En La Otra Habitación
En La Otra Habitación
En La Otra Habitación
Gabriela Mistral.
De acuerdo con esto, la hipótesis de este trabajo final es sostener que en la obre se plantea
implícitamente, mediante la relación maternofilial, que el terreno afectivo es, por
antonomasia, el lugar político desde el cual es necesario no solo continuar la resistencia
feminista, sino también a partir del cual la sociedad debe pensarse a sí misma en función de
apuntar hacia un tejido social más ameno y democrático.
Es de conocimiento general que no es fácil enunciar que las emociones son el terreno
político por antonomasia de las mujeres, puesto que dicha correspondencia ha sido uno de
los principales argumentos para sostener el carácter primitivo e inferioridad de las mujeres
y, por lo tanto, afirmar la superioridad y dominación masculina al ser expresión de la razón,
elemento propio de los hombres, origen del conocimiento y sostén de su supuesta
culminación espiritual respecto a la cadena evolutiva de otras especies. Sin embargo, según
las ideas que desarrolla Judith Butler en Mecanismos psíquicos del poder (2001) el
sometimiento es ambivalente, puesto que si bien subordina al sujeto, también forma parte
de la producción de su subjetividad lo que abre la posibilidad de que éste pueda apropiarse
y resignificar el poder que lo ha constituido como sujeto (en la sujeción), como también de
vislumbrar una resistencia gestada desde los propios códigos en los que se ha formado el
género femenino, como lo es el ámbito afectivo de modo que éste se posiciona como el
lugar principal desde el cual es factible distinguir una enunciación femenina sin recurrir a
los patrones masculinos. En relación con esto, urge contar con un marco teórico que dé
cuenta sobre el valor social, cultural y político de las emociones como lo es el trabajo
interdisciplinario de Sarah Ahmed llamado Política cultural de las emociones (2015),
“Género, afectos y política” de Cecilia Macón, “Emociones, afectividad, feminismo” de
Helena López y “Sentir la historia: propuestas para una agenda de investigación feminista
en la historia de las emociones” de Rosa Medina Doménech. Igualmente, los trabajos que
incluyan la dimensión afectiva del cuerpo en tanto su capacidad de afectar y ser afectado a
partir de las ideas de Spinoza que constituyen la base de la teoría afectiva.
El cuerpo y los afectos como terreno político.
Dado que hemos dispuesto a los afectos como perspectiva teórica desde la cual
analizaremos e interpretaremos la obra es indispensable presentar un breve recorrido de lo
que ha sido el proceso de gestación de esta teoría relativamente nueva. No abordaremos a
cabalidad la gran cantidad de autores y autores que se dedican a la investigación en este
ámbito, sino las líneas generales de estos estudios y el camino que para efecto de este
trabajo resulta conveniente. En general, los textos académicos que nos servirán para dar
cuenta de este panorama son: “Género, afectos y política” de Cecilia Macón, “Emociones,
afectividad, feminismo” de Helena López y “Sentir la historia: propuestas para una
agenda de investigación feminista en la historia de las emociones” de Rosa Medina
Doménech. Como podemos ver, en los títulos de estos artículos están vinculados los
afectos, la política y teoría de género o feminista, lo que es netamente intencional, puesto
que, en definitiva, el marco conceptual más oportuno es aquel que incorpore estas
dimensiones. Por lo demás, ambas teorías comparten ciertos pisos desde el cual erigen sus
planteamientos como por ejemplo el cuestionamiento y superación de las dicotomías
cuerpo/mente y afectos/razón que sustentan la cultura occidental y sus mecanismos de
organización social basado en la diferenciación de cuerpos con su correspondiente
legitimación o no, como los llamados “cuerpos que importan” de Judith Butler. Esto
claramente se sirve de la filosofía de la deconstrucción y la diferencia trabajada por Jacques
Derrida y de las ideas propuestas por Baruch Spinoza respecto a la concepción de cuerpo
situado en un régimen afectivo en el cual tanto la dimensión material como inmaterial son
expresiones de lo mismo y, por ende, ambas se ven involucradas en este proceso de ser
afectado y afectar junto con la potencia de acción que se desprende del mismo. De manera
que el llamado “giro afectivo”
En este sentido, las bases para la disciplina afectiva pasan necesariamente por desarticular
la estructura dicotómica y hacer del cuerpo una de las principales categorías de análisis.
