Me Has Ensenado Lo Que Es El Am - Sophie Saint Rose

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Me has enseñado lo que es el amor

Sophie Saint Rose


Índice

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Capítulo 1

Sentada ante su pupitre, Raquel miraba su libro de texto


mientras su corazón latía alocado en su pecho. Su respiración
se agitó. Todas las letras le bailaban de los nervios mientras su
compañero de atrás leía el párrafo que el profesor había
indicado.
—Siguiente.
Sintiendo las manos sudorosas se las pasó por la faldita de
cuadros antes de empezar a leer, pero se puso tan nerviosa que
su cerebro iba más rápido que su boca y empezó a leer frases
sin sentido, mientras comenzaba a sudar profusamente
humedeciendo los ricitos rubios de su frente.
—¿Pero qué rayos te pasa, Raquel?
Medio mareada levantó la vista hacia su profesor que
estaba a su lado. Sus ojos verdes mostraban el pánico que la
recorría.
—¡Está claro que debes ser tonta o algo por el estilo!
¡Empieza desde el principio!
Pálida gimió interiormente y empezó a leer muy
lentamente. Cada palabra que salía de su boca era un esfuerzo
sobrehumano y cuando llegó al final del párrafo sus preciosos
ojos estaban llenos de lágrimas.
—¡Esto es ridículo! ¿Qué diablos te pasa? —dijo él furioso
antes de cogerla de la coleta, tirando de ella hacia el encerado
—. ¡Ponte cara a la pared!
Sus compañeros rieron por lo bajo y una lágrima cayó por
su mejilla mirando el encerado donde había una ecuación.
—¡Si quieres aprobar el curso, ya te puedes ir espabilando!
Parece que tienes cinco años por como lees. Mírate, llorando
como un bebé. —Se echó a reír de su propio chiste mientras
sus compañeros hacían lo mismo. —Es evidente que nunca
serás locutora de radio, pero tampoco esperamos mucho de ti.
Volviendo al presente recordó ese episodio cuando tenía
doce años. Ahora comprendía que había sido un ataque de
pánico, pero la insensibilidad de su profesor aún la asombraba.
Sonrió atenta a Joss, su alumno, al que le estaba ocurriendo
exactamente lo mismo en ese momento.
Cuando terminó la miró temeroso con sus preciosos ojos
azules y ella sonrió asintiendo, porque sabía que ese párrafo le
había costado más que a ningún alumno de la clase. —
Siguiente.
Una de las niñas soltó una risita y Raquel dijo sin levantar
la vista del libro —Stayce, tienes un punto menos en el
examen del lunes.
La niña la miró asombrada antes de entrecerrar sus ojos
castaños, pero no era tonta y cerró la boca. En ese momento
sonó el timbre y Raquel suspiró de alivio porque al fin era
viernes. Estaba agotada. Mientras todos se levantaban
recogiendo sus pertenencias ella dijo en voz alta —Recordad
que quiero la redacción de tres páginas y quien no la traiga no
podrá hacer el examen. ¿Qué haréis en vuestras vacaciones?
Ese es el tema. —Se acercó al pupitre de Joss como si nada y
sonrió. Él avergonzado cogió su mochila colocándosela a la
espalda y sujetó las correas con las manos, esperando la
reprimenda seguramente. —No pasa nada, ¿sabes? Se te
pasará antes de que te des cuenta.
La miró sorprendido. —¿Usted cree?
—Te lo digo por experiencia. No quiero que te preocupes
por eso. Los nervios se van cuando adquieres confianza.
Joss sonrió. —Gracias.
—Ahora vete a casa. Disfruta del fin de semana.
Se volvió para ir hacia la mesa de la profesora y se metió el
lápiz que llevaba en la mano dentro del moño porque notaba
que se estaba soltando.
—Señorita Klein…
Se giró cuando llegó a su mesa y vio que Joss la seguía.
Sonrió al ver sus pantalones anchos y su camiseta de rayas.
Era obvio que era rapero o que sus padres no sabían elegir la
ropa de su talla.
—Dime… ¿Tienes algún problema con alguien? Sólo
llevas una semana aquí, pero…
El niño de nueve años sonrió mostrando que sería un
hombre muy guapo cuando creciera con ese cabello castaño y
sus bonitos ojos azules. —No, pero es que mi papá me ha
dicho que no nos iremos de vacaciones. Tiene mucho trabajo
en la granja y…
—Lo entiendo, Joss. No te preocupes. ¿Sabes qué? Vas a
hacer algo aún más difícil. Imagínate las vacaciones de tus
sueños.
Los ojos de Joss brillaron. —¿Lo que quiera?
—Lo que quieras. Y recuerda que no puede ayudarte ni tu
madre ni tu padre.
Joss perdió algo la sonrisa. —No tengo madre.
—Oh, cielo… Lo siento.
Se encogió de hombros como si le diera igual. —Murió
cuando era pequeño. Pero tengo a papá y no me ayudará
porque dice que tengo que hacer las tareas solo.
Muchos padres decían eso para no quedar en evidencia ante
sus hijos al hacer los deberes. —Y está muy bien porque son
tus tareas. —Cogió su bolso y fue hasta la puerta mientras él
caminaba a su lado. —Como tu padre tiene las suyas.
—Sí, y tiene muchas. Yo intento ayudarle —dijo hinchando
el pecho—. Y dice que lo hago muy bien.
—Eso es estupendo. ¿Tenéis animales?
—Dos vacas y unas gallinas. Papá quiere sembrar. La
granja de su tía estaba en mal estado y tenemos mucho trabajo.
Al parecer su padre le repetía a menudo que tenía mucho
trabajo. —Eso es al principio. Ya verás como en unos meses
todo es más tranquilo y tiene más tiempo.
Joss se encogió de hombros. —De todas maneras papá
nunca para. Es ingeniero agrónomo, ¿sabe señorita?
—No, no lo sabía. —Sonrió porque era evidente que
cuando se le daba confianza era muy dicharachero. Encajaría
bien.
—Oh, sí. Y tiene unas ideas muy buenas sobre los
productos ecológicos. Dice que la gente abrirá los ojos y que
volverán a consumir productos como antes. Con los métodos
tradicionales —dijo de corrillo demostrando la admiración que
tenía por su padre.
—Tiene toda la razón.
Joss sonrió de oreja a oreja. —Todavía no tenemos, pero
cuando crezcan le regalaré unas hortalizas. Papá dice que son
muy sanas.
—Eres muy amable. —Divertida llegaron a la sala de
profesores y se detuvo ante la puerta. —Que pases buen fin de
semana, Joss.
—Gracias, señorita Klein —respondió encantado antes de
salir corriendo, haciendo que su mochila se bamboleara de un
lado a otro.
—¿Qué tal el nuevo?
Se volvió hacia su director que salía de la sala de
profesores con unas carpetas en la mano. —Está algo
intimidado, pero no habrá problema. O al menos eso creo.
Veremos cómo evoluciona. Al parecer no tiene madre.
—Vaya, se me olvidó decírtelo.
—¿Y su expediente?
—Todavía no nos lo han enviado.
—Mierda de burocracia…
—Shusss, como te oiga algún alumno la tenemos. La
asociación de padres se te tiraría encima.
Hizo una pedorreta haciéndole reír y entrando con ella de
nuevo a la sala de profesores seguramente para charlar un
poco. Lisa estaba corrigiendo unos exámenes sobre la mesa
mientras se tomaba un café y chasqueó la lengua antes de
tachar media página para después tirar el rotulador rojo y
pasarse tras la oreja un mechón de su cabello pelirrojo. —
Cómo inventan. Si pusieran tanta imaginación para otras
cosas, tendríamos premios Nobeles.
—Alguno será Nobel, eso seguro. Sólo hay que tener
paciencia.
Lisa levantó una de sus cejas pelirrojas. —Amiga, sigue
soñando. Tendremos como mucho un par de comerciales de
productos agrícolas y un médico si hay suerte.
—Pues yo tengo un par en mi clase de tercero que pueden
acceder a una universidad decente si les conceden una buena
beca. Si siguen así, claro. Todavía queda muchos años para
que lleguen a la universidad —dijo Bruce sentándose ante Lisa
con una taza de café.
—Claro. ¿Cuánto llevas de director?
—Dos años. Y doce en la enseñanza.
—¿Cuántos que han terminado la carrera, tienen puestos
importantes?
—Ni idea.
—¿No lo sabes? —preguntó Raquel asombrada.
—En cuanto terminan les pierdo la pista. Siempre llegan
niños nuevos de los que ocuparme. Esos son los que me
importan.
—Leche, ¿me voy a volver como tú? —preguntó Raquel
incrédula.
—Más te vale. Sólo llevas un año en este colegio, pero
terminarás comportándote como yo.
—¡Yo les sigo la pista! —dijo Lisa haciendo que la miraran
divertida—. Vale, les sigo desde hace dos años nada más, pero
les sigo.
Bruce reprimió la risa. —Bueno, el hecho es que ninguno
nos ha salido genio que yo sepa.
—No estamos aquí para educar a Einsteins. Yo me
conformo con mis niños. —Metió el libro que estaba leyendo
en su tiempo libre en el bolso y les dijo —Os dejo. Me muero
por darme un baño.
—¿Vas a ir esta noche a tomar algo al Elis? —preguntó
Lisa.
—Uff, no me apetece.
—Venga, no seas aguafiestas.
—¿Lo dejamos para mañana?
—Vale, pero te quiero con las pilas a tope.
—Hecho.
—Como echo de menos esas juergas en el Elis. Desde que
tenemos las gemelas la vida no es lo que era.
—No, es mejor.
Bruce sonrió como un padre orgulloso. —Cierto. Ah, que
no se me olvide, la semana que viene es su cumpleaños y
estáis invitadas. El domingo a las cuatro.
—¿Cuántos cumplen? ¿Cuatro?
—Cinco.
—Unas mujercitas. Lo tendré en cuenta para el regalo.
—No hace falta.
—Claro que sí. —Le miró maliciosa. —Además ya tengo
una idea. Ciao, chicos.
Salió de la sala de profesores y vio como Stayce ligaba al
lado de las taquillas con un niño dos años mayor que ella. Le
miraba coqueta, mientras sus amigas tras ella reían
murmurando. Vaya con las nuevas generaciones. Y ella sin
comerse un rosco desde hacía más de dos años.
Sacó las llaves de su coche del enorme bolso que llevaba
colgado del brazo y distraída pensó en que ya iba siendo hora
de echar una cana al aire. Bajó los escalones del colegio y
atravesó el aparcamiento para llegar a su cuatro por cuatro rojo
cuando vio a Joss mirando de un lado a otro como si esperara a
alguien. Era raro porque los niños regresaban a sus casas en
bicicleta o les recogían sus padres. Frunció el ceño. —¿Joss?
—le llamó en voz bien alta —. ¡Ven aquí!
El niño miró de un lado a otro antes de correr hacia ella y
cuando llegó a su lado forzó una sonrisa. —¿Si, señorita
Klein?
—¿No han venido a buscarte?
—Mi papá llegará enseguida. Nunca se olvida.
—¿De veras? —Sacó su móvil del bolso. —Dame su
número.
—No, de verdad. Estará al llegar.
—No pienso dejarte aquí solo. Y menos si no tienes
transporte. El número.
Joss suspiró antes de empezar a recitarle el número de su
padre. Raquel se puso el teléfono al oído. Como no lo cogía lo
volvió a intentar. —Estará ocupado —dijo Joss sin darle
importancia.
—¿Sabes qué? Sube, que te llevo a casa.
—No, de verdad.
—Sube, Joss. Ahora —dijo con autoridad abriendo la
puerta del coche.
Sentada tras el volante levantó una ceja mirando a Joss, que
murmurando por lo bajo rodeó el coche arrastrando los pies
hasta la puerta del copiloto. La abrió y dijo —¿Y si llega
mientras tanto? Se va a preocupar.
—Si no está en casa, le llamaremos de nuevo. ¿De
acuerdo? Vamos.
Joss se quitó la mochila de la espalda antes de subir. —El
cinturón, por favor —dijo divertida porque era evidente que no
quería irse con ella.
Arrancó en cuanto se lo puso y salió del aparcamiento. —
Muy bien, creo que tengo que atravesar Riverfalls para ir a tu
casa, ¿verdad?
—Sí.
—¿Sabes? Yo también soy nueva aquí. Llegué hace un año.
—¿De veras? Nosotros venimos del estado de Nueva York.
Papá trabajaba en una fábrica de cereales, pero odiaba ese
trabajo. Dice que tenía que pelearse con los agricultores para
que siguieran sus especificaciones y que hacían lo que les daba
la gana. Viajaba mucho. Dice que así estaremos más tiempo
juntos.
—Eso es estupendo. —Sonrió al niño. —Estarás contento.
—Sí. Pero echo de menos a mis amigos.
—Es lógico, pero aquí harás amigos nuevos enseguida. Ya
verás.
—¿Y usted de dónde viene?
—De Filadelfia. Pero mi abuela tenía una casa en Montana
más al norte de aquí y me pasaba todos los veranos
ayudándola. Así que cuando me enteré de que había una plaza
en el colegio, me decidí a solicitarla.
—Papá dice que estas son las mejores tierras del país.
—También lo decía mi abuela, pero sólo tenía unos pocos
animales. Ya verás, te gustará esto. En invierno nieva mucho,
pero te acostumbrarás.
—Eso dice papá, que lo peor serán los inviernos.
Pasaron el pintoresco pueblo por la calle principal y ella
saludó con la mano al señor Gallagher, el dueño de la tienda
que estaba colocando fruta en el expositor.
—Ese hombre no me gusta.
—¿Y eso por qué? —preguntó sorprendida—. Siempre es
muy agradable conmigo.
Joss cerró la boca, pero ella le miró de reojo. Era evidente
que no quería hablar del asunto. —¿Te ha tratado mal?
—No —susurró dando por terminada la conversación.
—Joss, si te ha tratado mal…
—El otro día fuimos a la tienda y mi padre estaba cogiendo
unas herramientas…
—Continúa.
—Le escuché murmurar que papá no tenía ni idea de lo que
estaba haciendo. ¡Y sí que la tiene! Dijo que se iba a arruinar
con sus estúpidas ideas cuando todas las granjas están
cerrando. Que debía ser un iluminado de esos de Nueva York,
pero que ya se daría cuenta el año que viene de que no tiene ni
idea de lo que hace.
Sonrió porque era obvio que se había sentido ofendido con
el comentario. —Ya le demostrará tu padre quién tiene la
razón. —Le guiñó un ojo. —No tienes que hacer caso a los
comentarios de la gente. Sois los nuevos y la gente hablará de
vosotros. A mí también me pasó.
—¿De verdad?
—Sí, decían que era demasiado pequeñita y delgadita como
para llevar la clase con autoridad. ¿Tú qué opinas?
Joss se echó a reír. —Que no saben lo que dicen.
—Exacto. Porque no os conocen. Cuando lo hagan, su
opinión cambiará. Ya verás.
Llegaron a la carretera principal y Joss le indicó a unos
cinco kilómetros que desvío tenía que tomar. Nunca había ido
por esa parte, así que le sorprendió un poco la llanura de la
zona. Disfrutó del paseo mientras el niño le contaba todos los
planes que tenían. —Papá dice que en cuanto siembre la
cosecha nos encargaremos de la casa.
—Muy acertado. Así que habéis heredado la casa de una tía
de tu padre.
—No está muerta. Vive en Florida. Dice que estaba harta
del pueblo, los chismosos y del puto invierno.
Raquel abrió los ojos como platos antes de girar la cabeza y
carraspear. —Vaya, muy… específica.
—Por eso se ha ido a Florida. Allí siempre hace sol. Papá
le compró la casa y las tierras con lo que sacamos por la casa
de Nueva York.
—Menuda aventura, ¿verdad?
—Y que lo digas —dijo tuteándola sin darse cuenta—. Por
aquí.
Ella giró el desvió de la derecha y tomó el camino de tierra.
Raquel miró a su alrededor y vio la hierba que brillaba con la
luz del atardecer. Era precioso. Sonrió mirando al frente y vio
la casa a lo lejos. Madre mía, ¿cuántas hectáreas tenía aquel
hombre? —¿Todo esto es vuestro?
—Sí, desde el desvío y más allá de la casa.
—Eso es mucho trabajo. ¿Tu padre no tiene ayuda?
—No.
Igual sí tenía razón el señor Gallagher, pero no pensaba
decir ni pío. Entonces vio un tractor que estaba en marcha.
Detuvo el coche lentamente y Joss dijo —La casa está allí,
pero si quiere me bajo.
—Espera Joss. —Entrecerró los ojos mirando el tractor y
los pelos se le pusieron de punta al darse cuenta de que no
llevaba conductor. Mierda. Miró al niño y sonrió. —Quiero
que te quedes en el coche, ¿de acuerdo?
—¿Por qué?
Rápidamente quitó la llave del contacto y cogió el móvil
del bolso. —Me ha parecido ver a tu padre y quiero hablar con
él a solas. No te muevas del coche.
Joss se mordió el labio inferior porque estaba muy seria.
Asintió preocupado. —¿He hecho algo mal?
—No, cielo. Sólo quiero hablar —dijo abriendo la puerta.
Cerró forzando una sonrisa y atravesó el camino antes de
entrar en el prado. Corrió todo lo que podía esperando llegar a
tiempo y al acercarse a la zona donde el tractor estaba arando,
le vio tirado sobre la tierra a unos metros en dirección a la
casa. Saltó los regueros de tierra lo más rápido que pudo y se
arrodilló a su lado asustada—. ¿Señor Sanders?
Estaba boca abajo y no se movía. Era evidente que el
tractor le había arrastrado porque estaba lleno de tierra.
Colocándose sobre él, vio que tenía sangre en la cabeza y le
tocó el pulso. Suspiró del alivio porque estaba vivo. Le revisó
a toda prisa buscando más heridas. Su pierna derecha sangraba
y se acercó a ella porque necesitaba un torniquete. Se quitó el
cinturón rápidamente y se lo puso por encima de la rodilla
apretando lo máximo que podía.
Con el corazón a mil cogió el móvil y llamó a emergencias.
Intentó ser lo más específica posible porque no se sabía la
dirección exacta. Esperaba que dieran con la granja. En cuanto
colgó se preguntó qué hacía ahora. No podía dejarle allí solo y
Joss se preocuparía. Bueno, su padre era más importante en
ese momento y volvió a tocarle el pulso. Al menos seguía
respirando. Y esperaba que siguiera respirando porque no se
quería ni imaginar lo que sentiría el niño si su padre se moría.
—¿Señorita Klein? —Levantó la vista y vio a Joss a unos
metros con lágrimas en los ojos. —¿Papá está muerto?
—No, cielo. Sólo herido. —Se levantó a toda prisa y le
cogió en brazos girándole para que no le viera. —No te
preocupes, ¿vale? Todo irá bien porque los médicos vienen
para acá.
Al mirar sobre su cabeza vio que el tractor había girado y
se apartó para mirar al niño a la cara. —¿Ahora sabes lo que
vamos a hacer?
—¿Qué?
—Tú te vas a quedar aquí y yo voy a apagar el tractor. —
Estaba asustado y el pobre lloraba sin darse cuenta. —No va a
pasarme nada, ¿de acuerdo? Mi abuela tenía tractor. Sé lo que
hay que hacer. —Le dejó en el suelo. —Quédate aquí.
—Sí. —Asintió muerto de miedo y Raquel disimulando sus
nervios corrió hacia el tractor que ya se acercaba al cuerpo de
su padre. Se agarró al asa subiendo el pie de un salto a la
cabina. Se sentó sobre el asiento con agilidad y juró por lo
bajo porque aquel tractor era más avanzado que el que había
tenido su abuela. Le costó un poco encontrar la llave, pero al
final lo consiguió apagando el motor.
Cuando el tractor se detuvo, salió de un salto cayendo de
rodillas sobre la tierra y regresó con Joss, que no le había
hecho caso y estaba al lado de su padre sin dejar de llorar. Se
arrodilló a su lado y le tocó el pulso de nuevo. —¿Ves? Está
vivo, Joss. Siento su latido. Ahora no podemos moverle, pero
ya verás que se repone en cuanto lleguen los médicos.
En ese momento el sonido de una ambulancia casi la hace
llorar del alivio y le ordenó a Joss —Corre al camino para
decirles donde estamos.
El niño no perdió el tiempo y corrió todo lo que pudo.
Raquel miró al herido y vio que sus largas pestañas estaban
llenas de tierra. Parecía atractivo, aunque debajo de toda esa
tierra vete tú a saber. Y tenía buen cuerpo. Era alto y fuerte.
Para un tío bueno que aparecía por allí y estaba a punto de
espicharla. ¿Pero qué tonterías pensaba? El pobre estaba ahí
tirado y ella pensando en ligárselo. Había que estar enferma.
Enferma o muy necesitada. Sin poder evitarlo cogió su mano y
susurró —Te pondrás bien, ya verás.
Capítulo 2

Sentada con Joss en brazos, que se había dormido sobre su


pecho, acarició sus rizos castaños pensando que estaban
tardando mucho. Llevaban allí horas. Quizás debería preguntar
por él. Miró al niño y acarició su mejilla. Se había quedado
dormido de puro agotamiento de tanto llorar porque quería ver
a su padre y no podía.
En ese momento se abrió la puerta abatible y un hombre
con pijama verde salió mirando a su alrededor. —Familiares
de Lawton Sanders…
—¡Yo! —Sin saber de dónde sacaba las fuerzas se levantó
con el niño en brazos y el doctor se acercó. —Bueno, no soy
yo. Soy la profesora del niño. No tiene esposa y fui la que me
lo encontré.
—¿El niño no tiene familiares cercanos?
—Que yo sepa aquí no. ¿Cómo está? —preguntó
impaciente.
—Le hemos operado la pierna. Tenía un desgarro bastante
profundo que le ha afectado a algunos músculos. Cojeará un
tiempo hasta que se recupere.
—¿Y la cabeza? ¿Se ha despertado?
—Le hemos hecho pruebas y la resonancia indica que todo
está correcto en la cabeza. Se debió caer y perdió el sentido
con el golpe. Una sutura y listo. Todo va bien y no esperamos
sorpresas… Y respondiendo a su pregunta sí que se ha
despertado, pero le he vuelto a sedar porque se ha puesto muy
nervioso antes de la operación. Lo que peor tiene es la pierna,
pero si no hay complicaciones como una infección, en un par
de días como mucho estará en casa.
Raquel sonrió. —Es un alivio.
—Debemos informar a servicios sociales si el niño no tiene
con quien quedarse.
—Puede quedarse conmigo —dijo rápidamente porque ni
de broma le dejaría en manos de servicios sociales—. Si como
dice usted son un par de días…
—Pero él no podrá ocuparse del niño como se debe.
—Yo me encargaré de ellos, no se preocupe.
—¿Seguro? No me vaya a meter en un lío.
Levantó una ceja como toda una profesora titulada. —Le
aseguro que podré encargarme de ellos.
—Está bien. De todas maneras, cuando el señor Sanders se
despierte hablaremos del asunto. Si él da su consentimiento no
habrá problema.
—Pues estupendo. ¿Podemos verle?
—Hasta mañana no. Así que vaya a descansar. El médico
pasará a verle sobre las diez de la mañana.
—Bien. —Miró a Joss que seguía dormidito. Uff… tenía la
espalda molida. —Vamos a casa.
El médico la observó coger su bolso y con el niño en
brazos ir hacia las puertas que se abrieron a su paso. Era
evidente que estaba agotada, pero aun así no despertó al niño
para que fuera caminando. Estaría bien cuidado.

Después de conducir una hora de vuelta a Riverfalls, eran


las tres de la mañana. Abrió la puerta de casa y la del coche
antes de coger a Joss en brazos para meterle en casa. Le subió
al piso de arriba y le tumbó en su cama por si se despertaba y
se asustaba. Le quitó las zapatillas con cuidado y le tapó con
una manta. Levantó la vista hacia su perro que la observaba
desde la puerta. Su labrador gimió caminando hasta la cama y
ella le acarició el lomo antes de agacharse a su lado
abrazándole por el cuello. —Menudo susto, Croquer. Ni te
imaginas. —Le besó en la mejilla antes de incorporarse. —
Estoy agotada, voy a darme una ducha. No te muevas de aquí.
El perro no se movió de al lado de la cama y Raquel entró
en el baño. Se dio una ducha rápida e ignorando sus rizos
húmedos que caían por su espalda se puso una combinación
rosa y se tumbó al lado del niño que estaba totalmente grogui.
Suspiró pensando que al menos todo había salido bien. Joss
regresaría con su padre y ella recuperaría su vida en un par de
días. Debía hablar con el señor Sanders porque a lo mejor
necesitaba algo de ayuda. Igual prefería contratar a alguien
como debía haber hecho desde el principio en lugar de hacerlo
todo solo. Ya vería cómo se arreglaban. Si tenía que ir a buscar
a Joss para que fuera al colegio, lo haría con gusto.

