GALLINAZO. Una Temprana Tradición Cultural..

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GALLINAZO: UNA TEMPRANA TRADICIÓN CULTURAL DE LA COSTA NORTE

PERUANA (2009)
CAPÍTULO 1: GALLINAZO Y LA TRADICIÓN NORCOSTEÑA
Jean-François Millaire

La mesa redonda sobre Gallinazo, llevada a cabo en Trujillo en agosto de 2005, fue una
continuación natural de la conferencia de Lima sobre la organización política de Moche
celebrada el año anterior por Dumbarton Oaks, el Museo Larco Herrera y la Pontificia
Universidad Católica del Perú. En efecto, después de esta asamblea para la mayoría de los
participantes estaba claro que cualquier discusión fomentada sobre la geopolítica,
organización social e historia de Moche fue afectada por nuestra falta de comprensión del
más amplio marco cultural, en el cual se desarrolló el arte y la arquitectura Moche
aproximadamente hace 2000 años (Figura 1.1). Esto no disminuye las pocas publicaciones
existentes que se enfocan en Vicús, Salinar y Gallinazo. La realización del grupo
simplemente destacó el hecho de que vastas secciones de la historia cultural de la costa norte
del Perú fueron, hasta entonces, descuidadas como resultado de nuestra fascinación por el
arte y la arquitectura Moche.

FIGURA 1.1. Mapa de la costa norte de Perú.

En este capítulo introductorio, mi intención es preparar el escenario, presentando brevemente


el paradigma de investigación en el que varios académicos han trabajado durante los últimos
80 años (un paradigma, en el que la cerámica poseía el estatus de marcador cultural por
excelencia) y describiendo un modelo emergente para comprender la rica historia cultural
de esta región. Según este modelo, la costa norte fue el hogar de una serie de sociedades
culturalmente relacionadas; que vivían en ambientes similares, evolucionaron dentro de
sistemas de asentamiento comparables, compartieron estructuras sociales y políticas
análogas y produjeron una cultura material que enfatizaba su origen cultural común. La
expresión cerámica de esta cultura compartida es lo que los Andenistas han reconocido
convencionalmente como cerámica Gallinazo (Figura 1.2).
En vez de un marcador de afiliación política (como se ha descrito tradicionalmente) la
cerámica utilitaria de estilo Gallinazo se describe aquí como el producto de una tradición
artística compartida: la tradición norcosteña. En este contexto, las cerámicas Vicús (Figura
1.3), Moche (Figura 1.4), y Virú (Figura 1.5) representan artículos finos producidos por
entidades políticas individuales para enfatizar su carácter distintivo en relación con otros
grupos vecinos allegados étnicamente. Este nuevo modelo obviamente enfatiza la
complejidad de la historia cultural de la costa norte, y describe con mayor precisión el rico
mosaico cultural que caracterizó a esta área antes de la llegada de las tropas españolas en
1532.

FIGURE 1.2. Jarrón cara-cuello Gallinazo del


Castillo de Tomaval. Ilustración cortesía del Museo
Larco, Lima, Perú, ML018016.
.

FIGURE 1.3. Vasija Vicús.


Ilustración cortesía del Museo
Larco, Lima,
Perú, ML004435.
FIGURA 1.4. Botella asa-estribo Moche. FIGURA 1.5. Vasija Virú (Gallinazo
Ilustración cortesía del Museo Larco, Negativo). Ilustración cortesía del Museo
Lima, Perú, ML002335. Larco, Lima, Perú, ML018888.

