Gallo Ezequiel Y Cortes Conde Roberto - La República Conservadora
Gallo Ezequiel Y Cortes Conde Roberto - La República Conservadora
Gallo Ezequiel Y Cortes Conde Roberto - La República Conservadora
La república conservadora
Biblioteca argentina de historia y política - 028
ePub r1.0
et.al 10.08.2019
Ezequiel Gallo & Roberto Cortés Conde, 1972
Retoque de cubierta: et.al
Cubierta
La república conservadora
Sobre el autor
La iniciación del período que nos proponemos analizar en las páginas que
siguen distó de ser halagüeña. A partir de 1873 comenzaron a hacerse visibles
los primeros signos de la crisis económica que afligió a la producción
nacional durante buena parte de la década del 70. Sus efectos se extendieron
durante el primer quinquenio del período, afectando, aunque de manera
desigual y en años distintos, a casi todos los sectores de la actividad
económica. En un primer momento fueron sobre todo el comercio urbano y
los bancos los más severamente castigados, pero hacia 1876 los productores
rurales y hacia 1877 el muy próspero negocio ferroviario siguieron la suerte
de los primeros.
Los orígenes, o las causas de la crisis se hallan localizados en un período
histórico anterior al que aquí nos proponemos analizar. Una breve y
esquemática referencia se hace, sin embargo, necesaria para una mejor
comprensión del proceso.
En 1867 el Banco de la Provincia de Buenos Aires creó la Oficina de
Cambios por medio de la cual la Argentina entró en el régimen de
convertibilidad de la moneda (que se estableció a razón de 25 pesos papel por
1 de oro).[1] Hasta 1873 aproximadamente la Oficina desarrolló sus
actividades con buen éxito e incrementó de modo significativo sus reservas
de oro. La principal causa de este fenómeno[2] fue el fuerte ingreso de
metálico provocado por los flujos de capital externo provenientes de
empréstitos contratados por el gobierno nacional y algunos provinciales en el
mercado de Londres. La acumulación de metálico hizo posible, por aquel
entonces, una gran expansión del crédito bancario (reforzada en 1872 con la
creación de los bancos Nacional e Hipotecario), lo cual impulsó aún más la
actividad comercial, ya en auge como consecuencia de la guerra con el
Paraguay.
Los mayores ingresos generados por la conjunción de todos estos factores
se hicieron sentir bien pronto en diversas esferas: los gastos públicos
aumentaron considerablemente; lo mismo sucedió con las importaciones y se
desató una gran fiebre especulativa en las transacciones de tierras. El auge de
las importaciones, por su incidencia en la balanza comercial, desempeñó un
papel preponderante en los sucesos que estamos analizando. Mientras el país
siguió recibiendo capitales del exterior, la situación no se reflejó en el
balance de pagos. Pero cuando aquéllos cesaron (como consecuencia, en
parte, de la crisis económica europea), la situación deficitaria resultante
provocó una merma espectacular en la existencia de metálico, y las
exportaciones, aunque en constante ascenso, resultaron insuficientes para
equilibrar la gran presión importadora. En parte este rezago de las
exportaciones se debió a la lentitud del proceso de maduración de los
proyectos financiados con capital extranjero, proyectos que tenían como
objetivo principal estimularlas. Al mismo tiempo una parte no despreciable
de los empréstitos fue destinada a financiar actividades no productivas, tales
como la guerra con el Paraguay. Pero, a nuestro criterio, una de las razones
más significativas surgía de los obstáculos que se interponían en aquel
entonces a la expansión del sector agropecuario.
Los obstáculos mencionados eran de índole variada; el más notable,
quizás, era el que resultaba de la escasez de tierras que afligía a la campana
bonaerense,[3] y que se reflejo en una considerable superpoblación de ovinos
que ya con anterioridad había impulsado la migración de productores
bonaerenses hacia el sur de Santa Fe y Córdoba.[4] Al mismo tiempo, la
producción agrícola se hallaba relativamente detenida por los altos costos de
transporte y la escasez de mano de obra.
La crisis en la balanza comercial comenzó a reflejarse de inmediato en
una contracción de la actividad crediticia de los bancos, que a su vez impuso
serias restricciones al comercio urbano. En 1875 y 1876 los efectos de la
crisis se propagaron rápidamente y la falta de circulante golpeó aún más a la
ya atribulada producción rural. En 1876 el Gobierno decretó la inconversión
de los billetes del Banco Provincial, y poco después hizo lo mismo con los
del Banco Nacional.
En esta emergencia el gobierno nacional aplicó una clara política
deflacionista: se suspendió la contratación de nuevos empréstitos en el
exterior, se redujo el gasto estatal paralizando obras públicas, reduciendo el
personal administrativo y disminuyendo los sueldos de los empleados. Estas
medidas, juntamente con la Ley de Aduanas de 1876, influyeron rápidamente
en el comportamiento de las importaciones que iniciaron su descenso hacia
1874, para caer con brusquedad durante 1875 y 1876. Si bien las
exportaciones se mantuvieron al mismo nivel, afectadas por la depresión de
precios para los productos agropecuarios, el rápido descenso de las
importaciones provocó la inversión del balance comercial que a partir de
1876 comenzó a arroja saldos positivos.
FIG. 5.1. Viaducto del ferrocarril de Buenos Aires a Ensenada (Archivo General
de la Nación).
Hacia 1879 la crisis había comenzado a mitigarse significativamente, y
pronto pasaría a dar lugar a la formidable expansión económica que
caracterizó a la década de 1880. Diversos factores intervinieron en tan
espectacular vuelco, y entre ellos la actividad del Estado nacional ocupó un
lugar preponderante. En las páginas siguientes analizaremos algunos de los
sectores que más incidieron en la recuperación de la economía durante los
años 80: la actividad agropecuaria, las industrias urbanas, los medios de
transportes, el comercio exterior y las inversiones de capital extranjero.
