Pensamientos Verticales Morton Feldman PDF
Pensamientos Verticales Morton Feldman PDF
Pensamientos Verticales Morton Feldman PDF
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Feldman, Morton
Pensamientos verticales / Morton Feldman ; con prólogo de Pablo Gianera. - la ed. - Buenos
Aires : Caja Negra, 2012.
256 p . ; 21x15 cm.
1. Música. I. Pablo Gianera, prolog. II. Fanego, Ezequiel, trad. III. Título
CDD 780
Todos los textos fueron traducidos por Ezequiel Fanego a excepción de “Conversaciones sin
Stravinsky”, “Despues del modernismo”, “Entre categorias”, “Dale mis saludos a 8th Street”,
“Conocí a Heine en la calle Furstemberg”, “Frank O ’Hára: Los tiempos ya perdidos y las esperanzas
futuras” y “Philip Guston: 1980 / Últimos Trabajos”, traducidos por Agostina Marchi.
La revisión técnica estuvo a cargo de Pablo Gianera.
CAJEES
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Sy/YESTHESIfc,
VIENTO
para M orton Feldman
3. Federico Monjeau analiza breve y claramente este punto en el artículo “Formas del
tiempo”, en Ramona. Revista de artes visuales, N° 96, noviembre de 2009.
4. En el mismo sentido, aunque con pretensiones distintas, Peter Bürger sostuvo la tesis
de que la vanguardia podía volver comprensibles estadios anteriores del fenómeno arte
tir de sus estrictos contemporáneos. Podemos leer el alcance de esa ge
nealogía en “Después del modernismo”, ensayo crucial, junto con “Entre
categorías” y “La ansiedad del arte” -los tres con menor énfasis asertivo
que “Conversación sin Stravinsky”, una especie de manifiesto dialoga
d o -, para comprender el pensamiento crítico, y aun religioso, de Feld
man. El compositor remonta la corriente del modernismo en busca de
desvíos. El primer nombre es Cézanne, que nos libró de lo literario y nos
dio la “pintura como pintura”, pero él mismo es un eco de Piero della
Francesca y una anticipación de Mondrian, Rothko y Philip Guston. Lo
que hace de ellos una com unidad a la distancia es el intento de pintar
como un dios.
Cuando Feldman piensa en la “experiencia de lo abstracto” no tiene en
mente la no figuración. Lo abstracto no es necesariamente histórico; recorre
más bien toda la historia del arte. “El salto hacia lo abstracto es más pare
cido a irse de viaje a un lugar en el que el tiempo cambia.” Feldman con
stataba que sentía un tironeo entre esa experiencia abstracta, inconcluyente,
y el trabajo concreto y tangible. Pero lo decía acaso por superstición o pudor
en la medida en que es precisamente por medio de lo abstracto que adviene
lo concreto. Pensemos en Guston. Todo en su trabajo es concreto. Inclu
so en sus pinturas exteriormente abstractas, sobre todo las que correspon
den al período entre 1953 y 1955, no era la abstracción la meta a la cual
tendía el artista; lo que tentaba era, más bien, “la administración de la posi
bilidad de lo concreto en un espacio pictórico”.5 Ya Clement Greenberg,
en su artículo “Pintura de tipo americano”, de 1955, hablaba del “color in
candescente” y de la “descarada y simple sensualidad” de los grandes cuadros
verticales de Rothko.6 Por lo demás, no hay en la segunda mitad del siglo
XX música más sensual que la de Feldman.
i
11. Véase “Después del modernismo”, p. 93.
12. Greenberg, Clement, Arte y cultura. Ensayos críticos, traducción de Justo G. Bera-
mendi, Barcelona Paidós, 2002, p. 253.
liso, inalterado por cualquier vitalismo rítmico, y sostenido por las grada
ciones en las dinámicas.
“No continuidad solo significa aceptar esa continuidad que sucede”, anotó
John Cage, a propósito de Feldman en su “Lecture on Nothing”. Así deberían
leerse también estos escritos. Esa palabra, “escritos”, es la que mejor cuadra a
sus textos. Tampoco aquí hay continuidades evidentes, menos aún demasia
do evidentes como las schubertianas, pero si no las hay es porque esa aparente
falta de continuidad constituye realmente una continuidad que sucede.
Lo mismo en su música tardía que en sus artículos, lo lleno y lo vacío,
lo dicho y lo supuesto, resultan en Feldman términos intercambiables.
***
Pablo Gianera
15. “Después del modernismo” fue traducido por C. E. Feiling para el número 1 de Lulú
(septiembre de 1991). Mercedes Cebrián tradujo “Frank O ’Hara: tiempos perdidos y es
peranzas futuras” para el dossier sobre poesía y música incluido en el número 78 (junio-oc
tubre de 2009) de Diario de Poesía. En el número 96 (noviembre de 2009) de Ramona. Re
vista de artes visuales, se publicó “Entre categorías”, en traducción de Luciana Olmedo-Wehitt,
y para el número ya mencionado de Las ranas, Pedro B. Rey tradujo “La ansiedad del arte”.
16. Beckett, Samuel, Obra poética completa, traducción de Jenaro Talens, Madrid, Hi-
perión, 2007, p. 186.
(\S
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)
SONIDO, RUIDO, VARESE, BOULEZ*
No hace tanto recibí noticias de Europa que afirmaban que Boulez es
taba adoptando los métodos del azar utilizados por John Cage y quizá
también por mí. Al igual que Mathieu, planea demostrarnos a .nosotros,
chicos K a tzen ja m m ercómo puede hacerlo un francés ambicioso. Fue
fácil para Napoleón llegar hasta Moscú. Y será curioso observar a Bou
lez replegándose en Darmstadt.
Boulez carece tanto de elegancia como de sensibilidad física. Su soni
do consiste en millones de gestos, que se dirigen todos hacia arriba (y no
ciertamente hacia el cielo). Un étude, una caricatura de nuestros tiempos,
un homenaje a Artaud y Fritz Lang.
No obstante, es un magnífico académico, y gracias a su éxito podremos es
cuchar más de Várese, John Cage, Christian Wolff y de mi propia obra.
En varios de mis trabajos, como en The Swallows ofSalangan, todas las al
turas están predeterminadas, pero es el intérprete quien elige la duración
(lenta) que le dará a cada sonido. El efecto es como el de una serie de re
verberaciones proveniente de una misma fuente sonora. Lo que hice en
Structuresfo r Orchestra (1960-1962) fixe “fijar” (anotar de manera precisa)
aquello que podría ocurrir si la obra utilizara elementos indeterminados.
11er para referir a un género musical que sintetiza música clásica y jazz, y asume como
uno de sus aspectos centrales la improvisación. [N. del T.]
Stravinsky nos obsequió una cuidada cancionciUa neoclásica que tam
bién deleitó a nuestra familia, esta vez flotando desde un globo. Oh, de
qué manera se divirtieron mientras se deslizaban sobre Provenza y luego
cruzaban la frontera española hacia África del Norte. Es verdad que la tra
vesía por las estepas rusas implicó un reto más largo y agotador, pero afor
tunadamente el globo pronto pegó media vuelta, de regreso a la seguridad
de París y al retrato de Vuillard de Edward G. Robinson y su familia.
También mi propio viaje en esta noche de noches pronto había llega
do a su fin. Partí poco antes de que la pieza de Schoenberg empezara. ¿Ne
cesito agregar algo más? No es que mis aventuras hayan terminado con
este concierto... Pero dejaremos eso para otra ocasión.
INTERSECCIÓN MARGINAL, INTERSECCIÓN II,
INTERMISIÓN VI*
Christian Wolff señaló una vez que eventualmente todo se vuelve melodía.
Esto es verdad. El tiempo resuelve la complejidad. Eventualmente nos que
damos con lo unidimensional: con la superficie del reloj en lugar de con el
funcionamiento de sus partes internas. El tiempo en relación con el sonido
no difiere de un reloj solar cuyas enigmáticas agujas se desplazan impercep
tiblemente a lo largo de su viaje. Pero si el sonido tiene por naturaleza ser
prácticamente naturaleza, permitámonos entonces observar nuestro reloj
solar en ese momento en el que ya no hay sol, pero sí una luz abundante. Pa
radójicamente, es en ese momento cuando el tiempo se vuelve menos escu
rridizo. Todas las sombras se han retirado dejándonos solo un objeto erosio
nado. En estos momentos el tiempo en sí se vuelve menos perceptible en
tanto movimiento y más inteligible en tanto imagen. En el primer caso nues
tro tiempo-sonido está bajo el total escrutinio de una luz moderada, pronto
a convertirse en la mirada fija de la melodía. En el segundo, el tiempo se ha
paralizado en el sonido. Todavía hay movimiento, solo que este se ha trans
formado en nada más que la respiración misma del sonido.
El arte, en relación con la vida, no es otra cosa más que un guante al revés.
Pareciera tener las mismas formas y contornos, pero nunca podrá ser usado
con el mismo propósito. El arte no nos enseña nada sobre la vida, del mismo
modo que la vida no nos enseña nada sobre el arte.
S
UNA VIDA SIN BACH Y BEETHOVEN*
* Publicado originalm ente en 1965 para acom pañar la edición del disco Leonard
Berstein Conducts Music o f Our Time (Colum bia Records).
CUATRO INSTRUM ENTOS*
¿Recuerdan cómo en Dr. Zhivago la historia arrasa con todo lo que tiene
que ver con su vida, con todo aquello que provoca el más ligero sentimien
to humano? ¿Cómo su identidad es aplastada por la historia, por la revo
lución? ¿Cómo todo aspecto personal, toda fantasía, toda vulnerabilidad
humana pierden su significado y pasan a un segundo plano?
El mismo tipo de dinámica que arrasó con la vida de Pasternak puede
tener lugar en el arte. Allí también el hecho de que algo haya acontecido,
de que algo exista en la historia, lo reviste de una autoridad sobre nosotros
que no se relaciona directamente con su verdadero valor o significado. Lo
percibimos en la vida; ¿por qué nos cuesta percibir que también en el arte
a los hechos y sucesos de la historia se les permite aplastar todo lo sutil,
todo lo personal de nuestro trabajo?
Sin embargo el artista no se resiste. Se identifica con esta fuerza que
solo puede destruirlo. De hecho, ejerce sobre él una atracción irresisti
ble al ofrecerle metas ya conocidas, la ilusión de seguridad en su obra,
la tentadora certeza de que nada triunfa en el arte; como si se tratara
Años atrás alguien me dijo: “Si amas algo, ¿por qué cambiarlo?”.
Pese a que esta pregunta no hacía referencia al arte del pasado, muy
bien podría. Para responderla, uno debe comprender que el amor por el
pasado en el arte significa algo muy distinto para el artista que para el pú
blico. Tengan en cuenta que la vida del artista es breve, un lapso ordinario 55
de, digamos, setenta y pico de años. El público, por su parte, se prolonga
durante siglos y, de hecho, es inmortal.
El público siente la pérdida que implica todo cambio de un modo
mucho más crucial que el artista, en tanto ama el arte con ese amor pasio
nal que uno le otorga a las cosas que no puede verdaderamente poseer. Lo
que el arte exige del artista, en cambio, es que este se reponga de su pérdi
da. Una situación muy difícil para el artista. El siente que el público está
sofocando el arte con su amor y preocupación. No comprende la natura
leza de su amor, o la naturaleza de su pérdida.
Pero tal vez todo esto sea una digresión. A lo que quiero llegar es a que
hay una diferencia entre las muchas ansiedades de un artista que trata de
hacer algo, que trata de encontrar un resguardo ante el fracaso, y la ansie
dad del arte. La ansiedad del arte es una afección especial y lo cierto es que,
aunque parezca serlo, no es en lo más mínimo una ansiedad. Aparece cuan
do el arte se escinde de aquello que conocemos, cuando habla con su pro
pia emoción.
Mientras que en la vida hacemos todo lo que podemos para evitar la
ansiedad, en el arte debemos perseguirla. Lo que no es fácil. Todo en núes-
tras vidas y en nuestra cultura, sin importar cuál sea nuestra formación,
nos lleva en la dirección contraria. Y sin embargo, persiste la sensación de
algo inminente. Y lo inminente, descubrimos, no es ni el pasado ni el fu
turo, sino sencillamente... los próximos diez minutos. No podemos ir más
lejos que eso, y no lo necesitamos. Si el arte tiene un cielo, quizá sea este.
Si existe una conexión con la historia es después del hecho, y esto puede
resumirse perfectamente en las palabras de Willem de Kooning: “La his
toria no me influye. Yo la influyo”.
4»
PREDETERMINADO / INDETERMINADO*
Hace algo así como dos años compartí una velada con varios colegas. Cada
uno de nosotros estaba vinculado a una música que, en diferentes momen
tos y por muy diferentes razones, había causado algún tipo de controver
sia. Se recordaron una buena cantidad de incidentes —viejos y nuevos rela
tos de “escándalos”- , todo esto sumado a la cualidad a la vez jovial y
peligrosa de la velada. Yo no estaba cómodo. Sabía que no existía una ver
dadera comunidad entre nosotros. Cada uno tenía su propio grupo de pre
sión. Cada uno resultaba amenazante para la existencia de los otros. Y, lo
más importante de todo, la idea que todos ellos tenían de la música era
algo diferente a la mía. Podremos reencontrarnos en otro frío y jovial es
cenario, pero saber que uno defiende una idea es saber que uno está solo.
Abandoné la reunión bastante tarde acompañado de Pierre Boulez y nos
dirigimos juntos hacia la taberna Cedar. Cerramos el bar esa noche. Lo ce-
* Escrito en 1965, este artículo fue publicado originalmente en la revista Composer (Vol.
19), en 1966.
rramos, de hecho, para siempre, pues el edificio pronto sería demolido. Con
versamos mayormente sobre literatura norteamericana, y muy poco sobre
música. No había nadie allí que yo conociera; los clientes más viejos habían
dejado de ir algún tiempo atrás. De alguna manera no me parecía correcto
que yo pasara esa última noche con Boulez, que representa todo lo que no
quiero que el arte sea. Es Boulez, más que cualquier otro compositor con
temporáneo, quien le ha otorgado al sistema un nuevo prestigio. Boulez,
quien una vez dijo en un ensayo que no le interesaba cómo sonaba una pieza,
solo le interesaba cómo estaba hecha. Ningún pintor hablaría de esta mane
ra. Philip Guston me dijo alguna vez que el hecho de poder ver cómo se hizo
una pintura la vuelve inmediatamente aburrida para él. La preocupación por
cómo se hacen las cosas, por los sistemas y la construcción, pareciera ser una
característica de la música de hoy en día. Se ha vuelto, en muchos casos, la
verdadera temática de la composición musical.
