Ohmann Literatura
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Ohmann Literatura
Richard Ohmann
El objetivo del presente escrito es tratar de llegar a una definición del término
“obra literaria” que sea también una definición de “literatura”, dado que
literatura es la suma de las actuales (y posibles) obras literarias.
Espero que la definición que doy por sentado corresponda al uso extendido ya
especificado- no seré prescriptivo o persuasivo de forma grosera- pero mi
intento no es como el objetivo principal del lexicógrafo. Quiero una definición
que pueda penetrar dentro de la naturaleza de la literatura, más que solo dar
cuenta del uso de la palabra “literatura” en el uso común. Para este fin, una
definición de literatura debe ser perspicaz, es decir, voy a rechazar los aspectos
triviales y no reveladores de la literatura (el hecho de ser clasificada como
literatura por un catalogador, con un fin lucrativo) sin embargo ellos aciertan en
la denotación o comprensión del término. Las definiciones truculentas tampoco
servirán, dejan insatisfecho el impulso que me lleva a preguntarme en primer
lugar “¿Qué es literatura?”
Investigando por un vecino en donde podamos situar la literatura, puede ser útil
recordar dos disciplinas con las que el estudio literario se compara a veces.
Incluso en el apogeo del Nuevo Criticismo, muchos críticos literarios ven su
trabajo esencialmente como una forma de historia, y la opción es tentadora.
Sucede que todas las obras literarias existentes fueron escritas en el pasado.
Entonces están dentro de la misión del historiador, y las obras literarias nos dan
algunos de nuestros más ricos entendimientos del pasado. También,
necesitamos algún conocimiento de historia –al menos de historia del lenguaje-
para hacer crítica literaria de forma decente- Pero hay dos dificultades que vistas
en conjunto descalifican la Historia como el gen que comparte la literatura como
miembro de una especie. Si la característica principal de la Historia es el pasado,
entonces envuelve consigo los datos de TODOS los estudios empíricos: cada
reacción química observada tomó lugar en el pasado. De otro lado, si la principal
característica de la historia es su fluidez – la manera en que eventos y
situaciones se desarrollaron y se convirtieron en otro hecho (y esto parece algo
sabio que decir sobre la Historia)- entonces la literatura pertenece de forma
pobre a esta provincia del mapa cognitivo. Para los consumidores de literatura,
una obra tiene interés y afectividad, en buena medida, por su cualidad de única-
que la diferencia de otras obras literarias y de eventos no literarios-. Y cuando
los lectores perciben las obras literarias como una comunidad, esa comunidad
tiende a ser atemporal. Ni la cronología, ni las causas y efectos históricos ni la
evolución son aspectos distintivos de la literatura. Cualesquiera que sean las
afinidades entre literatura e historia, la una no incluye a la otra, excepto en
casos de relativos de poca ilustración social.
La psicología es un mejor candidato, a pesar de las diferencias obvias entre el
estudio profesional de la psicología y el de la literatura, el criticismo está girando
de forma constante – y creo que inevitable- alrededor de lo psicológico.
Coleridge Richards y otros teóricos han visto la conexión. Pero la mayoría no.
Aunque el criticismo práctico sea casi siempre criticismo psicológico y con mucha
razón, una crítica empieza (en un sentido lógico) con el texto, pero el texto en
sí mismo, sin el apoyo de un sistema de lenguaje son simples marcas en una
hoja que representan sonidos, y la parte locutiva de esas marcas está en la
cabeza de los hablantes. Casi literalmente, las estructuras y formas en una obra
literaria solo pueden ser formas- ser vistas como formas- en alguna mente.
Sucede que los estudios literarios son los estudios de las estructuras mentales,
y el sentido de objetividad que uno pueda tener insistiendo en la obra “real”, ahí
fuera, el trabajo en sí mismo, es una ilusión. Por todo esto quiero rechazar la
psicología como el gen de una obra literaria, principalmente porque el gen es
demasiado inclusivo- como entidad, es muy inclusivo un gen para mosca- Las
creencias, las expectativas, las percepciones, los recuerdos, los temores y los
complejos; todas estas estructuras mentales están ahí, y no aprendemos mucho
de literatura de esta superabundancia de vecinos.
El hecho de que una obra literaria sea una estructura mental en virtud de que la
misma sea una estructura lingüística es mi siguiente movimiento. Entre las
muchas cosas que una obra literaria es, es irremediablemente una cosa hecha
de lenguaje. Más específico, es un discurso, en el sentido más amplio del
término, que incluye todas las formas del discurso y la escritura provenientes de
manera ininterrumpida de un solo interlocutor o escritor. en síntesis, de todos
estos hechos diré que el discurso es el gen de la literatura. Para hacerlo me doy
a la tarea de distinguir la obra literaria de otros discursos, y ahora, procedo.
