extraños síntomas comprometían el estado moral
y emocional de las mujeres y los hombres. Veamos la siguiente cita
que ha sido extraída de una tesis médica de 1882 de Isaac Vázquez32
titulada La gran histeria, trabajo donde es notoria la influencia de
los postulados de Charcot:
(…) existe siempre un conjunto de signos precursores que impresionan la
economía entera de las mujeres nerviosas, y les permite, hasta cierto pun-
to, predecir el momento de su ataque. [...] Las perturbaciones síquicas son
las más notables y las primeras en el órden de su aparicion; el carácter está
cambiando, las enfermas se ponen tristes, experimentan cierto malestar ge-
neral, todo les inquieta, el acontecimiento más insignificante las conmueve,
están imposibilitadas de entregarse á sus ocupaciones habituales, se preocu-
pan grandemente con los sucesos de su vida pasada, [...] la volubilidad de
sus sensaciones, las conduce rápidamente de la melancolía más profunda á
la alegría más desenfrenada. [...] Con frecuencia se observan cambios del
instinto genésico. Las alucinaciones de la vista y del oido figuran tambien
en un gran número de casos. [...] El apetito se disminuye ó se pervierte, con

30 Es importante mencionar que en las fuentes médicas consultadas no se hace mención a los trabajos de
Sigmund Freud, quien en 1895, junto con Josef Breuer, había publicado Estudio sobre la histeria. La refe-
rencia a S. Freud en el contexto mexicano se dio hacia la década de 1920.
31 Para los médicos europeos, como Willis, la histeria era una afección del cerebro y de los nervios; Hygmor
aseguró que era consecuencia del desarreglo del curso de la sangre en el corazón y los pulmones. Para
Pomme, el sitio de la histeria estaba en el sistema nervioso; Whytt aseguraba que tenía su origen en las vís-
ceras abdominales, principalmente en el estómago y los intestinos. Jaccoud, médico francés, aseguró que
dependía de la subordinación natural e innata de la actividad espinal a la actividad cerebral; esta jerarquía
preestablecida era la condición absoluta de la armonía normal de las funciones nerviosas. La armonía se
rompía y seguía la histeria, dando como resultado una ataxia cerebro-espinal, que constituía la decaden-
cia de la acción cerebral y predominaba la acción espinal. Esta última teoría ofreció mayores elementos
convincentes en la explicación de la génesis de la histeria. Porque en la crisis histérica el cerebro perdía su
dominio. Esta explicación también encontró serias críticas, pues enfrentó el cuestionamiento del origen del
desarreglo ente el cerebro y la médula espinal. El médico mexicano Buenaventura Jiménez, óp. cit. dedicó
un espacio amplio para explicar todas las discusiones médicas de la época con respecto a la teoría de la
pérdida de equilibrio entre el cerebro y la médula espinal.
32 Alumno de la Escuela Nacional de Medicina, ayudante del consultorio gratuito de la Beneficencia Pública
y practicante interno del Hospital de Jesús.

157 La experiencia de la sin razón...


f­ recuencia se observan vómitos y náuceas, y el intestino paralizado contie­
ne una gran cantidad de gases, síntoma demasiado común en las histéricas. 33

La cadena de signos y síntomas nos lleva a formular la re­


flexión siguiente: el signo –en la histeria las perturbaciones psíqui­
cas- anuncia lo que va a ocurrir, es decir, el brote histérico que está
acompañado de síntomas –en este caso las manifestaciones emocio­
nales abruptas- que son los cambios notables en el cuerpo. Así pues,
los síntomas ponen en evidencia a la enfermedad, en esa irrupción
de tristeza, melancolía y desorden del deseo sexual se manifiesta
la esencia de esta patología. Lo que coloca a la manifestación de la
emoción en una suerte de liminalidad poco clara entre lo sano y lo
patológico. Si es la intensidad de la emoción lo que se observa como
el síntoma de la histeria, con toda seguridad fue verdaderamente
difícil distinguir una expresión emocional sana de una patológica.
En cualquier caso, el control de la emoción a través de la manipu­
lación del cuerpo buscó cambiar el pronóstico de la enfermedad,
pues la emoción se convirtió en un fenómeno significante de ésta.
Si la patología es una colección de síntomas, la emoción como fenó­
meno significante vincula una serie de fenómenos que constituyen
una coexistencia entre ellos, lo que finalmente ofrece la diferencia
entre la salud y la enfermedad, lo que es y lo que no es.34 El síntoma
de la histeria, es decir, la perturbación emocional entró a una lógica de
identificación marcada por la simultaneidad, la sucesión, la inten­
sidad y la frecuencia.
La mezcla de síntomas era verdaderamente infinita, en algunos
casos las pacientes presentaban crisis combinadas que se conocie­
ron como la gran histeria o histeroepilepsia. Estas crisis comenzaban
con un período de síntomas llamado el aura histérica, caracterizado
por tristeza, llanto, o alegría extrema, alucinaciones visuales y audi­
tivas, trastornos digestivos; palpitaciones cardiacas y perturbacio­
nes vasomotoras, es decir, frío en ciertas partes del cuerpo. Según
los médicos decimonónicos, apoyados en la teoría de Charcot, el
aura histérica nacía del ovario izquierdo, estaba acompañado de una
sensación dolorosa, cuya magnitud comprometía al e­ pigastrio, a su