Es interesante el hecho de que los compositores del pasado son usual
mente también recordados como intérpretes legendarios. Quizá haya sido
esto lo que le otorgó un cierto halo de realidad, físico, a la música que com
ponían. Las osadas aventuras armónicas emprendidas por Beethoven en al
gunas de sus sonatas tardías contienen la presencia de sus dedos y de su
oído. Lo mismo puede decirse de algunos pasajes de Chopin, Liszt, Scria
bin, Debussy. Varese fue uno de esos legendarios intérpretes. Su instrumen
to era la sonoridad.
Por supuesto que la historia de la música es, en un sentido, la historia de
su construcción. La música se ha visto siempre involucrada en el reordena
miento de un control sistematizado, porque pareciera no haber otra alterna
tiva. La transición hacia la atonalidad a comienzos de siglo y su subsecuente
organización por parte de Schoenberg en el método dodecafónico de com
posición no significaron una alternativa. Se trató de otro proceso de organi
zación, y de uno que logró adaptarse perfectamente a las formas antiguas.
La idea de que la construcción puede ser el objeto de la música irrum
pió mayormente gracias a las rupturas que la innovación musical produjo
en los últimos cincuenta años. Se creyó que todas estas ideas novedosas po
dían ser asimiladas dentro del orden lógico existente. Y durante la primera
mitad del siglo este procedimiento dio resultado. No se consideró que las
nuevas posibilidades del sonido sugeridas por estas innovaciones podrían
contener alguna relevancia compositiva. Solo se hizo énfasis en la unifica
ción de todos estos elementos musicales novedosos en uniform a significa
tiva. Un mayor énfasis en ese elemento más evasivo -el sonido—hubiera per
turbado el precario balance de la “composición ideal”.
A medida que la música se volvió aún más compleja después de la Se
gunda Guerra Mundial -u n a vez que el método de la manipulación dode-
cafónica comenzó también a utilizarse para aislar el ritmo, las dinámicas,
etcétera—, el sonido se reveló como un elemento desproporcionado, dema
siado inmenso como para ser ignorado. Para cuando trataron de recompo
ner a Humpty Dumpty tuvo lugar una explosión sonora. El sonido se había
vuelto inmanejable; aquello que Boulez había despreciado tomaba el cen
tro de la escena.
Entre 1950 y 1951 cuatro compositores -John Cage, Earle Brown, Chris
tian Wolff y y o - se hicieron amigos, comenzaron a frecuentarse cotidiana
mente... y algo pasó. Acompañados por el pianista David Tudor, cada uno de
nosotros a su propio modo contribuyó a un concepto de la música en el que
varios de sus elementos (el ritmo, la altura, la dinámica, etcétera) eran libera
dos. En la medida en que esta música no estaba “fija”, no era posible anotar
la a la vieja usanza. Cada nuevo pensamiento, cada nueva idea dentro de este
nuevo pensamiento sugería su propia notación.
Hasta ahora solo había sido posible identificar los distintos elemen
tos de la música (el ritmo, la altura, la dinámica, etcétera) a la luz de su
interacción formal. Una vez que se cede el control, estos elementos pier
den su identidad inicial, inherente. Pero es justamente esta identidad la
que posibilita que los elementos se unifiquen en el interior de la compo
sición. Sin esta identidad no puede haber unificación. Se desprende de
esto que una música indeterminada únicamente pude conducir a una ca
tástrofe. Nosotros permitimos que acontezca esta catástrofe. Por detrás,
el sonido; que todo lo unifica. Solo a partir de “desfijar” los elementos
tradicionalmente empleados en la construcción de una pieza musical per
mitimos que el sonido exista en ellos mismos, no como símbolos ni como
recuerdos que de todos modos eran recuerdos de otra música.
Pese a que la música indeterminada fue denunciada como antiintelec
tual e incluso irracional, después de un tiempo los métodos empleados para
alcanzarla empezaron a despertar un cierto interés. Una serie de influyen-
tes compositores, particularmente hombres de un vasto apetito intelectual
como Karlheinz Stockhausen, comenzaron a incorporar estas “técnicas”
novedosas a sus propias meditaciones. De modo paradójico, eran utiliza
das como un nuevo criterio de control. Stockhausen, por ejemplo, asume
que un método indeterminado tendrá el mismo efecto, en un sentido “es
tadístico”, que la más compleja y precisa anotación. Evidentemente, debe
creer que lo que hemos estado intentando idear es un nuevo camino para
obtener los mismos viejos resultados.
Las implicaciones aquí van más allá de las que podría tener una desave
nencia técnica. Ilustran perfectamente la función histórica del establis
hment. De alguna manera nos dicen: “Pese a que eres el padre de esta m ú
sica, no consideramos que seas los suficientemente responsable. Por lo tanto
nosotros asumiremos la custodia de tu arte”.
El círculo se ha cerrado. La implicación obsesiva con el “orden” en la
música ha llevado a un punto en el que el más temerario quiebre respecto
del proceso histórico es utilizado con la esperanza de encontrar una salida.
PHILIP GUSTON: EL ÚLTIMO PINTOR*
Hace varios años solíamos jugar un juego con Philip Guston. Hacíamos de
cuenta de que éramos los últimos artistas. ¿Recuerdan aquel verso de Ale
xander Pope “A rt after art goes out, and all is nighin'( Como en una fantasía
escatológica, el “fin del mundo” era en verdad el fin de una era.
Es significativo que durante todos estos años Philip Guston y John
Cage hayan sido igualmente importantes para mí. Con Cage ya éramos
los últimos artistas, pero se trataba más de “el arte después de que el arte
se haya apagado, y todo es lu z’. En realidad, me pienso a mí mismo como
un doble agente. Kierkegaard confesó que de no haber sido filósofo ha
bría sido espía.
Durante esos años conversamos entre nosotros sobre un arte imagina
rio, en cuyos confines no existiera prácticamente nada. En algún punto era
como una conversación de a tres, pese a que nunca llamé la atención de
uno sobre las ideas del otro, y, hasta donde yo sé, Guston y Cage nunca
hablaron sobre el tema. Nuevamente era mi papel como doble agente el
que mantenía intacto el precario balance en la familia.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin Várese? Pues en mi más secreto e intrinca
do ser soy un imitador. No es su música, su “estilo” lo que imito; es su pos
tura, su modo de vivir en el mundo. Y así, periódicamente, voy a la sala de
conciertos a escuchar una de sus composiciones o lo telefoneo para acordar
una cita, sintiéndome no tan distinto a como deben sentirse aquellos que
emprenden una peregrinación a Lourdes en espera de una cura.
En lugar de inventar un sistema, como Schoenberg, Várese inventó una
música que nos habla con una tenacidad increíble antes que con su meto
dología. Cuando escuchamos a Várese nos preguntamos “cómo es que él
lo hizo” y no “cómo fue hecho”.
De pronto, hacia el final de su vida, Kierkegaard comenzó a preocupar
se por cuál sería su respuesta si al llegar al cielo le preguntaran: “¿Has deja
do las cosas en claro?’. Se dio cuenta de que, para dejar las cosas en claro,
debía dar a luz el hecho de que, de todos los. que servían a la Iglesia de Di
namarca, ninguno sentía nada por Dios. ¿Y qué hay de nosotros? ¿Qué res
ponderíamos si nos encontráramos frente a la misma pregunta? Conside-
Duchamp afirmó alguna vez que no existe algo así como el arte, solo hay
artistas. Puede decirse que Earle Brown y John Cage se encuentran en esta
creencia. A pesar de que ambos tomaron hace tiempo diferentes caminos la
idea todavía, en algún sentido, los mantiene unidos, aunque solo sea como
punto de partida. La música indeterminada sigue siendo “antiarte” para sus
detractores. Ellos siguen siendo “antiartistas” para nosotros. Nos acusan de
haber renunciado al control en favor de lo aleatorio, lo indiscriminado; algo
así como si hubiéramos renunciado al matrimonio en favor del amor libre.
Y, para nosotros, sus “elecciones” no parecen más que las elecciones de un
sistema que siente, piensa y escucha por ellos.
Lo que es único en Earle Brown es que haya rechazado la idea de siste
ma a pesar de tener una mente magníficamente orientada hacia lo analítico.
“Lo que me interesa”, escribe Earle Brown, “es encontrar el grado de condi
cionamiento (de la concepción, la notación, la realización) que equilibre a la
obra entre el punto de control y de no control... No hay una solución final
a esta paradoja... que es la pregunta de por qué el arte es”.
* Publicado originalmente en 1966-1967 por la revista Composer (Vol. 22) y luego por
Source (Vol. 4, N° 2) durante julio de 1970.
1. “B ook Book” es el nombre de una canción de batalla de la Universidad de Yale, uti
lizada generalmente en las competencias adéticas. [N. del T.]
able resurgimiento que experimentaba la ejecución en estas universidades.
Parece que alguno de ellos está incluso organizando sus propios grupos de
intérpretes, y hasta compiten a veces entre sí para contratar a músicos pro
fesionales freelance. Se requieren los servicios de estos profesionales en tanto
los eventos musicales que realizan se desarrollan no solo como eventos in
tercolegiales, sino también en ruinas históricas de la talla del Carnegie Hall.
En el artículo se señalaba también que lamentablemente Harvard se ha
mantenido inactivo en este campo; en un gesto estilo Pravda, Harvard es
reprendido por desperdiciar sus oportunidades.
¿Y la música en sí misma? Decir que es una versión trasnochada de los
últimos días de Schoenberg o Webern sería simplificar demasiado. En algún
sentido encarna una crítica a Webern y Schoenberg. Tomar las ideas de
otro compositor, desarrollarlas, expandirlas, imponerle a su lógica una su-
perlógica; esto implica un elemento crítico.
Quizá podamos describir a esta música como “vanguardia académica”,
un término que ya comenzó a usarse y que abarca ciertos desarrollos do-
decafónicos, su aplicación al pensamiento tonal, varios procedimientos vin
culados a la investigación con música electrónica, e incluso recientemente
ha empezado a incluir un tipo de música aleatoria académica. Créanlo o
no, existe algo así... y ellos lo tienen.
En términos generales, sin embargo, comienza a tejerse una alianza
entre los compositores de los campus y la tradición musical alemana. Lo
que resulta totalmente comprensible: la música dodecafónica, pese a que
no representa un gran éxito para las salas de conciertos, es perfecta para los
salones escolares. Después de todo, las cervecerías alemanas siempre han
sido muy populares en los campus norteamericanos.
Si toda esta música tiene un marcado acento alemán, el espíritu prag
mático y abierto que les hace un lugar es decididamente norteamericano.
Para comprender por completo sus más profundos significados, uno debe
tener en cuenta no solo a William James, sino a su familia entera. Lo te
nemos al mismísimo William, mirando desde su torre de marfil y com
prendiendo que lo más práctico era quedarse allí encerrado. También a su
hermana, brillante, mórbidamente intelectual, escritora de epístolas. Lo te
nemos a Henry, que decidió huir a Inglaterra al sentir que había algo sos
pechoso en algún lugar. Y también había un hermano menor -creo que su
nombre era B ob- que frente a la tumba recién cavada de su madre excla
mó: “Me siento tan feliz por ella”. Bob es el que más me interesa de todos.
Él realmente la vivió.
Uno se pregunta si estos excéntricos y distinguidos fantasmas todavía
merodean los corredores de Harvard. ¿Será esta la razón por la que se ha
mantenido de algún modo al margen de toda esas tácticas de publicidad
agresiva al estilo Schuller que tienen lugar en todos lados? Quizá. Pues
mientras que nuestro artículo asocia esta saludable actividad con la “gran
tradición del pensamiento filosófico norteamericano”, no son Emerson ni
Thoreau, ni siquiera James, sus guías espirituales. Su guía es un tal Her
mann Weyl. El principio intelectual detrás de esta música se basa en los es
critos de este Hermann Weyl, cuya materia parece ser el “sometimiento ra
cional de lo ilimitado”. Oh, Lukas Foss, ¿acaso te escucho reír? El artículo
en cuestión nos asegura que este “sometimiento racional de lo ilimitado”
es “absolutamente suficiente para justificar la actividad” de estos compo
sitores de avanzada, y que ellos “no deben disculparse” por cosas como la
sensibilidad o la comunicabilidad.
Se entiende que la virtud moral e inquebrantable confianza de estos
grupos universitarios proviene principalmente de una cosa. Su responsabi
lidad. Una palabra clave, aparentemente. Ellos asumen y demandan esta
responsabilidad, no solo para su vida musical autónoma, sino también para
cada nota de sus composiciones. ¿Pero qué es lo que esta palabra, respon
sabilidad, significa? Permitámonos por un momento imaginar que uno de
estos jóvenes compositores universitarios, tomado por estado de delirio in
telectual, comete un asesinato (no musical). Si se lo encuentra culpable en
un tribunal de justicia, ¡será justamente por ser responsable! De hecho, su
grado de responsabilidad dependerá directamente de su grado de culpabi
lidad. Responsable es claramente la palabra equivocada. Deberían reem
plazarla por “unión”, si es que no les gusta el viejo término, “académico”.
Todo se reduce a esto. Si un hombre enseña composición en una uni
versidad, ¿cómo podría no ser un compositor? H a trabajado duro, apren
dido su oficio. Ergo, es un compositor. Un profesional. Como un médi
co. Pero está ese médico que te abre, hace todo lo que hay que hacer, te
cierra... y uno muere igual. No pudo aprovechar la oportunidad para sal
varte. El arte es una operación crucial, peligrosa, que llevamos a cabo sobre
nosotros mismos. A no ser que aprovechemos la oportunidad, morimos
en el arte.
Es cada vez más evidente que para estos sujetos la música no es un arte.
Es un procedimiento diseñado para enseñarles a los profesores cómo ense
ñar a otros profesores. Es natural que mediante este procedimiento la mú
sica de un profesor no sea diferente respecto de la de aquel profesor al que
le está enseñando. La libertad académica pareciera descansar en la tranqui
lidad de saber que uno es libre de ser académico.
Un pintor cuyas obras fueran siempre exactamente iguales a las de Jack-
son Pollock pronto estaría de camino al centro psiquiátrico de Rockland.
En música, lo nombrarían director de un departamento académico. .
¿Y qué es lo que pasa con el joven que va a la universidad para apren
der su oficio como compositor? Al igual que todo joven, es un romántico.
Y una de las cosas ante la cual se comporta como un romántico es la ori
ginalidad. En última instancia, el éxito. Pero pronto se olvida de su sueño
por ser este tan remoto, tan inalcanzable. Estudia, trabaja duro. Tras, di
gamos, seis años de intenso entrenamiento musical, tendrá suerte si pode
mos llamarlo “sobreviviente”.