Agotada abrió los ojos cuando creyó oír el timbre de la


puerta. Escuchó atentamente y giró la cabeza para ver que Joss
seguía dormido. Volvió a escuchar el timbre y ahora de manera
insistente, así que saltó de la cama saliendo de la habitación
antes de oír el ladrido de Croquer que ya estaba en la puerta
para protegerla. —Shusss —chistó bajando por las escaleras
—. Vas a despertar a Joss. —¿Pero qué hora era? Por la luz no
debían ser ni las siete de la mañana. —Mierda. —Llegó hasta
la puerta y dijo —¿Sí?
—¡Abra de una vez!
Jadeó asombrada por la grosería de ese hombre. —¿Quién
es? ¡Lárguese o llamo al sheriff!
—¡Al sheriff le voy a llamar yo como no me devuelva a mi
hijo!
No podía ser. Asombrada abrió la puerta y se quedó más de
piedra aún cuando le miró a los ojos. Estaba claro que el señor
Sanders era un cañón de los pies a la cabeza. Desde su cabello
castaño, pasando por esos ojos azules que la miraban como si
no se esperaba que fuera así, hasta esa mandíbula cuadrada
que tenía un hoyito en la barbilla como el de Kirk Douglas.
Tragó saliva porque estaba para morirse de la impresión. Y
cualquier otra se impresionaría al ver su aspecto, porque
parecía que acababa de salir de la guerra con la pierna vendada
hasta la rodilla y un enorme apósito en la cabeza. Eso por no
hablar de la camiseta y el pantalón de chándal que llevaba, que
le quedaban demasiado pequeños marcándolo todo. —¿Señor
Sanders? Debería estar en el hospital…
—¿Dónde está mi hijo? —Entró con ayuda de las muletas
casi llevándosela por delante.
Confundida respondió —Durmiendo. Estaba agotado, el
pobre. Entre el disgusto y…
—Despiértelo. Me lo llevo a casa.
—¿A casa? —Le miró de arriba abajo indignada. —¿Se ha
visto? ¡Y por cierto, de nada por salvarle la vida!
Él apretó los labios. —Gracias. Ahora me llevo a mi hijo.
—Ah, no.
Lawton entrecerró los ojos. —¿Cómo ha dicho?
—¡Es evidente que usted no puede cuidarle! —dijo como si
fuera la directora del colegio—. Ni puede cuidarse a sí mismo.
—Abrió los ojos como platos. —¿Cómo ha llegado hasta
aquí?
—¡En taxi!
—Ah, ¿pero tenía dinero? Le ha debido salir por un pico.
—Está fuera. Esperando a que mi hijo baje para irnos a
casa. ¡Joss! ¡Mueve el culo, que nos vamos!
Jadeó asombrada con la actitud de ese hombre y más aún
cuando escuchó a Joss chillar de la alegría en el piso de arriba
antes de aparecer en lo alto de la escalera sonriendo a su padre.
—¡Estás aquí!
Lawton sonrió. —Vámonos a casa, hijo.
—¡Sí! —Bajó las escaleras a toda prisa y abrazó a su padre
por la cintura haciéndole gemir de dolor. ¡Aquello era ridículo!
—¿Joss?
—¿Si, señorita Klein?
—Sube a por tus zapatillas, estás descalzo.
El niño se miró los pies antes de correr escaleras arriba de
nuevo. Croquer ladró a Lawton, pero este no le hizo ni caso.
La miró de reojo antes de decir con voz grave —Gracias por
su ayuda.
Leche, parecía que le estaban sacando una muela. —De
nada —dijo fingiendo una sonrisa mientras ponía las manos en
las caderas sin darse ni cuenta por el cabreo que tenía de que
sólo llevaba una combinación rosa—. Por cierto, ¿cómo va a ir
Joss al colegio? Con esa pierna no puede conducir.
—Nos las arreglaremos. Hay una bici en el granero.
Ella jadeó indignada. —¡Será una broma! ¡Joss tiene que
pasar por la nacional para ir al colegio desde su casa!
—¿De verdad, papá? ¿Podré usar la bici? —preguntó el
niño bajando las escaleras a toda pastilla.
—Ya lo hablaremos en casa. Dale las gracias a la
señorita…
—Klein —terminó por él con burla.
—A la señorita Klein.
—¿Sabes, papá? ¡Ella te encontró y se encargó de todo!
Había tanta sangre… Pero ella sabía qué hacer —dijo
excitadísimo y muy contento porque su padre estaba allí—. Y
después en el hospital igual. No me dejó solo.
Él la miró a los ojos y Raquel creyó que se le paraba el
corazón. ¡Dios, si algún día le sonreía le daría un infarto!
—Por eso quiero que le des las gracias.
—Gracias, señorita Klein.
—De nada.
Les vio ir hacia la puerta y Croquer se puso a su lado
pasando su costado por sus piernas. Ella miró hacia abajo y
jadeó al ver lo que llevaba puesto. Se puso como un tomate y
cuando Joss se dio la vuelta para despedirse con la mano sin
dejar de hablar con su padre, forzó una sonrisa moviendo la
mano de un lado a otro antes de cerrar a toda prisa. Corrió
hasta el piso de arriba y se miró al espejo de cuerpo entero.
Hizo una mueca. No estaba mal. El cabello algo revuelto,
pero… casi parecía sexy. Mejor eso a que pensara que era una
solterona. Se acercó a la ventana y apartó algo la cortina para
ver que le costaba meterse en el taxi con las muletas. Puso los
ojos en blanco. Estaba claro que era un tipo independiente. Y
poco sociable. Habría que vigilarle de cerca porque con las
opciones que había por la zona no se le podía escapar.
Además, le debía la vida, así que no había mejor manera de
recompensarla que pasar los años que le quedaban a su lado.
Sonrió emocionada mientras el taxi se alejaba. Hora de
prepararse para hacerle una visita. —Uy, Croquer. ¿Qué tal si
les llevo algo para comer? Sí, creo que eso haré. Tengo que
asegurarme de que Joss se alimente. Está creciendo.
Decidida fue hasta la cocina sintiéndose revitalizada. Lo
más difícil fue elegir el menú. Tenía un redondo de ternera en
el congelador y se dijo que era un hombre grande y que
necesitaba calorías. Además, tenía que comer bien para las
pastillas. Frunció el ceño porque no le había visto los
medicamentos. Seguro que los había dejado en el taxi para
recoger a Joss. Eso le recordó la mochila del niño que seguía
en su coche. Sonrió de oreja a oreja porque ahora tenía una
excusa muy buena para hacerles una visitilla.
Se vistió con un vestido de flores que se le ajustaba en la
cintura, se calzó unas manoletinas rosas y decidió dejarse el
cabello suelto. No se maquilló porque no lo hacía casi nunca y
tampoco había que exagerar, pero unas gotitas de perfume sí
que se echó. Le guiñó un ojo a su perro. —Vamos, cielo. Hora
de echarle un vistazo.
Regresó a la cocina con Croquer detrás y dio dos viajes
hasta el coche con los envases de la comida. Le abrió la puerta
del copiloto a su perro que se subió encantado sacando la
lengua. En cuanto se sentó a su lado le lamió media cara y ella
se echó a reír apartándole. —Serás zalamero. Pórtate bien en
su casa. Nada de destrozar cosas, ¿me oyes? Tenemos que
caerles muy bien. —Acarició el cabello rubio rojizo de su
perro antes de arrancar. Muy contenta puso la radio a todo
volumen como les gustaba y Croquer sacó la cabeza por la
ventanilla ladrando al perro de la vecina que se puso como
loco. —Provocador.
El trayecto se le hizo muy corto y cuando vio la casa al
fondo del camino sonrió porque alguien salía al porche. Y por
su tamaño era Joss. Pero a medida que se acercaba a la casa
fue perdiendo la sonrisa por el lamentable estado en que se
encontraba. Ella que pensaba que estaba pintada de gris y
resultaba que eran los tablones, que sin pintura habían ido
adquiriendo ese tono grisáceo que le daba aspecto de casa
abandonada. ¿Cuándo se había ido esa mujer a Florida?
¿Hacía veinte años?
A medida que se iba acercando vio más detalles. Como
bonitos grabados en las paredes y en el porche. Pero
desgraciadamente como no se arreglara pronto aquel porche se
vendría abajo. Aparcó ante los escalones de la entrada y sonrió
abriendo la puerta. —Hola cielo, ¿cómo va todo?
—Papá se ha acostado un rato y me deja jugar con los
videojuegos.
Asintió preocupada cerrando la puerta después de que salió
Croquer. Como tuviera que llevarle al hospital de nuevo se lo
cargaba.
—¿Puedo jugar con su perro, señorita Klein?
—Claro que sí. Le encanta jugar. Y llámame Raquel
cuando no estemos en el cole. Pero antes ayúdame a sacar
unas cosas del coche.
—Sí, Raquel. —El niño la acompañó al portaequipajes y
cogió con ambas manos una bandeja mientras ella cogía una
bolsa y la otra bandeja que llevaba con lasaña. —¿Nos has
traído comida?
—¿Has desayunado?
—Unos cereales.
—¿Y tu padre?
—No, él se fue a la cama
Gruñó por dentro porque ese hombre era imposible. —Pues
he traído algo de comer para que no tengáis que hacerlo
vosotros. Lasaña y redondo de ternera.
La miró con los ojos como platos. —¿Lasaña?
Se echó a reír. —Sí, lasa… —Se detuvo en seco al ver el
estado del interior de la casa. Estaba lleno de cajas y muebles
por todos los sitios y se notaba el polvo acumulado de años sin
ver una escoba.
—Nos acabábamos de mudar.
—Ya lo sé, cielo. —Sonrió porque el niño parecía
preocupado. —¿La cocina es por aquí? —Evitó gritar de
horror cuando un ratoncillo de campo pasó ante ella y siguió al
niño a la cocina que era otro desastre porque ni habían
limpiado lo mínimo para cocinar allí. Eso si cocinaban, que
empezaba a dudarlo, porque la cocina era una antigualla que ni
debía funcionar. Dejó la bandeja sobre la encimera y Joss muy
serio hizo lo mismo. —¿En qué piensas?
—A un niño de mi colegio se lo llevó el gobierno. —
Raquel asintió mirándole fijamente. —Pero es que su madre
no le cuidaba y bebía mucho. Mi padre no bebe, te lo juro.
Sólo bebe una cerveza en la cena.
—Joss, a ti no se te va a llevar nadie —dijo con cariño
cogiéndole por la barbilla para que le mirara a los ojos—. ¿Por
qué piensas eso?
—Su casa era un desastre y había basura, pero lo nuestro
no es basura. Son nuestras cosas.
—Lo sé. Todo el mundo cuando se acaba de mudar tiene la
casa así. No te preocupes más y vete a jugar con Croquer.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Ahora no quiero que pienses más en eso
que yo me ocupo de todo. Pero eso si… ¿le has dado de comer
a las gallinas?
—No.
—Pues vete a hacerlo antes de jugar. —Ni loca se metía
con esos zapatos en el corral.
—Vale.
—Y ponle un cuenco de agua a Croquer, que cuando juega
tiene mucha sed.
—Vale —dijo antes de salir corriendo.
Sonrió antes de mirar a su alrededor. Estaba claro que
Lawton necesitaba ayuda. Pero lo primero era lo primero.
Subió los escalones que crujieron a su paso y se encontró con
que había cinco habitaciones. Caminando hacia la derecha fue
a la del fondo que tenía la puerta entornada y al pasar vio la
habitación de Joss que únicamente tenía juguetes repartidos
por todo el suelo y una cama con un edredón de Cars. La cama
estaba sin hacer, pero de eso ya se encargaría después.
Siguió caminando por el pasillo y llegó al final. El suelo
volvió a crujir e hizo una mueca metiendo la cabeza en la
habitación para encontrarse a Lawton tumbado de costado
dándole la espalda. Ni se había desvestido. Dio dos pasos más
al interior de la habitación y miró la mesilla de noche de
madera labrada. No había medicamentos y frunció el ceño
poniendo los brazos en jarras. Entonces una idea empezó a
formarse en su mente. ¿Este no se habría escapado del
hospital? No, sólo un estúpido haría algo así. Se mordió el
labio inferior pensando en ello. Igual estaba algo bajo de
fondos. Cuando se le ingresó fue Joss quien dijo el nombre de
su padre, pero ni recordaba la dirección y ella por supuesto no
la sabía. Así que realmente no tenían datos de Lawton, como
el número de la seguridad social ni nada por el estilo. Si se
hubiera largado, nadie daría con él allí. Darían con ella que
había dado sus datos de contacto. Frunció el ceño poniendo los
brazos en jarras. No, no podía haberse escapado porque si la
había encontrado es que le habían dicho en el hospital dónde
estaba su hijo. O lo había mirado en su expediente, que
también podía ser. En las películas lo hacían mucho. Viendo el
estado de la casa, era evidente que no le sobraba el dinero,
porque había varias mujeres del pueblo que estarían
encantadas de ir a limpiar. Conocía a una que con lo maniática
de la limpieza que era, lo haría incluso gratis. Sí, igual sí se
había escapado.
Alargó el brazo estirando el dedo, resistiéndose a mirar el
duro trasero que marcaban los pantalones y le tocó en el
hombro. Lawton giró la cabeza mirándola sorprendido y ella
forzó una sonrisa. —Siento molestarte, pero… ¿dónde está tu
medicación?
—¿Y a ti qué te importa? ¿Y qué haces aquí?
—¡Sí que me importa, porque si te pones enfermo, Joss se
quedará solo! ¡Y le he traído la mochila a tu hijo porque estaba
en mi coche! —Decidió ponerse firme porque se le revelaba.
—¿Dónde está la medicación?
—No me ha dado tiempo a recogerla. Será porque no sabía
dónde estaba mi hijo hasta que me lo dijo el médico y sólo
quería recuperarlo porque tampoco sabía si estaba con una
loca peligrosa. ¡Empiezo a pensar que tenía razón!
—Ah, ¿entonces no te has escapado del hospital? —Sonrió
de oreja a oreja. —Estupendo. ¿Y dónde están las recetas?
Gruñó sacándolas del bolsillo de su pantalón y ella se las
arrebató a toda prisa para abrirlas y leerlas por encima. —Vale,
sigue durmiendo mientras voy a la farmacia.
—¡No tienes que hacerlo!
—Lo sé, pero no me importa. Es sábado, no tengo nada que
hacer.
—¿No me digas?
Desde la puerta se volvió. —No te vendría mal cambiar de
actitud porque es evidente que necesitas ayuda. —Sonrió
dulcemente. —Tranquilo, que te voy a ayudar. ¿Joss? ¡Nos
vamos al pueblo! —gritó saliendo de la habitación.
—¿Puedo comer un helado?
—Claro. Pero tendremos que comprarle uno a Croquer o
sino se comerá el tuyo.
—Vale.
Lawton gruñó tumbándose de nuevo. De la que pasó por el
hall Raquel vio unas manchas en el techo. Mierda, tenía
goteras. Puede que en Florida se pudiera vivir con goteras,
pero en Montana no. Lo apuntó mentalmente.
Joss la estaba esperando en el porche y frunció el ceño al
ver que no se había duchado ni cambiado de ropa. —¿Qué? —
preguntó el niño mirándose.
Teniendo en cuenta lo que iban a hacer cuando regresaran
no importaba. —Nada. ¿Nos vamos?
—Sí —dijo ilusionado—. ¿Vamos al centro comercial?
Lo pensó seriamente pero como tenía que pasar por el
pueblo para ir a la farmacia negó con la cabeza. —Vamos a
Gallagher.
—Vaya.
—Ya verás, te voy a enseñar cómo son en este pueblo.
Cambiarás de opinión hoy mismo sobre ese hombre.
—No lo creo.
—Ya verás como sí. —Silbó con fuerza para que Croquer
subiera al coche sentándose con Joss y vio que su padre les
observaba desde su ventana. Ella sonrió despidiéndose con la
mano antes de subir al coche.
—¿Papá está despierto?
—Está un poco gruñón. Le tiene que doler un montón y no
se ha tomado las pastillas. A eso vamos. A comprarlas.
—Genial.
Sonrió al niño arrancando el coche y la radio se encendió.
Giró el volante tomando el camino. El niño sonrió y ella gritó
por encima de la música —¿Te gusta?
—¡Sí! —dijo excitado acariciando a Croquer.
Cantaron las canciones y le sorprendió un poco que el niño
se las supiera porque eran éxitos de los sesenta. Aparcó ante la
tienda y los tres se bajaron del coche. Ella entró en la tienda y
sonrió a la señora Gallagher. —Señorita Klein, cómo me
alegro de verla.
—Buenos días.
Joss entró en ella a regañadientes, pero dijo —Buenos días.
—Tú eres el hijo de Sanders, ¿verdad? —preguntó la mujer
con una sonrisa en el rostro.
—Sí, es uno de mis alumnos. —Le acarició el cabello. —
Ayer tuvimos un pequeño susto, ¿verdad? ¿Por qué no se lo
cuentas a la señora Gallagher mientras cojo algunas cosas que
vamos a necesitar?
—¿Un susto? ¿Qué ha pasado, cielo? —preguntó la mujer
preocupada.
Joss se acercó tímidamente al mostrador. —Mi papá, que
ha tenido un accidente.
—¿No me digas? Oh, ¿y ha sido grave?
—Ya está en casa, pero tiene la pierna vendada hasta aquí
—dijo señalando la rodilla —. Y tiene puntos en la cabeza.
Había tanta sangre… —dijo dramático—. Porque la señorita
Klein le salvó, que sino me quedo huérfano.
La señora Gallagher la miró asombrada. —¿Tan grave fue?
Asintió. —Tenía un desgarro en la pierna y una fuerte
hemorragia. Además, estaba sin sentido, si no hubiéramos
llegado…
—Es que no se presentó en el cole para recogerme y la
profe insistió en llevarme a casa —dijo Joss tomando el
control de la conversación y haciéndoles sonreír.
—Claro, no podía dejarte allí.
—Eso. Es muy buena. Así que llegamos…
Sonriendo fue hacia las escobas y cogió la clásica de toda
la vida porque la iba a necesitar para darle un repaso a toda la
casa.
El señor Gallagher salió del almacén con una caja y le
sonrió. —Albert, escucha esto —dijo su mujer.
El hombre se acercó al mostrador y reprimió la risa cuando
el niño volvió a repetir la historia casi desde el principio.
Estaba claro que estaba perdiendo la timidez.
Cargada de cosas fue hasta el mostrador donde Joss estaba
comiendo un bastoncillo de caramelo. —¿Y el helado?
—También me cabe.
La señora Gallagher sonrió acariciando su cabello. —
Déjale Raquel, que se ha llevado un disgusto. Albert, ¿vas
marcando esto en la registradora?
—Claro, es una desgracia lo que le ha ocurrido a ese
hombre —dijo él sumando el precio de un paquete de
detergente—. Como son los accidentes con los tractores,
podría haber sido un drama —dijo mirando de reojo al niño.
—Pero ya ha pasado, ¿verdad Joss? —El niño asintió. —
Ahora vamos a ayudarle un poco. —La señora Gallagher
levantó una ceja. —Es que como estaban con la mudanza y
tenía que preparar el sembrado, pues han dejado la casa para
después.
—Claro que sí. Es época de siembra. Debe hacerlo cuanto
antes —dijo el señor Gallagher.
—Bueno, pues es lo que iba a hacer, así que la casa está
hecha un lío. Voy a limpiar un poco para que al menos estén
cómodos. El sembrado tendrá que esperar hasta que se
encuentre mejor.
Los Gallagher asintieron y miraron al niño antes de sonreír.
—Si quieres que te echemos una mano, lo haremos
encantados.
—Oh no, de verdad, no quiero molestar. Tengo el fin de
semana libre y…
—Tonterías. No sería de buenos vecinos. Y mañana no
abrimos, así que no hay problema. Es más, voy a llamar a unas
amigas y terminaremos en un plis plas —dijo dando dos
palmadas.
—¿Y no conocerá a alguien que arregle tejados, señor
Gallagher? Creo que hay goteras.
—Es que esa casa estaba muy abandonada desde que la
señora Sanders se largó del pueblo. —Le guiñó un ojo. —Le
diré a mi hijo que le eche un vistazo. Robert tiene mano para
esas cosas.
—¡Estupendo! —Cogió a Joss de la cintura dejándole en el
suelo. —Cielo, coge la escoba para llevarla al coche.
El niño cogió la escoba y una garrafa de jabón llevándolo
al exterior con el caramelo en la boca. Los tres sonrieron. —Es
un cielo —dijo la mujer.
—Sí que lo es —susurró acercándose a ellos—. Y su padre
también parece un buen hombre. Algo serio, pero como los
tipos de antes. No sé si me entienden.
Albert asintió. —Lo que necesitamos en este pueblo.
—Exacto. No mangantes de la ciudad que no saben lo que
hacen.
—¿Y cómo fue el accidente?
No tenía ni idea, pero dijo —Se dio cuenta de que tenía que
recoger a Joss del colegio y creyó que había apagado el tractor.
Este se puso a andar de la que salía y del impulso se golpeó en
la cabeza con la estructura cayendo desmayado. No recuerda
nada más.
La mujer jadeó. —El niño nos ha dicho que tenía el arado
enganchado al tractor.
—Creo que fue el arado el que le desgarró la pierna.
—Pobre hombre.
—Ahora voy a por las medicinas. Estaba tan preocupado
por el niño que pidió el alta en el hospital para verle cuanto
antes.
—Tienes un corazón de oro.
—Cualquier haría lo mismo. —Cogió sus cosas. —¿Me las
apuntan?
—Por supuesto. No te preocupes —dijo Albert sonriendo
como si fuera su abuelo antes de pasar la mano por los
hombros de su esposa.
Salió de la tienda y sonrió a la madre de una alumna yendo
hacia el portaequipajes. Joss se comía el caramelo y en cuanto
lo abrió colocó dentro la garrafa de jabón líquido.
—Ahora a la farmacia —dijo cerrando el coche.
Capítulo 3

Una hora después Joss sentado a su lado en el coche se


comía un helado de cucurucho enorme mientras le ofrecía a
Croquer el que tenía en la otra mano y este lo lamía con
ansiedad. El niño les había contado la historia a las chicas de
la farmacia, al doctor después de pasar por su consulta, a la
señora Piers que les detuvo en la calle para enterarse de la
historia y al Padre Peterson que les detuvo cuando se subían al
coche. Así que ya lo sabía todo el pueblo.
Llegaron a la casa Sanders y allí estaba sentado en el
porche mirándola con el ceño fruncido. Al parecer no estaba
de buen humor. —¿Dónde habéis estado?
—En el pueblo —dijo su hijo corriendo hacia él—.
¿Quieres?
—No. —Le acarició la cabeza mientras ella salía del coche.
—¿Te duele mucho? Hemos comprado las pastillas —
preguntó su hijo preocupado.
—Estoy bien —respondió mientras la observaba subir los
escalones con la bolsa de la farmacia en la mano—. Gracias.
—Bah… Nos lo hemos pasado muy bien. —Abrió la
bolsita y sacó un tubo de píldoras. —El doctor Thompson me
ha dicho que te tomes esta primero.
—¿Has ido al doctor?
—Claro, el hombre tenía que saber lo que te había pasado.
Además, va a venir a revisarte en un par de horas.
—¡Pero bueno…! —dijo enfadado—. ¿Es que no dejas de
meterte en la vida de la gente?
Le miró asombrada. —¡Necesitas ayuda! ¡Y el doctor debía
saber lo de tu lesión para hacer las curas!
—¡Pero no es problema tuyo!
Levantó la barbilla dejando caer la bolsa de la farmacia
sobre su regazo. —Mira, te perdono porque te tiene que doler
un montón. ¡Tómate la pastilla!
—Eso papi, tómate la pastilla —dijo Joss preocupado.
—Ahora me la tomo, campeón.
Raquel miró la hora. —¿Quieres que te haga un sándwich?
Seguro que no has comido nada y no es bueno que las tomes
con el estómago vacío.
—¿Ahora eres mi madre? —preguntó demostrando que
estaba más que molesto por tenerla allí.
Bufó yendo hacia el coche y abrió el portaequipajes para
empezar a sacar lo que había comprado. La miró atónito. —
¿Qué es eso?
—Una escoba —respondió como si fuera tonto.
Joss soltó una risita y su padre le fulminó con la mirada. —
¡Ya sé lo que es! ¿Pero por qué la sacas del coche?
—Oh, porque la voy a necesitar. —Pasando olímpicamente
de él entró en la casa mientras que Lawton parecía que no
podía creérselo. —¿Joss?
El niño corrió hacia el coche cogiendo más cosas para
meterlas en casa rápidamente. Incluso Croquer cogió un
paquete de bayetas y las metió en casa. Raquel estaba
distribuyendo lo que había comprado por la cocina cuando le
vio aparecer con la bolsa colgada de la boca mientras entraba
en la cocina con las muletas. —¿Has cambiado de opinión
respecto al sándwich? ¿O prefieres algo de redondo de
ternera? ¿Lasaña?
Cogió la bolsa con la mano apoyándose en el marco de la
puerta. —¿Lasaña?
Por su mirada se dio cuenta de que la lasaña era el plato
favorito de los Sanders. —Siéntate, que lo preparo. Al menos
tienes microondas.
—Es indispensable para la cocina precocinada. Esa no
funciona.
—Me lo imaginaba.
La vio coger la fuente de lasaña de la nevera y Raquel gritó
—Joss, ¿quieres lasaña?
—¡Sí!
Sonrió cortando dos buenos trozos y se volvió para buscar
los platos. Madre, aquella cocina necesitaba un repaso de
arriba abajo.
—¿Por qué te molestas tanto? —preguntó con
desconfianza.
Se volvió con los platos en la mano y le miró a los ojos. —
Porque necesitas ayuda. Es de buena vecina.
—No somos vecinos.
—Claro que sí. Si yo necesitara ayuda, ¿no lo harías?
—No te conozco de nada.
Sonrió poniendo los platos sobre la encimera. —Eso es
muy neoyorkino, pero aquí las cosas son distintas.
—Sé de sobra cómo son.
—Pues entonces no sé de qué te sorprendes. —Colocó la
lasaña sobre el plato y se chupó el dedo distraída. —Por cierto,
después vendrán unos vecinos a echarme una mano.
—¡Mira, te estás pasando! —dijo furioso—. ¿Quién te
crees que eres para meterte así en mi vida?
Le miró a los ojos. —¡Eres mucho más consciente que yo
de cómo está la casa, Lawton! ¡Así que no me vengas con
historias! ¡El niño no debería vivir así!
—¡Yo cuido de mi hijo! ¡No eres nadie para decirme cómo
criar a un niño! ¿Acaso tú tienes? —preguntó fuera de sí
sonrojándola—. ¡Yo llevo cuidándole toda su vida! ¡Sé lo que
necesita mucho mejor que tú, sabionda meticona! ¡Y si no he
limpiado la casa, es porque no he tenido tiempo, porque entre
la mudanza, arreglar su escolarización y empezar a trabajar
casi no he podido ni dormir! ¡Sólo llevamos aquí una semana!
Ignorando su exabrupto sonrió. —Perfecto, pues ahora
tendrás ayuda ya que no eres capaz de hacerlo tú. Al menos de
momento. —Le señaló con el dedo. —¡Y no me vuelvas a
gritar! —Cogió el plato y lo metió en el microondas. —¡Joss, a
comer!
Joss miró a su padre pasando ante él como si le hubiera
decepcionado antes de ir hasta la mesa de la cocina y sentarse
en silencio. Lawton fue hasta la mesa gruñendo que no le
hacían ni caso y se sentó ante su hijo. —No me mires así —
susurró—. Tengo razón.
—No, no la tienes —dijo dejándole de piedra—. A mí me
gusta que nos ayude. Es buena y tú la tratas mal.
Haciéndose la tonta reprimió una sonrisa sacando la lasaña
del microondas para meter el otro plato. Como si nada fue
hasta la mesa con los cubiertos y se lo puso delante al niño al
que acarició el cabello. —Uy, el agua.
—Papá me deja tomar una cola en la comida.
Levantó una ceja mirando a Lawton. —¿No me digas?
¿Sabes todos los informes sobre obesidad infantil que he
leído?
—Sólo la bebe en casa. En el colegio bebe leche —siseó—.
Son dos días a la semana.
Chasqueó la lengua. —Muy bien.
—Yo no protesté cuando le compraste el helado.
—Eso es leche.
—Con azúcar.
—Pues sí. Tienes toda la razón. —Abrió la nevera y le
mostró la lata al niño que sonrió. —¿Y tú qué bebes?
—Una cerveza.
—Vale, otro refresco —dijo haciendo reír a Joss. Se volvió
sin perder la sonrisa para acercarlas a la mesa. Cuando puso la
lata ante él parecía que quería cargársela—. No me mires así.
No es compatible con la medicación.
—Raquel tiene razón, papá. Lo dice el médico de la tele.
Sacó el plato de Lawton y se lo llevó a la mesa. —Que
aproveche.
—¿Tú no comes? —preguntó él molesto.
—No tengo hambre todavía. Igual luego me hago un
sándwich. Si queréis más hay de sobra. Y de postre tarta de
manzana.
Ella fue hasta una puerta que había en la cocina y soltó un
chillido cuando algo saltó sobre sus pies. Al ver una ardilla
correr por el linóleo hasta la puerta de atrás que tenía la
mosquitera rota hizo una mueca antes de sonreír. —Tenéis
mascota.
Joss soltó una risita. —Tenemos tres. Viven con nosotros.
—Muy graciosa —dijo su padre metiéndose el tenedor en
la boca.
Le observó de reojo mientras cogía un cubo que había allí y
fue hasta el fregadero viendo como disfrutaban de la comida
en silencio. Ni hablaban y no había una satisfacción mayor.
Abrió el grifo del agua y cogió el jabón líquido para echar una
buena cantidad. Se puso los guantes de goma y empezó a
fregar todas las superficies que veía. El agua se ensució
enseguida y lo tiró por la parte de atrás gimiendo al ver toda la
basura que había allí entre tablas y cosas así. Necesitarían un
contenedor. Al ver unos hierros oxidados esperó que el niño no
se hiciera daño al jugar por allí.
Entró de nuevo y les escuchó murmurar, pero se callaron en
cuanto la vieron, mirándola con cara de inocentes.
—¿Qué pasa? —preguntó con desconfianza.
—Nada. Estaba muy bueno —dijo el niño sonriendo—. Yo
no quiero más.
—Yo tampoco.
—Oh, ¿no queréis tarta de manzana?
—Estoy lleno. —El niño saltó de la silla corriendo hacia la
puerta y gritó —Croquer, ¿quieres jugar?
Lawton se levantó de la silla con esfuerzo. —Yo me voy a
acostar un rato.
—¿Te has tomado las…?
Él la fulminó con la mirada. —Gracias por la comida,
Raquel.
—Vale… te dejo en paz. Que descanses. —Al verle salir
susurró —Menudo carácter tiene este hombre. —Bueno, al
menos ahora le daba las gracias. Sonrió ilusionada recogiendo
los platos.
Le escuchó jurar por lo bajo en la escalera y dejó los platos
corriendo hacia allí para encontrarle sin color en la cara. Hasta
sudaba del esfuerzo. —¿Necesitas ayuda?
—¡No! —gritó furioso sobresaltándola. Pálida dio un paso
atrás y él juró por lo bajo—. Raquel, yo…
Forzó una sonrisa. —No pasa nada. Te duele mucho y… —
Se volvió hacia la cocina rápidamente. Sin poder evitarlo se
sintió dolida, pero decidió no tomárselo en cuenta. Para él era
una desconocida que invadía su espacio. Era lógico que
reaccionara así cuando era evidente que era muy
independiente. Recogió los platos y los llevó hasta la pila. Al
escuchar un ruido en el piso de arriba miró hacia el techo. Se
le había caído la muleta. Qué cabezota era este hombre.
Vio por la ventana como el niño reía mientras Croquer le
lamía la cara y sonrió. Bueno, estaba allí para ayudar y para
conocerle de paso. Era evidente que no quería conocerla, pero
seguiría allí por el niño. Él sí que la necesitaba.
Cuando llegaron las mujeres, Lawton aún no se había
levantado, así que organizó el trabajo. No se escandalizaron
por el estado de la casa porque se imaginaron que estaba peor
después de que estuviera sin usar tanto tiempo. Estaba
limpiando una de las habitaciones de arriba cuando vio un
coche azul acercándose. Mierda. Llegaba Lisa. Y a esa no se le
escapaba uno.
Al llegar a la escalera escuchó un ruido en la habitación de
Lawton y gimió por dentro. No podía tener tan mala suerte.
Corrió escaleras abajo intentando interceptarla, pero ya subía
los escalones del porche. —Ya me enterado. ¿Por qué no me
has llamado?
—Porque ya hay bastante ayuda y querías salir por la
noche.
Lisa entrecerró los ojos observándola atentamente. —
Raquel, ¿estás bien?
—Sí, claro.
—Ha debido ser un susto enorme encontrártelo medio
muerto.
—No estaba medio muerto. Hala, ya está la gente
exagerando.
Lisa levantó la vista sobre su cabeza y dejó caer la
mandíbula del asombro. Raquel juró por lo bajo antes de
volverse para hacer lo mismo porque Lawton bajaba sin
camiseta las escaleras mostrando un pecho que debía estar en
un museo porque estaba lleno de músculos por todas partes. —
Está claro que no estaba medio muerto. —Lisa la cogió por el
brazo apartándola. —Qué callado te lo tenías, pillina. ¿Lo
querías sólo para ti?
—Yo le he visto primero —siseó mientras su amiga iba
hacia él que se había detenido ante la escalera mirando con los
ojos como platos a tres mujeres limpiando el salón.
—Hola. —Lawton giró lentamente la cabeza hacia Lisa y
levantó una de sus cejas castañas mirándola de arriba abajo
con esos ojos azules que la volvían loca y la decepción volvió
a recorrerla cuando le miró las piernas apenas cubiertas por
unos pantaloncitos cortos en color fucsia. Estaba claro que ya
no tenía nada que hacer porque Lisa era tan exuberante que
parecía un ratoncillo a su lado. —Soy Lisa Ford. —Extendió
la mano. —¿Y tú eres?
—Lawton Sanders.
—Lisa también es profesora en el colegio. Le dará clase a
Joss el año que viene.
Le guiñó el ojo. —Tranquilo, te lo cuidaré.
—Estoy seguro por la cuenta que te trae. —Lisa lo miró
confundida y Raquel reprimió la risa.
—¿Cómo has dicho?
—¿Tú también vienes a limpiar? —Levantó una ceja de
nuevo como si lo dudara mucho.
—Claro —respondió como si fuera lo más obvio del
mundo.
—Pues gracias.
Lisa sonrió de oreja a oreja. —De nada. Para eso están los
vecinos. Para ayudarnos en momentos así.
—Esa frase al parecer se repite mucho por aquí.
—Pues sí.
—Lisa, ¿qué tal si empiezas por el baño de abajo? —Su
amiga la miró con horror y reprimió la risa.
—Mejor límpialo tú que me encargo de… —Miró a su
alrededor y sonrió. —Las ventanas.
Mierda. —Vale. Pues las ventanas. Tira esas cortinas. La
señora Spring ya se ha ofrecido para hacer unas.
—Perfecto. —Lisa se volvió dejando el bolso sobre una
silla que había al lado de la puerta y fue hasta la cocina.
Él se acercó a ella y Raquel tuvo que levantar la vista. —
¿La señora Spring se ha ofrecido a hacer unas?
—Pues… —Escucharon un ruido en el techo y miraron
hacia allí. —Robert está revisando el tejado. Tienes goteras.
—Raquel, no puedo pagarlo ahora —siseó furioso.
—No hay problema. Lo hace gratis. Otro día les haces tú
un favor a los Gallagher y listo.
—Pero es que no quería deberle un favor a los Gallagher.
—Ya, pero de otra manera no tendrías el tejado arreglado
—dijo como si tal cosa.
En ese momento Lisa pasó con el limpiacristales y unas
bayetas. —Lisa primero lávalas o gastarás todo el bote de
limpiacristales en una sola ventana —dijo práctica.
—Eso niña, que todo está muy caro y nuestro chico tiene
que ahorrar con todos los gastos que tiene en la granja ahora
que está empezando —dijo la señora Miller antes de guiñarle
un ojo a Lawton.
—¿Nuestro chico?
—Os han adoptado. Bienvenido al pueblo. —Sonrió antes
de alejarse, pero regresó. —¿Quieres beber algo?
—¿Una cerveza?
—Buen intento. El médico estará al llegar. ¿Por qué no te
sientas en el porche?
—¿Y parecer un inútil? —preguntó entre dientes.
—Es que ahora no sirves para mucho. ¡Ya lo sé! Conversa
con el señor Tarner.
—¿Quién?
—Ha venido con su hija. —Señaló la mesa de la cocina
donde un hombre hacía un solitario. —Le gusta jugar al póker.
Y cuidado, que te puede quitar hasta la camisa. Por cierto, voy
a traerte una porque vas demasiado… expuesto.
Levantó una ceja mientras ella subía las escaleras
corriendo. —¿Expuesto? —Se volvió y vio a dos mujeres
mirándolo de arriba abajo antes de soltar una risita
sonrojándole con fuerza. Él forzó una sonrisa. —Buenas
tardes.
—Buenas tardes —respondieron a la vez—. Tiene una casa
preciosa. O lo será cuando terminemos con ella.
—Gracias.
Cuando Raquel regresó con la camiseta en la mano se
quedó helada al ver a Lawton rodeado de mujeres que le
hacían mil preguntas a la vez. Hasta la señora Gallagher
babeaba mirándole el pecho. Algo hirvió dentro de ella y
metió los dedos en la boca antes de silbar con fuerza. Todas se
volvieron hacia ella que gritó —¡A trabajar!
Se dispersaron rápidamente y Lisa la miró maliciosa antes
de alejarse moviendo el trasero de manera descarada. Le tiró la
camiseta a la cara desde la barandilla. —¡Vas provocando!
—¿Yo? —preguntó atónito mientras Raquel entraba de
nuevo en la habitación y cerraba de un portazo. Joss soltó una
risita a su lado y le miró tendiéndole la muleta. Su hijo la
cogió—. ¿La has oído? —preguntó poniéndose la camiseta.
Su hijo se acercó y susurró —Le gustas.
Él miró hacia arriba. —¿Tú crees?
—Sí, papá. No la fastidies. Me gusta. —Lisa pasó ante él
de nuevo moviendo el trasero y Joss puso los ojos en blanco
porque hasta para él estaba claro lo que buscaba. —¿Me dejas
repetir curso?
—Ni de broma.
Capítulo 4

Raquel tardó en bajar intentando calmarse. Estaba claro


que lo de ser un borde sólo lo reservaba para ella, el muy
capullo. Encima que le había salvado la vida.
Después de fregar el suelo de la habitación hasta que brilló,
cogió el cubo y bajó a la cocina. Ignorando a Lawton que
charlaba tranquilamente con el anciano, tiró el contenido del
cubo al exterior distraída.
—Ay…
Abrió los ojos como platos al ver que había empapado a
Robert y gimió acercándose. —Lo siento mucho. No te había
visto.
—Eso es evidente —dijo divertido pasándose la mano por
su cabello rubio. Se echó a reír—. Sabía que necesitaba una
ducha, pero no tanto.
Le miró arrepentida. —Lo siento.
—No pasa nada. Hacía calor.
—Pero era agua sucia y…
Se quitó la camiseta mostrando su pecho y no estaba nada
mal. Aunque no podía compararse con Lawton. —Por cierto…
—dijo él mirándola de reojo con sus ojos castaños mientras
sonreía pícaramente—. Llevo tiempo queriendo preguntarte
algo, pero no me he atrevido porque casi no hemos tenido
oportunidad de hablar.
Le miró atentamente. —Dime.
—¿Te gustaría…?
—¡Raquel!
Sorprendida se volvió hacia Joss que corría hacia ellos y
parecía a punto de llorar. —¿Qué ocurre, cielo?
—No sé qué le pasa a Croquer. —Perdió la sonrisa de
golpe dejando caer el caldero al suelo. —Parece agotado.
Asustada se volvió buscándole con la mirada. —¿Dónde
está?
—En el granero.
—¿No habrá comido veneno para las ratas? Muchos
granjeros lo ponen en su granero para que no los invadan —
dijo Robert
Muerta de miedo corrió hasta el granero con Joss y Robert
detrás. Y allí estaba su perro en la entrada tumbado de costado.
Cuando la miró gimió intentando levantarse y angustiada se
arrodilló a su lado. —¿Qué tienes, mi vida? —Acarició su
cabeza pensando en qué hacer cuando volvió a gemir. —
Robert, ¿puedes ir a por mi coche? Espero que el veterinario
esté en casa. Las llaves están en el contacto. —Acarició su
lomo y sus ojos se llenaron de lágrimas porque era evidente
que estaba sufriendo. Muerta de miedo miró a su alrededor y
con horror vio un paquete de matarratas tirado al lado de unas
herramientas. Las lágrimas corrieron por sus mejillas
agachándose a su lado y le abrazó por el cuello. —No pasa
nada, ¿sabes? Iremos al doctor y te pondrás bien.
Joss se echó a llorar. —Lo siento. No lo sabía.
Sintiendo un fuerte nudo en la garganta escuchó como el
coche frenaba ante el granero y Robert se bajó a toda prisa. —
Déjame a mí. Pesa mucho.
—Gracias. —Se levantó apartándose para dejarle hacer y
Robert cogió en brazos a Croquer para meterlo en el maletero
del cuatro por cuatro. Raquel sorbió por la nariz limpiándose
las lágrimas mientras varios los miraban desde el porche
trasero.
—Joss, ¿qué pasa? —preguntó su padre a gritos saliendo
con las muletas.
—Se ha envenenado —dijo el niño corriendo hacia él sin
dejar de llorar.
Miró sorprendido a Raquel que apartó la mirada subiéndose
al coche. —Baja Raquel. Lo llevo yo —dijo Robert
impidiéndole cerrar la puerta.
—No hace…
—No puedes conducir en ese estado. —Miró hacia la casa
y gritó —¡Qué alguien llame al doctor Víctor Martin para que
sepa que vamos para allá!
—¡Enseguida hijo!
Sabía que tenía razón, así que por no discutir salió y rodeó
el coche corriendo. Abrió la puerta de los asientos traseros y se
arrodilló para acariciar por encima de los asientos a Croquer y
que no se sintiera solo. —Aguanta, cielo.
El coche salió a toda prisa y desesperada vio que su perro
cerraba los ojos. —Por favor…
Era la única familia que tenía y no podía perderle. Se echó
a llorar y Robert la miró por el retrovisor. —Tranquila,
estamos cerca.
—¿Se va a morir?
Robert apretó los labios porque no tenía buena pinta y no
quería mentirle. —Enseguida le atienden.
En ese momento Croquer se puso a vomitar una espuma
blanca y se asustó muchísimo. —Está vomitando.
—Eso es bueno. —Giró el coche de manera brusca y ella
vio que entraban en el camino de la casa del veterinario. Se
echó a llorar porque estaba esperando en la puerta con su
mujer.
El veterinario abrió el portaequipajes y apretó los labios. —
¿Sabéis la cantidad que ha ingerido?
—Había una caja en el suelo, pero…
Sin esperar más lo cogió en brazos metiéndolo por la puerta
que daba a su clínica. Su mujer sonrió. —Espera en la sala. No
puedes entrar.
—Pero…
—Déjale trabajar, ¿de acuerdo? Sé que es duro, pero es lo
mejor en este momento.
Asintió y la señora Martin entró en la clínica tras su
marido. Robert abrió su puerta y sonrió con tristeza. —Baja,
Raquel.
Le miró a los ojos. —¿Has oído alguna vez que se salvara
un perro después de comer raticida?
—Es que los encontraron demasiado tarde.
Eso le dio esperanzas. —Es muy fuerte. Nunca se pone
enfermo.
Robert sonrió. —Ahí lo tienes.

