Polo Santillán, MIguel (2020) - Corrupción Política y Ética Cívica PDF
Polo Santillán, MIguel (2020) - Corrupción Política y Ética Cívica PDF
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Introducción
En los últimos años, la lucha contra la corrupción ha sido impulsada por la sociedad
civil, como ha sucedido en el Perú, Guatemala y Haití, entre otros. Después se han
hecho presentes, por lo menos en el Perú, los mecanismos legales. Sin embargo, la
protesta ciudadana y la ley no son suficientes, especialmente cuando este fenómeno
social está arraigado en la sociedad y sus instituciones públicas. La insistencia en el
papel de la educación, una vez más, como solución, puede convertirse en un recurso
retórico de poco valor para dar cuenta de las soluciones.
Nuestro presupuesto metafísico es la contingencia de la existencia humana,
desde ahí pensar las instituciones, los procesos sociales y enfrentar la corrupción.
Asimismo, con este presupuesto, buscamos evitar tanto el moralismo como el
cinismo. El moralismo es creer que los seres humanos debieran ser todos morales,
por lo que tendríamos que perseguir la perfección moral de acciones e institu-
ciones. Mientras el cinismo asume que la corrupción solo es decadencia de la huma-
nidad, por lo que no podemos hacer nada al respecto y cada uno debiera salvarse
a sí mismo. La ética cívica —desde donde queremos pensar estos temas— tendría
que asumir la contingencia de las instituciones humanas, por lo que sabiendo que
estas se desgastan y las acciones humanas se corrompen, entonces habría que buscar
medios para fortalecerlas o reemplazarlas. En ese sentido, es necesario entender la
educación para una ética cívica, para que los ciudadanos puedan tener los medios
teóricos y éticos para hacer frente a las diferentes formas de corrupción de las insti-
tuciones humanas, especialmente las públicas y de negocios.
86 Miguel Ángel Polo Santillán
con menos poder, los que se han manifestado contra el poder tanto del dogmatismo
terrorista como del poder corrupto y corruptor. Esta afirmación e irrupción de la
ciudadanía es lo que puede abrir la esperanza para cambiar de manera significativa
nuestra condición, marcada durante el siglo XX. Sin embargo, esto debiera ir parejo
con una apuesta por la formación ciudadana, especialmente en el contexto actual.
La educación escolar es más formal —derechos humanos, derechos de los niños y
del adolescente—, manteniendo la brecha entre lo que se debe y lo que es. La irrup-
ción del ciudadano es un buen inicio para renovar la democracia, pues significa que
las personas van comprendiendo que lo que está en juego son bienes compartidos, y
se requiere su participación para protegerlos y puedan distribuirse con justicia. Los
profesores colombianos Mejía e Hincapié (2019) lo han expresado así: “la única
contención que tenemos frente a la corrupción es la movilización ciudadana”.
Ahora bien, ¿no corremos el riesgo de hacer de la ciudadanía un ideal platónico
que puede quebrarse ante la historia factual? Debemos estar prevenidos de ellos,
por eso, asumiendo los aportes de Beuchot (2004) y Conill (2006), necesitamos
de una hermenéutica analógica crítica, capaz de enjuiciar los hechos sin caer en el
moralismo idealista. Claro que interpretamos los hechos, pero eso no significa que
toda interpretación sea subjetivista, sino que debemos someterla siempre al juicio de
los otros y a lo que suele llamarse “hechos”, para ir apostando por la mejor interpre-
tación posible hasta el momento. Esto tampoco significa que los filósofos tengamos
la interpretación “verdadera”, sino que con nuestras reflexiones aportamos al debate
contemporáneo y de ese modo encontrar salidas a nuestros problemas.
suponen mantener una sociedad jerárquica, donde unos grupos humanos valen más
que otros, en la práctica, no en la formalidad. Aceptamos, por ejemplo, la formalidad
de los derechos humanos, pero vivimos en sociedades excluyentes y desiguales. Por
eso, la lucha por el poder político ha sido básicamente por mantener esos privilegios.
