Lombardi (2016) - Desenlaces. Rupturas y Transformaciones Del Nudo Social PDF

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Desenlaces: Rupturas y transformaciones del nudo social

Gabriel Lombardi

El análisis es una práctica de desenlace. En la perspectiva de la cura, los

síntomas se despliegan y reproducen en el lazo con el analista; una vez

reemplazada la enfermedad primitiva por el desarrollo de la transferencia, la cura


pasa por la separación del objeto analista.

El término clave no es enlace sino desenlace. El analista se ocupa de analizar,

explica Freud una y otra vez, ya que los procesos de síntesis y vinculación se
producen luego sin necesidad de su intervención. Son asunto del yo, decía él, o de

la reacción propia del ser hablante, ser social “por naturaleza” {φύσει}.

Hay diversas formas de desenlace en nuestra práctica y en nuestra


experiencia clínica:

- el desenlace transferencial de la cura, que comienza cuando el sujeto

supuesto saber deja su lugar a la decisión del analizado,

- la separación como operación auto-formativa del ser que nació alienado


en el significante que lo representaba para otro significante,

- el cambio de discurso, del que siempre participa de algún modo el

discurso analítico,

- la disolución, en tanto principio que enmarca las prácticas inherentes a

nuestra Escuela (cartel y pase) y la existencia misma de esta Escuela, que se

beneficia con la crisis y el cuestionamiento radical,

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- la ruptura del lazo social que reconocemos bajo el nombre de pasaje al

acto,

- el desencadenamiento de la psicosis, forma particular de pasaje al acto

como ruptura del nudo o atadura social.

La palabra desenlace traduce bien el término griego lisis {λύσις}, incluido a

su vez en análisis. Αναλύειν, analizar, es originariamente desanudar, soltar las

cadenas, liberar. El psicoanálisis entrama su desarrollo histórico, sus reseñas clínicas


y sus debates actuales más importantes en torno de este término, lisis, su

equivalente latino solvo, y sus derivados en alemán y en las diversas lenguas de

nuestra Escuela. Freud llamó Lösung a la solución del enigma del sueño, y como
médico habló de Auflösung (resolución) del síntoma. Lisis, solución, está en la raíz
del método freudiano: análisis, que comporta el desenlace por desbridamiento de

los enredos inhibitorios del nudo estructural, aislando sus elementos últimos

cualesquiera que sean – simbólico, imaginario, real, sinthome, ornamento, escabel


o point-de-mythe -. Lisis consta también en la disolución que permite fundar Otra

Escuela.

La reversión tíquica

En su Poética, Aristóteles describió tres fases estructurantes de la tragedia.

- La obra comienza en la desis, que es el nudo o trama inicial {δέσις, noeud},

- la última fase es la lisis o desenlace {λύσις, denouement},

- entre ambas fases, marcando una nítida discontinuidad, sitúa la reversión o


giro tíquico {μεταβολή, retournement} de la trama.

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Ese momento intermedio entre nudo y desenlace, el giro tíquico, puede

tomar tres formas diferentes, que vale la pena recordar por las resonancias que

puede suscitar en nuestra aprehensión clínica.

- Una primera forma de reversión es la peripecia {περιπέτεια} o


transformación de la acción en sentido contrario {ἡ εἰς τὸ ἐναντίον τῶν

πραττομένων μεταβολή}. Aristóteles toma el ejemplo bien conocido del Edipo Rey

de Sófocles: se refiere a esa página en que el mensajero trae a Edipo, rey de Tebas,
la noticia de la muerte de quien creía su padre, Polibio, rey de Corinto. Esa noticia

implica que Edipo puede también ser rey de esa otra ciudad griega. Se niega sin

embargo a asumir ese segundo reino, por estar ahora a cargo de quien cree su
madre. El mensajero le enseña que en verdad no era Polibio su padre sino Layo,
aquel hombre a quien Edipo había matado en un cruce de camino antes de

desposar a Yocasta, su propia madre, y asumir el reino de Tebas, castigada desde

entonces por la peste que rodea al parricidio y al incesto. Esa peripecia inicia el
desenlace.