Si bien el avance del área sembrada fue continuo durante todo el período, el
ritmo de crecimiento varió significativamente: en algunos años los progresos
realizados fueron sumamente penosos. Luego de la gran expansión de los
años 60 (estimulada por la ampliación del mercado producida por la cercanía
de los ejércitos aliados que combatían en el Paraguay) los agricultores
comenzaron a sentir la influencia de varios factores negativos. Una rápida
enumeración de los más significativos incluiría a los siguientes:
a) altos costos de transportes desde las regiones productivas a los puertos;
b) escasez de mano de obra (la incidencia negativa de ambos factores fue
señalada muy claramente por Wilcken[5] en su informe de 1872); c)
insuficiente tamaño de las concesiones agrícolas en las colonias: d) gran
inestabilidad de la línea de fronteras, como consecuencia de las frecuentes
incursiones de los indios; e) mala locación geográfica de algunas colonias
agrícolas —el caso más notable fue el de las colonias fundadas en la costa
norte del Río Paraná en la provincia de Santa Fe—; f) depresión en los
precios del trigo, particularmente notable en los últimos años de la década del
70. Todos estos factores configuraban un panorama poco estimulante, en
particular en la provincia de Santa Fe. En 1876, Guillermo Perkins, un agudo
conocedor de la región cerealera, lo describía de la siguiente manera:
«Principiaré…, por decir que la inmigración a esta provincia ha decaído
notablemente en los últimos años. Fuera de las familias traídas de la Europa
por la Compañía de Tierras Central Argentino, y las traídas desde Buenos
Aires para las colonias Candelaria y Jesús María, muy pocos son los que han
venido espontáneamente para poblar los ricos terrenos de la provincia de
Santa Fe; y no son pocos los que la han dejado para irse a Buenos Aires,
Entre Ríos y Córdoba…».[6]
Sin embargo muchos de estos factores desfavorables fueron superados
durante este período: la expansión de la línea de fronteras juntamente con el
avance del ferrocarril permitieron incorporar tierras nuevas y más aptas al
proceso productivo; la inestabilidad de la frontera agrícola desapareció como
consecuencia de la expulsión de los indios; el ferrocarril redujo
considerablemente los costos de transporte, hasta entonces elevados
(coincidiendo en la década del 80 con la brusca caída de los costos del flete
marítimo);[7] la creciente entrada de inmigrantes amortiguó sensiblemente los
problemas que creaba la constante escasez de mano de obra. Al mismo
tiempo, la política oficial favorecía el desarrollo agrícola, especialmente a
través de la expansión de la frontera y de la construcción ferroviaria, aunque
también otra serie de medidas gubernamentales tendían al mismo fin: la Ley
de Aduanas de 1876, que protegió la producción de trigo y la elaboración de
harinas; la política cambiaría del gobierno, en especial bajo la presidencia de
Juárez, que al desvalorizar el peso subsidió considerablemente al sector
exportador, y la política crediticia del Banco Hipotecario que mediante la
emisión de cédulas allegó fondos al productor rural. Con estas dos últimas
medidas el gobierno estimuló de modo significativo las inversiones en
agricultura y ganadería, lo que en el primer sector redundó en un aumento
considerable del parque de maquinaria agrícola. Este aumento no hacía más
que continuar una tendencia perceptible desde los primeros años de la
colonización, que se reflejó en el alto grado de mecanización de las faenas
agrícolas, estimulado por la aguda escasez de mano de obra.[8] Pero los
avances en la década del 80, sobre todo a partir de 1885, fueron notables. Por
ejemplo, el número de trilladoras de vapor en Santa Fe aumentó de la
siguiente manera: 1881, 101; 1887, 371, y 1895, 1243.[9]
Si bien la mayoría de los viejos problemas que afectaban el desarrollo de
la actividad agrícola se solucionaron durante el período aquí estudiado, la
mayor envergadura alcanzada por la producción cerealera daría nacimiento
muy pronto a dificultades de otra índole. La más relevante estuvo vinculada
con la comercialización del cereal, que encontró serios obstáculos tanto en la
deficiente organización comercial como en la constante escasez de depósitos,
elevadores y silos. Estos problemas comenzaron a solucionarse parcialmente
sólo hacia el final de la década del 80, cuando la existencia de excedentes
considerables y permanentes para la exportación permitió la introducción de
importantes economías de escala en el sector comercial. El impacto
desastroso de la crisis del 90 sobre las firmas de tamaño reducido dedicadas a
la comercialización favoreció aún más el proceso de concentración que se
afianzó considerablemente en las dos décadas siguientes.[10]
FIG. 5.2. Estación Central, Buenos Aires (Archivo General de la Nación).
2. La ganadería
En 1892 las estimaciones de los Mulhall indicaban que tan sólo un 9 % de los
ingresos totales de Buenos Aires (ciudad y provincia) eran generados por el
sector manufacturero. Por otra parte, el censo de 1887 señaló que la mayoría
de los establecimientos fabriles censados podían clasificarse como talleres
artesanales.[21] La industria nacional ocupaba, en consecuencia, un lugar
sumamente modesto dentro del conjunto de la economía.
De todas maneras sería desacertado considerar que poco o nada ocurrió
en este campo durante el período que nos concierne. Los mismos Mulhall
señalan la sorpresa que les causó observar la expansión de pequeños talleres
y fábricas en la ciudad de Buenos Aires. Cinco años antes, en 1887, el viajero
francés Daireaux había realizado una observación similar.[22]
La gran expansión de la economía argentina de estos años tuvo
significativa influencia sobre el desarrollo de este sector. Los cambios
acaecidos presentaron una doble faz: por un lado se estimuló el crecimiento
de nuevos renglones, haciéndose posible la instalación de las primeras plantas
fabriles modernas; por el otro, se acentuó marcadamente la decadencia de las
industrias artesanales del interior del país. Por su parte, la expansión de la
economía agropecuaria también produjo un impacto de variados efectos sobre
el desarrollo industrial. En primer lugar favoreció la instalación de aquellas
industrias que procesaban las materias primas destinadas a la exportación,
como los molinos harineros y los frigoríficos, que adquirieron gran relieve
durante el lapso histórico aquí considerado. Ambas industrias se agregaron
por lo tanto a las más tradicionales de las curtiembres y los saladeros. En
segundo lugar, progresaron las industrias dirigidas a producir bienes
insumidos por el sector agropecuario o de transporte. Tal es el caso de los
talleres de reparación de material ferroviario y de maquinarias agrícolas. En
tercer lugar la gran expansión agroexportadora produjo un incremento
sustancial en los ingresos de la población, que se tradujo en un apreciable
aumento de la demanda. Como por otra parte el período se caracterizó (como
veremos en el capítulo referente al proceso social) por un crecimiento
sensible de los sectores medios, dicha demanda se canalizó rápidamente hacia
aquellas industrias que producían bienes perecederos, como por ejemplo las
de la alimentación y el vestido. En su mensaje presidencial de 1889 Juárez
Celman pudo señalar los importantes progresos realizados en la sustitución
de importaciones en los rubros de alimentos, bebidas, tabacos y maderas.[23]
Todos estos adelantos fueron posibles, además, por el contexto general
creado por la economía exportadora, especialmente a través de la
construcción ferroviaria (que abarató costos y amplió considerablemente el
mercado nacional) y la atracción de inmigrantes europeos (que alivió los
problemas que planteaba una secular escasez de mano de obra). La incidencia
del ferrocarril en el surgimiento de la industria azucarera en Tucumán y de la
industria vitivinícola en Mendoza es sumamente conocida. Por otra parte, el
gran auge de la construcción urbana (y de la rural en la zona agrícola)
coincidió sustancialmente con la entrada de ingente cantidad de inmigrantes.
El gobierno nacional no permaneció inactivo en este campo y coadyuvó
al desarrollo industrial mediante la Ley de Aduanas de 1876 y sus posteriores
reglamentaciones de 1883 y 1887. La ley de 1876 estableció un derecho
uniforme del 25 % para gran parte de las mercaderías importadas y benefició
con mayores gravámenes a las industrias de la alimentación, confecciones,
destilerías y bodegas. Los industriales de la época consideraron sin embargo
que algunas de las disposiciones contenidas en la ley de 1876 no eran
propicias para el crecimiento de sus manufacturas y así lo puntualizaron en
1887 refiriéndose al zinc, la hojalata y el bronce, que pagaban el mismo
derecho que los productos elaborados a pesar de ser materias primas
necesarias para la industria.[24]
Pero la expansión de la economía exportadora ocasionó al mismo tiempo
trastornos insalvables a los sectores más tradicionales de la industria local. El
ferrocarril, por ejemplo, provocó la desintegración de las industrias
artesanales del Interior, y muy especialmente de las añejas tejedurías. Estas
artesanías, basadas por lo general en productores individuales, pudieron
subsistir mientras los altos costos del transporte terrestre las protegieron de la
competencia extranjera, pero el tendido ferroviario modificó sustancialmente
la situación, y la invasión de textiles europeos de más bajos costos eliminó a
los más ineficientes productores nativos. El número de tejedores registrados
en los censos nacionales de 1869 y 1895 refleja la dramática caída sufrida por
esta industria: los 94 032 que figuran en el censo de 1869 pasaron a ser
39 380 en 1895.[25]
4. Transportes
6. El comercio exterior
1. Avances de la inmigración
Como surge claramente del cuadro 5.6. la entrada de inmigrantes fue tan
numerosa durante el período que los topes alcanzados en etapas anteriores
fueron superados ampliamente y pasarían muchos años antes que se volviera
a igualar la cifra récord alcanzada en 1889.