.
UN PARADIGMA PERMANENTE
A los estudiantes de estudios andinos se les ha presentado tradicionalmente un estudio de la
arqueología de la costa norte que muestra el surgimiento de los mochicas durante el período
Intermedio Temprano, una civilización temprana que se cree floreció en medio de un paisaje
cultural habitado por “sociedades menos desarrolladas”. En el último medio siglo, una
cantidad sustancial de trabajo se ha dirigido hacia la identificación de lo que era exclusivo
de los mochicas (es decir, aquello que está gente poseía de lo que otras carecían).
Sostener este escenario era la fuerte creencia de que los mochicas representaban a una
sociedad distinta, que se definía a sí misma en relación con otros grupos costeros. En este
contexto, las sociedades que no producían cerámica de estilo Moche fueron presentadas
como residentes anteriores o como facciones en competencia que apenas merecían la pena
estudiar. Este paradigma permanente se originó a partir del trabajo seminal de Rafael Larco
Hoyle y Wendell Bennett sobre el fenómeno que respectivamente llamaron la cultura “Virú”
y “Gallinazo”.
En 1933, Larco Hoyle reconoció a una cultura arqueológica previamente indefinida mientras
dirigía excavaciones en el valle de Moche, una cultura que denominó “Cultura negativa” en
base a la cerámica decorada de resistencia negativa que había encontrado (Larco Hoyle 1945:
1). Más tarde, mientras realizaba excavaciones en el sitio de Castillo de Tomaval en el valle
de Virú (Figuras 1.6, 1.7), este pionero de la arqueología andina encontró entierros que
contenían vasijas decoradas con pintura negativa (Figura 1.8), que caracterizó (siguiendo
una tradición común de nombrar unidades arqueológicas de acuerdo al lugar donde eran
identificadas por primera vez o habían florecido) como el atributo por excelencia de la
cultura “Virú”. En el Castillo de Tomaval, Larco Hoyle encontró que esos entierros eran
estratigráficamente más bajos (y por lo tanto más tempranos) que las tumbas amuebladas
con artefactos de estilo Moche (Larco Hoyle 1945). A partir de entonces, Virú y Moche
fueron presentadas como dos fases sucesivas en la secuencia cultural local. Implícita estaba
la idea de que la cultura Virú se había desarrollado en esta área hasta el florecimiento de los
mochicas, lo que provocó el declive de Virú.
La investigación llevada a cabo por Bennett confirmó en gran medida el trabajo de Larco
Hoyle (Bennett 1939, 1950). En 1936, este académico emprendió el trabajo en un grupo de
plataformas en el valle bajo de Virú: un asentamiento al que nombró Grupo Gallinazo
(Figuras 1.6, 1.9). Las excavaciones condujeron a la identificación de varios tipos de vasijas,
dos de las cuales se convirtieron en rasgos por excelencia de la materialidad de Gallinazo:
cerámicas finas de resistencia negativa conocidas como cerámica Gallinazo Negativo (la
cerámica decorada de resistencia negativa identificada por Larco Hoyle), y recipientes
utilitarios decorados con incisiones y aplicaciones (respectivamente, cerámica Castillo
Inciso y Castillo Modelado, que en conjunto podrían denominarse simplemente como
cerámica Castillo Decorado; Figura 1.10).
Aunque la calidad de las publicaciones de Bennett, en realidad marcaron el comienzo de 80
años de malentendidos, un fenómeno que, según Cristopher Donnan, resultó en una “Ilusión
Gallinazo” (ver Capítulo 2). En efecto, la inclusión de cerámica utilitaria como rasgos
definitorios de la cultura Gallinazo (cultura Virú de Larco) condujo al tratamiento de estos
recipientes como evidencia física de la presencia, difusión y declive de un pueblo antiguo
que puede que nunca haya existido en tal encarnación.
El trabajo de Bennett fue solo el comienzo de un período de investigación muy fértil en Virú.
Durante las décadas de 1930 y 1940, varios arqueólogos emprendieron trabajos de campo
como parte del Proyecto del Valle de Virú. De este programa, se destacó un estudio: Los
Patrones de Asentamiento Prehistórico de Gordon Willey (1953). Revolucionó el campo,
dando nacimiento al análisis regional en arqueología. Estudios extensos condujeron a Willey
a documentar varios asentamientos que presentaban tanto cerámica Gallinazo Negativo
como Castillo Decorado. En esta y otras publicaciones, las culturas Gallinazo y Moche
vinieron a ser presentadas como dos sociedades distintas que habían ocupado sucesivamente
la costa. Este fue posiblemente el resultado de lo que Garth Bawden define como “la
necesidad tradicional de los arqueólogos de equiparar los estilos artísticos con distintos
grupos humanos, y de ordenarlos en secuencias evolutivas nítidas” (Bawden 2004: 121).
En este contexto, los arqueólogos creían que el desarrollo de la sociedad Gallinazo había
sido interrumpido abruptamente por la conquista militar Moche de la costa durante los
primeros siglos de la era actual. Willey y colegas argumentaban que los dirigentes mochicas
FIGURA 1.6. Vista satelital del valle de Virú. Ilustración cortesía de la NASA
Landsat Program 2000, Landsat ETM+ scene ELP009R066_7T20000602,SLC-Off, USGS,
Sioux Falls.

FIGURE 1.7. Castillo de Tomaval


FIGURA 1.8. Jarrón cara-cuello Virú. Ilustración cortesía del Museo
Larco, Lima, Perú, ML010467.
.

