Ecos Revolucionarios COMPLETO PDF
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ISBN 84-932917-1-4
Este estudio, para quienes deseen tocar el tema que trata, es fundamental y completo. Nos re-
ferimos a los datos porque, por supuesto, en cuanto a opiniones e interpretaciones nacerán
otros trabajos con distintas direcciones. Pero un historiador se diría: esto es lo que necesito
para comenzar a navegar. Poner toda la escena y describirla. Y lo que es fundamental –porque
el tiempo sigue marchando– tener los testimonios de los actores. La historia oral. Todo lo
demás es posible reconstruirlo menos los pareceres y las experiencias propias de los protago-
nistas muertos. Y uno de los capítulos fundamentales del trabajo de Vescovi es precisamente
eso: buscar a los actores o a quienes los conocieron y no ahorrar en palabras en esos aspectos.
Pero además está todo: las fuerzas económicas, las políticas, las educativas, las tradiciones,
las costumbres, el porqué un pueblo como el uruguayo vivió jornadas propias de países lati-
noamericanos de distinta conformación histórica y económica. Lo inexplicable trata de ser ex-
plicado desenvolviendo el mapa completo de la sociedad. Por supuesto sin dejar de contem-
plar esa Latinoamérica de esos años que llegaba hasta Uruguay con sus salidas épicas y sus
héroes y cantores populares. Y también situando todo en el mundo complicadísimo de la
época, sus influencias, observando en una especie de vigilancia severísima.
No sólo están aquí los movimientos y sus disidencias sino también sus protagonistas y sus
traidores, los denunciantes de siempre y los que dieron su vida por el ideal. La denominada jus-
ticia popular con su ejemplo del pasado: el clásico atentado al comisario Pardeiro en los años
veinte amparado por el principio del derecho de matar al tirano. Y aquí el autor se basa en un
principio y lo dice: «Adoptando el criterio de las ciencias sociales, la legitimidad legal de encar-
celar o usar armas no se considera válida para defender a los legales y criticar a los ilegales,
para denominar a unos “pacificadores” y a los otros “terroristas”».
El fenómeno comienza, sin lugar a dudas, con la tercerización del Uruguay, dejando para
siempre aquello de la Suiza de América. Lo dice Vescovi cuando escribe: «Entre 1960, año en
el que Uruguay firma su primera carta de intención con el FMI, y 1973, en el Cono Sur de Amé-
rica los aumentos de salarios reales fueron nulos o casi nulos, mientras que en países europeos
de ese mismo período casi se duplicaron». Ya en 1957 se comienzan a aplicar métodos repre-
sivos en el Uruguay que luego se iban a generalizar. En la huelga de los peones de tambo inter-
vino la policía y castigó duramente a sablazos a los huelguistas, y algunos de ellos tuvieron que
ser hospitalizados por las heridas sufridas. Comenzaría, así, todo un largo período donde la tor-
tura del enemigo preso y muchas veces su asesinato y desaparición fue la manera oficial de res-
ponder a los requerimientos obreros y al espíritu revolucionario. En esos comienzos «se plasma
la unidad obrero–estudiantil, a través de las movilizaciones por la Ley Orgánica de la Univer-
sidad conseguida en 1958».
10 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Un año después, llega la Revolución Cubana «que nos descubre –transcribe el autor a Coriún
Aharonián– que la utopía es posible». Comienzan las manifestaciones procubanas y antiimpe-
rialistas, que en los últimos años de la década del sesenta estarán presididas por el infaltable
retrato del Che Guevara. Nace una cultura basada en las canciones revolucionarias y el culto a
las tradiciones de los pueblos originarios. La educación pública va tomando otro color, las vidas
barriales, también; en los partidos políticos tradicionales ocurren verdaderos movimientos in-
ternos para finalmente no cambiar nada. A los partidos de izquierda no les va mejor. El futuro,
en ese momento, se veía en los movimientos fuera de la política eleccionaria.
Vescovi incluye luego el Plan del Che, con toda su fuerza irreal y su desparramo de idealismo
y su fin. Será otro duro paso hacia la experiencia final. Pero creadora de esperanzas y de ilu-
siones que hacen a los cambios. Al mismo tiempo las organizaciones políticas de izquierda
iban modificando sus dudas y su exclusivismo. Tal vez un paso firme y adelante fue la unión de
grupos y partidos proletarios y de izquierda del Acuerdo Época y la creación del diario Época. Es
decir, lucha armada como «parte inseparable de la militancia» y la ineludible necesidad de
combatir al reformismo. Toda esta parte y su posición frente al gobierno oriental están llevados
paso a paso por el autor: los paros, las revueltas estudiantiles, la Conferencia de Presidentes de
Punta del Este, la polémica con el Partido Comunista sobre la lucha armada y finalmente la
muerte del Che.
En el capítulo II, el autor nos hace un dilatado análisis del conflicto social uruguayo en los
tres años que van de 1968 a l970. Califica así a esos años: «La dominación ideológica y el con-
senso social –producto de un bienestar relativo– ya no es posible por la pauperización y la crisis
estructural; y entonces la dominación pasa a ejercerse por medio de la violencia y el terror, pri-
mero policial y paramilitar, y luego militar». La izquierda contestó «con paros generales, que in-
movilizaron a toda la producción nacional, ocupaciones de fábricas, contrainformación y lucha
armada». Y un aspecto que caracterizó de alguna manera al movimiento revolucionario
oriental: «uno de los objetivos más reivindicados fue la confiscación (u ocupación) de tierras,
quitándoselas a los latifundistas». De cualquier manera –como lo remarca el autor– «hubo una
radicalización entre la población: los del centro se convirtieron en progresistas, los progresistas
en izquierdistas y los izquierdistas fueron hacia posiciones revolucionarias». En 1968 po-
dríamos decir, de acuerdo con el autor, que se rompe inclusive la estructuración–separación
formal entre progresistas y «revolucionaristas». Y que «la unidad es un hecho».
La cúspide emocional se alcanzará cuando trescientas mil personas concurran al entierro
del estudiante Liber Arce, muerto por un policía en una manifestación.
La muerte del héroe. La emoción, la reivindicación. Ya tenían los revolucionarios el mártir
joven y generoso. Aquí el libro de Vescovi entra en una detallada descripción de los problemas
internos de los revolucionarios y los siguientes incidentes callejeros que terminarán con más
muertos por la policía. Y aparecen los infaltables comandos de la extrema derecha, como en
todo el resto de América Latina, y la militarización de frigoríficos y bancos. Se van reprodu-
ciendo como calcados los métodos de los militares y policías argentinos.
Prólogo 11
antipopular». Y no se equivocaba. La gente que había soñado con un cambio siguió su lucha a
través de las huelgas generales y las manifestaciones. Pero, como dicen varios testigos en el
libro: «al llegar la dictadura estábamos desechos. Apenas teníamos presencia en la calle, en
medio de un pueblo que se encontraba inerme y que no estaba en condiciones de transformar
por sí mismo una huelga de resistencia en una huelga insurreccional».
Mientras tanto la dictadura encapucha y tortura, aplica el submarino, la electricidad, el ca-
ballete, las colgaduras. Método que finalmente triunfará y logrará vencer a las huelgas. Fer-
nando Castillo lo explica con pocas palabras: «Cuando vi pasar el primer ómnibus, dije: per-
dimos».
El libro luego pasará a ser un verdadero vademécum para el investigador. Por ejemplo,
«Organizaciones contrarias al régimen», donde también se incluyen las interpretaciones de la
actuación de cada una de ellas y el esfuerzo por explicar la derrota. Un capítulo interesante es el
del quehacer revolucionario de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Y también una referencia bien útil para los que vienen, las listas de las bibliotecas y orga-
nismos visitados, o el archivo del autor y las denominadas «herramientas de trabajo».
El lector se va a entregar ahora a la tarea de leer y anotar este libro. Un trabajo enorme pero
esclarecedor. Después de las derrotas de los movimientos revolucionarios ha llegado el mo-
mento para el historiador y el protagonista, y hasta el mero lector, de analizar causas y motivos.
Para el argentino lo ocurrido en el Uruguay fue siempre entre misterioso y complicado. Aquí va a
comenzar a entender todo. Y le servirá para hacerse también mil preguntas sobre lo ocurrido en
su propio país, tan diferente pero al mismo tiempo tan parecido, tan latinoamericano–riopla-
tense.
Es también este libro un recuerdo para los héroes del pueblo, los que tal vez, equivocados o
no, enfrentaron la situación, demostraron vergüenza y amor a la justicia. Ellos, podemos decir,
murieron en dignidad.
OSVALDO BAYER
Presentación
«No son sólo memoria, son vida abierta, son camino que empieza y que nos
llama.»1
a cabo con informaciones arrancadas de la tortura y de allanamientos, en la que se elabora una cari-
catura mal intencionada de los luchadores.
«Poner en desnuda evidencia al grupo sedicioso, tal cual es, sin ropaje engañoso de pér-
fida dialéctica, por lo que el pueblo uruguayo conoció rápidamente, como la conoce hoy, a
esa pequeña minoría de exaltados de extraviada mentalidad.
Los entretelones de la vida íntima de la organización –que en su afán de originalidad
llegó hasta producir una modalidad especial del amor sedicioso, el “tupamor”– descubren
un cuadro repugnantemente sórdido de bajezas, deslealtades, felonías e inmoralidades,
del que deliberadamente se prescinde para no rebajar el nivel de este análisis ni entrar en
chocantes individualizaciones [...].Información rigurosamente verídica e imparcial [...]. A
quienes no han abdicado del derecho más importante del hombre, que es el de pensar por
sí mismo, está, pues dirigida fundamentalmente esta publicación.»4
Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968-1973 es, por contra, un homenaje a
éstos y ha sido realizado gracias a su ayuda,5 concretada principalmente en la información propor-
cionada mediante entrevistas, charlas, grabaciones y correo –convencional y electrónico– en citas
programadas, universidades, bares, casas, asados y viajes.
El carácter independiente y riguroso de esta investigación es la causa de que, en ella, no se dife-
rencien los actos por lo que dice la ley, sino por los factores y las consecuencias de la guerra social.
Por eso, por ejemplo, aunque se utilice un lenguaje convencional, se considera como personas se-
cuestradas tanto a aquellas que estuvieron encerradas en los zulos de la guerrilla como a las presas
por la Constitución y los jueces. Por la misma razón, adoptando el criterio de las ciencias sociales, la
legitimidad legal de encarcelar o usar armas no se considera válida para defender a los legales y cri-
ticar a los ilegales, para denominar a unos, «pacificadores», y a otros, «terroristas».
Por lo demás, el objetivo historiográfico de la obra pretende aportar nuevas maneras de historiar
y, en un plano social, y, por lo tanto, ligado a la aspiración anterior, un balance realizado con los pro-
pios testimonios de los protagonistas, en el que éstos analizan sus aciertos y errores, para que sea
una herramienta de intervención ética y política en un mundo que, cada vez más, reclama ser trans-
formado.6
de los tupamaros, 125): «Elaborado con múltiples asesoramientos y en particular de técnicos brasileños, norteameri-
canos y alemanes».
4. Junta de Comandantes en Jefe de las FFAA, Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental. La Subversión. Tomo I y II. Ed. Uni-
versidad de la República, Montevideo, 1976, 12.
5. «Creo que les encontré porque en cierta manera cicatrizan lo que como historiadora he buscado. Quería descubrir por
qué había fracasado la revolución en el momento de la guerra civil, ya que estaba convencida de que conocer las ra-
zones de ese fracaso serviría para ayudar a transformar la sociedad.» Vilanova, Las mayorías invisibles: explotación fa-
bril, revolución y represión. 26 entrevistas, Ed. Icaria, Barcelona, 1996, 12.
6. «Del estudio de las experiencias históricas, podemos obtener ideas o concepciones fundamentales que llevaron a la vic-
toria, principios generales que si bien no nos enseñan a triunfar, por lo menos nos evitarán fracasos.» Primer documento
de los tupamaros citado en Huidobro, Historia de los tupamaros, Tomo III, Ed. TAE, Montevideo, 1994, 133.
Presentación 15
que se había leído o escuchado varias hazañas, transformar las entrevistas en charlas y presenciar
aportes de sinceridad, algunas veces con la pausa puesta en el grabador. Anécdotas como la de un tu-
pamaro que, en plena entrevista, y tras comer un guiso de lentejas, se puso a dar pasos para aquí y
para allá, y preguntó: «¿no te importa si camino, no? Me queda la costumbre de la cárcel. Siempre,
tras comer, “caminaba” un poco para bajar la comida». Fue tan larga la condena de este ex preso
como la de una mujer, ex guerrillera, de la que aún hoy conmueve su fortaleza, tras tanto sufri-
miento. O la del sindicalista, nacido en 1934, que me dijo un tanto despistado: «acordate de las dis-
tintas líneas de acción». Anécdotas, en fin, como la de la incertidumbre al escuchar hablar, en pleno
Palacio Legislativo, a un ex sedicioso sobre explosivos y sabotajes; o la de admiración y el respeto
hacia el abuelo anarquista que, estando afiebrado, respondió el cuestionario y saltó de la cama para
ir a visitar a unos obreros del Cerro que habían ocupado una fábrica. «Están medio solos –dijo–, hay
que ir a darles ánimos». Sin duda, una experiencia hermosa.
En este estudio se ha intentado huir de las explicaciones formales. De todos modos, el éxito ha sido
parcial. Las limitaciones del mismo y la influencia de muchas fuentes, que hacen un análisis
formal, no permitieron otro resultado. Fuentes en las que no aparecen las clases y los movimientos
sociales, sino sólo organizaciones políticas y en donde se analizan los acontecimientos por lo que
decían los protagonistas de un bando u otro, y no por lo que realmente hacían.
Algunos militantes, sobre todo de Europa, autoproclamados «revolucionarios», afirman que el
conjunto de la lucha en Uruguay (y por extensión, en Latinoamérica) fue reformista, meramente an-
tiimperialista, nacionalista y foquista. Se quedaron en la formalidad de unas proclamas de libera-
ción nacional, de unas consignas contra los «yanquis», y de algún discurso reformador. No pu-
dieron, o no quisieron, ver lo que se narra en esta obra.
Lo defendido en los hechos, en la práctica real, coincide muy pocas veces con las banderas de un
movimiento social. Por ejemplo, que miles de proletarios se enfrentaran directamente contra las au-
toridades iba mucho más allá de algunos de los puntos de su programa. Así, para el caso, aunque re-
clamaban la nacionalización de la banca, puesto que ese movimiento social no sólo atacaba a las fi-
nanzas extranjeras sino también a las nacionales ponía en cuestión las bases mismas del capita-
lismo: sociedad de clases, trabajo asalariado, explotación del hombre por el hombre, propiedad pri-
vada, mercancía, etcétera.
Para delimitar el objeto de análisis se usa un término tan amplio como «luchadores sociales», en-
tendiendo por éstos quienes, pretendiendo cambiar la realidad social (más o menos profunda-
mente), se vieron enfrentados al régimen de Uruguay, y, más allá de su afinidad y afiliación polí-
tica, arriesgaron sus vidas por ello.
Se descartó el término «militante» por ser demasiado limitado. Marginaba a los luchadores que,
en cierta forma, también militaron, pero no organizados en un grupo político, aunque sí con la gente
de su barrio y colectivos de afinidad. Además, obviaba a otros protagonistas de movimientos so-
ciales y a personas que, por circunstancias dadas, se vieron implicadas en los sucesos: vecinos, fa-
miliares, amigos de presos y detenidos, que aparentemente «no tenían nada que ver».
Presentación 17
En un principio, se pretendió abarcar a todas las organizaciones en las que actuaron los lucha-
dores sociales, mas la amplitud de la investigación permitió profundizar tan sólo en algunas fuerzas
políticas. Es decir, que desde una óptica general y no de análisis de donde se militaba, sí que se
abarca a todos los luchadores sociales y sus características –sueños, formas de lucha, vida coti-
diana, pensamiento, peculiaridades–, pero, en el momento de presentar a las organizaciones de las
que formaban parte, no se incluye a la totalidad, aunque sí a la gran mayoría.
En cualquier caso, se ha profundizado sobre los grupos políticos que cumplían, al menos, alguno
de los siguientes requisitos: el haberse gestado en los albores del período de estudio; el ofrecer una
forma novedosa de organización y de actividad política; o el que cuestionaran e hicieran tambalear
el estado de cosas, debido al programa que tenían y, sobre todo, al uso de la acción directa en su
sentido más amplio (ver al respecto el apartado «Acción directa»).
Si se ha elegido 1968 como inicio de la profundización del estudio, es porque fue el año en que la
lucha fue masiva y cuando se polarizaron dos grandes grupos: el del régimen y el de la lucha por el
cambio y la justicia social. También, por el carácter internacional de la resistencia, por el incremento
de la presencia en las calles montevideanas de luchadores sociales y formas de lucha, como la gue-
rrilla urbana, inéditas para el país. Por otra parte, si la investigación acaba en julio de 1973, es
porque con la consolidación de la dictadura militar, la actividad social y política cambió substancial-
mente. Fue en esa fecha que concluyó la huelga general en respuesta al golpe de estado y, en defini-
tiva, cuando aquel intento por transformar la sociedad resultó derrotado. A partir de entonces y
hasta principios de la década de los ochenta, se combate como se puede y en pocas ocasiones en la
calle. La mayoría de las veces se resiste de paredes hacia dentro –en casas o cárceles–, o bien en el
exilio. Los seis años analizados son los de más resistencia al sistema capitalista y de más posibili-
dades de cambio social en la historia de Uruguay; de acontecimientos en el país que marcaron, por
lo menos, a tres generaciones.
Al abordar el estudio de los conflictos sociales de un país, se encuentran muchos puntos en común
con los de cualquier otro. Uno de ellos es que los dos movimientos –el del régimen y el del cambio
social– acusan al otro de estar influido por algún pensamiento, grupo o país extranjero y que, por lo
tanto, no es legítima su actuación en el país en cuestión. Eso cuando directamente no se le acusa
de «traidor a la patria» y de «estar a las órdenes» y «defender los intereses de otro país». En este
caso, un sector se autoproclama «defensor de la nación» y afirma estar acorde con el interés ge-
neral de la patria. Al movimiento comunista mundial se le ha acusado siempre de estar al servicio
de la URSS, Cuba, etc., a pesar de que, a decir verdad, poco o nada han tenido que ver dichos es-
tados con el comunismo: la abolición del capital y del estado. No han entendido que la necesidad
de la transformación social, de dejar de estar explotado, no surge porque llegue un teórico o un
libro de la URSS, sino por la condición misma de oprimido.9 De igual modo, la represión no se de-
sencadena por la llegada de un agente de la CIA, o porque los oligarcas se vendan a una potencia
8. Rico y Demasi, cronología inédita.
9. Esto no significa que no sean importantes los flujos migratorios. Es obvio que cuando un grupo de personas se traslada
18 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
extranjera. Se desata porque esos oligarcas, a fin de cuentas, burgueses, para seguir siéndolo, no
tienen más remedio que reprimir todo intento de revolucionar la sociedad. En otras palabras, la re-
presión es inherente a la naturaleza misma de las clases dominantes de todos los tiempos. Para ser
dominante, valga la redundancia, hay que dominar y, para ello, hay que aterrorizar.
En el caso del Uruguay, las campañas de que la culpa era de «los de afuera» fueron muy amplias.
Unos acusaban a otros de ser extranjerizantes y traidores a la patria: los partidarios del régimen di-
ciendo que la lucha contra ellos estaba organizada por la URSS, o financiada por Cuba,10 y los lucha-
dores sociales denunciando que los sectores políticos reaccionarios defendían los intereses de
Estados Unidos, cuando lo que hacían, en realidad, era defender los suyos propios, que concor-
daban, no con los de los explotados del país norteamericano sino únicamente con los de sus sec-
tores pudientes y reaccionarios.11
Muchos de los investigadores de los conflictos sociales en vez de contextualizar el objeto de es-
tudio, por ejemplo analizando la influencia de la denominada guerra fría en todo el planeta, se re-
crean y exageran la importancia que tuvo la CIA o la ayuda de Cuba en aquel período histórico.12 La
culpa no fue de los de afuera, aunque, como se explica más adelante, la intervención en uno y otro
sentido fue muy importante. El enfrentamiento social se dio porque en cualquier país en que unos se
aprovechan del trabajo y de la condición del otro y en cualquier lugar donde exista miseria humana a
todo nivel, en determinado momento se puede romper el consenso y estallar la lucha abierta. El ob-
jetivo es desvelar qué hizo desencadenarla, cómo se llevó a cabo y quién protagonizó las situaciones
de rebelión contra su propia situación precaria y la del resto de la población explotada.
Acto seguido, van varios ejemplos hallados en un libro obligatorio, hasta hace pocos años, en
de país, traslada con ellos sus sufrimientos, sueños y rebeldía, y muchas veces sus propias organizaciones políticas.
Sirvan como ejemplos los casos de la emigración y exilio de principios del siglo XX de los anarquistas de Italia a Argen-
tina, o el empeño consciente de los internacionalistas de todas las épocas del capitalismo para propagar la lucha social
por todo el planeta. La realidad es que la lucha de clases está en todos los puntos de la Tierra en los que una clase ex-
plota a la otra, en los que una persona se hace rica a costa de la miseria de otra, y esto ocurre en todos, o prácticamente
todos, los lugares. Comprenderlo es entender que los esclavos no empezaron a luchar cuando Espartaco les propuso li-
berarse, ni que los proletarios decidieron organizarse y combatir cuando leyeron el Manifiesto del Partido Comunista,
escrito por Marx y Engels, sino que fue gracias a su propio movimiento, a esa contradicción creciente entre las clases,
que alguien pudo llegar a expresar teóricamente los intereses de la emancipación colectiva. La lucha contra la explota-
ción empieza, por tanto, desde el mismo momento en que se inicia la explotación del hombre por el hombre.
10. «Morboso clima de violencia desatado por minúsculos grupos [...] sin base popular, ni apoyo popular, en el desesperado
intento, fomentado desde afuera, de cuestionar el orden y la legalidad en un auténtico estado democrático […]. Hoy es
posible ofrecer pruebas irrefutables de la subordinación de dichos grupos a directivas extranjeras. JCF de las FFAA, Tomo
I, solapa de presentación.
11. En el caso de los luchadores sociales, este fenómeno alimentó la ideología de liberación nacional lo que dificultó la inter-
nacionalización de la lucha revolucionaria.
12. A continuación, se cita un fragmento en el que late la teoría que ve a las FFAA como «neutrales», que reprimirían por inte-
reses provenientes de EEUU: «No dudo que aun en esas alturas de mando podían aflorar contradicciones, e incluso refle-
jarse las más sanas tendencias de las tantas que el ejército debatía (la posición en torno a la huelga de trasporte es un
claro ejemplo de ello. Frente al Poder Ejecutivo para que las fuerzas armadas tomaran el control del transporte, la Junta
de Comandantes se opuso a ello y señaló que el conflicto debía resolverse por la vía normal de la negociación entre el
Gobierno y los trabajadores). Pero ya estábamos inmersos en un vasto operativo dirigido desde Washington, destinado a
poner las cosas en su lugar y restablecer el papel o freno al auge de las luchas populares y los avances de la izquierda en
el continente». Turiansky. El Uruguay desde la izquierda, Ed. Cal y Canto, Montevideo, 1997, 121.
Por supuesto, hubo ayuda de la CIA y de otros organismos represivos. En un comunicado del MLN, basado en las declara-
ciones del policía Bardesio, se afirmaba: «El subcomisario La Paz prepara el “correo diario” para la embajada estadouni-
dense, que consta de relación de antecedentes pedidos por ésta, copias de todos los partes del día, copias de todas las
informaciones procesadas en Jefatura y cintas magnetofónicas de las intervenciones telefónicas. […] El correo se realiza
con pleno conocimiento del jefe de Policía y el ministro del Interior» Machado y Fagúndez, 148.
Presentación 19
Uruguay, para los estudiantes de secundaria, que muestran cómo la historia oficial enseñaba lo ocu-
rrido.
«En los enfrentamientos se pudo apreciar el alto grado de adiestramiento recibido en el ex-
terior [...]. Agitadores profesionales provocan disturbios […]. Ante el dictado de la ciuda-
danía en las elecciones de 1971, se vuelve de nuevo al terror, ahora sí más violento. Tales
eran las esperanzas de triunfo frenteamplista que el gobernante cubano, principal insti-
gador de estos sucesos, de visita en Chile, estuvo pronto a volar hacia nuestro país a fes-
tejar el triunfo de sus acólitos. [...]. En ocasión de visita de Rockefeller se llega a izar la
bandera de Vietnam del Norte en la Facultad de Medicina.»13
León Lev opina, aunque no explícitamente, que el desencadenante de la intervención militar vino
de fuera.
«Las dictaduras no fueron una respuesta autóctona a los fenómenos nacionales.
Formaron parte de una ofensiva de los EEUU, en su política regional y latinoamericana.
Significaron también una estrategia de control del avance de las fuerzas de izquierdas y
una cortina de humo para imponer el neoliberalismo». 14
A tenor de lo visto, parecería que lo bueno se hacía en Uruguay y lo malo era externo…
Un panfleto de la Unión de Jóvenes Comunistas, difundido tiempo después del golpe militar y ti-
tulado «Información sin censura», manifestaba:
«Nos hablan de orientalidad, quienes simpatizan y emulan con Brasil apoyados y al ser-
vicio del yanqui; los que han entregado el Uruguay en sus entes autónomos, paralizando
su industria, contrabandeando ganado, vendiendo el oro, sus tierras, y últimamente algún
parque de vacaciones».
Se trataba, además, de saber quién era patriota. Los luchadores sociales decían que eran ellos y
que sus enemigos eran los extranjerizantes (y los proimperialistas); los reaccionarios, decían lo con-
trario.
Se debe aclarar que la propaganda estatal que vinculaba a los luchadores sociales con el extran-
jero era tan agresiva que éstos, como defensa, insistieron siempre en el carácter nacional de sus or-
ganizaciones, lo que en muchos casos no era falta de internacionalismo.
A lo largo del trabajo, se descubren algunas de las ayudas exteriores que tuvo uno y otro bando15.
Aquí tan sólo mencionar que Mujica reconoce que hubo varios tupamaros que se entrenaron en
13. Consejo Nacional de Educación, Historia Nacional - Sexto año (II Parte), 209. Impreso en los talleres gráficos de A.
Monteverde y Cía. S.A. Montevideo, 1980. En otros libros de secundaria se aseguraba que, en aquellos tiempos,
1968-1973, el desarrollo normal de las clases se veía alterado por huelgas, asambleas de estudiantes y «contra-
cursos», y que la exhibición de símbolos extranjeros y fotografías de líderes marxistas- leninistas señalaban las tenden-
cias políticas generadoras de esa situación.
14. León Lev, como muchos otros luchadores sociales, incide en que su organización, el PC, era uruguaya y que surge de las
contradicciones y de la sensibilidad del país: «Nuestro partido es más un fruto de la sociedad uruguaya, que del movi-
miento comunista internacional y por eso nosotros hicimos un gran esfuerzo por el rescate de Artigas, por encontrar lo
que nosotros llamamos la vía uruguaya al socialismo». Afirma, también como la mayoría, de los dirigentes de izquierda,
que su fuerza política no surgió de ideas exportadas ni fue ningún proceso de laboratorio.
15. En el apartado «Represión» se describen algunas de las ayudas a las fuerzas de seguridad: cursos de formación en Pa-
namá, material antidisturbio regalado por EEUU, disposición del gobierno brasileño para ayuda de material militar…, y
en el de «Confraternización Intergrupal» se ven ejemplos de la ayuda de Cuba y de otras guerrillas de Latinoamérica. Por
lo demás, en cualquier libro sobre la época se pueden encontrar detalles que demuestran la colaboración de otros
países. En el apartado represivo, Samuel Blixen, en su libro Sendic, Trilce, Montevideo, 2000, 235, escribe: «A me-
diados de 1971, el agregado aeronáutico de la embajada de Brasil en Uruguay, coronel Leuzinger Marques Lima, lle-
gaba a Montevideo con su valija diplomática repleta de explosivos. Se los ha aportado el Servicio de Información y Segu-
ridad de la Aeronáutica (SISA), después de considerar y aceptar la propuesta del agregado militar de “influir en los acon-
tecimientos uruguayos”. Parte del explosivo brasileño que llegaba regularmente a Montevideo era entregado a la Ju-
20 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Cuba y aclara que únicamente recibieron apoyo económico de ese país en 1971, cuando estaban
muy golpeados. El propio Fidel Castro reconoció públicamente el apoyo que Cuba le dio a las guerri-
llas latinoamericanas, hasta el punto de que, en 1998, Manuel Aguilera, embajador cubano en
Montevideo, dijo que había sido un honor entrenar guerrilleros. Según las fuentes consultadas, una
parte de la financiación del diario Época de Uruguay la realizó Cuba.16
Es tal la voluntad de combatir la creencia de que la lucha vino de fuera que algunos testimonios
evitan decir que tuvieron colaboraciones del extranjero, escondiendo cualquier tipo de asistencia cu-
bana o de grupos guerrilleros del continente, en vez de sostener que hubo cooperación por una con-
cepción internacionalista de la lucha. Reconocer una ayuda guerrillera, a escala estatal, era impen-
sable en medio de la guerra fría. Cuba, si hacía pública su colaboración, hubiera incrementado las
posibilidades de ser invadida, fenómeno que vuelve a ser peligroso tras los sucesos del 11 de sep-
tiembre de 2001.
Al respecto, cabe mencionar, que tras la persecución de «terroristas» a escala mundial, alguno de
los entrevistados pidió el anonimato en ciertos operativos detallados, sobre todo los relacionados
con personalidades provenientes de EEUU.
coger el testimonio de personas tan relevantes, pero nunca antes entrevistadas, como es el caso del
ex tupamaro Fernando Garín, hace que sus comentarios sean extensos.
Hay varios episodios que aquí sólo se mencionan sobre los que se podrían elaborar libros enteros.
De hecho, se han escrito obras como, por ejemplo, las que se centran en la tregua armada o la eva-
sión de presos de Punta Carretas. Se podría, la temática lo merece, confeccionar una colección de li-
bros o una enciclopedia de los conflictos sociales en Uruguay, de 1968 a 1973, que tuviera estadís-
ticas, anécdotas, cronologías, biografías, detalles, fotografías, artículos de opinión, documentos,
canciones...
En el apéndice, para facilitar la compresión del relato y para destacar el hecho de que en el ám-
bito militante hubo una innovación lingüística,18 se presenta un breve diccionario.
Por último, cabe realizar una aclaración. Cuando se mencionan las estaciones del año, se está
haciendo referencia a Uruguay; de ahí que se hable de clima caluroso en enero. En otro orden de
cosas, se debe pedir disculpas a aquellas personas, en su mayor parte del sexo femenino, por utilizar
un léxico machista. Dada la limitación de nuestro lenguaje, su falta de dinamismo y el ser resultado
de una sociedad patriarcal; y el no haber encontrado una alternativa mejor, se ha optado por utilizar
la forma convencional. Por ejemplo, para no repetir los artículos y las terminaciones: los y las lucha-
dores/as, se ha escrito los luchadores. Se entiende que son tanto las mujeres como los hombres y así
está expresado a lo largo de la obra. Si hay menos entrevistados o menos episodios protagonizados
por mujeres ello se debe a las fuentes halladas. Pero, a pesar de esta limitación, la investigación
mantiene un carácter amplio pues trata también las vivencias de anónimos, ancianos y niños, otros
de los sectores ninguneados por la historia.
sodios concretos, o proporcionando la información necesaria para que el lector lo haga, se facilita el hacerse una mejor
idea de la totalidad de aquél período histórico.
18. Irene, una de las entrevistadas, señala que fue una «época muy importantes en cuanto a la amistad, la solidaridad, el
entendimiento y el mismo lenguaje que teníamos».
Contexto y antecedentes
Aunque varios analistas sitúan el inicio de la crisis profunda en el año 1955,2 fue en el período
1957-1968 en el que se constata un proceso histórico-estructural de caída continuada.
El estancamiento productivo generalizado de la economía uruguaya sólo puede ser explicado
viendo a Uruguay como subespacio menor y subordinado del sistema capitalista mundial.3 Ello im-
plica que, al estar sometida la sociedad uruguaya a la ley del valor, ésta determina tanto el desarrollo
capitalista con crecimiento productivo, que la caracteriza hasta 1957, como la crisis (desarrollo ca-
pitalista sin crecimiento productivo) que se da a partir de esa fecha.
La crisis trajo como principal consecuencia la intensificación de los conflictos sociales. De hecho,
en todo el Cono Sur de América Latina, la guerra de clases, de aquel momento, se resolvió de una
manera directa y rápida.
El proletariado de esa zona, sin haber reconstituido el mínimo de su propia experiencia y progra-
ma, se vio volcado a luchar sin haber aclarado suficientemente, por ejemplo, que había otro tipo de
«comunismo» que la estatización de los medios de producción y un régimen en el que predomina el
trabajo asalariado, o que la sociedad comunista se trataba de un sistema totalmente diferente a
Cuba, China o Rusia.
¿Por qué no había una posibilidad de postergar el enfrentamiento? ¿Por qué estalló en esa zona
del mundo? La respuesta genérica es que el conjunto de condiciones materiales obligaron al proleta-
riado de la zona a desarrollar una lucha autónoma y radical, pero al mismo tiempo pobre en su coor-
dinación internacional y en gran parte de sus consignas contra todo el capital internacional y su
estado.
Los conflictos sociales y las dificultades económicas produjeron que algunos burgueses fueran
sacrificados mientras que otros, con mayor capacidad de adaptación, con un tipo de capital menos
ligado a un medio de producción dado –como el capital comercial y financiero–, y con mayor fuerza,
pudieron situarse en otro espacio geográfico –fuga de capitales y compra de medios de valorización
en otras regiones–.
Ante la crisis, el capital intenta preservarse y reconstituirse, para lo cual –sea cual sea la fracción
de él que gobierne– se ataca el nivel de vida y de trabajo de la clase obrera, intentándose, así, re-
construir la tasa de ganancia sobre la base del aumento de la tasa de explotación. Algunas concreti-
zaciones de este fenómeno son la pérdida directa del poder adquisitivo de los salarios –aumentos de
precios no compensados por aumento de sueldos–, así como la disminución de las «prestaciones
sociales» y el aumento de todas las rúbricas represivas frente a previsibles revueltas.
Por lo tanto, el punto de partida de las especificidades de esa región del mundo viene del capital,
de la consecuente actuación de la burguesía y de todos sus aparatos y no, como se cree a menudo,
del proletariado o de tal o cual guerrilla o grupo revolucionario. La burguesía estaba obligada, para
2. Los estudios de la CIDE (Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico) sitúan en el año 1955 el inicio del deterioro
económico, que se fue acentuando, junto al derrumbe de las formas políticas y de todos los planos de la vida social y
cultural. Otras fuentes afirman que, aunque ésa sea la fecha del inicio de la crisis, la población no la notó hasta años
más tarde.
3. «El Uruguay a la europea se ha ido latinoamericanizando –explicaba un documento de 1970 de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias Orientales–, pero con el agravante de que por poseer un muy pequeño mercado y carecer de materiales
minerales, no posee los atractivos de otros países más grandes para la inversión de capitales. Esto ha hecho que su
crisis sea mucho más grande y acelerada que la de otros países vecinos [...]. El latifundio constituye la causa principal
del atraso de la producción agraria uruguaya. El lucro del monopolio de la lana y de la carne se ha destinado a las activi-
dades especulativas de la banca privada.» Texto nº 1. Archivo del autor.
Contexto y antecedentes 25
seguir siendo lo que era, a disminuir el salario real, en un período en el que, en otros sitios del mun-
do, esa misma clase podía desarrollarse permitiendo buenos e importantes aumentos aquél. Entre
1960, año en el que Uruguay firma su Primera Carta de Intención con el FMI, y 1973, en el Cono
Sur de América los aumentos de salarios reales fueron nulos o casi nulos, mientras que en países
europeos de ese mismo período casi se duplican.
Hasta la mitad de la década del sesenta, el estado atenuó las tensiones sociales incorporando la
mano de obra sobrante de los sectores primario y secundario, y aumentando las ayudas por desem-
pleo y las jubilaciones. Este factor lejos de incrementar la productividad la disminuyó aún más y
acentuó una crisis.
En Uruguay, hasta 1968, la lucha entre la burguesía y el proletariado, notablemente acelerada
por el extraordinario –y casi sin precedentes a nivel mundial por su duración– estancamiento pro-
ductivo desde mediados de los años cincuenta, se desarrolló bajo una forma descentralizada. Cada
sector burgués se enfrentaba a un sector obrero en particular y la correlación de fuerzas precisas en
cada lugar o sector determinaba las nuevas condiciones de explotación –salarios, condiciones de
trabajo, otros «beneficios» laborales, etc.–, lo que facilitaba la vieja práctica sindicalista de corpora-
tivismo y la división de los obreros. A escala general de la reproducción capitalista, ello tenía como
resultado un «empate», la no resolución de nada fundamental, lo que, desde el punto de vista bur-
gués, implicaba la continuación general de las condiciones de estancamiento. La centralización de
las fracciones más dinámicas del capital y su estado defensor, que se opera a través del gobierno de
Pacheco Areco, intenta liquidar esta situación, imponiendo un aumento brutal y centralizado de la
tasa de explotación para recomponer las condiciones capitalistas de inversión y acumulación. Si-
guiendo el ejemplo de otros países de la zona –véase las medidas adoptadas, en Argentina, por
Onganía– en junio de 1968 se decreta la congelación de sueldos y salarios. Esta medida, como otras
de cuño represivo, constituyó una declaración de guerra al proletariado. Desde ese momento, la po-
sibilidad de aislar las luchas se complica enormemente y la generalización de los enfrentamientos
está al orden del día. La clase obrera se encuentra en la encrucijada de responder al mismo nivel de
centralización y fuerza de su enemigo histórico o dejarse arrollar por el aterrador avance del capital y
someterse a las imponentes condiciones de explotación que éste intenta imponerle.
A principios de 1957, hubo una gran huelga protagonizada por los peones del tambo (industria
láctea), que fue reprimida por las autoridades y provocó el primer paro general de veinticuatro ho-
ras en solidaridad con los jornaleros rurales. Los detenidos, acusados de realizar acciones contra
los carneros (esquiroles) y rompehuelgas, fueron castigados a sablazos en comisaría y algunos de
ellos tuvieron que ser hospitalizados por las heridas sufridas.
En este período se plasma la proclamada unidad obrero-estudiantil, a través de las movilizacio-
nes por la Ley Orgánica de la Universidad (autonomía universitaria), conseguida en 1958.
A fines de ese año se celebraron elecciones generales que significaron una histórica victoria para
el Partido Nacional, que no ganaba una elección presidencial desde 1860. La política económica
blanca fue de signo liberal: anulación del Contralor de Exportaciones e Importaciones, liberación de
las importaciones, eliminación de subsidios, detracciones a la producción exportable y devaluación
vertical de la moneda por la Reforma cambiaria.
26 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En 1959, se produce la revolución cubana que, en Uruguay, divide a la población entre defenso-
res y detractores.4 Casi todos los luchadores sociales, escasos aún por aquellos años, simpatizaban,
de uno u otro modo, con ella, y le daban suma importancia, porque pensaban, como recuerda Co-
riún Aharonián, que «nos descubre, sobre todo, que la utopía es posible».
El inicio de la década de los sesenta está marcado por las movilizaciones, los comités de apoyo a
la revolución cubana y las manifestaciones antiimperialistas. También es destacable la organización
gremial de los cortadores de caña y de otros trabajadores, así como el abandono, por parte de varios
militantes destacados, del PC y, sobre todo, del PS, a fin de buscar nuevas formas de lucha.
En el plano cultural, sobresalen algunas creaciones que generan conciencia. Coriún Aharonián
ofrece un ejemplo:
«La canción que le supone el éxito a Viglietti, fuera de las fronteras, y que es tomada por
músicos populares de otros países es Canción para mi América, en 1962. Y dice “dale tu
mano al indio”. De golpe se está tomando conciencia, un país que ha negado sistemática-
mente su condición de mestizo, del americanismo y de lo indígena.»
En las elecciones de 1962 vuelve a vencer el Partido Nacional. Para Carlos Quijano, responsable
de Marcha, el semanario más leído de las fuerzas progresistas y de izquierdas, en aquel período
electoral lo que realmente estaba en juego, más allá del desfile partidario, eran dos proyectos dife-
renciados: el antiimperialismo, el nacionalismo consecuente y el progreso, por un lado, y el imperia-
lismo y el inmovilismo, por el otro. Un texto publicado en el nº 1.124 de Marcha, 14 de setiembre de
1962, caracterizó a los partidos tradicionales como incapaces de gobernar y les acusó de estar va-
cíos de contenido y paralizados por el caos. Señaló, también, la necesidad de crear una fuerza de
reemplazo que frenara el proceso de depauperización e injusticia, consiguiera la liberación del país y
un bienestar más generalizado. Este tipo de demandas provocó, casi una década más tarde, la
formación del Frente Amplio, coalición de partidos políticos de izquierda.
4. J. C. Mechoso recuerda que, en un principio, eran pocos los que defendían el proyecto de los guerrilleros de Cuba y que
el Partido Comunista del Uruguay, antes de la victoria del Movimiento 26 de Julio, en un artículo de Justicia, informó
que había llegado un aventurero pequeñoburgués a Sierra Maestra, llamado Fidel Castro.
Contexto y antecedentes 27
El relato de Ariel Collazo aporta datos sobre la izquierda parlamentaria del momento, la Unión
Popular y el FIDEL (Frente de Izquierda de Liberación):
«Desde fines del 61, la izquierda uruguaya se dedicó a buscar la unidad. [Los compañeros
del MRO] estábamos reuniéndonos con el Partido Socialista, Nuevas Bases y Erro. Des-
pués de un año reuniéndonos nos enteramos de que se habían empezado a reunir sin no-
sotros. El único excluido era el MRO, porque nosotros entendíamos la unidad sin exclusio-
nes y ellos no estaban de acuerdo en la presencia del PC. A partir de febrero, deciden crear
la Unión Popular y nosotros seguimos trabajando solos, aunque coincidíamos con otros
grupos en la defensa de Cuba. Finalmente, tuvimos que buscar un acuerdo con el PC, al-
gunos batllistas (Avanzar) y movimientos universitarios, y creamos el FIDEL.5 Duplicamos
la votación que había tenido el PC en el año 58, quiere decir que había habido razones
para hacer esta unión. Y, en cambio, la Unión Popular sacó menos votos que los que sacó
el Partido Socialista en el 58.»
En el transcurso de los primeros años de la década de los sesenta, se van buscando soluciones a
la crisis y a las injusticias sociales. Entre los luchadores sociales se intensifica el debate acerca de si
en Uruguay es o no posible un cambio como en Cuba y si para ello es legítimo y útil el uso de la lucha
armada revolucionaria, discusión que continuará hasta principios de los años setenta.
Quijano también participó de esta disyuntiva. Al ser consciente de que «nada» tiene remedio sin
aquel «ir hasta las raíces», se planteó la cuestión de la revolución; sin embargo, en 1964, escribió
un editorial para Marcha titulado «Contra cualquier malón» en el que deja claro que no ve posibili-
dad de repetir una revolución como la cubana en Uruguay, llegando a afirmar que las características
del país hacen de aquellos que usen la violencia revolucionaria meros aventureros.6
En el año 1964, se incrementan la crisis económica y las tensiones sociales y comienzan los rumo-
res de un posible golpe de estado,7 acrecentados tras el que se produce en Brasil, contando con el reco-
nocimiento de EEUU, y se empiezan a conformar las nuevas organizaciones de los luchadores sociales.
De hecho, durante el período 1957-1968, se crean los gérmenes de casi todas las agrupaciones de la
tendencia revolucionaria, que empiezan a disputarle la hegemonía de la izquierda a organizaciones tra-
dicionales como el Partido Comunista y el Partido Socialista. Al definirse dichas tendencias, en la esce-
na política, como la opción más radical y violenta, se constituyen en elementos claves del proceso y
fueron, para muchos, la principal fuerza de la clase trabajadora, en su defensa contra la aplicación de
la política económica redistributiva capitalista.
5. A nivel anecdótico, cuenta que la denominación, que alude intencionadamente a Castro, la ideó Oscar Oneto, así como
que el nº de lista 1001 fue elegido por el número del apartamento donde se fundó el FIDEL, de la calle Scosería, esquina
Rambla, en el cual vivían Mario Jaunarena y su señora.
6. «Si la fuerza se desata no ha de ser en beneficio de los más necesitados. Conviene repetirlo no sólo frente a hombres
honrados a quienes malaconseja la desesperación sino también sobre todo frente a los aventurerismos de aquellos que
sueñan con reeditar las hazañas de Fidel o la gesta de Ben Bella. Hoy aquí (Uruguay 1964) clase media, doscientos mil
funcionarios públicos, trescientos cincuenta mil jubilados, servicios públicos nacionalizados, proletariado débil y sin or-
ganización, campesinado inexistente o disperso, la fuerza sólo puede traer la reacción, sólo puede ser manejada por
ella. No hay objetivamente ninguna posibilidad revolucionaria.» Huidobro, Historia de los tupamaros, tomo I, Ed. TAE,
Montevideo, 1994, 117.
7. Algunos simpatizantes del Partido Blanco y militares de ultraderecha (cuyo máximo exponente era el general M. Ague-
rrondo, apoyado por E. Cristi, G. Álvarez. A. Ballestrino) se reunieron con un grupo de empresarios para estudiar la posi-
bilidad de protagonizar un golpe de estado.
28 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Ese mismo año se realiza una sonada marcha cañera hacia Montevideo y manifestaciones, repri-
midas por la policía y el ejército, en defensa del mantenimiento de relaciones con Cuba.
Se dan varias acciones del tipo Comandos del Hambre, que consistían en robar comida y repartir-
la en cantegriles, denominación que reciben los barrios de chabolas en Uruguay como ironía popular
a las diferencias con el lugar de mayor opulencia del país, el Cantregrill Country Club de Punta del
Este.
J. C. Mechoso, que participó en esas tempranas acciones, recuerda cómo funcionaban:
«Camiones que los llevábamos a varios cantegriles. La gente reaccionaba bien. Uno de los
operativos se hizo sobre las fiestas de fin de año. Se hacía un pedido, y luego se levantaba
[expropiaba] y se llevaba para allí. Nosotros hicimos uno como FAU (Federación Anar-
quista Uruguaya). Hicimos un pedido en una confitería de lujo, sandwiches, bombones.
Pedimos lo más lujoso, como algo contradictorio para que vieran lo que comían los ricos.
Llegó la furgoneta, cargada hasta los topes, se levantó en una casa ciega y se llevó a un
gran cantegril. Estaban las exquisiteces más insólitas, los tipos lo miraban y no podían
creerlo.»
Lo último que señala este testimonio fue la realidad para gran parte de grupos políticos y plata-
formas sindicales. Como se observa a lo largo de la obra, la conflictividad creciente y la escalada
8. Se establece la necesidad de impulsar a un plano superior la lucha por las reivindicaciones económicas y sociales de los
trabajadores de la ciudad y el campo, por el mejoramiento de las condiciones materiales y culturales «del conjunto del
pueblo; por la liberación nacional y el progreso de la patria, en el camino hacia una sociedad sin explotados ni explota-
dores».
Contexto y antecedentes 29
represiva dejaron poco tiempo para los debates de fondo y la búsqueda del programa revolucio-
nario. A partir de 1968, entre los luchadores sociales, lo que va a imperar son las reuniones para
preparar acciones, la participación en movilizaciones y la adopción de medidas defensivas ante la
represión.
En el Congreso del Pueblo se acuerda también una estructura de organización territorial, con vis-
tas a nuclear a todos los sectores populares e impulsar la lucha. Los organismos de base que se crea-
ban, denominados juntas vecinales, trascendían a la organización por gremios o profesional de los
delegados participantes en el Congreso. De ahí, que muchas de estas juntas vecinales fueran inde-
pendientes de partidos políticos y precursores de los comités de barrios.
«El Congreso del Pueblo –explica López Mercado– es una particularidad de la izquierda uruguaya
que tenemos que tener muy presente, porque mientras en otros países de Latinoamérica la izquier-
da no había acertado en ponerse de acuerdo sobre el qué hacer, en Uruguay se empieza a laburar
desde el año 64, 65. Y estaba muy claro. Había un programa muy pormenorizado. Con respecto a
cuales eran las medidas fundamentales que había que tomar en la sociedad uruguaya para romper
su dependencia y para encaminarse hacia una revolución socializante. No había prácticamente di-
ferencias [entre los grupos de izquierda]. Las diferencias eran con respecto al cómo: «Qué medidas
vamos a adoptar para llegar a ese punto»».
Si bien la coordinación de los movimientos sociales, gremiales y vecinales tiene un pequeño auge
en este año, no pasa lo mismo en el ámbito de la política parlamentaria de izquierda. Por ejemplo,
Héctor Rodríguez, con respecto a las reuniones para una unidad política de cara a las elecciones de
1966, relata:
«Aquello fue un fracaso y en las elecciones, desde el punto de vista de la presencia política
de la izquierda en el país, un verdadero desastre. En 1946, veinte años antes, había siete
diputados de izquierda y un senador; en 1966 quedó reducido a tres diputados y un se-
nador. Era indicativo que había que encontrar otro camino para encontrar a la gente.» 9
Se observa, en los párrafos siguientes, que esos caminos fueron las coordinadoras y la acción di-
recta. Como recuerda Yessie Macchi: «Dejan de funcionar los esquemas clásicos de la izquierda. Se
da una crisis en la ortodoxia de la izquierda».
Los sectores más radicalizados y activos de los luchadores sociales, nucleados en torno a los Co-
mandos del Hambre y, más tarde, al Coordinador,10 rompen ciertos lazos que les unen para profun-
dizar su militancia allí donde lo creen más conveniente. Por ejemplo, cuando se acaba el Coordina-
dor, de esa ruptura sale el grupo tupamaros. Otra agrupación de las que estaban en la coordinadora
de grupos y militantes independientes era la FAU. J. C. Mechoso cuenta las razones por las que veía
necesario un coordinador de grupos que practicara la lucha armada y el desacuerdo político con los
tupamaros.
9. «En el 66 –sigue explicando H. Rodríguez– se intentó hacer otra vez una unión [entre el FIDEL y otras fuerzas como las de
la Unión Popular] pero los socialistas no estaban por esa labor sino por la reconstitución de su fuerza tras el duro golpe
[...]. En ese año fue la lucha por la reforma constitucional y creo que la primera gran votación de la izquierda [...]. La re-
forma naranja, que finalmente triunfó, cobijada por Sanguinetti, Jorge Batlle, Gestido, el ruralismo..., no fue más que
una disminución del sistema democrático uruguayo. Transformaba el Parlamento, haciendo que la iniciativa en can-
tidad de temas (salario mínimo, presupuesto…) pasara por el Ejecutivo. Además, se pasa de cuatro a cinco años el re-
levo del gobierno. Decían que, al sacar el Colegiado, se iba a tener un presidente fuerte.»
10. Ver al respecto el inicio del apartado «Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros» y de «Confraternización inter-
grupal» así como el capítulo que trata del Coordinador en la obra de Clara Aldrighi: La izquierda armada. Ideología,
ética e identidad en el MLN-Tupamaros (Ed. Trilce, Montevideo, 2001).
30 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Vamos como FAU y lo vemos como parte de nuestra actividad, una tarea más, como la ba-
rrial, sindical y política.11 En una reunión con el Bebe [Sendic], Gerardo Gatti, Duarte y yo
le decimos: “somos la FAU”. El objetivo del Coordinador era nuclear a toda la gente disi-
dente de los partidos políticos que estuvieran de acuerdo con la lucha armada.
¿Por qué un coordinador? Vemos que el cambio sin un movimiento popular fuerte y
combativo no es posible en el país y que eso tampoco es posible si ese movimiento no
cuenta con herramientas de ruptura, lo que hace necesario cierta capacitación técnica o
cierto grupo técnico que comience a incorporar acciones armadas vinculadas a esa pro-
blemática [...]. [Pero] pensamos que el hecho por el hecho no genera conciencia, nos pa-
recía insuficiente la propaganda por el hecho.»
Estos planteamientos hicieron que, años después, los integrantes de la FAU fundaran el grupo ar-
mado denominado Organización Popular Revolucionaria 33.
Ante el aumento de la conflictividad social y de la movilización proletaria, se considera necesario
crear otras plataformas que nucleen a todo ese nuevo potencial. Este fenómeno y la voluntad de apo-
yar las reivindicaciones de los cañeros de Artigas lleva a la creación del CAP, Coordinadora de Apoyo
al Campesinado, en la que, según palabras de Yessie Macchi, «participan tanto estudiantes como
gente del campo y clase media, así como algún integrante de la pequeña burguesía, y empieza a
confluir gente que de una u otra forma está siendo tocada por la crisis, ya sea económica o política».
J. C. Mechoso cuenta que el CAP lo componían personas tan relevantes como «Benedetti, Idea Vilari-
ño y sus hermanos, el padre de los Errandonea y Héctor Rodríguez».
En Uruguay, 1966 es un año electoral; en Argentina, el del golpe de estado –diez años antes que el
de 1976– y, en el continente americano, el del plan del Che.
Ariel Collazo, uno de los principales seguidores de la revolución cubana e involucrado de cierta
forma en dicho plan, explica en qué consistía el proyecto de Guevara.12
«Decide realizar la lucha contra el imperialismo en América Latina, pero primero hace una
experiencia apoyando a los lumumbistas del Congo. Donde le fue muy mal.13 No logró for-
mar una fuerza importante para la lucha. Otra vez en América Latina, idea un plan que ya
llevaba mucho tiempo [elaborando], que desde el punto de vista estratégico era muy bue-
no pero que, desde el punto de vista táctico, no se sostenía. [Elige] un lugar que fuera apto
para que se pudiera instalar la guerrilla. No para actuar en ese país, sino más que nada
para ir formando la fuerza, entrenando a la gente, preparando el grupo o los grupos.
[Emplazamiento] que está, además, en el centro del continente y desde el cual se podía
irradiar hacia distintos lados y hacer una guerrilla continental. Ahí había peruanos, algún
chileno, bolivianos, algún paraguayo, que se estaban preparando o estaban por ir. Había
uruguayos, brasileños y argentinos que se pensaba que podían colaborar.
11. En otra parte de la entrevista explica que una de las diferencias con el incipiente MLN fue que éste le daba una impor-
tancia central, casi exclusiva, a la tarea armada, concepción foquista con la que no acordaban.
12. Hay que tener en cuenta el contexto en el que Guevara toma esta decisión. Para Diego Stulwark, por un lado, la URSS, a
mediados de los cincuenta, cuando gobernaba Kruschev, declara la «coexistencia pacífica con el imperialismo» y deja
de brindar apoyo a casi todas las guerras de liberación colonial o nacional, decisión que provoca la ruptura con China.
Por otro lado, recuerda la reemergencia de luchas de liberación nacional, y/o social, como la de Vietnam, que él quería
unir, proyectando a Cuba como vanguardia anticolonial.
13. Diego Stulwark afirma que Guevara «se desilusiona mucho con la lucha de liberación en el Congo y con lo que después
sería su máximo dirigente Kabila; no ve disposición de lucha e inclusive a él no lo dejan luchar, por una cuestión de celos
entre jefes».
Contexto y antecedentes 31
Él, a donde pensaba llegar era a Buenos Aires. Pero había que tener un grupo prepara-
do,14 porque ya se sabe, la gendarmería argentina es una fuerza militar importante. Para el
Che fue una obligación muy importante hacer esto por la muerte de Massetti15 del EGP
(Ejército Guerrillero del Pueblo).16
La idea era que el comandante segundo, como se denominaba a Massetti, se instalara
primero y luego fuera allí el comandante primero, Guevara. Esa fue la razón, quizá, por la
que el Che no quiso aceptar el razonamiento de Fidel en los dos días de discusión, tras vol-
ver del Congo.17 La discusión estaba muy clara, Cuba daba apoyo material, pero Fidel
creía que, de entrada, no era bueno que fuera. Primero, había que crear el grupo, o si no la
CIA, que seguía al Che, alertaría al imperialismo. Pero el Che no quería tener la carga de
otro grupo que fuera para iniciar la cosa, sin él estar, por lo de Massetti. Paralelamente a
eso, y ésa era nuestra tarea en el Uruguay, se trataba de acercarse a los brasileños. Brizola
estaba aquí, exiliado, y había un grupo que había tenido que irse por la dictadura brasile-
ña, y se formaron grupos que finalmente hicieron la guerrilla de Caparaó, una guerrilla jus-
to al norte de Río de Janeiro, a la que le fue muy mal. 18
El plan consistía en instalar focos en los máximos lugares posibles y aprovechar los que
ya había. Existía un grupo guerrillero que pretendía desembarcar en Venezuela y hubo
contactos con el ELN de Fabio Vázquez, de Colombia.
–¿Y en Uruguay cómo se iba a llevar a cabo el Plan del Che?
Aquí se había preparado un grupo del PC, se había preparado gente nuestra [MRO] y de
algunos otros grupos. Estábamos esperando un poco el desarrollo, esperábamos a que
aquella guerrilla, más que fortalecerse en Bolivia pudiera entrar en Argentina [...]. Los mi-
litares dijeron que el Che llegó aquí y que desde aquí, con la ayuda del PC, fue en avioneta
hasta algún lugar de Bolivia. Era lo lógico, qué otro apoyo mejor que ése iba a tener para la
instalación de la guerrilla y, sobre todo, para algo tan delicado como su traslado.
Tratar de desarrollar un plan continental al máximo, en el momento en que EEUU estaba
muy exigido por la guerra de Vietnam, desde el punto de vista estratégico era un buen momento.
–¿Ustedes tuvieron conversaciones con el Che?
–No, con el Che no».
Diego Stulwark también aporta interesantes datos sobre el plan:
«El objetivo no era tomar el poder en Bolivia, [...] lo elige por la cantidad de fronteras que
tiene con otros países del Cono Sur.19 El punto a favor con el que contaba el Che era la
emergencia de guerrillas en casi toda América Latina, un clima de mucha simpatía hacia
la lucha revolucionaria. El papel del Che era dinamizar todos esos procesos. Ahí está la
14. Había contactos con grupos de argentinos; de hecho, Bustos, pintor argentino que estaba en el grupo de Che, tenía con-
tactos con los grupos argentinos, fundamentalmente con lo que después fueron las FARC –de Josami–, que se prepa-
raban para ir a Bolivia.
15. Fundador de Prensa Latina y protagonista de la fracasada guerrilla de Salta, de principios de los sesenta.
16. «El Che –señala Collazo–, en el año 67 tenía treinta y nueve años, está en todos los manuales guerrilleros que la gente
de una guerrilla puede estar hasta los cuarenta, cuarenta y pocos años, después ya... Sobre todo en la etapa de instala-
ción de una guerrilla, que es muy dura».
17. El Che le plantea hacer la revolución en América con la estrategia de «crear mil Vietnams» para debilitar primero al im-
perialismo, creando focos de enfrentamiento directo e impedirle que siguiera expoliando económicamente a varios
países, y derrocarlo después.
18. Sufren una epidemia, provocada por los ratones, y al ir a buscar medicamentos al pueblo fueron detectados. Hay ver-
siones que apuntan que Inteligencia ya sabía dónde estaba, al menos la zona, no el lugar exacto.
19. Aunque seguramente también influyó la experiencia de lucha de 1952-1953. En la página 59 del libro Testimonio de una
nación agredida, 1978, escrito por el Comando General de Ejército, se afirma: «Lo concreto es que el “Che” Guevara
siempre tuvo en mente volver a Bolivia, donde había estado en 1953 [...] estuvo con ellos cuando la Revolución del 6 de
enero de 1953, haciendo guardias, fusil al hombro, en el Palacio Quemado (Presidencial) [...]. Su ánimo se inspiró cuando
vio desfilar miles de hombres y mujeres formando las milicias obreras y armados con fusiles, ametralladoras y bazookas».
32 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Pasaporte falso con el que Ernesto Guevara viajó de Uruguay "Ramón, en viaje de negocios", el 6 de noviembre de 1966,
a Bolivia. en la carretera que va de La Paz hacia Ñancahuazú.
idea de que la Sierra Maestra de América Latina van a ser los Andes. La idea es que bata-
llones y columnas surgieran de todos los países [...] y hacer un ejército común, como
planteó Bolívar.
–¿Y qué relación tenía con cada uno de los grupos armados del continente?
Dependiendo de cada grupo había más o menos contacto orgánico. Estoy seguro de que
hay material no desclasificado en Cuba, hay que ver los documentos que puedan aportar
los grupos revolucionarios, estamos en plena fase de reconstrucción.
–¿Por qué fracasa el plan?
–Por muchas cuestiones, pero hay una que es el enfrentamiento que esto significaba
con la política de la URSS y, por lo tanto, con la mayoría de los partidos comunistas de América
Latina [...], que estaban en contra de la lucha armada. Es el caso del PC de Bolivia20 pero
también del argentino, que denuncia incluso de aventurerismo y terrorismo a la guerrilla.
–Y, sin embargo, el PC uruguayo lo ayuda a instalarse en Bolivia.
Había un nivel de coordinación con los PC sin duda, el problema era otro, la línea estra-
tégica no pasaba por la lucha armada.»
Por su parte, Règis Debray, en el capítulo V del libro La guerrilla del Che, publicado en castellano,
en 1975, escribió:
«En aquel momento, el Che no tenía con el Uruguay sino relaciones indirectas que no pa-
saban en absoluto por los tupamaros. A fines de 1966, estos últimos no constituían sino
un grupo minúsculo replegado sobre sí mismo, casi sin infraestructura y sin relaciones in-
ternacionales notables [...]. Personalmente, jamás oí mencionar al Che una sola vez la
existencia de los tupamaros o de una guerrilla urbana en el Uruguay.»21
Sobre la relación directa entre Guevara y los luchadores sociales uruguayos se le preguntó a Pe-
dro Montero, quien entra en el MLN en 1968, dos años más tarde de la discusión interna de los tupa-
maros de si ir a apoyar, o no, al Che, a la selva boliviana.
«En el 66 el MLN eran once, ¡no jodamos!, esa discusión de si se iba o no se iba también la
tuve yo en el boliche. El MLN no tuvo nada que ver. El que le dio soporte aquí al Che fue el
20. «De hecho, el Che lo fracturó. El grupo boliviano con el cual el Che contaba, los Peredo, eran todos militantes comu-
nistas que no aceptaban las directivas de Monje y se quedan con el Che».
21. Reproducido y citado en Cuadernos nº 1 del periódico Los Orientales, (s.f.), 22.
Contexto y antecedentes 33
PC, que fue cuando cambió de personalidad y pasaporte. Eso lo hizo el PC, lo hizo Aris-
mendi.»22
Sin embargo, otros testimonios, como el del propio Huidobro, afirman que fue una oferta seria,
que se discutió. Quienes les hicieron la propuesta a Huidobro y Sendic, en una casa ubicada en el
barrio Pocitos, fueron miembros del FIDEL, algunos de ellos estaban inclusive en el Parlamento, y
aquélla consistía en que se fueran todos los tupamaros a un lugar de combate situado en Bolivia,
junto al Che. Les intentaron convencer diciéndoles que en Uruguay no había condiciones para la
guerrilla y les plantearon qué era la mejor solución tal como habían quedado tras el golpe de di-
ciembre de 1966. En esa oportunidad habían perdido a dos compañeros y gran parte de la poca in-
fraestructura que tenían. Hay que tener en cuenta que, antes de esa reunión, Sendic y Huidobro,
como el resto de los tupamaros, no sabían muy bien en qué consistía el plan del Che ni en qué lugar
exacto se encontraba junto a los otros guerrilleros. Por ese motivo, sintieron aquella propuesta como
una muestra de confianza muy grande, pero no contestaron enseguida, porque debían hablar antes
con el resto de compañeros. Horas más tarde, se reunió el Comité Ejecutivo (dirección tupamara) y
decidió, excepcionalmente, que cada uno decidiera una de las dos opciones: o sumarse a la guerrilla
del Che, con cierto apoyo de los tupamaros, o quedarse a crear el foco guerrillero en Montevideo. El
Comité, aún dejando la decisión a cada militante, aconsejó quedarse, pues entendía que el mejor
modo de ayudar al Che era pelear en Uruguay.
Cuando los tupamaros toman esta decisión, marzo de 1967, estaban en plena fase de prepara-
ción y recuperación por dos tiroteos con la policía, el 22 y 27 de diciembre del año anterior, en los
que murieron, por este orden, Carlos Flores y Mario Robaina, además del comisario que encabezaba
la operación. Diciembre de 1966 es la fecha en la que se dan a conocer públicamente, sacando un
comunicado en el que explican la causalidad y casualidad del tiroteo y firman, por primera vez,
como Movimiento de Liberación Nacional (MLN)-Tupamaros. Pero sus raíces se remontan a los pri-
meros años de la década de los sesenta, cuando asaltan el Club de Tiro Suizo para conseguir armas
con las que apoyar la ocupación de tierras de UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas), y
a 1963, cuando se coordina la lucha que está llevando Sendic –como guerrillero, por un lado, junto
a compañeros argentinos, y en los sindicatos, por otro, junto a los cañeros de Artigas–, con algunos
miembros del PS y militantes independientes del barrio de La Teja y, sobre todo, al momento en que
Sendic pasa a la clandestinidad. La negativa de éste a entregarse y, en particular, la red de apoyo
para cobijarlo, crean una estructura que será el embrión del MLN. A partir de ahí, muchos de los
que defendían la lucha de los cañeros apoyaron la clandestinidad de Raúl y se vieron comprome-
tidos en las tareas de buscarle un lugar donde dormir, la plata para su comida y cómo moverle de
un lado a otro.
22. En Testimonio de una nación agredida, del Comando General de Ejército, 57-60, se observan las fotos del pasaporte y
la supuesta ayuda del PC: «Rodney Arismendi, primer secretario del PCU, pese a su pública discrepancia con Fidel
Castro, igualmente se prestó a los propósitos subversivos emanados de la Isla del Caribe [...]. Arismendi ha dicho, en
sus conferencias y artículos periodísticos, que el día que se escriba la verdadera historia del Che se comprenderá que
muy pocos hicieron por él lo que el PC del Uruguay [...]. E inclusive Fidel Castro, en el prólogo del Diario del Che, tiene
algunas referencias al primer secretario del partido uruguayo, cuyo nombre clave, en esta operación, era “Simón”. Así,
el 14 de febrero de aquel año, Guevara apunta, de su puño y letra: “se me informa, además, que “Simón” ha manifes-
tado su decisión de ayudarnos, independientemente de lo que resuelva el Partido”. Y por cierto que Arismendi le había
ayudado y le ayudaba. Él había ordenado a dieciocho comunistas viajar a Cuba a entrenarse para combatir, con el Che,
cuando los tupamaros se negaron a hacerlo». El pasaporte uruguayo que, al parecer, utilizó Guevara para viajar de Uru-
guay a Bolivia estaba a nombre de Ramón Benítez Fernández y en él aparecía un señor bastante calvo, sin barba ni bi-
gote, con traje y corbata, y gafas, seguramente la misma identidad con la que Guevara despistó a los guardias fronte-
rizos.
34 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En las elecciones nacionales, celebradas a fines de 1966, vence el Partido Colorado, con casi la
mitad de los votos. Los partidos de izquierda no llegan al 10% y, a través de un referéndum, se le da
mayor poder al Ejecutivo. La reforma constitucional, denominada Reforma Naranja, fue planteada
como instrumento para dotar de «fuerza», «orden» y «seguridad» a la nueva constitución. Así fue,
desde Gestido hasta el golpe militar, la política de gobierno por decreto será constante.
Este año se produce el Acuerdo Época, unión de grupos y partidos, proletarios y de izquierda: Parti-
do Socialista (PS), Movimiento Revolucionario Oriental (MRO), Federación Anarquista del Uruguay
(FAU), Movimiento Independiente Revolucionario, Movimiento de Acción Popular Uruguayo (MAPU)
e independientes –cuyo grueso eran los tupamaros–. Impulsan la publicación conjunta del diario
Época y establecen una plataforma de puntos en común. Algunos de ellos son el apoyo a la OLAS
(Organización Latinoamericana de Solidaridad), considerar a la clase obrera como columna verte-
bral de la revuelta y a la lucha armada como parte inseparable de la militancia, y la necesidad de
combatir el reformismo.23
En el diario Época24 los grupos contrarios al régimen avisan de cómo será el año. «Va a ser un año
terrible. Las famosas patas de la sota se están viendo cada vez más. Mientras que con un ahínco que
no tiene desperdicio se dedican a la caza de brujas, los precios suben y suben» pronostica el MRO.
Ante los desmanes policiales que vienen sucediéndose en estos últimos días [...] la FAU llama a todas
las fuerzas dispuestas a enfrentar la represión [...] para aunar esfuerzos en una enérgica acción pública
común», es la llamada de una parte de los anarquistas de Uruguay. La de los trotskistas del Partido
Obrero Revolucionario (POR) es la siguiente: «El objetivo de esta acción es golpear para desalentar la in-
tervención de la población trabajadora, preparar la represión contra las organizaciones obreras, políticas
y sindicales. Obstaculizar el proceso de formación de las tendencias de clase».
Otros grupos que denuncian el incremento de la represión en el país son la Federación de Estudian-
tes Universitarios del Uruguay (FEUU), con un artículo cuya principal consigna es «Cerrar paso a la
reacción», la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) con uno titulado «Respetar las normas legales» y el
Movimiento Socialista Unitario y Proletario (MUSP) bajo el título «El sentido de la provocación».
En 1967 asume la presidencia Gestido. Héctor Rodríguez analiza el significado histórico de este
hecho.
«Intenta crear un gabinete que de alguna manera tendía a hacerse eco de estos problemas
[demandas del Congreso del Pueblo] en algunos aspectos. Respondiendo a algunas ideas
23. Uno de los objetivos de esta publicación es dar respuesta a algunos artículos «reaccionarios» aparecidos en el periódico
El Popular, del PC, y en el ya citado semanario Marcha. Un ejemplo es el artículo «Gobierno y oposición», publicado en
Marcha el 27 de enero de 1967, en el que Quijano se preguntaba: «¿Postular la revolución y obrar en función de ella o
integrarse al sistema, para combatirlo pero también para mejorarlo?», dejando claro que estaba por lo segundo y que
veía al socialismo, al menos en su país, como un cambio estructural, pero no como un cambio social, hacia una so-
ciedad sin clases, sin dinero, sin trabajo asalariado y sin propiedad privada. Se pronuncia, pues, como un reformista, a
veces un poco radical, del sistema capitalista. «Una auténtica oposición debe ofrecer frente a la incapacidad de los go-
bernantes, soluciones concretas para los problemas concretos del país». Añade: «El socialismo, permítasenos decirlo,
no consiste en aumentar los sueldos o las jubilaciones». Pero este pensador siempre insistió en que el socialismo se con-
seguiría de una manera «responsable», desde el gobierno y poco a poco. Comparaba a los partidos de izquierda, que se
proclamaban revolucionarios con los políticos de los partidos tradicionales y les acusaba de hacer demagogia y de ser
muy genéricos y no aportar soluciones concretas.
24. «Opinan los sectores», 7 de enero de 1967, 18.
Contexto y antecedentes 35
de ese programa envía al Parlamento lo que se llamó Ley de Emergencia. Pero aquello no
caminó, el propio movimiento sindical no advirtió que allí había una oportunidad, la iz-
quierda tampoco [...]. El clima en el país, las promesas de los partidos, eran de tal natura-
leza que a cierta altura Gestido se vio obligado a cambiar su gabinete, en el seno del cual
había una lucha sorda entre los partidarios [y los adversarios] de una política fondomone-
tarista: Garzón (el padre de Villegas), Jorge Batlle, Cesar Charlone [por un lado], y el grupo
Michelini, el de Vasconcellos (que ahora es pachequista pero que en aquel entonces tenía
una posición propia), Manuel Flores Mora, Alba Roballo [por el otro]... La presión de ese
[segundo] grupo y la presión popular determinó un cambio de Gabinete. [Gestido] lo
cambia de tal manera que para aquellos momentos en América Latina parecía casi revolu-
cionario porque pone a Michelini de ministro de Industria y Comercio, a Vasconcellos de
ministro de Economía y Finanzas, y dice un discurso rompiendo con el FMI. [...]. [Pero] los
cambios en el sector productivo, en el sector real, no se produjeron, las dificultades conti-
nuaron y bueno, al cabo de pocos meses, de nuevo Gestido tuvo que apelar a medidas
prontas de seguridad contra una huelga de funcionarios públicos y ahí renuncian Miche-
lini, Vasconcellos... y asume el grupo de políticos fondomonetaristas.»
Como hechos relevantes de 1967 destacan una espectacular devaluación del peso uruguayo, las
múltiples manifestaciones de trabajadores y estudiantes en repudio a la Conferencia de Presidentes
de Punta del Este y el cerco policial, 11 al 21 de abril, a la Facultad Central, a raíz de los incidentes
ocurridos en sus alrededores y por refugiarse en ella los manifestantes. También fue muy importante
el paro general, la posterior detención de cuatrocientos sindicalistas y asamblearios, la censura de
prensa y las torturas a estudiantes.
El presidente del gobierno, Gestido, aunque sigue el diálogo con los dirigentes sindicales, mantiene
la lógica preocupación burguesa de conservar el orden imperante. «No permitiremos que el país retor-
ne a la ley de la selva, y combatiremos a quien proponga crear un estado de anarquía social».25
En agosto de 1967, mientras el Che avanzaba con serias dificultades por las montañas de Boli-
via, Fidel Castro clausuraba en la Habana, la reunión de la OLAS.
«Esto no quiere decir que la acción deba esperar el triunfo de las ideas. Éste es uno de los
puntos esenciales de la cuestión: los que creen que es necesario primero que las ideas
triunfen en las masas. Nadie se haga ilusiones de que se conquistará el poder pacífica-
mente en ningún país de este continente, nadie se haga ilusiones; y el que pretenda de-
cirle a las masas semejante cosa, las estará engañando miserablemente. Esto no quiere
decir que hay que agarrar un fusil mañana mismo, en cualquier sitio y empezar a com-
batir. Pero no se trata de eso, no se trata de eso. De lo que se trata es de la pugna ideoló-
gica entre los que quieren hacer la revolución y los que no quieren hacerla, es la pugna
entre los que la quieren hacer y los que la quieren frenar.»
Poco después de pronunciar estas palabras acusó al PC de Venezuela de traidor y criticó a ciertos
países denominados socialistas, como la URSS, por prestarle ayuda financiera a los países capitalis-
tas del continente. Tras arremeter contra esta política de algunos PC, casi todos los asistentes al acto
le dieron una gran ovación. Sin embargo, Rodney Arismendi (secretario general del PC uruguayo),
que estaba en el estrado por ser el vicepresidente de la primera conferencia, no aplaudió. Allí estaba
el hombre de confianza de Moscú, la línea oficial internacional del PC, que pasaba por mantener, a
todo precio, la coexistencia pacífica con EEUU. El incidente del aplauso fue muy comentado y discu-
tido en Uruguay, porque Arismendi, al no aplaudir, ponía de manifiesto su distanciamiento de la lu-
25. Coolighan y Arteaga, 555.
36 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Facultad de
Arquitectura, abril
de 1967.
Campamento
guerrillero en la
sierra boliviana, de
izquierda a
derecha,
Alejandro, Pombo,
Urbano, Rolando,
Guevara, Tuma,
Arturo y Moro
(1967).
cha armada. La disyuntiva foquismo-elecciones se dio de forma permanente por varios días, reem-
prendiéndose con la misma fuerza años después.
Tras las declaraciones de la OLAS, favorables a la acción guerrillera, en Uruguay aumentaron los
simpatizantes de esos métodos de lucha. Incluso quienes antes los criticaban ahora los defendían.
Una gran parte de la militancia decía apoyarla, pero no para el caso de un país civilista y pacifista.26
El 8 de octubre de 1967 es uno de los días más duros para los luchadores sociales de todo el pla-
neta pues empiezan a recibir noticias sobre la detención y posterior asesinato de Che Guevara, el 9
de octubre.27 En Uruguay hasta que no llegan las fotos del cadáver, muchos desconfían de la noticia
y no creen que el gran guerrillero pueda haber sido derrotado.28
Cota cuenta cómo vivió aquel momento:
«Me enteré de la muerte del Che estando en el trabajo, por comentarios jocosos de mis
“compañeros”. En el departamento de contabilidad, donde trabajábamos doce personas,
fui la única en lamentarlo, aunque, a decir verdad, no me lo creí ni cuando vi las fotos. La
imagen que tenía del Che era otra totalmente distinta, había cambiado muchísimo, pero
creo que aunque el cadáver de la foto se hubiera parecido mucho al Che, aunque lo hu-
biera reconocido, me habría costado aceptarlo. Mis hermanas y yo hablábamos esos días
de si esa foto era un montaje, de si se habría escapado y escondido en algún país, tal vez
Uruguay. Luego vino el convencimiento, y empezó a circular un librito que todavía no sé si
es un invento, o si era de veras el diario del Che.
La muerte del Che para mí era un poco perder las esperanzas en un cambio, y la duda
sobre lo que había pasado entre Fidel y el Che nos molestaba bastante, no queríamos
pensar en un abandono de Fidel, pero...»29
En las semanas y meses siguientes, son numerosos los homenajes a Guevara y sus compañeros
caídos. También son sonados los festejos oligárquicos y militares, en los que muchas veces se ho-
26. El propio Fidel Castro no las tenía todas consigo a la hora de aconsejarla en Uruguay: «Tu país no tiene condiciones geo-
gráficas para la lucha armada. No hay montañas. No hay selvas. Allí no puede desarrollarse una guerrilla.
–¿Tú entiendes que el concepto de lucha armada se refiere solo a la guerrilla rural? No consideras posible teóricamente,
la insurrección armada urbana, o el golpe súbito, según el modelo bolchevique? –le preguntaba, días después de su dis-
curso en La Habana, Carlos María Gutiérrez, periodista de Marcha–.
Bueno, teóricamente eso es posible [...]. Ustedes tienen en el Uruguay una masa combativa y politizada. Yo creo, que,
visto así, ustedes poseen ciertas condiciones. Pero una insurrección armada, ahora, no duraría en tu país ni dos días.
Están entre dos colosos; los hacen sandwich inmediatamente. No, en el Uruguay eso no puede hacerse.
Más adelante, Gutiérrez preguntaba:
–Pero, ¿puede hacerse la revolución a través de las elecciones?
Yo no sé, eso yo no lo sé. Creo que no. Ojalá se pudiera, pero no. Yo les puedo decir mi propio caso. [...] cuando estu-
viera sentado en el Parlamento, presentaría de inmediato al pueblo un programa revolucionario, cuatro o cinco leyes real-
mente revolucionarias, no para que las aprobaran, sino para dar un programa a una revolución". Huidobro 1994,
164-165.
27. Ariel Collazo narra los últimos momentos de la experiencia del Che en Bolivia: «La caída de Caparaó y la caída de Bustos
y Debray, es casi simultánea, a mediados de abril. Con lo que se corta la comunicación entre la guerrilla y “Manila”,
nombre que recibía la Habana. La radio no funcionaba. Y para peor dos infiltrados dicen dónde están los guerrilleros.
Mil doscientos soldados lo sitian».
28. Para Diego Stulwark, «de alguna manera fracasa con el Che toda la línea de guerrilla rural en América Latina, porque después
(con la emergencia de los tupamaros en Uruguay, del PRT-ERP, FAR y montoneros en Argentina, del MIR, en Chile, y en Bo-
livia la continuación del ELN –por ahí, lo de Bolivia sea diferente porque la proporción de campesino es todavía muy grande...
pero en el Cono Sur, Argentina, Uruguay y Chile–) la continuación de la guerrilla fue urbana, algo que el Che no aceptaba
porque la ciudad era la muerte de la vanguardia, del militante revolucionario. Él planteaba que la guerrilla era rural».
29. Cota añade: «Se habló mucho de la culpa del PC boliviano en esa muerte, las discusiones por el poder (bueno, ahora no
sé si mezclo los recuerdos de ese momento con los de ahora...) realmente lo que sí era tema de conversación, era el por
qué se fue el Che de Cuba, si hubo algún problema político que lo hizo retirarse...».
38 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
menajea también a los soldados muertos por la guerrilla. El 4 de enero del 68 un grupo de oficiales
–Aguerrondo, Cristi y Ribas– propone un acto de homenaje a sus camaradas de armas caídos de Bo-
livia y Latinoamérica en general. La propuesta genera una gran polémica dentro de las fuerzas ar-
madas, pues un importante sector, encabezado por Seregni, no cree conveniente inmiscuir en
asuntos políticos y «foráneos» a la nación y declara: «nosotros no sentimos la presión de EEUU» en
clara referencia a los «seguidistas» de Washington. Como no se llega a un acuerdo, se decide votar, y
543 lo hacen en contra de que se celebre el acto y 308 a favor, abriéndose así una brecha en el seno
de la familia castrense.
La represión protagoniza las últimas semanas del año. En noviembre son torturados, nuevamen-
te, varios militantes detenidos, en diciembre se clausura Época y El Sol, y se ilegalizan los grupos fir-
mantes del Acuerdo Época.30 Las medidas de diciembre son las primeras que realiza Pacheco, el
nuevo presidente, tras la repentina muerte de Gestido.
«La cojonuda gente a la orientala
que en la avenida gritó tiranos temblad
hasta que llegó al mismísimo
temblor del tirano
y la muchacha y el muchacho desconocidos
que se desprendieron un poco de sí mismos
para tender sus manos y decirme
adelante y valor.»31
El final del año se muestra revoltoso, en las calles montevideanas seis ómnibus son incendiados
en respuesta al aumento del precio del transporte, y varios locales de grupos obreros son allanados.
Ante la escalada represiva, algunos militantes, para evitar ser detenidos y torturados, pasan a la
clandestinidad. El debate social se generaliza y una parte importante de la iglesia toma partido:
«Nosotros, sacerdotes, que compartimos las angustias de las clases que con mayor intensidad pa-
decen las consecuencias de la difícil situación económico y social, sentimos el deber de unir nuestra
voz a sus exigencias de justicia».32
Para finalizar el relato de 1967 se ofrece la constatación, realizada por los periodistas internaciona-
les, de la situación: «Uruguay se hunde en una ciénaga de deterioro económico y huelgas». También ha-
blaban de un acuerdo de intervención argentino-brasileño, si «los comunistas toman el poder».33
30. En estas condiciones de ilegalización, el MRO decide crear las Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales, que inten-
taron formar, tiempo después, un frente común con las otras organizaciones armadas relevantes, MLN y OPR33, que no
llegó a concretarse, salvo en algunas acciones puntuales.
31. Benedetti, 1986, 177.
32. Huidobro, 1994, 211.
33. Huidobro, 1994, 191.
Conflicto social
La burguesía, consolidada como clase y con un nivel de cohesión y de solidaridad que nunca ha-
bía tenido, intensifica su guerra contra el proletariado desde los aparatos centrales del estado.4 Toda
la clase asalariada se vio afectada por la voluntad burguesa de querer reconstituir la tasa de ganan-
cia sobre la base del aumento de la tasa de explotación, es decir el alza de precios y disminución del
salario real. Por lo aquí expuesto, se observa que la dictadura del valor es paralela, o a veces anterior,
a la dictadura política.5
Sin desconocer lo discutible que puede resultar asimilar clase trabajadora con proletariado e in-
cluir a todos los asalariados, se ha procedido así pues:6
• La clase que objetivamente se definió en oposición a la burguesía fue la de todos los trabajado-
res y no únicamente los obreros manuales, ya que la política económica burguesa de congela-
ción de salarios afectó por igual a todos los asalariados.7
• Los conflictos sindicales y políticos más intensos e irrecuperables para la burguesía son de am-
bos sectores: proletariado agrícola –en especial trabajadores de la caña de azúcar– y proletaria-
do urbano-industrial –obreros de frigoríficos, neumáticos, textiles (Alpargatas)...– e igualmente
funcionarios públicos, bancarios y trabajadores de la salud. Por ello la violencia represiva afectó
objetivamente a toda la clase trabajadora y la contra-violencia fue organizada por los trabajado-
res en general y no solamente por los obreros manuales.
• La clase asalariada tuvo como aliado seguro al denominado movimiento estudiantil y sus luchas
se articularon entre sí.8 En la polarización proletariado-burguesía –revolución-reacción–, los es-
tudiantes más combativos, en la medida que luchaban por el cambio social y el fin del dominio
4. Al principio del período 1968-1970, la voluntad manifiesta del presidente, al viejo estilo batllista, era que no hubieran
conflictos entre clases. Pero éstos tienen muy poco que ver con la voluntad de tal o cual mandatario. «Por su formación
política, Gestido rechazaba el concepto de «clase» y de «lucha de clases». Más bien asimilaba su idea de sociedad a la
de una gran familia, en la que, como en toda familia, más allá de enfrentamientos circunstanciales, sería siempre po-
sible ponerse de acuerdo, y trabajar todos juntos por el progreso común […]. ¿Cómo lograría cubrir Gestido la gran dis-
tancia existente entre sus deseos y la realidad de una sociedad que sí estaba dividida en clases, y en la que un sector de
esas clases, el de la oligarquía financiera aspiraba a mantener y acrecentar sus privilegios y sus riquezas en desmedro
del resto de la población? No nos augurábamos tiempos fáciles, ni se los augurábamos tampoco al presidente.» Tu-
riansky, 81.
5. Un texto anónimo (nº 2), facilitado por uno de los testimonios y que fue utilizado como documentación para escribir este
apartado, explica la polarización de clases en el contexto sudamericano: «En el cuestionamiento generalizado del ré-
gimen de Onganía (y sus sucesores inmediatos), pautado por las insurrecciones en las provincias en donde explícita-
mente el proletariado luchaba por su propia dictadura; en el desafío violento a todo el orden “progresista” de Velasco
que todas las fracciones del capital, nacional e internacional habían preparado cuidadosamente y llevado adelante
como modelo (“peruanismo”) para América Latina; en las luchas del proletariado agrícola e industrial nucleado por los
mineros contra todas las formas gubernamentales de derecha y de izquierda que se sucedían en Bolivia; en las grandes
huelgas, ocupaciones, manifestaciones violentas que habían quebrado todas los planes económicos del pachequismo
en el Uruguay; en la valiente lucha del proletariado en Chile; se habían dado pasos fundamentales en la conformación
de un movimiento único al mismo tiempo que éste se afirmaba como totalmente incompatible con la sociedad bur-
guesa. No había treinta y cinco alternativas sino, como sucede necesariamente (es decir inevitablemente) en esas fases
históricas de convulsiones revolucionarias generalizadas, sólo dos: o la dictadura del proletariado o la destrucción polí-
tica de esta clase social. Fue ésta la alternativa que se impuso: en el 73-74 el proletariado fue barrido como clase de la
escena histórica por una década.»
6. En esa época los apologistas del liberalismo ya decían que las teorías de la lucha de clases habían sido desmentidas por
la evolución del capitalismo «que permite a los trabajadores alcanzar niveles de vida insospechados».
7. En 1968, los asalariados se repartían de la siguiente manera: 38’5%, obreros de industrias productivas: manufacturas, et-
cétera, 40%, empleados: funcionarios, docentes, técnicos; 13% asalariados rurales; 8% servicio doméstico; 0,5% otros.
8. A pesar de los múltiples intentos del régimen dominante de dividirlos: «El intendente de Montevideo habla por cadena
de radio y televisión [durante la impresionante movilización estudiantil contra el aumento del precio del transporte pú-
blico] e insinúa que será inevitable el aumento del precio del boleto [tiquet] estudiantil, si se quiere contemplar los re-
clamos de aumento de los trabajadores del transporte». Bañales y Jara, 1968, 113.
Conflicto social 41
burgués, sufrieron la misma represión que los obreros y se situaron claramente con el primero.
Un documento de balance sobre 1968, escrito por estudiantes de Medicina, aclaraba:
«Nuestra participación en la resistencia al cerco policial, en torno a la planta ocupada fue
realmente una lucha unida con los obreros que para nosotros iba más allá del objetivo,
más o menos limitado, de lograr la reapertura del Frigonal, sino que significaba una lucha
política contra la dictadura y un avance muy importante de un sector del estudiantado al
comprender el papel fundamental en la lucha popular que le cabe a la clase obrera y que
las otras clases serán revolucionarias en la medida que se unan a su lucha.»
Por su parte los trabajadores de Alpargatas declaraban:
«Desembocó en el recordado sitio a la mencionada facultad. Ese día los trabajadores nos
sentimos por primera vez identificados con los estudiantes, nos encontramos todos em-
barcados en una lucha común, en los dos sectores hubo lesionados como consecuencia
de la acción policial, tuvimos oportunidad de materializar gestos solidarios. Luego de esos
hechos, el contacto con nosotros, venían a la fábrica a interesarse por nuestros lesiona-
dos, a tratar de ayudarnos en las necesidades que pudiéramos tener y nosotros comenza-
mos a entrar frecuentemente en la facultad. Nos acostumbramos a salir juntos, no sólo en
las manifestaciones sino también en las pegatinas y pintadas de muros, en las volantea-
das; la relación fue haciéndose cada vez más natural, encontramos un lenguaje común y,
en ambos sectores, fue aumentando el número de compañeros que comprendía, en defi-
nitiva, luchábamos por las mismas cosas […]. Todo este proceso fue operándose al mar-
gen de los respectivos organismos de dirección, los contactos se hicieron entre las bases y,
si en otras épocas los trabajadores jóvenes encontrábamos dificultades opuestas por las
capas dirigentes para procurar contactos con coetáneos de otros gremios, ahora la presión
conjunta de estudiantes y obreros jóvenes fue irresistible.» 9
En resumen, la unidad de la clase trabajadora, y la obrero-estudiantil, fue objetivamente una uni-
dad contra la burguesía, es decir, que su definición misma en tanto que clase no estuvo determinada
por las condiciones diferenciales de «producción», sino por erigirse en fuerza portadora de un pro-
yecto social anticapitalista.
A partir de la congelación de salarios, al carecer de sentido la lucha contra un patrón, el aislacio-
nismo en los distintos sectores asalariados se rompe. La misma política económica burguesa instru-
mentada a través del Poder Ejecutivo, prohibe otorgar beneficios ante reivindicaciones aisladas. Los
aumentos y salarios, los decide el Ejecutivo y la COPRIN (Comisión de Productividad, Precios e Ingre-
sos).10
El proletariado es empujado a luchar contra el capital –llámese estado u organizaciones estatales
del capital internacional– ya no sólo por una subida de salarios, sino por la defensa de las condicio-
nes de vida y existencia. El gobierno, que se da cuenta de este hecho, buscando nuevamente dividir-
lo, decreta un aumento de sueldos en el interior. A lo largo de este estudio se explican las tentativas y
concretizaciones de la división de la clase explotada catalogando a unos como legales y a otros como
ilegales y estructurándola en diferentes partidos parlamentarios.
Todas estas medidas económicas y represivas fueron captadas por gran parte de los luchadores
sociales, que incrementaron sus fuerzas sobre la base de una unidad real y revolucionaria y, contra
9. Bañales y Jara, 1968, 92- 94. Véase al respecto el apartado «La lucha en el ámbito estudiantil».
10. Hay que recordar que antes los trabajadores recurrieron a las luchas reivindicativas como forma natural de defensa ante
las reducciones del salario real en cada aumento de los precios internos. En esas luchas sectoriales los métodos básicos
habían sido las huelgas, las manifestaciones, los peajes de fábrica y el trabajo sistemático a desgana, con enorme crea-
tividad e inventiva.
42 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
viento –reaccionarios– y marea –reformistas–, intentaron que su respuesta tuviera el mismo nivel de
centralización y violencia que la que los administradores del capital imponían. El ataque al estado, la
lucha por su destrucción y la revolución social dejan de ser temas de discusión exclusivos de círculos
de revolucionarios o de teóricos de café, para hacerse masivos e intentar llevarse a la práctica.
En muchas partes, las respuestas del proletariado desbordaron el cuadro de la izquierda tradicio-
nal. A la violencia del régimen se respondió con la violencia popular y armada.11 Gran parte de las
tácticas sindicalistas –pactistas– y reformistas de siempre fueron denunciadas y se proclamó la ac-
ción directa.12
La ruptura programática con la contrarrevolución, que en cierta forma se asumió en la calle, no
logró formularse explícita y consecuentemente ni constituirse en organización propia. Los manifies-
tos y las proclamas tuvieron, en muchas ocasiones y en comparación con otros movimientos prole-
tarios del pasado, un tinte marcadamente reformista. Hay que recordar que en otras épocas los lu-
chadores sociales repetían una y otra vez la necesidad de abolir el estado y el trabajo asalariado.
Atacaban el sistema educativo y la concepción de la familia, como instituciones reproductoras del
orden burgués y ciertas formas de organización de la izquierda por considerarse que tenían más que
ver con la sociedad capitalista que con la comunista o anarquista. De todas formas hay que aclarar
que, aunque a cuenta gotas, casi todas las consignas que se acaban de mencionar, además de asu-
mirse prácticamente en la calle en varias ocasiones, se dijeron o escribieron en algún momento. Ha-
bía una política de «no asustar a las masas» y una realidad: en la medida que no crecieran más las
fuerzas revolucionarias proclamar algunos objetivos sociales valía a autocriminalizarse. De ahí que
muchas de las consignas más radicales de varias organizaciones, que oficialmente no se pronuncia-
ban sobre ciertos temas, se escucharan en los discursos de los actos en la calle, las reuniones inter-
nas y el espontaneísmo de algunos militantes. Unos de los objetivos más reivindicados era la confis-
cación (ocupación) de la tierra –expropiándosela a los latifundistas–. Una buena parte de los lucha-
dores sociales se pronunciaban inclusive por el uso de la lucha armada para la toma del poder y la
abolición de la propiedad privada.
Por su parte la burguesía, ante la respuesta del proletariado y el crecimiento vertiginoso de la tasa
de inflación –lo que pone en peligro permanente la tasa de ganancia–, también reaccionó.
Los banqueros y estancieros no tendrán los prejuicios electorales de sus predecesores; por el con-
trario declararán abiertamente que sus intenciones y sus intereses son los del capital mundial, los de
Estados Unidos,13 y procederán en consecuencia.
En su lucha contra la clase trabajadora, la burguesía parlamentaria se ve obligada permanente-
mente a suicidarse, atribuyéndole cada vez mayor poder al Ejecutivo y al ejército: medidas de segu-
11. Decenas de miles de hombres y mujeres en todo el Cono Sur de América emprendieron la lucha armada y por ello arries-
garon o perdieron sus vidas. Por lo tanto lo que faltó para conseguir la victoria no fue ni coraje ni valentía para jugarse la
vida. De todo eso sobró, pero eso no fue, ni puede ser suficiente.
12. El texto nº 2, escrito por militantes que pertenecían a la tendencia combativa y muy críticos con la CNT-PC, explica:
«Ante la enorme lucha del proletariado, la necesidad histórica ineludible de un enfrentamiento directo, el desarrollo de
la tendencia, las acciones de violencia de las minorías de vanguardia, la explosión de luchas sectoriales muy radicales,
la exigencia cada vez más general de una huelga general indeterminada con ocupación de lugares de trabajo, el aparato
de la CNT responderá en base a tres ejes: argumentando la necesidad de acumular fuerzas para el futuro y prometiendo
para ese entonces un conjunto de luchas radicales, postergando la situación de huelga general indeterminada para el
caso del golpe de estado. Intentando limitar y encuadrar la lucha en base a paros nacionales de veinticuatro horas y cua-
renta y ocho horas, así como en base a manifestaciones no violentas. Y la represión política y física de los sectores com-
bativos del proletariado.»
13. Ricardo recuerda que en una conferencia de prensa se le preguntó al ministro Vegh Villegas: «¿dicen que usted es pro-
yanqui?» y que éste respondió: «yo no soy proyanqui, yo soy yanqui».
Conflicto social 43
minación y consenso social. Ante la creciente represión y medidas como la congelación de salarios,
hay una enorme unidad de clase y una mayor fraternización entre los luchadores sociales. Aumenta
masivamente la militancia, bien participando en un proyecto revolucionario, bien defendiéndose del
rápido deterioro en la calidad de vida. Esta última tendencia quería volver al Uruguay dorado de épo-
cas pasadas. De ahí que se haya dicho que los luchadores sociales, a nivel referencial, estuvieron
entre José Batlle y el Che.18 Y es que la búsqueda de estos dos proyectos convergió en un sólo
movimiento de rechazo al régimen; sería incorrecto separarlos e imposible determinar dónde
empezaba uno y acababa otro.
A lo largo del proceso de investigación se ha ido viendo que gran parte de la izquierda y de lo que
se denominaban sectores progresistas hablaban más de vuelta al pasado que de cambio social. Es
decir, ansiaban de que todo quedara como estaba, o concretamente, de como había sido hacía un
par de décadas atrás: la Suiza de América, la ciudad de los teatros, «del progreso y bienestar.» Yes-
sie Macchi dice: «nunca me lo planteé de esa manera. La izquierda que quería volver... más que
nostálgicos los llamábamos reformistas». Pedro Montero piensa que el reformismo fue algo muy ex-
tendido en la sociedad uruguaya y que las fuerzas revolucionarias eran más bien escasas. «No hubo
un movimiento revolucionario, sí reformista y sí reformista radical, pero no revolucionario, aunque
individualmente sí hubiera personas que planteaban cosas revolucionarias».
López Mercado en cambio habla de la existencia de revolucionarios y de las fuentes para la for-
mación de esas fuerzas.
«Estábamos en completa ruptura, a veces ingenuamente, con lo que era el liberalismo
burgués. De ahí el atractivo que tuvo para nosotros el tema de la teoría, el descubrimiento
que significó para mí y para los otros compañeros, […] descubrir a los diecisiete o diecio-
cho años a Lenin, en El estado y la revolución, por ejemplo, sobre todo aquel planteo de
Lenin de que, independientemente de las formas institucionales que adopte cada estado,
cada estado es un instrumento de dominación de clase. Que cada estado es, en esencia,
una dictadura.»19
D'Elía, militante socialista, veía en 1969 la conformación de las tendencias que surgían en res-
puesta a la crisis de la siguiente manera:
«La historia enseña que en los períodos de crisis en que las clases pierden su estabilidad,
en que se destruyen los modelos sobre los cuales venían actuando, las reacciones indivi-
duales o colectivas tienden a ubicarse en uno de estos dos polos: en una idealización del
pasado y un esfuerzo por su restauración, o en extremismos revolucionarios desarraigados
de la realidad.»20
Muchos de los «nostálgicos» al llegar a la conclusión de que la vuelta atrás no era posible vieron
en las fuerzas de izquierda e incluso revolucionarias, la salvación de la población de esa zona del
mundo. Otros llegaron a la defensa del ideario revolucionario escalonadamente, defendiéndose de
18. Las reivindicaciones de José Batlle y Ordoñez y de Ernesto Che Guevara, en muchas ocasiones, fueron superadas y que-
daron en imágenes limitadas que no expresaban el movimiento real de oposición al régimen. Los sectores más radicales
del proletariado a Batlle lo consideraban el representante de la época de las vacas gordas pero denunciaron su política
por perjudicar a la clase obrera en claro beneficio de la burguesía (ver Julio A. Louis, Batlle y Ordóñez: apogeo y muerte
de la democracia burguesa. Ed. Nativa, Montevideo, 1969). El Che, aunque admirado por su entrega y sus discrepan-
cias con la política de la URSS y de varios PC del mundo, era criticado por no romper con el stalinismo ni con la concep-
ción del socialismo en un sólo país.
19. Entrevista inédita del 13 de diciembre de 1987 de
20. D'Elía, 1969, 23.
Conflicto social 45
los ataques del régimen, cada vez más agresivos, pataleando ante la pérdida del nivel de vida, llo-
rando a los compañeros que caían por defender algo tan legítimo y democrático como el
presupuesto universitario o los precios populares en los transportes.
Como colofón a este apartado se presenta la siguiente cita:
«Vivimos todos un gran sacudimiento, casi un terremoto. El Uruguay está sacudido. La
Universidad está sacudida. ¿Qué significa esta especie de cataclismo? El vendaval ha roto
la forma institucional del país, ha roto sus ramas, quizás hasta el tronco, pero la raíz está
viviente, y de la raíz vendrá la savia de la nueva vida. No debemos refugiarnos en ninguna
nostalgia. Aquí no caben ilusiones de volver al pasado.»21
Tras explicar, a grandes rasgos, que la agudización del conflicto fue debida a la aplicación de unas
medidas, necesarias para los intereses de la clase dominante, y a la respuesta obrera ante tal políti-
ca,22 se analiza en qué consistió esa reacción proletaria que algunos luchadores sociales pensaron
transformar en una respuesta dialéctica, en una respuesta-ataque, en una reacción que no proyec-
taba defender el antiguo nivel de vida sino transformar la vida y la sociedad en la que ésta se desarro-
llaba. Para ese sector revolucionario, su acción era un ataque al sistema y a quienes se beneficiaban
de él, y la reivindicaron como tal, aunque más tarde muchos concluyeron, seguramente por el resul-
tado de la contienda, que la reacción en todo momento había sido defensiva.
«Nosotros pensamos –dice Rodrigo Arocena– que teníamos la ofensiva en algún momento
y yo creo que no, que en el fondo siempre la tuvo el régimen. Es cierto que el pachequismo
encontró dos cosas que no esperaba, una la respuesta estudiantil y otra el Frente Amplio,
que un militar batllista (el primero de su promoción, el más respetable de su generación)
encabezara una confluencia que iba desde la democracia cristiana hasta Raúl Sendic.
Pero respuesta, al revés de lo que nosotros nos creíamos, que lograríamos transformar la
resistencia en revolución. En conjunto hicimos una resistencia y no una ofensiva transfor-
madora.»
Sobre el tema de la formalización –sobre la base de discursos y consignas– de la ofensiva revolu-
cionaria se le preguntó a Héctor Rodríguez, conocedor de la historia de España:
«–¿Había algún proyecto de hacer la revolución, con expropiaciones, parecido al movi-
miento en los años treinta en España?
–Como fenómeno de masas, no. Muchos estábamos convencidos de que en definitiva al-
gún día se iba a dar un proceso revolucionario, pero, en ese momento, estas grandes ac-
ciones, para muchos de nosotros, estaban concebidas como defensivas de los derechos
que ya teníamos; restableciendo las libertades que estábamos perdiendo. Por supuesto
que otros compañeros pensaban que entrando en ese camino se iba a entrar en el camino
del ascenso revolucionario.»
21. Samuel Lichtenstejn. Alvaro Rico, 1994, 131.
22. Como cuenta Hugo Cores «Se desarrolló una compleja y a veces bastante enredada articulación entre lo espontáneo y lo
organizado. Entre lo que surgía como respuesta de la sociedad ante hechos de prepotencia sin precedentes y la acción
organizada de los sindicatos y partidos de izquierda» Cores, 1997, 144.
46 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Aquel verano caliente del 68 había sido encendido por las llamas de las
barricadas obreras, las ocupaciones de fábricas, las marchas cañeras y las
acciones de los comandos guerrilleros.»25
En 1968 se suceden grandes luchas por todo el mundo:26 París, Berlín, Washington, Belgrado,
Roma, Amsterdam, Londres, Tokio, Ciudad de México, zonas mineras de Bolivia, Lima, Río. Todos
23. Dentro de las razones del porqué la gente se metía en política, la gente en el sentido más amplio, René Pena responde,
esta vez, con una singular visión: «Era moda en aquel entonces. Además, tenías ventajas. Tenías una infraestructura
que si te pasaba algo... Podías robar. Hubo muchos delincuentes comunes haciendo política también. Gente que se que-
daba sin trabajo, que no entendía mucho la cosa, pero tenía esperanza. Además, la izquierda también hace su juego,
también busca su voto».
24. Con algunos acontecimientos ocurridos durante 1968 (ver los apartados «Congelación de precios y salarios» y «Asesi-
nato del primer estudiante») se rompe inclusive la estructuración-separación formal entre progresistas, izquierdistas, re-
volucionaristas. Y la unidad es un hecho, aunque sea episodicamente y a pesar de las matizaciones de los protagonistas
de la época. Chela Fontora tiene sus dudas al respecto: «No sé si hubo unidad. Una cosa es la gente que tiene con-
ciencia y la otra parte es el pueblo que está a la expectativa, que no está participando. Por eso yo no puedo decir que
todo el pueblo luchaba».
25. Barricada, 1998, 6.
26. Se observa claramente a una burguesía unida a nivel mundial y al proletariado sin coordinación suficiente a nivel inter-
nacional. Además influenciaron otros factores que condicionaron, nuevamente, la victoria de los opresores. Según el
texto nº 2: «En otras partes del mundo, en Estados Unidos, en África y Asia, en Europa del Este y del Oeste, se dio cierta-
mente una reemergencia del proletariado, pero esa alternativa histórica no se presentó como necesidad explosiva, vio-
lenta e impostergable, con la imperiosa necesidad de resolverse en forma inmediata. En aquellas zonas el proletariado,
ellos lugares donde amplias capas de la población llaman a la revuelta por considerarla motor de
los cambios y donde los centros de estudio son utilizados como trinchera y lugar desde el cual
cuestionar y prepararse para el combate. En todos ellos se pintan consignas en las paredes «des-
truir todo lo que queda y construir todo lo que falta»; «piensen, luego rebélense»; «seamos realis-
tas, pidamos lo imposible»; «la barricada cierra la calle pero abre el camino»...
En Uruguay son las medidas económicas o los estallidos emocionales provocados por circunstan-
cias especiales –represivas, propaganda de la guerrilla– los que movilizan a la gente. La lucha se ge-
neraliza por toda la capital y otras partes del país, que vive un momento único de confrontación
social.
A continuación, parte del Suplemento del Documento nº 1 de los tupamaros, en el que se realiza
un minucioso balance de la situación y los actores del momento:
«3. a) Que la división entre un sector legalista y progresista, y un sector golpista en las
FFAA ha adquirido caracteres nítidos y públicos; b) que dado el panorama en el mando de
las unidades no cabe esperar un golpe militar inmediato sino medidas dictatoriales to-
madas por el gobierno legal, como hasta ahora. La división en el seno de las fuerzas ar-
madas y el cultivo de las contradicciones entre sus miembros, debe ser un factor estraté-
gico a tener en cuenta en nuestra acción contra las fuer zas represivas [...].
5. El decreto que disolvió varios grupos políticos de izquierda, confiscó sus bienes y
clausuró Época y El Sol, no ha creado por el momento el cambio cualitativo que era de es-
perar. En lugar de aceptar este pasaje a la clandestinidad como un paso lógico de toda or-
ganización que proclama la lucha armada para liquidar al régimen, las direcciones de al-
gunos grupos se han dado a luchar por un estatuto anterior, lo que hace imposible una
lucha común de todos los grupos para pasar a una etapa superior de la lucha. (Lo que di-
jimos en 1967: “Lo verdaderamente aventurero es proclamar la lucha armada sin montar
una organización capaz de afrontarla”).
6. La línea del PC ha dado un sensible vuelco a la derecha, reflejado en su posición en la
Conferencia de la OLAS y sobre todo, en sus claudicaciones en el campo sindical frente a
atentados antiobreros del gobierno que ha llevado a la CNT al nivel más bajo de lucha de
los tiempos. Frente a la amenaza que significa el decreto contra organizaciones de iz-
quierda, no cabe sino esperar más claudicaciones en el futuro.»27
Los primeros seis meses de 1968 se caracterizan por el desalojo, en el interior del país, del cam-
pamento de UTAA, sindicato de los cañeros,28 por un caso de corrupción relacionado con la devalua-
con altos y bajos, avances y retrocesos, siguió su lento proceso de reemergencia histórica, sin haber sufrido una derrota.
tan sangrienta y tan profunda políticamente como en Uruguay, Argentina, Chile y en menor medida Perú y Bolivia».
27. Huidobro, 1994, Tomo III, 217-219.
28. «Con [...] UTAA comienza a operarse una profunda transformación de las orientaciones sindicales, al conjugarse las rei-
vindicaciones salariales con el cuestionamiento de las estructuras agrarias del país». D'Elía, 1969, 42. A la llegada a
Montevideo habían proclamado: «Ya no intentaremos lograr nada por medio del Parlamento o de los políticos [...]. Tierra
a todo el que necesite para trabajar».