CUADRO 5.6. INMIGRACIÓN Y EMIGRACIÓN: 1874-1891
Años Inmigrantes Emigrantes Años Inmigrantes Emigrantes
1874 68 227 21 340 1883 63 243 9510
1875 42 036 25 578 1884 77 805 14 444
1876 30 965 13 487 1885 108 722 14 585
1877 36 325 18 350 1886 93 116 13 907
1878 42 958 14 860 1887 120 842 13 630
1879 55 155 23 696 1888 155 632 16 842
1880 47 484 22 374 1889 260 909 40 649
1881 41 651 20 377 1890 110 594 80 219
1882 51 503 8720 1891 52 097 81 932
Fuente: Ernesto Tornquist, El desarrollo económico de la República Argentina en los
últimos cincuenta años, B. A., 1920.
A nivel regional hemos visto que las provincias del Interior (con la
excepción de Mendoza y Tucumán) se rezagaron considerablemente con
respecto a la región litoral-pampeana. Los Mulhall estimaban en 1892[54] que
entre 1884 y 1891 la participación de las provincias litorales y del centro en
la riqueza nacional había aumentado en un 4 % (correspondiéndole los
mayores aumentos a Córdoba y Santa Fe).
Desigualdades semejantes son también perceptibles a nivel de los
distintos grupos sociales. Es evidente, por ejemplo, que el cuadro de
prosperidad general del Litoral no es aplicable al sector obrero urbano, por lo
menos durante los últimos años del período. Las estimaciones del cónsul
norteamericano Buchanan señalan una drástica disminución del salario real
entre 1884 y 1890, debido posiblemente a la continua devaluación del signo
monetario. (Si bien los salarios rurales decayeron también en el mismo
período, el descenso es menos brusco que el producido en el sector urbano).
La única excepción importante fueron los obreros ferroviarios, parte de cuyos
salarios estaban fijados en oro. Los problemas del sector obrero urbano se
veían agravados por las complicaciones que en general se presentan en
épocas de gran crecimiento demográfico. La planta urbana, sobre todo en
Buenos Aires, encontró dificultades para absorber a la enorme masa de
inmigrantes que entraba. De tal manera, por ejemplo, el porcentaje de
vivienda precaria (conventillos) se incrementó durante la década del 80. El
mayor hacinamiento de la población se reflejó también en un deterioro de las
condiciones sanitarias, y la tasa de mortalidad muestra una clara tendencia
ascendente durante los últimos años del período.[55] Debe recordarse a este
respecto que las obras de salubridad que incidieron en la declinación
posterior de la tasa de mortalidad —sobre todo eliminando epidemias
recurrentes como el cólera— sólo comenzaron a instalarse hacia fines de los
años 80.
SEGUNDA PARTE
LA POLÍTICA
1. LA EVOLUCIÓN DEL PERIODO 1874-1886
Las interpretaciones sobre las causas que provocaron la crisis del 90,
coinciden en general con la posición sustentada en la época por Aristóbulo
del Valle,[32] uno de los pocos políticos opositores que analizó el fenómeno:
la corrupción administrativa y un desmedido emisionismo habrían sido los
propulsores de la débâcle. Ésta fue también la posición de José Terry en su
clásica obra sobre la crisis.[33] Al igual que él, comentaristas más adictos al
régimen tendieron a compartir sus premisas. Así, por ejemplo, Balestra y
Cárcano[34] se preocuparon por señalar que el gobierno sólo interpretaba el
clima general que había emergido como consecuencia del boom. Aun en una
obra clásica de la historia económica británica, Clapham[35] sostiene puntos
de vista similares a los aquí citados. Al mismo tiempo todos estos autores
coincidían en señalar que la crisis no había afectado el desarrollo de las
industrias rurales de exportación. Más aún, la producción agrícola siguió
creciendo a un ritmo espectacular durante esos años. «Crisis de progreso» fue
la fórmula acuñada para describir los eventos de 1890.
Este trabajo que estaba pensado escribirse en la Argentina, por razones que no vienen al
caso comentar aquí, se concluyó en los Estados Unidos. Por ello no se dispusieron de todas
las fuentes y la documentación en las que originalmente se pensaron. Este inconveniente
pudo ser reemplazado, en muy buena medida, gracias al excelente material existente en la
Biblioteca de la Universidad de California en Berkeley y gracias a la muy valiosa
colaboración que al autor prestaron en Buenos Aires la Lic. Mónica Abramzon, en la tarea
de fichar los materiales previamente indicados, y el Lic. Juan Carlos Torre quien
seleccionó determinada información relativa a la evolución política del período. El autor
está particularmente reconocido al Lic. Torre, no sólo por la inteligente selección del
material y sus útiles comentarios, sino también por el permiso para utilizar datos de su
trabajo inédito sobre participación electoral en la Argentina.
También al Centro de Estudios Latinoamericanos y al Departamento de Historia de la
Universidad de California en Berkeley porque en ciertas partes de este trabajo se adelanta
información de la investigación que el autor, entonces profesor visitante del Departamento
e investigador asociado del referido Centro, realizó en su marco.
Por último quiere expresar su agradecimiento a su esposa, quien cargó con la tediosa tarea
de copiar el manuscrito original.
Varios factores contribuyeron a este vuelco hacia la producción del trigo; las
malas cosechas en Europa y Estados Unidos, que cita Fliess y que
determinaron, en el año 1891, un precio excepcional durante una fase de baja
de los precios agrícolas (41 pesos oro la tonelada fue la media de la
exportación de ese año),[10] la anotada caída del papel moneda que valorizó
los ingresos en oro,[11] sobre todo, la amplia disponibilidad de tierras
vírgenes que importó una ventaja comparativa evidente.[12] Sin duda en esta
onda expansiva la producción del trigo fue el factor dominante, mucho más
que la de maíz, que tuvo una demanda distinta y un crecimiento más lento, o
la ganadera en la cual sólo en los años finales del siglo se registraron
progresos importantes.
La expansión del trigo importó modificaciones profundas en la estructura
de la producción y en la posición relativa de las di tintas áreas. Estos cambios
condujeron hacia diferentes tipos de explotaciones e importaron también
significativas variaciones en el mapa agro-económico. Hasta 1888, cuando el
trigo aún no superaba en importancia al maíz, Buenos Aires, con una
economía básicamente pastoril, tenía la mayor cantidad de superficie
cultivada y dedicada a este último cereal (510 000 ha); Santa Fe, en cambio
especializada en un tipo de explotación básicamente agrícola, tenía sólo
402 000 ha de trigo. Siete años después el ascenso del trigo implicó un
cambio decisivo en la posición de las dos provincias. Mientras los cultivos
del trigo en Santa Fe llegaron a más de un millón de ha los de maíz en
Buenos Aires registraron sólo ligeros progresos: 669 000 ha. Por otro lado
ambas provincias parecieron respetar, por entonces, sus relativas
especializaciones ya que aunque responden al fenómeno general de aumento
de la extensión de cultivos, el incremento es mucho menor en los tipos de
cultivo en que no se especializaron.
En Santa Fe, que ya iba convirtiéndose en el granero del país, los
cultivos, que comenzaron en la zona de colonias, en el centro de la provincia,
se extendieron por el oeste hacia San Francisco (Córdoba) y hacia el sur
buscando el puerto de Rosario, que se convirtió en el principal puerto
cerealero del país y en uno de los más importantes del mundo. De allí,
siguiendo la línea del Central Argentino y como resultado de la colonización
en la lonja de tierra ofrecida por éste en arrendamiento, llegaron hasta Bell
Ville y Villa María en Córdoba. La penetración triguera desde Santa Fe se
tradujo en el aumento del área sembrada en Córdoba, que en 1888 era de
56 000 ha y en 1895 de 294 000.