FIGURA 1.9. El Grupo Gallinazo.


.
FIGURA 1.10. Jarrón cara-cuello Castillo Decorado. Ilustración cortesía
del Museo Larco, Lima, Perú, ML016110.
.

de la guerra habían desafiado al sistema político de Gallinazo al tomar el control de los


centros administrativos locales (Willey 1953). Esto fue particularmente evidente en el
repentino aumento de artefactos tipo Moche en asentamientos que presentaban cerámica
Gallinazo Negativo o Castillo Decorado. La sociedad Moche fue así presentada como una
entidad política que se había convertido en un estado de múltiples valles (multi-valles)
después de haber conquistado poblaciones étnicas “Gallinazo”, una tesis todavía
ampliamente aceptada en la actualidad.
Durante las siguientes décadas, la investigación en todas partes a lo largo del litoral
continuamente parecía confirmar este paradigma. En efecto, la mayoría de los asentamientos
Moche (aldeas o ciudades donde el arte y la arquitectura mochica había florecido) también
cuentan con cerámica utilitaria de estilo Gallinazo, especialmente el típico jarrón cara-cuello
Gallinazo (Figura 1.11). Estas vasijas fueron típicamente interpretadas como los restos de
una ocupación temprana Gallinazo, precediendo al establecimiento de un solo estado Moche,
o como el desarrollo de dos (Norte y Sur) o más estados mochicas autónomos.
En este sentido, cabe destacar el estudio de Heidy Fogel (1993) sobre la cerámica de estilo
Gallinazo de contextos arqueológicos en los valles de Virú y vecinos, una investigación que,
lamentablemente, ella no fue capaz de seguir más lejos. Fogel argumentó que después de
haber consolidado su poder en el valle de Virú, los dirigentes Gallinazo habían extendido su
control sobre otros oasis, construyendo el primer estado multi-valle en la región andina, una
tesis que encontró muy poco apoyo en los años subsiguientes.
Sin embargo, no todos habían llevado a cabo una investigación teniendo en cuenta este
paradigma. Ya en 1957, Heinrich Ubbelohde-Doering expresó dudas sobre la idea de que
Gallinazo y Moche representaban diferentes entidades culturales (Ubbelohde-Doering
1957). Mientras conducía el trabajo de campo en el sitio de Pacatnamú, Ubbelohde-Doering
descubrió enterramientos que contenían finas vasijas Moche, así como cerámica utilitaria de
estilo Gallinazo, sugiriendo que las dos culturas arqueológicas era contemporáneas y
posiblemente más íntimamente relacionadas de lo que se pensaba. De manera similar, Peter
Kaulicke (1922) planteó la posibilidad fundamental de que las culturas Vicús, Salinar,
Gallinazo y Moche en verdad representaban manifestaciones estilísticas divergentes de los
pueblos de la costa norte, en gran parte contemporáneos. Finalmente, en un artículo clave,
Izumi Shimada y Adriana Maguiña brindaron nuevas perspectivas respecto a la posición de
Gallinazo dentro de la historia cultural de la costa norte (Shimada y Maguiña 1994).

FIGURA 1.11. Jarrón cara-cuello Gallinazo. Ilustración cortesía del Museo


Larco, Lima, Perú, ML016251.
.
Al criticar el modelo aceptado actualmente, ellos presentaron evidencia indicando que las
comunidades Gallinazo y Moche no fueron ocupantes sucesivos del ambiente costero, sino
que habían vivido lado a lado , compitiendo por los mismos recursos durante todo el período
Intermedio Temprano. Aún más importante fue su percepción de que la duración de esta
convivencia entre los productores y usuarios de las cerámicas de estilo Moche y Gallinazo
difería de un valle a otro. Aunque ahora está claro que algunas de sus conclusiones eran
incorrectas; este artículo, aun así, significó un giro en los estudios sobre Gallinazo.
Estos autores y otros estudiosos (por ejemplo, Castillo 2001; Bawden 2004) alentaron a los
arqueólogos a responder una pregunta fundamental: ¿Qué tan relacionados estaban los
productores y usuarios de las cerámicas de estilo Gallinazo y Moche encontradas en el
mismo sitio o valle? ¿Eran pueblos distintos étnicamente, luchando por el control de la tierra
y la gente (como fue recientemente el caso con los Tutsis y Hutus in Ruanda)?
¿Representaban formaciones distintas lingüísticamente, que evolucionan en paralelo (como
es el caso de los Francófonos y Anglófonos en Canadá hoy en día)? ¿Podría ser que en
realidad eran parte de las mismas entidades políticas? Tales preguntas requerían claramente
una mejor reevaluación de la naturaleza de las culturas arqueológicas Gallinazo y Moche;
así como también, una reflexión sobre la utilidad de la cerámica como fuente de evidencia
para reconstruir la historia cultural de la costa norte.

