Mitologia Griega

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Moisés Bustincio Cuya 5° Sec.

Prometeo enfrenta a Zeus


Prometeo era hijo de uno de los Titanes. Gea y Urano fueron sus
abuelos, es decir, era primo de Zeus. A pesar de pertenecer a la
estirpe de los Titanes, decidió luchar del lado del gran dios en su
guerra contra Cronos. Valiente y astuto, Prometeo tenía una
debilidad. Amaba a los seres humanos, que intentaban sobrevivir, con
mucho sufrimiento, sobre la superficie de la Tierra. Zeus, en cambio,
no se interesaba mucho en ellos. Muchos afirmaban que el interés de
Prometeo en la humanidad se debía a que él mismo había sido su
creador.
Como no tenían poder sobre el fuego, los mortales vivían
miserablemente. Eb las noches oscuras, solo podían protegerse de las
fieras escondiéndose de la profundidad de las cavernas. No podían
trabajar los metales para fabricar armas o herramientas, y tenían que
contentarse con lo que lograron hacer tallando piedras. Comían sus
alimentos crudos y vivían como animales. Poco podía su inteligencia
sin el fuego que Zeus le negaba.
El que trabajaba con fuego todo el día era uno de los hijos de Zeus,
ese dios rengo y malhumorado Hefesto, que estaba casado con la
bella de todas las diosas, la
increíble Afrodita. En su
fragua, en las
profundidades de la Tierra,
debajo de un volcán,
Hefesto fabricaba las armas
de los dioses, con ayuda de
los Cíclopes.
Prometeo, usando su
ingenio, se acercó a la
fragua de Hefesto para
conversar amablemente con
el dios. Y en una
distracción, consiguió robar
un poco de fuego, unas cuantas brasa encendidas que escondió en el
interior de una caña hueca. Con ese regalo asombroso, se presentó
ante sus queridos hombres. Y no solo les entregó el fuego: les enseño
a cuidar que no se apagara, a encenderlo y utilizarlo de todas las
maneras posibles: les entrego la técnica de construir viviendas,
armas, herramientas. Desde que fueron dueños del fuego, por
primera vez los hombres se sintieron superiores a todos los demás
seres que poblaban la Tierra.
Zeus estaba furioso. Prometeo había desobedecido sus órdenes y
debía recibir un castigo ejemplar. Con cadenas de acero, lo sujeto a
una roca en el Cáucaso y envió a una águila monstruosa a devorarle el
hígado. Para que el castigo fuera terrible y etrno, todas las noches el
hígado de Prometeo volví crecer, y el águila se alimentaba durante el
día. Zeus juró por lo más sagrado que jamás desataría a Prometeo de
esa roca.
¿Pasaron años, siglos,
milenios? Nadie lo sabe.
Mucho, mucho tiempo
después, Heracles, un
hombree hijo de Zeus,
pasó allí en su camino al
Jardín de las Hespérides.
Heracles, mató a
flechazos el águila que lo
atormentaba y rompió
sus cadenas. Prometeo
agradecido, lo ayudó con
sus consejos.
Zeus quería mucho su
hijo Heracles y a pesar de todo estaba orgulloso de su hazaña. ¿Pero
cómo podía permitir que Prometeo quedara libre sin romper su
juramento? Con una gran idea: hizo que Hefesto fabricara un anillo
de acero de la cadena, que engarzara en él un trozo de la roca a la que
Prometeo había estado atado, y lo hizo jurar que jamás se quitaría ese
anillo. Así Prometeo quedó libre para siempre y, al mismo tiempo,
para siempre encadenado en la roca del Cáucaso.

La caja De pandora
Los hombres tenían el fuego, que Prometeo había robado para ellos.
Ahora vivían libres de todo mal, no sufrían el cansancio ni dolor por
las enfermedades. Se habían vuelto altaneros y peligrosos. Para
mantener el orden en el Universo, Zeus debía dejar bien la clara
diferencia entre los hombres y los dioses.- ¡Les haré un regalo
maldito!- rugió Zeus. Había llegado el momento de crear a la mujer.
La llamó Pandora y todos los dioses participaron en su creación. Con
arcilla y agua, Hefesto modeló un bellísimo cuerpo parecido al de las
diosas inmortales. Atenea, la diosa de la sabiduría, le enseñó las
labores femeninas, sobre todo a hilar y tejer hermosas telas. Afrodita,
la diosa del amor, le otorgó gracia y atractivo. Y Hermes, el dios de los
ladrones y mensajero de los dioses, le enseño a mentir.
Entonces, Pandora fue entregada por los dioses a Epimeteo. Junto
con la mujer, le regalaron una bonita vasija de cerámica trabajada
con bajorrelieves. Antes de ser encadenado en el Cáucaso, Prometeo
les había advertido a los hombres que jamás aceptaran un regalo de
Zeus , porque le gran dios estaba tramando una cruel venganza
contra ellos. Pero cuando Epimeteo vio a Pandora, simplemente no se
pudo resistir. La amó inmediatamente. No podía ser este el regalo
envenenado de los dioses. En este caso, lo importante era no abrir
jamás la vasija: allí debía estar el peligro.
Epimeteo le hizo jurar a Pandora que jamás abriría la vasija. Pero
apenas la dejo sola por primera vez, Pandora no pudo resistir la
curiosidad. ¡Un regalo de los dioses debía ser algo maravilloso! No
hacía falta destapar la vasija, no tenía por qué romper su promesa.
Solo levantaría un poquito la tapa para mirar adentro.
Ni bien levantó la tapa de la vasija. En un enjambre horrible, oscuro,
escaparon de allí todos los males que torturaban a la humanidad.
Como moscardones negros y pesados, echaron a volar el Dolor, la
Vejez, el cansancio, la Enfermedad y la Muerte. Aterrada, Pandora
cerró inmediatamente la vasija.
Y algo, a pesar de todo, alcanzó a encerrar en su interior. ¿Qué era?
Se percibía golpecitos tan suaves como si los dieran las alas de una
mariposa. Pandora levantó un poquito la tapa para mirar y vio un
maravilloso brillo dorado. Entonces ya no tuvo miedo y, abriendo del
todo, dejó volar a la hermosa, engañosa Esperanza, que nadie sabe si
es un bien o es un mal.
Por culpa de la ciega Esperanza, los seres humanos soportan todo el
mal que los hace sufrir sobre la Tierra. Gracias a ella son felices, a
veces, a pesar de todo.

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