48 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ción de la moneda nacional 29 y, sobre todo, por la lucha reivindicativa de los trabajadores de varios
puntos del país. El personal del frigorífico Anglo de Fray Bentos es protagonista de incidentes con la
policía y una marcha a Montevideo. Los empleados de los tambos también mantienen una huelga
intransigente. Intelectuales progresistas aclaran, en numerosos artículos, que las tensiones y los re-
clamos no son el origen de los males sino la consecuencia.
Los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del sistema en el acto del 1º de mayo ilustran
lo que vive la avenida 18 de Julio y otras calles montevideanas durante el resto del año: lucha calle-
jera y represión cada vez más contundente de la policía. Pero no es sólo la policía la que reprime para
asegurar el orden. Para varios testimonios, el PC, en este aspecto y en algunas manifestaciones,
juega un papel parecido por capítulos como el que aquí se narra:
«El 1º de mayo, una multitud se había congregado en el mitin de la CNT. Una poderosa co-
lumna donde se juntaban sindicatos, agrupaciones y militantes identificados con la ten-
dencia combativa dinamizan la manifestación.
Frente a la embajada de Estados Unidos, en la avenida Agraciada (hoy Libertador),
entre Mercedes y Uruguay, se producen incidentes entre manifestantes de algunos grupos
de la tendencia, los cañeros de UTAA y acompañantes solidarios con su marcha enfren-
tados a grupos de seguridad del PC, alineados como contención, frente a la embajada.
Este incidente no fue primero ni único entre las distintas corrientes durante ese período
y los años que siguieron, pero en 1968 fue uno de los más graves, sobre todo por el nú-
mero de personas que directa o indirectamente se vieron involucradas, queriéndolo o no.
Posteriormente la policía carga contra el mitin y lo disuelve, en medio de enfrenta-
mientos.»30
Los estudiantes protagonizan diversas movilizaciones en mayo, que se acentúan en junio y julio,
y que no paran hasta fin de año. En 1968, los éxitos que obtuvieron los alumnos de secundaria y
universidades, y el nivel de movilización fueron tan grandes y atípicos, que crearon enormes expec-
tativas de un cambio social, sobre todo, porque la unidad con la resistencia de los obreros fue una
realidad cotidiana.31
En mayo se da la lucha contra el aumento del billete de transporte, en la que participan, princi-
palmente, alumnos de secundaria y de la Universidad del Trabajo (UTU) –que a su vez piden que se
cumpla el presupuesto pactado para su centro–. Se ocupan una decena de liceos y a fines de mayo
los estudiantes de magisterio ocupan la sede del Instituto Normal reclamando nuevas becas, cursos
nocturnos y un comedor estudiantil –reclamos que conseguirán al poco tiempo–. En junio, también
29. En el que se ve involucrado, entre otros, Jorge Batlle. «La “infidencia” del 29 de abril de 1968, ese oscuro episodio que
provocó una devaluación de 125% del peso uruguayo y que le costó a Jorge Batlle la presidencia en las elecciones de
1971, fue un caldo de cultivo para las movilizaciones estudiantiles» Blixen, 166. Para más información consultar el
«Capítulo 2: Devaluación, infidencia y crisis política» Hugo Cores, 1997, 129-133.
30. Cores, 1997, 136.
31. El 17 de junio en la Ciudad Vieja hay una manifestación conjunta de bancarios y estudiantes reclamando el levanta-
miento de las medidas de seguridad. Ese mismo día, cientos de estudiantes levantan una enorme barricada en 18 de
Julio y son dispersados con gases lacrimógenos por la policía. Diez días más tarde, los estudiantes de Medicina que se
manifestaban frente a su facultad son reprimidos y se reagrupan con otros luchadores que se movilizan por la zona en
ese momento, los obreros de Alpargatas. La lucha común continuará por varios días. El 11 de julio se produce un in-
tenso enfrentamiento con la policía en el que participan solidariamente estudiantes de Medicina y obreros de Alpar-
gatas. Cuando la balanza –debido a las armas utilizadas– se decanta a favor de las fuerzas del orden, los manifestantes
se refugian en la Facultad de Medicina, donde permanecerán tres días, cercados por la policía. A la unidad obrero-estu-
diantil se unirán los vecinos del barrio, quienes preparan comida y llevan abrigo a los encerrados. La represión une como
nunca antes a obreros y estudiantes, a todo el proletariado combativo.
Conflicto social 49
hacen huelga profesores y funcionarios de todas la ramas de la enseñanza y son constantes, casi
diarias, las ocupaciones de centros de estudios, las manifestaciones relámpago, en las que hay de-
tenidos y heridos graves, y el levantamiento de barricadas con neumáticos incendiados, actividades
sumamente arriesgadas teniendo en cuenta que muchas de ellas son realizadas en el marco de las
medidas prontas de seguridad, decretadas el 13 de junio.
Esta vez la excusa gubernamental para imponer tales medidas es la situación por la que atraviesa la
actividad bancaria oficial y la huelga por parte de los funcionarios de la Administración Central. El go-
bierno afirma que éstas servirán para defender a una sociedad conmocionada por el comportamiento
de los asalariados en huelga.32 También se prohíbe por decreto la información –«comentarios, convo-
catorias»– sobre huelgas, manifestaciones y ocupaciones o «intervenciones de la fuerza pública».
El 14 de junio el ministro del Interior, E. Jiménez de Aréchaga, aclara que las medidas no son
contra las centrales sindicales, con las que sigue negociando, sino contra los proletarios que aplican
la acción directa, muy a pesar de algunos dirigentes de la CNT.
«De ninguna manera el gobierno interrumpió el diálogo con las distintas organizaciones
gremiales […]. Las medidas están dirigidas a defender el orden público del clima de vio-
lencia que se ha desencadenado en las calles por quienes no representan a los intereses
auténticos de la clase trabajadora.» 33
La CNT reclama la derogación de las medidas; culpa a «los nefastos dictados emanados del FMI»
de la crisis del país, llama a «estrechar filas en defensa de la libertad» y convoca un paro general
para el 18 de junio, que no será ni el primero ni el último del año.
Finalizado el primer semestre de 1968, ocurre otros de los fenómenos que caracterizará a este
período: la militarización de los centros de trabajo en huelga. El 24 de junio unos cinco mil em-
pleados del Banco Central y del Banco República son puestos bajo jurisdicción militar: a más de
cien se les aplican códigos disciplinarios de la Ley Orgánica Militar y son trasladados a distintos
cuarteles.
En el apartado cultural, de enero a julio, conviene resaltar el estreno en teatro de El Principito di-
rigido y adaptado por J. Sclavo; la instalación del primer ordenador del Centro de Computación de la
Universidad en la Facultad de Ingeniería; la mención en el festival documental de Mérida de la pelí-
cula Me gustan los estudiantes; la aparición del disco de Daniel Viglietti Canciones para el hombre
nuevo y la prohibición de la exhibición del filme La batalla de Argel, estrenado poco antes del decre-
to del Ministerio de Interior.
A nivel internacional destacan, de la primera mitad del año, la ofensiva contra tropas de Estados
Unidos en Vietnam y las declaraciones de los responsables americanos que apuntan el final de la in-
tervención estadounidense; la denuncia de Raúl Castro de las actividades del grupo «microfraccional»
de A. Escalante; las acusaciones de cinco sobrevivientes del grupo guerrillero del Che, hacia el Partido
Comunista boliviano, del fracaso de la operación; la detención de todos los obreros que ocuparon una
fábrica de pintura en Argentina, el asesinato de Martin Luther King y «el mayo francés».34
32. «De este modo, lo que se inició como una medida tendiente a «defender a la población de la acción minoritaria de
grupos sindicalistas radicalizados», condujo al desborde constitucional, a la represión generalizada y al fortalecimiento
del poder del estado en perjuicio de todas las libertades ciudadanas.» Cores, 1997, 14. En menos de un trimestre más
tarde y bajo el régimen de estas medidas represivas son muchos los despedidos y muchísimos los detenidos. Casi tres
mil bancarios son detenidos en dependencias militares y policiales; de la UTE los arrestados suman cuatrocientos; y en
Ancap los detenidos se cuentan por decenas.
33. Cores, 1997, 143.
34. No se hablará de lo sucedido en Francia por la cantidad de escritos que hay y porque escapa un tanto de esta investiga-
50 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ción. Sí se presentan, a través de algunos analistas y protagonistas uruguayos, opiniones discutibles sobre las diferencias
de la lucha en Uruguay con el «mayo francés». Para Paciuk: «En Francia se cuestionaba al sistema. El núcleo dirigente de
Nanterre no quería un lugar en el sistema. Se llegaba al extremo de que se les preguntaba qué es lo que querían y ellos
respondían que no tenían un petitorio, que querían cambiar todo. No es casualidad que muchos de ellos se denominaran
anarquistas. Mirado desde el hoy, ¿cuál fue la herencia de todo aquello en Uruguay? El Frente Amplio, un movimiento inte-
grado en el juego político existente. Los jóvenes parisinos no buscaban reemplazar al sistema, a sus dirigentes por otros. Lo
que querían era un cambio en la cultura social, en la manera de vivir, a favor de la libertad, en contra de la planificación.
[…] Los jóvenes uruguayos no pretendían crear algo radicalmente nuevo. Vinieron a decirle a los gobernantes: “Ustedes
lo hacen mal. Nosotros podemos hacerlo mejor” pero dentro de la misma lógica. “Ustedes hacen que se enriquezcan los
ricos, y nosotros en vuestro lugar lo que haríamos es repartir la riqueza y que todo el mundo tenga parejo”».
Luce Fabbri afirma que «mayo fue evidentemente un movimiento de ruptura, contra el poder, en el que los anarquistas
tuvieron gran influencia. La única similitud fue de estilo. Sólo en eso se parecen. Pero la sustancia fue muy distinta. Aquí
el eje de la protesta era la conquista del poder. La izquierda tupamara creía que la división entre reformistas y revolucio-
narios era la cuestión del poder, cuando en realidad también los reformistas quieren tomar el poder, sólo que por la vía
electoral. No considero positivamente revolucionarios a los grupos que se proponen la conquista del poder».
35. La congelación de salarios fue la quintaesencia de la política económica de la última mitad de los años sesenta. Al res-
pecto no debe ser subestimada la coordinación entre gobiernos, la racionalidad de fondo y general a pesar de los dife-
rentes ensayos particulares en las congelaciones de salarios, ni el conjunto de aparatos de unificación y centralización,
teórico-práctica de dicha política, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, en Banco Interamericano
de Desarrollo, las Naciones Unidas, la CEPAL, la ALALC, etcétera.
Conflicto social 51
no estaban de acuerdo, el que llevó la voz cantante fue Peirano Facio: –Bueno dennos por
escrito su propuesta.
Fuimos al local sindical y elaboramos la propuesta. Descartamos la congelación, pero
aceptamos seguir trabajando. El punto básico era que se había llegado a un caos con el
tema de los salarios. Se fijaban salarios, no ya por industrias, sino por grupos industriales
o empresas en fecha diferentes.36 O sea que cada subida de salario, en un sector de la eco-
nomía, significaba un aumento de precios en todos los sectores de la economía, lo cual
era absurdo y un estímulo de la inflación. Les propusimos partir de una cosa lógica: esta-
blecer una fecha de ajuste salarial (cada tres o seis meses).
La idea fue discutida y apoyada incluso por la Cámara de Industria [de la patronal]:
Flores Mora, Lanza y Peirano.
Se elaboró un proyecto de ley y, cuando íbamos a empezar a concretar cómo hacerlo, se
suspenden las reuniones de trabajo y se ponen medidas prontas de seguridad por la agita-
ción estudiantil […]. Una semana después detienen a seiscientos militantes sindicales.
Muchos de ellos dos o tres meses. El movimiento sindical no paró. Hubo una corriente a
transar [pactar] con el gobierno, sobre todo de los compañeros del PC, pero no era el senti-
miento de la mayoría de la gente.»
La respuesta proletaria se había iniciado meses antes en el ámbito rural, ante el rumor de su in-
minente aplicación.37 Desde Paysandú, los remolacheros tiempo atrás habían iniciado una marcha
hasta la capital que llegó en marzo y manifestaron: «En estos momentos [dijo Leonardo Santana]
toda la clase obrera, de la ciudad y el campo, se une para derrotar el intento de congelación de sala-
rios y la reglamentación sindical. Todos estamos juntos en la gran CNT».38
Esa medida del Ejecutivo provoca el incremento de las huelgas y de las manifestaciones con le-
vantamiento de barricadas.39 En julio son detenidos sesenta y ocho empleados de UTE (Usinas y Te-
léfonos del Estado) y otros tantos destituidos, al igual que en Ancap, por hacer huelga; o como decía
la patronal: «deserción simple» debido a la militarización de la empresa. También en este mes, la
Federación de Ferroviarios hace varios paros parciales, sobre todo, en trenes de carga. El 14 de julio,
varias instituciones, Colegio de Abogados, Asociación de Escribanos, Consejo Directivo Central de la
Universidad de la República, etcétera, se manifiestan en desacuerdo a la militarización. Los estu-
36. Héctor Rodríguez seguía explicando y cuando dijo «ese sistema anárquico», se dio cuenta de algo y matizó: «Esta pa-
labra en Cataluña puede sentar mal, mmmmh, ese sistema desorganizado, de fijar los salarios, provocó que existiera di-
ferencia de salarios notables».
37. Héctor Rodríguez da un dato que ayuda a comprender mejor el grado de indignación y desespero de algunos proletarios.
«Hubo presencia de armas en las fábricas en 1968 por la congelación de salarios. En algunas fábricas aparecían tipos
con escopetas de caza [y les decíamos]: “No, pará loco, guardá esto, estamos peleando dentro del marco legal”. Sin em-
bargo, según Héctor Rodríguez, «dos meses después de decretar la congelación de salarios, decretó en el interior una
subida salarial que ya debilitó la participación solidaria de los trabajadores del interior. Eso fue un elemento negativo. A
tal punto que nadie se explicaba cómo Pacheco Areco tuvo la votación que tuvo en el interior en el año 1971. La resis-
tencia se mantuvo, no tomando esa globalidad que te digo, fueron aislándonos».
38. González Sierra, 1994, 155. Esta unidad de la CNT frente a la congelación de salarios se ve desvirtuada por el testi-
monio aparecido en el texto nº 2 inédito y anónimo. «Este último punto, que hoy se pretende olvidar, disminuir, relati-
vizar, merece por esa razón una mención aparte. Durante el propio 68, por ejemplo se producen jornadas decisivas de
luchas callejeras, sistemáticamente saboteadas y reprimidas por los aparatos de la CNT, de la FEU y los cuerpos de
choque del P"C". Recordamos en particular el día de la congelación de sueldos y salarios en que una masa compacta de
obreros, desocupados y estudiantes se concentró en la Universidad y que dichas organizaciones resolvieron que no
había condiciones para hacer ninguna medida, dispersando la concentración, no sin utilizar la violencia contra los sec-
tores combativos que no aceptaban la consigna».
39. El 26 de julio un grupo de proletarios –estudiantes y asalariados– levanta una cerca de la seccional 26 de la policía. El
enfrentamiento dura un buen rato. Lo suficiente para que un grupo de estudiantes de Magisterio se una a la batalla que
se saldó con varias detenciones.
52 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
diantes de derecho y notariado, declaran el boicot a los profesores Jiménez de Aréchaga, Peirano Fa-
cio, R. Díaz, C. Pirán y H. Georgi por ser ministros del Poder Ejecutivo y por tanto responsables de las
medidas prontas de seguridad y la militarización.40
Otro método para intentar paliar la contraofensiva obrera fue la creación desde el gobierno de sin-
dicatos amarillos,41 pero ante el poco arraigo entre los trabajadores, y al ser denunciado en el propio
Senado por Wilson Ferreira –lo que supuso la renuncia del ministro de Trabajo–, tuvieron que
disolverse en poco tiempo.
En 1968, el MLN, entre otras operaciones, vuela la planta emisora de Radio Ariel –dirigida por J.
Batlle–, el 7 agosto secuestra al presidente de UTE, Ulyses Pereira Reberbel,42 lo cual significa la pri-
mera acción relevante de los tupamaros, y el 29 de noviembre asalta el casino de Carrasco.
En la madrugada del 9 de agosto se producen allanamientos de locales universitarios –en total cin-
co facultades–, sin orden judicial ni aviso previo a las autoridades universitarias, en busca de pis-
tas que permitan encontrar al secuestrado U. Pereira Reberbel. Horas después, dentro de la Uni-
versidad, el Consejo Directivo Central hace público un manifiesto repudiando el allanamiento. Fue-
ra del recinto, frente a los locales allanados, los estudiantes protestan contra la intromisión policial:
manifestándose y enfrentándose a la policía. Varios jóvenes resultan heridos, uno de ellos queda
en coma. El 11 de agosto es liberado U. Pereira Reberbel.44
El 12, según el diario El Día, ocurría lo siguiente.45
«A unos cincuenta metros de la entrada principal de la Facultad de Veterinaria se produjo
[...] un enfrentamiento entre estudiantes –probablemente un centenar– y tres funcionarios
policiales dependientes de la seccional 9ª que trataron de impedir que aquellos realizaran
una manifestación relámpago [...]. Fueron arrojadas piedras sobre los tres policías. En de-
terminado momento, por efecto de algún puñetazo o una piedra, se vio caer al oficial,
quién entonces hizo uso de su revólver de reglamento efectuando uno o más disparos.
40. El hecho que defensores de la burguesía con tanto renombre como los ministros dieran clases en la Universidad o que el
jefe de policía Otero arbitrara partidos de fútbol muestra como en ésta época la violencia de los luchadores sociales
contra representantes del régimen era escasa; y fue in crescendo como respuesta a la represión contra ellos.
41. Al parecer ayudado por agencias sindicales de Estados Unidos; ver al respecto Cores, 1997, 128.
42. El MLN emite un comunicado explicando el motivo de la acción en el que, frente a la congelación de salarios, las deten-
ciones, la militarización, los apaleos mientras se mantienen intactos los intereses de quienes son los causantes de la
crisis, hace un llamado a «continuar la lucha organizándose adecuadamente para responder a la violencia reaccionaria
con la lucha revolucionaria». Manifiestan además que eligieron a Pereira Reberbel porque es «un digno representante de
este régimen, estanciero, defensor de grandes contrabandistas de Artigas, asesino a mansalva de una persona sin haber
pagado su crimen, perseguidor de los obreros de UTE y uno de los principales ideólogos de la actual política imperante»
Machado y Fagúndez, 70.
43. Benedetti, 1986, 15.
44. Uno de los dirigentes tupamaros manifiesta que ante la escalada de violencia de la policía, que disparaba a los manifes-
tantes con armas de fuego, veían que pronto habría una víctima. Y si moría un manifestante ellos tendrían que matar a
Pereira Reberbel –pues así lo había anunciado el Comando Mario Robaina en el momento del secuestro–, ejecución
para la que ni ellos ni el país estaban preparados.
45. Cronología no publicada de Rico y Demasi. Otras fuentes señalan que el episodio ocurrió el 13. Cores, 150.
Conflicto social 53
Uno de los dos alcanzó a Líber Alvez Rissoto,46 uruguayo, soltero de veintiocho años de
edad. Al parecer la bala le penetró en el bajo vientre, por la región inguinal. Se produjo se-
guidamente una tumultuosa escena y el oficial (que no volvió a usar el revólver, por su vo-
luntad o por haber agotado las balas) logró retroceder. Alvez Rissoto, que es estudiante de
los cursos superiores fue transportado al Hospital de Clínicas. Ingresó en el block quirúr-
gico a la 1:45 horas y permaneció hasta las 17 horas. Su estado es grave pues la bala, en
su trayectoria, habría afectado la masa intestinal.»
El 14 se da a conocer la muerte de Líber Arce y para el 15 se convoca el multitudinario entierro.
En los muros de Montevideo aparecen pintadas de denuncia: «Líber Arce murió luchando por la li-
bertad».
El sepelio se torna en un homenaje al estudiante caído y un repudio a la escalada represiva del ré-
gimen. Asisten al evento unas trescientas mil personas47«desde el Arzobispo de Montevideo hasta
las más altas autoridades universitarias».48 Es una de las manifestaciones populares más grandes
de la historia de Uruguay.
«El entierro de Líber Arce fue una demostración en cuanto a magnitud, como no había ha-
bido en el Uruguay –afirma Arocena–. Sobre todo por el tipo de gente: estaba medio Mon-
tevideo. Hubo la sensación de que se podía lograr la renuncia de Pacheco, la reversión del
proceso, eran expectativas muy infundadas.»
A la vuelta del sepelio, tras el cese del control del orden de la manifestación por parte del Partido
Comunista, algunos manifestantes expropian tiendas y dañan fachadas de bancos, empresas y me-
dios de comunicación estatales, etc. Estos episodios vuelven a mostrar la distinta práctica del PC
con la tendencia combativa, que reivindica la acción directa: ocupaciones, peajes obreros, sabota-
jes, enfrentamientos con la policía, etcétera.49
Juan Nigro, por aquel entonces simpatizante de los MUSP, cuenta aquella manifestación de la si-
guiente manera:
«El PC garantiza el orden en Montevideo,50 muestra revólveres, etcétera. Los MUSP no van
a la marcha pacífica, van hacia el centro, con muchísima gente, pero una minoría compa-
rada con la manifestación.51 Van a saquear; se une gente pobre para robar.»
«Recordamos también el día del entierro de Líber Arce en momentos decisivos de desorga-
nización del estado burgués (amotinamientos en la Guardia Metropolitana,52 problemas
de la Guardia Republicana y en el ejército), en donde la tentativa de la manifestación de
más de trescientas mil personas de responder por la violencia al régimen y apropiándose
de todo lo que se podía en lo más representativo de la calle 18 de Julio y llegando incluso a
la Casa de Gobierno, encontró como única barrera represiva seria a los cuerpos de choque
del Partido “Comunista” que lograron dispersar a la mayor parte de los manifestantes (sólo
una minoría logró llegar a 18) y lesionar o herir seriamente a muchos de los principales
agitadores que impulsaban la marcha adelante del proletariado.»53
Este evento fue un ejemplo de aquél período de lucha; una manifestación unitaria y masiva, con
pugnas duras, amenazas, tensión, odio a las autoridades, una minoría que se desmarcaba que iba a
por el todo y pensaba en la revolución, otros que iban a desahogar su frustración, su rabia y, segura-
mente, su aburrida vida rutinaria.
El diario El País dio a conocer la versión oficial de los altercados tras el sepelio bajo el titular: «Hubo
anoche agresiones, daños y saqueos a lo largo de todo 18 de Julio. La policía ausente de la calle».
52. Otras fuentes dicen que si no intervino la policía no fue por esos problemas internos en las fuerzas del orden –que no
niegan que existieran– sino porque los servicios de inteligencia (infiltrados) habían constado que podía desatarse una
furia proletaria descontrolada y producirse ataques, inclusive armados, contra los cuerpos represivos, que eran vistos
como los culpables de la muerte del compañero. Lo que hubiera llevado a una escalada de violencia sin precedentes y
con un futuro difícil de predecir.
53. Texto nº 2.
Conflicto social 55
«La Jefatura de Policía hace saber que con posterioridad al sepelio del estudiante Líber
Walter Arce, llevado a cabo con total normalidad, se organizaron sorpresivamente mani-
festaciones integradas por grupos de trescientas o cuatrocientas personas que conver-
gieron desde la avenidas Rivera y 8 de Octubre sobre la avenida 18 de Julio.
Algunos manifestantes portaban armas de fuego, toda clase de elementos arrojadizos, y
garrotes.
Al llegar a una sucursal bancaria, en la avenida 18 de Julio y Magallanes, efectuaron
varios disparos de armas de fuego y nutrida pedrea. Ocasionaron múltiples destrozos en
los comercios céntricos, rompiendo luminosos y vidrieras.
En la firma Ovalle Hnos. causaron rotura total de sus vidrieras y se dieron al saqueo de
la mercadería existente.
Los diarios El Día y El País fueron objeto de pedreas que causaron ingentes daños de vi-
drios de las puertas y acceso. En Canal 4 de televisión y un club político de las inmedia-
ciones fueron el blanco de los desmanes, con roturas de decenas de vidrios. Retiraron si-
llas del club mencionado y colocándolas en la vía pública les prendieron fuego. Efectuaron
con objetos reunidos en la calle una enorme fogata; concurrió una dotación del Cuerpo de
Bomberos para sofocarla y fue objeto de pedrea. Los acrílicos del cine Censa sufrieron
grandes daños.
Cabe consignar al propio tiempo que la policía, en conocimiento que los manifestantes
portarían armas de fuego –lo que se comprobó con posterioridad–, se abstuvo de inter-
venir para evitar choques cruentos que hubieran arrojado saldos lamentables.» 54
La población vivía días confusos y tensos. Entre las agrupaciones de izquierda y/o revolucionarios
el balance de lo ocurrido durante la manifestación era desigual. Por su parte Juan Nigro recuerda:
«Al día siguiente se realizó una asamblea en la universidad. Los miembros del PC dijeron
que los que protagonizaron los incidentes de la noche fueron provocadores del fascismo y
que había que echarlos del gremio55 y encontrar a los que ensuciaron el entierro de “su
muerto”. Los militantes del MUSP, sorprendieron a todo el mundo asumiendo toda “provo-
cación”. “Fuimos nosotros quienes rompimos el cerco, a ver si nos echan...” No los pu-
dieron echar, se armó un griterío bárbaro.»
Montero, estudiante de medicina e integrante del MLN durante años, rememora otra manifesta-
ción frente a la universidad reprimida a tiros por la policía, apenas un mes más tarde del asesinato
del primer estudiante, cuando empezaba la primavera en Uruguay:
«Atendí a Hugo de Los Santos que tenía una bala que le hizo una hemorragia pericárdica,
en la Facultad de Derecho. La sacamos y llegó muerto al Clínicas. A Susana Pintos tam-
bién la atendimos con el grupo de Medicina. No nos dejaron salir, tiraban gases lacrimó-
genos. Salimos con pañuelos, los sacamos como pudimos.
–¿Cuando los milicos metían bala en las manifestaciones, el MLN no se planteaba res-
ponder con balas?56
–Sí, se estaba planteando –afirma Montero–. Nunca se hizo porque se entendía que el
soldado no era el objetivo. Ni el soldado ni el policía. Además el MLN en el año 68 estaba
Líber Arce, Susana Pintos y Hugo de los Santos, los primeros jóvenes asesinados durante las movilizaciones de los años sesenta.
muy inmaduro, se estaban formando los núcleos pro MLN.57 Así entré yo, hasta las pelotas
de hacer la lucha pacifista para salir de fiesta. Carnaval universitario honesto, limpio y
sano, pero vivir con la amenaza permanente de los fascistas, y de que te entren [a la Fa-
cultad] el ejército, la policía, que te arrasen adentro. Sobre todo por la sensación de impo-
tencia que producía el hecho de que aunque uno armara relajo en la calle, terminaba,
como todo el mundo, en la máquina [detenido y torturado].»58
Para finalizar, se presenta cómo explicaron estos episodios, durante la dictadura militar y los pri-
meros años del restablecimiento del Parlamento, a los alumnos de liceo: «Las movilizaciones estu-
diantiles empiezan a cobrar víctimas que son utilizadas como mártires en la lucha contra los pode-
res democráticamente constituidos».59
Los sables de la Metropolitana cortan los «primeros» tallos en florecer. En septiembre se clausuran
varias ediciones de algunos diarios de izquierda y todos los liceos de secundaria; varios detenidos
57. «Recuerdo que yo estaba conociendo lo que era estrategia revolucionaria urbana. No sé hasta que punto se utilizó bien
esa coyuntura. Si lo pienso ahora creo que no, que Montevideo hubiese tenido que ser el bastión de la revolución y de-
jarse de joder con el interior. No sé. Se hablaba mucho en esa época» concluye Montero.
58. Meses después, uno de los comandos del MLN se autodenominaba Comando Líber Arce y entre otras acciones asaltaba
la Financiera Monty.
59. Consejo Nacional de Educación, 208.
60. Demasi y Rico. Palabras de Pacheco en un discurso, el dos de septiembre. Sin embargo menos de dos meses atrás, en
Buenos Aires, y tras varios meses encabezando el régimen más represivo que se recordaba en Uruguay manifestaba su
«amor» por la juventud rebelde: «A la juventud la estimo por su rebeldía y la quiero tener siempre cerca. Hago lo posible
por comprender sus problemas. Estimo que debe abrírseles perspectivas para que no se sientan frustrados. Ese factor
explica su turbulencia. Si miramos bien se movilizan impulsados por factores universales: amor, verdad, coraje, trabajo.
Me gustan los jóvenes, creo en ellos y si cometen excesos trato de comprenderlos» Landinelli, 1989, 107. Es de su-
poner que para muchos jóvenes el señor presidente ya estuvo demasiado cerca de ellos, enviando sus policías a allanar
la Universidad y disparar contra los manifestantes. Otros habrán pensado, «ojalá te tuviera cerca, boxeador, cara a cara,
a solas, sin tus guardianes». También se podría pensar que menos mal que amaba a esa juventud, porque si amándola
le mandó aplicar picana y palo, ¡qué hubiera hecho si la odiaba! La verdad que pocos discursos políticos resultan tan hi-
pócritas: ¡¡«abrirles perspectivas» y lo que hizo no fue más que abrir cabezas, reventarlas, en los centros de tortura!!
Conflicto social 57
son torturados;61 y mueren dos estudiantes más al ser reprimidos por la policía; en octubre el presi-
dente amenaza con la disolución del Parlamento y nuevos empleados de UTE son internados en
cuarteles. Pero la primavera viene con fuerza y nuevos brotes ya florecen y al parecer no hay sufi-
cientes sables para cortarlos. La lucha lejos de detenerse se intensifica: cientos de bancarios ocupan
el Banco Italo-americano y el Hipotecario colocando pancartas contra la represión; se paralizan nu-
merosas fábricas y empresas; se decreta un paro general el 24 de septiembre en repudio al asesinato
de los estudiantes, cientos de intelectuales y artistas se solidarizan con ese repudio. En noviembre
los obreros de la construcción cortan las calles y levantan barricadas en distintas zonas de Monte-
video; se suceden ese día y los siguientes mítines de trabajadores metalúrgicos, textiles, de la lana y
de Ancap y ocupaciones de lugares de trabajo: Acsa, Strauch S.A., entre otras. Las movilizaciones se
extienden nuevamente en el interior: huelgas en Canelones, San José y Uruguayana.
La sensibilidad social y el repudio al régimen abarca todas las escenas de la vida pública. Es nota-
ble el compromiso social que reflejaron las manifestaciones culturales del segundo semestre de
1968.62 La polarización también llegó a la música, la pintura y el teatro. El día del sepelio de Líber
Arce en el Sodre, antes de la presentación de un conjunto coral extranjero, se realizó un minuto de si-
lencio. Un día más tarde en el teatro Solís, se suspendió un concierto de «Música Nueva» porque los
intérpretes quisieron actuar en homenaje al estudiante caído y el Centro Cultural de Música se negó.
Ante la insistencia de los músicos, éste optó por suspender el concierto. El 21 de septiembre debido
a los asesinatos de Hugo de los Santos y Susana Pintos de ese mismo día, la sociedad Uruguaya de
Actores y la Federación Uruguaya de Teatros Independientes suspenden todos los espectáculos ex-
presando el duelo y dolor producido por las muertes de los muchachos.63
En el plano internacional, en la segunda mitad de 1968, destaca la invasión de Checoslovaquia
por tropas de la URSS, que crea grandes discusiones en la izquierda y grupos revolucionarios en Uru-
guay,64 la pena de muerte en España para miembros de ETA; la matanza de Tlatelolco en México,
donde el ejército disuelve una concentración a tiros, con el resultado de cientos de heridos y unos
cuatrocientos muertos; la toma de poder, en Perú, de la Junta militar presidida por Velazco Alvarado,
que anuncia la nacionalización del petróleo, la reforma agraria y una política exterior no alineada; la
61. Julio Marenales denunció públicamente haber sido torturado, además de hacer referencia a los malos tratos que ya
había padecido con anterioridad: «Los verdugos han perfeccionado el sistema [...] en el 64, cuando me agarraron, al
torturar me aplicaron picana, dejando huellas de quemaduras [...]. Ahora la aplican sobre un paño húmedo y no dejan
marcas». Machado y Fagúndez, 70.
62. Como se ha señalado también se dio, a menor escala, en años anteriores, y en el primer semestre del año. Un ejemplo
claro fue la suspensión, en febrero, del Carnaval de Fray Bentos en reclamo de soluciones al conflicto y contra el decreto
de intervención.
63. Demasi explica que «cualquier expresión político-cultural surgida entre esos años y el golpe quedaba atrapada en la po-
larización izquierda-derecha. Movimientos que en principio difícilmente podían localizarse en esa polarización (el rock
nacional, que apareció en los años 1966-67, por ejemplo) quedan bloqueados a partir del 70 porque no tienen posibili-
dades de encuadrarse en ese esquema. Muchos de ellos optan por callarse la boca o hacer algo diferente antes que se-
guir en un movimiento que no los ubicaba políticamente. Eso se nota en muchas decisiones de los movimientos sindi-
cales, en el movimiento teatral, en la cultura en general. Un conjunto muy importante de artistas y pintores uruguayos
decide no presentarse a los salones municipales y del Ministerio de Cultura. Los escritores anunciaban que rechazarían
premios ofrecidos por el gobierno, etcétera […]. Se vio apretado entre la izquierda y la derecha, pero como la mayoría
sentía un fuerte rechazo por la derecha, se volcó a la izquierda. Pienso, por ejemplo, en Horacio Buscaglia, que entre el
66 y el 68 organizaba conciertos beat y terminó organizando un grupito para cantar en los actos del FA en el 71. La Bri-
gada perdió su creatividad a cambio de su inserción en la estructura de la izquierda». www.brecha.com.uy/sepa-
ratas/1968[1]/6sep68.html.
64. Que el PC uruguayo defendiera dicha intervención no sorprendió a nadie. Lo que descolocó a muchos –de la tendencia
combativa y del MLN– fue que Fidel Castro también la justificara.
58 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
orden de L. B. Johnson del cese total de los bombardeos contra Vietnam del Norte; la disolución del
Parlamento en Brasil por parte de A. Costa e Silva, y el descubrimiento de un foco guerrillero en Tu-
cumán, donde tras un tiroteo son detenidas veintitrés personas.
«Esta revolución mundial de 1968 se dirigía ante todo contra el sistema histórico; contra
Estados Unidos como potencia hegemónica de ese sistema, contra las estructuras econó-
micas y militares que constituían los pilares del sistema –escribía I. Wallerstein–. Pero la
revolución se dirigía igualmente, sino más, contra la vieja izquierda.» 65
miento de la derecha y la extrema derecha. Los escuadrones de la muerte son protagonistas de va-
rias agresiones a militantes de izquierda, dos muchachas son atacadas por el Comando Oriental
Anti-Comunista y tatuadas con una esvástica. En una manifestación, un obrero es asesinado por un
militar retirado que vestía de civil.
Durante todo el año se suceden, en diferentes barrios, manifestaciones con enfrentamientos de
obreros-estudiantes contra la policía.
A nivel de conflictividad laboral, participación de los luchadores sociales en la escena pública y
enfrentamiento al estado no se podría decir que 1968 fue más combativo que 1969. Por eso en
Uruguay no se puede hablar de un 68 como en Europa.
«Por el hecho de que 1968 no haya sido un año tranquilo no creo que pueda hablarse de
un 68 uruguayo, porque menos tranquilo fue el 69 y menos aún fue el 70 sostiene Luce
Fabbri. –Más tajante es Demasi, para quien– el 68 no sólo no se puede diferenciar del 69
y del 70, sino que la aparición de los movimientos juveniles en el país es incluso anterior al
68. Lo mismo sucede con los grupos armados. Lo específico del 68 fue que por primera vez
hubo estudiantes muertos en la calle. Sin embargo, en el imaginario colectivo se lo recuerda
como un año de ruptura, hasta el punto que a veces toda la década del sesenta se resume
en el 68 [...]. Tal vez la consecuencia más notoria del 68 haya sido la redistribución de los
roles de los partidos. Ese año el gobierno se volcó a la derecha y ambientó el surgimiento
de un espacio de izquierda nuevo. Hasta el 68 el Partido Colorado tenía una impronta bat-
llista y populista y por eso todavía tenía sentido la frase “la izquierda será colorada o no
será”, y el Partido Nacional era herrerista y conservador. A partir del 68 el discurso conser-
vador lo asume el Partido Colorado y la izquierda se apodera del discurso batllista.» 68
Por su parte, la izquierda y los luchadores sociales se ven constantemente polarizados por las dis-
tintas formas de acción y por las diferentes reivindicaciones. La principal contradicción se da entre el
PC y la tendencia combativa, que pensaba, por ejemplo, que:
«El diálogo sin lucha como método gremial, el parlamentarismo, la coexistencia pacífica
entre clases, manifestaciones de la ideología burguesa dentro del movimiento popular y de
la izquierda, también van entrando en crisis.»
A partir de esas premisas, a la luz de una práctica militante en todos los terrenos, se desarrollan
los métodos adecuados y se van forjando los instrumentos políticos para impulsar la lucha revolu-
cionaria en el Uruguay.»69
III.1.3.1. Huelgas y militarización de frigoríficos, bancos...
«Se da el caso, por ejemplo, de ciudadanos que por ser empleados de UTE
son llevados a los centros militares, que se han convertido en cárceles,
donde se les rapa la cabeza y se les ultraja y veja. Ante estos hechos, el
Parlamento no puede permanecer indiferente; tiene que asumir la
responsabilidad de la hora.»70
año, la soldadesca se alineaba, a diario, frente a los bancos para «asegurar la actividad bancaria».
En el caso de la actividad portuaria, son los propios soldados quienes hacen la carga y descarga.
La intervención militar de las empresas estatales consiste en la sustitución de gerentes por jefes
del ejército y la imposición de la legislación militar a los trabajadores. No cumplir órdenes es un de-
sacato a la autoridad castrense y no ir a trabajar equivale a desertar. La reunión de más de cuatro
personas representa un motín.71
A fines de los años sesenta se extiende la huelga en los frigoríficos en reclamo de los dos kilos de
carne diaria y con la instalación de cinco campamentos en el barrio del Cerro, donde se suceden
ollas populares, debates políticos, mateadas y cantos. A esta fiesta reivindicativa pretendieron unir-
se los obreros de los frigoríficos del interior, pero se les impide por varios días el acceso a
Montevideo, en el km 142 de la Ruta 2.
Por su parte los empleados de la banca siguen en huelga. La lucha de los bancarios sorprende a
propios y extraños72 pues hasta entonces era un sector bastante inmóvil y en el que se cobraba
mucho más que en el resto. La idea de gremio y huelga, poco antes del conflicto, producía escozor
entre algunos oficinistas, que pensaban que esos conceptos-acciones eran exclusivos de los obreros
fabriles y jornaleros rurales, lo que se entiende equívocamente como clase obrera. Equívocamente,
porque los bancarios huelguistas, con su accionar, demostraron a qué clase pertenecían. Durante
los conflictos, la burguesía siempre habló de «gremio privilegiado» para intentar aislarlo del resto del
proletariado y no dudó en aplicar medidas represivas contra ellos. Pero la intensa y trascendental
conflictividad bancaria capitalina y la buena organización de los huelguistas hizo que la patronal prefi-
riera ceder en ciertos aspectos para desarrollar tranquila sus negocios. Ridiculizaban de esta manera
las palabras del presidente del gobierno, quien pensó, en un principio –junio de 1968–, que con las
medidas represivas no iba a tener que contentar las demandas de los bancarios:
«Tengo soluciones para el conflicto de Ancap, de OSE (Obras Sanitarias del Estado), de UTE
y no recuerdo para cuál otro conflicto; pero con los bancarios nada, no doy un paso atrás y
si tiene que morir un bancario morirá.» 73
«La gran huelga bancaria del 69 –dice por su parte Arocena–, que duró tres meses, en
gran medida se mantuvo porque se había hecho una organización de base muy buena. Se
había cambiado la estructura.»
Cuatro noticias importantes relacionadas con este conflicto fueron la huelga de hambre protago-
nizada por varios empleados de la banca; los atentados con explosivos a cinco sucursales bancarias
por parte de las FARO; los asaltos a tres bancos en un mismo día, 11 de abril de 1969, lo que lleva a
la clausura de todas las sucursales bancarias hasta dotarlas de una seguridad más efectiva, y el se-
cuestro por parte del MLN de G.Pellegrini Giampietro, dirigente de la patronal bancaria y de dos pe-
riódicos oficialistas. Acciones como ésta, y las primeras muertes de manifestantes universitarios,
harán que muchos estudiantes entren a esa organización clandestina. Según Bravio el prestigio del
71. La militarización como respuesta a las huelgas no fue un «privilegio» de la burguesía uruguaya ni algo nuevo en Monte-
video. En 1917 ante la huelga de los obreros de la carne y afirmando el principio de la «libertad de trabajo», el gobierno
ocupa militarmente el Cerro y los obreros detenidos por la policía son obligados a trabajar por la fuerza.
72. «Los paros seguirán hasta que el deterioro del bolsillo comience a hacerse sentir, porque seguiremos aplicando san-
ciones de carácter económico –decía el ministro del Interior–. Cuando el presupuesto esté suficientemente deteriorado
veremos quién sigue con deseos de hacer paros o, aun, de arriesgar la pérdida del empleo. El caso del Banco de Seguros
es muy ilustrativo, se trata de un servicio importante pero no esencial. Si los funcionarios siguen haciendo paros deterio-
rarán las finanzas del Banco hasta que éste se funda. Y cuando ello ocurra, se quedarán sin trabajo, mientras que el es-
tado no sufrirá un perjuicio fundamental.» Cores, 137.
73. Cores, 137.
Conflicto social 61
MLN se da porque con la aplicación de las medidas de seguridad «muchos pararon, pero ellos igual
siguieron. Se habían organizado para hacerlo».
«Seregni –explica Collazo– era el jefe de la Región Militar nº 1 y se vio obligado a tomar
medidas por el conflicto bancario. Ésta fue una de las razones que lo llevaron a dejar la Re-
gión nº 1» además de ver, en la compra del seminario en Punta de Rieles para convertirlo
en prisión, hacia dónde iba el proceso represivo.74
como hacer una demostración de fuerza y posibilidades y, de alguna manera, señalar el camino de la
lucha contra el estado. Las fuerzas del orden, policiales y militares –jeeps, aviones y helicópteros– no
tardan en llegar a la zona. Un sector del comando tupamaro, tras intenso rastreo del terreno, es descu-
bierto y capturado tras un supuesto enfrentamiento. En él muere un sargento y tres guerrilleros.83
A continuación se reproduce la transcripción de una entrevista a uno de los protagonistas del comando,
meses después de ser detenido.84 En ella se observa en qué consistió el denominado «enfrentamiento»:
«–Avasallado, ¿por qué?
–Porque tenía previsto enfrentar una cosa que creía conocer perfectamente y no tenía
nada que ver con esa previsión. Por eso digo que quedé avasallado... o descolocado.
–¿Usted está hablando del enfrentamiento con la muerte, con la arbitrariedad policial?
–Hablo de varias experiencias fundamentales y distintas que una palabra podría re-
sumir: la guerra. Tuve una vivencia parcial de lo que es la guerra […]. Fundamentalmente
por haber visto caer a un compañero.
–¿Salerno?
–Salerno.
–¿Usted estaba con él cuando cayó?
–Sí, estábamos juntos.
–Empiece por el principio.
–Bueno. Venimos corriendo casi sobre el camino, junto a un alambrado, cuando co-
mienza un tiroteo con la policía. Salerno, que está armado, corre hacia un monte de euca-
liptus cercano y me grita que lo siga. Yo lo sigo. Es en ese momento que recibo la primera
bala en el brazo. El tiroteo prosigue, pero Salerno rápidamente se queda sin balas y me
consulta qué hacer. Yo le planteo que tengo un tiro en el brazo, que debemos rendirnos. Él
accede y se prepara para salir [...]. Sale de atrás de un árbol en que estaba parapetado y
ostensiblemente para que a la policía no le quepa duda sobre su gesto, tira su arma, un
arma grande Lugger o Mauser. Levanta los brazos y tira el arma al tiempo que grita nuestra
rendición [...]. Empieza a caminar lentamente, muy lentamente, con los brazos en alto. Yo
lo veo alejarse... cuando está a unos dos o tres metros comienza un fuego cerrado desde la
derecha que lo abate. Diez tiros se le alojaron en el cuerpo.
–¿Hacía mucho tiempo que eran amigos?
–Acababa de conocerle hacía unos minutos apenas. Tuvimos sólo un breve diálogo que
para él fue el último. Él no sabía quién era yo, yo no sabía quién era él: éramos dos pobres
militantes de base, dos soldados rasos haciendo lo que podíamos.» 85
Arocena, que argumenta «que hubo tres booms de adhesión al MLN, a nivel estudiantil» afirma
que tras Pando se produjo uno de ellos:
«Porque los compañeros muertos ahí, muy particularmente Jorge Salerno, eran gente muy
querida. Jorge era mi compañero de militancia, mi amigo del alma, fue un impacto para
todos brutal. Fuimos impactados por la cuestión emotiva. Tenía una dimensión para noso-
tros… En cualquier país de América Latina hubiera sido diferente, pero acá eso no pa-
83. Murieron Ricardo Zabalza, Alfredo Cultelli y Jorge Salerno y fueron detenidos dieciséis miembros del MLN.
84. El entrevistado es Arapey Cabrera, que sufrió malos tratos, como los demás tupamaros capturados. Cuando cayó herido
le saltaron encima del brazo herido de bala, lo amenazaron con matarlo introduciéndole el caño de una pistola en la
boca, reventándole labios y encías y ya en el Hospital Militar, los agentes que lo custodiaban le movieron la aguja del
plasma, administrado por vía venosa. En el apartado “Interrogatorios y torturas” se verán algunas de las terribles palizas
infligidas a los detenidos de Pando. Al cabo de un tiempo, uno de los policías acusados de ser protagonista de las
mismas pagó con su vida. Los compañeros de los torturados acabaron con él.
85. Entrevista, publicada en Marcha el 17 de abril de 1970, a Arapey Cabrera, detenido en Toledo Chico el 8 de octubre de
1969.
64 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Pero el asesinato no queda impune. Cinco semanas más tarde, el 15 de noviembre de 1969, los
compañeros de Salerno ejecutan al responsable de su muerte y dos días después atacan a otros dos
integrantes de la Guardia Republicana.86
Para finalizar la narración del año 1969, dos citas que muestran la enorme combatividad del pe-
ríodo y esbozan el descenso posterior.
«Fue en esos años 68-69, en donde a pesar de todas las derrotas particulares del proleta-
riado, el movimiento de clase fue indiscutiblemente ascendente y en términos globales la
burguesía no logró sus objetivos. Incluso con respecto a la congelación, la burguesía había
retrocedido notoriamente en los dieciocho meses que separan el decreto del fin del año
1969.»87
«En 1969 el movimiento empieza a hacer una regresión en cuanto a su capacidad de
resistencia –reflexiona Héctor Rodríguez–. La gente joven sintió que si, en el campo sin-
dical, no conseguía cambiar la situación, debía volcarse a la guerrilla. Esto se produjo así y
de manera espontánea.»
las calles, militantes que hablaban de la necesidad de organizarse para llevar a cabo la revolución
proletaria, o políticos parlamentarios que pedían votos para las próximas elecciones. Esta mezcla
dio como resultado experiencias que recuerdan a los ateneos populares o libertarios del siglo xx y a
las actuales asociaciones vecinales y centros sociales okupados del estado español.89
Antes de 1970 los vecinos que luchaban por la mejora de la calidad de vida y, a su vez, por el
cambio social y para dar apoyo a obreros en huelga se reunían en la casa de uno de elllos. A partir de
esta fecha, se habilitan espacios específicamente para estos menesteres.
Uno de los fenómenos que más hizo crecer la cantidad de comités barriales y radicalizar su activi-
dad fue la lucha contra las tarifas eléctricas. Muchos comités fueron creados en repulsa a la subida
de tarifas públicas y contra los cortes de luz. Pero el crecimiento vertiginoso se produjo cuando pasa-
ron a fundarse como comités de base del Frente Amplio, momento en el que las organizaciones polí-
ticas sufragaban todos los gastos del alquiler de los locales. Algo recurrente en estos espacios era la
solidaridad con gremios en lucha, que no consistía en simples proclamas en su defensa sino en or-
ganizar la comida y albergar las reuniones de apoyo a los trabajadores en huelga, para salir luego a
pegar carteles, hacer pintadas de denuncia y agitación o participar en las ocupaciones. La acción
directa fue una de las constantes de los comités
Desde estos espacios también salían iniciativas para arreglar los parques infantiles del barrio u
otros lugares que el municipio de Montevideo había dejado abandonados.
El aspecto cultural de los comités fue algo muy importante. Se hacían exposiciones de pintura,
obras teatrales y hasta alguna que otra celebración festiva.
Esos lugares de encuentro, en una sociedad capitalista –en la actualidad ese fenómeno es aún
mucho más acentuado– en la que priman los espacios privados y el compartir la vida únicamente
con el núcleo familiar y los compañeros de trabajo, son recordados con mucho cariño por los entre-
vistados. Hay inclusive quien, al rememorarlos, habla de fiesta cultural y política y sentimiento em-
briagador, «había mucho de sensación de primavera», apunta Rodrigo Arocena.
Quienes participaron de estos focos de poder popular al realizar su evaluación lo hacen, como
todo lo que sucedió por esos años, con disparidad de opiniones. Hay quien afirma que en 1971 se
convirtieron en meros «comités juntavotos», pero otros replican diciendo que inclusive cuando pa-
saron a llamarse comités de base del FA seguían haciendo un importante trabajo barrial. «En la cam-
paña electoral –dice Pedro Montero– se hicieron las paradas de autobús con techo y pintadas, pero
muy bien hechas, alegrando los muros semiderruidos. Trabajó muy bien el PC e incluso anarcos de
Bellas Artes».
Horacio Tejera, defensor de los comités, critica sin embargo el papel jugado por algunos militan-
tes, que según él tenían la idea fija de que:
«"Lo que es bueno para mí es bueno para los demás, y si los demás lo quieren o no, no im-
porta". Ése fue el gran fracaso de aquella época, no tener en cuenta lo que pensaba la gen-
te, que era la depositaria de tus afanes. Eso llevaba a que cuando militantes de un grupo
político iban a desarrollar sus tareas a una organización de base en la comisión de fomen-
to de un barrio, no iban como aporte de ese lugar, sino con la voluntad de que esa organi-
zación defendiera sus propósitos, con lo cual se castraba todo lo que tenía un desarrollo
genuino. Por ejemplo, si en un barrio se reunían para reclamar el agua doscientas perso-
nas, después de que un grupo político se adueñaba de la dirección de eso, la gente se iba
y quedaban cinco militantes. Con lo cual no se conseguía el agua, no se fortalecía nada de
89. Compararlos con los soviets de Rusia o los comités de defensa revolucionarios de la Barcelona insurreccional, de los
años treinta, sería exagerado.
Conflicto social 67
nómenos por los contracursos. Muchos profesores, padres y alumnos organizaron liceos populares
en parroquias, clubes sociales y locales sindicales, con gran apoyo de la población.
En este episodio de enfrentamiento al régimen lo más sorprendente fue la juventud de muchos de
los luchadores sociales. La edad de los principales actores oscilaba entre los doce y los veinte y po-
cos años, por lo que algunas víctimas de la represión también fueron muy jóvenes. El 8 de mayo, un
policía mataba a un chico, de tan sólo trece años, que se burlaba de él.
Otra característica del momento fue la permanencia en la acción solidaria del estudiantado radi-
cal con el conjunto de sindicatos en conflicto, consolidando la consigna: «obreros y estudiantes, uni-
dos y adelante». En esa lucha, las organizaciones que tuvieron mayor peso fueron la CESU (Coordina-
dora de Estudiantes de Secundaria de Uruguay) y, sobre todo, el FER (Frente Estudiantil Revoluciona-
rio). Otras con menor inserción pero que igualmente tuvieron un papel importante fueron las maoístas
Agrupaciones Rojas (vinculadas al MIR/PCR) y la anarquista ROE (Resistencia Obrero Estudiantil), vin-
culada a la FAU y con gran incidencia en UTU (Universidad del Trabajo de Uruguay).
Otros acontecimientos importantes de 1970 son, justamente, la consolidación de la ROE; la fuga
de trece presas políticas de la cárcel de mujeres; el copamiento del cine Plaza por las Fuerzas Arma-
das Revolucionarias Orientales (FARO), grupo armado vinculado al MRO; la masificación de las tortu-
ras a los detenidos y la desaparición de un joven militante de izquierda, secuestrado por el escua-
drón de la muerte.
A nivel de cultura y espectáculo destacaron: la prohibición del film sueco Soy curiosa, por consi-
derarla obscena;91la publicación de varios libros que dieron mucho que hablar, como Uruguay en
crisis, de Carlos Rama, Tortura. Uruguay 70, del Núcleo de Estudios Nacionales, Poeta pistola en
mano, de Sarandy Cabrera, e Inventario 70, de Benedetti; la publicación del cuarto disco de Vigliet-
ti, Canto Libre, en el que aparecen dos canciones –La senda está trazada y Antojo– de uno de los tu-
pamaros asesinados en Pando, Jorge Salerno; la actuación en el Solís de Zitarrosa, y la cuarta plaza
conseguida por Uruguay en el mundial de México, la última en que la selección absoluta tuvo una
actuación destacada en un campeonato del mundo de fútbol.
A escala internacional, destacan los acontecimientos en dos países cercanos: en Argentina los
Montoneros hacen pública su presentación secuestrando al ex presidente que derrocó a Perón, y en
Chile triunfa en las elecciones Salvador Allende.
La ejecución de H. Morán Charquero por parte del MLN es un ejemplo de lo que Yessie denomina
justicia popular. Este inspector de policía había sido denunciado, inclusive a la justicia ordinaria,
91. Resulta curioso que se censurara esta película «inofensiva» para el régimen y que, en un primer momento, se permitiera
proyectar películas que enarbolan la lucha como fue el caso de La hora de los hornos.
Conflicto social 69
por haber torturado a prisioneros y haber mutilado los senos de varias detenidas.92 La desconfianza
en la justicia burguesa hizo que el MLN decidiera ajusticiarlo, acribillándolo a balazos con una me-
tralleta desde un vehículo que lo perseguía. Ese mismo año, los tupamaros dispararon a otro tortu-
rador que sobrevivió a pesar de que ser herido en el cuello y secuestraron a un juez y a otras perso-
nalidades.También expropiaron y realizaron sabotajes y atentados contra varias empresas y lu-
gares turísticos, sobre todo en Punta del Este, para estropear los ingresos veraniegos de la bur-
guesía. Estas últimas operaciones estaban inmersas en el plan denominado «verano caliente».
Este apartado, centrado en la justicia tupamara, tiene mucho que ver con el proyecto de doble po-
der impulsado en 1970 –tema desarrollado en el apartado «MLN-Tupamaros»–.
Aunque el MLN fue quien más teorizó sobre la dualidad de poder y la organización que más consti-
tuyó una alternativa de poder, lo cierto es que éste era ejercido por cada una de las clases sociales
antagónicas –burguesía y proletariado– para enfrentarse entre sí.
El rechazo al régimen y el anhelo por mejorar e inclusive transformar la vida, se manifestaba en
casi todos los ámbitos y rincones del país. Esa voluntad de cambio estaba presente, de forma gene-
ralizada, en la conciencia y el imaginario social.
La reacción, como ya no podía esconder la alternativa de poder del movimiento incorformista y/o
revolucionario presente en todas las esferas sociales, tuvo que reprimirlo y asustar a los «jóvenes pa-
triotas» con el «cuco del comunismo». El artículo presentado a continuación, del 3 de septiembre de
1970, es un claro ejemplo de esta táctica.
«Los sediciosos son comunistas adiestrados para destruir nuestra forma constitucional.
Por eso roban, asesinan, imponen el terror. Son ladrones, asesinos, delincuentes. Son
conscientes de lo que hacen. Su consigna es destruir el Uruguay como tierra libre. Por eso
necesitaron meterse en secundaria, en la universidad, en primaria, en organizaciones gre-
miales, en la religión, en el teatro, en el mundo musical. Ellos saben que en estos lugares
siempre hay muchachos soñadores, fáciles de ser engañados. Muchacho, tienes que ha-
certe hombre de esta tierra libre. No dejes que te roben tu forma de pensar. No dejes que
maten tus sentimientos de uruguayo, llevándote a sueños de tierras extrañas.
Todo lo que ves en América ha sido programado desde Moscú, Pekín o La Habana... De-
fiende tu tierra frente a los uruguayos traidores [...].
Arrancáles el disfraz a los que se ponen el título de universitario, o de rector, o de deca-
no, o de miembros de “organismos internacionales” o de “empresas norteamericanas”,
para tener patente de demócratas y tirarle al Uruguay una puñalada trapera.
Sacáles el disfraz a los “sacerdotes progresistas” [...] disfraces que se ponen para que tú
no te enteres de su complicidad con asesinos comunistas.
Sacáles el disfraz a los que pregonan ser “políticos de izquierda” dentro de los Partidos
Colorado y Blanco, que ya están vendidos al comunismo para conseguir poder.
Sacále el disfraz de militar, general u oficial, que proclama que la violencia trae la violen-
cia para engañarte y asegurar con falsedades su candidatura presidencial [...].
Sacále el disfraz al “músico folclórico.”»93
92. Rodebel Cabrera, uno de los tantos interrogados por H. M. Charquero y torturado por orden suya, declaró: «La picana
recorre lentamente todas las zonas del cuerpo, pero se ensañan y hurgan en las partes genitales y en el pecho, sobre el
corazón. Sólo hay breves interrupciones para una pregunta y su respuesta […]. Fuertes golpes en los oídos, con la mano
ahuecada como para aplaudir, matizan el “paseo” de la picana […]. El compañero comienza a sufrir breves desmayos.
De pronto cesa la picana y en lugar de una pregunta se oye desde allí cerca: “El comisario habló con el ministro y recibió la
orden de que hay que sacarle todo lo que sepa, no tiene familia y si pasa algo, se arregla”. Actas Tupamaras, 201 y 202.
93. Fragmento de «Muchacho no te dejes engañar» de la edición para el interior del diario La Mañana. Rico y Demasi.
70 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Dada la importancia y el peso político de los secuestrados por ambos bandos se inicia un pro-
yecto de negociación, a modo de canje. Como afirma Huidobro, es «una negociación que, esta vez,
el MLN le propuso al gobierno».95El comunicado nº 4 de los tupamaros exige la libertad de todos los
presos y presas políticos, a cambio de los prisioneros que obran en su poder. En el Documento nº 12,
publicado días más tarde y menos exigente, se lee: «la liberación de todos los detenidos por mani-
festaciones estudiantiles, sindicales, etc., el inmediato pasaje a juez de los demás presos políticos y
la publicidad de un comunicado-programa por la libertad de los funcionarios extranjeros detenidos
por nuestra organización».96
El MLN había planeado esta situación unos meses antes para pedir la liberación de los tupamaros
presos a cambio de los secuestrados por la organización.97 Para ello monta la denominada «cárcel
94. Otros sucesos de relieve fueron la captura de varios dirigentes de las FARO; los allanamientos en Melo, por el ejército, de
las sedes del PC y bancarios; las clausuras, por varias ediciones, de El Debate y El Popular, éste último por el titular «Vol-
tear el gobierno ahora», y la detención del dirigente del PS, José Díaz.
95. Huidobro, 1992, 27.
96. Caula y Silva, 100.
97. La concibe, principalmente, Huidobro, y la aprueba la dirección de ese momento: Sendic, Platero, Mansilla y Amodio.
Conflicto social 71
del pueblo», donde prevé retener por tiempo indeterminado a varias personalidades de máximo
relieve. El canje de guerrilleros y otros presos políticos por autoridades y capitalistas secuestrados
en Brasil, Bolivia y Guatemala, son antecedentes de ese mismo año que apuntaban la viabilidad
de la operación.
El secuestro de Dan Mitrione fue llevado al cine por Costa Gavras, en la película Estado de sitio.98
III.1.5.2. Dan Mitrione
«Sus ojos parecían de plástico, miraban sin vida.»99
Como siempre la definición de este tipo de personajes depende «del lado de la barricada» desde la
que se realice. El diario Acción, prensa oficial, lo hizo así:
«Los cursos que daba al personal de la policía en el departamento de policía, se hacían
de acuerdo con la administración. Todos trataban sobre la educación policial (comporta-
miento civil) y la defensa personal (actitudes para capturar delincuentes) [...]. Fueron
también objeto de estos cursos otras disciplinas relacionadas con el orden público.
Sobre todo aquellas que apuntaban a inculcar a los niños, desde la escuela primaria, los
principios del orden [...]. Era, en suma, un hombre que cuidaba al detalle con el fin de
que la policía fuera un cuerpo que colaborara directamente, en todo momento, con los
ciudadanos.»
El espía cubano Manuel Hevia Cosculluela, en aquel entonces (1962-1971) infiltrado en la CIA,
lo describía así:100
«Habíamos obtenido una casa en Malvín, la cual reunía los requisitos mínimos: sótano
adaptable a modo de pequeño anfiteatro, provisto de aislantes a prueba de sonidos, garaje
con puerta interior a la residencia y vecinos distantes101[...]. Lo verificaba todo personal-
mente (¡hasta cada parte de la instalación eléctrica!). Pero volvamos otra vez a la casa.
Debía poner un tocadiscos a todo volumen en el sótano –le encantaba la música ha-
waiana– [...]. Pronto las cosas tomaron un giro desagradable. Como sujetos de las primeras
pruebas se dispuso de tres pordioseros, conocidos en el Uruguay como “bichicomes”, habi-
tantes de los suburbios de Montevideo, así como una mujer, aparentemente de la zona
fronteriza con Brasil. No hubo interrogatorio, sino una demostración de los efectos de di-
versos voltajes en las partes del cuerpo humano, así como el empleo de un vomitivo –no
sé por qué ni para qué– y otra sustancia química. Los cuatro murieron.»102
Hevia recuerda cómo a los agentes que no aguantaban las pruebas se los apartaba; uno de ellos
fue el oficial Fontana, un duro torturador.
Lo llaman el plan Satán y consiste en una serie de secuestros para reclamar, ante el presidente, el Parlamento y la jus-
ticia, una amnistía de todos los presos políticos.
98. Fernando Garín, quién conoció en Chile a Costa Gavras cuando éste dirigía la filmación, opina que la película «muestra
lo que nosotros pensábamos entonces, un grupo militar, aislado de las masas, con muchos medios y decisión, pero
pocas ideas. Pero da una imagen errónea, sobre todo al final, cuando llega un nuevo tipo [agente de la CIA que ya es se-
guido desde que sale del avión], porque parece que todo se controlaba y eso no fue así».
99. Descripción de Manuel Hevia. Huidobro, 1992, 46.
100. Es preciso señalar que los instructores de la lucha antisubversiva y los asesores militares de otros países llegaban a
Montevideo ocultando su profesión y que fue gracias al espionaje de Cuba y al trabajo de inteligencia de los luchadores
sociales de Uruguay que éstos pudieron descubrir su verdadero cometido. Es dable pensar que los tupamaros se ente-
raron de que Mitrione era un maestro de la tortura debido a los informes que les facilitaba algún contacto cubano, quizá
el propio Hevia Cosculluela, quien a fines de la década de los años ochenta publicó, en la capital uruguaya y con el sello
de TAE, Pasaporte 11333. Ocho años con la CIA, libro en el que denuncia la injerencia de la CIA en la Jefatura de Policía
de Montevideo y las torturas infringidas a los prisioneros.
101. Otras fuentes apuntan a que ésta era la casa de Mitrione o a que éste torturaba en el sótano de su casa.
102. Huidobro, 1992, 46.
72 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Pero no era para menos. Lo que ocurría en cada clase, era de por sí repulsivo. Lo que les
daba un aire de irrealidad, de particular horror, era la fría y pausada eficiencia de Mitrione
[...]. Que toda acción estuviese encaminada al resultado final de obtener información. Le
molestaba la fruición con que Buda manipulaba los genitales masculinos. El lenguaje soez
de Macchi le resultaba chocante [...]. “No dejarnos llevar por la ira en ningún caso. Actuar
con la eficiencia y la limpieza de un cirujano, con la perfección del artista. Es ésta una
guerra a muerte. Esa gente es mi enemiga. Éste es un duro trabajo, alguien tiene que ha-
cerlo, es necesario. Ya que me tocó a mí, voy a hacerlo a la perfección. Si fuera boxeador,
trataría de ser campeón del mundo, pero no lo soy. No obstante, en esta profesión, mi pro-
fesión, soy el mejor”.»103
«Las clases de Mitrione sirvieron de mucho para la lucha contra la “subversión” y la ins-
trucción en el Uruguay de la tortura –afirma Garín–. Dan llevó lo del cuero mojado contra
el cuerpo.»
Durante el cautiverio de Mitrione, miembros del MLN graban el interrogatorio al que fue sometido,
en cinta magnetofónica, y la envían a Prensa Latina, que la hizo pública.104
El país entero está a la expectativa de las posibles resoluciones de las dos fuerzas en litigio.
Los primeros días de agosto se da publicidad a un comunicado del Ministerio del Interior que au-
toriza a abrir fuego sin previo aviso sobre cualquier persona sorprendida en actitud sospechosa, y se
ofrece una gran recompensa a quien dé datos que permitan la captura de «sediciosos».105
El 4 de agosto, el MLN libera a Pereira Manelli, juez principal en la causa de los tupamaros presos,
pero mantiene en cautiverio a Gomide y Mitrione, quien envía un mensaje público pidiendo al go-
bierno que negocie con sus secuestradores. Algunos políticos, como Rodríguez Camusso, legislador
del Partido Nacional, declara que «ante la absoluta impotencia del gobierno para mantener el orden
del país, lo menos que puede hacer es aceptar el canje».106 Pero jerarcas de la policía y del Ministerio
del Interior rechazan cualquier intercambio: «Nos ha costado muchos muertos y sacrificios la lucha
contra esta gente como para que ahora se vayan de golpe y porrazo todos los que conseguimos
meter en la cárcel con esfuerzo tremendo».107
El 5 de agosto, Pacheco Areco declara que «no negociará con delincuentes» y el Ministerio del
Interior emite un comunicado en el que aclara que los tupamaros no son «presos políticos» sino
«presos comunes» y rechaza la propuesta de canje.108 De todas formas la polémica, que ha tomado
tintes internacionales, no termina. Se piensa en un posible destierro como pena sustitutiva para los
tupamaros clandestinos y una ley de amnistía para los presos.
La crisis política es de tal envergadura que se rumorea sobre una inminente dimisión del presi-
dente Pacheco Areco.109
Wilson Ferreira, años antes de aparecer como el político progresista contra la dictadura, declara:
«No me sirve aquello que sólo conduce a fortalecer al adversario. Soy contrario al canje, cualquiera
sea la forma que se le quiera dar, si en definitiva significa aceptar las condiciones impuestas por
ellos».110
III.1.5.3. Caída de la calle Almería
El 7 de agosto, la organización tupamara da un ultimátum, Montevideo está rodeado y las fuerzas
represivas van de casa en casa buscando pistas sediciosas. De todas formas el MLN, siguiendo con
su plan, toma un nuevo prisionero, Claude Fly, técnico agrícola de Estados Unidos.
La dirigencia del MLN había quedado en reunirse en una casa de Malvín, en la calle Almería. Sin
embargo, la policía se adelantó, pues había conseguido tras dos meses de investigación la informa-
ción necesaria y sabía que allí se iba a dar la importante reunión. Allanaron la vivienda cuando ape-
nas había un par de militantes, los maniataron y allí mismo, con la casa llena de policías, esperaron
a que vinieran los otros dirigentes de la organización convocados para la reunión.111
La detención de la dirigencia y su líder histórico, Raúl Sendic, provoca que la balanza, el tira y
afloja entre gobierno y tupamaros, se incline a favor del primero, y provoca que la Columna 15 asu-
ma la dirección de los tupamaros. «Nunca un golpe policial contra el MLN fue dado tan oportuna-
mente y con tanta puntería. La situación quedaba petrificada en un trágico callejón sin salida».112
El 8 de agosto, casi veinte mil policías y militares continúan la operación rastrillo por toda la ciu-
dad. La Jefatura de Policía pide la autorización del juez para utilizar pentotal (denominado también
suero de la verdad) en los interrogatorios. El magistrado no lo autoriza pero es igualmente empleado.
Ante el incremento de las torturas y el previsible tormento que vivirán los recientes arrestados, el
MLN emite un comunicado, el nº 7, en el que se lee que la vida de los prisioneros en su poder depen-
de de la integridad física de los tupamaros detenidos en la comisaría central.
109. Garín, reflexionando hoy en día, dice que poco o nada hubiese cambiado de dimitir Pacheco e inclusive de que la iz-
quierda hubiera llegado al poder: «Cuando el secuestro de Dan Mitrione, si el gobierno hubiera caído no hubiera habido
cambio. Éstos dejan el poder y se ponen otros. Un cambio de hombres nada más, mismo si la izquierda hubiera tomado
el poder, aunque [los partidos tradicionales] hubiesen dicho, «miren aquí tienen el poder».
–¿A los tupas o al FA?
–No importa. No estaban preparados. Porque con su pequeño proyecto de reforma agraria, nacionalizar la banca y seis
puntos más... No podés hacer en un país como ése una experiencia de cambio, dependés de todo del mercado mundial».
110. Apuntes facilitados por uno de los entrevistados. Texto nº 3.
111. Como se solía hacer cuando se daba este tipo de encuentros, los luchadores sociales habían planeado un aviso por si
algo raro pasaba en el interior de la casa. Según Garín, en este caso, se acordó que la no presencia de una maceta en la
ventana significaba que no había que entrar. Pero casi toda la dirección del MLN, uno por uno y con gran negligencia, fue
llamando a la puerta quedando presa inmediatamente. «El Bebe pensó «éstos olvidaron la maceta» y entró». El único
que se salva es Mancilla. Otras fuentes explican la detención de Sendic de la siguiente manera: «Cuando llega al local de
Almería, en medio de una lluvia pertinaz, Sendic comprueba que no han puesto la señal de alarma, que hay vía libre,
golpea y dice la contaseña, pregunta por el señor Marrone. Cuando le abren ve a Graciela Jorge, dura, sentada en el
livng. «Yo estuve llamando todo el tiempo, pero la línea estaba bloqueada. Pensé que sería un desperfecto por la tor-
menta. Los que daban cobertura no llegaron a poner la alarma. Cuando entré ya estaba la ratonera».» Blixen, 205.
112. Huidobro, 1992, 36.
74 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Visto que el gobierno no iba a liberar a los presos y que se habían roto las negociaciones con la cap-
tura de Sendic y los otros dirigentes del MLN, a la organización parecía no quedarle otra alternativa
que ejecutar a Mitrione. El dilema se abrió entonces entre los tupamaros: matar o no matar al
maestro de la tortura. La elección se trasladó a algunos comandos, pero acabó concretándose en
las reuniones de los máximos dirigentes. En la película Estado de sitio se observa cómo un tupa-
maro que viaja en autobús va recogiendo los votos de militantes que suben al mismo vehículo en
diferentes paradas; el que recoge los votos apunta en una libreta, dando la idea que en ese mo-
mento había muchos otros que hacían lo mismo que él. Al parecer, la decisión fue mucho más je-
rárquica de lo que muestra la película.
«–¿Vos no te vas a fiar de una película?
–¿No eran así la toma de decisiones entre bases y dirección?
–No –insiste Huidobro–, eso es un invento de Costa Gavras.114 Las células se reunían,
tenían un lugar a donde verse, discutir, valorar, y votar y todo lo demás.
–Si se podía decidir entre muchos se decidía y si no, supongo que no.
–Claro, en la guerra. ¡Sos loco!, ¿vos sabes lo que es una reunión de una célula, el riesgo
que implica y reunirte sólo para discutir? ¡No, pará! Eso está bien ahora en la legalidad...
Riesgo de vida de todos esos compañeros. No se puede. Una organización militar no toma
las decisiones así. Las toma y chau, a quien le gusta que le guste y a quien no mala suerte.
Después se consulta. La guerra tiene sus propias leyes y más cuando estás en una situa-
ción como esa. Vos no podés hacer grandes reuniones ni debates. Tenés que partir de la
base que estás infiltrado. Cómo voy a discutir si lo vamos a matar a Mitrione o no, capaz
que me está escuchando un tira. Se consultó sí, a muchísima gente, lo más que se pudo,
pero lo más que se puede no es una asamblea democrática. Ni para secuestrarlo, ni para
matarlo, ni para tomar las decisiones que se tomaron.»
Por su parte Garín opina que:
«La decisión de matar a Mitrione se hizo apresurada y anárquicamente. Influenció la deci-
sión de los presos de adentro.115 Los de afuera también habrán votado, sobre todo la direc-
ción. Había contacto. Fue una decisión apresurada, no digo que sea justa o injusta. Pero
había que tener la palabra, porque si no los restantes grupos de Latinoamérica no iban a
Raúl Sendic tras ser capturado en la calle Almería. Asamblea General (El País, 11 de agosto de 1970).
poder realizar ese tipo de acciones. Como los Tupac Amaru [con la toma de la embajada
japonesa en Lima, en los años noventa].»
Al día siguiente de la caída de la calle Almería, en el comunicado tupamaro nº 9 se anuncia la eje-
cución de Mitrione «en virtud de que no se concreta el canje». Ante la inminente ejecución, las fuer-
zas represivas queman sus últimos cartuchos: aviones cazas a reacción y helicópteros vuelan por el
cielo de la nerviosa nación, se realizan mil allanamientos, y caen más miembros del MLN, entre los
que hay nuevos dirigentes.
El 9 de agosto, a partir de las 12 del mediodía, cada minuto se vive dramáticamente; distintas
personalidades, entre ellas el Papa Paulo VI, piden al MLN que no mate a Mitrione; cincuenta y nueve
esposas de funcionarios acreditados en la sede diplomática brasileña se van a Brasil; se efectúan
nuevos allanamientos y detenciones de «sediciosos», pero sigue sin aparecer el lugar más buscado:
la cárcel del pueblo.
A las 13:32, tras más de hora y media del momento señalado para la ejecución de Dan Mitrione,
un recién creado Movimiento de Mujeres pide una tregua momentánea al gobierno y a los secuestra-
dores para que sometan su anunciada decisión de matar a Mitrione a un plebiscito popular, «que el
pueblo decida la muerte o el canje».
Por la noche, sorpresivamente, Pacheco Areco se reúne con el Consejo de Ministros y resuelven
enviar a la Asamblea General un proyecto de ley solicitando la suspensión de todas las garantías in-
dividuales, establecidos por el artículo 31, por veinte días, para buscar al agente de la CIA sin tener
que respetar derechos constitucionales.
El lunes 10 de agosto, aún de madrugada, aparece el cadáver de Dan Mitrione en el interior de un
coche.116 Se declara día de duelo nacional y a los dos años la Dirección Nacional de Correos emite un
sello con su rostro, para desgracia de los presos torturados. Quizás el destino les reservó una casua-
lidad de mal gusto: recibir una carta de algún ser querido con la imagen del maestro de la tortura.
III.1.5.5. Asamblea General del 10 de agosto
La muerte del agente de la CIA conmocionó a la globalidad del país. La Asamblea General del día
116. Dan Mitrione fue el séptimo consejero de Seguridad de la AID, muerto en el ejercicio de sus funciones; los otros seis
fueron ultimados en Vietnam. En Bolivia otro de los consejeros fue herido, quedando paralizado de cintura para abajo.
76 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
10 de agosto, horas después que se diera a conocer la noticia, se vivió con gran nerviosismo. En si-
tuaciones como las de ese día, se decidió la intensificación de la represión y el protagonismo de los
milicos en la vida pública nacional. Acto seguido se ofrecen varias declaraciones para observar las
distintas corrientes políticas y de opinión,117así como el clima de crispación que vivía el Parlamento
y en general la población uruguaya.
En esta Asamblea General del 10 de agosto de 1970 se aprobaron todo un paquete de medidas
represivas con el voto de la mayoría de los parlamentarios; de todas formas, hasta la disolución del
Parlamento voces disconformes votaron contra tales preceptos, explicando que las soluciones a la
crisis nacional no estaban en su aplicación sino en cambio de estructuras. En esa línea se sitúa la in-
tervención de Massera, miembro del PC.
«–No es con medidas represivas que se resolverán los problemas del pueblo, señor presi-
dente; se resolverán sólo con un cambio radical de la orientación política con la vista
puesta en soluciones de fondo a los problemas económicos y sociales, en el marco del res-
tablecimiento pleno de las libertades públicas.»118
El paquete de medidas represivas preparado por el Ejecutivo y que buscaba su aprobación en la
Asamblea General se centraba en el artículo 31 de la Constitución:
«Concédese anuencia al Poder Ejecutivo de acuerdo al artículo 31 de la Constitución de la
República, para que en los casos de traición o de conspiración contra la patria, y para la
aprehensión de los delincuentes pueda:
Artículo 1º. –
A) Prescindir de orden de juez competente para entrar en el hogar. (Artículo 11 de la
Constitución).
B) Confinar sin proceso y sentencia legal. (Ar t. 12).
C) Detener a las personas sin que exista infraganti delito o semi plena prueba sin necesi-
dad de orden escrita de juez competente. (Art. 15).
D) Prescindir del cumplimiento de los extremos establecidos en los artículos 16 y 17 de
la Constitución.
E) Registrar correspondencia. (Art. 28)
F) Prohibir la salida del territorio nacional. (Art. 37)»119
A continuación se citan opiniones a favor y en contra de la aprobación de preceptos represivos,
que aparecen por orden de intervención, todos ellas impregnados de una gran preocupación y casi
todos rechazando el ajusticiamiento del agente de la CIA:
«Señor Planchón. –[...] Nosotros sentimos una profunda congoja ante esta muerte por
métodos inhumanos y violentos, así como indignación y tristeza ante [este] hecho tan tre-
mendo e ilógico. Pensamos que actos de esta naturaleza no pueden haber sido conce-
bidos por nuestro culto pueblo oriental.120 [...] Repito que no quiero extenderme en consi-
deraciones; solamente digo que voy a votar el mensaje del Poder Ejecutivo tal cual viene
redactado, porque considero que es lo que corresponde hacer y tengo la seguridad de
estar interpretando fielmente el deseo de la ciudadanía del país [...].
Señor Heber. –Ahora, señor presidente, viene recién, el Poder Ejecutivo, por las vías le-
gales, y recién nos solicita una anuencia para, poder proceder con determinada libertad
117. Obsérvese también como el nivel político de las discusiones en el Parlamento era muy alto y radical, nada que ver con
los soporíferos debates de hoy en día. Sin duda en las Cámaras también se apreciaba el grado de politización y radicali-
zación que se vivía en la calle.
118. Actas de la Asamblea General, 10 de agosto de 1970, intervención de Massera, A. G, 230.
119. Actas de la Asamblea General, 10 de agosto de 1970, A. G., 238.
120. Véase al respecto el apartado «La culpa la tienen los de afuera».
Conflicto social 77
frente a estos hechos y estas luchas. La Asamblea General les responde que sí, que por el
camino legal, va a tener los medios necesarios para poder combatir la verdadera subver-
sión, no la falsa, que también combate con estas armas; pero que lo va a tener con los de-
bidos plazos y con los debidos contralores. Porque es indudable, la Asamblea General es
testigo, de que en otras oportunidades también fuimos sensibles al llamado del Poder Eje-
cutivo para sobrepasar momentos de tensión en el país. Le dimos armas para ello y, des-
pués, cuando las Cámaras quisieron volver la paz y la tranquilidad a la nación, el Poder
Ejecutivo hizo caso omiso del mandato legal, que era la palabra de la Asamblea Ge-
neral.»121
A continuación Collazo explica por qué no asistió al homenaje del torturador caído.
«No asistimos hoy a la reunión de la Cámara; pero respecto de esto es bueno aclarar que
no lo hicimos porque respetamos profundamente la muerte de todo semejante, aunque al
mismo tiempo no nos podíamos solidarizar en homenajes que además se tributaron en
esa sesión. Por esa razón, nuestra ausencia a la sesión. Fue, exclusivamente, porque res-
petamos, repito, la muerte de cualquier ser humano.»122
Minutos después se enzarza en una interesante y acalorada discusión política en la que se obser-
van las dos corrientes predominantes en el Parlamento, la progresista y la reaccionaria de Silva.
«En el Uruguay, –continúa Collazo– la violencia ya ha cobrado más de veinte víctimas:
unas en el campo de los jóvenes que están luchando por la patria; otra, en el de los agen-
tes policiales, que modestamente han creído cumplir con su deber, sin darse cuenta que
solamente están defendiendo a un grupo de millonarios que son los únicos que no dan la
cara.
Señor Silva. –No es así.
Señor Collazo. –Todos los muertos importan.
Señor Silva. –No todos. Los delincuentes no pesan.
Señor Collazo. –Importa la muerte de Ricardo Zabalza, con las manos en alto asesi-
nado...
Señor Silva. –Los policías asesinados, ¿no pesan?
Señor Collazo. –La de Jorge Salerno, cuyas poesías todavía recita por ahí la juventud de
nuestro país, o la de Burgueño, dejado desangrar dos horas, porque se creía que era tupa-
maro, aunque no tenía nada que ver con el hecho.
Esta es la juventud a la que ha ido acorralando en este proceso, la que, como en tantos
otros, cuando la masa todavía no se ha incorporado, paga con su vida, con su libertad y
con todo lo que tiene, el derecho a creer en un país mejor.
Señor Silva. –Sus extravíos.
Señor Collazo. –No nos podemos olvidar, tampoco, señor presidente, de esa Agencia
Internacional para el Desarrollo que presta fondos a la Jefatura de Policía, y que importó
los perdigones que segaron la vida de Susana Pintos y de Hugo de los Santos.
Por eso, señor presidente, sólo queremos dejar estas constancias, y no hablar de las res-
ponsabilidades para no entrar en el debate político [...].
Por lo tanto, no es el valor jurídico de esto lo que va a ayudar en las investigaciones.
Simplemente, esta decisión de hoy es un respaldo al gobierno para dar respuesta a los
problemas que él contribuyó a crear. Por lo tanto, no lo votamos, salvo que existiera algún
tipo de agresión extranjera que no es el caso de que hoy se trata.
(Interrupciones)
121. Actas de la Asamblea General, 10 de agosto de 1970, A. G. 230.
122. Hay que destacar la valiente actitud de Collazo pues, como él mismo cuenta en la entrevista, «genéricamente se sabía
[que hacía Mitrione] pero concretamente no [...]. Hubo dos sesiones, una para el homenaje y otro para discutir. En la del
homenaje me fui [pensé] con un muerto, no voy a decir cosas en contra. La sesión fue muy breve. En la otra entré».
78 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
humana, no fue la primera vez que se dio en Uruguay. En 1932, en la Cámara de Representantes
hubo una discusión parecida. El documental Ácratas, de Virginia Martínez, recoge gráficamente
este episodio. En esa ocasión el personaje homenajeado, asesinado por tres anarquistas, era el co-
misario Pardeiro, otro conocido torturador. En el reportaje mencionado un panadero anarquista lla-
mado Aparicio Espinola habla de él:
«Un personaje siniestro […]. Un verdugo de alma. Ha tenido a hombres colgados de los
pies veinticuatro horas. Fui una de sus víctimas, hace poco años […] un médico me sacó
una cicatriz que conservaba de una patada que me dio en el suelo. Me rompió una cos-
tilla, estuve dos meses internado.»
El 24 de febrero de 1932, tres hombres disparan sobre el automóvil donde viajan Pardeiro y el
chófer. El coche recibe diecisiete impactos de bala, el conductor dos en el pecho y el comisario una
en la frente. El presidente de la nación asiste al entierro, y en la Cámara de Representantes se pro-
pone que los diputados se pongan de pie en homenaje al comisario asesinado… Fernando O'Neill,
anarquista e investigador del anarquismo entrevistado en Ácratas, recuerda:
«Hubo diputados como el caso de Grauert,127 por ejemplo, que se negaron terminante-
mente por una razón de principios a avalar un homenaje a este funcionario asesinado
[…]. No podía avalar un homenaje a un torturador y también de parte de la bancada del
Partido Comunista hubo expresiones similares […]. Desde mi punto de vista, y esta pa-
labra no es espontánea, es abiertamente deliberada, lo de Pardeiro fue un ajusticiamiento
anarquista […]. Era una especie de bestia negra para toda la izquierda uruguaya de la
época, no sólo para los anarquistas sino también para los comunistas y los obreros en ge-
neral. Era un hombre que dentro de sus funciones no tenía ningún escrúpulo en torturar a
todas las personas que él sospechara que estaban en actividades más o menos ilegales
[…]. Era un hombre brutal en ese aspecto.»
Al parecer, el desencadenante de que los anarquistas expropiadores decidieran dar muerte al co-
misario fue el mal trato que éste tuvo con Roscigna, unos de los anarquistas expropiadores más que-
ridos por los revolucionarios de la época, en el momento de su detención. En aquella ocasión Roscig-
na declaró frente a periodistas: «Un comisario me vejó de la manera más cruel, faltándome el respe-
to como padre y como hijo […]. Más vale no dar el nombre, dentro de dos años yo debo salir de la
cárcel y entonces pienso pedirle explicaciones, como lo deben hacer los hombres».
O'Neill explica en el reportaje que:
«Francisco Sapia, conocido también como Bruno Antonielli y cuyo nombre de guerra era
Faccia Brutta,128 de origen italiano, pero que vivía hace años en Argentina, visita a Roscig-
na [en la cárcel] y le pregunta si era cierta la versión según la cual Pardeiro lo había abofe-
tado. [Roscigna] lo confirma.»
127. El diputado Grauert manifestó: «Jamás, yo, que he hecho denuncias en Cámara contra los procedimientos policiales,
podría votar un homenaje a quien conceptúo que era el que más destacaba en las torturas que se han realizado en la Po-
licía de Investigaciones» V. Martínez Vargas. De una versión de su guión de Ácratas.
128. Faccia Brutta, después del operativo contra Pardeiro, regresa a Buenos Aires donde es detenido y asesinado en prisión.
Conflicto social 81
El año marca el inicio del descenso del movimiento revolucionario por la división objetiva del prole-
tariado debido al frenteamplismo, de la liquidación de la tendencia combativa, y la imposición por
parte de la burguesía de un ambiente general de «tregua electoral», lo que ya fue un triunfo bur-
gués en toda línea, con el consiguiente e inseparable aislamiento de los sectores en lucha. Un texto
anónimo de balance, años más tarde, llegaba a afirmar: «aislamiento mucho más profundo aún
que todo lo que la CNT había logrado en años anteriores».130
Rodrigo Arocena explica cómo y por qué decide apoyar al Frente Amplio:
«En mi agrupación se da una gran discusión y ahí aparece el tema reformismo-revolución.
La mayoría éramos partidarios, lo veíamos como un Frente de Liberación Nacional, como
una gran confluencia de gente que sobre todo estaba vinculada al basismo [...]. Tuve du-
das hasta octubre de 1970, [fecha en la que] empiezan a aparecer los comités de base del
FA y se funda el comité de base de Sayago. Ahí muchos nos dimos cuenta de que más allá
de pequeñas cuestiones electorales había un fenómeno de abajo que era lo decisivo. Mu-
chos llegamos al apoyo al Frente vía el basismo. Lo más importante del FA fueron los comi-
tés de base. Desde el punto de vista de partido sólido, de tradición, la Unidad Popular [chi-
lena] había sido de más nivel, pero lo que no tuvo fue esa base participativa. Montevideo
se llenó de comités de base. Y eso fue lo que provocó que los revolucionarios no se sintie-
ran incómodos, o al menos no demasiado incómodos, metiéndose en una estructura elec-
toral.»
Irene, en cambio, recuerda su temprana negación a participar en la democracia parlamentaria:
«Hacia fines del sesenta y nueve o por ahí, nos llaman [los dirigentes de la FAU] por módu-
los para ver qué opinábamos sobre entrar en el FA. A mí me tocó discernir con una serie de
compañeros que hoy están desaparecidos [...]. De siete u ocho, dos compañeros votaron
entrar. [Veíamos] que todo el mundo entraba al FA y nosotros no, pero llegamos a la con-
clusión que aunque íbamos a estar aislados durante unos cuantos años, debíamos seguir
nuestro camino.»
En el seno del MLN también se produjo este debate, y finalmente se decidió apoyar su creación,
ayudando a gestar una fuerza legal dentro de él, denominada 26 de Marzo, que fue una especie de
«brazo político», pues aunque era independiente –con dirigentes como Mario Benedetti– de alguna
manera acabó representando a los tupamaros y sus simpatizantes.133
«Tuvimos mucho que ver, muchísimo, en la creación del FA –afirma Mujica–. Negociába-
mos en la cárcel con los abogados del Frente [y afuera] con nombres históricos, intelectua-
les ligados al 26 de Marzo... Somos fundadores, si lo hicimos en la clandestinidad, bueno.
Retiramos a compas [compañeros] del brazo armado y los pusimos a militar en el 26 Mar-
zo, muchos de los cuales se sintieron cuasi sancionados.
Tuvimos la necesidad de combinar todos los frentes de lucha. También gente en el Par-
lamento sin ser compañeros de la misma organización, Erro, Michelini, Roballo..., tenían
una concordancia. Teníamos relaciones con alguien que fue presidente de la cámara de
representantes».
«Era una novedad absoluta, no había táctica antes para ese tipo de fenómenos –dice
Huidobro para aclarar que la participación en el Frente no fue un cambio de táctica– [...].
En el setenta hay un fenómeno nuevo que se estaba dando en el marco de una gran dis-
persión de las fuerzas populares a nivel político y ante él tomamos una medida muy
clara.»
Varios testimonios dijeron que el sostén del proceso electoral del MLN se dio porque esta organiza-
133. «Los miembros del MLN que tenían una destaca actuación en el movimiento de masas fueron llamados a constituir su
dirección (por ejemplo Washington Rodríguez Belletti y Kimar Amir). Se convocó a intelectuales que, sin estar inte-
grados, mantenían vínculos con la organización y compartían su línea política: Mario Benedetti, Domingo Carlevaro,
Daniel Vidart, Gutenberg Charquero. En abril se constituyó formalmente el Movimiento, eligiéndose su primera direc-
ción: Mario Benedetti, Daniel Vidart, Ruben Sassano, Kimar Amir, Emilio Vetarte. “Era la expresión pública del MLN –ob-
serva Rosencof– no porque nosotros lo dirigiéramos con un aparato, sino porque discutíamos y hablábamos con ellos,
en una consustanciación formidable” [...]. En pocas semanas el 26 de Marzo se organizó a nivel barrial, estudiantil y
sindical, contando a los pocos meses con ciento treinta agrupaciones de base en Montevideo y setenta y cuatro en el in-
terior.» Clara Aldrighi, 106.
Conflicto social 83
ción representaba a muchas fuerzas, de las cuales la mayoría querían participar en el FA. En diciem-
bre de 1970 se hace pública la declaración tupamara de apoyo crítico a este.134
«1. ¿Qué ocurrirá cuando el pueblo se proponga sustituir el poder de los opresores por el
poder de los oprimidos? ¿Qué ocurrirá cuando el pueblo se proponga tomar el poder y no
influir en el poder? ¿Acaso esta oligarquía, que por defender sus dividendos encarcela, tor-
tura y mata, cederá sus tierras y sus bancos sin dar batalla? No. Los oprimidos conquista-
rán el poder solo a través de la lucha armada.
2. Por lo tanto, no creemos, honestamente, que en el Uruguay, hoy, se pueda llegar a la
revolución por las elecciones. No es válido trasladar las experiencias de otros países.135 En
el Uruguay de hoy, la radio, la televisión y el 90 % de la prensa escrita están en poder de
los capitalistas, y el 100 % está censurada. El gobierno determina lo que se puede infor-
mar y lo que no. Los oligarcas son los que detentan los ingentes medios económicos para
financiar las costosas campañas electorales [...]. Todo esto impide que se pueda hablar de
una libre expresión de los ciudadanos de libertad de votos.
La dictadura está dispuesta a conceder elecciones para revitalizar un régimen despresti-
giado, incluso aceptarán hacer un cambio de guardia entre los oligarcas de turno, pero du-
damos que se avengan a entregar pasivamente el gobierno a sus prisioneros y torturados
de ayer [...].
4. El MLN–(T) entiende positivo que se forje una unión de fuerzas populares tan impor-
tantes, aunque lamenta que esta unión se haya dado precisamente con motivo de las elec-
ciones y no antes.
5. Mantenemos nuestras diferencias de métodos con las organizaciones que forman el
frente y con la valorización táctica del evidente objetivo inmediato del mismo: las eleccio-
nes. Sin embargo, consideramos conveniente plantear nuestro apoyo al Frente Amplio
[...]. Lo hacemos en el entendido de que su tarea principal debe ser la movilización de las
masas trabajadoras y de que su labor dentro de las mismas no empieza ni termina con las
elecciones. [...] La lucha armada y clandestina de los tupamaros no se detiene.»
El 9 de noviembre de 1970, antes de que se publicara a diestra y siniestra esta declaración, la
FAU, a través de una de sus cartas públicas, llamaba «a enfrentar al reformismo y a señalar las vaci-
laciones de quienes pactan con él, tras la ilusión de la vía muerta electoral».
En una línea parecida se enmarcaban casi todos los integrantes de Comunidad del Sur.
«Las expectativas de la clase obrera no deben estar centradas en las salidas electorales,
que sólo favorecen a los ricos, sino en el desarrollo de su propia lucha, con sus métodos
propios, ganando en conciencia, en combatividad, avanzando. Sólo así seremos fieles a la
historia, al combate revolucionario que hoy se libra en toda América Latina y también en
nuestro Uruguay.»136
Horacio Tejera, en cambio, se va de Comunidad del Sur poco antes de las elecciones de 1971,
por discrepar con la crítica que allí se hacía: «me parecía que el FA era un fenómeno a tener muy en
cuenta». Por su parte el sindicato de cortadores de caña declaraba:
«Si bien la preocupación inmediata del Frente Amplio es el acto electoral –que a nosotros
134. En ella se observarán contradicciones, fruto de las que se vivían en el seno mismo del MLN. Muchos tupamaros, de los
cuales una gran parte estaba estructurada en la Columna 15, no estaban de acuerdo en participar en la gran coalición
de izquierda por las críticas que habían venido haciendo hace años con respecto a la ineficacia electoral en lo que a
cambios sustanciales se refiere.
135. En referencia a la victoria de la Unidad Popular en Chile.
136. Esta es una opinión de un integrante de Comunidad del Sur en esa época, recogida en un folleto de 1977, titulado: Una
alternativa libertaria. El movimiento comunitario en el Río de la Plata.
84 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
apenas nos importa, porque sólo sirve para medir la madurez de la clase obrera y del pue-
blo pero no para cambiar las estructuras– UTAA se adhiere al Frente Amplio con el fin de
ayudar a convertirlo en un eficaz instrumento de movilización y lucha de clases.»
El Partido Socialista, hasta entonces un poco perdido en la esfera política debido a las múltiples
deserciones en su seno, encontraba en el Frente Amplio un nuevo marco para recuperar fuerzas e
importancia.
«A nuestro entender, el problema político vital a tener claro, es que han surgido cauces po-
líticos directos (Frente Amplio mediante) para procesar una experiencia política de masas.
Éste es el aspecto relevante de la situación actual y él debe orientar nuestro trabajo.»137
Las fuerzas que compusieron finalmente el Frente Amplio fueron: Partido Demócrata Cristiano,
Partido Comunista, Frente de Izquierda de Liberación, Partido Socialista, Partido Obrero Revolucio-
nario, Partido Revolucionario de los Trabajadores, Grupos de Acción Unificadora, Movimiento Inde-
pendiente 26 de Marzo, Movimiento Independiente 7 de octubre, Movimiento Socialista, Asociación
Popular Nacionalista, Movimiento Revolucionario Oriental, y agrupaciones que giraban en torno a
políticos progresistas que habían abandonado los partidos tradicionales como Enrique Erro quien li-
deró la Unión Popular, Zelmar Michellini quien hacía lo propio con la Agrupación Avance, Rodríguez
Camusso referente del Movimiento Blanco, Popular y Progresista y Alba Roballo, la figura indiscuti-
ble del Movimiento Pregón
Rodney Arismendi, dirigente máximo del PC, explicaba a sus camaradas de Moscú la identidad y
los objetivos del Frente Amplio, de la siguiente manera:
«Por su declaración de principios y su programa, el Frente Amplio es un movimiento de-
mocrático avanzado y antimperialista. En la declaración se autodefine como una unión de
amplias capas del pueblo contra el gran capital, el latifundio y el imperialismo. Se propone
una politica exterior independiente, la nacionalización de la banca, los frigoríficos y el co-
mercio exterior; la reforma agraria, medidas de desenvolvimiento industrial y agrario; el
rescate del sector estatal infiltrado, a través de prestamos, por el imperialismo; un plan in-
mediato y de fondo con vistas a resolver problemas de bienestar popular, de la cultura y la
salud pública. Se propone como forma de gobierno la participación popular y la represen-
tación obrera y de los trabajadores en todos los centros de la economía nacional, y encara
reformas en la estructura jurídico-institucional. A diferencia de la Unidad Popular chilena
no se plantea objetivos socialistas.» 138
volucionaria, la reacción –de derecha, centro e izquierda– aprovechó las elecciones y encuadró la lu-
cha en el marco de la legalidad y en un frente popular a la uruguaya.139 Éste es uno de los factores
que ayudaron a transformar muchas de las expresiones de enfrentamiento directo y revolucionario
contra el régimen en una oposición reformista, de pacificación y desarrollo nacional.
Una declaración del Partido Socialista apuntaba la necesidad del voto y criticaba a los abstencio-
nistas:
«Ante el hecho concreto de las elecciones se plantean por lo menos dos posiciones: la co-
rrecta, que aspiramos encabece nuestra organización y la “izquierdista” expresada por el
revolucionarismo pequeño-burgués y anarquista [...]. No dudamos de las condiciones re-
volucionarias de muchos de estos compañeros, así como de su dedicación para con la re-
volución, pero tendremos que demostrarles hasta el cansancio que “se trata precisamente
de no creer que lo caduco para nosotros ha caducado para la clase, para la masa”.» 140
En agosto del setenta, Jorge Batlle lanza la consigna de enfrentar la «escalada sediciosa de vio-
lencia con la escalada cívica del voto» y Pacheco asegura enfáticamente que en noviembre del año
siguiente habrá elecciones «pese a quién pese». En los meses sucesivos a estas manifestaciones se
intensifica la actividad partidista de reelecionistas, quincistas y blancos y la ambientación periodís-
tica de la temática electoral. A mediados de septiembre el Senado aprueba por unanimidad de pre-
sentes la ley que reglamenta la obligatoriedad del voto. En diciembre, el Poder Ejecutivo levanta las
proscripciones que pesaban sobre organizaciones políticas y las limitaciones al derecho de reunión
de los partidos, con el fin que todas las corrientes de opinión se expresen en el marco de la ley y parti-
cipen en las elecciones; y en enero de 1971, el ministro del Interior ofrece garantías para el libre de-
sarrollo del juego político-democrático y permite volver a la legalidad a los seis partidos y grupos ile-
galizados del Acuerdo Época.
En el transcurso de ese año electoral se producen allanamientos de locales, suspensiones de las
garantías individuales, cientos de detenciones y muchísimos atentados de grupos de ultraderecha
–muchos de ellos organizados por la misma policía– contra locales y militantes contrarios al régi-
men, provocando en más de una ocasión la muerte.
El movimiento revolucionario, a través de sus órganos de difusión, fue desmintiendo que existiera
esa tal libertad en el país y siguió criticando las corrientes electoralistas. En mayo de 1971, en una
carta FAU se podía leer:
«Toda esta prédica de la burguesía se desarrolla mientras en agosto de 1970 y en enero de
1971, se suspenden las garantías individuales. Mientras se invaden domicilios y hospita-
les, se tortura, se preparan al estilo nazi registros de vecindad y se construye en la Isla de
Flores un campo de concentración [...].
Alguno podrá pensar: “pero si hay elecciones podemos, votando bien, poner un presi-
dente de nosotros, un presidente salido del pueblo, que esté del lado del pueblo, y todo es-
139. La formación de frentes populares es una política socialdemócrata, teorizada en los años veinte y treinta por la III Inter-
nacional, que consiste en una alianza policlasista, entre burguesía y proletariado, con el fin de defenderse o atacar al
fascismo. Por lo tanto, es una unidad de partidos y agrupaciones basada en el antifascismo. Una victoria del reformismo
frente al movimiento revolucionario. En España, por ejemplo, el Frente Popular fue famoso por su gran fuerza, pero tam-
bién por reprimir a revolucionarios y críticos del frentepopulismo. Bajo el lema: «ante todo ganar la guerra» y «todas las
armas al frente», el Frente Popular español reprimió y desarmó a los revolucionarios, acabó con la autonomía obrera y el
proyecto revolucionario del proletariado, acentuado tras la insurrección de julio 1936, reconstituyó el estado con la im-
portante ayuda de la CNT y embarcó a los trabajadores en una guerra contra el fascismo en defensa de la república de-
mocrática.
140. Partido Socialista, 1970, 85.
86 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
tará arreglado”. Eso creen muchos y por eso hay tanta gente que vota. Parece fácil. Y sin
embargo, hace añares que se va de una elección a otra, votando a uno y a otro, y las cosas
van de mal en peor. ¿Es que siempre se “equivoca” el pueblo? Lo que pasa es algo diferen-
te. Es que dentro del sistema actual, cualquiera que llegue al “poder”, tiene que actuar en
beneficio de las clases dominantes o si no, no llega... o lo tiran abajo.»141
Como se ha observado, en los meses previos a las elecciones se produjo una fractura entre los lu-
chadores sociales que estaban por la participación electoral y los que la rechazaban. El recuerdo de
Aharonián del concierto de Alfredo Zitarrosa sirve para ilustrar ese momento:
«Zitarrosa estaba furiosamente afiliado al PC142 y estaba pidiendo votos para las elecciones
en el 71 pero la gente le pedía a grito pelado Mire Amigo. Fue terrible porque la tuvo que
cantar como bis. Tuvo que decir “pero miren que esto no es ahora, esto era antes y ahora
hay que votar tal cosa”. Pero la cantó porque la gente gritaba y gritaba». 143
Mire, amigo, no venga
con esas cosas de las cuestiones;
yo no le entiendo mucho,
disculpemé, soy medio bagual;
pero eso sí le digo
no me interesan las elecciones;
los que no tienen plata
van de alpargatas;
todo sigue igual.
Fíjese, por ejemplo,
en don Segismundo, con diez mil cuadras:
tiene dos hijos mozos
que son doctores en la ciudad;
yo tengo cuatro crías,
y a la más grande tuve que darla;
ninguno fue a la escuela
y pa’ que hagan muela me falta robar.
Mire, amigo, no venga
con que los gringos son gente dada;
yo lo vi a mister Coso
tomando whisky con los del club,
pero nunca lo vide
tomando mate con la peonada,
no dirá que chupaban
y que brindaban a mi salud.
Mire, amigo, disculpe,
no se moleste, no tomo nada;
yo no sé si usted sabe
que pa’ la trilla hay que madrugar;
los que nacimos peones
no conocemos las trasnochadas;
ando muy mal comido,
y si tomo vino me da por pelear.
Finalmente, y a medida que se acerca la fecha para votar, se va viendo la inminente victoria
aplastante, en cuanto a número, de quienes llamaron a participar en el proceso electoral. El miedo
que provocaba la certitud de un brutal incremento de la represión, si se seguía la línea de la lucha ar-
mada, y las promesas electoralistas del FA –amnistía a presos políticos, profundas reformas so-
ciales...– fueron algunas de las causas que llevaron a decenas de miles de luchadores sociales a
votar y apoyar a uno u otro candidato.144 Sólo una escasa minoría del proletariado no apoyó a ningún
partido parlamentario ni votó, o mejor dicho, saboteó su papeleta para no ser reprimido directamente
debido a la obligatoriedad de echar la papeleta en la urna. Muy pocos grupos criticaron el proyecto
frenteamplista, a pesar del descreimiento en las elecciones que había entre gran parte de los lucha-
dores sociales tiempo atrás, y quienes lo hicieron no fueron capaces –por falta de efectivos y limita-
ciones propias– de ser una alternativa real a la canalización legalista y parlamentaria.145 De esta ma-
nera los sectores populares se dividieron y enchaquetaron en los distintos partidos políticos.
Los tupamaros, que se habían ido definiendo como una opción antireformista, optaron, como se
ha señalado con anterioridad, por la tregua electoral, el apoyo crítico al Frente Amplio y la participa-
ción de la gestación del que sería su «brazo político». Los otros grupos de la tendencia radical y revo-
lucionaria que no participaron en las elecciones quedaron un tanto al margen del protagonismo
político, aunque no por eso dejaron de actuar.
La lucha conjunta y la unidad autónoma de los explotados se diluía. Toda ocupación, toda huel-
ga, se la intentaba transformar en una huelga frenteamplista y en base a ello se pedía cierta modera-
ción; había que garantizar la realización de las elecciones, que se veían peligrar por los constantes
rumores del golpe militar. De esta forma se unían fuerzas para el Frente Amplio pero se aislaban para
los conflictos obreros.146 Un claro ejemplo de transformación de la acción directa a la acción electo-
ral fue lo ocurrido con los comités de barrio, que según algunos testimonios habían comenzado a
144. «¿Sabes cómo nos reclutaban a los radicales? –pregunta uno de los testimonios–. Venía Alba Roballo y nos decía algo
que podría haber pasado perfectamente:
–Chicos, tienen que ayudarnos a proteger nuestros locales por que van a venir los fachos a sacarnos las listas.
–Pero nosotros no estamos con las elecciones.
–Sí, pero va a haber tiroteo porque los vamos a esperar armados.
145. Ricardo, ya algo crítico con la participación electoral, acabó votando para colaborar en el intento de evitar que a Collazo
lo metieran preso, pero sobre todo porque no veía una perspectiva clara y potente de quienes (como las tendencias anar-
quistas) decían que no había que votar ni «enrolarse» en el Frente, sino que asumían su aislamiento con resignación.
146. «Te pongo un ejemplo –cuenta Ricardo–: mi tía, a pesar de haber votado a los colorados en 1966, en 1968 y 1969 fue
una activa huelguista en los conflictos de la salud, volvía del trabajo con frases incendiarias contra la militarización, el
gobierno y la represión. Hablaba, inclusive, de la necesidad de una revolución, a su estilo claro. Y nadie nunca le pre-
guntó si votaba a la izquierda o la derecha. En esa época no importaba. Nadie le daba bola a eso. Había mucha gente
que como ella no estaba politizada pero que en su denuncia de “carneros” y milicos estaba con la clase obrera. Después
sí, y en base a eso hubo una separación de los trabajadores, se va hacia la conciliación con el reformismo».
En la misma línea Clara Aldrighi (página 32) constata: «En las asambleas y movilizaciones participaban grupos for-
males, pero la mayoría de los participantes no se identificaba con ninguna organización, e incluso eran adherentes de
los Partidos Nacional y Colorado. En efecto, votantes de los partidos tradicionales cooperaban para un fin común con
militantes de la izquierda, protagonizando experiencias de democracia “de base”».
J. C. Mechoso, por su parte, recuerda que en las expropiaciones a cadenas de alimentación a principios de los años se-
senta, muchas veces organizados por la FAU, participaban votantes de los partidos tradicionales.
88 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
surgir, entre otros factores, para oponerse a la política del aumento del coste de los servicios eléctri-
cos y exigir la libertad de los presos políticos, y que en aquellos meses proliferaron más que nunca,
pero transformados en «inofensivos» comités frenteamplistas dedicados a la campaña electoral.
Rodrigo Arocena rechaza esta teoría y matiza: «los comités de base no solo hacían tareas electo-
rales, sino de apoyo a los sindicatos, teatro de barrio, etc.».