NUEVO TRABAJO EN VIRÚ


Los tipos de preguntas citadas previamente fueron fundamentales para las investigaciones
recientes llevadas a cabo en el valle de Virú, primero en el sitio de Huancaco por Steve
Bourget y más tarde en Huaca Santa Clara por Jean-François Millaire en colaboración con
Estuardo LaTorre y Jeisen Navarro. Huaca Santa Clara es un asentamiento que se creyó, por
los miembros del Proyecto del Valle de Virú, que había funcionado como un centro cívico
Gallinazo hasta que cayó bajo el dominio Moche (Willey 1953). Por lo tanto, representaba
un lugar perfecto para probar el escenario aceptado actualmente, él de una conquista Moche
de la costa en el siglo IV de la presente era.
Huaca Santa Clara se encuentra en el valle medio, al sur del río Virú. El sitio consiste en una
serie de plataformas de adobe, construidas en los flancos de un pequeño cerro que domina
el paisaje cerca del pueblo actual de Virú (Figura 1.12). El descubrimiento de residencias
cerca de la cima del cerro, accesible solo a través de un sistema complejo de entradas
confusas, y la presencia de un sistema de almacenamiento a gran escala para productos
agrícolas, confirman que el asentamiento funcionó como centro administrativo local (Figura
1.13; Millaire 2004a). A lo largo del proceso de excavación, cantidades de cerámica utilitaria
de estilo Gallinazo (Castillo Inciso y tipos Modelados) fueron descubiertas (Figura 1.14), así
como recipientes típicos de Gallinazo Negativo (Figura 1.15). Un programa de datación por
radiocarbono –el cual incluía fechas tomadas tanto de depósitos estratificados profundos
como de habitaciones ubicadas cerca de la superficie actual del sitio– reveló que el sitio fue
ocupado entre 10 a. C. y 670 d. C. aproximadamente (ver Capítulo 9).
Las excavaciones en Huaca Santa Clara no produjeron evidencia que el área había caído bajo
el control directo de los dirigentes Moche de la guerra. En efecto, no encontramos ningún
rastro de la destrucción masiva asociada con la conquista militar, ni vimos ningún declive o
alteración de la cultura material local, un fenómeno que habría inevitablemente acompañado
a un cambio socio-político tan importante. Hacia el final del período Intermedio Temprano,
sin embargo, la influencia estilística Moche pasó a ser prominente en todo el valle en la
forma de cerámica de estilo Huancaco (Willey 1953; Bourget 2004).
Este tipo de cerámica –previamente descrito como una cerámica fina Moche que había
viajado hacia el sur con tropas conquistadoras– es esencialmente una cerámica tipo Moche,
probablemente producida en Virú por ceramistas Virú (Bourget 2004). Si hubo un cambio
político, la evidencia actual parece sugerir que sucedió con el acuerdo de los dirigentes
locales. En este contexto, la aparición del estilo Huancaco podría representar un ejemplo de
lo que Bawden define como un “ajuste ideológico” a la difusión del fenómeno Moche
(Bawden 1995) o como el resultado material del “arte de la política Moche” (Bawden 2004).

FIGURA 1.12. Huaca Santa Clara en Cerro Cementerio.

Estos resultados me condujeron a argumentar que es probable que la región nunca fue
conquistada por un estado multi-valle Moche, aunque la región ciertamente fue afectada por
una competición endémica entre ciudades-estado dominantes (Millaire 2004a). También
planteé que las comunidades de la costa norte posiblemente vivían en comunidades tipo
ciudad-estado, dispersas por el territorio para aprovechar al máximo los recursos. Aunque
algunos valles pueden haber albergado solo un estado regional, otras áreas aparentemente
estaban más fragmentadas políticamente. Finalmente, argumenté que el litoral no habría
albergado a dos formaciones sociales étnicamente distintas, sino a varias entidades políticas
de origen cultural común.
Por lo tanto, la presencia de la cultura material de estilo Moche a lo largo del litoral podría
ser interpretada como el resultado de la política hegemónica de una confederación de
ciudades-estado Moche (por ejemplo, una alianza entre las Huacas de Moche y el Complejo
El Brujo). La situación, sin embargo, fue diferente de un valle a otro, como se desprende del
trabajo de Claude Chapdelaine y su equipo en el valle de Santa (ver Capítulo 11).
Además de recopilar una gran cantidad de información sobre la política Virú, nuestra
investigación de campo produjo resultados que nos llevaron a investigar temas más amplios
FIGURA
1.13. Plano
arqueológico
de la Huaca
Santa Clara.

