BIBLIOLOGÍA

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Bibliología - Jueves 11/06/2020 ¡ Muéstranos a

Cristo!

La Palabra de Dios
La doctrina de las Escrituras es la más absoluta y fundamental de todas las
doctrinas puesto que identifica a la única fuente verdadera de toda la verdad cristiana.
Las Escrituras declaran reiteradamente que son la Palabra de Dios.
Los profetas apelaron a ella (la Palabra de Dios) como fundamento para las promesas
y juicios divinos. Cristo y sus apóstoles fundamentaron en las Escrituras toda la
doctrina cristiana. Solo en el Antiguo Testamento, la Biblia afirma más de 2500 veces
que Dios es el autor de lo que está escrito en sus páginas (Is. 1:2). Esto es lo que
afirma el Antiguo Testamento, de principio (Gn. 1:3) a fin (Mal. 4:3) y de forma
constante a lo largo de todo el texto.
La expresión “la Palabra de Dios” aparece más de cuarenta veces en el Nuevo
Testamento, y se equipara al Antiguo Testamento (Mr. 7:13). Y Pablo la reconocía
como la fuente de su predicación (Col. 1:25; 1 Ts. 2:13).
Los autores de los Salmos 19 y 119 y de Proverbios 30:5-6 hacen contundentes
afirmaciones sobre la Palabra de Dios, distinguiéndola de cualquier otro texto o
instrucción religiosa de la historia de la humanidad. Estos pasajes ofrecen los
argumentos para que a la Biblia se la llame “sagrada” (2 Ti. 3:15) y “santa” (Ro. 1:2).
En la rama de la teología sistemática (Bibliología) <Palabra de Dios> Debemos
de ver la base fundamental de la doctrina de las Escrituras ¿Cuál es la base?
REVELACIÓN/sobre revelación, nuestro bloque primario es que creemos que Dios se
ha revelado, sobre este bloque (revelación) viene la INSPIRACIÓN/Porque Dios ha
inspirado las Escrituras, la consecuencia de esta doctrina es LA INERRANCIA/ Y
porque creo que las Escrituras no tienen error, entonces viene como consecuencia
LA AUTORIDAD/Y como la biblia tiene autoridad yo creo que la Biblia es
SUFICIENTE/
Dios inició la revelación y manifestación de sí mismo a la humanidad (He. 1:1). Lo hizo
mediante vehículos diversos; unas veces por medio del orden creado y otras a través
de visiones/sueños o el mensaje de los profetas (He. 1:1-3). Sin embargo, las
revelaciones más completas y comprensibles de sí mismo fueron por medio de las
proposiciones escritas de las Escrituras (1 Co.2:6-16). La palabra escrita de Dios es
singular si tenemos en cuenta que es la única revelación de Él que declara claramente
la pecaminosidad del hombre y la divina provisión del Salvador.
Dios se sirve de la revelación especial cuando se revela a sí mismo directamente y en
mayor detalle. Dios ha hecho esto por medio de (1) su intervención directa, (2) sueños
y visiones, (3) la encarnación de Cristo y (4) las Escrituras.
La revelación de Dios se plasmó en los textos de las Escrituras mediante la
INSPIRACIÓN, que tiene más que ver con el proceso por el que Dios se reveló a sí
mismo que con el hecho en sí de revelarse. Esto es lo que afirma 2 Timoteo 3:16
cuando declara: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”. Este término es una palabra
compuesta, y una mejor traducción sería “exhalada por Dios”. De hecho, la idea de
inspiración procede de la traducción de la palabra “inspiración” Esta palabra describe,
pues, la acción divina durante la redacción del texto bíblico. Pedro explica este
proceso: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca
la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20- 21). De este modo, la
Palabra de Dios fue guardada de error humano en su registro original por el ministerio
del Espíritu Santo (cf. Dt. 18:18; Mt. 1:22). Zacarías describe el proceso de la
inspiración de un modo muy claro, presentando a las Escrituras como “las palabras
que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas
primeros” (Zac. 7:12).
INERRANCIA: Inerrancia significa literalmente “sin error”. Cuando se aplica a las
Escrituras, significa que la Biblia, en sus documentos originales, no tiene errores.
Cuando se interpreta, pues, debidamente, no afirma nada que sea falso o contrario a
los hechos. El artículo 11 de la Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica
(1978) lo expresa de este modo: “Afirmamos que la Palabra de Dios, siendo impartida
por inspiración divina, es absolutamente fidedigna, de modo que, lejos de
confundirnos, es veraz y confiable en todas las cuestiones que trata”.
La Palabra de Dios se declara inerrante (Sal. 12:6; 119:140; Pr. 30:5; Jn. 10:35) e
infalible (2 Ti. 3:16-17). En otras palabras, puesto que es absolutamente verdadera, es
completamente digna de confianza. Todas estas cualidades se derivan de que es Dios
quien imparte las Escrituras (2 Ti. 3:16; 2 P. 1:20-21), lo cual garantiza su cualidad
divina en su origen y en sus escritos originales. A lo largo de las Escrituras, la persona
y la Palabra de Dios se interrelacionan, tanto es así que lo que es cierto del carácter
de Dios, lo es también de la naturaleza de su Palabra. Dios es verdadero, perfecto y
confiable, y por tanto, lo es también su Palabra. Lo que alguien piensa sobre la
Palabra de Dios refleja, de hecho, su opinión de Dios.