¿Han mirado alguna vez a los ojos a un sobreviviente de los departamen
tos de composición de Princeton o Yale? Seguramente se encuentra muy cerca
de obtener algún puesto permanente, pero ha desertado del arte.
De todos modos él continúa. Viaja a Darmstadt, pero se siente desahu
ciado en medio de tanta tradición. ¡Todo lo que él tiene son relaciones de
alturas, mientras Stockhausen emplea cinco siglos de toda tradición musi
cal imaginable simultáneamente en tres segundos! No obstante, nuestro
hombre sigue adelante. Ocasionalmente escribe alguna pieza. Ocasional
mente esta es tocada. Siempre existe la posibilidad de que alguna se in
cluya en las series de Gunther Schuller. Sus piezas están bien hechas. Él
no carece de talento. Las críticas no son malas. Algunos premios —un
Guggenheim, un Arts and Letters, un Fulbright-; esta es la vida musical
autorizada de Norteamérica.
Uno no puede ir contra el sistema, y menos si este funciona. Y este sis
tema sí que funciona. Uno puede ponerlo en un tubo de ensayo y com
probarlo. Uno puede conectarlo a un sintetizador y escuchar cómo se es
tremecen las Fundaciones. Estos hombres son su propia audiencia. Son
su propia fama. Pero crearon un clima que ha degradado la actividad m u
sical de toda una nación a nivel universitario.
La otra vez recibí un telegrama a través del cual me convocaban a Prin
ceton. Era algo que esperaba. Una vez más emprendí el monótono viaje a
través de los departamentos de New Jersey, una vez más me cautivó el tramo
completamente adorable que conecta el empalme de Princeton con el cam
pus. Mis antiguos colegas estaban todos reunidos, ansiosos por escuchar lo
que tenía para decir. Yo estaba perfectamente preparado. “Compañeros y
honorable director”, comencé. “Sin saberlo y sin proponérmelo he incor
porado un elemento cosmopolita a su noble tradición musical nacional.
¿Cómo podría explicar, cómo justificar esta enuncia interna...?” Pero no es
necesario continuar con esto; pues ocurrió solo en un sueño.
“La tierra se ha vuelto pequeña y sobre ella da saltos el último hombre,
quien hace que todo sea pequeño. Tiene algo de lo que sentirse orgulloso.
¿Qué es ese algo de lo que se siente orgulloso? Él lo llama educación”
Así habló Nietzsche.
CONVERSACIONES SIN STRAVINSKY*
* Compuesto a partir de una charla informal que Morton Feldman mantuvo con uno de
sus amigos en Nueva York, este texto fire publicado originalmente en 1967 por London
Magazine (Vbl. 6, N° 12) y luego por Source (Vol. 1, N° 2) durante julio de ese año.
no es la palabra correcta; siempre implica una referencia al pasado. Lo que
está ocurriendo por estos días en Inglaterra no es un retorno al pasado ni
una rebelión en su contra. Es lo que en algún otro lado describí como sa
lirse de la historia. Los jóvenes intelectuales que conocí... No están miran
do hacia Nueva York en busca de un Guernica o un Gruppen. Con lo que
se identifican es con el espíritu que emana de la escena neoyorquina, con
esa fantástica paradoja de “Abajo la obra maestra; arriba el arte”.
Francia estaba tan preocupada por lo nuevo que lo nuevo le pasó de largo.
Alemania es demasiado ecléctica, Estados Unidos, también, habiendo cedido
como cedió ante las vanguardias académicas... Pero en Inglaterra realmente
se siente. Incluso los estudiantes con quienes conversé estaban dispuestos a
suspender sus propios valores, dispuestos a escuchar.
Estoy fam iliarizado con Cardew principalmente como el hombre que “hizo
realidad”parte de las partituras para la obra de Stockhausen, C arré...
Sí, fue parte del estudio de Stockhausen en Colonia por varios años. Como
le ocurrió a Dunstable algunos siglos antes, tuvo que dedicar gran parte
de su vida solo a llegar “adonde está la acción”. En un momento se ense
ñó a sí mismo a tocar la guitarra solo para poder participar en la interpre
tación de una pieza de Boulez, lo que es como decir que aprendió danés
para leer a Kierkegaard. Todavía guarda copias de las partituras para piano
que David Tudor trajo de los Estados Unidos a principios de los cincuen
ta, copias que en aquel momento hizo él mismo. El público sabe muy
poco acerca de todo eso, acerca del modo en que la comunidad artística
actúa e interactúa. Para cuando el público entra en escena, todo lo que es
cucha es la oración fúnebre. Tienen la impresión de que cierta facción ar
tística los representa ante el mundo, pero lo cierto es que la gran mayoría
de las veces han elegido a los hombres equivocados. Cardew y sus amigos
tienen mucho más prestigio en el resto de Europa que en Inglaterra, pero
eso solo enriquece la trama. Están creando su propia escena en Inglaterra,
de modo muy similar a como Cage y el resto de nosotros lo hicimos aquí
en Norteamérica en los cincuenta. Si hay que decir algo de ellos, sin em
bargo, es que en la comparación son más fanfarrones; parecen aún más
salidos de una película que nosotros en nuestro momento. ¿Puedes ima
ginarte a Cardew, Tilbury y Bedford tomándose el tren nocturno y cru
zando el Canal hasta Varsovia? Cardew en su abrigo Victoriano, Tilbury
en ese piloto negro que usa todo el tiempo, Bedford en una chaqueta de
cuero... ¡Tres conspiradores sacados de una novela de Eric Ambler cami
no a representar a Inglaterra en uno de los festivales de música avant-garde
más importantes de Europa!
Eso es bastante cierto. De hecho, nada de lo que dices suena tan distinto a la
universidad norteamericana promedio.
Aquí la investigación es mejor; pero, de nuevo, eso es solo una cuestión de
dinero. Para mí la verdadera diferencia está en el chisme. Los departamen
tos de música de las universidades americanas son hervideros de intrigas.
Una vez tuve una charla con León Kirchner en la oscuridad laberíntica de
una sala de conciertos neoyorquina. Me dicen que a la mañana siguiente
todos los estudiantes de Kirchner en Harvard estaban al tanto de nuestro
téte-h-téte. Entonces, hablando de “musicología”... Si existe en Inglaterra,
es subterráneo. Nadie parece impaciente, nadie me pidió cartas dé reco
mendación. Cuando los estudiantes de posgrado vienen a visitarme aquí,
en los Estados Unidos, siempre quieren algo. Como ha dicho uno de nues
tros presidentes menos estimados, “el negocio de Norteamérica es el nego
cio”. Bien, en Inglaterra no lo es, o al menos no parece serlo. Lo que se
siente es otra cosa... Una atmósfera inconfundible de espera.
La palabra establishment es, por supuesto, solo una farsa de music-hall.
Ningún país está libre de eso, y el “establishment” cambia constantemen
te; tan así es aquí en Norteamérica que William Schuman una vez me pre
sentó a su mujer como una compositora que estaba “tanto dentro como
fuera”. Pero hablando en serio, eso que se siente en Inglaterra, esa espera
del “establishment”, esa espera por ser acogido, ser aceptado, es más fuer
te allí que en cualquier otro lugar que conozca. Quizá sea eso lo que crea
esa extraña atmósfera de inmadurez, como si todo el mundo estuviera vien
do el destino escrito, no en la pared, sino en el pizarrón.
No es obvio, como sí lo es en París, donde el arte es burgués, la co
mida es burguesa, el artista mismo es burgués. O en América, por ejem
plo, donde la clase media es dueña, es literalmente dueña del Ballet y la
Filarmónica. En Inglaterra es distinto; todavía se siente una asociación
con la realeza, todavía se siente una especie de mohosidad propia de aquel
mecenazgo de antaño. Es casi como si hubiesen dejado que toda posibi
lidad de un recrudecimiento, artísticamente hablando, les resbalara entre
los dedos... Como si hubiesen dejado que se les resbalara en medio de
esta comente aún activa del Imperio, de todo. Todo lo que tienen, y todo
lo que necesitan, es la tradición. En Nueva York todo lo que uno tiene y
necesita es el arte. Ninguna otra cosa puede sobrevivir en un basural así
de estéril.
Philip Guston una vez me contó acerca de una visita que le hizo a un
pintor italiano en Venecia. Luego de hallar su camino hasta un callejón os
curo y trepar hasta el último piso de un palazzo clásico, golpeó a la puer
ta, entró, y sobre el caballete vio una gigantesca pintura de una ciudad fu
turista. El paisaje neoyorquino no permite soñar con otros mundos, pero
a cambio tenemos otra cosa: el progreso no nos engaña. Somos los archi-
modernistas sin sentimiento alguno por la modernidad.
Y así y todo, sentado en ese tren, mirando por la ventanilla, pensé en
Rimbaud volviendo a Francia para morir. Qué agradecido debe de haber
estado de que tan poco hubiera cambiado. Aun como extranjero sentí la
necesidad de que Inglaterra siguiera siendo la misma, por si alguna vez
tengo que volver, sea cuando sea. Entonces entendí la ambivalencia, en
tendí cuán difícil, cuán problemático tenía que ser para ellos entrar en
un sonido del siglo XX. Inglaterra es tan hermosa, tan, tan hermosa que
cualquier cosa creada allí se vuelve, de por sí, inviolable.
Si esa es tu sensación ¿qué consejo podrías darle a los jóvenes compositores
ingleses ?
Tengo muy pocos consejos para dar y muy poco para sugerir. Si un estu
diante está perplejo y desconcertado, todo lo que puedo decirle es: “Ve a
una buena escuela, empieza a aprender desde el principio —si es que algu
na vez consigues encontrar tal principio—y nunca, nunca pares”. Hasta po
dría ocurrir que, si nunca paras, lo logres. Brahms lo hizo.
Por lo demás, lo que está faltando en la música es lo que siempre le ha fal
tado a la música en todos lados, un Blake o un Hopkins que la carguen de
una sintaxis más personal, más implicada con su propio sentido, con su pro
pio vocabulario. Si uno lee cartas de Keats o Byron, descubre que muy a me
nudo solían estar bastante insatisfechos con la poesía. Pushkin tiene un poema
largo, maravilloso, en el que, luego de varios versos vacilantes, interrumpe
todo para decir: “¡Hey! ¿Qué le pasa a mi Musa? ¡Renguea!”. ¿Qué composi
tor se ha quejado alguna vez de la música? El compositor está siempre eufó
rico, lleno de sí mismo. Está casado con una Musa perfecta, una aburrida per
fecta, ¡una puritana! Especialmente hoy, que la ciencia y las matemáticas gozan
de tanto prestigio, el compositor quiere que su música esté a tono con los
tiempos. En los Estados Unidos lee a Max Planck. En Inglaterra... No sé qué
lee en Inglaterra, pero estoy seguro de que allí a él, también, le encantaría sen
tir que si algo no puede medirse entonces no existe.
Como el sastre, el compositor está siempre ocupado con el metro. No
tiene el problema de la verdad. Lo que quiero decir es que no trabaja con
la imposibilidad de alcanzarla nunca, como el pintor o el poeta. Para el
compositor la verdad es siempre el proceso, el sistema.
Hablaste del artículo de Tempo. ¿Estás de acuerdo con el supuesto del que
parte, de que una composición musical puede ser concebida independiente
mente del sonido?
Ese es un supuesto que me ubica en la clásica posición del único tipo cuer
do en un manicomio lleno de lunáticos. Hace poco, en un programa de
radio con John Cage, mencioné a Semmelweis, un doctor judío que solía
ser apedreado en la calle por pedirles a los médicos que se lavaran las manos
antes de asistir a las parturientas. ¿Puedo identificarme con este doctor
judío? Lo único que pido es que los compositores se laven las orejas antes
de sentarse a componer. ¿De qué otro modo voy a responderle a tantas au
toridades, a tanta palabrería acerca de las “secuencias lógicas de ideas” de
Beethoven? El hecho es que en una ocasión el mismo Beethoven se moles
tó muchísimo cuando alguien lo llamó compositor. Quería que se refirie
ran a él como un poeta del sonido.
Si el artículo me acusara de matar la melodía, bajaría la cabeza. ¿Pero
relaciones de altura? Me resulta imposible entusiasmarme con eso. No niego
la validez de la serie. Pero en relación con la experiencia sonora actual, a
mí me resulta el equivalente de un corralito de bebés, igualmente lleno de
juguetes y chupetes.
Es cierto, eíi líneas generales, que lo que nos genera confianza en un
compositor es una cierta uniformidad, una cierta consistencia que pueda
percibirse a lo largo de toda su obra. Tenemos esta sensación de un “mundo”
en el canto gregoriano, en Debussy, en la música dodecafónica. Pero en la
música serial contemporánea, con los aspectos tímbricos ganando protago
nismo, con el objet sonore más incluido, más extendido en términos de or
ganización de alturas, la música misma se ha transformado en nada más que
un juego de azar acústico. Componen en términos de organización, en tér
minos de densidades e instrumentación, pero no componen para el oído.
No se puede discutir con la lógica. No tengo ninguna pelea real con ese
hombre de Tempo. Estoy de acuerdo con él en todo lo que dice acerca de la
música... Con una diferencia. No me gusta. Quiero cambiarlo.
Cuando uno se compromete con un sonido en tanto sonido, en tanto
-para tomar prestada la frase de Einstein- pensamiento limitado pero a la
vez infinito, las ideas nuevas se sugieren solas, piden definición, explora
ción, piden una mente que sepa que está entrando a un mundo vivo, no
muerto. Cuando uno parte rumbo a un mundo vivo, no sabe qué llevar
consigo porque no sabe adonde está yendo. No sabe si la temperatura será
cálida o fría; tiene que comprar lo que necesite una vez que esté allí. ¿No
había un antropólogo famoso que insistía en que uno debía llegar al campo
solo, discreto, para poder entrar en el medioambiente sin perturbarlo y des
cubrir su verdadera esencia? Ese no es exactamente el modo en que el De
partamento de Música de la Universidad de Princeton se embarca en sus
expediciones hacia el “Nuevo mundo” del sonido. Son tantos, llevan tanto
consigo. Todos sus equipos, todas sus máquinas. Vienen a escuchar, pero
todo lo que escuchan es el ruido de sus propias máquinas.