FIGURA 1.14. Cerámica utilitaria de estilo Gallinazo (Castillo Inciso y tipos Modelados) de la
Huaca Santa Clara.
FIGURA 1.15. Jarrón cara-cuello Gallinazo Negativo (Virú) de la Huaca
Santa Clara.

sobre la historia cultural de la costa norte. Uno de estos temas tenía que ver con los tipos de
cerámica representados en los 8000 tiestos aproximadamente, recuperados de la recolección
de superficie y excavaciones en Huaca Santa Clara, y su valor relativo como marcadores
socioculturales. Durante el proceso de análisis, se volvió cada vez más claro que las
cerámicas Castillo Modelado, Castillo Inciso y Castillo Liso –conocidas por haber sido
producidas durante períodos extremadamente largos (Ford 1949: Fig. 4,5)– representaban
recipientes que fueron estructural y estilísticamente similares a la cerámica doméstica
producida en otros lugar de la costa norte, a lo largo del período Intermedio Temprano.
Por lo tanto, empecé a sentirme cada vez más inconforme con los estudios en que los tipos
de cerámica eran usados como evidencia para el desarrollo, difusión y declive de alguna
forma de entidad política Gallinazo. También llegué a dudar de los argumentos en que estos
tipos de recipientes eran presentados como marcadores sociopolíticos, en la forma en que
los arqueólogos suelen utilizar la cerámica de estilo colectivo para identificar entidades
políticas cuyos “historiales de vida” están relativamente bien definidos en el tiempo y el
espacio. Además, comencé a desconfiar de cualquier publicación que mencionara la
presencia de una “ocupación Gallinazo” en un sitio; y sentí que era hora de que los
especialistas de la costa norte se sentaran alrededor de una mesa y discutieran este vasto
malentendido arqueológico.
DOS ERRORES
Si el logro de una reunión es medida por cuán profundamente cambia la forma en que las
personas ven la evidencia, puedo decir sinceramente que la mesa redonda fue un éxito. Esto
marcó un punto de inflexión para aquellos de nosotros quienes trabajamos en los valles
donde cerámica de estilo Gallinazo es encontrada. En esta reunión, identificamos fallas en
la manera en que habíamos tratado esta cultura arqueológica, y los contribuyentes
presentaron evidencia crítica que inevitablemente nos llevará a reescribir aspectos completos
de la historia cultural de la costa norte.
Como indiqué a los colaboradores, al invitarlos a enviar las contribuciones por escrito para
este libro, creo que hemos cometido dos errores importantes en el estudio de lo que es
comúnmente conocido como cerámica Gallinazo. Primero, siguiendo el trabajo seminal de
Bennett, hemos compuesto dos conjuntos de cerámica bajo la etiqueta “Gallinazo”: cerámica
utilitaria incisa y aplicada (Castillo Decorado), y cerámica fina Gallinazo Negativo.
Cerámicas incisas y aplicadas (los típicos jarrones cara-cuello Gallinazo) son encontradas
en cada valle de la costa norte peruana, desde Casma a Piura y en ciertas regiones a lo largo
de la secuencia donde se ha realizado suficiente investigación (Shimada y Maguiña, 1994;
ver también el Capítulo 7). Gallinazo Negativo, por otro lado, es esencialmente un estilo
colectivo, cuya producción se restringió en gran medida a Virú.
La primera categoría de cerámica (cerámica incisa y aplicada) corresponde a lo que la
mayoría de los arqueólogos reconocen como el artefacto típico Gallinazo, y parece
representar a un estilo de cerámica asociado con una tradición cultural pan-norcosteña
distinta de los estilos colectivos producidos por las diversas entidades políticas que
gobernaron este vasto y diverso territorio, ya fueran estados de varios valles (multi-valles),
estados de todo el valle, o sistemas ciudad-estado (Quilter 2002; Bawden 2004; Millaire
2004a). A partir de ahora, cuando usemos el término “Gallinazo”, creo que deberíamos
referirnos a la cerámica incisa y aplicada relativamente gruesa encontrada a lo largo del
litoral norteño del Perú en asociación con una variedad de estilos colectivos.
La segunda categoría de cerámica, Gallinazo Negativo, corresponde a una cerámica fina
producida para los dirigentes del estado, el cual gobernó el valle de Virú durante el período
Intermedio Temprano; una entidad política que identifico como el “estado Virú” en