Pasó más de una hora y desesperada caminó de un lado a


otro apretándose las manos mientras Robert intentaba darle
ánimos.
—Pensarás que estoy loca por ponerme así. —Angustiada
sollozó sin poder evitarlo. —Pero…
Robert se levantó y la abrazó con fuerza. —Te entiendo
muy bien. Yo tuve un perro hace unos años y me sentí
exactamente como tú cuando se puso enfermo.
—Lleva conmigo cuatro años y no sé qué haría sin él.
En ese momento salió el doctor Martin y sonrió. —
Tranquila, Raquel… Le he provocado el vómito con agua
oxigenada y le he puesto un antídoto. Veremos cómo
evoluciona, pero parece que está mejor. Ha sido una suerte que
le encontraras tan pronto.
—¿Se pondrá bien?
—Espero que sí. De todas maneras, me lo vas a dejar aquí
unos días. Quiero ver cómo evoluciona. A veces las
intoxicaciones provocan úlceras en el estómago y voy a
hacerle pruebas.
Aliviada sonrió a Robert antes de mirar de nuevo al
médico. —¿Puedo verle?
—Claro que sí. Y puedes venir a verle cuando quieras. Ven
por aquí. —Levantó una ceja mirando a Robert. —¿Has
perdido la camisa?
—Algo así. —Le dio una palmada en la espalda a su
amigo. —¿Tienes miedo de que tu mujer se fije en mí y te
deje, amigo?
—Tendría que estar ciega. No hay comparación —dijo
Juliana Martin desde la camilla de acero donde estaba
tumbado Croquer.
En cuanto la vio intentó levantar la cabeza y Raquel sonrió
radiante. —Hola, cielo. —Se la acarició para que se tumbara.
—Es un campeón —dijo Juliana sonriendo—. Se ha
portado muy bien.
—Gracias. —Emocionada se agachó para besar su cabeza y
el doctor sonrió cruzándose de brazos.
—No ha sido nada. Ahora a ver cómo responde a la
medicación y si todo va bien comprobaremos daños.
—No está fuera de peligro, ¿verdad?
—Digamos que todavía está en riesgo, pero está
respondiendo muy bien. Mañana sabremos si está fuera de
peligro.
Asintió, pero ya era un alivio verle mucho mejor. Tenía
esperanzas y eso ya era mucho.
—Te dejo con él sólo media hora. Tiene que descansar.
Mañana podrás venir a verle. —Se volvió hacia su mujer. —
Tengo que irme, si hay cualquier cambio llámame al móvil.
—De acuerdo.
Raquel se quedó tranquila porque Juliana era casi tan buena
como su marido sin tener el título.
—Víctor, ¿a dónde vas? —preguntó Robert.
—A la granja Stelman. ¿Quieres que te lleve?
—Oh, lo siento —dijo Raquel incorporándose—, querrás
irte. Ya te he robado mucho tiempo.
—No digas eso. Ha sido un placer. Pero así no tienes que
regresar a la casa Sanders para llevarme. A Víctor le queda de
camino.
—Gracias, es un detalle.
—Claro que te llevo. ¿Quieres recuperar tu camisa?
—Y mi camioneta —dijo divertido guiñándole un ojo a
Raquel antes de salir de la consulta.
—Creo que es más importante que recuperes la camisa. —
El médico se echó a reír. —Te ha dado poco el sol.
—Entonces ya no me la pongo.
Raquel sonrió a Juliana que la correspondió antes de decir
—Es muy agradable, ¿verdad? —La miró confundida. —
Robert.
—Oh, sí. No le conocía mucho, pero parece un buen tipo.
—Miró a su perro y sonrió disfrutando de poder acariciarle.
—Pues parece que te ha echado el ojo. —La miró sin
comprender. —¡Robert!
—¿Qué? ¡No! —Negó de un lado a otro con la cabeza. —
No, ¿verdad?
—Vale que acabas de pasar un susto, pero lo vería un
ciego.
—¿Tú crees? —Se sonrojó de gusto porque a nadie le
amargaba un dulce, pero algo le decía que aquello no iba a
funcionar. —Somos amigos.
—Ese quiere ser algo más que tu amigo, te lo digo yo.
Pensando en unos minutos antes de encontrar a Croquer se
sonrojó. —Bueno, parecía que iba a pedirme una cita, pero…
—¿Ves? Te lo digo yo, que tengo mucho ojo para estas
cosas.
—Pues yo no…
Juliana perdió la sonrisa decepcionada. —¿No te gusta? Es
amigo de mi marido desde que nos mudamos aquí y te aseguro
que es muy buen tipo.
—No sé… La verdad es que se ha portado muy bien.
—Dale una oportunidad. Ya verás como no te arrepientes.
—Bueno, si me la pide le diré que sí. —Se encogió de
hombros porque estaba claro que con Lawton no tendría
ninguna posibilidad. —Por probar no pierdo nada.
—Claro que no. Pero estoy segura de que estáis hechos el
uno para el otro.

Cuando llegó a su casa estaba agotada. Entre lo poco que


había dormido la noche anterior y los sustos, aparte de todo lo
que había trabajado, en cuanto se tumbó en la cama se le
cerraron los ojos.
La despertó el sonido del móvil y sobresaltada lo cogió de
la mesilla pensando que era el veterinario. —¿Diga?
Alguien carraspeó al otro lado y ella frunció el ceño. —
¿Diga?
—Raquel…
—¿Quién es? ¿Doctor Martin?
—Soy Lawton.
—Ah. —Él se quedó en silencio y ella miró hacia la
ventana. ¡Estaba amaneciendo! —¿Qué quieres? ¡Necesitas
algo?
—¿Cómo está tu perro?
—Pues mejor. El doctor le ha lavado el estómago y le ha
dado una medicina. Pero sigue allí.
—Podías haber llamado —dijo molesto—. Joss tiene un
disgusto que casi ni ha dormido.
Dejó caer la mandíbula del asombro antes de sentir que la
recorría un cabreo de primera. —¡Perdona, pero estaba
demasiado preocupada por él como para llamar a nadie! Y
podías haber llamado tú como estás haciendo ahora, ¿no? ¡Al
menos para disculparte!
—¿Disculparme yo?
—¡Podías haber avisado de que el veneno estaba en el
granero! ¡Casi matas a mi perro!
—¿Cómo voy a acordarme de eso después de lo que me ha
pasado? ¡Ni se me pasó por la cabeza!
—¡Claro, cómo se te va a pasar a ti por la cabeza que mi
perro puede entrar en tu granero y comer el veneno! ¡Sobre
todo sabiendo que anda suelto por tu finca!
—¡Yo no tengo la culpa de que lo tengas tan mal educado
que entra donde le da la gana sin permiso!
—¡Esto es el colmo! ¿Maleducado mi perro? —siseó fuera
de sí—. ¡Maleducado tú que eres un déspota de primera!
—¿Que yo soy maleducado? ¡Eso lo dice la que entra en
casa sin permiso y hace y deshace lo que le da la gana como si
fuera la dueña! ¡Eso por no hablar que das lecciones como si
todos fuéramos tus alumnos y no lo somos! Creo que tu papel
de profesora lo llevas a los extremos, guapa.
Los dientes de Raquel rechinaron antes de decir —¿Sabes
qué?
—¿Qué? —preguntó agresivo.
—¡Que te den, imbécil!
Atónita se levantó de la cama tirando el móvil sobre ella
antes de ir al baño. —Maleducado mi perro. Este tío es idiota.
¡Espero que se te caiga la casa encima, estúpido descerebrado!
—Abrió el grifo de la ducha y siseó —Ahora sí que acepto la
cita de Robert. ¡Por gilipollas!

Después de desayunar fue a ver a Croquer y se alegró


muchísimo porque era evidente que estaba mucho mejor. De
hecho, estaba de pie y según le habían dicho había bebido, lo
que era muy buena señal. Estuvo un rato con él y como era
domingo le dijo a Juliana si no le molestaba que regresara por
la tarde, a lo que ella contestó que no le importaba nada
porque por la tarde iba a estar en casa con los niños.
Conducía hacia su casa cuando vio un cordón rojo en el
suelo del asiento del copiloto y juró por lo bajo porque era de
la mochila de Joss. —Estupendo —dijo tomando el desvío
hacia la carretera general porque tenía que llevársela. Estaba
segura de que ni había hecho los deberes. Le daba una rabia
horrible ir, pero no tenía otro remedio.
No había ningún coche en la puerta, lo que indicaba que los
del pueblo todavía no habían llegado. Aparcó ante el porche y
sin apagar el motor se bajó. La puerta se abrió de golpe y vio
que Joss salía de la casa muy arrepentido. —Eh, ¿qué ocurre?
—Lo siento.
Subió los escalones porque estaba a punto de llorar. —No
fue culpa tuya.
—Sí que lo fue. Si le hubiera vigilado…
Se agachó ante él y sonrió. —Y le vigilaste. Gracias a ti
está vivo. —Le acarició la mejilla. —Siento no haberte
llamado ayer.
—¿Está bien?
—Se pondrá bien. Me lo ha dicho el veterinario. Aún está
en la clínica, pero se recuperará.
—¿Podre verle?
—Claro que sí. En cuanto salga nos iremos a tomar un
helado, ¿quieres?
Joss asintió y ella le guiñó un ojo. —¿Has hecho los
deberes? —Él negó con la cabeza aunque ya sabía su
respuesta. —Pues tienes que hacer la redacción, ¿recuerdas?
En ese momento se abrió la puerta y se tensó porque
Lawton salía vestido únicamente con el pantalón del chándal.
—¿A qué has venido? —preguntó molesto.
—Tranquilo, que ahora me voy. —Bajó los escalones y
abrió la puerta del copiloto para darle la mochila a Joss. Miró a
su padre. —Mañana tiene examen y tiene que entregar una
redacción. Ya que no tienes nada que hacer, te aconsejo que le
ayudes. Es un consejo de profesora.
—No te digo donde te puedes meter tus consejos.
—¡Papá! —dijo Joss asombrado.
Ella sonrió burlona. —Sí, todo un ejemplo de buen
comportamiento. ¡Se dice gracias, imbécil!
Joss dejó caer la mandíbula del asombro viéndola subir al
coche antes de acelerar para salir de allí a toda pastilla. Se
volvió hacia su padre. —¿Qué has hecho?
—¡Me saca de mis casillas!
—¡La has enfadado! —gritó furioso tirando la mochila al
suelo—. ¡Ha sido muy buena con nosotros y tú la tratas mal!
Le miró asombrado. —¡Yo no he hecho nada!
—Ahora se enfadará conmigo. —De repente su hijo se
echó a llorar y entró en la casa dejándole de piedra.
—Joss…
—¡Déjame! ¡Siempre me estás fastidiando!
—¡Joss, vuelve aquí! —bramó desde el hall perdiendo la
paciencia. Su hijo se volvió en las escaleras—. Estoy
esperando una disculpa, jovencito.
—¡Pues espera sentado! —gritó desgañitado dejándole de
piedra porque jamás se había comportado así y era culpa de
esa entrometida.
—Joss… —le advirtió—. Estás a punto de estar castigado
una semana sin videojuegos.
—¡Pues me da igual! ¡Siempre tenemos que hacer lo que tú
quieres! —Le señaló con el dedo. —¡Me has traído aquí y ya
no tengo amigos! —Una lágrima cayó por su mejilla
rompiéndole el corazón.
—Hijo…
—¡Y ella me gusta! Me hace sentir especial. ¡No me riñe y
siempre es buena conmigo! ¡Te salvó la vida y la tratas mal!
¡Eres tú el que estás equivocado! ¿Y sabes qué?
—No, ¿qué?
—Te quedarás solo. ¡Porque siempre quieres tener la razón
y no la tienes!
—Así que me quedaré solo —dijo empezando a entender.
Joss se echó a llorar. —Yo quiero una mamá como tienen
todos. Que me trate como me trata ella. ¡Te dije que no la
fastidiaras, pero nunca me haces caso!
—Hijo, las relaciones entre los adultos no se pueden forzar.
—¡A ella le gustabas!
Hizo una mueca porque aunque era algo pequeñita no
podía negar que le había atraído, pero con las ideas que tenía
su hijo ni loco se lo decía. —Sabes que no me gusta que
invadan mi intimidad y en este momento mucho menos. No
quería que pensaran que no te cuido bien por el estado de la
casa.
—¡Pues todos lo entendieron! ¡Eres tú el que no entiendes
nada! —Se volvió y al cabo de unos segundos escuchó un
portazo.
—Estupendo. —Se pasó la mano por la nuca y una muleta
se le cayó al suelo. —Sí, esto es estupendo.
Capítulo 5

El lunes por la mañana estaba la mar de contenta entrando


en su aula. —Buenos días a todos. ¿Listos para un examen?
Varias protestas la hicieron sonreír aún más. —Ir pasando
las redacciones al compañero de delante, por favor. Vamos…
no tenemos todo el día.
—¿Cómo está Croquer, señorita Klein? —preguntó
Tommy.
—Mucho mejor, gracias. —Puso sus libros sobre la mesa y
levantó la vista sonriendo. —En un par de días seguro que está
de nuevo en casa.
Al ver que un pupitre estaba vacío se tensó. —¿Nadie ha
visto a Joss Sanders?
—No vendrá —dijo Stayce—. Como su padre está mal…
Perdió la sonrisa de golpe. —Id pasando las redacciones
que enseguida estoy con vosotros. Sacad el lápiz para el
examen. Nada encima de las mesas.
Cogió su móvil y salió al pasillo pulsando el número por el
que Lawton la había llamado el día anterior. Pensar que había
ido al colegio en bicicleta le puso los pelos de punta.
—¿Diga?
—¿Dónde está Joss?
—¿Raquel?
—Sí, soy su profesora y no está en clase. ¿Está ahí?
Él suspiró al otro lado de la línea. —Sí, está aquí.
Fue un verdadero alivio. —¿No me digas que está
enfermo?
—No precisamente.
—¿Quieres explicarte?
—Se niega a ir al colegio y como comprenderás en mi
estado no puedo obligarle a ir. —Eso sí que no se lo esperaba.
—Ya le he castigado hasta los dieciocho, pero…
Estaba claro que tenía un berrinche de primera para hacer
eso. —Que se ponga.
—¡Joss! ¡Ponte al teléfono, que Raquel quiere hablar
contigo!
—¡No!
—¿Ha dicho que no?
—Te dije que está rebelde —siseó como si se estuviera
conteniendo.
—Uy… Voy para allá. —Colgó el teléfono y entró en la
clase de Lisa que estaba explicando geografía. —¿Puedes salir
un momento?
—Sí, claro. —Miró a la clase. —No quiero oír ni una
mosca.
Salió al pasillo y ella señaló su aula. —¿Me la vigilas
veinte minutos?
—¿Te tienes que ir?
—Joss Sanders se niega a salir de casa y su padre no puede
traerle en su estado.
Lisa la miró asombrada. —Vaya con el niño.
—Voy a buscarle. Este se va a enterar. Les pongo un
examen y voy a por él.
—¿Examen? Déjales haciendo una redacción porque si no
van a copiar lo que les dé la gana.
—Tienes razón. —Fue a toda prisa hacia la clase y sonrió.
—Cambio de planes, niños. El examen para mañana. Quiero
que leáis las paginas veintidós y veintitrés del libro de lengua.
Cuando vuelva haré preguntas al azar y puntuaré con estrellas.
Recordad que quien más estrellas tenga, al final de curso
tendrá un premio. Empezad.
Stayce abrió el libro de inmediato y ella salió de la clase sin
decir que se iba como si fuera a hacer algo. Lisa asintió
mientras corría a toda pastilla por el pasillo hacia la puerta de
la sala de profesores donde cogió su bolso.
Apenas diez minutos después estaba en el camino de
acceso a la casa y entrecerró los ojos porque Lawton estaba
esperándola en el porche vestido únicamente con un pantalón
corto. Joder, pues tampoco hacía tanto calor. Vale que estaban
teniendo una primavera algo rara, pero no era para tanto.
Detuvo el coche y saltó de él a toda prisa. —¿Dónde está?
—Se ha encerrado en su habitación.
Gruñó pasando ante él. Subió las escaleras a toda prisa y
fue hasta su puerta. —Joss abre. Soy yo —dijo intentando ser
suave.
—¡No!
—¿Estás enfadado conmigo?
—¡Sí! ¡Porque te enfadaste con papá!
—No estoy enfadada —mintió descaradamente.
—¿No? —Sorbió por la nariz y ella frunció el ceño porque
estaba llorando.
—Cielo, abre.
No escuchó nada y apretó los labios mientras Lawton
llegaba a su lado. —Ayer se disgustó mucho porque estabas
enfadada.
—Ya me he dado cuenta, lumbreras —susurró molesta—.
Joss, abre la puerta —dijo con autoridad—. Hablo en serio.
La puerta se abrió lentamente y los dos vieron el rostro del
niño que estaba húmedo de lágrimas. Parecía asustado y ella
entró cogiéndole en brazos antes de cerrar con el pie la puerta
ante las narices de Lawton, que jadeó de indignación al otro
lado. Raquel sonrió al niño yendo hacia su cama y sentándose
en ella con él encima. —Vamos a ver, ¿qué ocurre?
—¿Estás enfadada conmigo?
—Claro que no.
—¿Ni aunque hayamos envenenado a Croquer? —Sorbió
por la nariz y ella le limpió las lágrimas con las manos.
—No habéis envenenado a Croquer. Es inquieto. Siempre
está rompiendo cosas. Es parte de su encanto —dijo divertida.
—¿Ves como no fue culpa mía? —gritó su padre al otro
lado de la puerta.
Puso los ojos en blanco y Joss sonrió. —Y aunque te
enfades con papá, ¿a mí me seguirás queriendo?
A Raquel se le encogió el corazón. —Claro que sí, cielo.
Pero eso no implica que no te regañe cuando crea que haces
algo mal. Y esto está mal. Debías estar en el colegio.
¿Recuerdas que tienes examen?
El niño agachó la mirada. —No he hecho la redacción. —
Miró hacia la puerta antes de susurrar —Me dejé la mochila
abajo y no quería ver a papá.
—¿Por qué no querías verle?
—Porque estaba enfadado.
—¿Y por qué te has enfadado tú si es algo entre nosotros?
—El niño la miró sin comprender. —Que me enfade con él no
significa que me enfade contigo.
—Pero ya no volverás por aquí y a mí me gusta que estés
aquí.
—También podemos pasar tiempo juntos fuera de esta casa,
¿no? De hecho, nos veremos continuamente en el colegio.
—Pero no es lo mismo. A mí me gustaría…
—¿El qué, cielo? —Parecía avergonzado. —Dime, no
tienes por qué ocultarme nada.
—Que fueras mi mamá.
Raquel se quedó sin aliento y sonrió abrazándole con
fuerza. —Nada me haría más feliz, cielo —dijo emocionada
—. Cualquier mujer estaría orgullosa de ser tu madre. —Le
besó en la coronilla y le apartó acariciando sus mejillas.
—¿De verdad? Porque no encuentro ninguna y me estoy
haciendo mayor.
—¿Sabes qué? Mientras tu padre encuentra una madre para
ti, podemos pasar más tiempo juntos.
—¿Quieres?
—Claro que quiero. Hablaremos con tu padre para que nos
dé permiso y si quieres después del cole, vamos a ver a
Croquer.
Los ojos del niño brillaron. —Sí, sí quiero.
Esas palabras le robaron del todo el corazón. Nunca se lo
había entregado a un hombre y que tuviera nueve años la
sorprendía un poco. Divertida le acarició la espalda. —Venga,
dúchate y cámbiate de ropa mientras hablo con tu padre. Hay
que ir al colegio.
—Sí. —Salió corriendo y abrió la puerta pasando ante su
padre. —Ya está arreglado, papá. No está enfadada conmigo.
—Me parece muy bien porque tú no tienes culpa de nada.
—Voy a ducharme.
Se quitó la camiseta y cuando desapareció Raquel se
levantó de la cama mientras Lawton la miraba fijamente
poniéndose serio. —Espero que no lo hayas dicho por decir.
—Entonces no lo hubiera dicho. Habría que ser muy mala
persona para darle ilusiones y después arrebatárselas. Me gusta
estar con él. No será un problema. A no ser que tú pongas
impedimentos.
Lawton apretó los labios. —No, por supuesto que no. Te
agradezco que quieras pasar tiempo con él.
Raquel frunció el ceño. —¿Te has tomado las pastillas?
—Sí, me he tomado las pastillas.
—¿Has desayunado?
—Vamos a dejar una cosa clara… —Entró en la habitación
y susurró —Puede que acepte que tengas una relación más
estrecha con Joss por el bien de mi hijo porque te ha cogido
cariño, pero no eres ni mi esposa ni mi madre. —Raquel se
sonrojó con fuerza porque el día anterior lo había deseado.
Pero estaba claro que nunca se llevarían bien. —Te agradezco
mucho lo que has hecho por mí y por Joss, te lo aseguro. Pero
de eso a dejar que te inmiscuyas en mi vida hay un abismo.
—Lo entendí muy bien ayer. No hace falta que lo repitas.
—Levantó la barbilla. —Tranquilo, que lo que hagas con tu
vida me importa un pito. Era una pregunta de cortesía. —Se
mordió la lengua para no decirle que él no sabía lo que era eso.
—Perfecto.
—Perfecto. ¿Puedo llevarle a ver a Croquer después del
colegio?
—Mientras llegue pronto no tengo problema.
—Pues muy bien. Y vendré a recogerle mañana para ir al
cole.
—Gracias.
—No hay de qué. —Fue hasta una de las cajas y revolvió
entre la ropita del niño sacando unos vaqueros y una camiseta
que estaba algo arrugada. —¿La plancha?
—En alguna de las cajas.
—Estupendo. —La sacudió varias veces. Le miró de reojo
antes de sacar unos calzoncillos de cohetes para poner la ropa
sobre la cama e ir hacia la salida. —¿Ha desayunado?
—No —gruñó viéndola salir.
—¿Joss?
—¡Ya voy! —gritó el niño desde el baño—. ¡No mires que
estoy desnudo!
Sonrió antes de bajar los escalones. —Date prisa.
Vio todo lo que las mujeres habían limpiado y al llegar al
hall miró hacia el salón que al menos tenía los sofás
colocados. —Las manos las tienes bien, ¿no?
—Perfectas —dijo él desde arriba.
—Si quieres te traigo pintura del pueblo. Para pintar la
casa.
—Lo he entendido —dijo él con ironía.
—¿Color?
—Blanca.
—Pues muy bien. —Vieron correr a Joss con una toalla
enorme. —¡Cinco minutos!
—Que ya voy…
Fue hasta la cocina y cogió un cuenco para servir unos
cereales de la caja que allí había. Después fue hasta la nevera y
sacó el bidón de leche. Estaba echando la leche cuando
Lawton llegó algo pálido del esfuerzo de bajar las escaleras de
nuevo, pero ella no dijo ni pío. Que se fastidiara.
Le observó de reojo cuando se sentó con dificultad tirando
una muleta. Al ver que en el fregadero no había ningún plato
dudó que los hubiera lavado, así que cogió otro cuenco y lo
llenó de cereales llevando los dos a la mesa. —¿Te queda
comida?
Gruñó antes de mirarla. —Queda el redondo.
—Vale. —Se volvió y en ese momento llegó Joss que
estaba sin peinar. —Desayuna.
—Pero…
—Desayuna.
El niño corrió hacia la mesa y ella subió al baño cogiendo
el peine antes de pasar por su habitación e hizo la cama lo más
rápidamente que pudo. Recogió la ropa del día anterior y bajó
de nuevo tirándola al lado de la lavadora. Y había un buen
montón acumulado. A toda máquina puso una lavadora y fue
hasta el niño para empezar a peinarle mientras masticaba. —
¡Ay!
—Si lo hubieras hecho tú no lo haría yo —dijo divertida.
Cuando le dejó bien repeinadito subió el peine de nuevo.
Con curiosidad fue hasta la habitación de Lawton y se
encontró la cama sin hacer. Pues no se la hacía, que luego le
echaba en cara que se metía en sus cosas.
—¡Ya estoy!
—Muy bien. ¡Nos vamos!
Al pasar ante la cocina Lawton aún estaba sentado dándole
la espalda. Miraba por la ventana y parecía hundido. Algo se
removió dentro de ella, pero después de lo que le había soltado
minutos antes tenía que ser masoquista para hablar con él.
Sonrió a Joss. —¿Listo para un duro día de cole?
—Listo —dijo ilusionado.
—Pues vamos allá.
Se subieron al coche y disimuló su preocupación por
Lawton poniendo la radio. Miró por el espejo retrovisor
especulando sobre lo que estaría pensando. Igual estaba
aburrido y dolorido. Sí, debía ser eso. Le llevaría la pintura a
la hora de la comida para que se entretuviera si estaba con
fuerzas.