88
ALGUNAS PREGUNTAS ELEMENTALES*
Supe que iba a ser un profesional el día que me volví práctico. La practi-
cidad comenzó a manifestarse en hechos como pasar en limpio y de ma
nera prolija mi música, mantener mi escritorio organizado; todas cuestio
nes sin importancia que a simple vista parecen irrelevantes para la obra,
pero que de algún modo la afectan. A través de los años que pasaron desde
aquel momento, siempre me pareció más provechoso experimentar con
plumas estilográficas que con ideas musicales. Recuerdo que durante un
tiempo tuve la idéefixe de que si encontraba la silla perfecta para trabajar
todos mis problemas compositivos se volverían inexistentes. De hecho,
encontré la silla... caminando un día por Chinatown con Robert Raus
chenberg. Era una silla anticuada de contador, alta y robusta, con la pa
labra “Universal” impresa en letras doradas a lo largo del respaldo. Re
cuerdo que Rauschenberg tam bién encontró su silla. Una silla
elegantemente inclinada y con asiento giratorio. Me dio la impresión de
que se parecía mucho a él.
No quiero implicar con esto que practicidad es sinónimo de confort.
Quiero decir en realidad que la practicidad nos acerca al trabajo al favore-
* Publicado originalmente en abril de 1967, en la revista A rt News (Vol. 66, No. 2).
cer nuestra compenetración en lugar de estimular una red de ideas que nos
mantendrían alejado de él.
Aquí es donde lo práctico difiere de lo técnico. La técnica, no importa
cuán infalible sea, pertenece siempre al ámbito de lo especulativo: es una
noción acerca de la perfección, es el sistema. ¿Pero qué ocurre cuando estos
dioses nos fallan?
Kierkegaard dice que toda filosofía especulativa no puede igualar en
complejidad la dialéctica de una mujer que ha sido engañada. Pasa luego
a explicarnos que una mujer en esa situación no puede encontrar un obje
to para su dolor, puesto que el amor no puede comprender el hecho de
haber sido engañado. En el arte, es el propio sistema el que sostiene las fal
sas promesas, el que engaña. Podríamos decir prácticamente que el arte está
dolorido, porque no es capaz de creer que esta decepción está teniendo
lugar. El artista cree que su obra está empeorando porque él no alcanza la
perfección técnica. En realidad, está mirando a los ojos de un engañador,
que constantemente lo hace caer en el mismo dilema, la paradoja. Me está
mintiendo o no, se pregunta a sí mismo. Termina creyéndose la mentira a
pesar de toda la evidencia que la contradice, porque necesita esta mentira
para poder existir en su arte.
Esto nos lleva a la pregunta que creíamos haber respondido a comienzos
de nuestras vidas: ¿qué es la técnica? ¿Es simplemente la habilidad para cla
var un clavo en un trozo de madera? Eso requiere de muy poca práctica. Pero
tomar un concierto de Mozart o una obra de Webern y reescribirla... ¡eso sí
que requiere práctica! Quizá entonces tengamos ya una respuesta, y la técni
ca es simplemente imitación. ¿Pero a quién imitó Mozart para escribir su
propio concierto? ¿Haydn? Pero supongamos que uno está tan desgraciada
mente dotado que no puede siquiera imitar. ¿Dónde está entonces la técni
ca? ¿Es acaso cuestión de dar en el clavo desde un ángulo imposible? Todos
sabemos que en realidad esto tiene que ver con ese pobre y honesto primo
proveniente del campo llamado Oficio.
Dejemos esta cuestión de lado por un momento. Recientemente selec
cioné algunas pinturas de Mondrian para una exhibición en la Universidad
de St. Thomas, en Houston. Es evidente que Mondrian vislumbró una uto
pía. Y simplificó incansablemente, redujo incansablemente en su intento por
acceder a ella. Sin embargo, el modo en que pinta es vacilante y lento... lo
exactamente opuesto a la absoluta certeza de ese estado absoluto, de esa uto
pía. Mondrian está en la pintura, pese a que en términos de su concepción él
creería haber elegido permanecer fuera.
En Guston encontramos un aspecto diferente de la misma dualidad.
Aquí la estructura visual (la parte de la estructura que vemos, que real
mente vemos) se alcanza de una manera muy lenta, muy precaria. Y sin
embargo está pintada de un modo jasídico, exaltado.
En otro nivel aún, el conflicto de Guston es entre lo personal, que es
el antiprocedimiento, y lo impersonal, que es el procedimiento. En lo que
difiere respecto de un pintor como Picasso es en que lo histórico no es en
su obra un análisis dé la historia, sino más bien una suerte de destilación
de cientos de años de ver, tocar, observar, esperar, decidir. Donde Picasso
analiza, Guston continúa. Donde Picasso está saturado de lecciones de his
toria, Guston está saturado de historia.
La dualidad de la que hablo -esta contradicción- no existe en la mú
sica. No hay nada en el campo de la música que se pueda comparar con
ciertos dibujos de Mondrian, donde todavía nos es posible ver los contor
nos y ritmos que han sido borrados mientras que otra alternativa se dibu
ja sobre ellos. La tragedia de la música es que comienza siendo perfecta.
Mondrian dijo alguna vez que el mismo color, aplicado por dos manos
diferentes, nos dará dos tonos diferentes. En música, la misma nota, escri
ta por dos compositores diferentes nos dará... la misma nota. Si yo anoto
un Si bemol y Berio anota un Si bemol, el resultado será invariablemente
un Si bemol. El pintor se ve forzado a crear su propio medio mientras tra
baja. Eso es lo que le da a su obra esa vacilación, esa inseguridad que es tan
crucial para la pintura. El compositor trabaja con un medio preexistente.
En pintura, si uno titubea se vuelve inmortal. En música, si uno titubea
estará perdido.
En música toda actividad refleja su procedimiento. Esto siempre ha sido
verdad, y es aún más verdadero con el paso del tiempo. Está todavía por
verse si es demasiado tarde para cambiarlo. Pero no se trata aquí de lo de
terminado y lo indeterminado. Si me resisto al método, es porque no quie
ro ceder el control. El control de la materialidad no es verdaderamente con
trol. Es apenas un dispositivo que nos brinda los beneficios psicológicos
del método, del mismo modo que renunciar al control trae aparejados ape-
ñas los beneficios psicológicos de un abordaje no sistemático. En ambos
casos, lo único que hemos ganado es el consuelo intelectual de haber to
mado una decisión, el consuelo psicológico de haber arribado a un punto
de vista. La cuestión, la verdadera cuestión, es si vamos a controlar los ma
teriales o si vamos a elegir en su lugar controlar la experiencia. Várese ex
presó esta misma idea de un modo diferente cuando dijo, respecto de él y
de otra persona, que él quería estar en la materialidad, mientras que la otra
persona quería permanecer afuera.
¡Y cuán cierto es esto respecto de Várese! Sus formas musicales respon
den una a la otra en lugar de “relacionarse”, en el sentido que la palabra ha
adquirido hoy en día. Eso le otorga a su música una grandeza casi inmóvil,
como si se tratara del sol detenido bajo las órdenes de Josué.
M ondrian, Guston, Várese: tres artistas que están en la obra, artistas
que eligen tener control no de los materiales que tienen al alcance de sus
manos, sino de la experiencia. El sistema no nos puede ayudar aquí. ¿Po
demos verdaderamente decir que es una imagen simplista, reduccionista,
la que nos brinda Mondrian? ¿Cómo podríamos decir esto, cuando sen
timos que estamos sumergiéndonos en ella? No hay aquí ninguna tesis ni
antítesis, ninguna síntesis. Cuando nos encontramos en el nivel más pro
fundo no existe contradicción alguna, porque la obra se ha realizado en
sus propios términos. En rigor esto es especulativo. El único criterio válido
para este tipo de arte es cuán auténticamente personal, cuán auténtica
mente omnisciente es.
DESPUÉS DEL MODERNISMO*
* Este texto, de 1967, fue incluido en el catálogo Six Painters: M ondrian, Guston, Kline,
de Kooning, Pollock, Rothko, editado en 1968 pot el Departamento de Arte de la Uni
versidad de St. Thomas, Texas. También fue publicado en 1971 por la revista A rt in
America (Vol, 59, N° 6).
Pissarro parece no haber entendido o no haber tenido el don para la in
vención o, más bien, para esa “virtud literaria” tan característica de la mo
dernidad. La pincelada quebrada ante la que finalmente capituló -e l pun
tillismo de los jóvenes—constituía más un descubrimiento literario que uno
pictórico. El puntillismo, después de todo, es una idea acerca de la pintu
ra. Una idea extraída de la experiencia sensorial, sí, pero así y todo una idea.
El Impresionismo mismo es una idea literaria, en lugar de una virtud ar
tística. El modernista siempre es magníficamente literario. Esto no le quita
mérito alguno a su genio; sin embargo, hace que se trate de una genialidad
práctica. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando de lo que se trata es de
huir del statu quo de la naturaleza? Una huida tal requiere la puesta a punto
de un plan maestro y, sobre todo, ¡de un plan práctico!
Pissarro no sabía que para los jóvenes la emoción de estar en las barri
cadas basta. No sabía que los jóvenes no tienen responsabilidad, solo au
dacia. Como Cézanne, estaba bajo la ilusión de que la verdad sería halla
da en el proceso. A diferencia de Cézanne, no creó su propio proceso. Y
94 por tanto fracasó. Para nosotros es importante entender su fracaso, más
aún que los éxitos de otros. Necesitamos su fracaso porque contiene un ele
mento humano que apenas existe en la modernidad.
Exactamente del mismo modo en que los alemanes mataron la músi
ca, los franceses mataron la pintura cargándola con la claridad literaria que
había producido a un Stendhal (cuyo lema era, se acordarán, “ser claro a
cualquier precio”). Pero en pintura no se puede decidir a priori qué es lo
que será claro. Por eso es que Fragonard, que estaba en búsqueda de una
virtud artística, se ve tanto más ridículo que Delacroix, que tiene a todo el
aparato literario sosteniéndolo. ¡Uno no tiene más que mirar un Delacroix
para ver que son ideas las que casi literalmente mantienen la pintura unida!
Mondrian, Rothko, Guston: todos ellos han llegado al arte por otra ruta,
por una ruta que ha sido abandonada y olvidada por la modernidad, pero
que, sin embargo, a mí no deja de parecerme la ruta que realmente ha man
tenido con vida al arte.
Si consigo volver sobre esta ruta (uno tiene que dar grandes saltos his
tóricos para poder hacerlo); si, digamos, empiezo con Piero, sigo con Rem
brandt, voy luego a Mondrian, de ahí a Rothko y Guston, comienza a emer
ger una cierta sensación: la sensación de que no somos nosotros quienes
estamos mirando la pintura, sino que es la pintura la que nos está miran
do a nosotros.
La razón de esto es que este tipo de pintura no está concebida como una
realidad espacial. Después de todo, ¿qué es el rectángulo del cubista? ¿Es,
en realidad, algo más que la mera forma del mismo lienzo, la forma en la
que el pintor está, en cierto sentido, aprisionado? Uno puede decir que cual
quiera que pinta hoy es un cubista, del mismo modo que cualquiera que
compone música hoy es un serialista. El modernista ha transformado, de
forma absolutamente brillante, las limitaciones de su medio en el tema de
sus composiciones. Tal vez sea por eso que habla tanto de limitaciones (de
hecho habla de ellas como si fueran la virtud suprema). Cualquier cosa que
ignore estas limitaciones nos da la impresión de que es un enigma.
En O lo uno o lo otro, Kierkegaard describe al hombre que no ha “al
canzado la realidad” como capaz de todos y cada uno de los puntos de vista,
incluso el más profundo. Pero ninguno de estos puntos de vista puede sos
tenerlo, porque está a merced de estados de ánimo constantemente cam
biantes, ondulantes. ¿Podría haber estado pensando en Picasso? Descri
biendo, por oposición, al hombre que verdaderamente “existe”, Kierkegaard
dice: “No es temperamental, no está de ningún humor; así y todo tiene un
humor, un estado de ánimo, una disposición. Uno podría decir, en cierto
sentido, que su vida entera tiene un humor, una disposición”. ¿Podría haber
estado pensando en Mondrian, en Rothko, en Guston?
NI LO UNO NI LO OTRO *
Oscar Wilde nos dice que una pintura puede ser interpretada de dos mane
ras: por su tema o por su superficie. En seguida nos advierte, sin embargo,
que si decidimos buscar el sentido de una pintura en su tema, lo hacemos bajo
nuestra propia responsabilidad. En cambio, si buscamos el sentido de una
pintura en su superficie... también lo hacemos bajo nuestra propia respon
sabilidad. No seré tan sombrío como Oscar Wilde, pero este problema sí exis
te cada vez que separamos una parte esencial de cualquier obra de arte de otra.
La música, del mismo modo que la pintura, tiene su tema y su superfi
cie. Me da la sensación de que el tema de la música, desde Machaut hasta
Boulez, siempre ha sido su construcción. Las melodías o las series de doce
notas no ocurren así sin más. Hay que construirlas. Los ritmos no aparecen
de la nada. Hay que construirlos. Poder demostrar cualquier idea formal en
música, se trate tanto de estructura como de crítica, es una cuestión de cons
trucción, en la que la metodología deviene la metáfora que organiza toda la
composición. Pero cuando queremos describir la superficie de una composi-
Comencé a componer The Viola in M y Life, especialmente para Karen Phi 117
llips, en Honolulu, durante julio de 1970. La pieza consiste en composi
ciones individuales que utilizan varias combinaciones instrumentales (gran
des y pequeñas) con viola.
El formato de la composición es bastante sencillo. A diferencia de la
mayoría de mi música, el ciclo completo de The Viola in M y Life fue, en
lo que respecta a las alturas y el tempo, convencionalmente anotado. Ne
cesitaba contar con una proporción temporal exacta subyacente al crescen
do gradual y sutil que caracteriza los sonidos asordinados que ejecuta la
viola. Es este aspecto el que determina la secuencia rítmica de eventos.
A partir de 1958 (y de un modo similar a lo que ocurrió con la pintu
ra minimal) la superficie de mi música se había vuelto bastante “plana”.
False Relationships and the Extended Ending (1968) emplea dos grupos 1X9
instrumentales (piano, violín, trombón; dos pianos, violonchelos, cam
panas). Comienzan de manera conjunta, para luego independizarse uno
del otro. La obra alterna entre proporciones temporales exactas en las
pausas y una duración libre (lenta) para los sonidos. A excepción de un
acorde arpegiado recurrente en todos los pianos, el material para cada
uno de los grupos es diferente y no repetitivo. La intensidad es muy baja
a lo largo de toda la pieza.
* Publicado originalmente para acompañar la edición del disco Morton Feldman: The
Viola in M y Life/False Relationships and the Extended Ending, en 1971.