Esto claramente se vincula con las bases del pensamiento feminista, el cual hace del cuerpo
uno fundamentalmente político y principal recurso de sentido, puesto que tradicionalmente
al ser eso otro respecto a la razón como elemento esencial del hombre y el ser humano,
queda relegado a la mujer en tanto connotación de lo primitivo, irracional e inferior con lo
cual se sustenta su dominación. En otras palabras, la percepción de lo femenino como
inmanencia corporal surge de la razón incorpórea que sustenta su trascendencia, y las
teóricas feministas en vez de erigir su teoría a partir de aquello que ha definido la
subjetividad masculina la construyen a partir de lo que ha formado su subjetividad en un
ejercicio de apropiación del poder que ha sometido el cuerpo de las mujeres. Por otro lado,
la visión generalizada de los afectos también asume su contraposición a la razón, lo cual se
critica actualmente a partir del “desplazamiento desde un paradigma ontológico -emociones
y afectos son propiedades y estados internos de los sujetos- a otro de tipo relacional
-emociones y afectos vinculan a distintos actores, humanos y no humanos, situados en una
red” (López 5), de manera que por más que tengan lugar en el cuerpo, los afectos no surgen
mediante una generación espontánea sino a partir de la interacción de los cuerpos con su
entorno. Es más, esto constituye uno de los caminos más importantes de la teoría afectiva,
es decir, su reparo en “la relevancia social de los sentimientos como matrices que sostienen
socialmente los comportamientos” (Medina Doménech 165). En este camino el trabajo de
Sara Ahmed Política cultural de las emociones (2015) es indispensable pues se infiere que,
en efecto, lo emocional es político al entender a las emociones como prácticas culturales
que se estructuran en la realidad social mediante una economía de afectos, de modo que al
no ser un problema inherente a la individualidad del yo deviene en un problema colectivo
en tanto lo que sentimos remite a un circuito afectivo en el que se involucra toda la
sociedad. Por lo demás, el atribuir un carácter político a las emociones implica reconocer en
ellas una potencia de acción que, eventualmente, podría funcionar en la construcción de una
colectividad. Esto no apunta a una defensa esencial de las emociones, puesto que también
pueden devenir en inacción o ser utilizados por el poder como mecanismo de dominación.
Lo importante es reconocer en su rol en la articulación de la sociedad, de hecho, los
vínculos sociales más básicos como la familia están permeados por los afectos, por lo que
el análisis de la estructura familiar presente en la obra En la otra habitación pasará
necesariamente por ver qué afectos circulan en la relación entre madre e hija y de qué
manera, a través de ellos, se interpela a la sociedad como lugar en el que permanece la
opresión a las mujeres.
En la otra habitación es una obra teatral escrita por la dramaturga española Paloma Pedrero
quien en su vasta obra ya ha tratado temas concernientes a la mujer ya sea desde una
perspectiva que incluya su rol en la sociedad, el modo en que experimenta su sexualidad,
como también en la violencia que implica ser mujer en una realidad social construida por
hombres. En este caso, la obra presenta el conflicto entre Paula y Amanda, madre e hija
respectivamente, que tal como adelanta la autora en “Madres nuevas. Hijas nuevas” 1
“vivirán la tarde más intensa de su relación” (248). Este se desencadena luego de que
Amanda descubre e intercede en el eventual encuentro que la madre ha concertado con
Mario, un hombre que no es su marido y que, por lo demás, es amigo de Amanda. Esta
situación desmantela una serie de problemas que las protagonistas tienen ya sea entre ellas
como consigo mismas lo cual interpela inevitablemente a una sociedad que no se ha
actualizado según las exigencias de una agenda feminista que apela por una inserción ética
de la mujer en la sociedad y la igualdad de género. En este sentido, la disputa entre madre e
hija se constituye como reflejo de los desafíos que la sociedad debe emprender para devenir
en un entorno colectivo más justo ya sea en un sentido micro social, como lo es el espacio
doméstico, como también en un sentido macro como lo es la sociedad en general, además
de servir como base para reflexionar sobre cómo se construye la subjetividad femenina en
una actualidad que remite a un estado en el que el feminismo ya se ha asentado en la
sociedad y, por ende, ha generado cambios sociales aun cuando no en un nivel tan
estructural, como veremos más adelante. En consecuencia, el siguiente análisis
comprenderá tres partes: una que comprenda la dimensión social del enfrentamiento entre
1
Presente en Pájaros en la cabeza. Teatro a partir del siglo XXI. Cátedra, 2013.