Llamó a la tienda de pinturas para que le prepararan el


pedido y apenas tardó cinco minutos en recogerlo. Cuando
llegó a la casa aún tenía media hora para regresar y dejó la
pintura en el porche. Le pareció raro que Lawton no saliera,
así que entró en la casa. Escuchó un ruido en el piso de arriba,
así que se decidió a subir las escaleras deteniéndose en seco a
la mitad cuando le vio salir a la pata coja del baño totalmente
desnudo. Se volvió de golpe, pero la imagen de su cuerpo
húmedo y desnudo parecía que se había grabado en su
memoria. Y sería algo difícil de olvidar porque era algo
impresionante. —Uy…
Gimió cerrando los ojos mientras le oía bramar —¿Qué
haces aquí?
—Te he traído la pintura, pero… —Bajó los escalones a
toda prisa roja como un tomate. —Perdona. ¡Está en el porche!
Corrió hacia el coche queriendo que se la tragara la tierra.
Madre mía, qué hombre. Si no tuviera tan mala leche sería un
sueño. Hasta le había quitado el hambre. Gimió porque todo su
cuerpo había reaccionado a él y eso que sólo le había visto una
décima de segundo. Si pudiera tocarle se moriría de la
impresión. Eso le hizo recordar que a Lawton ella no le
afectaba nada y la decepción volvió a recorrerla. Igual estaba
cometiendo un error al ligarse a ellos a través del niño. Pero
era tan buen chico… Lo superaría. Superaría esa atracción no
correspondida y conseguirían ser amigos.
Capítulo 6

Bajaron del coche y Joss gritó —¡Ven, Croquer! Mira mi


casa del árbol. ¡Me la ha hecho papá!
El perro corrió tras él rodeando la casa y ella bajó la
ventanilla. —¡Joss, cinco minutos! ¡Tengo que irme!
—¡Vale!
Bajó del coche y miró los campos que ya estaban
preparados para la siembra. Casi no había visto a Lawton en
ese mes porque dejaba a Joss sin bajarse del coche y le recogía
por las mañanas. Como él no le había dicho nada ni la había
llamado, había seguido recogiéndole. A veces le llamaba por
teléfono para pedirle permiso para hacer algo con el niño, pero
él era seco y distante, así que casi no habían hablado. Se
volvió hacia la casa y subió los tres escalones haciendo una
mueca porque todo estaba impecablemente blanco. De hecho,
la casa estaba preciosa pintada de ese color. Cada día que se
acercaba durante las primeras semanas la sorprendía todo lo
que había avanzado y era obvio que había trabajado
muchísimo para dejarla en ese estado.
Y en cuanto había podido trabajar en el campo se había
empleado a fondo. Era evidente que a ese hombre no le
gustaba estar ocioso. Ni se atrevió a entrar en la casa por si le
molestaba. Escuchó pasos en la gravilla y sonrió a Joss que
estaba de vuelta, pero se encontró con los ojos azules que
había estado intentando evitar. Perdió un poco la sonrisa. —
Hola.
—Estás aquí —dijo molesto.
Ella se tensó. —Tranquilo que me voy ahora. Joss quería
enseñarle la casa del árbol a Croquer.
—¿Tú ya la conoces?
—Sí, la vi el otro día cuando le traje del cumpleaños. Tú
estabas en el granero.
—Parece que tienes miedo a encontrarte conmigo. —Pasó
a su lado cojeando antes de abrir la puerta de su casa.
—No quiero molestar.
Él apretó los labios entrando en la casa. —¿Quieres tomar
algo?
¿Eso era una invitación? ¿O una tregua? Entró en la casa y
se quedó admirada por todo lo que había cambiado. Era muy
acogedora y se quedó mirando el salón que tenía una pared
cubierta de estanterías llenas de libros. —¿Quieres tomar algo?
—preguntó tras ella sobresaltándola.
—¿Todo esto lo has hecho tú? —Al volverse carraspeó
incómoda porque estaba muy cerca y dando un paso atrás le
miró a los ojos. —Has trabajado mucho.
—No tenía nada que hacer.
—Ha quedado muy bien.
—Gracias —dijo algo molesto—. ¿Quieres tomar algo o
no?
Estaba claro que las relaciones sociales no eran lo suyo,
pero aun así sonrió porque para él era un avance gordísimo. —
¿Tienes una cola?
—¿Y el azúcar y la obesidad infantil?
—Muy gracioso. Ya no soy una niña.
Él la miró de arriba abajo lentamente y Raquel retuvo el
aliento cuando se detuvo en las uñas rojas de sus pies que se
veían a través de sus sandalias. —Cierto, no eres ninguna niña.
Un poco pequeña eso sí.
—¿Perdón? ¡Eres tú el que mide dos metros!
—Al parecer el tema de tu estatura es tu punto débil.
Dejémoslo ahí antes de discutir de nuevo.
Confundida vio que se daba la vuelta para entrar en la
cocina y gruñó por dentro antes de seguirle. Se quedó con la
boca abierta porque parecía otra. Había pintado los armarios
de amarillo que combinaban muy bien con la encimera
marrón. También había cambiado el linóleo por una baldosa en
color tierra y la desastrosa cocina había sido sustituida por una
de seis fogones que sería la envidia de medio pueblo. —
Vaya…
—¿Te gusta?
—Ha quedado preciosa. Se te dan bien estas cosas.
—Con paciencia e interés se consigue todo. Han sido unas
semanas muy largas, te lo aseguro. Además, como muchas
tardes Joss estaba contigo…
Le observó mientras sacaba un bote de Coca-Cola de la
nevera. —¿Te molesta? A veces le he acaparado un poco, lo
siento.
—No es nada. Lo pasa muy bien contigo, ¿sabes? —La
miró de reojo. —Nunca ha tenido madre y para él esto es una
novedad.
—Me ha dicho que murió cuando era pequeño.
—Murió a la semana de dar a luz. Tuvo una infección y no
se la descubrieron a tiempo. Restos de placenta.
—Lo siento mucho.
Le tendió la lata. —No nos llevábamos bien. Joss llegó sin
avisar. Ni siquiera vivíamos juntos.
—¿Así que no era tu esposa?
—No, nunca me he casado. ¿Y tú? —Se la quedó mirando
fijamente y Raquel se sonrojó.
—No. —De repente sintió que la conversación se estaba
volviendo muy intensa y carraspeó. —Tengo que irme.
Gracias por la cola.
—¿Por qué no te quedas a cenar? A Joss le gustará.
Ella se sonrojó aún más. ¿Le estaba tirando los tejos? ¿Pero
qué locuras pensaba? Claro que no. Si no podía ni verla. —No
puedo. Tengo plan.
Lawton frunció el ceño. —¿Plan?
—Una cita. Es viernes y me han invitado a salir.
—¿No me digas? —siseó—. ¿Y quién es el afortunado?
—El que te arregló el tejado, ¿lo recuerdas? —tartamudeó
incómoda. Sin saber por qué se sintió mal. Pero no tenía por
qué ocultarlo. No hacía nada malo —. Robert Gallagher.
—Ah, ya lo recuerdo. El pálido que no llevaba camiseta.
Sí, le he visto un par de veces por el pueblo.
—Ese. —Dejó la lata sobre la mesa y forzó una sonrisa. —
Bueno, adiós.
—¿Y habéis salido mucho?
Gimió volviéndose porque para no gustarle hablar, ahora lo
hacía por los codos y sin perder la sonrisa contestó —Un par
de veces.
—Es interesante que no haya oído nada en la tienda.
—Oh, es que hasta hoy hemos salido fuera del pueblo para
que la gente no cotillee.
—¿Y hoy es oficial? Vaya, habéis avanzado mucho en poco
tiempo.
¿Lo decía con recochineo? —Pues sí, nos va muy bien y
hoy vamos a bailar al Elis. A los dos nos encanta ese sitio. ¿Lo
conoces?
—No —dijo con voz grave mirándola como si hubiera
cometido un delito grave—. Pero lo conoceré pronto.
—Te gustará. Bueno, adiós.
—Raquel…
—¿Sí?
—Que lo pases bien —dijo con ironía.
Sin entender su actitud porque parecía molesto contestó —
Gracias. Lo haré.
Salió de la cocina a toda prisa sin saber muy bien qué
acababa de pasar. Estaba claro que él quería que se quedara y
eso ya la dejaba de piedra después de cómo se había
comportado con ella en el pasado. Y para rematarla había
conversado normalmente como si quisiera que se conocieran.
A ese hombre no había quien le entendiera.
Cuando salió de la casa silbó con fuerza antes de mirar
hacia atrás de la que se acercaba al coche. La observaba por la
ventana de la cocina y rápidamente volvió la cabeza porque la
había pillado. Croquer llegó corriendo con Joss detrás y sonrió
al niño. —Me tengo que ir. —Se agachó ante él y le dio un
abrazo. —¿Mañana quieres ir al cine? Estrenan esa que
querías ver.
Joss se apartó sonriendo de oreja a oreja. —¿Puede venir
papá? Ahora ya puede salir de casa.
—Si prefieres verla con él no pasa nada, Joss.
—Quiero verla con los dos.
—Ya sabes que no nos llevam…
—Porfi… Se portará bien, ya verás.
—Déjame que lo piense y os llamo mañana, ¿vale?
—Eso es que no.
—¿Sabes que cada día eres más listo? Me asombras.
—¿Eso significa que me vas a poner un sobresaliente en el
examen de hoy?
Se echó a reír y le abrazó dándole un sonoro beso en la
mejilla. —Sólo si te lo mereces.
—Me lo merezco.
—Más te vale porque si no me vas a oír.
Se apartó para abrir la puerta del coche y Croquer entró
antes que ella. —Hasta mañana, guapo.
Joss rio encantado antes de subir los escalones de su casa.
Sin poder evitarlo miró hacia la ventana de nuevo y juró por lo
bajo al encontrárselo allí. Se metió a toda prisa en el coche
diciéndose que era boba. Ese hombre no tenía ningún interés
en ella. ¿De dónde sacaba esas fantasías? ¿Sólo porque le
había invitado a una cola? Realmente estaba mal de la cabeza
al pensar en alguien como Lawton cuando tenía a Robert.
Sonrió poniendo la radio. Y Juliana había tenido razón porque
era un hombre estupendo y se entendían muy bien. Lo que era
una pena es que no pudiera sacarse esos ojos azules de la
cabeza.

Sentada en la mesa aplaudió a Lisa que acababa de dejar el


micro del karaoke. —Canta fatal —dijo Robert a su oído—.
Pero no se lo digas que me despelleja vivo.
Se echó a reír asintiendo cuando Lisa levantó la mano
saludando a alguien. Se volvió para ver quién era, quedándose
de piedra al ver a Lawton guapísimo con una camisa blanca
con las mangas enrolladas hasta los codos y unos vaqueros
negros. Y alucinó más aún cuando su amiga no se cortó en
acercarse y hablar con él demasiado cerca para su gusto. ¿Y a
ella que más le daba? Se giró hacia Robert y sonrió. —¿Vas a
cantar?
—¿Estás loca? ¿Quieres que el local se quede vacío? —
preguntó con horror haciéndola reír a carcajadas—. Mira, ahí
está Lisa con su nueva presa.
Esperando equivocarse se volvió, pero allí llegaba Lawton
con Lisa que dijo sonriendo —No os importa que Lawton se
una a nosotros, ¿verdad? Tiene la pierna mal y no hay sillas en
la barra.
—Claro que no —dijo Robert levantándose y extendiendo
la mano—. Me alegro de verte.
—Gracias —dijo afable estrechándosela con una sonrisa
antes de sentarse al lado de Raquel—. Hola otra vez. —Se
acercó y la besó en la mejilla robándole el aliento. —Hueles
muy bien, ¿perfume nuevo?
—No —respondió con un gallito. Robert entrecerró los
ojos pasando su brazo por el respaldo de su silla como si
quisiera marcar territorio e incómoda con la mirada de ambos
sobre ella preguntó rápidamente —¿Con quién está Joss?
—Ha dormido en casa de un amigo.
—No me ha dicho nada.
—Se llamaron después de que te fueras. Fue algo
improvisado. No pude avisarte.
—¿Qué niño? ¿Conoces a sus padres? ¿Es alumno mío?
Divertido la miró a los ojos. —Se llama John y sí que va a
tu clase. Su madre se llama Clare.
—Ah, es John Wilkinson —dijo con alivio—. Es buen
niño.
Lisa se echó a reír. —Pareces su madre.
—Qué va… —dijo avergonzada.
—Es estupendo, porque así Lawton ha podido salir —dijo
Lisa acercándose a Lawton más de lo necesario antes de
mirarla a los ojos—. Últimamente pasas mucho tiempo con el
hijo de Lawton, ¿no?
—Nos llevamos muy bien —respondió a la defensiva sin
poder evitarlo—. ¿Por qué?
—No, por nada… pero como he dicho, a veces pareces su
madre. —Soltó una risita por la broma sonrojándola. —El otro
día te vi en la comida y te acercabas para quitarle la cola
dándole un brik de leche.
Robert iba a decir algo, pero Lawton se le adelantó. —
Mientras sea buena con mi hijo y cuide de él, yo encantado. Es
lo único que me importa. Que él sea feliz.
—Eso, así tienes más tiempo libre para salir —dijo su
amiga con picardía.
—Me han dicho que has trabajado muchísimo en tu finca
—dijo Robert algo molesto cambiando de tema—. Felicidades,
tío. Eres una bestia después de lo que te ocurrió. Raquel me ha
comentado que tienes la casa preciosa y que ya has arado los
campos. Otro todavía se estaría lamiendo las heridas.
—Tenía mucho que hacer y casi mejor así porque si no se
me hubiera caído la casa encima. No estoy acostumbrado a no
hacer nada.
—Se te nota —dijo Lisa mirándole como si quisiera
comérselo.
Raquel pensó que vomitaría en cualquier momento y sonrió
a Robert. —Ha empezado la música. ¿Bailamos?
—Por supuesto, preciosa. Es una invitación que no voy a
rechazar.
Se levantó mostrando su vestido blanco de flores y la cogió
de la mano llevándola a la pista. Estaba abarrotada, así que se
tuvieron que quedar en el exterior. Abrazó a Robert por el
cuello y sin poder evitarlo miró a los de la mesa de reojo. Lisa
se reía de algo que él había dicho. Lawton bebió de su cerveza
antes de mirar fijamente a Raquel y su corazón saltó cuando
sus ojos coincidieron. Estaba furioso. Aunque intentaba
disimularlo aparentando estar relajado, esa mirada le dijo que
tenía un cabreo de primera. Los ojos de Lawton bajaron hasta
las manos que Robert tenía en su cintura y su corazón dio un
vuelco. No, no podía ser. Volvió a mirarla a los ojos y se le
cortó el aliento. Dios, estaba celoso.
—¿Te ocurre algo? —Miró a Robert sonrojándose. —
Desde que ha llegado Lawton te noto algo incómoda. ¿Ha
pasado algo con ese tío?
—No, claro que no.
—¿Seguro? Me jodería enterarme el último —dijo muy
serio—. Si ocurrió antes de estar conmigo no te lo reprocho.
La manera en que se lo dijo le indicó que sí se lo
reprocharía y que mentía como un bellaco. Estaba cabreado,
eso era evidente. —No ha ocurrido nada, de verdad. Le vi por
primera vez el día en que tuvo el accidente. —Forzó una
sonrisa. —¿Por qué piensas eso?
—No sé. Te mira de una manera que no me gusta. Y tu
comportamiento con el niño no es normal por mucho que tú
digas que sí. Os he visto juntos y le tratas como si fuera tu
hijo.
—Le quiero. Hemos conectado. No veo nada de malo en
eso.
—Eres su profesora. No es de tu sangre.
Se detuvo mirándole incrédula. —Que yo sepa querer a
alguien no es un delito. Y no hago nada malo. Sólo nos
divertimos juntos.
—¿Y cuando tengas tus propios hijos? ¿No se sentirá
desplazado? —Le espetó como si tuviera derecho a decirle lo
que debía hacer. Esas palabras la tensaron.
—No lo veo así. ¡Joss sabe que no soy su madre! ¡Y no le
desplazaré nunca!
—Eso lo dices ahora, Raquel. Pero cuando tengas tu
familia…
—¿Qué familia? —preguntó alterándose porque la hacía
parecer una loca o algo así—. No tengo familia y sólo tengo a
Joss y a Croquer. ¡Si reparto mi amor como a mí me da la
gana, ese no es tu problema!
—Claro que es mi problema. Estamos saliendo juntos —
dijo asombrado enfadándose aún más—. ¡Y en un futuro no
quiero que…!
Ya lo entendía. Joss debería desaparecer porque él no se
sentiría cómodo. —¿En un futuro qué, Robert? ¡No vayas tan
deprisa por dos salidas y dos besos!
Alguien la cogió de la muñeca y tiró de ella. Se sorprendió
al ver a Lawton. —Cambio de pareja —dijo con voz grave
mirando a Robert que parecía que no se creía lo que estaba
pasando.
—Ya lo entiendo —dijo Robert con desprecio—. Te gusta
este y te camelas al niño para llegar hasta él.
Jadeó indignada. —¡Serás imbécil!
Lawton se tensó volviéndose hacia su cita. —Te aconsejo
que te calmes y que regreses a la mesa.
—¡Métete tus consejos por el culo! ¡Tú lo que quieres es
tirarte a mi novia! —gritó sorprendiéndolos a todos por su
violencia—. ¡A mí no me tomáis el pelo!
Asustada porque parecía que iban a pegarse, cogió a
Lawton del brazo. —No le hagas caso.
—Nena, aparta que no quiero hacerte daño —dijo Lawton
con ganas de guerra antes de señalar a Robert con el dedo—.
Sabía que no eras lo que parecías. Se te ve a la legua, capullo.
Vas de buen samaritano para ganar la confianza de las
incautas, pero eres de los que quieren algo a cambio. He oído
cosas y seguro que si pregunto por ahí no tardarán en decirme
que se te va la mano.
Asombrada miró a Lisa que había salido con él hacía un
par de años y esta agachó la mirada. Robert sabiéndose
observado por medio pueblo se puso rojo de rabia antes de
lanzarse sobre él. Raquel gritó apartándose y en ese momento
Lawton le hizo una llave de judo que le tiró al suelo de
espaldas dejándole sin aliento mientras todo el local se
quedaba con la boca abierta. —Mira, no quiero hacerte daño.
Pero vuelve a acercarte a Raquel y te parto la cara. Eso te lo
juro por lo más sagrado.
Sin que hubiera salido de su estupor la cogió de la mano
como si tuviera todo el derecho del mundo y tiró de ella hacia
la mesa para que cogiera su bolso. —Menudo gusto que tienes
para los hombres, nena.
—Pero… —Corrió porque tiraba de ella. Todavía ni sabía
lo que había ocurrido.
—Joder, esto me va a traer problemas. —Se detuvo y la
fulminó con la mirada. —¡Y serán por tu culpa!
Con los ojos como platos preguntó atónita —¿Pegó a Lisa?
Nunca me lo dijo. ¿Qué cosas has oído?
Puso los ojos en blanco como si fuera un desastre antes de
tirar de ella hacia fuera del local. Raquel tiró de su mano para
detenerle en medio del aparcamiento. —¿Cómo lo sabías?
—Porque el día que se envenenó Croquer, que por cierto no
fue culpa mía, Lisa hizo un comentario preocupada sobre que
parecía que Robert se interesaba en ti y esperaba que no te
hiciera daño. No lo dijo como un daño emocional. Me di
cuenta enseguida. Y el otro día cuando salí de la tienda él
llegaba en su coche. Me crucé con el sheriff y su nuevo
ayudante. Escuché que decía que no era de fiar con las
mujeres, que estuviera atento. —Ella sonrió sorprendiéndole.
—¿De qué te ríes?
—¿Has venido a rescatarme? —Gruñó tirando de ella de
nuevo. —Qué mono.
—Nena, sube al coche.
—No puedo negar que lo de Robert ha sido una sorpresa,
pero tu reacción…
—No te montes películas.
—Y yo pensando que no te importaba nada.
La pegó al coche cortándole el aliento. —Y no me importas
—dijo con voz ronca.
—¿No? —Se miraron a los ojos y Raquel nunca en su vida
se sintió tan excitada como en ese momento. —Dame lo que
sea y me conformaré.
—Nena, sube al coche —dijo tensándose con fuerza.
—Te deseo. Quiero ser tuya.
Lawton gruñó cogiéndola de la nuca y atrapando su boca
como si quisiera devorarla. No era tierno, sino exigente y
voraz. Y a ella le encantó. Nunca se había sentido de esa
manera, así que daría todo lo que tenía porque ese hombre
fuera suyo para seguir sintiendo lo mismo el resto de su vida.
Gimió de placer cuando amasó su trasero pegándola a su
endurecido sexo. Bebieron el uno del otro y él se apartó de
golpe con la respiración agitada. —Sube al coche.
Con las piernas como la gelatina asintió sin dejar de mirarle
a los ojos y él abrió la puerta. Ni supo cómo logró sentarse
mirándole a través de la luna delantera mientras él hacía lo
mismo sin perder el contacto visual. Se sentó a su lado y tomó
aire. —Nena, no sé si esto es una buena idea. Si sale mal
Joss…
—¡Arranca de una vez! —La miró levantando una ceja. —
¿Qué? Llevo sin sexo más de dos años y tengo prisa, ¿vale? Y
tengo la sensación de que contigo va a ser… —Lawton sonrió.
La primera sonrisa sincera que le dirigía y Raquel no pudo
evitar hacer lo mismo. —Sólo una noche. No pensemos en
mañana.
Él asintió metiendo la llave en el contacto y Raquel se
acercó a él acariciándole el muslo hasta la ingle. —Vamos a
mi casa. Está más cerca.
—Preciosa, si haces eso no puedo concentrarme. —Apretó
el volante con fuerza cuando su mano llegó a su sexo. —Joder,
te voy a comer entera.
Eso la excitó muchísimo y perdiendo la vergüenza del todo
susurró —¿De veras? Nunca me lo han hecho. —Besó el
lóbulo de su oreja antes de lamerlo haciendo que se
estremeciera. —Tú sí que sabes bien.
La mano de Lawton apareció en su muslo y se le cortó el
aliento cuando llegó a sus braguitas. Acarició su sexo de arriba
abajo haciéndola gemir en su oído. —Quítatelas.
Sin ser consciente de que detenía la ranchera entre unos
árboles, ella levantó la falda mostrando sus braguitas blancas
de encaje. Elevó la cadera para bajarlas y él con la respiración
agitada observó cómo las deslizaba por las piernas hasta
tirarlas sobre el salpicadero. Lawton gruñó abriendo la puerta
del coche y confundida miró a su alrededor antes de que
abriera la suya cogiéndole las piernas y haciéndola gritar
cuando la arrastró por el asiento. —Oh, Dios —susurró
excitadísima por como colocaba sus piernas sobre sus
hombros mirándola a los ojos.
—Esto es un anticipo, cielo.
Gritó de la impresión cuando sus labios llegaron a su sexo
y su lengua la recorrió de arriba abajo. Se agarró al volante
gritando de placer cuando lamió su interior antes de subir
hasta su clítoris y chuparlo con fuerza. El placer era tan
abrasador que arqueó la espalda sobre el asiento sin ser capaz
de pensar en nada que no fuera en él hasta que algo estalló en
su interior dejándola sin aliento por el éxtasis que la recorrió.
Todavía mareada de placer sintió que la sujetaba por las
caderas tirando de ella de nuevo. —¿Querías ser mía, nena? —
La acarició con su sexo haciéndola gemir. —Pues aquí me
tienes. —Entró en ella de un solo empellón y Raquel gritó
cuando la llenó totalmente. —¿Te gusta, preciosa? —Se movió
saliendo de ella, pero quiso impedirlo así que apretó su interior
con fuerza todo lo que pudo haciéndole gemir. —Sí, ya veo
que sí. —Entró de nuevo y Raquel se retorció sobre el asiento
provocando que él la sujetara por las caderas con fuerza antes
de entrar en ella una y otra vez hasta que su corazón estalló de
felicidad. En ese momento supo que sería suya para siempre.
Capítulo 7

Se giró en la cama y sonrió abrazando la almohada cuando


se dio cuenta de que le faltaba algo. Se volvió para encontrar
la cama vacía y frunció el ceño. —¿Lawton?
Se levantó poniéndose una bata rosa de seda y sacó sus
rizos antes de cerrársela para bajar la escalera a toda prisa. Al
pasar vio que no estaba en el salón y al llegar a la cocina dejó
caer los hombros decepcionada temiendo que se hubiera ido y
lo confirmó al apartar la cortina. Su ranchera ya no estaba. Se
mordió el labio inferior porque ni se había despedido. En su
desesperación porque pasaran la noche juntos le había dicho
que sólo sería sexo y puede que él le hubiera tomado la
palabra y ahora pasara de ella.
Pero menuda noche. No le había dado un respiro en horas.
Parecía que nunca se hartaba de ella y apenas acababan ya
estaba preparado de nuevo. Sonrió como una tonta. Todavía le
temblaban las piernas. Era un amante tan generoso y tierno
como apasionado y exigente. ¡Nunca encontraría un hombre
así! Entrecerró los ojos. Seguro que necesitaba ayuda para
sembrar. No lo había hecho nunca, pero podía aprender.
Decidida fue a vestirse.

Aparcó ante su casa y Joss salió a toda prisa chillando de la


alegría. —¡Estás aquí!
—¿Qué tal la noche de pijamas? —Le dio un abrazo y un
beso. —¿Te lo has pasado bien?
—Sí, John y yo ya somos amigos. Me va a invitar a su
cumpleaños que es en unas semanas. Va a haber un castillo
hinchable.
—Uy, entonces ya tienes un montón de amigos después de
Zac, Martin, Troy…
—Soy muy popular.
Se echó a reír. —Cierto. ¿Y tu padre?
—Está trabajando.
Miró hacia los campos. —No, ahí no. Haciendo números,
como él dice. ¿Quieres jugar a los videojuegos?
—¿Qué tal si juegas un rato con Croquer mientras hablo
con tu padre de lo del cine?
—¡Genial! ¡Vamos Croquer! ¡Te echo una carrera!
Mientras se alejaban entró en la casa y pasó de largo por
delante de la cocina para llegar a la antigua oficina del rancho.
La puerta estaba cerrada y levantó el puño para llamar cuando
escuchó —No me jodas, Luke. Me debes esa pasta y me la vas
a pagar. ¿O quieres que vaya a hacerte una visita? Los tratos
son sagrados y si quieres seguir teniendo esa cara más te vale
que cumplas.
A Raquel se le erizó el cabello de la nuca porque estaba
segura de que esa amenaza la decía muy en serio. —No,
cabrón retorcido. No voy a hacer más trabajos para ti. Te
advertí la última vez que se acababa y por eso me retrasas el
pago, pero conmigo no se te ocurra jugar. —Dio un paso atrás
y crujió la madera del suelo. —No te lo repito más.
La puerta se abrió de golpe y la miró furioso. —
¿Escuchando detrás de las puertas, nena? —La cogió por el
brazo metiéndola con rudeza en el despacho y pegándola a la
pared antes de cerrar la puerta con fuerza. Su mirada la
estremeció por su violencia. Ese hombre era capaz de todo. —
¿No te han dicho nunca que eso no se hace, señorita
sabelotodo?
—¿Con quién hablabas? —susurró.
—Ese no es problema tuyo —dijo con voz de acero
poniéndole los pelos de punta.
—Tú no eres ingeniero agrícola.
Él levantó una ceja. —¿No?
—Te estás ocultando aquí, ¿verdad?
—Eres muy lista. ¿Acaso creías que viviría en este pueblo
si no fuera algo totalmente necesario? —Sonrió malicioso
mientras ella palidecía. Todo era mentira. —Te veo asustada.
—Sí, me asusta este Lawton porque no te conozco.
—Tampoco conocías al de ayer, aunque creías que sí. —Le
acarició la mejilla, pero ella se apartó mirándole asustada. —
Pero bien que gritabas de placer debajo de mí, ¿verdad?
—¿Quién era ese hombre?
—No te importa. —La cogió por la cintura pegándola a él.
—Y te aconsejo que no metas esa naricilla donde nadie te
llama.
Se le cortó el aliento porque hablaba muy en serio. No
había en sus ojos ningún rastro de aprecio o cariño. Para él no
era absolutamente nada y por cómo la miraba sabía que podía
matarla allí mismo si no le decía lo que quería. —¿Me estás
amenazando?
—¿Yo? Te noto algo paranoica, cielo. —La besó fríamente
en los labios antes de cogerla por las mejillas con rudeza para
que le mirara. —Escúchame bien… Pon en peligro a mi hijo o
a mí soltando esa lengua y te juro por lo más sagrado que será
lo último que hagas.
Sintiendo que su corazón se rompía en dos los ojos de
Raquel se llenaron de lágrimas. —Lawton, yo…
—Estás advertida. —La soltó sonriendo irónicamente. —
¿Supongo que ahora no quieres un polvo? Viene bien para
relajarse.
Sin pensar le dio un bofetón que le volvió la cara y él se
tensó apretando sus puños con fuerza antes de girar la cabeza
lentamente. Su expresión la aterró. Raquel corrió hasta la
puerta, pero él puso la mano en ella impidiendo que abriera y
dijo en voz baja —Te lo advertí, preciosa. No era buena idea.
Sin volverse sintió como sus lágrimas corrían por sus
mejillas y se negó a mirarle para que viera el daño que le había
hecho. —¿Y Joss?
—Está en tus manos.
—¿Él sabe esto?
—Ni se te ocurra hablar con él de lo que has oído. —La
cogió por el brazo volviéndola. —Ni se te ocurra, ¿me oyes?
—Sintiendo que la sangre se le helaba en las venas asintió. —
Ahora lárgate.
Salió del despacho corriendo y se subió a su coche
queriendo huir de allí como alma que lleva el diablo, pero
cuando se sentó tras el volante se dio cuenta de que Joss no
tenía a nadie más. No podía dejarle ahora. Se limpió las
lágrimas y se miró al espejo retrovisor respirando hondo para
relajarse. Estuvo allí sentada unos minutos antes de bajarse y
silbar reteniendo las ganas de llorar.
Croquer llegó enseguida con él detrás. Joss acercándose
perdió la sonrisa poco a poco. —¿Te has peleado con papá?
—No, claro que no. —Sonrió con tristeza. —Es que me ha
llamado una amiga que tiene un problema y me he puesto
triste. ¿Te importa si dejamos lo del cine para el próximo fin
de semana? Tengo que ir a verla.
—Vale.
Sonrió besándole en la mejilla y le abrazó a ella. —Te
llamaré mañana.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó preocupado.
—Seguro. —Le acarició la mejilla antes de enderezarse. —
Recuerda que tienes deberes de matemáticas.
—Sí.
—Pásatelo bien. —Le guiñó un ojo antes de ir hacia el
coche indicando con la mano a Croquer que subiera.
Al arrancar el coche sonrió al niño y se despidió con la
mano antes de girar el volante. En cuanto se alejó de la casa
las lágrimas corrieron por las mejillas y tuvo que detenerse en
una cuneta porque ni veía la carretera. Al escucharla gemir de
dolor Croquer le lamió la cara apenado. Se abrazó a su cuello
sin poder creerse lo que había pasado. Estaba claro que estaba
metido en algo ilegal y huía de su vida anterior. Tenía que
haberse dado cuenta por ser tan celoso de su intimidad. Si
incluso el día anterior se notaba que no estaba nada intimidado
por Robert y pudo repelerle sin despeinarse. Era un hombre
peligroso. Mil veces más que Robert. Y ella se había
enamorado de una mentira.