A Pedro Montero se le preguntó al respecto: –¿Es verdad que hubo un cambio en los objetivos de
los comités, apuntando únicamente al electoralismo?
«Eso depende de la zona. Yo vivía por el puente Santa Lucía. Allí nos quemaron auto-
buses, tuvimos guerra con los partidos tradicionales. Hubo batallas campales. El Frente
estaba en pleno enfrentamiento.147 O sea, que no me digan que estábamos juntando
firmas, cuando estábamos a bala prendida contra la policía y quemando carteles de unos
y otros [...]. A ver, es que la gente piensa que el militante que estaba en el frente legal se
estaba rascando las bolas y eso es una equivocación, es una deformación fierrera terrible,
de aparato, de estar aislado.»
Una característica constante en los debates de este período electoral, y de alguna manera desde
1968 a 1973, fue la disyuntiva elecciones-lucha armada. En muchos debates se hablaba de estas
dos posibilidades como si no hubiera otras alternativas; en esta concepción tuvo mucho peso la
ideología guerrillera y la frase del Che: «el deber de todo revolucionario es hacer la revolución», y
para él, y muchos de los que interpretaron esa frase, ser revolucionario significaba tomar las armas.
Esta disyuntiva tan delimitadora recortó las posibilidades y las formas organizativas y de lucha de
quienes combatían por el cambio social.
Como se observa en el apartado «Formas de lucha», hubo muchas otras maneras de participar
en política y enfrentarse al régimen que no fueron el voto o la acción armada. Pero como teorización,
el protagonismo lo tuvo el electoralismo frentepopulista por un lado, y el foquismo guerrillerista por
el otro. Esta dualidad, en muchos casos ni siquiera antagónica, fue muy contraproducente .
al tren de las inquietudes y demandas de las masas más populares y combativas. Para no perder ese
vagón había, por lo menos, que hablar de cambios profundos e incluso de revolución; sin embargo, la
consigna más gritada desde el estrado fue «¡el pueblo unido jamás será vencido!».148 Desde ese lugar
los políticos hacen un resumen de la represión del régimen y las luchas sociales y afirman que la vic-
toria frenteamplista sería la base necesaria para una segunda independencia nacional.149
De esta primera mitad del año destacan, además, los atentados de las fuerzas del orden –ofi-
ciales o no–150 contra clubes políticos y centros estudiantiles, la clausura de liceos y los allana-
mientos en el Hospital de Clínicas y en los locales universitarios.
Los grupos armados contrarios al régimen también estuvieron muy activos, especialmente en se-
cuestros. En los primeros seis meses el MLN capturó a cinco personas, y de julio a diciembre la OPR
33 a tres más. Hay que destacar que en este año, igual que en el anterior, la entrada de militantes al
MLN fue notable, y que el primero de mayo volvió a ser una jornada combativa: «El signo de este 1º
de mayo es el combate. La acción directa, a todos los niveles de la lucha social, tumultuosamente se
abre paso».151
En el plano internacional destacó el intento de secuestro por parte del ERP del cónsul uruguayo, el
fracaso del levantamiento militar contra el gobierno ecuatoriano de Velasco Ibarra y el estallido del
conflicto armado en el Ulster.
En el ámbito cultural, de enero a julio, fueron famosos los discos, Hasta Siempre de Los Olimare-
ños y Cuba va de Silvio Rodríguez, y la actuación de Paco Ibañez en Montevideo.152
video registraron cuatro grados bajo cero. Tres días antes, en un «tiroteo»,153 la policía mataba a
Nelson J. Maciel, conocido como Chueco Maciel, quien en ese momento tenía veinte años y ya ha-
bía sido procesado por delitos comunes.154 Hay quien lo consideraba vinculado de alguna manera
a los tupamaros, desde que coincidió con ellos en el presidio.
La trágica vida y muerte de aquel muchacho tuvo enorme eco en los grupos políticos y en su ba-
rrio, donde debido a la rabia proletaria se levantaron barricadas, concretamente en las inmedia-
ciones del cantegril donde él vivía; para los sectores radicales, el Chueco simbolizaba al joven famé-
lico de los barrios de chabolas rebelándose contra su condición. Un pequeño grupo de la universidad
denominado Los Tigres hizo pintadas, «rayas en su homenaje», y convocaron una manifestación re-
lámpago por su trágica muerte. Meses más tarde, un comando del Movimiento 22 de Diciembre
(Tupamaro), grupo escindido del MLN, realizó una acción armada en la que difundió un panfleto:
«Mientras en este país quede un rebelde en armas continuará la lucha por justicia y libertad», que
iba firmado con el nombre Grupo de acción autónoma Chueco Maciel. Por la misma época, unos
cinco meses después de la muerte del Chueco, Viglietti presentaba el disco Canciones Chuecas, en
el que había escrito una canción en su homenaje.
Bravio opina, sin embargo, que «El Chueco es una creación de Viglietti, era un lumpen de pelí-
cula, no repartía, eso es poesía. Pero fue un buen invento. De todas formas está claro que los delin-
cuentes son un producto de la sociedad y se ven obligados a delinquir». Al encontrar alguna que otra
opinión contradictoria con respecto a la forma de presentar al Chueco en la canción de Viglietti se
consultó directamente al cantautor.
«No creo que abunden demasiado los ejemplos que desde una actividad que el sistema
caracteriza como delictiva hayan tenido una actitud de reparto y unidad con la gente del
cantegril, eso es un hecho conocido en el cantegril –señala Viglietti–. Probablemente se
forme un poco el mito por la escasez. No creo que abunde gente que ataque la propiedad
privada teniendo en cuenta en algún período de su vida, que atacando la propiedad pri-
vada ayuda a los que no tienen propiedad de nada.
Canté en el cante-
¿Por qué tu paso dolido del norte Asalta el banco y comparte con el
hacia el sur, el pie que no supo de cantegril, como antes el hambre,
risa o de luz? comparte el botín.
Tu padre abandona la tierra de Así les canto la historia del Chueco
Tacuarembó buscando su tierra, Maciel, suena la sirena,
una tierra suya, y nunca la halló. suena la sirena, ya vienen por él.
Encuentra la triste basura donde Los diarios publican dos balas, son
viven mil, encuentra la muerte, diez o son mil, mil ojos que miran,
encuentra el silencio de aquel mil ojos que miran, desde el
cantegril. cantegril.
El Chueco, redondos los ojos y sin El chueco era un uruguayo de
pizarrón, mirando a la madre, mirando Tacuarembó, de paso dolido, de
A la derecha, Nelson J. Maciel, al hermano, aprende el dolor. paso dolido, de paso dolido.
El Chueco.
La luna, semana a semana, lo ha visto Los chuecos se junten bien juntos,
vagar armado de espuma, buscando bien juntos los pies, y luego
una orilla como busca el mar. caminen buscando la patria, la
El Chueco no sabe de orilla ni sabe patria de todos, la patria Maciel,
153. Al parecer el Chueco fue detenido con una herida leve y cuando ingresó en la Morgue tenía diez balazos.
de mar, él sabe de rabia, esta patria chueca que no han de
154. «En 1969 –recuerda Ricardo– cuando me encerraron en un calabozo de la Jefatura Central de Policía vi una inscripción
de rabia
en la pared, en la piedra: “Chueco que
Maciel apunta
menor”. Cony no pintada él queríatorcer
esa quiere con duras
denunciar que lo cadenas los piesahí
habían encerrado
matar.
siendo menor, lo que era ilegal.» todos juntos hemos de vencer.
Conflicto social 91
gril tras su muerte, conocí a su mamá Santa Maciel, que murió hace unos años, he ido rei-
teradamente a cantar al cantegril del Chueco y he encontrado comprensión por el perso-
naje.
Creo que es un tema conflictivo, creo que la canción, como el Chueco, no se puede volver
de mármol [...]. Esa dialéctica de atacar al sistema y tener una conciencia de clase con el resto
del cantegril, él lo captó. Su toma de conciencia básica la tuvo en prisión. Eso está documen-
tado, cuando estuvo preso dialogó con presos políticos y eso también ayudó en su proceso.
Eso no quiere decir que sea una especie de pureza química o un símbolo intocable.»
En julio, las noticias más tristes para los luchadores sociales son el asesinato de Heber Nieto, es-
tudiante de UTU de dieciséis años y militante de la ROE, en la represión policial al peaje solidario con
los obreros de CICSSA (Compañia Internacional de Cartones Sociedad Anónima); la aparición del ca-
dáver mutilado de Manuel Ramos Fillippini, secuestrado por el escuadrón de la muerte, y el falleci-
miento de Julio Spósito, producto de los tiros de bala de la policía para dispersar otro peaje, en el
primer día de septiembre.
ros perforaban el final del túnel. Al otro lado, las dos presas con más experiencia militar y las encar-
gadas de cerrar la inminente columna de prófugas notaban como se quebraba el mosaico del suelo
y, tras sentir un intenso olor a humedad, veían aparecer a Juan Fachinelli y otro de sus compañeros
totalmente grises por el polvo y con una luz de minería en la frente. Nadie pronunció palabra. Ellas
tomaron los dos revólveres que les dieron sus compañeros y regresaron con las demás internas.
Esperaron hasta la última visita de las funcionarias, en la que daban medicamentos. Pasadas las
once de la noche se reunieron treinta y ocho presas, todas tupamaras menos algunas que pertene-
cían a las Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales, a la Organización Popular Revolucionaria
33 y al 22 de Diciembre-Tupamaro. Colocaron muñecos en sus camas y se escurrieron por el túnel.
El orden de salida se hizo siguiendo factores humanos, como penas más largas, de salud y políticos,
importancia en la organización. Las que sufrían asma, claustrofobia o de la columna, iban entre
quienes pudieran ayudarlas en caso de surgir problemas.
Al final del estrecho túnel, Gabriel Schroeder Orozco las ayudó a salir y encabezó uno de los tres
grupos que se formaron. Las mujeres se desplazaban con las manos libres y con un gorro o un pa-
ñuelo en la cabeza, pantalones, un cinturón del que colgaba un pañuelo blanco en la parte trasera
para que sirviera de guía, zapatos con cordones para no perderlos y caramelos para comer en caso
de mareos o sensación de vómito.
Para que las cloacas no se convirtieran en una ratonera en caso de ser descubiertos, los tupama-
ros habían bloqueado todas las entradas de la zona. Con alambre de acero ataron las tapas más cer-
canas para que no pudieran abrirse desde la calle, y en las más lejanas colocaron latas que simula-
ban ser explosivos. También habían abandonado prendas de ropa en direcciones opuestas a la
salida.
Las fugadas, arrastrándose por las galerías subterráneas y esquivando las ratas, llegaron hasta el
final del túnel. Allí las esperaban Aurelio Fernández Peña, responsable del grupo de acción que cu-
bría la casa, y dos miembros de la dirección. Tras abrazarlas les enseñaron la fila de mocasines con
números del 35 al 39, los chubasqueros, las pelucas, la ropa, las armas y los sobres con instruccio-
nes y dinero. Inmediatamente se amontonaron ocultas en la caja del camión y salieron de la casa
seguidas de un coche escolta.
Tras la espectacular fuga de prisioneras, el «cambiazo» de Bidegain por Bidegain157 y el descubri-
miento de planos detallados de Punta Carretas, aumentó la vigilancia tanto dentro de la cárcel como
en sus inmediaciones, y los reclusos fueron sancionados severamente. La situación en el penal se
volvió muy tensa, pero a pesar de ello los presos seguían con la intención de escaparse. Garín re-
cuerda las tareas previas a la evasión que debían llevar a cabo los militantes del grupo no encarcela-
dos: «Había que dar locales, buscar donde esconder a ciento veinte personas. Yo sabía que se iban a
fugar, pero del cómo y todo eso no sabía nada».
El proyecto de una evasión masiva al principio era sabido, únicamente, por un pequeño número
de tupamaros presos en Punta Carretas. Su planificación, como casi todas las operaciones del MLN,
se realizó en el más estricto secreto. Todos los que ignoraban el plan criticaron muchísimo algunas
de las actitudes de aquél núcleo de tupamaros (los organizadores de la fuga), porque no entendían
su postura en las polémicas que había con los funcionarios de la cárcel, suscitadas por el reclamo de
157. «El marido de mi hermana –informa Garín–, Gabriel Bidegain, fue el que se cambió por su hermano Raúl. Y pensaba
que iba a estar sólo dos meses preso, y estuvo como tres años. Esa fue una de las acciones más espectaculares porque
era uno de los tipos más conocidos». A pesar de lo sucedido en la cárcel montevideana, al año siguiente, en Argentina,
dos hermanos volvían a cambiarse en una visita. Se quedaba Gonzalo y salía, junto a los demás familiares que habían
venido a visitar a los presos, Víctor Fernández Palmeiro, miembro del ERP, con la chaqueta del primero.
Conflicto social 93
mejoras carcelarias, y porque aceptaban sanciones sin protestar y no se solidarizaban con los reclu-
sos que estaban en huelga de hambre o castigados sin recreo.
Si en las cárceles la situación entre luchadores sociales y agentes del orden era muy tensa, no lo
era menos fuera de ellas. En varias ocasiones la policía reprimió las movilizaciones callejeras con ar-
mas de fuego; en una manifestación de textiles, a fines de invierno, dos obreros fueron heridos de
bala y varios más contusionados y fracturados.
El 5 de septiembre, como cuenta Huidobro,158 «en la calle principal de un barrio montevideano
ubicado en la otra punta del mapa; un joven arroja una botella que estalla en iluminadoras llamara-
das». Eran los incidentes en la Teja para atraer la atención de los agentes del orden y poder llevar a
cabo la fuga con más tranquilidad, menos presencia policial. «Ardía La Teja. La radio policial [...]
transmitía apremiantes órdenes, urgentes pedidos, alarmantes noticias desde aquel barrio».
Pocas horas después, ya el 6 de septiembre de madrugada, en el penal de Punta Carretas 111
presos –106 integrantes del MLN, tres de la OPR 33, otro de las FARO y un preso «común»– se introdu-
cían, en fila india, por un túnel que habían cavado desde dentro, acumulando la tierra en camas y
colchones.
«La peor sensación: la de quedar por cualquier motivo atrapados allí. La gruta oprimía. La
caravana se detenía cuando alguien quedaba “trancado” en el tramo más difícil: el pozo de
salida [...]. De pronto, iluminado para todos, aquel insólito cartel anunciador: “Aquí se
cruzan dos generaciones, dos ideologías y un mismo destino: la liber tad”.
Enseguida la intersección con el túnel de los anarcos. Mis ojos nunca olvidarán las hue-
llas de sus herramientas, bien visibles, nítidas, cruzándose con las nuestras en la cumbre
de la bóveda.159 [...]
Un abogado de presos políticos salía de la panadería con los bizcochitos calientes para
tomar mate cuando creyó ver, en la ventanilla de un coche [...], a uno de sus defendidos
que hasta ayer estaba preso y hoy debía seguir estándolo.
–¡Adiós! -le dijo con la mano el defendido.
–¡Adiós! -contestó automáticamente el doctor con la boca abierta, moviendo la suya,
cortito, para los costados.» 160
Los más de cien prisioneros tardaron unos veinte minutos en salir. Tras la fuga, el panorama in-
mediato era el siguiente: en la avenida C. M. Ramírez, del barrio de La Teja, varios ómnibus incen-
diados, y en algunas celdas de Punta Carretas, carteles en los que se podía leer «se alquila» y «por la
tierra y con Sendic». Este último hacía referencia a la consigna de los cañeros y al hecho de que los
presos se habían fugado por debajo de la tierra y junto a Raúl Sendic.
¡Fue demasiado! Se escaparon tantos presos que a la fuga se le denominó El Abuso.
Indignación en las fuerzas de seguridad. Se fugaron Plano del túnel por el que se evadieron ciento once reclusos.
por la tierra y con Sendic.
Al día siguiente, todos los diarios se hacían eco de la noticia; el conservador El País titulaba: «Fu-
garon 106 sediciosos» y El Matrero (fugitivo), periódico de la órbita tupamara, en su primer núme-
ro: «Elecciones sin presos políticos».
El 9 de septiembre de 1971, tres días después de la gran evasión, los carceleros quedaron some-
tidos a la disciplina y jurisdicción militar y Pacheco, en representación del gobierno, encargó a las
FFAA la lucha antisubversiva; a partir de entonces actuaron conjuntamente con la policía, y extraofi-
cialmente con los escuadrones de la muerte, formando las célebres fuerzas conjuntas (FFCC) y dan-
do más argumentos a la forma común de denominar a policías y militares: milicos.
«Esta es la fecha –según Fernando Garín– en que comienza el gobierno de los militares en el Uru-
guay. Todo lo otro: Pacheco que no es reelecto, Bordaberry…, es la anécdota. Lo real es que los mili-
tares tomaron el mando de la lucha».
El Abuso es todo un tema a analizar y del cual hay teorías para todos los gustos. Han sido muchas
las explicaciones que aseguran que ese operativo no hubiera sido posible sin la ayuda de elementos
externos al MLN. Las versiones son de lo más dispares. Una de ellas afirma que Gran Bretaña ayudó
a escaparse a los tupamaros para que éstos no ejecutaran al embajador británico Geoffrey Jackson,
secuestrado por la guerrilla para pedir la liberación de los presos. Geoffrey Jackson en su libro Se-
cuestrado por el pueblo insinúa que hubo un pacto para su liberación y el propio Juan María Borda-
berry, quien asume la presidencia siete meses después de la fuga, contestaba en una entrevista:
«Salvador Allende [...] era notoriamente masón. El gobierno inglés o la masonería in-
glesa, opino yo, se movió a través de Allende para, de alguna manera, lograr la libera-
ción de este hombre, de Jackson [...]. El jefe de la cárcel era un coronel que debió haber
sido dado de baja luego de que se le fugaron más de cien tupamaros. Pero no sólo no
tuvo esa sanción, sino que más tarde fue nombrado segundo jefe de la Región Militar IV.
Es una cosa extraña. Eso fue una transacción entre la liberación de Jackson y la libera-
ción de los tupamaros. Dónde se gestó esa negociación, quiénes participaron en ella, yo
no lo puedo saber. Pero el hecho me parece que es revelador de que hubo un cambio de
uno por otros.»161
Oscar Lebel, militar retirado, también tiene una original visión que explicó para esta investi-
gación:
«Hubo un acuerdo y una sospecha de que aquel escape masivo de los tupamaros estaba
en conocimiento de Pacheco. Algo que ni Pacheco ni tampoco los tupamaros dijeron. Pero
161. Alfonso Lessa, 284.
Conflicto social 95
siempre quedó una enorme duda, porque que se escapen ciento y tantos individuos, que
se perforen tres o cuatro pisos, que se haga un túnel que hizo morir de envidia a los de la
carbonería El Buen Trato, que se lleven los escombros en camiones y que nadie sepa ab-
solutamente nada, es más que extraño. Los tupamaros le servían a Pacheco y Pacheco les
servía a los tupamaros, hay un efecto de vaivén. Un gobierno que de cinco años gobernó
cuatro años y medio con medidas prontas de seguridad, tenían como pretexto a los tupa-
maros. Uno realimentaba al otro. El resto de la gente, igual que los socialdemócratas ale-
manes en los años veinte, mirábamos cómo se corrompía la situación más y más. Esa pér-
dida de libertades era una luz que servía a las dos puntas.»
La mayoría de las fuentes consultadas rechazan la teoría de una colaboración externa; sin em-
bargo, varias apuntan a que existió una ayuda o «vista gorda» de diferentes funcionarios de la pri-
sión, ya fuera por haber recibido una importante suma de dinero, o por mero temor a la guerrilla.
Alfonso Lessa, en las páginas 205 y 206 de su libro Estado de guerra, entrevista a Huidobro sobre
esta cuestión.
«¿Los guardias de Punta Carretas estaban atemorizados? Claro, hay que ubicarse en el
contexto, la guerra que había afuera, el Frente Amplio, las elecciones. Como decía mucho
milico de Inteligencia: “Yo qué sé si éste no va a ser ministro dentro de poco”. La correla-
ción de fuerzas cambia todo y la historia la escriben los vencedores. Cuando vos sos
fuerte, ¿sabés como te respetan?»
Blixen por su parte asegura que «no sabían un carajo» y que «los milicos de adentro fueron sobor-
nados» para que no hicieran requisas, lo que hubiera provocado el descubrimiento de la tierra. Pero
aclara que «ellos pensaban que se les sobornaba por otra cosa» y explica lo siguiente: Las celdas a
pesar de ser para tres personas eran pequeñas, tenían un water, una mesa, un lavatorio, una venta-
na y una puerta con un visillo por donde miraban los guardias. Para el plan de fuga los tupamaros
empezaron a copiar algunas costumbres de los presos «comunes». Adornaron el espacio, confeccio-
naron muebles y, en varias celdas, fabricaron un reservado con cortinas como el que los otros presos
utilizaban para sus momentos de intimidad (sexo en solitario, en pareja o en grupo). Blixen explica
que los milicos interpretaron que los presos políticos «habían entrado en lo mismo» y que los sobor-
naban para que les dejaran tener los reservados y para que no entraran. Como tampoco entraba na-
die a limpiar, los tupamaros pudieron hacer cálculos teóricos para la elaboración del túnel, tirar par-
te de la tierra por el water, esconder herramientas y retirar algunos de los ladrillos que separan las
celdas, estirando de un hilo de alambre por uno y otro lado de la pared.
Para saber realmente cómo se llevó a cabo esta evasión es fundamental conocer la opinión del co-
ronel Pascual Cirillo, director de Institutos Penales en 1971, quién manifiesta (en una entrevista
realizada por César Di Candia y publicada en la sección de El País «Qué pasa / historias colecciona-
bles» n° 104 y n° 105) que varios responsables de la cárcel estaban totalmente compinchados con
los tupamaros, a cambio de importantes sumas de dinero o por tenerlos atemorizados. Según él, és-
tos no sólo tenían todas las copias de las llaves de las celdas sino que habían sobornado o amenaza-
do al jefe de guardia (Leoncino, a quien misteriosamente matan al poco de la fuga) y al director del
penal para que no revisaran las celdas, que indudablemente estaban llenas de tierra, pero firmaran
haberlo hecho. Incluso afirma que cuando telefónicamente alguien lo despertó para avisarle de que
decenas de presos se escapaban de Punta Carretas, él llamó al recinto pero por dos veces le asegura-
ron que todo estaba tranquilo.
96 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Sobre los incidentes en La Teja, denominados El Tejazo o El Tero,162 también hay varias valoracio-
nes. Lo más importante de este episodio es que se ven reflejadas las características principales de
aquella época y las formas de lucha utilizadas: combinación del accionar armado y lucha callejera,
la relación entre una organización formal y una tendencia radical formada por proletarios indepen-
dientes u organizados en distintos grupos o gremios, la combinación de la clandestinidad con la se-
miclandestinidad y la lucha pública, el compañerismo y las fricciones causadas por la mezcla de
todo lo anteriormente mencionado.
De una de estas problemáticas, el cómo se planteaban las acciones, hablaron dos de los entrevis-
tados. A uno de ellos, como integrante de la tendencia combativa, le llegó la invitación de provocar
incidentes en aquél barrio obrero, el 5 de septiembre por la noche.
–¿Para qué? –preguntó él.
–No te lo puedo decir –le dijo el que le proponía la acción–. Es para algo importante.
–Mirá, importante o no, yo no participo en algo que después puede servir para cualquier macana
de no sé quién –se separó del joven y pensó: «Esto de la clandestinidad y de la transmisión de infor-
mación es un problema que tenemos que solucionar».163
Muchos otros sí aceptaron ir hasta La Teja. El enfrentamiento con la policía en aquel barrio, si
bien estuvo convocado y coordinado por algunos miembros del MLN, se autonomizó de esa organiza-
ción. Eso mismo pasó en aquellos años en muchísimos otros episodios.164
Para explicar la envergadura del Tejazo se presenta el relato de Huidobro:
«Por favor manden refuerzos, cambio. Se escuchaba en las ondas policiales. Por el mo-
mento no hay, cambio. ¡Nos hemos quedado de a pie! Tenemos todos los vehículos pin-
chados, cambio. Comprendido, cambio.
Pronto intervenía, como un tercero en discordia, otra voz, evidentemente suprema, que
ordenaba a “todo el mundo”: movilizar a la reserva, cambio.
En base a la disciplina, compañeras y compañeros de los frentes del MLN iniciaron allá
por las 20:30 de la noche anterior una verdadera ocupación de la Teja que desbordó am-
pliamente nuestros planes y los de ellos. Pronto, muy pronto, escapó por completo al con-
trol de los compañeros y comenzó a desenvolverse por sí sola. Como el aprendiz de brujo
habíamos desatado fuerzas incontrolables e inesperadas. Tal era la rabia concentrada
contra el gobierno en los barrios pobres.» 165
ciones –FER, ROE, MIR-Agrupaciones Rojas, 22 de Diciembre (Tupamaro), etcétera– decidieron in-
crementar la acción directa, como rechazo a las mismas. Por esta razón el grupo armado de la FAU,
la OPR 33, realizó varios secuestros.
Con respecto a la intervención militar extranjera, distintas fuentes afirmaban, tiempo antes de las
elecciones, que algunos militares de la armada habrían invitado a estar en aguas uruguayas a un bu-
que de guerra, durante un período de unos seis meses, y que si ganaba la izquierda se daría el «Ope-
rativo treinta horas» que consistía en un plan del ejército brasileño para la invasión de Uruguay.
Los rumores sobre la intervención militar no eran infundados si tenemos en cuenta la profunda
derechización de las FFAA desde 1970, en las que los colorados riveristas, como fue el caso de Cristi,
pasan a ser golpistas. Pero es importante afirmar que éstos, al igual que en 1936 en España, tam-
bién sirvieron para impedir la acción revolucionaria.
En el correr de 1971, ante la eventualidad de que se intentara desconocer el resultado de las
elecciones –en las que se veía posible el triunfo del Frente Amplio–, tupamaros, militares legalistas y
PC mantuvieron contactos para coordinar un plan antigolpista. Mientras el MLN debía impedir el ac-
ceso de fuerzas del interior a la capital, los militares constitucionalistas del grupo 1815 organizados
alrededor de Líber Seregni, y el PC, se encargarían de copar Montevideo.166
Sobre este proyecto, que entre otras denominaciones recibió la de «plan copamiento», Huidobro
contestó a las siguientes preguntas:
–¿Existía ese plan?
–Sí, era un plan que había.
–¿Y el PC iba a participar?
–Sí
–¿Cómo? ¿Tenía aparato armado?
–Tenía aparato armado, cómo no –apunta Huidobro.
–¿Pero para qué?
–El PC tenía un aparato armado para tomar el poder y hacer la revolución socialista.
–¿Y si se llegaba a dar el plan Copamiento y vencían, cómo iban a hacer para gobernar,
para repartirse el poder con el PC, los militares legalistas, etc.?
Huidobro, tras reírse, contesta:
–No, en ese caso, ante un golpe, era para restituir el gobierno legal, el FA, y nada más: de-
fensa de la democracia liberal burguesa, nada más. 167
166. «Lo que se decía –recuerda Garín– era que si el FA ganaba íbamos que tener que esconder a Seregni en los cantones.
Porque las fuerzas armadas brasileñas (doscientos cincuenta mil hombres) estaban cerca de la frontera».
Los tupamaros denominaban a este plan antigolpista Poncho Verde, y en concreto su misión era controlar el paso por los
puentes para detener el avance de tropas brasileñas. Tras varias reuniones entre militares, dirigentes del PC y MLN, acor-
daron llamarle «Plan Contragolpe» y otorgar a los coroneles el mando de la operación para confundir y neutralizar a los
otros sectores militares.
Hay fuentes que afirman que el día de las elecciones el plan se puso en marcha, pero fue desactivado al final de la jor-
nada, al no producirse las circunstancias que habían justificado su existencia. Sin embargo, otras muestran que la coor-
dinación del operativo se abandonó un mes antes del acto electoral, al asegurar las encuestas la derrota del FA, e inclu-
sive algunos testimonios insisten en que el plan quedó obsoleto el mismo día que se propuso porque perdió el secreto
necesario para triunfar.
167. «Un plan antigolpe de estado. Me imagino que si la huelga general hubiera triunfado hubiera pasado lo mismo. Hubiera
entrado Sapeli en lugar de Bordaberry, que era el vicepresidente, y hubiera seguido gobernando el Partido Colorado
–añade Huidobro–. No creo que nadie, en ese momento, hubiese planteado otra cosa. Porque una cosa es lo que yo
quiera, mis objetivos socialistas, y otra cosa es el estado de ánimo de la gente de la calle, que es la que se juega, que es
lo que hace que sea de masa. Yo puedo invitar a dos mil obreros de una fábrica a hacer una huelga, si les digo que es
para tomar el poder me mandan a la puta que me parió, porque no están convencidos de eso. La revolución sólo se gana
cuando se gana la conciencia de la gente, no cuando se gana un palacio o un cuartel. Yo puedo tomar un cuartel esta tarde.
98 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
III.2.7.
Victoria del conservador Partido Colorado
«El pueblo oriental ha sufrido una dura derrota, no por el
resultado –que no mide nuestras verdaderas posibilidades
de victoria en esta lucha– sino porque ha fortalecido sin
proponérselo al régimen y sus instituciones, al legitimar
esta mentira.»168
En el último acto electoral del FA hubo muchísima
gente, tanta que los allí presentes pensaron que po-
dían ganar. Las ansias de victoria y cambio hicieron
que los más optimistas no tuvieran en cuenta que mu-
chos de los que estaban en aquel acto y que habían
apoyado la campaña de Frente eran menores de edad,
y por lo tanto sin derecho a voto.169 Otro fenómeno que
confundió fue que la mayoría de sus votantes eran mi-
litantes, no como muchos de los que dieron su voto a
los partidos tradicionales. Tampoco se tuvo en cuenta
el poco peso que iba a tener esta coalición política en
Festejo de los votantes del Partido Colorado en el interior del país, ni que hubo bastante gente que
la avenida 18 de Julio, Montevideo. había participado de sus actos propagandísticos y que
terminó no votándola, por temor a un enfrentamiento
mayor en caso de producirse la victoria de la iz-
quierda. Por éstos y otros motivos nacionales –la mo-
dificación de la política de congelación salarial y
cierta recuperación en el nivel de ingresos de la población–, muchos dirigentes frenteamplistas, al
radicalizar su discurso para atraer a los luchadores sociales reacios a la democracia burguesa y los
partidos parlamentarios, se distanciaron de un gran sector de la población antipachequista, pero mo-
derada. El que los medios de comunicación oficiales hicieran una campaña contra el FA y «el comu-
nismo»170 provocó que las elecciones –esa vez con voto obligatorio e irregularidades171– volvieran a
Debe ser fácil tomar un cuartel esta tarde. Debe haber quince milicos de guardia. Vamos ahí, los cagamos a patadas. ¿Y? ¿Y
después? A lo mejor los que nos cagan a patadas ni siquiera son los milicos, sino la gente del barrio, por locos».
168. Citado de un panfleto postelectoral del grupo 22 de Diciembre (Tupamaros).
169. Entonces, se decía «no tenemos suficiente edad para votar pero sí para ser torturados o asesinados» y eso que en Uru-
guay junto a URSS, Israel y Brasil, un joven de dieciocho años podía votar, mientras que en el resto del mundo tenían que
esperar hasta los veinte o veintiún años.
170. En un artículo aparecido en El País, siete días antes de las elecciones, titulado «Derrótelos ahora, el 28 de noviembre»
se podía leer: «Empezaron en Cuba. Llegaron a Chile donde ya están pidiendo el paredón [...]. Quieren utilizar a los es-
tudiantes como carne de cañón de sus brigadas, para segar después con la metralla cualquier rebeldía juvenil. Quieren
valerse de los intelectuales para suprimir seguidamente la libertad de pensamiento. Quieren escudarse detrás de las
mujeres de los ancianos, de los niños para separar a las madres de sus hijos, para convertir a los adolescentes en “so-
plones”, para abandonar a los viejos que no producen. Quieren lisa y llanamente la esclavitud y la dictadura del partido
único [...]. Ellos saben como hacerlo. Para eso han sido entrenados en el extranjero. Pero usted también sabe como de-
tenerlos. Vote el 28 de noviembre y ellos quedarán reducidos a lo que realmente son: una minoría sin pueblo y sin fu-
turo. Ellos votan para que usted no pueda votar nunca más. Vote y ciérrele el paso a los totalitarios». Citado de la crono-
logía de Demasi y Rico.
171. «Creo que fue un triunfo fraudulento –apunta Héctor Rodríguez–, porque Pacheco Areco se sintió estimulado por su ac-
tuación autoritaria, entonces presentó una reforma constitucional por la cual él podía ser reelecto, entonces el sistema
electoral obligaba a votar por el sistema vigente y por el sistema proyectado. Como por el sistema proyectado solamente
Conflicto social 99
dar como ganador al Partido Colorado (Bordaberry). El Frente Amplio alcanzó el 18% de los votos, con-
virtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria.172 La abstención consciente y política fue muy minori-
taria.173
En diciembre se produce una gran subida de precios postelectoral, el agua sube un 50%, la
carne un 30% y el transporte un 20%. Otros acontecimientos relevantes de finales de año fueron
la captura de varios dirigentes tupamaros fugados en El Abuso, las espectaculares acciones de la
OPR 33 y el conflicto en el fútbol profesional. En el plano internacional y cultural destaca la desig-
nación de Pablo Neruda para el premio Nobel de literatura.
Huidobro, con respecto a la fase que se extiende desde las elecciones hasta el denominado golpe
de estado, apunta:
«Podría decirse que posteriormente a las elecciones del año 71, el movimiento popular y
las organizaciones políticas pasaron a la defensiva. La ofensiva pasa a estar del lado de
ellos. Hasta ese momento hubo acciones de resistencia, mezcladas con una actitud de
crecimiento, Frente Amplio. Pero a partir del resultado electoral parecería que pasamos
todos a la defensiva. Casi todas las movilizaciones a lo largo del 72 y 73 fueron de de-
fensa, de resistencia al avance de ellos.»
Este proceso de retroceso se plasma programáticamente en que la mayoría de las consignas que
se gritan y publican a partir de entonces son contra el fascismo, la rosca oligárquica, los militares
golpistas, la dictadura... Desciende el número de volantes y de discursos que proclaman el proyecto
revolucionario, el fin de la sociedad dividida en clases y la injusticia social.174
El Frente Amplio no sólo hegemonizó la teoría de la gran mayoría de los luchadores sociales del
año 1971, sino que la siguió hegemonizando hasta 1973, y lo sigue haciendo hoy en día.
Los tupamaros, luego de las elecciones, y con el objetivo de asumir el inevitable enfrentamiento ar-
el Partido Colorado había presentado lista, ningún otro se presentó porque estaban todos en contra –ninguno admitió la
posibilidad de que Pacheco fuera reelecto–. En muchos circuitos electorales los votos se sumaron doble. Esto es un
tema a investigar, según mis informaciones la Corte electoral hizo la investigación y comprobó el fraude pero lo silenció.
Eso es una confirmación que tengo, que no te la puedo dar, pero está totalmente confirmada. Lo que sí se sabe, lo ave-
riguó el estadista Legrán, fue que en algunos municipios hubo más votos que votantes. Y en definitiva como el Partido
Colorado ganó por catorce mil votos, es posible. Wilson apeló, pero el sector blanco que había apoyado a Pacheco no lo
apoyó en la Corte […]. A su vez, y esto es una cosa importante que no ha sabido ver la izquierda, dentro del Partido Na-
cional, se produce se una especie de revitalización de todo el sector joven, en torno a Wilson Ferreira Aldunate. Se revi-
taliza el Partido Nacional como fuerza de oposición. Entonces el resultado de las elecciones de 1971, si sumas los votos
de Wilson Ferreira más los del Frente Amplio, son una inmensa mayoría en el país».
172. Resultados de los comicios: Partido Colorado 681.624 (41%), Partido Nacional 668.822 (40%), Frente Amplio
304.205 (18%).
173. Aunque es necesario mencionar que sí hubo abstención activa: «sobre el voto podés decir una cosa, soy virgen, nunca
voté. Los anarcos no creemos en el voto, tampoco creemos en la democracia» René Pena.
174. Si bien las acusaciones de fascismo al gobierno democrático uruguayo de 1971-1973 tiene su explicación en que los
luchadores sociales querían denunciar las crueles medidas represivas que este decretó mientras hablaba de derechos
humanos y democráticos, hay que decir que en alguna medida se transformó –como en España en los años treinta– la
contradicción entre revolución y contrarrevolución en polarización entre fascismo y antifascismo, lo que a todas luces le
interesa a la burguesía.
175. Caula y Silva, 30. Frase de la JUP, a través de la cual se armarán ideológicamente para incrementar su intervención en
los escuadrones «antisediciosos».
100 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
mado –para el que, según ellos, estarían preparados a fines de año– ponen fin a la tregua. Toman
varios centros importantes de la ciudad de Paysandú –donde roban armas, explosivos y radiotras-
misores–, y explican el motivo de esta decisión en una proclama.176
Si bien el fin de la tregua tenía total consenso entre los tupamaros, no había acuerdo sobre cómo
seguir la lucha; una corriente afirmaba que había que incrementar la guerra contra el régimen, y
otra, más precavida, apostaba por una lucha masiva, aunque fuera menos radical y más a largo pla-
zo. Unos y otros discutieron bastante en ese momento y lo siguieron haciendo en los sucesivos ba-
lances y autocríticas de la organización. En el capítulo sobre los tupamaros –concretamente en los
apartados «El aparatismo y el militarismo» y «Ofensiva y derrota»— también se aborda este tema.
A continuación se presentan algunas de las opiniones de los protagonistas para seguir y entender
los acontecimientos del año 1972 y 1973.
«Se cambia la táctica después del Abuso, a la salida de la cárcel –afirma Pedro Montero–,
pasándose la dirección vieja a las bases,177 se quedan dirigiendo el sector más militarista.
Aún con el funcionamiento democrático que conservábamos, en las votaciones o toma de
decisiones gana la corriente militarista por la sencilla razón de que había más columnas
del aparato militar que de servicios y otros. Se empieza a sobrevalorar las armas, los que
tienen fierros, los que actuaron en operativos militares. Hay como un desprecio por lo civil,
como lo tendrán las FFAA. Se descalifica a todo aquel que no agarra un fierro. Se radica-
lizan las acciones de una manera absurda. Creen tener más fuerza de la que tienen y pre-
paran el Hipopótamo, la toma de poder, la insurrección».
«Ese crecimiento alertaba sobre la cuestión del “aparatismo”, “el problema mayor que
detectó el Bebe”, y que fue uno de los motivos de sus duras discusiones con el Nepo. “El
Tatú, el Collar, el Hipopótamo, eran planes estratégicos. Pero afuera se los toma como tác-
ticos, y se los tergiversa. Ahí aparecen las deformaciones de los que piensan en la res-
puesta inmediata.» 178
Es necesario matizar la extendida teoría que afirma que unos dirigentes fueron más militaristas y
aparatistas que otros, que los «jóvenes» fueron los que precipitaron la guerra y los «viejos» los que
veían la toma de poder a largo plazo; no fue así, o en todo caso, no actuaron de esa manera. Hay que
recordar que Sendic redactó la proclama de Paysandú, que estaba de acuerdo en responder a los es-
cuadrones de la muerte, y que la dirección, a partir del 16 de marzo de 1972 –en el momento de la
mayor ofensiva militar–, la componían Eleuterio Fernández Huidobro, Candán Grajales, y Henry
Engler, es decir, varios de los «viejos». Es verdad que éstos dijeron que eran acciones que ya estaban
acordadas y no tuvieron posibilidad de anularlas, pero sea como sea, como dirigentes del MLN, tam-
bién fueron responsables.
176. Escrita por Sendic en su campamento del Queguay. «Hay niños que mueren por diarrea en los basurales o en las planta-
ciones […]. Los dueños del país ya están en el gobierno ocupando ministerios, administrando lo suyo, para que todo
siga igual: los ricos, ricos, los pobres, pobres […]. Hoy ponemos fin a la tregua que unilateralmente iniciamos antes de
los comicios. Ha quedado clara nuestra disposición, una vez más, de agotar las instancias para llevar la paz al país.
Queda claro también que este camino se reemprende porque el gobierno no da, ni quiere otra salida. Queda, pues, ex-
clusivamente sobre sus hombros la responsabilidad de haber desencadenado esta guerra civil». Fagúndez y Machado,
125. A pesar de esta ofensiva, los tupamaros no pensaban llevar a cabo el enfrentamiento definitivo en ese momento ni
ordenar a todos sus cuadros el ataque al régimen y sus defensores directos. Pretendían evaluar fuerzas y potenciar la im-
plicación de la población en la «inminente guerra revolucionaria» que muchos la pronosticaban para fines de 1972.
177. «“Creo que [a Sendic] no le importó demasiado el problema de la dirección, que más bien fue un alivio para él que otros
se ocuparan del aparato”, opina Picardo. Los “viejos” resolvieron postergar las definiciones: Sendic se iría para el Tatú,
Marenales y Fernández Huidobro, para el Collar, Manera, a organizar el Gardiol. Dice Marenales: “Decidimos darnos un
baño de base. Fue una frase del Ñato. Fue un error”.» Blixen 214.
178. Blixen, 213.
Conflicto social 101
«Dice Fernández Huidobro: “El 14 de abril ya estaba resuelto desde antes. No decimos nada, no
nos oponemos a las acciones ya previstas. Entre nosotros coincidíamos en que la orga estaba en ma-
nos de gente muy frívola, con accionismo sin sentido”.»179
Garín recuerda que cuando Sendic frenó una iniciativa de violencia revolucionaria, le dijeron que
era «un revolucionario pensionado, a la retirada», pero que en el tema de ir a por el todo, en 1972,
estaba de acuerdo.
«Le dije que lanzar la guerra era una locura y él me contestó “yo me remito a los informes”.
Era un tipo muy simple y carismático, pero muy “vamo’ arriba”. De teoría cuatro cosas, un
librito y ya está […]. “Tenemos diez mil granadas” decía el Ñato, y con sus informes lanza
la guerra. El plan de la guerra se lanza por los informes. Yo, sí sabía lo que teníamos, tanto
nosotros como los milicos y por eso le decía a Rosencof: “Llegué hasta aquí, si se lanza, yo
me voy con los montos [montoneros] o con quien sea, lanzar la guerra es una locura.»
Por su parte Blixen, en una entrevista para esta investigación, señala que «la guerra la lanza Sen-
dic, pero además muy por la de él. Porque hasta el momento de la derrota el MLN era un doble poder,
entonces, ¡qué ibas a lanzar la guerra si vos hacías una acción y los políticos te decían de negociar.
Había otras líneas, la del Ñato (la insurrección apoyada por el aparato militar), la guerra prolongada,
abrir otro frente en el interior...».
Henry Engler, uno de los dirigentes acusado de militarista, en una carta al autor explica cómo fue
cambiando la dirección tupamara y cómo vivió los acontecimientos tras la fuga del Abuso.
«En la dirección después del Abuso, estábamos Wasen, Rosencof, Marrero y yo. El Tino
[Pires Budes] tenía un rol de enlace con el interior y también participaba en las reuniones
de la dirección.
Las acciones más pesadas, como aquellas contra el escuadrón, vienen con la nueva di-
rección, integrada por el Ñato [Huidobro], Candán y yo. Rosencof no estaba ya en la direc-
ción del MLN, ni estuvo en la sucesivas, información que ha circulado en varios libros y no
es correcta. El 14 de abril, matan a Candán y capturan herido al Ñato. Mando buscar a
Sendic, porque me quedo solo en ese momento. Con Raúl, co-optamos por Marenales, de
modo que en la dirección estábamos: Sendic, Marenales y yo. Luego cae Marenales y se
integra Mujica. Luego cae Mujica y se integra el flaco. Después caigo yo y un mes después
Sendic. De modo que estas son las direcciones del MLN. Anteriormente estábamos Ro-
sencof, Wasen y yo. Y antes, Wasen, Rosencof y Fructuoso. Y antes, la debacle de Almería.
Hay montones de cosas que creo que se han distorsionado y me gustaría tener tiempo
de poder leer y comentar.
De a ratos me asombra ver cómo se interpretan hechos desvinculándolos de la realidad
de entonces. Los tupamaros no se hicieron conocidos en base a algún diario muy bien es-
crito, o a documentos brillantes políticamente, sino en base a un accionar consecuente,
osado y cargado de contenido político, de mensaje. A veces tengo la sensación de que al-
gunos intentan pintar las cosas como si en realidad lo que deberíamos haber hecho era
jugar a las muñecas. Bueno, lo que hicimos fue hacer la guerra al régimen. Creo que hay
que tratar de ver realmente dónde están las causas de los desastres sin caer en explica-
ciones de “militarismos” y otras yerbas que son salidas fáciles a una dinámica muy com-
pleja con puntos de vista y concepciones diferentes. La anítesis viejos-no viejos es otra de
las explicaciones fáciles. Con esto no niego el fenómeno del “accionismo”, que se dio en
determinados momento de la vida del MLN y no sólo en los finales del 72. Esto es todo un
tema. No he escuchado a nadie decir que la operación Pando fue una muestra de “volun-
tarismo militarista”, por ejemplo. O la toma de las armas de la marina. O las acciones de
179. Blixen, 239.
102 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
expropiación. ¿Cuáles fueron las acciones “militaristas”? Somos Wasen y yo los responsa-
bles del militarismo? En fin...»
Yessie siempre fue crítica con «la acción por la acción» y el uso indiscriminado del explosivo, que
para muchos se dio en el plan Cacao; eso no significa que no justifique que en determinado mo-
mento los tupamaros pasaran a la ofensiva. En el párrafo siguiente aborda las causas del poco apoyo
de la población al cambio táctico y divide la trayectoria de su organización en dos etapas, la primera
de propaganda armada y la segunda de guerra popular:
«Mientras el MLN actuó con acciones de propaganda armada, simplemente, mientras
evitó al máximo el uso de la violencia, de la violencia revolucionaria, había un gran apoyo
de la población. En determinado momento nos dimos cuenta de que había que saltar a
otra etapa, que la propaganda armada estaba muy bien, que las acciones tipo financiera
Monty habían caído muy bien, servían para difundir la realidad del país, pero que está-
bamos asistiendo a un fenómeno que nosotros no queríamos. Y era que estaba operando un
foco armado en la ciudad y el campo y la gente balconeaba, o sea, miraba el fenómeno con
mucha simpatía pero desde sus balcones. Y nosotros lo que queríamos era que la gente in-
terviniera en la guerra, que la guerra fuera popular.180 Y ahí empezaron las acciones donde
hubo que usar violencia revolucionaria. Y pienso que mucha de la gente que antes miraba
con simpatía el MLN ahí se asustó, y también hubo gente que se corrió y no le gustó. Y eso
es bastante explicable. Es muy diferente asistir a una guerrilla que sea tipo Robin Hood
(que le robe a los ricos para darle a los pobres pero que en definitiva no transforme real-
mente la realidad) a asistir a un movimiento revolucionario que pretende transformar la
realidad, no solamente para robarle a los ricos para darle a los pobres, sino que no existan
los pobres. Y eso hay un sólo camino de lograrlo y es mediante la violencia popular».
Pedro Montero insiste en la crítica a lo que muchos denominan militarismo, que se vio, por
ejemplo:
«En el desarme del ala sindical del 26 de Marzo. Eso es un error de la dirección del MLN.
Sacan a la gente de su lugar natural de militancia y la mandan a la mismísima mierda para
meterlos en el aparato militar o en los servicios. Hay una desviación militarista grave. Y
eso se da en el 71, y después se da en el 72. E incluso le plantean a compañeros, como a
mí, formar gente para un alzamiento armado. Hacen una cuestión de aparato-aparato.»
Rodrigo Arocena explica que en este año la tendencia y otros sectores combativos tuvieron poco
margen de actuación: «El radicalismo hasta el 71 tuvo dos almas, una basista y la otra guerrillera.
Pero en el 72, cuando se empiezan a tirar los tiros, las bases desaparecen o están presas o se van
para la casa».
Los tupamaros, así como otros luchadores sociales, no sólo pensaban que gran parte de los mili-
tantes de organizaciones no armadas iba a empuñar las armas contra el régimen, sino que creían
que en un momento de lucha crucial, de vida o muerte, no cabrían los neutrales y que la mayoría de
la población ayudaría al MLN, u otras organizaciones que estaban por la toma del poder, y partici-
paría en una insurrección. Estas esperanzas fueron producto de una mala valoración del momento,
se confundió la simpatía hacia los tupamaros, o el no denunciarlos cuando se los veía reunirse, con
180. Juan Nigro afirma que la espectacularización del accionar MLN produjo como consecuencia a «espectadores» que se li-
mitaban a esperar. «Porque los tupamaros hacían acciones espectaculares y a vos te daban una paliza bárbara cada vez
que hacías algo. […] Siempre se esperó que los tupas dieran el golpe definitivo: toma del Palacio Legislativo». Y asegura
que muchos hubieran visto con buenos ojos una declaración insurreccional del MLN y sin embargo se decepcionaban
cada vez que desde el Comité Ejecutivo «te llegaba una consigna de: “armate y esperá”, “ahora no, esperen” y siempre
igual…, esperar con el fierro a que viniera una orden que nunca llegó: tomar el poder».
Conflicto social 103
apoyo. A esta misma conclusión llega Pedro Montero cuando habla de las dificultades de sus tareas
de apoyo al aparato armado:
«No te creas que es tan fácil. Movida de fierros por las noches, cargar armas en un coche,
descargar... era un despelote. No pasó nada porque no pasó nada, pero pudieron pasar
muchas más cosas. Recuerdo que hacíamos barbaridades. ¿La población en general?, y,
supongo que tenía que estar enterada. Pero la gente no denunciaba al MLN. Y eso se en-
tendió como que era un apoyo, y no lo era. Era respeto a una actividad que entendían que
era legítima, pero que no se iban a subir a ese carro [...].
Recuerdo las discusiones en las que yo preguntaba: ¿quién va a gobernar aquí?
En 71, 72 estaba seguro que iba a caer en cana. Me vinieron a buscar una semana
antes, fui un imbécil por no haberme ido del país. Estaba seguro, porque era una locura.
Los planteamientos que te llegaban eran imbéciles, estaban fuera de lugar. A esa gente no
le podías hablar de otra cosa que no fuera la guerra. Que se veía que se perdía.
Establecieron una relación lineal entre los militantes que tenían, capaces de hacer cual-
quier cosa, a las posibilidades de obtener, con los recursos que teníamos, tanta cantidad
de cosas. “Armamos a esta gente y armamos el despelote total, el levantamiento popular”,
eso es lo que dijeron. Y que ese foco iba a motivar a la gente más de barrio.»
Cuando se analiza el tema de doble poder, en «MLN-Tupamaros», se ven las condiciones que pro-
dujeron las expectativas insurreccionales y el crecimiento del número de proletarios en armas. Las
FFAA, en más de una ocasión, reconocieron el enorme poderío del MLN y otros grupos clandestinos:
«En 1972 [...] la sedición ya constituía un doble poder, con un aparato militar de varios
miles de combatientes, una organización clandestina de más de diez mil militantes y una
dirección estratégtico-política que había causado admiración por la audacia y precisión de
sus actividades terroristas.» 181
Aunque la cifra pueda ser exagerada para contar a los miembros del MLN, no lo es para valorar la
cantidad de luchadores sociales comprometidos de una u otra manera con el accionar armado. Mu-
chos combatientes, al igual que las FFAA, inclusive de las bases del MLN, no sabían a ciencia cierta
cuántos compañeros, orgánicos o potenciales, tenían: “¿quinientos, cinco mil o cincuenta mil?”, y
esta ignorancia, debida a la compartimentación y la clandestinidad, ayudó a crear falsas expectati-
vas, forjadas a lo largo de los años por la efectividad del accionar tupamaro y por el incremento im-
parable de sus filas.
Según varias fuentes, la ofensiva tupamara no se dio sólo por una cuestión de expectativas o una
planificación político-militar que veía conveniente pasar a otra etapa. La propia dinámica de una or-
ganización –por aquel entonces con un grado de saturación muy grande– hizo necesario, a fin de evi-
tar la inminente represión selectiva de luchadores armados, que «el pueblo se implicara», y así
multiplicar cada baja o detención con nuevos combatientes.
En 1972, no sólo las organizaciones proletarias llamaban a la población a implicarse en la lu-
cha;182 la burguesía y sus fuerzas armadas también le hacían constantes llamamientos para que to-
181. JCJ de las FFAA, 2.
182. «El asunto es que no te decían con claridad cómo implicarte –explica Juan Nigro–. La gente más decidida empezaba a
hacer cosas pero esperaba una directiva insurreccional que nunca vino. Los tupas nunca tuvieron una línea insurrec-
cional. Nadie sabía cómo llegaría el asunto. Lo peor era que ni siquiera largaron línea concreta para hacer cosas en
todas partes: todo lo contrario te obligaban a entregarles los pocos fierros que la gente iba consiguiendo. Por eso a noso-
tros nos parecía atractivo en este sentido (sólo en este sentido) el diario del brasilero Mariguela y el proyecto de Navillat
de conseguir muchas armas, que además tenía la virtud que no era para hacer otra organización aparatista que dispu-
taría la supremacía a los Tupas sino por el contrario para armar y dar directivas insurreccionales a los grupos proletarios
que emergían por todas partes hasta el 70. Claro que tal vez lo que intentamos en el 71 era ya demasiado tarde.»
104 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
mara partido y ayudara, con la delación, a vencer a los «sediciosos». También invitan, pero con disi-
mulo, a una mayor implicación de los escuadrones y grupos de derecha.
Por esta época el MLN lleva a cabo el plan Tatú, que consistía en construir pozos en las zonas rura-
les para los posibles repliegues de la guerra. Otra de las características es que desde los primeros
meses se exige un aumento de salarios: el alza del 20 %, decretado por Bordaberry el 29 de marzo
es absolutamente insuficiente, y el 13 de abril tiene lugar un inmenso paro general en el que se pide
el 40% del aumento salarial y el fin de la represión.183
También destaca la lucha por la quita de los dos kilos de carne que asignaban a los obreros frigorí-
ficos y las numerosas movilizaciones estudiantiles.
Los libros de historia oficial, con los que «desaprendían» los liceales en la dictadura, se lamentan
de las movilizaciones obreras por la mejora de las condiciones de vida:
«Durante el primer año de su gobierno, debió soportar más de veinticinco paros organi-
zados por la CNT quien, de esta manera, alentaba el proceso sedicioso, debilitando así en
todos sus órdenes para luego de la destrucción, surgir como los salvadores de la nación
ante la “incapacidad” de los gobiernos democráticamente elegidos por la ciudadanía [...].
Los paros y huelgas [...] no eran otra cosa que métodos de agitación y de subversión del
orden social, económico, político y jurídico del país que tendían a la destrucción y sustitu-
ción por un nuevo orden de cosas [...] la implantación del marxismo-leninismo, la lucha
armada proclamada en las reuniones que tuvieron lugar en Cuba en 1967.» 184
Pero lo que no especifican los libros de historia oficial es que la creciente deterioración de los ser-
vicios públicos fue en privilegio de los aparatos represivos del estado, por lo tanto, además de mi-
seria, el proletariado pronto sufriría una dura represión.
183. La publicación Política Obrera, conocedora de los límites del paro general, puntualiza: «No la huelga para tomar el
poder, porque para tomar el poder se necesitan las armas y la organización política de los trabajadores y el pueblo capaz
de hacerlo, y no la huelga que busque aumentar salarios y reconquistar libertades perdidas».
184. Consejo Nacional de Educación, 212.
Conflicto social 105
cionan para quebrar a detenidos, que se asustan en un período donde hay varios muertos en los
cuarteles. Aunque en casos aislados, la represión empieza a extenderse a gente de centro, demó-
crata y hasta del Partido Nacional.185 La coacción laboral es importante, pero el trabajo a desgana,
el ausentismo y el sabotaje a la empresa, también.
Se incrementan enormemente los ataques de la ultraderecha y de los grupos paramilitares (JUP,
Comando Caza Tupamaros, DAM186) cobrándose nuevas víctimas y siendo baleados numerosos lo-
cales. Dos años antes, Collazo, desde el Parlamento, ya advertía:
«En el día sábado y ayer, muchas llamadas telefónicas a mí y a mis familiares, me hicieron
saber que también yo podía caer entre las víctimas de esta violencia que se viene escalo-
nando sucesivamente en el Uruguay; pero como consideramos que nuestro deber es no
abdicar de ninguna de nuestras convicciones [...] daremos nuestra vida con gusto a los
escuadrones de la muerte que, dicen, se están formando en el Uruguay.»187
En la enseñanza, los ataques fascistas eran constantes, pero la resistencia y la lucha en contra
también era fuerte. En mayo empiezan a actuar las «brigadas de padres» para evitar incidentes en
las inmediaciones del liceo Bauzá. En la publicación Unidad Universitaria, con un editorial que se
titulaba «disolver las bandas fascistas», se decía:
«La Santa Hermandad de aparatos políticos e ideológicos del fascismo en el Uruguay, con
la utilización de las bandas parapoliciales, JUP, CREI, MNG, MRN, quiso profundizar la agre-
sión. Pensaron que las tropelias cometidas en secundaria, podrían encontrar campo fértil
en la universidad.»
En los primeros meses del año hubo un promedio de un atentado cada dos días contra gente vin-
culada a la lucha contra el régimen: familiares de detenidos, abogados, militantes de izquierda, pro-
fesores e inclusive parlamentarios de izquierda –como ya había advertido Collazo– eran blancos de
los ataques de la ultraderecha.188 Los atacantes empleaban bombas incendiarias y de plástico, ba-
leamientos con ráfagas de metralla y hasta bazucas, en operativos dirigidos a menudo por jefes de la
policía o del ejército vestidos de paisano (de civil), pero con coches y armas de sus cuarteles.
Los tupamaros empiezan a descubrir la estructura organizativa de los escuadrones de la muerte y
su vinculación con las FFCC. En abril denuncian públicamente todo el entramado que hay entre estos
grupos paramilitares y parte de los mandatarios y el Ministerio de Interior, secuestrando e interro-
gando a varios de sus miembros y enviando a los legisladores un casete con las declaraciones del po-
licía Nelson Bardesio en las que afirmaba ser autor de atentados, descubría quién formaba dichas
estructuras, y cómo éstas ejecutaron a Ramos Fillipini y Castagnetto.
185. El 24 enero 1972, jóvenes del Partido Nacional que se manifiestan de forma pacífica por la pureza del sufragio, son dis-
persados con gases por fuerzas policiales.
186. Nombre puesto en homenaje al torturador Dan Anthony Mitrione.
187. Actas de la Asamblea General, 10 de agosto de 1970, A. G., 231.
188. «Atentado contra el domicilio de los señores senadores Zelmar Michelini y Enrique Rodríguez. Tiene la palabra el señor
diputado Texeira [...]. Repudio a los feroces atentados cometidos en la madrugada de ayer contra los domicilios de dos
legisladores del Frente Amplio [...] también con las víctimas de todos los atentados cometidos en nuestro país bajo el
nefasto régimen de las medidas prontas de seguridad. En definitiva, también en solidaridad con toda la causa popular,
porque esta violencia que se expresa a través de bombas que destrozan domicilios durante la noche y que son arrojadas
por manos anónimas, no es violencia aislada, ya que está dentro de una violencia concertada y dirigida desde arriba.
Quizá uno de los aspectos y no de los menores –que ella ha tenido–, ha sido este nefasto aumento del 20 %, que es una
de las grandes violencias llevadas a cabo contra el pueblo, ya que mientras se enriquece la especulación y el contra-
bando se empobrece el pueblo trabajador y al pueblo que produce. No es raro, entonces, que este mismo gobierno, que
hambrea y castiga al pueblo, permita estos atentados contra los representantes de la causa popular.» Actas de la Asam-
blea General, del 12 de agosto de 1972.
106 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Por su parte, el 4 de abril y ante lo que pudiera pasar en un futuro inmediato, las FFAA trasladan la
urna que contiene los restos del general Artigas desde el Panteón Nacional a la sala de honor del Re-
gimiento de Caballería nº 1.189
El 12 de ese mismo mes, quince tupamaros se fugan por un túnel excavado desde el alcantarilla-
do hasta la enfermería de Punta Carretas. A ese operativo se le denominó El Gallo, y se había acorda-
do que, una vez producido, se empezaría la represalia selectiva a los integrantes de las estructuras
paramilitares.
El 14 de abril, comandos armados del MLN, tras eliminar a tres miembros de los escuadrones de
la muerte,190 emiten un comunicado titulado «Aviso a la población» que decía «el Escuadrón de la
muerte no se mueve en las sombras ni mucho menos, se mueve desde el ministerio del Interior, des-
de el Comando de las fuerzas conjuntas, desde el gobierno».
Sobre los hechos del 14 de abril, Ricardo señala:
«Los tupas matan a cuatro tipos claves de los escuadrones de la muerte. La prensa pre-
senta el acto como de costumbre, la población duda de la prensa pero también de la efi-
cacia del asesinato. Es necesario aclarar que con ese operativo no «se cagó todo» ni es-
taba todo perdido ni se tiraron a la gente encima como se dijo. Si bien no hubo el apoyo del
pasado, tampoco fue una acción rechazada (como sí pasó con la campaña militar sobre
los cuatro soldados, que dejó despegada a la vanguardia y solidificado al ejército). Todos
los militantes pedíamos esa acción y, en general, fue acogida con simpatía aunque manifes-
tarlo públicamente era mucho más complicado. Nosotros dimos cursos explicando esas eje-
cuciones de asesinos como lo que eran, al mismo tiempo que invitábamos a luchar, por
todos los medios, contra el partido del orden. Todavía sacábamos miles de estudiantes, fun-
cionarios y profesores a la calle con ese planteo. Luego del 18 de mayo fue más difícil.
Sobre ésta y otras acciones similares, Yessie declara: «cuando las acciones no fueron tan limpias
y hubo muertos y bajas, algunos nos apoyaron mucho más y otros dejaron de hacerlo».191
El siguiente relato, sobre el apoyo a esas acciones, menciona la sorpresa por la respuesta de las
FFAA, diferente en este caso a los episodios anteriores de justicia revolucionaria, en los que también
se ejecutó a torturadores y sin embargo no hubo tal respuesta militar.
«En los asesinatos del escuadrón de la muerte en 1971-1972, el objetivo parecía apuntar
a difundir el terror en los aparatos de masas del MLN, en la periferia de la guerrilla, cosa de
desestimular su crecimiento, de reducir el colchón de simpatía. Las víctimas tienen todas
189. Hay que tener en cuenta que en América Latina hubo varios ejemplos en el que grupos armados robaron objetos de lí-
deres independentistas y/o anticolonialistas para expresar que si éstos estuvieran vivos lucharían junto a ellos y no con
quienes defendían y sustentaban el poder. El sable de San Martín tomado por los guerrilleros argentinos y la bandera de
los 33 orientales por uruguayos reinvindicaban este fenómeno, y se decía que habían vuelto a ser utilizados por quien en
su día luchó junto a ellos: «el pueblo».
190. Samuel Blixen, en la página 234 de su biografía de Sendic, y tras haber cumplido una larga condena, asume una parte
de este episodio de justicia revolucionaria: «Tuve una decisiva participación en las acciones militares del 14 de abril,
concretamente en la ejecución de uno de los jefes del escuadrón de la muerte, el ex subsecretario del Ministerio del Inte-
rior, Armando Acosta y Lara».
191. Como muchas otras acciones, ésta también se cuestionó. Una hipótesis sostiene que estas muertes provocaron la te-
rrible reacción de las FFCC, y que por lo tanto el primer tiro vino del MLN. Sobre esto mismo fue preguntado Raúl Sendic y
ésta fue su respuesta: «Se dio el asesinato de varios compañeros, por el escuadrón de la muerte, luego de quebrarles va-
rios huesos. Bardesio, miembro de los escuadrones de la muerte, denunció como organizadores del escuadrón a al-
gunos de los muertos del 14 de abril, así como al ex ministro Pirán, y también a los comisarios Campos Hermida y Víctor
Castiglioni. Cuántas muertes se ahorraron con esa acción del 14 de abril, se puede calcular por las que hicieron los so-
brevivientes Campos Hermida y Víctor Castiglioni en Automotores Orletti y otros lados. Cuando yo caí herido en la calle
Sarandí, en 1972, Campos Hermida vino corriendo y decía: “Hay que matar a Sendic, hay que matar a Sendic”. El ofi-
cial de la marina, encargado del operativo, dijo que él no tenía esa orden» Caula y Silva, 35.
Conflicto social 107
ese carácter, son periféricos, simpatizantes. Había, por tanto, “un reclamo generalizado,
fundamentalmente en las columnas de masas” del MLN para algún tipo de represalia contra
el escuadrón. “Era un reclamo que venía de los sindicatos, de los barrios, de los estu-
diantes”, y que convergía en los actos del Frente Amplio, cuyos grupos políticos y comités de
base eran objetivo permanente de los atentados fascistas. En términos generales existía la
percepción de que una represalia tendría las mismas características de otras anteriores
(Morán Charquero, los funcionarios de la Metropolitana responsables de los asesinatos de
prisioneros en la retirada de Pando, la ejecución de un carcelero de Punta Carretas, entre
otras). Más aún, algunos de los jerarcas policiales individualizados como miembros del
Escuadrón (Delega, Macchi, Campos Hermida) fueron antes objetivos del MLN, ya sea
para represalias o para secuestros que resultaron fallidos […]. Se calculaba que habría
que resistir alguna forma de reacción dura, pero existía la convicción de que el gobierno fi-
nalmente “asimilaría” el golpe como lo había hecho anteriormente con Mitrione o con la
fuga de 111 presos. En cambio, para los aparatos de masas la represalia podía significar
la eliminación del accionar paramilitar; si la respuesta era lo suficientemente contundente,
los impulsos terroristas quedarían definitivamente neutralizados, y esa era una aspiración
muy sentida y reclamada […]. De modo que las acciones de represalia contra el escua-
drón de la muerte fueron concebidas como hechos puntuales, desligados de esa ofensiva
que se proponía para meses después. Nadie tuvo la percepción de que la represión estaba
organizando, ella sí, un salto cualitativo, donde el factor sorpresa sería demoledor.»192
En el libro de las FFAA sobre la subversión, se observa cómo desde el 9 de septiembre de 1971 em-
pieza la lucha sin cuartel contra la sedición, primero con una táctica defensiva y tras la victoria
electoral de los conservadores, más bien ofensiva.
Una de los datos que llevan a asegurar que las fuerzas represivas preparaban el enfrentamiento
militar mucho antes de la actuación de los tupamaros del 14 de abril es el incremento de las opera-
ciones represivas extraoficiales y el hecho de que el gobierno encargara tiempo atrás la construcción
de cárceles para «los prisioneros de guerra».194
«Se esperaba que con los escuadrones de la muerte que estaban formados se iba a lograr
que las organizaciones de izquierda reaccionaran contra eso como un hecho importante
–explica Collazo–, con lo cual entonces iban a tener las puertas abiertas para cambiar la
legislación, decretar el estado de guerra interno primero, 15 de abril del 72, y luego la Ley
de Seguridad en julio. A mí ya me llevaron detenido el 17 de febrero, no bien se me ter-
minó el mandato como diputado, habiendo perdido la banca por cuatrocientos votos.»
Es importante recordar que la Asamblea General aprobó, con 118 votos a favor y 97 en contra
–todos los partidos políticos menos el Frente Amplio– el estado de guerra interna que propició la en-
Manifestación del
1.° de mayo de
1972 con las
imágenes de los
ocho luchadores
asesinados.
trada definitiva de las fuerzas armadas en la escena política.195 A partir de entonces, entre otras
«ventajas», los militares que habían dado palizas o matado a escondidas y vestidos de civil pudieron
hacerlo a plena luz del día y con el uniforme puesto. Algunos de los políticos que aprobaron ese esta-
do de excepción, después fueron detenidos y reprimidos por los propios soldados. Pero parecía que,
de cualquier manera, temían más al proletariado en armas que al ejército.196
Tras la aprobación de la declaración del estado de guerra interna se producen atentados y allana-
195. «Cuando el 15 de abril se apretó el botón y salió el ejército a la calle, yo me hice esta gran pregunta: ¿Cómo hará la
Asamblea General Legislativa para que ese ejército vuelva a sus lugares naturales y constitucionales?», dijo hacia final
de año el senador Erro, en una Asamblea Nacional. Caula y Silva, 62.
196. Esto mismo les pasó a los dirigentes republicanos, el 18 de julio de 1936, en España. Temían más a la insurrección pro-
letaria que a los militares insurrectos y por eso se negaron a dar armas a los proletarios para que se enfrentaran a los gol-
pistas. Fueron los propios trabajadores quienes tuvieron que asaltar los cuarteles para armarse. Una medida parecida
hizo Allende, quien hizo caso omiso a los obreros de los cordones industriales que le pedían armas para enfrentar a los
futuros golpistas en Chile. En una carta abierta con fecha del 5 de septiembre de 1973, seis días antes del levanta-
miento militar, la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y
el Frente Único de Trabajadores en conflicto escribían: «Han pasado tres años, compañero Allende, y Ud. no se ha apo-
yado en las masas y ahora nosotros, los trabajadores, tenemos desconfianza [...]. Hay sólo dos alternativas: la dictadura
del proletariado o la dictadura militar [...]. Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo
que se busca a través deñ diálogo con los que nos han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fas-
cismo [...]. Consideramos que no sólo se nos está llevando por el camino que nos conducirá al fascismo en un plazo ver-
tiginoso, sino que nos ha estado privando de los medios para defendernos. Exigimos que se derogue la Ley de Control de
Armas, nueva “ley maldita”, que sólo ha servido para vejar a los trabajadores, con los allanamientos practicados a las
industrias y poblaciones, que está sirviendo como un ensayo general para los sectores sediciosos de las fuerzas ar-
Conflicto social 109
mientos contra centros de reunión de luchadores sociales.197 Al día siguiente, una vez que el Parla-
mento –electo por la ciudadanía– había votado la medida requerida por el presidente –elegido tam-
bién democráticamente–, las fuerzas conjuntas matan a sangre fría, ya que no había existido nin-
guna respuesta violenta a su provocación, a ocho militantes del PC que estaban en la seccional 20 de
ese partido. Los nombres que se unieron a los asesinados por el régimen demócrata-dictatorial
fueron: Raúl Gancio, Elman Fernández, Ruben López, José Ramón Abreu, Ricardo González, Julio
Sena Castro, Héctor Cervelli y Luis Mendiola.198
A continuación se presenta unas declaraciones de miembros del partido del orden establecido,
uno de ellos de la coalición política blanca y el otro del ejército, las dos muy diferentes pero comple-
mentarias. Fue esta ideología, en su conjunto, la que intensificó la represión y dio protagonismo a las
fuerzas armadas:
«Votamos cosas tremendas –declara en la Asamblea General el senador y líder del Partido
Blanco, Wilson Ferreira Aldunate– suspensión de las garantías individuales y el estado de
guerra interno […]. Estas medidas rigen porque nosotros lo determinamos, porque el Par-
tido Nacional quedó con el terrible dilema de ser el árbitro. Votamos para quienes están
destruyendo la esencia misma de la nacionalidad […]. Votamos estas facultades extraor-
dinarias y cuarenta y ocho después nos encontramos con este lamentable episodio de
hoy en el cual, en un club político –y es doblemente trágico porque es un club político–,
donde había veintiuna personas, siete [días después se confirmaba el fallecimiento de
otra] terminaron muertas, doce heridas y sólo dos resultaron ilesas […]. Quiera Dios que
venga el señor ministro de Defensa Nacional a decirnos –además de lo que hoy nos ex-
presó– que están presos y sometidos a la justicia los criminales cuyos nombres todos co-
nocemos».199
«Recuerdo que un capitán del ejército –explicaba Juan Pablo Terra–, en el período en
que estaban haciendo las grandes torturas, en que estaban destruyendo el aparato tupa-
maro, allá por el mes de mayo o junio, vino a verme para darme una versión sobre los ocho
comunistas fusilados en el Paso Molino. Más allá de ese episodio, la conversación derivó
hacia otros temas y en ese momento él me dijo: “Mire, nosotros vamos a terminar de lim-
piar este país de la subversión y de la guerrilla, luego vamos a limpiarlo de la corrupción
política y de la corrupción económica”. Yo le comenté alguna cosa porque me llamó la
madas, que así estudia la organización y capacidad de respuesta de la clase obrera, en un intento para intimidarlos e
identificar a sus dirigentes [...]. Si no se confía en las masas, perderá el único apoyo real que tiene como persona y go-
bernante y que será responsable de llevar al país, no a una guerra civil que ya está en pleno desarrollo, sino a la masacre
fría, planificada [...]. Y hacemos este llamado urgente, compañero Presidente, por que creemos que ésta es la última
posibilidad de evitar en conjunto la pérdida de las vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoa-
mericana». Tarea urgente: carta de los cordones industriales a S. Allende, ed. Agrupación por la independencia de la
clase obrera, página 46, Suecia, 1979. Juan Nigro asegura que «en las manifestaciones se exigían armas y se expro-
piaron muchas como en España. Pero lo que hizo Allende fue aplicar una ley (que se aprueba bajo su presidencia) de «con-
trol de armas» que no sólo desarma a los grupos obreros sino que reprime abiertamente a todo el que posea armas cuestio-
nando el monopolio de las armas por parte del estado. La función de la Unión Popular fue desarmar al proletariado».
197. El allanamiento más grande se produjo en la sede central del PC. Había allí mil personas. La policía se personó con
armas y disparando al aire, se llevó documentos y provocó destrozos. Una actuación parecida tuvo la fuerza de segu-
ridad nacional en las sedes del 26 de Marzo y del PDC.
198. «Es evidente que los que planearon y llevaron a cabo ese operativo [contra la sede central del PC] tenían una clara fina-
lidad provocadora: derramar sangre de comunistas, desencadenar una espiral de violencia, «guatemalizar» el proceso
político uruguayo. Por eso repitieron la acción dos días después, esta vez en el local comunista del Paso Molino, fusi-
lando de manera despiadada a ocho militantes comunistas que se encontraban ese día de guardia en el local.» Tu-
riansky, 118.
199. Machado y Fagúndez, 153.
110 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
atención semejante propósito y me dijo: “Si los generales nos acompañan, lo haremos con
los generales y si no nos acompañan, sacaremos a los generales y lo haremos igual”.»200
Para preparar «la guerra final», las fuerzas conjuntas usan una estrategia, típica de partido del
orden establecido, que consiste en organizar el enfrentamiento militar de clases, afirmando que lu-
chan por la paz. Cuando empieza la refriega sostienen que fue «la sedición» quien declaró la guerra y
que ellos tienen que combatir para restablecer el orden para el desarrollo de la nación. En este com-
bate final, el fiel apoyo de los escuadrones de la muerte es más abierto pero a la vez menos necesario
pues, como se señaló anteriormente, lo que los militares empezaron a hacer antes –asesinatos, tor-
turas...– lo hacen a partir de entonces con total impunidad y de forma masiva.
El plan bélico de las FFCC fue eficaz. Rodean Montevideo201 y empiezan a hacer una gran cantidad
de allanamientos y detenciones a partir de información que obtienen de las tremendas torturas
que infligen a los detenidos. En ocasiones, el daño físico y moral no se soporta y se dan numerosas
delaciones. Las traiciones, en cambio, son muy pocas pero desgraciadamente demasiado produc-
tivas.202
Durante las primeras semanas de la guerra, los dirigentes del FA piden «el final de la espiral de
sangre» y «paz para los cambios y cambios para la paz»; ante este llamamiento, los sectores más ra-
dicales responden:
A pesar de las proclamas de intensificar la pelea, hay una sensación de que se está perdiendo una
importante batalla de la lucha popular. No la definitiva, y ni mucho menos la guerra de clases. La
mayoría de los luchadores tenía la certeza de que ante los acontecimientos que vivía, la confronta-
ción social no podía hacer otra cosa que acentuarse y que, en la medida que la represión se incre-
mentara, lo haría la indignación y la militancia. Pero muchos de ellos creyeron, sin embargo, que era
un período propicio para el repliegue. Recuerdo el testimonio de una mujer, entonces muy joven, que
le pidió consejo a un militante implicado en estructuras guerrilleras:
–Es hora de jugarse el todo por el todo ¿no?, ¿te parece entonces que me meta en la orga?
–La cosa está mal, ¡eh!, va para atrás…, esperá y vamos a ver lo que pasa en los próximos meses
–aconsejó él.
El 18 de mayo, día de las FFAA, los tupamaros realizan una de las acciones más cuestionadas.
Como venganza a la terrible ofensiva de los militares, que habían matado a sangre fría a varios de
sus compañeros, deciden ejecutar al jefe del ejército, el general Gravina. Pero al acercarse a su casa
son vistos por la guardia, se produce un tiroteo con unos militares que custodiaban el domicilio del
200. Silva y Caula, 183.
201. Fuera de Montevideo las FFAA no bajan la guardia, y tras la designación de los nuevos jefes de policía de las localidades
del interior, todos ellos militares menos uno, empiezan la caza del «sedicioso».
202. Traiciones que según Juan Nigro fueron posibles «dada la falta total de orientación política de los tupamaros y la au-
sencia de una verdadera compartimentación técnica que en realidad sólo había servido para impedir el debate de fondo,
pero nunca sirvió para lo que supuestamente debía haber servido para protegerse contra las traiciones».
203. Política obrera, nº 1 de agosto-septiembre de 1972, Periódico del Frente Obrero y Revolucionario. Es importante citar
este fragmento para mostrar las distintas posturas entre los luchadores sociales y, sobre todo, para dejar claro que el
MLN fue uno de tantos grupos, y no el único, como a veces se ha dicho, en ver la necesidad de una drástica ofensiva re-
volucionaria, actitud criticada al desencadenarse paralelamente una terrible represión.
Conflicto social 111
jefe desde un jeep, y resultan muertos cuatro soldados rasos. El ejército, con la ayuda de la prensa,
presenta el hecho como un asesinato brutal e inhumano. Al día siguiente aparece una foto en los pe-
riódicos: los cuatro fallecidos aún sentados y con el termo y el mate en mano.204 De este modo justifi-
carán la represión que preparaban hacía mucho tiempo. Nuevamente con la consigna de defenderse
y restablecer la paz, el estado pasa a una gran ofensiva.205
Antes de describir esta brutal fase del accionar de las FFCC, se narra un aspecto de la controversia
que produjo la acción de los tupamaros en la que murieron los soldados. Horacio Tejera recuerda
que poco después de aquel operativo, su compañera Teresa y su hijo fueron al parque de todos los
días. En las hamacas, había otro nene y una muchacha –probablemente la mucama (sirvienta) de
alguna casa de la zona–, que lloraba.
–¿Por qué llora? –preguntó Teresa.
–Porque mataron a mi hermano –la muchacha explicó que era soldado y que estaba en el jeep.
–¿Sabes lo que pasa? –reaccionó Teresa– torturan a la otra gente.
–No, pero si mi hermano entró la semana pasada –matizó la joven.
«Se llegó a decir que eran torturadores. Lo que pasa es que cuando uno empieza a explicar las
cosas de manera que uno no quede en cuestión, siempre encontrás versiones. La del peón no sé cuál
fue» se pregunta ahora Tejera, en referencia a la ejecución del trabajador rural, Pascasio Báez, por
parte de los tupamaros, quienes hoy coinciden en asegurar que fue un grave error.206
El 10 de julio, tras la muerte de los cuatro soldados y la no atención de la demanda de inspección
en la Comisión del Senado constituido en junio de 1972 para la investigación del escuadrón de la
204. «Años después, Sendic asumió la responsabilidad por esa acción, al autorizarla desde la dirección, y en un reportaje
concedido a la periodista María Esther Gilio explicó: «No eran cuatro soldados, sino cinco, y lo que hubo fue un tiroteo.
El soldado que estaba en la azotea tiró sobre la camioneta que pasaba». «Que era de ustedes», acota la periodista. «Se-
guro. La camioneta quedó completamente acribillada y tuvo que ser abandonada a la vuelta. Los de la camioneta, en-
tonces, tiraron sobre el jeep que estaba en la puerta. O sea, fue un tiroteo donde ellos también tenían la posibilidad de
ultimarnos. Sobre todo el hombre que estaba en la azotea, que tenía un blanco sobre el vehículo y que era invulnerable.
Este episodio se transformó después en cuatro soldados inermes atacados por sorpresa y etcétera [... ]. En realidad fue
un tiroteo donde les fue mal; a los pocos días hubo otro tiroteo donde fueron acribillados cuatro compañeros nuestros
que estaban con los brazos en alto. Eso nunca se mencionó [...]. Un mes antes de los cuatro soldados hubo el fusila-
miento de ocho militantes del Partido Comunista. Así son las cosas. Según quien maneja la propaganda, un hecho se
exalta y otro se disimula» […]. “En el Batallón Florida supimos después que Trabal, personalmente, colocó el termo y el
mate en el jeep [para que pareciera que eran unos pobres soldados que, como buenos uruguayos, estaban tomando
mate]. Fue un operativo de inteligencia, dice Mujica.» Blixen 252 y 253.
205. Mucho años después, una vez acabada la dictadura castrense, un supuesto y autodenominado Comando Gaudencio
Núñez, el nombre de uno de los cuatro soldados fallecidos, se atribuyó la muerte de Vázquez Clavijo, tupamaro conde-
nado por participar en aquella acción guerrillera, asesinado y encontrado atado de pies y manos meses después de salir
de prisión. Fuente: «Movilización en Uruguay por la extraña muerte de dos ex guerrilleros tupamaros» 1985, El País,
Barcelona, 9.
206. «La autocrítica más grande fue haber matado a un civil –Pedro Montero–. Al transeúnte que murió al pasar por el tiroteo
en la toma de Pando y, sobre todo, al peón. El caso del peón fue agónico porque se estuvo discutiendo qué hacer durante
tres semanas. El peón descubre (al estar mal hecho, como un mamarracho) el escondite (infraestructura, armas), el be-
rretín más importante del interior. Desde el primer momento este anuncia que va a denunciar a la policía el hallazgo. Los
tupas lo intentan convencer de que no lo haga. Le ofrecen irse del país, le ofrecen millones de pesos, pero el tipo dice
que los va a denunciar a la policía, lo seguía diciendo, en eso el tipo tenía huevos. Entonces, y a pesar del drama que su-
pone se decide eliminarlo». A Pascasio Ramón Báez se le aplicó una inyección de pentotal. Mujica, por su parte, consi-
dera que «la solución que nunca debió aplicarse fue la muerte, además de todo lo que significó desde el punto de vista
humano fue un grueso error político». Campodónico, 140. El acto fue aprovechado hasta la saciedad por el partido del
orden establecido, afirmando que confirmaba la «vaciedad del slogan como autoproclamados vindicadores de obreros y
campesinos. Pero demostró además, que no fue sino el miedo, inadmisible en revolucionarios de verdad, el motor que
hizo aflorar sus criminales instintos». JCJ de las FFAA, 7.
112 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
muerte, se promulga la Ley de Seguridad del Estado, que impone la jurisdicción militar para los civi-
les, sustituyendo al estado de guerra interna.
La omisión de las denuncias con detallados informes de políticos de izquierda y luchadores socia-
les por parte del Parlamento contrasta con la receptibilidad de las demandas efectuadas por los de-
fensores del sistema. Una y otra vez, el Parlamento democrático uruguayo demostró estar al lado de
la burguesía y contra el proletariado.
A continuación se cita la justificación de las fuerzas armadas, cuatro años más tarde, de la adop-
ción de esta medida y, por extensión, del golpe militar:
«Hasta la aprobación del Estado de guerra interno, el inadecuado sistema jurídico legal y
otras sensibles deficiencias de diverso tipo que el Parlamento nunca quiso corregir, hi-
cieron posible que la sedición fuese en aumento, acumulando un poderío creciente que en
definitiva le permitió convertirse en árbitro de la vida nacional, ejerciendo una capacidad
de iniciativa que desbordó al poder público.
La inmediata aplicación del nuevo régimen, determinado por la criminal insania sedi-
ciosa, sustrajo los procedimientos antisubversivos del anacrónico sistema hasta entonces
en vigencia y completamente inapropiado para las circunstancias a enfrentar. Las actua-
ciones de las FFCC, los allanamientos y los procedimientos pasaron así a regirse por la ley
militar, según es rigor en estos casos». 207
Otoño e invierno de 1972 son la crónica de la derrota, las detenciones208 y las bajas de luchado-
res sociales, unas veces muertos en combate y otras asesinados en las torturas.209 Más de treinta
combatientes fallecidos que siempre seguirán entre los que luchan:
«Dicen que no están muertos
207. JCJ de las FFAA, 584.
208. El día 31 de mayo se informa de la detención de 146 personas «relacionadas con la lucha subversiva», muchas de ellas
integrantes del MLN o acusados de serlo, como los veinte de Melo, los siete de Maldonado, los diez de Paso de los Toros, los
ocho de San José y los cuarenta y tres de Artigas. En Florida son apresados dieciocho «sediciosos» y en Durazno cuarenta.
209. Gran parte de esta crónica de homicidios son los asesinatos de Gabriel Schroeder Orozco, Jorge Candán Grajales,
Armando H. Blanco y Horacio Rovira Griecco, en el allanamiento de la casa donde se encontraban de la calle Pérez
Gomar, el mismo 14 de abril, horas más tarde de las muertes perpetuadas por parte del MLN a los componentes de los
escuadrones de la muerte. También mueren ese día en enfrentamientos con las FFAA Jorge Nicolás Groop Carbajal,
Norma Carmen Paggliano Varo, Luis Nelson Martirena Fabregat, Ivette Rina Giménez Morales de Martirena. Al día si-
guiente matan a una pareja de tupamaros que estaban escondidos en una casa de la calle Amazonas.
El 25 de mayo muere en un cuartel de Treinta y Tres el detenido Luis C. Batalla, como consecuencia de las torturas sufridas.
Yessie Macchi recuerda su captura y la muerte de Leonel Martínez Platero, integrante de la dirección del MLN: «13 de
junio del 72 caigo en medio de un tiroteo, en Parque del Plata, donde asesinan a mi compañero y a mí me hieren», pro-
vocándole un aborto.
Aurelio Fernández Peña, El flaco rolo, es muerto el 8 de julio de 1972 en un enfrentamiento, cubriendo la retirada de
sus compañeros en una casa en Manga. El 14 de julio muere Héctor Jurado, vinculado al equipo médico del MLN. Un
día más tarde se informa de la muerte del detenido Nelson Berreta «cuando intentaba escapar». El 26 de julio muere en
un tiroteo otro integrante del MLN, el 19 de agosto otro y el 26 de ese mismo mes un requerido y Carlos Ernesto Rodrí-
guez Duccós, Carlo Piaggio Batelli y Juan Carlos Pérez Bustamente.
El 10 de agosto muere Nelson Santiago Rodríguez Muela, estudiante y maquinista de Ancap, por los disparos en la es-
palda que le propinaron uno de los quince componentes de un grupo de ultraderecha que iban con armas de grueso ca-
libre y rostros tapados con bufandas.
Ese mismo año, el 13 de septiembre, matan en plena calle a la tupamara Cecilia Gianarelli, estudiante de magisterio de
veinte años.
El 23 de septiembre es cercada la casa en Piriápolis donde hay varios miembros del MLN. Uno de ellos, fugado desde el
Abuso, muere cubriendo a sus compañeros que se encontraban en ella.
Juan Fachinelli, uno de los que participa en la elaboración de la fuga de Las Estrellas, muere en un cuartel, y en un ti-
roteo en el monte muere Blanca Castagnetto Da Rosa, del MLN, estudiante de derecho. También es asesinado ese
mismo año el estudiante Íbero Gutierrez.
Conflicto social 113
(escúchalos, escucha)
mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.
Escucha, escucha,
otra voz canta.
Dicen que ahora viven
en tu mirada.
(Sosténlos con tus ojos,
con tus palabras;
sosténlos con tu vida,
que no se pierdan,
que no se caigan).»210
La mayoría de los militantes asesinados formaban parte de los aparatos armados –del MLN princi-
palmente pero también del FARO y OPR 33– o eran colaboradores de ellos. Aunque, por supuesto, la
represión fue extensiva y reprimió a muchísimos luchadores sociales que nunca habían visto de cer-
ca una pistola ni habían colaborado en nada con el accionar armado.
«Empezó la avalancha represiva atacando, con bastante éxito, a las organizaciones ar-
madas –publicaba por aquel entonces Politica Obrera–. Pero con el pretexto de la “sedi-
ción” y los tupamaros, aprovechando “la bolada”, extienden la represión a todos los cen-
tros de resistencia obrera y popular. Lo que buscan no es aplastar tal o cual forma de resis-
tencia en especial, sino todas las formas de resistencia verdadera al capitalismo, a este
orden de cosas. Éste es el fascismo criollo.»
«Otra vez los cortejos fúnebres, transidos y tensos. Vivimos para enterrar a nuestros
muertos y en el desolador acecho de los que puedan caer –escribía Carlos Quijano sobre el
otoño e invierno de aquel fatídico año–. Montevideo es ahora la ciudad de la angustia in-
cierta.»211
Mucho se ha hablado del enfrentamiento armado entre las organizaciones proletarias y las fuer-
zas conjuntas.212 A continuación se presentan un par de opiniones que reflexionan sobre este mo-
mento de la lucha de clases.
La primera realiza un interesante análisis de la situación.
«Planteada la ofensiva violenta de la oligarquía, existían varias opciones:
La primera: entrar en el juego de los sectores fascistas, ir a la guerra sin masas, siendo
la vanguardia la que sola iniciara formas de lucha armada, esto necesariamente lleva a de-
sembocar en el terrorismo, y ésta es una vía muerta.
Pues es preciso ubicar el cuadro político y el estado de ánimo de las masas, según la
metodología leninista, como el momento en el cual el Frente Amplio lanza la consigna de
pacificación; en aquel entonces los sucesos del 14 de abril habían permitido un cuadro de
contraofensiva de la oligarquía, con un movimiento popular que no tenía las fuerzas sufi-
cientes como para desarrollar formas de lucha superiores, por eso la oligarquía buscaba la
guerra, porque la coyuntura le era favorable. Sin lugar a dudas el iniciar el camino de la
lucha armada sin el aval de las masas degeneraría en el “golpe por golpe”, en la guatema-
lización del país [...].
La segunda: cruzarse de brazos u optar por la política de las pequeñas concesiones
como ciertos políticos de la burguesía, esto sería nefasto, la bestia fascista no se para dán-
210. De la canción de Circe Maia, Otra voz canta, popularizada por D. Viglietti.
211. Caula y Silva, 38.
212. Ver el apartado «Aparatismo y militarismo».
114 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
dole de comer... aquí hay que ubicar la actitud de algunos que votaron la Ley de Seguridad
del Estado.
La tercera: ¿Defender el poder civil frente a la amenaza cierta, siempre latente del golpe
de estado? No, esto sería ir a la cola de los burgueses, defender lo menos malo, rebajar la
perspectiva del pueblo.
Frente a estas opciones, una muy clara, la acción independiente de las grandes masas.
Seguir procesando su unidad, organización y lucha; pero esto que es verdad, puede trans-
formarse en un recurso oratorio en la medida que no sea acompañado por las salidas a esa
situación de violencia y sangre, entonces ni el temor, ni el aventurerismo, la opción clara:
la que permite seguir acumulando fuerzas.»213
Lo más destacable del desarrollo de la siguiente opinión es la parte final, donde habla de una can-
tidad de pequeños núcleos revolucionarios también reprimidos que no estaban organizados orgáni-
camente en el MLN ni en ninguna organización conocida, fenómeno a tener en cuenta, analizado en
el apartado «Los sinpartido».
«El origen proletario de dicha organización [MLN] no lo ponemos en cuestión, sin embargo
la línea que predomina, en especial a partir del 70, es profundamente reformista, es decir
burguesa. Incluso desde ese punto de vista, de lucha entre diferentes proyectos capita-
listas, los tupamaros en 1972 cometieron errores políticos y militares fundamentales que
condujeron a la liquidación de ese aparato y paralelamente a facilitar la operación de cen-
tralización del estado en base a las fuerzas armadas, la unificación de ellas, y la represión
abierta de todas las fuerzas del proletariado […]. En ese año y principios del 73, las fuerzas
armadas logran liquidar todo grupo de acción directa del proletariado con organización se-
mimilitar (o militar). Al respecto cabe señalar que la burguesía ha intentado confundir explí-
citamente, todo grupo de acción directa con los tupamaros, lo que conviene directamente a
sus intereses. En realidad no solo había un conjunto de grupos más o menos estructurados,
más o menos preparados militarmente, ligados a otras organizaciones y oposiciones polí-
ticas (OPR 33; FRT; FARO) sino que existían en fábricas y barrios centenas de estructuras
clandestinas de acción directa del proletariado, que a pesar de las tentativas de encuadra-
miento realizado por los tupamaros en dirección a su periferia (CAT; FAF) representaban
una dinámica totalmente diferente a la vida de esa organización y en muchos casos recha-
zaban abiertamente como nacionalista y burguesa los planteos de la misma.» 214
En la segunda mitad de 1972 muchos luchadores sociales fueron sometidos a la desaparición
temporal, al itinerario por distintos cuarteles, a la tortura sistemática y a brutales interrogatorios. A
través de la entrevista al anarquista desaparecido y dirigente de la OPR 33, Alberto Mechoso, se pue-
de apreciar el duro proceso represivo que padecieron.
«P.–¿A dónde le llevaron una vez detenido?
R. –Al cuartel de los regimientos 2 y 3 de infantería, en el kilómetro 14 del camino Mal-
donado, en Montevideo.
P. –¿Fuiste torturado desde el principio?
R. –Sí. Encapuchado y atado me pusieron de plantón, como hacen con todos los presos
políticos, con las piernas abiertas en el patio. Después me hicieron subir por una escalera
de caracol y al llegar al piso de arriba me cambiaron la capucha por unos lentes de goma
cerrados, como los que utilizan los soldadores. Sentí que me levantaban en el aire y que
me arrojaban de cabeza en un tacho lleno de agua. Este es el “submarino”, que se aplica,
casi sin excepción a los detenidos a quienes se acusa de pertenecer a las organizaciones
213. Panfleto, titulado «Compañeros», no tiene firma ni fecha y se supone que habrá sido escrito en 1972 o 1973 por algún
militante frenteamplista. Texto nº 4.
214. Texto nº 2.
Conflicto social 115
cabo de veinte días, otra vez me llevaron al piso de arriba, a la cámara de torturas. Y todo
recomenzó. Las mismas preguntas, los mismos castigos. Y de vuelta al 5º de artillería. En
el 5º estuve hasta el 21 de noviembre. Esa noche me fugué.» 215
«Algunas compañeras a nivel aislado sí. Pero es importante decir que esa tregua no fue
discutida entre todos los presos o presas en los cuarteles, porque no había posibilidad.
Estábamos aislados y bajo tortura, fue la iniciativa de un grupo de compañeros en un ba-
tallón determinado. Solamente en el Batallón Florida. Dentro de ese grupo había algunas
mujeres. Yo, personalmente, no lo hubiera compartido, por ejemplo. Porque una de las
primeras condiciones fue la entrega de todas las armas, locales y Raúl, para mí esas dos
condiciones eran inaceptables. Aun en la derrota total ninguna guerrilla puede entregar
sus armas y a su fundador, su dirigente máximo. Y fue en definitiva el porqué las negocia-
ciones no dieron resultados.
Estaba en el hospital militar, aislada con un tiro en la cadera, no podía discutir con
nadie, solamente con los milicos, no tuve posibilidades de discutir con ningún compañero
durante muchos años, pero sí me llegaba a través de un milico, a través del coronel Trabal,
venía a verme casi todos los días y me hablaba de las negociaciones. Y lo que él plan-
teaba, para mí, era inaceptable. Pero no conocía las valoraciones que estaban haciendo
mis compañeros. En algún momento me preguntaron si quería ser trasladada al Batallón
Florida y no quise.»218
La comprensión del proceso negociador resulta compleja por lo clandestino del mismo; en las
FFCC no era sabido por todos y, en ocasiones, algunos batallones negociaban con los tupamaros a es-
condidas de otros –con grandes precauciones y a veces con propuestas muchos más beneficiosas
para el MLN que las que ofrecían otras estructuras castrenses–. Sendic, el fugitivo más buscado de
América junto al argentino Santucho, entraba a un batallón para negociar con los oficiales, mientras
otros sectores del ejército seguían buscándolo con total empeño. O Huidobro, uno de los presos más
importantes con los que contaba el régimen, salía de la cárcel para ir a hablar con la dirección del
MLN con el permiso de un batallón –pero con la precaución de no ser visto por las calles por los inte-
grantes de otro, pues al pensarse que se había fugado podrían detenerle e incluso dispararle–. Era
seguido por un militar, pero de lejos, pues un tupamaro, al ver a Huidobro caminando junto a un
miembro de las fuerzas represivas, podría haber pensado en una traición.
En la entrevista, Huidobro, como ya lo hiciera en su libro que trata este tema, explica cómo Sen-
dic entraba en el batallón para intentar pactar y los militares, como buenos guerreros, respetaban el
alto al fuego.
«–¿Es verdad que Sendic, siendo el más buscado, entraba al Batallón Florida?
–Sí –afirma Huidobro.
–¿Y porque no lo agarraban, ustedes tenían algo a cambio o era cuestión de palabra o
interés?
–Cumplían la palabra. Eso pasa en todas las guerras, cuando hay negociaciones se res-
petan.»
En determinado momento, aunque algunos detalles de los pactos y los procedimientos sólo los co-
nocían un puñado de militares y tupamaros, grosso modo se sabía que se estaba negociando. Estaban
al corriente desde el presidente de la República, hasta ministros, políticos y la práctica totalidad de los
presos, quienes vieron cómo durante el tiempo que duró la tregua armada apenas se les torturó.
Las palabras del general Gravina a los tupamaros sintetizan lo que fue aquel episodio, la primera
fase de las negociaciones, cómo se desarrollaron y quién estaba al tanto de ellas:
«A mí me ordenaron que viniera acá porque me dijeron que ustedes se iban a rendir,
porque ustedes están derrotados, militarmente vencidos. Acá no tengo más nada que
218. En la misma línea se sitúa Fernando Garín: «Después de todos los análisis los tupas fueron a negociar, de rodillas, derro-
tados... ir a negociar, a mi modo de ver es la negación de todo lo que se propuso antes. Estaban derrotados pero no com-
pletamente, Sendic afuera. Estaban en la retirada estratégica que ya es mucho decir».
118 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
hacer, vine por una cosa y ahora me salen con otra, hablando de planes económicos y
cuestiones por el estilo. Voy a trasmitirle esto, al presidente a ver qué dice él.» 219
Los testimonios de los entrevistados revelan y aportan más datos a lo anteriormente mencionado.
Pedro Montero piensa que lo decisivo para que fracasaran las negociaciones fue la captura del
miembro más carismático del MLN, poco después de la primera tregua:
«Si no agarran al Bebe la historia del Uruguay hubiera cambiado. Pues en el episodio de la
tregua, las negociaciones iban muy lejos. Se había acordado liberar a todos los tupas.
–¿Y los otros presos?
–También. Los militares, con Trabal a la cabeza daban el golpe, y luego reformas, parti-
cipación de políticos progresistas.» 220
Como tantas cosas en esta época, la ruptura de la tregua y de los primeros acuerdos fue a sangre y
fuego.
«Esa acción [la ejecución del coronel Artigas Álvarez, hermano del Goyo] se da en el
marco del rompimiento de la tregua –nos dijo la tupamara Alba Antúnez, responsable de
ese operativo–, tregua que rompen los militares. En medio de ella, los militares hacen un
procedimiento –según sus propios términos– donde rematan a mansalva a compañeros, a
Francisco en concreto; y después, mueren en tortura otros compañeros, Alvariza, concre-
tamente. Estaba su compañera en el calabozo y presenció cuando lo mataron a trom-
padas. Y había muerto Amilivia también; nos llegó una información precisa de quiénes y
cómo lo habían matado, tenemos el nombre del sargento y del cabo que lo agarraron de-
sarmado en la calle, lo reconocieron y lo mataron.»221
De todas formas esta acción no fue la que provocó la ruptura del diálogo. Se iba a hacer al menos
un último intento. Pero cuando Huidobro se preparaba para salir a la calle, afeitándose y vistiéndo-
se, para llevar en persona la propuesta del Batallón Florida, dieron la noticia que habían detenido a
Marenales, uno de los tupamaros más buscados del momento. Era el 27 de julio y las negociaciones
para la paz terminaron.
Por ese entonces, las FFAA ya tenían el discurso bien preparado para dar el golpe; por un lado, ter-
minar con la subversión y para ello suprimir las trabas legales que impedían hacerlo –derechos hu-
manos, garantías individuales... –, y por otro, acabar con la corrupción y todos aquellos agentes que
según ellos perjudicaban a la economía nacional.
Los militares exigen autonomía y protagonismo ante la ineficacia de los políticos para restablecer
el orden y acabar con la sedición y la corrupción general. El 4 de agosto, en el apartado B de la De-
claración del Club Naval, las FFAA:
«Manifiestan su profundo repudio a cualquier forma de subversión, ya sea la que empuña
las armas para asesinar cobardemente, la que expolia la economía nacional, la que
usurpa al pueblo el producto de su trabajo, la que propende a la corrupción moral, admi-
nistrativa y/o política, la que practica el agio y la especulación en desmedro de la pobla-
ción o la que compromete la soberanía nacional.» 222
Véase el testimonio de un militar ante la pregunta: «Y las Fuerzas Armadas, ¿no cayeron en esa misma corrupción una
vez que estuvieron en el poder?» [Refiriéndose a la corrupción de políticos y empresarios que ellos persiguieron] «Y, será
una cosa que se mete en la cabeza cuando uno se embriaga del poder. Pero, para empardar al político hay que hacer
mucho esfuerzo. Que conste, que no todos los militares cayeron en corrupción». Silva y Caula, 224.
223. Sobre el fracaso de las negociaciones Halty, ex militar y en el momento de ser entrevistado secretario personal de Se-
regni, dice: «Nunca se pudieron consolidar. Hubo un intento pero no cuajó. Hubo errores de ambos lados, demasiadas
exigencias planteadas.
–¿Se discutía internamente?
–No, sólo la cúpula. Primero sólo en el Batallón Florida, y luego se expande. Cuando se trata de formalizar, participan
los generales, toda la cúpula.
–¿Por qué se da la tregua? «Querían lograr una solución pero era difícil [por las diferencias que había] dentro de las FFAA».
224. «"Los de adentro, salgan, es una orden", gritan desde afuera. “Vamos a aprontar todo”, dice Sendic, y con una linterna
chiquita junta papeles y comienza a romperlos y quemarlos. “Salgan que están rodeados”, dicen afuera. “Tomen los fie-
rros”, ordena Sendic. “¿Pero qué podemos hacer?”, dice Xenia. “Vamos a pelear”, dice Sendic. El corredor se está lle-
nando de gente. Sendic se acerca a la puerta y hace varios disparos a través de un vidrio esmerilado. En el corredor re-
troceden. Hay gritos e insultos, e inmediatamente el ruido ensordecedor y anonadante de las metralletas inundando de
plomo el corredor desde el zaguán. Las ráfagas se detienen. “Les damos dos minutos para que se entreguen, después ti-
ramos gases”, dice la voz de afuera. “¿Dónde están mis zapatos?”, pregunta Xenia. ¿Para qué querés los zapatos?", dice
Sendic. Patea la puerta, se tira al suelo en el corredor y comienza a disparar su pistola. Desde la calle reanudan las rá-
fagas cortas. Un megáfono se hace sentir por encima del tableteo de los disparos: “No sigan, entréguense de una vez”. A
su vez, Ramada saca la mitad del cuerpo por la puerta y dispara su pistola. Adentro, Sendic cambia el cargador de su
45. Se hace un silencio y el megáfono vuelve a proponer que se rindan. Sendic se tira nuevamente sobre el piso y saca
medio cuerpo sobre el corredor, “Pará, que todavía vamos a tirar unos tiritos”, grita, dispara toda la carga, y retorna a la
pieza. “Ustedes van a salir”, anuncia Sendic. “¿Pero cómo, te vas a quedar solo?”, protesta Xenia. “Yo sigo peleando”,
dice Sendic […] Xenia lo abraza y sale. Al final del pasillo la toman del pelo, la aplastan contra la pared, la cachean, le
preguntan quién es, cómo se llama. Desde detrás del reflector la voz ordena: “Sigan saliendo”. Desde el fondo del co-
rredor, la voz contesta: “Voy a seguir peleando”. “¿Vas a seguir peleando?”, repite el megáfono. “Sí. Todavía me quedan
unos tiritos”, dice Sendic, y Xenia piensa: “Quiere que lo maten”. De nuevo explota el estruendo. Con la cara contra el
suelo, Ramada casi no distingue, entre las ráfagas, los disparos de la pistola del Bebe. Alguien le grita en el oído:
“¿Quién es el que está adentro?”. Cuando se produce un silencio, Xenia llora contra la pared y se dice: “Lo mataron”.
Pasan unos minutos, hay gente que corre por el corredor y al rato dos marinos, un oficial y un cabo, regresan arrastrando
el cuerpo de Sendic. Xenia ve que sangra, pero no se da cuenta dónde es la herida. Pretenden pararlo, pero Sendic se
cae. “Después el enfermero del Fusna me contó que se salvó porque quedó boca abajo.”» Blixen, 278 y 279.
120 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
piamos a los delincuentes, con las armas en la mano, del escenario nacional; ahora nos
toca seguir con quienes comenten ilícitos económicos”.» 225
David Cámpora narra un diálogo con sus torturadores que seguramente, al igual que muchos
otros de este tipo, también ayudó a desencadenar el proceso de los ilícitos:
«–Ustedes me dan la máquina a mí, pero con ellos no se animan; no se atreven a dársela
a los peces gordos, a los oligarcas que roban al país.
–¿Cómo que no se las damos?; se la damos sí.
–¡Qué se la van a dar!; ustedes son unos cobardes: me la dan a mí, pero con ellos no se
atreven.»226
Algunos miembros del ejército parecían dispuestos a detener a los «oligarcas que roban al país»,
y para eso pidieron los datos que tenían sobre ellos los tupamaros u otros intelectuales, que por
ejemplo escribían en las publicaciones de izquierda sobre «la rosca» –banqueros, financieras y per-
sonajes como Jorge Batlle y Peirano Facio, acusados de estar vinculados a negocios corruptos–.
Marenales, Ettore Pierri, Vergara y Lucía Topolanski fueron algunos de los presos con los que ha-
blaron los militares interesados en investigar los ilícitos económicos. La primera condición que estos
prisioneros pusieron a los responsables del Batallón Florida fue el cese inmediato de las torturas; y
cesaron allí y en otros cuarteles. La segunda fue la creación de un gran equipo de presos –compues-
to por economistas, bancarios, periodistas…– que pudieran aportar datos para la investigación. Los
militares les dieron una lista con los nombres de muchos detenidos y sus respectivas profesiones, y
entonces se pusieron manos a la obra:
«El trabajo consistía en traer información, obtenerla, estudiarla, extraer de ahí nombres de
presuntos implicados en fraudes o en ilícitos y a partir de eso, instrumentar operativos
cuyo objetivo era agarrarlos presos. Ahí estaban todos, piensen en los nombres de los polí-
ticos y empresarios de la época y puedo asegurar que estaban todos, obviamente Jorge
Batlle, Peirano, Manini, los dueños de los frigoríficos, todos.
El planteo de los militares fue en un principio un poco superficial, venía uno y te decía: “Hay
un tipo, que tiene una exportadora de franfruters, es un hijo de puta, debe comprar caballos
muertos...” Yo les planteaba que podía ser que fuera estafador, pero que estaba muy por de-
bajo de la cosa, que había nombres más importantes, que estaba el asunto de la industria fri-
gorífica, los frigoríficos extranjeros y entonces ellos empiezan a interesarse y aprender sobre
esos temas. Venían y te decían preguntas increíbles: “Vo, cómo es eso de la plusvalía”.»227
El operativo Fogata fue el primero que se ejecutó. Consistió en la investigación, por parte de algu-
nos presos políticos, de varias compañías de seguros que actuaban de forma ilegal y la detención,
por parte de los militares, de sus gerentes. Cuando Bordaberry se enteró de esto último envió a un
oficial al Batallón Florida para que diese la orden de dejarlos en libertad inmediatamente. Cómo es-
tarían las cosas en aquel ambiente pregolpista que los mandatarios del batallón no sólo se negaron a
acatar las órdenes del presidente, sino que pusieron preso a su delegado personal. Tras tires y aflojes
los oficiales decidieron no amotinarse contra el jefe supremo de las FFAA y dejar a su delegado y los
gerentes en libertad.