Paula y Amanda, vale decir, de cómo se refleja la estructura de la sociedad en la discusión
entre ellas, otra que se ocupe del modo en que se construye la subjetivad de las personajes,
cuáles son los elementos que tensionan ya sea su individualidad como también la relación
entre ambas y, por último, reflexionar sobre los desafíos que se sugieren a partir del
conflicto entre la madre y la hija y cuál sería el rol de los afectos en estos retos. Ahora bien,
no está de más decir que estas tres dimensiones se encuentran interrelacionadas, de manera
que la decisión de verlas por separado responde más que nada a hacer del análisis uno más
práctico y claro aun cuando en cada apartado se recurra de alguna forma a los otros dos.
Tal como hemos venido indicando, la disputa entre Paula y Amanda resulta de la falta de
empatía entre ellas, aunque principalmente de Amanda respecto a su madre, debido al vacío
afectivo que siente respecto a la “mala” práctica de maternidad que le recrimina a ella. Esto
cristaliza con el descubrimiento de Amanda respecto a la relación extramarital que Paula
busca experimentar con Mario, compañero de Amanda, vínculo que en realidad remite a la
necesidad que siente la madre por explorar su intimidad postergada a causa del trabajo
asociado a su profesión, como también a la maternidad.
Uno de los aspectos relevantes de este conflicto es el espacio en el que transcurre, a saber,
en una buhardilla que se caracteriza por tener lo básico y necesario para vivir: “Espacio
diáfano con dos puertas. Una da a la calle, la otra a un pequeño cuarto de baño. La
habitación tiene una ventana, una cocina americana, un escritorio, una cama-sofá y una
mesa con dos sillas” (251), por lo demás cabe resaltar la presencia de las dos puertas de las
cuales una da a la calle, vale decir, al espacio público y la otra al cuarto de baño, lo que
alude claramente al espacio de intimidad. En este sentido, la buhardilla al ser el lugar en el
que acontece la contienda remite a ese locus en el que precisamente se discuten problemas
que a ellas les aquejan en tanto son mujeres en una sociedad que se organiza de modo
patriarcal. Estos problemas, además, están asociados a la división espacio-género que sitúa
al ámbito doméstico como uno femenino y al público como uno esencialmente masculino.
En la obra si bien el personaje de Paula es una mujer que ha logrado posicionarse
profesionalmente es difícil reconocer en ella una real satisfacción con su vida (lo cual
precisaremos más adelante), puesto que aun así experimenta las consecuencias de la
opresión patriarcal. Claramente se evidencia que el ingreso de la mujer al espacio público,
entendido como el del trabajo, la política, el comercio, etc. ha sido “desde una lógica de
plataforma de acceso, de asimilación, de las mujeres a los espacios, derechos y roles
surgidos inicialmente como propios de los hombres (lo que determina su naturaleza), pero
sin transformarlos. (…) [lo cual] impide cualquier proceso de emancipación femenino ni en
el ámbito público ni en el ámbito privado” (Noguera 630). Esto produce que la supuesta
igualdad que se suele sostener a partir del ingreso de la mujer a entornos masculinos sea, en
verdad, una falsa igualdad, puesto que además el espacio doméstico continúa siendo
relegado a ella:
Paula.—Difícil sí. Pero no por ti. No por ti. Ha sido difícil porque luego, cuando se acabó la
pasión de los primeros tiempos, tu padre dejó de poner la mesa, de tender la lavadora, de
hacerte las coletas…
Paula.—Sí, a veces con él. Pero él dormía por la mañana. Y yo me levantaba temprano para
llevarte al colegio.