Después de pasar todo el sábado encerrada en su casa ni


respondió el teléfono cuando sonó. Estaba tumbada en la cama
el domingo por la mañana mirando el techo después de no
haber pegado ojo en toda la noche, cuando escuchó el timbre
de la puerta de manera insistente. —¿Raquel? —La voz de
Lisa la hizo gemir. —Raquel, ¿estás bien?
—Mierda —susurró antes de levantarse y gritar —¡Sí,
estoy bien!
—¡Pues abre la puerta!
Suspirando se levantó de la cama y bajó los escalones. —
Ya voy. —Cuando abrió la puerta su amiga la miró
preocupada. —¿Qué quieres?
—Vale, culpa mía —dijo arrepentida—. ¡No te dije nada
porque no quería fastidiártelo, pero joder contesta al teléfono
porque me has puesto de los nervios! —Su amiga entró en la
casa y ella poniendo los ojos en blanco cerró la puerta de
golpe sobresaltándola. —Tía, tampoco es para que te pongas
así. Además, tampoco es tan bueno en la cama.
Los ojos de Raquel se llenaron de lágrimas y Lisa se acercó
preocupada. —¿No me digas que te ha hecho una visita? ¿Te
ha hecho algo? A mí sólo me dio un guantazo y le despaché
rápidamente, pero…
—No, no es eso. —Fue hasta la cocina y Lisa frunció el
ceño. —No pasa nada.
—Claro que pasa. Estás hecha polvo. Se nota que has
llorado toda la noche. —Dejó el bolso sobre la mesa de la
cocina. —¿Qué ocurre, Raquel? —No podía contárselo a
nadie, así que negó con la cabeza. —¿Es Joss? ¿Está enfermo?
¿Croquer? —Vio al perro que se tumbó en el suelo mirando a
su dueña con tristeza. —¿Qué coño te pasa, Raquel?
—Nada, de verdad.
Lisa se sentó en una de las sillas y se cruzó de brazos. —
Pues no me voy hasta que me lo digas. ¡Y puede que después
tampoco! ¡Tengo todo el día sin mocosos alrededor que me
interrumpan en el interrogatorio! —Entrecerró los ojos. —Esto
no tendrá que ver con que te fueras con Lawton, ¿verdad? —
Jadeó llevándose la mano al pecho. —Te lo has tirado.
—Claro que no. —Encendió la cafetera y cuando se volvió
su amiga levantó una ceja. —¿Quieres dejarlo ya? Sólo estoy
triste. Eso es todo.
—Tú no estás triste, tú tienes un disgusto de primera. Y te
lo has tirado, porque mientes fatal. ¿Es por eso? ¿Es una
decepción en la cama?
Había sido una decepción, pero no podía decirlo así que
asintió. Lisa se llevó una mano al pecho. —Y yo que pensaba
que era una fiera. Tiene toda la pinta.
La miró sorprendida. —¿Por qué tiene pinta de ser una
fiera?
—Bueno, es algo que se nota. Parece peligroso, como los
delincuentes de las series. Macizo con mucho músculo y con
mala leche. Que te mira levantando una ceja y se te caen las
bragas del gusto. Rudo, callado… De alguna manera se tiene
que desahogar.
—Serás bruta.
—No me digas que tú no pensaste lo mismo al verle. —
Raquel se sonrojó y Lisa se echó a reír.
—No tiene gracia.
—Claro que la tiene.
—¡No, no la tiene!
Lisa la miró asombrada. —¿Pero qué rayos te pasa? Sí que
ha debido ser una decepción.
Se volvió intentando no llorar y Lisa se levantó. —Eh…
Dios, te has enamorado de ese tío. Si tanto te gusta no hay
problema, siempre puedes enseñarle y…
—No es lo que parece —susurró sin poder evitarlo.
—¡Es gay!
Se volvió sorprendida mirándola a los ojos, pero al menos
era una salida a ese lío.
—Oye… no diré ni pío, pero ya me extrañaba a mí que no
me mirara las tetas. —La abrazó. —Menudo palo. Mira que
enamorarte de él. Es que te entregas demasiado.
—¿Tú crees?
—Claro que sí. Casi has adoptado a medio colegio y mira
cómo tratas a Joss. A mí me soportas y no me soporta nadie.
Raquel sonrió sin poder evitarlo. —Si te adoran.
—Cierto, pero no como a ti. —Se apartó para mirarla a los
ojos. —¿Sabes lo que ocurre? Que tenemos que alejarnos un
poco del pueblo y ver la vida con perspectiva. —Abrió los
ojos como platos. —Necesitamos un viaje.
—¿Un viaje? —Negó con la cabeza.
—Claro que sí. En un mes tenemos vacaciones de verano.
Podemos ir a Italia o a España. ¿Qué tal las Vegas para
desmelenarnos un poco? Necesitas un poco de aire.
—¿Aire en las Vegas?
—Oye, si quieres nos vamos a Laponia. Allí el aire debe
ser la leche, pero lo veo un poco aburrido.
Sonrió más ampliamente porque con ella era difícil estar
triste y Lisa suspiró aliviada. —Menos mal, pensaba que había
perdido mi toque. ¿Qué me dices? ¿Nos vamos de viaje?
—Vale.
Lisa chilló de la alegría pegando saltitos antes de abrazarla.
—Va a ser genial, ya verás. —Se apartó cogiéndola por los
hombros. —¿Y Grecia? Pero pasamos de Mikonos que tengo
entendido que hay mucho gay. ¿O era en Santorini? Bueno, da
igual. Descartamos Grecia en general. Mejor Italia. Un buen
italiano te renueva los chakras y todo lo que necesites.
—Lisa…
—No vas a ligar, ¿verdad? Tranquila, que ya lo hago yo por
las dos. —La besó en la mejilla. —¡Qué bien lo vamos a
pasar! —Cogió el bolso. —¿Crisis resuelta?
Sonrió asintiendo.
—Perfecto. Me voy a ver billetes por internet. Y a bajar la
maleta del desván. —Abrió los ojos como platos. —
Necesitamos bikinis. Con las evaluaciones y todas las
actividades de fin de curso no tenemos mucho tiempo —dijo
acelerada—. Así que hay que ponerse a ello.
—¿Te encargas tú?
—Claro que sí. Tú no te preocupes por nada que no sea
hacer la maleta. ¡El pasaporte! Tengo que sacarme uno porque
nunca he salido de los Estados Unidos. —Emocionada sonrió.
—Esto va a ser genial.
Su amiga se fue y ella se quedó allí de pie sin saber qué
hacer. Parecía que había pasado un huracán, pero es que Lisa
era así. Al menos había conseguido que dejara de preguntar
por Lawton. Suspiró sentándose a la mesa y apretó los labios.
Tenía que llamar a Joss, pero no tenía fuerzas para mentirle.
Su perro se acercó tumbándose a sus pies y ella sonrió. —Ey,
estoy bien, cielo. No tienes que preocuparte. —Parpadeó
mirando a Croquer y gimió. —Cariño, me había olvidado de ti.
¿Qué voy a hacer contigo en esas vacaciones?
En ese momento le sonó el teléfono y resignada fue hasta
su bolso que estaba en el perchero. Se mordió el labio inferior
al ver en la pantalla que era el teléfono de Lawton. Tomó aire
antes de contestar —¿Diga?
—Tienes que venir —dijo Lawton sorprendiéndola.
—¿Perdón?
—Tengo que irme y no tengo con quien dejar a Joss.
Se quedo en silencio pasando la mano por su frente sin
saber qué hacer.
—Sólo te lo puedo dejar a ti, nena. No confío en nadie para
que le cuide.
—Tampoco confías en mí —susurró casi sin voz.
—Es que no puedo confiar en nadie. No lo entiendes.
—¡Pues explícamelo! —gritó sin poder evitarlo.
—¿Vas a venir a buscarle o no? —preguntó fríamente.
No podía dejar a Joss en la estacada y Lawton lo sabía. —
Claro que voy a ir.
—No tardes. Tengo que salir de inmediato.
—Lawton… —dijo preocupada por él.
—Le he dicho al niño que tengo que ir a solucionar un
tema de la empresa en Nueva York —dijo antes de colgar.
Cerró los ojos sintiéndose impotente y el miedo la recorrió
porque le pasara algo. Iba a ver a ese hombre, estaba segura.
Pensar en que iba a ponerse en peligro por ese dinero le ponía
los pelos de punta. Se le pasaron mil ideas por la cabeza y
decidida fue a vestirse para ir a por Joss.
Se estaba acercando en el coche a la casa Sanders cuando
vio a Lawton metiendo un maletín alargado de plástico en el
maletero de un coche gris cuatro por cuatro que no había visto
nunca. Iba vestido con un traje que costaba más de lo que ella
ganaba en un año y él cerró el maletero observando como
detenía el coche a su lado. Se bajó del vehículo y se acercó a
él. —¿A dónde vas? ¿Estás loco? —susurró mirándole a los
ojos—. Si necesitas dinero puedes pedir un crédito por la casa
o…
Él sonrió cogiéndola de la nuca para besarla y sin poder
evitarlo le sujetó por la cintura respondiendo desesperada
porque no quería perderle y disfrutar de sus besos era lo mejor
del mundo. Besando su labio inferior susurró —Cuando
vuelva hablaremos.
—No te vayas, por favor —dijo ella angustiada—. Yo
tengo dinero y…
—Nena, no es cuestión de dinero. Cuida de Joss, por favor.
Te llamaré. —La besó de nuevo rápidamente antes de ir hacia
el coche y ella se acercó a la puerta con los ojos llenos de
lágrimas. La miró a través de la ventanilla antes de acelerar y
Raquel se apretó las manos impotente mientras se alejaba.
Se volvió hacia la casa y le extrañó que Joss no estuviera
allí para despedir a su padre. Al darse cuenta de que Croquer
se había ido de su lado, rodeó la casa para encontrar a su perro
debajo de la casita del árbol mirando hacia arriba. Suspiró
acercándose y al llegar al enorme árbol que debía llevar allí
generaciones dijo —¿No me dejas subir?
—¡No!
—¿Estás enfadado conmigo?
—¡Estoy enfadado con todos!
Sin poder evitarlo sonrió. —Volverá antes de que nos
demos cuenta y mientras tanto lo pasaremos bien.
La cabecita del niño apareció en la puerta con el ceño
fruncido. —¿Iremos al cine?
—Y comeremos palomitas. —Así se distraía. —Y
jugaremos al minigolf.
Joss sonrió de oreja a oreja. —¿De verdad?
—¿Te he mentido alguna vez?
—¡Sí! ¡Ayer! ¡Estabas enfadada con papá!
Era demasiado listo. —Pero ya se me ha pasado. Tú te
enfadas y se te olvida, ¿no? —Lo pensó seriamente antes de
asentir. —Pues a mí me ocurre lo mismo. Me saca de mis
casillas y luego le perdono.
—Él dice lo mismo de ti.
Jadeó indignada. —Yo nunca… Bueno da igual. ¿Bajas o
no? Mira que voy a desayunar huevos con beicon y sé que te
gustan. A ver si luego te arrepientes…
La escala cayó ante ella y sonrió viéndole sacar la pierna.
Todavía estaba en pijama y cuando llegó hasta ella le cogió de
la cintura pegándole a su cuerpo para darle un montón de
besos en el cuello.
Joss se echó a reír abrazándola mientras le llevaba hasta la
casa. —Te quiero.
Esas palabras dichas en ese momento hicieron que todo el
dolor desapareciera y le miró a los ojos. —Y yo a ti, cielo.
—Me gustaría que fueras mi mamá de verdad.
—De momento soy una sustituta que te regañará como te
vea salir de nuevo descalzo de casa. Oye, ¿sabes que ya pesas
mucho?
—Este año pego el estirón. Lo ha dicho papá.
—Pues si lo ha dicho tu padre, será cierto. Pero es una pena
porque después no podré contigo. —Le besó de nuevo en el
cuello haciéndole reír. —Ahora a desayunar que no nos dará
tiempo a nada.
Capítulo 8

Después de llevar a Croquer a casa se pasaron todo el día


de un lado a otro y Joss se quedó dormido en el coche de la
que regresaban. Decidió pasar por casa de Lawton para
recoger su ropa y su mochila. Dormirían en su casa para que
Croquer no hiciera una de las suyas al pasar demasiado tiempo
solo, porque al día siguiente había colegio y no le vería hasta
por la tarde. Dejó al niño durmiendo y con las llaves de la casa
en la mano subió los escalones del porche. Iba a meter la llave
cuando la puerta se abrió y se le cortó el aliento. Estaba segura
de que la había cerrado antes de irse. —¿Lawton?
Como no contestó nadie se quedó paralizada sin saber qué
hacer hasta que escuchó un crujido en el interior de la casa.
Raquel se volvió a toda prisa y saltó los escalones del porche
corriendo hacia su coche. Sintió un dolor en el brazo y chilló
cuando se rompió la ventanilla del coche. Lo rodeó a toda
prisa mientras Joss se despertaba asustado, pero ella no le hizo
caso subiéndose al coche y gritando —¡Joss agáchate!
Entonces escuchó varios disparos y con la mano
temblorosa arrancó el coche antes de acelerar a fondo. De los
nervios ni veía por donde iba y su cuatro por cuatro se metió
por el sembrado cuando una luz cegadora la deslumbró. Gritó
girando el volante. Cuando se dio cuenta de que no iba por el
camino consiguió enderezar el coche gritando cuando la luna
de atrás estalló. —Dios mío, Dios mío. —Miró hacia atrás. —
¡Joss!
—¿Qué pasa, mamá?
—¿Estás bien?
—Tengo miedo.
—Y yo, cielo… pero no te levantes del suelo. —Aceleró
todo lo que pudo hasta la estatal y cuando llegaron a la
carretera pulsó el claxon repetidas veces al cruzarse con el
coche del sheriff que venía en dirección contraria. El coche del
sheriff dio la vuelta poniendo la sirena y ella se detuvo a un
lado del camino muerta de miedo sin dejar de mirar por el
espejo retrovisor por si les seguían.
El sheriff Apple se bajó del coche y corriendo se acercó a
su ventanilla para abrir su puerta. —¿Qué ocurre, señorita
Klein?
—¡Vengo de la casa Sanders y nos han disparado! —dijo
de los nervios. Se volvió hacia atrás—. ¡Joss! —El niño
levantó la cabeza y se echó a llorar del alivio porque parecía
estar bien. —¿Te han hecho daño?
—No —respondió llorando.
—¿Disparado? —El sheriff se volvió hablando por la radio
que tenía en el hombro. De repente se calló y dijo —Joder,
¿eso es un helicóptero?
Asustada gritó cerrando la puerta y aceleró de nuevo
porque aquel no era un sitio seguro. Entonces recordó el único
sitio seguro que había tenido en su infancia, pero antes tenía
que recoger a Croquer.

Con las luces apagadas llegó a su calle. Todo parecía


tranquilo y miró a su alrededor. —¿Lo has entendido? —
Detuvo el coche cerca de su casa y se volvió hacia Joss.
—Sí. Tienes que entrar por Croquer —dijo asustado.
—Volveré enseguida. Dos minutos como mucho. ¿Cuántos
segundos son?
—Ciento veinte.
—Exacto. Cuenta hasta ciento veinte y estaré de vuelta.
—Vale.
Salió del coche pero no cerró la puerta y se acercó a la casa
por el jardín trasero. No se oía nada, pero no pensaba
arriesgarse. Fue hasta la caja de los fusibles y la abrió bajando
las palancas para quitar la corriente del cercado del jardín que
había puesto para que Croquer no se escapara. Corrió hacia el
coche y silbó con fuerza. Su perro salió de la casa por la puerta
de la cocina y sonrió al verle recorrer el jardín saltando la
valla. Puso los ojos en blanco porque era evidente que la
saltaba cuando le daba la gana y ella en la inopia. Cuando
llegó hasta ella le dijo —Ya hablaremos tú y yo. Arriba. —Se
metió en el coche y miró hacia atrás sonriendo para calmar al
niño. —Ha sido fácil.
—¿Nos vamos a casa?
—Nos vamos a mi casa, cielo. Allí estaremos seguros y
esperaremos a papá.
El pensamiento de que podía haberle pasado algo lo apartó
de su mente porque bastante tenía con intentar salir de esa.
Abandonaron el pueblo antes de que se diera cuenta y tomó la
interestatal rumbo a casa de su abuela.

Con el lago ante ella apagó el motor y se volvió hacia Joss


que se había quedado dormido de nuevo. Se miró el brazo que
le dolía bastante y vio que el agujerito había dejado de sangrar.
Afortunadamente no tenía la bala dentro y no tendría ni que ir
al médico. Salió del coche dejando salir a Croquer y cogió su
móvil del bolso. Juró por lo bajo al ver que no se encendía y se
preguntó si no tenía batería. Mierda, allí no tenía cargador. En
cuanto descansara un poco iría al pueblo a comprar uno. Miró
hacia la casa de la abuela. La enorme construcción de troncos
había sido levantada en la época de la colonización y seguía
siendo impresionante. Con vistas al lago tenía más de cien
hectáreas a su alrededor y estaba totalmente aislada del
mundo. Había llegado a ser uno de los mejores ranchos de la
zona, pero los hijos se fueron yendo a la ciudad y la abuela se
la dejó a ella cuando falleció. Mirando las sillas del porche
sonrió con tristeza por todas las conversaciones que había
tenido con ella allí sentada. Croquer volvió a ella y pasó el
lomo por sus piernas gimiendo. —Lo sé, cielo. Ya no está —
dijo con tristeza—. La nana no está. —Una lágrima corrió por
su mejilla y su vista recayó en Joss dormido en su asiento. —
Vamos a descansar un poco, ¿vale? Tenemos que ponernos en
contacto con Lawton para decirle que estamos aquí y a salvo.
Fue hasta la casa y sacó la llave de debajo de la piedra que
estaba junto al árbol. Entró en la casa e hizo una mueca por el
polvo que la rodeaba. Pero lo primero era lo primero y puso
agua a Croquer. Después fue a por el niño y con cuidado le
tumbó en su antigua cama. Salió dejando la puerta entornada y
fue a darse una ducha. Se curó el brazo como pudo y cuando
se tumbó en la cama de la abuela suspiró agotada pensando en
Lawton y en si estaría bien.
Durmió fatal porque cada vez que se quedaba dormida se
sobresaltaba con cualquier ruido demostrando que tenía los
nervios destrozados. Y para colmo el brazo le dolía horrores,
lo que le decía a gritos que debía ir al médico cuanto antes.
Escuchó que Joss la llamaba y se levantó de la cama a toda
prisa corriendo por el pasillo para llegar a su habitación y
sonrió al verle despierto. —Eh, buenos días.
—Buenos días —dijo medio dormido todavía—. ¿Dónde
estamos?
—En mi casa. En la casa de mi abuela. —Se sentó a su
lado y le acarició la barriga sobre la camiseta. —¿Has dormido
bien?
—Quiero ver a papá.
—Le llamaremos en cuanto vayamos al pueblo a por un
cargador para el móvil. Me he quedado sin batería.
—¿Papá está bien? —preguntó temeroso.
—En cuanto le llamemos podrás hablar con él, ¿vale? Así
te aseguras de que está bien. —Esperaba que respondiera al
teléfono porque si no estaría en un problema con el niño. —
Mira por la ventana.
Joss se levantó y apartó la cortina. —Hala… Un lago
enorme.
—Cuando volvamos del pueblo te puedes bañar. Ahora a
la ducha. Tenemos mucho que hacer.
El niño se volvió. —¿Hoy no hay cole?
—No, cielo. Hoy nos tomaremos unas vacaciones.
—¡Sí! —Dio saltitos levantando los brazos y ella al ver su
ropa arrugada se dijo que las cosas que hacer aumentaban por
momentos.
Después de revisar la cocina suspiró porque tampoco tenían
que desayunar. Así que decidió hacerlo en el pueblo también
ya que tenía que comprar víveres y el cargador. Se vistió con
unos vaqueros cortos y una camiseta negra. Encontró una
camiseta que ella utilizaba cuando era adolescente y se la
entregó a Joss que no puso muy buena cara porque tenía una
raya rosa. —Compraremos ropa, ¿de acuerdo?
Poniéndosela de mala gana dijo —Huele rara.
—Es que ha estado en el armario mucho tiempo. Vamos, ya
verás cómo te gusta el pueblo.
Y le encantó porque era el típico pueblo turístico en el que
parecía que vivías en la época de Davy Crockett, el mítico
cazador y aventurero. Cuando Joss vio un oso enorme ante la
puerta de ultramarinos abrió los ojos como platos. —Mira, un
oso de verdad.
—Está disecado.
—Ya, pero fue un oso de verdad.
—Eso es cierto —dijo aparcando.
Entraron en la tienda y sonrió a la señora Wechter. —¡Oh,
pero mira quién está aquí! —dijo la mujer rodeando el
mostrador—. Niña, qué alegría verte. Hacía meses que no
pasabas por el pueblo.
—Entre el colegio y el invierno… Pero ahora ya volveré
los fines de semana.
Joss se puso a su lado sonriendo.
—Es estupendo. ¿Y este guapo jovencito?
—Es hijo de un amigo. Joss Sanders te presento a toda una
institución en el pueblo. La señora Wechter era muy amiga de
mi abuela.
—Mucho gusto —dijo educado.
—Oh, que guapo. Lo vas a pasar muy bien por aquí.
—Estoy listo para lo que sea —dijo haciéndolas reír.
—De momento vamos a desayunar.
—¿Aquí?
—El mejor desayuno de todo Montana —dijo la mujer
guiñándole un ojo—. Pasad al comedor. Harry os servirá —
dijo hablando de su hijo.
—Perfecto. Después me pasaré por aquí para coger algunas
cosillas. No tengo de nada.
—Iré sacando lo que más usas.
—Gracias.
Cogió al niño por los hombros llevándole hasta una puerta
y susurró a su oído —Bienvenido a la casa de Davy Crockett.
—Empujó la puerta y Joss jadeó haciéndolas reír al ver garras
de animales, varias armas y cepos colgados del techo sobre un
montón de turistas y gente del pueblo que estaba desayunando.
—Mira que gorro —dijo él señalando un gorro de piel de
mapache clavado al techo con un cuchillo indio.
—Si quieres ser cazador debes tener uno. —La señora
Wechter cogió uno de los muchos que tenía en un perchero
para vender a los turistas y se lo puso sobre la cabeza. —
Ahora ya estás preparado. Regalo de la casa.
—Gracias —dijo el niño ilusionado—. ¿Aquí hay muchos
osos?
—Aquí hay mucho de todo —dijo la mujer haciéndola reír
porque siempre se quejaba de que sobraban turistas.
Harry les vio entrar y se acercó a saludarles. Amablemente
les coló entre los que estaban esperando para desayunar, pero
nadie protestó porque cualquiera le llevaba la contraria
pesando más de ciento veinte kilos y midiendo dos metros.
Además, no había otra cafetería en todo el pueblo mejor que
esa. Les sirvió un desayuno de reyes, pero ella no pudo
comérselo todo entre lo cansada que estaba y el dolor del
brazo. Sonrió viendo que Joss disfrutaba mirando a todos los
sitios y cuando terminó, pagó el desayuno para regresar a la
tienda donde la señora Wechter ya le había preparado la
compra. La revisó por encima por si le faltaba algo y pidió
unos cereales para el niño.
—¿Tendrá cargadores de móvil?
—No, cielo… lo siento. ¿Necesitas uno?
—Sí —dijo preocupada porque si ella no lo tenía estaba en
un problema y tendría que ir a la ciudad.
—Enséñamelo. Igual puedo darte uno de los que dejan los
turistas en el hostal.
Tuvieron suerte y una de las clavijas encajó. Hasta tenía
cargador para el coche y le dio las gracias. —Bah, guardo
estos chismes por si regresan algún día y los reclaman, pero
hasta ahora esta caja no ha servido de nada.
Después de meter todo en el coche, puso el móvil a cargar
sin perder el tiempo. Se quedaron unos minutos con el coche
arrancado esperando a que encendiera y cuando lo hizo sonrió
a Joss que estaba atento. —Vamos a llamarle.
Iba a pulsar su nombre cuando Joss la cogió del brazo. —
No, espera.
—Cielo, estará esperando. Ha llamado cuatro veces.
—No puedes llamarle tú.
Se le cortó el aliento porque parecía muy seguro de lo que
decía. —¿Qué has dicho?
—No puedes llamarle cuando está trabajando. Llamará él.
Le miró a los ojos. —¿En qué trabaja tu padre? —Joss miró
al frente encogiéndose de hombros. —Ah no, señorito. ¡Ahora
mismo me vas a explicar por qué nos han atacado en tu casa y
por qué me han pegado un tiro!
—¿Te han pegado un tiro? —preguntó con los ojos como
platos—. ¿Dónde?
Levantó la manga de la camiseta. —¡Aquí!
—Vaya, a papá nunca le han pegado un tiro. —Chasqueó la
lengua. —Claro, pero tú no estás entrenada como él.
—¿Entrenada para qué?
—Para matar.
Se quedó sin aliento mirando sus serios ojos azules como si
hubiera dicho algo obvio. Así que hizo la pregunta que la
estaba reconcomiendo por dentro desde que había escuchado
aquella maldita conversación de teléfono. —¿Tu padre es un
asesino?
—No. —Suspiró del alivio. —Sólo mata a los malos. —
Gimió por dentro cerrando los ojos y apoyó la cabeza en el
respaldo tomando aire. —¿Raquel? ¿Estás bien?
Forzó una sonrisa. —Ahora vamos al médico.
—¿Para curarte el tiro? Pero no le digas que te lo pegaron
en mi casa. La policía, ya sabes.
Le miró como si le hubieran salido cuernos, pero decidió
hacerle caso. Ya se inventaría algo. En menudo lío se había
metido por liarse con Lawton. Empezaba a pensar que tenía
razón y que tenía un gusto pésimo para los hombres.

Por supuesto el doctor se dio cuenta enseguida que su


herida era causada por un disparo. —¿Pero qué te ha ocurrido?
Miró al hombre que la conocía desde que llevaba pañales.
—Pues no lo sé. Llegué a casa ayer y de repente sentí algo en
el brazo. Es un tiro, ¿verdad?
—Debemos informar al sheriff —dijo indignado.
—Oh, no. Mejor nos dejamos de líos que yo he venido a
pasar unos días de descanso.
—Raquel, seguro que algún chaval anda por ahí con la
pistola de su padre y este ni lo sabe. Podría haberte matado.
Joss la miró como si fuera un desastre, pero es que ella no
valía para mentir. Al contrario que a ellos que se les daba de
miedo. Entonces se le ocurrió una idea y gimió señalando a
Joss. —Fue él.
El niño abrió los ojos como platos. —¿Yo?
El médico le miró como si le hubiera decepcionado. —¡No
se juega con las armas, niño!
Joss empezó a comprender y sus ojos se llenaron de
lágrimas. —Lo siento. No lo volveré a hacer.
—¡Más te vale! ¡Debería tirarte de las orejas!
—Ya ha aprendido la lección, ¿verdad Joss? No se juega
con el arma de la abuela.
—No, claro que no. No la tocaré más.
—Niña, creía que te habías deshecho de la pistola de tu
abuela hacía años —dijo empezando a limpiar su herida.
Mierda. Tenía que empezar a no hablar tanto de lo que le
ocurría con los que tenía a su alrededor. Estaba claro que su
vida era un libro abierto. —Decidí quedármela. Allí sola…
—Guárdala en un sitio seguro, niña.
Cuando el doctor se volvió Joss sonrió malicioso antes de
levantar el pulgar. Le advirtió con la mirada antes de dar un
respingo. —¡Leche!
El doctor sonrió. —¿Duele?
—Pues bastante, la verdad.
—Pues tengo que abrirte la herida porque la bala está
dentro.
—No fastidie —dijo perdiendo todo el color de la cara.
—¿Por dónde crees que ha salido?
Ella levantó el brazo mirando la parte de atrás y Joss puso
los ojos en blanco. —¿Qué pasa? ¡Soy nueva en esto y nunca
me habían pegado un tiro! No sentía la bala y creí que no
estaba.
—Sí, una bala que rebota y sale por el mismo sitio —dijo
Joss.
—Será sabiondo, el niño.
El doctor reprimió la risa. —Voy a anestesiarte el brazo.
—Sí, por favor. Doble de lo que sea.
—Serás floja —dijo Joss por lo bajo haciendo que los dos
le miraran y al darse cuenta de lo que había dicho susurró —
Estoy muy arrepentido. Mucho.
La hizo tumbarse en la camilla y ella sonrió a Joss porque
se dio cuenta de que empezaba a preocuparse. El niño se
acercó poniéndose a su lado. —Estoy bien.
—Cómo sangra —dijo impresionado—. ¿Habrá que
amputarle el brazo?
Raquel jadeó mirando al médico que sonrió sin poder
evitarlo. —No, creo que con unos puntos estará lista.
—Te va a quedar cicatriz. —Joss asintió. —Como los
guerreros.
—Estupendo —siseó indicándole con la mirada que
volviera a su sitio, pero él no le hizo ni caso.
Sintió que removía algo en el brazo, pero no quiso mirar.
Afortunadamente tenía a Joss para informarle. —Te está
sacando la bala.
—Gracias, cielo.
—De nada. —Escucharon que algo metálico caía en un
recipiente. —La bala. Te la puedes guardar para hacer un
trofeo y colgártela del cuello —dijo como si fuera lo mejor del
mundo.
Forzó una sonrisa. —Me lo pensaré.
—Este niño… —dijo el médico aguantándose la risa.
Con la otra mano acarició su mejilla con cariño. —Te va a
coser. Hala, que hilo más gordo. ¿Eso no se usa para zurcir
zapatos?
Ahí el médico no lo aguantó más y se echó a reír.
—Es tímido, pero cuando se suelta…
Joss sonrió orgulloso. —Raquel dice que los miedos no
sirven de nada y la timidez tampoco, porque a veces por ser
tímido no dices o haces algo importante y después te
arrepientes. Así que ya no quiero ser tímido.
—Buena decisión —dijo el médico—. Bueno, esto ya está.
—Cortó el hilo y dejó el instrumental en la bandeja. Le puso
un apósito encima y la miró. —Te voy a dar unos antibióticos
y algo para el dolor.
—No le dirá nada al sheriff, ¿verdad? —preguntó
preocupada.
—¿Y fastidiaros las vacaciones? Ni hablar.
Sonrió al doctor antes de mirar a Joss que preguntó
ilusionado —¿Puedo llevarme la bala? Papá querrá verla. Se
preguntará el calibre y no me lo sé.
Puso los ojos en blanco y alucinada escuchó como el doctor
respondía —Claro que sí. Vamos a lavarla. ¿Sabes? Te pareces
a mi nieto. Es tan listo como tú.
—Cuando le conozca seremos amigos.
—Estoy seguro.
Raquel suspiró dejando caer la cabeza sobre la camilla.
Habían esquivado al sheriff. Ahora a esperar que Lawton
llamara.
Capítulo 9

Cuando llegaron al coche los dos se tiraron sobre el móvil


para ver que Lawton había llamado de nuevo. —Mierda —dijo
por lo bajo.
—Has dicho un taco. —Estiró la mano. —Cinco pavos.
—Sigue soñando. Con todos los que suelta tu padre serías
millonario.
Joss hizo una mueca. —A veces cuela.
—Voy a llamarle.
—¡No! —Le arrebató el móvil. —¡Si le llamas puedes
descubrirle!
—¡Pues le mando un mensaje!
—¡Eso también pita!
—¿Qué pasa, que nunca le llama nadie?
—A su móvil personal sólo tú y su tía.
Le miró asombrada. —¿Cuántos móviles tiene?
—Dos —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.
—Muy bien. No nos separaremos del teléfono hasta que
suene de nuevo.
—Hecho. ¿Comemos un helado?
—¡Si acabas de desayunar!
—Ya, pero estoy creciendo y lo consumo todo enseguida.
—Ah no, jovencito. Nada de helados hasta por la tarde. —
Arrancó el motor y en ese momento sonó el teléfono. Se lo
cogió a Joss a toda prisa antes de contestar —¡Diga!
—Gracias a Dios —dijo Lisa—. ¿Dónde estás?
—¿Por qué? —preguntó entrecerrando los ojos. No es que
no se fiara de Lisa, pero si Lawton no se fiaba de nadie ella
tampoco.
—¿Cómo que por qué? ¡Porque Lawton está desaparecido
después de encontrar a cinco muertos en su casa, tú no estabas
y el niño tampoco! La zona está acordonada y todo el pueblo
está como loco. ¡El sheriff dijo que te habían disparado y
como huiste, creen que te secuestraron al llegar a casa porque
la luz estaba cortada!
Madre mía. —Lisa habla más despacio.
Su amiga tomó aire. —Al llegar al colegio esta mañana me
he enterado de que la casa de Lawton estaba acordonada.
—¿Por quién?
—¡Por la policía, el ejército o yo que sé! —gritó de los
nervios—. Entonces como no habías llegado, fui a la oficina
del sheriff y me dijo que había al menos cinco muertos en la
casa Sanders, pero que como no era su jurisdicción no se había
enterado de mucho porque se lleva la investigación en secreto.
El sheriff me contó que te había encontrado en la carretera con
el niño y que te habías ido al ver el helicóptero. ¡Fue a
buscarte a tu casa, pero al no encontrarte él sí que está
investigando tu desaparición!
—¿Sabes algo de Lawton?
—¿Cómo que si se algo? ¿No está contigo?
—No. Sólo estamos Joss y yo. —Miró de reojo al niño que
negaba con la cabeza.
—¿Dónde estás?
—No puedo decírtelo. —El niño le indicó que colgara. —
Te llamaré.
—Raquel ni se te ocurra colgar… —Pulsó el botón rojo
preocupada. Cinco muertos. Sabía que ninguno era Lawton
porque la había llamado, pero no se lo sacaba de la cabeza.
—Voy a llamar a tu padre.
—¿Y si le pones en peligro?
—Ha llamado muchas veces, Joss. Estará de los nervios.
El niño la miró preocupado mientras pulsaba el número de
Lawton y se ponía el teléfono al oído. Sólo dio un tono y
colgó.
Joss sonrió. —Así sabrá que le has llamado.
—Exacto.
En ese momento el teléfono la sobresaltó y aliviada vio que
era él. —Menos mal que has llamado.
—¿Dónde estás? ¿Estáis bien? ¿Joss está bien?
—Sí, ¿y tú?
Él suspiró del alivio al otro lado de la línea y le escuchó
decir —Suspende la búsqueda.
—Sí, coronel.
Dejó caer la mandíbula del asombro y tardó unos segundos
en reaccionar. —¿Ha dicho coronel?
—Nena…
—¡La madre que te parió! ¿Estás en el ejercito? ¿En el
ejército de los Estados Unidos? —preguntó alterada mientras
Joss abría los ojos como platos—. ¡Y yo pensando que eras un
mafioso que se dedicaba a partir piernas o algo así y que huía
de sus compinches porque querían partírtelas a ti!
—No lo entiendes.
—¡Claro que no lo entiendo! ¡Porque no te has molestado
en explicarme una mierda!
—Necesitaba esa tapadera un tiempo. Regresa a casa —
dijo como si le estuviera dando una orden.
—¡Qué te den, gilipollas! ¡A mí no me tratas como a uno
de tus soldaditos! ¡Estoy hasta el gorro de ti! ¡Si hasta me han
pegado un tiro por tu culpa, capullo insensible! ¡Ven a buscar
al niño porque yo no me muevo de aquí hasta que tú no te
largues del pueblo!
Joss suspiró. —Ya la ha fastidiado de nuevo.
—¡Sí, la ha fastidiado y mucho! —Le dio el móvil. —
Habla con tu padre.
Giró el volante y al salir del estacionamiento casi se golpea
con uno al que no había visto. Sacó la cabeza por la ventanilla
y cuando le tocó el claxon gritó—¿Qué pasa? ¡Tengo un mal
día! ¡Le puede pasar a cualquiera!
Cuando metió la cabeza de nuevo Joss le decía a su padre
—Sí, papá. Está algo… enfadada. —Y susurró —Le han
pegado un tiro, ¿sabes? Tengo la bala. No sé el calibre, ¿me lo
dirás tú?
—Coronel —siseó—. Y yo pensando que terminaría en
chirona con ese imbécil por ser cómplice o algo así. —Miró al
niño. —¡Ahora entiendo ese carácter de dictador que tiene!
Joss hizo una mueca. —Muy, muy enfadada. Cómprale
flores.
—Ingeniero agrónomo. ¡Ja! Y yo tragándome sus mentiras.
—Fulminó al niño con la mirada. —¡Y las tuyas! Vamos a
plantar productos ecológicos porque son el futuro. En cuanto
tenga unas hortalizas se las regalo. Menudos cuentistas.
—Ahora se cabrea conmigo, pero tranquilo que se le pasa
pronto. A mí me quiere.
Apretó el volante con las manos mientras sus ojos se
llenaban de lágrimas por los nervios que había pasado.
—Ahora está llorando.
—¡No estoy llorando! ¡Me estoy desahogando!
—Se está desahogando.
—¡Cuelga el teléfono de una vez!
—Papá estamos en casa de su abuela en Belle Mountain.
Corto y cierro.
La madre que los trajo. Le miró de reojo y dijo —No hay
helado.
—Vale. ¿Pero me sigues queriendo? —Ella entrecerró los
ojos. —¿Eso es que sí?
—Cielo…
—¿Si, mamá? —Sonrió de oreja a oreja.
—Estás castigado.
—Entonces es que me quieres.