Así, la lucha contra la corrupción de Odebrecht ¿ha llevado a desarticular las
estructuras institucionales de corrupción en América Latina? Hasta ahora no, más
aun, esta permanece tal como está, pues un actor desaparece y otros entran en escena.
Esta lucha contra la corrupción, que puede llevar presos a determinadas personas,
no indica que se cambien esas estructuras institucionales de poder ni se remuevan
a las mafias dedicadas a la corrupción. Mientras una empresa corruptora reparta los
beneficios a sus vasallos, todos estarán tranquilos. Es decir, si más homogeneizador
es la corrupción, mejor funciona en la sociedad, a pesar de que ella misma pague sus
altos costos. Y es que el beneficio individual se percibe más que el perjuicio difuso
de la corrupción.21
Esto nos lleva al tema de los vínculos institucionales de la corrupción, el clásico
patrimonialismo y clientelismo, cuyos tejidos básicos están institucionalizados, pero
que se crean y recrean según los actores en escenas. Por un lado, los gobernantes y
políticos asumen su poder como si fuese privado, es decir, para beneficio suyo y de
su entorno. Esto acompañado de clientelismo, una vieja práctica colonial, que se ha
adaptado bien a las formas “democráticas” de elegir autoridades y a los mecanismos
de los negocios capitalistas. Y estos lazos funcionan bajo el mismo principio de fide-
lidad que cualquier grupo delincuencial, es decir, con su propia moral, lazos que no
permiten que se quiebren las estructuras institucionales, sino aprovecharse de él.
Mientras los dirigentes políticos y económicos se sirvan de esos lazos y compartan
homogéneamente las prebendas, entonces, no se atreverán a ir contra esas alianzas
e instituciones. Esto nos hace pensar que el Estado mismo es el que está corrupto,
pues viven en él grupos y procedimientos que tienen un modus operandi difícil de
vencer. A la inoperancia ahora le sumamos los mecanismos corruptores que son
hábitos, modos de ser y de vivir, que se adecuan y hacen sus leyes (o la interpretan)
a la medida de sus clientes. Así, el Estado es asumido como una gran empresa, cuyos
negocios están a la medida de los clientes, pues ellos reconocen “generosamente” la
oportunidad de hacer negocios. Después de todo, solo son negocios, pues lo que
mueve no es tanto atender los bienes públicos sino las ganancias obtenidas. Recor-
demos que, en el Perú, como en muchos países, la principal empresa es el Estado, que
hace negocios con otras “empresas privadas”; así que los que están en cuestión es una
forma de hacer negocios y también la actual y fáctica concepción del Estado. Hemos
asumido, quizá por la influencia de la filosofía política tradicional, que el Estado es
una organización pública, cuando en realidad hoy actúa como una gran empresa,
21
Cada sociedad hace sus propios balances económicos del perjuicio social que ocasiona, en educación, salud, infraes-
tructura, los cuales indican que nos han robado nuestro presente.
La ciudadanía y lo político 89
por lo que su corrupción también deja entrever la corrupción del mundo de los
negocios. Por eso asumo que no es que el Estado se haya pervertido por las empresas
privadas, sino se trata de la corrupción misma entre empresas, la corrupción de los
modos de hacer negocios. Una prueba de ello es el pobre gasto público que hay en
sectores sociales como educación y salud, especialmente por la burocracia y las legu-
leyadas, pero los burócratas son efectivos en otorgar licitaciones a empresas donde
está en juego millones y millones de dólares, además a costa de la dignidad de los
pueblos.22 Así, es el Estado mismo el que está en cuestión en la corrupción política.