33 Isaac Vázquez, Ligero estudio de algunos de los accidentes de la Gran Histeria, Imprenta del Comercio de
Dublan y Compañía, México, 1882. p. 8. [Énfasis nuestro]
34 Michel Foucault, El nacimiento de la Clínica…, óp. cit.

La pérdida del paraíso 158


vez el dolor irradiaba al cuello en el que se producía un sentimiento
de constricción (bola histérica) y, finalmente, llegaba a la cabeza
donde se manifestaban silbidos análogos a la de una locomotora, o
bien sensaciones de martillazos, sobre todo del lado izquierdo. En
realidad, no hubo un acuerdo acerca del lugar inicial del aura his-
térica, para ciertos médicos podía provenir casi de cualquier parte
del cuerpo en la que se manifestaran los síntomas.
Las posiciones y movimientos, producto de las contracciones
tetánicas de los músculos y las convulsiones, eran descritas por los
médicos como período de clonismo.35 El clonismo ocupó el segun­
do grupo de síntomas de la histeria; de este grupo, existieron tres
tipos de movimiento que llamaron profundamente la atención de
los médicos por su frecuencia; las salutaciones, el del arco y los mo­
vimientos de lateralidad de la cabeza.
El tercer grupo de síntomas fue llamado de las actitudes pasio­
nales o de las posiciones plásticas. Estos síntomas refirieron la ac­
tuación física y verbal de las pacientes, y eran producidos por las
alucinaciones, de tal suerte que la trasformación de su fisonomía,
sus actitudes y su voz reflejaban, según aseguraban los médicos, el
estado de su alma. Además de la clasificación de los ataques histéri­
cos en tres grandes grupos: los ataques tónicos, clónicos y de delirio,
la asignación de zonas histerógenas provino de los estudios realiza­
dos por Charcot en la Salpetrière. Las zonas histerógenas ocupaban
una extensión variable, de uno a tres centímetros. Entre las más co­
nocidas estaban las localizadas en algunos sitios como: el bregma36
y el lambda,37 el esternón y los espacios intercostales; la extremidad
externa de la clavícula; arriba, abajo y afuera de los senos; algunas
apófisis espinosas de las vértebras cervicales y dorsales; la región de
los ovarios y el testículo. A pesar de la variedad de las zonas histeró­
genas, los ovarios, sobre todo el izquierdo, seguían ocupando el lu­
gar originario del aura histérica, la cual se atribuyó a la compresión
de estos órganos. Según la exploración médica, bajo la zona del epigas­
trio se podía sentir un cuerpo duro del tamaño de una almendra y que

35 Richer lo llamó período de clonismo, derivado de la palabra inglesa clown, payaso, por el tipo de movi-
mientos exagerados y por el histrionismo de los mismos.
36 Bregma. Punto de la superficie del cráneo, unión de las suturas sagital y frontal, correspondiente a la
fontanela anterior. Sincipucio.
37 Lambda. Punto craneométrico en la unión de las suturas interparietal o sagital y parietooccipitales, que
en conjunto forman la sutura lambdoidea.

