Tanatología Mística PDF
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BRAC - Barcelona
Antoni – Tanatología
Gonzalo Research Art Creation. Vol. 8 No.Michaux,
mística:Mallarmé, 1, June 2020,
Scelsipp.
61-88
Tanatología mística:
S. Mallarmé, H. Michaux, G.
Scelsi
Antoni Gonzalo Carbó
Universidad de Barcelona
(Recibido: 27 enero 2019; Aceptado: 19 diciembre 2019; Publicado: 3 febrero
2020)
Resumen
El quinto y último cuarteto de cuerda del gran compositor, músico y poeta
Giacinto Scelsi, escrito en 1984 en memoria de su amigo Henri Michaux que
acaba de fallecer, que es su última obra, despojada, austera, se basa en un Fa
que se desvanece entre un ruido blanco, y que reaparece al final en un vibrato
que es el último aliento del compositor. Su música, dirá Michaux, está
imantada por lo inefable. Este cuarteto constituye una estela funeraria austera
y desnuda, de un efecto sobrecogedor, testamento del propio Scelsi. El
compositor y poeta muere dos años más tarde que Michaux, llevándose con él
todos los secretos de su creación. Canto del cisne que precede al silencio
definitivo de la muerte, simbolizado por las dos páginas blancas, vacías, que
cierran su poemario. Estas páginas blancas constituyen en Mallarmé una Nada
autorreferencial: en el vacío de papel que la blancura defiende. El viaje al
centro del sonido al que aspiraba Scelsi lleva al músico poeta a la muerte de
las imágenes verbales y al regreso al silencio de la blanca superficie de la
página: de repente la blanca superficie, escribe en uno de sus poemas.
Annihilatio mystica en forma de página en blanco que en Mallarmé, Michaux
y Scelsi conduce a una sabiduría del vacío.
Palabras clave: Stéphane Mallarmé, Henri Michaux, Giacinto Scelsi,
vaciamiento de sí mismo, anonadamiento
desrealizarse
es decir, tomar
otra realidad
(p. 14)
Asimismo, Paul Celan, poeta que puso fin a su vida, en dos líneas
pertenecientes a Fadensonnen (Soles filamentos), así lo expresa: “die /
Freigeköpften” (‘los / decapitados liberados’). Michaux y Celan se conocieron
en el París de 1959. Después de que Celan muriera, Michaux le dedicó estas
sobrias y emocionantes palabras: “Se nos ha ido. […] El fin no será tan largo.
A flor de agua, el cadáver tranquilo.” (Michaux, 1970, p. 250). La abolición o
disolución del yo, la Desaparición suprema en la obra de Stéphane Mallarmé,
evoca la teoría del apofatismo absoluto del Maestro Eckhart, esto es, la
despersonalización radical, cuya fórmula es: No ser nada para ser Dios que es
Nada. Es lo que Angelus Silesius llama la aniquilación de uno mismo
(Selbstvernichtigung). Según confiesa Mallarmé en su correspondencia, lo
creado desaparece en la salida de sí y la aniquilación del yo: «estoy
perfectamente muerto», «volvería a transformarme en Nada […] el ser ahora
impersonal […] la concepción espiritual de la Nada», «he realizado un
profundo descenso a la Nada», «la Desaparición suprema» (carta a H. Cazalis,
14 de mayo de 1867) (Mallarmé, 1998b, p. 487); «la Destrucción fue mi
Beatriz», «una feliz y sosegada Destrucción» (carta a Lefébvre, 27 de mayo
de 1867 ) (Mallarmé, 1998b, p. 489), no dejando más ser que un único Sí,
denominado Nada. En el Cantique de Saint Jean, a través de la decapitación,
se trata de un “perfecto desapego espiritual” (sán. vairāgya, jap. shin jin, ár.
taǧrīd, alem. abegescheidenheit), y en Igitur, por medio del descenso de las
escaleras a la Nada (una esencia en la redoma, lo absoluto), de “una liturgia
de anonadamiento” (Richard, 1961, pp. 185, 199), un aniquilamiento místico
(sán. mṛtyu, jap. daishi, ár. fanā’, alem. vernihtunge), el “estoy perfectamente
muerto” (carta a Cazalis, 14 de mayo de 1867).