DALE MIS SALUDOS A 8thSTREET*
El día que murió Jackson Pollock llamé por teléfono a cierto hombre que
conocía - u n gran, gran p in to r- y le di la noticia. Luego de una larga
pausa dijo, en una voz tan baja que apenas si era un susurro: “Ese hijo
de puta. Lo hizo”. Entendí. Con ese gesto supremo, Pollock había pues
to fin a una era y se la llevaba consigo.
Apostábamos fuerte en aquellos días. A lo largo de los años hemos visto
nuestras respectivas muertes tal y como si se tratasen del cierre final de la
cotización diaria de la bolsa de valores. Morir temprano —antes de tiem po-
I era dar el golpe maestro más grande de todos, porque en tal caso la obra no
solo se perpetuaba a sí misma, sino que, además, perpetuaba el dolor de la
l pérdida de todos los demás. De alguna manera el artista hace de ese dolor
,, algo inmortal cuando muere joven. Incluso las viudas de estos hombres no
se comportan como las demás viudas. Hay una cierta exaltación, como si
* supieran que no hay modo de que el período de duelo termine nunca.
Viendo la producción completa de Mondrian, vemos a un hombre que
ha agotado por completo un viaje perfectamente consumado. ¿Qué hay
S w ig s
para lamentar? ¿Pero podemos escuchar siquiera una vez una melodía de
Todo comenzó con los griegos. Estaban los que decían que para que algo
sea bello también debe ser sensato. Nada ha demostrado esta noción de
un modo más perfecto que la música. Mientras escuchamos, nos impre
siona la precisión de las elecciones que han sido tomadas. Al mismo tiem
po, la música nos habla de cosas trascendentales. Simultáneamente se nos
brindan las dos cosas más esenciales: aquello que tiene de belleza y aque
llo que tiene de lógica. Y sin embargó, no podemos decir que la música
cambie nuestras vidas. Puede que nos transporte a alturas sublimes, pero
cuando se termina vemos que estamos exactamente en el mismo lugar en
el que estábamos antes de emprender el viaje. Solo nos queda esta duali
dad; la de unos medios precisos creando emociones indeterminadas.
Todo esto, por supuesto, no ocurre en la situación actual. Lo que la mú
sica exalta de forma rapsódica con el lenguaje “indiferente” de hoy en día
es su propia construcción. El hecho de que hombres como Boulez y Cage
representan extremos opuestos de la moderna metodología no es lo intere
sante. Lo interesante es su semejanza. En la música de estos dos hombres,
* Texto escrito a partir de una conversación con John Dwyer. Publicado originalmen
te en el periódico Buffalo Evening News, en 1973.
Más tarde mi padre pudo independizarse y abrir su propio negocio, una
fábrica en Queens, abrigos para niños. Trabajé ahí hasta hace seis años.
¿El cine? No creo que el cine haya sido una gran influencia en mi carrera
artística. Pero, en fin, aquí va algo.
Por supuesto que iba al cine, y siempre podía recordar los temas de las
bandas de sonido, aun cuando pasaran años.
¿Sí? ¿Entonces qué tal el tema de Max Steiner para El delator? [Mor
ton Feldman canta de memoria el tema de 1935 en un doliente registro ba
rítono alto.\ ¿Y Erik Korngold? El tema de Korngold para La ninfa cons
tante. [Canta, de nuevo, la música de la película de 1943.]
Lo que sí hacía era leer. De todo, siempre lo he hecho. Ahora estoy le
yendo cinco libros a la vez.
En el invierno de 1950 fui al Carnegie Hall para escuchar a Mitropou-
los dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York en el Op. 21 de Webern, la
Sinfonía para pequeña orquesta.
Tenía veinticuatro años, estaba allí con mi esposa de diecisiete y medio.
Ya había compuesto mis piezas gráficas, las primeras de su clase, pero no
me conocía nadie.
Ninguna pieza ejerció sobre mí, ni antes ni después, el impacto de esa
obra de Webern. El público se mordía los labios, se reía, silbaba, la gente
se iba.
En el intervalo salí hasta el lobby interior que está junto a la escalera,
y ahí estaba John Cage. En fin, lo había reconocido apenas entró, con Vir
gil Thomson, Lou Harrison y Ben Weber.
Quiero decir, había visto su foto en un artículo a doble página en PM, un
desaparecido periódico algo progresista que salía en formato tabloide.
Cage me preguntó qué me había parecido lo que había escuchado. Le
dije que nunca había oído algo tan emocionante. Se puso prácticamente a
saltar de la alegría y me preguntó cómo me llamaba. Cuando se enteró de
que yo era compositor me llevó con él, me presentó a sus amigos, me in
vitó a una reunión que tendrían más adelante esa misma semana.
Cage me presentó, de hecho, a todo el mundo de la Bohemia de aquel
tiempo, mayormente concentrada en el Village. Dio una fiesta, y yo toqué
algunas de mis piezas para piano. Empecé a conocer artistas, los pintores
neoyorquinos, que fueron una influencia extremadamente fuerte en mi
vida creativa, mucho más que los compositores.
John Cage es una de las personas más magníficas que cualquier civilización
haya tenido nunca, como ser humano, por su intelecto, por su modo de
mirar la vida. Gentil, generoso, abnegado. Tomó mis primeras partituras
gráficas y las pasó en limpio él mismo, horas de trabajo cuidadoso. Dijo que
estaban demasiado desprolijas.
Como ya saben, Cage es un cocinero consumado. En una ocasión invitó
a una cantidad de gente a cenar espaguetis y puso treinta variedades de hon
gos en la misma manteca. Nadie los comió excepto yo. Yo también cocino,
ahora, pero en general recetas más básicas, del tipo “libro de cocina fácil”.
Después de que Cage nos hubiera conocido a Boulez y a mí, su vida
comenzó a cambiar. Se involucró en diferentes ideas creativas, se alejó de
algunos de los círculos que frecuentaba más tempranamente. Luego de su
pieza radial, Imaginary Landscape para doce estaciones de radio (eso fue en
1951 y estaba dedicada, ya saben, a m í...), algunas personas como Lou
Harrison y Virgil Thomson empezaron a pensar que tal vez estaba yendo
demasiado lejos. Thomson no me podía ni ver, desde el principio, y eso
nunca ha cambiado.
Para ese entonces ya vivía en el Village, y empecé a relacionarme, por
mi cuenta, con los pintores de Nueva York, como amigos y compañeros
artistas. Barney Newman, Rothko, Larry Rivers, Jasper Johns, Willem de
Kooning, Motherwell, Rauschenberg, Kline, Pollock, Philip Guston. Fue
ron mi escuela de posgrado.
El sitio en el que todos nos juntábamos era el Cedar Tavern en University
Place entre 8th Street y 9th Street. Cage y yo éramos prácticamente los únicos
compositores, a veces aparecía Earle Brown. Milton Babbitt solía venir al de-
partamento a jugar al poker, pero por aquel entonces no tenía conexión algu
na con la música. Era profesor de matemáticas.
Teníamos, además, un club a la vuelta de casa que había abierto el pin
tor Robert Motherwell, todos los viernes por la noche había algo para hacer.
El Julliard String Quartet vino una vez y tocó gratis. Aceptaron un di
bujo de de Kooning a modo de pago.
Dos famosas conferencias de Cage, “Algo” y “Nada”, fueron presenta
das por primera vez en el club. “Algo” trata de mí; “Nada” trata de él. Yo
le dije que quería que fuera al revés.
Los pintores que conocí, en su mayoría más grandes que yo, me inspi
raron de muchas maneras, más allá de su arte. Podían estar muriéndose de
hambre, pero no iban a renunciar, no iban a adaptarse al mercado. Barney
Newman trazó esa misma línea en el lienzo durante veinticinco años, y re
cién ahí la gente empezó a prestar atención.
La música que emocionaba a Cage allá por 1950-1951... Tal vez deba ex
plicar más. Eran las primeras piezas de música gráfica, las Projections, para
conjuntos pequeños, y las Intersections, para orquesta. Algunas de las ideas
involucradas eran mantener el tono indeterminado, indicar el registro de
modo general, sostener una dinámica suave, permitir la libre elección de
los intérpretes respecto de cuándo entrar.
La Filarmónica de Nueva York hizo mi ... Out o f “Last Pieces”. Lukas
Foss interpretó Swallows o f Salangan en el Festival de las Artes de Búfalo
de 1966. Gran festival. Talento de primera.
Y actualmente Búfalo. Estaba encantado de poder ofrecerle a Christian
Wolff su primer concierto solista en donde fuese, y encima dentro del marco
de mi propio programa en la Universidad.
Sobre todo, las primeras piezas de Wolff, las que no están grabadas. Ima
gínense: aquí había un compositor que había deslumbrado a la avant-garde
neoyorquina entera con solo dieciséis o diecisiete años. Ahora, llegando a
los cuarenta, y su primera presentación solista. En Búfalo.
Su pieza Nine, para orquesta de cámara, ya saben, esa que considero la
obra maestra de todo ese período... Él nunca la había oído antes. Solo es
taba escrita.
Cuando apareció por primera vez entre nosotros en Nueva York, yo lo llama
ba “Orfeo en zapatillas”. Solo un chico, un estudiante, con esa hermosa son
risa y esa gran mente, yendo, adético, angelical, al Friends Seminary.
Este recuerdo me acaba de venir a la mente. De vuelta en el Village.
Había una fiesta. En el estudio de un pintor. Y un marchand acaudalado
de la Costa Oeste que había sido invitado quería saber si podía traer a una
señorita. Por supuesto. Resultó ser Hedy Lamarr.
Todavía puedo verla, ese turbante blanco, el vestido. Alucinante. Era la
única chica, y varios de nosotros nos turnábamos para bailar con ella.
Varias horas y copas de vino más tarde, ella dijo: “No sé si ustedes, ca
balleros, lo saben, pero hoy es mi cumpleaños”.
Hey. Guau. Teníamos que hacer algo para Hedy el día de su cumplea
ños. Así que todos los pintores se pusieron a clavar lienzos en las paredes con
tachuelas, por todos lados, y cada uno de ellos -d e Kooning, Johns, Guston,
varios más—hizo una pintura o un dibujo de Hedy.
Esa noche ella terminó llevándose a casa un rollo entero de pinturas
-aún húmedas—hechas por artistas que habrían de convertirse en nombres
mundialmente reconocidos apenas algunos años más tarde. Lo que Hedy
se llevó a casa esa noche supongo que hoy tendrá un valor de mercado de
unos US$ 400.000.
Una mañana temprano, en París, caminaba por esa pequeña calle en el mar
gen izquierdo del Sena en la que está, exactamente, como estaba hace más
de un siglo, el estudio de Delacroix. Había leído sus diarios, en los que
habla de Chopin, de salir a pasear en auto, de las visitas del poeta Heine,
un refugiado de Alemania.
Nada había cambiado en esa calle. Y vi a Heine en la esquina, cami
nando en dirección a mí. Casi llega a pasar a mi lado. Su presencia me sus
citó una intensa sensación, el judío exiliado. Lo vi. Entonces volví a mi casa
y compuse I M et Heine on the Rue Fürstemberg.
No están muertos. Están conmigo.
Lo que más me conmueve no tiene que ver con el público, ni siquiera
tiene que ver conmigo mismo. Tengo la sensación de que no puedo traicio
nar esta continuidad, esta cosa que llevo conmigo. El peso de la historia.
JOHN DE MENIL*
Fue una gran fiesta aquella en lo de los de Menil. La ocasión era la premié-
re de la versión re-coreografiada que Merce Cunningham hizo de Summers-
pace para la compañía Balanchine. Nunca había escuchado nada de de
Menil, filántropo y mecenas, hasta esa oportunidad. Pese a que yo era el
compositor de Summerspace, la mayor parte de los invitados no lo sabía.
Supongo que ni Balanchine lo sabía. Por lo que, anónimo, pero no por eso
infeliz, bebí rápidamente al menos once copas de champagne y emprendí
el descenso por la interminable y circular escalera; cuando apenas me fal
taban seis escalones para aterrizar perdí el balance -naturalm ente- y con
una copa llena en una mano bajé patinando el resto del camino sin caer
me. Solo un hombre entre tantos invitados presenció este tour deforce-, se
acercó hasta mí y me dijo: “Tengo que conocer a cualquier persona que
pueda hacer eso”. Era John de Menil.
Esto no solo prueba el tipo de persona encantadora que ciertamente era
John de Menil. Prueba también que era el tipo de persona que hubiera sa
bido que algo ligeramente inusual había ocurrido en su escalera aún si hu-
1 54
DECLARACIÓN*
12 de agosto de 1975
Hasta hace unos diez años escribía a menudo sobre música. Ya no lo hago.
Esta escritura era usualmente polémica en lo que hace a su contenido. En
los últimos años dejé de discutir con el talento. Quiero ser agradecido por
el talento sin importar de dónde venga.
* Publicado originalmente en 1981 como notas del autor para el programa de mano
del Festival de Música C ontem poránea organizado por el Instituto de las Artes de
California.
a
CRIPPLED SYMMETRY*
* Este texto, dedicado a su pieza Crippled Symmetry [Simetría minusválidd\, fue publi
cado originalmente en 1981, en la revista Res (Yol. 2).
Spiegelbild (imagen espejada) de Webern en sus últimos trabajos es inte
gral a su procedimiento dodecafónico, y cada desequilibrio tiene que ver
con una leve variación de la distribución rítmica o de acordes de su espe
jo. La tendencia post-weberníana en lo que al ritmó respecta consistió en
establecer un compromiso entre una acentuación simétrica y una asimé
trica. Un ejemplo típico serían cinco notas ejecutadas en un lapso de cua
tro pulsos iguales (5/4) u otros patrones similares. A diferencia de Stra
vinsky, cuya síncopa “en bruto” articulaba patrones rítmicos armónicos
estrictos, el uso rítmico post-weberniano provenía de un concepto polifó
nico dodecafónico de variación continua en el que un ritmo —independien
te dé la armonía—modificaba la forma motívica de la música.
Los tapices me han llevado a pensar en una simetría desproporcionada
para mis últimas piezas, en la que se emplea una serie rítmica escalonada
de manera simétrica: 4/3, 6/5, 8/7, etc., como punto de partida. Para mis
fines, esta simetría “contiene” mis materiales en el interior del marco mé
trico del compás; mientras en el lenguaje arrítmico post-weberniano, la;
aceleración desequilibrada resulta de la atracción direccional que ejerce una
figura sobre la otra. Lo que busco es algo similar a Mondrian cuando que
ría pintar “flores, no ramilletes, pero de a una flor por vez”.