Por esa época, el coronel Caballero manifestaba:
225. Caula y Silva, 79.
226. Caula y Silva, 84.
227. Testimonio de Ettore Pierri, Caula y Silva, 189 y 190, en el que señala que no sólo se dio este fenómeno en el Batallón
Florida: «La experiencia del Florida se estaba repitiendo, sobresalía Punta Rieles, La Paloma, uno de los regimientos de
caballería y además, aunque no en todos los cuarteles se hicieron grupos de estudio, o de trabajo, de todas formas la ofi-
cialidad participaba, porque venían a las reuniones generales e incluso gente de la marina y la aviación».
Conflicto social 121
«Hay tres clases de tupamaros: los idealistas, los delincuentes y los héroes. A uno de ellos
le pregunté por qué era tupamaro y no supo qué decirme. Ese es un delincuente común.
Los otros sí son un caso serio y es un peligro mantenerlos en contacto con los militares
porque los terminan convenciendo de lo que quieren». 228
Pero si los tupamaros y otros presos políticos ejercían cierta influencia en la tropa, algunos jerarcas
militares, «progresistas», lo hacían con miembros del MLN. Fenómeno que no empezó ni acabó en
1972 y menos aún con las negociaciones. Hay que recordar que en el secuestro de Dan Mitrione, Pa-
checo ya negoció con los tupamaros.229 En 1968 varios dirigentes sindicales se reunieron con te-
nientes para platicar sobre el porvenir del país, y seguramente esa tampoco fue la primera vez.
En América Latina, ciertos sectores militares siempre han estado en relación con los partidos de
izquierda. Vivián Trías, miembro del PSU, formó parte del grupo asesor de Velasco Alvarado; las re-
formas realizadas por este jefe militar en el Perú hicieron que una parte de la izquierda uruguaya,
entre ellos varios tupamaros, pensara que era posible conseguir la soberanía económica y la justicia
social del país con la actuación de las FFAA en la política nacional. Esta izquierda reformista, que
también tenía en su programa medidas que se adoptaron en Perú –nacionalización de ciertas indus-
trias, fin del latifundio en provecho de la pequeña propiedad de la tierra...– empezó a buscar a los
oficiales «peruanistas» que pudieran haber en la estructura castrense de Uruguay. Algunos miem-
bros de esta izquierda, de la cual una parte se encontraba derrotada militarmente, empezaron a ver
que la única salvación del país se daría si los militares «peruanistas» desbancaban a los que estaban
comprometidos con «la rosca» oligárquica nacional y con el proyecto de la burguesía de EEUU y las
medidas del FMI. Derrotado el movimiento proletario, para muchos aparecía la última esperanza:
una fracción del ejército nacionalista y «progresista», influenciable además por las ideas de justicia
social de los luchadores sociales.
Al mismo tiempo, ciertos jerarcas castrenses veían que, para sacar al país del callejón sin salida,
era necesaria su alianza con ciertas fuerzas de izquierda230 y aunque algunos presos se negaban a
ayudar a los militares en lo de los ilícitos, otros estaban dispuestos a decir qué era un ilícito, cómo se
producía e inclusive algunos señalaron nombres y dieron datos.
En una lucha entre burguesía y proletariado las FFAA son el principal garante de la primera, sin
embargo algunos luchadores sociales pensaron que parte de los militares, como cuerpo que no se
beneficia de los negocios de la clase dominante –al menos como ésta– podían primero volverse real-
mente neutrales y luego empuñar las armas contra la burguesía. Algo parecido llegaron a pensar al-
gunos militares con respecto a los tupamaros cuando les preguntaron en el cuartel La Paloma si es-
228. Caula y Silva, 85.
229. En 1971, los tupamaros proponen un programa mínimo al gobierno, en el que se plantea una salida a la crisis del país y
la libertad de presos. Huidobro asegura que el secuestro de Mitrione «fue el primer intento de negociación planteado por
el MLN al Poder Ejecutivo, al Parlamento y a los partidos políticos, bajo el régimen dictatorial de Pacheco». Por otra
parte, Oscar Lebel recuerda que «los tupamaros se contactaron con Pacheco para que se llegara a las elecciones». Re-
cordemos también que varios políticos, sobre todo de izquierda, dialogaron con los tupamaros para que se cumpliera la
tregua electoral. Oscar Lebel, con respecto al alto al fuego, insiste en que «todos los oficiales de alto nivel fueron consul-
tados por los tupamaros. En última instancia, la tregua armada no es ninguna novedad ni en este país ni en ningún lado.
En todos los lugares hubo treguas».
230. Yessie Macchi recuerda que «una serie de oficiales en el Batallón Florida conciben la idea de una negociación en la cual
se podían unir algunas fuerzas de izquierda –como el MLN– con fuerzas nacionalistas de las fuerzas armadas para
buscar una salida al callejón en que se encontraba la situación del país. Ese grupo de oficiales se conecta con Trabal, ob-
viamente necesitaban un oficial superior que los respaldara, y Trabal en esos momentos, prácticamente era el secretario
de Álvarez. De modo que Trabal consigue el consentimiento de Álvarez para entablar una serie de charlas con compañeros
de dirección que estaban presos y a través de ellos, con la dirección del MLN que estaba afuera. Cuando las negociaciones
fracasaron Trabal decide trabajar junto con algunos compañeros en lo que eran los ilícitos económicos». Caula y Silva, 92.
122 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
taban dispuestos a defender con las armas en la mano esa unidad, dispuesta a acabar con la «ros-
ca» corrupta del país, si la atacaba otra unidad comprometida con dicha corrupción.
Hoy resulta sorprendente que un sector de los luchadores sociales confiaran en las FFAA, pero en
aquel entonces fue posible debido a la idea de que el proletariado sólo puede vencer por un desmo-
ronamiento o divisionismo en las fuerzas del orden, y por el populismo izquierdista castrense desa-
rrollado en los sesenta y setenta en América Latina.
«–¿Los tupamaros tuvieron expectativas en los oficiales con los que negociaban?
–Expectativas en algunos casos hubo, porque además existieron esos peruanistas. Los
hicieron moco también –responde Huidobro–. Había contradicciones en el seno de las
FFAA, y que son Seregni, Licandro... Hoy había uno de aquella época, de la fuerza aérea,
tomando grappa con nosotros. Eran oficiales legalistas, constitucionalistas, de izquierda
algunos, revolucionarios. Camarca, Mariguela, Tusio Lima en Guatemala, Velasco Alva-
rado, Torres en Bolivia231 son todos militares.232
–¿Pero en 1973 ya no tienen expectativas, no?
–No, ahí ya no. En el año 73 los comunistas levantan toda una línea en la que centra-
lizan las principales expectativas en eso. En Argentina declararon que Videla no era fas-
cista. Todos los partidos comunistas de América Latina, incluido el cubano. Porque claro,
el proveedor de trigo de Argentina era la URSS. El PC era legal cuando estaban desapare-
ciendo treinta mil compañeros.»
Horacio Tejera, siempre tan crítico, habla de ingenuidad de los tupamaros en la segunda fase de
las negociaciones, la de los ilícitos económicos:
«Es de bebes de pecho, pensar que el enemigo que los tenía presos, se iba a aliar con ellos
para hacer lo que ellos querían. Una megalomanía. Ese tema lo manejaban sólo los tupa-
maros.
–¿Y como reaccionaba la otra gente?
–Mirá, era un cague de risa, adentro y afuera de la cana. Estaban buscando con una
lupa a los peruanistas en los cuarteles, para ver a quién le iban a largar todo. […] Nosotros
[los anarcos y otros grupos intransigentes] les cantábamos “no rompan las bolas, no
rompas las bolas, con los milicos piolas”.» 233
«Te decían que no había que hablar contra los milicos –asegura Juan Nigro–. Que estaban
231. Juan José Torres fue comandante del ejército tras el golpe militar de 1969 en Bolivia, llevado a cabo por una Junta de
Comandantes para formar un gobierno de unidad nacional integrado por militares y civiles, de tinte nacionalista y an-
tiimperialista. Ésta realizó proclamas a favor de la justicia social, de la auténtica independencia nacional, y prometió
una profunda transformación de las estructuras económico-sociales con el fin de acabar con la miseria. Nacionalizó la
Bolivian Gulf Oil, derogó la ley antisindical, destinó recursos militares para la alfabetización de toda la población, resta-
bleció relaciones con la URSS y mayores vínculos con los gobiernos militares de corte nacionalista de Perú y Panamá.
232. Huidobro en La Tregua Armada, 176, es más autocrítico que en esta entrevista y reconoce: «Nuestro error en 1972 fue
haber creído que era posible influir sobre un sector grande del ejército. Los antecedentes que citamos anteriormente y
ciertos hechos que transcurrían ante nuestros ojos, daban para pensar en ello. Nos equivocamos. La experiencia enseñó
que si bien es necesaria y debe ser permanente la labor política e ideológica en el seno de las FFAA, las fuerzas populares
no debemos hacernos ilusiones en cuanto a lograr, en base a ello, ganar para el pueblo a sectores importantes y orgá-
nicos de las FFAA.
Éstas están concebidas y montadas de tal modo que la rosca dominante nunca va a perder su control. Otra cosa sería
suicida. Dicho aún más claramente: ellas son la garantía real y de última instancia que tiene la rosca para cimentar sóli-
damente su poder. Lo que sí es dable esperar es que individuos...».
233. Opinión parecida tuvo Alberto Mechoso cuando en aquel entonces fue preguntado al respecto.
«P. –¿Entonces tú no crees que los militares uruguayos puedan llevar a cabo una política antioligárquica?
R. –Pero si son los políticos y los oligarcas los que les dan cierta carta blanca a los verdugos: la entraña misma del ré-
gimen capitalista se muestra en la mugre de las salas de tortura. Yo no creo que se pueda confiar en torturadores como
Belén, del cuartel de San Ramón, que castiga borracho, o Legnani y Camacho, del Batallón Florida, que implantaron las
técnicas que yo mismo padecí en otros cuarteles, o el mayor Suaya, un “peso pesado” que ahora está de subjefe en el
Conflicto social 123
siste, no te cuenta nada. Muere como un héroe. También lo vi en los delincuentes co-
munes. Ellos no entendían por qué nos hacíamos matar por ciertas cosas que ellos las
contaban enseguida. Pero cuando les preguntaban dónde tenían la plata escondida se ha-
cían matar y no contaban nada. Los valores no son los mismos para todos los seres hu-
manos. Ni la firmeza ideológica es la misma.
Nosotros vimos torturar horriblemente a un contador de varias empresas. Y no cantó, y
estaba defendiendo la plata de otros burgueses, pero eran sus clientes. No dijo nada. Lo
deshicieron. [Él], como los anarquistas [de antaño decía] non saco niente, lo tuvieron que
dejar en libertad e hizo una fiesta a todo lujo e invitó a todos sus clientes. Y sus clientes [lo
felicitaban]: “Stegma, éste es un contador”. Le deben haber agradecido muy bien. Era una
garantía ese hombre. Debe de estar en su palacio en Punta del Este recordando cuando lo
torturaron y que gracias a cómo soportó esa tortura hoy vive la gran vida. Porque hay hé-
roes en todos los terrenos. El problema de los cojones no es monopolio de nadie.»
El testimonio de Montero es profundamente crítico con algunas actitudes de los tupamaros que
colaboraron en el combate contra los ilícitos económicos, asignada oficialmente a las FFAA el 4 de
octubre:
«Es una cuestión visceral. El tema es que no puede ser que unos están siendo torturados y
al mismo tiempo hablando de política en otro lado para que decir que van hacer esto y lo
otro. No sé como lo vivís tú, pero yo soy un tipo muy espontáneo. ¡Que se vayan a la mierda!
–¿Pero no era que una de las condiciones impuestas por el MLN para empezar a hablar
era que dejasen de torturar? Y de hecho se dejó de hacerlo.
Sí, pero después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la
tortura. Recuerdo que dentro del Batallón Artillería 2, viví la tortura de civiles de la derecha
y a eso me opuse. El contador de Peirano fue defendido por mí dentro de la Artillería 2. Le
daba un Largatricien para que quedara con una borrachera que no se podía ni mover y lo
traían todas las noches y “ble, blabblblblablu” y no podían reventarlo porque no podía
decir ni una palabra. Al otro día se mejoraba y le metía otra, y así cada vez que lo iban a
llevar a la máquina... Al final se lo tuvieron que llevar a otro lado, porque ahí no lo pu-
dieron torturar más. No torturarlo, ni tocarlo ya.
Y lo que no puede ser es que hubiese compañeros nuestros haciendo, digamos, de so-
porte asistencial a los torturadores y preguntando. Y eso para mí, que me disculpen no lo
paso ni lo dejo pasar, lo denuncio. A mí que me digan que se va a cimentar un gobierno de
concentración nacional con esa mierda de gente. ¡Que se vayan a la mierda!, atrás de ellos
iba yo muerto, así de claro.
–Y los interrogatorios de la Cárcel del pueblo, ¿sólo eran charlas?
Sí, eso no tuvo nada que ver con lo que vino después.
–No eran interrogatorios duros ¿no?
No, eran cambio de impresiones, más o menos tedioso. Pero lo otro fue distinto. No
pude participar en eso, era infame. Le dije al contador Busca: “los problemas entre tú y yo
los arreglamos después afuera, pero aquí tenemos que salir todos: tú y yo, y cuando sal-
gamos todos, si corresponde cuestionarte esto y esto, lo haremos a través de la justicia or-
dinaria si corresponde”.
Además el tema del dinero que iba y venía de Argentina era un fenómeno más complejo
de lo que se entendía. Es el capital en sí. Reducir eso a Batlle, Peirano y Busca me parece
una imbecilidad. Ahí estaban mezclados muchos intereses y capitales mucho más impor-
tantes que los de ellos.
–¿Y se torturaba a otros militantes detenidos no integrantes del MLN, del grupo nego-
ciador?
126 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Diecisiete días después, un grupo de «locos» detenía al propio Jorge Batlle y allanaba su domi-
cilio a causa de un discurso «por ataque a la fuerza moral del ejército con agravante de “Situación de
peligro”».236 Los ministros Forteza, Sanguinetti y Pintos Risso renuncian a sus cargos por esa deten-
ción, al mismo tiempo que se realizan caravanas espontáneas de partidarios de J. Batlle recla-
mando su libertad.
Para finalizar este apartado, es importante aclarar, que este desesperado proyecto de los dete-
nidos y derrotados prisioneros políticos (y no se hace referencia al innombrable Amodio Pérez) de
enfrentar a las FFAA contra los grandes burgueses ultrareaccionarios y corruptos como Peirano
Facio, también se siguió dando a la inversa. Estos burgueses, para salvarse, buscaron enfrentar al
Frente Amplio con los militares que investigaban los ilícitos; y a las FFAA contra los luchadores so-
ciales con el objetivo de que el centro de conflicto volviera a ser el de antes y les dejaran a ellos en
paz. Un documento interno, con fecha del 1 de diciembre, del Partido Colorado, línea quincista,
aconsejaba:
«2) Impulsar a la justicia ordinaria en la represión de los ilícitos económicos, con lo que
sustrae a las FFAA una actividad que indudablemente hará crecer su prestigio. 3) Usar al
Frente Amplio y desgastarlo contra el ejército, creando situaciones que hagan inevitable la
tortura, promoviendo choques con sindicatos y estudiantes y haciendo aparecer a las
fuerzas armadas como tiránicas. 4) Estudio de jefes que puedan asumir liderazgos y que
al mismo tiempo sean manejables. Apoyar disimuladamente a éstos.»237
A fines de 1972, el MLN está derrotado militarmente.239 El régimen y sus guardianes consiguieron
236. Parte del polémico discurso de Jorge Batlle es el siguiente: «Si fueron por cuenta propia y por consejo de Amodio Pérez
dan pauta de que alguna gente puede decir verdad cuando dice que hay contacto permanente entre algunos ideólogos
de la sedición y alguna gente les ha hecho creer un poco las razones que la sedición aducía para matar oficiales y para
matar a civiles y para secuestrar gente. Y si fueron orden superior, entonces tienen que hablar claro. Máxime, cuando
este hecho y otro hecho similar, que un oficial fue al Palacio Legislativo acompañado de un sedicioso a buscar un docu-
mento, fueron denunciados públicamente por un senador de la República, el señor Vasconcellos» Demasi y Rico.
A Alberto Mechoso, cuando era torturado, le anunciaron la inminente detención de Jorge Batlle. «El comandante del
Quinto de Artillería, Washington Varela, reunía a todos los presos par decirnos que él era el responsable de todas las tor-
turas y que eran necesarias para liquidar a los grupos revolucionarios “y entonces empezar a combatir a la oligarquía”.
Este demagogo nos anunció la prisión de Jorge Batlle, “un político ladrón de mi país, agente de la oligarquía” algunos
días antes de que se produjera. Cuando prendieron a Batlle, el comandante Varela se paseaba ante nosotros como si
fuera un héroe.
P. –¿Y Batlle también fue torturado?
R. –Como decimos allá, entre bueyes no hay cornadas. Cuando salió del cuartel, Batlle declaró a la prensa: “Pasé veinti-
cuatro días haciendo tareas muy interesantes. Fueron una especie de vacaciones. Todos los años uno debería poder
pasar una temporada así”. www.nodo50.org/fau/Revista/ll/ll4/Lucha13.htm
237. Demasi y Rico.
238. VVAA, 1981, 55.
239. El 14 de abril de 1972 el MLN cayó en una emboscada que le tendieron el gobierno y las fuerzas armadas y el golpe fue
tan devastador que en siete meses la estructura militar de los tupamaros quedó desarticulada, herida de muerte. Por
cierto, el ejército y los cuerpos represivos de la policía hicieron bien su trabajo, pero nunca hubieran obtenido el resul-
tado que recogieron si no fuera por las profundas contradicciones, las desviaciones, las desprolijidades y las frivolidades
que como un cáncer venían comiendo el cuerpo de la guerrilla, úlceras que quedaron expuestas al primer golpe. Una de-
rrota siempre es, antes que nada, consecuencia de los errores propios más que de los aciertos del enemigo». Blixen, 234.
Conflicto social 127
llevar a cabo su plan paso a paso, primero aislándolo del movimiento popular masivo, y luego gol-
peándolo ferozmente. Consiguieron enfrentarse al movimiento de liberación nacional y social de
aparato a aparato, terreno en el que siempre tiene las de ganar el aparato más potente a no ser que
se desintegre por alguna razón (deserciones, derrotismo, desestructuración, traiciones...), aspecto
que tuvieron en cuenta los tupamaros, pero sin éxito.
En el aislamiento del MLN y la ausencia de participación masiva de luchadores sociales en la lu-
cha armada tiene su cuota de responsabilidad la propia organización, ya sea por sus postulados fo-
quistas más que insurreccionalistas, como apuntan algunos, o por privilegiar la organización arma-
da centralizada en defecto de la autonomía armada y difuminada, como dijeron otros.240 Está claro
también que hubo un concepto equivocado de la temperatura social, una estimación de las condi-
ciones objetivas y subjetivas que llevó a pensar que la lucha armada se iba a propagar con más fuer-
za y en mayor cantidad de gente.
Pero hay que aclarar que lo que ahora pudiera parecer una locura –la victoria armada de los tupa-
maros y otras fuerzas proletarias–, en ese entonces era algo que se veía viable, tanto en el campo de
los trabajadores, y más aún en el de los estudiantes, como en el de los burgueses, agentes del orden
y políticos. Tanto es así que varios individuos de estos dos últimos sectores, entre 1969 y 1971, tu-
vieron varias entrevistas o aproximaciones amistosas con los tupamaros para tantear qué les podía
pasar, social y personalmente, si el MLN llegaba al poder.241
El año 1972 significó la derrota general, consolidada en julio de 1973, del proletariado.242 En los
años anteriores no era tan fácil atacar a un sector específico sin atacar a toda la clase. La congela-
ción de salarios, el aumento del precio del transporte y las sucesivas violaciones de la autonomía
universitaria eran ataques a toda la clase trabajadora, y como tales fueron respondidos. A partir de
1972, al no haber la suficiente solidaridad y fuerza, es más sencillo para las FFCC, en representación
de la burguesía, asumir la lucha en frentes aislados. De esta manera, las fuerzas represivas pudieron
fijarse siete objetivos: seis de destrucción del movimiento popular y uno que tendería a asegurar el
desarrollo capitalista. Los seis primeros fueron claramente cumplidos, y el séptimo lo fue de forma
relativa. En menos de un año el movimiento de lucha queda menguado: las organizaciones armadas
al borde de la desaparición, la mayoría de los grupos y militantes reprimidos, presos o vigilados per-
manentemente, y la población en general con el miedo en el cuerpo.243
240. «Lo que explica que nunca se generalizó la lucha armada es que todo el esquema que se propagandeó era que esto era
tarea de una organización y no de la gente, de un aparato y no del armamento insurreccional del proletariado –concluye
Juan Nigro–. Fue esto lo que más desarmó: todos pensaban que nadie podía hacerlo mejor que “ellos” (los tupas). La
táctica aparato contra aparato provoca necesariamente esta consecuencia.»
241. Hasta el jefe del sector policial Inteligencia y Enlace, Otero, tras un duro interrogatorio, le dijo a su detenido –uno de los
entrevistados– para cubrirse las espaldas: «No me guarde rencor muchacho, yo soy un profesional, un mero técnico,
que hoy sirve a este régimen pero que en el futuro quien sabe sino les serviré a ustedes. Tenga en cuenta que Lenin man-
tuvo en el poder a muchos funcionarios zaristas».
242. Es más acertada las afirmaciones de este tipo que afirmar que la derrota del MLN y de otras organizaciones en las que los
proletarios luchaban contra el régimen fue unicamente militar. En este sentido Clara Aldrighi (página 44) señala: «El
conflicto con el estado fue perdido por el MLN. La derecha autoritaria, ocupando puestos clave del poder estatal, tuvo la
capacidad de reprimir, limitar y finalmente, mediante el cambio de régimen político, eliminar a la organización de la es-
cena política hasta 1985. El triunfo de la dictadura en 1973 significó un fracaso de la democracia liberal, pero también
de la guerrilla y del movimiento obrero y popular organizado».
243. En el libro La Subversión, las FFAA aseguran que a mediados de noviembre de 1972, la campaña militar antisubversiva
lanzada por ellos a partir del 15 de abril de ese año, prácticamente había terminado. La detención de casi tres mil inte-
grantes –los simplemente arrestados fueron muchos más– de la «organización sediciosa» y la destrucción de su infraes-
tructura militar así lo confirmaba. Si bien las FFAA muchas veces etiquetaban a un militante de otros grupos como perte-
128 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Uno de los factores que ayudó a la derrota militar y organizativa del MLN y de otros grupos fue la
traición. El caso más famoso, por ser el que –al parecer– más daño hizo al movimiento proletario y
en concreto al MLN, fue el de Amodio Pérez, dirigente comandante y fundador de los tupamaros.245
También fue muy importante la ayuda que le dieron, entre otros, Alicia Rey –pareja del anterior– y
Píriz Budes.246
Las denuncias de la población, el vecino, el profesor..., fueron muchas menos que las que dicen
haber tenido las FFCC. Existieron, pero no fue algo generalizado aunque, como es lógico, la historia
oficial dijera lo contrario.247
Amodio Pérez fue un personaje tan oscuro como su pseudónimo, Negro, que ayudó a las FFCC, no
sólo denunciando a sus antiguos compañeros del MLN sino también a burgueses corruptos y a políti-
cos que habían mantenido contactos con los tupamaros como fue el caso de Erro. Este político a raíz
de esta denuncia se verá implicado en un pedido de desafuero, episodio que, de alguna manera,
acelera el golpe de estado. No se sabe cuándo empieza a colaborar Amodio pero lo detienen el 25 de
febrero de 1972, cuando había perdido gran parte del poder que llegó a tener en el MLN siendo el co-
mandante de la Columna 15.248
J. C. Mechoso conoció a Amodio en la huelga de gráficos de fines de los sesenta y asegura que «era
un tipo normal, piola, muy bueno en cuestión de operativos y bastante débil en cuestiones teóricas y
políticas». Dice que como la derrota «fue muy pero que muy dura para muchos tupamaros y las luchas
en la dirección del MLN eran encarnizadas, fratricidas, de odio muy fuerte, tal vez por ahí se pueda en-
contrar la explicación». Bravío apunta: «Cayó en un momento en el cual estaba muy mal, realmente
mal, había sido dado de baja de la organización tres o cuatro días antes, así creo que al caer vendió
la información por su seguridad»; en cambio otro da como explicación los acuerdos políticos con las
neciente al MLN, lo cierto es que los detenidos, si bien no eran todos del MLN, estaban prácticamente todos comprome-
tidos de una u otra manera con la lucha social y armada.
244. «Por qué cantamos», Benedetti, 1986, 76.
245. La vinculación de este personaje con los tupamaros data desde la expropiación de armas del Club de tiro, en 1963, ope-
rativo que marca el inicio de la lucha guerrillera en Uruguay.
246. Este sujeto, de alias Tino, para varias fuentes era, en realidad, un infiltrado de la policía. También tuvo sus responsabili-
dades en la dirección y para muchos su colaboración con las FFAA fue inclusive más perjudicial para el MLN que la de
Amodio. En el siguiente fragmento de Blixen, de la página 223 de su libro sobre Sendic, se observará el error que puede
suponer que un desconocido pase a ser dirigente en apenas doce meses. «Aquel laburante desocupado que en junio de
1970 era un simpatizante periférico proveniente del Partido Socialista a la búsqueda de un contacto para ingresar al
aparato, que pedía humildemente un puesto de lucha en la Columna 15, un año después ya estaba en niveles de direc-
ción, o sustituyendo al ruso Rosencof en la atención de la Columna 70 y del 26 de Marzo, cuando éste viajó a Chile y
Cuba». Además, escribió un informe en el que acusaba a Benedettí de pertenecer al MLN y a Viglietti de participar, inclu-
sive, en algún operativo, hasta que por ser una personaje tan famoso se decidió que no lo hiciera más. Acusaciones que
nunca fueron probadas y que ni siquiera la jurisdicción militar tuvo muy en cuenta.
247. «La total colaboración de la población con las autoridades que se puso de manifiesto por las continuas denuncias que
permitieron golpear y destruir hasta los últimos reductos a las fuerzas que eran armadas desde el exterior y que preten-
dían imponer una ideología marxista.» Consejo Nacional de Educación, 213.
248. En 1969, cuando él dirigía «la Columna 15 no daba mayores problemas, era eficiente y tenía un ritmo impresionante de
crecimiento. Para cuando los “viejos” confirmaron la autonomía táctica en manos del Negro (Amodio Pérez) y la Negra
(Alicia Rey) se había transformado en una cuestión de poder autónomo, en un feudo, el problema había adquirido una
dimensión ingobernable, y no quedaba claro cuál era el pedazo más grande, si la Columna 15 o el resto de la organiza-
ción» Blixen, 170.
Conflicto social 129
FFAA. El que pensara: «éstos tienen mejor línea» lo lleva a colaborar, a entregar la cárcel del pueblo, et-
cétera. Este mismo entrevistado explicaba que como Amodio Pérez era «fierrerero» como pocos y
pensaba que todo se arreglaba a los fierros, al ver que las FFAA tenían más se alió con ellos.249
La rabia de los tupamaros con respecto a Amodio no es porque se quebró y cantó. Dijo todo,
«cantó hasta la Marsellesa» –como se decía entonces– y, no contento con eso, dirigió operativos
para capturar tupamaros vestido de capitán.250 En una ocasión un tupamaro se lo encuentra por la
calle y, creyendo que estaba camuflado para hacer alguna acción, lo saluda discretamente, con
complicidad. Pero Amodio le apunta con su pistola y le dice que está detenido. «No jodas, Negro» le
pide su atónito «compañero». Pero no bromeaba, el tupamaro fue arrestado y torturado, y tuvo que
cumplir una larga condena.
«Sí, ya sé que la venganza vendrá con la victoria
y que como es leyenda
los cuarteles serán convertidos en escuelas
que la reforma agraria dejará de ser cuento
que las chimeneas jugarán en primera
y el lápiz y el papel
recorrerán los cuatro puntos cardinales
y no habrá en ningún lugar de la patria
un gurisito con hambre
ni uno solo
y que precisamente ahí
justo ahí
estaremos sanando a los heridos
aliviando a los torturados
velando los camaradas caídos
Eso ya lo sé.
Para qué entonces
el viejo Lenin y su calva
y sus gauchos de izquierda
Pero que querés que te diga.
249. Hay que tener en cuenta que Amodio declaró en referencia a la publicación de un libro lleno de datos sobre tupamaros:
«Y aparte, es una operación económica brillante, que me permite crear un Movimiento de Liberación Nacional nuevo,
sin la nefasta dirección de Sendic, y ahora descubrimos que puede también ser integrado por militares dentro de los
cuales hay auténticos revolucionarios, con un profundo sentido nacionalista. Y vos sabés, sin dinero no se hace absolu-
tamente nada». Entrevista de Fasano. Silva y Caula, 263.
Para entender más la terrible transformación de Amodio, se recomienda leer el ensayo novelado de Hugo Fontana, titu-
lado La piel del otro.
250. «El efecto de la traición de Amodio se siente inmediatamente. La dirección y decenas de clandestinos que permanecían
en El Papagayo deben evacuar, preventivamente. «El Bebe salió solo, y el Pepe se fue en bicicleta, vestido con un
“overol” [mono de trabajo], recuerda Sonia Mosquera, pero una veintena baja a los caños y se mantiene allí, a la espera.
«Durante dos o tres noches, un compañero subía a la cantina y traía comida, todo parecía normal; estuvimos a punto de
regresar, cuando una noche, desde distintas tapas, iluminan hacia adentro. Estábamos rodeados. Los milicos arrojaron
gases en los caños. Primero comenzamos a vomitar y después nos desmayamos; los que iban adelante recibían aire
fresco, no sintieron tanto el efecto de los gases y pudieron ayudarnos. Estuvimos cerca de diez días abajo, mientras se
organizaba el rescate. Comíamos barras de chocolate que nos arrojaban desde arriba. Arriba, el ejército allana la can-
tina: Amodio en persona dirige a los soldados hasta el berretín; sabe que no encontrarán a nadie, todos habrán eva-
cuado hacia el caño seco. Pero Amodio supone que allí, en los caños, está toda la dirección, no imagina que Sendic, Ma-
renales, Engler y Mujica se arriesgaron a salir caminando por la calle. De modo que, personalmente, castiga e interroga,
en el baño de la cantina, al Piloto, uno de los militantes que da cobertura como trabajador de la cocina. El Piloto no re-
vela la ubicación del caño seco, así que el ejército acordona toda la zona y comienza a disparar granadas de gases por
las alcantarillas. El Piloto es conducido al Batallón Florida; es el primero que tiene las pruebas de la traición de Amodio,
pero no puede contarlo hasta mucho después, porque queda rigurosamente incomunicado en el cuartel». Blixen, 255.
130 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Yo al Amodio
al amodio y a todos los traidores
los haría harina
moco
mierda
Eso mierda.»251
Los tupamaros detenidos fueron a parar a los cuarteles y los penales –Libertad, en el caso de los
Restos del avión estrellado. Este accidente aéreo ocurrido en los Andes fue llevado
al cine en la película titulada Viven.
hombres y Punta Rieles, en el de las mujeres–, donde fueron brutalmente torturados. Tiempo des-
pués, los dirigentes históricos del MLN serían dispersados y aislados, en condiciones severísimas,
por diferentes unidades militares, bajo la calidad de rehenes.252 Muchos luchadores sociales reque-
251. Poema anónimo escrito en el penal de Libertad. VVAA, 1981, 62. Por todo este papel Amodio «fue y será boleta», de ahí
que aún esté escondido en algún rincón del mundo. Hace muchos años, cuando aún gobernaban los militares en el Uru-
guay, se le vio en Madrid. Y los tupas en el exilio, como antaño, prepararon una acción de embargadura: su ejecución.
Fueron hasta la capital del estado español tupamaros de todas partes, entrando armas cortas desde Francia, pero no lle-
garon a verlo, ni lo vieron nunca más.
252. La razón de tener rehenes no era sólo el castigo y destrucción de la dirigencia tupamara o el temor a la influencia de ésta
sobre oficiales y soldados, sino el tener una medida de fuerza, los históricos del MLN, ante otra posible ofensiva guerri-
Conflicto social 131
ridos por la justicia al no ver condiciones positivas para pasar a la clandestinidad, y/o por miedo a ser
asesinados o torturados, se van del país.
Gran parte de los tupamaros exiliados viajan a Chile, donde gobierna la Unidad Popular: «era una
retirada táctica. Estábamos convencidos que volverían las condiciones» me dijo uno de los entrevis-
tados. Meses más tarde, un buen puñado de ellos entró de forma clandestina a Uruguay para reorga-
nizar el MLN y ayudar a su repliegue.
Y así 1972 llegaba a su fin, atrás quedaba, además de lo ya narrado, el espectacular secuestro de
Molaguero, protagonizado por la OPR 33;253 el gigantesco acto del 1° de mayo; el asesinato por parte
de la policía del estudiante Joaquín Kluver; la incautación de 6 Kg. de marihuana;254 el incremento
de la tasa de natalidad;255 la obra de teatro: Los días de la Comuna de París de B. Brecht, la actua-
ción de Serrat, Troilo, Les Luthiers y Susana Rinaldi en el teatro Solís, y la detención de Viglietti;256 la
aparición de los sobrevivientes del accidente aéreo en los Andes setenta y un días después de la coa-
lición y una vez suspendida la búsqueda; la huelga de hambre de ochocientos policías reclamando
mejoras de alimentación; los 135 casos de meningitis en Paysandú, y la filmación de la película
Estado de sitio, de Costa Gravas, cuyo rodaje se terminó el 29 de julio en Viña del Mar, Chile.
En el plano internacional también destaca la actividad de los grupos armados: el copamiento del
penal de máxima seguridad Rawson en Argentina y la posterior fuga de varios guerrilleros, algunos
de ellos detenidos inmediatamente y asesinados.257
En la olimpiada de Munich, el grupo Septiembre Negro toma la sede de la delegación israelí y re-
clama la libertad de sus compañeros detenidos en Israel. En la acción y su posterior desenlace mue-
ren desde componentes del comando, hasta atletas y policías. En Honduras, el general López
Arellano da un golpe de estado.
Como síntesis de los años 1971 y 1972 se puede afirmar que en este período gran parte del pro-
letariado ve reducidas sus posibilidades de actuación. Por un lado, la burguesía consigue apaciguar
su lucha haciéndolo participar en las elecciones parlamentarias y por otro, logra presentar, y de algu-
na manera transforma, la lucha clase contra clase, en aparato contra aparato. Se impone la disyunti-
va elecciones-lucha armada. En 1971 si uno no participaba en la campaña electoral del FA quedaba
marginado, y en 1972, si uno que había estado criticando el pacifismo legalista de las elecciones no
combatía contra las FFAA, con alguno de los grupos armados, también quedaba relegado. Si bien en
los años 68, 69 y 70 la acción directa, a todos los niveles, y la autonomía de clase fueron muy im-
portantes, en el 71 y 72, el voto y el «fierro» fueron los protagonistas, aunque no los únicos en ac-
llera. Las fuerzas del orden temieron por mucho tiempo una reorganización del aparato militar tupamaro e inclusive una
entrada clandestina de una posible columna militar en el exilio.
253. Narrado por uno de sus protagonistas en el apartado «Organización Popular Revolucionaria 33».
254. Este episodio anecdótico y sin importancia, ocurrido en Rivera el 28 de agosto; se recoge porque resulta sorprendente
que los periódicos de la época y la policía le dieran tanta importancia, estando en plena guerra interna la nación.
Entonces el consumo del cannabis estaba muy perseguido; en la actualidad hay más permisividad pero sigue siendo un
fenómeno delictivo.
255. Dato que se deja para que los demógrafos expliquen porqué en aquella época de crisis económica y social nacieron más
bebés que en los años anteriores.
256. A fines de mayo se rumorea que Viglietti ha sido torturado y lesionado gravemente en sus manos. La muchedumbre
rodea la comisaría, quema neumáticos y un par de automóviles. Siguen las protestas hasta que el cantante aparece en
la televisión declarando que no había sufrido torturas y que no sabe de qué se lo acusa.
257. La fuga se produjo el 15 de agosto de 1972, año en el que el ERP fue uno de los grupos armados más activos del
mundo, protagonizando, entre otras acciones, varios secuestros. De los fugados, seis, los jefes en prisión de ERP, FAR y
Montoneros –las tres organizaciones que coparon la cárcel–, lograron llegar a Chile camuflados en un avión de pasajeros
y otros diecinueve fueron detenidos en la base aeronaval de Trelew y asesinados una semana más tarde.
132 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
tuar; se siguió dando importancia a las manifestaciones, la violencia callejera, las reuniones, la lu-
cha sindical y barrial, la contrainformación, etcétera…
A fines de 1972, cuando el conflicto armado casi había acabado en favor de las FFCC, las masas mi-
litantes volvieron a salir a la calle, con mucho miedo, pero participando en paros y manifestaciones en
repudio de la represión. Se preparaba de esta manera el germen de la huelga general de 1973.
«Antes, por ejemplo –explica Arocena– en los comités de base ocurrían cosas como la soli-
daridad de los comités de base de Pocitos con la huelga de los textiles de la curva de Ma-
roñas, con la “guerra” eso desaparece, la gente que queda en los comités de base es mí-
nima. Cuando hablan las balas, las asambleas desaparecen. A fines del 72 revive la parti-
cipación popular pues la guerra ha terminado.»
Mientras se preparaba el golpe militar, se torturaba en los cuarteles y se perseguían los múltiples
actos de resistencia al régimen, la burguesía –la alta burguesía– seguía disfrutando de sus lujos,
ahora más tranquila que años atrás, cuando operaba la guerrilla y la lucha era masiva. En 1973,
gracias a sus fieles sirvientes, policías y militares, y a toda una serie de instituciones y personali-
dades..., los burgueses podían celebrar sus festejos y ostentar sus riquezas con mayor placer.
Este amplio estudio se ha centrado en la clase explotada, que luchaba por dejar de serlo y se ha
hablado poco de la clase explotadora. Veamos en qué andaban los dueños del Uruguay en pleno
1973. El Día, recogió con detalle una de sus «esforzadas» actividades en Punta del Este:
«En su parte Este, la entrada en el mar de la península, se levanta una de las residencias
tradicionales del balneario: la casona que construyera a mediados del siglo el Sr. Horacio
Mailhos, y su esposa Letizia Ferriolo. Chalet de dos pisos, con jardín en varios niveles, que
se prolonga hasta las rocas de playa Mansa, constituyendo un lugar privilegiado de la
costa uruguaya. En este maravilloso marco se realizó la recepción nupcial de la srta. [...].
Figuras del gobierno y de la diplomacia alternaban en todo los sitios de la residencia. La
esposa del ministro de Ganadería [...] lució modelo de jersey de seda en tonalidades del
blue y verde. La esposa del ministro del Interior con creación de gasa de seda natural im-
primée, rayada en blue, Isabella de Borbón con modelo de crepé verde esmeralda, con
pieza flotante que se desprendía de un hombro, donde se destacaba valiosa joya de esme-
raldas, línea cruzada la bata, y escote en V [...]. La recepción tuvo contornos espectacu-
lares por su magnificencia y refinamiento. Tres grandes mesas dispuestas en los jardines,
bajo listados toldos ofrecieron el agasajo a los invitados. En una de las partes bajas de la
casona se reunió un grupo de jóvenes en la parrillera en torno a jugosas carnes y en la
“boite” bailando hasta el amanecer.»259
Por su parte, los militares, desde noviembre de 1972 y tras el éxito conseguido al vencer a la sedi-
ción armada, intensifican su discurso redentor, de salvadores de todos los males de la nación..., dis-
258. En este mismo capítulo se ofrece el párrafo entero en el que se inscribe esta frase del PC.
259. Nota de la periodista María del Carmen Islas Pastoriza, reproducida por la FAU en su diario Compañeros en 1973, en el
que se afirmaba: «Vivimos horas de definición, nadie puede permanecer aislado, nadie queda al margen de la lucha de
clases, no existe neutralidad».
Conflicto social 133
curso que antecede al protagonismo castrense de febrero y junio. La contradicción dentro de las
FFAA en febrero fue algo parecido a lo que pasó a mediados de octubre del año anterior; crisis y posi-
bilidad de golpe.260
De febrero a junio fue cayendo lo que quedaba de las instituciones llamadas civiles y democráti-
cas. La presencia de las FFAA, con la complicidad de Bordaberry y otros jerarcas del gobierno en el
escenario político y la vida cotidiana, fue constante y prepotente.
Pero en febrero, los militares incrementan sus acciones. El día 9, la armada ocupa la Ciudad
Vieja, las redacciones de algunos periódicos y emisoras de radio desde las que emite varios comuni-
cados, en los que se recogen ciertos puntos de la contra propuesta de pacificación del MLN261 y algunas
aspiraciones reformistas de un sector de los luchadores sociales: reforma agraria, participación obrera
en la gestión de la producción, política exterior independiente y soberana, y creación de fuentes de tra-
bajo.262 Los comunicados escritos para sumar apoyo entre este sector de la población civil fueron los
famosos 4 y 7, destinados también a contentar a los sectores militares considerados más progresistas.
Días después, el 14 de febrero, se establece el acuerdo de Boisso Lanza y se crea el COSENA (Con-
sejo de Seguridad Nacional), integrado por mandos militares. El presidente manifiesta por radio, en
un tono tranquilizador, de que se trata de: «cauces institucionales apropiados para la participación
de las FFAA en el quehacer nacional», encomendándoles «la misión de dar seguridad al desarro-
llo».263 Este acuerdo consolida la adhesión del mando de las fuerzas policiales al ejército y el plan de
la burguesía internacional, sobre todo la de Estados Unidos y sus aparatos de defensa –Pentágono,
CIA–: establecer dictaduras en América Latina para poder instaurar a su vez los decretos del FMI, pro-
yecto que se veía cercano por la derrota del MLN y, en general, del sector armado del proletariado.
Con respecto a la intervención de las FFAA del 9 de febrero, es importante remarcar que gran parte
de la izquierda pensó que los denominados, a partir de entonces, militares febreristas poseían mu-
cha más influencia en la organización castrense que la que en realidad tenían. Gente influenciada,
nuevamente, por la experiencia peruanista de Velazco Alvarado, y de algún modo también, por el re-
surgir del peronismo argentino con su vuelta al poder.
En todas las fuerzas electorales había sectores de apoyo crítico a los militares. Parte de la valora-
260. Episodio bien explicado por Caula y Silva, en Alto al fuego, libro que en la página 171 se cita la siguiente declaración de
Michelini sobre lo sucedido a fines de 1972: «Cuando se dice que las fuerzas armadas se “tupamarizaron”, se emplea
una frase que pretende ser peyorativa. Yo la descarto. Lo que digo es que tras los tupamaros, las FFAA conocieron muchí-
simas de las realidades del país y en el contacto de los cuarteles, tomaron conocimiento de muchísimos problemas que
antes no habían apreciado en su total dimensión. Mucho antes que el gobierno, las propias FFAA y grupos numerosí-
simos de oficiales, se dieron cuenta de que aquellos jóvenes no eran monstruos, degenerados, sinvergüenzas ni malna-
cidos. Eso trajo, naturalmente, la exigencia de reprimir, no sólo la violencia de las armas, sino la violencia de arriba, que
había motivado toda la subversión. Ahí comienza la crisis. Estamos ya en setiembre y octubre de 1972, cuando el Poder
Ejecutivo impidió que los ilícitos económicos se sancionasen de otra manera».
261. «Para sorpresa de algunos, aquel “manifiesto del golpe” recogía ideas desarrolladas en la contrapropuesta de pacifica-
ción del MLN elaborada una madrugada en un montecito de las afuera de Montevideo; había increíbles similitudes en la
referencia a la industria pesquera» Blixen, 285.
262. Como se ve en este mismo capítulo, un sector del PC y otros organismos políticos toman una actitud de expectativa con
los militares que efectuaron comunicados, pues a pesar de que se atacaba la ideología marxista por ser «ajena al Uru-
guay», se engancharon a la promesa de medidas como las de garantizar la más alta calidad de asistencia médica a
todos los habitantes del país, cualquiera sea su capacidad económica. El diario El Popular aseguraba que tras las decla-
raciones castrenses la divisoria estaba entre oligarquía y pueblo, y que dentro de éste estaban indudablemente todos los
militares patriotas que estuvieran con la causa del pueblo, para terminar con el dominio de la rosca oligárquica. Sobre
este fenómeno Héctor Rodríguez comentó: «El PC está entusiasmado con la declaración de los militares, que era una de-
claración progolpista».
263. Caetano y Rilla, 14.
134 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ción de la CNT, en marzo de 1973, sobre los comunicados 4 y 7 fue ésta: «Nos satisface mucho que
en otros sectores que no son clase obrera se manifiesten esas inquietudes».264 La dirigencia sindical
estaba entre dos aguas; por un lado la clase obrera que seguía con sus formas de lucha –huelgas y
movilizaciones contra la presencia militar en la vida pública y la represión en general–; y por otro la
cúpula de las fuerzas armadas, con la que dialogó sobre «el sentido y la plataforma del paro y la mo-
vilización» para decirles que nada tenían contra ellos. Pero la Junta de Comandantes sí tenía claro
que los «caminos preconizados por ambas instituciones son irreconciliables». Si un sector de los lu-
chadores sociales dudaba si tildar o no de enemigos a la jerarquía castrense, ésta no tenía dudas so-
bre los primeros, ni sobre su verdadera misión: restablecer el orden y no, como creyeron muchos, re-
formar la realidad social nacional. Así se lo comunicaron a los dirigentes sindicales cuando se entre-
vistaron con ellos.265
Sobre las expectativas en los militares de la izquierda Arocena cuenta:
«La verdadera historia es que la gran mayoría de la izquierda las tuvieron en distintos mo-
mentos. En el 72 y hasta febrero el MLN [...]. En febrero, el PC se hace mucho más febre-
rista que el MLN, no tanto el MLN que ya no juega, pero la periferia del MLN, el 26 de
Marzo, empieza a tomar más distancia sobre la simpatía hacia los militares. Recuerdo que
en febrero del 73 estaba totalmente en minoría en el penal de Libertad. Sólo faltaba que
repartiéramos tortas con velitas, la mayoría de la gente festejaba el febrerismo “¡por fin el
nacionalismo militar!” Eso estuvo muy preparado por los dirigentes tupamaros, que pre-
paran esa influencia en el nacionalismo militar.266 [...] Pero no es sólo el PC,Zelmar Miche-
lini,267 tan brillante y audaz políticamente, escribió en febrero del 73 en Marcha, artículos
que Carlos Quijano respondió en los editoriales diciendo que no estaba de acuerdo con la
era militar. Fue de los pocos en no tener expectativas. Sí las tuvieron Erro, Seregni sin nin-
guna duda [...]. En el PS había mucha divergencia sobre este tema [...]. La izquierda no
frentista no tuvo ninguna expectativa. La ROE estaba en contra.»
264. Caetano y Rilla, 15.
265. «Tengo esta anécdota por un amigo de Chifflet –explica Tejera–. La Junta de Comandantes recibe a la delegación de la
CNT, ésta va y les hace la apología de los comunicados 4 y 7. Cuando sale la delegación de la CNT el portero se tiene que
apurar a cerrar la puerta por que se sentían las risotadas de adentro». Y no es de extrañar si en la reunión «la voz can-
tante la llevó el general Chiappe Pose, quien, en su calidad de comandante del ejército, presidía la Junta. Su planteo
puede resumirse en lo siguiente: “las fuerzas armadas van a impulsar los objetivos trazados en sus comunicados, pero
requieren de los trabajadores una sola cosa: trabajar”. Ante el cuestionamiento que la delegación hizo en torno a los co-
municados, en relación a la ausencia de algunas medidas de fondo que los trabajadores consideraban imprescindibles,
[…] el planteo de la Junta fue bastante claro: zapatero a tus zapatos, ustedes trabajen que nosotros gobernamos. Re-
cuerdo en particular la intervención de Gregorio Álvarez, “Uds. dicen tener coincidencias con los objetivos enunciados
en los comunicados 4 y 7. Sepan sin embargo, que nuestros caminos son diferentes, y jamás van a coincidir”. Y agregó:
primero vamos a depurar el país de ladrones, corruptos y putos. Después nos abocaremos a esos objetivos. Así nomás».
Turiansky, 125.
266. En aquel momento en el penal de Libertad estaban recluidos gran parte de los tupamaros y miembros de otras organiza-
ciones clandestinas, los militantes del PC aún no habían llegado al penal. Por lo tanto, el contradictorio ambiente vivido
allí no era por las expectativas de la militancia del PC sino del MLN. «Los comunicados 4 y 7 generaron tensiones entre
los presos del MLN, similares a las ocurridas en el seno del Frente Amplio cuando el Partido Comunista propuso res-
paldar esa postura militar. En la cárcel de Libertad sucedía algo parecido: “El Jota Jota baja a colgar la ropa y hace un
contacto con el Ruso, que estaba en el segundo piso y que le plantea que había que dar un apoyo crítico a los comuni-
cados. El Bebe se agarró una chinche bárbara. Mandamos una cartita que se la tiré en el balde al Canario Antúnez,
cuando limpiábamos el baño. Planteábamos que no se podía entrar en ese juego”, cuenta Zabalza. [Para Alfonso Lessa]
“fueron un anzuelo que mordió la izquierda”» Blixen, 286.
267. «Aspiro a que con la ayuda de las fuerzas progresistas que hay dentro de los grupos militares, comandadas por el
pueblo, se produzca la gran revolución que el país espera y necesita [...]. Darle a las Fuerzas Armadas, en el proceso del
país, el lugar que deben ocupar de acuerdo con la realidad de 1972 y no sólo en Uruguay, sino en América Latina y en el
mundo». Intervención del senador Zelmar Michelini en el Senado a fines de marzo de 1973. Clara Aldrighi, 55.
Conflicto social 135
«La clase obrera y el pueblo no pueden alentar ninguna expectativa en que sus intereses
vayan a ser defendidos por civiles o militares. Para los trabajadores el dilema es de hierro.
O nos movilizamos por nuestros, presos, por nuestras libertades, por un salario, y me-
diante la lucha pesamos en el conjunto de la situación o asistimos pasivamente a un
arreglo que se hará sobre nuestras cabezas [...]. Los trabajadores no pueden asistir pasi-
vamente a las disputas y negociaciones entre civiles y militares del gobierno, o entre dis-
tintas fracciones de la burguesía».
León Lev, al ser preguntado sobre las expectativas del PC con respecto a los militares tras los
comunicados 4 y 7, contestó:
«Nunca nos hicimos ilusiones, nunca creímos en el mesianismo militar. Siempre conce-
bimos al sector militar como un integrante más de la sociedad uruguaya y considerábamos
que teníamos que incidir ahí como en los sectores civiles. La demostración más flagrante
de que nunca nos entregamos de brazos abiertos a la utopía de creer que el mesianismo
militar nos apoyaría es que fuimos la fuerza política que actuó más organizadamente du-
rante la dictadura y que nunca dejamos de resistir.268 […] Sin hablarlo expresamente, no-
sotros discrepamos frontalmente con la actitud del PC argentino con respecto a la dicta-
dura de Videla –añade al hablar de la actitud del PCU con los otros golpes de América La-
tina–. Calificamos a todos los golpes de América Latina como fascistas, contra todas las
tesis que eran las dictaduras tipo EL PATRIARCA de García Márquez. Compartíamos la es-
trategia del Septimo Congreso de la Internacional Comunista, los frentes democráticos an-
tifascistas, toda la nación contra el enemigo común, el fascismo.»
que vive la República, y por cierto no incompatibles con la ideología de la clase obrera y
sin perjuicio de nuestros ideales finales de una sociedad socialista.» 269
Si los sectores reformistas de los luchadores sociales aceptaban el aumento de la participación
militar en la escena política, las fuerzas reaccionarias ni que decir. Los sectores más conservadores
de los partidos tradicionales, en especial la Unión Nacional Reeleccionista y los nacionalistas enca-
bezados por Aguerrondo, se alegraban de la tutela y la injerencia (aunque se considerara anticonsti-
tuicional) de los militares en el poder civil. La justificación de esta política se hacía en nombre de la
seguridad y el desarrollo nacional. A mediados de mayo el político Angel Rath manifestaba en el Se-
nado: «Mi sector político tiene una hipótesis interpretativa, por la que se admite una mayor partici-
pación de las fuerzas armadas en la cosa pública y en la conducción del gobierno».270
A medida que transcurría el año, la justicia militar estaba cada vez más presente en todas partes,
incluido el Parlamento, donde solicitó los desafueros de los senadores Vasconcellos y Erro. Durante
esos meses casi todas las declaraciones de tal o cual político fueron replicadas por las FFAA.
Durante el otoño uruguayo de 1973 se dio un empate político en el Parlamento (por ejemplo con
respecto a la suspensión de garantías individuales y el desafuero de Erro). Esta paridad se evidenció en
dos sectores: por una parte, entre los grupos mayoritarios del Partido Nacional, fracciones minoritarias
del Partido Colorado y el Frente Amplio (pese a las persistentes dudas sobre los militares), y por otra,
todos aquellos que apoyaban al presidente y que no veían con malos ojos una salida de fuerza, militar.
Otra de las tónicas del primer semestre de ese año fue la insistencia en ocupar los puestos de tra-
bajo, por tiempo indefinido, en caso de golpe de estado, y los debates en torno a una posible huelga
general. La Unión de Obreros, Empleados, y Supervisores de Funsa avisaba en una carta abierta:
«9. Que en consecuencia nuestro sindicato considera que la anunciada huelga general,
de concretarse, se realizará en condiciones inconvenientes, pues no estará inserta en un
plan de lucha global y asentada en la combatividad y la radicación de la clase obrera.
10. Declara que los objetivos de la huelga general deben quedar claros desde el principio.
Que si lo que se persigue es defender el nivel de vida y las libertades de los trabajadores y
del pueblo, o solamente defender la Constitución y las instituciones de la burguesía.
11. Que de todas maneras y aún en condiciones inconvenientes, en la medida que los ob-
jetivos sean claros, la huelga general con ocupación de los lugares de trabajo es un hecho
político de enorme trascendencia, que nuestro sindicato fiel a su trayectoria acompañará
hasta sus últimas consecuencias, por salario real, libertades, por la derogación de la Ley
de Educación y contra el Proyecto de Reglamentación Sindical y contra todas las leyes re-
presivas habidas y por haber.»
Estos puntos fueron escritos el 10 de febrero de 1973 y publicados tres días más tarde en Com-
pañero. En la misma carta se decía que la «clase obrera, nucleada en la CNT, debe mantener ahora
más que nunca su independencia de clase, como única garantía de influir y gravitar en el proceso re-
volucionario».
Los primeros seis meses de 1973, aunque se caracterizaron por la presencia militar y los debates en
torno a ese fenómeno, fueron también meses de continuidad de la lucha contra el régimen y sus guar-
dianes. La inquietud general por la represión y por la pérdida del poder adquisitivo de los salarios se
concretaba en movilizaciones. Ejemplos de la resistencia fueron los atentados dinamiteros contra el
domicilio de un jefe de la UTE y de un alto oficial de la armada; el paro general en la enseñanza; la
huelga de futbolistas (¡hasta éstos hacían huelga en aquella época!); la marcha hacia la capital de
269. Machado y Fagúndez, 173.
270. Clara Aldrighi, 55.
Conflicto social 137
inminente el golpe militar; otros, en cambio, seguían pensando que en Uruguay no se daría dicho
proceso. Irene recuerda:
«Hicimos todo lo posible, nos arriesgamos todo lo que teníamos que arriesgar o más,
grandes sueños y grandes esperanzas, lo hicimos con toda la buena intención. Pero que
me digan que el golpe lo esperábamos..., porque no lo esperábamos, ni tampoco el exilio.
Vivíamos en una chacra muy pequeña y muy cerrada que es el Uruguay. El golpe nos aga-
rró a todos muy mal parados. Después de los años, muchos dicen que sí la esperaban, es
mentira, no la esperábamos... Por algo pasó lo que pasó. El golpe del 73 fue el que destro-
zó a la sociedad uruguaya, los otros pequeños golpes destrozaron a las organizaciones y a
los que participamos en ellas pero el del 73 le tocó a quien estaba y a quien no estaba.»
Sobre el papel jugado por el propio presidente de la República en el golpe, Ferreira Aldunate en
una entrevista manifestó: «El que crea que él fue un títere en manos de un sector levantisco de las
fuerzas armadas comete un gravísimo error, Bordaberry, realmente, encabezó el movimiento. Fue
tan tonto que creyó que podría ser el jefe civil de una dictadura militar».277
Las opiniones sobre las causas del golpe varían según el testimonio, aunque como se ve hay mu-
chas coincidencias: El ex teniente coronel Halty enumera las causas diciendo: «la convulsión y crisis
del país juntada a la crisis interna de las FFAA, debido a las distintas maneras de reaccionar frente a
esa crisis» mientras Lev afirma:
«El golpe no se dio contra los tupamaros, que ya no existían, se dio contra el pueblo, [...]
contra la democracia, y la universidad. Por eso es tan grave la frase del Partido Colorado:
“Todos somos responsables del golpe de estado”, ¡mentira!, acá hay víctimas y victima-
rios, verdugos y gente que fue torturada, encarcelada y desaparecida […]. Las dictaduras
no fueron una respuesta autóctona a los fenómenos nacionales, formaron parte de una
ofensiva de los EEUU, en su política regional y latinoamericana, para imponer el neolibera-
lismo y una estrategia de control del avance de las fuerzas de izquierdas.»
Lev habla también del papel dubitativo de los burgueses «demócratas» que declaraban estar
contra la disolución del Parlamento: «sectores de la burguesía, para evitar el golpe, hacen concesio-
nes que en la práctica no generan la resistencia para evitarlo e imposibilitarlo». Y aclara que «los
276. Caetano y Rilla, 37
277. Silva y Caula, 149.
140 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
partidos políticos tradicionales no acompañan al golpe, lo acompaña un sector del Colorado y otro
del Nacional».
A continuación se cita un fragmento de un texto en el que los militares realizan una cronología de
su participación en la vida pública, diciendo que su actuación en la escena nacional fue a pedido de
las instituciones legales –Ejecutivo, Constitución y Parlamento–:
«En el año 1970 el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, conforme a la Constitución, sus-
pendieron las garantías individuales porque estimaron había una conspiración contra la
patria. En 1971 el Poder Ejecutivo, cometió [sic] a las fuerzas armadas y policiales, la
lucha anti-subversiva y en 1972 el Poder Ejecutivo declaró, también según los procedi-
mientos constitucionales, el estado de guerra interno. El Poder Judicial primero y la jus-
ticia militar después, por mandato del gobierno constitucional, procesaron a terroristas
subversivos [...]. Dados esos hechos, la nación recurrió para su legítima defensa, a sus
fuerzas armadas y policiales. La misión fue cumplida por militares, policías y civiles,
siendo el enemigo derrotado militarmente y previa intervención de la justicia penal, se res-
tauró el estado de paz pública.» 278
En el anterior párrafo los militares explican que fueron el gobierno y todas las instituciones legales
los que les encomendaron la lucha contra la «sedición». En esas líneas hay que darles la razón, mal
que les pese a muchos de los parlamentarios de aquel momento, pues fue la propia democracia
quien dio protagonismo a las fuerzas militares y golpistas.279 Lo que no aparece en este texto, y es
sorprendente aunque no inocente, es que el golpe de junio de 1973, cuando las FFAA disuelven las
Cámaras, se produjo sin consentimiento del Parlamento, aunque sí del Poder Ejecutivo.
En varios comunicados, algunos de ellos presentados en este trabajo, los militares se quejaban
de las trabas legales que encontraron en su primera etapa de lucha contra los subversivos, para así
justificar el golpe de estado. ¿Pero por qué les estorbaban tanto y en qué consistían esas «formalida-
des», derechos humanos, garantías constitucionales? Un ejemplo, que ayuda a comprender el ma-
lestar castrense y policial, ocurrió el 28 de febrero de 1971, cuando el rector de la Universidad, O.
Maggiolo y el decano de la Facultad de Ingeniería, J. Ricaldoni, impidieron el allanamiento de esa fa-
cultad por efectivos militares que buscaban un tupamaro, permitiendo únicamente el ingreso de un
juez de instrucción, que por supuesto no encontró a nadie.
Los políticos, que en muchas ocasiones habían criticado a los militares, ya no tenían la menor con-
fianza de éstos para dirigir al país. Las fuerzas conjuntas en ese momento ya se veían como las salva-
doras, las únicas que realmente podían enfrentarse a la «sedición» y a la corrupción generalizada. A
continuación, y a modo de síntesis, se presenta la declaración de un militar que ilustra las razones que
lo llevan a participar en el golpe de estado. Es necesario saber que esta manifestación del brigadier
Jaume es de diez meses antes que se concretice la disolución de las Cámaras, el 23 de septiembre de
1972, durante el discurso de un homenaje a Artigas y una vez derrotado militarmente el MLN:
«No queremos ganar sólo la batalla, queremos ganar la guerra. Y la lucha no ha terminado
278. «La nación debe a sus mártires un monumento. Reivindicar la lucha anti-subversiva», El Soldado, nº 138, enero-fe-
brero-marzo 1994, 3. Revista del Centro Militar, Institución Militar, Ejército, Armada o Fuerza Aérea, fundada en 1972,
como continuación de Orientación, antiguo órgano oficial del Centro Militar. El artículo empieza de la siguiente manera:
«Es tiempo ya, que la patria manifieste su reconocimiento, a quienes encomendó la misión de enfrentar, lo que fue, hace
más de veinte años, una conspiración en su contra, saldando así la deuda de honor y gratitud, que merecen los mártires
caídos en la lucha liberada, contra la subversión armada marxista-tupamara».
279. Ver el apartado «Democracia y dictadura: el sostén del estado».
Conflicto social 141
282
III.4.4. Dos semanas de resistencia frontal al golpe militar
III.4.4.1. Un amanecer militarizado
El miércoles 27 de junio de 1973, a las seis de la mañana en una ciudad del interior, Irene pone la
radio y escucha una marcha militar. Afuera, en las calles, hace mucho frío y en los campos aún hay
escarcha. Ante la evidencia de la concreción del golpe de estado, tiene la necesidad de reunirse
con sus compañeros de la FAU y la OPR 33. Para llegar a Montevideo debe atravesar el puente Santa
Lucía, una «frontera» improvisada por los militares. Para aminorar riesgos decide no ir en el ómni-
bus interprovincial, como lo hace cotidianamente, sino en el coche de un conocido comisionista.
Apenas llega a Montevideo se dirige al local donde irán llegando sus compañeros, haciendo caso
omiso de los comunicados de las FFCC en los que se establece la prohibición de todo tipo de reu-
nión política sin previa autorización, así como la de divulgar cualquier tipo de información que
«afecten el prestigio del Poder Ejecutivo y/o de las Fuerzas Armadas».
Inician el trabajo de «limpieza» del local y se reúnen para ver qué hacer. No hay tiempo para gran-
280. Demasi y Rico.
281. Tierra y Libertad, 1970, (sp).
282. La redacción de este capítulo se basa principalmente en dos fuentes. En la narración de Héctor Rodríguez, en el libro de
Alvaro Rico ¿Qué hacía usted durante el golpe de estado y la huelga general? y el apartado del texto nº 2 titulado «Uru-
guay: La huelga general de 1973, la CNT contra el proletariado», escrito en la década de los ochenta y que se basó en
testimonios que participaron en aquella duradera movilización. También se recogen anécdotas y opiniones de varios en-
trevistados y datos de distintos libros históricos como el excelente trabajo de Víctor Baccheta Las historias que cuentan.
142 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
des análisis. Piensan incluso en la resistencia armada pero la descartan, entre otras muchas razo-
nes, porque gran parte de los compañeros que manejaban armas, de su organización y otros grupos,
están en la cárcel. Sintetizan la situación que vivirá el proletariado a partir de entonces: una reacción
defensiva pero que podría devenir ofensiva y convertirse en una huelga revolucionaria.283 «Toda
acción es defensiva y ofensiva» concluyen.
Hay muchas otras reuniones, en ese momento, por todo el país. En la entrada a las fábricas del
turno de las seis de la mañana, media hora después de los comunicados de las FFAA, habían comen-
zado espontáneamente las primeras asambleas obreras.
En una de esas asambleas estaban los dirigentes sindicales Ricardo Vilaró y Héctor Rodríguez,
fundador de los Grupos de Acción Unificadora, agrupación que la noche anterior, ante los rumores
del inminente golpe de estado, ya había decido que no esperarían órdenes de nadie y harían huelga.
«Como teníamos un gremio, el textil, que sabíamos que lo podíamos parar, lo paramos. Y
desde la fábrica salimos a parar al resto. La verdad que no encontramos ninguna resis-
tencia, donde llamamos parar, se paró. Encontramos sí, compañeros que decían:
–Mirá, todavía no nos llegó la orden, estamos esperando.
–Bueno, pero pídanla, averigüen –contestábamos nosotros.
Nunca encontramos a nadie que dijera a los trabajadores “no, no paren” el empuje de la
masa no lo permitía.»
Héctor Rodríguez, en esos momentos de incertidumbre, extraños inclusive para un hombre de
larga experiencia en la coordinación sindical, recuerda su visita al local del Partido Comunista.
«Me encontré con el velorio de Francisco Espínola, un gran escritor. No pude hablar con
Arismendi, ya no estaba visible, el único hombre de dirección que encuentro es Rosario
De la Roya.
–Mira Rosario, vengo porque la situación es suficientemente grave como para que no
tengamos ninguna duda sobre lo que hay que hacer. Nosotros ya estamos parando, las fá-
bricas están paradas.»
Por todo Montevideo, las asambleas deciden llevar a cabo lo que desde hacía años se repetía
como consigna: «si dan un golpe de estado respondemos con la huelga general». Se vota entonces la
ocupación de las fábricas,284 así como el envío de delegados a otros centros de trabajo. Se organizan
en cada lugar abastecimientos, piquetes y propaganda hacia el barrio y otras fábricas aún no ocupa-
das. Se decide mantener el abastecimiento de los servicios esenciales, bajo control obrero: agua,
luz, combustible para hospitales y transportes básicos, distribución de leche y atención médica de
urgencia.
Las radios pasan música folklórica y marchas militares intercaladas con la lectura de los decretos
del Poder Ejecutivo y fuerzas conjuntas; uno de éstos fue la suspensión de las clases en todo el terri-
torio nacional, que tuvo como respuesta la ocupación de los locales universitarios y diferentes cen-
tros de enseñanza.
En general la gente se abriga y sale a la calle a ver qué pasa. En las ferias (mercados) de los ba-
rrios, en las colas para adquirir queroseno, a la salida de las parroquias o en las plazas, los huelguis-
tas charlan con el resto de la población, explican sus intenciones y recolectan dinero, alimentos y
maderas para hacer el fuego de las ollas populares y calentar los centros ocupados. En algunas pare-
283. De hecho, las FFCC habían elaborado un plan, denominado Operación Hércules, para enfrentar una posible huelga revo-
lucionaria.
284. En algún caso, como en Funsa, el local es ocupado con integrantes del directorio de la empresa dentro, lo que provoca
un incremento de la tensión social.
Conflicto social 143
des se pintan lemas antidictatoriales, en otros muros ya están presentes los carteles pegados la no-
che anterior por los grupos de “pegatineros”; otros sin embargo, siguen anunciando películas de
cine: El Padrino, La Naranja Mecánica, etcétera. La propaganda cinematográfica también anuncia
las películas de «franja verde», eróticas, de reciente aparición, como por ejemplo La casa del placer
o Sexo en vacaciones. A las diez de la mañana ya se encuentran ocupadas muchas fábricas, ofici-
nas, bancos, centros estudiantiles. El régimen responde realizando allanamientos y detenciones.
Algunas voces hablan de extender la lucha y llevarla a los niveles de violencia que sean necesarios
hasta que «caiga la dictadura».
En un local sindical del transporte, situado en la calle Luis Alberto Herrera, varios obreros empie-
zan a sacar material útil para la lucha, pero muy comprometedor en esos momentos. Cuando están
sacando un mimeógrafo pasa un camión lleno de miembros del ejército y allanan el recinto. Entre los
trabajadores del transporte corre la noticia y surge un paro espontáneo; esto complica la manera
como el círculo de Héctor Rodríguez y otros dirigentes obreros pensaban coordinar la huelga gene-
ral. El plan, surgido en 1965, consistía en la concentración de la mayor gente posible en las fábri-
cas. Para poder salir a la calle a manifestarse y transformar la ciudad en un hervidero había que pa-
rar y ocupar, no con un turno, sino con dos o tres. Según Héctor Rodríguez, para que eso fuera posi-
ble el transporte no podía parar a primera hora, debía hacerlo después de la entrada del segundo
turno.
«Claro, pero ese plan no podía ser público [lo desconocía la mayoría de los trabajadores y
toda la plantilla de transportistas]. Nadie transmitió esto al gremio de transporte. No les
transmitió [siquiera] la orden de parar en caso de golpe [...]. Entonces, cuando por la ma-
ñana vemos que el transporte funciona estábamos contentísimos, pero el paro del trans-
porte nos complica la vida. Intentamos que vuelvan a funcionar, cuando les explicamos,
entienden.
–Entonces, compañero, tiene que seguir circulando, haciendo su recorrido.
–Bueno, ¿pero dónde dejamos las unidades, después? No las vamos a dejar donde las
dejamos siempre –opina un chofer de autobús.
–No, habrá que meterlas en las grandes fábricas. Es preciso quedarnos con el material
de transporte en nuestras manos –le contesta uno de los agitadores de la huelga, expre-
sando la consigna ya extendida por gran parte de la clase trabajadora.
El chofer fue a explicar estas consignas a la dirección de la Federación Obrera del Trans-
porte, vinculada a la CNT. Pero la dirección sindical vio inapropiada esta medida.
–No, no se puede hacer eso.
–Entonces vamos a sacar la válvula de las cubiertas, las embolsamos en una bolsa de
plástico y las llevamos para la casa de cualquiera –insiste el conductor.
–Mirá, si descubren ese material en casa de alguno va preso para toda la vida.
–Bueno, entonces la escodemos en el tanque de combustible.
–No, no podemos hacer eso.»
La línea de ese gremio durante la huelga general resultó confusa ante los ojos de los luchadores
sociales por las negativas de la dirección del FOT y por el hecho de que el transporte funcionara en
aquellos días. Ese día y el siguiente, son muchos los conductores que deciden volver a circular, a pe-
sar del grito de «¡Carneros!» de los obreros que los ven pasar. Algunos vehículos son incluso ape-
dreados. Sin embargo, muchos deciden secundar el paro. Y como es lógico, al dejar los ómnibus en
144 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
los lugares de siempre, los militares empezaron a sacarlos a la calle. Cuando ya habían sacado va-
rios, fueron a la casa de los choferes a buscarlos para que manejaran.285
Tejera recuerda: «un militante del PC de Artes Gráficas me dijo “pero después de todo, esta gente
nunca estuvo, hay que darles una oportunidad”. Era tal el desprecio a la democracia burguesa que
finalmente te daba igual cualquier cosa». Fernando Castillo señala que el miembro del PC que ocu-
paba con él su facultad era distinto: «incluso éste salía a tirar bombas y miguelitos, hasta que les lle-
gó la orden de arriba, porque la base estaba en plan radical. Hasta que en una gran asamblea en la
universidad, rodeados por los milicos, los comunistas dicen que los que eran golpistas resulta que
eran peruanistas, revolucionarios. Se armó tal lío que hubo piña y todo».
El líder del Frente Amplio, Seregni, intenta unificar los criterios de la izquierda y emite un discurso
rechazando el golpe.287
Por la noche algunos ciudadanos se quedan en sus casas escuchando las palabras del presiden-
285. «Diversos sindicatos propusieron al comando de la huelga incendiar las unidades de transporte que salieron a la calle.
Disponiendo de varios miles de activistas decididos, la medida era perfectamente viable, pero la CNT descartó la pro-
puesta, tanto por haber avalado la vuelta al trabajo en el gremio Amdet, como por no considerarla una medida de en-
frentamiento apropiada. Las tendencias más radicales intentaron ponerla en práctica, pero no tuvieron la fuerza sufi-
ciente» Bacchetta, 54.
286. La CNT difunde un comunicado en el cual habla de las contradicciones en el seno del gobierno, entre lo que anuncia el
presidente y las promesas progresistas del ministro del Interior, basadas en los comunicados 4 y 7. Aun en una salida
progresista impuesta por una parte de las FFAA se muestra confiada. Julio Halty, teniente coronel en ese momento, re-
cuerda el tema de las expectativas con los militares y afirma que las tuvieron «incluso la izquierda, por el deterioro del
poder político, “vamos a darle un voto de confianza”, influyeron mucho los comunicados 4 y 7. Hubo apoyo al golpe. Al
principio, la dictadura tuvo apoyo de la población, pero cuando se empezó a reprimir lo demócrata, lo liberal, se acaba.
Ese [repudio] se hace silenciosamente, de ahí la sorpresa del ochenta. En la dictadura: “o estás conmigo o estás contra
mí”, eso produjo una reacción que no esperaban, vieron que habían perdido toda base y organizaron su retirada».
287. «“Ningún oriental puede llamarse a engaño –afirmaba Seregni–: el golpe de estado es claramente antinacional y antipo-
Conflicto social 145
te, «Las instituciones, compatriotas, las estamos salvando hoy»288 y viendo la televisión. En el canal
4 pasan la serie policial del inspector Colombo y en el 12 la película Mesas separadas.
El jueves 28 de junio la huelga y las ocupaciones se extienden por todo Montevideo y empiezan a
hacerlo en el interior del país, especialmente en las capitales de los departamentos con mayor acti-
vidad industrial. Hubo importantes manifestaciones y ocupaciones en Paysandú, Las Piedras,
Florida, Mercedes, etcétera.
La fábrica se transforma en un centro de agitación y reunión, en el que no sólo participan los tra-
bajadores sino gran parte de la gente del barrio, participando y colaborando en diferentes tareas.289
Fábricas de distinto tipo realizan actos comunes, como por ejemplo en Paso Carrasco, donde se
unen obreros frigoríficos, de Fulgor, Ayax, Cicssa...
Todos los partidos –el Blanco,290 el Colorado y Frente Amplio– condenan el golpe y tratarán de
conciliar, a través de una negociación, a todos los sectores del país enfrentados. A. Gelsi Bidart, una
de las personas electas para entrevistarse con el presidente y los comandantes de las FFCC, frente a
la negativa de éstos a recibirle dedujo: «no había voluntad de conciliación sino de imposición sobre
la nación».291
El diario conservador Acción en su editorial también se muestra contrario al golpe y por eso es
censurado por tres ediciones. Jorge Batlle, responsable del periódico, decide cerrarlo definitivamente
«por no existir condiciones para su publicación» y difunde junto a los militantes de su sector político un
panfleto titulado: «Muera la dictadura». Los integrantes de Unidad y Reforma del Partido Colorado
también distribuyen volantes en esa línea.292
El mayoritario rechazo a los golpistas anima a la población a paralizar la producción y llevar a cabo
iniciativas que expresen el repudio al protagonismo castrense. Durante la noche, la CNT declara de
forma oficial que apoya la huelga aunque no acepta aún su carácter ilimitado.293 El Secretariado Eje-
cutivo nombra un Comando de dirección de la huelga que sigue las directivas del PC.
En Estados Unidos el Daily World titula: «Huelga general contra el golpe militar en Uruguay».
El combustible comienza a escasear, los camiones y tanques militares exigen a los obreros que
les entreguen el petróleo refinado. El sabotaje –mezcla del crudo con el refinado– fue impedido por la
pular. Ante el golpe reaccionario, el Frente Amplio levanta su inquebrantable decisión de lucha. No reconoce al gobierno
de Bordaberry. Hoy convocamos a toda la militancia, a todas las organizaciones nacionales y democráticas, a todo el pueblo
oriental para salvar la dignidad de la patria” […]. Esa misma tarde, el mensaje […] comenzó a ser reproducido en miles de
ejemplares. En algunos lugares, militantes del Partido Comunista pusieron en duda la autenticidad del documento e incluso
afirmaron que el mismo debía ser “apócrifo”, por lo que no colaboraron en su distribución». Bacchetta, 108.
288. Álvaro Rico, 1994, 37.
289. «En esta fábrica (Everfit), así como en las fábricas textiles de la Teja y Maroñas, donde la mayoría son mujeres, muchas
de ellas madres de familia con hijos pequeños, era frecuente ver corretear por las salas, entre las máquinas, a los pe-
queños de los aguerridos ocupantes. (Resistencia Obrera Uruguaya)». Álvaro Rico, 1994, 40.
290. A partir del 29 de julio empieza a circular un boletín extraordinario, denominado Resistencia Blanca, del Partido Na-
cional, en el que se rechaza el golpe y se proclama el legítimo derecho a resistir a la opresión por todos los métodos que
las circunstancias aconsejen. Una de las formas de resistencia que practicará dicho partido es la paralización de las
Intendencias departamentales, en su mayoría con responsables blancos.
291. Bacchetta, 93.
292. «Los batllistas estamos contra el golpe de estado y la dictadura y nos estamos organizando para derrocarla. No estamos
preparados para el uso de las armas, pero podemos y debemos resistir, y en esta lucha nos uniremos con todos los uru-
guayos que estén de acuerdo hoy en una salida electoral. ¡Viva Batlle! ¡Viva la República!». Álvaro Rico, 1994, 67.
293. La CNT, en su primer Boletín «A los trabajadores en lucha», escribe: «La huelga general y las ocupaciones han tomado
un volumen contundente. Miles de lugares de trabajo ocupados; personas que nunca han ocupado su lugar de trabajo,
personas que no estaban organizados, están en la huelga general y en lucha. Viva la huelga y la ocupación junto a la CNT,
¡solidaridad! Venceremos”».
146 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Fuerzas de seguridad del estado a caballo vigilando los camiones La empresa de transporte Amdet controlada por militares.
de gasolina en La Tablada, (Montevideo, 1973).
federación de Ancap, filial de la CNT, que logra al fin que se le entregue el combustible a los mili-
tares.294 En muchos centros de lucha, los dirigentes de la CNT son denunciados e insultados. Se es-
cuchan las consignas de los años 68-69 «militancia sí, burocracia no» y «militancia sí, reacciona-
rios no». Por su parte la central sindical aconseja no seguir ninguna directiva o acción que no pro-
ceda directamente de ella.295
Hubo una gran polémica, llegando incluso a las manos en algún caso, entre partidarios de la
huelga indefinida y todos los que siembran ilusiones en los militares cuatrosietistas que durante
esos días sostienen que hay que esperar para ver qué deciden estos últimos: «Nosotros seguimos
creyendo en la necesidad de una coincidencia de todas las fuerzas patrióticas, civiles y mili-
tares».296
El régimen reconoce que todo está paralizado. El ministro del Interior, luego de un discurso en el
que llama a abandonar la lucha de clases por «el amor de la gran familia uruguaya» y «tira flores» a
todos los progresistas, da un plazo perentorio, hasta el día siguiente, a partir del cual se emplearía la
fuerza.297
El gobierno cambia de táctica y pasa de minimizar la huelga y las ocupaciones, a alarmar a la po-
blación sobre «las consecuencias de la paralización del país y de todos los servicios esenciales»; a
justificar la anunciada operación desalojo y a intentar oponer los trabajadores y estudiantes en huel-
ga «dirigidos por falsos líderes» al resto de la población, diciendo, por ejemplo, que a los enfermos
no se les deja entrar a los hospitales –suceso que según las fuentes consultadas no era cierto– y que
294. «Una pregunta que se hizo desde entonces en medios políticos y sindicales fue: ¿por qué no se mezcló el combustible
refinado con el crudo, para impedir su uso por los golpistas? […] Baldasari explica que entonces pesaron más las consi-
deraciones de orden táctico: “En el nivel de confrontación definido en ese momento por la dirección de la huelga, no es-
taba planteado llegar a ese tipo de medidas. La ‘mezcla’ habría favorecido la represión, sin un resultado favorable para
el movimiento en su conjunto”». Bacchetta, 55.
295. «Los organismos estatutarios de la CNT están funcionando y reuniéndose con absoluta regularidad pese a la situación
creada. Otro tanto ocurre con las direcciones sindicales. En consecuencia, debe rechazarse cualquier instrucción que no
sea emanada de los referidos organismos estatutarios de la central. (Boletín de la CNT)». Álvaro Rico, 1994, 37.
296. Editorial del El Popular. Álvaro Rico, 1994, 54.
297. De hecho ese mismo día ya se está empleando la fuerza para desalojar centros ocupados. Más de veinte docentes, diri-
gentes de la Gremial de Profesores de Enseñanza Secundaria, son desalojados del liceo 14, detenidos por veinticuatro
horas en la seccional 14a y puestos en libertad por falta de espacio debido a la llegada de ochenta nuevos detenidos,
empleados de Manzanares.
Conflicto social 147
Las noticias que llegan desde Chile, sobre el fracaso de un intento de golpe militar contra el presi-
dente Salvador Allende, provocan el optimismo entre amplias capas de la población combativa uru-
guaya.300 El Frente Amplio analiza la intentona militar en el cercano país declarando:
«No es por azar que el golpe de estado [en Uruguay] se haya producido casi simultánea-
mente con el frustrado golpe de Chile. Uno y otro manotazo se inscriben en la reacción
del imperialismo contra el ascenso de las corrientes nacionales y populares en América
Latina.»301
durante el fin de la semana para imponer el trabajo el lunes. Mientras, en dos comercios de la avenida
8 de Octubre, estallan cuatro molotov. Los desalojos se realizan con mayor o menor violencia, según los
lugares. En general, no se emplean armas de fuego, sino bombas de gas lacrimógeno. Cuando pueden,
tiran las puertas abajo; cuando no, hacen un boquete en las paredes. En muchos casos, la tropa apalea
a los combatientes obreros, tanto a los encerrados en los lugares de trabajo como a los que están con-
centrados fuera, en apoyo a la ocupación y abucheando a los militares.
«Los oficiales repetían en tono amenazador:
–Señoras, vamos a proceder si no se van.
Y ellas repetían:
–No nos vamos; allí está mi marido, allí está mi hermano, son familiares nuestros los
que están dentro.»302
En otros casos, los luchadores sociales buscan apoyo y derrotismo entre los soldados.303 Las
FFAA, por su parte, dicen actuar por el bien de los trabajadores, para que puedan trabajar con ga-
rantías.304
Pasadas las horas, muchos centros ya han sido desalojados. Los militares creyeron que la victoria
era desalojar, pero para la burguesía era restablecer el trabajo. Ante los desalojos, hay varias
estrategias.
«La CNT, que a esa altura se consideraba propietaria de la huelga, propone que en caso de
desalojo, los trabajadores se reúnan en “sus respectivos sindicatos”. Los trabajadores des-
de los primeros desalojos contraponen a esa consigna (que hubiese significado la liquida-
ción del movimiento), la consigna de “reorganizarse y ocupar de nuevo" y se hacen llama-
dos a los soldados a no obedecer.»305
«El PC cuando vio que el ejército empezaba a desalojar las fábricas dice a los obreros que se tras-
laden al local del sindicato, pero eso era reducir, nos llevaban presos a todos». Héctor Rodríguez
quien recuerda que ante estas directivas sindicales algunos huelguistas proclamaron que en caso de
desalojo lo que había que hacer era volver para sus casas y cuando convocaran a trabajar, presen-
tarse y ocupar de nuevo.
«Hicimos trabajar diecisiete mimeógrafos en una noche, movilizamos a varios centros, los
llevamos a todas las fábricas y esa fue la línea que se aplicó. El panfleto no iba firmado por
nadie, al final del mismo se podía leer: ¡Viva la huelga general! ¡Viva la CNT!».306
302. La resistencia obrera uruguaya, folleto de la CNT. Álvaro Rico, 1994, 62.
303. Derrotismo es la actitud de insubordinación de los soldados rasos hacia los oficiales, es también la fraternización de la
tropa con los proletarios insurrectos o la de dos ejércitos enfrentados. Derrotismo revolucionario se denomina a cuándo
este fenómeno se vuelve en acción armada contra los jerarcas militares y defensores del estado en general con el obje-
tivo de luchar contra la guerra y el sistema capitalista. «Transformas la guerra imperialista en guerra civil» como dijo
Lenin en el congreso de Zimmerwald en 1915.
304. En el comunicado oficial nº 11 –Álvaro Rico, 1994, 66– se afirma: «El ejército se aproxima no como enemigo de us-
tedes sino por el contrario, para respaldar con su presencia la libertad de trabajo, garantizado la integridad personal y
colectiva de los obreros. Las fuerzas armadas por intermedio del ejército reiteran sus buenos propósitos para con la
masa obrera consciente».
305. Texto nº 2, anónimo y sin referencia bibliográfica. Archivo del autor.
306. Si bien este panfleto lo hacen militantes de la CNT, o personas que con ella se identifican, las consignas que se lanzan no
son las de la línea oficial de la central sindical en ese momento. El hecho de que al final de la octavilla se escriba «viva la
CNT» puede haber confundido a historiadores u otras personas que piensan que la dirección de la Convención fue la que
inició la huelga y dio este tipo de consignas desde el principio. En historia social es frecuente este tipo de equívocos. En
otros capítulos de la lucha del movimiento contra el capital, grupos obreros firmaron con el nombre de una organización
Conflicto social 149
En la fábrica vecina de la que se encontraba Héctor Rodríguez, el dirigente sindical era de «la otra
corriente» y cuando ve que se está repartiendo la famosa octavilla, se acerca a Héctor y le increpa:
–¡Ché! No se puede repartir este volante.
–¿Por qué?
–Porque ésta no es la orden de la CNT, esto es una falsificación.
–¡Ah, no! –disimula Héctor–, a mí me lo trajo el mismo compañero que me trae toda la informa-
ción desde que empezó la huelga. Yo la voy a leer.
–No, yo en mi fábrica no la leo.
Los trabajadores seguían las consignas de volver a ocupar y al día siguiente así lo hicieron.307 «Y así
lo leyó [el mismo que se negaba antes] al día siguiente cuando vio que la ola le pasaba por arriba».
Llegan hasta Montevideo informes que aseguran que en otras ciudades y pueblos obreros de la
industria, comercio, transporte, empleados públicos y privados se plegaron a la huelga: Las Piedras,
Paysandú, Dolores, Tacuarembó, Artigas, Colonia, Salto, Florida, Rivera, Minas, Maldonado, Fray
Bentos, Mercedes y San José.
El gobierno declara ilegal a la CNT, que paradójicamente recibe la noticia en el Ministerio del Interior,
donde una delegación esperaba al ministro «progresista» para dialogar.308 La sede de la central sindical
en la Ciudad Vieja es allanada y las cerca de cien personas que estaban en su interior arrestadas. Ciu-
dadanos anónimos albergan a dirigentes obreros y estudiantiles perseguidos; parroquias y clubes ba-
rriales son facilitados para las reuniones, que desde el principio de la huelga son clandestinas.
El domingo 1° de julio, la ofensiva del régimen se acompaña de una primera serie de concesio-
nes: la revaluación de pasividades (jubilaciones), un próximo aumento de sueldos..., anunciándose
que «se han dado las condiciones adecuadas para que en el día de mañana, lunes 2 de julio, el país
reinicie el camino del trabajo».
Se juegan casi todos los partidos de fútbol del campeonato uruguayo, con escasa afluencia de pú-
blico en los estadios. Ni en tales circunstancias determinados individuos son capaces de descubrir
las verdaderas causas de sus frustraciones: en el partido Nacional–Liverpool de la quinta división,
algunos hinchas agreden al árbitro.
Los desalojos continúan a paso firme en todas las grandes concentraciones obreras y se hacen
con un impresionante y desproporcionado equipo militar. Para desalojar Funsa, tradicional centro
de proletarios revolucionarios, se emplean varios camiones, siete tanques y varios helicópteros. La
operación es dirigida directamente por el ministro del Interior y el jefe de la Región Militar n.º 1.
En ningún caso hay enfrentamientos propiamente dichos, que hubiesen sido fatales para los
a la que ni siquiera estaban afiliados, aportando en muchos casos un radicalismo que ni tenía ni pretendía dicha estruc-
tura. Como fue el caso del panfleto de Los amigos de Durruti que en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona lanza la
consigna de luchar en las barricadas y en el que también aparecen las siglas de la Confederación Nacional de Trabaja-
dores, cuando ésta oficialmente llamó a deshacerlas.
307. Hubo centros que efectuaron auténticos récords ocupacionales. Por ejemplo, en el dique de la marina, donde trabajaba
personal civil, tras el desalojo el oficial se dirige al lider sindical Batista, un hombre del grupo Michelini, y le pregunta:
–¿Cuándo vienen a trabajar de nuevo?
–Cuando ustedes digan.
–Mañana entonces –le ordena el oficial con su habitual autoritarismo.
Este mismo diálogo se repite día tras día. Ocuparon hasta cinco o siete veces. Al final el oficial estaba de los nervios.
–¡Ché, pero esto es una joda! ¿Van a trabajar o no van a trabajar?
308. En esos momentos circulaba el Boletín nº 1 de la CNT (fechado el día anterior), en donde se alaba a la huelga, las ocupa-
ciones y luego se dice «El primer triunfo de la lucha ha sido el discurso del coronel Bolentini (ministro del Interior) y las
declaraciones del COSENA».
150 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Fábrica Sadil ocupada. Obreros de Cristalerías del Uruguay tras ser desalojados.
obreros sin armas de fuego.309 Hay una cierta resistencia, pero los luchadores sociales comprenden
que para emplear la violencia es mejor escoger los objetivos del enemigo, eligiendo hora y lugar y
concentrando fuerzas, que defender una fábrica, en esas condiciones. Eso sí, deciden ponérselo di-
fícil a los agentes del orden, ahora vestidos de verde marrón; traban y defienden todas las puertas de
accesos y sobre todo se hacen operaciones que desorientan a los militares, como por ejemplo, poner
en marcha toda la cadena de producción para que parezca que trabajan. En la planta textil La Auro-
ra, cuando vieron llegar a los soldados para llevar a cabo el tercer desalojo activan los telares, y
aquéllos se retiraron sin llegar a entrar.
El tupamaro José Mujica, que en esos momentos estaba en la cárcel, torturado y aislado, reco-
noce:
«El inmenso remordimiento que tengo es que cuando llegó la hora que nosotros habíamos
vaticinado, [...] lo que en definitiva había sido la razón de nuestro origen [...], tal vez
porque madrugamos mucho, no le servimos de nada a la sociedad uruguaya, especial-
mente a los sectores populares, para parar ese golpe. Al llegar la dictadura, estábamos de-
sechos. Apenas teníamos presencia en la calle, pero en medio de un pueblo que se encon-
309. Sobre este tema se le preguntó a Héctor: «¿No había luchadores con armas dispuestos a utilizarlas?
–¡Mirá!, nosotros no las teníamos.
–¿No aparecían en las fábricas?
–En ese momento no [...]. El movimiento sindical uruguayo, a diferencia del de España, no tiene casi experiencia en el
uso de las armas [...]. Dicen que el PC tuvo un aparato armado que decidieron no utilizarlo. Tipos responsables del apa-
rato armado del PC aseguran haber recibido la orden de no utilizarlo, la explicación que dan es que descubrieron que es-
taba totalmente penetrado, por un señor que antes había sido anarquista, el Pato le decían de apodo, que era el hombre
de confianza del aparato, lo tenía todo en sus manos. Otros dicen que lo único que se hubiera conseguido utilizando las
armas era un baño de sangre..., y es posible que fuera cierto».
Héctor Rodríguez añade que si no hubo intervención militar del PC fue por la confianza de la dirección del partido con los
sectores militares «antifascistas». Según las fuentes, al iniciarse la huelga general del 73, los miembros del brazo ar-
mado del PC se prepararon para entrar en acción, pero la orden que recibieron fue la de esperar. La expectativa se man-
tuvo durante algunos días más, hasta que se tuvo la certeza de que no habría nueva orden. «"Estábamos en el puesto,
pero no sabíamos para qué", comenta hoy Jorge Suárez, quien era entonces uno de los responsables de las centurias co-
munistas. Suárez agrega que su sector no recibió nunca ninguna explicación especial, más allá de la que la dirección del
PC divulgó una vez levantada la huelga general» Bacchetta, 37. Por su parte Ricardo recuerda que «los bolches hicieron
creer que lanzarían la respuesta armada, que la dirigiría Arismendi desde la clandestinidad. La noticia llegó a Libertad y
cuando se la comenté a Pareja, a Mechoso y a Cariboni me dijeron “ese verso ya lo escuchamos muchas veces antes, el
PC es especialista en mentiras de ese tipo, cada vez que las circunstancias los llevan a una encrucijada aparecen como
si hubieran dos fracciones opuestas en el seno de la organización, inclusive en la dirección que también se dividiría,
para recuperar a la base que tiende a romper frente a la política reaccionaria del Partido”».
Conflicto social 151
traba inerme y que no estaba en condiciones de transformar por sí mismo una huelga de
resistencia en una huelga insurreccional.» 310
En un momento de la entrevista, Mujica declaró que cuando en 1972 estaban deteniendo a tan-
tos tupamaros, producto de las delaciones, tendrían que haberse replegado y tratar de, por lo me-
nos, preservar un núcleo fuerte y organizado.
Los presos sentían una doble frustración, fruto de estar encerrados y de no poder sumarse al com-
bate con los huelguistas. Los sabotajes simbólicos y otros pequeños actos solidarios con la huelga
hicieron disminuir ese sentimiento y demostraron que, encerrados o no, los luchadores sociales se-
guían unidos y firmes. En la cárcel Libertad, los reclusos enchufaron a la vez todos los sums (resis-
tencia eléctrica para calentar agua) que tenían y generaron un apagón en el penal y en la población
más cercana.
El régimen, que desde el principio recibe ánimos internacionales, obtiene el apoyo material y mi-
litar desde Brasil. La población se entera de la llegada de camiones y jeeps militares por el Chuy. Al
mismo tiempo se sabe que las fuerzas armadas brasileñas ponen a disposición de las uruguayas un
permanente puente aéreo que servirá para el abastecimiento, especialmente de petróleo ya refi-
nado.
nes.313 A mediodía el proletariado controla, prácticamente, todos los lugares de trabajo. Algunos co-
merciantes que quieren abrir sus comercios son obligados por los huelguistas a cerrar a la fuerza.
Se producen muchos arrestos; y en todos los casos, como se hacía sistemáticamente en los últi-
mos años, se encapucha y se tortura –submarino, electricidad, caballete, colgaduras–.
Oligarcas y militares intentan nuevas medidas,314 desalojan nuevamente algunos centros y
apalean a los obreros, quienes apaleados o no vuelven a ocupar.315 En otros casos intentan hacer
trabajar con el fusil detrás y con perros de custodia, como en Ancap, Lanasur o la banca pública y
privada, pero se requieren varios soldados por obrero produciendo y en muchos casos los trabaja-
dores desaparecen, como sucedió el 3 de julio en Ancap (la única, por monopolio estatal, refinería
de petróleo).
En Salto, las FFCC arrestan a «diecisiete sediciosos; varios habían recibido instrucción en el exte-
rior».316 En Paysandú, unos quince mil manifestantes marchan por el centro de la ciudad en repudio
del golpe. En Argentina, Chile, Bolivia y otros lugares, sectores del proletariado de esos países y exi-
lados uruguayos realizan diferentes acciones de apoyo a la lucha en Uruguay, al igual que en Roma,
París y Londres, donde se forman comités de solidaridad.
El fracaso de la operación desalojo fue considerado aquel mediodía como total y estrepitoso. Se
sabe rápidamente, basándose en los informes de los obreros de las plantas eléctricas ocupadas, que
el consumo de energía fue igual al de un día no laboral. Conviene subrayar que las plantas eléctricas
estaban totalmente ocupadas. Si hay algo que sigue funcionando es la emisión de la programación
televisa; los niños más pequeños, desconcertados o ajenos, al menos de forma racional, a la dura
batalla social, miran en la pequeña pantalla los combates de Titanes en el ring.
Los militares no lograron poner en funcionamiento el transporte interdepartarmenteal ni los ferro-
carriles. Durante la tarde, el número de unidades del transporte montevideano que se encuentran
averiadas es tal que las fuerzas armadas deciden retirar las restantes de circulación.
Por la noche, el ministro de Interior anuncia el decreto de aumento de salarios que rige a partir del
día siguiente, y responde a la prensa cuando se le pregunta por la central sindical: «La CNT no existe.
¿O es que acaso no han leído el decreto que la disolvió?».317
Al otro día en Ancap, donde se cumplía el tercer día de ocupación castrense, se logra sabotear el
circuito eléctrico con una cadena, lo que provoca un principio de incendio. El pánico hizo que los mi-
litares presentes abandonaran el lugar, hecho que fue aprovechado por los obreros para paralizar
todo el proceso de refinamiento del combustible y apagar la simbólica llama. Las fuerzas armadas
intentaron luego reunir nuevamente a los obreros, pero a pesar de la búsqueda casa por casa sólo lo-
graron llevar hasta la planta al 5% del personal bajo amenazas. Con la consecuencia que la puesta
313. «Entre los ocupantes de la textil se encontraba una pareja de obreros que se había casado la tarde anterior. Sus compa-
ñeros le dijeron que comprendían que ambos estaban en una situación especial, que se fueran de allí. El joven marido se
limitó a contestar: “Nos quedamos. Ningún lugar mejor que éste para pasar nuestra luna de miel”. La reacción fue una
sola: todos los obreros empezaron a cantar la marcha nupcial a coro, mientras la pareja tomada del brazo se dirigía a su
puesto de lucha». Resistencia Obrera Uruguaya. Álvaro Rico, 94.
314. «TEM S.A. Emplaza a todo su personal a presentarse mañana martes 3 de julio, en los turnos y horarios habituales. La no
concurrencia al trabajo se entenderá como renuncia tácita al cargo». Hoja informativa. Álvaro Rico, 1994, 145.
315. «El secreto era simple: aprovechando la niebla causada por el mal tiempo y la oscuridad de la noche atravesaban azo-
teas, techos, tejados y luego el grupo obrero se deslizaba por banderolas, tragaluces y ventanillas y entraba a la fábrica
para volver a ocupar sus lugares» Álvaro Rico, 1994, 72.
316. Comunicado de las FFCC. Álvaro Rico, 1994, 90.
317. Álvaro Rico, 1994, 85.
Conflicto social 153
De arriba abajo y de izquierda a derecha: a) Central termoeléctrica Batlle militarizada. b) La resistencia obrera en la refinería de
La Teja fue uno de los mayores símbolos de rechazo al golpe de estado. c) Ancap con la llama apagada. d) Refinería de
petróleo Ancap rodeada por soldados a caballo.
en funcionamiento se demoró algún día más. El sabotaje fue recogido por la prensa «Informan sobre
atentado contra la planta de Ancap. “Pudo haber volado”».318
Según una de las entrevistadas, los que apagaron la llama de Ancap, una de las acciones proleta-
rias contra el régimen más simbólicas de aquel período, fueron miembros del PC, que actuaron de
forma autónoma. Lo que demuestra que si bien la dirección del PC tenía una línea dubitativa con res-
pecto a los militares y la radicalización de la huelga, no pocos militantes de base estuvieron en ese
momento, como en otros del pasado, en acciones contra el sistema burgués.
La totalidad de los partidos políticos, sindicatos y hasta algunos empresarios desbordados por las
circunstancias se «solidarizan» con la resistencia popular, dándose casos de donaciones en dinero y
víveres. Según varios testimonios, en todos los casos este tipo de regalos viene acompañado de la
tentativa de cambiarle las consignas al movimiento proletario, sustituyéndolas por ejemplo por el
himno nacional.319
La dictadura descarada sigue perdiendo adherentes por parte de aquellos que la prefieren «cons-
titucional» y hasta varios ministros y el vicepresidente se desolidarizan y renuncian.
La organización Mujer Oriental convoca una misa contra el golpe de estado en la catedral de
318. Titular de La Mañana. Álvaro Rico, 1994, 130.
319. Otras fuentes defienden que se cantaran los versos patrios como unidad nacional y búsqueda del apoyo castrense. Hay
que tener en cuenta que al menos en una ocasión en la que los obreros fueron desalojados y salieron cantando el himno,
los oficiales presentes se cuadraron e hicieron el saludo militar que siempre reproducen al escucharlo. En aquellas com-
bativas jornadas se consolidó la consigna «Tiranos temblad» recogida del propio himno patrio. Durante la dictadura se
cantaba en susurro el himno pero se gritaba cuando se pronunciaban esas palabras, ante la irritación de «los tiranos». El
5 de julio, en el partido Uruguay-Colombia, gran parte de los espectadores coreó aquella consigna con fuerza durante el
himno nacional y lo siguió haciendo, una vez acabada la música, durante varios minutos. En ese mismo partido también
se desplegó una enorme pancarta en la que se leía: «no a la dictadura».
154 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Montevideo, a la que asisten cuatro mil mujeres que llenan el interior y la plaza Matriz, donde son re-
primidas por la policía.
la huelga se calcula que hay unos dos mil nuevos presos políticos que se agregan a los seis o siete
mil con los que cuenta el país desde «antes de la dictadura». Como las cárceles y cuarteles no alcan-
zan, se utilizan como lugares de detención vagones de ferrocarriles, barcos y el mayor pabellón de-
portivo de Uruguay, el Cilindro municipal.323
Un fragmento del texto nº 2 que ahonda en el tema de la represión, en el período anterior a la
huelga, analiza la necesidad y previsión que tuvo el régimen burgués y oligárquico en neutralizar, an-
tes del golpe militar, a gran parte de los núcleos revolucionarios armados. De no haberse producido
así, «otro gallo hubiera cantado» durante las jornadas de lucha de fines de junio.
«La casi totalidad de los cuadros revolucionarios del movimiento obrero que se habían ido
gestando durante décadas o años anteriores, se encontraban identificados, perseguidos,
presos y en general fuera de combate. Por lo tanto la huelga general llevada adelante por el
proletariado se realiza cuando la gran mayoría de los sectores combativos y clasistas ha-
bían sufrido serias derrotas y cuando ya se había descabezado al proletariado en lo que
concierne a sus cuadros históricos y militantes de vanguardia. Por lo tanto la huelga se de-
sencadenó cuando dado el imponente ataque consciente y planificado del cual el proleta-
riado era objeto, nadie más, ni siquiera la CNT, pudo impedir que aquel reaccionara como
totalidad. Desde el punto de vista del proletariado la generalización de salir a jugar el todo
por el todo, es por un lado tardía, y por el otro cuando el enemigo había castrado todos los
sectores de la clase obrera por donde podía venir la reacción.»
El Cilindro, el mayor pabellón deportivo del país, fue convertido Extracción de la bala de la cabeza Ramón Peré, el profesor
en un calabozo gigante. asesinado.
«Cuando vi pasar el primer ómnibus dije: perdimos», explica Fernando Castillo. Desde las ventanas
y entre los barrotes los presos se vienen abajo cuando ven los ómnibus circular: «Esto se pierde, se
acabó, de acá no nos saca nadie».325
Sin embargo, la huelga continúa en todos sus términos en la industria, banca y en casi todos los
barrios obreros-industriales.326 En el Cerro y la Teja se construyen barricadas y prácticamente se im-
posibilita el tránsito, cortándole la posibilidad a los empleados – «carneros» como los llaman los
huelguistas– de ir a trabajar, y dificultando también la circulación de fuerza represivas.
Siguen produciéndose actos y manifestaciones en distintos barrios de Montevideo, como el pro-
pio centro, y en el interior del país. En muchos casos estos sucesos terminan con el apedreamiento o
incendio de instituciones o símbolos del régimen.
Los heridos se multiplican, especialmente en el bando de los huelguistas, y en este día hay varios
graves y un muerto: Ramón Peré, baleado según unas fuentes cuando atentaba contra un vehículo
de transporte; y asesinado por «tiras» que le siguieron de la Facultad de Veterinaria, donde era do-
cente, y le dispararon por la espalda, según un volante anónimo.327
El sábado 7 de julio, la CNT, a través del Boletín nº 7, convoca a «una concentración de las fuerzas
opositoras a la dictadura, pacífica y sin armas» para el lunes 9. La convocatoria dice además «no reali-
zando ni permitiendo realizar actos voluntaristas de violencia de cualquier especie. Y el gobierno es
consciente, las FFAA son conscientes, y la policía es consciente de que cuando la CNT compromete su
posición ¡cumple!».328 El Partido Nacional y el Frente Amplio apoyan dicha manifestación.
Durante el fin de semana, las fábricas ocupadas cumplen más que nunca el papel de centro de
toda la vida social, se realizan acaloradas discusiones políticas, cantos, ollas, asados y fogones en
los que participan vecinos y familiares de los huelguistas.
Siguen llegando muestras de solidaridad internacional. Estibadores y obreros de astilleros de de-
cenas de países deciden no descargar ni reparar ningún barco que haya tocado puerto uruguayo.
325. Algunos de ellos tendrían que esperar doce años para salir, en la famosa amnistía general conseguida, además de por
las circunstancias internacionales y de los intereses de la burguesía en general, por la imponente reacción popular de
principios y mediados de los ochenta –caceroladas y manifestaciones, alguna de ellas de cientos de miles de personas–
pidiendo el fin de la dictadura y la libertad de los presos.
326. «Fuentes castrenses reconocen que la producción actual alcanza sólo el 20% de lo que producía el país el 27 de junio
(Boletín Noticias)» Álvaro Rico, 1994, 135.
327. Los muertos y la violencia no son patrimonio de la lucha y las insurrecciones. La muerte, y la administración de la
muerte, en el sistema capitalista es algo cotidiano. Por ejemplo, en los accidentes laborales. En ese momento en la
planta industrial de Soyp en Cabo Polonio explota una caldera y muere un operario.
328. Bacchetta, 143.
Conflicto social 157
Desde que comenzó la huelga hay unos cuatro mil nuevos presos. En Philips, en una asamblea
impuesta por las FFAA, en la cual no participan los dirigentes, se resuelve volver a trabajar. Pero los
proletarios sabotean la producción y los productos no llegan a salir de la fábrica.
En una planta de sintéticos hubo un plebiscito publicitado por televisión y radio que salió setenta
a cincuenta por volver a trabajar. Entraron, se reunieron en asamblea y resolvieron ocupar. Con estas
acciones quedaba ridiculizado el comunicado nº 114 de las FFCC: «Los plebiscitos demuestran cla-
ramente que la voluntad de la masa obrera de reinciar su trabajo en bien del país, de la comunidad y
de su propia familia, es muy superior al efecto que sobre ella pudo haber tenido la presión ejercida
Algunos personas con gran influencia dicen que ante la escasez de provisiones hay que terminar
con la huelga y empezar a producir otra vez.330
En casi todo el territorio nacional se producen lluvias tremendas. En Mercedes fueron más de se-
tenta los evacuados por la crecida del Río Negro.
331
III.4.4.7. Última resistencia masiva
Durante la madrugada del lunes 9 de julio, un muchacho de dieciséis años llamado Walter Medina
pinta en un muro cerca de su casa: «Consulta popular», un policía lo descubre y le dispara hasta
que cae muerto.
