Reseña de Los Inútiles

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– I vitelloni -

(Los inútiles)
Año: 1953 Montaje: Rolando Benedetti
País: Italia Fotografía: Carlo Carlini, Otello Martelli,
Duración: 101 min. Luciano Trasatti
Dirección: Federico Fellini Música: Nino Rota
Guion: Federico Fellini , Ennio Elenco: Franco Interlenghi, Alberto Sordi,
Flaiano, Tullio Pinelli Franco Fabrizi, Leopoldo Trieste, Riccardo
Producción: Jacques Bar, Mario De Fellini, Leonora Ruffo, Jean Brochar
Vecchi, Lorenzo Pegoraro
d
Fellini comenzó su labor cinematográfica como guionista de Roberto
Rossellini en Roma, ciudad abierta (1945), es decir, en el centro mismo del
neorrealismo italiano. No es de extrañar, pues, que las primeras películas que
luego dirigió mantengan la impronta de ese cine caracterizado por la narración
de historias pequeñas, poco espectaculares, filmadas con actores no
profesionales y en locaciones reales, muchas de ellas ruinas dejadas por los
enfrentamientos de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el estilo de Fellini
más reconocido parecería ubicarse en el extremo opuesto al que acabamos de
describir; el ya mencionado apelativo de “fellinesco” no es más que una forma
de indicar un tipo de cine que apela a lo artificioso, caricaturesco, circense,
espectacular, en suma, un cine sumamente anti realista, al menos en los
términos propuestos por el neorrealismo italiano. A pesar de esta aparente
contradicción, casos como La strada (1954) o Los inútiles, deben entenderse
como obras ubicadas entre ambos extremos, como películas que, asentadas en
la tradición existente, plantean ya desde su mismo interior, algunas propuestas
que suponen una ruptura con ella y adelantan el estilo propio e inconfundible
que luego fraguará su realizador.
Con esto en claro, es importante destacar también que, si bien la película
está vertebrada por una historia principal centrada en el nacimiento y
supervivencia de un joven matrimonio, el relato es más bien coral, ya que
alrededor de esta historia principal, aparecen diversos episodios en los que
vemos al resto de los personajes acompañados de un fuerte estancamiento
vital. En efecto, a pesar de su incipiente adultez, los protagonistas que habitan
la trama actúan como niños, tienen rabietas como niños, son irresponsables
como niños, son ingenuos, algo hedonistas y hasta son reprendidos por sus ya
anacianos padres como si fueran auténticos niños. En este sentido, frente a la
tendencia general de establecer los años setenta y ochenta como el tiempo del
surgimiento total de una juventud posmoderna, desorientada, desesperanzada
y sin metas claras en la vida, la película de Fellini, si no es un retrato, se
convierte al menos en un verdadero presagio y prototipo de lo que serían los
jóvenes del futuro próximo.

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En cuanto a la forma de estructurar la narración, hay que decir que
mientras el núcleo principal es lineal en su desarrollo, el resto de las
situaciones tienen, muchas veces, el ritmo que marcan los recuerdos, como si
Fellini los reconstruyera siguiendo los fogonazos caprichosos de la memoria,
algo así como lo que hará veinte años después en Amarcord (1973). Es ahí
donde cobra especial relevancia la voz en off del narrador, una extrañísima voz
recapituladora que plantea dudas sobre su verdadera fuente, ya que nunca
termina de quedar en claro si el que relata es el hermano de la joven esposa o,
en cambio, el propio Fellini.
De acuerdo a esto, la película presenta una doble vertiente: por un lado,
una línea más clásica, en la que el realizador demuestra su capacidad narrativa
para contar una historia, logrando una excelente conjunción entre imagen y
texto escrito, haciendo avanzar muchas de las escenas con el mínimo uso
posible de la palabra, apoyándose en gestos, miradas y frases a medias; pero,
por otro lado, también se percibe cierto barroquismo que demuestra y anticipa
lo que antes mencionamos: el carnaval, la forma de retratar la tienda de
antigüedades, las calles vacías y el viento, el paseo de los amigos por la playa,
el tonto del pueblo con la estatua del ángel robada y, por supuesto, la música
de Nino Rota generando esa atmósfera tan particular. Es, por tanto, un Fellini
más sosegado y menos artificioso que en su etapa posterior, pero la semilla del
cine que le convertiría en una auténtica figura ya late y se mantiene muy
presente.

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