Al atardecer sentada ante el lago mientras Joss estaba


jugando en la barca a ser un pirata, bebió de su café pensando
en mil maneras de cargarse a Lawton.
—¡Papá!
Ni se volvió mientras el niño corría pasando a su lado para
acercarse a él. Escuchó como Lawton preguntaba —¿Cómo
estás, campeón?
—Bien, a mí no me pasó nada. Raquel me cuidó. ¿Y tú?
¿Ha salido bien la misión?
—Casi perfecta.
—¿Van a rodar cabezas?
—Sí, hijo —respondió divertido—. Van a rodar cabezas.
Vete con Croquer un rato que tengo que hablar con Raquel.
—Casi no habla —dijo Joss antes de salir corriendo—.
Vamos Croquer.
Escuchó pasos sobre las piedras acercándose, pero siguió
mirando el lago hasta que Lawton vestido como todo un
general del ejército se puso ante ella. Se le quedó mirando en
silencio y levantó una ceja al ver las medallas colgadas sobre
su pecho antes de mirarle a los ojos.
—Nena, estaba en una misión y no podía decírtelo. —Él se
quitó la gorra y Raquel apartó la vista hacia el lago. —¿Qué
querías que hiciera? ¿Que porque te había conocido dejara a
un lado una misión que me había llevado un año? Tenía que
descubrir cuántos estaban metidos en esto, ¿no lo entiendes?
—¿Arriesgando la vida de tu propio hijo? ¿Y la mía? —Le
tiró la taza de café a la cabeza, pero él la esquivó sin esfuerzo
mientras se manchaba de café su impecable uniforme. —¡Me
das asco!
—No fue así.
—¿Y cómo fue?
—¡Joder, Raquel! ¡Varios de los nuestros estaban haciendo
misiones encubiertas con los materiales del ejército! Tenía que
dar con ellos antes de que pasara algo que nos dejara en
evidencia ante el mundo.
Sin aliento le miró. —Y te uniste a ellos.
—Inteligencia se enteró por un sargento retirado al que le
propusieron participar en el negocio. Él se negó y murió a los
pocos días.
—Pero ya os había avisado.
—Me encomendaron a mí la misión de atraparles y fingí
que me licenciaba. Tardaron en contactar conmigo, pero corrí
el rumor de que necesitaba dinero y no perdieron la
oportunidad de captarme. Hice dos trabajos y ya confiaban en
mí porque estaba pringado. —Se llevó la mano a la nuca. —
Nena, te aseguro que lo que hice aún me pone los pelos de
punta.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Y qué pasó después?
Él apretó los labios. —Inteligencia decidió que mi vivienda
en Nueva York no era segura. En un edificio había demasiados
riesgos, demasiados vecinos, así que…
—Pensaste en la casa de tu tía.
—Exacto, alejado de todos. Por uno de ellos, sabía que no
me dejarían salir con vida de la organización. Le dije al
cabecilla que lo dejaba y me mudé aquí.
—¿Con qué fin? ¿Que vinieran a por ti? —preguntó de los
nervios levantándose—. ¡Por eso le llamaste para que diera
contigo reclamándole el pago!
—Si Joss no hubiera estado conmigo, no hubiera sido
creíble.
—Estás loco —dijo con desprecio—. ¡Has puesto la vida
de tu hijo en riesgo y no sabes si hay más implicados en esto!
—La investigación está cerrada. No hay cabos sueltos —
dijo muy serio.
—¿No hay cabos sueltos? —preguntó con burla—. ¿Cómo
puedes estar seguro? ¡Cómo puede estar seguro nadie de que
el que tú creías que mandaba no era un títere como tú!
—Nena… ¡No soy estúpido!
—Ahora entiendo lo de la casa. No pensabas limpiarla,
¿verdad? Por eso esa prisa en que vieran que sembrabas. ¡Para
mostrarles tu nueva vida y que cayeran en la trampa,
creyéndote desprevenido! ¡Pero tuviste el accidente y todo
cambió! ¡Ya no podías llamar a ese tipo porque estabas herido
y tuviste que esperar! ¿Por qué fingiste que te ibas? —le gritó
a la cara.
—Sabía que vendría a por mí y con la fama que tengo
enviarían a un comando. Los que no estuvieran trabajando en
alguna misión oficial. Todo era parte del plan. Pero alguien
tenía que dirigir la operación. El jefe del estado mayor quería
que lo hiciera yo. Así que aparenté que me iba al banco a pedir
un crédito, pero en cuanto te fuiste regresé y me puse a
sembrar como si nada. Sabía que me estaban vigilando. Al
anochecer salí de la casa sin ser visto para dirigir la operación
desde el exterior.
Le miró asombrada dando un paso atrás. —Nos pusiste en
peligro a sabiendas. Para convencerles de tu nueva vida.
Éramos parte del cebo.
Dio un paso hacia ella arrepentido. —No fue así.
—¡Mientes!
—¡Creía que te llevarías a Joss a casa! Al día siguiente
había colegio y creí que… No pensé que regresarías hasta que
te llamara. Joder nena, ¿de verdad crees que pondría a mi
propio hijo en riesgo? ¡Creía que estaría a salvo contigo! ¡No
me lo podía creer cuando te vi aparecer justo cuando íbamos a
intervenir porque ya habían entrado en la casa!
—¿Por qué me amenazaste?
Lawton se enderezó apartando los labios. —No podía
decirte la verdad y necesitaba asustarte para que no revelaras
nada hasta que terminara la misión. La adelanté, aunque mi
pierna no se había recuperado. Tenía que acabar cuanto antes.
Raquel sonrió con tristeza. —Querías liquidarlo de una vez
porque nos habíamos acostado.
—¡Sí! —le gritó a la cara—. ¡Porque no quería continuar
viviendo una mentira!
Palideció por sus palabras y salió corriendo hacia la casa.
—¡Raquel! No lo entiendes… —Entró en la casa dando un
portazo y se echó a llorar apoyándose en la puerta. Sintió
como la golpeaba apenas dos segundos después. —¡Abre!
¡Nena, abre la puerta! ¡No he querido decir eso!
—¡Vete!
—Papá, ¿qué pasa? —escuchó decir a Joss preocupado.
—Nada, hijo.
—¿Raquel sigue enfadada?
—Sí. Pero se le pasará.
Sintiéndose humillada negó con la cabeza dejándose caer al
suelo mientras sus mejillas se llenaban de lágrimas. Nunca le
había importado. Sólo había sido un medio para llevar a cabo
su maldita misión.
Le escuchó jurar por lo bajo. —Nena, tengo que irme —
dijo muy tenso al otro lado de la puerta—. Me llevo a Joss
para que puedas relajarte.
—¿Raquel? —Joss se acercó a la puerta. —¿No me das un
beso de despedida?
Reprimió un gemido y se tapó la boca.
—Te dará ese beso cuando te vea de nuevo. Dejémosla. Ya
la hemos molestado bastante. Vamos, hijo.
—¿Tienes que trabajar, papá?
—Tengo que ultimar unos detalles de la misión.
Interrogatorios —dijo mientras se alejaba.
—¿Me quedaré con la tía mientras trabajas?
—Está deseando verte. Te ha echado mucho de menos.
—Y yo a ella.
Ni lo de la tía había sido cierto. Abrazó sus piernas
ignorando el dolor del brazo pensando que todo había sido una
mentira de principio a fin. Sonrió con tristeza. Por eso nunca
habían recibido el expediente de Joss en el colegio, porque
nunca habían previsto cambiarle. La misión se había alargado
por su accidente y tenían que seguir haciendo su teatro ante
todos. Le recordó sentado en su cocina mirando por la ventana
como si estuviera abatido. Y realmente lo estaba porque tenía
que quedarse allí más tiempo del previsto por culpa de las
heridas. Sonrió con tristeza. Y ella comprándole pintura. Era
una estúpida de primera.
Capítulo 10

Una semana después entró en su clase y sonrió a su


alumnado. —Buenos días…
—Buenos días, señorita Klein —contestaron todos a la vez.
—Como he estado una semana fuera no sé por dónde vais.
¿Stayce?
—No hemos hecho nada. La señorita Ford nos ha dejado
leer lo que quisiéramos hasta que volviera. Ha sido muy
aburrido.
—Entonces es que no has elegido el libro adecuado. ¿Qué
has leído?
En ese momento se abrió la puerta y Joss corrió hacia su
pupitre dejándola de piedra. —Siento llegar tarde. Mi padre no
encontraba las llaves del coche.
Joss sonrió a su amigo John dejando caer la mochila al
suelo antes de sentarse y mirarla atentamente. Confundida
miró hacia la puerta y levantó un dedo. —Un momento.
—Uff, ¿se va otra vez? Así nunca acabaremos el curso —
protestó Stayce.
—¿Quieres un punto menos en la nota final?
—No —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.
—Pues entonces cierra el pico.
Sus compañeros se echaron a reír sonrojándola y Raquel
gritó —¡Silencio! Joss al pasillo.
Tan contento se levantó saliendo al pasillo. Cerró la puerta
y se cruzó de brazos mirándole fijamente. Él sonrió aún más.
Raquel no salía de su asombro. —¿Qué haces aquí, Joss?
El niño perdió algo la sonrisa. —¿No te alegras de verme?
—Contesta a la pregunta. Con la verdad, si puede ser.
—Vamos a vivir aquí.
Hala, otra mentira. —No estás escolarizado aquí.
—Sí.
—No.
—Sí. Papá le envió los papeles al director. Lo vi.
Frunció el entrecejo. —¿Os mudáis aquí?
—A mí me gusta y a papá también. Ha dicho que quiere
echar raíces aquí. —Volvió a sonreír. —¿A que es estupendo?
¡Ya no nos mudaremos más! Menos mal, porque la tía ya
estaba loca con tanto destino. Filipinas no le gustó mucho,
pero fue toda una experiencia como dice papá.
—Pero el trabajo de tu padre…
—Se ha licenciado. Dice que esta vida le gusta más. —Se
le cortó el aliento. —La tía está contentísima de regresar a
casa.
—¿Se ha licenciado?
La miró malicioso. —¿A que ahora ya no estás tan
enfadada?
—Sigo igual de enfadada.
—No, ya no.
—A tu sitio.
—¿Y mi beso?
—Ya te lo daré después. Estamos en el cole.
Joss entró en el aula y confundida se quedó allí de pie unos
minutos. ¡Pues le daba igual que se hubiera licenciado! Por
ella como si quería echar raíces, casarse con Lisa y tener
veinte mocosos porque a Raquel Klein no le tomaba más el
pelo. Asintió y decidida entró en clase.
Salió del colegio con las llaves en la mano y juró por lo
bajo porque se había puesto a llover. Estupendo, el tiempo
acompañaba a su estado de ánimo. Se detuvo en seco en medio
del aparcamiento para volverse y ver allí a Joss con la mochila
en la mano y empapado. —¿Qué haces ahí?
—Papá no ha venido a buscarme.
—¿No me digas? —siseó empezando a cabrearse.
—¿Me llevas tú?
—No tenías que haberte quedado ahí esperando. Estás
empapado.
—Era por si venía. Pero no, no ha venido. Seguro que
pensaba que me llevabas tú. Como siempre me llevas…
—Pues ahora tendrá que llevarte él.
—Sigues enfadada —dijo subiéndose al coche y cerrando
la puerta.
—¿Tú qué crees?
—Jo, y eso que decías que se te pasaba. ¿Mi beso?
Sin poder evitarlo sonrió y le cogió de los mofletes para
darle muchos besos por toda la cara. Él se echó a reír. —Vale,
vale. Nos puede ver alguien.
Puso los ojos en blanco antes de alejarse. —¿Qué has
hecho esta semana? —Arrancó el coche.
—Pues fui a ver a la tía a la clínica y…
—¿Tu tía está en una clínica?
—Se rompió la cadera en plena misión, por eso no podía
venir con nosotros. Tuvieron que operarla, pero pasó no sé
qué… —La miró. —Algo de mayores y se tuvo que quedar
ingresada más tiempo. Ahora hace rebilitacion.
—Rehabilitación.
—Eso. Si todo va bien en dos semanas ya estará en casa.
—Se fue a vivir con vosotros cuando naciste, ¿verdad?
—Claro. Para cuidarme porque papá trabajaba.
—Claro. ¿Y lo de Florida?
El niño se sonrojó. —Le gusta mucho. Una vez fue y dijo
que era el paraíso del jubilado.
—Me lo imagino.
—¿Y tú qué has hecho?
Llorar por las esquinas. Le miró de reojo y sonrió. —He
leído mucho y he descansado.
—Menudo rollo.
Hizo una mueca. —He limpiado la casa de la abuela y he
comido mucho. —En realidad se lo había comido todo porque
había dejado las alacenas limpias. Mira mejor, así no se
preocupaba de que quedara comida en la cocina de la abuela.
—Mamá, ¿paramos a comprar un helado?
—Casi cuela.
—Jo…
—Joss estás empapado. Vas a coger un resfriado.
—¿Y me perderé la función?
Le miró con desconfianza. —Ni hablar, no te libras.
—¿De girasol? ¿De verdad? ¡Queréis traumatizarme! Si me
hubiera tocado de burro o… yo qué sé, de cabra, hubiera sido
mil veces mejor. ¡Se van a meter conmigo!
—Nadie se metería contigo con un padre coronel. Ya me he
enterado de que lo sabe todo el mundo.
—Bueno, me preguntaron y… —Sonrió encantado. —
Ahora soy popular.
Increíble. —Pues el popular va a ir de girasol a la función
del cole.
—Jo.
—¿O prefieres que te cambie a tulipán?
La miró como si estuviera loca. —Me quedo de girasol.
—Eso pensaba.
Llegaron a su casa y ella detuvo el coche. Joss saludó a su
padre que salió en ese momento vestido con un mono de
trabajo verde como si fuera todo un granjero. Ja. A ella no se
la pegaba. Algo olía a chamusquina. —Hasta mañana, cielo —
dijo mirando a Lawton como si quisiera que le cayera un rayo.
—¿No bajas?
—No, tengo cosas que hacer. —Vio como Lawton fruncía
el ceño y se acercaba. —Baja, cielo.
—Raquel… Nena, ¿qué haces? Baja del coche.
Puso marcha atrás y aceleró de golpe frenando en seco a
varios metros de Lawton que apretó las mandíbulas con
fuerza. Joss abrió los ojos como platos. —Se va a cabrear.
—¡Joss, baja del coche!
—¡Raquel! ¡Joss no lleva cinturón! —Con grandes
zancadas se acercó al coche y ella volvió a acelerar hacia atrás.
—¡Me cago en la leche, no tiene gracia!
—¡Claro que no tiene gracia! Joss…
—¿Puedo abrir?
Dio al coche unos metros más atrás y le miró. —Sal ahora.
—Si crees que te vas a librar de esto… —La besó en la
mejilla. —Hasta mañana, mamá.
—Hasta mañana, cielo.
Vio como el niño se acercaba corriendo a su padre
diciéndole algo que no llegó a oír. Los dos la miraron con el
ceño fruncido y gruñó — No vais a poder conmigo. —Puso la
primera y giró el volante del todo metiendo el cuatro por
cuatro en el terreno para salir. Que se fastidiara. ¿No era
granjero? Pues que se acostumbrara a los vandalismos en sus
sembrados. Aceleró a tope y sacó la mano por la ventanilla
levantando el dedo del medio.
—¡Raquel!
—A sus órdenes, coronel —dijo con burla antes de girar el
volante llevándose por delante el poste del correo—. Sanders,
no sabes con quien te las gastas.

Encargada con Lisa de la obra de fin de curso, miró a los


niños que lo hacían fatal. —Necesitamos muchos ensayos —
dijo su amiga desesperada antes de dar una palmada—. Vamos
a ver… No os habéis aprendido la letra.
—Es que es muy difícil —dijo un niño de la clase de Lisa.
—¡No me vengas con historias que te sabes todas las letras
de Queen, Albert!
El niño se sonrojó. —Vale, pues esta es un rollo. Y la
música es de niños. Parecemos tontos.
—Sí, eso —dijo Joss antes de recibir una mirada de
advertencia de Raquel.
—Tu niño se te revela —dijo Lisa por lo bajo.
—Igual que el tuyo, guapa.
—Yo quiero ir de rockera —dijo Stayce antes de guiñarle el
ojo a un compañero.
—¡Eso! —la apoyó Joss antes de abrir los ojos como platos
—. Podemos hacer un musical como los de Broodway.
—Hala con tu niño. No podemos dirigir esto, como para
hacer un musical.
—Shusss… que no te escuchen dudar. —Miró a los niños
muy seria. La respuesta razonada era lo mejor en lugar de
imponer su voluntad. —Un musical lleva mucho tiempo de
preparación y sólo tenemos tres semanas para la actuación.
Esta es la actuación que hacen los de vuestros cursos este año
y hemos tardado mucho en organizarla. Los papeles ya están
distribuidos…
—¡Yo no quiero ir de girasol!
Miró asombrada a Joss. —¿Qué has dicho?
Todos dieron un paso atrás asustados al ver la expresión de
su profesora, pero Joss no se sintió nada intimidado. —¡No
quiero ir de girasol! ¡No soy un bebé!
Lisa levantó una de sus cejas pelirrojas. —Uy, uy…
Castigo a la vista.
—Joss baja ahora mismo del escenario. ¡Estás castigado!
—¡Pues muy bien! ¡Pero yo no voy de girasol!
—La leche —dijo Lisa antes de verle pasar ante ella para
recorrer el pasillo, cerrando la puerta del teatro con un portazo
—. Igual no quiere que piensen que es como su padre.
Gimió por dentro. —Sobre eso ya hablaremos luego.
—Sí, porque te has librado de un buen interrogatorio. —
Lisa dio dos palmadas. —Volved a empezar.
—Falta Joss.
—Da igual, continuad —dijo con aburrimiento.
Los niños empezaron a cantar con Lisa y ella salió del
teatro para encontrarse a Joss sentado en el suelo con cara de
enfurruñado. Se puso ante él con los brazos en jarras. —Estás
abusando de mi confianza, Joss. ¡Esto es el colegio y seguirás
las reglas como los demás!
—¡Tus reglas!
—Exacto, que para eso soy la profesora. ¿Si uno de los
soldados de tu padre se hubiera revelado qué le pasaría?
Él la miró de reojo. —Que sería arrestado.
—¡Pues estás arrestado! Y da gracias que no llamo a tu
padre —dijo volviéndose.
—Pues llámale —le soltó con burla. —¿A que no lo hace,
señorita Klein?
La leche, eso había sido una provocación en toda regla. Se
volvió hacia él para mirarle a los ojos. Creía que no iba a
llamar a Lawton. ¡Pues estaba en lo cierto! Le señaló con el
dedo. —¿Quieres guerra, enano? Porque te aseguro que la vas
a perder.
Joss se levantó malicioso. —Me voy a jugar.
—¡Joss, hablo en serio!
—Y a tomar una cola de la máquina.
Grrr, es que era demasiado listo. Le vio alejarse impotente.
Mierda. —¡Te voy a suspender!
Una pedorreta en respuesta la sacó de sus casillas. Había
perdido toda la autoridad. Eso le pasaba por ser buena. Mierda
de día.

Pero no terminó ahí porque al salir del colegio el niño


estaba sentado en su coche como si fuera lo más normal del
mundo. En silencio arrancó para llevarle a casa y él la miró de
reojo. —¿Me perdonas, mamá?
—¡No!
—¡No quiero ir de girasol!
Lo miró asombrada. —¿Me has gritado?
—¡Me da igual que te enfades conmigo! ¡No iré vestido
así!
—Eso ya lo veremos. —En silencio recorrieron la carretera
y al llegar ante su casa allí estaba Lawton que sonrió al verlos.
Furiosa se bajó del coche haciéndole sonreír aún más. —
Vengo como profesora de tu hijo, así que no sonrías tanto. Está
expulsado dos días. —Le señaló con el dedo. —¡Si crees que
utilizando al niño te voy a perdonar, estás muy equivocado! ¡Y
ninguno de los dos me va a manipular para que ceda a
llevarme bien contigo! ¡No quiero ni verte!
Le dejó con la boca abierta antes de regresar al coche,
arrancando y levantando gravilla de la que se alejaba.
Lawton miró a su hijo que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué rayos has hecho?
—Ayudarte.
—Pues la has cabreado más.
—Ya lo veo.
Él suspiró cogiéndole en brazos. —Vamos a ver. ¿Qué has
hecho?

Al día siguiente iba a empezar la clase cuando Joss entró en


el aula con una capucha de girasol en la cabeza. Sus
compañeros se echaron a reír y él sonrió descarado.
—Joss a tu sitio —dijo Raquel reprimiendo la risa—. Y
quítate eso.
Se la quitó rápidamente sentándose en su pupitre y de la
que guardaba la capucha ella se dijo que al menos Lawton
había hecho algo bien. Se giró para empezar la clase cuando
vio su cara por la claraboya de la puerta. Él se apartó
rápidamente, pero le había pillado. Reprimiendo la risa
empezó la clase y sorprendentemente Joss levantó la mano
siempre que hacía preguntas. Eso la mosqueó un poco. Solía
estar distraído parte del tiempo porque lo entendía enseguida y
se despistaba. Tanta atención era… sospechosa.

Y lo confirmó cuando horas después cantaba a voz en grito


las canciones corrigiendo a sus compañeros. La verdad es que
ayudó muchísimo y Lisa la miró. —¿Qué le has hecho?
Cuéntame tu secreto.
—Yo nada. Ha debido ser su padre… —Asintió con la
cabeza. —Claro, como es coronel.
—Tía, ¿todavía no alucinas con que haya sido coronel del
ejército? Ya sabía yo que tenía algo. ¿Seguro que es de la acera
de enfrente?
Todos se habían quedado en silencio y Lisa gimió.
—¿Estás loca? —susurró roja como un tomate mientras los
niños las miraban con los ojos como platos. Forzó una sonrisa
—. Muy bien niños, habéis mejorado mucho. Podéis ir al patio
a jugar hasta que lleguen vuestros padres.
La cara de Joss le decía que aquella conversación no se
acababa allí y lo confirmó cuando diez minutos después salían
del teatro y escucharon jaleo en el patio. Raquel corrió hacia
allí y al ver que rodeaban a alguien supo lo que pasaba. —
¡Hay una pelea!
Corrió hacia ellos apartando a los que animaban y vio
sorprendida que Joss estaba pegando a un chico de la clase de
Lisa que estaba tumbado en el suelo agarrándole los pelos. —
¡Joss! —Le cogió por la cintura apartándole de él y casi le da
un infarto al ver que estaba sangrando por la nariz mientras
lloraba rojo de rabia. —Dios mío.
—¡Mi padre no es ningún maricón!
Palideció al escucharle y le abrazó mirando a Lisa que
también se había quedado descompuesta. —Claro que no,
cielo. —Le cogió en brazos. —Vamos a la enfermería.
Lisa miró a su alumno que también lloraba. —Levanta, que
vamos a llamar a tus padres sobre lo que has dicho del coronel.
—Ese también lo dijo. Se metieron con Joss y se rieron de
él mientras le empujaban —dijo Stayce señalando a otro de su
grupo.
—Pues adelante. Vamos a ver si se lo podéis decir a la cara
cuando llegue.
—¿Estás segura de que no es nada? —preguntó acariciando
el cabello de Joss distraída mientras él jugaba con unas pinzas
de la enfermera.
Milly sonrió. —Seguro. No la tiene rota, aunque se le
hinchará un poco.
En ese momento se abrió la puerta y entró Lawton
preocupado. Este suspiró del alivio al ver a su hijo sentado en
la camilla. Llevaba el mono de trabajo, lo que indicaba que se
había asustado.
—¡Papá! —El niño saltó de la camilla y le abrazó por la
cintura.
—¿Estás bien? —Le cogió en brazos para ponerle a su
altura y apretó los labios al ver su nariz.
—Lawton…
—¿Qué ha pasado?
La enfermera se puso en medio y sonrió tontamente. —
Hola, soy Milly, la enfermera y tu hijo no tiene nada grave.
—Estoy preguntando qué ha ocurrido, no si tiene algo
grave, porque ya veo que no.
Milly se sonrojó dando un paso a un lado y Raquel se cruzó
de brazos fulminándola con la mirada. Sería descarada.
Aprovechar un momento así para ligar…
—Me he peleado, papá.
—Eso ya lo veo. Quiero los detalles. Concreta —dijo como
si hablara con uno de sus soldados.
—¡Te llamaron maricón! ¡A ti, que eres coronel
condecorado por tu valor! Tenía que haberles roto los dientes.
—Vale ya, Joss —dijo ella acercándose mientras Lawton
demostraba que se había quedado de piedra—. Lawton,
hablemos fuera.
—Y todo fue culpa de la señorita Ford, que dijo que tú eras
de la acera de enfrente.
Milly abrió los ojos como platos y Lawton se tensó. —¿No
me digas, hijo?
—Sí, estaba hablando con mamá y le preguntó si estaba
segura de que tú eras de la acera de enfrente.
—¿Con mamá? —preguntó Milly asombrada.
—Es una larga historia —siseó antes de salir de la
enfermería con ellos detrás.
—Nena, ¿eso es cierto?
—Joss vete a por tu mochila.
Le dejó en el suelo y se quedaron solos en el pasillo. Vio
que Milly abría la puerta de la enfermería para poner la oreja y
sin darse ni cuenta cogió a Lawton del brazo para alejarse. —
Mira, debido a tu… —Bajó la voz. —Amenaza… ¿La
recuerdas? —preguntó mirándole a los ojos.
—Perfectamente y nena, no sabes cómo me arrepiento.
Verte asustada de mí fue…
—Corta el rollo, no me interesan tus explicaciones. Bueno,
el hecho es que Lisa se pasó por mi casa y dedujo que estaba
disgustada, como era obvio. —Movió las manos de un lado a
otro. —Y todo se lio, porque ella creyó que me había acostado
contigo.
—Como hicimos —dijo simulando una sonrisa cruzándose
de brazos.
Gruñó antes de seguir. —Exacto, pero para justificar mi
disgusto porque al parecer tienes pinta de ser una fiera en la
cama y se suponía que yo tenía que estar encantada, ella creyó
que eras un paquete.
—¿Perdón? —preguntó tensándose y dejando caer los
brazos.
—Que como yo tenía mala cara, era porque no tenías ni
idea de lo que hacías. Ella dijo que no había problema, que si
te enseñaba…
—¿Perdón? —gritó escandalizado.
Gimió por dentro porque eso era un golpe a su hombría. —
Bueno, el hecho es que llegó a la conclusión de que eras gay
porque yo dije que no tenía arreglo o algo así. No recuerdo las
palabras exactas. —La miró como si quisiera matarla. —
¿Qué? ¡No le podía decir la verdad! ¿Qué le iba a decir? ¿Que
lo nuestro no tenía arreglo y que eras un mafioso que había
amenazado con rajarme el cuello? ¡Así que lo dejé como
estaba!
—No te amenacé con…
—¡Estaba implícito! —Respiró intentando calmarse. —
Bueno, ya está. Ya lo sabes. En cuanto salgas con un par se
olvidarán del asunto.
Se volvió con intención de irse, pero él la cogió por el
brazo dándole la vuelta y atrapando sus labios, besándola de
una manera que la dejó temblando. Se apartó de ella y susurró
—Joder, qué ganas tenía de hacer esto.
—¿De verdad? —preguntó atontada.
—¡Papá, ya estoy aquí! —dijo Joss a su lado sonriendo de
oreja a oreja—. ¿Os vais a casar?
—No.
—Sí —respondió Lawton cortándole el aliento. ¡Estaba
loco!
—¡No!
—Que sí, nena… en cuanto se te pase el cabreo.
Le señaló con el dedo. —Tú no estás bien. ¡Vete a que te lo
miren! —Se volvió y empezó a caminar hasta que se dio
cuenta de que iba en dirección contraria a la sala de
profesores. Los dos la miraron sonriendo. —¡Ni se os ocurra
pensarlo!
—Preciosa, ¿quieres salir a tomar algo al Elis?
—¡Qué te den!
—Debemos conocernos un poco más —añadió caminando
a su lado—. Es lo que hacen las parejas. En nuestra etapa
anterior no podía contarte mucho, pero…
—Trolas como puños, eso es lo que me dijisteis. —Abrió la
puerta de la sala de profesores. —Y con esa etapa, como tú la
llamas, he tenido más que suficiente, coronel. ¡Adiós! —Le
cerró la puerta en las narices y al volverse vio allí a toda la
plantilla del profesorado. Forzó una sonrisa. —Ah, ¿que hoy
había reunión? —Varios asintieron. —Pues menos mal que me
he pasado por aquí.
Fue a sentarse al lado de Lisa que susurró —¿Ese era
Lawton?
—Sí.
—¿Le has dado calabazas?
—Sí.
—Lo de que era gay, era mentira, ¿verdad?
—Sí —siseó antes de mirarla. Decidió decir una mentira
simple—. Era para que no te acercaras.
—Ah, pero ahora que le has dado calabazas, hay vía libre.
—Entrecerró los ojos fulminándola con la mirada. —¿No?
Mejor nos centramos en el viaje.
—Sí, será lo mejor.
Capítulo 11

El rumor de que tenían una relación corrió por todo el


pueblo como la pólvora y al día siguiente cuando llegó al
colegio todo el mundo la miraba y rumoreaba. Al parecer
Milly se había empleado a gusto. Y eso no quedó ahí porque
Joss empezó a decir a todos sus amigos que se iban a casar y
que iba a ser su mamá de verdad. Hasta la llamó el cura para
concretar la fecha. Y este le echó un rapapolvo por no tener las
ideas claras con un hombre que era un héroe nacional
condecorado por el mismísimo presidente. Parecía que al no
casarse con Lawton era poco patriótica. Aquello era
surrealista. Estaba deseando que llegara el viernes para
largarse del pueblo.