159 La experiencia de la sin razón...


en el momento de oprimirlo provocaba los fenómenos del aura his-
térica. Cuando la manipulación exploratoria se practicaba durante
los ataques, se suprimían o, al menos, se modificaban los síntomas,
de tal suerte que los médicos aseguraron que la misma causa tenía la
facultad de aliviar los efectos relacionados con ella.
Entre las explicaciones etiológicas referidas a la histeria que tu­
vieron lugar durante el último tercio del siglo xix, llaman nuestra
atención las relacionadas con la herencia. En 1882, el médico mexi­
cano recién graduado, Buenaventura Jiménez, afirmó que la herencia
era causa frecuente de la histeria; pues se trataba de una enferme­
dad trasmitida por los padres. Existía una predisposición a padecerla
porque la mayoría de pacientes con histeria provenían de padres con
la misma patología. La tendencia aumentaba en aquellas personas
cuyo sistema nervioso estaba insuficientemente nutrido, por las ma­
las condiciones en que vivían y por los abusos en el coito. En efecto,
el tema de la herencia ocupó un espacio importante dentro de las
explicaciones, pero la herencia de la madre era la que, según este mé­
dico, dejaba sentir más fatalmente su influencia, “más de la mitad de
las madres histéricas trasmiten esta enfermedad”.38
El sexo fue otro factor determinante; era más frecuente encon­
trar casos de histeria en mujeres que en varones, según afirmacio­
nes de los médicos mexicanos y europeos. La razón era más que
obvia, según la lógica de los galenos. La organización nerviosa del
hombre era poco impresionable a las excitaciones y no se dejaba
subyugar con facilidad como ocurría en el caso de las mujeres, cu­
ya razón caía vencida expeditamente. Las proporciones reportadas
por los médicos variaban, pero la balanza siempre se inclinó hacia
el sexo femenino.39
La edad fue otro elemento importante en la explicación de la
histeria, se consideró que el período de la pubertad representaba
la mayor época de riesgo porque el organismo enfrentaba cam­
bios fisiológicos importantes ante los cuales muchas veces los jó­
venes faltos de una educación física y moral no podían enfrentar, y
38 Buenaventura Jiménez, óp. cit., p. 11.
39 Briquet reportó un caso de histeria en el hombre por cada veinte mujeres histéricas, otros más reporta-
ron uno por cada 100. Sobre las estadísticas de las enfermedades ginecológicas, entre las que se incluyó
a la histeria, de la segunda mitad del siglo xix, véase Oliva López, La profesionalización de la gineco-
obstetricia y las representaciones técnico-médicas del cuerpo femenino en la medicina de la ciudad de
México (1850-1900), Tesis para obtener el grado de doctora en antropología, Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social-D.F., México, 2004.

La pérdida del paraíso 160


­ brevenían los ataques histéricos. Esta afirmación relacionada con
o
los cambios fisiológicos en la etapa de la pubertad coincide con los
que Luis Abogado emitió en 1904 y en los que proponía que las
mujeres eran más proclives a desarrollar patologías en dicha etapa
de la vida por su frágil naturaleza.40
Recordemos que según las teorías evolutivas, los cuerpos fe­
menino y masculino son prácticamente iguales hasta antes de la
adolescencia, momento en el cual se manifiestan las diferencias
­sexuales, y el varón adquiere su identidad y naturaleza masculi­
na, léase racional y evolucionada con respecto de la femenina que
se queda sujeta a su naturaleza reproductiva y, por tanto, según el
imaginario médico, más vulnerable. En esta lógica, la mujer se define
como un ser preso de su naturaleza, por ende más impresionable y,
por consecuencia, liminalmente enfermo.41
La constitución y el temperamento fueron considerados aspec­
tos claves para explicar las causas por las que los hombres padecían
histeria. Los individuos con temperamento nervioso eran más pro­
pensos a la histeria que los de temperamento sanguíneo. Los hom­
bres nerviosos eran más excitables y, por lo mismo, más suscep­
tibles de contraer la histeria que otro cualquiera. La constitución
estaba comprometida porque, en efecto, se había observado que los
hombres afectados por la histeria eran débiles, mal constituidos, de
una organización delicada, léase femenina. Se trataba de individuos
poco varoniles y afeminados. Así que, los médicos aseguraron que
los hombres débiles eran altamente propensos a desarrollar brotes
histéricos, o sea, manifestación abrupta de emociones. Esta afirma­
ción se refuerza con el contenido de la siguiente cita extraída del
estudio de Jiménez:
La educación tiene una importancia capital en la producción de la enfermedad,
creando en el organismo una oportunidad morbosa al nacimiento de la histeria.
En efecto, se ha observado que los individuos de educación afeminada, que
pasan su vida en la ociosidad, frecuentan los bailes y se les ve siempre en los
teatros, que con lecturas inconvenientes exaltan su imaginación y sus senti­
dos, ó que al contrario, viven aislados y entregados constantemente á la me-
ditación sufriendo frecuentes disgustos están expuestos á padecer la histeria.42

40 Luis Abogado, “La medicación alcaloidica en la práctica ginecológica”, en Crónica Médica, 1904, tomo vii,
núm. 9, pp. 240-244.
41 Véase Oliva López Sánchez, “La superioridad moral de las mujeres...” en esta misma obra, p. 59.
42 Buenaventura Jiménez, óp. cit., p. 13 [Énfasis nuestro]