AUTORIDAD: Dada la naturaleza de Dios y su Palabra, solo Él está capacitado para


establecer y confirmar la divina autoridad de las Escrituras. Esto es exactamente lo
que hace mediante el testimonio interno del Espíritu Santo al creyente. Según la
Biblia, el Espíritu Santo actúa a través de las Escrituras para confirmar su fiabilidad,
dándole al creyente la certidumbre de que estas son la Palabra de Dios. La autoridad
se deriva del ministerio espiritual del Espíritu Santo, no de la subjetiva decisión del
creyente.
Porque Dios tiene autoridad las Escrituras tienen autoridad pues son la Palabra de
Dios. La pregunta es ¿autoridad para qué? La Biblia es una autoridad espiritual
completa en materia de doctrina, reprobación, corrección e instrucción en justicia
puesto que representa la Palabra inspirada del Dios Todopoderoso (2 Ti. 3:16-17).
SUFICIENCIA: Escrituras afirman su suficiencia espiritual hasta el punto de reclamar
exclusividad para su enseñanza (véase Is. 55:11; 2 P. 1:3-4). La Biblia constata
también su propia suficiencia (Sal. 19:7-11).[13] Es lámpara a nuestros pies (Sal.
119:105). Es más confiable que las experiencias espirituales más sorprendentes (2 P.
1:19-20). Es capaz de guiar a las personas a una fe salvífica (2 Ti. 3:15). Instruye tanto
a la élite religiosa como al creyente común (Dt. 6:4; Mr. 12:37; Fil. 1:1). Fue impartida
por Dios para que los padres instruyan a sus hijos (Dt. 6:6-7) y es poderosa para llevar
aun a los niños a una fe que salva (2 Ti. 3:14-15). Pablo afirmó que “toda la Escritura
es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia” (2 Ti. 3:16-17). Una mirada más detenida a cada una de estas cuatro
características pone de relieve la total suficiencia de las Escrituras para equipar al
creyente para vivir la vida cristiana. La primera palabra, “enseñar”, significa que la
Biblia instruye al creyente en su forma de vivir, en lo que ha de creer y en lo que Dios
espera de él. Es una palabra relacionada con el contenido y la doctrina. Este concepto
encaja con el mandato de la Gran Comisión en el que Jesús pide que se enseñe a los
nuevos discípulos a observar todo lo que Él mandó (Mt. 28:18-20). Las Escrituras
instruyen al pueblo de Dios a vivir en obediencia a Él. El segundo término, “redargüir”,
muestra el propósito reprobatorio de las Escrituras. Tiene que ver con señalar cuando
una persona ha errado o se ha apartado de lo que Dios requiere. Las Escrituras
pueden juzgar el corazón cuando un creyente se ha desviado en la doctrina o la
práctica de la fe que ha sido una vez dada a los santos (He. 4:12). El siguiente
término, “corregir”, es compañero de redargüir. La Biblia no se limita a mostrar a las
personas dónde se equivocan, también identifica la actitud, creencia o conducta que
deberían implementar en lugar de las erróneas (Ef. 4:20-24). El último término, “instruir
en justicia”, indica que la Biblia muestra cómo deben ponerse diariamente en práctica
sus enseñanzas con ilustraciones y ejemplos (Ef. 4:25-32). Con las Escrituras y el
Espíritu Santo que lo habita, el creyente no necesita ninguna otra revelación para
estar informado de cómo ha de vivir la vida cristiana. Aunque los pastores y maestros
(Ef. 4:11-12) tienen ayuda en su labor de hacer crecer a los creyentes hacia la
madurez, incluso sus ministerios se fundamentan en la omnisuficiente Palabra de Dios
y son informados por ella (2 P. 1:2-3; cf. 1 P. 5:2-3).
Obligación para con las Escrituras
Recibirlas Estudiarlas
Orar con ellas Predicarlas/enseñarlas
Alimentarnos de ellas Imponerlas
Obedecerlas Discipular con ellas
Honrarlas Temblar ante ellas