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haya sido utilizada para designar a Buddha o al Arhat (el santo liberado) en
las primeras traducciones chinas de los textos budistas. La palabra rango (wei)
se aplica en el vocabulario administrativo a la situación de un funcionario en
la jerarquía oficial. Como esa jerarquía incluía a toda la élite social, que era la
única que contaba en la antigua China, un hombre sin rango era un ente
marginal, carente de estatuto, una entidad indeterminada. Es más o menos en
el sentido de Lin chi que el novelista austriaco Robert Musil, que tanto se
interesó por Lao zi poco antes de su muerte trágica en 1942, concebía a su
héroe como un hombre sin características particulares, Der Mann ohne
Eigenschaften.” (Demiéville [trad.], 1972, p. 32). Deberá (El Hombre noble)
vaciarse hasta alcanzar una Nada efectiva, y, en esa kénōsis radical, no aceptar
otra cosa que la pura y desnuda posibilidad de la claridad que es indecible. La
soledad que acompaña a esta renuncia debe corresponder a una Gelassenheit
interior, a un vacío dentro de uno mismo, a un abandono. Ulrich es el “sin
propiedad”, aquel que busca, en la soledad general, la dimensión interior del
vacío. El abandono (gelâzenheit) eckhartiano es un estado de libre vacuidad
que se alcanza “abandonándose” uno mismo, “saliendo de sí” para que Dios
“entre”. La idea de gelâzenheit indica el éxtasis de la relación-conflicto con la
“propiedad”, el cese del problema mismo de la posesión. El lenguaje pasa de
los ensayísticos tonos de la ironía y la crítica a los de la iluminación. Ulrich y
Agathe se elevan, cada vez más impalpables y “desposeídos”. En la soledad
que hermano y hermana van creando en su alrededor, buscan tan sólo poder
soñar los sueños de Dios.
En la obra de Samuel Beckett, es la descreación del yo (fabulado) por la
palabra, la humanidad miserable, la pobreza incondicional de quien no tiene
ninguna propiedad y, ajeno a sí, nada puede reclamar “propio de sí”, ni
siquiera la indigencia. Un modo de ser inesencial e inapropiable: luego no
revelable. El ser vaciado del innombrable, de-sí-mismado, “sin-eidad”
(lessness), un ser sin, que es nada. “Pero mejor dejarme morir”, “Nada es más
real que [la] nada”, dice Malone (Beckett, 1973, pp. 8, 29). Es la vaciedad o
la ausencia de un sujeto que asiste fuera de sí al puro ser o a la nada que sólo
él, aun siendo impersonal, aun inaparente, puede presentir, pensar o imaginar.
Nadie (es decir, Yo: un miserable, un vagabundo, un moribundo, un loco) no
puede vivir ni morir porque “es” el no-nacido, el ni-vivo-ni-muerto.
Para abordar el tema que nos ocupa podemos mencionar aquí el tratado
medieval conocido bajo el título Also waz schwester Katerei (Así fue hermana
Katrei) —la traducción añade “La muchacha que Maestro Eckhart tenía en
Estrasburgo” (Schweitzer, 1981). La obra es un producto de la actividad
literaria de los begardos y de las beguinas. El autor no es pues Eckhart, aunque
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“Morimos pasando de un tiempo a otro, pero el alma muere de una muerte total
en la maravilla de la Deidad. Puesto que no puede comprender la naturaleza
divina, el alma debe precipitarse en la nada y devenir nada. […] En la medida
que el alma está muerta en las tres Personas, pierde su propia nada, y es
arrojada en la deidad. Allí descubre ella la cara de la nada divina.”
(Pfeiffer, 1845, pp. 536, 28 - 537, 8)
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mueve como quiere (yathā vaśaṃ carati), y, como lo expresa San Pablo, “ya
no está más bajo la ley” (1 Cor 9:20s.).
El control por los vivos de la experiencia de la muerte anticipada les
procura el dominio del proceso de suspensión de la actividad sensual y mental,
de algún modo porque les permite reproducir las condiciones de la muerte,
asegurándoles después no tener que sufrir de manera pasiva el fenómeno de
la muerte natural. Este control hace de ellos muertos en vida, liberados en vida
(jīvanmukta), pues la liberación se realiza sólo después de la muerte. El
“liberado en vida” (jīvanmukta) se llama así “porque desde el punto de vista
de la gente común está vivo y desde su punto de vista está liberado.”
(Oberhammer, 1994; Oberhammer, 1995; Sprockhoff, 1963). Swāmi
Vivekānanda sostenía que el versículo 2:18 de la Kaṭha-Upaniṣad (“No nace
ni muere el que es sabio, de ninguna parte es, no es alguien”) debe traducirse:
“El sabio no nace nunca, no muere nunca”. No olvidemos que el objetivo final
es la libertad absoluta, la autonomía perfecta, lo que implica un largo y
complejo trabajo de descondicionamiento (la délivrance en Michaux como se
cita en Trotet, 1992, pp. 278-279). He aquí, en sustancia, la razón principal
por la cual la muerte ocupa en la práctica mística un lugar que es más que
privilegiado.