161 La experiencia de la sin razón...


Un aspecto importante que sobresale en la cita es que los exce­
sos en la experimentación de sensaciones y la carencia de las mis­
mas afectaba la resonancia emocional de los hombres llevándolos
a manifestar una sintomatología histérica, tal y como ocurría con
las mujeres. La expresión de ciertas emociones en la cultura del si­
glo xix se reconoció como patológica.
Ante este panorama y las normas culturales, los médicos estu­
vieron convencidos de que una educación que promovía la expre­
sión de los sentimientos, así como el comportamiento permisivo
de los padres frente a ciertas expresiones emocionales de sus hijos
varones consideradas femeninas, creaban una predisposición pa­
tológica en los jóvenes. “Algunos padres por excesivo cariño, no
hacen más que crear en sus hijos una predisposición patológica a
la histeria”. Pero sobre todo “las causas que producen la histeria no
son las condiciones exteriores sino la manera con que el individuo
reobra sobre ellas”.43
Los trabajos intelectuales prematuros y excesivos fueron consi­
derados también factores que propiciaron la histeria en el caso de
los varones. Los malos hábitos higiénicos y el trabajo físico excesivo
minaban la energía del organismo, y la anemia apareció como otro
factor importante en la génesis de la histeria. El abuso del alcohol
y el sexo escaso se sumaron a esta lista de causas. La función y uso
de los órganos sexuales masculinos formó parte de la etiología de
la histeria. “La continencia ha sido acusada como causa productora
de la afección histérica en el varón”.44
La continencia, en unión con el temperamento ardiente de al­
gunos varones, era una causa de la histeria, aunque no en todos los
hombres. Sin importar el grado de generalización que empleó el
médico mexicano, llama nuestra atención que reapareciera la ex­
plicación hipocrática genito-centrista de la histeria, sólo que ahora
estaba dirigida al sexo masculino. En el caso de los hombres, el
coito ocupó un lugar importante dentro de las explicaciones etio­
lógicas de la histeria masculina. Los simples deseos venéreos; el
coito incompleto repetido; la espermatorrea o derrame excesivo
frecuente e involuntario del semen sin coito, y a veces sin erección;

43 Ibídem
44 Ibíd, p. 14.

La pérdida del paraíso 162


la masturbación y los excesos de coito, también fueron considera­
dos causas de la histeria en el hombre.

c) El modelo psiquiátrico

Hacia las primeras décadas del siglo xx, la histeria fue definida
como una enfermedad mental polimorfa y pitiática, o sea una en­
fermedad sugestiva exitosamente tratada por persuasión. La teoría
pitiática fue propuesta por Josef Francois Felix Babinsky, neurólogo
polaco radicado en París, quien nació en 1857 y murió en 1932.
La teoría de Babinsky fue considerada la continuación de las viejas
doctrinas, en unión con las modernas de Charcot,45 Bernheim,46
Grasset47 y James.48
La teoría pitiática, que suponía, como lo acabamos de mencio­
nar, que la histeria se producía y se rectificaba por la persuasión y
la sugestión, tuvo como base la teoría emocional de James y Lange
quienes sostuvieron que la emoción era evocada por la posición
del cuerpo. Es decir, una histérica o un histérico se encolerizaba
porque tenía los puños cerrados, pero no tenía los puños cerrados
a consecuencia de la cólera. Dicha hipótesis resulta un tanto con­
tradictoria con las explicaciones que los mismos médicos mexica­
nos incluyeron para dar cuenta de sus pacientes histéricos. Como
Enrique Aragón,49 quien en 1929 aseguraba que las emociones eran
las que provocaban la afasia, pero también sostenía que su restable­
cimiento curaba al histérico. Así pues, sostuvo que ante un evento
emocional impresionante, las mujeres, y en menor grado los hom­
bre, podían quedar bajo los signos de la histeria, pero un histérico
sometido a una experiencia emocional fuerte podía recuperar su
condición normal. Al parecer, la intensidad de la experiencia emo­
cional era lo que, según este galeno, definía el límite entre lo normal
y lo patológico.
Los médicos homologaron las historias clínicas de las pacientes
histéricas con la trama de una novela u obra de teatro por la excelsa

45 Neurólogo francés 1825-1893.


46 Médico alemán del siglo xix.
47 Médico francés 1849-1918.
48 Médico inglés del siglo xix.
49 Enrique Aragón, óp. cit.

163 La experiencia de la sin razón...


expresión emocional.50 Regularmente, la histeria iniciaba con una
escena cargada de una experiencia emocional intensa, a la que le
sobrevenía un ataque de histerismo, casi siempre cataléptico, que
era atendido con la voz persuasiva del médico que le daba órdenes
para que saliese del estado de insensibilidad muscular, estrategia
que al decir de los médicos, casi siempre resultaba positiva.
Más allá de las contradicciones explicativas sobre la histeria,
lo que a nuestro análisis compete es la relación establecida por los
médicos entre las emociones desbordadas y la afectación múscu­
lo esquelética de la histeria. Posterior a la pérdida de control del
cuerpo y el desvanecimiento sin causa orgánica, los galenos practi­
caban la punción raquídea (análisis del líquido cefalorraquídeo)51
método a través del cual diagnosticaban la histeria y otras enferme­
dades mentales.
Hacia 1930, la mentira premeditada apareció como un rasgo
asociado a la histeria. Entonces, según los médicos, las mujeres po­
dían llevar dos vidas; una que las colocaba como inválidas y otra
en la que podían cometer todo tipo de excesos. En este sentido, la
histeria representó, según las explicaciones médicas, la posibilidad
de una doble moral femenina solapada por la enfermedad, pero
profundamente transgresora del eterno femenino.
Pese a la inclusión de nuevos elementos teóricos de la medicina,
la asociación entre histeria y furor uterino siguió siendo una cons­
tante, no sólo en la explicación de la enfermedad, además, guió su
tratamiento en algunos casos. Por ejemplo, en 1929, Enrique Ara­
gón comunicó a la Academia de Medicina siete casos en los que
para sacar de las manifestaciones histéricas a las pacientes (ceguera,
hiperestesias, parálisis, mudez, entre otras) les presionaba el ovario
izquierdo o ambas mamas.

