Jugando A Ser Dios
Jugando A Ser Dios
Jugando A Ser Dios
Cuando a mediados del siglo XIX Gregor Mendel, con su paciencia de monje agustino,
cruzaba arvejas de diferentes especies, con lo cual logró descifrar las leyes de la
herencia, se creía que esto apenas alcanzaba para darle forma a la teoría de la
evolución de Charles Darwin. Si bien el monje dio a entender que toda la información
que definía las bases de un individuo se podía heredar, este hallazgo apenas se
conoció. Incluso se mantuvo oculto por varias décadas.
Pero gracias a la curiosidad del biólogo inglés William Bateson, a comienzos del siglo
XX, los trabajos de Mendel fueron redescubiertos y se estableció que la teoría de la
herencia que estos encerraban definía las bases de un nuevo conocimiento, que a partir
de ese momento se llamó genética. Y aunque para entonces no se tenía ni idea de lo
que era un gen, Bateson se atrevió a predecir “que el conocimiento exacto de los
mecanismos de la herencia produciría más impacto sobre la humanidad que
ningún otro conocimiento científico”.
“La capacidad que hoy se tiene para interpretar, modificar y manipular de manera
voluntaria los genes es tan inquietante que permite alterar cualquier destino natural –
explica Burgos–. Algo que desde siempre se consideró inmutable, pero que cambiará la
existencia en los próximos veinte años”.
Otro destello fue la incorporación del material genético de un virus dentro del de una
bacteria, con lo que Paul Naim Berg abrió la trocha para secuenciar genes y realizar
clonaciones, lo que permitió el nacimiento de Dolly, la oveja famosa en 1996. Un salto
descomunal que, además de permitir crear un animal idéntico, retó a la naturaleza al
obtener un ser vivo por fuera de los patrones normales de la reproducción.
Por esa vía, la humanidad aprendió a interpretar el lenguaje de los genes. Tanto que en
1977, el británico Frederick Sanger (premio nobel de Química) dio a conocer el genoma
completo de un virus y mostró el camino para identificar la genética completa de
organismos más complejos, incluido el humano. Eran los primeros pasos del llamado
ADN recombinante, explica el fisiólogo José Elías Santacruz, lo que hizo posible que se
reordenaran funciones en algunas bacterias para ponerlas a producir sustancias a
voluntad, con solo introducirles material genético extraño dentro del suyo. “Así, algunas
bacterias modificadas empezaron a producir insulina, lo que cambió para siempre la
vida de los diabéticos”, agrega.
Con todas estas herramientas, en el 2001, el mundo conoció la secuencia completa del
genoma humano, que presuntuosamente se esperaba que contara con más de 100.000
genes, pero sorpresivamente no fueron más de 20.000, suficientes para entender los
problemas que afectan a cada individuo y, por ende, encontrar soluciones específicas
para ellos. En el 2006, los titulares daban cuenta de los avances con células
madre, y el mundo vio cercana la posibilidad de cultivar células, tejidos y órganos
de repuesto, solo con introducir el material genético de una célula en los cascarones
de otras.
Este sueño encontró un desvío favorable con la llamada reprogramación celular, que
devuelve atrás el reloj biológico de una célula madura hasta llevarla a su etapa
embrionaria y desde ahí orientarla, para convertirla en una célula o tejido que se
requiera.
Crear órganos y tejidos en el laboratorio para reemplazar los que se han dañado en un
cuerpo es una realidad disponible. Ya no causa asombro
“Crear órganos y tejidos en el laboratorio para reemplazar los que se han dañado en un
cuerpo es una realidad disponible. Ya no causa asombro”, dice Burgos. Según la
bioeticista Carmen Elisa Roncero, el mundo tuvo que adaptarse a ver cómo el hombre
era capaz no solo de modificar la vida, sino incluso de pensar que la podría crear en el
laboratorio: “Avances que no han estado libres de discusiones éticas, pero que han
encontrado un lugar para quedarse y servir de soporte a más adelantos”. Porque hay
más.
Pero faltaba algo, de acuerdo con Antonio Acosta, director del doctorado en Genética
de la Universidad Simón Bolívar, y era la forma para editar de manera fiel el genoma sin
daños secundarios.
Según Santacruz, el mundo había sido cauto y permitía intervenir el genoma solo con
fines terapéuticos y sin modificar las células germinales. Pero la verdad hoy se sabe
que todo lo que se pueda hacer y sea útil, se hará.
Para la muestra está que los investigadores de Edimburgo que clonaron la oveja Dolly
crean unas gallinas capaces de producir huevos con interferón humano, una condición
con la que también nacen las gallinas descendientes de ellas. Lo hecho con estos
animales también se puede realizar con los humanos, aunque requiere un debate social
profundo.
Pero por encima de esta advertencia, hace unos meses el científico chino He Jiankui le
anunció al mundo que había creado los primeros humanos inmunes al virus del sida,
capaces de transmitir esa inmunidad a su descendencia e inaugurar así una nueva
especie humana, diferente del resto de los mortales. El logro fue calificado como
irresponsable y encendió muchas alarmas, aunque la posibilidad de obtener personas
sin enfermedades genéticas ya era un hecho.
Estas alertas parecen ser temporales, porque las técnicas genéticas hoy permiten el
desarrollo de métodos de diagnóstico precisos y expeditos de agentes infecciosos,
mediante la identificación de sus genes, con lo que se facilita la lucha contra ellos.
“Si un gen defectuoso se puede retirar para cambiarlo por uno bueno, también se
podrían introducir genes con características específicas, según la necesidad de
una sociedad. Esto plantea discusiones que el mundo se está tardando en abordar”,
agrega Santacruz.