El titular del diario La Mañana es: «Uruguay entre los 16 mejores». Y en el suplemento «Misión
cumplida. Fieles a la tradición, respondiendo a la confianza depositada en ellos en las víspera, los
celestes golearon y ya están en Alemania (en el Mundial de 1974)».332 En Italia L’Unitá destaca:
«Los trabajadores de Montevideo reocupan las fábricas» y en el editorial de El País se afirma:
«Las camarillas sindicales, comunistas, anarquistas, castristas, maoistas y trotskistas que
detentan el dominio de los gremios enarbolan la bandera de la salvaguarda y reivindica-
ción de instituciones por las que ni ideológica ni políticamente sienten la más mínima de-
voción».333
Toda la mañana de ese mismo día se desarrolla con nuevos bríos de propaganda y agitación. En
muchos casos se saca a gente que había comenzado a trabajar y se vuelven a cerrar muchos comer-
cios. Se incendian buses e incluso locales bancarios. Son desocupadas por la fuerza más de una do-
cena de fábricas en Montevideo y otras tantas en el interior.
Durante toda la jornada corre de boca en boca la convocatoria de la manifestación: «A las cinco
en punto todos a 18», en referencia a la céntrica avenida. Por supuesto está prohibidísimo cualquier
evocación pública, y privada, de la protesta de la tarde. Pero la imaginación vuelve a estar del lado
de la resistencia. Ruben Castillo, desde Radio Sarandí, organiza un concurso entre los oyentes para
ver quien acierta el nombre del autor de los versos: «A las cinco de la tarde...».334
Manifestación contra el golpe de estado en la avenida 18 de Julio.
A las cinco de la tarde, en plena avenida 18 de Julio, un grupo de militantes empieza a gritar ¡Li-
bertad, Libertad!, cientos de personas que «paseaban» por la zona se unen y empieza la manifesta-
ción, que cuenta al poco tiempo con decenas de miles de participantes, de todas las edades y sec-
tores sociales. Se escuchan las sirenas de las fábricas ocupadas y los aplausos desde los abarrotados
balcones del centro de la ciudad, en el que se despliegan banderas de los Treinta y Tres Orientales,
con la consigna de «libertad o muerte». Muchos de los presentes comienzan a entonar el himno na-
cional. «Es típicamente una manifestación populista y dirigida por la burguesía de oposición»
afirman los intransigentes militantes del texto n º 2. Las consignas centrales son: «Tiranos temblad» y
«CNT, CNT». La manifestación es brutalmente reprimida y disuelta, pero una parte de los manifes-
330. «Llegó un momento que la huelga se hizo necesario levantarla porque la gente carecía de comida. Se habían agotado los
stocks de arroz, la leche. Los niños no tenían alimento. (Dari Mendiondo)» Álvaro Rico, 1994, 158.
331. Este título hace referencia al período 1968-1973; como se ha mencionado anteriormente en la década de los años
ochenta hubo movilizaciones masivas y radicales.
332. En el diario Ahora, el humor de Da Rosa, titula: «Por goleada» y sale dibujada una anciana que dice: “¡A mí también me
llenaron la canasta. Pero fue el gobierno. Luz, boleto, pan, leche, canasta familiar». Álvaro Rico, 1994, 166.
333. Álvaro Rico, 1994, 163-164.
334. «Los diarios de izquierda en sus editoriales ponían frases del tipo: “¡Qué lindo pasear por 18 de Julio a las 17 horas”»,
comenta Fernando Castillo.
Conflicto social 159
tantes, al grito de «¡libertad!», vuelve a concentrarse una y otra vez. Según los autores del texto n º 2:
«cuerpos de choque de la CNT actúan en la detección y represión de militantes obreros que desa-
fiando sus consignas apedrean e incendian comercios y otros objetivos». Tres manifestantes logran
subirse a una unidad lanza-agua e intentan abrir la escotilla a puro golpe. Las fuerzas militares tiran
con ametralladora por encima de las cabezas y emplean revólveres de distintos calibre para tirar di-
rectamente. Decenas de manifestantes resultan heridos tanto de proyectiles de sal como de balas, y
uno de ellos queda en coma al impactarle una en la cabeza.335 Los detenidos son tantos, varias cen-
tenas, que tienen que ser trasladados en autobuses de transporte público. En la sede del diario del
PC, El Popular, son arrestadas más de cien personas y llevadas encapuchadas al improvisado penal
elCilindro.336
El Comunicado nº 119 de las FFCC resumían así aquella movilización contra el régimen militar:
«“Turbas organizadas trataron hoy de dar una asonada en el centro de la ciudad” […]. Dos días más
tarde, el ministro del Interior admitió a los periodistas que había dos policías y dos civiles heridos de
bala por los hechos del lunes».337
A continuación se recrea, a través de su propio relato, la vivencia que tuvieron Fernando Castillo y
Ana Marianovich en la manifestación, para ilustrar cómo fue aquella «última batalla» para algunos
de los luchadores sociales. La joven pareja toma un taxi que los deja a dos calles de 18 de Julio, mi-
nutos antes de las 17 horas. Cuando caminan hacia la principal avenida montevideana, Fernando,
que como él dice «fui con una tristeza tremenda, porque era la derrota», le comenta a su compa-
ñera:
–Hicimos bien en venir, teníamos que estar acá, pero nos van a cagar a palos. O están los tanques
o nos dejan hacer todo y luego nos masacran.
Y cuando llegan a 18 de Julio, se unen a la manifestación y Ana le contesta:
–No, con toda esta gente, seguro que no –ella pensaba incluso en la posibilidad de que tras la pro-
testa cayera el gobierno.
–Vas a ver... –le advierte Fernando. Y a continuación un «guanaco» (lanza-agua) empieza a tirar
agua.
¡Pum, pum...!
–¡Mirá cohetes, cohetes! –dice Ana con alegría, al llegar a la Plaza del Entrevero.
Y empieza la desbandada.
–¡¿Cohetes?! Esto son balas. ¡Corré!
«¡Pa, pa, pa! Nunca me olvidaré –añade Fernando Castillo–, «¡como en México en la
plaza de las Tres Culturas! pensé. Eran balas de salva digo yo, o si no hubiera sido una
masacre. Recuerdo atravesar esa plaza, interminable, agarrando a Ana, que se quería
meter en la fuente porque estaba ahogada por los gases. Mucha gente se quedó en la
plaza, tirada en el suelo, protegiéndose. La cagaron a palos y se la llevaron en cana,
porque después vino la Republicana con los sables. Atravesamos la calle Colonia y Ana
dice: “un garaje” Nunca me olvidaré, pensé “un balazo”, entendí eso aunque no tenga
335. La radio Ciudad de Buenos Aires emite: «En Uruguay la violencia desatada alcanzó límites no igualados cuando más de
cincuenta mil personas se volcaron a las calles de la ciudad para demostrar su total disconformidad con el nuevo ré-
gimen de gobierno impuesto». Alvaro Rico, 1994, 180.
336. En un volante de la CNT se escribe «Están ingresando al Cilindro cientos de personas por día que llegan en ómnibus en-
capuchados, algunas heridas. Salen alrededor de diez personas por día. Duermen en el suelo y la comida traída por los
familiares se reparte entre todos». Alvaro Rico, 1994, 184. Por la noche culmina la «Operación Zorro» cuando capturan
a los ex generales Seregni (Zorro 1) y Licandro y al ex coronel Zufriategui.
337. Bacchetta, 150.
160 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
nada que ver. Le miro la espalda y le digo “pero no tenés nada”. Justo veo una iglesia con
la puerta abierta y nos metemos. Era de curas vascos, progresistas.338 Había gente desma-
yada, gente pisada, herida. Cuando nos ven entrar los curas nos dicen “vengan por aquí” y
nos mandan a la cancha de basquetball [de la parroquia] y allí nos encontramos con Sca-
rone y María Angélica. Todos con un cagazo, pero inclusive salíamos a la puerta que daba
a la calle y les decíamos “¡hijos de puta!”. Los milicos seguían con revólveres y sable en
mano, y el helicóptero arriba. Y los curas pedían “no hagan esto que van a entrar, éstos no
respetan nada. Bueno y si entran, acá hay una salida, pero ojo que da al ministerio del
Interior”. “Aquí marchamos” pensé yo “y no podíamos llamar a Juan” [su hijo de dos años
y pico que estaba junto a los otros hijos de los manifestantes del barrio, cuidados por una
persona solidaria] así que salimos otra vez a la calle.
–¿Y había grupos que aún resistían?
–Sí, había grupos que resistían, yo no resistía un carajo, había humo por todos lados,
gases, sirenas y nos miramos [los cuatro] y decíamos “que pinta de sospechosos”. Vimos
pasar un ómnibus y saltamos para adentro. Pero la policía lo para, entran y dicen “Bueno,
sigan”. Nos alejamos y luego fuimos a buscar a Juan [y antes de un año ya viajábamos
rumbo a España].»
Tras la manifestación, miembros de la dirección de la CNT sostienen por primera vez, pública-
mente, que hay que concluir la huelga. Pero como resultado de la acción desplegada por los grupos
de agitación y propaganda, la huelga vuelve a repuntar en diferentes lugares, obteniéndose impor-
tantes triunfos incluso en aquellos sectores que el gobierno consideraba normalizados: transportes,
oficinas, comercios...
En la mañana del martes 10 de julio, se lleva a cabo el entierro de Walter Medina, con mucha
bronca y nutrida concurrencia. Las FFAA fortifican la ocupación militar del centro de Montevideo con
enorme despliegue de soldados, armas y vehículos blindados.
La Federación de la Carne resuelve finiquitar la huelga. Por la tarde el PC y la CNT se muestran ya
dispuestos, oficialmente, a levantar la huelga. En la Mesa Representativa Nacional de la CNT, con
mayoría de miembros del PC, que al parecer se reúne por primera vez desde iniciada la huelga, se pro-
pone levantarla sin ningún tipo de condiciones y sin ningún tipo de consulta.339 Dicha proposición no
llega a ser unánime en las fábricas. Por plebiscito se reintegran al trabajo más de ocho fábricas.
El miércoles 11 de julio, según lo escrito en el texto n.º 2:
«El nivel de paralización logrado volvía a ser el más alto alcanzado. Ello se verifica en las listas
(no completas) de fábricas ocupadas o sin trabajar, de locales bancarios y otros lugares de
trabajo en manos de los proletarios, publicada en Noticias nº 11 de este mismo día.»340
Las versiones del levantamiento de la huelga se generalizan. «Los gremios levantaron el paro» es
el titular de la portada de Ahora. «El aparato de la CNT logra en algunos lugares la vuelta al trabajo,
en otros las órdenes en ese sentido, son rechazadas».341 Horas después se reúne la Mesa Represen-
tativa de la CNT y oficializa el levantamiento de la huelga a partir del día siguiente, jueves 12, a la
hora cero.
La decisión llega a los lugares ocupados. En los sindicatos controlados por el PC y la CNT, la resolu-
338. Entre las autoridades eclesiásticas uruguayas hubo contradicciones con respecto al apoyo o rechazo al golpe, y las
pocas declaraciones públicas que hubo, en su mayoría, fueron contrarias al régimen militar.
339. «Pero, aún en el caso de admitir la necesidad o conveniencia de tomar esa decisión, ¿porqué hacerlo de esa manera, sin
condiciones? Este fue el debate que se produjo en la dirección sindical» Bacchetta, 162.
340. Este mismo día, del otro lado del charco, el ex presidente y embajador uruguayo en España, Pacheco Areco, aterriza
junto a su familia en las Islas Canarias para pasar sus vacaciones.
341. Texto nº 2.
Conflicto social 161
ción se esperaba y en algunos lados ya se había comenzado a trabajar. En los centros donde predomi-
naba la autonomía obrera la resolución provocó diversas reacciones de cólera e indignación muchas
veces descargada con rabia y violencia contra el «bolche» de la fábrica.342 Se discutió la posibilidad
de continuar la huelga a pesar del dictamen oficial, proposición que encontraba a su vez muy divi-
didos a los obreros. El debate llegó a los barrios y durante la noche repercute en el interior del país.
«El jueves 12 la huelga se quiebra. El PC y la CNT vuelcan todos sus esfuerzos en la aplicación de
la resolución de “repliegue táctico”. La CNT se muestra mucho más eficiente que las fuerzas arma-
das en la operación normalización.»343
Se distribuye el mensaje de la CNT: «Los trabajadores han escrito una página maravillosa de su
historia», en el que se explica que hay que parar la huelga, que hay que cambiar la forma de lucha:
«La huelga general que hemos realizado constituye una etapa gloriosa de esa larga lucha.
Ella no ha permitido alcanzar aún la victoria deseada, pese al derroche de heroísmo de los
trabajadores, que han tenido que enfrentar condiciones adversas, no han madurado to-
davía plenamente las bases para lograr esa victoria, la batalla debe pues proseguir, pero se
hace necesario cambiar la forma de lucha.
El principio táctico fundamental en una lucha prolongada es desgastar y debilitar conti-
nuamente las fuerzas del enemigo y fortalecer las propias […]. En las presentes circuns-
tancias su prolongación indefinida sólo llevaría a desgastar nuestras fuerzas y a consolidar
las del enemigo, lo que violaría el principio básico a que hemos aludido y estaría en abierta
contradicción con él.
No salimos de esta batalla derrotados ni humillados […]. Abrimos una nueva etapa,
que no es de tregua ni de desaliento, sino de continuación de la lucha por otros caminos y
métodos, adecuados a las circunstancias.» 344
«Esto es una derrota
hay que decirlo
vamos a no mentirnos nunca más
a no inventar triunfos de cartón».345
En muchas fábricas, barrios, y locales bancarios y de enseñanza, se insulta a los miembros del
PC, «los mismos traidores de siempre», «colaboracionistas», «reaccionarios», «vendidos»...346
Irene, quien durante casi toda la huelga estuvo actuando con la OPR 33 y en semiclandestinidad,
opina que «el PC, que tenía la mayoría en la CNT, entregó la huelga, ahí fue la gran derrota, se quería re-
sistir y no se pudo.
La gran mayoría de los que pensaban como Irene, dada la fuerza con la cual la CNT impuso la me-
342. En lugares en donde los obreros de la tendencia combativa y los del PC estaban representadas parejamente, el debate
fue violento y acalorado y en muchos casos se fue a las manos.
343. Texto nº 2.
344. Álvaro Rico, 1994, 193.
345. Benedetti, 1986, 96. Del poema: «Otra noción de patria».
346. «En muchos centros de trabajo, sobre todo los más fogueados y combativos, la decisión levantó bronca y agudas resis-
tencias. No obstante, se mantuvo la unidad y disciplina sindical. A esa altura sí que era suicida pretender detener o mo-
dificar esa resolución» Bacchetta, 154. «Eduardo Platero [explicó tiempo después] “Como la huelga general no era in-
surreccional; se podría haber levantado al segundo o tercer día, pero ahí las masas nos comían (…). Había determi-
nados umbrales que no podíamos trasponer (...). Se actuó en el marco de esa lógica (...). En cambio, si no la levantá-
bamos el 12 de julio, las masas nos pasaban por arriba (...). La gente nos agradeció la orden (...), el Partido Comunista
tenía un gran control del sentimiento de las masas”». Bacchetta, 173.
162 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
dida, no ve ninguna posibilidad de continuar la huelga; en muchos lugares la asamblea acepta con
rabia la vuelta al trabajo.347
En el interior, el debate se generaliza y también la CNT triunfa en su posición de volver a producir.
«El repliegue ordenado y la unidad y disciplina gremial» son ahora sus consignas. La Corriente348 se
pronuncia en ese sentido y el Frente Amplio, en la misma línea, hace una declaración llamando a
continuar la lucha por otras vías.
El viernes 13 de julio y en los días siguientes la huelga prácticamente se desmorona, y en todas
partes se acepta la entrada al trabajo.
«Los representantes de la CNT y los grandes sindicalistas, son repudiados por masas de
obreros en todas partes, se los insulta, se los escupe. El hecho de que el PC y la actuación
de la CNT constituyeron el mejor aliado de los militares es gritado y expresado de mil ma-
neras por decenas de miles de proletarios combativos. Se dan aún casos aislados de tenta-
tivas de mantener, contra viento y marea, las ocupaciones [...]. El argumento fundamental
del levantamiento de la huelga fue el de preparar nuevas y más decisivas jornadas de
lucha, resultó –como no podía ser de otra forma– una gigantesca mentira porque el prole-
tariado quedaría liquidado».349
351. «Quienes sostenían la necesidad del condicionamiento, –sigue la declaración– señalaban que aún contábamos con sec-
tores de la clase obrera con capacidad para continuar la huelga, y que apoyarse en ellos para alcanzar un mínimo reivin-
dicativo, es decir, obtener algo de la lucha, le daría al movimiento sindical mejores condiciones para las acciones poste-
riores. Sigo creyendo que se equivocaban, y haber asumido esa postura hubiera desdibujado ante la historia el real con-
tenido de la batalla librada por la clase obrera uruguaya, desde el 27 de junio hasta el 12 de julio de 1973. Episodios
posteriores, además, de los que hablaré, mostraron la vitalidad del movimiento sindical, y eso a pesar de los miles de
despidos, los cientos de detenciones y la represión generalizada descargada sobre la CNT y sus organizadores.» Tu-
riansky, 131.
352. «“Las empresas que despiden trabajadores son cómplices de la dictadura. ¡Boicot! No consuma sus productos. No uti-
lice sus servicios”. Volante de la CNT» Álvaro Rico, 1994, 182.
353. Muchos de los prisioneros a las semanas o meses fueron puestos en libertad, otros en cambio permanecioron ence-
rrados, junto a nuevos luchadores sociales apresados, por varios años. En 1976 Wilson Ferreira Aldunate frente al Con-
greso de los Estados Unidos aseguraba que: «su número puede calcularse con seguridad entre cinco o seis mil [...]. Se
afirma corrientemente que, de todos estos detenidos, aproximadamente la mitad han sido sometidos a torturas. Pero
para hacer esta afirmación es menester reservar la expresión tortura para calificar sólo las formas sádicas e inhumanas
de tratamiento de los presos, ya que todos, absolutamente todos, han sido encapuchados durante días y semanas en-
teras, y han sufrido en esas condiciones, «plantones» hasta perder el conocimiento, y múltiples vejámenes sin conside-
ración de edad o sexo [...]. El terror se dirigió hacia la población entera. Cuando no hubo más tupamaros para torturar,
se pasó a ciertos sectores minúsculos de la izquierda maoísta, y de allí al PC, sus dirigentes, militantes y todos los que
habían tenido cualquier vinculación con sindicatos u organizaciones gremiales; y por fin, se pasó a la población en ge-
neral, a cualquiera, «por las dudas». Mi partido ha visto a su gente perseguida, castigada, vejada, torturada. Sus diri-
gentes han sido procesados. Legisladores electos por el Partidos Nacional han sido golpeados en la cárcel, y algunos
han sufrido refinadas y brutales torturas no acompañadas por interrogatorio alguno, es decir, infligidas simplemente
para castigar o amedrentar». Clara Aldrighi, 63 y 64.
164 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«La huelga general hirió de muerte a la dictadura porque predispuso al pueblo contra el golpe, pero
cambiar el curso de los acontecimientos a esa altura no era posible».354
Entre 1974 y 1976 se van unas doscientas mil personas del Uruguay.355 «El destierro masivo no
empezó con la dictadura, aunque se aceleró con ella», «el país se queda sin una gran parte de sus jó-
venes y los pocos que quedan se ven obligados a disfrazarse de viejos».356 En un muro de Montevi-
deo alguien pinta: «El último, que apague la luz» y uno de los que se exilia escribe:
«A mediados de 1973, el ómnibus que me llevaba hacia el aeropuerto y el exilio atra-
vesó unos basurales infinitos. Esta es la última imagen que me llevé de Montevideo: los
enjambres de niños que revolvían la basura en busca de trapos, botellas y pan duro».357
1. Sobre la vinculación entre los dos PC Jaime Pérez, ex secretario general del PCU, afirma: «Todo lo que se ha dicho de que
dependíamos de Moscú es una ridiculez, en realidad se podría decir que ellos seguían las instrucciones de Arismendi.
Hasta en el tema de Cuba». Pero no esconde que en cuanto a los recursos económicos sí «había contribución de la
Unión Soviética. Poco puedo hablar de eso porque en realidad nunca me tocó tener algo que ver con esa área. Pero sé
que las hubo». Consultado del artículo de Marcelo Pereira «Jaime Pérez y sus recuerdos. El hombre de mármol»,
www.brecha.com.uy/numeros /n564/jaime.html
2. El PC experimentó un fuerte crecimiento, en esos años, fruto de su exitosa inserción en los medios sindicales y de la iden-
tificación del régimen cubano con la ideología de los partidos comunistas.
3. La UJC fue, prácticamente, la única agrupación estudiantil que tuvo una fuerte presencia antes, durante y después a la
movilización de 1968. Como síntesis de sus planteamientos políticos un panfleto de la UJC de Medicina dice que las
tentativas de la oligarquía por destruir al movimiento popular fracasaron por la existencia de la fuerza política PC-UJC.
«¿Esto hubiera sido posible sin un partido marxista-leninista? [...] Hoy es la lucha por imponer una salida política, pero
es fundamentalmente la lucha por conducir al pueblo al poder, para la sustitución de la burguesía por la clase obrera y
construir una sociedad más justa [...]. Por eso es necesaria tu incorporación a las filas comunistas, a las filas de la revo-
lución, junto a la vanguardia al combate.»
166 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
El peso en la política nacional y hasta internacional es innegable.4 Otra cosa es graduar en qué
medida el PC era una organización comunista en lucha por el socialismo. Aspecto no reconocido por
la militancia que no adhería esa fuerza política. León Lev caracteriza de la siguiente manera la praxis
llevada a cabo por ese partido durante esos años:
«Seguíamos luchando por el socialismo desde el punto de vista ideológico y cultural, pero
concebíamos que en nuestra primera etapa debíamos romper el predominio del gran capi-
tal financiero y latifundista […]. En el plano teórico la izquierda tradicional, PC y PS, era
una izquierda batllista, en cierto sentido un partido liberal, anticlerical y reformista frente
al partido católico, integrista, conservador y terrateniente.»
Los objetivos a corto plazo, en cualquier caso, eran bastante parecidos a los del Congreso del
Pueblo y, a nivel genérico, una sociedad de igualdad y justicia social.5 Lev matiza y concretiza las as-
piraciones de aquella masa militante, autoproclamada comunista, y habla sobre los objetivos de la
lucha.
«–La democracia era el primer objetivo.
–¿Y a largo plazo?
–El socialismo. Pero nosotros planteábamos etapas en la revolución, incluso enfrentán-
donos, en algunos momentos como en 1967 en la OLAS, a las tesis de la revolución cu-
bana. Comenzamos a reflexionar sobre la tesis de la dictadura del proletariado y empe-
zamos a privilegiar más el costado democrático que el coercitivo del período de transición.
La democracia avanzada. Era otra realidad a la de Rusia de 1917. Para nosotros la demo-
cracia es el camino y el fin. Quizás en la época pensábamos que la democracia era el
mejor campo de lucha, hoy pensamos que también es el modelo […]. El planteo del capi-
talismo es injusto pero no irracional, porque es un camino para seguir acumulando ri-
queza, para seguir el desarrollo, tecnológico [Pero, que quede claro] que nosotros no que-
ríamos el capitalismo.
–¿Y la abolición, por ejemplo, del salario?
–No, no teníamos ninguna visión utópica, ultra, ni extremista, partimos de una visión
estrictamente marxista que hasta que el capitalismo no agota su desarrollo de acumula-
ción no es posible el socialismo y que toda forma de anticiparse, a la corta o a la larga, va a
producir un retroceso histórico. No planteamos la abolición de la propiedad privada, etcé-
tera. Buscábamos una sociedad adonde el estado fuera importante, como redistribuidor
de la riqueza, y caminos laterales intermedios entre el capital público y privado, como las
cooperativas. Comenzamos a explorar los caminos del socialismo no estatal. El enemigo
era la oligarquía, el gran capital y el imperialismo. No el pequeño y mediano capital. [Que-
ríamos] nacionalizar la banca y el comercio exterior y [barajábamos] el concepto de re-
forma agraria y democratización de la propiedad.»
Como Lev señala, los objetivos programáticos del PC no eran extremistas. Tampoco, revoluciona-
rios, según gran parte de los militantes de otros grupos de entonces. Era el moderador de las luchas,
un partido que se caracterizaba por suavizar las consignas contra el capitalismo que emanaban de
4. El propio Garín al explicar la falta de apoyo del proletariado para una posible insurrección encabezada por los tupa-
maros se lamenta y dice: «La masa del Uruguay estaba en los sindicatos y en el PC. Nada que hacer. Lo que se llama la
clase obrera, también».
5. El 15 de octubre de 1984, en la recta final de un largo presidio, León Lev esbozaba en una carta a sus hijas el modelo
social por el que seguía luchando él y su partido: «¿Podemos construir una patria y una humanidad donde los niños
puedan ser felices sin sufrir hambre, frío, soledad, maltratos o explotación? Yo creo que sí, es más, estoy convencido. Si
no fuera así ¿para qué vale vivir? Si los hombres no soñamos con un porvenir donde las injusticias cedieran ante el paso
de una sociedad justiciera, libre y soberana, donde cada hombre y cada mujer vivan de su trabajo y gocen los beneficios
de la cultura ¡que triste sería la vida!». Lev, 78.
Organizaciones contrarias al régimen 167
9. Según Jaime Pérez, en su libro El ocaso y la esperanza. Memorias políticas de medio siglo, este fenómeno fue comen-
tado con algunos líderes de los partidos tradicionales.
10. Ver al respecto los apartados «Asesinato del primer estudiante», «Crispación preelectoral» y «Operación desalojo».
11. Comando General del Ejército, 462.
Organizaciones contrarias al régimen 169
mente los cuadros, gente con mucho coraje, con mucha personalidad, mucha inteligencia y
capacidad intuitiva para hacer propaganda y hablar el mismo lenguaje del lugar. Muchos
fueron a formarse fuera.»12
Juan Nigro señala que entre 1968 y 1973 los militantes del PS desarrollaban actividad de base y
sindical en muchos barrios y que contaban con agrupaciones universitarias en casi todas las facul-
tades, a veces solos y, a veces, en unión con otros grupos de izquierda.
En cuanto a su programa político, cabe destacar que aunque le dieran especial importancia a la
actividad electoral, a fines de 1970, no descartaban que se produjera una inminente revolución en
el Uruguay.15 Pero matizaban que, aunque las condiciones estuvieran prácticamente dadas, «aún
no es posible elaborar, una estrategia revolucionaria acabada».16
Roberto, por aquél entonces militante del PS, señala que perseguían la «revolución en cada país
dentro de un movimiento revolucionario internacional, combinando el internacionalismo proletario
con la liberación de cada uno de los pueblos». Nora por su parte, asegura que salieron viajes a Chile
para conocer la política que estaba desarrollando la Unidad Popular.
En diciembre de 1970, el PS publicó un libro con sus principales tesis aprobadas por un pleno
clandestino de dicho año. Una de ellas esbozaba posturas radicales y criticaba al reformismo, de-
mostración de la existencia de una corriente que nunca despreció la lucha armada y se enfrentó, dia-
lécticamente, con la política más moderadora del Frente Amplio.17
«¿Pero cómo construir esa alternativa? ¿Cuáles son las garantías para que sea realmente
una alternativa revolucionaria y no un recondicionamiento dentro del sistema? [...] Todo
militante tiene que ver su acción en tres tareas inseparables e íntimamente relacionadas:
la forja del partido, la creación del frente revolucionario, y la instrumentación de amplios y
variados mecanismos que le den a la revolución una amplia y sólida base social [...]. Una
organización capaz de impulsar y conducir la lucha en los distintos niveles, sin despreciar
ninguna de las múltiples formas de lucha.» 18
En otra de las tesis mostraba, además de una influencia de Lenin, otras de las facetas de su pro-
grama, el antimperialismo y la defensa de la liberación nacional.
«En el campo ideológico, la educación y los medios de comunicación puestos directa-
mente al servicio de la transformación revolucionaria de la sociedad, jugarán un papel im-
portante. Todas estas medidas presuponen un duro enfrentamiento al imperialismo y por
ende a la oligarquía y la burguesía intermediaria completamente fundidas en los intereses
de aquél. Por esto, ya en esta fase, las medidas anti–capitalistas, de signo socialista son
imprescindibles, por otra parte tales medidas permiten el rápido tránsito a la fase socia-
lista, sin el cual la revolución será ahogada. El estado en esta fase (nacional–liberadora)
será un estado de dictadura del proletariado que se desarrolla sobre la base de una alianza
15. «De modo que si Uruguay no está viviendo ya una situación revolucionaria, se acerca inexorablemente a ella. La mecá-
nica de su conmoción permanente, lo lleva a ella. La situación revolucionaria está implícita en este desarrollo; se gesta en
su matriz y el hecho de que hayamos entrado, cualitativamente, en la fase en que la recurrencia cede el paso a la perma-
nencia de la convulsión, prueba que no estamos lejos de ella. Lenin concluye [...] “Sin estos cambios objetivos que no de-
penden de la voluntad de los grupos o partidos ni tampoco de una u otra clase, la revolución es por regla general impo-
sible”. El conjunto de estos cambios objetivos es lo que se denomina situación revolucionaria.» Partido Socialista, 1970, 38.
16. Partido Socialista, 1970, 49.
17. Para saber si esta tesis era la expresión oficial de dicho partido o la de una fracción minoritaria se consultó a José Díaz.
Este dirigente del Partido Socialista asegura que el pleno, a pesar de darse en clandestinidad, tenía con rango de con-
greso y por lo tanto no sería correcto atribuirla a una fracción minoritaria. «Eso no quiere decir –aclara Díaz– que en
dicho evento, como en cualquier congreso democrático de un partido, no hubieran puntos de vistas distintos, y que el
documento que se aprobara no hiciera concesiones en la búsqueda de un síntesis mayoritaria. Son posiciones, en el
acierto o en el error, de la inmensa mayoría del PS. Posiciones oficiales del PS de entonces».
18. Partido Socialista, 1970, 60.
Organizaciones contrarias al régimen 171
La trayectoria de esta agrupación política está estrechamente relacionada con la denominada revo-
lución cubana. En 1961, varios políticos, obreros y estudiantes enrolados en partidos y agrupacio-
nes viajaron a Cuba para conocer el proceso reformador que allí se producía y, algunos de ellos, su-
frieron un virage político. Éste fue el caso del diputado del Partido Blanco Ariel Collazo, que sema-
nas después funda el MRO.
«Cuando varios legisladores, dirigentes sindicales volvemos de ese viaje, decidimos vol-
carnos en la defensa de la revolución cubana y en el ataque al imperialismo. Esto hace
que nos vayamos del Partido Nacional el 10 de marzo de 1961 y formemos, semanas
después (tras la victoria de Playa Girón) el Movimiento Revolucionario Oriental. Justa-
mente el día que había una gran manifestación en apoyo a la revolución cubana, el 21 de
abril.»
19. Partido Socialista, 1970, 48.
172 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
El MRO, desde sus órganos de prensa y los comités de defensa de la revolución cubana (principal-
mente impulsados por éste), apoyó la política de Fidel Castro. Para ello realizó actos en Montevideo
y en casi todas las capitales del interior. Actividad que, con el tiempo, propició la creación de bases
del grupo en varias ciudades. En 1968 el MRO estaba presente en Juan Lacaze, Rosario, Tacuarem-
bó, Melo, Pando, Las Piedras y Salto.
Otra de las tareas centrales de esta agrupación fue participar en elecciones generales, presentán-
dose en las dos citas que hubo en la década del sesenta y en la del año 1971. Ariel Collazo, fue dipu-
tado (desde 1962 a 1971) y uno de los principales responsables de la riqueza política que adquirie-
ron las Cámaras de Representantes. Su participación en el Parlamento destacó por las reiteradas pe-
ticiones de la reincorporación de huelguistas sancionados, denuncias a la limitación de la libertad
de expresión, lecturas de comunicados de grupos clandestinos, defensas de la reforma agraria, la
nacionalización y por el reestablecimiento de relaciones con China, Hungría, Mongolia, Corea, Alba-
nia, RDA y Vietman. En 1962 defendió la soberanía nacional de Argelia; en 1968, la de Checoslova-
quia y en diciembre de 1970 repudió a los tribunales militares españoles por el proceso de Burgos.
Otras de las características del MRO, señaladas por el propio Ariel Collazo, es que fue integrante
de la tendencia combativa y que, a pesar de eso, tenía muy buena relación con el PC y su líder R.
Arismendi. En cuanto a la cantidad de los luchadores sociales que nucleaba su organización, asegu-
ra que en el momento de máximo crecimiento llegó a ser de algunas centenas, más o menos orgáni-
cos. En 1971, encabezando la lista 1811 denominada «Por la revolución oriental», llegaron a tener
once mil votos. Aunque acota que fue gracias a que «se corrió la voz de que me iban a detener si no
salía», de ahí que contara con votos de una organización abstencionista como la ROE.
La actividad pública del MRO, hasta que fue ilegalizado, consistió en la elaboración de programas
radiales diarios, el funcionamiento de una consultoría jurídica gratuita destinada a trabajadores, ju-
bilados y militantes, la organización de cine-fórum en varias de sus sedes los fines de semana y la
publicación de la revista teórica del Comité Ejecutivo América Latina y del periódico Revolución.
Sus otras actividades dependían de lo que decidieran las comisiones de finanzas, propaganda, mo-
vilización, publicaciones, sindical y orgánica; que se reunían semanalmente. Como los demás gru-
pos, realizaban periódicamente, actos, plenarios de militantes, conferencias, cursos de capacita-
ción. Militantes del movimiento se dedicaban a la constitución de nuevas sedes en barrios y centros
de estudio y trabajo.
Uno de los aspectos que conformaron la peculiaridad del MRO reside en el hecho de que haya sido
el primer grupo en intentar emular a los guerrilleros de Sierra Maestra, proyectando un aparato mi-
litar.20 Fue una actividad muy marginal, y más teórica que práctica, que funcionó hasta diciembre de
1967. En esa fecha se le ilegalizó. Lo mismo ocurrió con los demás grupos del Acuerdo Época.
20. Ariel Collazo escribió un artículo llamado «El Uruguay no es una excepción», en el que se encuentra un apartado titulado
«Insurrección urbana o guerrillera rural»: «Nuestro Movimiento Revolucionario Oriental definió su línea política a favor
de la lucha armada en su Segundo Congreso, al aprobar su declaración programática, complementada con la impor-
tante resolución de su Junta Central de 9 de julio de 1965.
El documento no sólo define la vía de la revolución uruguaya, sino además la táctica concreta, adoptando como forma
principal la lucha guerrillera rural, y como formas auxiliares, la insurrección urbana y el trabajo dentro de las fuerzas ar-
madas. No necesitamos extendernos sobre las razones de nuestra posición. La insurrección es un camino cada vez
menos probable en las condiciones modernas de desarrollo de los medios represivos del imperialismo y las oligarquías,
mientras que las guerrillas, a despecho de algunos fracasos parciales, muestran que cumpliendo con sus reglas de un
modo riguroso, son un camino seguro. En el trabajo de Régis Debray “El castrismo o la larga marcha de América La-
tina”, al analizar el caso de Venezuela, hay un pormenorizado y lúcido análisis de las inmensas ventajas de la lucha rural
frente a la lucha urbana. Como dijera Fidel: “Las ciudades son ratoneras, y constituyen un cementerio de recursos hu-
Organizaciones contrarias al régimen 173
«Hubo un cambio sustancial de todo lo que estaba pasando hasta entonces –declara Co-
llazo–. Porque si bien a mí, que era parlamentario, no me pudieron quitar las inmunidades
porque no había ambiente en el Parlamento para hacerlo, el hecho de que te impidieran
organizarte políticamente [te limitaba la actividad]. Intentamos hacer una reunión allá en
junio [de 1968] y nos allanaron, entraron a la reunión y se llevaron el material que tenía-
mos allí, con lo cual nos cerraban el camino legal. Ésa es la razón por la cual el MRO deci-
dió formar un aparato de tipo fundamentalmente defensivo, que fueron las Fuerzas Arma-
das Revolucionarias Orientales, las FARO. De este tema no quiero profundizar más, por
ahora. No descarto en el futuro ordenar las ideas de toda esta parte. Pero por ahora no
quiero extenderme. El hecho, sí es cierto. Fue público y notorio en aquel momento.»
En este párrafo, Collazo, como otros de los entrevistados, fundamenta la toma de las armas como
algo defensivo; por tener cerradas, debido a las medidas represivas, las otras formas de intervención
política. Pero más tarde hace referencia a la parte ofensiva del proyecto y a las charlas con otros gru-
pos latinoamericanos para extender la acción antimperialista. Se trataba de:
«Acompañar esa lucha por deber de honestidad. Si hemos proclamado esto y todo lo
demás y ahora hay un montón de gente que está luchando aquí, nosotros también de-
bemos integrarnos a esto. Era nuestro deber y es lo que hicimos. Con la aclaración de que
para nosotros, la lucha urbana seguía siendo muy difícil y en la que el enemigo tenía más
ventajas que en la lucha rural.
–¿También pensaban eso para el caso del Uruguay? –se le preguntó haciendo referencia
a un paisaje marcado por las llanuras y escasos accidentes geográficos.
–No, siempre hablando en un plano continental, de donde hubiera condiciones.» 21
De hecho, el propio Regis Debray, ubica al Uruguay dentro del Plan del Che, menciona al propio
Ariel Collazo y hace referencia al MRO como máximo valuarte para dicha empresa.
«Cierto es que este país entraba en sus planes, pero a distancia y por intermedio de uru-
guayos separados de su medio de origen. No se había pensado en otra cosa que en la in-
corporación ulterior a la guerrilla de una joven organización cuyo líder más conocido pro-
cedía de filas del nacionalismo, el Movimiento Revolucionario Oriental. Descartando toda
posibilidad de lucha armada en las ciudades, este movimiento hacía suyos, en aquel mo-
mento, los criterios, a la sazón predominantes, relativos a la índole rural y continental a la
vez, de la guerra de guerrillas. Por esto, los miembros del MRO juzgaban necesario, en un
primer momento, expatriarse para integrarse a un ejército continental en formación fuera
de las fronteras de su país. Los tupamaros, como es sabido, no compartían esta opinión y
se negaban, a pesar de los riesgos que allí corrían, a abandonar el Uruguay, convencidos
al contrario y en contra de todos, de que la lucha armada tenía su lugar y un futuro
próximo.»22
manos y materiales”. Carúpano, Puerto Cabello, las minas de Bolivia y sobre todo Santo Domingo, invadido por cua-
renta mil paracaidistas yanquis, son contundentes ejemplos de lo que afirmamos». Ariel Collazo, América Latina,
1968, 29-29.
21. «Uruguay debe ser el país de América Latina que menos condiciones geográficas tiene, tanto para la lucha armada
como para la lucha guerrillera rural. ¿Por qué entonces, nosotros sostenemos que ambas cosas son posibles? ¿Por qué
creemos que no somos una excepción, como sostiene Debray en su libro Revolución en la revolución? Porque internán-
donos en nuestra historia, comprobamos que toda vez que en el Uruguay hubo revoluciones, nunca se gestaron dentro
de su territorio aisladamente, sino en los países vecinos. Por eso hoy, lo que no es posible en un Uruguay aislado, lo es
en cambio integrado en la lucha continental.» Ariel Collazo, América Latina, 1968, 29.
22. Fragmento del Capítulo V del libro La guerrilla del Che, de Règis Debray publicado en español en 1975, reproducido en
Cuadernos nº 1, del periódico Los Orientales, (sf), 23.
174 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
y Martín Ponce De León, fundó una colectividad vecinal para vivir de acuerdo a sus valores. Desde
allí denunciaron a los gobiernos hambreadores, despóticos e imperialistas y realizaron un trabajo
barrial, parecido al que Betinho había llevado a cabo en el vecino país, como dirigente de la Acción
Popular Brasileña, grupo político de base estudiantil y cristiana. Esta actividad social atrajo nuevos
militantes y posibilitó la creación del MAPU, precursor de los Grupos de Acción Unificadora (GAU).
Sobre los GAU, Nora manifiesta que, junto al Partido Demócrata Cristiano, fue la única organiza-
ción del Frente Amplio que tenía el cristianismo en su ideario ideológico, y que incluso estaban en
contra del reparto de anticonceptivos. Pero eso, recuerda, «no impidió que se radicalizaran y tam-
bién pusieran bombas».
En 1996 moría Héctor Rodríguez. Algunos de sus antiguos compañeros de los GAU habían sido
asesinados en Argentina por los militares.27
Escuela Nacional de Bellas Artes de la Universidad del Uruguay y la Comunidad del Sur, con mucho
menor capacidad de movilización que los otros dos.
Otros pequeños núcleos anarquistas, sin tanta relevancia en el plano político uruguayo, ejercie-
ron influencias en sus ámbitos cotidianos. Por ejemplo, en el barrio de La Teja ancianos que habían
luchado en la guerra civil española. En los círculos libertarios más intelectuales y con conexiones
con el anarquismo internacional, destacó Lucce Fabri, proveniente de la FAU, y su entorno, quien re-
chazaba la violencia como práctica necesaria y daba una importancia fundamental a la educación y
la cultura. El Grupo de Acción Libertaria (GAL), con más inserción entre el alumnado que entre los
trabajadores, es un claro ejemplo de pequeños colectivos esporádicos que actuaban y publicaban
puntualmente. En un panfleto de este colectivo se observa el rechazo a la autoridad burguesa y a la
política reformista de sustituir unos gobernantes por otros.
«Repudiemos todos los autoritarismos: aquí, en Rusia, en EEUU, o donde sea. Es hora de
convertirnos en un pueblo adulto. Rechacemos todos esos abusos paternales de los pode-
rosos. Organicémonos como trabajadores, como estudiantes, como consumidores, como
vecinos, para administrar nuestra vida sin patrones, sin jefes, sin gobernantes. Basta de
explotadores. Resista la dictadura que comenzamos a sufrir y discuta con todo el mundo lo
caro que salen esos parásitos de todo el mundo. La verdadera labor revolucionaría es: eli-
minarlos, no sustituirlos.» 29
IV.2.2.2. Escisión
J. C. Mechoso destaca el espíritu fraterno que había entre los anarquistas a principios de los cin-
cuenta, debido a la unanimidad de criterios en puntos importantes, fascismo, nacionalismo y bat-
llismo.
Pero, ya desde la fundación de la federación se vieron las diferencias entre las distintas tenden-
cias. Algunos núcleos obreros del Cerro y La Teja veían a Comunidad del Sur y a los libertarios de Be-
llas Artes, demasiado centrados en la lucha –de fondo pacifista– relacionada con la formación de co-
munidades («nuevos falansterios») y en las realizaciones de experiencias de vida colectivas diferen-
tes. Aquéllos, en cambio, lejos de desear diferenciarse de la vida del proletariado industrial, trataban
de insertarse en su cotidianidad, participaban en sus luchas y hacían suyas las necesidades más ur-
gentes. Esta sustancial diferencia llevó, en la década de los sesenta, coincidiendo con el incremento
del accionar ácrata, al quiebre de aquel espíritu fraterno.
32. www.nodo50.org/fau/Revista/archivo/All/Ll10.htm. Documentos de la formación y comienzos de la FAU.
33. Los fundadores de la FAU veían en la Comisión de Relaciones Internacionales Anarquistas, la Comisión Continental de
Relaciones Anarquistas Americanas, Solidaridad Internacional Antifascista y la Biblioteca Archivo Internacional Anar-
quista, organismos de relación y solidaridad internacional del movimiento libertario. En aquel encuentro estuvieron pre-
sentes, entre otros, algunos delegados de La Protesta de Buenos Aires y de la Federación Libertaria Argentina y se reci-
bieron varios comunicados solidarios del extranjero. Otro elemento que demuestra la preocupación de aquellos lucha-
dores sociales por el carácter mundial de la resistencia al capitalismo fue la elaboración de un documento en el que se
pronunciaban con respecto a los sucesos de Hungría, la huelga de los obreros de Construcciones Navales en Argentina y
un saludo a la militancia anarquista internacional.
Organizaciones contrarias al régimen 179
«Cuando se dan las acciones de carácter popular se ven las grandes diferencias. Las prác-
ticas de Bellas Artes y Comunidad del Sur son muy distintas a los grupos obreros, por estar
absorbidos en su dinámica interna, nosotros estamos para afuera, en las huelgas. En un
momento que están paralizados los frigoríficos, que hay hambruna, para nosotros era cru-
cial agitar esa problemática, buscar salidas, convocar movilizaciones populares, paralizar
las villas que rodeaban los frigoríficos, la gente de Bellas Artes nos propone una campaña
de visualización como centro de su preocupación, que consistía en unos hermosos car-
teles para educar a la gente con aspectos estéticos y que el buen gusto también fuera pa-
trimonio del pueblo. A nadie de los grupos del Cerro se le ocurrió que eso fuera importante.
Lo trágico y lo dramático era otra cosa. La gente del frigorífico que cuándo éste cerraba, no
tenía para comida, pedía en crédito a los almacenes y tenía dificultades con el alquiler. Ese
era el drama del Cerro. Lo otro resultaba particularmente extraño, no quiere decir que esté
mal ni nada por el estilo, simplemente que las preocupaciones eran tan distintas que no
había forma de ponerse de acuerdo.
Nosotros, en cambio lo que hacíamos era expropiar a las cadenas de almacenes. Se or-
ganizaba a la gente se iba y se tomaba la mercadería, pero bajo la desautorización expresa
de llevarse el dinero y el alcohol. No siempre se lograba, pero bueno si no quedaba el
100% del alcohol sí el 90%. [También] se paraban los camiones de carne que iban para
el ejército y se repartía [la carga] con la gente en la calle. Sacábamos un manifiesto y lo
fundamentábamos. La mayoría de las veces lo coordinábamos nosotros, con gran apoyo
de la población [...]. Los que tenían más prevención contra [este tipo de] acción directa
eran los partidos de izquierda, no la población. Ésta, entre los que había inclusive votantes
de los partidos tradicionales, [...] decía: “Ah sí, sí, precisamos mercadería, vamos”.»
J. C. Mechoso, señala que en los desacuerdos sobre la acción empezaron a conformarse, tam-
bién, las diferencias programáticas. Para Bellas Artes y Comunidad del Sur, la clase obrera no existía
y lo que querían los grupos del Cerro era justamente, cuando todavía no había central obrera, articu-
lar las múltiples luchas y huelgas que se daban por separado. Por su parte, integrantes de la otra co-
rriente, en este caso Horacio Tejera, de Comunidad del Sur, opinan que para los colectivos como los
de J. C. Mechoso «la historia se terminaba al llegar a Malatesta». Otras diferencias las suscitaron
distintas maneras de entender la estructura organizativa de la FAU, el rol de la violencia revoluciona-
ria y la definición con respecto a Cuba.34
Cuenta que los acontecimientos en Cuba tuvieron mucha relevancia en el Uruguay porque, al
ocurrir en un momento de crisis, hubo mucha receptibilidad para hablar del cambio social, la deses-
tructuración del sistema capitalista y la necesidad de la violencia para ello. Y como ya se ha comen-
34. Cuando se le pregunta por el apoyo crítico a Cuba, J. C. Mechoso matiza que inicialmente no fue crítico, pues la delimi-
tación marxista-leninista es posterior y lo sucedido en la isla del Caribe se relacionaba con los objetivos de un reciente
comité en el Cerro donde reivindicaban la acción directa y la lucha armada. Cuando el apoyo deja de ser incondicional
es cuando se da la definición, pero se defiende por una serie de razones: antiimperialismo, su influencia en América La-
tina y, sobre todo, por demostrar la viabilidad de la lucha armada. Pensaban que si Cuba «moría» –por una invasión–
sería una derrota anímica y de perspectivas negativas para los movimientos revolucionarios del continente americano.
Además, porque lo caracterizaron como un movimiento que se enfrentó a una brutal dictadura, que no se conformó sólo
con derrocarla, sino que enfrentó, al mismo tiempo, los planes del imperialismo estadounidense, que aspiraba tan sólo
al recambio de un desgastado Batista. «Los otros anarquistas más heterodoxos, no toman como referencia lo social sino
el discurso –opina J. C. Mechoso–. […] Además no queríamos hacerle el juego a la burguesía que hablaba de privación
de libertades en Cuba cuando en el continente había varias dictaduras y nadie abría la boca.» Recuerda, además, que ni
el PC apoyó en un primer momento el proyecto revolucionario cubano, pues aún era reciente el artículo en Justicia
donde se contaba que había llegado un aventurero pequeñoburgués a Sierra Maestra llamado Fidel Castro.
La FAU, aunque en varias ocasiones criticó la ideología de la liberación nacional, en su defensa a Cuba llegó a hablar de la rei-
vindicación del derecho de los pueblos a la autodeterminación, concepto que para otros anarquistas significaba la defensa de
los estados de esos «pueblos» y por lo tanto, del estado en su conjunto, tan criticado por el anarquismo revolucionario.
180 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
que no eran idénticos, nos parecía absurdo pensar la revolución uruguaya como la gran
marcha, como lo planteaban los chino-soviéticos, lo mismo decíamos de lo cubano, noso-
tros pensábamos que había sido un triunfo político y no militar. Sabíamos que después de
Cuba no iba a ser lo mismo. [Que el imperialismo] no se chupa el dedo y que no iba a per-
mitir experiencias similares. Cualquier cosa que hiciéramos tenía que entroncar con
nuestra propia historia y especifidad.» 36
Tras las escisiones y el fracaso de una primera etapa de coordinación con otros grupos, se consoli-
daron principios programáticos que el secretario general Gerardo Gatti, resumió en 1966, en el dis-
curso que clausuró el acto del décimo aniversario de la FAU. Insistió en la necesidad de apoyar toda
rebelión que, espontáneamente, se manifiestara, sin frenarla ni desviarla; y de promover, orientar,
organizar y llevar a fondo la lucha de clases, es decir lo contrario a la coexistencia pacífica; explicó
que las condiciones para una acción revolucionaria no surgirían de manera espontánea:
«Si creemos, realmente, que la crisis que soporta el país, admite sólo una salida de ese
tipo, las condiciones para ella deben ser creadas»; 37
Defendió la acción directa como forma de resistencia proletaria.
«Las conquistas sociales, las libertades individuales, gremiales y políticas que existen en
nuestro país, deben ser defendidas palmo a palmo. Como fueron conquistadas. Por la ac-
ción directa de los trabajadores y los sectores avanzados»; 38
Y rechazó todo apoyo electoral y participación parlamentaria.
«La puja electoral no crea conciencia, confunde. No promueve la lucha, la paraliza tras
espejismos. No apunta directamente al logro de conquistas, las desvía. De la misma forma
que desvía, paraliza, confunde y divide la sustitución de la movilización popular por el pro-
grama obrero, por el juego de reformas y contra reformas de la Constitución. Las elec-
ciones y la cortina de humo reformista son tácticas de la burguesía. Viejas y hábiles ma-
neras de hacer creer al elector que es él quien está decidiendo. Cuando en verdad es una
reducida oligarquía la que tiene en sus manos la riqueza y el poder. A ese mismo poder
real sirve de decorado el Parlamento. En todos los casos las clases dominantes tienen
como garantía su aparato de represión. Por todo esto es absurdo intentar, a esta altura,
convertir al Parlamento en motor para la transformación social o en instrumento para la re-
sistencia. (…) Hay quienes sostienen la posibilidad y la conveniencia de emplear simultá-
neamente la vía parlamentaria y la vía sindical y popular. Es cierto que del Parlamento
36. Años después del final del Coordinador y tras la derrota militar del MLN en 1972, la FAU hizo un balance de lo sucedido,
decantándose por el proyecto partidario en la famosa discusión partido-foco que tuvieron todos los luchadores sociales
por aquel entonces y explicaba las condiciones necesarias para el triunfo de la revolución. «Podemos definir tres requi-
sitos como indispensables para el éxito de una insurrección armada urbana; 1) la participación de sectores importantes
de masas a través de acciones de distinto nivel; 2) la existencia previa de un aparato armado clandestino con expe-
riencia militar ya adquirida, que vanguardice el proceso; 3) la existencia de un trabajo político previo sobre los ele-
mentos del aparato represivo. Estos tres requisitos presuponen, como es obvio, la existencia de un minucioso trabajo
político previo, del cual sólo puede hacerse cargo el partido como organización capaz de desarrollar, promover y armo-
nizar desde un centro de dirección común estas diversas actividades […]. Esta concepción de la insurrección armada
conduce, una vez más, a la conclusión de que la estructuración del partido es la meta fundamental en la etapa de proce-
samiento de las condiciones para la insurrección y no a la inversa. O sea, que se procesa la acción armada a través de un
centro político y no se procesa el centro político a través de la acción armada. Una acción de hostigamiento, como la
planteada por el MLN a partir de abril [de 1972], en la medida en que no apunte a un desenlace insurreccional, tampoco
es capaz, por sí, de producir la liquidación del aparato armado burgués. El hostigamiento, por intenso que fuere, sigue
encerrado dentro de la característica de defensiva estratégica. Sólo la insurrección supone la superación de la defensiva
estratégica y el pasaje a la etapa de ofensiva estratégica.»
37. www.nodo50.org/fau/Revista/archivo/All/Ll17.htm
38. Ibidem
182 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
pueden salir, y ocasionalmente salen, algunas leyes que convienen a los trabajadores.
Pero cuando ello sucede es por la presión popular, no por la acción persuasiva que los le-
gisladores de izquierda ejerzan sobre sus colegas.»
39. «Si partiéramos de la base de que es necesaria la participación directa en ella de la mayoría de la población o de la ma-
yoría de la clase obrera, incluso. No ha habido jamás una insurrección con esas características. Se parte de la base que,
cuando se habla de masas, se alude a los sectores más conscientes, más combativos o sea aquellos sectores de masas
que efectivamente, por un trabajo político previo desarrollado por el partido, estén en condiciones de tomar una parte
activa en un movimiento de ese tipo. Participación de masas es lo que hubo en España en el año 36, es lo que hubo en
Santo Domingo. Por participación de masas se entiende participación de un sector de las masas. No necesariamente de
la mitad más uno de los integrantes de la población o de la clase obrera.»
www.nodo50.org/fau/documentos/doc_hist/COPEII.htm.
Organizaciones contrarias al régimen 183
–Se vendió en aquel momento, pero siempre estuvo la pelea en cuanto al accionar.
Además vos no te podés ir de todos lados».
Acto seguido Irene expone los objetivos de la FAU:
«Nosotros queríamos cambiar la realidad del Uruguay.
–¿Pero qué sistema concreto social querían?
–Nos planteábamos una sociedad revolucionaria
–¿Con sistema monetario, dinero, etcétera?
–No me acuerdo que se haya tocado ese tema, con dinero o sin dinero.
–¿Pero qué era una sociedad revolucionaria?
–Una forma de solidaridad, de trabajar todos para todos. Un país sin dinero es utópico.
Tampoco fuimos tan clarividentes a largo plazo, ni nosotros ni el MLN.
–Decís un “país sin dinero”, ¿pero sin embargo no luchaban por una revolución interna-
cional?
–Sabíamos que se tenía que dar en otros lados, Chile..., la lucha internacional es un
slogan de siempre de los anarcos, pero de ahí a llevarla a cabo.
–¿Si uno lucha por algo, inclusive arriesgando su vida, no tendría que saber con bas-
tante claridad porqué hace eso?
–A veces.
–Me extraña que no hayan hecho un programa más claro. Por ejemplo: ¿qué iban a
hacer con las FFAA?
–En caso de ganar se eliminaban, eso lo teníamos claro, la policía también. Era una so-
ciedad igualitaria.
–¿Sin explotación del hombre por el hombre?
–¡Claro! Ahora..., de cómo hacerlo, no recuerdo de haberlo discutido, tengo que ser sin-
cera.
–Por ejemplo, en el campo, ¿cada campesino tendría su pequeña parcela o se colectivi-
zarían las tierras? Es decir, ¿con propiedad privada o sin propiedad privada?
–Que no haya propiedad privada. La reforma agraria era otra cosa. Nosotros estábamos
contra la propiedad. Estábamos por todo aquello que dice el anarquismo y no se ha lo-
grado.
No fuimos tan maduros ni tan planificadores, ni el MLN, ni el PC, ni nosotros porque fue
la primera experiencia que se hizo.»
Con respecto a la organización interna de esta agrupación, cabe señalar que la dirección, para to-
mar decisiones relevantes, dentro de lo posible, consultaba a la base.
En diciembre de 1970, la dirección organizó una consulta sobre los siguientes temas: integración
a un polo socialista dentro del FA, según una propuesta del PS; sustitución de la publicación Carta de
FAU por un periódico legal y convocatoria a un congreso interno. Esta última fue la única medida
aprobada.
A fines de 1967 y principios de 1968, los dirigentes de la FAU se plantean la necesidad de nuevas
estructuras. Por un lado lo que más tarde sería la ROE y por otro, y en cierta manera para conseguir
medios para ella, la OPR 33.
40. Intervención de Gerardo Gatti en un acto público de la ROE, publicada en Compañero, 12 de enero de 1972. Así veían la
lucha obrera la ROE y FAU, es decir no estaban por la mera lucha sindical, sino por el sindicalismo revolucionario.
184 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
J. C. Mechoso explica de forma introductoria: «Había que hacer algo más a nivel de masas, apro-
vechar la inquietud y el descontento de la gente».
Para los miembros de la FAU, tanto la CNT como la tendencia combativa, tenían un horizonte del
que nunca podrían pasar. La primera por sindicalista y la segunda por su heterogeneidad. Por eso, la
ROE nace con la voluntad de ser una estructura orgánica –de unidad obrero estudiantil–autónoma a
la CNT. Con los propósitos de que estuviera vinculada y en paralelo a la central sindical, que dinami-
zara una orientación más radical en su seno para llevarla hacia planteamientos más combativos y
que utilizara un grado de violencia mayor, por ejemplo, sabotajes. Estaba previsto, también, que el
accionar de la nueva estructura no siempre se efectuara como respuesta o hecho aislado, sino que
estuviera preparada a los enfrentamientos y a dar respuesta a la represión policial (ver al respecto el
apartado «Estructuras para la acción y sabotajes»). En definitiva, el objetivo inmediato de la ROE era
acentuar el proceso revolucionario, de ahí que la FAU volcará allí el grueso de su militancia.
Sobre la elección del nombre, J. C. Mechoso dice:
«A Cariboni le gustaba Resistencia porque pensaba que la resistencia era defensiva. Gatti
decía que podía ser pasividad, de no avance ni ruptura. No necesariamente era eso decía
Cariboni, estaban los maquis en Francia, la Sociedad de Resistencia en el Río de la Plata o
los sindicatos revolucionarios de resistencia. Al final hubo acuerdo en [llamarle] Resis-
tencia y en que había que vincular obreros y estudiantes.»
Con respecto a una agrupación que reuniera a los dos sectores, J. C. Mechoso explica la necesi-
dad de esa unión y simbiosis proletaria:
«Para hablar de los obreros había que estar en contacto con ellos, no sólo saber cuatro
cosas abstractas. Los estudiantes tenían que ganar en modestia, aspecto fundamental de
un revolucionario. Conocer el mundo de la fábrica, las responsabilidades de la casa, saber
que si el obrero no cobra no paga el alquiler de la vivienda y lo sacan a patadas. Preten-
díamos con esa relación de convivencia, producir un militante estudiantil distinto. Pero se
trataba de una síntesis. Del otro lado, a favor del estudiante y en contra del obrero, estaba
las características conservadoras, poca costumbre para pensar en problemas y soluciones
a largo plazo. Pensamos que esa unidad fortalecía [a ambos sectores]. Apoyar las ocupa-
ciones de fábrica con estudiantes y que a determinadas manifestaciones fueran los
obreros, como hicieron años antes con lo de la ley orgánica del 58 los de Funsa, cuando el
Perro Pérez habló en el acto central.»
Del período 1968-1973, J. C. Mechoso cuenta de los fogones de la noche, en las fábricas ocupa-
das, como en el conflicto de SERAL, con la participación de estudiantes.
«Si venía la policía, de la parte estudiantil era de donde salía la mayor parte de los cócteles
molotov para los enfrentamientos. [Entre los obreros] era menos la cantidad que usaban y
fabricaban, en cambio entre los estudiantes era difícil no encontrar un mono sin un cóctel
molotov en la mano [...] [A su vez los trabajadores del Cerro iban a los liceos a defender a
los estudiantes]. Los enfrentamientos no eran gran cosa, a pesar de que los fascistas tu-
vieran alguna pistolita y estuvieran vinculados a la embajada de EEUU, que les daba
armas, y al grupo [ultraconservador] Familia, Patria y Propiedad.»
Organizaciones contrarias al régimen 185
Primera carta de la
Federación Anarquista Uruguaya
Duarte y Cardozo,
militantes
destacados del
sindicato de
Funsa.
El Perro
Pérez,
integrante
de la FAU.
Convocatoria de
la ROE, publicada
el 30 de
diciembre de
1971.
Periódico de izquierda informa sobre el asesinato de Heber Nieto, efectuado por un cuerpo
especial de la policía, y de su entierro.
186 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Sobre la definición doctrinaria de la ROE dice que, para que no se fragmentara, no persiguieron
definiciones políticas de tipo partidario ni que la organización fuera de matriz anarquista sino liber-
taria,41 pues pretendía ser una estructura de encuentro.
Este carácter abierto es una de las razones que no le permitió romper, de forma total, con la ideo-
logía democrática y del voto. La ROE que criticó la participación electoral en 1971,42 llamó, sin em-
bargo, a las elecciones en el ámbito estudiantil, confiando que en ese campo no habría manipula-
ción y que la mayoría votaría en contra de las leyes coaccionadoras del estado, cuando amplios sec-
tores de la sociedad uruguaya llevaba años votando a los Pacheco y Bordaberry, máximos represen-
tantes de esas medidas de control.43
Este fenómeno quizá se debió a que tenían claro que no querían reproducir la federación anar-
quista en la ROE, «porque para eso nos quedábamos con la FAU más crecida». Otra pauta de esta
agrupación fue evitar que se convirtiera en un partido político, que aquellos que no lo tenían fueran
allí –como así ocurrió– a intentar hacer uno o que los pequeños partidos, sin apenas afiliación de
masas, aprovecharan la ROE para reclutar militantes. Dicen que tuvieron especial cuidado con quie-
nes lo pretendieron, como los marxistas libertarios o «los intelectuales que hablaban en nombre de
la clase trabajadora y no tenían trabajadores, [...] la teoría de Lenin de ir al proletariado a llevarle la
conciencia».
Asegura que las diferencias en el seno de la ROE eran de matices pero importantes, «estábamos
de acuerdo en estar contra el sistema social» y que la militancia era más de hecho que formal, de
carnet.
La ROE contó con adherentes de los ambientes intelectual y artístico, lo que le confirió un carácter
cultural. Daniel Viglietti, el murguista Pepe Veneno y el Gaucho Molina, entre otros, expresaron su
solidaridad interviniendo en los festivales de la organización.
Como se ha mencionado a lo largo de esta obra, las tres grandes corrientes políticas de oposición
al régimen fueron las estructuradas por el PC, el MLN y la FAU-ROE-OPR. Por esta razón es importante
que los propios luchadores sociales realicen un balance de estas tres organizaciones. En este caso,
quien opina sobre la FAU-ROE-OPR y, a nivel más amplio, sobre la derrota revolucionaria es Juan Nigro.
«Lo que les pasó a ellos es lo que me pasó a mí y, en general, a lo mejor del movimiento y
a casi todos los fraccionalistas partidistas.44 Ellos también tenían claro que los sindicatos
eran globalmente un aparato de estado, pero defendían el trabajo de base con los obreros.
41. En varias ocasiones, los términos libertarios y anarquistas se han utilizado como sinónimos y en otras, como lo utilizó en
la entrevista J. C. Mechoso, de manera diferenciada. Para él, lo libertario sería algo más abierto y vago, y lo anarquista
algo más revolucionario y de objetivos específicos. Rafael Cárdenas, por su parte, considera al anarquismo como algo
estructural, en cambio al «libertarismo» como una forma de independencia personal, y añade: «creo que la defensa de
lo personal es lo que más predomina hoy entre los anarquistas en general, impide que piensen en formas estructurales,
y por lo tanto les resta mucha posibilidades a organizar cosas de tipo social».
42. «Las elecciones de noviembre del año pasado no son fuente de ninguna legitimidad pues constituyeron una hábil mani-
pulación de la opinión del pueblo y un grosero fraude político.» Volante de la ROE publicado el 20 de noviembre de
1972.
43. «Esto es lo que proponemos: que en cada centro de estudio se convoquen asambleas populares que deliberen libre-
mente sobre la Ley de Enseñanza. El resultado de esta deliberación extendida a lo largo y ancho de todo el país sí será le-
gítima. Este sí será un pronunciamiento democrático. Allí sí estará representado el interés general. Allí sí y no en lo que
resuelva este Parlamento que mira para otro lado cuando se comprueban torturas.» Ibidem.
44. «El gran problema de esa tendencia –afirma Juan Nigro– fue el de toda la vanguardia internacional en el mundo, la falta
de reapropiación del abc del programa de la fase anterior, dada la ruptura teórica, orgánica y generacional, con las otras
olas revolucionarias. En concreto dentro de esa tendencia hubo dos corrientes reales: la obrerista (si no sindicalista) fue
superada por la contradicción real de clases y fue incapaz de tener una línea política general (a nivel de la radicalización
de fuerzas que se daban a nivel nacional e internacional). Duarte reconocía eso, que no tenían respuesta global y decía
Organizaciones contrarias al régimen 187
Pero ese asociacionismo que impulsaban no tenía proyección política global sino sindical.
Sus cuadros estaban demasiado inmersos en la práctica obrerista, de la empresa, del sindi-
cato, perdiendo así una perspectiva global, nacional, internacional. Recuerdo una discusión
muy importante en mayo de 1974 con Bernardo (compañero vinculado a la FAU desapare-
cido en Argentina) que decía que el gran problema no era el “anarquismo” sino el “sindica-
lismo”, decía que muchos de los compañeros más viejos no comprendían que la práctica
social estaba ya mucho más lejos que la lucha de fábricas, que la lucha contra un patrón,
que ahora debían pasar a trazar una perspectiva de poder, una perspectiva revolucionaria. 45
Hubo una especie de división del trabajo que en el fondo liquidaba la perspectiva revo-
lucionaria: los partidos parlamentarios seguían haciendo su parlamentarismo, los tupas el
foquisimo y ellos la lucha de fábrica, eso sí de forma muy radical. Eso llevó al oportunismo
de no criticar realmente ni a unos ni a los otros y al mismo tiempo a no forjar una alterna-
tiva revolucionaria que debía lógicamente contraponerse tanto a los bolches (y asimilados)
como a los tupas.46 Para enfrentar a la patronal y el estado no lograron convertirse en
fuerza social opuesta a todo el orden establecido, tanto por sindicalismo (por supeditar la
política general a la política de la fábrica) como por no tener un proyecto revolucionario
que como tal se contrapusiera totalmente a los PC y tupas. En realidad cuando resultaron
totalmente obligados a romper con eso, cuando todos se clandestinizan por obligación, ya
es tarde porque el proletariado ya está demasiado golpeado.47
que por eso vieron la necesidad de partido, organización armada, etc., pero que habían empezado más tarde que los
otros. Eso da origen a la otra corriente que trata de trabajar sobre la base de Marx y otros, pero como no conocían las
fracciones más interesantes de la izquierda comunista leían al stalinismo y al trotsquismo y creían que eso era el mar-
xismo. Desconocían por completo las críticas de la izquierda comunista internacional, la argumentación del carácter ca-
pitalista de la URSS, por ejemplo, criticaban el anarcosindicalismo en nombre del partido revolucionario y leían a los
marxistas burgueses (como Marta Harnecker, Poulantzas, Althusser, pero no a Marx ). En vez de romper con el refor-
mismo armado y no armado, con esas lecturas, terminaron en el peor de todos creando un “partido para la victoria del
pueblo”, un populismo de la peor especie.»
45. «Bernardo opinaba –recuerda Juan Nigro– que era lamentable que compañeros como Duarte no entendieran eso y de-
cían “el sindicato es mi vida", “Funsa es mi vida" y afirmaba que se necesitaban esos viejos cuadros para dirigir la revolu-
ción, y ellos pensaban que todavía eran indispensables en el sindicato. Coincidimos en lo absurdo que era que un tipo
como Duarte al que ya habían agarrado y torturado impresionantemente (dejándolo profundamente lesionado) se si-
guiera presentando cuando los milicos lo buscaban porque decía que el sindicato lo necesitaba, porque para él era más
importante ir a ver sus compañeros a la fábrica que comprender que, a nivel general, la revolución lo necesitaba.
46. «Hoy considero –dice Juan Nigro– que esta ideología, más obrerista que sindicalista, tenía mucho de populismo, de
falta de ruptura con los partidos burgueses para el proletariado. En los años siguientes todo esto se confirmó y se am-
plió: esa organización nunca denunció el proyecto socialista burgués de esas fuerzas ni tildó de contrarrevolucionarios ni
a los PC ni a los tupas, ni fue capaz de aglutinar o juntarse con los compañeros que iban rompiendo con los tupas y
demás. Aplicaban aquello de cada uno en lo suyo, sin denunciar el carácter abiertamente contrarrevolucionario del
Frente. El oportunismo en ese sentido es una constante, nunca dijeron públicamente lo que pensaron porque tenían
miedo de la ruptura violenta “dentro del pueblo” y porque en el fondo no concebían una salida realmente revolucionaria,
sino algo popular que para ellos era justamente lo que ellos hacían como obreros, más una especie de alianza grande
con los estudiantes, con la pequeña burguesía y todo lo otro. Fue por eso que cuando quisieron de salir del cuadro rees-
tringido de “los obreros” no pensaron que era afirmando el partido del proletariado, de la revolución social contra todo el
resto, sino por el contrario ampliando ese esquema popular lo más posible. Todos estuvieron de acuerdo, en un mo-
mento, de que lo que hacían en las luchas obreras era insuficiente para tener una política nacional, y en vez de buscar
crearla rompiendo, la buscaron uniendo pueblo».
47. «Y en esas circunstancias –continúa Juan Nigro– en vez de profundizar la ruptura con el capital, con el reformismo ante-
poniéndole la crítica revolucionaria, tratan de ocupar el lugar populista tupa que había quedado vacante. En vez de
afirmar un proyecto revolucionario rompiendo totalmente con los partidos burgueses electorales y de liberación na-
cional, afirman una práctica que tiende a disolver todo en algo más populista todavía, como lo fue y es el Partido por la
Victoria del Pueblo. Se iba rompiendo con el “anarcosindicalismo” como concepción para caer en el populismo marxista
reformista. El anarcosindicalismo del principio siempre fue criticado internamente contraponiendo la teoría del especi-
fismo, de la tendencia al partido revolucionario (tesis histórica que siempre defendieran compañeros como Duarte)
aunque no se supiese muy bien como asumirlo, se había mantenido una práctica clasista e incipientemente revolucio-
188 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
naria. Luego pienso que con la ruptura entre ellos a propósito de Cuba se fue cayendo hacia el marxismo, hacia una intere-
sante necesidad de sintetizar Bakunin y Marx, pero el marxismo tamizado por todo el espectro de izquierda internacional
no era otra cosa que el socialismo burgués de Cuba, de apoyo crítico a la URSS, y se fue hacia el parlamentarismo».
48. «Leyendo a Guerin unos años más tarde (algo así como: la izquierda en el poder, revolución liquidada) me di cuenta –se-
ñala Juan Nigro– que habíamos hecho el mismo error que ellos: creernos que había dos realidades. Una el Frente
Amplio como estructura burguesa de partidos, que lo considerábamos nuestro enemigo y otra que era el frente con mi-
núsculas, de base, los comités, los grupos en lucha. Para nosotros había por un lado el Frente de nuestros represores di-
rectos como Seregni, las estructuras represivas del PC, otros milicos “buenos”, el PS oficial, la burocracia universitaria, el
PDC; y por el otro veíamos la realidad de la calle, de los comités (al principio el PC, los partidos y el propio Seregni se
oponían a los comités). Pera nosotros el objetivo era que esta realidad se enfrentase a los partidos y fuerzas burguesas
que lo encuadraban. Grave error. Como cuenta Guerin (a pesar de que el mismo no sea plenamente consciente) este
frente con minúsculas credibiliza al otro Frente. En los hechos este “frente” de base servía como anzuelo y jeta radical
del otro Frente. Luego comprendí que esta posición del frente en la base contra el Frente de direcciones es una vieja po-
sición centrista muy común en grupos trotskistas».
Organizaciones contrarias al régimen 189
comience a incorporar acciones de tipo armado vinculadas a esa problemática» añade J. C. Me-
choso, quien matiza que el grado de violencia tenía que ser acorde, aceptado y útil, para esa pro-
blemática.
Irene cuenta que aunque la OPR 33 empezó a ser conocida a principios de los setenta, a mediados
de la década anterior ya había un puñado de militantes y una estructura que se preparaba para
pasar «a la acción directa más aguerrida: bancos, bombas y secuestros».49 En 1968, comienzan los
operativos pero hasta tres años más tarde no le dan el nombre.
J. C. Mechoso señala que en las primeras acciones no sabían cómo firmar. En el robo de la ban-
dera de los Treinta y Tres Orientales del museo Histórico Nacional se firma con una «R» dentro de
una «V». A principios de 1971 los operativos ya se reivindican con las siglas OPR y el número 33 en
honor a la bandera, robada, que durante casi siglo y medio había simbolizado la independencia y
constitución del estado uruguayo.
«El robo fue planteado como un hecho de propaganda –explica J. C. Mechoso–. En las ac-
ciones posteriores, como la de Molaguero, los pasquines informativos en un lado tenían la
bandera y en el otro el parte del episodio. En tono literario se decía que volvería a flamear en
alguna de las luchas populares [...]. No era porque nos identificáramos con el contenido de
fondo nacional, no se le dio esa importancia a la bandera. Se le dio importancia de tipo pro-
pagandístico. Tenía elementos de lucha, de lucha armada. Es la única bandera que parla,
nos atraía mucho la consigna: “Libertad o muerte”, muchas veces enarbolada por los movi-
mientos de liberación. Tenía elementos como la libertad, obviamente más anarquista.»50
Es sabido que a muchos de los presos que estaban en relación con la FAU los torturaron para que
aportaran algún dato que permitiera encontrar la bandera. En un comunicado de prensa en francés,
de la sección europea de la ROE, se decía que la «OPR 33 aún hoy guarda la bandera de los “33”», que
había sido enarbolada hacía ciento cincuenta años. Hoy, una fuente asegura que un miembro de
dicha organización, al tener en su poder la famosa bandera –en la época de más represión y por
temor a ser capturado con ella–, optó por quemarla.
Las acciones que realizó la estructura armada de la FAU, antes de denominarse OPR 33, fueron
una serie de atentados contra empresas extranjeras llevadas a cabo entre los años 1964 y 1966,
cuando funcionaba el Coordinador. Explosiones y sabotajes para apoyar a los conflictos obreros de
1969, firmados «Manos anónimas y brazos compañeros. Grupos de solidaridad obrera»; la inte-
49. He aquí parte de la entrevista a Irene:
«–¿Por qué se decide hacer el aparato militar?
–Más que nada, acción directa. En las cartas FAU hablábamos de la acción directa a todos los niveles. En aquél mo-
mento era más la acción que la discusión.
–¿Cuándo se forma el aparato militar?
–En 1964.
–¿Sabés que a mí me extraña que ya en 1964 estuvieran con el aparato militar? ¿Tenían fierros y esas cosas?
–No, no, hablábamos. Pero el OPR 33 no se crea de un día para el otro.
–¿Y qué hacían en esa primera época?
–Leer manuales: Debray, lo que había pasado en otros lugares..., sobre todo se analizaba lo que era Montevideo y lo que se
podía hacer. Después se demoró para hacer, no fue de un día para el otro. [Al principio] ninguno sabía casi nada, no tuvimos
un entrenamiento guerrillero».
50. En un comunicado se explicaba: «Los explotadores de siempre, los torturadores, los asesinos, los que persiguen al
pueblo, los que arrasan al país, la dictadura cívico-militar uruguaya, preparan un homenaje al desembarco de los treinta
y tres. Han creado una “Comisión oficial de homenaje”». Cristi, el general torturador es quien la preside. El 19 de abril
de 1825 los treinta y tres orientales desembarcaron en la playa Agraciada. El pueblo, formado por los mismos gauchos
pobres que habían luchado con Artigas a la cabeza, que lo acompañaron en el éxodo, se organizaba en silencio. Y espe-
raba la señal. Hecha bandera. Hecha consigna. Libertad o muerte fue el santo y seña de los orientales. Y el pueblo reu-
nido y armado se alzó a la lucha.» Boletín de la Resistencia Oriental, 4 de abril de 1975, Buenos Aires (sp).
190 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
rrupción de una misa en la Catedral de Montevideo en 1970 para lanzar, desde el púlpito, una pro-
clama en solidaridad con los huelguistas de TEM y BP Color y los famosos «aprietes», que consistían
en obligar a un millonario a firmar un cheque y retenerlo hasta haberlo cobrado, como, por ejemplo,
los tres que realizaron el 29 de diciembre de 1970.
J. C. Mechoso cuenta que, en el medio obrero de Uruguay, siempre hubo momentos en que hubo
unidades esporádicas para sumar fuerzas, medios y conocimientos para fabricar algún explosivo;
responder con armas a las balas policiales, como el tiroteo en el Pantanoso u otras reprimendas a
trabajadores, y realizar sabotajes. «Había uno que era un saboteador nato, en un solo día podía pin-
char veinte ómnibus». Pero a mediados de los sesenta, afirma, «se empezó a ver necesario un apa-
rato técnico, pero nada que ver con una vanguardia militarista, para actuar a niveles más altos y au-
mentar las finanzas» necesarias para sufragar los gastos de la ROE y para la lucha revolucionaria en
general. Por ejemplo, cuando necesitaron medicinas asaltaron farmacias, cuando quisieron mejorar
el taller gráfico expropiaron mimeógrafos eléctricos de la firma Orbis y cuando tuvieron que cambiar
de aspecto robaron pelucas y apliques de Peinados Marta.
J. C. Mechoso aclara «Nos diferenciábamos del foco porque teníamos la parte sindical, el lugar
de mayor inserción, desde siempre». También dejó claro que concebían la estructura armada para
responder a coyunturas concretas y no para tomar el poder, ya que consideraban que esta tarea de-
bía ser obra del proletariado armado insurreccional. Es evidente que la decisión de la utilización de
las armas estuvo relacionada con el contexto general, explicado en otros apartados. Determinación
que, en América, llevó a miles de luchadores sociales a empuñarlas. «No nos podíamos quedar
atrás» asegura Irene.
cipios básicos pero que se respetaran religiosamente. No era una teoría de la seguridad
sino siete u ocho criterios que se respetaron.»
J. C. Mechoso dice que, para conformar el aparato armado, escogieron a la gente que tenía expe-
riencia en el tipo de actos que se pensaban realizar. Por ejemplo, a luchadores sociales que ya hbie-
ran hecho alguna expropiación por su cuenta o se hubieran enfrentado a esquiroles (carneros) recal-
citrantes, «los perseguían con vehículos y les daban una biaba [paliza]». Entre los más expertos se
podían contar con viejos anarquistas como Boadas Rivas, pero «había pasado veinticinco años en la
cárcel y no daba para que lo pusieran veinticinco más». Por eso, los componentes de la OPR 33 no
fueran ni los más ancianos ni los más jóvenes, sino gente de edades intermedias, fundamentalmen-
te obreros.
«Varios factores contribuyen a que eso fuera así. Estaba la imagen clásica de los anar-
quistas que habían actuado en el Río de la Plata en períodos anteriores y el hecho de que
la mayoría de los compañeros obreros llevaban más tiempo en la organización. Daban la
imagen de mayor seriedad en el trabajo, más sentido común, menos inestabilidad y que
cualquier acontecimiento no implicara el cambio inmediato de postura.»
En el plano operativo de la OPR 33 un 95% eran obreros, pero no en la información, «pues se re-
quería un tipo de trabajo mucho más apto para quienes venían del mundo universitario, docente y
estudiantil, (encuestas, encarar gente, definir edificios céntricos). Todo un tipo de tareas que reque-
rían determinadas modalidades y cualidades».
«Nos elegían para lo militar o sindical, por las características» recuerda Irene quien afirma que
para ser componente de la estructura armada de la FAU había que tener mucha convicción, coraje,
imaginación, reflejos y que le «gustaran los fierros». Esta entrevistada matiza esa última condición y
explica que el gusto no era placer de uso, sino disponibilidad al uso, comprobar que se estaba prepa-
rado para esa forma de lucha, según aquel grupo imprescindible para la revolución.
«Para los compañeros que conocí era una necesidad. No tenían el fierro atravesado. A
nadie le gusta matar. Había uno que hacía ballet, o sea que te imaginás. Los fierros eran
una necesidad para conseguir algo, pero no eran un mito ni el amor de mi vida. A mí no
me gusta la violencia, pero es necesaria.»
En cuanto a la forma de organización es necesario comentar la constante preocupación por la re-
lación de igualdad en la cotidianeidad de los grupos operativos y explicar que se hacía un análisis
autocrítico de cada uno de los operativos. Pese a esa introspección de la agrupación y del propio
papel del «encargado», la OPR 33, como casi todos los grupos que practican la lucha armada, tenía
una férrea jerarquía. «Dentro del aparato armado había escalones, que podías ir subiendo» re-
cuerda Irene.
Estaba organizada en base a un sistema celular. Cada célula estaba compuesta por tres o seis
personas, una de las cuales asumía la responsabilidad de la misma. Dos o tres células formaban
una unidad de trabajo que podía ser operativa, de servicio o de información. Cada uno de estos equi-
pos estaba coordinado por un militante denominado responsable de la unidad, que no pertenecía a
ninguna de las células. Éste último y los responsables de las células componían la Liga, la dirección
de la unidad. Sus miembros y algunos dirigentes de la FAU formaban la dirección del aparato militar,
a la que se llamó Aguilar.
Con respecto al accionar, cabe señalar que varios operativos fueron para su propio pertrecha-
miento –robo de armas a policías y serenos– y para amedrentar a sus enemigos –bombas contra
sedes de agrupaciones políticas tradicionales, ocupación de oficinas provocando destrozos y pin-
tadas reivindicativas–. Los secuestros fueron una constante en la acción armada de este grupo anar-
192 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
quista. Capturaban industriales o figuras representativas de las empresas donde hubiera una agudi-
zación de los conflictos, como en Funsa, Cicssa, Divino, Seral, TEM, etcétera. Por ejemplo, en junio
de 1971, secuestraron a Alfredo Cambón, directivo de Funsa, abogado del Banco de Seguros y de
Grupos Ferrés; y en agosto del mismo año, al vicepresidente del Frigorífico Modelo, Luis Fernández
Lladó. También tomaron de rehén a José Pereyra González, redactor responsable del diario El Día,
para que rectificase la propaganda contraria a la OPR 33, que había hecho durante el secuestro de
Lladó.
El secuestro de la periodista francesa Michelle Ray en 1971 fue llevado a cabo para dar a conocer
nacional e internacionalmente las posiciones de la organización con respecto a su no participación
en el Frente Amplio y al rechazo a la política electoral. Por considerársela una periodista de iz-
quierda, ser la compañera de Costa Gavras y haber sido secuestrada por el Viet Cong años atrás, las
fuerzas armadas aseguraron que se trató de un autosecuestro.51 Sin embargo, las fuentes consul-
tadas para esta investigación lo niegan. Un testimonio cuenta que irrumpieron en la casa de María
Esther Gillio, donde se estaba alojando. Tras un momento de pánico, por pensar que se trataba de un
grupo de ultraderecha a la que ellas criticaban en sus artículos, y tras aclarar que se trataba de una
acción anarquista, las dos mujeres, muy a regañadientes, aceptaron lo decidido por el comando.
María Esther Gillio se quedó en su casa, tranquilizando a Costa Gavras que llamaba, lleno de furia,
desde Chile, donde rodaba Estado de sitio (la película que relata el secuestro de Dan Mitrione); y Mi-
chelle Ray fue conducida, con los ojos vendados, a un zulo de la organización. Allí mantuvo una
charla con uno de los dirigentes de la FAU y tomó notas de sus posiciones. Días después fueron publi-
cadas y ella puesta en libertad.
Las acciones de la OPR 33, al igual que las de los tupamaros, eran vistas con simpatía por una par-
te importante de la población. Sin embargo, los tiros, la sangre y los muertos producían un cierto ale-
jamiento de ese apoyo. Aunque la OPR 33 no tenía como objetivo el enfrentamiento contra las fuer-
zas represivas, al ser una estructura armada ilegal y clandestina, en más de una ocasión sus inte-
grantes tuvieron tiroteos con agentes de seguridad.52
IV.2.2.7. Secuestro de Molaguero
J. C. Mechoso explica las razones de una de las acciones que suscitó mayor atención en el Uruguay
de entonces, el secuestro –durante un mes y medio– de un empresario ultraderechista, raptado el
11 de mayo de 1972.
«Lo que se procuraba era que el operativo tuviera un sentido social directo y que la gente
lo percibiera como una experiencia útil. Se eligió a Molaguero no sólo por hacer apoyatura
al conflicto sindical. No era ese el sentido, pues con la OPR 33 se esperaba operar a nivel
político. Se habían agotado todas las instancias a nivel gremial, había una huelga desde
hacía mucho tiempo, con mucho apaleamiento. Molaguero era el hijo del dueño de la fá-
brica [de Santa Lucía, Canelones], a su vez colaboraba en tareas de administración con el
padre, era de la JUP (Juventud Uruguaya de a Pie) y tenía un grupito de jóvenes fascistas.
51. Ver Comando General del Ejército, 303.
52. Uno de los testimonios relata cómo un miembro de la OPR 33 le había contado el desarrollo de un enfrentamiento fortuito
con las fuerzas represivas. Corría el año 1974, tres anarquistas del grupo armado los Libertarios, escisión de la OPR 33,
están reunidos en un bar. «El propietario del boliche llama por teléfono, ellos lo ven pero siguen charlando. Se para una
“chanchita” [furgoneta de la policía], sacan los revólveres, los mantienen preparadas debajo de la mesa y cuando entra
la policía se desencadena un tiroteo. Muere un policía [las fuerzas armadas dicen que no murió sino que fue herido] y
dos de los de la OPR 33 [Nelson Vique y Julio Larrañaga]. El tercero sale del bar a los disparos, pero antes mata al cama-
rero que los denunció. En la furgoneta hay un milico con metralleta muy asustado y lo echa a patadas. Allí pensó: “o
ellos o yo”.»
Organizaciones contrarias al régimen 193
Recortes de la
prensa oficial con
noticias de varios
de los secuestros
perpetrados por
la OPR 33, y
fotografía de
Sergio Molaguero
durante su
retención.
Héctor El Santa
Romero, al igual
que El Pocho
Mechoso, fue uno
de los militantes
de la OPR 33 que
protagonizaron
más
expropiaciones y
que se
caracterizaron
por su coherencia
revolucionaria.
Hacía algunos estropicios, insultaba a los trabajadores, iba al fogón y les tocaba el culo a
las mujeres. Si entraba a la comisaría salía enseguida. Prácticamente era el feudo de los
Molaguero, el amo y señor del lugar [...]. Un lobo con piel de cordero. Se caracterizaba,
además de hacer “beneficencia”, por echar a los obreros cuando quería sin pagar indem-
nización ni licencia por maternidad u horas extras. [En su fábrica] los menores trabajaban
hasta catorce horas, cuando la ley decía que debían trabajar seis. La prepotencia de Mola-
guero llegó hasta obligar a los obreros a trabajar el 1º de mayo bajo amenaza de despido.»
Para llevar a cabo el secuestro, primero actuó el equipo técnico, quien recogió la información ne-
cesaria para su captura.
«Tenía la costumbre de ir por la carretera a un lugar para ver a la familia o a una novia
–Cuenta J. C. Mechoso–. En ese momento había muchas razias y destacamentos mili-
tares, por lo que hubo que buscar la forma más adecuada para parar en la carretera a un
tipo que estaba prevenido. Lo que se hizo, fue vestir de policías a los compañeros, con la
ropa y armas adecuadas. Algún arma no era del todo adecuada, pero como era de noche,
entre una metralleta o escopeta recortada no había diferencia. En el momento que viene,
con walkie-talkie se avisa su llegada y se le para, piensa realmente que es gente de la po-
licía. De repente se da cuenta de algo, pero se le había metido mano a la gaveta a dónde
tenía el revólver, intenta una fuga y se le pega un culatazo. Se queda quieto y un compa-
ñero de Medicina le da una inyección para dormir. Se le lleva dormido para que no co-
nozca el lugar destinado a su primera etapa del secuestro.
Se le interroga [sobre grupos fascistas] pues tenía alguna dirección y cosas por el estilo.
Sobre el conflicto, se le dice que se paguen los jornales, que retomen a todos los trabaja-
dores, que cese la represión sindical53 y además que done bienes a la zona más pobre en
torno a la fábrica, una especie de cantegril. A los niños que iban a la escuela, túnicas y za-
53. Para evitar que fueran reprimidos los empleados de la empresa por el rapto del empresario, el 29 de abril 1971, el pe-
riódico de la ROE Compañero, publicó un aviso del sindicato de Seral: «En primer lugar debemos decir –aunque parezca
194 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
patos, muchos iban descalzos. A la escuela, que no tenía nada (era muy pelada), útiles,
cuadernos, lápices, todo lo que precisa durante un tiempo largo. Con la exigencia que todo
fuera comprado en los comercios de la zona. Al mismo, y ya que estaba y la organización
siempre tenía sus necesidades, se le cobró una cuota, digamos por daños y perjuicios por el
tiempo perdido, por los gastos del operativo. Se le cobró un dinero directamente a él, que no
fue importante, podía ser unos treinta mil dólares al día de hoy [1995], o sea que eso era
algo que no estaba condicionando el operativo [...]. Cobrar fue difícil porque tenía que tener
un montón de filtros [...]. El objetivo era resolver el conflicto y toda esa otra parte.54
Cayó muy simpático en la zona, a nivel de maestros, familias más pobres, trabajadores
y comerciantes, que vendieron una cantidad de millones de pesos en mercadería en co-
mercios, en los que se vendían muy poco. Cuando nosotros volanteamos toda la zona con
un facsímil, que tenía por un lado la bandera y por el otro los detalles del operativo, los al-
macenes incluso los tenían en el mostrador.
Al mismo tiempo se instala un carro parlante en [la avenida] 18 de Julio (creo que dos,
pero uno estoy seguro) que da todos los detalles del operativo. Como todo carro parlante
que se copaba [se decía] que se había colocado un dispositivo de explosión, para que no
se acercaran, para que no le metieran mano. Estuvo una hora y pico, al lado de la plaza de
la Libertad, hablando del porqué y el contenido de la cosa.
Ese fue uno de los operativos de la OPR que de alguna manera contemplan las caracte-
rísticas de las acciones. Que sirviera para que la gente viera que la violencia estaba vincu-
lada con un problema social, con un elemento de justicia y que tendía a resolver esos pro-
blemas. Que no estaba desprovista de contenido, ni aislada y que era para modificar situa-
ciones de justicia.»55
las necesidades humanas. Todo este acto creativo se concretaba a través de modelar el barro, dise-
ñar formas inéditas, o concebir arte para llevarlo a la vida de los barrios.
Mario Carrión afirmaba, en el comienzo de «Definición global de la experiencia de la ENBA, obje-
tivo, contenido, método»:
«El ser humano por naturaleza es un ser singular. Tiene emociones, sensaciones, senti-
mientos, pensamiento. Es evidente que así como sucede en la naturaleza, si no se logra
un desarrollo armonioso de todas sus capacidades, el orden general se quebranta y todo
se confunde: los afectos se distorsionan, los sentimientos se deforman, y así como poten-
cialmente el hombre desarrollándose adecuadamente puede amar, construir, crear, imagi-
nar, su deformación le provocará la torpeza, la agresividad, la destrucción, el odio.»56
Este ex alumno del ENBA decía que, la que él denominó Antiuniversidad de Montevideo vivió, de
1960 a 1974, una experiencia de enseñanza libertaria, en la que los alumnos hacían un irrempla-
zable aprendizaje de vida, tanto en el trabajo en la escuela como con los contactos con el mundo que
la rodeaba. «Es un aprendizaje social, algo que se hace juntos, en el que hacemos parte de un orga-
nismo colectivo guardando su individualidad. Más allá de la formación estética, adquirías una for-
mación personal de hacer y de vivir».57
Una de las principales premisas de aquel aprendizaje plástico era comprobar que la personalidad
creativa se componía del ejercicio libre y pleno de todas sus facultades. Por lo que se aconsejaba po-
ner, como paso imprescindible, la estimulación enérgica de todo aquel sector en desuso o deforma-
do –sensibilidad, sentimiento, emoción– y destruir –literalmente– los subproductos de esa
formación, como prejuicios, esquemas y recetas.
Pero los luchadores sociales que estudiaban en aquel centro de enseñanza superior no tenían ple-
nos acuerdos. Las divergencias nacían por opiniones muy diversas sobre el proyecto social por el
que luchaban. Se faltaría a la verdad si no se mencionara, también, la presencia minoritaria de estu-
diantes que no aspiraban a un cambio radical de la sociedad.
René Pena, libertaria y estudiante de Bellas Artes, explica la ligazón entre el aprendizaje acadé-
mico y la implicación social que emanaba de aquella escuela del arte y de la vida.
«Se trataba de formar gente a todos los niveles, inclusive su potencial artístico. Porque el
arte forma parte, no es que fuera lo más importante pero si uno tenía condiciones, desa-
rrollarlas [...]. En la campaña de sensibilización visual, estábamos varios días sin dormir,
salíamos de noche porque no nos dejaban.58
¿Eso serviría para cambiar el mundo?
–Jorge [Errandonea] consideraba que la gente tiene derecho a expresar, y la mejor ma-
nera de ver su potencial es dejarlo que cree. Además, si eran monumentos históricos, por
qué los dejaban pudrir.
–¿Cómo se situaban con respecto a las elecciones y a los par tidos de izquierda?
–El grupo en el que yo estaba siempre estuvo contra el Frente.
–¿Por qué?
–Parecía que estaban viendo lo que iba a ser en el futuro. “Esto no va a servir, no les va a
servir ni a los tupamaros” decían.
56. Carrión, Volontá, abril, 1988 (sp).
57. Carrión, 1988.
58. A través del material utilizado para las denominadas Campañas de Sensibilización Visual se podrá observar las dimen-
siones que llegaron a tener. En total se pegaron treinta mil metros cuadrados de papel sopleteado e impreso. En 1966,
se dio la primera campaña en dos etapas; en 1967 la segunda y en 1969 la tercera, que incluía reproduciones de Goya,
Picasso, Van Gogh, Léger y Chaplin a gran tamaño.
196 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Otra de las anécdotas que circula sobre Errandonea tiene que ver con los trabajos que realizó en
Francia para sobrevivir. Este combativo artista, a mediados de los setenta, al no conseguir otro tra-
bajo se gana el sustento como pintor de brocha gorda pintando, entre otras, la casa de Gabriel Gar-
cía Márquez. El escritor no se muestra muy dialogante ni interesado en platicar con el desconocido
pintor, hasta que alguien le advierte que se trata de una personalidad en el mundo artístico uruguayo
y gran hombre de izquierda.
–Así que es usted el profesor Errandonea. Pase, pase, tomemos un café.
Pero el original docente, herido por la indiferencia de García Márquez con un anónimo pintor exi-
liado, prefirió avanzar en su trabajo y declinó la invitación.
59. Uno de los ejemplos, fue el acuerdo tomado con el sindicato gráfico. El mismo establecía que en caso de conflicto, la Co-
munidad expresaría públicamente su solidaridad y lo acompañaría en paros parciales y huelgas generales. Los compo-
nentes de aquella colectividad, al considerarse libres del yugo del patrón por ser obreros organizados cooperativamente,
pensaron que detener su actividad no tenía mucho sentido. Pero, al ser conscientes de que una huelga no sólo significa la
presión de los trabajadores a su patronal, sino que además desencadena –al paralizar la industria– presión a quienes usu-
fructúan la producción, resolvieron no aceptar, ni entregar trabajos de empresas capitalistas en época de conflicto, no em-
plear trabajos o materiales que fueran hechos por rompehuelgas y poner a disposición de compañeros en lucha su trabajo
y sus máquinas para la realización de impresos. En toda situación conflictiva, vieron la necesidad de buscar soluciones de
fondo, tendientes al cuestionamiento de la estructura social basada en la explotación del hombre por el hombre.
198 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
A través del estudio de las diversas plataformas programáticas, publicadas a lo largo del tiempo, se
pueden establecer las bases que orientaron la lucha y la vida de Comunidad del Sur durante los
años sesenta y principios de los setenta.
Se basaban en la autogestión como meta y camino, que veían como una forma de transformación
que se podía concretar en el presente y servir como inspiración a un nuevo modelo social.
Consideraban que los organismos autogestores debían preparar a los hombres y crear organiza-
ciones sociales activas y eficaces, ligadas unas con otras, para que en un momento de ruptura y re-
volución, fueran capaces de responder a las necesidades del momento y cimentar bases sólidas de
60. «Estuvo un grupito, poco menos de la mitad, en Perú; allí hubo una especie de desarraigo –manifiesta Andrés–. Siempre
digo que, en ese sentido, éramos más europeos que [...] el Perú. Allí, unos estuvimos empleados en alguna facultad y
otros vendiendo libros. Al no funcionar un arraigo, al final, coincidiendo con un grupo de unos cinco que [acababan de
estar] presos en Argentina, se fueron para Suecia. Eso, para mí, ha significado una especie de corte importante en el
grupo, porque unos se quedaron en Buenos Aires, otros se fueron a Alemania y otros nos vinimos para España. El grupo
que ha vuelto tuvo una estancia de ocho o diez años [1975-1983] en Suecia. Se ha reinstalado siguiendo unas pautas
semejantes, haciendo algunas cosas viejas y otras diferentes, pues la gente ha cambiado y la sociedad uruguaya tam-
bién.» La experiencia en Suecia (Estocolmo), con el agregado de nuevos integrantes suecos y latinoamericanos, fue bas-
tante sólida y en gran medida innovadora. La siguiente cita lo demuestra: «El exilio al que fuimos lanzados, significó una
ruptura de fronteras y el descubrimiento de nuevos espacios. No sólo en un sentido geográfico sino, y sobre todo, en lo
cultural e ideológico. Y aunque muchas veces ello estuvo acompañado de dolor y conflictos, conllevó un posible enri-
quecimiento tanto a nivel individual como en relación a una más compleja y más adecuada percepción social. Así son
muchas, y muchos, los que fuimos fecundados por el feminismo [...] otros fueron impactados por la falsedad de los “so-
cialismos reales”, [...] también el desarrollo y el progreso se desmoronaron como pretendidos sinónimos de bienestar
humano [...]. El ecologismo abre entonces los ojos a aspectos de la realidad y al mismo tiempo exige nuevas dimen-
siones a los proyectos que se pretendan revolucionarios». Editorial del nº 74 de Comunidad, marzo de 1990.
61. Declaración del Primer Seminario Intercomunitario, Comunidad, Buenos Aires, Junio de 1969.
Organizaciones contrarias al régimen 199
la sociedad socialista y libertaria. De ahí la importancia de la comuna como modelo, práctico y teóri-
co, y como perspectiva federalista, es decir de comunidad de comunidades.
Pensaban que en esos organismos de lucha, los hombres reaprendían el sentido de la existencia,
se proyectaban hacia una vida nueva y comenzaban la revolución. Y aclaraban que eso no significa-
ba que fuera posible llegar al socialismo por mera agregación de individuos a las pequeñas comuni-
dades formadas dentro del régimen capitalista.
Afirmaban que los grupos, al igual que los individuos, no escapan de la influencia del sistema. De
ahí que dijeran que Comunidad del Sur, como expresión del movimiento comunitario, lejos de ser
homogénea y coherente, reflejaba esa interdependencia entre el movimiento social general y las ex-
presiones o experiencias de «vanguardia». Y que sólo, en la medida que se diera esa proyección, se
superaría la institucionalización, el sectarismo y la disolución.62
En sus bases programáticas dejaban claro que sólo el cambio global, en tanto proyecto, daría
sentido a cada experiencia parcial. Por ello se consideraban:
• Revolucionarios en la práctica y en las ideas, en la totalidad del hacer comunitario, en cuanto a
cómo se procesa y se produce el cambio social proyectado, táctica y estrategia, eligiendo la ac-
ción directa como forma de luchar y organizarse; y por no buscar, dentro del sistema, mejoras de
salarios, control o gestión obrera de la producción, ni elecciones libres.
• Comunitarios por cómo se organiza la vida cotidiana, teniendo en cuenta la estructura social y
ecológica, basándose en el urbanismo y la educación.
• Libertarios por los medios y fines, democracia directa y federalismo, y por no limitarse a la críti-
ca de la sociedad, sin vivir en la medida de lo posible, su abolición, forzando los límites en todo
momento.
• Comunistas por la aspiración a que los seres humanos se organicen de forma comunitaria para
producir, distribuir y administrar los bienes, que responden a sus necesidades.
Al ser conscientes de que los vínculos sociales están determinados por las relaciones de trabajo y
producción, reclamaban la autogestión y la propiedad común. Rechazaban los «socialismos de
estado» o «liberación nacional» porque, en todos esos casos, veían como las relaciones reales de
producción y de vida eran similares a los otros países del mundo.
Buscaban crear un poder colectivo real sobre las condiciones de existencia, preguntándose los fe-
nómenos sociales de manera común y no individual. Consideraban que el hombre comunista im-
plica integrar al otro como necesidad.
• Antiestatistas y anticentralistas. Sentían la necesidad de una organización que abarcase todos
los aspectos de la vida, garantizase el comunismo y la libertad y fuese una conjunción, me-
diante la formación de consejos, de todas las agrupaciones e individualidades de la región. Se-
ñalaban que los consejos o comisiones comunales debían centralizar los acuerdos emanados
de la base, sin ejercer ninguna forma de poder clásico, dado que no dependerían de ninguna
forma de poder central ajeno a la propia comunidad. Y que tendrían la tarea de asegurar la de-
bida cooperación en los servicios de interés común, como educación, transporte y limpieza.
62. Para los integrantes de esta colectividad, ejemplos a eludir para no reproducir el sistema son algunas cooperativas de
trabajo buscando el máximo beneficio y compitiendo dentro de las leyes mercantiles convirtiéndose en meras empresas
capitalistas, donde, o bien los obreros se autoexplotan, o bien pasan a ser pequeños burgueses; y el aislamiento, porque
lleva a los grupos a cerrarse, alejándose del resto del movimiento, que persigue el mismo fin, e intentando conseguir una
estéril perfección interna. Otra de las desviaciones que intentaron evitar, fue la reproducción de relaciones esenciales de
la sociedad global: dependencia-dominación, intelectuales-manuales, acusadores-culpables.
200 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Más allá de la comuna como unidad fundamental, apuntaban que se organizarían federacio-
nes regionales e internacionales de comunas.
• Antimilitaristas, internacionalistas y antireformistas. Estaban por una sociedad no militarista,
por la destrucción de fronteras estatales y pensaban que, en general, los partidos, los sindicatos
y las cooperativas sectoriales repetían los esquemas del capitalismo y el estatismo, por conside-
rar al hombre como un simple elector, consumidor o productor, reclamando solamente su parti-
cipación parcial.
Hay que destacar, por su originalidad, respecto a las demandas de los luchadores sociales de en-
tonces, los reclamos de la satisfacción de las necesidades vitales, entendiendo por éstas no sólo las
relativas a la subsistencia (vivienda, alimentación, salud...), sino también las afectivas.
dical, rompiendo con los sindicatos “amarillos” dirigidos por el PC. En 1968 pasará a la
clandestinidad, bajo la caracterización de que se estaba gestando una “tiranía” militar. Su
incidencia, al principio muy importante sobre todo en la juventud socialista, fue decre-
ciendo. No jugó ningún papel ante la emergencia del Frente Amplio en 1971, ni ante el
golpe y la huelga general de junio-julio de 1973.»66
Si algo caracterizó al MUSP, fue su oposición al PC, su intransigencia con el reformismo y la impor-
tancia que sus miembros le daban al marxismo y la teoría política en general. Lo que hizo ganarse
fama de dogmáticos y sectarios a sus militantes.
La lucha política contra el PC, se plasmó en enfrentamientos directos entre componentes de am-
bas organizaciones.67 Una de las grandes contradicciones ocurría en las movilizaciones callejeras,
pues como dice Bravio: «Los del MUSP y el FER provocábamos enfrentamientos con la policía», prác-
tica totalmente desaprobada, e incluso reprimida, por los cordones de seguridad que formaban,
principalmente, CNT y PC. Por esto, y por la creciente represión policial, «los muspos», decidieron ir a
manifestaciones en grupos de tres, para coordinar mejor el apoyo mutuo.
Juan Nigro en varias ocasiones formó parte de esos grupos de tres y recuerda la consigna que se
daba en aquellos casos:
«O volvían los tres de la manifestación, o no volvía ninguno. Si uno veía que un milico
había agarrado a uno de los otros dos compañeros, debía arriesgarse y ayudarlo a escapar.
Por lo tanto, si la manifestación se disolvía, se tenían que ir juntos o buscarse rápida-
mente. Yo, a veces, iba con ellos porque tenían un planteo y una seguridad que no ofrecía
nadie. No es que se gravitara en torno al MUSP, sino que en todas las estructuras que se
creaban había una tendencia a aceptar las líneas del PC, FEUU y CNT. Los que se organi-
zaban afuera, en contra de eso, y buscaban mejores condiciones de militancia, a veces, se
organizaban al estilo de los MUSP.»
Sobre la incidencia del MUSP en el escenario político uruguayo, los datos son demasiados diferen-
tes. Mientras algunos entrevistados dicen que era escasa y lo consideran el típico grupo minúsculo
sin base social, Bravio lo considera un partido de cuadros dentro de las agrupaciones barriales y los
frentes universitarios denominados MURAMP. Por su parte, otra fuente asegura que el MUSP llegó a in-
cidir en unos treinta núcleos de luchadores sociales que se concentraban, principalmente, en las
empresas de transporte público y en las universidades.
En los años 1968 y 1969, con el auge general del accionismo, en detrimento de la formación teó-
rica, el MUSP resulta obsoleto incluso para varios de sus componentes. Esto, unido a rencillas in-
ternas, provoca la crisis de la agrupación. Bravio, por su parte, aporta un dato curioso: «se hizo mier-
da en el 68, por un infiltrado del PC».
66. Rafael Fernández, «El Partido Socialista de Uruguay reingresa a la Internacional Socialista», 1999,
www.po.org.ar/edm/edm25/el.htm.
67. Juan Nigro recuerda que «denunciaban al PC y compañía como burgueses y colaboradores con la represión. El PC res-
pondía reprimiendo violentamente. Hubo muchísimos enfrentamientos violentos entre el PC y el MUSP: por ejemplo en
abril y mayo de 1967. El PC enseñaba sus armas de fuego para intimidar a los militantes del MUSP. En el entierro de
Líber Arce, el MUSP asumió no sólo la necesidad del desbordamiento contra los milicos del PC sino los saqueos. El en-
frentamiento fue muy duro y hubo decenas de heridos, algunos graves, principalmente del MUSP; porque el PC utilizaba
armas más violentas, contundentes e ilegales. Gozaba de una legitimidad frente a la policía que no tenia nadie más,
tanto es así que recuerdo militantes que se afiliaban a la UJC sólo para tener un carné que los protegiera de la policía. El
PC sostuvo luego que había sido la policía que había hecho los saqueos y que había roto las vidrieras en 18 de julio y el
MUSP respondió que había sido el proletariado y las organizaciones revolucionarias “asumimos públicamente la respon-
sabilidad de esas acciones” y el PC hacía como si no hubiera escuchado nada».
Organizaciones contrarias al régimen 203
«Su gran problema fue su derrota en la competencia con los tupas –declara Juan Nigro
quien en la época era simpatizante de los MUSP–. Mientras los muspos estaban enfras-
cados en una lucha sin cuartel contra los PC, éstos hacían cosas que, para todo el mundo,
resultaban sumamente atractivas. Y frente a las masas, unos eran “prácticos”, concretos y
sin largas discusiones (el famoso estilo tupa que permitió todos los oportunismos y las re-
nuncias) y los otros parecían de otro planeta. Mientras los tupas, con algunas acciones es-
pectaculares, acapararon todos los titulares; la lucha de los muspos era oscura y aparecía
como teoricista, como poco práctica.