Amanda.—Eso también me lo has dicho muchas veces. ¿Qué culpa tengo yo? ¿Quieres que
te pida perdón?
Así, se evidencia que el conflicto entre madre e hija pasa necesariamente por la articulación
patriarcal de la familia, la cual es una extensión de como se organiza la sociedad. El vacío
afectivo que percibe Amanda es consecuencia de la paternidad no asumida del padre, quien,
efectivamente, aparece como personaje latente, pues se le menciona, pero jamás aparece en
acción representado de esta manera la ausencia del padre consensuada socialmente.
Asimismo, la masculinización de la sociedad se transmite y se manifiesta en las personas
mediante las actitudes machistas con las que se agreden a las mujeres, tal como lo hace
Amanda al defender constantemente al padre e incluso atribuirle el carácter de víctima
mientras parece obviar el contexto desigual en el que sucede la relación de sus padres:
Paula.—(Muy alterada) ¿Qué dices? ¿Para qué va a llamar? Tú padre sabe que estás fuera.
Paula.—Escucha, Amanda, este lío es nuestro lío. De tu padre y mío. Aquí no hay víctimas
ni verdugos. Tú no sabes nada de nada. Pero, claro, por si acaso te pones a su favor.
Pobrecito papá, pobrecito… ¿Por qué? (267)
“Paula.—Amanda, tengo que maquillarme, acabar la cena, hacer cinco ‘saludos al sol’…
No puedo ejercer de madre ahora.
(…)
Paula.—Lo siento, Amanda, pero eso no te lo puedo decir. Por favor, cariño, déjame tu
buhardilla esta noche. ¿Sabes?, me ha costado un tormento tomar esta decisión. Pero ya
está. Tengo que saber qué siento por él, que siente él por mí, qué siente mi cuerpo. Si siente
o ya no siente. Ay, Dios… (Se pone a hacer yoga, los ‘saludos al sol’) (255)”
En “Nuevas formas familiares: las madres que trabajan” (2006) Constanza Tobío plantea
que el efecto de la superposición entre trabajo doméstico y laboral, el del sobre trabajo de
las madres ocupadas, es el cansancio” (26), a lo que debe sumarse la angustia por no poder
acceder a la realización de su intimidad. Paula cree que va de camino a la obsolescencia de
su cuerpo, lamenta no tener una vida sexual que sea de su satisfacción: “Yo ya nunca hago
ese ruido. Es todo tan… Yo nunca hago ese tipo de ruido” (257). Por lo demás tal vez lo
más importante de todo es que su existencia se basa en la ausencia de su intimidad hasta el
punto de que Amanda accede a la bandeja de entrada de su correo electrónico y lee los
emails que intercambia con el amante y pasando por el hecho de que tampoco posee un
espacio privado en su casa. La buhardilla, en este aspecto, es un recurso notable, puesto que
mediante el uso que la madre hace del espacio privado de la hija se representa la carencia
de intimidad de la madre. El cuarto propio, en este sentido, ya no remite a la importancia
que Virginia Woolf otorgaba a la existencia de un espacio que le permitiera a la mujer
trabajarse intelectualmente o profesionalmente, sino que aquí, la “otra habitación” alude a
esta otra carencia de la vida íntima y la necesidad por garantizarla.
Por otro lado, afirmar que la postergación del deseo tiene que ver solamente con las
dimensiones maternas y laborales sería, por una parte, otorgar completa responsabilidad a
Paula y obviar o negar la responsabilidad social de la postergación del deseo de las mujeres,
puesto que si ella no ha tenido tiempo para explorar su sexualidad es porque injustamente
ha debido hacerse cargo por completo de los deberes familiares, lo que una vez más expresa
que el ingreso de la mujer a cargos y espacios masculinos no ha supuesto una
transformación de estos espacios ni una solvencia en los vacíos que implica la salida de la
mujer de la casa, de manera que la explotación patriarcal continúa replicándose. En este
sentido, el problema de la privación del deseo, si bien es uno que atañe al espacio íntimo y
privado, tiene que ver fundamentalmente con el modo en que se organiza la sociedad, lo
público y lo político.