Angelus Silesius sostiene esta muerte simbólica en vida: “Muere antes de
morir (Stirb, ehe du noch stirbst) para que no puedas morir / Cuando debas
morir. De otro modo, perecerás.” (El peregrino querúbico, IV, 77; Angelus
Silesius, 2005, p. 25). Corresponde al tema de la necesidad de la muerte del
alma (Abgestorbenheit), del sujeto psicológico, para poder renacer como
espíritu. La fórmula pertenece al poeta místico silesiano del siglo XVII
Abraham von Franckenberg, quien ya había dicho: “Wer nicht stirbet, eh er
stirbet, / Der verdirbet, eh er stirbet” (‘Quien no muere antes de morir, / se
echa a perder antes de morir’ (cit. Angelus Silesius, 1964, t. II, p. 121). Aquí
se halla ya la cascada de los tres sterben (morir) y el verderben (echarse a
perder).
El “morir en sí mismo” (Maṯnawī, 6:723 ss.), del que habla el gran poeta
místico persa Ǧalāl al-Dīn Rūmī (m. 672/1273) como celebración del éxtasis
supremo (el “estoy muerto antes de morir”, Maṯnawī, 6:755) tiene su
equivalente en la mística occidental en un dístico de Angelus Silesius: “wenn
ich selber mir absterbe” (‘cuando muero a mí mismo’). El también místico
persa ʽAyn al-Quḍāt al-Hamaḏānī (m. 526/1131) asegura: “Quien no haya
vivido esta muerte [i.e., la extinción, fanā’] no conocerá la vida” (Tamhīdāt,
n.º 374). Sabemos que esta Muerte anticipada es una Muerte iniciática que
está seguida, necesariamente, por un re-nacimiento en una vida santificada.
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es la experiencia del morir y elevarse con Cristo: “… cada día estoy en trance
de muerte” (1 Cor 15:31); “… cual moribundos, bien que vivamos…” (2 Cor
6:9). No obstante, a pesar de una cierta cercanía, la gran muerte se distingue
de la mors mystica (muerte mística). Un dicho zen reza: “Lo primero de todo,
la gran muerte; después de cortarla completamente, una vez más volver a la
vida.” (Bunyū, 1982, 04). Se trata de morir ahora, de morir vivo. Shizuteru
Ueda ha señalado constantemente esta fórmula propia del budismo zen:
“Vivir/morir despojado de vivir/morir” o “Libertad de vivir/morir para
vivir/morir” (Ueda, 1976, p. 165). ¿Qué significa esto? Ciertamente —en el
plano teórico— “la penetración mutua del ser y la nada” o —en la perspectiva
de la nada absoluta— “ni ser ni nada, ser y al mismo tiempo nada, nada y al
mismo tiempo ser” (Ueda, 1995, p. 235). Esto significa también: iniciación al
verdadero Ego para devenir un hombre verdadero. Es decir, la gran muerte es
un “mueres y devienes”, un despertar a la vida. Se vive enteramente antes de
la separación de vida y muerte. Se muere enteramente antes de la separación
de vida y muerte. El giro de la muerte se hace sin trabajo lúgubre. No trabaja
contra la mortalidad. Más bien, en cierto modo da la vuelta a la muerte hacia
dentro. Muere el que ya es nadie. Así se desprende de la decapitación
simbólica del ego en Mallarmé, Michaux y Scelsi.
Si en Hérodiade se percibía, frente al espejo, el temor que constituye el ser
desnudo, en Igitur la contemplación ante el espejo conlleva la separación del
tiempo indefinido. Para Igitur, es la salida de la habitación, para San Juan —
en el Cantique de Saint Jean— la decapitación; San Juan y Herodías,
despojados de todas sus envolturas, van a casarse en “solitaires noces”
(‘nupcias solitarias’) (Mallarmé, 1998a, p. 305), la noche en la cual son
liberados para atravesar su yo espacial y temporal, y tal como Mallarmé refiere
en Igitur, disolverme en mí mismo, la ausencia del yo, para morir a este mundo
(“es necesario que yo muera”), la muerte simbólica (“la Muerte balsámica”,
“muerte bálsamo”), y poder realizar así un yo, proyectado absoluto, un yo
puro, de ser eterno: esto es, la relación entre el ser supremo y el yo esencial, o
en términos mallarmeanos y de forma respectiva, entre la Nada y la abolición
de sí (aboli[e]), participio pasado que viene de lejos, o disolución
(dissolution) del yo. Este yo, proyectado absoluto ya no es el ego, sino el yo,
el otro, el yo universal, el yo esencial: “siente la ausencia del yo representada
por la existencia de la Nada como sustancia; es necesario que yo muera, y
como esta redoma contiene la nada hasta mí diferida […]. Sólo yo —sólo yo—
conoceré la nada” (Igitur, en Mallarmé, 1998a, p. 447). La disolución, el
drama de la abolición (de sí) se desarrolla en la “Antigua obertura”. Su triple
movimiento: disparition (desaparición), résurrection manquée (resurrección
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Todo tenía que pasar por el círculo. Era su vida, pasando, teniendo que pasar
por la blancura.” (p. 1175)
definitivo de la muerte, simbolizado por las dos páginas blancas, vacías, que
cierran su poemario. Con ellas, el compositor-poeta nos transmite el regreso
de las sombras, el reinicio infinito o el retorno eterno. Estas páginas blancas,
espacio virgen, constituyen, como en Mallarmé, una Nada autorreferencial.