Hay ejemplos musicales en los que la yuxtaposición de proporciones
asimétricas (todas aditivas) pasa a ser la forma de la composición. Es inte
resante el hecho de que los tres compositores que voy a discutir brevemen
te emplean la repetición o reiteración para alcanzar esta forma aditiva y,
como resultado, terminan anclándose en un mundo de alturas fijas, ya sea:
disonante o consonante. En uno de los movimientos de los Cánticos de ré
quiem, de Stravinsky, hay un juego constante entre La y Si, en el que el
“borde” más pequeño de La se mantiene inalterable en todos sus detalles
mientras que el Si varía ligeramente su duración al repetirse. Várese, en su
notable y excepcionalmente extensa “apertura” de Intégrales, también uti
liza un esquema aditivo, pero prescinde de la yuxtaposición característica
de Stravinsky entre La y Si. Al igual que el proceso de formación de los
cristales que tanto interesaba a Várese, esta declaración de apertura —con
cebida a partir de tres notas- experimenta una transformación continua de;
las formas rítmicas y proporciones temporales. En Four Organs, de Reich,
los patrones rítmicos están orientados más acústicamente y se basan en las
alturas que componen un acorde que nunca cambia de posición. La mú
sica comienza con un patrón de 3+8, en el que ciertas alturas del acorde
básico varían luego rítmicamente. El primer movimiento rítmico estruc
tural de Reich continuará utilizando la misma métrica de once tiempos,
solo que ahora dividida en patrones de 4+4+3; luego 4+3+4. Lo que sigue
es una adición gradual de más tiempos al marco estructural, que adquiere
una mayor proporción: 4+3+2+4=13; 4+3+2+2+4=15; luego a 18; 20; 23;
24 tiempos; hasta que Reich acaba con las barras de compás. A medida que
la métrica se vuelve progresivamente más larga, podría decirse que la osci
lación de las alturas recurrentes ya no tiene un perfil rítmico marcado.
En el momento en que un compositor inscribe un pensamiento musi
cal en un determinado ictus, una cuadrícula de entre tantas ya está ope
rando, como si de una regla se tratase. La música y los diseños o patrones
repetidos en un tapiz tienen mucho en común. Aun siendo asimétricos en
su ubicación, es difícil que la proporción entre los componentes esté sus
tancialmente fuera de escala si tomamos la totalidad como contexto. Por
lo general los patrones tradicionales mantienen el mismo tamaño cuando
se los toma de un tapiz de mayores proporciones y se lo adapta a uno más
pequeño. Del mismo modo, el carácter de los patrones de Stravinsky no
parece diferir cuando la obra es extensa o corta. Si examinamos el fraseo
asimétrico —ya sea en el contundente Sacre de Stravinsky, en el suave So-
crate de Satie o en la duplicación que hace Schoenberg de la prosa irregu
lar de Erwartung- nos encontraremos con que la partición está lo suficien
temente concentrada en el tiempo como para escuchar el proceso tipo
mosaico de la cuadrícula trabajando. También reconoceremos una conver
sación con reminiscencia histórica que tiene lugar entre las frases. Al res
pecto, estas tres obras maestras asimétricas de principios del siglo XX fue
ron fruto de los pilares simétricos de la era clásica.
A comienzos de los años cincuenta John Gage logró concebir una mú
sica en la que todas sus propiedades funcionaran de manera independien
te y autónoma. Lo que Cage hizo fue catalogar sonidos-evento en una
tabla: algunos de una o dos notas, algunas figuras arabescas de diferen
tes proporciones. En otro gráfico se incluía información correspondien
te a la gama de los parámetros musicales. Consultando el / Ching como
a un oráculo o tirando una moneda se definía el ordenamiento y la sub-
siguiente combinación de todo este material. La música se “fijaba” luego
también a través del método de arrojar monedas al azar sobre una nota
ción rítmica “espacial”, no progresiva, parecida a la escala de distancias
de un mapa. En tanto esta música está sujeta a la multiplicidad de disci
plinas inherentes a su detallado ensamblaje, su forma musical solo es dis
cernible al momento de oírla, como las imágenes de una película. No está
implicada con la gramática del diseño, y probablemente sea la única mú
sica conocida hasta el momento a la que no se le pueden aplicar los con
ceptos de simetría/asimetría.
Me encontraba una vez en el estudio de Rothko mientras su asistente
tensaba la parte superior de un lienzo. Rothko, parado a cierta distancia,
decidía si acortar la superficie unos centímetros o si agrandarla un poco.
Esta cuestión de la escala, para mí, impide que los conceptos de simetría y
asimetría afecten la eventual longitud de mi música. En tanto compositor
no puedo escapar a la contradicción de que la suma de las partes no sea igual
a la totalidad. La escala de lo que en realidad está siendo representado, ya
172 se trate de la totalidad o de la parte, es en sí misma un fenómeno. La reci
procidad inherente a la escala, de hecho, ha permitido que me de cuenta de
que las formas musicales y los procedimientos relacionados son esencial
mente métodos para la organización del material, y no tienen otra función
que asistir a nuestra memoria.
En lo que se han convertido las formas musicales de Occidente es en
una paráfrasis de la memoria. Pero la memoria podría operar también de
otra manera. En Triadic Memories, una de mis obras más recientes para
piano, hay una sección con diferentes tipos de acordes, en la que cada uno
de ellos es repetido lentamente. Un acorde puede repetirse tres veces, otro
siete u ocho, dependiendo de cuánto tiempo sienta que debe durar. Una vez
dentro del siguiente acorde me olvidaba de inmediato del que había sido
reiterado con anterioridad. Reconstruía entonces la sección entera: reorde
nando su progresión anterior y alterando el número de veces que un acor
de particular había sido repetido. Trabajé de este modo en un intento cons
ciente por “formalizar” la desorientación de la memoria. Los acordes son
escuchados de manera repetida sin ningún patrón discernible. En esta re
gularidad (pese a que existen leves variaciones de tempo) se sugiere que lo
que estamos escuchando es funcional y direccional, pero pronto descubrí-
mos que esto es una ilusión; un poco como caminar por las calles de Ber
lín, en donde todas las calles se ven iguales, pese a que no lo son.
En este momento me distrae un tapiz de un pequeño pueblo de Turquía
del catálogo Islamic Carpetsfrom the Joseph V. McMullan Collection. Posee
unos diseños blancos en forma de mosaicos, atravesados en diagonal por una
sucesión de grandes estrellas en tonos claros de rojo, verde y beige. Si bien es
cierto que, como dice el autor del catálogo David Sylvester, nuestra capaci
dad de apreciar los tapices de este tipo se ha visto favorecida por nuestra ex
posición al arte modernista occidental, debemos tener en cuenta que este tapiz
“primitivo” fire concebido prácticamente al mismo tiempo que Matisse com
pletaba su educación artística. Todo lo que respecta a la coloración del tapiz,
y el modo en que las estrellas están dibujadas al detalle, cuando uno de los
mosaicos está desparejo o es ligeramente más pequeño, todo ello sumado a
la colocación escalonada del diseño traen a la mente la maestría con la que
Matisse balanceaba movimiento y estasis. ¿Por qué es que incluso la asime
tría tiene que sonar y verse bien? Hay otro tejido de Anatolia en mi piso, al
que llamo “el tapiz Jasper Johns”. Tiene forma de tablero de damas, sin nin
gún aparente diseño sistemático de color a excepción de un uso libre de los
colores que se reitera en simples patrones. Implícitos en las brillantes capas
(desgastadas de manera desigual) de la montañosa región de Konya, los rosa
viejo y azul claro fueron mi primer indicio de que había algo allí de lo que
podría aprender, e incluso aplicarlo a mi música.
La escala cromática de la mayoría de los tapices no urbanos parece más
extensa de lo que en realidad es, debido a la gran variedad que hay de som
bras de un mismo color como consecuencia de que el hilado ha sido teñi
do en pequeñas cantidades. Como compositor me interesa este aspecto tan
singular que afecta la coloración de los tapices y el modo en que esto pro
duce en el conjunto un tinte microcromático. Mi música se ha visto influen
ciada principalmente por aquellos métodos en los que el color se emplea en
mecanismos esencialmente simples. Esto me ha llevado a cuestionar la na
turaleza del material musical. ¿A través de qué medios, igualmente senci
llos, podemos darle un lugar al color musical? A través de los patrones.
Los patrones de diseño de los tapices son abstracciones hechas a par
tir de símbolos, de formas de la naturaleza o geométricas. Mantienen así
algunas huellas del m undo real. A las pinturas más recientes de Jasper
Johns no puede aplicársele ninguna de estas categorías. El lienzo de Johns
tiene más que ver con un lente, en el que somos guiados por su ojo y el
recorrido de ese ojo, en el que la marea —a veces distinta, a veces la misma-
nos recuerda la sentencia de Cage: “Imitar a la naturaleza en la forma en
la que esta opera”. Esas pinturas crean, por un lado, el carácter concreto
que asociamos con un arte de patrones y, por el otro, una poesía abstrac
ta cuyos orígenes nos son desconocidos. Debemos incluso preguntarnos
si se trata en absoluto de patrones. ¿En qué momento un patrón se con
vierte en un patrón?
Fim .4^ :
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1 1 177
í - h = r . .. I U ■ . ................. . , - Í U - .....
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Es obvio que uno tiene las dulces terceras y las quintas; y un tritono encima:
Pero en mis pensamientos es:
Dos acordes de séptima mayor con dos acordes de séptima menor que crean
su propio tipo de, no diría estabilidad, sino, más bien su propio tipo de
equilibrio. Y si la pieza en algún sentido no suena en extremo cromática
de a ratos, se debe naturalmente a que las séptimas que superpuse recuer
dan a una tríada familiar, ya sea menor, mayor o séptima, o cualquier otra
cosa que nos despierte reminiscencias. Pero esos acordes en sí mismos no
tienen ninguna función formal, al menos no armónicamente. Lo cual no
estuvo tan mal, en realidad es algo bastante difícil; pero ustedes saben, iba
a explayarme sobre cómo logré vincularlos entre sí. Pero aun después de
contarles esto, lo único que les he dado hasta ahora es el perchero, no la
chaqueta. No podría decirles qué es aquello que determina qué superpo
sición habré de usar, no tengo ni idea [risas]-, la pieza no es para nada con
ceptual. Lo que sí es conceptual es... en mi caso, reconocer que tengo una
predisposición a trabajar de esta manera particular en este momento par
ticular. Solo quiero dejar en claro, en realidad, un punto muy importante,
porque la señora Takahashi mantiene el pedal a medio bajar a lo largo de
toda la obra, y no quiero que crean que en cierto modo ella es uno de esos
intérpretes que nunca retiran el pie del pedal [risas]. Y el pedal presionado
a medias cambia algo, es como una delgada sierra con la que la música fun
ciona muy bien y al mismo tiempo produce, e incluso le suma, varios pro
blemas; porque cualquiera que conoce, compone o incluso toca el piano
sabe que las cosas tienden a empantanarse o a zumbar en ciertas zonas. Por
lo que, para mí, resultó muy interesante encontrar verdaderamente una pa
leta novedosa que funcionara muy, muy bien con solo medio pedal presio
nado. Y ahora los dejo con Aki Takahashi. Muchas gracias.
EL FUTURO DE LA MÚSICA LOCAL*
I. 193
* Este texto reúne anécdotas y dibujos tomados de los seminarios que M orton Feld
man dictó en el Theater am Turm de Frankfurt, en febrero de 1984. Fue publicado an
teriormente con el título “XXX Anecdotes & Drawings”, en M orton Feldman Essays,
de Begginer Press (Kerpen, Alemania), en 1985. Las anécdotas fueron transcriptas por
Gerhard Westerrath.
II.
Quizá se deba a que soy judío; en realidad, desde el punto de vista cris
tiano, hubo un Dios y luego hubo un m undo, mientras que, desde el
punto de vista judío, es casi como si el universo hubiera existido para
tener un Dios. Es algo diferente. En otras palabras, yo no estoy creando
música, ya está ahí, yo solo mantengo una conversación con mi mate
rial. No soy como Stockhausen: “Aquí tienen mis amigos, les doy...”. Él
es un gran hombre, como Schweitzer, él toca el órgano, toca a Bach en
el órgano para los salvajes en África. Yo no me siento de esa manera.
Saben, tuve con él una vez una conversación muy graciosa. Stockhausen
quiso saber sobre mi secreto: “¿Cuál es tu secreto”. Y yo le respondí: “No
tengo ningún secreto, pero si tengo que decirte cuál es mi punto de vista
te diría que los sonidos son bastante perecidos a las personas. Y si uno
los presiona, ellos te presionarán a ti. Así que, si tengo que decirte un se
creto, creo que sería: no apremies a los sonidos”. Karlheinz se acercó a
1 94
m í y me preguntó: “¿Ni siquiera un poco?”.
III.
M i abuela alguna vez dijo esto, pensando en mi tío, uno de sus hijos,
su hijo predilecto: “U no debe saber acerca de todo y no hacer nada”.
M i tío Eddy. Era un millonario que vivía en Florida, sabía acerca de
todo y sin embargo lo único que hacía era salir con mujeres jóvenes, ir
a las carreras, durante toda su vida. Cayó m uerto de un paro cardíaco
a los ochenta y dos años, mientras estaba con una m uchacha joven en
su suite de M iami Beach. Sabía acerca de todo y no hizo nada, pero por
supuesto trabajó m uy duro para no hacer nada. Hacer nada puede ser
una tarea m uy extenuante. Pero no trabajó duro para hacer dinero. De
vez en tanto levantaba el teléfono y transformaba ese llamado en medio
m illón de dólares. Tenía un instinto para hacer un millón de dólares,
una pequeña conversación telefónica, una pequeña apuesta.
H ay un libro de un hom bre m uy famoso, Bernard Baruch. Era un
gran financista, amigo de todos los presidentes, y nunca tuvo una ofi
cina. Su oficina era un banco de plaza en el Central Park. Solía cami
nar con gente m uy im portante desde su apartam ento hasta el Central
Park. Países enteros eran fundados y destruidos con solo sentarse en ese
banco de plaza. Alguien vendría desde algún país y le diría: “Señor Ba
ruch, Brasil necesita tres millones de dólares”. A lo que él respondería:
“Bueno, hablemos sobre eso. Veamos si podemos reunirlos para usted”.