reconocimiento al trabajo seminal de Larco Hoyle en esta área. La mayoría de vasijas habrían
sido utilizadas localmente, pero es probable que algunas ingresaran en el sistema de
intercambio interpolítico. No es necesario decir que los Andes del norte contaba con otros
tipos de cerámica de diseños negativos-pintados.
Esto resalta nuestro segundo error: nosotros hemos llegado a hablar sobre los productores y
usuarios de cerámica incisa y aplicada Gallinazo en términos de un grupo humano distinto
de lo productores y usuarios de las cerámicas Vicús, Salinar, Moche y Virú. Una de las más
importantes contribuciones de este libro es presentar una serie de casos documentados
contextualmente en los cuales las cerámicas de estilo Gallinazo y Vicús, Moche, o Virú,
probablemente fueron utilizadas por los mismos individuos; lo que generó fuertes dudas
sobre el paradigma permanente dentro del cual una mayoría de estudiosos han estado
llevando a cabo investigaciones.
El hecho de que las cerámicas Gallinazo inciso y aplicado son encontradas en asociación
con vasijas finas de diversos estilos colectivos dentro de diferentes oasis costeros es, por
supuesto, lo que conduce a los académicos a reexaminar críticamente la historia cultural de
la costa norte. Por ejemplo, en este volumen Christopher Donnan analiza la co-ocurrencia
de cerámicas de estilo Gallinazo y Moche en el valle de Jequetepeque, mientras Martín del
Carpio reexamina la cerámica recuperada durante los años de investigación en San José de
Moro y Pacatnamú.
Régulo Franco y César Gálvez emprenden un ejercicio similar con material del Complejo El
Brujo; y Santiago Uceda, Henry Gayoso y Nadia Gamarra revisan la evidencia de Huacas
de Moche. Curiosamente, sin haber acordado hacerlo de antemano, todos encontraron que
los productores y usuarios de la cerámica fina Moche eran, además, consumidores de la
cerámica utilitaria de estilo Gallinazo.
Las otras contribuciones a este libro exploran aspectos específicos de la relación entre los
llamados grupos “Gallinazo” y otras culturas arqueológicas (Richard Sutter; Jonathan Kent,
Teresa Rosales, Víctor Vásquez, Richard Busch y Catherine Gaither; Claude Chapdelaine,
Víctor Pimentel y Jorge Gamboa; y Gérard Gagné), o emprenden una reflexión más teórica
sobre la naturaleza de la materialidad de Gallinazo (Krzysztof Makowski; Christopher
Attarian; Luis Jaime Castillo; y Peter Kaulicke).
De esto, un nuevo modelo parece emerger. Gallinazo, en lugar de ser un fenómeno cultural
temprano o una sociedad distinta, parece representar a un sustrato popular norcosteño dentro
del cual una serie de entidades políticas se desarrollaron. Este escenario ayuda a explicar: la
presencia de cerámica de estilo Gallinazo y artículos colectivos en los mismos contextos
arqueológicos, así como la amplia difusión e intensidad de tiempo que caracteriza a la
producción de cerámica de estilo Gallinazo. Como tal, durante el período Intermedio
Temprano, la costa norte no habría albergado a dos formaciones políticas opuestas (como se
pensó alguna vez), sino a varias comunidades que compartían una identidad étnica común
(Bawden 1995, 2004).
También está claro el hecho de que todas esas comunidades fueron parte de una identidad
cultural única que podríamos definir como la tradición norcosteña. Esto no minimiza la
existencia de la diversidad cultural a lo largo de litoral. Más bien, destaca la presencia de
una tradición más amplia dentro de la cual existía la diversidad; y proporciona a los
arqueólogos un marco para discutir la naturaleza de las relaciones entre los estados Vicús,
Salinar, Moche y Virú.
Esta nueva forma de presentar la geopolítica de la costa norte podría representar el
nacimiento de un nuevo paradigma (Kuhn 1962): un conjunto de supuestos, conceptos y
prácticas que constituyen una manera de ver la realidad; guiando a los académicos en el
desarrollo de los problemas de investigación, conduciendo el trabajo de campo y
estructurando sus resultados. Si este nuevo modelo es correcto, la labor es enorme: tenemos
que revisar las cronologías que fueron hechas sobre la base de la identificación de cerámica
utilitaria de estilo Gallinazo y, por supuesto, reescribir la mayoría de estudios sobe los
patrones de asentamiento en los que la cerámica utilitaria de estilo Gallinazo fue usada como