Desafortunadamente, hay tantas formas de ver el lenguaje como las hay para
la literatura, así que la elección de tener al discurso como el gen de la literatura
no da por sentado una serie de diferencias desde ya. Para hacer más claras
éstas, quiero mencionar seis aspectos del lenguaje que han llamado la atención
de los teóricos literarios. Mi objetivo no es discutir la caracterización que surge
de seis énfasis- cada una apunta a un aspecto diferente del discurso literario,
pero ninguna ofrece la clase de criterio que me he resulto a buscar-sino llegar a
uno que nos permita distinguir una obra literaria del discurso no literario, sin
dejar una delgada línea que las diferencie, pero si una gran ventaja.
Hay algo de verdad en ello. Incluso en su forma más simple. El nombre “Sr.
Picadillo” carece de un referente de la clase estándar, como “Broddingang”. La
descripción definida “el arlequín” en “el corazón de la oscuridad” tienen un
estatus similar al del “actual rey de Francia”, E incluso el pronombre
demostrativo “eso” en “No hay lugar para los débiles” ha sido sacada de sus
líneas ordinarias de referencia. Aun así el argumento falla en ambas direcciones.
Primero. Muchas palabras en el discurso ordinario carecen de referentes de la
clase postulada por esta noción de referencia tan restringida. Tengo en mente
no solo las palabras sincategoremáticas como “para” (for) y no solo rarezas como
“quimera” sino también lugares comunes como “buzón” en “no puedo encontrar
un buzón en ninguna parte de la ciudad”. Segundo, muchas palabras en
literatura sí refieren en el sentido usual. Una novela comienza diciendo “Estaban
todos en la calle Charing” o “conocí a Jack Kennedy en Noviembre del 46” y
“calle Charing”, “Jack Kennedy” y “Noviembre del 46” tienen sus referentes
usuales. El novelista está empezando a manufacturar su mundo de “como si”
pero lo hace dejando apuntar a las cosas en la forma en que ellas normalmente
apuntan. La dificultad de distinguir entre el modo referencial en la literatura y
en el discurso normal, a través de un uso simple y relativamente claro del
concepto de referenciar, no aplica bien para formulaciones más complejas y
vagas como las de Richard.
II
III
Una capacidad más grande del discurso que la de referir o hacer aserciones, es
la de tener significado (meaning) y muchos teóricos han buscado las diferencias
de la literatura en la clase que se refiere al significado, Beardsley es uno de ellos.
Él ofrece una definición “semántica” de literatura. Dice que “podríamos decir que
la “literatura” está tan definida como “discurso con contenido implícito
importante”" es decir, el significado presentado de manera indirecta. En “por
sugerencia y connotación” de Wordsworth, presenta una descripción de la
silenciosa ciudad en la mañana, pero carga implícito el sentido del atractivo de
la muerte. Ciertamente es verdad que la obra literaria tiende a cargar estos
tintes, junto con significados simbólicos, visiones de mundo implicadas, y así.
Pero esto no servirá como un criterio distintivo, por al menos dos razones.
Primero, muchos discursos que no queremos clasificar como literatura son ricos
en significados implícitos. Ej. Notas diplomáticas, propagandas, y la pequeña
charla entre amantes. Y segundo. Puede argumentarse con razón que cada
discurso tiene al menos algún significado implícito que es importante. Nuestra
capacidad lectora para descubrir y lidiar con los significados implícitos en las
obras literarias – Y para juzgarlos como importantes- es una consecuencia de
conocerlas como obras literarias, en vez de aquel instinto que nos dice que lo
son. Y en general, parece desesperanzador buscar por una prueba para definir
la literatura en términos de características especiales del significado.
IV.
Los logros más grandes del trabajo de criticismo práctico han sido en esta
materia y eso les da algo de autoridad como principio heurístico, pero no sirve
como solución al problema que yo mismo me planteé. Cada discurso tiene su
impacto en las emociones del lector o del escucha y algunos discursos no
literarios son probablemente más pesados en sentido emocional que cualquier
discurso literario. Es fácil imaginarse reuniones más entusiasmadas por discutir
lo emotivo de “Esperando a Lefty” , llamadas de hijos a padres más emotivas
que “Papá, querido papá, ven a casa conmigo ahora” y así. Y para generalizar el
argumento, las definiciones de literatura que singularizan un uso característico
del lenguaje o efecto del lenguaje en el lector, solo pueden (y solo intentan)
indicar una tendencia del discurso literario porque los efectos de la obra literaria
se superponen con aquellos del no literario, y porque las respuestas de los
lectores son muy variables. Por la misma razón, las definiciones de literatura
que descansen sobre una noción de experiencia estética, aunque útil, no serán
definiciones de la clase que busco.
V.