En una oportunidad me encontraba en un aeropuerto y tenía que hacer
tiem po durante una hora y media. M e encontré con un libro en una
librería, Cómo ser un millonario, de Bernard Baruch, y lo com pré. Y
comencé a leerlo. Lo usé durante un tiem po en mis seminarios porque
realm ente es un libro m uy interesante. En la segunda página ya nos
explica: “Lo prim ero que tengo que decirles es que si ustedes hacen
ahora lo que yo hice term inarán eñ la cárcel”. Y continúa: “Hice mi
prim er m illón a los veinticuatro años cuando me di cuenta de que la
bolsa de valores en Londres cerraba a una hora distinta debido a la di
ferencia horaria, y que no había leyes que regularan eso. Por lo tanto yo
averiguaba qué es lo que había pasado en la bolsa de Londres m edian
te una llamada telefónica e inmediatamente invertía en la bolsa de Nueva
York basándome en eso. Nadie más lo hacía, a nadie se le había ocurri
do”. Y era sim plem ente un niño. “Así hice m i prim er m illón”, dice.
Cuando el gobierno se enteró de sus ocurrencias velozmente hizo una
ley. Esto es aplicable tam bién al arte. Debussy dijo, en los umbrales de
su siglo, cuando nadie lo escuchaba: “A partir de toda obra de arte se
desarrolla una ley. Pero no se comienza por ella”. Él lo sabía, y también
todos nosotros lo sabemos. Todos sabemos que ese es el modo en que
los sonidos parecen hacer las cosas en cada pieza, de manera intuitiva.
Todos sabemos esto, pero inm ediatam ente queremos conceptualizarlo.
IV .
V.
Una vez le pregunté al violinista Paul Zukofsky: “Cuando tienes que tra
bajar con algo difícil, ¿cuánto tiempo le dedicas?”. Paul respondió: “Tra-
bajo en un pasaje durante una hora. Si luego de ese momento considero
que no va a funcionar, ya no toco la pieza”. Le da una hora, y por supues
to durante esa hora, mientras intenta que funcione, piensa: “Si la toco
una y otra vez, ¿mejorará?”. En otras palabras, él sabe que tendrá el mismo
problema con ese pasaje, un problema que no es suyo; que se origina en
los compositores.
Hago lo mismo con mi música. Si tengo algún problema me siento a
trabajar durante media hora. Me doy cuenta de que es solo una cuestión
de concentración. Para ponerlo de otro modo, hace años a los pintores se
los veía muy disgustados, se mataban con cocaína y alcohol. Solían decir:
“Me resulta muy difícil arribar a la obra”. Ellos eran los difíciles, no la obra.
Siento que cuando no puedo trabajar es por necesidad de concentración.
Y a lo largo de los años he ido encontrando mecanismos para medir mi
nivel de concentración.
VII.
Cuando uno escucha mi nuevo cuarteto de cuerdas hay una sección que
parece ser tonal. Tenía la intención de tomar algo y luego al final desinte-
grarlo. Así que lo que hice finalmente fue presentar el comienzo sin rode
os, luego trazar otras conexiones, digamos, de la A a la Z hago DO-LA-
SI-FA. Está todo construido, por lo que puedo ubicar cualquier cosa cerca
de cualquier otra y parecerá normal porque el diseño de ese pequeño m ó
dulo es perfecto. En su conjunto es como una pesadilla, es como un rom
pecabezas en el que cualquier pieza que pongas encaja, y al final, cuando
uno lo termina, se da cuenta de que no forma la imagen esperada.
$ F 4 F c
VIII.
IX.
Esa es otra de las razones por las que trabajo en el piano. Me desacele
ra. Es como a lo que se refiere Hemingway cuando habla de la diferen
cia entre usar o no usar una m áquina de escribir. N o com poner en el
piano es como usar una m áquina de escribir. ¿Ustedes saben cómo es
cribía Hemingway? Es m uy interesante por el hecho de que escribió
sobre Michigan, y su padre, y sus patos, y escribió m ucho a partir de
algo que tom ó de G ertrude Stein, quien a su vez lo había visto en Ce
zanne. Se inspiró en la noción de G ertrude Stein respecto de lo que le
había ocurrido a la literatura inglesa. Esencialmente, Stein trató de vol
ver a Geoífrey Chaucer. Ella dijo: “En el comienzo estaba la palabra.
Luego se juntaron dos palabras, luego se armó una oración, luego un
párrafo, y se olvidaron de la palabra”. “Sum er is icumen in ”1 -e s exce
lente, “Sumer is icumen in — la sensación fonética del m undo. Enton
ces Hemingway se sentaba en un café y escribía en negro y letras m a
203
yúsculas “BACK HOME IN MICHIGAN”2, y luego miraba una palabra por
vez, iba de una en otra para después formar la oración, en lugar de sim-
1. “Sumer is icumen in” [“El verano ha llegado”] es el nombre de una canción tradicio
nal inglesa del siglo XIV. [N. del T.]
2 . “D e r e g r eso a c a sa e n M i c h i g a n .”
plemente escribir una versión aburrida de “back hom e in...”. Algo muy,
m uy importante, el sonido de una palabra en relación con otra palabra,
simplemente sentarse ahí como un idiota escribiendo esas cosas, y de
repente despertar un día y ser Hemingway.
Lo que estoy tratando de decir es ¿cómo sabemos qué es lo que hay
que quitar? N o me gusta trazar distinciones entre Europa y América,
pero en este caso creo que hay una diferencia, y una de las grandes. Al
guien como Hemingway, por ejemplo: él era un “quitador”; mientras
que mi amigo, Cuya literatura me gusta mucho, G ünter Grass, no es un
“quitador”, al contrario, es un “agregador”. Una tragedia tras otra. Verán,
G ünter Grass no aprendió nada de Hemingway. Se trata de eso mismo,
nosotros sabemos qué quitar. Tenemos un instinto especial para quitar
cosas, quizá, incluso, sea un instinto comercial. Quizá sea como escri
bir una publicidad al estilo M adison Avenue.
204
XI.
Michael von Biel estudió conmigo hace muchos años y le propuse que tra
bajásemos juntos. Me encontraba componiendo una pieza para dos pia
nos y me pareció interesante hacer algo así juntos, considerando que él era
ya un joven y sofisticado compositor. Viene entonces a la primera lección
y trae toda su música en tonos medios. Le digo: “Michael, sin importar lo
que uno haga, si se compone siempre con notas medias, la pieza va a sonar
como un coral. No importa lo que uno haga”. Viene a la semana siguien
te, tenía medios, pero también tenía muchos bajos. Le digo: “Michael, ten
cuidado con los bajos. Son lúgubres. Ten cuidado con los bajos”. Viene a
la próxima lección: un m ontón de notas altas. Le digo: “Michael, cuida
do con las notas altas, detrás de eso se esconde un manierismo del siglo
XX”. Se molestó mucho y me dijo histérico: “¡Ni notas bajas, ni notas me
dias, ni notas altas! ¿Qué tipo de notas están bien?”. Lo agarré por la cor
bata -eran épocas en las que un joven todavía usaba corbata—y le dije:
“¡Michael, altas, medias y bajas, todas juntas, alies zusammerK\ No nece
sitó ninguna otra lección, entendió la fórmula: “-¡Alies zusammen, Michael!”.
XII.
XIII.
U na vez tom é una lección con Várese en la calle, una lección en la calle,
duró medio m inuto y me convertí en orquestador. Me preguntó: “¿Qué
estás escribiendo actualmente, M orton?”. Le conté. Dijo: “Asegúrate de
tener en cuenta el tiem po que tom a llegar desde el escenario hasta el
público. Hazme saber cuando se interprete una de tus obras, me gus
taría escucharla”, y se fue. Esa fue m i lección, tom ó solo un instante,
solo una lección, y comencé. Tenía diecisiete cuando lo conocí y a par
tir de ahí empecé a oír.
Veo a las ideas como a un m ontón de niños pidiendo que les presten
atención. “C am bien mis pañales, cambien mis pañales...” U na vez es
taba en un auto, viajábamos hacia Cape Cod, y este niño desagradable,
quería darle una bofetada, estamos en marcha, tenem os que seguir y
llegar a destino, llegar a Boston para hacer allí una parada. El niño:
“¡Quiero u n a Coca-Cola!”. “Espera, querido, espera m edia ho ra.”
“¡Quiero mi Coca-Cola ahora!” “¡Estas tres notas tienen que hacerse de
esta m anera ahora!” “¡Estas tres notas tienen que hacerse ahora!” ¡De
verdad! Así es como lo veo. Com o un m ontón de kinder peleando por
mi atención. D e hecho, ni siquiera le digo esto a mis alumnos porque
los confundiría, creerían que no tengo en cuenta el arte de la composi
ción. Y lo tengo en cuenta, lo llamo “el tratam iento del apósito”. Sim
plemente un apósito, el significado comienza a sangrar, el intervalo co
mienza a sangrar, uno le aplica un apósito para no tener que ver sangre.
¿Quién quiere sangre en u n papel? Sangre conceptual.
XVI.
Recuerdo que una vez en el Artists’ Club escuché una discusión maravi
llosa entre varios pintores abstractos sobre cuándo una obra de arte está
term inada. Maravillosa discusión. Y ninguno de ellos tenía una respues
ta formal. De Konning dijo que era la última pincelada la que lo termi
naba; Philip Guston, que terminaba cuando se alejaba de ella; cada uno
tenía una posición diferente al respecto. Esta conversación tuvo una gran
influencia en mi vida, puesto que si hay algo que los pintores me enseña
ron, en esencia, íue a preguntar. O h, yo me hago muchas preguntas cuan
do trabajo. Si tuviera que armar una lista, las que la encabezarían serían:
“¿Qué es lo que se necesita en esta pieza? ¿Cuánto debo quitar? ¿Qué se
necesita, qué se necesita?”. Ahora, algo muy interesante es que, mientras
hacía mis primeras piezas gráficas, las cosas debían llegar en un período
de tiempo determinado. N o era necesario que fuera exactamente al co
mienzo de ese período de tiempo, y podía llegar en cualquier lugar, por
ejemplo, mientras cruzaba una calle. Por eso les di el nom bre de Intersec
ción. El tiempo para mí era la distancia, metafóricamente hablando, entre
una luz verde y una roja. Era como el tráfico, era el control. Y por eso
siempre controlé el tiempo, pero nunca controlé las notas. Cuando em
pecé a componer mis obras de duración libre, controlé las notas, pero no
el tiempo. Lo que significa que siempre debía dejar algo libre.
Había un pintor maravilloso en Nueva York que siempre estaba bo
rracho. Compartía el estudio con otro pintor, uno muy bueno. Murió re
cientemente. El pintor bueno solía pasar por el estudio del otro, se lleva
ba las pinturas y se las daba a su galerista. Miraba las pinturas, las tomaba
y se las daba a su galerista, y el otro estaba siempre tan borracho que no
se acordaba de que había una pintura en el caballete. Pero el tema es que
el tipo solía matar sus propias pinturas, las sobretrabajaba. Solía trabajar
muy seriamente durante doce, once horas, luego se quedaba sin whisky,
bajaba para comprar más y, mientras estaba abajo, el otro se llevaba las
pinturas. Y él subía, miraba a su alrededor, como Charlie Chaplin, no en
contraba nada y entonces ponía un nuevo lienzo en el caballete.
209
XVIII.
XIX.
Cuando una obra llega a sus tres cuartas partes y la mayoría de los com
positores sienten que es hora de ponerle un m oño al paquete y volverlo
interesante, suelo ir en la dirección opuesta. Quiero decir, puedo enten
der psicológicamente por qué un compositor hace eso después de haber
terminado las primeras tres cuartas partes de la obra. Muchas veces, en
mi nuevo cuarteto para cuerdas, por ejemplo, luego de las primeras tres
horas comienzo a quitar material en vez de agregar, de hacerlo más in-
teresante, y durante algo así como una hora obtengo un m undo m uy
plácido. En esencia, no recurro al drama. N o recurro a ninguna de esas
palabras. No, porque requieren de muletas, de un paraguas, para poder
escribir una pieza. ¡Digo que la historia ha cambiado! ¡La historia! Antes
de 1950 uno necesitaba tener una excelente idea y saber cómo utilizar
la, y esa idea, además, debía ser parte del Zeitgeist.
C uando Grieg vino a Berlín a los veinticuatro años, Grieg, saben,
así de la nada, del norte, llegó a los veinticuatro [canta], veinticuatro
años de edad, un muchacho joven, nadie había escuchado de él, de Es-
candinavia, la Cuarta, Zeitgeist, todo, fantástico, tuvo un gran éxito,
nunca pudo escribir otra buena pieza después de esa. Entonces se ne
cesitaba eso, se necesitaba una excelente idea. Ahora uno, en realidad,
necesita una excelente no-idea, tam bién tiene que ser excelente, pero
una no-idea. ¿Y qué es una no-idea?
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Ven lo que pasa. En realidad, no se trata de la no-idea, es como un ejer
cicio. Permitámonos ser inteligentes, menschen, es un ejercicio para libe
rarnos de las viejas ideas. Si vamos a decirnos a nosotros mismos “tenga
mos una no-idea”, no vamos a obtenerla, y luego nos quedaremos sin
nada de lo que conocemos. Pensemos en las cosas que no conocemos,
como en un think tank. Cualquier idea de otro puede ser nuestra no-idea.
H e tenido no-ideas los últimos veinte años. Recuerdo que una vez esta
ba conversando con Stockhausen sobre el tiempo. ¡Se enfureció conmi
go! Me dijo: “No estás componiendo tu música en el cielo, estás compo
niéndola acá, en la tierra, ¡y un sonido está aquí o aquí o aquí!”. Le dije:
“Sí, la diferencia es qüe para mí el sonido está [en voz muy suave] aquí o
aquí.” Su idea era esta \golpea muy fuerte la mesd\ y mi no-idea era esta
[risas]: una conversación muy divertida sobre el zeit.
Él quería que se lo midiera, quería un tiempo medido, y yo quería un
tiempo sentido, una sensación más subjetiva del tiempo, ¿comprenden?
XX.
XXI.
XXIII.
XXIV.
Así que, en esencia, estoy trabajando con tres notas, y por supuesto tene
mos que usar las otras también. Pero las otras notas son como sombras
de las notas principales. Entonces lo único que tengo que decidir es dónde
voy a comenzar en las tres notas, la escala cromática, ustedes saben a qué
me refiero. Después de un par de años agregué una nota más... porque
las cuatro notas luego me darían la relación de dos segundas menores o
dos segundas mayores. Y además, en un sentido, me darían una segunda
menor, una segunda mayor, una tercera m enor y una tercera mayor. En
otras palabras, al menos tendré un poco más de textura si quisiera aislar.
Uno puede hacer dos cosas con la música: 0 se dedica a la variación que,
XXV.
XXVI.
XXVII.
Siempre me gustó tom ar el tenis como ejemplo. ¿Cómo saben los ju
gadores dónde pararse? Trato de recordar quién era el griego que dijo
“denm e un lugar donde pararme y moveré la tierra”.