un marcador cronológico y étnico.
GALLINAZO Y LA TRADICIÓN NORCOSTEÑA
Existen varias áreas de estudio para las cuales, las comparaciones cercanas entre las culturas
arqueológicas de la costa norte podrían ayudar a definir la naturaleza de esta tradición
norcosteña, mientras proveen oportunidades para documentar lo que era exclusivo de las
ciudades-estado individuales, comunidades y confederaciones regionales. Por ejemplo, un
examen detallado de los patrones de asentamiento de productores de cerámica de estilo
Gallinazo, seguramente arrojaría luz sobre los principios de explotación de la tierra
compartida, al tiempo que destacaría los patrones regionales específicos.
¿El sistema de asentamiento de Gallinazo de Santa era idéntico al desarrollado por los
ocupantes Moche del valle de Chicama? ¿Cuán distintas eran las jerarquías de los
asentamientos de la costa norte en comparación con las de los oasis ubicados más al sur?
Independientemente de las preguntas que guíen la investigación futura, los académicos
inevitablemente tendrán que revisar la mayoría de estudios sobre los patrones de
asentamiento en los que Gallinazo fue entendido como un grupo étnico temprano distinto de
los mochicas.
Lo mismo ocurre con la arquitectura, ya sea doméstica o cívica. Basada en el uso de adobes
moldeados, los edificios cívicos del período Intermedio Temprano obtuvieron la
monumentalidad que caracterizaría a la arquitectura andina hasta la conquista española. En
este contexto, plataformas escalonadas fueron construidas en ubicaciones estratégicas en
relación con las tierras agrícolas y los canales de agua, un patrón que sugiere fuertemente el
control de las élites sobre las personas y los recursos. Un estudio detallado sobre la
arquitectura de la construcción de montículos a lo largo del litoral, llevaría sin duda a la
identificación de técnicas constructivas específicas regionales, tales como el uso de cantos
rodados en el Complejo El Brujo o el uso generalizado de la técnica de relleno de cámara en
Virú.
El mismo estudio seguramente, también, destacaría el hecho de que los montículos con
plataformas construidos bajo la observación de los dirigentes de Vicús, Salinar, Moche y
Virú, siguieron cánones arquitectónicos similares fijados en la tradición local. Además,
demostraría inequívocamente que los adobes marcados con caña no son marcadores étnicos
y fueron usados para la construcción de edificios asociados con la cultura material de Vicús,
Salinar, Moche y Virú (comparar el Capítulo 11).
Las prácticas mortuorias representan aún otra área en la que nuestra fascinación colectiva
por los mochicas ha tendido a ocultar las similitudes que, indudablemente, existían entre las
diversas comunidades que ocuparon la costa norte a lo largo del período Intermedio
Temprano. Nuevamente, esto conducirá inevitablemente a los académicos a revisar los
estudios sobre patrones de enterramiento Moche que solo tomaron en consideración las
tumbas que presentaban cerámica estilo Moche, mientras rechazaban a otras (que carecían
de tales materiales) por el hecho de que fueron muy posiblemente “contextos tempranos”
(Donnan 1995; Millaire 2002). El estudio de Gérard Gagné (ver Capítulo 2002) de restos
humanos asociados con la cultura material Gallinazo de Santa revela cómo la comunidad
local compartió una gran parte de su práctica mortuoria con poblaciones que ya habían
adoptado la expresión estilística Moche (Millaire 2004b), dándonos una idea de cómo se
convertirá la investigación estimulante una vez que los académicos se desplacen más allá de
los viejos paradigmas.
Un estudio de prácticas funerarias debería tener en cuenta la rica información transmitida
por los textiles de contextos de entierros. En Huaca Santa Clara, tuvimos la suerte de trabajar
en un ambiente en el que la conservación fue excelente. A lo largo del proceso de excavación,
se recuperaron más de 700 fragmentos de textiles de los niveles superficiales, áreas de estar
y unidades de almacenamiento. Hasta ahora, relativamente pocos textiles estaban
disponibles para definir el estilo textil Virú. Como se discutió en otra parte de este volumen
(ver Capítulo 9), la característica más destacada de elaborar tejidos Gallinazo fue el uso de