Amanda, por su parte, representa las consecuencias que sufren los(as) hijos(as) por el vacío
que queda en el espacio doméstico una vez que ambos progenitores se realizan
laboralmente. Esta carencia afectiva, sin embargo, se manifiesta fundamentalmente
mediante el resentimiento que la hija siente respecto a la madre, lo que se condice con el
hecho de que sea la principal responsable –de acuerdo con la norma social— de su vacío
afectivo. Este resentimiento llega a tal punto que construye un plan para desmantelar a la
madre y ejercer una especie de tortura psicológica hacia ella. O, al menos así lo percibe
Paula quien le dice: “¡Dios…, me estás metiendo en una pesadilla!” (271). A esto se suma
el machismo internalizado con el que cuestiona a la madre por no hacerse cargo de la
familia, por no entregarles cariño, por el hecho de que “nunca me has hecho la comida”
(281) y por la defensa que hace del padre en cada caso, pues lo posiciona en el mismo nivel
de victimización que ella, lo trata como “pobrecito” y no le atribuye ninguna
responsabilidad de todo lo que acontece.
Por otra parte, es esencial en la figura de Amanda la relación que mantiene con su cuerpo y
de ver cómo la percepción que el humano tiene de él afecta directamente la autovaloración
del sujeto. Ella desprecia la “imperfección” de su cuerpo y lo compara reiteradamente con
el cuerpo “perfecto” de su madre. Según su percepción ella es fea, su madre es bella:
“Amanda.—(Estallando). Sí, soy un monstruo al que nadie quiere. Tú eres perfecta, yo soy
un monstruo. Mírame, mírame. ¡Soy un monstruo!” (276), para luego revelar su trastorno
alimenticio: “Ellos no saben que me meto los dedos en la garganta” (277). El cuerpo, en
este sentido, se revela como ese espacio en el que confluyen intensidades afectivas que
inciden en las autopercepciones estética-corporales y la autoestima, pues el cuerpo de la
madre se asimila a un cuerpo esbelto aceptado por la sociedad y que funciona como marco
de referencia al que deben parecerse lo más posible los demás entre los que se cuenta el de
Amanda. Debido a esto es que es importante que el feminismo haga del cuerpo un objeto de
análisis, pues al estar situado en una sociedad se constituye “como locus de los procesos
sociales y de las influencias culturales: desde las representaciones sociales hasta la
definición de las políticas específicas sobre la reglamentación del uso sexual y reproductivo
del cuerpo, así como la delimitación de nuevas formas de los usos del cuerpo (Lamas, cit.
En Peach y Romeu 2006, 2-3). En definitiva, tal como sostiene Germaine Greer en La
mujer completa (2000) “Lo personal sigue siendo político. La feminista del nuevo milenio
no puede dejar de ser consciente de que la opresión se ejerce en y a través de sus relaciones
más íntimas, empezando por la más íntima de todas: la relación con el propio cuerpo”
(505).
En otro orden de cosas, en Amanda se representa la dimensión trágica de esta obra, vale
decir, el aspecto asociado a la fatalidad que anuncia al momento de mayor tensión de la
obra, pues enuncia: “Sigue la tormenta. Y llegará el diluvio” (263). En efecto, este
momento ocurre cuando se revela uno de los procesos más importantes de la obra y de toda
relación de dependencia entre la madre y la hija (o hijo), es decir, la separación simbólica
de estos cuerpos que se encuentran unidos por la gestación:
“Paula.—Ya. (Piensa un instante) ¿Pues sabes una cosa? Amanda, tú tienes mucho que ver
con mi ombligo. (Amanda va a hablar pero Paula no la deja) pero a ti eso te está
destrozando, te está haciendo una…infeliz. Es… como si tuvieras el cordón umbilical…
atado al cuello.