Contexto
Mensaje
Referenciante--------------------------------------------------------------Referido
Contacto
Código
Dado este análisis, uno se pregunta cuáles de estos elementos en la obra literaria
son precedentes de los otros, Jackobson sostiene que "un “set” detrás del
mensaje como tal que se centra en el mensaje por su propio bien, es la función
poética del lenguaje” es verdad que el lector de un poema o una historia puede
encontrar su atención centrada en la forma verbal actual del texto, pero este
“set” bajo ningún medio es inevitable (Jackobson tampoco dice que lo sea) y, de
forma conclusiva, una obra literaria tiende a invocar dicha atención porque
sabemos que es una obra literaria, más que probarse a sí misma que es una
obra literaria invocando la clase apropiada de atención.
VI
El aspecto final del discurso, y que ha parecido crítico para muchos teóricos
literarios es su estructura. Cada discurso está estructurado (más o menos) de
acuerdo a la gramática del lenguaje en el que está escrito o que es hablado. Las
obras literarias a menudo revelan estructuras mucho más allá de la requerida
por la gramática; la métrica y la rima son ejemplos obvios. Este aspecto yace
detrás de las definiciones “formales” de la literatura o la poesía, se alimentan en
la cualidad ordenadora del texto mismo. (Así, éstos van paralelo a los numerosos
intentos por definir arte insistiendo en la integridad, la totalidad o la simetría de
la obra). Jakobson usa ésta fórmula: “La función poética proyecta el principio de
equivalencia desde el centro de selección hasta el centro de combinación”
traducido, quiere decir que una unidad lingüística en una obra literaria es
propensa a tener relaciones importantes de similitud y contraste con otras
unidades en el discurso, más que estar relacionadas a ellas sólo a través de la
sintaxis. En Estructuras lingüísticas de la poesía, Samuel Levin se adentra en
esta noción, y habla del “emparejamiento” – la ocurrencia de formas semánticas
o “naturalmente” equivalentes en posiciones paralelas- como la marca
característica de la poesía. Pero a pesar de la importancia que da la literatura a
la repetición, la variación, y a patrones de todo tipo; éstos hechos no delimitan
la clase de discursos que queremos llamar “literatura” dado que hay muchos
emparejamientos, inadvertidos e intencionales en todo discurso. Sería una
medida desesperada aceptar una definición de literatura que diga “discurso con
más de veinte parejas por cien palabras” y aceptar cualquier consecuencia que
ello traiga. No deberíamos entonces ser capaces de aislar una clase natural del
domino de “obras literarias”.
¿Qué es lo que sé cuándo sé que cierto discurso es una obra literaria? Sus
oraciones probablemente son español estándar. Tal vez hay algo en su
configuración convencional que me hacen clasificarlo como literario, eso
explicaría el ajuste que hago cuando llego al fin de un reportaje, cambio la página
de la revista y empiezo a leer una narración de ficción.
1) Acto locutivo: de forma trivial, decir algo es hacer algo: decir lo que uno
dice, es decir, un hablante produce sonidos (un escritor dibuja una
cantidad de símbolos gráficos) que están bien ordenados con respecto al
sistema fonológico y a la gramática de una lengua particular, y que,
además, carga algún sentido con respecto a la semántica y la pragmática
de esa lengua.
2) Acto ilocutivo: Además de decir lo que se dice, un hablante está realizando
una segunda clase de acto, en virtud de las numerosas convenciones para
el uso del lenguaje en una comunidad discursiva. Por ende, escribiendo lo
que escribí, realizo un acto de aserción. Debo entonces haber realizado el
acto de hacer una concesión, realizar una pregunta, dar una orden etc.
Todos estos son actos ilocutivos, y para realizar alguno de ellos debo hacer
más que hablar (o escribir) en una lengua determinada. Debo hablar
dentro del marco de convenciones y circunstancias. Y hacerlo en formas
prescritas. Debo realizar de forma adecuada el acto locutivo de escribir
una oración imperativa en español, pero puedo fallar en cumplir el acto
ilocutivo de dar una orden –si mi oración fuese, por ejemplo, “Abraham
Lincoln, deroga la proclamación de emancipación”.
3) Acto perlocutivo: finalmente, al decir lo que digo, realizo una tercera clase
de acto. Puedo intimidarte, informarte, enredarte, entristecerte, etc.
