La Narrativa y El Mal
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género humano. La rebelión, e! mal y e! descubrimiento de la
realidad van así asociados en ese mito original.
En el mito de Adán y Eva, el mal aparece corporizado
inicialmente bajo la forma de la serpiente. La serpiente es
una antigua encarnación de! mal que ya aparecía en e! mito
de Apolo. La historia de Adán y Eva, que fue dramatizada por
] ohn Milton, podria definirse como un esquema clásico de
narración. Al inicio, Adán y Eva viven en un tiempo inmó-
vil, e! perfecto tiempo del paraíso. La llegada de la serpiente
es un factor perturbador, e! inicio del tiempo real. Con la
serpiente, es decir la amenaza de! mal, en e! tercer libro del
Génesis, llega la acción, el tiempo narrativo. La serpiente le
informa a Eva que si toma esa fruta, se abrirán sus ojos y
podrá ser como los seres divinos, que conocen la diferen-
cia entre e! bien y e! mal. La tentación le otorgará a Eva la
capacidad de discernir, o sea la lucidez. En otras palabras,
la divinidad. Con la manzana, ella y Adán dejarán de ser
simples humanos.
Con la llegada de la serpiente aparecen todos los ingre-
dientes narrativos: e! conflicto, el dilema, la transgresión.
Adán y Eva se enfrentan a un dilema. El dilema es un motor
esencial de la acción, y a la vez un estímulo de la relación
entre el personaje y e! lector. La curiosidad, un instinto tan
humano como subversivo, es también un instinto divino, que
hace que los hombres trasciendan su condición. "Vas a ser
como los dioses", le dice la serpiente a Eva. "Conocerás la
diferencia entre el bien y e! mal". Esta tentación de la divini-
dad, conocida como curiosidad, es e! motivo por e! que los
protagonistas dan un paso decisivo en la trama: rompen la ley.
Al tomar la manzana de! Árbol del Conocimiento del Bien y
e! Mal, Adán y Eva están buscando una verdad que trasciende
su entorno. Pero no olvidemos que la fuente de! mal, es decir,
la manzana, era ya parte de! paraíso. El mal ya existía en ese
lugar aparentemente perfecto, porque, como bien sabían los
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un individuo inseguro y celoso que va a matar a la inocen-
te Desdémona. Asimismo, Vautrin revela el lado oscuro de
Lucien: su necesidad de triunfar y de figurar en el falso y
acartonado mundo de la sociedad francesa. Sabemos que
Lucien es ambicioso y arribista gracias a Vautrin. Sabemos
que Adán y Eva son curiosos, desobedientes y mentirosos,
gracias a la serpiente. El mal, una vez más, es partador de
la verdad. Pero esta verdad maligna ya estaba inscrita en el
corazón de los inocentes.
Algunos relatos modernos como El extraño caso del doctor
Jekyll y Mr Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson, son un
comentario a esta unidad del bien y el mal. La pócima que
convierte al doctor Jekyll en Mr. Hyde todas las noches es
una via de transición de su propia identidad. Mr. Hyde revela
quién es doctor Jekyll, lo completa, lo reformula y lo huma-
niza. Otra fábula de la era victoriana, Las aventuras de Alicia
en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carroll, muestra
un mundo al revés, donde impera la antilógica, es decir, un
mundo aparentemente opuesto al que la realidad victoriana
de su protagonista preconizaba. El país de las maravillas de
Alicia es el de los transgresores de la lógica, la ley y el sentido
común. La sociedad victoriana, cultara represiva del bien, es
la mayor generadora de visiones del mal.
En "La literatura y el mal", Georges Bataille desarrolló
la idea de que la narrativa y el arte en general son la conse-
cuencia de las represiones de nuestros deseos tanáticos. Se-
gún Bataille, nuestra educación social nos obliga a reprimir
estos deseos violentos que se quedan almacenados en nues-
tro inconsciente. La literatura y el arte nos dan, sin embargo,
una gran ocasión de liberar esos deseos. Por eso creamos
personajes siniestros, grotescos o atemorizantes que repre-
sentan ese lado oscuro y reprimido. En los relatos, a través
de los personajes que nos representan, podemos realizar las
transgresiones que no podemos realizar en la vida. Si en la
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obras literarias. Entre nosotros, las obras literarias que repre-
sentan el poder y la maldad se remontan al siglo XIX. Una de
las más importantes es sin duda "El matadero" (1838-1840),
de Esteban Echeverría, que grafica la situación de Argenti-
na bajo la dictadura de Rosas. Algunos dictadores históricos
como el presidente Francia de Paraguay y el presidente Truji-
110 de Santo Domingo han dado lugar a novelas de Roa Bastos
y Vargas Llosa, en las que el dictador es el protagonista.
Tenemos muchas historias que contar a propósito de
nuestros dictadores. El dictador Somoza en Nicaragua tenía
en los jardines de Palacio de Gobierno dos jaulas. Una de
ellas tenía aves del paraíso. La otra, prisioneros políticos. El
dictador Melgarejo de Bolivia nombró -en una noche de
borrachera- Ministro de Relaciones Exteriores a su caba-
110. El dictador Odría del Perú ordenó derogar la ley de la
gravedad. La dictadura argentina diseñó nuevos aparatos de
tortura, como la picana eléctrica. La idea del mal, como en
Shakespeare o en Balzac, es inseparable de la idea del abuso
o la destrucción del poder.
Pocos han reflexionado sobre el poder como Elias Canetti
en su gran ensayo "Masa y poder" (1960), donde establece la
relación entre poder y paranoia. Su análisis de los reyes afri-
canos y del oficial nazi Schreber define claramente la fuerza
delirante de la paranoia. El sueño del poderoso es sobrevivir
a sus enemigos. Sueña con un mundo en el que solo exis-
ten subordinados suyos. El poderoso sentencia a personas a
muerte porque piensa que de ese modo pospondrá la suya
propia, en un universo que concibe como una carnicería na-
tural. Canetti enfatiza la importancia de las órdenes que dan
los poderosos. Una orden es, originalmente, un pedido de
retirada del otro. En ese sentido, dice Canetti, un león que
persigue a un animal débil en realidad le ordena que se vaya.
Cuando el león mata a uno de los animales de la manada, ya
no persigue al resto. Esa es la razón por la que la manada está
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se ocultan bajo el barniz de la civilización y las normas de
la convivencia a las que los seres humanos se obligan. Solo
la narrativa puede hurgar debajo de estas capas de cultura
para hacerlas. ¿Por qué razones los personajes de una novela
están dispuestos a hacer lo que hacen? ¿Por qué o por quién
estarían dispuestos a dar la vida? ¿Qué hace que se enamoren
o se odien o busquen prevalecer o destruirse o aislarse? ¿Qué
motivos los pueden llevar a enfrentar y romper alguna ley?
¿Cuál es el costo del sacrificio y hasta dónde son capaces de
llegar para realizarlo? Estas son preguntas que se registran
en la acción de los personajes, en la narración misma. Son
preguntas que están implícitas en las historias. Por fortuna, la
experiencia humana está llena de misterios, es decir, llena de
motivos para relatos. Y tanto el mal como el bien, que convi-
ven en nosotros como una unidad, son misterios que nunca
llegaremos, felizmente, a explicar. El trabajo del escritor es,
más bien, compartir asombros.