En Buenos Aires, en cambio, el trigo no tuvo el mismo éxito. Cultivado
en zonas aisladas del oeste y el sur, quedó relegado por una economía
dominantemente pastoril. Sólo existieron dos centros aislados de
colonización en las zonas de Olavarría y Pigüe, ambos no demasiado
exitosos; en Olavarría los colonos abandonaron las tierras y migraron hacia
Entre Ríos. A pesar de la apertura de la línea ferroviaria a Bahía Blanca los
progresos de la agricultura fueron lentos hasta casi fines de siglo, y los
cultivos agrícolas se movieron en dirección suroeste y oeste en los partidos
de 9 de Julio, 25 de Mayo, Junín y en zonas aisladas del sur como Coronel
Suárez.
En cuanto al maíz, tuvo una más temprana evolución en el norte de
Buenos Aires, entre Campana y San Nicolás y algunos partidos del noroeste
de la provincia, como Pergamino y Rojas. A partir de entonces el maíz inició
la penetración hacia el norte bordeando el Paraná y ocupando áreas en los
departamentos santafecinos de General López y Constitución. La evolución
del área de cultivos por partidos y departamentos en Buenos Aires y Santa Fe
se advierte en el siguiente cuadro.
CUADRO 5.8. ÁREA CULTIVADA CON MAÍZ EN VARIOS PARTIDOS Y
DEPARTAMENTOS, 1889-1895 (EN KM2)
1889 1895
Campana 67 45
San Pedro 398 353
Arrecifes 124 126
Salto 16 326
Gral. López 51 373
Constitución — 575
Pergamino 168 160
Rojas 86 81
Colón — 44
San Lorenzo 178 150
Caseros — 83
Fuente: Pierre Denis, The Argentine Republic, Nueva York, 1923.
Los avances del maíz anteriores al 90, en las zonas del noroeste y noreste de
la provincia de Buenos Aires y en alguna medida menor en el centro,
tuvieron que ver, en cambio, con las modificaciones producidas en el mapa
ganadero. El ovino fue desplazado por el vacuno del área al norte del Salado,
en un proceso que estuvo estrechamente vinculado con la extensión del maíz
y otros cultivos combinados con la ganadería, que se utilizaron como
forrajeras antes de la gran difusión de la alfalfa.
El ovino continuó desplazándose hacia el suroeste y el oeste de la
provincia. En algunos departamentos su «stock» decayó sensiblemente entre
1888 y 1895 mientras que aumentó en los del noroeste y sudeste, donde el
número de cabezas se duplicó. (Alsina, Puán y Balcarce muestran progresos
importantes). En su antigua zona de influencia dejan lugar, en cambio, a la
cría del vacuno.
Durante los últimos años del siglo XIX y la primera década del XX se
produjeron nuevas e importantes modificaciones y desplazamientos en la
esfera de la producción, con cambios en las posiciones relativas de los
productos y las regiones. Durante esos años los productores argentinos
mostraron una flexibilidad y rapidez en los ajustes a las situaciones
cambiantes que no dejan de asombrar.
Para Santa Fe terminó el período de exclusiva especialización agrícola
sobre la base del trigo. Buenos Aires recuperó el liderazgo en la producción
dentro de un complejo reajuste, en que la ganadería y los cultivos
combinados fueron los elementos decisivos. Pero, de nuevo, éste fue sólo el
resultado. El proceso que llevó a él fue menos lineal y más complejo.
En el último quinquenio de la centuria comienza la exportación de
vacunos en pie hacia el Reino Unido, que introduce un nuevo factor decisivo
en el mejoramiento de los rebaños. Éste se hizo más exigente entrado este
siglo, cuando la demanda de carne pasó a provenir directamente de los
frigoríficos. Los mejores precios pagados por el ganado para la exportación
fueron un incentivo importante para la transformación de la hacienda criolla,
que se cruzó con reproductores de pedigree para ajustarla al gusto del
consumidor británico. Este nuevo tipo de hacienda, además de requerir una
mayor inversión de capital, exigió cuidados especiales: la extensión del
alambrado y una mejor alimentación, lo que supuso disponibilidad de pastos
durante todo el año. Para obtener esto fue necesario encarar el cultivo de
forrajes.
Existió cierta especialización en virtud de las áreas que cubría cada línea.
Mientras el Central Argentino transportaba habitualmente 1/3 de las cuatro a
diez millones de toneladas de cereal, el Sud lo hacía sólo con 1/6, pero en
cambio servía el transporte de ganado desde la Patagonia, entre los años
1913-1914 y 1916 con un 17,2 % del total del tonelaje. El Central Argentino
llevaba la mayor parte del maíz y el lino (el maíz representaba sólo el 26 %
del total del tonelaje transportado). En las otras líneas, el Oeste llevaba una
parte importante de maíz, especialmente desde la zona de Junín (19 % del
tonelaje transportado). El transporte de trigo se dividía más o menos
equitativamente entre las cuatro líneas principales. El Sud fue el principal
transportador de avena. Los tonelajes transportados por el Central Argentino
y el Pacífico fueron particularmente irregulares en razón de que dependían
estrechamente de las cosechas de trigo y de maíz que sufrían las
consecuencias de las sequías. El trigo transportado por el Pacífico en 1913
representaba el 15,9 % del total y en 1914, el 27,2 por ciento.
El problema de la concentración del transporte en los meses
inmediatamente posteriores a las cosechas y el clearing entre las distintas
líneas, provocó situaciones difíciles de resolver. Los meses de tráfico más
congestionado eran especialmente los de diciembre y enero.
Aunque los cereales fueron el principal negocio de los ferrocarriles no
dejaban de tener importancia otros bienes de consumo y los materiales de
construcción. Por otra parte, algunas líneas fueron el elemento decisivo en la
comercialización de la producción de ciertas áreas del Interior. El transporte
del vino (desde Mendoza y San Juan) representó para el Buenos Aires-
Pacífico el 38,3 % de sus ingresos en el período 1913-14-16. El transporte de
azúcar por el Central Argentino significaba normalmente un 5 % de sus
ingresos. En el Central Córdoba, en 1914, un año de extraordinaria cosecha,
el transporte del azúcar importó el 42 % del total transportado.
En 1916 los ferrocarriles habían alcanzado una extensión de 33 955 km
con un capital de 1 351 298 397 pesos y ocupaban el tercer lugar en América
y el décimo en el mundo, distribuidos en su casi totalidad en la zona
pampeana: Buenos Aires reunía el 36,3 % de las líneas ferroviarias, Santa Fe
el 14,2 %, Córdoba el 12 %, Entre Ríos 4,1 % y La Pampa 3,9 %. En total, el
70,5 % del total de la red ferroviaria quedó en dicha zona.
El trazado definitivo de la línea muestra la fuerte gravitación que tuvo
éste en la regionalización de la producción y del mercado y aunque hay
muchas razones para descartar que se haya debido a un propósito deliberado
(fue más bien el resultado de situaciones de hecho), el aprovechamiento de
las economías externas y la particular especializaron de dicha zona para la
producción con vistas al mercado externo no dejaron de tener consecuencias
acumulativas.
Debe señalarse, por otro lado, que la posibilidad de obtener especiales
garantías del Estado para promover la red ferroviaria, en medio de una real
fiebre especulativa en el negocio, llevó a una poco prudente extensión y
acumulación de líneas que llegaron a superponerse en ciertas áreas, en medio
de un verdadero infierno que fue superado en el ciclo que siguió al de las
inversiones y cuando ya las compañías, que de un modo implícito o explícito
se habían distribuido las esferas de influencia, se asentaron finalmente.