“Je recherche surtout, dans la blancheur” (‘Busco sobre todo, en la
blancura’), escribe en un verso Yves Bonnefoy, sumido en la contemplación
pura del blanco (Bonnefoy, 2006, p. 75). El viaje al centro del sonido al que
aspiraba Scelsi, pues “el trabajo del músico es llegar al corazón del sonido”
(cit. Castanet y Cisternino, 1993, p. 12), lleva al compositor en sus poemas, al
igual que Mallarmé y Michaux, a la muerte de las imágenes verbales y el
regreso al silencio de la blanca superficie de la página: “de repente la blanca
superficie / del extremo / amor” (Scelsi, 1988, p. 35; 2006b, p. 197), “la
mirada / en el centro / de una blanca inacción” (Scelsi, 2006b, p. 200).
Mallarmé estuvo mucho tiempo dándole vueltas a la idea del suicidio, a la
anulación definitiva, a la forma más rápida de llegar a la pureza del Ser, a la
confusión con el Todo y a la negación universal. Nada más puro que el
suicidio y la desesperanza. Nada más puro para un ser que, más allá del éxtasis
que representa el sufrimiento, se propone “volver a entrar en la nada de la que
ha salido” (Lacan, 1986, p. 304). Pero Mallarmé se dio cuenta, muy pronto,
de que ahogar es un acto y que equivale a la ausencia de la negación: todos
los actos se insertan en el tiempo y en una intención de la voluntad, por lo
tanto, es una paradoja que Mallarmé no puede aceptar: utilizar la voluntad
para anularla, lo cual le salva de la muerte pero lo condena a la vida
(Mallarmé, 1998):
el Abismo
blanqueado […]
ABOLIRÁ […]
HABRÁ TENIDO LUGAR
una elevación ordinaria vierte la ausencia
(pp. 482, 487, 497)
290, 295; cf. Assayag, 2017, pp. 14, 52, 55), está reflejado en una significativa
composición para coro y orquesta del compositor, del año 1969, que lleva por
título Konx-Om-Pax, tres aspectos del Sonido: como primer movimiento de lo
Inmutable; como Fuerza Creadora; como la sílaba Oṃ (Castanet, 2008, pp.
47-53, 191-200). En la Kena-Upaniṣad (1.1.8) se afirma: “Aquello que no se
puede escuchar con los oídos / pero con lo cual se oye lo escuchado; / eso
considera como brahman”. Y en la meditación perfecta de la Dhyānabindu-
Upaniṣad se dice: “El Sonido que no suena [el śabda-brahman, lo Absoluto
como Verbo, como palabra (vāc), sonido (śabda), o idéntico al monosílabo
Oṃ] / porque está más allá del sonido, / el adepto que Lo encuentra / es
liberado de la duda.” (Varenne, 1971, pp. 71, 142-143). Asimismo, en un bello
dístico de Angelus Silesius (El peregrino querúbico, I, 199), leemos: “¡Ve
donde no puedes ir! ¡Mira hacia donde nada ves! / Escucha donde nada
resuena ni tintinea: entonces estarás donde Dios habla.” (Angelus Silesius,
2005, p. 85).
El poema que, según Mallarmé, “–tiene lugar– en el espacio que aísla las
estrofas y entre el blanco del papel: significativo silencio” (Mallarmé, 2010,
p. 217) y la escucha de lo in-audītus de Michaux —“Mi vacilación es blanca.
Es inaudito.” (Michaux, 2001, pp. 840-842)—, tienen su equivalente en el
silencio último de Scelsi: “[…] para llegar, después, al concepto del espacio
integral o de la superficie blanca o negra en pintura, y del silencio en la música
[…]” (Scelsi, 2006a, p. 209). “Lo absoluto es para los nobles sólo silencio
(sán. tūṣṇīṃ)”, afirmaba Candrakīrti (de Mk. 1, p. 57 centro). El silencio, tan
importante en música, en poesía. Es, de nuevo, una tarea de détachement
(desapego, no-deseo, el ser-solo-para-sí [emancipado] del puruṣa, sán.
vairāgya (Degrâces-Fahd, 1989; Oberhammer, 1994; Olivelle, 1987; Olivelle,
1992; Sprockhoff, 1976; Halpern y Mihailovich-Dickman, 1996):
El ojo no verá
El oído no escucha […]
Superficies por el Silencio […]
Blancura en los espacios.
(Michaux, 2004a, pp. 1211, 1215)
Referencias