Cerutti (2019) nos dice que no se trata de Estados fallidos, sino de Estados
eficientes en corrupción. Puede pensarse también que se trata de Estados fallidos en
lograr el bien común y eficientes en corrupción. La pregunta es: ¿podemos esperar
Estados eficientes en el bien común y fallidos en corrupción? En cualquier caso, la
corrupción política no hace referencia solo a individuos o malas prácticas profesio-
nales, sino a organizaciones y estructuras estatales que la hacen posible.
En ese contexto de corrupción de los poderes del Estado, la ciudadanía debe
generarse en el ejercicio mismo de la protesta y la vigilancia, pues, de otro modo,
los poderes subalternos seguirán haciendo su “cueva de ladrones”, para tomar la
metáfora bíblica. En la antigüedad, la voz de Dios fue corrompida por el templo/
mercado, ante lo cual reacciona Jesús. Ahora, la voz del pueblo —que se supone es el
nuevo Dios de las democracias actuales— es corrompida por el Estado/empresa. Y
si fracasó el maestro judío en su intento de transformarlo, ¿ahora fracasará el ciuda-
dano en su lucha por hacer un Estado eficiente y justo? ¿O habrá que decirle adiós al
Estado y encerrarnos en nuestras vidas privadas o quizá comunitarias? Apostamos
a lo que Gertz & Maldonado (2009: 61) señalan, otorgarle poder constitucional al
ciudadano, para que puedan controlar, evaluar y calificar el ejercicio del poder. Y
con ello, la democracia misma volvería a sus raíces.
Dejar la visión empresarial del Estado requiere replantearnos su sentido y la
distribución de poder porque, después de todo, el poder del ciudadano continúa
siendo el sustento de la democracia. Al respecto, estamos de acuerdo con Gamio,
cuando sostiene:
La distribución del poder requiere tanto de una visión de la vida buena centrada
en la acción ciudadana como en un corpus institucional y jurídico en el que nos
reconozcamos como agentes sociales. Actuamos en el marco de las instituciones.
La sociedad civil es el escenario de la vida democrática, el estado de derecho es su
estructura básica, la deliberación, el sentido de pertenencia y la acción en común
22
Hasta junio de 2019, ningún sector del Estado había gastado el 50% de su presupuesto para inversión pública. Ver:
https://larepublica.pe/economia/2019/07/02/trabajo-y-ambiente-son-los-ministerios-con-menor-avance-de-in-
version. Y hasta mayo de 2019, el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social no había realizado ningún gasto en
inversión social, ver: https://gestion.pe/economia/ministerio-invierte-sol-proyectos-mayo-268880-noticia.
90 Miguel Ángel Polo Santillán
Lo que la filósofa llama justicia, para nosotros es la otra cara del “bien común”,
pues su realización es el mejor signo de la justicia social. Y ambos —bien común y
justicia social— como sentido de la política y de la ética. Sin embargo, debiéramos
preguntarnos: ¿qué virtudes se hacen más importante en nuestros contextos? Estoy
de acuerdo con Marciano Vidal (2007) en la necesidad de repensar las virtudes para
nuestro tiempo y en su propuesta de virtudes: la veracidad, la honradez y el servicio,
pensadas y sentidas desde el “orden de la caridad”.23 Y señala que, dentro de ellas, es la
Mozi, filósofo chino del siglo V a.C., ya sostenía lo siguiente: “Cuando investigamos la causa del desorden, encon-
23
276 págs.
Equipo de Investigación Demos. Sección de Filosofía Práctica, Facultad de Letras y Ciencias Humanas
y Escuela de Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM)
Calle Germán Amézaga nº 375, Lima 1 – Ciudad Universitaria (puerta nº3)
Teléfono: (51) 997 405 691
[email protected]
demos-unmsm.blogspot.com
ISBN: 978-9972-695-82-7
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2020-02079
El contenido de los textos son responsabilidad de los autores y no representan ninguna postura
institucional.
Tabla de contenido
Presentación ....................................................................................................................................13
Bibliografía.......................................................................................................................................249