El problema de las garantías ferroviarias —un 7 % sobre un costo de
capital de 6400 libras por milla, en el caso del Central Argentino[24] y el
mismo porcentaje pero sobre un costo de 10 000 libras la milla en el caso del
Gran Sud— fue quizás uno de los más viejos y discutidos en la cuestión
ferroviaria. Aunque el costo de construcción de las líneas en la Argentina fue
excepcionalmente bajo, no hay pruebas concluyentes de que las compañías
hubieran inflado sus inversiones de capital. Sin embargo, parece haber poca
duda acerca de la acusación generalizada, muy frecuente antes del 90 y
continuada después, de que las compañías no cumplieron las condiciones de
las concesiones y que no proveyeron a los productores de un servicio
adecuado. Parece ser que, interesadas en la garantía, extendieron
imprudentemente las líneas sin atender a la provisión de material rodante
suficiente para sostener el servicio.
También existen indicaciones de negociaciones, como el tan citado caso
de la Compañía de Tierras del Central-Argentino al que la empresa
ferroviaria del mismo nombre vendió la lonja de tierra de una legua
concedida por el gobierno nacional por una suma muy pequeña; mientras la
Compañía de Tierras recibía altos beneficios (alrededor del 15 %) la empresa
ferroviaria reclamaba el pago del 7 % de garantía ya que no llegaba a
alcanzarlo. Superado el período promocional, las empresas negociaron con el
gobierno la renuncia a la cláusula de garantía sobre la base de otros
beneficios, entre ellos un menor control del gobierno en las tarifas.
Extendida la red en el país a 33 955 km en 1916 la manía ferroviaria era
ya recuerdo de un pasado no demasiado, lejano aunque sí totalmente dejado
atrás. El negocio se había reducido a las empresas más importantes,
vinculadas estrechamente entre sí, y aunque más sólido, comenzó a tener
menos oportunidades y a moverse más pesadamente.
6. INVERSIONES EXTRANJERAS
Este cuadro nos permite hacer algunas observaciones: 1.°, entre 1910 y 1913
se produjo un importante incremento del capital extranjero (más de 1000
millones de pesos oro); 2.°, después de 1913 hubo detención y caída en el
monto de tales inversiones; 3.°, el primer período es más significativo si se
tiene en cuenta que en 1900 el capital extranjero eré de 1000 millones de
pesos oro;[39] 4.°, para el período posterior a 1890, hay que señalar que en la
deuda externa pierden gravitación los préstamos al gobierno ya que después
del 90 y hasta pasada la Primera Guerra Mundial, no se contrajo ningún
crédito para esos fines. Entre 1890 y 1900 el incremento de la deuda externa,
que pasó de 204 950 a 389 060 pesos oro, no representó nuevos préstamos
sino que fue el resultado de varios arreglos de las obligaciones contraídas
durante los años 80.[40] 5.°, El fuerte incremento de las inversiones significó
una elevada suma anual en remesas de beneficios, servicios e intereses,
aunque éstos pesa ron en forma distinta en la economía en razón del fuerte
incremento del volumen físico y sobre todo del precio de los bienes
exportados. La proporción de los servicios de la deuda externa en las
exportaciones alcanzó, pese a todo, a un 34 % en 1913-14 y entre un 25 a
30 % en los años siguientes.
El peso de la deuda en el balance de pagos disminuye entre 1911 y 1915
(168,9 millones de pesos oro a 139,8 y 138,1 en 1913-14 y 1914-15
respectivamente) pero sin embargo sigue manteniéndose alto.[41]
El capital extranjero aumentó entre 1910 y 1917 de 2255 millones de
pesos oro a 3350. Su distribución por países puede verse en el cuadro de la
página siguiente.
CUADRO 5.30. CRECIMIENTO ESTIMADO DEL CAPITAL EXTRANJERO
INVERTIDO EN LA ARGENTINA, 1910-1917 (EN MILLONES DE PESOS ORO)
Países 1910 1913 1917
Gran Bretaña 1475 1928 1950
Estados Unidos 20 40 85
Alemania 200 250 275
Francia 410 475 465
Otros 150 557 575
Total 2255 3250 3350
Fuente: Vernon Lovell Phelps, The international Economic position of Argentina,
Filadelfia, 1938, pág. 99.
Estas cifras permiten concluir que si bien el incremento de las rentas fue
importante gracias al constante aumento de las importaciones, que era la
fuente principal de recursos, los gastos generalmente fueron mayores. Salvo
los excepcionales años de 1893 y 1908, en que existió superávit, los déficits
fueron habituales, siendo los más elevados los de los años 1891, 1898, 1911,
1912, 1914 y 1915.[45]
Los ingresos del gobierno gravaron principalmente el consumo, pues los
derechos sobre las importaciones y los impuestos internos constituyeron entre
el 80 y el 90 % del total recaudado. En cuanto a las exportaciones, salvo los
impuestos aplicados en algunos rubros tradicionales (tasajo, cueros, etcétera)
o algunos gravámenes excepcionales (como el que se puso en práctica
después de 1890), la tendencia fue siempre hacia la desgravación, por lo que
las recaudaciones por este concepto fueron de poco monto. Por otro lado sólo
en 1890 se estableció la obligación de pagar un 50 % de los derechos (del
valor de aforo), en oro por lo que el Estado se perjudicaba con la devaluación
de la moneda que beneficiaba en cambio a quienes debían pagar los
impuestos. También fue muy poco lo recaudado en concepto de impuesto
territorial (contribución directa).
En este sentido el ingreso del Estado fue una variable dependiente del
incremento del consumo de les particulares (y por lo tanto una variable
dependiente del incremento de los ingresos del trabajo) y no dependiente del
incremento de la producción (que dependía básicamente del incremento de
las exportaciones).
Por otro lado el hecho de que gran parte de las importaciones de capital
no fuesen una función del ingreso nacional del período anterior (ya que eran
inversiones extranjeras) no modificó la situación de los ingresos del Estado
ya que éste no percibió entradas por estos rubros que en general estaban
desgravados (como el caso de los ferrocarriles).
Podría aventurarse en cambio que los gastos del Estado crecieron en
relación con el ritmo de crecimiento de la riqueza, en la medida que se
requerían obras públicas, construcciones, etcétera y una mayor actividad de
una burocracia poco menos que imprescindible. Esto explicaría la distinta
evolución de ambas variables y el crecimiento mucho más rápido de esta
última.
8. MONEDA
1889 191
1890 251
1891 387
1892 332
1893 324
1894 357
1895 344
1896 296
1897 291
1898 258
1899 225
En 1891 el premio del oro alcanzó su punto más alto con 387. A partir de
1895 se advierte en cambio un proceso de valorización creciente del peso
papel, como resultado, sin duda, de la inversión en la balanza comercial
argentina.
Cuando la tendencia a la valorización del peso papel se hizo sostenida, se
estableció, en 1899, la nueva ley monetaria que creó la segunda Caja de
conversión y estableció la libre convertibilidad en la relación de 1 peso oro
por 2,2727 pesos papel, que en este caso supuso mantener sobrevaluado el
precio del oro. «El marcado descenso del precio del oro entre 1898 y 1899 —
dice Williams— prometía ser más perjudicial para los Intereses económicos
del país que la crisis Baring».[48] Sin duda los intereses económicos a los que
Williams se refiere son los de los exportadores.
