La Presencia Real de Cristo en La Eucaristía
La Presencia Real de Cristo en La Eucaristía
La Presencia Real de Cristo en La Eucaristía
El objetivo principal de la teología especulativa con respecto a la Eucaristía, debe ser discutido
filosóficamente, y buscar una solución lógica de tres aparentes contradicciones, a saber:
(a) la existencia continua de las Especies Eucarísticas, o las apariencias exteriores del
pan y el vino, sin su sujeto natural;
(b) el espacialmente incircunscrito modo espiritual del Cuerpo Eucarístico de Cristo;
(c) la simultánea existencia de Cristo en el cielo y en muchos lugares de la tierra.
(a) El estudio del primer problema, ya sea que los accidentes del pan y el vino continúen su
existencia sin su sustancia propia, debe basarse en la claramente establecida verdad de la
Transubstanciación, en consecuencia de la cual, las sustancias completas del pan y el vino se
convierten respectivamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo de un modo tal que “solo
permanecen en apariencia el pan y el vino” (Conc. de Trento, Ses. XIII, can. ii:manentibus
dumtaxat speciebus panis et vini). Acordemente, la continuación de las apariencias sin la
sustancia del pan y el vino como su sustrato natural es justo el reverso de la
Transubstanciación. Lo más que se puede decir es, que del Cuerpo Eucarístico procede un
poder sustantivo milagroso, el cual soporta las apariencias debidas a sus sustancias naturales
y las preserva del colapso. La posición de la Iglesia a este respecto quedó adecuadamente
determinada por el Concilio de Constanza (1414-1418). En su octava sesión, aprobada por
Martín V en 1418, este sínodo condenó los siguientes artículos de Wyclif:
§ "La sustancia material del pan, así como la sustancia material del vino permanecen en
el Sacramento del Altar;"
§ Los accidentes del pan no permanecen sin un sujeto.
El primero de estos artículos contiene una negación abierta a la Transubstanciación. El
segundo, por lo que respecta al texto, debe ser considerado como un mero cambio de palabras
del primer, mientras que en lo que respecta a la historia del concilio, se sabe que Wyclif se
había opuesto directamente a la doctrina escolástica de “accidentes sin un sujeto” como
absurda y aún herética (cfr. De Augustinis, De Re Sacramentariâ, Roma, 1889, II, 573ss). Por lo
tanto he aquí la razón del concilio de condenar el Segundo artículo, no meramente como una
conclusión del primero, sino como una proposición distinta. Tal era, por lo menos, la opinión de
los teólogos de la época con respecto al tema; y el Catecismo Romano, refiriéndose al antes
mencionado canon del Concilio de Trento, llanamente explica: “Los accidentes del pan y el vino
no conservan su sustancia, sino continúan existiendo por sí mismos.” Siendo éste el caso,
algunos teólogos de los siglos XVII y XVIII, que se inclinaban al cartesianismo, como E.
Maignan, Drouin y Vitase, demostraron muy poca penetración teológica cuando aseguraron
que las apariencias eucarísticas eran meras ilusiones ópticas, fantasmagoría y accidentes
aparentes, adjudicando a la omnipotencia Divina una influencia inmediata sobre los cinco
sentidos. Esta continuidad física y no meramente óptica de los accidentes Eucarísticos fue
insistentemente repetida por los Padres, y con tan excesivo rigor que la noción de
Transubstanciación parecía estar en peligro. Especialmente contra los monofisitas, quienes
basaron la conversión Eucarística en un argumento paralelo a favor de la supuesta conversión
de la Humanidad de Cristo en Su Divinidad.
(b) El segundo problema tiene que ver con la Totalidad de la Presencia, lo cual significa que
Cristo completo está presente en toda la Hostia y en cada partícula por minúscula que sea,
como el alma espiritual está presente en el cuerpo humano. LA dificultad llega al clímax cuando
consideramos que no hay duda aquí del Alma o la Divinidad de Cristo, pero de Su Cuerpo, el
cual, con su cabeza, tronco y extremidades ha adoptado un modo de existencia espiritual e
independencia de espacio. El que la idea de la conversión de materia corporal en espíritu no
puede ser entendida, es claro desde la sustancia material del mismo Cuerpo Eucarístico.
Incluso la antes mencionada separabilidad de cantidad de sustancia no nos da idea de la
solución, puesto que, de acuerdo con las opiniones mejor fundamentadas, no solo la sustancia
del Cuerpo de Cristo, sino que su propio acomodo, su cantidad corpórea, i.e., su tamaño
completo, con su organización completa y miembros integrales está presente dentro de los
diminutos límites de la Hostia y asimismo en cada partícula. Los teólogos posteriores, como
Rossigno y Legrand, solucionaron lo inexplicable, diciendo que Cristo está presente en forma y
estatura disminuidas, una suerte de cuerpo miniatura; mientras que otros como Oswald,
Fernández y Casajoana que dicen que eso no tiene sentido. Los cartesianos, principalmente el
propio Descartes expresó en una carta al P. Mesland, que la identidad de Cristo Eucaristía con
Su Cuerpo Celestial, era preservada por la identidad de Su Alma, la cual animaba los Cuerpos
Eucarísticos.