- La anagnórisis {ἀναγνώρισις} o reconocimiento, es el pasaje de la

ignorancia al saber, que también puede traducirse como relectura de lo que estaba

ya escrito en actos y en signos previos. La más bella anagnórisis es, según la


Poética, la que se acompaña de una peripecia, como en el caso referido. Pero una
anagnórisis puede también gatillar un desenlace dichoso, como el que se

encuentra al final de Ión, de Eurípides, cuando algunos elementos encontrados en


una canasta para recién nacido permiten al héroe comprobar que Creusa, a quien

iba a matar, es su propia madre: un bordado con la cabeza de Medusa, unas

serpientes de oro, una corona de olivo inmarcesible.

- La tercera forma de reversión trágica es el pathos {πάθος}, la pasión que

causa la acción violenta, que no podría faltar en una verdadera tragedia ni en un

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verdadero análisis. Es sorprendente, pero no casual, que el término pasión haya

sido suprimido de las elaboraciones de la psiquiatría, de la psicología e incluso del

psicoanálisis. El término no figura ya en el DSM 5, habiendo sido desarticulado en

otros tres términos, la emoción, que tiene un componente observable,


comportamental, fisiológico, el antiquísimo término desarrollado por la medicina

hipocrática humor, más duradero y menos influenciable por el entorno, y en tercer

lugar el afecto, que se ubica del lado del efecto sufrido pasivamente, es decir, lejos
del acto. Ahora bien, así como en la tragedia, el análisis, en tanto se diferencia de la

psicología, no se ocupa de las cualidades ni de la biografía de los hombres sino de

sus acciones, porque la dicha y la desdicha dependen de la acción. Esa noción


olvidada de pasión, pariente, aliada o rival de la voluntad, acompaña a la acción,
incitándola en primer lugar, y luego como su consecuencia que se hace sentir tanto

sobre el actor/analizante como sobre quienes padecen las consecuencias de lo

actuado.

También en La dirección de la cura la reversión tíquica interviene en todos

los niveles. La teoría lacaniana del azar está calcada de Aristóteles, quien dicen en

la Poética que, de todos los golpes del azar, los más sorprendentes son aquellos

que se producen como si fueran a propósito, siguiendo un designio o deseo


escondido. Así,

- la mántica de la interpretación es eficaz sobre todo cuando incide desde

fuera de lo esperado por el cálculo del yo y las construcciones del analista;

- la transferencia permite resolver su algoritmo solamente “par rencontre”,

en esa coincidencia por casualidad/causalidad tíquica entre el saber inconsciente y

el saber del analista en su lugar de articulación vacía de saber;

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- en el plano del acto, en algún momento inesperado se produce el pase del

parloteo infinito a un decir irreversible. Hacia allí lleva la regla fundamental. No es

tanto que el analizante esté encadenado por el rigor de sus asociaciones, escribe

Lacan en este texto. Sin duda lo oprimen, pero el riesgo para el analizante está es
más bien que las asociaciones desemboquen en una palabra libre, que le sería

penosa. Y nada más temible que decir algo que pueda ser verdad, porque lo sería

enteramente, añade, (…) “y Dios sabe lo que ocurre cuando algo, por ser verdad, no
puede ya volver a entrar en la duda.” Aclaremos que ese decir que alcanza el acto,

introduce algo nuevo en lo real, no es meramente un operador de la verdad, que

ha sido su herramienta y precursor heurístico.

Reitero en este punto la revisión exigible de lo psíquico (la fantasía, el


“fantasma”, lo ficticio) del psicoanálisis, para señalar que ese término ha llevado a

desconocer el elemento tíquico que se encuentra en cualquier reversión clave de la

cura, y en cualquiera de los niveles discernidos por Lacan. ¿No deberíamos


reemplazar la psique del análisis, que lo psicologiza, para hacer lugar a lo tíquico

del acto, eso que se encuentra por fuera del marco de ficción de la realidad

psíquica, donde se busca y no se encuentra? El psicoanálisis es la realidad, escribió

Lacan; pero el análisis es otra cosa, el análisis es una oportunidad. En efecto, sólo
en lo real sin ley, en tanto que responde al azar, el deseo encuentra su oportunidad
tíquica, de dictar la ley.