Los tratamientos en torno a la histeria

Durante el siglo xix, la prescripción de la morfina se convirtió en


el tratamiento de la histeria, lo que a la larga conllevó un problema,
la adicción a dicha sustancia. El uso frecuente de la morfina en las
mujeres histéricas de ciertas clases sociales propició que desarrollaran
50 Ibídem
51 Método clínico que se empleaba en el diagnóstico de las enfermedades mentales y muy socorrido por los
médicos del Hospital General de La Castañeda, presente en las historias clínicas de los internos.

La pérdida del paraíso 164


una dependencia a la sustancia. Por eso, algunos médicos como el
mexicano Isaac Vázquez cuestionaron los efectos de la morfina y
llegaron a asegurar que el cuadro sintomatológico de la histeria,
en muchas ocasiones, correspondía en realidad a los efectos de es­
te fármaco, de ahí que se buscara sustituir su empleo por algunos
antiespasmódicos que no desarrollaran dependencia, como la vale­
riana, la belladona, la asafétida, el éter, entro otros. La afirmación
de que el aura histérica que precedía a las crisis histéricas se debía
a los espasmos en los diferentes lugares del cuerpo, fue la evidencia
empírica que desplazó el uso de la morfina.
Los tratamientos empleados por los médicos mexicanos, para
combatir la histeria, fueron en su mayoría métodos locales, ­muchos
de los cuales provenían del extranjero. Se aplicaban lavativas con
antiespasmódicos como la valeriana, el almizcle, el alcanfor y el
asafétida; también podían hacerse con agua fría para disminuir la
duración de las crisis. Las fumigaciones uterinas de hojas de bella­
dona y estramonio fueron otro método empleado por los galenos;
la administración de sulfato de quinina y friegas excitantes en la
zona del epigastrio y en las extremidades inferiores, así como el uso
de lienzos calientes, agua fría y hielo en el rostro y la parte poste­
rior de la cabeza también constituyeron un método viable para el
tratamiento de la histeria en el momento de la crisis. La aplicación
de inyecciones subcutáneas de éter sulfúrico y la inhalación de clo­
roformo52 y éter, los vapores de acetato de amoniaco, de alcanfor y
de esencias aromáticas podían disminuir la duración de las convul­
siones. La compresión del ovario o del testículo izquierdo fue un
método menos empleado por los médicos mexicanos, pero que tam­
bién formó parte de la terapéutica. El método de la compresión fue
propuesto por Charcot, quien ideó un cinturón de compresión para
dicha zona. La castración también formó parte de la terapéutica
para controlar la histeria, aunque en menor grado y sólo se reco­
mendó en la histeria femenina.53

52 El efecto excitante del cloroformo, así como el de la morfina, generó el desuso como tratamiento viable.
53 Noriega reportó dos observaciones de mujeres que padecían alteraciones mentales y hemorragias uterinas,
ambos padecimientos habían sido controlados después de la castración. Véase “Comunicación por el Sr.
Noriega de dos observaciones: una referente á la operación de la castración hecha con resultado satisfacto-
rio en una enferma que padecía metrorragias y perturbaciones mentales, y la otra relativa a la amputación
supra vaginal de un fibromioma” en La Gaceta Médica de México, 1895, tomo. xxxii, núm. 22, pp. 500-505.