Y al fin llegó. Sentada en una de las butacas del teatro


escucharon por enésima vez cómo lo hacían cuando se abrió la
puerta. Ella ni se dio cuenta y Lisa le dio un codazo para que
mirara hacia atrás. Esperando ver al director que les había
dicho que iría a echar un vistazo, gruñó por dentro al ver a
Lawton que entraba por allí como si tuviera todo el derecho
del mundo.
—Vete a echarle —susurró a su amiga.
—Ni de broma. —Sonrió maliciosa. —Vete tú a hablar con
tu prometido.
—Pero qué graciosa estás.
—Eso por espantarme candidatos.
—No he hecho tal cosa.
—No, me espantaste a mí. —Soltó una risita. —Bueno, es
lo mismo. Es un cañón en la cama, reconócelo.
—Sí, nena… reconócelo.
Se volvió para encontrárselo sentado tras ella. —¿No te das
por vencido?
—Nunca —dijo mirándola como si quisiera devorarla.
—¿Qué pasa? ¿Tienes otra misión para mí?
Sonriendo se puso cómodo. —La más importante de mi
vida. Nena, cásate conmigo. Haremos una bonita boda y
tendremos unos niños guapísimos. Mira si es importante.
—Deja de decir eso —siseó antes de volverse ignorándole.
—Jo, tía. Este te tiene en su punto de mira. ¿Dejo lo del
viaje?
La miró como si quisiera cargársela.
—¿Qué viaje? —preguntó Lawton mosqueado.
—Nos vamos a…
—No te interesa. —Le dio un codazo a Lisa y esta gimió.
—Cierra la boca.
—Me voy a enterar igual si pregunto por ahí. En la agencia
de viajes, por ejemplo. ¿Qué viaje, Lisa?
—Pues pregunta por ahí —dijo su amiga forzando una
sonrisa antes de levantarse—. Niños, fenomenal. Hasta el
lunes. —Se agachó y cogió unas carpetas con exámenes. —
Dos días de descanso. Qué ganas. Hasta sueño con la puñetera
canción. Por fin es viernes y les pierdo de vista.
—¿Qué viaje? —preguntó en voz alta haciendo que todos
les miraran. Se notaba que no estaba acostumbrado a que le
ignoraran.
—Estupendo —siseó levantándose y cogiendo su bolso.
—Nena…
—Papá, se van de viaje a Italia. Me lo acaba de decir
Stayce que las escuchó hablar en la comida de eso.
Sería chivata esa niña. Se acababa de ganar un punto
menos en la nota final. Caminó por el pasillo ignorándolos a
todos y Lawton se puso a su altura. —Si crees que puedes huir
de esto yéndote a Italia, estás muy equivocada. Además, ¿qué
tienes que hacer allí?
—¿Turismo?
—Muy graciosa. Tú vas a intentar olvidarte de lo que ha
pasado, pero seguiré aquí cuando vuelvas.
Se volvió sonriendo. —Eso si vuelvo. Porque me están
dando ganas de quedarme una temporada.
—Nena…
—¡Desaparece de mi vista!
—La tienes en el bote, papá —dijo Joss con todos sus
amiguitos detrás.
Puso los ojos en blanco antes de ir hacia la salida. Empujó
las puertas, pero nada que allí seguían.
—Lo he dejado, ¿no?
—Yo no te pedí que lo dejaras.
—¡Pero para llevar una vida normal tenía que hacerlo! ¡Y
quería esta vida contigo!
—Pues es una pena que no me lo hubieras comentado
antes. —Abrió la puerta de su coche. —Te habría dicho que
perdías el tiempo.
—Raquel, ¿cuánto vas a seguir así?
—Pues hasta que encuentre una plaza nueva. Tranquilo,
que ya la he solicitado y tengo muchas posibilidades.
A Lawton se le cortó el aliento viéndola cerrar la puerta del
coche y arrancar. Joss y él se quedaron mirando cómo se
alejaba y su hijo preguntó —¿Se va a ir? —Lawton se pasó las
manos por el cabello jurando por lo bajo. —¿Papá?
—No, hijo —dijo poniendo las manos en la cintura
mientras se alejaba el coche a toda pastilla como si huyera del
diablo—. No se va a ir. De eso me encargo yo.
—Pues encárgate deprisa porque queda poco para acabar el
curso. ¿Y si no vuelve?
—Tranquilo. —Entrecerró los ojos. —Vamos a casa.

Raquel tenía que hacer la compra y decidió pasarse por


Gallagher para llenar la nevera. Aparcó ante la tienda y frunció
el ceño cuando el señor Gallagher le dijo que no con la cabeza.
Bajó la ventanilla. —Van a descargar y necesito el sitio,
señorita Klein —dijo muy serio.
—Muy bien. No hay problema.
Él dijo algo por lo bajo y Raquel frunció el ceño porque le
había parecido oír que los problemas los buscaba ella. Serían
imaginaciones suyas. Aparcó delante del ayuntamiento y
recorrió los metros que llevaban a la tienda. Juró por lo bajo
cuando vio la camioneta de Robert ante la puerta. Estuvo a
punto de volverse, pero ella no había hecho nada malo, así que
levantó la barbilla saludando al entrar a la señora Gallagher
que estaba ante el mostrador con una caja de cartón en la
mano. —Buenas tardes.
—¡Pero bueno! —exclamó la mujer dejando la caja en el
mostrador —¿Cómo se atreve?
—¿Perdón? —La mujer se acercó a ella. —¿Le ocurre
algo?
—¿Que si me ocurre? ¡Has extendido rumores de mi hijo
por ahí, lagarta! ¡Y encima tienes el descaro de aparecer por
mi tienda!
Dos clientes se la quedaron mirando y se sonrojó. —Yo no
he extendido nada y me parece injusto que…
En ese momento salió Robert del almacén. —Madre,
déjame a mí a esta zorra—dijo con rabia antes de cogerla por
el brazo y empujarla hasta la calle—. ¡Lárgate de mi tienda!
Chilló cuando apretó su herida que todavía le dolía y al
intentar soltarse cayó de rodillas sobre la acera. Furiosa
levantó la vista. —¡Te crees muy hombre pegándole a una
mujer! ¡Has demostrado lo que eres, Robert!
—¡Fuera de mi vista! —gritó furioso.
—Maldito cobarde.
—¡Robert, no! —gritó su madre cogiéndole del brazo, pero
antes de que pudiera evitarlo le dio una patada en la cadera
que la hizo gemir—. Dios mío —dijo su madre dando un paso
atrás de la impresión mirando a su hijo como si no le
conociera—. Era cierto.
—¿Ahora crees a esta puta que se abre de piernas con
cualquiera? Nunca le he puesto la mano encima. ¡Ni a ella ni a
nadie! ¡He tenido que soportar las miradas del pueblo durante
todos estos días, cuando ella se tiraba a ese Lawton! ¡Se burló
de mí! ¡Sólo quería estar con él!
—Soy libre para estar con quien quiera —dijo con rabia
levantándose—. Y Lawton es mil veces más hombre que tú.
No vio venir el tortazo que la tiró sobre el costado de la
furgoneta y alguien se lanzó sobre Robert tirándole al suelo.
Atontada se giró para ver al sheriff esposando a Robert que
gritaba que la culpa había sido suya, porque había ido a
provocarle. Mientras tanto su madre lloraba pidiendo por favor
que no le esposaran.
El señor Gallagher llegó apartando a todo el mundo y al ver
a su hijo arrestado fue hacia ella. —Esto es cosa tuya,
¿verdad? ¡No podías dejar las cosas como estaban! ¡Tenías que
venir a crear problemas!
—¡Apártate de ella! —gritó el sheriff empujándole por el
pecho—. Te lo advertí, Gallagher. La próxima vez que me
enterara de algo así le detendría. Me daba igual que ellas no
denunciaran, pero esta vez lo he visto yo mismo.
Cogió a Robert por las esposas tirando de él y en ese
momento llegó Juliana que vio asombrada como se lo
llevaban. —Dios mío, ¿te ha pegado? —Se acercó cogiéndola
de la barbilla.
—Estoy bien.
—¿Te duele el pómulo? Vamos al médico.
—No, de verdad. Estoy bien —susurró avergonzada porque
todos la miraban—. Quiero irme a casa.
El sheriff metió a Robert en el coche patrulla y se acercó.
—Necesito que vengas a poner la denuncia y un parte de
lesiones.
—Estoy bien.
—Escúchame bien. ¿Quieres que salga y le haga esto a
otra? Me da igual lo que digas, lo he visto y puedo denunciarle
yo, pero nos vendría fenomenal que denunciaras.
Se mordió el labio inferior viendo llorar desesperada a su
madre. Igual para ellos había sido una provocación que fuera a
su tienda, aunque ella no había hecho nada. Negó con la
cabeza. —No voy a denunciar por ella —dijo agachando la
mirada—. No se lo merece, es buena persona.
—Gracias, gracias —dijo la mujer antes de echarse a llorar
de nuevo.
El sheriff la señaló. —Estás cometiendo un error. Puede
que creas que haces bien, pero estás equivocada. Mañana o
dentro de un año te arrepentirás al enterarte de que le ha roto
un brazo a otra.
—No estás siendo justo, sheriff —dijo Juliana—. Yo nunca
he oído algo malo de Robert. Igual ha perdido los nervios.
—Créeme. No es la primera vez que esto ocurre —dijo
dejándola de piedra—. Te lo pido de nuevo. ¿Vas a denunciar?
Vio a la señora Gallagher tan angustiada que volvió a decir
que no. El sheriff apretó los labios. —Muy bien. Juliana,
¿puedes acompañarla al médico?
—Sí, por supuesto.
—Estoy bien. Me voy a casa.
—Te acompaño al coche —susurró su amiga preocupada.
Pasaron entre sus vecinos hasta llegar a su cuatro por cuatro—.
Lo siento.
La miró sorprendida. —¿Por qué?
—Porque yo te convencí para que salieras con él, pero te
juro que no sabía nada.
—No tienes que disculparte. Antes de que se comportara
así en el Elis parecía totalmente normal y nos llevábamos muy
bien. Me siento algo culpable porque me sentía atraída por
Lawton antes de empezar a salir con él y…
Juliana sonrió. —Antes de casarme con mi marido salí con
otro para asegurarme de que le quería.
—¿De verdad?
—Tenía dudas, pero después de dos citas volví corriendo a
mi hombre. Es lógico que se tengan dudas y más si no has
salido con ninguno de los dos. No te eches la culpa de algo
que es exclusivamente culpa suya por no saber contenerse. Si
lo que dice el sheriff es cierto, y no lo dudo porque sabe hacer
su trabajo, lo ha hecho antes y eso es una pauta en su
comportamiento. Tú no tienes ninguna culpa de nada.
—Se lo hizo a Lisa.
Juliana la miró asombrada. —¿Y no te lo contó? Pero si
sois amigas.
—Dice que le dio un bofetón y que salió corriendo para
alejarse de él todo lo posible. Que no me lo contó porque no
quería fastidiármelo.
—Entonces ahí lo tienes. No eres culpable de nada.
¿Seguro que no quieres ir al médico? —La miró a los ojos. —
¿Para tener el informe por si acaso?
Preocupada enderezó la espalda. —¿Tú crees que…?
—No quiero asustarte, pero si se ha comportado así ante
testigos… Más vale prevenir por si en el futuro se le pasa por
la cabeza volver a tocarte.
Se dio cuenta de que tenía razón y dejó que la acompañara
a la consulta del médico. Estaba vistiéndose después de que la
reconociera el doctor cuando escuchó la voz de Lawton. —
¡Quiero ver a mi mujer!
Sorprendiéndola entró en la consulta y preguntó —¿Qué
haces aquí? ¿Quién te ha avisado?
—Lisa me ha llamado en cuanto se lo dijeron. —Se acercó
a ella y le levantó la barbilla para mirarle el pómulo. —Ese
cabrón…
—Coronel, no debe preocuparse. Aunque yo aconsejo que
denuncie, pero…
—Claro que va a denunciar a ese cerdo. —La miró
asombrado. —¿Nena?
—Me da mucha pena su madre.
—¡Su madre! ¿Y no te das pena tú? ¿Qué ejemplo le estás
dando a Joss y a los demás niños que educas, Raquel?
Perdió el color de la cara mirando sus ojos y ya dudó de
todo.
—Mejor os dejo solos unos minutos mientras preparo el
informe. —El doctor salió de la consulta.
—Nena…
Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¡La señora Gallagher se
ha portado muy bien conmigo y contigo! —Él apretó los
labios. —Esto la destrozará y no quiero eso sobre mi
conciencia.
Lawton asintió y la abrazó pegándola a él. Sin poder
evitarlo le abrazó por la cintura sintiéndose protegida. La besó
en la sien. —Venga cielo, ponte la camiseta y nos vamos a
casa. Joss está en la sala de espera.
Gimió porque no sabía cómo decirle al niño lo que había
pasado. Se enteraría por sus compañeros y Lawton tenía razón.
No sería un buen ejemplo para sus niñas. Las dudas de no
hacer lo correcto hiciera lo que hiciera la agobiaron. Se puso la
camiseta en silencio y él juró por lo bajo al ver el morado que
empezaba a salirle en el costado. —Voy a matar a ese cabrón.
—No hagas nada, por favor —susurró angustiada—. Creo
que voy a aceptar el puesto en Belle Mountain. Hace dos años
me ofrecieron la plaza y siempre me han esperado.
Él apretó los labios antes de decir —Hablaremos de eso
fuera de aquí. Esas decisiones no se toman en caliente. —
Distraída asintió y Lawton la cogió de la mano saliendo de la
consulta. Al llegar a la sala de espera Joss corrió hasta ella y la
abrazó por la cintura. —¿Estás bien?
—Claro que sí. —Se agachó ante él y le apartó el cabello
de la frente. —Estoy bien. Ha sido un rasguño. —Le guiñó un
ojo. —Vaya dos. Nos metemos en peleas y mira cómo
acabamos.
—¿Has ganado tú?
—En las peleas nunca gana nadie.
—Pues en el pressing catch…
Rio por lo bajo sin poder evitarlo y vio por el rabillo del
ojo que Lawton cogía un sobre que le daba el médico. Se
acercó a ella y cuando se incorporó la cogió por la cintura. —
Vamos a casa.
—Tengo mi coche fuera.
—Nena, no te vas a ir sola a casa.
—Estoy bien. Y tengo que pensar. Además, Croquer…
—Le recogeremos de camino. Vamos cielo, una tregua. No
quiero que pases la noche sola.
Emocionada sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y
Lawton la abrazó.
—Está sensible —dijo el médico al niño que se preocupó
—. Es lógico después de algo así.
—Yo también lloré cuando me peleé en el cole. —Cogió la
mano de Raquel. —Vamos a casa. Unos videojuegos y como
nueva, mamá.
Rio contra el pecho de Lawton y este sonriendo se apartó
acariciándole las mejillas para borrar sus lágrimas.
—Gracias, doctor.
El hombre sonrió viéndoles salir de la consulta y en cuanto
se fueron descolgó el teléfono para llamar al sheriff. —Raquel
Klein ha pasado por aquí.
—¿Está bien? ¿Ha sido más grave de lo que pensaba?
—No. Llamo para decirte que tengo una copia del informe
por si lo necesitas.
—Me vendrá perfecto. Ya tengo varios testigos que han
declarado.
—Creo que el coronel la va a convencer para que denuncie.
—Joder, me había olvidado de él. ¿Crees que creará
problemas? Un hombre con su carácter…
—Creo que se contendrá por ella, aunque nunca se sabe.
¿Qué vas a hacer con Gallagher?
—Pasará al juez mañana y veremos lo que dice.
Seguramente le soltará bajo fianza hasta el juicio.
—Tendrás que vigilarle. Recuerda a Lisa. Retiró la
denuncia horas después de ponerla. Estaba muy asustada.
—No quería que se enterara nadie y lo consiguió. Pero
ahora la voy a presionar un poco. Todavía puede denunciarle.
El doctor suspiró. —Tenía que haber convencido a mi hija
para que denunciara. Ahora ya no serviría de nada, ¿verdad?
—Han pasado cuatro años desde eso. Y tiene su vida en
Great Falls. No la metas en esto.
—Lo increíble es que después de comportarse así tantos
años nunca haya ido a más. Normalmente se van soltando y
los maltratos van en aumento.
—Creo que es algo que ha visto en casa y que lo entiende
como habitual. Pero el señor Gallagher nunca ha ido muy allá.
En todos estos años la vi una vez con un rasguño bastante feo
en la barbilla y ella me dijo que se había pegado un golpe.
Estuve atento, pero jamás he visto algo similar de nuevo.
Nunca he podido hablar con ella y los vecinos nunca han oído
algo extraño en su casa, así que no he podido hacer nada. Pero
Robert hoy lo ha hecho ante todos como si tuviera derecho, lo
que demuestra que para él es algo habitual. Y el otro día en el
Elis porque le paró el coronel. Recuerda que a Lisa le dio el
bofetón porque llevaba la falda demasiado corta. Para él tuvo
que ser una humillación todavía peor el comportamiento de
Raquel. Si hubiera podido…
—Pues ahora debe tener un cabreo de primera.
—Su padre le controlará para que no meta la pata. Estoy
seguro. No son tontos. Además voy a solicitar una orden de
alejamiento. Ya lo he hablado con el fiscal. ¿Raquel se ha ido
con el coronel?
—Sí, aunque no quería.
—Si está con él no tengo que preocuparme. Él la cuidará.
—Eso pienso yo. Te llevo ahora el informe.
—Gracias Carlton.
El doctor suspiró regresando a su despacho y cogió la foto
de su hija que sonreía en su licenciatura con el diploma en la
mano. —Nos equivocamos, Leslie. Teníamos que haber
descubierto a ese cabrón hace años.
Capítulo 12

Cuando llegaron al rancho Sanders, Raquel no sabía muy


bien cómo comportarse. Los dos le sonreían encantados de que
estuviera allí, pero sin poder evitarlo seguía pensando que era
un error. De entregarse a él totalmente se había encerrado en sí
misma y sabía de sobra la razón. Para que los que quería no le
hicieran daño. Lo había hecho con sus padres miles de veces y
cuando había fallecido su abuela.
Joss la miró confundido al verla quedarse en el hall como si
estuviera incómoda y Lawton perdió la sonrisa. —Ven, nena.
Vamos a cenar algo y…
Ella negó con la cabeza. —Sólo quiero acostarme.
—Deberías cenar algo.
Se llevó la mano a la frente totalmente hecha un lío y
susurró —Esto no ha sido buena idea.
—Joss, ¿por qué no vas a hacer los deberes? Enseguida
estará la cena.
El niño asintió preocupado sin dejar de mirarla y en
silencio subió las escaleras. Raquel entró en el salón y se sentó
dejando el bolso a un lado.
—Nena, sé que…
—Tú no sabes una mierda —susurró apretándose las
manos.
Lawton se acuclilló ante ella. —¿Por qué estás así?
—¿Y a ti qué te importa? No te importaban nada mis
sentimientos cuando me amenazaste por tu estúpida misión,
así que no me vengas ahora con esa cara de preocupación
porque no me la trago. Eres un egoísta como todos. —Sus ojos
se llenaron de lágrimas.
—¿Como todos?
—¡Sí! ¡Como mis padres! —Lawton apretó los labios. —
¡Como Robert, como Lisa! ¡Nunca pensáis en lo que yo puedo
sentir! —Se echó a reír sin ganas. —Ni Joss pensó en lo que
yo sentiría y eso que decía que me quería. —Una lágrima rodó
por su mejilla. —Pero él es un niño. Al menos tiene excusa.
—¿Qué ocurrió con tus padres?
Le miró furiosa. —¿Ahora vas de psicoanalista? ¿Qué
pasa? ¿Quieres un polvo? —Lawton se tensó. —Pues espera
sentado porque antes de acostarme contigo de nuevo me pego
un tiro.
—Nena, no pensaba…
—Claro, no pensabas. No pensabas en mí en ningún
momento —Se echó a reír de nuevo. —Eso ya me quedó claro.
Sobre todo cuando te dije que quería ser tuya y me echaste
cuatro polvos para largarte de mi casa como si fuera una zorra
desconocida que te hubieras encontrado la noche anterior. —
Sonrió con ironía. —Pero como una estúpida vine corriendo
porque me moría por verte. ¿Y qué me encuentro? Que me
trates como a una mierda. —Se miró las manos. —Esto me
pasa por…
—¿Por qué, nena? ¿Por qué te pasa?
—¡Déjame en paz! —Se levantó, pero Lawton la agarró
abrazándola a él. —¡Suéltame!
—Joder, sé que te hice daño, cielo —dijo desesperado—.
Me moría por estar contigo. Al principio intenté alejarte para
que no te vieras envuelta en la misión, pero tú insistías. Y
cuando me enteré de que salías con Robert debí haberme
mantenido alejado, pero no podía. Me moría de miedo porque
te pasara algo. Dios, te juro que no tenía intención de ir más
allá, pero cuando me miraste a los ojos y me dijiste que
querías ser mía no pude evitarlo. Porque lo eres, nena… Eres
mía y te hice el amor porque lo deseaba más que nada. Pero
cuando me desperté decidí que ya estaba bien y que tenía que
terminar con la mentira cuanto antes porque ya no podía
mantenerme alejado de ti.
—Me amenazaste —dijo con la voz congestionada de
dolor.
—No podía contarte la verdad, cielo. Si lo hubiera hecho
habrías insistido en que no lo hiciera y tenía que terminar la
misión. —La besó en la sien. —Eres muy protectora con los
que amas y te entregas totalmente. Esperas que te
correspondan de la misma manera y yo no podía hacerlo. En
ese momento no, pero te juro por mi vida que a partir de ahora
serás parte de mí. No puedes irte, cielo. Porque te seguiremos.
Levantó la vista sorprendida sintiendo que su corazón
saltaba en su pecho. —¿No me libraré de ti?
—No. —Él sonrió. —Porque me importas.
Ella entrecerró los ojos. —Te importo. ¿Cuánto?
Ahora el sorprendido era Lawton. —¿No te lo he dicho ya?
—¡Pues no, papá! ¡No se lo has dicho! ¡Díselo de una vez
para que podamos cenar! ¡Tengo hambre! —gritó desde el piso
de arriba.
Raquel levantó una ceja. —¿Ves?
Lawton carraspeó enderezando la espalda. —Yo creo que
ha quedado implícito en mis palabras.
—¿Eres de los que se resisten a decir te quiero?
—No lo sabes bien —dijo su hijo exasperado—. A mí me
lo dice de Pascuas a Ramos.
—¡Pues yo quiero oírlo!
Carraspeó incómodo. —Hijo, no te metas.
—Es que si no me meto, estamos así hasta mañana. ¡Díselo
de una vez! Quiero espaguetis.
Ella puso los ojos en blanco. —Esta es la declaración más
surrealista que he oído jamás.
Lawton susurró —¿Y si te lo digo luego? Cuando estemos
solos.
—¿Ese es el ejemplo que quieres darle a tu hijo? ¿Que le
diga a su mujer que la quiere sólo cuando ella se lo exija? No
me lo puedo creer. ¡Lawton suéltalo de una vez o me largo!
—¿Me estás amenazando?
—¡Yo te quiero! ¡No entiendo como si me quieres no eres
capaz de decirlo! ¡Eso es porque no lo sientes!
—¡Claro que lo siento! Pero yo soy más de demostrarlo.
—Sí, ya me he dado cuenta —dijo con rencor.
—¡Si no te quisiera no estaría aquí intentando convencerte
para que te cases conmigo! —le gritó a la cara.
—¡Es que no me has pedido que me case contigo!
—¡Sí que lo he hecho!
—¡No, idiota! ¿Cuándo me lo has pedido?
—En el colegio.
—Eso no cuenta. Ninguna mujer se casaría sin una
declaración de amor. —Se miraron a los ojos antes de tirarse el
uno sobre el otro para besarse desesperados. Raquel acarició
su cuello deseando sentirle y Lawton la cogió por la cintura
elevándola para ponerla a su altura.
—¿Eso es un beso de amor? —preguntó Joss con picardía
desde la puerta—. Puaj, qué asco. ¿Os tocáis las lenguas?
Ambos se apartaron poniéndose como tomates. —¿No te
había dicho que subieras a hacer los deberes?
—Es que no tengo. Es fin de curso y hacemos chorradas.
Esta conversación es más interesante. —Se acercó a ellos y
puso los brazos en jarras. —Bueno, ¿entonces qué? ¿Te quedas
con nosotros?
Raquel sonrió y miró a Lawton a los ojos. —Sí, me quedo
con vosotros.
Su coronel cerró los ojos apoyando su frente en la suya. —
Te quiero, nena. Eso no lo dudes nunca. Haría lo que fuera por
ti.
Sintió como su corazón estallaba de felicidad porque estaba
segura de que esas palabras jamás saldrían de su boca si no
fueran ciertas e intensamente emocionada susurró —Y yo por
ti, mi amor.

—Ni hablar. No pienso ponerme eso —dijo Lawton


horrorizado viendo el disfraz de árbol.
—¡Pareces tu hijo! Los padres tienen que colaborar en las
fiestas de fin de curso. No vamos a hacerlo todo nosotras.
Por la cara que ponía estaba claro que quería que fuera ella
la que se vistiera de árbol. —Yo no puedo. Tengo que
supervisar la actuación, así que esta vez te toca a ti hacer de
árbol.
—Soy coronel del ejército de los Estados Unidos —dijo
ofendido—. No puedo ponerme esa cosa. ¡Si son mallas! Se
me va a marcar todo.
Soltó una risita. —Mis amigas se van a morir de la envidia.
Vamos, pruébatelo.
—Eso, papá… Pruébatelo —dijo Joss malicioso.
Cogió las mallas con mala leche, pero salió de la habitación
para ir al baño. —Cuatro días aquí y se va a poner eso —dijo
Joss impresionado—. Mamá, eres mi heroína.
—Joss a la cama.
—No fastidies. ¡Quiero verlo!
—Lo verás en la función. —Además se moría por quitarle
las mallas y eso no podía verlo el niño. —Largo.
El niño gruñó saltando de la cama y la besó en la mejilla.
—Hasta mañana, cielo.
—¿El próximo fin de semana también iremos al lago?
—Si tu padre puede, claro.
—Estupendo. —Joss abrió la puerta y se volvió. —Eres la
mamá que siempre he querido tener.
Le miró emocionada. —Te quiero.
—Y yo a ti.
Segundos después de salir de la habitación la risa de Joss le
hizo sonreír y se levantó rápidamente para quitarse el vestido
quedándose con la ropa interior rosa que había comprado al
mediodía. Se tumbó sobre la cama poniendo una postura sexy
y sonrió. La puerta se abrió y Lawton mirando hacia su hijo
dijo —Nada de ver la tele o leer. A dormir.
—Sí, papá.
Cuando su prometido se volvió la miró de pies a cabeza y
carraspeó —Bueno, pon la tele si quieres, pero con el volumen
bien alto.
Raquel soltó una risita al verle con las mallas. Eran
demasiado pequeñas y se le marcaba todo. De hecho, de largo
le quedaban por debajo de la rodilla. —Estás…
Él cerró la puerta. —No voy a ponerme esto. Es indecente.
Le miró entre las piernas y vio cómo su miembro se
endurecía. —Sí es indecente —dijo con voz ronca antes de
lamerse el labio inferior mientras su sangre corría alocada por
sus venas—. Ven aquí coronel, que te ayudo a quitártelas.
—Lo estoy deseando. —Se bajó los tirantes y ella se
arrodilló sobre la cama acariciando su pecho antes de besarlo
hasta llegar a sus tetillas. Lawton cerró los ojos mientras tiraba
de sus mallas hacia abajo hasta su trasero y sus labios bajaron
hasta el vello de su sexo antes de lamer su piel hasta su
ombligo. —Joder —susurró él enterrando sus enormes manos
en sus rizos—. Nena, me estás matando.
—Pues acabo de empezar. —Tiró de sus mallas hasta dejar
su duro miembro al descubierto mientras él la miraba. Cargada
de deseo levantó la vista hasta sus ojos y sacó su lengua
rozando la punta de su sexo. Lawton se estremeció con fuerza
con la respiración agitada. —¿Te gusta, mi amor? —preguntó
antes de lamerla de nuevo hasta la base. Gimió de placer y
sintiéndose muy excitada regresó a la punta, pero antes de
darse cuenta estaba tumbada de espaldas con él encima. Jadeó
por su ímpetu antes de que la besara como si quisiera robarle
el aliento y cuando se apartó, sus labios bajaron por su cuello
mientras sus manos tiraban de sus braguitas hacia abajo.
Cuando él juró por lo bajo, rio viendo cómo se arrodillaba ante
ella para quitárselas del todo. La miró a los ojos y cogiéndola
por el interior de las rodillas para pegarla a su sexo susurró —
Te quiero, nena. —Entró en ella de un solo empellón y Raquel
se retorció apretando la almohada con fuerza. No le dio tregua
y fue duro y exigente entrando en ella una y otra vez hasta que
se retorció de necesidad por liberarse. —Córrete, preciosa. —
Acarició su clítoris con el pulgar suavemente llevándola al
límite y con un último empellón ambos estallaron en un
intenso orgasmo que les estremeció.
Lawton se tumbó a su lado y suspiró pegándola a él. —Te
quiero —susurró ella acariciando su pecho.
—¿Eso significa que no tengo que ponerme esto?
—Sí.
Él sonrió y acarició su espalda hasta llegar a su trasero. —
¿Y a quién subirás al escenario?
Soltó una risita. —El disfraz es de mujer, cielo. Le daré el
papel a la madre de Stayce que está deseando salir en la
función.
La miró sorprendido. —Eres muy mala, señora Sanders. —
Le hizo cosquillas y ella rio tumbándose de espaldas.
—Todavía no soy la señora Sanders.
—Pero lo serás. —Besó su labio inferior y Croquer ladró
en el piso de abajo. Lawton se tensó apartándose.
—Será una liebre. Le vuelven loco. —Intentó besarle de
nuevo, pero Lawton se levantó quitándose las mallas del todo
y cogiendo una pistola que tenía en la mesilla de noche. —
¿Lawton? —preguntó preocupada.
—Vete con Joss —susurró advirtiéndola con la mirada.
Se levantó a toda prisa mientras él apagaba la luz y Raquel
se puso rápidamente el vestido y las manoletinas saliendo de la
habitación a toda pastilla. Joss ya estaba dormido con la tele
encendida y cerró la puerta suavemente para no despertarle.
Apagó la televisión y se quedó a su lado. Inquieta se acercó al
costado de la ventana y apartó un poco la cortina. La luz de la
luna mostraba los campos y se le cortó el aliento al ver a un
hombre de negro detrás de su coche apuntando hacia la casa
con lo que parecía una ametralladora. Croquer había dejado de
ladrar seguramente por la orden de Lawton y asustada se
acercó a la cama y movió el hombro de Joss que gimió
abriendo los ojos. —¿Mamá?
—Los hombres malos han vuelto. —El niño la miró a los
ojos y en silencio se sentó. —Las zapatillas, cielo —susurró
agachándose ante él para que se las pusiera. Joss se puso de
pie y ella se apretó las manos angustiada.
—Al desván. Robert salió por allí cuando arregló el tejado
—susurró Joss—. Nos podemos esconder detrás de la
chimenea.
No era mala idea. —Vete tú —susurró—. Tu padre…
—No, ven también. Papá sabe cuidarse solo. Deprisa. Son
órdenes.
Mosqueada por sus palabras salió tras él de la habitación.
¿Órdenes? ¿Había instruido a su hijo en caso de ataque? ¿Y él
diciéndole que les habían cogido a todos y que estaban a
salvo! Uy, cuando le pillara…
Dejándola de piedra tiró de una cuerda escondida en el
marco de una puerta pintada de blanco y la despegó de la
pared para tirar de la trampilla que llevaba al desván.
Silencioso como un gato empezó a subir y le hizo un gesto con
la mano para que le siguiera. Raquel puso los ojos en blanco
subiendo los escalones y cuando llegó arriba el niño puso un
dedo sobre su boca para que se mantuviera en silencio antes de
tirar de la cuerda cerrando la trampilla. Ahora desde abajo no
se podía subir a no ser que fuera desde una escalera. Como si
supiera muy bien lo que hacía, se acercó a una ventanita y
pulsó el botón verde que había en una cajita al lado de la
ventana. Ella entrecerró los ojos mirando la caja. ¡Tenía la casa
fortificada! Chasqueó la lengua y Joss la miró como si hubiera
cometido un delito grave antes de salir por la ventana
manteniéndose agachado y le indicó con las manos que hiciera
lo mismo. Raquel salió al tejado esperando que no hubiera aire
porque no llevaba bragas. Casi a cuatro patas siguió a Joss
hasta la enorme chimenea y se escondió a la sombra de la luna
indicándole con la mano que se diera prisa. Cuando se sentó a
su lado le susurró —Silba con fuerza para que te oiga papá.
Hasta a ella la habían metido en el plan. Como siempre.
Metió los dedos en la boca debajo de la lengua y silbó lo más
fuerte que pudo. En ese momento algo que no pudo identificar
saltó por los aires y Raquel chilló del susto. Joss le dio un
codazo, pero ella no le hizo caso acercándose al borde de la
chimenea para ver una rueda de coche sobre el tejado.
Entrecerró los ojos. ¡Le había volado el coche! ¡Si no se lo
cargaban esos tipos, le molía a golpes!
Un quejido de dolor la sobresaltó y asustada miró a Joss
que negó con la cabeza. ¡Aquel pequeño Rambo la estaba
poniendo de los nervios! Escuchó otra explosión y gimió
apoyando los codos en las rodillas tapándose los ojos.
Esperaba que no fuera otro coche porque a ver cómo salían de
allí.
En ese momento escucharon el sonido del helicóptero y
Joss sonrió. —La caballería.
—¿No me digas? —preguntó con ganas de matar a alguien.
—¿Estás enfadándote otra vez?
—¡Sí!
—No podíamos decírtelo. Te asustaste un poco en la otra
operación y no queríamos ponerte nerviosa de nuevo.
Tranquila, que seguro que ahora se acaba todo. Ya los habían
pillado a casi todos.
—¿No me digas? —preguntó con burla levantándose
furiosa—. ¡Me tenéis harta!
Algo le golpeó el costado y la desequilibró cayendo por el
tejado. Consiguió sujetarse al canalón mientras Joss gritaba de
miedo llamando a su padre.
Gritó mirando hacia abajo porque había unos seis metros
de altura y se rompería las piernas. Un hombre vestido de
negro llegó hasta ella con una ametralladora y Raquel gritó de
miedo intentando subir antes de que le pegara un tiro.
—¡Nena, deja de gritar!
El tipo se quitó la capucha y ella suspiró del alivio al
reconocer al capullo de su novio. —¡Bájame de aquí!
—¡Déjate caer!
—¿Estás loco? ¿Quieres matarme? ¡Aunque no sé por qué
pregunto eso cuando es evidente que te da igual!
—¿Estás cabreada? ¡Joss no la cojas! ¡Te tirará con ella!
Levantó la vista hacia el niño que estaba asustado. —No
pasa nada que… —Se le soltó una mano y gritó de miedo.
Varios soldados se acercaron a su hombre y miraron hacia
ella con curiosidad. —¡Vista al frente! —ordenó Lawton
cabreado—. ¡Raquel déjate caer! Yo te cojo.
—¡Ni de coña! ¿Estás loco?
—Nena, no llevas bragas y está aquí mi unidad. Aunque no
han visto nada, ¿verdad chicos?
Chilló al escuchar varias risitas y se dejó caer porque
prefería romperse las piernas a seguir enseñando el culo.
Cuando cayó sobre algo miró al cielo suspirando del alivio. —
Estoy viva.
Un soldado se puso sobre ella antes de mirar hacia abajo.
—Señorita, está viva de momento. Pero ese tiro no tiene buena
pinta.
Ella sonrió. —Ah, no. Esta vez estoy limpia. No me ha
disparado nadie.
—Coronel…
Asombrada vio como se ponía ante ella y miró hacia tras
para ver un soldado que no conocía de nada intentando
levantarse. —¡Lawton! ¿Quién es este?
—Es McDougal, nena. Tiene los brazos más fuertes que
conozco. —Se arrodilló a su lado rasgando la tela del vestido y
alucinada vio un agujerito por el que salía bastante sangre. —
Vaya.
—¿Vaya? —gritó histérica—. ¿Disparan a tu novia y es lo
que tienes que decir?
—Tranquila, no es grave.
No se lo podía creer. —Te… te…
—Me quieres, lo sé. —La besó en la frente. —No pasa
nada, nena… Ahora te atienden. Sargento.
—¿Si, coronel?
—El helicóptero.
—Ahora mismo, coronel.
—No te has licenciado, ¿verdad?
Las risas de sus hombres le hicieron gritar —¡Silencio! —
Le señaló con el dedo. —Y a ti… ¡No te has licenciado! —
gritó furiosa.
—Señora, que tiene treinta y seis años… ¿Qué va a hacer?
¿Plantar lechugas el resto de su vida cuando puede llegar a ser
general con cincuenta?
—Cuarenta y cinco —dijo Joss desde arriba.
—Joder, sangra mucho. ¿Dónde está el helicóptero?
—De camino, coronel. Estaba de regreso a la base al no
haber objetivos activos.
—¿Y si no había objetivos activos quién me ha disparado a
mí? —preguntó antes de mirar su herida de nuevo.
El coronel se incorporó lentamente y todos se miraron. —
Eso, ¿quién le ha disparado a ella?
McDougal empezó a sudar y todos le fulminaron con la
mirada. —No sabía que estaba arriba. Vi un objetivo y…
—¡Arrestado! —gritó el coronel furioso antes de que el
hombre se desmayara allí mismo tan grande como era.
Raquel le miró con adoración. —Cielo, ¿cómo lo has
hecho?
—Práctica. A este se le va a caer el pelo.
—Bah, seguro que lo hizo sin querer. —Todos sonrieron.
—Es que las armas son muy peligrosas. —Asintieron dándole
la razón. —¿Me habéis volado el coche?
—Nena…
En ese momento se desmayó dándoles un susto de muerte
hasta que el coronel le tocó el pulso. —¡Quiero el maldito
helicóptero aquí ya!
Capítulo 13