algodón sin teñir en tejidos lisos y el uso de lana de camélidos teñida en colores brillantes
para crear diseños elaborados en tapices de hendidura y tejidos con tramas suplementarias.
Sin embargo, lo que sorprende con esta colección no es la idiosincrasia artística y técnica de
Virú, sino el hecho de que estos textiles pertenecen a una tradición textil más amplia de la
costa norte (Conklin, 1978). Sobre la base de las técnicas usadas, la estructura interna de los
tejidos y los motivos representados, nuestra colección es típicamente norcosteña. Los textiles
Virú son muy cercanos estilísticamente a los producidos por tejedores de Huacas de Moche,
Pacatnamú y Sipán al norte; y de El Castillo al sur.
Esto me ha llevado a argumentar que todos estos textiles fueron, manifiestamente, producto
de una tradición que dibuja sus habilidades técnicas y gustos artísticos de un pasado cultural
común. Por supuesto, el hecho de que estos grupos contemporáneos compartieran lo que
parece haber sido la misma tecnología textil y el uso de ropa adornada con diseños
extremadamente similares, debería servir como una nota de advertencia para los arqueólogos
que exploran el concepto de etnicidad utilizando la cerámica fina como su única fuente de
información.
La lista de áreas donde las comunidades del período Intermedio Temprano podrían ser
comparadas y contrastadas es claramente muy larga para cubrirla aquí. Aun así, vale la pena
mencionar que las fuertes similitudes ya son evidentes en términos de subsistencia, utensilios
de cocina, métodos de preparación de alimentos, sistemas de almacenamiento y metalurgia
(Bawden 1995: 260). Sobre la base de la evidencia actual, está por lo tanto claro que las
sociedades Vicús, Salinar, Moche y Virú estaban íntimamente relacionadas y probablemente
participaban periódicamente en las interacciones sociales, económicas y políticas a lo largo
del período Intermedio Temprano (ver Capítulo 13). Es probable que las comunidades
vecinas compartieron una identidad étnica común, así como partes de su sistema de creencias
y prácticas rituales.
Sin embargo, lo que claramente diferenciaba a los gobiernos de Vicús, Salinar, Moche y
Virú fueron sus respectivas cerámica fina. Según Bawden, el nacimiento del simbolismo
ideológico Moche marcó el desarrollo de una nueva ideología política que constituyó la
"innovación en la tradición regional" (Bawden 2004: 122). Considerando la nueva evidencia
presentada en los siguientes capítulos, la idea de Bawden de que Moche fue la expresión de
un nuevo discurso político que surgió y se desarrolló a partir de una tradición cultural
temprana de la costa norte peruana, parece muy atractiva.
No obstante, cuestionaría la idea de que el simbolismo Moche necesita haber sido la
expresión de una ideología. ¿No podría ser simplemente la expresión de un discurso religioso
mesiánico que los dirigentes locales estaban listos para adoptar porque sirvió a sus intereses?
Esto ayudaría a explicar por qué las áreas internas de los dirigentes locales parecen haber
adoptado el arte y los atributos Moche, mientras que la población continuó produciendo,
utilizando y desechando los recipientes utilitarios de estilo Gallinazo. Si este fuera el caso,
este nuevo discurso bien podría haber viajado a lo largo del litoral sin recurrir a ejércitos,
combates, desplazamientos de población y asesinatos masivos. Aun así, lo que está claro es
que el discurso Moche –ya sea político, religioso, o ambos– no se difundió de manera
uniforme a lo largo del litoral. Probablemente siguió su terreno irregular, contornó sus áreas
desérticas y cruzó sus ríos; siendo aceptado, rechazado, transformado, adaptado e
incorporado selectivamente para satisfacer las necesidades locales.
Al mirar al futuro, parece claro que si deseamos comprender la compleja historia cultural de
la costa norte peruana, debemos intentar reanalizar la cultura material de las comunidades
que produjeron, utilizaron y descartaron la cerámica utilitaria de estilo Gallinazo,
indiscriminadamente de la cerámica fina utilizada. Solo entonces será posible hablar sobre
la compleja historia geopolítica de la costa norte y aclarar algunos de los sucesos claves que
han marcado el camino de la civilización Andina.

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