Biografía de Giordano Bruno

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Biografía de Giordano Bruno Nolano

Paola Gabriela Jiménez Andrade


Curso analítico de Filosofía Patrística y Escolástica
3 de mayo de 2019

Nace en la pequeña ciudad de Nola en 1548, de donde toma el apelativo ‘Nolano’, añadido a su
nombre y usado por él para designar su filosofía. Su padre era soldado al servicio del rey de España,
cuyos dominios abarcaban entonces el Reino de Nápoles. Su nombre de pila era Filippo o Felipe,
en honor y muestra de lealtad al heredero de la monarquía hispánica; posteriormente en el convento
lo cambió (o se lo cambiaron) por Giordano.
De sus primeros estudios sólo se sabe que frecuentó las lecciones del peripatético averroísta
Giovan Vicenzo Colle, llamado Sarnese, de quien pudo haber recibido un aristotelismo averroísta,
la hostilidad hacia el humanismo y la reducción de la filosofía de éste al lenguaje, como
degeneración, perversión y pedantismo. También frecuentó las lecciones de Fra Teófilo da Vairano
(su mejor maestro), monje agustino, que le influyó en la espiritualidad agustiniana y los elementos
platónicos en ella presentes.
En 1565 ingresa a un convento dominicano. No tenía vocación religiosa. Su carácter se
describe como rebelde, intolerante, indisciplinado, bronco, impetuoso, turbulento, exuberante,
inquieto, imprudente, extremoso y contradictorio. De naturaleza apasionada, pasaba del entusiasmo
más ardiente al desaliento y depresión más profunda. Tendía a escribir poesía de erotismo extremo,
aunque con la coartada de la alegoría. Espíritu crítico y analítico unido a imaginación desbordada
de poeta, donde la fantasía predomina sobre el raciocinio. Con un agudo sentimiento y conciencia
desmedida de su propio valer.
Había levantado sospechas sobre su ortodoxia, pues quitó de su celda las imágenes de la
Virgen y los santos, dejando sólo el crucifijo. Además que hizo la observación a un hermano
novicio de sustituir su lectura sobre la Virgen por una de los Santos Padres (orientación evangélica
y cristocéntrica; desprecio a la devoción inútil opuesta a una religión activa unida al cultivo del
saber). En 1567 se inició un proceso en su contra, que quedó en suspenso.
En 1575 lo trasladaron a un convento en Roma y recibió la ordenación sacerdotal. Al año
siguiente, bajo la sospecha (infundada) de ser responsable de homicidio de un miembro de su
misma Orden y con sospechas de herejía (respecto al dogma de la Santísima Trinidad y simpatías

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hacia Arrio) se formulan 130 artículos de acusación en su contra. La situación se complica tanto
que decide huir de Roma, colgando la sotana y refugiándose en el norte (Génova, Savona, Noli,
Turín, Venecia, Padua) enseñando gramática y cosmografía a los niños y jóvenes para ganarse la
vida. Simultáneamente estudia intensamente a Nicolás de Cusa, Telesio y Copérnico. En Padua,
los padres dominicanos le persuaden para que tome de nuevo los hábitos.
Dejando de sentirse a salvo en Italia, pasa a Ginebra (1579) donde se adhiere aparentemente
al calvinismo, por ser requisito para enseñar en la Universidad (lo negará en el proceso de Venecia),
conservando en su interior su libertad filosófica. Es procesado, excomulgado del calvinismo y
expulsado de la ciudad por escribir un libelo (escrito de calumnia y denigración) al profesor de
filosofía: ya que el elevado número de errores en una sola lección sobre la doctrina de Aristóteles
lo llenó de indignación.
Pasó a Lyón, a la Universidad de Toulouse, donde se doctoró en Teología y enseñó dos
años (1580-1581). Fue un periodo de tranquilidad donde pensó reconciliarse con la Iglesia y
regularizarse; pero se negó a aceptar la condición de regresar al convento. No obstante, estalla la
guerra civil y Bruno se refugia en París, donde enseña mnemotecnia, el Ars Magna de Lulio (Cfr.
Ramón Lulio) y atrae la atención de Enrique III al impartir una lección de los atributos divinos,
tomados de la primera parte de la Suma Teológica, exhibiendo así su prodigiosa memoria. El rey,
entonces, le protege y apoya. Bruno le dedica el tratado De umbris idearum, donde expone las
técnicas y los perfeccionamientos de la memoria natural. Ahí se encuentra también su adhesión a
la cosmología copernicana.
En 1583, empiezan a entreverse conflictos religiosos en Francia: ante la presión de
calvinistas y ultracatólicos, el rey Enrique manda a Bruno a Inglaterra como agregado de su
embajada francesa. Bruno vive sobre todo en Londres. Explica 3 meses en la Universidad de
Oxford su doctrina sobre la inmortalidad del alma y provoca un escándalo que le vale para
suspender las clases (causa de profundos resentimientos). Posteriormente califica a los ingleses de
bárbaros y ridiculiza a los ‘pedantes’ maestros de Oxford en La cena de las cenizas (1584). Por
otra parte, los sabios locales le acusan de plagiar a Ficino; pero, aun así, su trabajo intelectual fue
muy fecundo. Sobre todo la personalidad de la reina Isabel I le deslumbra, pues ella era el
paradigma del príncipe moderno e ilustrado, destinado a realizar la ‘nueva alianza’ con la filosofía,
poniendo fin a las guerras de religión y usando ésta conforme los preceptos de Maquiavelo.

