Envidia Versus Caridad

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 2

ENVIDIA VERSUS CARIDAD

El catecismo de la Iglesia católica nos recuerda en el número 391, aludiendo a los pasajes de Gn
3,1-5 y Sb 2,24, que la seducción de Adán y Eva al pecado está relacionada con la voz del diablo,
opuesta a la voluntad divina, quien actúa por envidia. Éste, creado originariamente como ángel
bueno por Dios, se rebeló y adquirió la condición maléfica que llamamos diabólica.

Ya en esta afirmación tenemos unos puntos de reflexión inicial. El diablo fue creado por Dios
bueno, al igual que el hombre. De este modo, mientras para justificar la gracia original del
hombre, se enseña que la voz tentadora vino de su exterior, sin embargo, no hay justificación
externa para el diablo. Dicho de otro modo: A Adán y a Eva los tentó el diablo, pero ¿quién tentó
al ángel bueno que llamamos Diablo? Porque el diablo también era bueno en su origen.

¿Qué es la envidia? Tanto en el caso del diablo como en el de los primeros padres, puede
afirmarse que la envidia es un deseo desmedido del bien. O sea, la primera humanidad y aquellos
ángeles originariamente buenos, “querían ser como Dios” (Gn 3,5). Si Dios creó al hombre para
unirlo a su gloria en la eternidad (Sal 82,6. Jn 10,34. 1Pe 1,4. Jn 3,2), no podría afirmarse que
desear lo que Dios nos tiene reservado fuera malo. ¿Qué es lo que hizo malo nuestro deseo y el
deseo de ser como Dios? He ahí la respuesta: la envidia. La envidia es una forma distorsionada
y destructiva de amar lo bueno. Por eso, el deseo de alcanzar la naturaleza divina llevó a los
ángeles y a la primera humanidad a la desobediencia y al alejamiento de Dios. Así, los ángeles
buenos se hicieron a sí mismos malos y el hombre perdió la Gracia original, con todas las
consecuencias del pecado como el sufrimiento, el trabajo sin sentido, el parto doloroso… y hasta
la muerte. Todo por envidia… El diablo envidió primero la grandeza de su Creador y,
posteriormente, la Gracia original que mantenía al hombre en comunión de vida con Dios, con
sus semejantes y con su contexto natural. La envidia nunca consigue lo que desea y, por ello,
busca destruir a quien pueda poseerlo, llegando incluso a dañarse uno mismo en esa
desesperación interior.

La envidia es, por lo tanto, un desorden en el deseo de lo bueno, un desorden en la capacidad


de amar lo bueno que está en el corazón sano de las criaturas de Dios.

¿Y qué es la caridad? La caridad, dice San Pablo, es no tener envidia (1Cor 13,4.) La caridad
podemos afirmar, por tanto, al confrontarla con la envidia, es la virtud que ordena
correctamente nuestros deseos de lo bueno, nuestro amor.

La caridad es la posibilidad de sumergirse en el amor fontal, que es el amor divino trinitario que
se derrama a la humanidad en Jesucristo. Fundamentalmente, es una respuesta amorosa a la
benevolente oferta de Dios para con la humanidad. Dios nos ha amado tanto que entregó a su
propio hijo por nuestra salvación (Jn 3,16), para que alcancemos el mayor de los bienes, la
participación en su vida divina.

La caridad es amar a Dios Padre con el amor de Dios Hijo, amar Jesucristo con el amor del Padre,
amar a Dios, en su misterio, con el amor del Espíritu, amar al hermano con el amor con que Dios
no ha amado a nosotros.

La caridad no pretende arrebatarle a Dios su gloria, sino que nos predispone a recibirla gratuita
y amorosamente, inmerecidamente, “por pura Gracia” (Os 14,4. Ef 2,8).

La caridad es hacer el bien al otro, sabiendo que todo lo que hagamos a nuestros semejantes,
necesitados de nuestro apoyo y solidaridad, se lo estamos haciendo al mismo Cristo, (Mt. 25,40):
“A mí me lo hicieron”.
La caridad es la virtud que ordena y perfecciona todas las virtudes, enseñaba Santo Tomás de
Aquino. Por eso, La caridad es la capacidad de alegrarse con el bien ajeno, superando la envidia
y considerando la abundancia de gracias y dones del otro como una bendición de Dios para
todos. Porque la caridad no engendra rivalidad, sino complementariedad. La caridad no suscita
orgullo ni menosprecio, sino respeto y reconocimiento.

Estamos llamados a superar la envidia, ordenando nuestros deseos de lo bueno, con la Caridad,
que es el amor de Dios que se derrama en nuestros corazones en Cristo. Hijos en el Hijo,
hermanos en el Hijo.

¡De colores!

P. Ponç Capell Capell


Mercedario – Párroco de la Parroquia de Fátima de Maracaibo.
Julio 2020

También podría gustarte