Paula.—(En un impulso, agarra el cordón con las dos manos y, con un grito de fuerza, lo
corta de tajo. Amanda se queda realmente impactada) ¡Ya está! Tienes que crecer, niña.
¡Tienes que volar!
“Amanda.—Que lo zurzan. Y encima hemos podido hablar, hablar de verdad, como nunca.
Paula.—Amanda, tienes que prometerme que este será el inicio de una gran amistad.
(Amanda asiente sonriendo) A partir de ahora vamos a hablar con total sinceridad
¿prometido? (le pone la mano en alto para que la choque)
A partir del fragmento citado nos damos cuenta de que es posible articular una unión
positiva entre madre e hija cuando estas ceden a la comunicación y a conocer los problemas
y deseos de la otra. En este sentido, creemos que es importante para el reforzamiento de la
resistencia feminista insistir en la manera “femenina y contrahegemónica, de comprender y
vivir los afectos, la ética de los cuidados, las relaciones sociales y la vida, [pues] ofrece un
gran potencial de transformación” (Noguera 633). Paula y Amanda pasaron del
resentimiento y la culpa a la voluntad de observar sus puntos en común, es decir, a verse
como sujetas oprimidas por un sistema patriarcal:
No obstante, este avance vuelve a complejizarse una vez aparece, de manera latente, Mario.
Amanda vuelve a sentirse postergada y nuevamente adopta una actitud recriminatoria hacia
Paula, pero cuando logra comprenderla y empatizar con su deseo decide apoyarla en su
anhelo de explorar su intimidad.
Conclusiones.
Tal como nos proponíamos, mediante el análisis podemos evidenciar la importancia que
tienen los afectos en las relaciones sociales como la de esta madre y su hija. Por lo demás,
la obra presenta una realidad social en la que su masculinización constituye un ambiente
desigual e injusto para las mujeres, puesto que pese a que existan avances respecto al
ingreso de ellas en espacios ligados a los hombres tradicionalmente, esto no genera ningún
cambio en la estructura social de manera que la explotación patriarcal permanece e incluso
se refuerza en la medida de que, por ejemplo, las mujeres “tengan” que hacerse cargo de un
trabajo doméstico no remunerado a la vez de que por su trabajo profesional reciban menos
salario, lo que supone además una postergación de sí mismas en cuanto la preservación de
su intimidad. Debido a este panorama desigual es que vemos que a partir del modo en que
Paula y Amanda comienzan a superar las cosas que las dividen surge una luz de cómo el
movimiento feminista puede continuar reforzándose, en la medida de que nuevos desafíos
se presenten. El llamado “feminismo de la diferencia” plantea la necesidad rearticular la
sociedad sobre mecanismos alternativos a los impuestos desde el régimen patriarcal, puesto
que tal como afirma Audre Lorde “las herramientas del amo nunca desmontan la casa del
amo” (115) en su libro de ensayos La hermana, la extranjera (1984). El modelo, si bien no
del todo articulado, respondería a reconocer aquello que históricamente se ha relacionado
con el ser mujer,
Una de las formas afectivas más extendidas en la conformación de una resistencia entre
mujeres refiere al de la sororidad que propone una
“relación entre mujeres que establece fuertes lazos de amistad, confianza, igualdad,
fidelidad y reconocimiento mutuo al verse en común sujetas a diversas formas de opresión,
a la vez que portadoras de formas de mediación social liberadas del binomio fuerza-poder
masculino y regidas por valores de vida, paz y afectividad” (Noguera 634)
Creemos, por último, que estos encuentros entre mujeres no pueden ser subvalorados,
puesto que precisamente a partir de ellos es que se llega a la conclusión y máxima feminista
de “lo personal es político” tal como afirma Carol Hanisch en su artículo (1970) del mismo
nombre: “Una de las primeras cosas que descubrimos, en estos grupos, es que los
problemas personales son problemas políticos. No hay soluciones personales por el
momento. Solo hay acción colectiva para una solución colectiva” (17).
Valeria Zúñiga
Bibliografía.