El tratado más simple al respecto fue el ofrecido por los escolares, especialmente Sto. Tomás
(III: 76, 4), quien redujo el modo de ser al modo de convertirse, i.e., llevaron de regreso el modo
de la peculiar existencia del Cuerpo Eucarístico a la Transubstanciación. Dado que ex vi
verborum el resultado inmediato es la presencia del Cuerpo de Cristo, su cantidad, presente
meramente por concomitancia, debe seguir el peculiar modo de existencia de sus sustancia, y,
como el ultimo, debe existir sin división ni extensión, i.e. enteramente en toda la Hostia y
enteramente en cada partícula. En otras palabras, el Cuerpo de Cristo está presente en el
sacramento, no bajo la forma de “cantidad”, sino de “sustancia”. El escolasticismo posterior
(Belarmino, Suárez, Billuart) trató de mejorar por esta explicación otras líneas al distinguir entre
cantidad externa e interna. Por cantidad interna, se entiende que la entidad, por virtud de la
cual una sustancia corporal meramente posee “extensión apta”, i.e. la capacidad de extenderse
en un espacio tridimensional. La cantidad externa, por otro lado, es la misma entidad, pero en
cuanto sigue su tendencia natural a ocupar espacio y realmente se extiende en las tres
dimensiones. A todas luces, por más plausible que sea la razón para explicar el asunto, se
enfrenta, sin embargo, a un gran misterio.
(c)El tercer y último asunto tiene que ver con la multilocación de Cristo en el cielo y sobre miles
de altares por todo el mundo. Dado que en el orden natural de las cosas, cada cuerpo está
restringido a una posición en el espacio (unilocación), con base en lo cual la prueba legal de
una coartada inmediatamente libera a una persona de las sospechas de un crimen, la
multilocación sin ninguna duda pertenece al orden sobrenatural. Primero que nada, no se
puede mostrar repugnancia intrínseca al concepto de multilocación. La multilocación no
multiplica el objeto individual, sino solo su relación externa en relación con y su presencia en el
espacio. La filosofía distingue dos modos de presencia en las criaturas:
§ La circunscriptiva y,
§ La definitiva.
La primera, el único modo de presencia propio de los cuerpos, es por virtud de la cual un objeto
está confinado a determinada porción del espacio en el entendido de que sus varias partes
(átomos, moléculas, electrones) también ocupan sus correspondientes posiciones en el
espacio. El Segundo modo de presencia, que propiamente corresponde a un ser espiritual,
requiere que la sustancia de una cosa exista enteramente en todo el espacio, así como todas y
cada una de las partes en ese espacio. Éste ultimo es el modo de la presencia del alma en el
cuerpo humano. La distinción hecha entre estos dos modos de presencia es importante, puesto
que en la Eucaristía ambos modos están combinados. Dado que, en primer lugar, se verifica
una multilocación definitiva continua, también llamada replicación, la cual consiste en que el
Cuerpo de Cristo está totalmente presente en cada parte de la continua y aún entera Hostia y
también totalmente presente a través de toda la Hostia, justo como el alma humana está
presente en el cuerpo. Y precisamente esta última analogía de la naturaleza nos permite
adentrarnos en la posibilidad del misterio Eucarístico. Puesto que si, como se ha visto arriba, la
omnipotencia Divina puede de manera sobrenatural impartir a un cuerpo un modo espiritual, sin
extensión, espacialmente incircunscrito de presencia, lo cual es natural alma con lo que
respecta al cuerpo humano, uno puede aceptar la posibilidad del Cuerpo Eucarístico de Cristo
presente entero en toda la Hostia y completo y entero en cada minúscula partícula.
Existe, aún más, la multilocación discontinua, por la cual Cristo está presente no solo en una
Hostia, sino en incontables Hostias, ya sea en los tabernáculos o en los altares por todo el
mundo. La posibilidad intrínseca de la multilocación discontinua parece basarse en la no-
repugnancia de la multilocación continua. Siendo la principal dificultad de la última parece ser
que el mismo Cristo esté presente en dos partes diferentes A y B, de la Hostia continua, siendo
inmaterial ya sea que consideremos las partes A y B unidas por la línea continua AB o no. La
maravilla no se incrementa naturalmente si, por razón de la fracción de la Hostia, las dos partes
A y B están ahora completamente separadas la una de la otra. Sea o no que los fragmentos de
la Hostia disten entre sí una pulgada o miles de millas es completamente inmaterial esta
consideración; no debe sorprendernos entonces que los católicos adoren al Señor en la
Eucaristía a un tiempo en México, Roma o Jerusalén.
J. POHLE
Transcrito pot Charles Sweeney, SJ
Traducido por Antonio Hernández Baca