165 La experiencia de la sin razón...


La metaloterapia54 fue reportada por los médicos mexicanos
como una técnica empleada con frecuencia, aunque existe un vacío
explicativo más profundo sobre su eficacia y el sustento teórico que
la convertía en una posibilidad terapéutica eficaz. Consistió en co­
locar placas de oro, plata o cobre en las zonas corporales que se tor­
naban insensibles inmediatamente después de las crisis histéricas
con el objeto de recuperar la sensibilidad. En otros casos, se usaban
imanes con el mismo fin.
Evidentemente, la terapéutica destinada a combatir la histeria
sólo remediaba la sintomatología que se presentaba en el momento
de las crisis convulsivas o aura histérica. Para cada síntoma existie­
ron remedios específicos; cuando la asfixia dominaba, la aplicación
de revulsivos en las extremidades y ventosas secas en el pecho fue­
ron un medio terapéutico empleado. En algunos casos, la aplica­
ción de sanguijuelas tenía la misma función. En casos extremos de
asfixia, los médicos europeos, como Velpeau y Michon, sugerían la
práctica de la traqueotomía.
Los galenos mexicanos reconocieron la importancia de incluir
a la terapéutica de la histeria cuidados preventivos, sobre todo para
el caso de los varones. Para evitar el desarrollo de la histeria en los
individuos que por su origen, edad y temperamento estaban pro­
pensos a presentar brotes histéricos, se les recomendaba una buena
educación física y moral que debía evitar una educación extrema,
un trato afeminado, así como uno opuesto con mucha severidad
porque tanto una educación laxa como una muy rigurosa podría
fácilmente llevarlos a la histeria. Los padres debían acostumbrar a
sus hijos a “no dejarse impresionar muy vivamente por motivos in­
significantes”, se les debía alejar de los vicios y de todo tipo de exce­
sos, la excitación del sistema nervioso debía vigilarse al extremo.55
El cuidado de la dieta era indispensable, al igual que un estilo de
vida que incluyera ejercicios, baños y aposentos ventilados, secos e

54 El médico inglés Richer llamó transfert a la aplicación de un metal en la zona corporal insensible; le llamó
transfert porque la aplicación de un metal en cierta zona conseguía volver la sensibilidad a una zona
anestesiada, pero al mismo tiempo, la región homóloga de la primera quedaba enteramente insensible.
La placa de metal intervenía al nivel vasomotor y la frialdad del metal sobre la piel generaba un efecto en
los músculos vasculares.
55 Luc Boltanski, Puericultura y moral de clase, Laia, Madrid, 1969. Este autor hace un análisis sobre cómo
el cuerpo del niño y del adolescente tuvo que ser vigilado y orientado para que no cayera en excesos
sexuales y no se masturbara. La puericultura es el conjunto de reglas y cuidados para el mejor desarrollo
físico y moral de los niños.

La pérdida del paraíso 166


iluminados. En definitiva, si se seguía “un régimen tónico no había
peligro de ver desarrollada la enfermedad”.56
Según lo expresado por los galenos mexicanos, no existía nin­
gún medio terapéutico que eliminara la histeria, tan sólo combatían
los síntomas, por lo que la prevención a través del establecimiento
de ciertas condiciones higiénicas, la educación moral y física, en el
caso de los varones, fueron los únicos medios eficaces para prevenir
la irrupción de la enfermedad.57 En el entendido de que los histéri­
cos eran individuos anémicos con organismos insuficientemente
nutridos y fácilmente impresionables, nos lleva a confirmar la hipó­
tesis de que a pesar de que se desterraron las explicaciones uterinas
sobre la etiología y génesis de la histeria, la explicación neurológica
y del sistema nervioso no exorcizó al fantasma de la histeria como
enfermedad femenina por sus rasgos, manifestaciones y causas. La
asociación entre temperamento, fuerza, moral, irritabilidad nervio­
sa y emociones fueron criterios médicos universalmente emplea­
dos para describir la naturaleza femenina.58

Las emociones, causa predisponente de las neurosis


Las manifestaciones emocionales abruptas como el amor pasional,
platónico y todas aquellas que son transgresoras del orden social fun­
dado en la división sexual del trabajo formaron parte de las neuro­
sis en el siglo xix. Las características de la expresión emocional ta­
les como la resonancia emocional (respuesta considerada funcional
de acuerdo al contexto), la intensidad (forma de la expresión) y el
contenido (tipo de emoción) formaron parte de la sintomatología
del brote histérico, por tanto la expresión emocional adquirió un
sentido psicopatológico.
56 Buenaventura Jiménez, óp. cit. p. 28.
57 Existen evidencias documentales de que hacia la década de 1880, el uso de la sugestión hipnótica tuvo una
buena acogida entre los médicos europeos. La técnica hipnótica fue propuesta por Charcot y difundida por
el mundo médico occidental. Hacia el año de 1885, Freud, bajo al guía del mismo Charcot empleó la hipnosis
como medio terapéutico con sus pacientes histéricas. Años después, Freud abandonó la hipnosis y adoptó
el método de su amigo el médico Josef Breuer, quien buscaba conseguir a través de la sugestión recuperar
los recuerdos infantiles y con ello, una catarsis curativa. En 1895, Freud y Breuer publicaron su Estudio sobre
la histeria, texto en el que reportaron varias historias clínicas. En 1896, Freud publicó otro texto sobre La
etiología de la histeria, trabajo en el cual afirmó que la histeria era producto de una temprana seducción
sexual de la paciente por su padre. Años después modificó esta tesis y amplió su explicación, introduciendo
el complejo edípico como un modelo de constitución psicosexual infantil, piedra angular de la teoría freu-
diana, véase Jagoe, Catherine, Alda Blanco y Cristina Enríquez, óp. cit.
58 Para una mayor profundidad de la función social de la histeria en el mundo burgués, véase Braum Dijkstra,
Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Debate, Madrid, 1994.