Hay que decir también que la mayoría de los militantes muspos terminó en los tupas,
aunque muchos de ésos, en los años posteriores fueran microfraccionalistas.»
Los militantes del MIR decidieron no integrar el MLN y tuvieron su propia trayectoria. Su segunda
convención, realizada el 24 de junio de 1967, sirvió para plasmar el programa político y los objeti-
vos por los que estaban luchando. Caracterizaron al imperialismo norteamericano, los latifundistas
y la oligarquía (bancaria, importadora, industrial y burocrática) como los enemigos de la revolución.
Y como fuerzas de la misma, consideraron a todas las clases que en la ciudad y el campo tuvieran in-
tereses económicos opuestos a aquéllos. En primer lugar, y dirigiendo el proceso, veían al proletaria-
do urbano y los asalariados agrícolas, y en segundo lugar, a los campesinos medios y pobres, la pe-
queña burguesía urbana y la burguesía media.
68. Huidobro, Tomo II, 1994, 74.
204 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
utilizar una vanguardia, sino las masas en su conjunto. Criticaban a quiénes participaban de la gue-
rrilla montevideana, por esa razón y porque, al ser maoístas, le daban más importancia al combate
en el ámbito rural.
A pesar de que en la misma época en América Latina había otros MIR, no tenían relación con el de
Uruguay. Incluso se llegó a desconsiderar a algunos de ellos. «El MIR chileno no caía bien, también le
decían revisionista.» declara Cota.
El número de miembros del MIR y las Agrupaciones Rojas era pequeño, rondaría la centena.70
Estos dos colectivos formaron una de las organizaciones políticas menos numerosa, pero como se
ha mencionado, en algunos episodios tuvieron especial relevancia (discusiones con PC y prototupa-
maros, ilegalización del grupo, apoyo a cañeros de Bella Unión, oposición al Frente Amplio, radicali-
zación de la huelga bancaria de 1969). Dieron, además, militantes importantes como Beletti o Ari-
zaga.
Como se comprueba a lo largo de la tesis, uno de los acontecimientos más relevantes ocurridos en
el escenario montevideano fue la alta combatividad de estudiantes de signo radical.
«Al interior de este movimiento la agrupación estudiantil más significativa por su pertinaz
presencia a lo largo de todo el período mencionado, por su capacidad de movilización, de
organización y de elaboración política, fue el Frente Estudiantil Revolucionario (FER).»72
El FER se funda en enero de 1967, como ala gremial de la Juventud del Movimiento Revoluciona-
rio Oriental (JMRO) y en el local de esa misma agrupación. En su período fundacional se implanta,
con contados militantes y escasa influencia, en los centros de estudio: IAVA, Miranda, liceo del Cerro
y nocturno del Zorrilla; con el objetivo de concienciar y organizar en asambleas de clase a los alum-
nos y generar una mayor participación del estudiantado en el proceso revolucionario.73
Horacio Tejera con respecto al nacimiento de este frente estudiantil, que con el tiempo llegó a es-
tructura de una u otra manera a más de un millar de personas,74 declara:
70. «Era una agrupación ilegal, de la mayoría no sabíamos ni el apellido, y a veces los nombres eran falsos –explica Cota–.
No tengo ni idea de cuánta gente era, pero supongo que no muchos, unos cien..»
71. Enorme frase pintada en un muro de Montevideo y firmada por el FER.
La información base para la elaboración de este apartado fue recogida del testimonio de cinco integrantes del FER: Nora,
López Mercado, Bravio, Horacio Tejera y Álvaro Gascue, en concreto sus Apuntes para una historia del FER, texto nº 6, sin re-
ferencia bibliográfica. Archivo del doctorando.
72. Citado en el texto de Álvaro Gascue que explica que «el nombre en sí de FER no surgió, como podría pensarse, de nin-
guna influencia internacional ya que contemporáneamente existieron varios FER en Latinoamérica y Europa, aunque sin
ninguna vinculación orgánica, sino por contraposición a la denominación que la UJC había dejado de lado, en 1966,
para su ala gremial en el instituto IAVA, Frente Estudiantil Progresista (FEP), por considerarla muy sectaria».
73. «De lo que se trataba no era de aglutinar fuerzas para unas elecciones anuales –asegura Mercado– [...] sino de generar
elementos creadores de conciencia, formas de organización realmente eficaces vinculados a la lucha popular. Y [por
eso] para esa elección, nosotros no llevamos lista, sino que presentamos una plataforma de principios.» Entrevista iné-
dita a Mercado, realizada el 3 de diciembre de 1987, por Milita Alfaro.
74. Con respecto a esta cifra Ricardo matiza: «Mil era solo la gente que se embanderaba directamente con el FER. En la
práctica, la fuerza social y política del FER era mucho más grande y poderosa e irradiaba a liceos, facultades, ocupa-
ciones obreras, y manifestaciones de todo un poco. Es ridículo reducirla a mil personas. En las manifestaciones estu-
206 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Surge en el IAVA y arrancó siendo un grupo de jóvenes del MRO, eran cuatro, pero no te
digo que eran cuatro como a veces se dice, eran cuatro de verdad. Tres de ellos que se ha-
bían ido descontentos de las juventudes comunistas por el abandono del PC a la lucha
guerrillera del Che. Decían que eran la vanguardia marxista-leninista del IAVA. Ese mismo
año son captados por el MLN y el FER pasa a ser un grupo estudiantil del MLN, del cual a
medida que ibas teniendo una actuación más destacada dentro del FER pasabas al MLN.»
Alberto Correa, que primero fue militante del FER y luego de la FRT, afirma que la agrupación estu-
diantil de la que él formaba parte tuvo más militantes y simpatizantes que la propia UJC, la gran rival
política por aquel entonces de ellos.
diantiles oficiales con decenas de miles de personas la gran mayoría seguía las consignas y la organización del FER, así
como la práctica de atacar tal o cual objetivo.
75. «Los cuatro votos eran de los cuatro militantes que había en el IAVA y un quinto que después estuvieron como locos tra-
tando de ubicarlo, ese era yo, –explica Tejera–. Creo que por eso después me soportaron tanto tiempo.»
76. Tejera asegura que el FER a pesar de tener «mucha presencia a nivel de la calle y centros estudiantiles» no tenía más de
treinta militantes orgánicos, que organizaban pases de películas como Hanoi y Martes 13 y explica que «a la salida de
las películas salíamos y reventábamos todo lo que había por delante. Tras La hora de los hornos, y no recuerdo que lo
hubiéramos planificado, salimos a romper vidrieras por 18 de Julio.
–¿Cuántos?
–Unos doscientos, contando a esos treinta que por 1970 eran militantes del FER».
Organizaciones contrarias al régimen 207
Nora al entrar en el IAVA se afilió a las Brigadas Estudiantiles Socialistas pero al poco tiempo pasó
a integrar el FER.
«Estar en el IAVA y no ser del FER... Si no eras de la UJC eras del FER, no había otras op-
ciones. Formar parte del FER era formar parte de la vida del IAVA. Fue mi etapa más linda a
nivel de militancia. No me exigía ningún compromiso que no estuviera dispuesta a asumir.
Preciosa época.»
Muchos de los militantes que llegaron al FER en 1968 se fueron integrando a los diversos niveles
del MLN, dejando de lado su militancia gremial. La relación entre los dos grupos se estrechó, pero a
partir de 1970, hay un descontento de una parte de los componentes del FER con la política tupa-
mara, pues se consideraba que el trabajo político era tan importante, o más, que el accionar armado
y que había que desarrollar una dirección que no estuviera basada en el aparato militar, visión que
chocó con la dinámica de la guerrilla urbana y que produjo desencuentros en movilizaciones y ac-
ciones.77 Como ejemplo de este fenómeno Nora cuenta la vez que salieron a pintar en los muros de la
ciudad la frase «Quien siembra viento recoge tupamaros». No fue el hecho de que la consigna vi-
niera de la organización tupamara lo que exasperó a varios militantes del FER sino que algunos pro-
ponían firmar MLN. Ante la polémica se decidió votar y salió que no se firmaría de ninguna manera. A
pesar de eso algunos escribieron «MLN» y los propios dirigentes del FER los sancionaron. Eso pasaba
a menudo, recuerda Nora, pero lo que la llevó a abandonar el FER fue la muerte de un compañero
suyo que tenía una militancia legal, en su mismo grupo, y otra clandestina, con los tupamaros, en el
atentado del Bowling.78 Ligadas a estas desavenencias y a la creciente influencia tupamara, la gran
discusión partido-foco en el seno del MLN provocó la división del FER en dos vertientes. El sector que
estaba por el MLN, organización en la que las teorías foquistas y «cortoplacistas» habían ganado a
las partidistas y «largoplacistas», tomó el nombre de FER 68 en secundaria y utilizó los que ya tenía
en el ámbito universitario. Los otros, entre los que estaban los fundadores, siguieron con el nombre
inicial de la federación y, más tarde, se unieron a la escisión tupamara que se llevó una pequeña
parte de la infraestructura militar y fue denominada por sus integrantes Fuerza Revolucionaria de los
77. En el FER se trabajó mucho en lo teórico, con discusiones sobre temas de fondo y mucha lectura. Se escribió un docu-
mento en el que la URSS fue caracterizada como una dictadura de la burocracia y los países del este como dictaduras de-
pendientes de ésta. En lo nacional se preveía la instauración de una dictadura gracias al incremento del ala más autori-
taria del estado, a la poca presencia de la coordinadora FRT-FER-FOR y a la ineficacia de la «izquierda reformista» y del
MLN al que veían con una predeterminación demasiado militarista.
78. Muchos de los militantes del FER al pasar a la facultad militaban en el 26 de Marzo, Nora, debido al fallecimiento de su
amigo y las polémicas con el MLN, decide afiliarse a las Brigadas Universitarias Socialistas. A continuación, Nora aporta
nuevos datos que indican el grado de compromiso de algunos jóvenes con la organización en la que militaban, «en el úl-
timo curso antes de entrar a la universidad, la gente más comprometida del FER suspendía los exámenes para quedarse
en preparatorio», y explica su sentimiento en los primeros tiempos de su militancia vinculada al PS, «al entrar en la Uni-
versidad me dividí, parte de mi era FER, acción por la acción, pero entré a una organización en la cual la teoría era funda-
mental, no podía ser socialista si no estaba formada, esto implicaba que había que leer todo lo que había que leer; en el
FER con lo de que “crear muchos vietnams” ya era suficiente».
208 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Trabajadores (FRT) y «cartillistas» por gran parte del resto de tupamaros. Éste segundo grupo pen-
saba que el enfrentamiento armado y generalizado contra el estado iba para largo y que las activi-
dades tenían que ir en función de esa hipótesis, por ejemplo en coordinarse con otros grupos del
continente, como hicieron con algunos argentinos.79
En 1971 al surgir el Frente Amplio, la militancia del FER 68 se adhirió al Movimiento 26 de Marzo
y la del FER optó por actuar fuera de esa agrupación política parlamentaria, con una actitud crítica al
frenteamplismo por considerarlo una coalición electoral reformista.80 A pesar de sus críticas a los tu-
pamaros y al FA, el FER, lejos de debilitarse, creció.
En 1972 se crea el Frente Obrero Revolucionario (FOR), plataforma sindical de la FRT y en cierta
manera el equivalente del FER en el ámbito obrero, pero fue un proyecto que no prosperó y su órgano
de difusión Política obrera tan sólo apareció en un par de ocasiones.81
Después del golpe militar de 1973, el FER obtiene representación en las elecciones universitarias
pero al poco tiempo se disgrega; una parte importante se integra en la Resistencia Obrera Estu-
diantil y un sector minoritario en el Movimiento Marxista, organización lejanamente emparentada
con el MUSP.
Como balance de la trayectoria del FER y posterior desintegración, varios testimonios aseguran
que no pudo desarrollarse en el ámbito estudiantil por el auge que hubo de adhesiones al MLN y por
el resultado de las elecciones nacionales de 1971. Y que no llegó a insertarse a nivel obrero, sobre
todo, porque sus militantes eran casi todos de clase media alta.
79. Uno de los testimonios resumía de esta forma las dos tendencias: «Vamos a salir [a actuar] a ver si viene la revolución o
vamos a parar y dejar de hacer macanas […]. El FER [tras la escisión] vive un período de estancamiento, con su apara-
tito militar al que no sabía hacerlo funcionar y además no tenía mucho interés en hacerlo funcionar.»
80. Hay versiones que dicen que de todos modos se sugirió a los militantes votar la lista del MRO para salvar del presidio a
Ariel Collazo. Aunque sorprenda, fue así, los foquistas estuvieron con los partidos polítcos parlamentarios y los parti-
distas no. Y es que en aquella época la visión de algunos sobre el partido tenía más que ver con una concepción organi-
zativa de la clase y «su vanguardia» y lo consideraban totalmente diferente y antagónico a los partidos burgueses y par-
lamentarios.
81. El primer número del periódico, correspondiente a agosto y septiembre de 1972, proclamaba: «¡Adelante la lucha de
los gremios del transporte! [...] A no parcializar esta lucha en tal o cual gremio. A extenderla a toda la clase obrera. A
unificar la lucha de estos sindicatos, impulsando una movilización creciente, ascendente, cada vez más profunda por
pan, trabajo y libertad».
Organizaciones contrarias al régimen 209
en torno al apoyo a conflictos obreros: copamiento de la fábrica de productos porcinos Ernesto Otto-
nello, donde expropiaron armas y leyeron una proclama a los trabajadores; atentados contra City
Bank, Banco Comercial, Banco de Londres y América del Sud, Banco Mercantil, y al pertrechamien-
to: expropiación de armas a coleccionistas y policías, y de dinero en bancos, financieras, usureros
privados, empresas como la The National Cash Registrer y cambios no regularizados. Otros operati-
vos famosos fueron la reapropiación de alimentos de la cadena de almacenes Manzanares, con pos-
terior reparto en barrios marginales y en las ollas populares de las fábricas en huelga; las acciones
punitivas y de castigo como la ocupación de AFUTE, sindicato patronal; y las de propaganda armada,
como la toma del cine Plaza y la embajada de Suiza. Muchas de estas operaciones formaron parte
del plan Ñandú, un aporte de los presos de las FARO para posibilitar una fuga masiva y en función de
la necesidad de impulsar su organización.85
La historia del MRO-FARO, además de estar estrechamente relacionada con las organizaciones
guerrilleras de América Latina, estuvo marcada por su relación con el MLN. En referencia a este as-
pecto y a modo de balance, Rossi sostiene que las FARO no cayeron en el militarismo ni en el apara-
tismo porque fue una guerrilla que nació de un movimiento político y fue la continuación, no sustitu-
ción, del trabajo electoral, sindical y estudiantil previo. Explica que la autocrítica posterior se basaba
no obstante, en el poco trabajo político en el movimiento popular y en que faltó una mayor inserción
en la clase obrera. Aclara que esta carencia no se debió a un desmedido accionar militar y reconoce
que hubo una subestimación de las fuerzas del enemigo.
Para finalizar este apartado véase uno de los panfletos distribuidos por esta organización.
«Exhortamos y exigimos a todos los verdaderos orientales capaces de sentir en su mejilla
la ofensa en la ajena, su participación en la lucha, y que a nadie le faltará un lugar y un
arma en las FAR “Orientales”, instrumento del pueblo para la revolución nacional, antim-
perialista y antioligárquica.
Libertad o muerte / América o muerte / Venceremos»86
87
IV.2.9. Fuerza Revolucionaria de los Trabajadores (FRT)
La FRT nació de una escisión en el seno del MLN. Para algunos de los entrevistados, ésta se suscitó
por una cuestión política –«el FRT tenía un planteo más clasista» asegura Bravio; «fue por la discu-
sión en torno a partido, foco y trabajo de masas» matiza Alberto Correa88–. No obstante otros opi-
nan que el problema fue de liderazgo.
«Se van el negro Méndez, la Topolansky... Fue un problema de personas –manifiesta Pe-
dro Montero–.
–¿No fue algo programático?
–¡Qué carajo! El lío vino de muy atrás, del 69. Se venía arrastrando. Salta por un proble-
ma de liderazgo en la Columna 15, que se va especializando hacia lo militar. Hay algunos
85. Este proyecto establecía acciones del siguiente tipo: expropiaciones de recursos para desarrollar logística, infraestruc-
tura y frente de masas, hostigamiento a las fuerzas policiales militarizadas, desarrollo del atentado político y pertrecha-
miento de armas.
86. Se observa la importancia que esta organización le daba a la lucha continental, pues otros grupos proclamaban «patria
o muerte».
87. En muchos trabajos sobre la época se la llama, equivocadamente, Frente Revolucionario de los Trabajadores. Al parecer,
el error tiene su origen en que en los setenta muchos denominaban a esta agrupación «El FRT» y en la utilización como
fuente del libro de las FFAA La subversión.
88. Alberto Correa nace en 1949 y en 1968 cursa el preparatorio en el IAVA, milita en el FER y trabaja en Manzanares de re-
ponedor. En la actualidad es responsable de una importante librería.
Organizaciones contrarias al régimen 211
89. En cuánto a las figuras políticas que influenciaron en la FRT Alberto Correa destaca a: Lenin, Marx, Trotsky, Che, Fidel,
Mao, Altuser. Con respecto a los pensadores nacionales, aunque en un segundo plano, menciona a Artigas y Frugoni.
212 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Al no haber aceptado la tregua electoral propuesta por la izquierda parlamentaria y armada, algu-
nas fuentes apuntan que su división con el resto de tupamaros se produjo por el apoyo del MLN al
Frente Amplio y por considerar que éste se estaba desviando hacia el populismo.92 Otras, en cambio,
ofrecen razones diferentes.
«–¿La escisión del 22 de Diciembre fue por el tema de las elecciones?
–No, eso es del 70, del 69, del 66 es muy anterior a las elecciones –contesta Huido-
bro–.93 Querían fundar el partido del proletariado. La vanguardia marxista-leninista [...].
Más trabajo de masas, proponían. Hay algunas cosas que tenían razón y otras que no.»
«En el mismo período [que se forma el FRT] otro pequeño núcleo de disidentes se escin-
dió de la organización, discrepando con la adhesión del MLN al Frente Ampplio y dando
origen al Movimiento 22 de Diciembre –opina Clara Aldrighi (página 131), contradiciendo
lo dicho anteriormente por Huidobro)–, cuya existencia se limitó a la realización de una
90. Harari, en la página 95 sobre los tupamaros, ofrece el dato de otras divisiones: «Se producían escisiones, como la de un
ex dirigente del CAP que forma un pequeño grupo armado, con tendencia anarco-sindicalista», y de un aspecto que a
pesar de ser muy marginal es interesante mencionar: «Otro pequeño grupo armado, que hace operativos, pide inte-
grarse al MLN, pero no se le acepta, pues se tiene la convicción de que no son revolucionarios, sino que tienen fines de
aprovechamiento personal».
91. «Los organismos de base del Movimiento o los militantes aislados, tendrán derecho a presentar críticas e iniciativas por
escrito, que serán circuladas por todo el Movimiento en tanto que esto no signifique descompartimentación de una in-
formación.» JCJ de las FFAA, 399.
92. Harari, abogado y simpatizante del MLN, se refería de esta manera al surgimiento del grupo 22 de Diciembre. «Una mi-
crofracción expulsada del MLN (fines de 1970), formada por estudiantes en su mayoría y compuesta de aproximada-
mente algo más de una decena de militantes efectúa algunos operativos y militancia estudiantil. También esa organiza-
ción se fracciona. El nuevo grupo compuesto de una decena, hace operativos y los firma con un nombre y entre parén-
tesis agrega “Tupamaros”. Sus posiciones políticas son extremistas, contrarios al Frente Amplio y a la participación elec-
toral, cortoplacistas.» Harari, 95.
93. No fue posible establecer la fecha exacta de la fundación del Movimiento 22 de Diciembre. Sus propios miembros, en
un panfleto, tras escribir la fecha del 22 de diciembre de 1971, añaden: «A cinco años del nacimiento del Movimiento
22 de Diciembre (Tupamaro)». Pero parece que hacen mención al primer serio traspiés de los tupamaros y a su poste-
rior aparición pública, y no a la separación formal con el MLN. En cuanto al final de la trayectoria las fuerzas conjuntas,
datan su disolución el 21 de septiembre de 1972, sin embargo Juan Nigro, requerido por la justicia bajo acusación de
colaborar con dicho grupo, señala: «Es absurdo hablar de disolución en la primavera del 72. La verdad que todo el
mundo estaba preso salvo Felipe. Justamente en esa fecha, más o menos, Felipe va a visitar al tipo que denuncio a todo
el mundo (que era facho o casi cana) y lo mata. Los milicos quedaron desesperados por agarrarlo salió del país un poco
después.» Felipe, Daniel Ferreira, también conocido como el Lobo Feroz, se refugió en Cuba, más tarde viajó a Europa y
murió en Chile, a fines de los ochenta o principios de los noventa, organizando la lucha armada.
Organizaciones contrarias al régimen 213
acción, el atentado contra el Club de Golf. Uno de sus dirigentes, Daniel Ferreira, murió en
un enfrentamiento armado en Chile en 1986, como integrante del MIR chileno [...].
–Aldrighi, una página antes, hace referencia a otra ruptura por el apoyo a las elecciones
del MLN–, fue separado de la organización, junto a una corriente de disidentes de la Co-
lumna 10, que cuestionaban el centralismo excesivo del Ejecutivo y decisiones políticas
como la adhesión al Frente Amplio.»
Lo cierto es que semanas después de la derrota electoral de la izquierda, este pequeño grupo di-
fundía un panfleto en el que se podía leer: «El pueblo uruguayo no será nunca derrotado si obliga al
enemigo a pelear en “su cancha”. La cancha grande de la clandestinidad y la guerra sin treguas y co-
yunturas “fáciles”. Donde no precisamos la autorización para luchar».
La actividad política de esta agrupación giró en torno a la reapropiación programática; el pertre-
chamiento y los sabotajes a empresas extranjeras, pero también, y a diferencia de otros grupos, a las
nacionales. Horacio Tejera –quien asegura, aportando un nuevo dato, que «dentro del 22 de Di-
ciembre había anarquistas»– menciona el que fue su operativo más espectacular: «El intento de vo-
ladura del Club de Golf, que le cayó como una patada en el culo a todos». El malestar de muchos
sectores de izquierda ante esta acción, se produjo porque rompió y criticó la paz electoral. Fue un
grito de guerra social y una apología a la lucha armada y clandestina. En una octavilla escrita para la
ocasión explicaban la elección del lugar para llevar a cabo el sabotaje.
«Compañero: en la madrugada de hoy un grupo del Movimiento 22 de Diciembre (Tupa-
maro) ha destruido las instalaciones del Club de Golf del Uruguay. Esta operación marca la
continuación de la guerra contra el régimen, sus representantes más característicos y sus
mercenarios.
El citado establecimiento es uno de los centros de descanso y esparcimiento, de vida so-
cial para el Sr. Millonario, que puede ser amante del juego y la diversión a horas insólitas,
mientras el resto del pueblo trabaja sin pausa en su beneficio [...]. Con estas ganancias se
dan vida de lujo y derroches aislándose en zonas residenciales, ya que la miseria de la
cual son responsables es “desagradable a la vista” de estos “asaltantes con patente” de
gustos refinados.
Se encierran en clubes selectos rodeados y defendidos por milicos mercenarios, donde
suponen estar a cubierto de la justa violencia del pueblo.
Pero de nada le sirve, el pueblo sabe quiénes son sus enemigos. Ya se cansó de pedir,
ahora deberá tomar lo que suyo. El campesino, su tierra. El obrero, su fábrica. El cantegril,
trabajo y vivienda.
Para tomarlo debe terminar con los explotadores y los milicos mercenarios que los pro-
tegen.
Por eso llegamos a sus lugares de distracción llevando la violencia allí donde ellos se en-
cuentran. Los ricos no aflojarán sus privilegios sin lucha y volcarán todo el peso de la re-
presión contra el pueblo. Por eso damos señal de largada a una guerra en que destrui-
remos violentamente el aparato mercenario.
Hoy los campos están bien divididos: los ricos y sus servidores –ejército y policía– de un
lado, y del otro el pueblo en armas.»
214 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Yessie Macchi hace referencia a las denominadas condiciones subjetivas que hicieron posible la
fundación del MLN. En cuanto al marco social, condiciones objetivas, en el que se formó la organi-
zación cabe destacar: la lucha de los cañeros; las medidas prontas de seguridad; los ataques al de-
recho de reunión; la corrupción bancaria, con el correspondiente crac financiero y la protesta de los
trabajadores bancarios; los rumores de golpe de estado y las movilizaciones estudiantiles, denun-
ciando la intervención de EEUU en América Latina, algunas de las cuales fueron dispersadas con
disparos al aire.95
Esta coyuntura, ligada a la crisis interna de la izquierda tradicional, provocó que muchos jóvenes
politizados, hartos de las «meras teorizaciones» del PC y el PS, buscasen juntarse y «actuar» en base
al apoyo a los jornaleros rurales y obreros urbanos en huelga.
Según Mujica, los tupamaros surgieron como un fenómeno de resistencia: «El MLN primero fue
una cosa autodefensiva. Nos preparábamos para lo que se venía, bandas fascistas, asalto a la Uni-
versidad, apaleamientos. La carga liberal se descomponía, se notaba no sólo en la superestructura
sino también en la base de la sociedad». Y como fenómenos que contribuyeron a la fundación de su
organización y al aumento de la lucha entre la población del Uruguay «no vería una explicación sino
muchas [...], el movimiento obrero y estudiantil, la revolución cubana...» y apunta que «las revolu-
ciones triunfantes tienden a exportar modelos».
La fundación del MLN se concretiza tras una gran reunión del Coordinador,96 aprovechando la lle-
gada de la marcha cañera de 1965 a Montevideo. Aquel encuentro, en el que se insistió en la nece-
sidad de una disciplina y una dedicación a la militancia mucho mayor que hasta entonces, separó a
alguna gente pero unió fuertemente a otra. Surgieron las pautas necesarias para que cuando vol-
vieran a reunirse, únicamente los militantes que concordaban con la misma visión política, concre-
taran las características y los objetivos de la lucha.
94. Regis Debray, autor de esta frase, insistía: «Aprendamos de ellos, [...] el MLN ha inaugurado y verificado con éxito una
nueva forma de emprender la revolución socialista». Harari, 132.
95. A principios de mayo de 1965 hubo una manifestación por la avenida 18 de Julio en la que algunos participantes explo-
sionaron distintos artefactos contra IBM, Coca-Cola y All American. Dato que confirma que los tupamaros no fueron los
primeros, de aquel período, en utilizar explosivos en sus reivindicaciones.
96. Acerca del Coordinador, véase los apartados «Principales acontecimientos de 1964-1967» (1965), «Tendencias anar-
quistas» (La escisión) y «Confraternización intergrupal». Una de las frases que caracterizaba a los tupamaros era «los
hechos nos unen, las palabras nos separan», dicho que no significa que este grupo se formara sin antes debatir profun-
damente sobre varios temas. De hecho el principal requisito de la que sería la última reunión del Coordinador fue «que
estuvieran todos, para poder discutir de todo. Se quería discutir a fondo de una buena vez por todas. Ya nadie estaba
dispuesto a seguir trabajando en base a urgencias, y sin previo análisis del pasado y acuerdo sobre el futuro, hecho en
base a conceptos claramente definidos.» Huidobro, Tomo II, 1994, 63. Este libro sobre la historia de los tupamaros, de-
nominado, justamente, El Nacimiento, narra de forma correcta el proceso fundacional del MLN.
Organizaciones contrarias al régimen 215
Las personas que más tarde formaron el MLN, muchas de ellas clandestinas ya en aquel en-
tonces, se reunieron en una casa de Parque del Plata y acordaron ciertos puntos sobre los que ac-
tuar. Fue una especie de acto fundacional sin bombos ni platillos.97 En ese encuentro y en los si-
guientes ganó la postura de crear una nueva organización política, mientras quedaban atrás las po-
siciones que apuntaban a que ese colectivo fuera, tan sólo, el brazo armado de la izquierda o el par-
tido marxista-leninista.98
En la reunión de Parque del Plata ya apareció el nombre de tupamaros, aún no el del MLN, para
designar al nuevo grupo. El nombre lo propuso Tabaré Rivero, uno de los cuatro miembros del recién
formado Comité Ejecutivo, que lo halló en la novela del siglo XIX Ismael, de Acevedo Díaz. El autor
del libro, explica la razón por la cual los dominadores usaban, de forma despreciativa, esa palabra:
«Los tupamaros figuraban en primera línea; y, sabido es que bajo ese dictado irónico era
como distinguían a los criollos o nativos los dominadores, comparándolos con los adeptos
del animoso cuanto infortunado Tupac-Amaru [...]. A esos tupamaros que sumaban las
dos terceras partes del grupo, uníanse algunos zambos y negros cimarrones, vestidos de
andrajos, que vagaban desde hacía tiempo en compañía de las fieras, menos crueles con
ellos que sus amos. Esta sufrida raza sobre la que habían refluído bajo otra forma de labor
inicua el tributo real, el obraje, la mita y todas las cargas abrumadoras del sistema, era un
contingente estimable, vinculado al movimiento por el derecho a la libertad y a la vida.»99
El nombre, al poco tiempo, llegó a oídos de la policía, que aún no conocía las intenciones de
quienes así se denominaban. Cuando ésta detuvo y torturó al miembro del MIR Arizaga le preguntó
por ellos. Algunos militantes de la izquierda, tanto de Uruguay como de otros países del Cono Sur
que tampoco conocían nada de los tupamaros, llegaron a decir que se trataba de antiimperialistas
fascistas y nacionalistas desalineados.100
En 1966, los tupamaros en su afán de preparar y consolidar un grupo político-militar transforma-
ron varias casas y locales, particulares o alquilados, en cantones para reunirse y prepararse, sin ape-
nas descanso. En el local central de la organización, por el día, y como cobertura, daban cursos de
97. Las experiencias fundacionales pasadas «nos impedían caer en el papel ridículo, para nosotros, en que lo hacían los pri-
meros cuatro militantes a quienes se les ocurría “construir la vanguardia”: sacar un manifiesto a la opinión pública mun-
dial, poco menos que pidiéndole la rendición incondicional al imperialismo, bajo pena de deshacerlo si se les desacataba.
Nosotros hablaríamos cuando fuéramos algo y cuando tuviéramos derecho a hacerlo. Bastante, y hasta por los codos, se
hablaba en Uruguay en materia política; al punto que ya nadie creía en nada ni en nadie». Huidobro, Tomo II 1994, 72.
98. Varios miembros del Partido Socialista manifestaron la negativa de romper con su agrupación política, pero propusieron
la creación de un grupo armado al que someterse con mayor disciplina que a su propio partido. La doble militancia de
estos miembros, criticada constantemente por los dirigentes del PS, hará que a la larga decidan romper con ese partido
y organizarse, orgánica y exclusivamente, con el resto de los tupamaros. Por otra parte quienes seguían la línea que pre-
tendía formar un partido marxista-leninista, y que criticaba la lucha armada de un conjunto de hombres sin partido,
eran, o lo fueron después, de la agrupación maoísta MIR. Yessie Macchi aclara una de las razones que les llevaron a re-
chazar la creación de un partido. «Cuando planteamos no hacer un partido fue porque un partido en el llamado tercer
mundo excluía a mucha gente que sí podía querer luchar y que subjetivamente estaba en actitud de luchar. El PC, que se
autoproclamaba la columna vertebral de la clase obrera, excluía a mucha gente que también estaba tocada por la crisis.
Por ejemplo, capas medias, alguna pequeña burguesía, pero no como sector, sino como gente suelta que quería dejar sus
capas o clases para unirse a nosotros y luchar [...]. [Ahora bien], la amplitud es una cosa, pero las alianzas [son otra].»
99. Acevedo Díaz, 207 y 208. Mujica dice que en alguna medida también influyó en la denominación la canción de Osiris
Rodríguez Castillo «Cielito de los tupamaros». López Mercado, a su vez, recuerda que «curiosamente tupamaros le lla-
maban a los gauchos artiguistas, a los de la Banda Oriental. A los gauchos argentinos no le llamaban tupamaros. Por
que acá el componente indígena fue muy fuerte [...]. Decile indio a un argentino es un insulto, decile indio a un uru-
guayo, es casi un halago.»
100. «Al principio –dice Bravio– la población no entendía quiénes eran, si de derecha, de izquierda o unos delincuentes sim-
páticos a lo Robin Hood.»
216 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
idiomas a alumnos del barrio. Por la noche, seguían entrando y saliendo jóvenes, pero para aprender
el lenguaje de la revolución.
En el garaje siempre había un automóvil para las diferentes actividades y en el patio varias motos.
A unos metros de allí y en la misma calle, contaban con un taller que como tapadera arreglaba
vehículos pero que, en realidad, tenían para, entre otras cosas, enseñar a hacer el puente a los co-
ches que utilizaban para los operativos que, en cada ocasión, tomaban «prestados». Allí también
arreglaban la imprenta que en aquel momento se hacía funcionar en un despacho del centro urbano.
En otra parte de la ciudad, en un sótano, tenían almacenadas las pocas armas y los escasos
explosivos que ya habían aprendido a fabricar.
A las afueras de Montevideo, disponían de varios ranchos para realizar encuentros y para que sir-
vieran de refugio en una futura época de enfrentamientos con la policía. En Rivera, ciudad fronte-
riza, también tenían un piso para esconder a sus compañeros requeridos por la justicia uruguaya o
brasileña.
En el siguiente relato de Huidobro se observa la cotidianidad de estos combatientes y se adivina
el precario, pero ya eficiente, accionar del grupo:
«“¿Vamos a dar una vuelta?”, invitó Manerales, “de paso charlamos” [...]. Le fui contando
Zorba el griego, que sería la última película que pude ver en un cine montevideano [hasta
dos décadas más tarde].
Llegamos a su casa y compartimos la cena que esperaba [...]. Comentamos la muerte
de Camilo Torres en Colombia [...]. Salimos a pasear.
Mientras bajábamos por la calle 26 de marzo al puertito del Buceo, alta ya la noche,
íbamos comentando la reciente “operación” de la Organización en la carpa, que sobre el
Palacio Legislativo, había levantado la Federación Uruguaya de Teatros Independientes;
allí se había dado la obra de Rosencof “Las ranas” y más tarde “Papas fritas con todo” de
Arnold Wesker. Para esta obra era necesario utilizar fusiles, y la Fuerza Aérea había pres-
tado diez; nosotros sabíamos que no tenían aguja percutora en sus cerrojos, pero también
sabíamos cómo hacerla en nuestros talleres. De modo que un día de febrero habíamos ido
en su busca y dejado un volante que decía: “El pueblo confisca para sí estos instrumentos
como única garantía de ser respetado [...]. Tupamaros”. Nos llevamos también dieciocho
uniformes que vistos en el “club”, comprobamos no servían para nada por no ser ge-
nuinos, y habíamos decidido con Julio devolverlos a la brevedad pues no tenía sentido
causar el daño de quedarnos con ellos [...]. Hablando de estas cosas llegamos a la playita
del puerto de Buceo y previa vigilancia, nos metimos por la enorme boca que allí existía,
cloaca adentro. Las ratas huían despavoridas ante nuestros pasos [...]. Julio llevaba el
farol. Manteníamos las linternas en reserva y yo iba anotando en un buen mapa, el lugar
de las bocas de tormenta, las tapas, las encrucijadas [...]. Sabíamos que muchos compa-
ñeros estaban haciendo lo mismo; formaba parte de un plan: el conocer mejor la red
cloacal de Montevideo. Ni Julio ni yo soñábamos que a este trabajo le deberíamos un día la
libertad.»101
Como explica Huidobro, los tupamaros, al igual que otras guerrillas urbanas, centraron parte de
sus energías en conocer el alcantarillado de la ciudad elegida para su marco de acción, Montevideo.
Pero aunque realizaron la mayoría de los operativos en la capital del país, razón por la cual se les
consideró guerrilleros urbanos, también actuaron en las zonas rurales.102
El MLN, para su mejor preparación, estudió la resistencia francesa a la ocupación nazi y la antico-
lonialista de Argelia, la guerrilla judía (1945-48), la de Chipre y sobre todo la cubana a través de la
teorización del Che.103 Pronto llegó a la conclusión de que en Uruguay era preferible la guerrilla urba-
na y que ellos no podían ser la única fuerza. Tenían que ayudar a que se generaran las condiciones
para que se desencadenase una guerra popular y a preparar «al pueblo» para que la resistencia fuera
como en Chipre, en la llamada guerra de la pulga, donde todo el mundo combatía o en la «guerra
santa» de los judíos contra los ingleses, donde no se sabía de qué casa iba salir un fusil disparando.
Los tupamaros pronto comprendieron, por las lecturas y sus propias vivencias, que parte de lo
que en la guerrilla rural provee la geografía, en la urbana hay que construirlo (lugares donde vivir,
comer, dormir, reunirse, curar heridos, guardar materiales); que la lucha armada en la ciudad, como
contrapartida al alto porcentaje de bajas que suelen haber, ofrece la posibilidad de un buen recluta-
miento; que para que un pequeño grupo realice una acción, de unos pocos minutos, una gran can-
tidad de militantes tienen que trabajar durante mucho tiempo y que como toda guerrilla, la urbana
es muy vulnerable en sus comienzos. La experiencia indica que la mayor parte de los intentos para
organizar un movimiento armado urbano son destruidos en esa fase de gestación. De hecho el prota-
gonizado por los tupamaros casi se vio frustrado por el terrible traspié sufrido el 22 de diciembre de
1966, cuando muere Carlos Flores y pone en la ilegalidad a veinte componentes de la organización.
Antes de hacer mención de este episodio, cabe decir que el día de las elecciones, el 27 de noviembre
de ese mismo año, lejos de realizar una tregua electoral como harían en la siguiente elección, asal-
taron una armería de la que se llevaron 63 armas y diez mil proyectiles. Dejaron claro que lejos de
conservar esperanzas en el escenario político parlamentario, las mantenían en la lucha armada. «Es
el voto que el arma pronuncia» titulaba el diario Época al día siguiente.
El fortuito tiroteo en el que murió Flores dio varias pistas a la policía que, gracias a ello, allanó va-
rios locales, como en el que mataron a Robaina. Las bajas y la cantidad de información incautada
por los agentes del orden, obligaron al grupo a por un lado a desaparecer –refugio y pase a la clan-
destinidad de casi todos sus miembros de Montevideo– y por otro a dilucidar por fin quiénes eran. Y
es así como el 27 de diciembre, se distribuyó un documento aclaratorio entre la izquierda firmado:
Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), por creer que esta denominación era más explica-
tiva y seria que la de tupamaros a secas.
Si el MLN supera esa grave situación es gracias a las medidas de precaución que toma a raíz de la
muerte de sus dos compañeros, a la astucia y preparación para eludir la terrible persecución y a la
solidaridad de otros luchadores sociales que les proporcionaron locales para albergarse y documen-
tación falsa.
1967 es un año de recuperación. Al iniciarse el año, el MLN sólo dispone de dos locales, uno en el
que esconde el material escrito y a varios clandestinos y otro en el que guarda las armas y en el que,
batir en la cual se divide la tropa en muchas partidas pequeñas que hostilizan por todas partes al enemigo […]. Grupos
de campesinos que hacen la guerra independientemente del ejército regular. Este mismo autor da cinco razones para el
éxito de una guerrilla: que se desarrolle en el interior del país, que el combate no dependa de una sola batalla, que se ex-
tienda por el territorio, que defienda los intereses nacionales y que el país sea irregular, difícil, inaccesible.» Harari, 83.
103. El hecho de que el Che fuera un referente para los tupamaros, no significaba que le hicieran caso en todo. De haber sido
así, posiblemente ni hubieran existido, pues su gestación como grupo político, aunque tuvo mucho que ver con el pro-
ceso de derechización del estado, coincidió con un gobierno elegido por sufragio universal, circunstancias en las que
Guevara desaconsejaba la creación de un foco guerrillero. «Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma
de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote gue-
rrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.» Guerra de Guerrillas.
Ernesto Che Guevara. Escritos y Discursos. Intituto Cubano del libro. Tomo I, 34.
218 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
por precaución, no vive nadie y cuya ubicación muy pocos integrantes del grupo conocen. Además de
la reestructuración organizativa, el MLN en este período elabora documentos teóricos internos, que
poco después salen a la luz, en los que se establece un esbozo de programa de definición y de proyecto
a seguir. El más conocido de esa época fueron las «30 preguntas a un tupamaro» en el que se decía:
«6. A esta altura de la historia, ya nadie puede discutir que un grupo armado, por pequeño
que este sea, tiene mayores posibilidades de éxito para convertirse en un gran ejército po-
pular, que un grupo que se limite a emitir “posiciones” revolucionarias.
7. Sin embargo, un movimiento revolucionario necesita de plataformas, documentos...
Desde luego; pero no hay que confundir. No es sólo puliendo plataformas y programas que
se hace la revolución. Los principios básicos de una revolución socialista están dados y ex-
perimentados en países como Cuba y no hay más que discutir. Basta adherir a esos princi-
pios y señalar con hechos el camino insurreccional para lograr su aplicación [...].
9. ¿Esto puede interpretarse como un menosprecio de toda otra actividad, salvo la de
prepararse para combatir?
No, el trabajo de masas que lleve al pueblo a posiciones revolucionarias también es im-
portante. De lo que el militante –incluso en que está en el frente de masas– ha de ser
consciente, es que el día en que se dé la lucha armada, él no se va a quedar en su casa es-
perando el resultado. Y debe prepararse en consecuencia, aunque su militancia actual sea
en otros frentes. Esto, además, dará autoridad, autenticidad, sinceridad y seriedad a su
prédica revolucionaria actual.
18. Además, siempre para un estudio estratégico debemos tener en cuenta las fuerzas
de la represión. Nuestras fuerzas armadas, de unos doce mil hombres precariamente ar-
mados y preparados, constituyen uno de los aparatos represivos más débiles de América.
20. Dentro de la policía (veintidós mil), solamente un millar ha sido capacitado y pertre-
chado para la lucha propiamente militar.
26. Crear una fuerza armada con la mayor premura posible, con capacidad para apro-
vechar cualquier coyuntura propicia creada por la crisis u otros factores. Crear conciencia
en la población, a través de acciones del grupo armado u otros medios, de que sin revolu-
ción no habrá cambio. Fortificar los sindicatos y radicalizar sus luchas, y conectarlas con
el movimiento revolucionario [...].
Conectarse con otros movimientos revolucionarios de Latinoamérica, para la acción
continental.»104
En el Documento 1, de junio de 1967, apartado «VII. Las tareas en el frente de masas» se ob-
servan los vestigios de la concepción leninista del proletariado y el partido –«La clase trabajadora,
por si sola es incapaz de ir más allá de esa lucha, en referencia a las reivindicaciones económicas»–
y en el apartado «VIII. La organización revolucionaria» se defiende la necesidad de la preparación
militar y por tanto se crítica a las organizaciones de izquierda que no realizan esta tarea:
«No concebimos como un movimiento revolucionario puede plantearse la toma del poder
sin prepararse para ello con la conciencia tranquila. Nos parece aventurero, inconse-
cuente e irresponsable llevar al pueblo y a la militancia a un callejón sin salida, a derrotas
sin luchas».105
En este mismo documento se explican las tres fases de lucha previstas por la organización:
«1ª. Desarrollo del aparato armado, crear infraestructura de apoyo, capacitar y probar su
organización de combate. Implica acciones de pertrechamiento, ejercitación, propaganda
(destinada a ganar apoyo de la población, fundamentalmente de sus contingentes más
Noticia de BP
Color sobre el
secuestro de
Pereira
Reverbel. Este
empresario,
vinculado a la
ultraderecha,
estuvo
retenido por
los tupamaros
en dos
ocasiones, en
1968
y entre 1971
y 1972.
Curiosamente tras la muerte del «inmortal» guerrillero, así como poco antes con la declaración de
la OLAS a favor de la lucha armada, varios luchadores sociales se acercaron al MLN para integrarse a
sus filas.108
En los últimos días primaverales los tupamaros, evaluando que la fase de preparación básica ya
estaba en su última fase y considerando la necesidad de dar una explicación por un tiroteo con dos
policías que al confundirlos con ladrones quisieron allanar uno de sus locales, decidieron sacar el
primer comunicado dirigido a la opinión pública firmado como MLN. Cabe recordar que el anterior
había tenido una distribución muy reducida.109
En 1968, la organización realiza el primer operativo de envergadura, el secuestro de Ulyses Pe-
reira Reberbel, y su crecimiento se multiplica, de dos pasa a siete columnas. Decisión tomada en la
II Convención, última vez en que se reunieron, estructuralmente y respetando la compartimenta-
ción, gran cantidad de militantes para intercambiar los diferentes planteos políticos.110 A partir de
entonces y según la dirección tupamara, el calor de la batalla no volvió a dar las condiciones –a ex-
cepción de la cárcel– para sentarse a debatir, tranquilamente, temas de fondo.
Varios testimonios, que en los dos primeros años de la década del setenta estuvieron implicados
de una u otra forma con el MLN, muestran su disconformidad con la falta de análisis que había en
aquella época:
«Cuando planteabas discutir el texto del falso dilema foco o partido te decían “después se
verá, ahora estamos en plena acción” –declara Juan Nigro–. Solamente en fracciones
como la de Franco se daba una formación teórica, ahí te daban para leer el capítulo tal del
Capital, el Antiduring, se hacían preguntas como “¿Se puede hacer alguna alianza con las
fuerzas burguesas?” y se concluía que no, también se ponía en cuestión el proyecto de re-
forma agraria por considerarlo reformista.»
«Luego entro en la Columna 15 –recuerda Carlos Ramirez–. Allí no se discutía ni se es-
tudiaba tanto, hacías una acción y después preparabas otra.»
«Los documentos eran de un simplismo tal y una falta de profundidad –dice Garín que si
bien explica que la Columna 15 era la más activista y menos programática que otras, afirma
que la escasez teórica fue general–. Cuando algunos militantes trataban de analizar un punto
de vista, otros no querían ni discutirlo. “Nosotros estamos pa’ la cosa –decían–, no vamos a
discutir, acá, porque la toma del poder está a la vuelta de la esquina, ¡vamo’, amigo!”.»
Analizando los documentos tupamaros –públicos e internos– y los cambios estratégicos y progra-
máticos –plan sindical, doble poder– se observa un constante cambio de táctica, casi siempre a pe-
queña escala. Por lo que se entiende que si bien es cierto que, en comparación a la cantidad de ope-
rativos, el trabajo teórico fue escaso, no se rechazó. Aunque casi siempre, quienes debatían formal-
mente sobre la marcha del proceso revolucionario eran los dirigentes y a los militantes de base se les
108. «El Che, caído, se multiplicaba en combatientes. Su ejemplo y su sacrificio fecundaba. Nosotros pudimos constatarlo
concretamente. No se trataba ahora de influencias emergentes de una teoría. O de una reunión. La decisión de combatir
era tomada en conciencia ante su muerte patética. El Che muerto... Más victorioso que nunca.» Huidobro, Tomo III,
1994, 188.
109. En el panfleto, además de explicar los sucesos del 29 de noviembre, diciendo que actuaron en defensa propia al ser dis-
parados por agentes del orden –de quienes aclaran que en sí no son enemigos–, se afirma que: «De ahora en adelante
las cosas van a ser mucho más claras: con el pueblo o contra el pueblo. Con la patria o contra la patria. Con la revolu-
ción o contra la revolución». Huidobro, Tomo III, 1994, 207.
110. «En septiembre de 1968 se realizó un Simposio –el Comité Ejecutivo ampliado con militantes– donde se manifestaron
dos posiciones antagónicas: a) De acuerdo con los principios de guerra prolongada directamente ligada a las masas, y
por lo tanto, centraba en la formación de cuadros y organizar a las masas. b) El encuadre de todos los que han ingresado
al MLN en las tareas militares para pasar lo antes posible al golpeteo sistemático a las fuerzas represivas. El simposio di-
vide al MLN en columnas, siendo cada una de ellas un MLN en pequeño.» Harari, 92.
Organizaciones contrarias al régimen 221
hacía repetir consignas del tipo: «Hay que estar para la cosa, ¡eh!, no para la charla», «los hechos
nos unen, las palabras nos separan». En el apartado «Matar o no matar al maestro de la tortura» se
observa lo complicado que era reunirse y tomar decisiones en común, en plena vorágine de guerra
abierta. Por eso, algunos luchadores sociales dicen que lo que hay que hacer ahora –que no se vive
una confrontación de clases abierta y que existe cierta tranquilidad social– más que juzgar o justifi-
car a los tupamaros en general y a su dirección en particular, es aprovechar esta coyuntura para rea-
lizar la reapropiación programática de la revolución, prepararse bien en el aspecto político y crear
núcleos anticapitalistas bien cohesionados.
En agosto de 1969, los tupamaros consideraban que, al estar prácticamente finalizado el período
de construcción del mínimo aparato armado y organizativo, debían pensar en comenzar la etapa de
enfrentamiento total y sistemático, el plan H: la hostigación. Este proyecto consistía en desmora-
lizar a las fuerzas represivas sostenedoras del régimen –desgaste y desmoronamiento– e incre-
mentar las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución.
Otra meta inmediata, además del debilitamiento del enemigo, era el crecimiento de la organiza-
ción, tarea en la que obtuvieron un enorme éxito pues en 1969 el MLN ya involucraba, comprome-
tidas de una u otra forma, a unas dos mil personas.112 La forma principal para aproximarse a esos
objetivos fue la propaganda armada que ejercían realizando acciones con criterios bien marcados.
Algunas de las pautas eran, además de las que se explican en el apartado «El accionar tupamaro»,
que quedara claro que los ataques no iban dirigidos a la persona del agente sino al objetivo que él
custodiaba y que las represalias contra miembros del régimen –que torturaban, despedían o asesi-
naban– tenía que ser proporcional. Otra norma era que antes de planificar un sabotaje, o determinar
su envergadura, se debía estudiar la aceptación popular que pudiera tener. «Lo que los tupas hi-
cieron muy bien fue el tema de la propaganda –declara R. Noriega–. Generaron una simpatía, más
que apoyo, increíble. Cada día salías a la calle para ver qué habían hecho».
También insistían en que la revolución había que hacerla con el dinero de los capitalistas y las
armas del enemigo: «Sólo expropiar a los grandes capitalistas o al estado, devolver lo que se haya to-
mado y pertenezca a gente del pueblo». Y así lo hacían, devolvían los coches robados e incluso el di-
nero, si éste pertenecía a los trabajadores. Días después del atraco perpetrado el 18 de febrero de
1969, en el Casino San Rafael –unos de los más oligárquicos de América del Sur y de donde se lle-
varon un cuarto millón de dólares–, repusieron una pequeña parte del botín: las propinas de los em-
pleados. Acto que no gustó nada a las autoridades que amenazaron con procesar a quienes acep-
tasen el reembolso de las propinas, por «encubridores».
111. Según los documentos analizados, los tupamaros consideraban importantísima la fase de hostigamiento porque creían
que el desencadenamiento de la lucha armada a un alto nivel, su gran objetivo en esa etapa, provocaría en poco tiempo
el apoyo de las masas y la derrota de las fuerzas armadas gubernamentales y luego de acuerdo a lo que sucediera, po-
dría el MLN ocupar el poder o parte de él.
112. El período que va de enero de 1967 a agosto de 1970, tres años y ocho meses, muestra un rápido crecimiento de la or-
ganización debido al bullicioso contexto social y los indudables aciertos tácticos de ella. En abril de 1969, se incorpora,
por un tiempo, el grupo armado del MRO, que en 1965 se había pronunciado por la guerrilla rural, y amplios grupos de
cristianos, estudiantes, sindicalistas...
222 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Otra línea de actuación, que causó enorme simpatía entre la población más desfavorecida, fue la
aplicación de la justicia revolucionaria. Un ejemplo de esta actividad fue el secuestro del fiscal de
Corte, Guido Berro Oribe, acompañado de proclamas explicando las razones. Éstas se referían a las
sentencias a tupamaros, que en algún caso obligaban a que tuvieran un juicio militar; a la no libera-
ción de presos que habían cumplido sus penas y a la negativa de procesar a personalidades relacio-
nadas con negocios corruptos, que el propio MLN había descubierto y enviado las pruebas a la jus-
ticia. Acciones de este tipo apuntaban el carácter de la nueva fase: la consecución del doble poder.
La tesis del doble poder nace durante el invierno de 1970 y se aplica desde setiembre de ese año
hasta diciembre de 1971, época en la que los tupamaros acrecientan su fuerza por medio de las
acciones militares con objetivos políticos y por la propaganda a través de sindicatos y agrupaciones
de obreros y estudiantes, a las que dirigen desde sus núcleos legales. Según sus comunicados no
se trata entonces de una guerrilla que proyecta transformarse en ejército, sino de un poder popular
que trata de vencer, en todos los terrenos, al oficial que no se destruye solamente con el poder mili-
tar del poder popular, sino también con el obrero y estudiantil.114 Con la combinación de todos los
medios de lucha revolucionaria, la huelga general revolucionaria y la ofensiva militar.
Este principio revolucionó la concepción estratégica guerrillerista, pues establecía que el que rea-
lizaba el camino hacia el poder no era un foco militar, un mero hostigamiento, ni un partido, sino una
combinación de varios elementos. Era, en parte, un poder popular «estatal», por lo tanto, con sus
fuerzas armadas subordinadas al estado –o semiestado según otros–, aparato de justicia, econo-
mía, educación...
La estrategia guerrillera es esencialmente militar, cree en la omnipotencia de las armas y lo sub-
ordina todo a este aspecto, incluso la conquista de las masas y la concientización. La concepción del
poder dualista es, en este sentido, inversa al militarismo y lo sustituye por el «estatismo popular» y
la lucha múltiple, cuyo centro puede ser en un momento una práctica electoral, un combate ideoló-
gico o un ataque armado. En este sentido es una teorización del empleo de las armas bastante origi-
nal y con elementos de novedad. La lucha del poder dual por transformarse en poder único, revolu-
cionario y popular, es por lo tanto de carácter múltiple: militar, político, cultural, psicológico–social,
doctrinario e ideológico.
«No se trata de conquistar a las masas solo con acciones militares. Hay que organizarlas y
concientizarlas. Hay que aprovechar esa legalidad burguesa hasta el máximo y tratar de
no perderla. Hay que combinar el trabajo clandestino con el legal. Quedan así fuertemente
113. Harari, 89. Respuesta de una entrevista a integrantes de la dirección del MLN, en abril de 1972.
114. «El camino hacia el poder revolucionario no es recorrido por una guerrilla urbana –organización militar– ni por un par-
tido político –organización civil– sino por un poder dual. Un germen de poder estatal. Un poder estatal dentro del poder
estatal.» JCJ de las FFAA, 471.
Organizaciones contrarias al régimen 223
rechazados los conceptos extremistas pueriles sobre la caducidad del trabajo sindical
legal, estudiantil o popular. La concepción poder dualista tiene por base la actividad de los
sectores más avanzados de las masas, el apoyo de las masas, pues ellas constituyen la
base del estado, y hay que quitárselo al estado enemigo. Así como al quitarle un arma al
poder oficial se efectúa una acción doble, pues debilita en un arma a la represión y al
mismo tiempo fortalece en un arma a la revolución, al quitarle una conciencia, efectúa un
trasvase con doble efecto.»115
La política poderdualista hizo, porque la temperatura social así lo permitía,116 que aumentara
aún más la simpatía que gozaba el MLN en el ambiente estudiantil, entre la juventud en general y en
los medios obreros y de izquierda. Huidobro dice que en 1971 ya eran alrededor de cuatro mil tupa-
maros y añade: «De ser muy poquitos, tuvimos un crecimiento brutal, entonces todos nuestros es-
fuerzos diarios eran cómo asimilar esa cantidad de gente. Darle una forma, seguridad, ampararlos y
seguir respondiendo frente a los ataques del enemigo».
La teorización sobre la defensa del poderdualismo nunca llegó a enterrar a la del militarismo.
Las dos corrientes se fueron combinando según el contexto y quien compusiera el Comité Ejecu-
tivo. De todos modos, fuera cual fuera su línea de pensamiento, para varios de los entrevistados el
MLN, en su conjunto, en su praxis, estuvo muy por encima de ella. «Su teoría era el foquismo puro y
duro, pero su práctica fue muy superior, hasta fines de 1971» comenta Rodrigo Arocena. En
cambio, la ofensiva del 72 es catalogada por muchos como meramente «foquista y proyecto desu-
bicado».
Para finalizar este apartado, se enumeran un par de episodios que demuestran como el MLN, en
1971, se había constituido en una especie de poder paralelo que llegó a disputarle al gobierno el
monopolio de la legitimización de la violencia y la justicia.117 Así deteniendo en la cárcel del pueblo a
industriales, altos funcionarios, ex-ministros y diplomáticos. Entre 1968 y 1973, secuestran a un
total de catorce personalidades y son los principales responsables de cinco renuncias ministeriales.
El operativo Monty obligó a presentar la dimisión al ministro de Agricultura a quien se le descubrió
su asociación con la misma y se lo detuvo en los calabozos tupamaros. La fuga de las tupamaras y el
asalto al cuartel de la marina hicieron caer otros ministros, esta vez al de Interior. El siguiente, Fran-
cese, renunció tiempo después por su fracaso en la búsqueda del embajador Jackson, secuestrado
por la guerrilla.
El allanamiento de la financiera Monty fue una acción que trajo notable apoyo de la población
pues descubrieron como parte del gobierno participaba de la especulación «que arruina al país».
Los técnicos del MLN analizaron la contabilidad, las claves secretas y los libros de cuentas y entrega-
ron todo ese material al juzgado diciendo que la actividad de la financiera, según la Ley 13.330 del
115. Harari, 129. Después, para evitar la guerra directa con los agentes del orden, a quiénes no consideraban su principal
enemigo, y para, de alguna manera, evitar la guerra aparato contra aparato dejan de realizar, a nivel general, los de-
sarmes. Una de las razones por la que cambiaron de táctica para la consecución de armas fue porque vieron que no era
proporcional conseguir un revolver a la posibilidad de matar a alguien. Tenían claro que no querían la guerra en el sen-
tido de aniquilar enemigo o ir causando bajas.
116. «Si este enfrentamiento no se hubiera producido previamente en el terreno de la lucha de masas, muy probablemente la
guerrilla no hubiera adquirido su fuerte proyección política y social. El MLN, en particular –que en 1967 integraba
apenas unas cincuenta personas– tuvo un sustancial crecimiento a partir de las movilizaciones sociales de 1968 y
1969.» Clara Aldrighi, 10.
117. Llegando en ocasiones a adelantarse a la justicia oficial. Por ejemplo, cuando expropiaron a un multimillonario el oro
que tenía escondido, para no pagar impuestos, y fue detenido por el poder oficial que se vio obligado a arrestarlo por la
gran repercusión que tuvo la acción.
224 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
30–4–65, era ilegal.118 Tras la acción, los diarios oficiales del momento se preguntaban «¿quién go-
bierna y legisla en el país, el gobierno o los tupamaros?».
Uno de los fenómenos más claros de doble poder fue la justicia revolucionaria aplicada contra los
torturadores y escuadrones de la muerte. Sobre esto, tras las acusaciones del policía Bardesio a sus
colegas de estropicios, el MLN, en abril de 1972, hizo público el siguiente comunicado:
«Ofrecemos a los jueces, fiscales, ministros de la Corte, legisladores..., la posibilidad de
interrogar directamente a Nelson Bardesio. Las únicas condiciones que ponemos para ello
serán:
a) Autoridad moral para visitar la cárcel del pueblo, en carácter de invitados y
b) Medidas mínimas que preserven nuestra seguridad.
Finalmente:
Ponemos en conocimiento de la opinión pública las resoluciones que ya ha tomado el
tribunal del pueblo.
1. Han sido condenadas a muerte las siguientes personas:
Subcomisario Delega (alias el Gordo) C. Corrales 3079 […].
Armando Acosta y Lara. San José entre Vázquez y Médanos […].
Se faculta y convoca a todos los revolucionarios para que hagan efectiva esta sentencia
dónde, cuándo y cómo puedan.
2. Se recomienda la captura o cualquier información que contribuya a ello, de las si-
guientes personas:
Washington Grignoli. Tomás Gómez 3710 […].
Seremos implacables en el ejercicio de la justicia popular.»119
IV.3.4. Objetivos
«¿Los objetivos? Nosotros simplemente íbamos avanzando hacia la toma del poder.
¿La sociedad futura?, el movimiento tenía en su seno todas las corrientes de
pensamientos posibles, había de todo, cristianos, trostquistas, marxistas,
marxistas-leninistas, anarquistas, había gente sin ningún tipo de filiación política, ni
filosófica.120 Nunca se llegó a plantear un programa de gobierno. Toda la energía
estaba volcada a la lucha del presente [...]. El objetivo fundamental era la toma del
poder para la construcción del socialismo, para lo cual había que transitar por un
camino de liberación nacional. Pero otra cosa es que nos planteáramos alianzas con
la burguesía o los sectores industriales [...]. Nuestra estrategia siempre fue el
ataque al estado, al sistema no, al estado concretamente.» YESSIE MACCHI
Huidobro, con respecto a los objetivos del MLN, dice que tenían «una definición socialista», que
coincidían con el programa histórico de la izquierda uruguaya –el del Congreso del Pueblo y el
Frente Amplio–y añade:
«Hay un programa de gobierno que fue publicado en aquel entonces. Los objetivos finales
están bien claritos a lo largo de todos los documentos, que no son tantos tampoco. A parte
118. López Mercado hablando de qué es lo que tenía importancia en las acciones del MLN pone el ejemplo de este operativo y
afirma: «No fue determinante que nos lleváramos unos pesos de la Financiera Monty, fue determinante que nos llevá-
ramos libros, los estudiáramos, viéramos que había estafas involucradas, los lleváramos a un juez y el juez procediera
legalmente. Eso contribuyó más que nada al perfil del MLN. Además entramos como caballeritos a la financiera. Se
decía: “El que mata, pierde”. Y esa es una de las características del MLN».
119. Machado y Fagúndez, 149 y 150.
120. Ubaldo aclara que «en el MLN no se miraba tanto de a donde se venía sino a donde se quería ir» y Pedro Montero añade:
«Era un movimiento heterogéneo. No era un dogma político, representaba a muchas corrientes. Desde católicos hasta
maoístas. La dirección representaba esa heterogeneidad en cuanto a las corrientes de pensamientos. En cuanto al
origen social era diferente, en la dirección el único obrero o peón era el Pepe [José Mujica]. Los otros eran intelectuales.»
Organizaciones contrarias al régimen 225
de eso hubo objetivos puntuales como la liberación de los presos y la restitución de los
destituidos por las medidas prontas de seguridad.
–¿Y con respecto a la Constitución por ejemplo?
–Nosotros nunca hablamos ni de constitución ni de nada, estábamos hablando de refor-
ma agraria, nacionalización de la banca y del comercio exterior...»
López Mercado, sobre este tema, se mostró sumamente reflexivo:
«Nuestro programa era fuertemente estatista.
–Es decir, expropiar esas grandes tierras y trabajarlas, ¿pero con bonos de trabajo o di-
nero?
–La economía dineraria iba a sobrevivir. No habíamos madurado demasiado en nuestra
esencia política.121
–Pero, ¿y el modelo de sociedad?
–Yo no sé qué hubiera pasado. A veces pienso que nosotros hubiéramos cometido erro-
res, torpezas o cosas peores, de haber llegado al poder. De cualquier manera hubiera sido
un avance tremendo. Ahí habían dos proyectos, y nosotros junto con organizaciones del
movimiento popular éramos otra inflección, ¡evidentemente!, más humana.» 122
Sobre el poder en concreto, López Mercado también ha ido reflexionando desde esa época y ha
cambiado algunos aspectos de su visión de este tema.
«Hoy, no tengo muy claro en qué consiste el poder. Porque nosotros decíamos “el poder
consiste en el aparato armado”, sí pero los sandinistas tuvieron el aparato armado; “el
poder consiste en la propiedad, en los medios de producción”, muy bien, ¿pero qué expe-
riencia nos ha dejado la economía planificada?»
Según las FFAA, el proyecto político del MLN era el que decía querer realizar la burguesía y los par-
tidos tradicionales.
«Salvo la estatización completa de los medios de producción, según la conocida receta
marxista, ese programa no pasa a ser un conjunto de generalizaciones, muchas de las
cuales o eran ya realidades nacionales, o estaban incluidas en las plataformas de lucha de
los partidos tradicionales.»123
A pesar de la hipocresía de los militares o de los partidos, que decían defender esos cambios so-
ciales, la verdad es que si bien el proyecto de los tupamaros a largo plazo era el socialismo, a nivel
121. «Hoy por ejemplo, a diferencia de toda aquella época, lo que estamos pensando mucho es la revalorización del tipo
libre, como medida de la riqueza la sociedad. Son conversaciones que a veces no están formuladas en documentos. Uno
de los grandes lastres que le puso a la teoría del socialismo la burguesía fue precisamente el presentar su modelo, indus-
trialista devastador, acumulador de riqueza como un modelo deseable. Siempre y cuando se cambiaran los vértices.»
Completa López Mercado.
122. A esa hora de la noche, la entrevista se convirtió en charla y el Negro López Mercado escuchaba los siguientes comenta-
rios: «Creo que si se hubiera escrito un esquema de gobierno: nacionalización de la banca, los niños en la escuela tal
cosa..., el ejército..., y se hubiese intentado seguir ese programa capaz que salía tan mal como otras veces “Sí” –con-
testó él–. Pero si se tomaba el poder y se podía elegir en una asamblea, con armas y todo eso, y que todos los militantes
–esos cinco mil que hablabas, esos cien mil que se manifestaban– podían decidir, más o menos asambleariamente,
“quiero la sociedad así, el barrio así”, ahí, podría haber sido muy lindo. “Sí, sí” –contesta él que tras algunas reflexiones
afirma: “Quiero una sociedad en que el hombre se reconcilie con el producto de su trabajo [...]. Un socialismo pero que
explote toda la diversidad, la biológica, la del ecosistema, la social. No quiero el socialismo de lo gris y lo uniforme.
Quiero el socialismo no visto desde el prisma mediocre y envidioso del burócrata. Quiero el socialismo de hombres li-
bres, diversos y plurales”. Después se empezó a valorar el papel de los indígenas, y López Mercado escuchaba: “creo
que tenemos que aprender mucho de los indios, no de sus arcos y flechas, sino de su organización social” “Claro”
–asintió Mercado–».
123. JCJ de las FFAA, 8.
226 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
más inmediato se caracterizaba por ser generalista y reformista. De ahí la hipótesis que apunta a la
disyuntiva política y que afirma que en la práctica eran revolucionarios y en la teoría, reformistas.
Pedro Montero manifiesta que no tenían un proyecto de sociedad definido,124 sino sólo un esbozo
y piensa que:
«De haberse producido una revolución en el Uruguay, del nivel cultural que tenía el Movi-
miento de Liberación Nacional y el Frente Amplio, con el soporte de los sectores más pro-
gresistas de los blancos y los colorados, seguro que la revolución uruguaya hubiese sido
otra cosa y un problema muy, muy, grave para los norteamericanos. Seguro, porque no era
una cuestión radical, no se iba a plantear en los términos de Cuba ni en los términos de
inocencia revolucionaria de los sandinistas. Había otro bagaje para armar una estructura
socialista democrática. Ten en cuenta que nuestra gente se fue para Chile y allí trabajaron
con los equipos de Allende. En Chile y Argentina estuvieron moviendo programas enteros,
programas de desarrollo. Se pudo haber hecho mucho más.
La ilusión era transformar el Uruguay y hacer una patria para todos realmente. Terminar
con los cantegriles, la injusticia a nivel rural, los hospitales para niños que se morían en
las camas uno pegado al otro, como en el más tercer mundo.»
La escasa concreción de los objetivos tupamaros y de su programa político sorprendía incluso a
dirigentes de otros grupos de América.
«La aparente unidad de criterios políticos e ideológicos con el MLN-T se debía a que dicho
movimiento carecía en lo esencial de ideología y por lo tanto, vitales aspectos estratégicos
no entraban en la discusión –declaraba Santucho–. No en vano la mayor parte de los
temas tratados con los tupamaros giraban en torno a la “técnica” y al aparato militar. En
cambio el MIR, definido ideológicamente y con gran experiencia política, tenía mucho que
transmitir y discutir.»125
En este sentido Garín es muy autocrítico.
«Le presentamos al pueblo un programa mágico que se llama: reforma agraria, nacionali-
zación de la banca..., sin saber lo que marcha o no marcha, sin tener en cuenta el desa-
rrollo de la tecnología, sin tener en cuenta los precios internacionales.
–Y a más largo plazo: –se le consultó–. ¿Qué modelo social se perseguía?
–El socialismo, pero nadie sabía mucho. Lo que creíamos saber era que tomaríamos el
poder.
–¿Y quién se pondría en el gobierno?
–Los tupamaros –sentencia Garín.
–¿Pero cómo, de forma vertical u horizontal, con comités barriales, asambleas?
–No, la organización social no se planteó. Creo que había una idea de repartir entre
ellos los ministerios [...]. Para algunos el modelo era Cuba e incluso la URSS.»
Otros militantes del MLN luchaban porque los cambios se hicieran desde el FA, desde toda la iz-
quierda, y para que los tupamaros se convirtieran en el sostén defensivo de ese proyecto, organi-
zados como columnas militares y considerados el ejército del partido de los sectores oprimidos.
124. «No se planteaban objetivos a largo plazo. Se trataba de cuestionar la coyuntura del Uruguay [...]. No era un movi-
miento revolucionario, era reformista [...]. No tenía un proyecto de estado ni de gobierno y creo que no se debía plan-
tear,. Había gente más estatista, los economistas..., que si planteaban eso [...]. En algunos casos se criticó el cortopla-
cismo, el querer llegar ya. Sobre eso Lenin dice cosas interesantes en el infantilismo de izquierda.»
125. Cita de la página 377 del libro de Mattini, aparecida en la «Autocrítica» escrita por Huidobro, publicada en el Mate
Amargo el 22 de junio 95.
Organizaciones contrarias al régimen 227
Mucho se ha hablado de las características de los miembros del MLN y del «estilo tupa». De ahí el
interés porque sean ellos mismos quienes se analicen. «Para ser militante del MLN –explica
Ubaldo– era más importante el comportamiento y la conducta que la ideología. Se trataba de gente
de buena voluntad. La honestidad, la responsabilidad y la disponibilidad eran tres pilares claves».
Se tendía al desarrollo del militante completo pues aunque existía la especialización se buscaba
la globalidad, la formación político-militar integral. En los primeros pasos a la incorporación orgáni-
ca del MLN ya se daba tanto una formación militar como política, buscando que cada militante fuera
una síntesis de la organización.
«Desde que se integraba los grupos de ingreso se daba una formación elemental, tanto en
seguridad, como en el aspecto militar, uso y fabricación rudimentaria de explosivos –re-
cuerda Yessie Macchi–. Pero claro, la formación era sobre todo política [...]. Éramos un
movimiento político-militar, quiere decir que cada militante tenía que ser en sí mismo una
síntesis de lo político y lo militar. Si bien existían las especialidades y si bien había compa-
ñeros/as en servicios, en la columna formativa o en la militar, cada una de nosotros/as
tenía que tener los elementos generales de las tres áreas. Porque siempre la teoría que
existió, era que donde cayeran muchos compañeros, bastaba con que hubiera uno solo
para que el MLN se pudiera volver a regenerar. Y eso nos pasó en los cuarteles y en la cana.
Cuando estuvimos en estado de aislamiento total, el MLN estaba presente en cada una de
nosotras que estaba en un calabozo. Ese, siempre, fue el pensamiento, de la organización,
que el militante fuera completo [...]. Existía la especialidad, pero también existía la globa-
lidad en cada militante.»
Pedro Montero coincide con la explicación del militante completo, pero matiza que eso sólo se dio
en los inicios de la organización porque después hubo una rabiosa especialización:
«Hasta el año 69 las columnas eran todas político-militares y de servicios. Después se es-
pecializaron en militar, servicio, explosivos... La 15 se hizo estrictamente militar, la 10 se
transformó en estrictamente de servicio y se creó la 25 que era sindical. Después se
crearon una o dos del interior. El tupamaro pasó de ser un militante que hacía todo, a un
militante que estaba especificamente en un frente. Entonces los fierreros se hicieron fie-
rreros, los investigadores se hicieron investigadores y los políticos, políticos. Antes todos
hacíamos el fogueo para la acción urbana, la habilidad en el manejo de armas y explosivos
y la discusión política, con documentos... Eso se hacía al comienzo, en 1968, pero en
1970 ya se acaba.
–¿Elegía cada militante dónde quería ir?
–No, tampoco. Te captaban de acuerdo a las condiciones y los contactos que tenías. Una
vez que estabas adentro era difícil que cambiaras, por problemas de compartimentación.»
A continuación Montero, tras aclarar que «el MLN no fue un movimiento de todo el territorio o del
interior, era de Montevideo y la franja litoral hasta Bella Unión», habla de la dirección y dice que el
tipo de organización era el «centralismo democrático leninista que en clandestinidad funcionó bas-
tante bien» y añade:
126. Blixen, 168.
228 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Tuvo algunas variantes. Como por ejemplo que las propuestas iban desde la base hasta la
cúspide de la pirámide, volvían de vuelta de arriba para abajo y se volvían a discutir [...].
Pero ese mandato, cuando venía de arriba, venía con todo y lo tenías que cumplir, si no
podías tenías que irte a la mierda. Esa era la realidad, pero es lógico porque era un aparato
militar y si a nivel militar no cumplís una orden cagada de pato, un despelote. Desde el
aparato después se inventó una semiperiferia que eran primero el Correo y luego el CAT. El
Correo Tupamaro fue la forma primera de entrar, el mandadero tupamaro. Después se creó
el 26 de Marzo y los CAT, entonces, pasaron a ser una cosa que no sabían qué eran; dónde
empezaba el 26 de Marzo y dónde terminaban los CAT. Era un despelote tan grande que
desde una unidad central, que era básicamente militar, era imposible asistir a toda esa
gente que demandaba formación y orientación para trabajar [...]. En el 68 y 70, el creci-
miento fue más de lo previsto. No teníamos capacidad organizativa para tanta gente, fui-
mos demasiados laxos en aceptar gente, sin probarla, sin foguearla, que era el término
que se usaba en aquel momento.»
Los CAT (Comando de Apoyo Tupamaros) era la estructura para los militantes, no estrictamente
orgánicos, cuyas tareas podían ser las mismas que los militantes de servicio o las de dar solidaridad
al MLN en cualquiera de sus actividades. A René Pena, perteneciente a los CAT, cuando se le pregunta
qué opinaban de las acciones de los comandos, desconocidas por ellos hasta el momento en que se
realizaban y se publicaban en la prensa, contesta: «si parecía bien o no parecía bien no interesaba,
lo importante es que había que dar apoyo. Lo hacíamos por solidaridad, porque no se podía dejar
sólo a un compañero o compañera, eso es una traición».
Al igual que casi todas las experiencias de guerrilla urbana, tenía la necesidad de una estructura
de servicio al accionar armado, destinada a recaudar la información para poder realizar los operati-
vos con el mayor éxito posible. Muchos consideraban esta tarea como una más, tan importante
como una reunión de toma de decisiones o la participación, pistola en mano, de una acción militar.
Pero otros veían a estos militantes –denominados de servicio–, o se veían a sí mismos si su tarea era
esa, actuando en una esfera inferior.
En cuanto a cómo se llegaba a la dirección, Montero responde: «En las convenciones. Por vota-
ción. A través de grupos». Es preciso anotar que quienes dirigían a la organización no podían estar
presos ni fuera del país, en caso de darse una de esas dos particularidades en un miembro del Comi-
té Ejecutivo, se hacía un relevo inmediato. Hubo algunos capítulos en los que la dirección histórica,
que estaba presa, ayudó en la toma de decisiones, por tratarse de resoluciones que podían cambiar
el transcurso de la historia del MLN; como fueron la ejecución de Mitrione y la tregua armada. Pese a
esas excepciones y el pensamiento, más o menos, extendido de que la figura de Sendic era única,
para los tupamaros no había, ni podían haber, militantes ni estructuras insustituibles. Y fue precisa-
mente esta forma de organización la que fue influyendo en los cambios tácticos. Los debates ideoló-
gicos y estratégicos se vieron afectados por las detenciones, que eliminaron de la dirección a parti-
darios de una u otra posición; y tuvieron importancia fundamental, en casos como cuando cayó toda
la dirección reunida en una casa de la calle Almería.127
127. «Lo que es más difícil es recomponer la dirección. En la época de Mitrione pierden tres direcciones en dos meses –reme-
mora Montero–. Toman la dirección, después de Almería, Engler y los de la Columna 15. Lo que pasa es que [después
del Abuso] en vez de asumir la dirección vieja, ésta queda en situación de militancia de base. Esa fue la cagada.
-¿Porqué no asumen la dirección los históricos?
Se dijo que el que está en la cana, no tiene elementos para decidir, por lo tanto tiene que pasar un tiempo fuera.»
Organizaciones contrarias al régimen 229
En cuanto al esquema de la organización en un documento se puede leer que «no debe ser el de
una pirámide truncada, sino el de varias pirámides de este tipo, de tal manera que, cada una de ellas
resulte una organización en pequeño».128 Estas «pirámides» eran denominadas columnas.
«La columna era “concebida como unidad orgánica político militar que reúne en sí misma
las posibilidades de autonomía (servicios, grupos de acción, agitadores, infraestructura,
periferia...)”. Cada columna debía de estar en condiciones de “mantener la lucha en nom-
bre del MLN aun cuando el resto de la organización haya sido destruida. Y contar con los
medios internos como para reconstruir lo destruido. Era una cuestión técnica, vinculada a
la seguridad interna, para que la organización no “dependiera vitalmente de una cabeza
que pudiera ser fácilmente ubicable y golpeable por el enemigo”; en fin, era una medida
puramente administrativa, no política “pues de otra forma estaríamos creando varias orga-
nizaciones”.»129
Otras peculariedad del MLN era lo inmerso que estaba en según qué altas esferas sociales, debido
a la simpatía que podía despertar en todos los ámbitos de la población y porque sus integrantes, mu-
chas veces, eran amigos o directamente miembros de la alta sociedad.130
«Provocaba mucha simpatía en casi todas las capas de la sociedad, hijos de estan-
cieros,131 empleados de la banca, fuerzas armadas, liceos... –señala Garín–. Sobre todo
en los jóvenes, la gente de cincuenta o sesenta años era raro que nos apoyara. Pero hasta
en magistratura se conocía gente de izquierda o progresista. Entonces toda esa gente acu-
sada de atentado a la Constitución y subversión, delitos imputados a los tupamaros, salían
para Chile y un año después los encontrabas en Uruguay clandestinos. Con la Junta Mi-
litar no, ellos se podían permitir meter a alguien diez años presos sin juicio, pero cuando
funcionaba el aparato jurídico había que tener muchísimas pruebas para condenarte, poco
menos [que agarrarte] con las manos en la masas y diciendo que pertenecías al MLN.»132
Véase la opinión de algunos testimonios sobre aspectos polémicos de la organización tupamara y
de todas las agrupaciones políticas y/o armadas en general. Garín, por ejemplo, habla del segui-
dismo.
«Había algunos estudiantes universitarios que acostumbrados a hacer carrera, sabían que
le tenían que decir sí a todos los jefes, denunciar a los compañeros que no estaban de
acuerdo. Se fomentó el seguidismo. Llegaron a la dirección tipos capaces en ese dominio y
no en el político.»
Harari escribió sobre los personalismos y los problemas de integración.
«Otras [columnas] se crean con católicos revolucionarios, pero el sacerdote que los lidera-
ba, según algunos tupamaros, era muy personalista, no encajaba en la organización y se
disolvió la columna [...]. Otra columna se formó con revolucionarios que no pertenecían al
MLN, los Comandos de Autodefensa del Pueblo, militando a nivel sindical [...] pero el en-
cargado de dirigirlos terminó sancionado y expulsado, por personalismo [...]. En 1971 in-
gresarían los del sector clandestino armado, FARO, que se integran con más facilidad que
los del 69 del MRO trayendo sus diferencias con el “estilo tupa de vida”.» 133
Uno de los temas más complejos y desagradables, pero que se deben aclarar, es el de la disiden-
cia. Garín vivió de cerca el tema de las escisiones internas del MLN y el autoritario comportamiento
del Comité Ejecutivo con respecto a esa problemática. En un momento su «jefe militar» le pide que
vaya con otros miembros de la organización a confiscar las armas que tenían unos disidentes, enca-
bezados por el tupamaro conocido como El lobo feroz y cuyo nombre era Daniel Ferreira y quien,
como apunta Garín, estaba «sancionado de por vida, por estar acusado de microfraccionalista» una
burda inculpación pues tenía que ver con el grupo cubano de Escalante, que las autoridades castris-
tas aseguraron que trabajaba para el KGB.
Garín se propone cumplir la misión que le han encomendado, pero Ferreira se niega en rotundo y
le dice: «las armas no son de un grupo, son de quienes quieren hacer la revolución». Cuando Garín le
informa de lo sucedido, el encargado del comando le recrimina por no haber sido más duro y convin-
cente, a lo que él propone: «Andá vos y sacáselas».
«Te ponían de lado y no te daban responsabilidades. Te terminabas rayando. Te enterraban
en los locales o te mandaban para afuera –denuncia Garín–. Los cuadros hasta que no ca-
yeran en cana eran intocables. Si se hacía un cuestionamiento de un tipo había que tener
muchas pruebas o si no ibas claramente a la ruina, todos contra vos. La dinámica era dar-
le el poder y la responsabilidad a los tipos que tiraban tiros [...]. En Chile había una gran
disidencia. Se reunían en un bar llamado El Black. Decían que eran todos los rayados,
pero era toda la disidencia, que no creían más en la dirección y todo eso.
–¿Qué criticaban?
–La promoción de los cuadros. La disidencia se basaba en que la dirección promocio-
naba toda la pequeña burguesía y estudiantes y no a la gente con más experiencia. Porque
los tupamaros hay que decir, era una máquina de destruir gente también. El diez por ciento
de los clandestinos terminaban rayados, porque la organización lo único que hacía era utili-
zarlos y no formarlos. Y cuando no estabas de acuerdo con la dirección te mandaban en un
grupo de base, a formarte. Además, el poder estaba en manos de la tendencia militar.»
«Ya en 1968-69 –opina Juan Nigro–, los mejores militantes del MLN criticaban esa or-
ganización por desarmar políticamente a la clase, por sacar a sus mejores militantes y ha-
cerlos callar la boca en la lucha de masa, por hacerle por eso el juego al PC, por ser cóm-
plice de éstos en el hecho de aceptar siempre lo que estos decían, hasta sobre los compa-
ñeros a los que se acusó de tira como a [...] y muchos otros, por la ausencia de crítica polí-
tica del reformismo, por el reaccionario estilo tupa que beneficiaba programáticamente a
la contrarrevolución, por transformar militantes en sirvientes de “servicios”, por el hecho
de que la lucha armada era fundamentalmente espectáculo y no armar a la clase. Ya en
esos años muchísimos militantes adentro y afuera de la orga se referían a los [...] y com-
pañía como los oficialatas y en las ocupaciones de los frigoríficos y hasta en los campa-
mentos cañeros se cantaban canciones criticando esa línea nefasta que llevaba a lo que
llevó: que todo se postergaba en la lucha de masas en nombre de que la orga largaría un
día la guerra que nunca largó [...].Contra los grupos obreros que rechazaban abiertamente
esa organización hubo calumnias, sabotajes y se llegó a la prepotencia policial, la apropia-
ción violenta de materiales y armas.»
Clara Aldrighi, en su libro La izquierda armada, ha tratado en profundidad el tema de la disiden-
cia, dando a luz las causas políticas de algunos disidentes: crítica a la adhesión del Frente Amplio
133. Harari, 95.
Organizaciones contrarias al régimen 231
por parte de la organización tupamara, crítica al excesivo centralismo y autoritarismo del Ejecutivo,
discrepancias con la táctica del plan Cacao porque al usarse explosivos se daba la imagen de «terro-
ristas», falta de una línea marxista en el MLN y reclamo de una autonomía militar y política para las
columnas.
Rosencof, en su obra Valoraciones polítcas del período y en las respuestas a Clara Aldrighi narra los
episodios más importantes sobre la disidencia y justifica la línea oficial del MLN con respecto a ella:
«La micro presiona para acceder a la dirección (manifiestan “ahora que cayeron las vacas
sagradas de la línea bestia se pueden hacer las cosas bien”). Reclaman autonomía de co-
lumnas, con periódicos editados por cada una dando cuenta cada cual su línea, apun-
tando hacia una Convención para rectificar línea y elegir autoridades. L. (Rosencof) hace
una consulta a Punta Carretas y recibe, vía Zenón (Marenales), la respuesta de que en las
condiciones en que está la organización en esos momentos, es terminantemente inconve-
niente [...].
Al clausurarse toda posibilidad de influir a través del ejercicio de la democracia interna
–cuenta Clara Aldrighi–, los disidentes recurrieron a mecanismos no consentidos por la
compartimentación y el centralismo. Observa Rosencof: “En una organización que prac-
tica el centralismo democrático, son válidas los agrupamientos circunstanciales de ten-
dencias. Pero cuando estas tendencias tienen sus propias autoridades que no acatan reso-
luciones de la dirección, dejan de ser tendencias sino una microfracción que distorsiona y
debilita el organismo. Eso determinó que la discusión llevada a delante por la dirección
pos-Almería no estuviera centrada en los planteos políticos de la micro (muchos de los
cuales eran correctos) sino en una metodología inmoral que grangrenaba el cuerpo de la
Organización”.»134
Diferentes datos del MLN se han ido dando a lo largo de la tesis, si no se ha hecho con mayor deta-
lle es por la falta de investigaciones y la confusión que hay con respecto a ellos. Por ejemplo, es difi-
cilísimo saber el número de tupamaros, a partir de 1968, por la compartimentación, la no centrali-
zación de todos los que se autoproclamaban de la organización y porque aún hoy hay exmilitantes
que dicen que nunca pertenecieron al MLN, la mayoría de las veces por la permanencia del miedo a
la represión. Por su parte las fuerzas armadas consideraron como tupamaros a gran cantidad de lu-
chadores sociales que nunca llegaron a integrar ese grupo político.
Varias fuentes apuntan que en 1966 eran cincuenta componentes y en 1971 varios miles, unos
cuatro mil.135 Hay, incluso, quien asegura que tuvieron relación, directa o indirecta, con el aparato
militar unas diez mil personas.136 Pero la respuesta que parece acercarse más a la realidad, por lo
concreta, es la de Blixen, quien tras advertir que es imposible saber el número aproximado137 y tras
la insistencia porque dé alguna cifra, señala que en el momento de mayor número integrantes del
MLN habría unas ochocientas personas, lo que concuerda con que tras la derrota militar de 1972 en
Uruguay los miembros del MLN eran cuarenta–. Y aclara que:
«No cuento a la persona que dice: “si necesitan mi casa...”, cuento a la que da cobertura,
que podía ser una anciana que no salía a los operativos; al militante de servicio que eran
los que te hacían los berretines, los que estudiaban todo para que vos tuvieras que ir a
apretar...
Los CAT sí marcan una línea divisoria. Esos cinco mil son la estructura de simpatizantes,
no del aparato. Son colaboradores, los que dan plata... Hay una formalización cuando te
vinculas a la Columna, al grupo de acción. Si vos estabas en la Columna estabas dentro
del aparato, del MLN, pero a su vez tenías tu red de colaboradores.»
La predominancia de lo militar y del aparato en el MLN son las críticas más repetidas por los lucha-
dores sociales. Si hubo similitud en las respuestas de los entrevistados, de alguna de las pregun-
tas-reflexión del cuestionario, fue en la que se hablaba de la cuestión del aparato. ¿Estamos de
acuerdo que el estado-capital tiene todas las de ganar cuando logra parcializar la lucha del conjun-
to de la clase social oprimida, cuando logra encauzar su lucha por distintos sectores, dividiéndolos,
cuando logra que se pidan meras reformas y cuando logra enfrentarse a los grupos y organizacio-
nes más combativos no de clase a clase, sino de aparato a aparato, aislándolo del apoyo popular?
«La estrategia de crear un aparato mínimo capaz de operar ante la realidad y producir de-
terminados elementos que iban a generar toma de conciencia se manifestó acertada en
todo el período 68-69 –explica Mercado–, posteriormente, te diría que en lugar de capita-
lizar el aparato en el movimiento popular se intentó introducir lo más avanzado del movi-
miento popular en el aparato.»
De hecho según la evaluación realizada en el Documento 3 se aprecia que «no interesa la direc-
ción de los sindicatos porque van a pasar pronto a la ilegalidad, ni polemizar con la izquierda, pues
ya pronto también ellos estarán clandestinos y el MLN estará entablando la lucha por el poder a la
cual podrán sumarse».139
Mujica tras la experiencia extrae la siguiente concusión: «Cuando vos construís un aparato arma-
do, este quiere arreglarlo todo a tiros [...]. Los aparatos armados son como las gallinas, que están
137. Blixen mantiene que quizá los militares tengan un número bastante aproximado al respecto, porque hicieron esquemas
con muchos nombres y porque cuando los detenían les preguntaban por tal o tal persona que faltaba en el organigrama
pero que sabían que existía. Sin embargo en sus publicaciones, las fuerzas conjuntas no dan cifras acertadas, ya sea por
acusaciones equívocas, por desconocer las estructuras armadas revolucionarias que no integraban al MLN o porque, por
suerte, no conocieron la estructura tupamara al cien por cien.
138. Es la opinión de Chela Fontora al tratar las carencias que tuvo la organización tupamara, analizadas tanto en este apar-
tado, como en «Declaración de «guerra interna»» y «Derrota militar del MLN»; y la respuesta a la pregunta: ¿Por qué en
un momento se siguió una táctica determinada y no otra tendiente a evitar la guerra aparato-aparato?
139. Harari, 93.
Organizaciones contrarias al régimen 233
programadas para poner huevos, y van a querer poner huevos».140 Estas dos últimas declaraciones
ayudan a dilucidar la razón por la cual el MLN entró en la guerra aparato contra aparato, cuando su
objetivo primero, como se observa en el siguiente testimonio, no era ése.
«Incurrimos en ese error que se señala ahí, pretender hacer una lucha de aparato contra
aparato –dice Huidobro–. Como guerrilla aún en el marco de una gran movilización popu-
lar, como vos te desfases del nivel de conciencia de la gente y hagas cosas que no son
comprendidas te quedás solo, nadie te apoya.
–Pero ustedes eran conscientes antes de darse esa coyuntura. 141
–¡Ah, sí!, pero una cosa es lo que escribís en los papeles y otra es cuando la cagás [...].
Suponés que nunca vas a cometer ese error, después entras a jugar a la cancha, y en el
calor del juego, metiste la pata. Justamente en aquello que no tenías que haberla metido.
Por que una cosa es escribir tranquilo en el escritorio... Si no nadie perdería una guerra.
Está todo escrito. Hay manuales de hace cinco mil años, sin embargo, hay gente que gana
y otra que pierde. Entonces el MLN tenía claro algunas cosas y las aplicó bien durante un
tiempo y en determinado momento. Además en la ley de la guerra hay errores que no se te
perdonan. En otras esferas de la vida vos podés cometer un error y no pasa nada. En la
guerra, el enemigo no te lo va a perdonar.
–La guerra aparato-aparato fue más voluntad de ellos que de ustedes, lo consiguieron,
por ejemplo, llamándoles sediciosos y extranjerizantes.
–Claro, forma parte de la guerra psicológica– matiza Huidobro.
–Pero a mí me han contado que si uno iba al comité de base con planteamientos revolu-
cionarios o radicales: como por ejemplo la lucha por la liberación de los presos, ustedes o
los del 26 de Marzo le decían a escondidas: “compañero acá no te quemés, acá no se ha-
bla de esto, si estás con la revolución hacete tupamaro” que era como meterlo en el apara-
to, era pues una política aparatista.
–No creo que fuera tan así. Puede haber ocurrido en un comité de base. Justamente las
movilizaciones se caracterizaban por dos grandes consignas: ¡liberar, liberar a los presos
por luchar! Eso gritaba la mitad de la manifestación mientras la otra gritaba ¡Unidad CNT!»
A continuación, en base al testimonio de Ricardo, se reconstruye lo ocurrido en el comité, claro
ejemplo de política aparatista.
Después de su jornada laboral, y alternando la militancia pública con otra más clandestina, Ri-
cardo aparece en el comité de su barrio. Observa que hay muchos asistentes, que en la mesa central
están sentados varios integrantes del PC y que el debate gira en torno al tema electoral. Pide la pala-
bra, algunos miran hacia arriba pues saben que les espera un monólogo incendiario, «hay que tocar
140. Mujica, que es de los pocos que no está del todo de acuerdo en que una organización y un movimiento revolucionario
tengan que evitar convertirse en un aparato, comentó también «pero ahora no sirve para nada esas inquisiciones». A
pesar del profundo respeto que se tiene hacia este tupamaro se debe comentar que quizá para los actuales políticos par-
lamentarios que se preparan para gestionar el sistema capitalista de poco sirvan las inquisiciones sobre las causas de la
derrota de 1972, pero para aquéllos que siguen apostando por la transformación social a través de la acción directa y la
insurrección proletaria es lógico que sea fundamental. Como señaló M. Munis, en su interesantísimo libro sobre la
guerra civil española, los «jalones de derrota» son «promesas de victoria.».
141. Los tupamaros quisieron evitar la guerra abierta y sucia contra los componentes de las FFAA en la que se vieron enfras-
cados posteriormente. Querían evitar la guerra aparato contra aparato, por eso en 1969 declaran en una entrevista pu-
blicada en Al Rojo Vivo: «Volvemos a repetir que nuestra lucha es contra la oligarquía, no contra la policía y el ejército.
Pero nos defenderemos contra todos los que elijan ser títeres de los millonarios, antes que defensores del pueblo, en el
momento decisivo. Hasta ahora, hemos logrado evitar enfrascarnos en un duelo frontal con la policía, a pesar de que te-
nemos granadas y otras armas de exterminio colectivo, porque no vemos en ellos a nuestros verdaderos enemigos. Pero
usted sabe que eso es muy difícil de evitar en el correr de la lucha. Con todo, lo original de nuestra experiencia respecto a
otras guerrillas, es que tratamos de golpear siempre a nuestro verdadero enemigo, la oligarquía, evitando enfrascarnos
en la lucha con sus defensores en las fuerzas armadas.» Huidobro, 1992, 97.
234 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
los temas de fondo» insiste él. Para muchos ese no es el lugar para las discusiones profundas, pero
al parecer tampoco para atender las demandas de ese joven que son las de la gran parte de tenden-
cia combativa:
–¿Y de qué quiere hablar el compañero? –pregunta un componente de la mesa.
–De la pelea por liberación de los presos políticos.
–Se sabe que este es un tema en el que no todos estamos de acuerdo y abordarlo sólo serviría
para la desunión, algo desastroso tan cerca de las elecciones.
–Yo creo que lo desastroso es dedicarse, únicamente, a juntar votos cuando nuestros compañe-
ros están presos por luchar.
–Pero ahí, está el problema –se anticipa otro asistente–, en cómo luchar. Si unos por su lado, por
aventurerismo o lo que sea, se dedican a la guerrilla es injusto que ahora nos preocupemos de ellos
los que rechazamos sus formas.
–¡A los terroristas que los defiendan los terroristas! –protesta otro.
–¡Burócratas! Lo único que saben hacer es ayudar al régimen –clama una joven.
–Vio, lo que le decía –vuelve el de la mesa– para que se sacó este tema, parece que vengan a pro-
vocar, a desunir.
–Los que desunen las luchas son ustedes –dice Ricardo dirigiéndose a la mesa, pero es interrum-
pido.
–Éste debe ser de la CIA –murmura uno.
–¡Calma! –pide otro que está cerca de la mesa y añade– damos por concluida la reunión. Hasta a
mañana a la misma hora.
De repente un tipo, un tanto veterano, se acerca a Ricardo y le dice:
–Compañero –te equivocás al venir a plantear acá, públicamente, esas cuestiones.
–¿Y vos de a dónde salís? –sigue molesto Ricardo.
–Del 26 de Marzo.
–¿Y hablás así? ¿Por qué me decís eso?
–Claro pibe, acá también vienen las doñas, estamos haciendo trabajo de masas. Para pelear por
la revolución hay otros espacios –le increpa el veterano.
–¿A ver cuáles?
–Ya sabes a que me refiero (al MLN), tenés madera, si querés quedamos un día y veo de presentar-
te a alguien. Pero no te quemés acá.
–No dejá, no preciso.
–El deber de todo revolucionario es hacer la revolución –insiste el tipo.
–Dejate de joder con las frases hechas –se separa Ricardo, dirigiéndose a la salida, dónde se cru-
za con una mujer.
–Hola, estuvo muy bien tu intervención –se presenta ella, una militante que luego se enteraría
que era tupamara, pero según Ricardo de las denominadas no oficialistas.
–Gracias por ayudarme –le agradece él.
–No es por vos, es por todos los compas presos.
Éste más tranquilo, pero aún con cierta rabia, le dice:
–Estos bolches son terribles, y los del 26 de Marzo ¿?, que vienen aquí a no decir nada.
–Sí, por eso, vení salgamos y charlamos. ¿Vivís muy lejos? –le pregunta la mujer.
–No, acá a la vuelta.
Organizaciones contrarias al régimen 235
A pesar de la posible voluntad de los dirigentes tupamaros de romper con el aparatismo, muchos
miembros de esa organización, u otras, veían que prácticamente todas sus tareas militantes se cen-
traban en el MLN, pudiendo quedar mal si no era así o si se tomaban decisiones autónomas. Justa-
mente esto último es lo que ocurrió con un plan de Horacio Tejera y sus compañeros.
«Esto que te voy a contar es una cosa que me dolió mucho. Venía Serrat a cantar al Solís.
Había un conflicto en la fábrica TEM, de metalurgia. Entonces yo, en mi ubicación total-
mente anómala de estar en la Comunidad del Sur pero militar con el FER a nivel estudiantil
y estar con el FER pero no estar adentro, llevé la idea de interrumpir el recital de Serrat, que
iba a ser pasado por televisión, y hacer una especie de proclama. Por un lado planteando
el conflicto que estaban teniendo los obreros de TEM y por otro lado pidiéndole a Serrat que
cantara a beneficio de ellos. –Tejera ríe y añade– presenté esa idea en el FER y se aceptó.
Compramos un montón de entradas, pintamos una sábana que tenía una gurisa que se
llamaba la Mema que se iba a casar. Entonces trajo una sábana y pintamos la frase de
León Felipe que dice: “yo no puedo tener un verso dulce porque no he venido aquí hacer
dormir a nadie” y además “esta tempestad no hay quien la detenga”. Habíamos hecho
todo, estábamos esperando a que llegara la hora del recital y llega Carlos López a la Facul-
tad de Arquitectura, donde nos reuníamos desde el cierre del IAVA, y pide tener una reu-
nión conmigo. Fuimos a un salón, me dijo de todo; anarco folklórico, que era un incons-
ciente. Se quejó de que usaba sandalias. Me dijo que porque no hacía que la plata que se
había gastado en las entradas para ir a ver a Serrat, que era un cantante de la burguesía,
no la usábamos para ir a ver a Viglietti, que era un cantante revolucionario. El cuestiona-
miento era que una cosa como esa quemaba militantes; que iba a haber presos y que eso
quemaba a militantes. Y nosotros sabíamos que él si que estaba quemado, porque sabía-
mos que si no estaba viniendo era porque ya estaba en otra cosa. Él si que estaba quema-
do, todos sabíamos que estaba en el MLN, y uno de sus argumentos fue que nos íbamos a
quemar.»
A continuación Tejera, reflexionando sobre el tipo de militantes que ocupaban los lugares decisi-
vos de las organizaciones, habla nuevamente de su compañero Carlos López, para criticar una vez
más la incorporación de los tipos más carismáticos y decididos al aparato militar.
«La de los grupos anarquistas: de dejar fuera del aparato armado a los militantes que po-
dían tener una comunicación más fluida con el medio, salvo cuando ya no había más, y
entonces crearon un aparato militar que estaba formado por aquella gente que demostró
ser más capaz en el trabajo político. Estoy pensando en la ROE. El caso del MLN era chupar
lo que hubiera. Por ejemplo, Carlos López era un tipo simpatiquísimo, esos tipos que ha-
blan dos palabras y tienen a todo el mundo así. Buen compañero, combativo, muy seguro
del camino que estaba llevando. Que como militante exterior hubiera sido valiosísimo.»
«Los tupas cuando veían a un tipo carismático –se queja Ricardo– lo ponían en el apa-
rato armado y a los otros a juntar votos para el 26 de Mar zo.»
Varias corrientes y documentos tupamaros querían escapar del aparatismo. De ahí que algunos
militantes estuvieran en contacto, permanente, con dirigentes de la CNT y la tendencia combativa.142
Para otros evitar la política de aparato significaba la formación de un frente de liberación nacional o
142. Huidobro hablando de Sendic afirma que «tenía reuniones sistemáticas con Héctor Rodríguez, con (Hugo) Cores, con
(Carlos) Coitiño, con Gatti, para coordinar la acción sindical […]. El Bebe hacía un seguimiento pormenorizado de la
conflictividad sindical y estudiantil, vinculaba toda acción a la coyuntura política […] se pagó tributo a la prédica del PC,
de que nosotros éramos un aparato aislado de las masas. La realidad era otra: en el movimiento sindical disputábamos
tranco a tranco la hegemonía, a través de la tendencia.» Blixen, 166. El propio Blixen, en la entrevista para esta investi-
gación, sostiene, sin embargo, que Sendic, en contra de lo que decía el Colacho Estevez quien sostenía que no había
que llevar a los cañeros al aparato militar, los introdujo al MLN porque confiaba en ellos. «Y ahora vos decís, “se equivocó
236 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ser, simplemente, el brazo armado de coordinadoras como el Congreso del Pueblo o de la izquierda,
en su conjunto. En el Documento 4 se especificaba que de lo que se trata es de ganar a las masas y
no sólo a los sectores más combativos y en otro, titulado: «Los objetivos del trabajo en el movimiento
obrero y en el frente de masas en general», se aconsejaba:
«-Llevar al pueblo a posiciones revolucionarias radicalizando sus luchas. Crear condi-
ciones revolucionarios. Fortificar las organizaciones sindicales.
-Proporcionar cobertura, información, medios y hombres para la guerrilla.
-Hacer la propaganda de la guerrilla y su acción a fin de crear un ámbito favorable lo
más amplio posible.
-Conectar y coordinar a la guerrilla con todos los sectores del pueblo y sus luchas.
El pueblo realmente desconforme con las injusticias del régimen y que desea un
cambio, optará más fácilmente por el camino directo que encarna la organización armada
y por su acción revolucionaria, que por el improbable y remoto camino que se le ofrece por
medio de proclamas, manifiestos o acción parlamentaria.» 143
A pesar de que en el párrafo anterior se habla de la guerrilla como una estructura al servicio de la
lucha popular, a continuación se observa nuevamente el leninismo sobre el concepto de partido
formal y vanguardia:144 «es necesario “concientizar” y dinamizar al sector obrero en la lucha revolu-
cionaria, para formar con él al núcleo básico del futuro ejército revolucionario, cuya vanguardia ha
de ser, en todo momento, el MLN-T.»145
Algunos luchadores sociales del denominado entorno tupa, que creían más en la autonomía
obrera que en la organización jerárquica y el monopolio armamentístico de un grupo, opinaban que
se debían crear formas de autodefensa popular y masiva. Como concretización de esa voluntad in-
tentaron conseguir armas y ponerlas al servicio del proletariado combativo. Hubo un plan frustrado
que hubiera dado mucho que hablar, pues consistía en llevar de Argelia a Uruguay dieciséis mil
armas de fuego.
Con respecto a la autonomía Pedro Montero declara:
«Hoy tenemos una idea más abierta, más libertaria del fenómeno. Los años nos han ense-
ñado que la autogestión es saludable y eso no supone ningún riesgo a la organización. Fu-
lano puede discrepar en determinadas cosas. Si un tipo es un líder en determinada zona,
o había llegado un momento en que la lucha de los cañeros no caminaba más. Había gente que esa era su séptima
marcha y ya pasaba completamente desapercibida. Entonces Sendic los trae, aún diciéndole algunos “te estás llevando
a los mejores cuadros al aparato militar", fue una discusión muy seria». Blixen además, recuerda que en su época de ac-
tividad pública en BP Color (1965-1967), siendo integrante del MLN y de un comando sindical de la organización, sus
compañeros de trabajo más radicales eran los que pedían para integrarse, perdiendo así el contacto con el medio social.
Reconoce también que muchos de los responsables del MLN, sobre todo después del robo de cientos de armas de la ma-
rina, no estaban por la labor de hacer línea sindical, ni siquiera de convertirse en el brazo armado del movimiento obrero
o, simplemente, de apoyar los conflictos. «Para eso está la ROE o la OPR 33, nosotros no» decían. Aunque explica que en
ocasiones, cuando los obreros en conflicto les pedían ayuda, les preparaban bombas incendiarias.
143. JCJ de las FFAA, 528.
144. Que se cuestione políticamente esta cita no significa que no se reconozca a los pequeños grupos de proletarios que han
sido vanguardia en algún momento, que fueron minoría y los únicos en enfrentarse consecuentemente a un régimen
opresor. Como fueron no sólo esas tres decenas de militantes que fundaron los tupamaros, sino en esos aproximada-
mente mil proletarios, que en 1936 en Barcelona, se organizaron para resistir militarmente a los golpistas. El 19 de julio
no son decenas de miles las personas que salen a luchar contra el estado y/o los militares insurrectos, fueron tan solo al-
gunas centenas, muy bien coordinadas los que logran paralizar a los sublevados, añadiéndose más tarde una masa im-
presionante de trabajadores a esa misión y al intento de revolucionar la sociedad.
145. JCJ de las FFAA, 547.
Organizaciones contrarias al régimen 237
que está funcionando correctamente, lo que hay que hacer es que se quede ahí.146 Lo que
hay que hacer es arrimarse a esa persona para darle más material y soporte. La gente pen-
saba que había que darle más que nada un soporte de tipo ideológico, de pensamiento
marxista, de cómo se organizan las cosas. Y yo pienso que el líder natural lo tiene. Y en
aquella época pasaba igual, el que lo tenía, lo tenía y el que no, no lo tenía.»
Otros miembros del MLN vieron en el sostén al FA la posibilidad de superar el aparatismo. Cuando
a Yessie Macchi se le pregunta si apoyar a la coalición de izquierda significó pasar a una etapa más
defensiva, contesta algo que ayuda a comprender el debate interno en la organización:
«El apoyo nuestro al FA no fue porque se pasara a otro plano de resistencia, fue porque
pensamos que ya estábamos en condiciones de ampliar muchísimo más las bases socia-
les de la revolución y que una forma de hacerlo era mediante una acumulación de fuerzas
que significaba el FA. El 26 de Marzo en cierta forma nos representaba. Eso no significaba
un cambio de estrategia, al contrario en aquel momento ya estaba planteado la alternativa
de poder, estábamos en una etapa en que nos considerábamos totalmente enfrentados al
estado y con alternativas muy serias de tomar el poder; el FA en 1971 no podía ganar las
elecciones pero sirvió para acumular fuerzas.»