Puedo alcanzar una de estas cosas, o todas ellas, pero no tengo una
garantía. Los actos perlocutivos incluyen las consecuencias de lo que digo,
y solo tengo control limitado sobre ellas. Si escribiera ahora (sin comillas)
“Prometo entregarte una nueva teoría válida de literatura al final de este
escrito”, habría hecho el acto ilocutivo de prometer, pero posiblemente no
el perlocutivo de esperanzarte. En síntesis, y a manera de balance: decir
“Quieto, o disparo”
Acto locutivo: decir “Quieto, o disparo”
Acto ilocutivo: “Ordenar, amenazar”
Acto perlocutivo: “Temor, ira…”
(Debo agregar que, como me refiero a un problema en la teoría literaria, los tres
actos pueden ser realizados en y durante la escritura. La naturaleza del acto
locutivo se altera en maneras obvias, el ilocutivo es más o menos atenuado, y
el perlocutivo es más o menos demorado.)
De los tres, los actos ilocutivos son más elusivos, pero son los más importantes
en la presente búsqueda. Austin hace hincapié en que los filósofos del lenguaje
evitan regularmente los actos de habla ilocutivos en pro de los actos locutivos o
perlocutivos, para el propósito de su estudio. Lo mismo sucede, creo, para los
teóricos que dicen algo sobre la ontología de la literatura. Las seis definiciones
que consideré antes se dividen en dos clases: Las que se centran en el texto
mismo, junto con su referencia, su veracidad y su significado (definiciones
locutivas) y aquellas que se centran en sus efectos (definiciones perlocutivas).
Dada la oblicuidad de convenciones dentro y alrededor del discurso literario, creo
que es prometedor buscar una definición ilocutiva.
Tan pronto como uno intenta aplicar estas reglas a oraciones en obras literarias,
ciertas rarezas aparecen. Escogeré un ejemplo claro – una oración que puede
aparecer en una conversación o en una carta personal, sin ser incongruente:
Pero vamos a la regla (3) el procedimiento debe ser ejecutado de forma correcta.
“los campos dorados” no se especifican ¿dónde? ¿Cuáles campos? La falta de
referencia constituye una falla en una declaración normal, pero no en el poema.
O supongamos que Eberhart quiso escribir ratón, o que quemó el poema
inmediatamente después de completarlo, estos actos viciarían la declaración, si
fuera una declaración, ambos por regla (3) y (4). Pero no quiere decir que falló
al escribir un poema. De nuevo si el lector no entiende la oración declarativa, la
declaración falla, pero no entender no va a alterar el estatus del poema como
acto de habla (o cuasi acto de habla, debo añadir).
Antes de poner el ojo crítico en la definición que propuse, quiero traer a colación
un punto más. Al decir que una obra literaria no contiene declaraciones,
comandos, promesas y similares, no estoy diciendo que las condiciones para
declarar, ordenar y prometer sean irrelevantes para las oraciones en literatura,
sino que son relevantes en un sentido especial: al dejar a la mímesis tomar su
lugar, entonces, Jane Austin no hace la declaración “ es una verdad
mundialmente reconocida que un hombre soltero…” y no vamos a tomar esta
parte de la novela como una infeliz, en virtud de la falsedad de la cuasi
declaración. El hacer de la declaración es un acto ilocutivo imaginario. Pero para
hacer esta parte de la mimesis, el lector debe considerar si la declaración es
verdadera o falsa. Su falsedad está ligada con el hecho de que el narrador
imaginario de la historia está siendo irónico, y que el lector debe saberlo para
construir un acto de habla en cuestión y todos los subsecuentes. En suma, una
obra literaria llama todas las competencias del lector como descifrador de actos
de habla, pero el único acto de habla en el que está participando directamente
es el que he llamado “mímesis”.
Primero, ¿la definición dibuja una línea clara entre dos clases de discurso? O
¿solo indica una tendencia como lo hicieron las definiciones que rechacé antes?,
hasta donde puedo ver, hace una distinción inequívoca. A Sangre fría está al
otro lado de la línea, al igual que una novela de Agatha Christie. La definición no
causaría que uno dijera que una novela de Agatha es más literaria, o tiene más
de la característica de literatura que A sangre fría. Los dos discursos son
conclusivamente diferentes en su atención a las convenciones. Por otra parte,
puedo pensar en casos problemáticos. Por ejemplo, es posible que cuando
Elizabeth Barrett Browning envió “¿Cuánto te amo? Déjame contar las formas”
a Robert, ambos entendieron el discurso como un acto de habla estándar, con
la fuerza ilocutiva de una declaración de amor. En ese caso, debo decir que el
discurso no era en ese momento una obra literaria. ¿Se volvió uno cuando fue
mostrado a la gente? ¿Cuándo fue publicado?, la posibilidad de que si lo haya
hecho cambia su estatus y es perturbadora, pero difícilmente nueva. Max
Beerbohm cambio el estatus de una casa editorial en un libro:
Escribiendo debajo:
Este anuncio está bien escrito, se lee bien, pero funciona de forma yámbica.
No sería prudente vivir con efectos tan extraños de la definición. Porque ellos
solo reflejan el hecho de que en el contexto entero de todo el discurso lo que se
establece es el estatus literario.