La ley de 1899 fue fuertemente atacada por varios sectores, entre ellos la
Cámara de Comercio y los industriales y comerciantes locales, quienes
sufrían los efectos de un aumento en el valor de las importaciones, y
sostenida por el ministro de Hacienda, José María Rosa, el ex presidente
Carlos Pellegrini y el fuerte banquero local Ernesto Tornquist, cuyos consejos
siguió, finalmente, el presidente Roca, pese a que originalmente se había
opuesto a la medida.
Ford explica la medida del modo siguiente: «Después de 1896 los valores
ascendentes de las exportaciones produjeron una revalorización del papel
moneda, cambio que no fue bien recibido por los intereses de los
terratenientes y exportadores, ya que la distribución de los ingresos se movía
en contra de ellos y en favor de los que recibían ingresos fijos en peso papel».
Y cita luego la opinión de W. R. Lawson en Banker's Magazine: «Como lo
señaló Lawson: “El gran obstáculo para sanear la moneda en estados como la
República Argentina, es que las clases que se benefician con una baja en el
cambio, tienen mucha mayor influencia que las clases que se ven
perjudicadas por ella. Las primeras incluyen a todos los productores y
exportadores de materias primas… Convierten en oro sus exportaciones en
los mercados extranjeros y venden el oro en su país por pesos papel.
Indirectamente son especuladores de oro, de igual manera que si especularan
con el alza en la Bolsa. No veían con buenos ojos una baja rápida de la prima
del oro y cuando ésta amenazaba con desaparecer por completo, se
alarmaban”». Y sigue Ford: «De acuerdo con ello utilizaron su influencia
política para asegurar que el peso papel se estabilizara en términos de oro —
antes que se valorizara más— mediante la ley de conversión de 1889».[49]
En definitiva el sector exportador fue partidario de la estabilidad
monetaria cuando ello suponía una sobrevaluación del oro, moneda en que
recibía sus ingresos. Y esto fue así en el período posterior a 1896, debido al
importante incremento del volumen físico de las exportaciones argentinas y al
vuelco favorable en los precios, lo que significó una inversión de la balanza
comercial. En cambio fue partidario de la devaluación del peso papel —como
ocurrió en 1885— cuando las tendencias de la balanza comercial,
desfavorables para la Argentina, suponían en la práctica una relación
favorable al oro.[50]
No hay duda, sin embargo, que el abandono del patrón oro que se tradujo
en esa política devaluacionista fue un activo instrumento para colocar las
exportaciones argentinas en los mercados mundiales, abaratando sus costos
en términos internacionales.
9. EL ORO Y LA CIRCULACIÓN MONETARIA
1. Los bancos
Como veremos más adelante, en todos los casos, los extranjeros se ubicaron
en su mayoría en aquellos rubros ocupacionales desarrollados por el proceso
de expansión, es decir, donde había plazas no ocupadas, lo que no tiene nada
de extraordinario ni supone necesariamente una especialización previa o una
especial motivación para ciertas tareas. En un primer momento se dedicaron a
la agricultura (contribuyendo así al incremento de la rama primaria entre
1869 y 1895), lo que aparentemente sería una contradicción, si nos guiáramos
solamente por los indicadores económicos, ya que no es habitual vincular el
desarrollo con la expansión de la rama primaria. Sin embargo en el caso
argentino esto fue lo que ocurrió no sólo porque el proceso de crecimiento se
dio sobre la base de la producción agropecuaria (lo que no es lo más
importante ya que éste parece haber sido el primer paso en todos lados) sino
por el hecho más significativo de que la zona pampeana carecía de una
población agrícola tradicionalmente asentada. Más adelante los millares de
jornaleros que llegaron de Italia y después de España, actuaron como mano
de obra de las grandes obras de infraestructura.[8]
FIG. 5.30. Rancho de inmigrantes (Archivo General de la Nación).
1. Expansión urbana
Esta enorme difusión del arrendamiento en la zona del cereal generó una
situación social más difícil: en la medida en que el agricultor no estaba alado
a su propiedad se convertía en un elemento altamente sensible a las
fluctuaciones de corto plazo de precios y cosechas. Esa situación na aun más
riesgosa en virtud de la inestabilidad que importaban las modalidades de los
contratos, habitualmente de corta duración.
CUADRO 5.39. DURACIÓN DE LOS CONTRATOS DE ARRENDAMIENTO (EN
PORCENTAJE)
Años Buenos Aires Santa Fe Córdoba
Menos de 3 años 54,8 62,6 42,7
De 3 años 16 14,8 15
De 4 años 13,5 10,4 13,5
De 5 años 10,7 8,4 19,2
De más de 5 años 5 3,8 9,6
Fuente: M. Bejarano, La política colonizadora en la provincia de Buenos Aires,
1854-1930, B. A., 1962 (mimeografiado), pág. 75.
La revolución del 90 —que no es tema de este capítulo— fue una de las más
tempranas expresiones de una crisis del sistema político que era en realidad
un fenómeno de más largo plazo. El problema del sufragio, el de la
corrupción atribuida a los medios oficiales y el de la disciplinada obsecuencia
hacia la autoridad del jefe del Estado, que llevó a Barroetavena a la célebre
acusación de: «Tu quoque, juventud», no fueron sino rasgos externos de un
conflicto menos aparente pero bastante más serio. Como lo fue también, ya
no en el nivel del sistema político sino en el de los valores, la indignada
reacción frente a la fiebre de crudo materialismo que se difundía en la
sociedad. Es que no se puede comprender el proceso político argentino de la
época que estudiamos si no se lo ubica en el contexto de una sociedad en
rápida transición, en la cual las fórmula políticas, válidas poco tiempo atrás,
dejan de tener vigencia. Y esto porque los mecanismos políticos (de
socialización, comunicación y articulación de los intereses) que
correspondían a un tipo de sociedad determinada, con su marco de valores
respectivo, perdieron vigencia cuando la sociedad cambió a un ritmo mucho
más rápido del que nos dan una idea los índices que citamos en capítulos
anteriores.
Para la Argentina —y especialmente para sus centros urbanos y el Litoral,
que tenían mayor gravitación política— el problema provenía de que en muy
breve tiempo se había pasado de la gran aldea y el país provincial a una
sociedad cosmopolita y moderna. Y mientras estas transformaciones eran
muy profundas en la estructura económica y social, en otros ámbitos subsistía
en cambio en gran medida un sistema que correspondía a los valores propios
de la gran aldea y al país provincial. Sin embargo, una parte del sistema
sufrió en profundidad cambios en su estructura que obligaron a su vez al
Estado nacional a adecuarse rápidamente a ellos. En este sentido la
modernización del sistema político se produjo con mayor celeridad en el
sector de las decisiones políticas que en el de los mecanismos de
socialización, reclutamiento e incorporación, que continuaron manteniendo
sus características anteriores.
Federalizada Buenos Aires en 1880, disueltas las milicias provinciales,
organizado un ejército cuya función de fronteras lo apartó de sus antiguas
adhesiones regionales (sobre las que los caudillos habían basado su poder) y
contando con dos elementos decisivos —los ferrocarriles y el telégrafo— que
al quedar bajo la autoridad del poder central, fueron el real factor de la
unificación permitiendo al gobierno federal imponer su autoridad sobre el
ejército, el Estado nacional estuvo en condiciones de hacer sentir su presencia
en todo el territorio de la República. En este proceso intervino también otro
elemento no menos importante, y que hasta ahora ha sido el más citado: la
aduana, que dio recursos propios al gobierno federal.