Cierto aspecto del planteamiento de Yessie Macchi fue lo decidido en junio de 1967, en la 1ª
Convención, dónde se concluye que «en el Uruguay lo decisivo para el futuro es la apertura de focos
militares no políticos. Se va del foco militar al movimiento político». Y en la práctica lo que preten-
dieron hacer los tupamaros fue adaptar el foquismo militarista a las realidades políticas, caracterís-
ticas e idiosincrasia de los habitantes del Uruguay. Y afirman que eso lo consiguieron con la tesis del
doble poder. Fenómeno que permitió superar la contradicción entre lo político y lo militar, entre los
que veían primordial, la conquista de las masas y quienes veían más urgente el enfrentamiento ar-
mado con el régimen. Debate que se da a lo largo de toda la trayectoria del MLN en esos años y una
de las formas de llamarlo fue ¿partido o foco? Esta discusión, en diciembre de 1970, alcanza su más
alto grado de enfrentamiento teórico. Por un lado estaban, principalmente, los defensores de la vi-
sión leninista del partido, y por otro, los de las tesis foquistas de Guevara y Debray. La tendencia par-
tidista privilegió, como tarea del momento, la construcción de un partido, con base obrera, al cual
estaría subordinado el brazo armado. A este sector, más influenciado por la tradición marxista, se le
denominó «partidista» o «cartilla», en referencia a una circular o cartilla que se había difundido an-
tes de las escisiones. Varios de sus adherentes fundaron el grupo FRT.
Con respecto a la otra gran crítica que se le hace al MLN, el militarismo, Garín explica:
«En la Columna del interior, donde la promoción de los cuadros se hacía por respeto a su
formación, a la visión que tuviera de la vida, de la revolución, de los campos y del Uruguay
y en base a todo eso, y a su trayectoria, se hacía una promoción, era casi imposible infiltrar
un milico, porque un milico no tiene valores. Pero en las columnas de la capital, donde pri-
maban las desviaciones militaristas, fue fácil infiltrar a un milico. Porque el milico [estaba
más que preparado] para ir a asaltar bancos, como íbamos nosotros que teníamos una
protección enorme y un seguro de vida. Un tipo que participara en las acciones militares
podía llegar a la dirección más fácilmente que en el interior, donde estaban los cañeros,
los obreros de Juan Lacaze, de Paysandú y se hacía una valoración de las personas antes
de darles responsabilidades, y no se daban de un día para el otro. La carrera de los cua-
146. En el mismo sentido se sitúa Garín, para quien el MLN se masificó y no tuvo capacidad suficiente para formar a la gente
nueva. «Y, encima, sacaron a la gente de su lugar natural de militancia. En cambio lo que se tendría que haber hecho era
ganarse a la gente desde el punto de vista ideológico y decirle “ingeniate para que en tu área…”. Pero había una ten-
dencia centralista.»
238 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
dros, en la columna de la capital podía darse en jóvenes de secundaria con dieciséis años
que estaban en los comandos. Y preguntabas “¿por qué está este niño en el comando?” y
te contestaban “estuvo en tal lado, en tal otro, mató a este y al otro”. A partir de eso se pro-
mocionaban los cuadros. Esto nos llevó a una problemática interna y a dos tendencias. La
tendencia humanista del interior y la tendencia militarista de Montevideo. La Columna del
interior se llamaba a la del norte del río Uruguay y hacia el sur de ese río, e instalada en
Montevideo, estaba la otra. Estaban dirigidas, por ejemplo, en una época determinada, la
primera por Sendic y la otra por Marcelo.»
Pero sería injusto afirmar que toda la columna de la capital, nutrida sobre todo por estudiantes,
era la militarista y, quizá también y como algún dirigente ha hecho, que la dirección era mucho
menos militarista que las bases. En realidad no había tanta división, o al menos no sólo dos –inte-
rior-capital, dirección-bases, viejos-jóvenes–, había un cúmulo de contradicciones y tendencias
mucho más compleja, que también se analizan en los apartados en los que se habla de lucha ar-
mada-elecciones: la falsa disyuntiva. Ya que como escape al aparatismo y militarismo, las fórmulas
tendían, más que a la extensión de la acción directa y la radicalización proletaria, al trabajo electoral y
sindical, lo que para algunos testimonios significaba claudicar con el reformismo, el pacifismo y el po-
pulismo.
147
IV.3.7. Ofensiva y derrota
En unos años en que no sólo los tupamaros, sino gran parte de los luchadores sociales, pensaban
que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, se veía necesario acelerar el proceso transforma-
dor, por eso a principios de la década del setenta varios eran los miembros y documentos del MLN
que decían: «Debemos pasar de la actual etapa a una superior de guerra generalizada, de insurrec-
ción popular». En diciembre de 1971, una vez finalizada la tregua electoral, se pretende pasar a la
tercera etapa, la lucha armada al más alto nivel y la formación del ejército de liberación nacional.
Según Fernando Garín, ese hecho fue un error y en la entrevista enumera las limitaciones del MLN y
apunta las causas de su derrota militar:
«En determinado momento se saca un documento sobre el acostumbramiento del pueblo
a las acciones de los tupamaros; y que se debía pasar a otra etapa. Y ahí viene la arro-
gancia de la organización. Donde se declara la guerra. Con unas fábricas de armamento
que eran arcaicas, con un aparato militar que era militarista pero que no conocía nada de
la guerra ni de lucha. Sólo tenían a jóvenes que venían de la universidad o de escuelas se-
cundarias, que robaron un día diez televisores y otro asaltaron un banco; y a partir de esos
niños hicieron “cuadros militares” y todo eso se resquebrajó el primer día que las fuerzas
armadas se pusieron al frente de la lucha contra la guerrilla. Porque de un lado había un
estado con una preparación militar y accesorios y por otro un grupo de aventureros que
confundió su voluntad con la realidad.
–Quizá pensaron que todos aquellos que apoyaban a la guerrilla urbana iban a agarrar
los fierros y no fue así.
–El 26 de Marzo, –sigue Garín– fue gente que nos apoyó en momentos difíciles, que se
jugó la vida en gran parte. Pero nosotros contábamos con que esos eran soldados para
hacer la guerra y en eso nos equivocamos. Porque toda esa gente, profesores, cantantes, y
artistas, no estaban preparados ni mental ni materialmente –tampoco estaban formados–
como para dejar, como dicen Los Olimareños, su familia, sus amigos y sus bienes en
nombre de las ideas. Cuando cantaban, sí apoyaban la lucha pero cuando llegó el mo-
147. Algunos aspectos de lo que aquí se explican ya se vieron en "Guerra Interna" de ahí que este apartado sirva para pre-
sentar los testimonios que allí no aparecen.
Organizaciones contrarias al régimen 239
mento de jugarse el todo por el todo, ellos sabían que no podían tomar las armas e ir a la
guerra contra los militares.
–¿Vos vistes de antemano que era muy superior la fuerza de los milicos?
Solamente con lo que yo conocía de los fusileros navales podían haber acabado con
toda la guerrilla –contesta Garín quien, volviendo al tema del militarismo y apuntando
también a un elemento que facilitó la ofensiva de 1972, añade–. Tengo una gran respon-
sabilidad en todo este problema catastrófico porque cuando empecé a simpatizar con los
tupamaros, éramos un grupo como las Brigadas Rojas, armado, dividido y compartimen-
tado, pero con pocas armas. Las armas que teníamos eran las que un día le sacábamos a
un policía o un coleccionista. Pero nadie tenía armas. Entrenaban con palos de escoba,
con tiro al seco. Después, un día, tomamos el cuartel de la marina, y proféticamente,
cuando teníamos todos los milicos en el patio de armas, Juan Ventín dijo ”bueno ahora te-
nemos armas pero nos falta pueblo”. Porque habíamos robado una cantidad de armas,
más de setecientas, buenas y no tan buenas. Las armas se dividieron por columnas y las
columnas entraron en una dinámica desde punto de vista militar. No se miró tanto el re-
clutamiento, y quién es este y de donde viene, la formación, y el padre qué era, sino la ne-
cesidad militar [de gente para los comandos] para comprar locales y autos y documentos y
viajar. Se crean grupos de acciones, uno de los viejos, por ejemplo, con tres nuevos. El
viejo tenía un año, los dos nuevos tenían dos meses. Ahí viene todo una deformación mi-
litar, de cuadros nuevos, legales o no legales. Se hace todo un culto al fierro. Había tipos
que nosotros decíamos que tenían un fierro atravesado en la cabeza, y era así. A partir de
un análisis militar analizábamos la historia, y así analizaban la URSS, Vietnam, Cuba, y así
creían que se solucionaban las cosas. A partir de un grupo de acero, preparado magnífica-
mente, militarmente, [como muestra Costa Gavras –dirá en otra parte de la entrevista–].
Pero no estábamos preparados. Y digo que hay una gran responsabilidad en mí, porque
sino hubiera pasado este asunto de la marina, este movimiento hubiera quedado en la hu-
mildad. Y se hubiera agrandado en la autocrítica, el análisis y las ideas de gente joven.
Pero eso fue una inyección artificial que multiplicó por diez, el accionar militar de la orga-
nización con gente que no sabía operar. A partir de todas esas acciones fáciles, de asaltos
a bancos o matar a un milico, se considera que es el momento de pasar a otra etapa supe-
rior. No todos los dirigentes estuvieron de acuerdo en lanzar la guerra, y no todos los cua-
dros tampoco. Había una gran cantidad de compañeros que conocían profundamente la
organización que estaban callados y desmoralizados, porque cuatro se permitían el lujo de
lanzar una guerra en nombre del pueblo, cuando a nosotros para hacer la lucha armada
no nos seguía nadie.
–¿Pensaron además que los soldados se iban a pasar de su lado?
–En la marina estaban contra Pacheco, eran más de Wilson. Pero una cosa es esa y otra
es que estén con la guerrilla. El 90 por % votaban a la derecha, los soldados, los oficiales
votaban a Wilson. Algunos que estaban más informados votaron al FA pero ni lo decían.»
Como se explica en el apartado «Guerra interna», desde enero de 1972, los tupamaros desarro-
llan planes y acciones previas para el día de la batalla final: lucha armada sistemática, planteada
para fin de año. Pero el 14 de abril, tras dar muerte a los cuatro miembros de los escuadrones de la
muerte, las fuerzas conjuntas desencadenan las hostilidades bélicas. Mujica habla de la compleji-
dad del operativo contra los grupos paramilitares, pues si bien le parece justo ajusticiar a cuatro tor-
turadores y asesinos impunes, eso les llevó al combate directo con los guardianes del régimen.
«Tuvimos dos posibilidades, el enfrentamiento contra los escuadrones, una guerra policial
y sucia que nos relegó de la gran guerra. Sin apoyo popular marchás. Tendríamos que ha-
ber tomado territorio. Nos preocupamos por la guerra chiquita, porque le dieron a un com-
pañero, y no tuvimos en cuenta la gran guerra, no nos preocupamos por ejemplo que te-
240 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
148. Este testimonio, tras atender una llamada telefónica y en pleno Palacio Legislativo, puso un ejemplo revelador: «no le
pongas a un detonador 22, quinientos kilos de dinamita, porque la falta de potencia del detonador te hace desperdiciar
la carga pero organizás el susto. Las clases sociales también luchan por su vida y se asustan. No desafíes ese susto sino
estás preparado. Tal vez ese fue uno de nuestros errores, y el suyo fue que llegaron tarde, por eso vivimos políticamente.
Otero, el jefe de policía, dijo con respecto a la lucha contra los tupamaros “los derrotamos ahora o nunca”. La realidad y
la naturaleza del país no dejó que nos liquidaran antes. De haber sido así hubiéramos muerto como las otras organiza-
ciones de América Latina», razón por la cual mucha gente opina que el MLN fue derrotado militarmente pero no política-
mente. Otros en cambio, piensan que el hecho que hoy se presenten a las elecciones, y estén dispuestos a participar en
la gestión del capital, es fruto de la derrota total que sufrieron en los setenta.
149. Huidobro, 1992, 115.
Organizaciones contrarias al régimen 241
Pero como menciona Huidobro, Raúl Sendic y los otros componentes de la dirección les contesta-
ron que estaban dispuestos a replegarse, pero en el interior del país y no en el extranjero. Tiempo
después eran gravemente heridos y detenidos.
En ese entonces, la derrota era un hecho. El aparato militar centralizado apenas lo componían
cuarenta personas y había un montón de militantes clandestinos o legales, sin posibilidad de con-
tactarse entre sí. Debido a la compartimentación muchos quedaron colgados. Éstos mismos, o mili-
tantes de otras organizaciones, sobre todo del 26 de Marzo, pintaron en las paredes frases en apoyo
a los tupamaros, ofrecieron casas y locales para que los requeridos se cobijaran allí.
La propaganda armada de los tupamaros se basaba en grandes operativos como secuestros de per-
sonas odiadas por los oprimidos; desenmascaramiento de instituciones y financieras que evadían
impuestos; sabotajes a empresas; copamiento de medios de comunicación, acciones de pertrecha-
miento y represalias a integrantes de las fuerzas del orden. También colocando autoparlantes, re-
partiendo volantes en fábricas y autobuses, copando cines durante la función y leyendo proclamas.
Como grupo ilegal nunca fueron con pancartas de la organización a las manifestaciones, a lo sumo
iban –fueran clandestinos o «legales»– a título personal, como un manifestante más.
Las acciones eran muy diferentes que la de las guerrillas rurales pues no consistían en tomar terri-
torios. El MLN sólo hizo dos acciones de guerrilla clásica en Soca y Pando.151 La dirección histórica,
sin embargo, no acepta como justas las críticas y manifiesta –en referencia al militarismo– que lo
principal en esa época seguía siendo la consolidación de la organización y no el trabajo entre las ma-
sas. A pesar de esto hay que decir que siempre tuvieron en cuenta la aceptación de sus acciones por
la masa trabajadora. En varios de sus manifiestos aseguraban que no podía existir una guerrilla sin
apoyo popular, de ahí que ésta tuviera que tener objetivos esencialmente políticos, es decir una con-
cepción estratégico-política.
Como cuenta Yessie Macchi, el aparato armado del MLN no cesó nunca en su empeño de buscar
el apoyo popular.
«Hicimos propaganda en los sindicatos, tomábamos fábricas en conflicto, les explicá-
bamos el motivo de nuestra lucha, apoyamos conflictos, mediante acciones militares tam-
bién. El más destacado fue el secuestro del banquero Giampietro, cuando el conflicto ban-
150. Recuerdo de Mujica. Cuenta esa anécdota para asegurar –quizás olvidando o, justamente criticando, el verano caliente
de 1970–, que si hacían «operaciones en Punta, qué iba a pensar la gente que iba a trabajar a Punta, si los turistas no
venían, quien iba a quedar responsable políticamente, nosotros. Ese tipo de sutilezas, que no las tiene la ETA, por
ejemplo, que se echó, medio, [sic] todos los pueblos españoles al pedo. Fue una preocupación constante en nuestro ac-
cionar.»
151. Juan Nigro cuando habló del tema de la disidencia –mencionado en el apartado «Organización y características»– puso
de ejemplo el operativo en Pando y criticó el centralismo autoritario con el que se llevó a cabo, pues según él se apro-
vechó esa circunstancia para desarmar a los disidentes. «Se aprovechó para sacar las armas, a todos los grupos que es-
taban por ahí, dentro o no, pero con otra línea. Les sacaron todas las armas. Incluso a gente que tenía a uno secuestrado
se las sacaron y se quedaron sin nada.»
242 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
cario del 1969,152 o un poco más atrás el secuestro de Pereira Reberbel cuando la militari-
zación de UTE.
–¿Y la financiación de una huelga?
–No, apenas nos financiábamos, apenas comíamos en aquel momento.»153
La mayoría de las acciones de los tupamaros tuvieron en cuenta los criterios de la dirección.
«Debemos hacer una distinción clara entre el significado que tiene para nosotros la pro-
piedad burguesa y la propiedad de los trabajadores, los pequeños comerciantes y pe-
queños productores. Debemos proceder con absoluto respeto y, cuando por razones de
fuerza mayor, nos vemos obligados a utilizarla, debemos crear para ello un mecanismo de
reintegro [...] Se tomarán especiales precauciones para no afectar vidas humanas al con-
cretarse este tipo de acciones [sabotajes].» 154
«El Bebe siempre pensaba en el valor político de la acción –explica Mujica– [...] está-
bamos contra el explosivo, porque da la imagen del terrorista.155 La mínima violencia y
simpática. Eso complicó porque es difícil desarmar un milico sin matarlo –la preocupación
de que le tenías que salvar la vida– ¡y hermanito!, sacarle el fierro a un tipo que va ar-
mado, te complicaba todo. Si vos ibas a lo mejicano y le encajabas un tiro era facilí-
simo.»156
Hasta la distribución de panfletos, mediante pequeñas cargas de pólvora de acción retardada,
fue abandonada por la mala prensa que tuvo en una ocasión que se activó al lado de un vendedor
ambulante, al parecer, sin ningún riesgo.
El explosivo, siempre fue motivo de debate en el MLN. En la época que más se empleó fue a fines
de 1970, cuando se llevó a cabo el plan Cacao que consistió en atentados contra domicilios y em-
presas de grandes burgueses. Tras la muerte de dos tupamaros, una parte de la dirección histórica
realizó una severa crítica y se abandonó el plan.
Las acciones tupamaras de gran contenido político causaban sensación pues denunciaban al ré-
gimen de una forma clara y directa. El 7 de agosto de 1968, cuando secuestran a Pereira Reberbel,
un tipo odiado por ser claro representante de la oligarquía y el causante de la muerte de un canillita
(vendedor ambulante de periódicos), crecen las simpatías hacia la organización. Una encuesta de la
Universidad señalaba que el 40% de personas comprendía y apoyaba el secuestro. Este mismo per-
sonaje, director de la compañía eléctrica, –según cuenta Juan Nigro– en momentos en que los pre-
cios de los bienes de consumo subían día a día, declaró que con el sueldo mínimo que pagaban en
su compañía una familia de empleados podía vivir sin problemas. Los obreros hacían huelga para
protestar por el miserable salario que tenían. Y él, con el habitual tono del patrón, los intentaba con-
vencer que, con un poco de sacrificio y una buena administración del salario, podían vivir perfecta-
152. El 9 de septiembre 1969, tras cuarenta y cinco días de huelga bancaria y con el consentimiento de la dirección del sin-
dicato bancario, secuestran a Pellegrini Giampietro, uno de los máximos dirigentes de la Banca, y exigen el reintegro de
los trabajadores despedidos. Dos días después, el sindicato decide levantar la huelga, a pesar de la destitución de 189
empleados, y el MLN, nuevamente –como con Pereira Reberbel– se encuentra en la disyuntiva de qué hacer con su pri-
sionero. En esta ocasión, actuando como una fracción de la tendencia combativa, se niega a hacer «seguidismo sin-
dical» y decide mantener en cautiverio setenta días más al jerarca de la banca y de varios medios de comunicación.
153. Algunos secuestrados, para ser liberados de las cárceles populares, tuvieron que pagar una importante suma de dinero
al MLN: «A Díaz Gomide lo liberamos porque pagaron» afirma Garín.
154. JCJ de las FFAA, 402 y 403.
155. Sendic «estaba en contra de la bomba, sostenía que el pueblo uruguayo lo tomaba como una cobardía, el enfrenta-
miento desde la sombra.» Blixen, 208.
156. «Los desarmes a policías en la calle, que fueron cobrando a mediados de 1969 continuidad y sistematización, desem-
bocaron inevitablemente en la muerte de un policía, el 4 de julio; una circular interna ordenó, a partir de ese momento,
continuar con los desarmes pero preservar la vida del policía aun a costa de la seguridad del combatiente.» Blixen 177.
Organizaciones contrarias al régimen 243
mente, así que no tenían porqué quejarse. El MLN decidió que él demostrara personalmente cómo se
podía lograr sobrevivir con dicho sueldo. Lo secuestraron y le dijeron que iba a subsistir un mes con
el sueldo mínimo de UTE. Al empezar el día, el director hacía una lista encargando que le compraran
lo que necesitaba: hojas de afeitar, papel higiénico... También debía optar entre una carta con comi-
das riquísimas y platos muy baratos. Evidentemente, el director, para no morirse de hambre, elegía
la comida de subsistencia, pero a pesar de eso, al poco tiempo, se quedó sin qué afeitarse y sin nin-
gún entretenimiento, libro, diarios, etcétera.
Siguiendo con algunas de las más famosas acciones tupamaras, otro testimonio explica el copa-
miento de un medio de comunicación: Fernando Castillo recordará toda su vida el partido de la Li-
bertadores entre Nacional y Talleres de Córdoba –jugado en 1969 en un estadio Centenario a rebo-
sar– porque el MLN copó radio Sarandí y emitió una misma proclama seis veces, una media hora, en
la que advertían que habían dejado minada la entrada de la emisora. «Ya nadie seguía el partido. La
gente escuchaba el informe de los tupas». La cinta se fue repitiendo hasta que la policía la paró.
Solé, el comentarista deportivo que estaba en el estadio retransmitiendo el match, al ver que ya na-
die lo escuchaba se indignó. Pero cuando se enteró de que los tupamaros habían dicho que eligieron
esa emisora porque él era el mejor locutor y el más escuchado del país, no tuvo palabras de rencor
hacia ellos «estos muchachos...» decía como disculpándolos.
Fernando Garín cuenta la operación Las brujas, detallada en Actas Tupamaras. Consistió en el
robo del oro de una caja fuerte que para abrirla requería de cuatro llaves distintas, cada cual en po-
der de una persona diferente. Los miembros del MLN decidieron, entonces, presentarse en la casa de
los que tenían las llaves para que los acompañasen a la caja, mientras otros integrantes del coman-
do se quedaban con la esposa y los niños. Con los primeros tres no hubo problemas pero el cuarto no
estaba en su domicilio sino en una recepción. Decidieron disfrazarse de policías e interrumpir su
asistencia a la reunión social.
–Su mujer ha tenido un accidente de auto.157
–¡¡¡En auto!!! ¿Y con cuál? –Le dijo el sujeto seguro de haber venido él con el coche familiar.
–No sé, tiene que venir a declarar –le contestaron los «policías» que poco después abrían la caja
fuerte.
Esta operación muestra la poca violencia con la que generalmente actuaba el MLN, en una época en
que cuando alguien paraba un coche como pidiendo auxilio, ya se pensaba que serían tupamaros.
«Nunca vi gente más cortés que los tupamaros con las acciones –apunta Garín–. En los
atracos o cuando te perseguían y tenías que apretar un tipo con el revólver para sacarle el
auto seguías siendo cortés.
–¿Y la gente cómo respondía, atemorizada o tranquila?
–La mayoría bien. Una vez una señora se desmayó cuando vio que eran los tupas pero
en general nadie se resistía. Mismo los milicos cuando le ibas a sacar el arma. Le decías
“¡tupamaros, quedate quieto!”. No se resistía. Muchas veces me pregunto qué hubiera pa-
sado si se hubiesen resistido, a veces eran niños de dieciocho y diecinueve años, con un
revólver que no sabían ni tirar.»
Como se ha repetido, mientras evitaron los muertos en sus acciones el apoyo de la población fue
grande, pero cuando empiezan a producirse víctimas mortales muchos le retiraron sus simpatías.
La muerte de Mitrione, a pesar de que algunos pensaban que estaba más que justificada, fue una de
157. Es preciso recordar que tenían disfraces de todo tipo, Sendic por ejemplo llego a disfrazarse de cura para ir ver a su familia.
244 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
las primeras en restar apoyo.158 También el asesinato de un agente al subir a un ómnibus al que se
vio pisando a un tupamaro moribundo en los sucesos de Pando.
Las estadísticas sobre el accionar del MLN son confusas. Acto seguido se presenta una, elaborada
por la reacción que esboza la envergadura de la actividad guerrillera en el Uruguay.
«Entre 1967 y 1973, la organización guerrillera asaltó incontables ciudadanos, ochenta
agencias bancarias y cerca de doscientos establecimientos comerciales, robando más de
diez millones de dólares. Practicó un número superior a trescientos atentados con bombas
contra particulares o instituciones, sostuvo centenas de enfrentamientos con las unidades
tácticas de las fuerzas armadas y policiales, secuestró numerosas personas y asesinó diez
civiles y cuarenta militares y policías.»159
Aunque los tupamaros realizaron la mayor parte de sus acciones en la capital y alguna ciudad del
interior, también desarrollaron un plan para la resistencia en las zonas rurales que se denominó el
Tatú, por el animal que en lugares de América recibe ese nombre y en España el de armadillo. El ob-
jetivo era crear una cadena de tatuceras («madrigueras») de dos metros cuadrados, más alguna ga-
lería para guardar armas y alimentos cerca de los centros de operación, para golpear y desaparecer,
y sobre todo para trasladar allí a los tupamaros que se preveía que se fugarían de la cárcel de Punta
Carretas. Traían yerba, tabaco y galletas de la ciudad pero se abastecían de ovejas que perseguían y
mataban con un cuchillo y, en alguna ocasión, con rifle. Almacenaron reservas y sazonaron la carne
con ceniza cuando no tenían sal.
Entraban a estancias para expropiar a terratenientes;160 recorrían los caminos y los alrededores
de las pequeñas poblaciones para hablar con la gente y hacer trabajo político.161 Uno que corta
caña, otro que los lleva en coche..., se interesan por la insurrección, pero la mentalidad que tenía
gran parte de la población del interior del país y el despoblamiento general hacen que el discurso tu-
pamaro no llegue a cuajar. Este fenómeno, sumado al poco abastecimiento que ofrecían los montes,
158. Una anciana rica a pesar de que los tupamaros entraron en su casa y le robaron todas sus joyas, le siguieron cayendo
simpáticos y sólo dejó de tener ese sentimiento cuando ajusticiaron, «a sangre fría», a Dan Mitrione.
159. Extraído del texto: El izquierdismo en la Iglesia y el futuro uruguayo, que tiene su interés no sólo por los datos que
aporta, sino para observar la explicación del partido del orden sobre el fenómeno revolucionario. «Una nación de tres
millones de habitantes, con una índole pacífica, amena y ordenada como es nuestra patria, se deparó en un recodo de
su vida política con el aparecimiento abrupto de la organización paramilitar de los tupamaros.
Un torbellino huracanado de violencias, acompañadas de agitación política universitaria y sindical, pereció querer
arrastrarnos en sus movimientos vertiginosos. Estábamos en presencia de una de las formas más moderna de guerra re-
volucionaria, con todos sus complejos artificios psico-políticos […].
Con métodos tan torpes, los tupamaros fueron el instrumento de una conspiración dirigida desde el exterior y destinada
a crear condiciones para conseguir un fin más torpe aún: la implantación del régimen bajo el cual gimen tantos pueblos
vilmente colonizados por Moscú o Pekín. Para esto alegaban como argumento una impostura: iban a aliviar la pobreza
de los más necesitados. Cuando hoy ya es imposible ocultar que el régimen marxista se ha mostrado como un sem-
brador de la pobreza en el mundo.»
160. Un día, en la carretera, disfrazados de policías, pararon a un vehículo.
–Por mí no se preocupen, soy estanciero –dijo el crédulo conductor.
Cuando se sinceraron y le dijeron quienes eran, volvió a hablar, pero de forma más nerviosa:
–Si yo sólo tengo una pequeña chacra.
–Vamos a verificarlo –dijo uno de los tupamaros.
El conductor mentía, tenía un caserón custodiado por un policía que fue reducido. A los caseros y los peones les expli-
caron los motivos de su lucha, incautaron armas y se marcharon.
161. Llama la atención que se plantearan tomar pequeños pueblos, para charlar con la gente e irse pues denota un tiempo en
el que las comunicaciones y las fuerzas represivas no tenían la capacidad para personarse en cualquier punto del terri-
torio en tan sólo unos minutos.
Organizaciones contrarias al régimen 245
causando anemia en algunos de los combatientes, provocó que ese plan fuera abandonado por otros
más urbanos.
«A los seis meses de existencia, la experiencia del Tatú era incierta: en algunos lugares la
represión no dio tiempo para asentar los grupos. En Rivera, el Jota Jota Domínguez fue de-
tenido a poco de iniciar el trabajo de apoyo en la ciudad. El Cholo González, en cambio,
logró mantenerse casi un año en Tacuarembó, sobrevivió hasta octubre en los montes, pri-
mero en un campamento del arroyo Tranqueras: “Cuando crecía y nos aislaba, comíamos
boniato”, cuenta el Cholo. Logró salir, sigilosamente, de varios cercos: “Cuando nos me-
tían los helicópteros, nos quedábamos en el monte y los milicos no entraban”. Estuvieron
quince días en una zona de bañados en Tacuarembó. “Salíamos a carnear con el agua por
la cintura, hacíamos fuego con las hojas secas de los árboles y cuando se venía la crecida,
construíamos una tarima con ramas.” Hubieran podido seguir así, pero no tenían contacto
con Montevideo. Cuando uno de los integrantes del grupo desertó, fueron bajando hacia
Montevideo, de monte en monte, de cerro en cerro, de chacra en chacra, sin ser detec-
tados. Diego Picardo se instaló en Treinta y Tres, después del Abuso. Con su grupo cons-
truyó tatuceras en el Cebollatí y se movía en campamentos seguros. A pesar de la concen-
tración de peonaje en las arroceras y de los antecedentes de organización sindical, el
grupo no logró hacer base social. “Carneábamos, teníamos abrigo, nadie sabía dónde es-
tábamos. Pero se nos había cortado el contacto con la orga. No bancamos el aislamiento y
salimos a la carretera. Caí cerca de Rocha.”»162
Como síntesis del accionar de los tupamaros, se copia la frase con la que muchos –entre ellos
Real de Azúa– los definieron: «políticos con armas».
Si bien fueron muchas las acciones llevadas a cabo por el MLN, hubo otras que se pensaron e, in-
cluso, llegaron a iniciar pero que no pudieron finalizar. Algunas hubieran incidido, aún más, en la
historia nacional, otras hubieran aportado más elementos de originalidad a la leyenda tupamara.
Se estudió la posibilidad de incautar las reservas de oro del país, depositadas en el Banco Central
de la República. Para ello una maestra de escuela llevó a sus alumnos allí de visita, antes de ir al
Zoo. A dos de los alumnos más aplicados les propuso un juego: contar todos los policías, teniendo
en cuenta que los numerosos espejos los despistarían. Con esa información se llegó a elaborar un
mapa, pero finalmente se desestimó el gran golpe por la imposibilidad de llevarlo a cabo sin tiroteo y
víctimas de por medio.
Otra acción muy importante hubiera sido concretar el plan El Magnífico que consistía en secues-
trar a Bordaberry, tras ser electo presidente y justo antes de asumir la presidencia.163
Para Mujica liberar a los cañeros presos, al principio de la trayectoria tupamara, fue una de las ac-
ciones que no pudieron hacer y que más le hubiese gustado. Pero aclara que «tal vez si lo hubiéra-
mos podido hacer no hubiera tenido las repercusiones que tuvo al no poderse hacerla. Las explica-
ciones de porqué no la pudimos hacer en gran medida tiene que ver mucho con el origen del MLN»
pues en el balance del fracaso se establecieron las pautas (formas de organización, disciplina y dedi-
cación) del futuro de la organización.
Garín piensa que quizá la operación más importante planeada que no pudieron hacer fue el se-
cuestro de alguien mucho más importante que Mitrione:
«El responsable de todo el Cono Sur, de todas la operaciones de la CIA. Tenía papeles de
Paraguay a nombre de Caliendo o algo así.
162. Blixen, 231.
163. Sobre este proyecto leer el capítulo «El Magnífico: un plan para secuestrar a Bordaberry», Estado de guerra, Alfonso
Lessa, 131-133.
246 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Del camión descienden ocho, toda gente que sabía donde estaban las llaves y las ar-
mas. Cuando nosotros terminamos de subir prendí todas las luces. Otro sustituye al centi-
nela. Ahí se dan cuenta que yo estaba en la cosa.
Vamos a buscar al oficial de guardia que estaba durmiendo:
–!Oficial!
–¡Déjenme tranquilo!
Estaba en calzoncillos y así lo llevamos al patio de armas.
Después con cuatro fui a la enfermería, con otro a la radio. Esa gente sabía que estaba
de guardia, me veían todos los días. Le dije algo, no sé, algo como “traigo este telegrama”.
Después voy a buscar cinco más y fuimos al casino a donde estaban jugando al truco. Y
ahí ocurre la anécdota, que abrimos la puerta justo cuando se había pedido la falta y Bide-
gaín dice “38” [“aquí gané yo: tengo 38 –en honor a su revólver–y somos tupamaros”].
Después vamos al arsenal. 166
Nadie podía entrar, había una contraseña, dormían tres adentro, les había comprado
whisky y vino y habían estado chupando. Golpeé y golpeé hasta que abrieron:
–Soy yo– dije la contraseña y entramos todos [al grito de] “¡Tupamaros!”
Los pusimos todos en el patio de armas, unos sesenta [la mayoría en calzoncillos]. No-
sotros éramos veintiuno o veintidós, toda la dirección, casi toda Columna del Sur.
Y empezamos a cargar todas las armas: granadas, fusiles...
–¿Y archivos?
–Eso no interesaba, había otros que se ocupaban de eso.167
Ulyses Pereira Reberbel había traído unas cajas de armas, aquellos Chifs que eran re-
vólveres pequeños calibre 38 con destino a los grupos de extrema derecha.
Cuando metimos a todos en el calabozo,168 cargamos el camión y se fue. Le teníamos
que dar una o dos horas para salir de Montevideo, cambiar la carga de vehículo y que los
compañeros se fueran en autos. El camión lo cambiaban en Santa Lucía, volvía a entrar a
Montevideo, agarraba para Minas... Nos quedamos cinco ahí. Varios de guardia y yo en el
teléfono y radio. Si llamaba alguien había que saber qué decir.169
Una de las compañeras que estaba vigilando a los presos [Yessie Macchi]. Le pregunta
al cabo:
–¿Qué hora es?
–Las tres de la mañana –contesta.
Y ésta le dice:
–A esta altura ya están todos los cuarteles tomados.
Y uno de los milicos se dirige a los oficiales y les grita:
–Hijos de puta, ahora la van a pagar.
Y éstos le ordenaban:
–Cállese la boca.
–Yo no me callo nada, ahora el pueblo está en la calle. Ustedes perdieron el poder hijos
de puta.
–¡¡Cállese la boca!!
[¿Y por qué no se llevaron a ese soldado con ustedes?]
A mí me preguntaron, pero dije que no. Tomaba.
Cuando estaba en el teléfono llegan dos de las fuerzas especiales que se habían ido con
mujeres. Se habían medio escapado. Venían de civil, y ahí no se puede entrar de civil, en-
tonces le preguntan al compañero que estaba de guardia [disfrazado de centinela] y al que
yo le había enseñado a saludar:
–¡Chzzz! ¿hay bulla?
–No, entrá no pasa nada –entran y le dicen:
–¡Tupamaros!
–¿Qué pasa?
–¡Tupamaros!
–Los estaban esperando siempre hasta que vinieron –les dije yo.
A las cinco de la mañana, nos vamos con un coche de la marina, los fierros que tenía-
mos los metemos en una valija y los pasamos a otro auto. Y ahí entramos a un local, don-
de viví mis primeros días de clandestinidad, frente a una comisaría. Me pinté el pelo y el
bigote de rubio. Ellos no tenían foto mía porque había pedido a quienes pudieran tener
que las tiraran.170 Después cada columna recibió sus armas,171 se las dieron a los grupos,
escondieron y enterraron otras. Hasta tal vez hoy hallan cosas enterradas.» 172
170. «Tenían únicamente la foto de la carta de identidad con doce años –señala Garín–. Después con el tiempo tuvieron otras
fotos mías de documentos que “cayeron”.»
171. A continuación para saber qué armas utilizaron los tupamaros, a partir de entonces, se detallan el tipo y el volumen de
las mismas:
«Ciento noventa Springfield; ciento veinte Garard M-1 (fusiles pesados de gran poder de fuego y alcance); cincuenta pis-
tolas 45; ciento ochenta revólveres 38 largo, caño corto sin uso; dos ametralladoras de pie (Trípode); seis fusiles R-15;
dos metralletas Reissing, calibre 45; noventa granadas de demolición; ciento treinta granadas gas y humo; setenta mil
proyectiles de armas largas y cortas (la mayoría, unas sesenta mil, de las primeras). Completan la carga, equipos de
radio, portátiles y fijos, máscaras anti-gas, equipos de radio, portátiles y fijos, máscaras anti-gas, equipos y otros imple-
mentos de buceo, palas y un pico articuladas, más las armas de coleccionistas que el gobierno “internó” para resguar-
darlas de los sediciosos, que venían expropiándolas casa por casa. Quedaron el cuartel y los marineros, menos uno que
pasó a la clandestinidad.» Actas Tupamaras, 1982, 233.
172. Garín tras mucho pensar en esa acción opina que fue un operativo muy arriesgado y que se la jugaron.
«Salió bien, pero fue una falta de estrategia militar.
–¿Por qué? –se le preguntó.
–Con veinte tipos apretar a sesenta. Además por dónde estaba ubicado, si te cierran tres calles, te matan a todos. Y en
esa acción participan gente muy importante. Se podría haber acabado la organización, bueno aunque había un plan de
emergencia, grupos de emergencia.»
Garín a partir del asalto al cuartel pasa a ser uno de los tipos más buscados. Un día esperando el autobús vio que una
nena, en brazos de su madre y mientras esperaba el transporte, miraba un cartel con su foto que ponía «Fernando Garín:
se busca» y que luego se fijaba en él. En vez de irse, se quedó y pudo escuchar lo que le decía la madre a la hija: «ya te
dije que no mires esa foto, cuanto menos la veas, menos problemas». A pesar de la infatigable búsqueda de Garín, éste
recuerda que «los policías que te reconocían en la calle no se animaban a detenerte, se iban. Si estaban en el ómnibus,
se bajaban. La gente que yo conocí en la marina, y me veían en el ómnibus, se bajaban.» Es preciso apuntar que los tu-
pamaros clandestinos pocas veces iban solos por la calle, casi siempre iban protegiéndose con otros dos compañeros de
célula y eso los milicos lo sabían. Pero aún así es sorprendente lo que cuenta Garín, de ahí que fuera nuevamente con-
sultado.
–¿Si era un alto cargo o en ese momento vestía de militar, tampoco te intentaban dar caza?
«Un día paso por la casa de un oficial de la marina, que conocía mucho, salía en coche. Cuando paso, me ve, se baja del
auto y se va para su casa. Nosotros teníamos un local cerca de su casa, entro en él y digo a los compañeros: “[me reco-
noció un oficial] va a mandar a toda la policía”. Y no pasó nada, no avisó.»
Organizaciones contrarias al régimen 249
Hay que aclarar, una vez más, que Garín no fue un militar que se pasó a filas tupamaras, fue un
luchador social que odiaba a la miliqueada pero que tuvo que infiltrarse en filas enemigas para pre-
parar ese operativo y facilitar otros gracias a su tarea de contraespionaje. Es lógico, no obstante, que
desde los sectores populares se haya cantado victoria diciendo que un soldado se pasó al contraejér-
cito popular.
«Ahí tenés el ejemplo de marinero Garín. El estuvo cuando por órdenes superiores tuvie-
ron que apalear a los compañeros de UTE el año pasado. Pero su amor por el pueblo se im-
puso a la necesidad de ganarse un sueldo “aunque fuera de marinero”. Y eso es todo un
índice en los tiempos que corren»
Explicaba en la época, 1970, un bancario a un entrevistador del periódico Tierra y Libertad. Sor-
prende no obstante que después de tantos años hayan historiadores y periodistas que sigan mante-
niendo esa falsa teoría
Un caso claro de derrotismo fue el borrachín que increpó a los oficiales aprovechando el balance
de fuerzas proletarias. Su caso se hubiese hecho famoso si él hubiera pedido el ingreso al MLN y si
los tupamaros, pese al enorme riesgo, hubieran decidido llevarlo consigo.
Varios de los protagonistas manifiestan que lucharon sin la estructuración de un partido o grupo
político. Afirman haber estado organizados, pero en coordinadoras, asambleas o comités. No per-
tenecían a una agrupación en concreto, por eso recibieron el nombre de militantes independientes.
Hay que hacer la salvedad de aquellos que algunos que se presentaban de esta manera y en rea-
lidad integraban un grupo, escondiendo su afiliación. A veces, la barrera sobre la pertenencia o no
a un grupo, no era tan clara. En aquel período fue común dar apoyo logístico –casa, coche, infor-
mación– y económico, a grupos afines; pero de los cuales, por varias razones, se prefería no formar
parte.
Muchos entrevistados e historiadores destacan la importancia del fenómeno en sus ponencias
sobre este período.
«En 1968, nació en Montevideo un extendido y vigoroso movimiento de masas, de ideolo-
gía predominantemente radical e integración sobre todo estudiantil, que no respondía en
conjunto a una organización política determinada, aunque afiliados a los partidos de iz-
quierda, e incluso a los partidos tradicionales que participaban en él. Sin estudiarlo no po-
dríamos explicar los acontecimientos [...]. La extrema izquierda se hizo masiva gracias a
un estallido espontáneo, influido por la tradición de izquierda pero no encuadrado por sus
agrupaciones. Y sin embargo, los jóvenes movilizados en 1968 […] no eran nihilistas en
materia de organización.»173
Entre las posibles “ventajas” del sinpartidismo se podrían comentar la autonomía de decisión en
la acción y las posiciones políticas; y la mayor dificultad en la criminalización. No se debe olvidar
que una de las primeras acusaciones fuertes que se imputaron a los luchadores sociales fue la de
173. Varela, G., 55, 70.
250 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
asociación ilícita. Precisamente, es en el tema represivo donde también se encuentran las «desven-
tajas» de la militancia independiente. Bravio dice que «era peligroso quedar aislado» y asegura que:
«los no encuadrados no tuvieron solidaridad, los dejaron en pelotas. Tras la amnistía de 1985 algu-
nos se dedicaron a la rapiña para sobrevivir y los volvieron a poner presos». Aunque lo que cuenta
Bravio no fue frecuente, existió algún caso de militante sinpartido, sin compañeros de confianza y
con total ruptura familiar, que se quedó solo.
Arocena, hace una síntesis de las ventajas y desventajas de la militancia independiente y plantea
que «la partidización tiene aspectos muy malos (divisiones sectáreas, etcétera) pero también es un
apoyo. Es un movimiento de gente en el que los militantes de terreno, llamémoslo así, te alimentan
de ideas, información y experiencias».
Sin embargo, que los sinpartido fueran algo común en los espacios de resistencia, no duró mucho
tiempo. El inicio de la década siguiente mostró otro escenario. Arocena señala el momento en el que
el partidismo pasa a ser mayor que el sinpartidismo.
«Los radicales, si bien incluían, con peso creciente a lo largo de los años, gente del MLN u
otros grupos, muchos eran independientes; y, como tal, una corriente definida (estudiantil
o gremial) pero no partidizada. [Eso sucedió], sobre todo, en el 68. Con el surgimiento del
FA, se fue partidizando mucho más. Y a fines de 1971, era muy difícil encontrar un mili-
tante estudiantil, activo, que no estuviera además en un grupo político.»
El hecho de que muchos luchadores sociales, en determinado momento, optaran por integrar
una agrupación política, no sólo estuvo vinculado al auge de la participación parlamentaria (debido
a la formación del Frente Amplio), sino también a la necesidad (ante el incremento de la represión)
por organizarse con criterios y compañeros de total confianza. También influyó la visión que consi-
deraba demasiado limitadas las reivindicaciones sectoriales que hacía un gremio o una coordinado-
ra y la carencia de espacios para proclamar, con total claridad, los objetivos revolucionarios. Un con-
junto de militantes, posiblemente, acabara por crear un grupo político desde el cual proclamar y
practicar la lucha revolucionaria, luego de haber sido criticado en diversos ámbitos. Por ejemplo, en
una asamblea estudiantil por el presupuesto, por no haber hablado del «tema de reunión», sino de
las repercusiones de la oligarquía y la legitimidad de combatirla por la vía armada; y, en un comité de
barrio, porque hablaron de la revolución, cuando los convocantes habían decidido explicar el posible
fraude electoral que habían padecido.
Es importante aclarar, de todos modos, que en gran parte de las reuniones de facultades o comi-
tés de barrio, los temas concretos se relacionaban con los generales, el aumento del precio del pan
con el imperialismo de las multinacionales estadounidenses, y la pegada de carteles con la
represión a los sectores populares.
Pero la militancia, a partir del año 1970, si por algo se caracterizó fue por la pertenencia a una
agrupación determinada. Al contrario de muchos de los contextos combativos actuales, estaba bien
visto ser de un partido, conspirar desde un grupo clandestino e incluso ir a una coordinadora, pre-
sentándose como independiente, y hacer trabajo político para determinada organización.
El militar en dos o más agrupaciones políticas, la multimilitancia, fue un fenómeno más extendi-
do que el sinpartidismo. Nora cuenta que hasta 1969 era común la creación de pequeños núcleos
que se ponían nombres del estilo Camilo Torres y que incluso se podía participar de ese grupo y del
que se formaba en la clase. Después lo normal era frecuentar el comité de barrio, el grupo político
surgido en la clase de secundaria o de la universidad y la agrupación política a la que se pertenecie-
ra, en caso de Nora el FER y luego el PS.
Organizaciones contrarias al régimen 251
Buscar el programa político de los sinpartido es, debido a la enorme heterogeneidad que los ca-
racterizó, una tarea inútil. Muchos adoptaron el mismo de la organización a la que consideraban
más próxima a sus aspiraciones; otros, el del Congreso del Pueblo y Frente Amplio; y, unos pocos, la
crítica al programa de la izquierda en general. A pesar de que éstos últimos fueron minoría, tuvieron
su importancia porque, al no estar «casados» con ninguna organización en concreto, buscaron pro-
gramas diferentes. A continuación se presentan las principales reflexiones de un pequeño sector,
que pueden considerarse una crítica al común denominador de los objetivos formales174 de la mayor
parte de las organizaciones políticas de izquierda del Uruguay.
«Coinciden en plantear una supuesta revolución “antioligárquica y antimperialista”, “libera-
ción nacional y popular”, “democrática avanzada” y otras variantes similares. ¿Cuáles son
las medidas que proponen?: reforma agraria, nacionalización de la banca, nacionalización de
los monopolios, control estatal del comercio exterior, moratoria de la deuda externa, etcétera.
Entendemos que todas estas caracterizaciones acerca del “atraso” capitalista del Uru-
guay son falsas y encubridoras. El Uruguay es un país capitalista, no capitalista “en parte”
ni “semicapitalista”. Sus relaciones de producción son burguesas: tanto en la ciudad como
en el campo. En la industria como en la producción agropecuaria hay quienes se ven obli-
gados a vender su fuerza de trabajo por un salario (inmensa mayoría de la población con-
siderada “activa”) y quienes, por otra parte, son los propietarios del capital (inmensa mi-
noría) [...]. Si acordamos en lo anterior, coincidiremos en que la contradicción planteada
es burguesía-proletariado. No es oligarquía y pueblo, planteo éste último que pretende
desplazar sólo a un sector de los capitalistas y meter de “contrabando” en el “pueblo” a
todo el resto de ellos; perpetuar el actual orden [...]. La revolución planteada es socialista,
sin ningún tipo de etapas o transiciones, que en realidad no son tales, sino al contrario,
proyectos de contrarrevolución. Lo que está planteado es la dictadura del proletariado para
la abolición del sistema de trabajo asalariado y no “democracias avanzadas” ni ninguna
propuesta de este tenor. Frente al programa del proletariado, todos los demás contribuyen
a mantener, de una u otra forma, la dictadura del capital.» 175
En los años sesenta, Cainsa era un «feudo», desde la carnicería hasta la escuela pertenecían a los
mismos dueños. A los trabajadores de esas tierras les pagaban con los famosos bonos (cualquier
papel que el dueño tuviera al alcance y lo firmara, entonces muy comunes en las zonas rurales de
Latinoamérica) que le servían a los cortadores de caña para adquirir alimentos en el almacén, pro-
piedad del patrón, pero ni siquiera eran válidos para coger un ómnibus y trasladarse a otra zona, en
la que nada podrían hacer con aquellos papeles garabateados.
174. Si se matiza usando el concepto formal, es porque como se ha ido viendo, a pesar de que nominalmente muchos de los
objetivos de los grupos políticos eran muy parciales y meramente reformistas, muchos luchadores (de estos mismos
grupos) en su práctica cotidiana y sus discusiones teóricas, es decir en su práxis, rechazaron al estado y al sistema en su
conjunto, y no sólo a un modelo de gestionar el capital o de gobernar.
175. Irma A. Torres, y Walter Pérez, Situación político social en Uruguay y las tareas del proletariado revolucionario, Ed.
Emancipación Obrera, Buenos Aires, 1984, 48-50.
252 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Los proletarios que allí trabajaban, conocidos como cañeros o peludos,176 eran correntinos, rio-
grandeses y artiguenses. Hablaban castellano y portugués o una mezcla de ambos, debido a que
cuando la zafra se acababa en Artigas, familias enteras se desplazaban a las arroceras brasileñas o
correntinas.
Mujeres y hombres trabajaban por igual en el corte de caña y los niños cargaban todo lo que po-
dían, porque la zafra era una y se cobraba a destajo. Semana tras semana, se sucedían las agotado-
ras jornadas sobre la negra ceniza de las cañas quemadas que impregnaba a los cortadores que, en
pleno invierno, caminaban varios kilómetros para llegar a las aguas del Uruguay o del Itacumbú,
donde con un baño desintoxicaban sus poros. Empleaban el facón con suma destreza.
Hasta 1920, en algunas zonas rurales de Uruguay había habido fuertes conflictos sociales, pero
desde entonces y hasta mediados de los cincuenta,177 las resistencias colectivas o individuales se
contaban con cuenta gotas.178
En ese medio y en los años cuarenta, nace Chela Fontora. Sus padres, analfabetos, cortan caña
de azúcar desde que eran niños, a ella como a sus once hermanos les espera el mismo futuro.
Empiezan a trabajar entre los seis y siete años y ninguno acaba la primaria «porque antes que el es-
tudio, está el vivir, comer y subsistir» dice ella. Al cobrar por la cantidad de caña entregada, se traba-
ja sin descanso, en un empleo ya de por sí duro. En el momento de la quema y recogida es imposible
no tragar carbón, de ahí que, tras la jornada laboral, los cañeros sigan escupiendo el mineral alma-
cenado en sus cuerpos. Chela Fontora recuerda que algunos días, cuando su familia volvía del traba-
jo, apenas la reconocía, «estaban todos negros». Pero las palabras de su padre, militante del sindi-
cato URDE, eran inconfundibles: «uno puede ser pobre, pero debe conservar la honra. Esta consiste
en no aceptar determinadas cosas del patrón ni de aquellos que lo defienden, en este caso los mili-
cos, que sólo son gente cuando están en el baño». Chela Fontora, a pesar de la escasa formación
académica de su progenitor tiene una educación bastante combativa. Su padre, que como ella dice
«siempre nos enseñó a diferenciar las clases, quien era el patrón quienes éramos nosotros», no sólo
le infunde ciertos valores de rebelión sino otros que van ligados a ella, como la solidaridad. Así, en su
casa, como en muchas otras de la campiña uruguaya, siempre que se tenía, se le ofrecía un plato de
comida al andante, llegara a la hora que llegara.
Las pésimas condiciones en las que se vivía, y se vive en la actualidad, en los cañaverales y lo in-
salubre del trabajo, entre otras cosas por el uso de insecticidas, producen secuelas de por vida, pro-
vocan alergias y dañan los bronquios. «Todo eso sigue pasando en el día de hoy y no se le da bolilla»
afirma Chela Fontora, quién cuenta que: «Cainsa era realmente un feudo cerrado, en el que te en-
contrabas atrapado». En aquella época, uno de sus hermanos quería salir de aquél lugar para ir al
hospital de Bella Unión, y la única manera que encontró para ello fue cortarse un pie.
176. «Nos llamaban “los peludos” por que el peludo es un animal que trabaja la tierra.» Aclara Chela Fontora.
177. En 1957, los peones del tambo inauguran las marchas a la capital. El 7 de febrero de 1957, se da el primer paro ge-
neral, de veinticuatro horas, en solidaridad con los explotados rurales.
178. Como explica José Mujica, una de las causas de la baja conflictividad social en el campo uruguayo es que, debido a los
intereses ganaderos, está despoblado y que sólo en algunas regiones hay grandes concentraciones de jornaleros. «Aquí
no interesa que el campo produzca más, sino comprar más campo [...] no existe una clase que se sienta explotada en
muchas hectáreas. En el azucarero sí, pero los cañeros eran una mancha [...], el grueso del país no se sentía involu-
crado [...] ¡En cosas hay que ser marxista hermano!.» Por su parte Clara Aldrighi (p. 14) aporta el siguiente dato: «La
población rural, es decir la que dependía economicamente de las actividades agropecuarias y vivía en los estableci-
mientos rurales o en centros poblados menores de mil habitantes, en 1963 representaba solamente un 17% de la po-
blación total, y su número declinaba aceleradamente desde los años cincuenta, como consecuencia de la migración del
campo a la ciudad por el estancamiento del sector ganadero y el fin de la política de apoyo a la producción triguera».
Organizaciones contrarias al régimen 253
A la llegada a la capital, se dirigen al Palacio Legislativo a presentar sus reclamos. Para los cañeros
todo aquello es una novedad. Quedan impresionados al ver trolebuses y discuten si estaban o no col-
gados de los cables. «Desconocíamos todo lo de Montevideo [...]. Conseguimos algunas cosas y vol-
vemos» recuerda Chela Fontora. Cuando vuelven observan que gente pagada por los patrones había
quemado sus ranchos, con todas las «miserias» que tenían dentro.180 Enseguida que nace el sindicato
UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas), surge otro amarillo, representante de la patronal.
La autorganización y el combate gremial de los cañeros va en aumento. Las demandas se van ra-
dicalizando. En el Congreso de Asalariados Rurales de 1963, la mayoría de las opiniones apuntan a
movilizarse por la conquista de mejoras económicas pero Julio Vique, el delegado de UTAA, replica:
«La lucha económica ya no resuelve nuestros problemas [...]. No se puede seguir pade-
ciendo esta situación. Hay que buscar soluciones de fondo. La lucha por vender mejor la
fuerza de trabajo no es incorrecta pero hay que terminar con ella [...]. Tenemos que luchar
por la expropiación en particular. Nosotros los de Silva y Rosas, otros trabajadores por
otros latifundios.»181
El principal objetivo inmediato de los cañeros de Bella Unión fue la ocupación de las tierras de Sil-
va y Rosas. En varios documentos públicos denunciaron el estado de abandono de esos latifundios y
abogaron por su expropiación.
«Son unas de las tierras más fértiles del país. [...]. Cuando la creciente desborda, cientos
de ovejas y vacas mueren ahogadas o empantanadas. Ni siquiera el cuero le sacan. Los
campos de Silva y Rosas, son el reino de la desorganización y del abandono. Es criminal
que en el Uruguay, todas las noches se acuesten miles de hombres con hambre, mientras
se están desperdiciando esos ricos campos, de donde se podría sacar tanta comida [...].
Los peludos queremos ser dueños de las 33.000 hectáreas de tierra para hacer una gran
cooperativa, trabajar todos en común, todos para todos, y donde no haya explotados y ex-
plotadores. (Se podrían tener cientos de vacas lecheras, miles de ponedoras y todos los
niños de estos pueblos y ciudades podrían tomar leche y comer huevos a muy bajo precio,
cosa que hoy les está prohibido) [...]. Si en lugar de tierra nos dan palos, que sepan que
antes o después, también nosotros utilizaremos la violencia, para alcanzar el pan, la
igualdad y la justicia. Si tenemos que desenterrar las armas, con las que luchó el jefe de
los orientales, don Gervasio Artigas, para conquistar “la felicidad de la criollada pobre”, lo
haremos teniendo la seguridad que esas armas alcanzarán la victoria y se volverán a cu-
brir de gloria. UTAA por la tierra y con Sendic.» 182
180. Rosencof, en la página 92 del libro sobre el sindicato UTAA, explica aquella primera experiencia cañera montevideana y
las medidas represivas con las que fueron recibidos tanto a su llegada a la capital uruguaya como al regresar a sus ho-
gares. «Lurdes era una adolescentes cuando, en la primera marcha, después del parto, enfrentó con los cañeros a la po-
licía que los quiso desalojar de las escalinatas del Palacio Legislativo. Aquel día recibió un sablazo, que devolvió con pie-
dras. Menuda y ágil, se escabullía para recoger un cascote y hacerlo volar. Dentro del palacio, la Cámara de Diputados
quedaba sin quórum, y entraba en receso. La ley ya había sido considerada, sobre ella opinaron todos, fue reformada y
vuelta a hacer. Pero no se aprobó. Afuera los cañeros heridos de bala, sableados, presos. En Bella Unión los esperaba la
lista negra, el despido, el hambre. Y nuevos combates». Rosencof, 1987, 92.
181. González Sierra, 1994, 66. Huidobro explica la crispación social que provocaba las condiciones en las que vivían los ca-
ñeros y la existencia de tierras semivacías, que serían de suma utilidad para mejorar la cotidianeidad de aquellos jorna-
leros rurales. «Varios niños habían muerto de desnutrición apenas cumplidos pocos meses de vida. Mujeres de treinta
años, el pelo cano, hombres de rostro curtido, de mirada decidida, seguros de la victoria, agitaban banderas sindicales y
enronquecían al grito de “Tierra para trabajar, no podemos esperar”. Reivindicaban, en ese grito crispado, la muerte de
sus niños. La tristeza de aquellas treinta mil hectáreas trabajadas apenas por una docena de hombres; campo abierto a
las plagas, a los abrojos. Pero cerrados por altas alambradas de púas. Celosamente cuidados por las fuerzas policiales.»
Huidobro, Tomo II, 1994, 30.
182. González Sierra, 1994, 283.
Organizaciones contrarias al régimen 255
183. «En abril de 1966 [...] Los trabajadores organizaron la UTRA (Unión de Trabajadores Arroceros de Artigas) [...]. La total
incompatibilidad entre la democracia y esas condiciones concretas, crearon espacios para la revisión y obligaron a las
empresas a nuevos compromisos, que en general fueron después violados en los arrozales [...]. Se demostró, entonces,
que en tanto la democracia no llegaba al campo, fue una estrategia adecuada llevar la realidad del campo a la demo-
cracia, es decir, contrastar aquella realidad con el derecho y la institucionalidad democrática. Esto se hizo exponiendo
ante la opinión pública y la prensa la penosa existencia de aquellos compatriotas que trabajaban en las empresas ru-
rales, golpeando a la vez en las puertas de las instituciones representativas». González Sierra, 1994, 111.
184. La CNT intentó coordinar a los esquiladores sin demasiado éxito. La actividad sindical sí se consolidó, por ejemplo, entre
los remolacheros de Mercedes, los trabajadores rurales de Paysandú y Río Negro, los recolectores de frutas y verduras
de Salto, lo que llevó a fundar la Federación Nacional de Trabajadores Rurales de la CNT.
185. «Raúl Sendic les dijo en los montes de Itacumbú “Hay que luchar por la tierra. Pero la tierra no la dan. Entonces hay que
tomarla. Pero los latifundistas la defienden con capangas, con el ejército, con la policía. Entonces, pa’ conquistar la
tierra, hay que armarse pa’luchar”». Rosencof, 1987, 92.
186. También se volvieron a coordinar los trabajadores del campo y la ciudad de una misma empresa, como Conaprole, de-
sunidos desde la derrota de la huelga de 1948, o los de URDRE con los de ANCAP.
187. El diario Época, el 4 de enero de 1967, 24, publicaba los siguientes datos: «En Salto la mortandad infantil es de 64,8
por mil, en Rivera el 80,6 y en Montevideo el 33 por mil.»
256 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
La lucha solidaria que estos hombres, Sendic, Bianchi, Belletti,188 y muchos más, llevaron a cabo
junto a los cañeros también es recogida por los libros de la historia oficial. En una de esas obras, des-
tinadas a la desenseñanza de la historia en los liceos, se dice que los cañeros: «serán utilizados
como futuro elemento de choque por la subversión que se ha venido incubando contra la nación.
Bajo el rótulo de fuentes de trabajo los líderes extranjerizantes, elementos de ciudad, los emplearán
como ariete destructor».189
Véase como recuerda una de las cañeras al «extranjerizante» Raúl Sendic.
«Raúl nos dio todo, dio su vida –le agradece Chela Fontora–. Nunca mandaba, estaba
junto a nosotros. [Y lo importante] no es el decir las palabras sino el estar. Siempre que
pudo estuvo. [Incluso] estando en clandestinidad, trató de trabajar con nosotros. Eso fue
una ayuda. La humildad de Raúl [le permitía] llegar a la gente. Hasta el día de hoy no a
surgido otro, yo al menos no lo veo. Que haya podido llegar a la gente más humilde, pobre
y necesitada. No hay. Todavía no ha surgido.»
Por su parte, Pedro Montero asegura que «el Bebe [Sendic] tenía un carisma mágico, era un líder
mágico, no dogmático». Uno de los manifiestos más conocidos de los cañeros se tituló: «Sendic no
es un político juntavotos».
«Queremos decir que Raúl Sendic, no pidió nada para él, ni quiso nada, ni se presentó de
candidato en la farsa electoral, que hacen los burgueses.
Raúl Sendic, no es un politiquero, es un líder campesino, amigo del peón rural, el gran
dirigente de los cañeros, de los trabajadores de los arrozales, de los changadores y jornale-
ros del campo y de los pueblos.
Raúl Sendic, no hizo como algunos politiqueros interesados, que nos dieron alguna
ayudita y después vinieron a cobrarnos, pidiéndonos el voto.
Los cañeros sabemos, que mientras los ricos estén en el poder, con las elecciones no se
arregla nada. Un gobierno sale, otro gobierno entra y los trabajadores cada día estamos
peor.
Tenemos que unirnos todos los explotados, tomar el poder, y ahí sí la cosa va a cam-
biar.»190
Mauricio Rosencof, dramaturgo e integrante del MLN, en su obra La rebelión de los cañeros retra-
tó, con suma emotividad y cantidad de detalles, las características y desarrollo de UTAA:
«Una organización sindical distinta. Que no temió a la violencia. Que la enfrentó. Que no
aguardó los golpes para responderlos, sino que tomó la iniciativa. Que nucleó a dos mil
cañeros y sus familias en torno a un programa que plantea como punto básico la conquis-
ta de la tierra y para ello, la toma del poder. Inspirado por un ex militante socialista, hoy
con ideas más radicalizadas, que plantea y ejecuta el asalto al Tiro Suizo y expropia ar-
mas. Movimiento cañero que dio hombres como Vique, Santana y Castillo,191 capaces de
penetrar a cualquier plantación para organizar, pero también capaces de asaltar un banco
y fugarse de la cárcel.
188. «Belletti era alguien de gran oratoria, pero no sólo eso. En su ranchito de Bella Unión tenía muchos libros y había horas,
unas cuatro, en las que no se le podía molestar: estudiaba marxismo.» Explica Carlos Ramírez, quien también vivió entre
los cañaverales, que según él «era un ambiente que rozaba lo marginal. En el que no había mucha conciencia de clase.
Una noche cuando dormía en una cabaña y me tapaba con mi abrigo, sin darme cuenta entró un “peludo”, me agarró el
abrigo y lo vendió para seguir chupando. Eso me dolió mucho y me desconcertó, luego lo fui entendiendo más.»
189. Consejo Nacional de Educación, 206.
190. González Sierra, 1994, 283.
191. Otras personas vinculadas a la resistencia cañera fueron los Dutra, Peralta y Estevez «El Colacho Estévez era el hombre
de confianza de Sendic entre los cañeros, un tipo muy carismático.» Señala Carlos Ramírez.
Organizaciones contrarias al régimen 257
Desde hace algunos pocos años, el tema de los cañeros vuelve regularmente al tapete:
una plantación que se incendia, una marcha hacia la capital, una batida policial en los
montes de Silva y Rosas buscando armas. Y con igual frecuencia, desde hace menos
tiempo, una organización sobre la que se hicieron muchas conjeturas; a la que se ha vin-
culado a los cañeros y su inspiración, atribuida a Raúl Sendic, a través de algunas ac-
ciones espectaculares llevadas a cabo por comando tupamaros, da al movimiento ca-
ñero, a su rebelión, una proyección que rebasa los límites de la lucha salarial, marcando
en el ámbito sindical una conducta propia, definitiva, radical, y para muchos, revolucio-
naria.»192
El comisario Bertiz era el encargado de las investigaciones sobre la vinculación entre cañeros y
tupamaros. Sus pesquisas, como la mayoría de los policías de la época, las conseguía a través de te-
rribles torturas. Pero cuando le colocaron una bomba incendiaria en su casa, provocando un peque-
ño incendio y un gran susto, fue más cauteloso.
lución y contrarrevolución en España, 1936-1937: colectivizar los campos y abolir la propiedad pri-
vada, realizar cooperativas estatales o dejar la tierra a los propietarios. Debate magistralmente lle-
vado al cine por Ken Loach en Tierra y Libertad. En Uruguay esa discusión no se dio de la misma ma-
nera, entre otras cosas porque la lucha no llegó tan lejos: en el sentido que no se echó, de forma
masiva, a los grandes propietarios para expropiar sus extensas propiedades, tierras o fábricas.193 A
nivel de objetivos o deseos, luchar (a corto plazo) por la colectivización y contra la propiedad privada
ocurrió en círculos de jornaleros rurales muy pequeños. Imperaba el ejemplo ruso o cubano de re-
forma agraria. Algunas agrupaciones proletarias sí plantearon, claramente, la lucha contra la pro-
piedad o señalaron que conquistar la tierra si bien no era sinónimo de revolución constituía un ele-
mento esencial de ésta, el primer intento serio de encaminarse a ella. Otras veían en la creación de
cooperativas la solución a los problemas o, por lo menos, una manera para conquistar reclamos
dentro del sistema y una forma de no estar a la espera hasta que éste cambiara.194 En el debate
sobre esta lucha, participaron UTAA, MNLT (Movimiento Nacional de Lucha Por la Tierra) y NEAC (Nú-
cleo de Estudio y Acción Cooperativo) que publicó, en el periódico Tierra y Libertad en febrero de
1969, las siguientes conclusiones para la transformación:
«Del medio rural y, por ende, de la sociedad toda, por medio de cooperativas integrales o
unidades cooperativas agrarias, donde se vivan concretamente, hoy y aquí. Estas coope-
rativas tienen que estar estructuradas; en lo organizativo: autogestión con participación
activa de todos sus miembros por medio de asamblea periódicas, descentralización de
funciones en base a una coordinación general centrada en la fidelidad del objetivo. En lo
económico: cada uno aportará de acuerdo a sus capacidades y recibirá de acuerdo a sus
necesidades, los bienes de consumo y de producción. Estas unidades a su vez federadas
en unidades mayores [...] podrán ser el elemento decisivo del cambio. Es necesario trans-
formar el medio rural, porque es necesario terminar con el latifundio. Es necesario ter-
minar con el minifundio eliminado así los siguientes problemas sociales.
– Exaltación de la propiedad privada, que impide al minifundista ver al trabajo, a la
tierra y a sus frutos como un bien social.
– Escasos beneficios –sólo para subsistir– por la poca productividad a causa del agota-
miento de la tierra al no ser posible la rotación de cultivos, imposibilitando las inversiones
en fertilizantes y técnicas adecuadas necesarias para lograr una tierra productiva.
– Desocupación disfrazada al emplear mano de obra plena a escaso rendimiento. El
problema de la transformación rural, es también un problema urbano que trasciende
nuestras fronteras. Por lo tanto al encarar la transformación del medio rural encaramos de
hecho la sociedad y su estilo de vida. Esta forma de ver el problema deberá estar siempre
presente en la idea que guíe la transformación [...]. Esto no se conseguiría con cursos de
cooperativismo a cargo de esclarecidos, sino con la acción de grupos militantes activos,
orgulloso del trabajo de sus manos, realizando su tarea codo con codo y viviendo los pro-
193. A la pregunta: «¿Se pedía el reparto de la tierra, o la colectivización, como en España en 1936?» Chela Fontora con-
testa: «Yo no participé en esa discusión, no se si alguien lo planteó. Nosotros también estábamos contra la propiedad
privada. Pero el planteo era “Que la tierra sea para quien la trabaja” [...], para hacer grandes cooperativas y no tener las
tierras improductivas». Los consignas mayoritarías, por lo tanto, serían parecidas a las que ha ido haciendo el Movi-
miento de los Sin Tierra en Brasil.
194. Por esas fechas se empezó a construir una policlínica, inaugurada el 25 de agosto de 1971, con la colaboración de ca-
ñeros, integrantes de Comunidad del Sur, jóvenes metodistas de comunidades socialistas libertarias, grupos católicos,
sacerdotes franceses, estudiantes y obreros, de todo el país e, incluso, algunos de Argentina. Se tenía previsto que los
servicios de atención médica sólo se cobraran en caso del que el paciente pudiera abonarlos, y que el personal adminis-
trativo sería en su mayoría cañeros. Otro proyecto comunitario fue la cooperativa Lurdes Pintos, que se pensaba instalar
en los campos expropiados de Silva y Rosas, de donde saldría el abastecimiento para crear un comedor infantil.
Organizaciones contrarias al régimen 259
blemas del hombre y del medio que quieren transformar. En síntesis, ser en la acción y
desde el primer momento el “hombre nuevo” y revolucionar la vida cotidiana.»
El MNLT (Movimiento Nacional de Lucha Por la Tierra), creado en 1970 por jornaleros rurales, obreros
y estudiantes a orillas del río Uruguay, participó de todo este debate y matiza el proyecto del NEAC.
«Igual que el sindicalismo, el régimen capitalista lo va moldeando [al cooperativismo] y adop-
tándolo a su forma, llegando así a utilizarlo como una organización más dentro del régimen.
Analizando todo esto y ante la necesidad de hacer y organizarnos para que nada siga
como está, los compañeros de distintos lugares del país que se han reunido para esto han
sacado algunas conclusiones que vamos a tratar de trasmitir.
En primer lugar, para iniciar experiencias cooperativas a nivel del campo se debe partir
de la necesidad del trabajo común y en una tierra que sea de todos ya que la propiedad in-
dividual de la tierra es uno de los valores del actual régimen con el cual debemos romper.
Este trabajo en común lleva también, especialmente a los trabajadores del campo, a vivir
en común. Al mismo tiempo todo lo que consumen estos trabajadores se adquiere en
común. Si analizamos por separado cada una de estas actividades vemos que de acuerdo
al régimen tenemos una cooperativa de trabajo, otra de vivienda, otra de consumo, pero
todas estas unidas llegan a formar una cooperativa integral o comunidad de vida.
En segundo lugar, para que esto pueda llevarse a cabo con una finalidad verdaderamen-
te revolucionaria, hay que lograr la participación activa de todos los compañeros, incluidas
sus familias, en las decisiones de los distintos aspectos analizados.
En tercer lugar, en esta forma de vida diaria no puede estar ausente la conciencia de
cambio en cada uno de los integrantes y esta necesidad debe ser planteada para encarar
cualquiera de los aspectos vistos. Para esto se hace necesario que este grupo esté inserta-
do dentro de un movimiento más global, que no permita que se pierda de vista la finalidad
última a que llevan estas experiencias como es el cambio total del actual régimen capita-
lista, por otro basado en la libertad y en la participación directa o autogestión.
Esto es fundamental: la cooperativa va a ser un arma revolucionaria, en la medida que
continuamente cuestione el régimen del cual depende, con la particularidad de que puede ir
creando formas de vida de la nueva sociedad.»195
Como se ha visto a lo largo de este apartado, UTAA fue un pilar clave de la lucha en el medio rural y
en la toma de posiciones sobre cómo llevarla a cabo. Esta agrupación tenía un doble discurso. Al ser
un sindicato, se presentaba como intermediario entre patronal-gobierno y los trabajadores rurales, y
195. Del artículo: «Nuestra doble tarea, desmontar y poblar», publicado en Tierra y Libertad, hacia mediados 1970. En el
mismo periódico se avisaba de un futuro proyecto para preparar «gente baqueana que le saque el jugo a los campos que
entonces serán de todos.»
260 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
entonces perdía la radicalidad que ganaba en las actividades que iban más allá de la meramente
sindical. Pero en repetidas ocasiones, se afirmaba como fracción del proletariado, cuyo proyecto ya
no era sólo las demandas económicas sino la transformación radical de la sociedad. Un fragmento
de un texto titulado: «UTAA y las Cooperativas» –bajo la consigna: «unos doblan el lomo pa’que los
otros doblen los bienes»–, del periódico Tierra y Libertad (febrero de 1969), muestra como esta
agrupación se defiende de quienes la califican de reformista; y es, en definitiva, una de las síntesis
programáticas más destacadas del movimiento revolucionario en el Uruguay:
«A los que nos acusan de reformistas y de abandonar la lucha de clase por haber levan-
tado la bandera de la expropiación de la tierra, les contestamos que el compañero Sendic,
los compañeros cañeros presos y los que están luchando en los más variados frentes, no
lo están haciendo por aumento de salarios ni el cobro de algún aguinaldo impago, sino
para derrotar a los explotadores y tomar el poder. UTAA, no pierde de vista que las formas
cooperativas de trabajo adquieren gran importancia, una vez que el poder del estado se
halla en manos de la clase obrera. Mientras esto no ocurra existen problemas de mer-
cados, de falta de herramientas, de créditos, y de asesoramiento técnico. La cooperativa
por sí sola no puede llevar adelante la lucha por el cambio de las estructuras. La sociedad
de clases no desaparecerá, mientras existan clases, sin utilizar la violencia, sin instaurar
una dictadura del proletariado, para aplastar a los burgueses.
A esta conclusión arribamos, porque la lucha entre las dos clases antagónicas, la bur-
guesía y el proletariado, es irreconciliable.»
La lucha en el medio estudiantil no se diferenció demasiado –en cuanto a sus reivindicaciones, mé-
todos de lucha y represión sufrida– de la del movimiento obrero y la de los luchadores sociales en
general. Los estudiantes primero padecieron fuertes preceptos académicos de control y leyes puni-
tivas que abolieron sus garantías individuales y luego, selectivamente, torturas y cárcel. Algunas de
las medidas represivas tuvieron su originalidad en que fueron legisladas exclusivamente para los
alumnos e impuestas en cada una de las aulas de enseñanza. Este fue el caso del CONAE (Consejo
Nacional de Educación).198 También soportaron la anulación de las clases y el ataque armado, en
sus propios centros, de policía, militares y otros individuos –no profesionales– defensores del or-
196. Canción de Viglietti para el film: Me gustan los estudiantes, de Mario Handler.
197. Barricada, 1998, 6.
198. Este organismo establecía la prohibición de asambleas y obligaba a los padres a colaborar con las autoridades para im-
pedir toda actividad política de los menores, amenazándoles con la pérdida de los beneficios sociales y la patria po-
testad.
Organizaciones contrarias al régimen 261
den.199 Por último, y tras el golpe, padecieron manu militari en todos los aspectos de su vida, in-
cluido el académico.200
Distintas publicaciones reflejaban con viñetas humorísticas la escalada represiva que padecieron
los luchadores sociales que en aquel momento eran estudiantes. En una de ellas, un personaje lla-
mado Cosme aparecía en cuatro viñetas diciendo:
«1- El gobierno está decidido a combatir la infiltración de ideas foráneas en nuestra
juventud.
2- Primero fue el asalto a la Universidad, luego la inter vención en secundaria
3- ¡Ahora el adoctrinamiento policial en las escuelas!
4- Sólo falta intervenir las maternidades.»
Se ha preferido incluir en el título de este apartado «La lucha en el ámbito...», y no «El movimien-
to...», justamente porque los militantes y movilizados en general que en aquél período estaban cur-
sando secundaria, preparatorio o universidad tenían como horizonte de su actividad la transforma-
ción nacional y social y no, solamente, la de su centro de estudio. Fue, justamente, en la medida que
dejó de ser un movimiento meramente estudiantil cuando aquellos luchadores sociales pasaron a
combatir, codo a codo, con los otros oprimidos del sistema, cuando tomaron la bandera revoluciona-
ria y sufrieron la misma represión que el resto de la población que rechazó el régimen de forma acti-
va. Por eso, en aquel combativo contexto, muchas de las agrupaciones meramente estudiantiles,
que se negaron a ampliar su campo de acción y salir del mundo académico, quedaron obsoletas y
tuvieron que soportar las críticas de los revolucionarios. En cambio las que fueron más allá de ámbi-
to de la enseñanza crecieron y se radicalizaron.201
Lo mismo pasó con los cortadores de caña o los bancarios, en la medida que su pelea cotidiana,
por mejorar sus condiciones de vida, se mezcló a la de los otros explotados dejaron de actuar como
un sindicato corporativo o un sector aislado y pasaron a formar parte de una clase que se reconocía a
199. Los componentes de estos grupos paramilitares, denominados en aquel entonces por los luchadores sociales bandas
fascistas o escuadrones de la muerte, en sus ataques a veces llevaban el rostro cubierto.
200. Por supuesto intervinieron directamente en los programas académicos, censurando todo aquello que hablara de trans-
formación social, apuntara hacia la rebeldía o vaya uno a saber por qué. Prohibieron varios capítulos de El Quijote y al-
gunas letras de Gardel «Dos generaciones de estudiantes pasaron por los distintos ciclos durante los años de la dicta-
dura. [...]. Modificaron programas de estudio con saña oscurantista retrospectiva, eliminando de la historia aconteci-
mientos fundamentales. Las revoluciones francesa o rusa y el marxismo dejaron de existir». Citado de un artículo titu-
lado «Generaciones perdidas» de El País, España, miércoles 7 de septiembre de 1998.
201. Jaime, un participante del mayo francés de 1968, en un documento inédito (texto nº 7, archivo del autor) «Apuntes
sobre la miseria en el medio estudiantil» afirmaba: «El llamado movimiento estudiantil, es un movimiento pro capita-
lista. Lo ha demostrado de requetesobras. En sí, si no liga, o intenta ligar, el problema de la enseñanza a la crítica radical
del mundo en el que vive, sólo será capaz de reformar miserablemente su cotidianidad de su pequeño ser indivudual,
que busca en el fondo un lugar privilegiado en el mundo industrial o intelectual, ambos pertenecientes al del capitalismo
mundial, y ello en detrimento del todo social explotado mundialmente. Esta crítica global y demasiado rápida del
mundo estudiantil no pretender ignorar la existencia pasada, ni tampoco la posibilidad futura, de movimientos estudian-
tiles a carácter subversivo. Los hubieron y los podrá haber. Mayo del 68, principalmente en Francia, independiente-
mente de lo que provocó la protesta estudiantil, fue un movimiento que se fue radicalizando a medida que se iban for-
mando barricadas. Del no a la guerra de Vietnam y de los vivas a Ho Chi Min (nacionalista reaccionario que aplastó con
las armas en la mano el auténtico movimiento revolucionario en Vietnam), se pasó a una crítica bastante radical y sim-
pática de la sociedad mercantil y de la escuela como órgano de deformación generaliza, reproductora del mundo divi-
dido en clases.
Ahora bien, cuando verdaderamente el poder empezó a temblar fue cuando el movimiento estudiantil dejó de serlo,
cuando directamente los explotados empezaron a movilizarse [...]. Los sindicatos y el mal llamado Partido Comunista,
lograron encuadrar y parar su rebeldía.». Archivo del doctorando.
262 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Muchas veces, como explicación y justificación de la rebelión se apunta la pobreza como única
causa. En Uruguay, si bien una buena parte del alumnado no padecía las penurias económicas de
otros sectores del país se vio sorprendido por la rapidez con la que descendió el poder adquisitivo
de sus familias.
Organizaciones contrarias al régimen 263
Noticia de El Popular informando sobre la ocupación Pancarta de la FEUU en la manifestación del 1.° de mayo
de Medicina y otras medidas de presión en demanda de 1973. Desde finales de la década de los cincuenta
de la Ley Orgánica (1958). hasta la consolidación de la dictadura militar, de los centros
de estudio emanaron multitud de protestas contrarias al
régimen.
El estudiante también sufre las consecuencias del capitalismo y si se rebela no es por una mera
iluminación teórica filantrópica como a continuación se afirma: «parte de la teoría, asume una posi-
ción ideológica que también lo lleva al cuestionamiento del sistema imperante y a asumir la necesa-
ria militancia para cambiarlo».202 La alienación, el aislamiento, la angustia urbana y el dolor que
produce la miseria ajena –la económica por ejemplo, por que la humana también la padece– son
motivos suficientes para rechazar al capital. Además, si ello ocurre en un marco de recortes presu-
puestales, incremento de la represión y propicio para la lectura, el debate y la militancia, la insur-
gencia estudiantil tiene mayor posibilidad de manifestarse y organizarse de forma permanente.
A nivel generacional, hay que tener en cuenta que los jóvenes de Uruguay, de la década de los se-
senta, siendo pocos demográficamente empezaron a encontrarse con problemas que tenían sus pa-
res en países con una demografía juvenil alta: poca oferta de empleo, en relación a la formación aca-
démica; dificultad de independizarse; poco equipamiento de sus lugares oficiales de aprendizaje...
Muchos de ellos, debido a la crisis nacional, notaron un rápido deterioro en las instalaciones y el ni-
vel de enseñanza. Sobre todo en la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU), dónde los descubri-
202. D'Elía, 28. En cambio en esa misma página, este dirigente sindical señala: «El obrero llega a la postura ideológica a
través de la lucha económica. En ella va desarrollando su conciencia de clase, que le permite comprender las contradic-
ciones del sistema y lo impulsa a combatirlo».
264 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
mientos tecnológicos no podían ser seguidos por los docentes por falta de material, quedando mu-
chos cursos obsoletos o incluso suspendidos, por ejemplo, por falta de televisores.
Por otro lado, las estadísticas mostraban una diferencia abismal entre los ingresos y los egresos
universitarios. En 1967, en Derecho hubo 1.343 nuevas inscripciones y sólo 131 licenciaturas, en
Humanidades 1.115 y únicamente catorce licenciados. En otras facultades la proporción de licen-
ciados fue mucho más alta, en Medicina, por ejemplo, hubo 744 ingresos y 234 egresos, lo que no
dejaba de irritar a quienes estudiaban otras carreras.203
El malestar no se daba sólo entre el estudiantado sino entre los jóvenes en general; que en mu-
chos casos optaron por irse del país. Aunque la participación en las movilizaciones fue minoritaria
–si se compara con la totalidad de esa franja de la población – entre el alumnado y la juventud en ge-
neral, el descontento sí fue genérico.204
Un documento tupamaro explica, según la visión de esa organización, los pros y contras de ese
potencial combativo.
«(El frente estudiantil del MLN) fue el que más rindió últimamente (1968-1971) en mate-
ria de reclutamiento y sentido político, debido principalmente a que:
a) No dependen de un salario.
b) No tienen el mismo caudal de compromisos que los obreros.
c) Se inclinan más fácilmente a posiciones de carácter revolucionario.
d) Por su horizonte cultural, llegan más pronto que los obreros a la comprensión intelec-
tual de la situación revolucionaria.
Como factores negativos, en cambio, ofrecen:
a) Su inestabilidad.
b) Su tendencia a tomar decisiones precipitadas.» 205
En cuanto a los orígenes y causas del uso de la violencia por parte de un sector del estudiantado
hay que decir, ante todo, que muchas veces fue para defenderse de las agresiones de las fuerzas re-
presivas. Pero también hay que reconocer que la aplicación de la acción directa violenta formaba
parte de la concepción de la lucha revolucionaria que tenían algunos de ellos. Al proclamar, una y
otra vez, la acción armado de Guevara, pensaban que por lo menos debían usar las armas que tu-
vieran a su alcance: piedras, cócteles molotov, barricadas…, y de esa manera radicalizar las movili-
zaciones e iniciar un proceso insurreccional. Por otro lado y complementaria con esta hipótesis, exis-
tían razones sociológicas que explicaba aquella rabia desatada contra las autoridades y símbolos del
capital. D'Elía, aunque de forma muy parcial, analizó las razones de aquella violencia juvenil:
«Jóvenes que se enfrentan a un mundo que nada les ofrece, a una sociedad en desinte-
gración, que sufre la violencia como única respuesta a su rebeldía, es explicable que en la
violencia traten de encontrar el camino para la consagración de sus aspiraciones.» 206
La rebelión emanada de liceos, preparatorios, centros de enseñanza técnica y facultades tuvo va-
rios puntos comunes. Hay que tener en cuenta que muchos de los que cursaban secundaria a fines
de los sesenta se convirtieron en universitarios en 1971, 1972 o 1973 y que los problemas con los
que se enfrentaban, en una u otra época, eran globalmente los mismos. Una de las constantes en
todos centros de estudio, aunque a diferente nivel teórico, fueron las discusiones, sobre los distin-
tos acontecimientos nacionales e internacionales, que se daban en clase, aulas magnas, pasillos y
bares:
«Se pasaba por las clases para dar comunicados, interrumpiendo a los profesores –confirma
Cota–. Algunos protestaban, pero les servía de poco. Incluso algún profesor se retiró volun-
tariamente para hacer guardia en el hall del instituto, ante una amenaza de ataque de los
Juventud Uruguaya de Pie (JUP). Se aprovechaba hasta el tiempo de recreo entre clase y
clase, y muchas veces se le decía al profe que estábamos en asamblea, que esperara o sus-
pendiera la clase. Esto pasó en los últimos tiempos, antes del golpe. También pasaba que se
convocaba asamblea general y desaparecía todo el mundo, muchísimos iban a la asamblea
y otros a distintos menesteres. Era raro que se quedara alguien en clase.»
Uno de los aspectos más destacados de la lucha protagonizada por estudiantes fue la precocidad
de los militantes de liceo, entre los doce y dieciséis años, en el turno de día, un poco más en el de la
tarde y podían ser adultos y tener hijos en el de la noche. Los adolescentes también ocupaban los
centros de estudio y se solidarizaban con los profesores en huelga.208 J. C. Mechoso cuenta que a
esos prematuros luchadores sociales «les llamábamos cariñosamente los “monos “ porque de re-
pente vos mirabas, y no sabías de adonde, aparecían sesenta o setenta que estaban prendiéndole
fuego a todo. “Aparecieron los monos” decíamos».
La juventud de los militantes liceales no fue óbice para que las bandas fascistas, por considerar-
los como «un peligro social», en varias ocasiones los atacasen, teniendo que defenderse ellos mis-
mos o los padres y trabajadores de la zona. En 1973, varios liceos fueron cerrados por estos inciden-
tes, que en una ocasión llegaron a producir doscientos detenidos.
207. Consejo Nacional de Educación, 224.
208. Una ex maestra entrevistada para esta tesis manifestó que la causa de que el profesorado de secundaria se movilizara
más tarde que los alumnos fue un prejuicio moral, «por cómo verían los alumnos a su docente huelguista».
266 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Dirigentes estudiantiles del liceo 14, faltando a clase para despedir a una
compañera que cambiaba de centro de estudio (Parque Batlle, junio de 1968).
Estos dos jóvenes militantes eran de los que pensaban que los luchadores debían
ser muy aplicados en los estudios. Fueron elegidos los abanderados de su clase
por haber conseguido las mejores notas, un año después ingresaban al MLN.
En 1968, el IAVA era el único centro público, de la capital uruguaya, dónde se daba el preparato-
rio diurno, los otros eran privados o nocturnos. Reunía a un montón de jóvenes en permanente
asamblea, con edades que oscilaban entre los quince y dieciocho en el diurno y los veintipico en los
cursos de la noche.209 La centralización y coordinación tan difícil de conseguir en determinados ám-
bitos, allí se dio de forma natural, aunque en su interior había, al igual que en la universidad, varias
tendencias.
El ambiente combativo era notable, allí los luchadores sociales, aunque tampoco eran mayoría,
tenían un balance de fuerzas favorable.210 Eran numerosísimos, al igual que las consignas, frases y
dibujos estampados en los muros que le dieron a aquel recinto un aire radical y sumamente poli-
tizado.
«Mandaban a pintar las paredes –cuenta Horacio Tejera–. En un momento bajando la es-
calera veo, que la Mema, que era la gurisa del FER, estaba pintando estrellas, estrellas con
las T [de tupamaros]. Esperaba a que se secara la pintura del pintor y pasaba con el tizón
por donde el tipo iba pintando. El tipo chocho, [encantado] tenía trabajo para toda la vida.
Habían estado cambiando los directores y en un momento hubo un director que pensó
que poniéndose los pantalones, como había hecho Pacheco, iba a conseguir ponerlos en
vereda [controlarlos]. Entonces una tarde hizo entrar a la policía. Sacaron a la gente para
fuera. Ahí a Teresa [mi compañera] la golpearon en la espalda, por que le había pegado
una patada en las bolas al milico, ¡y bueno!, fue todo una cosa de indignación. Al día si-
209. Un dato estadístico, en 1963, entre el primer ciclo de secundaria y preparatorio había 85.475 alumnos. Varela, 57.
210. Nora señala que en aquel entonces, «en el que pensábamos que estábamos haciendo la revolución y que la teníamos al
alcance de la mano», pensaba que los luchadores eran la mayoría de los jóvenes, y añade: «despues me di cuenta de
que no era así, que éramos una minoria, pero que teniamos ¡tal capacidad de movilizacion¡».
Organizaciones contrarias al régimen 267
guiente, estaba cerrado el colegio, pero fuimos a buscar al director a dirección. Le hicimos
una ronda. A medida que le hacíamos la ronda iba apareciendo más gente, a medida que
aparecía la gente el tipo se iba asustando. [En un momento], vi que el tipo se movía, que
había una muchacha que le estaba metiendo la mano en el culo. Finalmente lo llevamos
hasta Canal 4, donde siempre había una guardia de Coraceros y se lo entregamos. El tipo
estaba totalmente asustado. Volvimos al IAVA, fuimos a su despacho y tiramos una bomba
molotov.»
En la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU), destacaron la innovación que supuso las «ocu-
paciones abiertas» en la que se impartieron cursos o «contracursos», de materias programadas o
improvisadas, a las que asistieron personas no matriculadas, como algunos obreros de la zona.
La Universidad de la República era, y sigue siéndolo, gratuita y más de la mitad del alumnado ve-
nía de lo que se denomina un nivel económico medio. En 1968 únicamente se cursaba en Montevi-
deo y tenía 18.650 inscritos,211 de los cuales en los primeros años de la década del setenta el 42%
eran mayores de veinticinco años. Muchos de ellos trabajaban y vivían con independencia de sus
padres.
Un volante de la Unión de Jóvenes Comunistas, de agosto de 1972, llamaba al alumnado, de los
diferentes ciclos educativos, a comprometerse con el movimiento social de resistencia y abandonar
el conformismo y el individualismo.
«Compañero estudiante: ¿Qué eres? Un joven sensible con los sufrimientos del pueblo,
con su miseria, con su opresión, e indignado ante el lujo insultante de un puñado de oli-
garcas.
O un conformista, viejo de alma, que pasa inconmovible ante la injusticia y padece la
enfermedad precoz del servilismo.
Un estudiante consciente de sus responsabilidades con la patria [...].
O lo único que te preocupa es recibirte de cualquier manera para ocupar un lugar en al-
guna gran empresa yanqui y recibir migajas de la oligarquía.
Un antifascista, que está dispuesto a derrotar las bandas criminales que asuelan secun-
daria [...].
O un observador “imparcial” que no asume ninguna postura, que no se “compromete”
cuando la patria reclama gritos por el espíritu democrático de los orientales.
Un artiguista, que conoce y proyecta el sentido vigente del espíritu de las instrucciones
de 1813 o del reglamento de tierras, del grito indómito de los charrúas y de las montone-
ras gauchas.
O un genuflexo recitador de fechas y nombres históricos sin valor ni significado para el
dramático presente de la patria.» 212
Las autoridades y los diarios oficiales de aquel momento se lamentaban del alto grado de politiza-
ción del alumnado y de la fuerza y la capacidad de influencia de la militancia estudiantil.
«Una universidad que fue cayendo progresivamente en un proceso de politización cada
vez más activo, a la par que se experimentaba un decaimiento de la autoridad universi-
taria... que fue cediendo hasta llegar a un momento en que entran en crisis los verdaderos
y principales cometidos del instituto (la enseñanza, el estudio, la investigación) y se trans-
211. Las carreras más elegidas eran, por este orden, Derecho, Medicina, Humanidades, Ciencias Económicas, Odontología,
Agronomía, Arquitectura, Veterinaria, Ingeniería y Química.
212. Texto nº 8. Archivo del autor.
268 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
forma en una plataforma de lanzamiento político, en poder de esa minoría que por su acti-
vidad y decisión llega a controlar la vida universitaria.» 213
Y aunque exageradas y tendenciosas estas palabras indican el grado de compromiso social entre
los universitarios, algo que no veían como negativo –sino todo lo contrario– muchos de los propios
jerarcas de las facultades. El rector de la Universidad, en su discurso de homenaje a Líber Arce,
pronunció estas palabras:
«Aspiramos a que nuestra Universidad no forme sólo hombres cargados de ciencia y sa-
piencia, sino hombres rebeldes, incorformistas y de espíritu crítico, para la sociedad en
que viven, buscando en el gran laboratorio que es la vida, la misma verdad que el hombre
de ciencia busca en su laboratorio y transmite en la cátedra.
Lo reafirmamos con todo énfasis [...], la Universidad no cumpliría con su misión si no
formara hombres capaces de descubrir las imperfecciones de la sociedad en que viven y si
no les infundiera el valor para rebelarse contra esas imper fecciones.»214
Era tantas las ansias de abrir la universidad a lo que pasaba en el mundo que se creó el Ciclo
Básico, cursos impartidos por alumnos más avanzados que daban cursos de marxismo y de crítica
social en general relacionados con cada carrera en cuestión. «Gente que había abandonado la uni-
versidad aburrida de lo que eran las asignaturas de derecho más tradicional que se habían vuelto a
anotar fascinada con esas clases –asegura Nora, quien apunta que este fenómeno– se acaba con
el golpe».
Para finalizar este apartado se debe apuntar otra de las razones que provocaron el crecimiento de
la influencia en la sociedad por parte de los estudiantes: el gran aumento de alumnos en todos los ci-
clos educativos. En 1972 el número de matriculados era, más o menos, el doble que en 1960.
mana e intentaba pasar era apedreado. La principal compañía de transporte público, en una oca-
sión, llegó a suspender todos los servicios por falta de garantías.
La anunciada subida del boleto estudiantil causó tanta indignación por el elevado número de
alumnos que usaba el ómnibus para acudir al liceo que, en algunos centros, llegaba al 80 %, y en el
caso de la UTU todavía más porque muchos de los allí inscritos provenían de familias de ingresos
bajos. Según algunas fuentes el que un importante ramo del transporte estuviera en manos de capi-
tales privados aumentó el resquemor.
De hecho cada vez que había una subida de precios en este sector, generaba algún tipo de pro-
testa. Antes de 1968, era casi por lo único que protestaba, masivamente, secundaria. Lo había he-
cho también en repudio de la pena de muerte aplicada en los EEUU o contra medidas represivas en
Uruguay.215
Ante la promesa de las autoridades de no subir el precio,216 la CESU (Coordinadora de Estudiantes
de Secundaria del Uruguay) acordó desocupar los centros ocupados. Pero una parte del estudian-
tado movilizado decidió no acatar dicha resolución, continuar la ocupación en trece liceos, llamar a
esa agrupación «entreguista» y acusarla de frenar las movilizaciones.217 Las reivindicaciones
aunque con puntos comunes empezaron a tener diferencias importantes. Unos reclamaban que el
denominado boleto estudiantil no subiera y que se nacionalizara la principal empresa de transporte
urbano, Cutcsa; otros un billete popular porque rechazaban el beneficio sectorial. Matizaban,
además, que su coste estuviera subsidiado por la banca y el latifundio, a lo que militantes sindi-
cales, como Valentí, respondían:
La siguiente reflexión resume correctamente aquella pelea diaria dentro y en los alrededores de
los centros de enseñanza:
«Cuando se tuvo la certidumbre de que el boleto no subiría –lo que era todo un éxito– ya
era demasiado tarde. La movilización marchaba por sí misma, sin necesidad de justifica-
ciones inmediatas. Los liceos continuaron ocupados a pesar de las órdenes de la CESU,
que debió admitir ante la prensa la existencia de contradicciones en el movimiento. En
realidad no podía controlar lo que nunca había controlado.»219
215. Ricardo, recuerda que la condena a muerte a Cary Chessman, en 1959, fue un acontecimiento que sensibilizó a los
adolescentes que se movilizaron para que no fuera ejecutado. «Fue la primera huelga en la que participé, estaba en pri-
mero de liceo, tenía once años. Antes de eso, cuando estaba en primaria habíamos intentado varias huelgas, por
ejemplo para repudiar la represión de los milicos contra los estudiantes que luchaban por lo que luego se llamó Ley
Orgánica.»
216. El tiquet subió para la población en general y no lo hizo, debido a un subsidio, para los alumnos, hasta cinco meses des-
pués. La violencia de este movimiento alcanzó tal grado que dejó perplejos a autoridades y empresas transportistas, que
prefirieron ceder. Las reivindicaciones iban siendo cada vez más generales, exigentes y con severas críticas al sistema.
217. «Lunes (3 de junio). Suman once los liceos ocupados y crece la polémica entre los estudiantes; la CESU es acusada de
entreguista y replica con imputaciones de divisionismo y aventurerismo. Se produce, por la noche, un choque en los te-
jados del liceo Nº 5 entre ocupantes del local y elementos rivales.» Bañales y Jara, 115.
218. Bañales y Jara, 74.
219. Varela, 59.
270 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Y tampoco se paralizó por la dura represión policial y las acusaciones de asonada para algunos
militantes. Los fuertes chorros de agua, los gases lacrimógenos y vomitivos, el garrote protegido con
casco y escudo plástico, los sables de los milicos a caballo y los perros, no pudieron contener la deci-
sión de los estudiantes de salir a la calle a manifestar su protesta, contando solamente con pedazos
de baldosas y algún que otro cóctel molotov para defenderse.
En mayo los profesores realizaron un paro para pedir aumento de sueldos y abaratamiento de úti-
les y libros, pero fue a partir del 5 de junio, cuando las movilizaciones devinieron cotidianas. Un día
después, lo hizo la FEUU, que exigía –como todos los años– el aumento del presupuesto universita-
rio, organizando manifestaciones por el centro de la ciudad pero desmarcándose de los actos «van-
dálicos», quema de coches y autobuses.
De hecho casi todas las manifestaciones acababan con incidentes y enfrentamientos en los alre-
dedores de las facultades, que sirvieron de refugio cuando la violencia de las fuerzas del orden era
extrema, provocando, en más de una ocasión, la formación de un cerco policial en sus alrededores.
El 12 de junio, el Ministerio de Interior desautorizó una manifestación convocada por CNT, FEUU y
CESU y ordenó a la policía confeccionar un cordón para frenar a los manifestantes que, al verse des-
bordada, usó gases lacrimógenos. Pero ni siquiera de esta manera pudo detener el avance de los
manifestantes que a su vez lanzaban cócteles molotov. Entonces sonaron los primeros disparos al
aire, la marcha se dispersó y la muchedumbre huyó hacia las calles laterales de 18 de julio, desde
donde, reunida en pequeños grupos, volvió hacia la gran avenida y empezó a romper las vidrieras
del diario El Día, las ya clásicas de Pan American y las de muchos otros lugares.
Cuando apareció la policía Republicana a caballo, los comercios ya habían cerrado las persianas.
Este cuerpo policial junto a la Metropolitana y la Dirección de Seguridad e Investigaciones se dedicó,
entonces, a derrumbar barricadas, allanar la Escuela de Bellas Artes y detener 266 manifestantes.
Los arrestos masivos tras las manifestaciones se volvieron una práctica habitual, un mes más tarde
fueron detenidas 109 personas y, a los pocos días, 64 más.
A fines de julio, los estudiantes heridos con armas de fuego, desde que en mayo se iniciaran las
movilizaciones, eran ocho y en octubre los muertos ya sumaban tres.
El cansancio y el desgaste del estudiantado era enorme. En agosto las movilizaciones de UTU y
secundaria decrecieron y sólo parecían resistir el incombustible preparatorio IAVA y el instituto Héc-
tor Miranda.
El gobierno, aunque más preparado para la lucha, también demostraba síntomas de agotamiento
y miedo. Ante el incremento constante de las acciones encaminadas a derrocarlo, llegó a reconocer
que lo que se estaba atacando era la sociedad en su conjunto y por eso proclamó la: «legítima defen-
sa de una sociedad amenazada en las bases mismas de su existencia [...] si una sociedad es agredi-
da tiene el deber de responder a la fuerza con la fuerza».220
Pero al ver que la «fuerza» no paralizaba la rebelión, en septiembre el Ejecutivo decretó la sus-
pensión de las clases diciendo:
«Lo que la Universidad opine de sí misma no importa, no interesa. La tesis oficial es que
se trata de un “foco subversivo”, de una llaga purulenta que puede infectar a toda la socie-
dad uruguaya. Desde allí emana, como ha metaforizado el ministro de Cultura, una espe-
cie de viruela ideológica. Y la epidemia, postula, debe ser aislada» 221.
Esta medida y el propio desgaste entre los militantes redujo la actividad de los estudiantes con
respecto a sus movilizaciones. Los locales fueron vigilados constantemente por fuerzas del orden. A
mediados de noviembre, la FEUU en su convención resolvió una especie de repliegue táctico en
cuanto a la intensidad de la lucha. Finalizaba la revuelta de 1968 en los centros de enseñanza mon-
tevideanos. 222
«Sin embargo, –concluía Landinelli, dirigente estudiantil– el sentimiento generalizado,
más allá de divergencias políticas y evaluaciones dispares de la experiencia vivida, no fue
de frustración. Por el contrario, prevaleció la noción de que quedaba atrás el acto inaugu-
ral de una nueva y difícil fase histórica, en la que los estudiantes deberían poner en juego
su aptitud para contribuir a la transformación radical de un modelo de dominación social
rechazado por injusto y perverso.»223
En el ámbito universitario, a pesar de que el impago de las mensualidades del presupuesto para
la enseñanza alcanzó niveles sin precedentes, la capacidad de movilización de la FEUU decreció visi-
blemente –según Ricardo– porque seguía demasiado centrada en el tema del estudiantado y no en
el social. La universidad en su conjunto, estudiantes y docentes, bajo el rectorado de Oscar Maggio-
lo, respondió a este hecho y a los constantes ataques del gobierno, conviertiéndose en un factor de
denuncia permanente al régimen de Pacheco.
En 1970 las movilizaciones estudiantiles estuvieron a la par que las obreras, siendo el sector li-
ceal el más destacado. A mediados de curso se clausuran las clases de secundaria por el resto del
año, a causa de los constantes conflictos. Fue entonces cuando se crearon los liceos populares, en el
que maestros, profesores, padres y alumnos organizaron la continuidad de las clases en centros so-
ciales, clubes deportivos, casa regionales, parroquias –como la de Malvín– o facultades, como la de
Medicina, en la que según Cota: «seguimos dando clases de literatura con “la profesora”, la mejor
que he tenido nunca. Las clases de literatura no eran tales, se hablaba de todo».
Para dar una idea de lo ocurrido en 1971 se transcribe un panfleto titulado «El FER frente a la
Asamblea General».
«Un factor de gran peso es la desmovilización popular durante casi todo el 71 que halla
su punto cúlmine [sic] en las elecciones. Cuando todos los elementos, nos planteaban
222. Se habla de Montevideo porque en el resto del país hubo alguna protesta aislada y carente de radicalismo.
223. Landinelli, 69.
272 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
que esta era una nueva trampa que la oligarquía tendía a las clases trabajadoras,
cuando prometía “elecciones libres”, pero por otro lado reprimían sin cuartel todas las
manifestaciones del descontento popular, en fin, cuando era más necesario que nunca
el fortalecimiento de los gremios desde las bases y su movilización.»224
La participación combativa en secundaria volvió a ser masiva en 1972, por lo que el 12 de febre-
ro, el gobierno decretó la Intervención del Consejo Nacional de Secundaria. A pesar de esa medida,
la rebeldía emanada de las aulas no decreció. Hubo ataques de la policía y bandas fascistas lo que
provocó una reacción general de alumnos, profesores y padres. La resistencia fue tan contundente
que tras una serie de clausuras parciales, el 12 de agosto el gobierno decidió dar por terminados
todos los cursos por el resto del año lectivo.
Antes de finalizar el año, no obstante, las autoridades volvieron a abrir los centros de enseñanza
que continuaron siendo alterados por varios factores. Un panfleto del FER muestra el tenso clima que
se vivía en 1972 y una de las razones de esa conmoción:
«El viernes pasado mientras se realizaba en el liceo 8 una asamblea de padres, profesores
y alumnos, entran grupos fascistas armados que asesinan por la espalda al compañero
Santiago Rodríguez. Este asesinato es la culminación de una serie de ocupaciones “demó-
cratas” (Larragañaga, Zorrilla, Miranda, 14, etc.), ejecutadas por los mismos grupos fas-
cistas, apoyados directamente por las FFCC […]. La prensa seria luego de haber reportea-
do los centros ocupados por los fachos mostrando los desmanes “subversivos” lloran lágri-
mas de cocodrilo por la muerte del compañero, exhorta y clama por la intervención a la
enseñanza.
El Poder Ejecutivo plantea la necesidad de una salida de “orden”, que pacifique la ense-
ñanza y “los enfrentamientos entre grupos antagónicos”. Pero detrás de toda esta cam-
paña de mentiras y violencia, la oligarquía procura controlar férreamente aquellos sectores
de masas (movimiento estudiantil, sindicatos obreros) que plantean un enfrentamiento
decidido a su política de hambre y miseria. Nuestros explotadores para vivir más cómoda-
mente […] poseen un Parlamento integrado al ejercicio de la dictadura que está dispuesto
a legalizar sus medidas represivas, un aparato represivo de proporciones y una prensa
“seria” que dedica la mitad de sus editoriales semanales a mostrar el “caos” de la ense-
ñanza y la necesidad de “normalizarla”. Pero no tienen a la masa, a la gran mayoría del es-
tudiantado que repudia su política de hambre y violencia. Por esto utilizan una forma es-
pecial de represión: los grupos fascistas armados, verdaderos grupos de choque, merce-
narios de la burguesía que actúan paralelamente a los grupos de choque “legales” […].
Ante esto, ¿qué camino seguir?225 […] Debemos fortalecernos para impedir que la inter-
vención directa o indirecta se asiente tranquilamente. Este fortalecimiento pasa por la re-
sistencia que el movimiento estudiantil plantee a las medidas reaccionarias, por ganar la
calle en forma organizada y violenta, desarrollando la propaganda y la agitación que escla-
rezca al movimiento popular; pasa por la verdadera unidad con el movimiento obrero, pro-
cesada en las movilizaciones conjuntas.»
Finalmente se produjo la mencionada intervención de los centros de estudio por parte del gobier-
no, por lo que la lucha en 1973 estuvo marcada por las acciones contra esa medida que fue cambia-
Las fuerzas de seguridad del estado a través de la exposición de fotografías de este tipo, en las que reunían en una sola aula
los materiales «subversivos» encontrados en todo un edificio, mostraban la politización y radicalización del alumnado y pedían
autorización para intervenir todos los centros de enseñanza.
da por la Ley de Educación General, también rechazada por medio de huelgas y manifestaciones.
Ésta modificaba las leyes orgánicas de la enseñanza primaria, secundaria y Universidad del Trabajo
y eliminaba las respectivas autonomías; consagraba normas dirigidas a la persecución de las ideas
antirégimen o antisistema y controlaba la actividad gremial de estudiantes, profesores y funciona-
rios a través de un organismo superior, el Consejo Nacional de Educación (CONAE).226
El control y la represión a través de esta nueva institución se volvió más selectiva. Vieja táctica
burguesa que consiste en reprimir criminalizando, únicamente, a los combatientes más radicales y
no a toda la masa estudiantil movilizada.
El CONAE, al estar designado por el Poder Ejecutivo, posibilitó la «repartija» de cargos entre los
partidarios del régimen, transformándose así la enseñanza en un nuevo centro de repartos «politi-
queros»; estableció programas y libros de estudio, anunció medidas represivas: «perderán el año los
estudiantes que promuevan desórdenes»; y disminuyó el presupuesto para la enseñanza.227
226. Un proyecto que ya había esbozado Pacheco, que incluía a la universidad y se denominó COSUPEN, pero que no se llevó
a cabo porque no tuvo respaldo parlamentario.