167 La experiencia de la sin razón...


El amor platónico se consideró una patología porque producía
diversas perturbaciones, ora nerviosas, ora circulatorias o nutriti­
vas.59 Es importante señalar que el amor a la familia de ninguna ma­
nera podía considerarse patológico, no así el que generaba una lascivia
desenfrenada porque las personas perdían la razón. Los médicos
argumentaron las causas por las que el amor era patológico, y una
de ellas fue la pérdida de voluntad de quien lo experimentaba,
es decir:
(…cuando) una persona experimenta un cambio involuntario en su carácter
y costumbres; cuando á su pesar es arrastrada esa misma persona á pensa-
mientos, deseos y actos revestidos de evidente ligereza; cuando la atención
se enerva y adormece para todo menos para una pasión; cuando la memoria
se debilita y la imaginación se exalta hasta el delirio; cuando a estos cambios
psíquicos se vienen á añadir trastornos fisiológicos en funciones notables é im-
portantes, y á consecuencia de ellos se pierde el apetito para los alimentos, se
tiene la lengua amarga, la piel pálida, las conjuntivas ligeramente amarillentas
y aun algún estado neuropático parecido al nerviosismo; fuerza es convenir en
que el individuo que resiente todo esto, está enfermo.60

Los galenos decimonónicos reconocían un grado de neurosis


en las personas enamoradas, pero siempre se trataba de estados pa­
sajeros cuyas manifestaciones no requerían atención médica. Pero
cuando los trastornos perduraban en el tiempo y sus rasgos eran
demasiado evidentes, no había duda, se trataba de una neurosis,
afirmaban los médicos, situación más probable de presentarse en
el sexo femenino, rasgos que la colocaban en un cuadro nosográfi­
co de clorosis61 o histeria. El amor no era la enfermedad, según el
razonamiento médico, pero sí la causa principal y en ocasiones la
única del estado morboso; el amor lascivo, en esta lógica, se con­
virtió en la causa predisponente para un estado patológico mayor.
Así pues, el amor se emparentó con el nerviosismo, la clorosis, la
histeria y la locura.
Es muy importante mencionar que en la argumentación del
amor considerado como neurosis aparece clara y abiertamente la

59 Julio David. “El amor considerado como neurosis. I Definición y pruebas”, en El Estudio. Semanario de
Ciencias Médicas, abril 28 de 1890, núm. 17, tomo. ii, México, pp. 258-261.
60 Ibídem, p. 259.
61 Enfermedad verde; anemia peculiar que afecta principalmente a las jovencitas. Se caracteriza por per-
versiones del apetito, trastornos digestivos, debilidad, dismenorrea, amenorrea, alteraciones nerviosas
y disminución ligera del número de glóbulos rojos, con mayor disminución de la hemoglobina. Dicciona-
rio epidemiológico de ciencias médicas, Salvat, México, 1976, p. 207.

La pérdida del paraíso 168


regulación social y la moral sexual decimonónica que concibió al
amor y la sexualidad con fines procreativos en el contexto de la mo­
nogamia y la heterosexualidad. El amor, el deseo y la pasión fuera
de estas coordenadas, simplemente fue considerado patológico. “Es
mucho más peligrosa la aproximación de dos amantes, que la de
dos jóvenes cualesquiera de distinto sexo; la educación en el hom­
bre y el pudor en la mujer, son barreras infranqueables entre dos
personas decentes; ni la educación, ni el pudor, ni nada es bastante
fuerte entre dos amantes, cuando la imprudencia los aproxima en
la soledad”.62 Por otro lado, se enfatiza el amor lascivo, aquel que
no busca procrear, ni se ejerce dentro del matrimonio; es el carac­
terizado por una valoración moral que lo coloca como obsceno
incitado por el teatro, la literatura centrado en la figura de la pros­
tituta, la meretriz, mujer cuya fogosidad la lleva a ser víctima de
sus pasiones y despertar en el hombre el deseo malsano. De igual
manera, se establece la diferencia entre la mujer recatada y virtuosa
representada en la figura de la novia. Así, se separa de manera casi
irreconciliable amor por placer y el amor para procrear. La prosti­
tuta es emblema del primero y la novia del segundo, de este modo
se educaba a los varones a evitar placer por sus novias y esposas y
desfogar sus pasiones en el prostíbulo, sitio necesario para mante­
ner el amor conyugal, por cierto. Los placeres del alma y los carnales
quedan condenados al escrutinio de una moral burguesa, caracteri­
zada por los principios higienistas promotores de un cuerpo sano y
la contención emocional de los deseos.
(…) decimos que el amor platónico no es el afán de los placeres sexuales, es el
deseo de la reproducción; pero culto y digno como á la humanidad correspon-
de; es el deseo del hogar y de la familia. Este instinto se extravía innumerables
veces por multitud de causas, y es entonces un afan vago, un deseo sin objeto
definido, un delirio, una neurosis.63