En la medida en que aumentaba el poder del gobierno central —puesto de
manifiesto a través de sus factores decisivos: el ejército, los ferrocarriles y la
aduana— decaía por estas y otras razones (pero especialmente porque se
quiebra el aislamiento y se diluyen las lealtades locales) el de los poderes
provinciales.[1] Pero al mismo tiempo que surgía la autoridad nacional, no
aparecieron junto al Estado otras instituciones políticas de negociación. Por
estas ausencias, la nueva estructura —el gobierno central— fue aun más
poderosa. Sin embargo las funciones de socialización, reclutamiento,
incorporación y articulación, no se realizaron por medio de estructuras
formales, y continuaban siendo realizadas por estructuras tradicionales. Por
consiguiente el poder formal del Estado estuvo solamente limitado (y
condicionado) por una estructura informal: la de los grupos de individuos o
familias que controlaron, aunque no institucionalmente, el sistema de
socialización y reclutamiento.
Por otra parte, la ampliación de las funciones del Estado creó nuevas
posiciones en la estructura gubernamental que no fueron provistas con
criterio burocrático. La distribución de estas posiciones privilegiadas quedó a
cargo de una estructura no aparente, informal, pero no por ello menos
rigurosamente selectiva. En este caso los sistemas de selección estuvieron
determinados, primero y principalmente, por el hecho de la pertenencia al
mismo y reducido grupo selector.
Puesto que no existían partidos ni otras instituciones políticas con
estructuras formales y burocratizadas, las funciones que éstos cumplen
habitualmente, fueron ejecutadas por los grupos de familias o de amigos,
constituidos sobre la base de lealtades particularistas (la misma familia, las
amistades tejidas en la Universidad o el club). La Universidad (la Facultad de
Derecho especialmente) desempeñó el papel más significativo en el proceso
de reclutamiento de funcionarios y líderes políticos. Los grupos de familias
tradicionales, el Club (el Club del Progreso primero, el Jockey Club
después), las facultades de Derecho de Buenos Aires y Córdoba, fueron de tal
modo las instituciones básicas de socialización, comunicación, y sobre todo,
de reclutamiento. En gran medida también lograron incorporar los intereses
de los grupos que expresaban, aunque esta función fue compartida por algún
otro tipo de instituciones de temprana aparición como la Sociedad Rural y la
Unión Industrial. También hubo un fenómeno de inmediatismo,[2] en la
incorporación de los intereses de los grupos en la medida en que éstos
actuaron directamente sobre la estructura estatal.
En efecto, los partidos que aparecieron durante este período no
cumplieron realmente aquellas funciones y ni siquiera pueden definirse como
tales. Sus continuas crisis, y la permanente inestabilidad de las alianzas
demuestran de manera bastante clara que respondían básicamente a lealtades
particularistas que al romperse provocaban giros muy pronunciados. La
historia de los frecuentes cambios, de las alianzas y contraalianzas que
unieron y enfrentaron a los mismos hombres en diferentes momentos (que
reseñaremos en las páginas siguientes) son una expresión notable de la
inexistencia de un sistema de lealtades políticas de extensión más
universalista y de la falta de una estructura más o menos estable en la que tal
sistema, de existir, hubiera podido asentarse.
En el trasfondo de las sucesivas crisis que, por otra parte nunca pusieron
en cuestión seriamente el sistema, perdura el hecho de que subsistían formas
políticas del pasado mientras que la economía, y en medida importante el
Estado, ya habían sufrido transformaciones impresionantes. Por lo tanto el
grupo dirigente debió asumir con formas casi parroquiales la dirección de un
Estado que repentinamente se había vuelto moderno (debido también al
hecho no menos importante del trasplante de servicios técnicos importados).
Puede sorprender quizá que las crisis se dieran en la superficie del
subsistema político y que en cambio en ningún momento afectaran realmente
su estabilidad. Se nos ocurre que esto se debió a razones distintas a las
puramente políticas: la fuerte expansión, en cuanto no fue un fenómeno
circunstancial sino sostenido que, sin duda, superó las expectativas
personales de la población, fue un elemento decisivo para dicha estabilidad.
Esto dio al grupo dirigente un seguro de vida y le dejó las manos libres para
actuar. Que el 60 o el 70 % de la población masculina en condiciones de
participar en la vida política, fuera extranjera, y por esa misma razón
estuviera excluida de ella, fue otro elemento que actuó del mismo modo.
Durante los años que transcurren entre 1890 y la Primera Guerra Mundial
el grupo gobernante no terminó por encontrar una solución política adecuada
al desarrollo del país y a la expansión de las actividades del Estado, ni que
permitiera incorporar y socializar adecuadamente al enorme contingente de
población que se agregaba por millares. La Ley Sáenz Peña, culminación de
anteriores experiencias y frustraciones, fue el intento no totalmente exitoso de
resolver el problema. En la misma medida en que la élite dirigente afrontó la
conducción política de un Estado moderno provista sólo con una estructura
parroquial careció también de valores más universales y de sistemas de
comunicación y socialización que le permitieran entrar en contacto con los
grupos recién incorporados. Esto explica que los partidos conservadores no
lograran obtener el apoyo de las clases medias (en su mayoría inmigrantes)
un fenómeno por cierto bastante peculiar, que producirá más adelante no
pocos conflictos, ya que los grupos tradicionales, con enorme gravitación
social y política, se encontraron básicamente aislados y al someterse a la
confrontación electoral descubrieron que eran minoría.
La Unión Cívica Radical, que en el 91 adoptó la estructura institucional
de los partidos norteamericanos, con el sistema de convenciones, creó —en
una medida por cierto bastante mayor que la que existía entre los otros grupos
— ciertos canales de socialización, pero especialmente de reclutamiento,
distintos a los tradicionales que hemos anotado. Por esa razón también,
aquellos grupos que tenían menos posibilidades de ascenso dentro de los
canales informales se orientaron hacia el radicalismo. Sin embargo, durante
bastante tiempo los principales cargos del radicalismo (Comité Nacional,
Convención) parecen ocupados por personas que pertenecen a los mismos
sectores sociales que los dirigentes de los otros grupos políticos y esto ha sido
confirmado por recientes estudios sobre la élite radical.[3] Pareciera entonces
que en la UCR hay dos estructuras de selección y reclutamiento: una informal
y de tipo tradicional y otra institucional. A pesar de que la informal debe
haber actuado más de una vez como barrera y como selector final, el mero
hecho de existir una estructura formalizada de elección permitió la
incorporación y el ascenso en ella de individuos que no pertenecían a los
grupos tradicionales. De este modo se fueron filtrando muchos de los recién
llegados en una organización política que en cuanto a su composición tuvo
originariamente las mismas características que las demás, pero que en 1916
parece haber ya cambiado. Esto explica también muchas de las confusiones
que se producen cuando se quiere realizar una identificación simplista de
clases y partidos políticos, ubicando a los radicales como el partido de las
clases medias. Si bien es cierto que por las razones indicadas los sectores
medios votaron en gran número por los radicales, esto está muy lejos de
significar que originariamente la UCR fuera el partido que expresara a dichas
clases frente a los grupos tradicionales. Las razones por las cuales muchas
personas se adhirieron a la UCR fueron variadas y muchas veces ajenas a su
identificación de clase. En este caso se dieron también elementos variados:
lealtades familiares, diferencias históricas, reacción frente al progresismo y
materialismo de los otros.[4]
FIG. 5.35. Pellegrini en la rambla, 1904 (Archivo General de la Nación).
FIG. 5.38. Mitre asiste a los actos de su jubileo, 1901 (Archivo General de la
Nación).