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Sin embargo, en 1585 acaece un cambio en los papeles políticos de Francia. La embajada
regresa a París, y Bruno intenta en vano arreglar su situación con la Iglesia. Sin gozar ya de los
favores del rey, con disputas tempestuosas en el Colegio de Cambrai contra los aristotélicos (donde
Bruno injustamente atacó y tergiversó a Aristóteles) y a causa de una revuelta política, se vio
obligado a escapar a la Alemania luterana. Se establece en Wittenberg (1586) donde enseña dos
años, con libertad para profesarse como exclusivamente filósofo y filántropo; al cabo de los cuales
busca -sin lograr- el favor del emperador Rodolfo II de Habsburgo, por lo que se mantiene errante
por Praga (donde insiste en su profesión exclusivamente filosófica y filantrópica) y Marburgo. Se
establece en Helmstätd (1589), donde se inscribe a la comunidad luterana y de la que lo expulsan
al cabo de un año. Sigue errante por Zurich y Francfort (con fama ya de ‘hombre sin religión’ Cfr.
el Egipcianismo de Bruno) donde recibe a través de unos libreros la invitación del noble veneciano
Giovanni Mocénigo, quien quería aprender magia y mnemotecnia.
Repentina -e imprudentemente- Bruno vuelve a Italia en 1591. Fija su residencia en la
Venencia independiente de la Iglesia y España (1592) y explica tres meses en Padua, la cual era
su verdadera meta y no Mocénigo. Su pretensión quizá era la cátedra de matemáticas, la cual quedó
vacante y asignada a Galileo (que la ocuparía hasta 1610). Bruno se vio obligado a aceptar la
invitación de Mocénigo.
Con la muerte del Papa Pio V, el perdón y coronación de Enrique Navarra -y con esto el
fin de las guerras de religión-, Bruno pensó en viajar a Francfort para reconciliarse con la Iglesia y
obtener un puesto docente. Pero Mocénigo pensó con ello que Bruno no quiso revelarle sus secretos
y lo denunció a la Inquisición de Venecia de lo siguiente: que Bruno habría declarado que ninguna
religión le gustaba, que negaba la transubstanciación, que se oponía a la misa; que Cristo era un
seductor y un mago, y sus milagros meramente aparentes; que en Dios no había distinción de
personas. Que Bruno afirmaba, además, la eternidad del mundo y los mundos infinitos, la
metempsicosis, entre otras impiedades. La Inquisición lo encarcela el 23 de mayo de 1592; proceso
que termina con una retractación de Bruno, apelando a que su obra era estrictamente filosófica.
Empero, Roma lo reclama el 12 de septiembre del mismo año y pasa siete años en la cárcel,
sometido a un nuevo proceso. Hubo laboriosos intentos para lograr que se retractara de algunas de
sus tesis (la necesaria correspondencia entre la causa divina y el efecto producido, con la
consecuencia de que la infinita potencia divina produce un universo infinito; la concepción de la
existencia eterna del alma con el corolario de la metempsicosis; el movimiento de la Tierra) pero

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se produjo una ruptura final, resistentemente obstinada y sin temor a la amenaza de condena,
porque dichas tesis eran el corazón de su filosofía y cosmología, lo que implicaba ahora la
retractación y sumisión como filósofo a la Teología dogmática. Dicho de otra forma, tenía que
renunciar a su propio ser, a su humana perfección de filósofo. Movido por la convicción averroísta
de la eternidad de la sustancia, recordando el caso de Sócrates y negándose a ser despojado de
dicha perfección, prefiere la muerte.
Fue condenado a ser quemado vivo. La sentencia se ejecutó en el Campo di Fiore, el 17 de
febrero de 1600. Se dice que murió estoicamente, sin exhalar un grito, rechazando al sacerdote que
le ofreció besar el crucifijo. También se dice que lo ataron desnudo a un palo de madera con la
lengua aferrada a una prensa de madera para que no pudiese hablar. Sus cenizas fueron esparcidas
al viento. Su obra también recibió la condena: todos los libros que estaban en poder del Santo
Oficio -y los que vinieran a estarlo en el futuro- debían ser públicamente quemados en la plaza de
San Pedro, delante de los escalones, y puestos en el índice de libros prohibidos.
La prohibición se repitió en todos los índices promulgados hasta el siglo XX, aunque ello
no impidió la circulación y la influencia más o menos clandestina de sus escritos, especialmente en
los países protestantes y en los que se habían negado a aplicar los decretos del concilio de Trento
en este punto (Francia, por ejemplo). El siglo XIX vio la resurrección de la obra de Bruno mediante
las primeras ediciones completas de sus obras latinas e italianas.
Le erigieron una estatua en Nápoles, el 7 de enero de 1865, ante la cual un grupo de
estudiantes quemó la encíclica Quanta cura ‘sobre los principales errores de nuestro tiempo’ de
Pio IX (del 8 de diciembre del año anterior). El 9 de junio de 1889 los librepensadores de todo el
mundo erigieron otra estatua en el lugar de su muerte, exaltando así su figura de mártir de la libertad
de pensamiento y de los nuevos ideales.

Bibliografía

-Fraile, G. (1991). Historia de la Filosofía III Del Humanismo a la Ilustración (Siglos XV-XVIII).
Madrid: BAC.
-Granada M. (2011). Estudio introductorio a Giordano Bruno. Madrid: Gredos.
-Reale G. y Antiseri D. (1992). Historia del pensamiento filosófico y científico II Del humanismo
a Kant. Barcelona: Herder.

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