Padre, que nuestras vidas se caractericen por obras de fe, trabajos de amor y
constancia en la esperanza. Por tu gracia, somos un pueblo santo, amado y
escogido por ti; y cuando el evangelio llegó a nosotros, no lo hizo solo en
palabra sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena convicción. No
somos suficientes en nosotros mismos para pretender que algo de lo que
hacemos o somos proviene de nosotros: nuestra suficiencia procede de ti. Tú
llevaste a cabo nuestra salvación, convirtiéndonos de las cosas de este mundo
que en otro tiempo idolatrábamos para servirte a ti, el Dios vivo y verdadero.
Fuiste tú quien nos despertaste para recibir tu Palabra, no como palabra de
hombres, sino como lo que es realmente: la Palabra de Dios, que produce su
obra perfecta en todo aquel que cree. Nuestra salvación viene, pues,
únicamente de ti. Tú enviaste a tu Hijo para que muriera por nosotros cuando
éramos todavía enemigos jurados de la justicia. Por tu gracia nos quitaste las
escamas de los ojos y nos atrajiste a la fe. Abre nuestros ojos para que veamos
más de tu verdad; abre también nuestros corazones para creerla con mayor
fervor y nuestras bocas para proclamarla con más fidelidad.
Haznos imitadores de nuestro Señor Jesucristo y piadosos ejemplos los unos
para los otros. Ayúdanos a crecer en completa madurez y semejanza a Cristo.
Somos conscientes de que el necesario alimento para este tipo de crecimiento
se encuentra solo en tu Palabra. No podemos vivir solo de pan, sino de toda
palabra que sale de tu boca. Ayúdanos, pues, a escudriñar las Escrituras con
diligencia y sencillez de corazón, porque sabemos que en ellas tenemos la vida
eterna. Estas nos señalan a Cristo. Revelan su gloria y reflejan su santo
carácter. En ellas se nos habla de su sufrimiento, muerte, resurrección,
ascensión, intercesión y glorioso regreso. Por ellas tú nos hablas desde el cielo.
En ellas escuchamos la voz del Espíritu hablándonos con sencillez. Danos
corazones atentos. Haznos oír tu verdad con toda humildad y obediencia. Abre
nuestros ojos para que veamos con claridad, y nuestros oídos para escuchar
con entendimiento. Ayúdanos a atender cada línea de tu Palabra con temor y
temblor; y no solo las instrucciones y promesas, sino también las
amonestaciones y advertencias. Te bendecimos por permitir que tu santa
Palabra se haya traducido a nuestro idioma para mostrarnos cómo hemos de
vivir. Ayúdanos a no tomar nunca este privilegio a la ligera, a no ser nunca
negligentes con los ricos consejos que nos ofreces en sus páginas. Haznos
beber profundamente de su verdad y nutre nuestras almas hambrientas con su
alimento. Y haz que, como el corazón de aquellos en el camino a Emaús,
también los nuestros ardan dentro de nosotros cuando tú nos enseñas.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.

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