Sin duda, dentro de las reglas del juego del sistema, Pellegrini era el
candidato «cantado» a la sucesión de Roca a quien, por otra parte había
ayudado a obtener por segunda vez la investidura presidencial. Sin embargo,
tras la ruptura con motivo del problema de la deuda externa, Roca estaba
decidido a cerrarle el camino a la presidencia. Para ello, y sospechando de la
influencia de Pellegrini sobre el partido oficialista recientemente dividido,
ensayó una nueva alternativa: una Convención de Notables con la que cubrió
con una aureola de respetabilidad el propósito no demasiado encubierto de
controlar la decisión de los electores. Cuando el otro candidato, Marco
Avellaneda, descubrió que se había lanzado equivocadamente a la
competencia presidencial, ya era demasiado tarde. La Convención (a la que
no asistieron muchos que no quisieron ser instrumentos del juego roquista,
entre otros, Pellegrini, Cárcano y Sáenz Peña)[25] eligió candidato a la
presidencia a Manuel Quintana, promovido por Ugarte, gobernador de la
provincia de Buenos Aires, y aprobado por diferentes razones por Roca.[26]
La especial situación de fluidez provocada por la sucesión presidencial
fue también un llamado a los radicales, recientemente organizados —29 de
febrero de 1904— quienes se lanzaron a un nuevo intento revolucionario. En
Córdoba los revolucionarios cobraron su más importante presa —el
vicepresidente Figueroa— con la que una vez derrotados trataron de
presionar al gobierno.[27]
La revolución fue el segundo movimiento radical frustrado en poco más
de una década. Esta vez la había derrotado quien encabezó la famosa
represión del 93: Manuel Quintana. Aunque el propósito de Roca fuera que
Quintana, carente de apoyo propio, concluyera sometiéndose a él (como
máxima autoridad del partido de gobierno) y eventualmente resignara su
puesto en una figura de su confianza, el presidente trató prontamente de
emanciparse de tan pesada y peligrosa tutela, formando un gabinete
independiente con el apoyo del fuerte gobernador de la provincia de Buenos
Aires.
Al tiempo que declinaba la influencia de Roca, crecía la de Pellegrini,
quien en otra maniobra de ingenio político, reunió una poderosa coalición de
autonomistas y republicanos que derrotó a los partidos unidos del gobernador
Ugarte en las elecciones del 11 de marzo de 1906, restando al gobierno su
principal base de apoyo.
Tras la muerte de Quintana asumió la presidencia Figueroa Alcorta, quien
ensayó una nueva apertura al pellegrinismo mientras una ley de amnistía
modificaba la rígida actitud de su predecesor e intentaba una conciliación con
la oposición radical.
La repentina muerte de Pellegrini frustró la posibilidad de este nuevo
ensayo del que era principal artífice. Roca, que por entonces recibía en
Europa vivas muestras de reconocimiento, pensó que, sin Pellegrini, Figueroa
debía caer necesariamente en sus manos y regresó a Buenos Aires. Entretanto
el presidente enfrentaba serias dificultades que se hicieron más graves cuando
después de la intervención a Corrientes rompió con el Partido Republicano
(18 de setiembre de 1907). Al extinguirse la coalición que había construido
Pellegrini y al quedar en minoría en el Congreso, Figueroa intentó otra salida.
Usando del poder del gobierno federal organizó un nuevo Partido Unión
Nacional. En la provincia de Buenos Aires quebró la influencia de Ugarte por
medio del gobernador Irigoyen, quien no sólo disolvió los partidos Unidos
sino que organizó un Nuevo Partido Conservador que apoyó al presidente. En
Córdoba, el bastión de Roca, la intervención federal terminó con el período
del roquista Ortiz y Herrera, dejando el camino abierto a los amigos del
presidente organizados en la Unión Provincial.[28] Enfrentado a una dura
oposición, Figueroa no vaciló en clausurar el Congreso, que había sido citado
por el Ejecutivo a sesiones extraordinarias para tratar el presupuesto y que se
negaba a darle aprobación legislativa.
En las elecciones de diputados nacionales de 1908, a pesar de su
aislamiento, el gobierno obtuvo importantes ventajas que dejaron a Figueroa
en una posición más cómoda para gobernar. Hacia el final del período, la
declinación de la influencia de Roca y la frustrada carrera presidencial de
Ugarte, dejaron a Figueroa con las manos libres para ordenar su sucesión. A
pesar de los elementos particularistas que prevalecían en la política argentina,
Figueroa debía buscar a alguien que tuviera posibilidades reales dentro de los
estrechos círculos dominantes. Aunque según parece el nombre de Sáenz
Peña —cuya candidatura había frustrado Roca en el 92— ya había sido
pensado por el presidente, no debe descartarse que en la base de su elección
se haya reelaborado una coalición de antiguos grupos cordobeses (juaristas)
con algunos grupos pellegrinistas de la provincia de Buenos Aires.[29] Muerto
Emilio Mitre, los republicanos presentaron como candidato al ex gobernador
de la provincia de Buenos Aires, Guillermo Udaondo, quien no tuvo ninguna
posibilidad de ser elegido.
Figueroa logró terminar su período tras presidir las ceremonias de
conmemoración del Centenario. Sáenz Peña que le sucedió en una época de
creciente prosperidad iba a lanzar un ensayo político de proporciones.
3. LOS SECTORES POPULARES; LOS OBREROS Y
LOS PROBLEMAS SOCIALES
Hay que agregar el hecho de que las huelgas fueron más numerosas en los
rubros de transporte y alimentación donde alcanzaron mayores saldos
negativos y que en cambio en las ramas metalúrgica y textil fueron menos
frecuentes pero más exitosas. Esto debe relacionarse con dos hechos:
1) La distinta dimensión de las industrias: servicios públicos y
alimentación tuvieron mayor densidad de capital que metalúrgica y textiles.
[42]
2) Puesto que las industrias de estos últimos rubros eran de más reciente
desarrollo, no sólo tenían menos capital y una actitud más paternalista hacia
los obreros, sino que en su mayor parte sus propietarios eran extranjeros.
El hecho de que muchos extranjeros hayan llegado a patrones realizando
un proceso de ascenso social, debió ser importante, más que por la movilidad
en sí porque muchos continuaron manteniendo sus antiguas referencias
ideológicas más o menos socializantes.
El mismo trasplante —en cierto modo mecánico— de los objetivos de los
rectores obreros europeos, debió contribuir a que los planteos reivindicativos
se dirigieran exclusivamente contra el sector patronal (que también era
bastante marginal dentro de la misma sociedad) y que no llegaran a afectar al
sector tradicional, cuyo liderazgo y objetivos económicos nunca fueron
puestos seriamente en cuestión.[43]
4. LA LEY SÁENZ PEÑA Y EL FINAL DEL RÉGIMEN
CONSERVADOR
FIG. 5.50. Hipólito Yrigoyen encabeza una manifestación contra el voto venal
(Archivo General de la Nación).
N.° vot.
Pobl. pobl.
masc. N.° vot. masc.
Pobl. mayor pobl. mayor
1916 N.° N.°
Cant. masc. 18 años masc. 18 años
vot. vot.
de Pobl. Pobl. mayor (arg. pobl. pobl. mayor (arg.
18
vot. total. masc. 18 años natural) total. masc. natural)
años
126 1 575 581
Capital 849 970 184 970 8,0 14,9 21,7 68,3
470 814 312
Buenos 188 2 066 1 148 701
296 123 9,1 16,4 26,8 63,5
Aires 046 165 406 548
326
Santa Fe 78 682 899 640 504 568 143 777 8,8 15,6 24,0 54,7
886
225
Córdoba 68 281 735 472 387 819 133 455 9,3 17,6 30,2 51,1
679
Fuente: Tercer Censo Nacional, 1914, Buenos Aires, Rosso, 1916-17; y Darío Cantón.
Materiales para el estudio de la sociología política en la Argentina, B. A., Editorial del
Instituto, 1968, v. 1, pág. 85.
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