Dos variantes reconocibles de desenlace

Hay dos formas diferenciables de desenlace en nuestra experiencia.

La primera es la que llamamos acto. No es sin Otro, pero implica un

momento de corte, de decisión, que no es del Otro. El decir, acto propio y

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paradigmático del ser hablante, es un desenlace que renueva el lazo social de

modo tal que sostiene al Otro en su heteridad.

La otra forma de desenlace es el pasaje al acto que, a contrario, es ruptura

del nudo social, realiza la eliminación del Otro. Aquí situamos hechos muy variados,
el acto criminal, el desencadenamiento de la psicosis, y también la cachetada de

Dora al Sr. K., cuyas palabras inadecuadas encienden su pasión histérica.

Ahora bien, lo que inicialmente se presenta como pasaje al acto suele


admitir lecturas a posteriori que permiten apreciar la voluntad de instauración de

un nuevo orden social. Eligiendo su muerte, Antígona en la tragedia homónima de

Sófocles restablece en Tebas los inhóspitos deseos familiares, esas divinidades en


que su infausta Áte se ha enraizado. También Empédocles elige morir arrojándose
en el cráter del Etna. Ese acto es el modo que encuentra de restituirse un estado

civil, de formar parte, de parirse nuevamente, de otorgarse la estatura que había

perdido cuando Trasídeo, el tirano de Agrigento, lo condenó al destierro y a la


barbarie, que para un griego era lo peor. Empédocles había sido ministro, médico,

mago, hombre del poder, del saber y de la causa eficiente, ayudaba a los pobres y

era capaz de curar la peste. Arrojándose en ese cráter humeante se reúne con los

dioses y con los deseos que allí moraban, esos deseos en que se fundan los lazos
sociales.

Lacan llama separación a ese movimiento de lectura, por el cual el pasaje al

acto puede devenir acto e inscribir socialmente lo imposible. Es lo que nos permite
recuperar la dimensión de la voluntad inconsciente que se mantiene a pesar de la

alienación; el vel-vel, o bien… o bien de la negatividad significante, puede revertirse

poniendo en juego la dimensión de la voluntad, el vouloir de velle, el decir sí o no


al deseo legado por el Otro y originariamente incorporado vía inconsciente. El vel

de alienación, aún pasando al acto, puede retornar en velle. A diferencia de la

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alienación, que lleva a la eliminación del Otro, la separación restituye el Otro en

tanto tal. Por ella el sujeto se adorna, se pare y se da un estado civil que le permite

volver al deseo de deseo en que consiste el lazo social. “Nada en la vida de

ninguno desencadena más encarnizamiento para alcanzarlo”, resalta Lacan con


toda su fuerza. {Rien dans la vie d’aucun ne déchaine plus d’acharnement à y

arriver}.

Quisiera llamar la atención, por último, sobre el valor que toma en esta
perspectiva su Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. El

desencadenamiento de la psicosis rompe el lazo social, pero la lectura de Lacan

abre la posibilidad de analizar esa ruptura, de aceptar lo que esa circunstancia, en


principio alienante, puede tener de potencialidad separadora. Una vez en análisis,
el psicótico testimonia de su encarnizamiento por darse otro estado civil. Los otros,

los familiares, el analista mismo, están equivocados, están locos, por no poder

advertir el deseo/condición absoluta que está en juego para él, un deseo que juega
al todo o nada, para afirmarse por fuera de lo establecido. El milagro lacaniano

consistió en hacer, del desencadenamiento, un pasaje al acto que puede merecer

una lectura y una elaboración analítica, es decir un proceso que tal vez le devuelva

u otorgue estatuto de acto.

Justamente por ser analítica, nuestra práctica propicia el retorno al lazo


social. El análisis puede ser entendido entonces como un llamado a la electividad

natural del ser social. Ese llamado convoca a veces, también, a quien se ha alienado
en una libertad puramente negativa, ruptura de las ataduras sociales. Y por eso la

rigidez y los pseudo-automatismos de la locura resultan ser, en ocasiones,

analíticamente resolubles.

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