Y el registro adecuado. Siempre me gustó ver a los jugadores de tenis
que saben dónde pararse en la cancha. Todos se paran de manera diferen
te, no hay una opinión unánime al respecto. Podría aprender a jugar al
tenis, cómo golpear la pelota correctamente, hacer lo correcto sobre el
polvo de ladrillo. ¿Pero de qué serviría si cuando uno juega las condicio
nes cambian? Todo cambia. Si el viento sopla hacia ese lado, todo cam
bia. Creo que nos acercamos más con el Zen. Y uno de mis relatos pre
feridos es el del joven que va a prepararse con un maestro Zen, creo que
tenía que quedarse con él durante siete años. Y el maestro Zen le da una
escoba, y durante los siete años le ordena que barra la casa. Así que él está
barriendo la casa, está por ahí y el maestro anda cerca con una espada. El
muchacho está barriendo con una escoba, y el maestro Zen se le pone de
trás, le grita, pega alaridos, y el joven levanta la escoba. Después de un
tiem po el joven escucha atento, oye que el maestro está ahí y se vuelve
hacia el otro lado, o se corre de su camino, se para por allí. Y el juego de
escuchar, la percepción, la escucha entran en escena. Todos los matices
de la escucha, estar preparados, y naturalmente ir en la dirección correc
ta en términos corporales... para cuando los siete años terminaron se gra
duó, le dieron una espada y le sacaron la escoba.
T Q tT "
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rl
(D 223
§
O esa otra maravillosa historia escrita por Herrigel. Saben a qué libro
me refiero, es un libro maravilloso, en el que un europeo se vuelve m uy
diestro en el tiro con arco y acierta en el ojo de un toro. Pero al encon
trarse con el maestro Zen debe aprender a acertar y a sentir el ojo del
toro en la oscuridad. Percibir en la oscuridad, dar en el blanco, pero sin
luz. Q uizá esa sea la diferencia. El oficio es algo que se desarrolla en la
luz, y la destreza, algo que se desarrolla en la oscuridad. Al igual que
hacer el amor. Si alguien quiere hacer el am or con la luz encendida es
porque no tiene ninguna destreza. Siguiente tema.
XXVIII.
XXIX.
Las ideas ya están dadas. Los conceptos están dados, todo ya está dado.
¿Pero cómo los orquestamos? Eso no está dado, no está en los libros.
Debemos tom ar esa decisión. Es la única decisión. Tiene que ver con
la diferenciación, tiene que ver con la forma, tiene que ver con el con
traste, tiene que ver con la historia del arte. Hay cosas que nos son dadas.
Pero qué instrumentos, cómo usarlos, cómo escaparse de eso... en otras
palabras, uno no quiere revelar sus ideas del mismo m odo en que We
bern reveló sus estructuras a través de la orquestación. W ebern no or
questa. Él te da los instrumentos y te presenta sus ideas como en una
conferencia, solo que con instrum entos. Debemos ser cuidadosos para
no hacer eso. Así que cuál podría ser una nueva función para los ins
trum entos, una función distinta a simplemente exhibir información:
una función composicional. ¿Pueden acaso tener otra función? ¿O es
esa su única función posible?
La orquestación es tam bién notación. Por lo que tam bién estamos
hablando de eso, todo es metafórico. ¿Tienen la notación adecuada para
los instrumentos? N o necesitan un sistema, la notación muchas veces
puede impedirles volar. Pero entonces, ¿qué es la notación? Por lo tanto,
hay dos cosas sobre las que los compositores no suelen pensar: no pien
san sobre la notación y no piensan sobre cómo orquestarla.
Serán libres, los instrum entos libres. Ustedes saben, los instrum en
tos son como James Bond, simplemente un “shhhh” y te sacan del edi
ficio. Son como James Bond. El loco Karlheinz te persigue, el autom ó
vil hace “krchh”. Los instrum entos son así, te sacan de situaciones en
las que uno no debería estar.
Los instrumentos son la respuesta al cul-de-sac, no las ideas. Al menos
me di cuenta de esto, me di cuenta porque nadie se interesaba por los
instrum entos, saben, nadie' estaba interesado. Y me dije a m í mismo:
“¿Por qué la gente no se interesará en los instrumentos?”. Y no se inte
resan, salvo para que exhiban una idea.
Uno de los problemas del K unst es que no está preocupado por el
medio, se preocupa por él mismo, la idea es el ego. Y al m inuto en que
comenzamos a sacar el ego del medio, debemos encontrar su sustituto,
y no sabemos qué podría ocupar ese lugar.
El material. Y el instrumento es material, ¿comprenden? Hemos sido
muy distantes con el material, especialmente los más jóvenes, que escu
chan las obras tempranas de Schoenberg y Webern, y creen que tienen
una coloración fantástica, pero no tiene nada que ver con la coloración,
tiene que ver con otras cosas, lo hicieron así por otros motivos. Diferen
ciación, variación, eso en verdad no tiene nada que ver con el color. Tiene
que ver con las ideas. Creo que uno de los problemas de la música es que
nunca tuvo su Matisse. N unca tuvo un Matisse. H ubo grandes artistas;
quiero decir, usar el color de una manera correcta y maravillosa no signi
fica sentir el color. Se puede tener una precisión intelectual para el color,
y no una precisión natural. Nuevamente, oficio y destreza. Tiziano tenía
oficio, Matisse destreza: para entender qué era el color, para dejarlo tran
quilo, para soltarlo en un área grande, ustedes me comprenden. No hemos
tenido un Matisse. N o sabemos lo qüe es el color. Creo que la música está
abierta al color. Y cuando hablo del color no me refiero al ambiente, no
me refiero al ruido, me refiero a todos los instrumentos. Es fantástico.
Pueden incluso arribar así a una idea, los instrumentos no tienen ideas,
cada instrumento está preparado para tocar cualquier idea. Ese es el pro
blema de los instrumentos. M e han dicho: “¿Cómo puedes com poner
una pieza para piano en 1978? ¿Cómo puedes com poner algo para el
piano?”. Y yo les respondo: “Dejen tranquilo al piano, el piano no tiene
la culpa de nada. El problema es lo que la gente compone para el piano.
N o hay nada malo en el piano. Déjenlo tranquilo”. Y la música occiden
tal depende de los buenos instrumentos, no sirven los juguetes ni los ins
trum entos improvisados. Y la razón por la que el piano es fantástico es
porque un buen piano es un buen instrumento. U n buen violín es un
buen instrumento, un instrumento perfecto. N o obtendremos nada im
portante de los juguetes. Me encontraba en algún lugar, y alguien había
escrito una pieza para cuatro grabadoras. Le dije: “En principio, creo que
cada uno debe componer lo que quiera componer. En principio, no hay
nada malo en com poner para cuatro grabadoras. Pero en realidad, creo
226
que estás cometiendo un grave error. Suena terrible”.
* Este texto integra las notas del programa de mano editado en 1984 por el Instituto
de Arte Contemporáneo de Londres.
Un abordaje sintáctico tendría tan poco que ver con esta obra como una
tonalidad no basada en una armonía triádica con la música de Schoenberg.
PARA PHILIP GUSTON*
Aunque resulte difícil de creer, Nueva York tenía hace algunos años apenas 231
dos o tres restaurantes de comida china de Szechuan. Uno de ellos, el más
popular, se llamaba Café Shanghai y estaba ubicado en 125* Street y Broad
way. ¿Recuerdan al Café Shanghai? Solíamos llevar a los músicos y pintores
europeos ahí porque el decorado parecía sacado de una película de Fritz Lang.
De cualquier modo, el dueño del restaurante chino una vez me dijo -sobre
todo, porque siempre teníamos que esperar afuera en la calle debido a que
el lugar estaba invariablemente lleno y solo contaban con unas pocas mesas—
que para ofrecer siempre buena comida el restaurante y la cocina debían tener
el mismo tamaño. Y el único modo que encontré para comprender esto, y
para que ustedes comprendan verdaderamente esta pieza, fue hablar al res
pecto durante cuatro horas [risas de Morton Feldman y delpúblico].
Bueno, For Philip Guston es una pieza muy especial para mí, sobre todo,
porque en general doy con el título de mis obras una vez que las termino de
234
COPTIC LIGHT*
Dado que poseo un ávido interés por todas las variantes de tejidos arca- 235
nos de Medio Oriente, recientemente tuve la oportunidad de presenciar
en la exposición permanente del Louvre una sorprendente muestra de pro
ductos textiles cópticos de tem prana edad. Lo que más me impactó de
estos fragmentos de paño coloreado fue el modo en el que comunican la
atmósfera esencial de su civilización. Trasladando este pensamiento a otro
ámbito, me pregunté qué aspectos de la música, de Monteverdi en ade
lante, podrían determinar su atmósfera si uno la escuchara dentro de dos
cientos años. Para mí, la analogía provendría del imaginario instrumen
tal de la música occidental. Estas eran algunas de las metáforas que
ocupaban mis pensamientos mientras componía Coptic Light.
Un aspecto técnico importante de la composición fue provocado por
la observación de Sibelius respecto de cómo la orquesta difiere principal
mente del piano en el hecho de que no posee pedal. Con esto en mente
me concentré en crear un pedal orquestal, variando continuamente sus ma-
* Este texto, dedicado a su pieza Coptic Light \Luz c6ptica\ , integra el programa de mano
del concierto ofrecido por la Filarmónica de Nueva York en el Lincoln Center for The
Performing Arts en mayo de 1986.
tices. Este “claroscuro” es al mismo tiempo el enfoque composicional e ins
trumental de Coptic Light.
236
QUISIERA AGRADECER*
A Edgard Várese, por compartir su visión sobre cómo distinguir las habi
lidades de los modelos y las estéticas.
* Este texto integra el archivo personal de M orton Feldman (Morton Feldman Papers),
que se encuentra al cuidado de la Biblioteca de la Música de la Universidad Estatal de
Nueva York en Búfalo.
II. A MITAD DE CAMINO
III.
IV.
Si hay algo que caracteriza el siglo XX es que Hindemith, uno de sus ma
yores voceros tonales, haya podido decir que la melodía es una cuestión de
definición. Su comentario contiene la promesa de posibilidades indeci
bles... pero una vez que empezamos con la definición, nos damos cuenta
de que nos quedamos con lo mismo con lo que comenzamos... algunas po
sibilidades a las que ya arribaron unos pocos compositores. ¿Por esta sola
razón me cuestiono si el siglo XX será la meca para una música ya no limi
tada por la tradición? Todo lo contrario. Nos encontramos en una era go
bernada por la historia de la música antes que por la creación musical. Y
una parte integral de esta historia se ha vuelto un elemento de control. De
esto pareciera desprenderse que cuanto menos control menor es la histo
ria de la música.
¿Y qué tienen el control y la falta de control que ver con la historia de
la música? Esta no tiene favoritos, nivela. Eso es de lo que nos tenemos que
cuidar. Por eso estamos en apuros. 245
Un aforismo maravilloso, pero no podemos refugiarnos en aforismos.
VI.
Las metas son lejanas, los medios prácticos. Para algunos esa lejanía es el
pasado. Muchos están atados a esta idea y emprenden ese peligroso viaje,
como Orfeo. Otros no emprenden ningún viaje. Tenemos una palabra
para designarlos: modernistas (Stockhausen). Hacen virtud de pertenecer
a su época. Están satisfechos con el hecho de que mientras las metas pue
den ser lejanas los medios son siempre prácticos. A los que regresan de ese
viaje los llamamos Stravinsky.
246
EPÍLOGO
NUEVAS DIRECCIONES EN LA MÚSICA:
MORTON FELDMAN*
por Frank O’H ara
Los últimos diez años han sido testigos de cómo compositores, pintores y
poetas norteamericanos asumieron un papel protagónico en el mundo del
arte internacional, alcanzando niveles hasta ahora inesperados. Liderado por
los pintores, nuestro ambiente cultural ha cambiado por completo y sigue
cambiando. El “clima” favorable a una receptividad frente a lo nuevo en el
arte ha aumentado proporcionalmente, y uno de los aspectos más importan
tes de este cambio ha sido la mutua implicación entre las distintas artes. El
interés generalizado frente el surgimiento de un compositor, un poeta o un
pintor de relevancia ha sido, en los últimos años, invariablemente precedido
por el reconocimiento de otros pintores, poetas y músicos. La influencia de
ideas estéticas ha sido también mutua: lo extremo de sus diferencias ha pues
to de relieve sus analogías técnicas. Como ejemplo de esto encontramos que,
al trazar una analogía entre ciertas pinturas de Jackson Pollock, aquellas en las
que se cubre toda la superficie del lienzo, y la técnica serial de Webern, el tra
bajo de uno sirve para clarificar el del otro. Lo que a simple vista se manifies
ta como pintura “automática” revela, en el modo en que los detalles se con-
1. “Nota: la parte del violín está graficada arriba de la del piano. Las dinámicas serán
qué modo el área individual de la experiencia en esta pieza le es señalada:
TT
-V ! i=d
L
EL ¡.! o
0
L ti ,,. ____!__ 1
PENSAMIENTOS VERTICALES
19 Sonido, ruido, Várese, Boulez
21 Notas biográficas
27 Estructuras para orquesta
29' La lección de historia del Señor Schuller
33 Intersección M arginal, Intersección II, Interm isión V I
35 Pensamientos verticales
39 Una vida sin Bach y Beethoven
41 ...A p a r tir de ultim as Piezas”
43 Cuatro instrumentos
45 La ansiedad del arte
57 Predeterminado / Indeterm inado
61 Philip Guston: El últim o pintor
65 In Memoriam-. Edgard Várese
67 Earle Brown
71 B ook B ook
77 Conversaciones sin Stravinsky
89 Algunas preguntas elementales
93 Después del modernismo
105 N i lo uno ni lo otro
109 Entre categorías
117 The Viola in M y Life
119 Relaciones de falsas y elfin a l extendido
121 Dale mis saludos a 8th Street
131 ¿Quién fue Sonia Sekula?
133 Frank O ’Hara: Los tiempos ya perdidos
y las esperanzas futuras
139 U n problem a de composición
143 Conocí a Heine en la Calle Fürstemberg
153 John de Menil
155 Declaración
157 Rothko Chapel
159 Para Frank O ’H ara
161 Philip Guston: 1980 / Últimos Trabajos
167 Cuarteto para cuerdas
169 Crippled Symmetry
185 Más luz
187 Triadic Memories
193 El futuro de la música local
229 Segundo cuarteto para cuerdas
231 Para Philip Guston
235 Coptic Light
237 Quisiera agradecer
239 Escritos inéditos