Las causas imputables de esta denominada neurosis, asegu­


raban los médicos, era la educación que influía el orden psíquico;
la imaginación, los cuentos, las historietas de amor, las novelas, la
poesía, las zarzuelas, las óperas sólo promovían un amor desenfre­
nado y sin objeto. Educación que ponía en riesgo tanto a hombres
62 Julio David, “El amor considerado como neurosis. i Definición y pruebas”, óp. cit. p. 261
63 Ídem, “El amor considerado como neurosis. ii Naturaleza y etiología”, en El Estudio. Semanario de Cien-
cias Médicas, mayo 5 de 1890, núm. 18, tomo. ii, México, p. 280.

169 La experiencia de la sin razón...


como a mujeres, pero las más afectadas eran ellas, porque de suyo,
sostenían los médicos, eran más impresionables. Sobre todo, las la­
tinas por su reducido margen de acción y aspiración que se limitaba
a las ambiciones de tener un hogar, los triunfos de su belleza y los
placeres del lujo. El amor platónico podía perder fácilmente a hom­
bres y mujeres en la pasión si los límites de la razón y la moral no
hubieran encausado su amor carnal. La razón y la moral, al decir
de los médicos, debían encausar el amor al matrimonio y no a los
amoríos como pasatiempo de la juventud.

Reflexiones finales
Por los textos que hemos revisado y citado, el discurso médico asoció
a las emociones con las pasiones en el sentido aristotélico, las cuales
fueron consideradas como accidentes de alma; padecimientos pasa­
jeros que en los histéricos -hombres y mujeres- generaban una pato­
logía específica llamada histeria. La emoción fue naturalizada con
una condición neurológica y física en la que la mujer y los hombres
débiles aparecieron más propensos a presentar brotes histéricos.
La emoción se naturalizó, se le asignó un género, el femenino,
y su manifestación abrupta se concibió como rasgo de enferme­
dad, por lo que debía ser controlada. El control se ejerció desde
la misma identificación, luego a través de la clasificación, los trata­
mientos y la educación vigilante de los excesos y los ambientes que
estimularan la sensibilidad y con ello la expresión emocional. Por
otro lado, al concebir cierto tipo de expresiones emocionales, con
determinada intensidad y frecuencia, como opuestas a la razón y la
condición masculina, se promovió desde la lógica médica no sólo
una estructuración del yo femenino-patológico, sino que, además,
reforzó la concepción de lo emocional como una categoría residual
que se utilizó para referirse a lo que bordeaba con lo patológico.
Es por eso que el discurso médico en torno a la histeria asoció la
emoción con vulnerabilidad. Mientras que la razón predice orden,
la emoción aseguraba desorden, por eso los síntomas emocionales
constituyeron la enfermedad misma. Y los tratamientos estuvieron
encaminados, por lo menos para los casos de varones, a fortalecer
el carácter y la razón.

La pérdida del paraíso 170


Como asegura Lutz64 existe una asociación de la emoción co­
mo peligro y vulnerabilidad que obedece a dos factores, la perso­
na emocional representa una amenaza a la persona reflexiva, y la
persona exacerbada emocionalmente es un peligro en sí misma
por la experiencia que está viviendo. Si las mujeres manifestaron
mayor tendencia a la histeria, según la mirada clínica, fue porque
detrás estaba la noción de la emoción constitutiva de la feminidad
y como fenómeno incontrolable, casi salvaje, que las arrastraba al
deseo de explorar bajas pasiones, pero quedaba claro que todo era
involuntario, es decir, las emociones se concibieron como impera­
tivos biológicos que cuando se exacerbaban se convertían en sín­
tomas de una patología.
Si el pensamiento y la razón son intencionales y las emociones
involuntarias, la terapéutica se valió de la sugestión y la voz de la
razón personalizada en el médico para traer de regreso la salud a las
mujeres, léase traerlas a la razón.
Al parecer, la emoción tiene una relación directa con el hacer,
es decir, la expresión emocional se manifiesta a través de actos, los
cuales trataron de reencaminarse a través de toda la terapéutica:
fuese local como la metaloterapia, la morfina, los lavados, las com­
presas; o bien en forma indirecta como en el caso de la sugestión y
la hipnosis. En suma, los síntomas de la histeria reforzaron las ideas
de la mujer más cercana a la naturaleza irracional, vulnerable, li­
minalmente enferma y hasta presocial. El discurso médico justificó
que la mujer no podía tener una participación activa en la esfera
social y política porque la consideró un ser inferior presa de su ex­
periencia emocional y naturaleza patológica.

64 Catherine Lutz, óp. cit.

171 La experiencia de la sin razón...

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