Alguien le cogía la mano y sonrió sin abrir los ojos porque


su cuerpo le decía que debía seguir durmiendo. Escuchó un
suspiro, pero estaba tan cansada que no se movió.
—No se ha despertado —dijo Lawton como si estuviera
decepcionado.
—El doctor ha dicho que tardará unas horas.
—Mierda.
—Yo que tú no querría que se despertara todavía, porque te
va a poner fino, papá.
—¿No me digas?
—Pues a ver cómo le dices que nos vamos —susurró Joss
—. No le va a gustar.
—No es culpa mía que tuviera que seguir con la tapadera.
Y esto tampoco.
—Si le hubieras dicho la verdad…
—Sabes de sobra que ya estaba furiosa. Si le hubiera dicho
que tenía razón y que quedaban tres por coger no me hubiera
hablado jamás. Y a ti tampoco. Hubiera salido espantada.
¿Qué iba a hacer si me ordenaron continuar hasta que esos
picaran el anzuelo creyendo que yo iba a ser un testigo clave
en el juicio? Necesitábamos las pruebas. Y los cogimos. Ahora
el círculo está cerrado. Y los interrogatorios me han dado la
razón.
—Pues a ver si ella no se lo va a creer y no nos quiere ver
más —dijo Joss preocupado—. Como el cuento ese donde se
dice una y otra vez que viene el lobo. Y cuando viene de
verdad nadie cree al tipo.
Qué listo era su Joss. Claro que no se creía nada.
—Hablaré con ella. Lo entenderá.
Y una leche.
—Pues cuando se entere del traslado… Filipinas no le
gustó a la tía. De hecho, se largó a Florida y no ha vuelto.
Cuando la vimos la última vez dijo que no volvía ni loca
porque estaba harta de tanto traslado. ¿Y si ella no quiere
venir? ¿Mi hermanito nacerá aquí?
Lawton suspiró. —No lo sé, Joss. Intentaré arreglarlo, ¿de
acuerdo?
¿Filipinas? ¿Hermanito? ¿Qué hermanito? Hizo cálculos
mentales. Mierda, ¿ahora? Sin poder creérselo abrió los ojos
como platos y Lawton sonrió. —Hola, nena. —Se levantó
colocándose sobre ella. —¿Cómo estás? ¿Te duele mucho?
McDougal está muy arrepentido.
Entrecerró los ojos. —¿Quién?
Forzó una sonrisa. —El que te disparó. Te ha enviado esas
flores.
Le cogió por la camisa del uniforme acercándole a su cara
y siseó —¿Filipinas?
—Vaya estabas despierta. Lo has hecho muy bien. Ni me
había dado cuenta.
—¿Filipinas? ¡Ni tu tía quiere ir a Filipinas! —le gritó a la
cara —. Por cierto, ¿no se había roto la cadera?
—Si reanudábamos nuestra relación después de decirte que
me había licenciado, podrías preguntarme quién se ocupaba
del niño durante mis anteriores misiones y no podía mentirte
diciéndote que le dejaba con niñeras. Pensarías que era un
irresponsable. Debía decirte que siempre ha tenido una figura
estable a su lado y esa ha sido la tía. Pero si añadíamos que no
había querido venir a Montana después de que criara al niño
desde que nació, creerías que ocurría algo raro y no quería
asustarte más. Tenías que creer que la tía no estaba con
nosotros porque algo se lo impedía. En una misión hay que
pensar en los detalles. Son importantes. —Carraspeó por su
mirada de incredulidad. —Nena, si quiero ascender… Corea
del Norte nos está dando problemillas y…
¡Estaba loco! ¡Estaba enamorada de un chiflado! —
¡Filipinas!
—No, no le gusta el destino. Lo que yo decía. —Joss
suspiró decepcionado. —Qué complicadas son las mujeres.
Raquel negó con la cabeza sin dejar de mirar sus ojos. —Ni
hablar.
—No te pongas nerviosa que…
—No voy a parir en Filipinas.
—Oye mamá, allí también hay doctores. Una vez me
salieron unos granos en la barriga… —Raquel fulminó con la
mirada a Joss que forzó una sonrisa. —¿Puedo ir a por una
cola a la máquina?
—¡No!
El niño hizo una mueca antes de que Raquel mirara
fijamente a Lawton. —Mira, esto va a así. Yo me comprometí
con un agricultor y es lo que quiero. Te conocí como agricultor
y me comprometí creyendo que habías dejado el ejército.
¡Ahora no me vengas con rollos! ¿Filipinas, Lawton? ¡Tienes
que estar mal de la cabeza!
—Nena, sé razonable.
—¡Razonable y una leche! ¡Me han pegado dos, dos tiros
por tu culpa! Ni de coña me voy a ningún sitio. ¡Si te quieres
quedar pues estupendo y sino, buen viaje!
Hizo una mueca forzando una sonrisa antes de mirar a su
hijo. —No, no se lo ha tomado bien.
—Te lo dije.
—Filipinas —refunfuñó—. ¿Se ha terminado de veras o
cuando tenga al bebé van a saltar sobre mí cuatro
encapuchados con ganas de guerra?
—Se ha terminado, cielo. No volveré a hacer ese tipo de
misiones nunca más.
—A no ser que te lo ordene el estado mayor —dijo con
mala leche. Lawton no contestó—. Estupendo. Pues no metas
al niño.
—¡Eh! —protestó el niño.
—¡Ni a mí!
—Ni al bebé —dijo él reprimiendo una sonrisa—. No me
lo habías dicho.
—¿Cómo te lo iba a decir si no lo sabía?
—¿Ves, papá? La cigüeña no la había avisado.
—Es que no le dio tiempo, viene de muy lejos.
—Lawton, te está tomando el pelo. Sabe de sobra de dónde
vienen los niños —dijo cansada.
Su prometido parpadeó sorprendido. —¿Y cómo lo va a
saber si no se lo he explicado? —Le miraron como si fuera
tonto. —¿Se lo habéis dicho en el colegio? ¡Tiene nueve años!
—¡Pues para informarle de lo que es una misión de
combate no te cortas un pelo! —le gritó a la cara—. Si me
descuido le enseñas lo que es una granada.
Se hicieron los tontos y Raquel gruñó —No me lo puedo
creer. ¡Lawton!
—Era de plástico. No era real.
—¡Me da igual! ¡Tiene nueve años!
—Sí, eso decía yo. ¿No crees que explicarle lo que es el
sexo tan joven es contraproducente?
—¡Tú sí que eres contraproducente como demuestra que
esté aquí tirada!
Lawton sonrió. —Te lo perdono porque estás
convaleciente.
—¡Por tu culpa!
—Nena, sobre Filipinas…
—¡No!
—¿Es tu última palabra?
—¡Sí!
—Vale, pues dejo el tema. Pero es un país fascinante.
—¡Levanta ese culo y llama al doctor para que me dé algo
que me deje grogui y que así no pueda oírte más!
—¿Sabes que cada vez te pareces más al sargento que me
instruyó? Se te está poniendo un carácter… ¿Son las
hormonas, cielo?
Le miró como si quisiera matarle. —Aborta papá, tiene la
mirada de te expulso del cole.
—Sí, será mejor que lo dejemos. —Sonrió dándole un beso
en los labios, pero ella ni los movió tiesa como un garrote. —
Avisaré al doctor de inmediato. Enseguida descansarás.
—¿No me digas?
Le vio salir de la habitación guapísimo con ese uniforme
que le quedaba de muerte y miró al niño con los ojos
entrecerrados. —¿Cuál es su táctica de ataque?
—Todavía no lo sé.
—Más te vale que cuando te enteres me lo digas, porque si
no te voy a tirar tanto de las orejas que vas a parecer Dumbo.
—¡Mamá! ¡No puedo ser agente doble!
Entrecerró los ojos. —Muy bien, negociemos un trato
justo.

Cinco días después Raquel salía del hospital de Great Falls


y Lawton la ayudaba a subir al coche. Le habían hecho un
reconocimiento y el bebé seguía en su sitio, cosa que les
alegró mucho. Sentada a su lado le sonrió de la que regresaban
a casa. —¿Qué quieres? ¿Niño o niña?
—Me gustaría una niña, ya que tenemos a Joss.
—Sí, a mí también. Pero si nos sale como Joss estaría
encantada. —Él sonrió y le cogió la mano para besársela. —
¿Has hablado con tus superiores? ¿A dónde te van a destinar
después del permiso? Tengo que decir que no regreso al
colegio y… —Le miró ilusionada. —¿Te pueden destinar a
Hawái?
La miró de reojo y carraspeó. —Filipinas está casi tan bien
como Hawái.
Se echó a reír. —Cuéntame otra. No.
—Nena…
—No fastidies, Lawton. Ya lo hemos hablado.
—Sólo serán dos años, tres como mucho.
Abrió los ojos como platos. —¡Antes muerta!
—Está bien… A ver cómo lo arreglo.
—¡Me importa un pito cómo lo arregles, pero arréglalo ya!
—Se tocó el costado. —Leche lo que duele esto.
—En cuanto lleguemos a casa te tomas las pastillas.
—¿Cómo está Croquer?
—Te ha echado de menos. —Sonrió divertido. —Te lo digo
todos los días.
—¿Ha comido bien?
—Ha comido muy bien.
Tomó aire mirando la carretera. —Tienes que parar en la
tienda, quiero helado.
—Nena, hay helado en casa.
—Lo quiero de pistacho.
—No, de pistacho no hay. ¿Es un antojo?
—Claro que no. Es un capricho. —Él se echó a reír y
Raquel sonrió. —¿Me consentirás en todo?
—No nos pasemos… Que aún queda mucho embarazo.
Suspiró encantada de volver a casa. —¿Cómo va la obra?
Ya no queda mucho para la función.
—Joss se pasa todo el día cantando la maldita canción.
Dice que quiere darte una sorpresa y ser el mejor de la obra.
—Que rico, mi niño.
La miró con amor. —Le quieres, ¿verdad?
—Me enamoré de él antes que de ti —dijo levantando la
barbilla. Lawton se echó a reír a carcajadas y le miró
asombrada—. ¿Qué?
—Serás mentirosa.
—¡Es cierto!
—Me echaste el ojo cuando abriste la puerta aquella
mañana. Te quedaste con la boca abierta y eso que estaba
lisiado —dijo entre risas—. Si me llegas a ver con el uniforme
y recuperado, te desmayas allí mismo.
Se sonrojó con fuerza. —Menuda mentira. Si estaba medio
dormida.
—Y cuando fuiste a casa cargada de comida, ¿eh?
Soltó una risita. —Vale, te había echado el ojo. Me dabas
mucha pena y me necesitabais.
La miró con amor. —Eso es cierto, nena. No sabes cómo te
necesitábamos.
Encantada sonrió. —Te quiero.
—Lo sé. Sobre Filipinas…
—¡Lawton, tengamos la fiesta en paz!
Llegaron al aparcamiento del supermercado de las afueras
del pueblo y ella se quedó sentada en el coche mientras
Lawton iba a comprar helado y leche para el desayuno.
Distraída miró a su alrededor y abrió los ojos como platos al
ver a Robert caminando decidido hacia una mujer que estaba
despaldas metiendo las compras en un maletero. Él la llamó
agresivo y al volverse Raquel se tensó al darse cuenta de que
era Lisa que le miró asustada. Entrecerró los ojos al ver como
su amiga metía las bolsas a toda prisa en el coche e iba a cerrar
la puerta del portaequipajes cuando él llegó a su lado
cogiéndola del brazo con rudeza. —Será cabrón.
Se bajó del coche apretándose el costado y caminó con
paso firme hacia ellos para escucharle decir —¡Así que vas a
denunciarme! ¡Te has puesto de acuerdo con tu amiguita para
joderme la vida!
—¡Suéltame Robert!
Raquel pasó al lado de un carrito que llevaba unos palos de
golf y cogió uno dejando a su dueño con la boca abierta. —Se
lo devuelvo ahora —dijo sin detenerse hirviendo de furia al
ver la cara de miedo de su amiga.
—Te lo advertí la otra vez, zorra. ¡Si crees que esa puta va
a conseguir algo en el juzgado estás equivocada! Ni siquiera
me ha denunciado. Así que vete pensando en cambiar de
opinión porque te aseguro que lo vas a pasar mal. Conmigo no
juegues.
—Ni conmigo —dijo Raquel tras él antes de golpearle con
el palo en el interior de la rodilla. Robert gritó cayendo ante
Lisa de rodillas, que chilló soltándose antes de ponerse al lado
de Raquel que sonrió maliciosa—. Robert, me estás
demostrando que eres más gilipollas de lo que pensaba.
—Serás puta. —Gimió llevándose la mano a la pierna.
—¿Ves? Gilipollas, lo que yo decía. —Levantó el palo
golpeándole con fuerza en el trasero y él gimió cayendo de
costado. —Vuelve a acercarte a Lisa o a mí y le diré a mi
prometido que te haga una visita. ¿Le conoces? Es el coronel y
es capaz de matar sólo con sus manos. Es al que intentaste
pegar y ni le tocaste. Pero claro es que tú sólo puedes con las
chicas.
—Arréale otra vez —dijo Lisa con ganas de sangre.
Levantó una ceja y le tendió el palo. —Tú misma.
Robert la miró asustado. —¡No, no se lo des!
Lisa se lio a mamporrazos demostrando que estaba de los
nervios y Raquel gimió cuando le pegó con fuerza en la
espalda. Le estaba dejando baldado a leches cuando alguien la
sujetó por la cintura quitándole el palo de golf. —¿Estás loca?
Raquel se volvió y sonrió a su hombre. —Hola cielo, nos
hemos encontrado con Robert.
Lawton miró hacia abajo. —Ah, que es ese.
—Sí, estaba intimidando a Lisa y le estábamos diciendo
que eso no se hace.
—Sí, era una lección. Deformación profesional —dijo Lisa
haciendo una mueca viendo como Robert gemía porque no
podía ni levantarse.
—¿Me devuelven el palo?
Se volvieron hacia el hombre que esperaba pacientemente y
Lawton se lo entregó. —Gracias, ha sido muy amable.
—Cuando quieran.
—No creo que lo necesitemos de nuevo —dijo Raquel con
una sonrisa de oreja a oreja—. Pero gracias.
—Nena, vete al coche.
Entrecerró los ojos. —¿Qué vas a hacer?
—Podemos deshacernos de él —dijo Lisa demostrando que
no se había quedado a gusto—. Ayúdame a meterlo en el
portaequipajes. Ese señor tiene pinta de que no va a chivarse.
Lawton levantó una ceja mirando a Raquel. —Joder con tu
amiga.
—La tiene muy harta, se nota.
—Eso ya lo veo. —Su prometido se agachó cogiendo a
Robert por el cabello y miró alrededor antes de ponerle un
cuchillo de combate bajo la barbilla. Robert le miró asustado.
—Mira, hijo de puta… Tienes dos opciones. O quedarte en el
pueblo y morir porque tarde o temprano me vas a tocar los
huevos y voy a tener que matarte o largarte del pueblo para
seguir tocando los huevos por ahí sin que yo lo vea.
—Me voy —dijo asustado.
—Eso pensaba. —Se incorporó y le pegó una patada en el
costado que le robó la respiración. —Eso por tocar a mi mujer.
Tienes suerte de que me pillas en un buen día.
Raquel sonrió encantada. —Cariño, ¿me has traído el
helado?
—Claro que sí, mi amor.
Ella fulminó a Robert con la mirada. —¿Ves lo que es ser
un hombre? ¡A ver si aprendes!
Lisa chasqueó la lengua. —¿Qué hago? ¿Me voy? Tengo
que pasar por encima de él al dar marcha atrás.
—Cariño…
Lawton le cogió por la cinturilla de los vaqueros y la
camiseta tirándolo dos metros más allá donde estaba una plaza
vacía. —Asunto solucionado.
Lisa sonrió. —Gracias, chicos.
—Ha sido un placer. —Lawton la cogió por la cintura
llevándola hasta el coche y la besó en la sien. —¿Te has
quedado a gusto?
—¡Ha sido genial! La adrenalina se ha disparado y me
siento… ¿Te sientes así cuando trabajas?
Lawton asintió abriendo la puerta de su coche. —Algo así,
pero multiplicado por cien. Esto a mí ya no me afecta.
—Debe ser genial.
—Tú sí que eres genial. —La besó en los labios antes de
cerrar la puerta para rodear el coche y subirse tras el volante.
—Mierda, me he dejado el helado atrás.
—No pasa nada. Me lo comeré en casa. —Le miró de reojo
mientras salían del aparcamiento sin fijarse en la gente que
empezaba a arremolinarse alrededor de Robert y pensó en que
su trabajo debía ser muy importante para él. Que debía amarlo
como la amaba a ella y no era justo que por estar a su lado
renunciara a su otro amor.
Se quedó en silencio el resto del camino y cuando llegaron
a casa Croquer se tiró apoyándose en sus hombros para
lamerle la cara, demostrando todo lo que la había echado de
menos. Después se pasaron hablando un rato con la madre de
Stayce sobre su salud ya que la mujer había llevado a Joss a
casa y se había quedado con él para cuidarle hasta que
llegaran. —Todo está muy bien, gracias.
—¿Tendremos más de esas operaciones por el pueblo,
coronel? —preguntó la mujer divertida.
—Se han terminado.
—Pues es una pena. Nos daba cotilleo para una temporada.
Lo del tiro de Raquel nos ha dado para mucho.
Se echaron a reír y se despidieron de ella. Joss la abrazó
con cuidado y ella se agachó para besarle en la mejilla. —¿Has
hecho la cena?
—Papá ya se había encargado. Adivina.
—Dime.
—¡Hay comida china para cenar!
Miró a Lawton divertida porque no se daba por vencido. —
¿No me digas? ¿Aprendiste a cocinarla cuando estuviste en
Filipinas?
—Preciosa, es precocinada. Es lo más exótico y próximo a
Filipinas que he encontrado en el supermercado.
Se echó a reír entrando en la casa sintiéndose muy feliz. —
Cómo me alegro de estar en casa.

Estaban tumbados en la cama horas después y Lawton leía


una revista del ejército. Ella apartó su libro porque no podía
dejar de pensar en ello y le miró. —Te gusta mucho tu trabajo,
¿verdad?
—Claro que sí. Le he entregado mi vida. He sacrificado
muchas cosas por él. —La miró de reojo. —Nena, si me
preguntas eso porque quieres que me licencie…
—¿Lo harías?
Apretó los labios antes de mirarla de nuevo. —Sí, por ti lo
haría. Si para tener una vida juntos tengo que renunciar al
ejército, lo haría porque te quiero y me dado cuenta de que te
necesito en mi vida.
Le miró emocionada. —¿De verdad, mi amor?
Él sonrió tirando la revista al suelo y poniéndose de
costado para mirarla. Cogió uno de sus rizos rubios y susurró
—Te quiero, nena. Soy feliz a tu lado. Nunca creí que pudiera
ser tan feliz.
—A mí me pasa lo mismo.
—¿Quieres que lo haga?
Raquel sonrió dándole un suave beso en los labios. —
Precisamente porque te quiero nunca te pediría eso. Y
precisamente porque te quiero me iré contigo a Filipinas.
Él se echó a reír abrazándola. —Prometo que allí la comida
china precocinada es mucho mejor.
—Eso espero o me saldrá una úlcera.
Lawton la besó apasionadamente y se apartó mirándola
como si la quisiera más que a nada. —Sólo quiero que seas
feliz, nena. Lo deseo más que nada. Que tú y Joss seáis felices
a mi lado.
—Pues vas por buen camino. Al principio eras algo
gruñón, pero has mejorado mucho.
—No has visto nada, preciosa.
Epílogo

Lawton entró en casa con unas cartas en la mano y ella que


estaba de rodillas en el salón metiendo los libros en cajas le
miró. —¿Sabes cariño? Lisa ha cambiado los dos billetes para
un supercrucero por el mediterráneo. —Vio que daba vuelta a
una carta leyendo con el ceño fruncido el remitente. —¿Ha
llegado el correo?
—Es el de tu casa. De la que venía de recoger a Joss del
cumpleaños le he echado un ojo para asegurarme de que todo
estaba en orden. Por cierto, la agente inmobiliaria ya ha
encontrado comprador.
—Es estupendo.
Sin darle importancia metió más libros en la caja. —Nena,
¿quiénes son Robson, Lewis y Bronson?
Se mordió el labio inferior cogiendo el siguiente montón
para meterlos en la caja. —¿Raquel? —Él la miró fijamente.
—Parecen abogados. ¿Es por la casa de tu abuela? Decidimos
no venderla para tener una vivienda aquí. Y ya hemos
arrendado esta.
—No, no es por la casa de la abuela. Bah, no hagas ni caso.
Será publicidad. —Lawton frunció el ceño abriendo el sobre.
—¡Eh, que es para mí! —Leyó la carta rápidamente antes de
mirarla atónito. Ella forzó una sonrisa. —Te dije que tenía
dinero. ¿Recuerdas que te lo dije cuando creía que eras un
mafioso?
—¡Qué tenías dinero, no que eras millonaria!
—Has visto la casa de mi abuela. Tenías que imaginarte…
—Por su cara no se había imaginado nada. —Bueno, ¿y qué
más da?
Lawton no podía creérselo y se dejó caer sobre el sofá. —
¿Por qué no me lo dijiste?
—Nunca he tocado ese dinero. —Se encogió de hombros.
—Era de mis padres.
—Nena, nunca quieres hablarme de ellos y…
—No me querían. No hay nada que decir.
—Tienes eso enquistado y no puede ser bueno.
Ella apretó los labios y agachó la mirada algo avergonzada.
—Me abandonaron en un carísimo y exclusivo colegio
privado. Mi abuelo les dejó un montón de dinero que mi padre
supo administrar muy bien. Eso es todo. Las vacaciones las
pasaba con la abuela que tampoco los veía nunca. No recuerdo
un cumpleaños donde estuvieran ellos. Casi no los conocía y
cuando murieron en un accidente de avioneta, tampoco lo sentí
demasiado porque ya había llorado años por su ausencia.
Lawton se levantó cogiéndola para abrazarla con fuerza. —
Dios mío, nena… Si es posible después de oírlo te amo
todavía más.
Le miró sorprendida. —¿Por qué?
—Porque has superado eso amando a los que te rodean por
encima de todo, cielo. Eres mucho más valiente que yo. Te
entregaste a mí sin reservas y me has perdonado aunque te he
hecho daño. Te admiro mucho más que hace unos minutos.
—Es que eres irresistible. Y estás para comerte con el
uniforme. —Le besó en los labios. —Soy tuya, ¿recuerdas?
La miró posesivo. —Sí, nena. Eres mía y te cuidaré
siempre como mereces. Me has enseñado lo que es el amor.
—Lo mismo digo, mi vida —susurró antes de atrapar sus
labios.
FIN

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva


varios años publicando en Amazon. Todos sus libros han sido
Best Sellers en su categoría y tiene entre sus éxitos:

1- Vilox (Fantasía)

2- Brujas Valerie (Fantasía)

3- Brujas Tessa (Fantasía)

4- Elizabeth Bilford (Serie época)

5- Planes de Boda (Serie oficina)

6- Que gane el mejor (Serie Australia)

7- La consentida de la reina (Serie época)

8- Inseguro amor (Serie oficina)

9- Hasta mi último aliento

10- Demándame si puedes

11- Condenada por tu amor (Serie época)

12- El amor no se compra


13- Peligroso amor

14- Una bala al corazón

15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el

tiempo.

16- Te casarás conmigo

17- Huir del amor (Serie oficina)

18- Insufrible amor

19- A tu lado puedo ser feliz

20- No puede ser para mí. (Serie oficina)

21- No me amas como quiero (Serie época)

22- Amor por destino

23- Para siempre, mi amor.

24- No me hagas daño, amor (Serie oficina)

25- Mi mariposa (Fantasía)

26- Esa no soy yo

27- Confía en el amor

28- Te odiaré toda la vida

29- Juramento de amor (Serie época)

30- Otra vida contigo


31- Dejaré de esconderme

32- La culpa es tuya

33- Mi torturador (Serie oficina)

34- Me faltabas tú

35- Negociemos (Serie oficina)

36- El heredero (Serie época)

37- Un amor que sorprende

38- La caza (Fantasía)

39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos)

40- No busco marido

41- Diseña mi amor

42- Tú eres mi estrella

43- No te dejaría escapar

44- No puedo alejarme de ti (Serie época)

45- ¿Nunca? Jamás

46- Busca la felicidad

47- Cuéntame más (Serie Australia)

48- La joya del Yukón


49- Confía en mí (Serie época)

50- Mi matrioska

51- Nadie nos separará jamás

52- Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)

53- Mi acosadora

54- La portavoz

55- Mi refugio

56- Todo por la familia

57- Te avergüenzas de mí

58- Te necesito en mi vida (Serie época)

59- ¿Qué haría sin ti?

60- Sólo mía

61- Madre de mentira

62- Entrega certificada

63- Tú me haces feliz (Serie época)

64- Lo nuestro es único

65- La ayudante perfecta (Serie oficina)

66- Dueña de tu sangre (Fantasía)


67- Por una mentira

68- Vuelve

69- La Reina de mi corazón

70- No soy de nadie (Serie escocesa)

71- Estaré ahí

72- Dime que me perdonas

73- Me das la felicidad

74- Firma aquí

75- Vilox II (Fantasía)

76- Una moneda por tu corazón (Serie época)

77- Una noticia estupenda.

78- Lucharé por los dos.

79- Lady Johanna. (Serie Época)

80- Podrías hacerlo mejor.

81- Un lugar al que escapar (Serie Australia)

82- Todo por ti.

83- Soy lo que necesita. (Serie oficina)

84- Sin mentiras


85- No más secretos (Serie fantasía)

86- El hombre perfecto

87- Mi sombra (Serie medieval)

88- Vuelves loco mi corazón

89- Me lo has dado todo

90- Por encima de todo

91- Lady Corianne (Serie época)

92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos)

93- Róbame el corazón

94- Lo sé, mi amor

95- Barreras del pasado

96- Cada día más

97- Miedo a perderte

98- No te merezco (Serie época)

99- Protégeme (Serie oficina)

100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor

102- Vilox III (Fantasía)


103- Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)

104- Retráctate (Serie Texas)

105- Por orgullo

106- Lady Emily (Serie época)

107- A sus órdenes

108- Un buen negocio (Serie oficina)

109- Mi alfa (Serie Fantasía)

110- Lecciones del amor (Serie Texas)

111- Yo lo quiero todo

112- La elegida (Fantasía medieval)

113- Dudo si te quiero (Serie oficina)

114- Con sólo una mirada (Serie época)

115- La aventura de mi vida

116- Tú eres mi sueño

117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)

118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)

119- Sólo con estar a mi lado

120- Tienes que entenderlo


121- No puedo pedir más (Serie oficina)

122- Desterrada (Serie vikingos)

123- Tu corazón te lo dirá

124- Brujas III (Mara) (Fantasía)

125- Tenías que ser tú (Serie Montana)

126- Dragón Dorado (Serie época)

127- No cambies por mí, amor

128- Ódiame mañana

129- Demuéstrame que me quieres (Serie oficina)

130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)

131- No quiero amarte (Serie época)

132- El juego del amor.

133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)

134- Una segunda oportunidad a tu lado (Serie


Montana)

135- Deja de huir, mi amor (Serie época)

136- Por nuestro bien.

137- Eres parte de mí (Serie oficina)

138- Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)


139- Renunciaré a ti.

140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)

141- Eres lo mejor que me ha regalado la vida.

142- Era el destino, jefe (Serie oficina)

143- Lady Elyse (Serie época)

144- Nada me importa más que tú.

145- Jamás me olvidarás (Serie oficina)

146- Me entregarás tu corazón (Serie Texas)

147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)

148- ¿Cómo te atreves a volver?

149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie


época)

150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie

época)

151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie

Montana)

Novelas Eli Jane Foster


1. Gold and Diamonds 1
2. Gold and Diamonds 2

3. Gold and Diamonds 3


4. Gold and Diamonds 4
5. No cambiaría nunca

6. Lo que me haces sentir

Orden de serie época de los amigos de los Stradford,


aunque se pueden leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna

3. Con sólo una mirada


4. Dragón Dorado
5. No te merezco

6. Deja de huir, mi amor


7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily

9. Condenada por tu amor


10. Juramento de amor
11. Una moneda por tu corazón

12. Lady Corianne


13. No quiero amarte
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