227. Medida denunciada en el mencionado panfleto: «Hay que enmarcar este proyecto presupuestal del Poder Ejecutivo en
el contexto de ataques a la enseñanza por partes de las bandas fascistas y el proyecto de Ley de Enseñanza; el objetivo a
largo plazo respecto a la universidad es claro, si consiguen “amansar” a los estudiantes en secundaria y convertirlos en
“autómatas” que no cuestionen nada, que no piensen críticamente sobre nada, que en sus planes de estudio nunca
hagan referencia a la realidad nacional ni latinoamericana, que desconozcan los verdaderos problemas que nos afectan;
si algún día logran formar una juventud así, es evidente que no necesitarán intervenir ahora, y que les alcanzará con no
proporcionar los medios económicos para funcionar adecuadamente. Y llegará el momento (fantaseando en sus sueños)
274 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
La opresión institucional siempre estuvo acompañada por la que no lo era. Julio Spósito y Heber
Nieto, en 1971, Nelson Rodríguez Muela e Ibero Gutiérrez, en 1972, fueron asesinados por los apa-
ratos de choques de la burguesía: policía, bandas fascistas y escuadrón de la muerte. Una octavilla
de 1973, titulado: «La enseñanza la defiende el pueblo», sintetiza el estado en el que se encontraba
el ámbito estudiantil en la primavera de 1972:
«Dentro de la campaña de ataques a la enseñanza se sitúa el asalto y ocupación del local
central universitario. El asalto reveló sintomáticas relaciones entre los ocupantes y los en-
cargados del procedimiento. El grupo estaba provisto de transmisores, receptores y armas
(entre ellas, granadas de fabricación norteamericana). No hubo interés ni investigación
del hecho por parte de las FFCC.»228
En los años 1972 y 1973 fueron muchos los paros y miles los panfletos contra la escalada repre-
siva, el creciente protagonismo militar y por la liberación de los presos políticos. El final de una de las
octavillas denota cierto antifascismo y una enorme indignación y disponibilidad para la lucha a pe-
sar de la masificación de las torturas y la cárcel.
«Hoy hay un sólo camino para salir de esta situación: desarrollo y profundización de
nuestra movilización junto a la clase obrera y el pueblo por las libertades, las verdaderas
soluciones y contra quienes se oponen a ellas.
Llamamos pues a todos los compañeros del gremio a movilizarse junto al pueblo:
• Contra el avance fascista
• Por la plena vigencia de las libertades
• Repudio y denuncia de este nuevo crimen por torturas
• Libertad para todos los presos políticos
• Contra la reimplantación de la suspensión de garantías individuales o el posible
decreto de medidas prontas de seguridad y otras leyes represivas.
¡Combatir el progresivo avance fascista!
¡Prisión para los asesinos de Oscar Fernández Mendieta!
¡Libertad para nuestros presos y todos los presos políticos!
¡Ni la cárcel ni la tortura ni la muerte detendrán a un pueblo que lucha por su liberación!
29 de mayo de 1973, Junta de AEM.»229
Este texto está escrito un mes antes del golpe militar. Tras la disolución del Parlamento y en la
huelga general, las organizaciones estudiantiles tuvieron una participación activa, tanto en el repu-
dio a los golpistas como en las discusiones sobre la continuidad o finalización de la huelga.
«Por esta razón, el delegado de la FEUU en la Mesa de la CNT, cuando se propuso levantar
la huelga general –en la reunión del miércoles, porque a la del martes no fue convocado–,
la sintió como una entrega. “El compañero de la FEUU no entiende que la lucha no se agota
en un único medio”, le dijo el presidente de la reunión, Vladimir Turiansky, al cortarle la
palabra con el alegato de que no había tiempo para fundamentaciones.
Fue así que la FEUU tuvo dos balances de la huelga. Una declaración del Comité Ejecu-
tivo, que apoyaba la conducta de la CNT y saludaba el heroísmo de la clase obrera y el
pueblo. Y una resolución del Consejo Federal, luego de un debate en asambleas, que criti-
en que los “amansados”, “automatizados”, “estupidizados”, estudiantes fruto de la Ley de Enseñanza gobernarán la
Universidad y le entregarán la llave, en acto público, al embajador de los EEUU».
228. La evidente falta de interés por investigar estos hechos hacía que los agresores actuaran con total impunidad e incluso
reiteraran sus ataques a pesar de haber cometido crímenes mortales. Uno de los ocupantes de la universidad a la que se
refiere el panfleto había participado en el asesinato del estudiante Rodríguez Muela.
229. Octavilla titulada «Nuevo crimen de las clases dominantes: asesinan por torturas a Oscar Fernández Mendieta» y escrita
por estudiantes de Medicina.
Organizaciones contrarias al régimen 275
caba a la CNT, por no haber puesto en juego toda la fuerza del movimiento sindical, y a la
propia dirección de la federación, por subordinarse a las decisiones de la central
obrera.»230
Con la consolidación de los militares en el poder, se extendió la represión a nuevos sectores de la
población. A pesar de eso los estudiantes no dejaron de publicar panfletos. La UJC, en uno de ellos,
reclamaba con grandes proclamas patrióticas:
«Solidaridad con todos los pueblos que luchan contra el imperialismo, por la democracia,
la independencia y el socialismo. Unimos nuestra lucha a la del pueblo vietnamita, cuba-
no y chileno. Llamamos a todos los jóvenes patriotas que quiera luchar por un Uruguay
mejor: libre, soberano. A integrarse a la Juventud del Partido de la Clase Obrera […]. Li-
bertad para Seregni, […] F. Díaz […]. Solidaridad con la CNT ¡Todos los estudiantes a traer
1 kilo de alimentos! La próxima semana será la “Semana de solidaridad con los dirigentes
y militantes sindicales presos y destituidos”»
Esta consigna, repetida habitualmente en aquel período, sintetiza el grado de politización que tenía
el estudiantado. Está inspirada en las lecturas de la revolución rusa, promulga una forma de orga-
nización basada en el espontaneísmo, la horizontalidad, la autonomía, la radicalidad y el rechazo
de las organizaciones tradicionales, concepción ligada a la crisis de los partidos parlamentarios en
los sesenta.
Un estudiante de UTU definía de la siguiente manera la forma de organizarse:
«En cada reunión elegimos un presidente para que dirija el debate, pero no hay secretario
general ni cosa que se le parezca. Reconozco que de esta manera se corre el peligro de
prolongar demasiado las discusiones, con las consiguientes dilatorias en materia de deci-
siones, pero las que surgen de este proceso, cuentan con mayor respaldo. Muchas veces
empleamos horas enteras en aclarar el verdadero papel de los delegados cuya actuación
es permanentemente juzgada [...] pero en compensación, evitamos la formación de un
aparato directivo que rápidamente se alejaría del estudiantado y fomentaría los personalis-
mos.»231
A partir de 1968, la actividad gremial y la organización del alumnado combativo en UTU y secun-
daria se desarrolló desde las asociaciones de estudiantes y un órgano central: la CESU, que en bas-
tantes sectores perdió hegemonía por el carácter descentralizado y federal de las movilizaciones. La
coordinación entre los alumnos de los distintos liceos respondió más a un criterio de agrupación po-
lítica o forma de entender la lucha que a la unificación gremial. Muchos alumnos de tendencias radi-
cales no se sentían representados por la CESU porque estaba bastante controlada por la UJC, cosa
que no pasaba con el sindicato coordinador universitario, FEUU, de carácter más independiente.
En el IAVA, durante 1968 y otros episodios posteriores, el comité de movilización era el poder de-
cisorio, estaba centrado en la organización de la resistencia y al igual que otros órganos nucleadores
de secundaria, y a diferencia de la FEUU que gestionaba los intereses académicos del alumnado, no
le interesaba el control del centro –dejaba esa tarea a directores y administrativos– sino «crear con-
ciencia» para el cambio social. Tenía tanta fuerza, por el ímpetu de jóvenes luchadores sociales que
230. Bracchetta, 86.
231. Bañales y Jara, 71.
276 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
se veían representados en él, que devino una verdadera estructura de contrapoder. Los otros órganos
de representación, al no politizarse cada vez representaron a menos gente y perdieron toda capaci-
dad de decisión. Su vigencia fue más nominal y formal, que real. La AEP (Asociación de Estudiantes
de Preparatorios), por ejemplo, desapareció.
Aunque hubo algunos centros de estudio en los que las formas de delegación oficial y antiguos
sindicatos de estudiantes se mantuvieron e incluso crecieron, la autonomía y espontaneidad tam-
bién se dio de forma generalizada. Bastaba que unos pocos convocaran una manifestación relámpa-
go para que se diera. «Era un mundo de militantes muy improvisados los que coordinaban todo el
asunto» declara Arocena.
El poder se ejercía día a día y lo hacían quienes más activos se mostraban, los dinamizadores en
las distintas movilizaciones y en determinadas ocasiones los asignados como delegados. Muchos de
los que empezaron a militar en mayo del 68, en el mismo mes ya eran dirigentes.
Para presentar la FEUU y la forma de organización del alumnado universitario es adecuada la ex-
plicación que ofrece Arocena:
«El movimiento sindical uruguayo desde comienzos de los sesenta sin ninguna duda está
hegemonizado por el PC, no es la única fuerza pero es la mayoritaria, [...] la definición de
la gente no comunista dentro del movimiento sindical era muy en relación con el PC. Para
bien o para mal [...] era muy claro que eran ellos los que dirigían. Eso no pasa a nivel estu-
diantil, no había tanto una definición en función de lo que hacía el PC [...]. Esa corriente,
genéricamente, primero llamada tercerista, luego independiente y después radical fue ma-
yoritaria en la FEUU (el gremio mayoritario de estudiantes universitarios) hasta por lo
menos el 71.»232
El predominio de esta corriente a la que se refiere Arocena hace posible episodios como, por
ejemplo, «condenar la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia en la República Socialista de
Checoslovaquia [...] [porque] la construcción del socialismo [...] no podrá ser jamás impuesta por el
poder de los ejércitos, sin la participación activa de la clase obrera y el pueblo en ese proceso».233
En 1968 la FEUU, a pesar de que era una institución con mucha antigüedad puesto que se creó en
1919, mostró bastante modernidad en las movilizaciones y tuvo un gran poder de convocatoria,
aunque también fue duramente criticada por el sector más radical del alumnado. El antiimperialis-
mo siempre estuvo ligado a esta agrupación y lo demostró, por ejemplo, participando en la funda-
ción de la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes, en La Habana en 1966, épo-
ca en la que además en su interior fue hegemónico el ideario socialista. En 1965 la federación de es-
tudiantes declaraba:
«En América Latina no hay progreso posible sin cambio de estructuras económicas y so-
ciales, porque no hay en toda la historia cambios de estructuras sin revolución, es decir,
sin un cambio de clases en el poder.»234
«Era muy heterogénea, –añade Arocena en referencia a la FEUU– [...]. Como la ten-
dencia radical, era muy inorgánica. A veces se daba la hegemonía del PC, votaban siempre
juntos, tenían un aparato en torno a ellos. Nosotros [la FEUU] éramos una federación pro-
piamente de la época anarquista, el órgano máximo eran las asambleas y el consejo fe-
deral. En momentos de urgencia, que a veces sobraban, el Comité de movilización tomaba
resoluciones [...]. [El cual], no tenía comité ejecutivo, su organismo de conducción era
232. Con treinta y dos delegados (dos por facultad) y un órgano de difusión: La Jornada.
233. Landinelli, 92.
234. Landinelli, 23.
Organizaciones contrarias al régimen 277
elegido para cada movilización. En el 68 éramos siete compañeros, tres comunistas y los
otros más bien de las corrientes, genéricamente, llamadas, radicales.»
Este testimonio añade que en 1969, en la FEUU aun se mantenía el leve predominio de la ten-
dencia radical, que la participación estudiantil de universitarios descendió enormemente y que pasó
a ser mucho más importante en el ámbito de secundaria y que en 1971, con la creación del FA, se
dio la alianza PC-PS y la partidización. Concepto que hace referencia a la mayor implicación e inte-
gración de los luchadores sociales en los partidos y, en algunos usos también, en las organizaciones
políticas. Es decir, el proceso contrario al sinpartidismo.235 En este año gran parte del sector estu-
diantil más radical se centralizó a través del 26 de Marzo, que controlaba buena parte de los cen-
tros, tanto de secundaria como universitarios, y se transformó, de alguna manera, en las juventudes
de esa fuerza política, por lo que perdió su anterior autonomía.
Las agrupaciones formadas en secundaria durante este período fueron, entre otras el FER, la ROE,
las Brigadas Socialistas y los Grupos Estudiantes Unificadores (GEU). Las cuales se coordinaban,
respectivamente, con sus homólogos universitarios: la intergrupacional, la ROE, las Brigadas Uni-
versitarias Socialistas y el Sector Universitario de los GAU. Las coordinaciones se aplicaban tanto
para movilizaciones propias del estudiantado, como para la solidaridad con trabajadores en con-
flicto, siguiendo las orientaciones de cada grupo. Por su parte los tupamaros también tenían algunas
agrupaciones, como el Grupo Área de Arquitectura, en las que ejercían una gran influencia o con las
que estaban directamente vinculados.236
Con respecto a la visión que tenían los alumnos de secundaria más radicales con respecto a los
universitarios de la federación de estudiantes, Horacio Tejera asegura que:
«Los del IAVA pensaban que como estaban cerca de recibirse, la burguesía los iba a com-
prar y por lo tanto ya estaban apuntando sus vidas a ser los técnicos del patrón [...].
Menos la FEUU de Bellas Artes que acompañaba a secundaria, la FEUU o trataba de con-
tener los ánimos o desaparecía.» 237
Hacia 1970 la lucha universitaria había decrecido. Por ello, algunos estudiantes de secundaria
que estaban en su máximo momento combativo, miraban con recelo a los universitarios y su órgano
federativo. «La sensación entre los estudiantes del IAVA –declara Arocena– era que la FEUU se había
aburguesado, se había retraído».
«[A pesar del] perfeccionamiento de los métodos represivos, el baleo a mansalva, la pro-
testa estudiantil no logró ser acallada registrándose como justa respuesta las acciones
más violentas de los últimos tiempos. Sin embargo este nivel fue decayendo debido, en
primer lugar, a interminables convenciones en las que a la línea combativa se oponía
otra que aparentemente apoyaba medidas de agitación y propaganda, pero trataba in-
tencionalmente [parar] la acción prolongando las discusiones; [...] y, finalmente, por los
reitereados encuentros y desencuentros de militantes en puntos prefijados para concen-
traciones que después se anulaban [...]. La dirección de la FEUU se vio obligada a oír
como la masa militante gritaba: “Militancia sí, burocracia no”. Como ocurre hace mucho
tiempo, la dirigencia federal se perdió en discusiones y careció del más mínimo es-
quema organizativo para orientar esta nueva movilización.»239
La FEUU, para explicar su moderación, decía que había que preservar la autonomía universitaria
porque peligraría si se hacían determinadas acciones. Otro factor, que de alguna manera moderó las
movilizaciones, fue el cogobierno que ejercían en cada facultad junto a profesores y funcionarios de
la enseñanza. En secundaria, como no había esa preocupación, se sobrepasó todo aparato formal
«burocrático». En cambio los universitarios se sentían más responsables porque de alguna manera
también eran los encargados del control y la gestión de las facultades.
Además, hay que tener en cuenta, sin descartar que alguno sí pudo «aburguesarse», que los uni-
versitarios más radicales aunque seguían cursando, en la medida de lo posible, sus estudios aban-
donaron la militancia estudiantil y empezaron a comprometerse con los grupos armados u otros
grupos ilegales.
La rivalidad política más grande no era entre IAVA-FEUU o secundaria-universidad sino, como en
todo este período, entre PC –o más concretamente entre el sector universitario de la UJC (las juven-
tudes de ese partido) o la FEUU (en la medida que esta era copada por él)– y la tendencia combativa
que en el ámbito estudiantil se denominó también, «radicales», «independientes» o «línea dura».240
Esta tendencia que atacaba al freno negociador, no tenía una gran preocupación por las definiciones
238. Varela, 63.
239. Bañales y Jara, 86.
240. «En la lucha estudiantil había dos sectores –afirma Pedro Montero– los comunistas y católicos que iban juntos y los radi-
cales. Estos últimos eran extraparlamentarios: trosquistas, maoístas...». Según Bravio en el centro de estudio José
Predo Varela, tras quince días ocupando, en los que los obreros de enfrente les llevaban comida y prestaban el telé-
fono–, «los bolches y los fachos votan juntos para desocupar».
En el volante de la UJC titulado: «Compañero estudiante ¿Qué eres?» se preguntaba: «Un sectario, incapaz de com-
prender el papel del gremio. “Crítico implacable” pero que poco aporta a la tarea, a la militancia, que prefiere un gremio
derruido para asegurar su mezquina existencia a participar junto a todos en la tarea imprescindible de poner en combate
al estudiantado. Un frenteamplista, combatiente por la unidad del pueblo como su principal herramienta para la revolu-
ción. Que dedica todas sus fuerzas a combatir al enemigo principal: la oligarquía.
O un divisionista empedernido, preocupado más por la pequeña y miserable riña que por la tarea suprema de la libera-
ción. Un rebelde [...] que desecha el anticomunismo de derecha o de “izquierda”. O un frustrado disconforme que no
puede romper con sus limitaciones pequeños burguesas, que parlotea protestas contra todo, pero que no lucha. O
Organizaciones contrarias al régimen 279
ideológicas precisas, consideraba imprescindible la unidad con la clase obrera para la extensión de
la lucha y a grandes rasgos estaba a favor del socialismo pero en contra de la burocracia de Europa
Oriental y la izquierda clásica.
Al igual que los tupamaros muchos estudiantes, sobre todo de esta ala radical, se veían a sí mis-
mos como el foco desde el cual se impulsaría el movimiento revolucionario y veían en su actuación
«la chispa que enciende la pradera».
El PC, por su parte, al entender que no estaban dadas las condiciones para la revolución pensaba
que reclamarla a través de consignas o acciones violentas era aventurerismo. Por eso defendía per-
manentemente la negociación, hasta que «la mayoría de la población adquiriera la conciencia nece-
saria».
Como crítica a los llamados estudiantes radicales, la visión que consideraba necesario el accio-
nar violento y la política del MLN con respecto al estudiantado Landinelli manifestó:
«Es evidente que una zona relevante del movimiento estudiantil universitario, se conside-
raba a sí misma como adalid de la lucha popular y esa convicción la expresaba con elo-
cuencia, tratando de ubicarse como centro de gravedad de la protesta social. De ese es-
quema teórico surgió una lógica política que atribuía a la capacidad de estremecer a la po-
blación con acciones agitativas una cualidad de “crear conciencia”. En consecuencia todo
intento de moderar las confrontaciones con las fuerzas represivas, en atención a razones
tácticas, era tipificado como un “freno burocrático” a la energía transformadora de los mili-
tantes. Los razonamientos de este tipo se entroncaron casi naturalmente con la tentación
de ver un inminente panorama revolucionario, al que solamente le hacía falta la existencia
de una forma de voluntad capaz de fomentar y agudizar el nivel de los enfrentamientos so-
ciales. Quienes participaban de estas convicciones se sentían artífices de una historia es-
pectacular, en la cual los estudiantes radicalizados eran según sus propios ojos los prota-
gonistas centrales de la lucha de clases.» 241
La divergencia más grande entre radicales y moderados, léase UJC u otros, era sobre todo en
cuanto a métodos. «Discrepamos en torno a los procedimientos, pero esa discrepancia ha llegado a
ser tan profunda, que casi podemos considerar a los comunistas como verdaderos reaccionarios, en
lo que hace a las consecuencias de su actitud».242
Como explicó Landinelli, de forma crítica, los radicales buscaban altercados con las fuerzas del
orden deliberadamente porque decían que:243
«[El] enfrentamiento con la policía sirve entonces, para mostrar al desnudo la verdadera
naturaleza de un régimen que, normalmente, recurre a métodos de control más discretos.
La dificultad para llegar racionalmente a un rechazo de la sociedad [...] se elimina por la
vía de una experiencia vital intensa que pretende demostrar [...] lo que las palabras no lo-
quiere enseñarle a la clase obrera en vez de aprender de sus tradiciones y su organización revolucionaria y paga tributo
sistemático al anticomunismo.
Y cree que con cuatro o cinco consignas alcanza para librarse de la “engorrosa” responsabilidad de una ideología revolu-
cionaria?
Definete, cada uno en su trinchera, y si eres un revolucionario, da un largo paso al frente. ¡A la vanguardia! Afiliate y
lucha en la UJC. 17 años de lucha – agosto de 1955 – agosto de 1972»
241. Landinelli, 97.
242. Bañales y Jara, 81. Los autodenominados radicales reconocían lo siguiente «somos una minoría –estadísticamente ha-
blando—[pero añadían] y el hecho carece de importancia fundamental para nosotros» Bañales y Jara, 80.
243. Un panfleto del FER decía en un punto titulado: «Métodos de lucha»: «Es fundamental incorporar la violencia en nues-
tras movilizaciones, como único método que ante el avance represivo puede efectivamente contrarrestarlo y como forma
de que las masas se vayan procesando en la experiencia misma del combate». Archivo del autor.
280 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
gran probar: la indudable presencia opresiva del sistema. La acción sustituye a la palabra;
el diálogo es traición.»244
Hasta cierto punto era normal que vieran las cosas de esta manera, porque al pensar que el cam-
bio social sólo se podía dar tras una insurrección popular y violenta, veían en esos actos experimen-
taciones de la misma, una gimnasia revolucionaria, y avances hacia ella. Era preciso despertar de la
siesta a todos los uruguayos –a quienes los radicales consideraban, al menos a una buena parte de
ellos, individualistas y temerosos del cambio– y pensaban que el despertador bien podía ser un
cóctel molotov reventando contra una tanqueta policial.
Siguiendo con esta vigorosa polémica, se ofrece una explicación de León Lev, por aquel entonces,
dirigente de la UJC, en la que critica ciertas actitudes de los radicales, o tendencia combativa, por
politicistas y divisionistas; y a algunas agrupaciones que, según él y probablemente refiriéndose al
MLN, usaban la militancia que había en el ámbito estudiantil como mera cantera de cuadros:
«Para nosotros los sindicatos como los gremios estudiantiles representaban al conjunto de
los trabajadores y los estudiantes y no debían expresar tendencias. No concebíamos las
estructuras gremiales estructuras de agrupamiento político. Podía primar ciertos sectores,
como nosotros tuvimos cierta primacía. [Rechazábamos] todo intento de restringir y estre-
char. Para algunos el movimiento estudiantil era una forma de reclutamiento, para noso-
tros era un aliado natural estratégico de la clase obrera. Siendo aliado estratégico obtenía-
mos una base social, para nuestro partido pero no lo concebíamos como la cantera, no era
una herramienta del partido [...]. Por supuesto cometimos errores, de sectarismo, era en
medio de la lucha. Una situación compleja.»
Para concluir este apartado sirve el testimonio, a modo de balance y reflexión, de Horacio Tejera,
ex militante de la tendencia combativa, pero que rescata alguna de las críticas hechas por la FEUU a
esa corriente. Más que por este aspecto, se eligió esta cita porque demuestra que ni entonces ni
ahora hay acuerdo sobre la función social y las formas de lucha del estudiantado combativo y per-
siste la dificultad de relacionar los objetivos inmediatos con los históricos y a largo plazo.
«En el 68 la lucha empezó por la reivindicación por el boleto, que era una cosa que mucha
gente podía sentir. Hasta ahí vamos bien. Después siguió por otras cosas. La lucha en
Vietnam, la muerte del Che en Bolivia, que había sido un año atrás, siguió por la autono-
mía universitaria que había sido violada cuando la lucha por el boleto, siguió por la solida-
ridad obrera estudiantil, siguió, siguió y siguió y siempre había algún motivo. Me pongo en
el caso de lo que sentían mis tías y la gente del barrio, “estos siempre están buscando al-
gún motivo para armar relajo”. No simpatizo con la visión de la gente en ese momento,
pero a esta altura la entiendo un poco. Vos no podés hacer una escalada que no tenga nin-
gún límite. Por que si la gente se empieza a dar cuenta que el que comienza la escalada
sos vos, que vos querés presentarte como víctima, que te la estás buscando y cuando con-
seguís un mártir, empezás a dar manija y parece que estás deseando conseguir otro, ya te
empiezan a dar poca bola. Vos pensá en lo que fue la manifestación de Líber Arce y la de
los otros. Cada vez te daban menos bola. Si hubiera habido elecciones al otro día de la
muerte de Líber Arce, sin duda hubiera ganado la izquierda, pero después hubo muchos
muertos, que a veces eran como buscados. Vos no podías parar pero la gente sabía que
vos no querías parar. No le quiero sacar responsabilidad a los milicos, sabés que no estoy
ni a favor del gobierno ni de los milicos, o sea que te puedo hablar con un poco de libertad.
Pero cuando vos entrás en una escalada a la que no le querés poner límites, porque pen-
sás cuanto más dura sea la lucha, más te va a beneficiar, porque partís de que la radicali-
244. Varela, 63.
Organizaciones contrarias al régimen 281
zación es lo que necesitas para que amplios sectores [se rebelen]: Mirá lo que pasó, a Pa-
checo lo votó gente que nunca lo hubiera votado [...]. Después de lo de acá empecé a du-
dar de todo, la toma del Palacio de Invierno, habrá sido el pueblo ruso o habrá sido cuatro
energúmenos.»
Como dijo el ministro, algunos de los estudiantes luchaban conscientemente y de forma decidida
contra el régimen y por la revolución social, pero se debe tener en cuenta que muchos otros, en su
práctica y más allá de sus consignas formales, también lo hicieron.
Los análisis que se presentan a continuación y explican las razones de aquella rebelión, en ciertos
aspectos se podría afirmar que, por no considerar el dinamismo real del movimiento, tienen la limi-
tación de quedarse en lo formal. Sin embargo son interesantes por su originalidad y acertado análi-
sis de otros aspectos de aquel convulsionado pasado.
«Lo que ya teníamos: autonomía universitaria, los estudiantes al gobierno de la universi-
dad. Y por otro lado la revolución –es la respuesta de Lucce Fabbri ante la pregunta ¿qué
reclamaba el estudiantado?–. Pero no había nada estructurado para alcanzarla. Fue un
movimiento revolucionario de las ideas. No había una preparación cultural para un cam-
bio de estructuras, señaló esporádicamente la autogestión, pero no fue un movimiento au-
togestionario, […] [terminaron] subordinándose al cauce principal, a la estrategia de la iz-
quierda institucionalizada, y en eso consistió la frustración de ese movimiento, que empe-
zó como ruptura y terminó institucionalizado.»
«El movimiento estudiantil en el que yo milité a fines de los cincuenta -recordaba Alfre-
do Errandonea- era de izquierda, pero estaba en cierta tensión con la izquierda institucio-
nal; a fines de los sesenta ya se había operado un crecimiento importante del PC y la FEUU
oficial, formal, ya estaba masivamente integrada a la izquierda. Todo ese movimiento de-
semboca en la formación del Frente [Amplio] y en el esplendor de los tupamaros. Cuando
se llega al 68, aquí se tiene un movimiento popular muy institucionalizado alrededor de la
izquierda tradicional.»247
«La insurgencia estudiantil si bien fue similar en todas partes, en cuanto a métodos de
lucha se refiere, no podemos decir que sucedió lo mismo en el plano ideológico
–afirmaba una publicación combativa en 1998 que hacía un balance de aquellas movili-
zaciones–. En Europa, en general, el movimiento estudiantil adquiere un carácter más cla-
245. Los tupamaros en sus estudios de la época, referidos a la radicalización de las masas, también hablaban de trescientos
estudiantes militantes, «independientes y anarquistas», decididos y altamente combativos.
246. Landinelli, 72.
247. www.brecha.com.uy/separatas/1968(1)/6sep68.html. Aunque pueda desembocar en la izquierda institucionalizada,
durante el período 1971-1973, es falso que en 1968 ya lo estuviera. Como se ha explicado y como recuerda Demasi, al
menos la movilización de secundaria se caracterizó por «el rechazo a las estructuras orgánicas, no tenía dirigentes pú-
blicos y se movía por asambleas. Al punto que Marcha decía de él que, al analizarlo, se sentía una especie de vértigo».
282 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ramente libertario. En Francia, Italia, Portugal y España –por ejemplo–, las tendencias
anarquistas se traducían claramente en las reivindicaciones globales y las consignas del
estudiantado. En Latinoamérica y Asia, si bien el movimiento libertario incidió decisiva-
mente en la lucha, los cuestionamientos permitían reconocer el peso de la influencia del
marxismo y el maoísmo. En EEUU, mayormente, la protesta adquirió un tono pacifista, de
confusos rasgos socialistas, influenciados por la lucha antisegregacionista de los negros y
la “explosión cultural”.»248
En alguna medida, si uno se queda con las banderas más generalizadas de las movilizaciones,
las razones por las que se decía luchar –la subida del boleto, la disminución del presupuesto para
enseñanza...– no son de una importancia trascendental. Son importantes, pero no, la causa real
para que un joven arriesgue su integridad física, le tire un cascote a un policía y «sacrifique» horas y
horas de su cotidianeidad en tareas militantes.249 Se jugaban, en cambio, temas fundamentales que
tenían más que ver con el sentido de la vida; con la obligación moral por hacer algo por un país que
se desvanecía; por un compromiso social; por el sueño y la necesidad de transformar el mundo; por
la solidaridad con los compañeros en lucha e incluso porque estaba de moda y, en según qué círcu-
los, se quedaba mal si uno no hacía nada mínimamente combativo.
Aunque en algún caso sí se dieron, por lo general no hubieron críticas al sistema educativo como
lugar de domesticación cotidiana. A lo sumo se decía que la universidad, y la educación en general,
era un centro de formación de cuadros del sistema, futuros gestores y por lo tanto rechazada en esta
medida.250 En cambio, para muchos estudiantes de Italia y Francia no era sólo eso, era un aparato
represivo disfrazado de aprendizaje, un lugar de administración de muerte cotidiana, donde se pa-
decían los mismos efectos que en el resto de la sociedad: competitividad, rendimiento y obediencia.
Por lo que el enemigo era tanto el estado como todos aquellos que le servían en sus tareas, muchos
profesores y casi todos los jerarcas de los centros de estudio. En Uruguay, además de alguna diferen-
cia con respecto a esta visión de las cosas,251 lo que pasó es que las autoridades de secundaria y uni-
versidad muchas veces se implicaron en la defensa de la autonomía y, en algún caso, de la rebelión
estudiantil.252 En ocasiones la rechazaban y no dudaban en cerrar las puertas de las facultades
cuando los alumnos salían a manifestarse para que no volvieran a refugiarse en ellas y evitar las
248. Del artículo «El ‘68, treinta años después. Acumulen rabia» Barricada, 1998. 6.
249. Algo parecido opinaban dos periodistas tras entrevistar a jóvenes movilizados en 1968: «En el otoño pasado, alguno de
ellos creyeron que había llegado el momento de anular esa turbia perspectiva y consideraron que la manera de iniciar la
anulación, era saliendo a pelear con la policía. Detrás de cada gasero de la Metropolitana, de cada vidriera apedreada,
estos jóvenes vieron a sus padres, a sus dirigentes gremiales, a los líderes políticos, a todos los que de una forma u otra,
consideraron sus opresores». Bañales y Jara, 65.
250. «Los contadores que estudian y proponen fórmulas para devaluar, los abogados que elaboran leyes antipopulares, los
profesionales que desde el Poder Ejecutivo, los Entes Autónomos, el Parlamento y las empresas apuntalan al actual ré-
gimen, son egresados de la Universidad. Dentro de ellos, muchos han sido militantes o dirigentes estudiantiles y fueron
luego los peores enemigos de las causas populares» decía un texto de balance y perspectivas titulado «Nuestros criterios
sobre la movilización» escrito por estudiantes de Medicina. Y seguía proclamando, de forma muy radical, la transforma-
ción universitaria: «Si el árbol se conoce por sus frutos, la universidad es y sigue siendo una fábrica de “entendidos”, de
futuros policías profesionales que sostienen la opresión del capitalismo. Sólo el impulso de los compañeros obreros que
sienten al profesional como un explotador más, al servicio del régimen que nos oprime, nos permitirá transformar esta
universidad profesionalista en popular.» Bañales y Jara, 96. Este último fragmento también recuerda uno de los as-
pectos más destacados de la resistencia estudiantil: la unidad con los obreros en lucha.
251. En general, en toda América Latina, los luchadores sociales no peleaban para abolir, junto a la propiedad y las clases
sociales, las escuelas, por considerarlas centros de adoctrinamiento de la burguesía. Todo lo contrario, lo hacían para
que cada niño fuera a la escuela, con zapatos, cuadernos y habiendo tomado un vaso de leche.
252. Roberto asegura que «la dirigencia de la Universidad, como el propio Maggiolo, otorgaba becas para subsistir a gente
como él que su profesión no era estudiar sino militar».
Organizaciones contrarias al régimen 283
constantes críticas gubernamentales por permitir el desorden producido desde los centros de estu-
dio.253 A pesar de éstas actitudes los estudiantes muy pocas veces se enfrentaron a estas autorida-
des e incluso se movilizaron contra la solicitud del gobierno por destituirlas.
Otra diferencia del proceso uruguayo con el europeo es que en Uruguay, seguramente debido a la
fuerte carga liberal de los padres, no hubo por parte de los jóvenes una crítica fuerte a la familia.254
Varela aporta una hipótesis interesante, que explica por qué en Francia o EEUU sí se dio esa ruptura,
recuérdese la cantidad de jóvenes – hippies o no– que se iban «prematuramente» y con grandes dis-
cusiones de casa de los padres. O lo que gustó, en esos lugares, obras como las de David Cooper, La
muerte de la familia o las citas de Marx y Engels contra esta institución.
«En cambio no hubo una crisis de la institución familiar propiamente dicha y ello se expli-
ca probablemente por la misma situación económica y política. Las sociedades que han
sufrido recientemente una crisis de su modelo de organización familiar se caracterizan por
tener economías sólidas y sistemas políticos estables. En Uruguay, la restricción del mer-
cado de trabajo más la mutación del estado benefactor en un estado represivo, reforzó el
papel del núcleo familiar como protector, financiador e integrador del individuo, especial-
mente de los jóvenes. Aunque la protesta exteriorizara, como hemos señalado, una crítica
de la sociedad que iba más allá de la política, la lucha se concentró en torno al estado y al
sistema político.»255
Aunque, a nivel masivo, no se dio ruptura entre padres e hijos, sí hubo varias expresiones ten-
dientes a generar ruptura, no familiar, pero si generacional; «en realidad, pienso que el verdadero
motivo de la inquietud estudiantil es la lucha contra un estado de cosas implantado por nuestros pa-
dres y las generaciones precedentes» decía una estudiante que ocupaba un liceo en 1968.256
«En el año setenta estuve recorriendo las clases del IAVA con gente del FER, explicando a
los nuevos la situación: que en cualquier momento el IAVA iba a ser clausurado. Y yo decía
una cosa más o menos así: “Aquí no se viene a estudiar, se viene a hacer la revolución, el
que se sienta preocupado por el inminente cierre del IAVA que se anoté en otro lado”. A ese
yo lo recuerdo con mucho cariño, pero en realidad, sumá muchos de esos y podés obtener
desde un fracaso, como el que tuvimos, como hasta una Camboya. No te digo que todo el
mundo fuera tan fanática como lo fui yo, pero en general sí.»
Como se observa en este apartado, y otros, algunas de las discordancias grupales se produjeron
por problemas personales; otras, en cambio, por diferencias políticas, sobre todo en lo que tuvo que
ver con los métodos de lucha. Arocena manifiesta que las principales divisiones se dieron por moti-
vos metodológicos, sobre el carácter radical o no de la forma de participación política. Y Huidobro
apunta que «si bien había una coincidencia general de carácter estratégico de las mismas fuerzas
sociales y políticas, en cuanto a la situación del país y posibles soluciones, hubo una gran fragmen-
tación táctica. Ese fue uno de los problemas que hubo».
Las diferencias metodológicas podían darse por la preferencia de la denominada lucha de masas
frente a la guerrillera;257 o por la adopción de la actividad electoral y no de la acción directa. Por lo
tanto eran visiones muy enfrentadas de ver la política. Por eso, algunos, reivindicaron las discusio-
nes teóricas, aún a riesgo de reducir el número de combatientes para una misma causa ante lo que
consideraban discursos que defendían una estéril unidad y las manidas frases del tipo «las palabras
nos separan, los hechos nos unen» o «el pueblo unido jamás será vencido». En este sentido Gerardo
Gatti escribió:
«No es bueno caer en una impostura de moda en algunos círculos, [...] discutir diciendo
que no hay que discutir. Hemos conocido especies de decretos de extinción de la polémica
ideológica dentro de la izquierda. La pelea a nivel de lucha de masas, de clase, implica si-
multáneamente y a partir de ella, la lucha ideológica. Tenemos la experiencia a través de
estos años. No hay una sola concepción a nivel de lucha de masas. Hay varias, o dos por
lo menos. Es legítima, necesaria e imprescindible la discusión. Tarea que han hecho
siempre y en todas partes los militantes y los movimientos revolucionarios. No una discu-
sión “ideologicista”, no una discusión inútil, a partir de si fulano dijo o mengano dejó de
hacer, si tal página o tal texto y tal cita, sino una discusión a partir de qué política es la
justa, de cuál hace avanzar y cuál retroceder, cuál ayuda al enemigo y cuál a la revolución.
Por eso, simultáneamente a la pelea contra el enemigo principal, a la lucha en todos los
niveles contra el enemigo de clase, hay que dar la batalla ideológica contra el reformismo
que actúa dentro del movimiento de masas.
Porque el reformismo ayuda a enfriar el partido, ayuda a retrasar las condiciones, ayuda
a que el enemigo tenga más campo para jugar, ayuda a confundir, trata de dividir a los que
luchan e intentan aislarlos: Nada por lo tanto de ningún “anti”. Y nada tampoco de querer
corrernos con el poncho de las unidades, cuando lo que se hace son divisiones.» 258
257. «Los que hacen hincapié fundamental en el frente de masas sostienen que realizar puramente acciones militares consti-
tuye “foquismo”, porque no desarrolla la experiencia en las masas y éstas siguen siendo ajenas a esas acciones, por más
heroicas que sean. El proceso así no avanzaría porque el pueblo no es protagonista sino mero espectador. Los que en
cambio, ponen todo su énfasis en el frente militar, afirman que lo primero es desarrollar la lucha armada, porque si no,
se cae en el reformismo y en el archiconocido pacifismo [...]. No debe existir una unidad sin lucha armada, ni una lucha
armada sin unidad [...]. Es oportunista la creación y desarrollo de una organización exclusivamente política, así como
aventurero cuando se hace exclusivamente militar. Sin embargo, en la primera etapa es generalmente inevitable que
debe concederse prioridad absoluta a su desarrollo militar.» Documento de las FARO. Texto nº 1. Archivo del autor.
258. Texto citado en el periódico Comapañero. Archivo del autor.
Organizaciones contrarias al régimen 285
Otros militantes pensaban que no se debían producir fragmentaciones por más desacuerdos que
hubiesen, en las plataformas unitarias y coordinadoras sindicales.
«El movimiento sindical uruguayo es más unido que muchos otros –declara Rodrigo Aro-
cena–. Y ha sido siempre, para la izquierda uruguaya, una especie de valor a preservar de
cualquier manera. La unidad del movimiento sindical, del movimiento estudiantil, a nadie
se le ocurría que se pudiera partir en el grupo comunista y el grupo no comunista. Eso no
pasaba. Se perdía, se ganaba, se agarraban a las trompadas, todo lo que fuera, pero no se
dividía. Costó muchos años la unidad sindical, muchísimos.»
«Para el PC el tema medular era la unidad del pueblo –declara León Lev [...]. No éramos
partidiarios de llevar la lucha de ideas a la polarización y las rupturas.» 259
Hubo errores entre nosotros –se lamenta René Pena–. ¿Por qué, en cambio de pelearnos
entre nosotros...? ¡Juntos podríamos haber hecho algo bueno!
–Por ejemplo…
–Tener cosas claras entre la gente que quiere cambiar el mundo. Empezamos a agrupar
aquí y allí y a formar grupúsculos que no llevaban a nada.»
Los primeros enfrentamientos directos de más resonancia fueron los protagonizados por el MUSP
y el PC, ya fuera porque los primeros iban a romper un acto de los segundos o porque ambos grupos
se encontraban –con posiciones y tácticas diferentes– en los actos del 1º de mayo.
«Ese mismo día, tal vez a la misma hora, los afiliados al Partido Comunista propinaban
una descomunal paliza a los del MUSP, quienes, en neta inferioridad numérica y según sus
propias declaraciones posteriores, prefirieron organizar un “repliegue táctico” desde la ma-
nifestación del 1º de mayo a las calles aledañas. También terciaron en la gresca los tros-
quistas y los anarquistas. La prensa de izquierda estuvo, durante semanas, ocupada en
comentar y discutir no sólo los incidentes, sino las densas declaraciones al respecto que
cada quien sacó. Ante la indiferencia generalizada y de la derecha, ese era el espectáculo
que se brindaba. Hasta la misma policía admiró y disfrutó, tranquilamente, la garrotea-
dura ideológica del 1º de Mayo.»260
Huidobro responde a la parte del cuestionario que trata los motivos y las características de los an-
tagonismos entre los luchadores sociales. Señala los períodos en que este fenómeno se acrecienta y
afirma que las contradicciones se dieron más entre las bases de las agrupaciones que entre las
direcciones de las mismas.
«La lucha ideológica y estratégica se dio en todos los revolucionarios del mundo. Detrás
de cada consigna hay una estrategia. No es cuestión de ser soretes. Yo tengo grandes
amigos comunistas. No eran malos por malos. Tenían una concepción estratégica dife-
rente. Discrepaban con nosotros, pensaban que la habíamos cagado, que nos está-
bamos adelantando a los acontecimientos. Y otros compañeros opinaban lo contrario y
había compañeros más radicales que el MLN, todavía. Había de todo, un zoológico. En
esos momentos de ebullición, de lucha de clases hay de todo. Hasta los locos sueltos
259. Turiansky, en cambio, en la actualidad, se arrepiente de no haber agudizado más el debate ideológico contra los tupa-
maros y otras fuerzas radicales. Y explica que si no llevaron esa crítica más lejos se debió a la coincidencia con ciertos
objetivos finales del MLN y por los ataques del gobierno a esa organización. «En tales condiciones, era difícil profundizar
el debate político e ideológico con los tupamaros, sin caer en el riesgo de hacer el juego a la rosca en el poder. A pesar de
todo esto, pienso hoy que hizo falta que los comunistas no escatimáramos nuestra visión del proceso político y nuestra
valoración de la estrategia tupamara, pues una buena parte de la combativa juventud de aquellos años, influenciada por
la espectacularidad de las acciones de los tupamaros, vieron en ellos la única salida, ignorando muchas veces que pu-
dieran haber otras, o rechazándolas incluso, porque vacilamos en llegar a ellos con la claridad y energía que hubiera
sido necesario. Y si creíamos que teníamos razón, como yo lo sigo creyendo, debimos haberío hecho». Turiansky, 105.
260. Huidobro, Tomo III, 1994, 122.
286 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
que proponen poner un hombre en la luna, y vos tenés que bancar todo eso. Es el pueblo
discutiendo. En los comités de base hay de todo, el que propone comprar mucha dina-
mita y volar todo y las grandes organizaciones MLN, PS y PC que llevaban sus consignas.
Eso es pluralismo, lo acepto. Hay momentos justamente en que no. Que hay unani-
midad. En que el enemigo está tan claro. La tarea es tan clara. Que todo el mundo ni dis-
cute, sale derecho a hacer lo que hay que hacer. Pero hay momento que hay debate de
cómo posicionarse.
–¿Y con los otros grupos cómo se llevaban, con los del Acuerdo Época por ejemplo?
–Teníamos muy buena relación. Nosotros teníamos buena relación con todo el mundo
de la izquierda. Fraternales. Y de colaboración mutua en todo lo que podíamos. Este otro
tipo de lucha que te estoy diciendo se daba a nivel de comité de base, pero la relación de
organización a organización fue fraternal. Aparte había una persecución de la derecha. El
fascismo no discrimina mucho.»
A pesar de que las contradicciones más profundas se daban entre los adherentes al PC y sus opo-
sitores, también hubo otras, más moderadas, entre otros grupos. Algunos de los problemas se pro-
dujeron, justamente, al intentar coordinarse y planear acciones conjuntas. Según el testimonio de
Mario Rossi, los distanciamientos entre militantes del MRO y el MLN se iniciaron por la resolución de
los primeros de formar parte del FIDEL junto al PC, en 1962; por la decisión del MRO de no entregar
fusiles para la ocupación cañera de las tierras de Silva y Rosas y por haber descompartimentado este
plan con la dirigencia del FIDEL. Continuaron porque el MLN evaluó como insuficiente la disposición
del MRO de sacar del país a los tupamaros requeridos tras el golpe de diciembre de 1966, pues lo
que pidió fue en territorio nacional. Según M. Rossi eso no fue posible debido a la falta de condicio-
nes e infraestructura. Con la intensificación de la polarización de la lucha de clases y de la represión,
se dejaron de lado las contradicciones pasadas y, en varias ocasiones, se produjeron alianzas tácti-
cas –discusiones y acciones comunes–. Pero en 1971 se volvieron a distanciar.
«La discusión política dentro del penal no prosperó debido a diferencias ideológicas estra-
tégicas y a una acusación denominada “cagarandum” contra A. Collazo, que A. Collazo
hizo los descargos correspondientes. Fuera del penal, algunos militantes, la mayoría que
participaban en las acciones, se pasaron al MLN, pero la discusión política tampoco per-
mitió la integración.»261
Aunque muchos militantes, a lo largo de los años, cambiaron de agrupación política, cuando es-
taban en una, la defendían a ultranza. Muchas veces, y como forma de reafirmar que se había elegi-
do la buena, se criticaban las otras. Casi siempre desde el desconocimiento y el esquematismo.
«Los anarquistas éramos algo así como débiles mentales simpáticos. Combativos, buenos tipos,
pero que no entendíamos», señala Tejera.
A veces, para realizar las valoraciones de las otras organizaciones, se utilizaba un «radicalóme-
tro». Consistía en situar a su colectivo de militancia como lo más revolucionario, a las fuerzas reac-
cionarias como las más conservadoras y a todas las demás en el medio, más o menos cerca de los
dos extremos.
«Nadie que estaba en la tendencia consideraba al MAPU como compañero sino todo lo
contrario: “Teja traidora” –manifiesta Juan Nigro–. En general estaban todavía a la derecha
del PC. Hubo más gente interesante en la juventud de la democracia cristiana, en la medi-
da que iba rompiendo, que en el MAPU.»
261. «El tema del marxismo-leninismo y las concepciones de partido, añade Rossi, jalonaron fracciones, microfracciones y
desprendimientos a lo largo de la historia del MLN, sin embargo el tema del marxismo-leninismo y las concepciones par-
tidistas han avalado nuestra existencia.»
Organizaciones contrarias al régimen 287
La crítica política seria, con el tiempo y en ambientes de amistad, podía desembocar o mezclarse
con la burla.
«Para nosotros, el GAU era de lo peor –recuerda Juan Nigro–.Tanto es así que cuando em-
pezamos a tener bebes, nos reíamos ante la sorpresa de que los primeros sonidos de un
bebe pudieran asemejarse tanto al sonido “agu”. Los AGU, el sector estudiantil de los GAU,
para nosotros eran los rompehuelgas.»
Los militantes de cada una de las agrupaciones recibían una denominación irónica sobre su in-
fluencia ideológica («chinos»; «bolches») y una caracterización sarcástica («fierreros»; «tirabombas»;
«pequebús»).
Las antagónicas discusiones entre los diversos colectivos de resistencia se podían producir en
medio de reuniones abiertas, con vecinos del barrio o trabajadores de una fábrica cercana, quienes,
en muchas ocasiones, se decepcionaban al presenciar las trifulcas verbales.
Irene recuerda una contradicción con los militantes del MIR en el marco de una asamblea por una
huelga municipal en el interior.
«No opiné, y uno que era chino [maoísta] dice:
–¿Y la compañera, no va a tirar bomba?
Lo miro y le digo:
–¿Y vos de dónde me conocés, que me estás insultando?
–Bueno, tenemos datos tuyos.
–¿Ustedes son policías o qué?, que ya saben quien soy.
Tuve una fuerte discusión, porque los chinos con los anarcos eran bravísimos.
Más tarde hablé con un compañero y le dije que les dijera a los chinos que pararan la
mano, que había fachos en ese departamento y a mí me habían puesto una bomba, que la
cana desarticuló, donde me estaba quedando. No todos los chinos eran así, sería algún
imbécil como hay en cualquier organización que se tira de conocer gente y te corta la cara
en público. Estupideces de chiquilín, que está militando y se cree el Che Guevara cuando
los peligros eran tan grandes.»
Roberto cuenta que en una asamblea «un pedazo de chino de metro ochenta, dijo: “Compañeros
tenemos que detener los conflictos internos en la universidad y discutir pacíficamente”, y cuando
dijo “pacíficamente” se le cayó un hierro al suelo». Por su parte Rafael Cárdenas dice que lo que le
alejó de las tendencias anarquistas fue que uno de sus congresos acabó a los tiros, y Nora asegura
que un militante sindical de la CNT le dijo que a veces estaban en la seccional del PC y que venían los
chiquitos llorando porque los del FER del IAVA les habían pegado.
«Lo más grave de la izquierda uruguaya –afirma Nora– fue que, en vez de ganar gente de
los grupos de derecha o de las juventudes del Partido Colorado, iba a otras organizaciones,
creando fracciones. Pienso que parte de nuestro trabajo político tendría que haber sido en-
trar en el Partido Blanco y captar gente pero lo hacíamos dentro de la izquierda porque te-
nían el mismo sustrato ideológico.»
desprestigiar a los militantes del PC quienes, como los demás, se arriesgaron y lucharon para con-
seguir un mundo más justo; sino para dejar claro que la política reformista, moderadora y semide-
pendiente de un estado tiene, tuvo y tendrá sus críticos.262
En Uruguay, en las décadas de los años sesenta y setenta muchos núcleos antisistema basaron
su concepción política en su diferenciación y crítica al PC.
Los primeros cuestionamientos fueron por su trayectoria histórica. Por algunos episodios gremia-
les en los que tuvo una actitud demasiado contemplativa con respecto a la patronal, y muy poco cla-
ra con los obreros. Por eso, la militancia de los sesenta pronunciaba frases como la de Mujica:
«Entregó el conflicto de la carne en la década del cuarenta». Pero más que por su pasado, las críticas
se produjeron por el papel que día a día realizaba
Las contradicciones más tempranas se produjeron con los cañeros, sector que despertó la sim-
patía de gran parte de la población. La segunda marcha cañera recibió el apoyo de varios colectivos,
pero no del PC, que decidió desentenderse de ella y su entorno por la reivindicación que hacían de la
lucha armada.
«Ningún comunista o “fidelero”, dirigente o de base, o de su prensa, se ha hecho presente
a lo largo de nuestra marcha [...] hubo militantes sindicales comunistas que no movieron
los dedos (ni siquiera los dedos de los pies), como es el caso de aquellos que estaban
todos los días en un local frente al campamento cañero, sentados tomando mate en la
puerta, y que jamás cruzaron a darnos una voz de aliento en nuesta lucha.» 263
Actitud que les costó la denuncia pública de las agrupaciones solidarias con la causa cañera. En
una carta del Movimiento de Apoyo Campesino a un dirigente del PC no sólo se les acusa de ser pasi-
vos con respecto a la lucha llevada a cabo por UTAA, sino de sabotearla.
«Compañero Enrique Rodríguez: La organización abajo firmante se dirige a usted como
secretario de propaganda del PC para plantearle algunos hechos sucedidos en los últimos
días [...]. La propaganda de apoyo a Sendic y a los cañeros ha sido sistemáticamente des-
truida por los organismos de difusión del PC mientras que la del apoyo al pueblo pana-
meño, si bien no ha sido destruida en su totalidad, ha sido “censurada” en los hechos por
compañeros comunistas. A este respecto citamos como ejemplo el hecho de que a nues-
tros murales que decían: “Latino América en armas aplastará a los yanquis” les han sido
tapadas con murales del PC las palabras “en armas” y la sigla de nuestro Movimiento [...].
Por el Movimiento Apoyo al Campesinado. Secretario de propaganda: Eleuterio Fer-
nández.»264
Otra de las primeras críticas, basada en el trotsquismo, se debió a su dependencia de la política
de la URSS. País que para muchos no era comunista sino capitalista de estado o, para otros, un siste-
ma semisocialista al que la burocracia estaba carcomiendo.
En 1962, Mujica visitó la URSS, se decepcionó con el régimen soviético, con sus portavoces en el
Uruguay y con quienes lo consideran el proyecto a lograr. «Para mí fue un viaje absolutamente deci-
262. Y en todo caso para aquellos historiadores que pretendan evaluar el rol del PC en el proceso histórico uruguayo, su es-
tudio debería abarcar hasta la actualidad; hasta su gran crisis causada, sobre todo, con la caída del Muro de Berlín y la
descomposición de la URSS; o al menos hasta 1985, pues es si bien es indudable que entre 1968 y 1973 frenó el radi-
calismo proletario, durante la dictadura, fiel a su política antifascista, impulsó la resistencia a ésta y fue la fuerza oposi-
tora más relevante. Eso en Uruguay, en otras dictaduras sudamericanas tuvo una actitud totalmente ambigua.
263. Huidobro, Tomo II, 1994, 21.
264. Huidobro, Tomo II, 1994, 23
Organizaciones contrarias al régimen 289
sivo para no estar nunca en el PC [...]. Fue una de las cosas que me antagonizó con la dirección del
PC, no con el pueblo comunista, que era otra cosa.»265
Pedro Montero, por su parte, señala: «Cuando dicen que ellos eran apéndices de Moscú era
cierto, como los maoístas apéndices de Mao». Hay que tener claro que Moscú no sólo tenía una polí-
tica antipopular en Rusia o Europa (concretamente en Checoslovaquia), sino también en Uruguay.
Por ejemplo en 1970, en el marco de las medidas prontas de seguridad, el embajador de la URSS en
el Uruguay, Nikolai Demidov, visitó al ministro de Relaciones Exteriores, Peirano Facio, para hacer
llegar «la comprensión y el apoyo de su país, a la posición adoptada por el gobierno uruguayo a raíz
de la ola de secuestros políticos.»266
Arocena, aunque se refiera a los problemas surgidos en tan sólo uno de los colectivos del ámbito es-
tudiantil, sintetiza tres de los principales cuestionamientos al PC: condena de la violencia como mé-
todo de lucha obrero-estudiantil, moderación sindical y apoyo de la política imperialista soviética.
«Las diferencias con el PC eran más a nivel internacional, por el bloque [...]. En mi centro
de estudiantes, la agrupación Reforma Universitaria se rompió en el 69, después de un
año de discusiones en torno a tres grandes temas. Estrategia de la movilización estudian-
til. Los comunistas más bien tendían a evitar la violencia, los enfrentamientos con la poli-
cía. Nosotros no es que las propiciáramos, pero creíamos que era una faceta irreversible.
Que eso iba a pasar y no había más remedio que preparase para eso. Una divergencia so-
bre una resolución concreta que tuvo que tomar el movimiento sindical. Los comunistas
decían que había que participar en la COPRIN, nosotros creíamos que no. Y el tercer hecho;
Checoslovaquia. Toda cuestión internacional, hasta fines de los sesenta, repercutía enor-
memente. Dio una discusión brutal, las dieciséis asambleas de los centros estudiantiles
condenaron, por votación, la actuación de la URSS.»
Otros aspectos que se le criticaba era la concepción de la convivencia pacífica de clases, la defen-
sa de la democracia y la confianza en las elecciones como impulsoras de cambios. Bravio recuerda:
«Te decían que había que esperar a las elecciones. Y tené en cuenta que en algunos lugares, a los
que defendían la democracia, se les echaba. Equivalía a ser fascista.».
También se los tildó de reformistas y se entró en una larga discusión por la condena del PC a la
práctica de la lucha armada en el Uruguay. País en el que tampoco veían óptima la acción directa y
los enfrentamientos con la policía como método de lucha.267
Otras de las actitudes que exasperó a los luchadores sociales, que integraban o defendían los gru-
pos armados, fue la negación a considerar presos políticos a aquellos que estaban encarcelados por
la práctica de la acción directa violenta.
«Sí, ellos trataban de diferenciarse de los presos –asegura Huidobro–. Porque acá había
dos tipos de presos. Los presos por medidas de seguridad, sindicales, militantes estudian-
tiles y los presos tupamaros que estaban por delitos de sangre. Los comunistas estaban
265. Campodónico 60. En la misma página asegura que el principal marco teórico de los tupamaros «se trataba de un mar-
xismo más heterodoxo, menos encuadrado dentro de las visiones del PC de la época o del propio PS. Un marxismo más
librepensador, menos escolástico. Y siempre muy cuestionador, especialmente de lo soviético. Y también de los partidos
comunistas».
266. Huidobro, 1992, 63.
267. La oposición del PC se dio más bien por su práctica, que por su ideario o programa. Ya que como se ha comentado los
objetivos del PC, a nivel programático, no eran muy diferentes a los del MLN. En un panfleto del PC, en el que se anun-
ciaba un acto por su 52º aniversario, se insistía en la «necesidad imperiosa de pasar a realizar las transformaciones que
la vida de la República exige. Nacionalizar la banca, la industria frigorífica, el comercio importador, realizar una autén-
tica reforma agraria», plataforma similar a la del MLN.
290 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
268. Esta muerte por motivos políticos no fue la única que sufrió la familia de René Pena. «A mi abuelo, Manuel Pena, lo ma-
taron en la dictadura de Terra. Participó en el asalto a la panadería, era de la pesada, de los grupos armados. En la
prensa pasaron como bandidos, como delincuentes comunes. A mi padre lo mataron en 1977, pasando el cuartel de la
marina. Según ellos no escuchó la voz de alto en el auto, pero si no hubiese escuchado la voz de alto, el freno de mano
no hubiera estado puesto. A mi hermano le dieron una paliza por llamarles asesinos. Yo fui a buscar las pertenencias de
mi padre, con un abogado. Y les dije: “Vengo a buscar las pertenencias del señor que sufrió un accidente”, pues así
había salido en el diario. Y me dijeron “¿¡qué accidente!?” Lo de su padre fue un asesinato. Mi primo era el chofer camu-
flado de un coronel, porque era del ERP. Al descubrirlo lo mataron, treinta y tres años».
Organizaciones contrarias al régimen 291
Que su acción sea dirigida solamente contra el enemigo de clase, contra el aparato bur-
gués y sus agentes.» 269
Un pequeño sector radical de la tendencia combativa si bien consideraba a la militancia del PC
como luchadores enchaquetados en una organización contrarevolucionaria, a ésta la situaban del
otro lado de la barricada, por lo tanto como enemigo de clase.
«Dicha lista se podría prolongar enormemente, si tenemos en cuenta, la represión ejercida
por esas estructuras durante los primeros de mayo, o las famosas jornadas de violencia de
los viernes en 18 de Julio, o la violencia empleada para defender las marchas mortuorias
de los actos de la CNT contra cualquiera que gritase consignas clasistas o la violencia desa-
tada contra sectores radicales del movimiento obrero como los cañeros, el MUSP, la FAU,
los obreros de los frigoríficos, los de Funsa, el FER. Pero basta con esta afirmación, que na-
die podrá desmentir, para que las cosas le queden suficientemente claras a los proletarios
que no conocieron dicha represión directamente: las famosas armas del P“C” y “aparato
militar” nunca fueron utilizados contra el gobierno ni contra los militares, sino exclusiva-
mente contra sectores radicales del proletariado de oposición al P“C”. El P“C” es por eso
uno de los más fuertes del mundo occidental, y ello a pesar (y en relación) de la pequeña
dimensión e importancia del país. En cualquier lado (manifestación, fábrica) el P“C” era el
mejor guardián armado del orden capitalista. Sólo aquellas minorías proletarias organiza-
das para responder a ese nivel, lograban parar esa obra represiva.» 270
Por más duras que fueran las críticas, o sabotajes a las sedes de este partido, nunca se integra-
ban en ellas a su masa militante. En un comunicado de las FARO se observa esta diferenciación entre
dirección y bases.
«La cabeza del reformismo en el Uruguay se encuentra hoy en la dirección derechista del
PC, responsable de una política de entrega y traición que tomó estado público cuando la
Conferencia de la OLAS y estuvo signada luego, por la entrevista Pacheco Areco-Arismendi
en enero de 1968; su actitud doble cuando la clausura de Época y la asechanza posterior
en sus dificultades económicas, la entrega ignominiosa de los conflictos de la salud, de la
carne, de UTE y de los bancarios, su crítica a los métodos de lucha del MLN y el silencio de
las acciones revolucionarias, etc. Sin embargo, la masa de afiliados y simpatizantes del
Partido Comunista es revolucionaria, y por eso ha dado mártires como Líber Arce, Susana
Pintos o Hugo de los Santos, cuyo sacrificio ha sido utilizado para su menuda política de la
dirección derechista. Para la lucha ideológica nunca deberá olvidarse esta distinción entre
la dirección derechista y la masa revolucionaria del PC.»
Los periódicos oficiales se hacían eco de las contradicciones entre los denominados grupos de iz-
quierda. El diario El País del 6 de mayo de 1970, titulaba «El atentado contra el Club Comunista:
una represalia», y afirmaba que tras el «incidente con baleados por el 1º de mayo, componentes del
recalcitrante grupo del FARO (Frente Armado Revolucionario Oriental) [sic] [...] compuesto por anar-
quistas y ex MRO, en represalia por la “represión” y el “aburguesamiento” de los comunistas mosco-
vitas» intentaron incendiar una sede del PC con una garrafa llena de gasolina.
Hasta aquí, algunos de los testimonios detractores de la política del PC. A continuación, y en base
al testimonio de tres dirigentes históricos, León Lev, Jaime Pérez y Vladimir Turiansky, la defensa de
esa política y la justificación de las actitudes anteriormente criticadas.
León Lev fue consultado por las hostilidades en las movilizaciones y sobre acusaciones al PC de
reprimir:
«El movimiento sindical tenía su plataforma, no era la del PC, era la suya, entonces nadie
podía querer imponerle una plataforma propia. Lo que nosotros resistimos y enfrentamos
es a todo intento de desnaturalización de los sindicatos dentro de su legalidad. Cosa que
todavía sigue sucediendo, grupos extremistas que se creen con el derecho de imponerle a
una organización de los sindicatos algo que no está en la plataforma. Entonces era notorio
que la consigna “UTAA, UTAA por la tierra y por Sendic”, era una consigna política no de un
sindicato real. Que en una manifestación sindical se reivindicara una estructura política
como era el MLN, era como si dijéramos por las fuentes de trabajo y por el Partido Comu-
nista. Para nosotros eso era inadmisible, tampoco se lo admitíamos a otros.»
implicaba, a mi juicio, el intento de “usar” a los trabajadores para objetivos que no han
sido discutidos con ellos).
En definitiva, quienes pensábamos que la lucha obrera y popular debía conducir a nue-
vos escalones de “acumulación de fuerzas”, y que esa acumulación debía materializarse
en la creación de un frente político y social capaz de disputar el poder a las clases domi-
nantes, todavía en el terreno clásico electoral tradicional y vigente aún en el país, procurá-
bamos ajustar la táctica sindical al logro de tal objetivo. Me estoy refiriendo, en primer tér-
mino, a los comunistas. Debo reconocer que no siempre fuimos claros en la explicación a
los trabajadores, de esto, cayendo también nosotros muchas veces en la falta de ética a
que hice referencia más arriba.
De otro lado, quienes pensaban que la lucha obrera y popular debía conducir a formas
superiores, de lucha armada, con vistas a desalojar del poder a la oligarquía financiera en-
tronizada en él, ajustaban su táctica sindical a ese objetivo.»273
Con respecto a la lucha armada, es necesario mencionar, que antes de que los tupamaros toma-
ran protagonismo en el Uruguay; el PC no negaba la posibilidad de participar en ella, ni por tanto,
prepararse en ese sentido.
«Por otra parte, nunca hemos identificado la concepción de la vía pacífica con la de una
simple victoria electoral de las fuerzas de izquierda. Por el contrario, tal hecho, si es aisla-
do, no garantiza de ninguna manera la conquista del poder. La vía pacífica presupone una
compleja combinación de diversas formas de lucha de masas: huelgas, manifestaciones,
etcétera, sin excluir la acción parlamentaria, resultados electorales, etcétera, en el marco
de una aguda crisis política de las clases dominantes, de un proceso más o menos acen-
tuado de descomposición de las fuerzas armadas y del paso de parte de las mismas, a las
posiciones populares.»274
Pero como se ha observado, una vez en marcha la polaridad PC-MLN, realizaron una dura crítica a
las concepciones «guerrilleristas» y sus defensores, a quienes denominaron «bocamaros». Esta po-
lémica llegó incluso a darse entre los cantautores. Si bien Viglietti, simpatizante de la causa guerri-
llera, nunca polemizó ni atacó en una de sus canciones la política del PC, Zitarrosa, por ejemplo, se
colocó claramente al lado del PC.
«Zitarrosa cuando está haciendo su viraje –Coriún Aharonián– se presta a las maniobras
de los recalcitrantes de la lucha interna y lanza una canción en un disco editado por secto-
res vinculados con el Partido en el que lanza un concepto muy embromado, la palabra bo-
camaros. Es un ataque frontal. Ahora, a quién se refiere, no se sabe. Pero pega muy duro,
molesta muchísimo a mucha gente porque en realidad está acusando a quienes estén
planteando consignas revolucionaristas a ser bocones sin sustento, es decir, no dispuestos
a dar la cara, no dispuestos a poner el cuerpo frente a las balas. Entonces, es bastante feo
como actitud.»
Para finalizar este apartado cabe resaltar que los críticos del PC no fueron únicamente los tupa-
maros, sino también, la gran mayoría de las organizaciones. La imponente fortaleza y homogenei-
dad ideológica le bastó al PC para empatar, en la guerrilla dialéctica, con las fuerzas reacias a él.
«Algunos de los que desde hace mucho tiempo nos denigran, hoy hacen gárgaras con lo
que –y pese a ellos—en años hemos contribuido a forjar. Los anarcos, antes de consti-
tuirse la CNT, pusieron piedras en el camino de la unidad. Ahora que nadie discute el poder
273. Turiansky, 93.
274. Del artículo titulado «Acotaciones a algunos temas de actualidad», 1967, Estudios nº 44. Citado en Comando General
del Ejército, 462.
294 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En períodos de confrontación social abierta, en los que se arriesga la vida y los destinos de una co-
munidad; la pasión es un elemento cotidiano y la política se vive con intensidad. Las contradiccio-
nes entre los propios luchadores sociales son fuertes, pero los lazos suelen serlo aún más.
Si algo caracterizó, y posibilitó la resistencia al sistema capitalista en Uruguay (1968-1973) fue
el reagrupamiento de las fuerzas contrarias al régimen y la coincidencia de actitudes en los mismos
espacios, grupos y coordinadoras. Las sangrantes pugnas entre diferentes colectivos no impidieron
la unidad de muchos de ellos. Y si bien es cierto que, como dice Huidobro «la unión en la lucha, nun-
ca se llegó a dar» no es menos cierta la frase de Viglietti, en la entrevista, cuando afirma que en
aquellas «situaciones de confrontación con un sistema injusto, [...] de peligro [y] represión [...] la
manada se junta, el rebaño se une».
La unidad surgió por el ansia revolucionaria (unirse y crecer para ser más efectivos, la revolución
social necesariamente está relacionada con proyectos comunitarios) y por la resistencia a las em-
bestidas del estado (represión y medidas de austeridad). De no haberse producido una identifica-
ción de gran parte de la población con los grupos contrarios al régimen, éstos no se podrían haber
desarrollado de la forma que lo hicieron.
La recíproca solidaridad entre los explotados urbanos y rurales, los empleados de la banca y los
trabajadores de las fábricas, los estudiantes y los obreros, los presos y los no presos, los profesores y
los alumnos, se plasmó en la confraternización intergrupal y se dio, en alguna medida, gracias a ella.
Fenómeno que no debe confundirse con la unión estéril y populista de las fuerzas políticas. Fue la ex-
presión de la solidaridad de clase y el sentimiento convocante de un mismo proyecto social. El con-
275. Jaime Pérez, «Afirmación del Partido». Estudios, nº 64. 1972. Citado en Comando General del Ejército, 408.
Organizaciones contrarias al régimen 295
cepto de la unidad en si misma, formal, de los obreros o de los grupos opositores, es evaluado coinci-
dentemente por varios entrevistados, en forma negativa. La unidad proletaria es decisiva si se es-
tructura en base a los intereses de clase y por lo tanto, en la lucha contra el capitalismo. Juan Nigro
afirma que «cuando la “unidad” se basa en un programa y una práctica de reforma del sistema, de
reorganización y, por lo tanto, de defensa del capitalismo; no es una unidad del proletariado, sino una
unidad contra él. Por lo cual, propicia su división, aislando a los sectores combativos y liquidando, por
todos los medios, la lucha revolucionaria». En este sentido, las FARO encabezaban uno de sus comuni-
cados con la frase de Engels: «Nadie ha sido tan traicionero como los gritones por la unidad».
Algunos políticos e historiadores abordan el tema de la unidad como si todo, en la trayectoria de
los movimientos revolucionarios, se resumiera por las uniones y las divisiones de los grupos. Consi-
deran la unión como sinónimo de victoria y la desunión, de derrota. La lucha revolucionaria es
mucho más compleja que eso.
Las uniones policlasistas, superficiales equivalen a las separaciones por cuestiones personales
que, muchas veces, no son más que la reproducción del sistema global en el ámbito de lucha (com-
petencia, individualismo, desconfianza, hipocresía, etcétera). Por eso, los testimonios coinciden en
evitar unas y otras. No se ponen de acuerdo, sin embargo, al evaluar los casos concretos. Para al-
gunos, el Frente Amplio y la CNT son ejemplos de unidad contraproducentes. Para otros, el mayor
logro de la izquierda uruguaya del siglo xx. A continuación se explican ejemplos de unidad eva-
luados, coincidentemente como positivos. Al final de este apartado se abordan los casos que sus-
tentaron polémica.
A fines de los años sesenta, hubo dos situaciones que demuestran que los empleados rurales y
urbanos forman una misma clase explotada, con intereses comunes. Una de ellas fue la reanuda-
ción de la coordinación entre los obreros industriales y los trabajadores del campo de la industria
láctea luego de veinte años de distanciamiento, producido, en parte, por la derrota de la huelga de
1948. La otra fue el intercambio de conocimientos de las comunas rurales y las urbanas. Entre
1969 y 1971, pequeños grupos de cañeros realizaron una experiencia en Comunidad del Sur, para
aprender formas de organización autogestionaria. A su vez, miembros de esa comunidad libertaria
convivieron en el campamento de UTAA, sumándose a las múltiples tareas del mismo, principalmente
a la construcción de una policlínica. Entre ambos colectivos se establecieron grupos de discusión per-
manentes y ayudaron a organizar el segundo Encuentro Intercomunitario de América del Sur.
Otro ejemplo, es el que se da a mediados de los sesenta y se denominó el Coordinador.276 J. C.
Mechoso explica los motivos que le llevaron a impulsar una coordinación sistemática entre las fuer-
zas revolucionarias, a pesar de que tuvieran distintas ideologías.
«Mauricio Gatti y yo fuimos como FAU. Pensamos que a priori no valía la pena enfrascarse
en que no eran libertarios y que tenían un modelo distinto. Se acababan de ir del PC los
chinos y lo que más tarde será el MLN estaba en formación. Vimos cierta simpatía por el
área militar revolucionaria, digamos por la parte fierro. De todas maneras en formación.
Encontramos una cantidad de afinidades. La diferencia entre PC y PS y cualquiera de esos
grupos, era abismal. Había ahí gente que estaba hablando de la necesidad de la violencia
revolucionaria para romper la figura capitalista [...]. Los Comandos del Hambre son pa-
sados por la televisión y la prensa los denomina operaciones tipo Robin Hood.»277
276. Ver apartados Acuerdo Época, Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y Tendencias anarquistas.
277. Tras la experiencia del Coordinador, la FAU y el MLN, tuvieron otros episodios de lucha en común. Esto no sucedió con el
MIR porque, según J. C. Mechoso, «la nueva postura de los chinos no dejó puente para una relación, y no por las posi-
ciones discrepantes, sino porque las críticas fueron demasiado duras».
296 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Tras esta experiencia, la confraternización intergrupal se concreta en la solidaridad con los tupa-
maros perseguidos, tras los incidentes del 22 de diciembre de 1966. Ofrecida, en gran parte, por
militantes del PC que, a pesar de sus duras críticas a la preparación guerrillera tupamara, les facilita-
ron cobijo y posibilitaron su recuperación. Uno de los tupamaros entrevistados asegura que los del
PC «en 1966 se portaron muy bien con nosotros, pero después hicieron mucha cagada». Por su par-
te, Jaime Pérez, en sus memorias, reconoce la protección que les brindaron en aquella oportunidad
y describe como magnífica la relación entre ambas organizaciones, destacando que en prisión los
tupamaros se mostraron fraternos y solidarios. Queda por confirmarse hasta que punto es verídico
que en abril de 1972, en plena ofensiva militar a la guerrilla, cincuenta militantes del PC pasaron,
con armas, a integrar la Columna 5 del MLN (ver al respecto «Apuntes sobre el Partido Comunista»).
La cárcel fue uno de los espacios en el que más claramente se fortalecieron los lazos entre las dis-
tintas agrupaciones. Una de las presas señala el logro de una buena armonía y convivencia entre las
distintas organizaciones, las reuniones intergrupales para comentar informaciones y asuntos de in-
terés común y condiciones que se facilitaban mutuamente, para que cada grupo pudiera funcionar
políticamente.
Meses después de los sucesos del 22 de diciembre, se concreta el Acuerdo Época. Máxima ex-
presión de la unidad de varios grupos que sirvió para publicar un periódico en común, proyectar
alianzas y propagar las ideas de la OLAS (en este sentido sirvan como ejemplo las conferencias en el
local de la FAU ofrecidas por Carlos Núñez, Carlos María Gutiérrez, Eduardo Galeano y Mario Bene-
detti). El MLN consideraba en un documento interno que aquella experiencia había posibilitado una
mayor centralización de las fuerzas más combativas.
«La FAU ha planteado la necesidad de crear un centro político que dirija la lucha. El MIR
brega por la construcción del partido revolucionario de la clase obrera uruguaya. El MAPU ha
dejado paso al GAU cuyo nombre es ya una definición: Grupo de Acción Unificadora. El MRO
sigue en la líneas unitaria practicada desde el Acuerdo de Época. El Partido Socialista se
prepara ahora para promover una mayor unidad política. El MLN, en sus documentos, ha
afirmado también esa posibilidad y lo mismo ha sucedido con grupos cristianos, estu-
diantes. En nuestra opinión esa unidad revolucionaria debe adaptarse a la actual realidad,
para lo cual deber seguir un doble curso: creando un Frente de Liberación Nacional, con
todas aquellas organizaciones que ya están en la lucha armada o preparándose para ella,
que al comienzo no es imprescindible que sea publicitado, pero debe ser acordado desde
ahora.»278
Los grupos armados tuvieron muchos más encuentros que desencuentros.279 MLN y FAU estable-
cieron una solidaridad recíproca que se evidenció en reuniones políticas y aspectos técnicos. J. C.
Mechoso cuenta que cuando ellos necesitaban metralletas, para disfrazarse de militares y realizar
operativos de expropiación, los tupamaros se las prestaban; y que cuando éstos necesitaban docu-
mentos; ellos, que tenían un taller gráfico, hacían lo propio.
«Eso era interno de las direcciones –señala Irene, ex integrante de la OPR 33– pero supe
que hubo acciones que se hicieron en conjunto. Yo nunca estuve en una dirección, por eso
no las sé, las sentí [oí] o me las dijeron.»
278. Texto nº 10, sin referencia bibliográfica. Archivo del autor.
279. Como se ha mencionado en el anterior apartado también se dieron disputas entre estos grupos. Al respecto López Mer-
cado declara: «Creo que con los troscos, en lo general, bárbaro; en particular era imposible hacer nada con ellos. Con
los anarcos en lo general ellos sintonizaban FM y nosotros, AM; pero en lo particular todo lo que fuera hacer cosas de soli-
daridad y amistad, sensacional.»
Organizaciones contrarias al régimen 297
280. Mario Rossi apunta que la comisión encargada de impulsar esta labor dentro del penal la integraban todos los presos de
las FARO y la dirección interna del MLN (Sendic, Huidobro, Manera, Manerales, Amodio Pérez y Candán Grajales). Fuera
de la cárcel los responsables de este proyecto eran los dirigentes del MRO–FARO y una delegación de la dirigencia tupa-
mara (David, Héctor, etcétera).
281. Texto n° 1 sin referencia bibliográfica. Archivo del autor.
282. «Se viajaba de un lado para otro. Hubo mucho intercambio. Pero lo que pasaba es que los demás grupos revolucionarios
estaban un poco en pañales. Se vienen a desarrollar estos grupos a partir del MLN.
–Pero ya estaba lo de Douglas Bravo, por ejemplo.
283. «Ya ves que vos me preguntas a mí sobre todo lo anterior, pero de esto no sabés nada porque nadie escribió –manifiesta
Huidobro–. Y es mucho más importante esto, que todo lo que estás estudiando vos. Porque la historia la escriben los
vencedores, no los vencidos. Entonces vos, para hacerme las preguntas te estás basando en artículos publicados, libros.
En realidad estás haciendo historia sobre lo que ya está hecho y hay toda una historia para hacer sobre lo que no está
hecho. ¿Quién escribió algo sobre los treinta mil desaparecidos en Argentina? No debe haber diez libros en toda Argen-
298 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«A 1968 se remontan los antecedentes de la colaboración mutua entre las cuatro organi-
zaciones que hoy integran la Junta de Coordinación Revolucionaria. Hasta noviembre de
1972, que como veremos es la fecha en que comienza a concretarse la idea de una coor-
dinación orgánica permanente, se producen numerosos contactos bilaterales entre el ELN,
el MIR, el MLN (T) y el PRT-ERP. Recordamos, entre ellos, la reunión entre un miembro de la
dirección nacional del PRT y el Inti Peredo, en 1969 en La Paz; la serie de reuniones entre
un delegado del MLN y Chato Peredo, en 1970 en La Paz; varios contactos entre compa-
ñeros del MLN y del PRT-ERP en Buenos Aires y Montevideo en 1971 y 1972; varias reu-
niones entre dirigentes del MIR y del PRT en Santiago de Chile desde Julio de 1971 en ade-
lante. [...] Un “pequeño Zimmerwald” llama Enríquez a la organización que propone
construir, en referencia inequívoca al antecedente leninista de 1915. Unir a la vanguardia
revolucionaria que ha emprendido con decisión el camino de la lucha armada contra la
dominación imperialista, por la implantación del socialismo [...], frente a un enemigo
bárbaro, el imperialismo yanqui, y ante la actividad diversionista del populismo y del re-
formismo [...]. La propuesta de Miguel Enríquez es aceptada unánimemente sin obser-
vaciones y en pocos minutos se pasa a discutir los pasos prácticos para concretar el obje-
tivo propuesto. Así, son adoptadas un conjunto de resoluciones (preparación de un pro-
yecto de declaración conjunta, preparación de un proyecto para la edición de una revista
política, organización de escuelas de cuadros conjuntas, proyectos de funcionamiento,
formas de funcionamiento orgánico, etc.) que abren una nueva y más profunda etapa de
colaboración, durante la cual se consolidan lazos, se avanza en el conocimiento mutuo
[...]. A principios de 1974 se prepara un proyecto de declaración conjunta que sirviera de
lanzamiento público a la nueva organización internacionalista del Cono Sur Latinoameri-
cano. Ella fue discutida por las cuatro organizaciones y aprobada con aportes y modifica-
ciones. Se hizo conocer a Latinoamérica y al mundo en el año 1974 oficializándose así la
existencia de la Junta de Coordinación Revolucionaria [...]. Que con la agudización del
proceso revolucionario cobrará más y más importancia. Así lo ven distintas organizaciones
hermanas del Perú, Venezuela, Guatemala, Brasil, Paraguay, México, Colombia, Nica-
ragua, Santo Domingo y El Salvador, con las que hemos establecido relaciones con propó-
sitos unitarios. El poderoso auge popular que acompañará en los próximos años la crisis
mundial del capitalismo favorecerá el desarrollo de la JCR y su lucha internacionalista y la
encontrará en las primeras filas del combate revolucionario, siguiendo con honor el lumi-
noso ejemplo guevarista.
“Declaración constitutiva de la JCR”. Revista de la Junta de Coordinación Revolucionaria.»284
tina. Es un agujero negro. ¿Por qué nadie escribió? ¿Por qué hay miedo? ¿Y sobre la Junta Coordinadora Revolucionaria?
Tampoco. Es decir, ¿qué pasó después del 72? Pasaron cosas, ¡muy graves!, acá, en Argentina y en Chile. ¿Y? ¿Nadie
toca eso? ¿Y por qué? No me estoy refiriendo a la dirección del MLN [de ese momento] que está callada la boca, y está
acá caminando por la calle. ¿Por qué no cuentan la historia? ¿Qué pasó en Chile, qué pasó en Argentina? Nadie dice
nada, como si se hubiese bajado un telón. ¡No se bajó ningún telón, se siguió peleando y muriendo en muchos lugares
de América Latina! Mucha gente quedó por el camino. Yo me cansé de esperar que alguien escribiera de eso, ahora lo
voy a hacer yo que no soy ni historiador, ni nada, pero bueno. Porque Pinochet dio un golpe de estado y murió Allende
¿no? ¿Y después? ¿Qué hicieron el Partido Socialista y el Partido Comunista Chileno? ¿Qué hizo el MIR? ¿No hicieron
nada? Hicieron, ¿y qué hicieron? ¿Y en Argentina, por qué hubo treinta mil desaparecidos? ¿Cuál es la responsabilidad
de los cuadros medios, de los dirigentes de las organizaciones políticas, la responsabilidad de Cuba, del campo socia-
lista? Hay un silencio que no se justifica.» Todo lo aquí cuestionado, por la infatigable labor de recuperación de la his-
toria de la resistencia al régimen en los años sesenta y setenta en Uruguay y resto de Latinoamérica de Eleuterio Fer-
nández Huidobro, dieron como fruto su libro En la nuca: historia de los tupamaros (acerca de las autocríticas). Banda
Oriental, Montevideo, 2001.
284. http://orbita.starmedia.com/~lafogata1/tosco_santucho/pagina_santucho/jcr3.htm. La Junta existió hasta 1977. En
los últimos años tuvo su sede en Lisboa y realizó encuentros y operativos de pertrechamiento en España y resto de Eu-
ropa. Luis Mattini en su obra Hombres y mujeres del PRT-ERP, afirma que la coordinadora se disolvió «con pena y sin
Organizaciones contrarias al régimen 299
Fotograría del acto fundacional de la CNT (1965) Vista de los asistentes, del cordón de seguridad y del estrado
del acto del 1.° de mayo de 1973 organizado por la CNT.
muy abierto. A partir de 1967 este programa empieza a gritarse, a dar cierta uniformidad
de criterios al movimiento popular.»287
J. C. Mechoso señala que ante «el desparrame de las luchas obreras», que no era «lógico ni ser-
vía» de mucho, se hizo necesario un espacio para coordinar los gremios en conflicto, pero evitando
la burocracia; «que no fuera una central, por eso es una convención». También apunta otra de las
singularidades de la CNT, «no queríamos que hubiera gente viviendo de ella. No podía ser que quien
coordinaba eso no viviera, en él mismo, el drama y la angustia de los trabajadores [...]. Las primeras
reuniones se hicieron en gráficos, Gatti fue uno de los impulsores, como Héctor por los textiles. Los
del STU eran los del PC».288
El dirigente sindical D'Elía, en 1969, manifestaba que la CNT se proponía asumir la responsabi-
lidad de arbitrar soluciones de fondo para los grandes problemas del país.
«Se constituye para impulsar a un plano superior la lucha por las reivindicaciones econó-
micas y sociales de los trabajadores de la ciudad y del campo; por el mejoramiento de las
condiciones materiales y culturales del conjunto del pueblo; por la liberación nacional y el
progreso de nuestra patria, en el camino hacia una sociedad sin explotados ni explota-
dores.
En el cumplimiento de tales objetivos la CNT se esfuerza por unir en su seno a todas las
organizaciones sindicales del país, a todos los trabajadores, cualquiera sea su opinión
ideológica, política o religiosa. Desenvuelve la más amplia democracia sindical para unir a
todos los trabajadores e impulsar la lucha por sus intereses inmediatos e históricos.
287. Los gérmenes de la Convención Nacional de Trabajadoras se remontan a la crisis de mediados de los cincuenta, cuando
se le «planteará a la clase obrera la necesidad de superar las divisiones como única forma de poder enfrentar las deriva-
ciones de esa crisis. El movimiento sindical comprende que es ésta una crisis de fondo, cuya solución no estará sujeta a
factores circunstanciales, sino a un cambio profundo de las estructuras económicas, y que toda lucha que plantee en la
situación de división en que se encuentra, está condenada al fracaso [...]. Sin embargo, las tentativas fueron lentas,
llenas de dificultades, aflorando los viejos sectarismos y las rivalidades tradicionales». D'Elía, 1969, 17. En 1958 la
FEUU, durante la lucha por la Ley Orgánica, convoca a todos los sindicatos a un plenario obrero estudiantil. Un año más
tarde, por iniciativa del Congreso Obrero Textil, se da una gran asamblea de sindicatos en la que se remarca la necesidad
de que las bases sean las protagónicas por encima del enquistamiento de las centrales, se superan diferencias pero se
discute sobre los funcionarios rentados y la participación en el movimiento sindical de militantes políticos. Estos dos úl-
timos episodios, junto a toda la larga trayectoria de lucha sindical, apuntan lo que serán las próximas convocatorias:
Congreso del Pueblo y CNT.
288. Es preciso recordar que muchos querían echar de la CNT al Partido Comunista. Héctor Rodríguez manifiesta que: «los
GAU, siempre nos negamos a excluir al PC y nunca nos negamos a discutir. Decían que había que llegar a las elecciones
del 71 en las que ellos consideraban, las mejores condiciones».
Organizaciones contrarias al régimen 301
Con la misma preocupación, estrecha sus lazos de amistad y solidaridad con los cam-
pesinos, intelectuales y demás sectores progresistas, constituyendo con ellos un amplio
frente de unidad de acción que facilita la obtención de sus reivindicaciones y que impulsa
hacia el progreso la vida del país.
Mantiene en alto las banderas de solidaridad y fraternidad internacional de los trabaja-
dores, participando en los avances de la unidad sindical latinoamericana, en defensa de las
conquistas de la clase obrera mundial, en el afianzamiento de la paz, la amistad entre los
pueblos y en la lucha que éstos libran por su emancipación de la explotación capitalista.»289
La Convención, además de organizar mítines contra el fascismo; convocar paros o movilizaciones
obreras a favor del cese de la interventora de la enseñanza, el aumento de salarios, la reposición de
destituidos, el levantamiento de las medidas de seguridad, la libertad de los presos en los cuarteles
y el programa de soluciones de la CNT; se solidarizó con los gremios en lucha y mantuvo su preocupa-
ción por la sindicalización de los trabajadores del ámbito rural. En el congreso de la CNT de mayo de
1969 se hizo incapié en este aspecto.
«El fortalecimiento del movimiento sindical en el interior del país por la vía de los plenarios
departamentales y locales, nos permitirá superar el retraso de nuestras tareas de organiza-
ción de los asalariados rurales [...] empezar a organizar de algunos sectores de obreros za-
frales como esquiladores, arroceros, etcétera.» 290
En marzo de 1971, se dio el primer encuentro plenario de asalariados rurales de la CNT en el que
participaron SUPT, URDE, CUTRP, CUTRS y UTAA (sindicatos remolacheros, arroceros y azucareros) que
declararon representar a unos dos mil trescientos trabajadores. Esta reunión fue todo un avance
para la organización del sindicato en el campo y para la unificación de criterios,291 pero la lucha en-
tre las tendencias más o menos finalistas, más o menos radicales (que se sucedieron a lo largo de los
años) en el interior de la CNT, estuvieron presentes
«Pedro Aldrovandi (presidente de la Comisión de Interior de la CNT): Hay que hablarle al
trabajador con las reivindicaciones concretas que a él le interesan; no se les llega hablán-
dole sólo de la reforma agraria, de la moratoria de la deuda externa y de las fuentes de tra-
bajo en abstracto.
Nelson Santana (delegado de UTAA): Nuestra posición es que, primero, al compañero
hay que ganarlo para las luchas económicas inmediatas, pero en seguida hay que ganar al
compañero para la revolución (ahí está el trabajo de los cuadros) [...].
Pedro Aldrovandi: Educar, educar, educar. Organizar a los trabajadores para la batalla
por las leyes sociales y económicas que los amparan y no se cumplen. En ese mismo mo-
mento los estamos educando para las luchas revolucionarias.
Nelson Santana: Los sindicatos de orientación auténticamente revolucionaria deben
formar cuadros revolucionarios y clarificar las cabezas de las grandes masas de trabaja-
dores, para que vean con claridad la necesidad de trabajar disciplinadamente para orga-
nizar la revolución».
A pesar de las contradicciones surgidas dentro de la Convención y de los polémicas decisiones de
sus dirigentes, prácticamente todos los luchadores sociales, la consideraron útil y aliada en el en-
289. D'Elía, 1969, 45.
290. González Sierra, 1994, 69.
291. En este acto se acordó la siguiente plataforma reivindicativa:«Cumplimiento de los salarios mínimos y aumento de los
mismos; extensión del salario familiar a los trabajadores rurales; aplicación del seguro de paro; equiparación de los sa-
larios de los trabajadores de quintas, chacras, granjas, viñas etc., con los salarios de los trabajadores de la ganadería;
[...] pago del jornal al trabajador cuando no haya realizado labor por causa ininputable a él.» González Sierra, 1994,
69.
302 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
frentamiento al capitalismo, entre otras cosas porque nunca hubo tantos obreros sindicados como a
fines de los sesenta. Tras la decisión de poner fin a la huelga general de 1973, aumentó el número
de críticos. Los autores del texto anónimo número 2 la llegaron a considerar, incluso, enemiga de la
clase explotada.
«La experiencia del proletariado uruguayo en esos años no deja lugar a dudas. Todas las
luchas importantes, fueron llevadas adelante por sectores combativos del proletariado y
sindicatos clasistas (UTAA, obreros frigoríficos, funcionarios públicos, empleados banca-
rios, Federación de Estudiantes Revolucionarios...) contra las indicaciones y directivas de
la CNT. El desencadenamiento de esas luchas, la organización de las mismas, el tipo de
acciones durante ellas, la solidaridad encontrada en otros sectores de la clase, todo, todo,
se hizo por impulso de los propios proletarios que se organizaban por su cuenta, sin apoyo
o incitativa por parte de la CNT y en base a criterios totalmente contrapuestos a los de esa
central (marchas, ocupaciones, expropiaciones, acciones violentas) ¿Para qué sirvió la
CNT? Decir que no sirvió para nada sería piropearla. En realidad la CNT constituyó durante
todas esas luchas, justamente en base al argumento cínico de la “unidad”, el mejor instru-
mento para aislar los proletarios en lucha del resto de la clase. Cuando un gremio no es-
taba controlado tajantemente por la CNT, y los bolches en particular, era fácil ir a la fábrica,
pedir solidaridad, hablar con los hermanos de clase y de una forma u otra siempre se lo-
graba apoyo. Pero ahí donde la CNT era fuerte, había que pasar por el burócrata de turno y
nunca pasaba nada. En el terreno más general, fue precisamente la CNT, el único aparato
que pudo impedir que esfuerzos de generalización de lucha como los de los cañeros, rin-
dieran mejores frutos, la única fuerza capaz de haber mantenido aislada la lucha de los
obreros de los frigoríficos contra la reducción del salario real que implicaba la quita de los
dos kilos de carne; la única estructura del estado que estuvo en condiciones de impedir la
huelga general en momentos de alza como en el 68-69 (y en especial en junio del 69), en
fin el órgano decisivo del capitalismo contra la huelga del 73 como hemos visto.»
Vladimir Turiansky, en aquel entonces dirigente de la CNT, justifica algunas de las decisiones criti-
cadas en los párrafos anteriores, en particular la de no decretar la huelga general en 1969.
«El movimiento sindical discutió por aquellos días la propuesta de huelga general. Quie-
nes nos opusimos a dicha propuesta, lo hicimos convencidos que, en el contexto político y
social en que habría de desenvolverse la huelga, su trascendencia iría mucho más allá de
los objetivos reivindicativos que pudieran postularse, y habría de llevar a los trabajadores a
una confrontación con el gobierno y sus estructuras de poder, que sólo debía realizarse en
el marco de una alianza de sectores sociales y políticos, no construida hasta esos mo-
mentos. No significaba esto que toda huelga general pudiera tener tales derivaciones. Pero
en las condiciones de junio de 1969 entendíamos que sí las tendría.
Luego de arduas discusiones en el Secretariado y en la Mesa Representativa de la CNT,
la decisión mayoritaria fue no ir a la huelga, adoptando en cambio otras medidas de lucha.
Hasta el día de hoy el tema se sigue discutiendo, sin que en general los protagonistas de
aquellos días hayan variado sustancialmente sus posiciones originales.» 292
Con respecto a las críticas sobre el coorporativismo y aislamiento de unos sectores obreros con
respecto a otros, Turiansky ve acertadas las críticas, al menos en el rol jugado en 1969.293 Hay que
tener en cuenta que, al menos en sus bases programáticas, la CNT se opuso al particularismo, al eco-
nomicismo, al parcelamiento y al fragmentarismo, que según varios dirigentes sindicales era domi-
nante en la masa trabajadora del Uruguay
«El economismo [...] condujo a un parcelamiento de la acción, a una visión fragmentada
de los problemas y, como derivación lógica, a un encasillamiento gremial y a una estre-
chez de pensamiento. En tales condiciones el trabajador ve los problemas a nivel de grupo
y no a nivel de clase [...] cada gremio ha aspirado a tener “su” seguro, “su” jubilación, “su”
ley de vivienda, anteponiéndolos a las soluciones de carácter colectivo y a veces a ex-
pensas de otros sectores laborales.
Esta práctica, sistemáticamente aplicada durante años, ha creado una mentalidad par-
ticularista, de gremialismo estrecho, que se orienta hacia la solución inmediata, que igno-
ra o desprecia los problemas de fondo e impide el desarrollo de una conciencia histórica.
Es evidente que la constitución de la CNT apunta hacia la superación de ese esquema en
que se ha desenvuelto el movimiento sindical [...]. En tales términos, pues, se pone en
evidencia la importancia de esa herencia negativa, que se expresa en la distancia que
media entre una dirección que plantea los problemas a nivel de clase y una gran masa que
continúa apegada a la esfera de lo inmediato, localizado en el gremio, y ajena a la lucha de
clases en dimensión nacional.» 294
Si algunos dirigentes de la CNT sostienen que su política sindical tuvo que moderarse por el inme-
diatismo y la poca conciencia combativa de la mayoría de la clase trabajadora, varios de los entre-
vistados opinan, por el contrario, que lo que limitó la actuación de la central sindical, con unas tesis
de orientación muy radicales, fue, justamente, su dirección.
«En aquel momento la CNT tenía una plataforma muy clasista y la fue perdiendo con el co-
rrer de los años, también pienso eso –manifiesta Yessie Macchi–. Cuando surgió, fue de
las plataformas más avanzadas, sinó la más avanzada a nivel continental. Donde se pre-
veía cosas que después no se llevaron a cabo por las distintas direcciones que hubieron.
Por ejemplo, la huelga general por tiempo indefinido si hay un golpe de estado, y ahí hay
que recordar cuando la misma dirección de la CNT manda a levantarla.»
minamos la posibilidad de coordinar estas huelgas, y no simplemente buscando fechas comunes, sino incluso desde el án-
gulo de las acciones solidarias, de la propaganda, hasta de los caminos de negociación en el ámbito político o social? Me
parece que cometimos con ello un grave error, sin el cual, los resultados hubieran sido mejores, sin duda. Y esto nada tiene
que ver con la discusión, hoy un tanto bizantina, entre huelga general sí o huelga general no.» Turiansky, 106.
294. Del apartado titulado «El economismo: una herencia negativa» (D'Elía, 54) en el que el autor asegura que «el econo-
mismo, cuya práctica se puede imputar no sólo al movimiento sindical uruguayo sino a amplios sectores del sindica-
lismo mundial -del cual es un ejemplo el sindicalismo norteamericano- ha significado un inmenso fracaso histórico», de-
rrota que para testimonios como Juan Nigro, es aplicable al sindicalismo como institución de gestión del trabajo asala-
riado y de mediación entre los explotadores y los explotadores.
304 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
dores y conciliadores, más que una positivización de la sociedad futura; un movimiento, más que
una coordinadora de agrupaciones.295
«La tendencia no fue una organización, ni un grupo de organizaciones (al contrario de lo
que sería años después su caricatura: la Corriente) -explica Juan Nigro-, sino una línea de
ruptura revolucionaria con el reformismo, con la que se ratificaban no sólo un conjunto de
grupos políticos, sino, sobre todo, miles de militantes proletarios combativos sin partido.»
La tendencia se concretó en algunos núcleos que la impulsaron, a pesar de que su origen y sus ca-
racterísticas fueron la espontaneidad y la manifestación de una expresión de la unidad intergrupal
del proletariado rural y urbano, por lo que no se la debe encerrar en ciertas personas y grupos. Ejem-
plos de aquellos núcleos, obreros de la fabrica neumáticos Funsa, entre los que se encontraban Ja-
cinto Ferreira y León Duarte; Gerardo Gatti de las Juventudes Libertarias; Juan Carlos Mechoso de
los grupos anarcoespecifistas del Cerro y los dirigentes de los denominados sindicatos de punta
como el del textil y la bebida. En el ámbito estudiantil, distintas fuentes sitúan el nacimiento de la
tendencia, e incluso el de ésta denominación, en 1968 en el IAVA. Concretamente, cuando estuvo
ocupado por los estudiantes y se realizaron debates en el salón de actos con militantes barriales de
distintas orientaciones y participaban panelistas como Abraham Guillén y los dirigentes bancarios
Hugo Cores y Carlos Gómez
J. C. Mechoso asegura que la formalización de la tendencia se produjo a fines de 1966 o princi-
pios de 1967, en una reunión de siete gremios entre los que estaban el de Ghiringhelli, el de Funsa y
el de TEM y militantes como Héctor Rodríguez, marxistas libertarios e integrantes del MRO. En la mis-
ma se planteó la creación de una tendencia combativa a nivel sindical. Esta necesidad surgió del
análisis de la situación social latinoamericana y de la defensa de la autonomía de clase. Sus princi-
pales objetivos eran ayudar a crear las condiciones para el cambio social; radicalizar la central sindi-
cal, acorde a aquellos tiempos; apoyar a los gremios en lucha y crear otros, en espacios con organi-
zaciones obreras incipientes.
«El proyecto no era crear una estructura disciplinada, sino una tendencia: posturas y con-
signas comunes, reuniones permanentes -explica J. C. Mechoso-. La gente se buscaba
entre sí, se reconocía como de la tendencia.
Estaba dentro de la CNT, no como la ROE. Gráficos, bancarios, textiles, Funsa son gre-
mios dirigidos por gente de la tendencia, por lo que era muy importante. Los bancarios lle-
gan a tener la vicepresidencia en la CNT con Hugo Cores. Pasan de ser un gremio amarillo,
siete años atrás, a ser un gremio puntal que tiene muchos enfrentamientos con la policía,
ocupa bancos, tranca la economía y hace estropicios [...]. Era útil, no era lo mismo una
tendencia, que el verticalismo burocrático adentro de la CNT. Expresaba otra cosa, aunque
tenía su techo por lo heterogéneo. Para los acuerdos era complicado. Vimos que no podía
ser suficiente. Si vos apurabas la tendencia más allá, la rompías o te separabas.»
En el congreso de la CNT de mayo de 1969, al que asistieron quinientos delegados, ciento cin-
cuenta representaban a la tendencia. En el contexto político nacional la corriente radical y la mode-
rada contaron con similar cantidad de adherentes, por lo menos, hasta 1971, cuando el frenteam-
plismo acaparó la mayor parte de las agrupaciones. Bravio, incluso, apunta que «la tendencia y el
295. Aunque su nacimiento se pueda deber a la iniciativa de la FAU, que en octubre de 1966 convocó a una reunión a los
sectores sindicales más combativos para formar una tendencia sindical orgánica opuesta a la corriente electoralista y
constitucionalista (véase página 47, del libro de J.C. Mechoso), lo cierto es que no se hubiera consolidado sin el im-
pulso de otras fuerzas políticas menos sindicalistas y sin la presencia de una extendida contraposición a la burocracia
sindical.
Organizaciones contrarias al régimen 305
MLN éramos mayoría, pero cuando el MLN se va [en referencia a su apoyo crítico al Frente Amplio]
quedamos en minoría. Sólo MUSP, FAU-ROE, FER, PCR, no apoyábamos ni al Frente ni a las eleciones».
Ariel Collazo insiste en que fue la oposición al PC lo que aglutinaba a los luchadores en torno a la
tendencia. El PC «prefería seguir la lucha sindical con los canones más o menos tradicionales. Se
hace un conflicto, se busca lograr unas ventajas salariales, se llega a un acuerdo y se levanta el con-
flicto, y así sucesicamente». Rodrigo Arocena, quien también denomina a la tendencia, corriente in-
dependiente radical,296 matiza la extendida apreciación que la caracteriza como opositora al PC297 y
señala que no es que estuviera contra dicho partido, sino que estaba contra un estilo de hacer polí-
tica sindical, que unas veces era del PC y otras del PS u otro partido de izquierda. También especifica
una de las principales diferencias con los partidos estructurados de la izquierda; al caracterizarla
como muy basista, ya que promovió la participación de las bases y las asambleas de clase. Apunta
que la vieja tradición anarquista de la FEUU y las revueltas internacionales de 1968 ayudaron y con-
fluyeron en su gestación.
Según Ariel Collazo, era la ROE la agrupación que tenía más influencia dentro de la tendencia.
Otros testimonios hablan de los tupamaros como el otro referente político dentro de ella. Rodrigo
Arocena señala que sus seguidores intentaron radicalizar las luchas, combinando la lucha sindical,
sobre todo el control obrero y la acción directa, con la lucha armada. Explica que contar con una ex-
presión armada fue lo que más irritó a una CNT que en su programa no aprobaba la lucha guerrillera,
ya que no le correspondía por no ser un grupo político.
La posición de los militantes sindicales con respecto a la lucha armada fue variada. Si bien había
quién no la aceptaba, otros, de algún u otro modo, la apoyaron e incluso hubo quienes participaron
de ella, como fue el caso de algunos miembros de la FAU. Muchos sindicalistas se mostraron contra-
rios a esa práctica, sobre todo, en su concepción foquista y vanguardista. Garín recuerda la posición
de su padre, militante sindical de Juan Lacaze, al respecto:
«"Un puñado de iluminados no puede cambiar la historia. Mismo si son cincuenta o cien
mil". Encontraba que hacer operaciones militares en nombre de la clase obrera era una fal-
ta de respeto hacia ella. Y decía: si «querés hacer acciones populares participá en la olla
popular o agarrá a un capataz que echa a la gente a la calle en las arroceras, ese tipo de
operaciones sí, son en nombre de la clase obrera por la clase obrera. Lo otro, asaltar ban-
cos y todo ese asunto es sólo para la vida de la organización».»
Aunque gran parte de los tupamaros no consideraron que integraban la tendencia, y aunque va-
rias fuentes los sitúen fuera, es más correcto integrarlos, debido a su radicalidad en el discurso y los
métodos de lucha empleados. Además, una de las consignas unitarias de la tendencia era: «¡¡UTAA,
UTAA, por la tierra y por Sendic!!». Ésta encrespaba al PC y otros grupos contrarios a la lucha armada
porque Sendic significaba el paradigma del guerrillero y la reivindicación de los tupamaros. El MLN
pocas veces formuló, orgánicamente, críticas al reformismo sindical y menos aún las hizo públicas,
pero en algunos de sus documentos internos se encuentran reflexiones que indican la idoneidad de
considerar a los tupamaros integrantes de la tendencia combativa.
296. En el apartado «La lucha en el ámbito estudiantil» cuando se menciona a los radicales se podría haber incluido la ten-
dencia, pues pueden funcionar como sinónimos. En algunos casos es más cómodo decir o autoplocamarse radicales
que no los adherentes a la tendencia. René Pena recuerda «decíamos «¡calma, calma, radicales!» Porque a veces está-
bamos más enfurecidos de lo que debíamos».
297. Irene, también describe a la tendencia como «todos los sectores que no estaban con el PC. Los chinos, el MLN, los
anarcos, el GAU, los troscos se reúnen, se formulan ideas, se imprimen cosas e incluso se firma como tendencia comba-
tiva. Estaba bien diferenciado lo que era».
306 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Las tendencias “reformistas” a que nos referimos no actúan de acuerdo a estos princi-
pios. No realizan el trabajo en el seno del movimiento obrero con perspectiva insurrec-
cional revolucionaria, sino por el contrario:
- lo utilizan en campañas electorales como si no fuera más importante que cuatro, cinco
y diez bancas parlamentarias,
- lo mantienen sin movilizaciones durante meses,
- fomentan el espontaneismo económico que fragmenta la lucha en combates aislados,
- impiden y traban la unidad real, (por la base) del movimiento obrero,
- paralizan de hecho la aplicación de planes de lucha conjuntos, por objetivos comunes.
- Por no preparar las condiciones necesarias (al trabajar sin perspectivas revoluciona-
rias), llevan a veces a la clase trabajadora a callejones sin salida, a derrotas sin lucha, alta-
mente desmoralizadoras.
Dichas tendencias responden fundamentalmente al PC y asientan su control sobre una
sólida y eficaz burocracia. Esta burocracia no será desalojada en base a declaraciones y
manifiestos radicales en su contra. No será desalojada a fuerza de teoría, sino antepo-
niendo a su inacción la acción revolucionaria de los sindicatos más aguerridos obligándola
como sucedió muchas veces, a definirse en apoyo a esa acción o quedar por el camino
[...]. No se debe transformar la lucha contra esas tendencias en un fin en sí, olvidando
quienes son nuestros enemigos fundamentales.» 298
Los años más importantes de este movimiento radical fueron 1969 y 1970, cuando agrupa-
ciones y militantes de la tendencia combativa se solidarizaron con los gremios en lucha de la ense-
ñanza; de la industria frigorífica, la bebida, la salud, los medicamentos, la banca y con las empresas
Ghiringhelli, TEM, ATMA y BP Color.
En 1971, 1972 y 1973 no hay tantas huelgas y ocupaciones de fábricas, pero los distintos nú-
cleos de la tendencia siguen proclamando el sindicalismo revolucionario.
«Sólo cuando los obreros radicalizan la lucha, y emplean su propia violencia como método
para enfrentar a la violencia del régimen, es posible arrancarle algo a los capitalistas. De
este modo el sindicato se va transformando en una escuela de la lucha de clases donde el
obrero comprende que si sus salarios son bajos es porque la ganancia del burgués que lo
explota es alta, que luchar por mejores salarios significa enfrentar a fondo a toda la clase
capitalista al estado y a sus instituciones (Parlamento, Ministerios, COPRIN, policía y ejecu-
tivo, etc.) oponiéndole a la violencia de los de arriba la violencia clasista de los trabajado-
res unidos en el combate contra las patronales y el gobierno.
¡No alcanza con la lucha sindical!
Al mismo tiempo, la lucha por reformas dentro del capitalismo fue demostrando al obre-
ro que éstas eran insuficientes para alcanzar un nivel de vida decoroso. Por ejemplo, des-
pués de una intensa lucha en un sindicatos se logra arrancarle a la patronal y al gobierno,
un aumento salarial, y a los pocos días aumentan nuevamente los precios de artículos de
primera necesidad o aparecen nuevos impuestos y el salario vuelve a ser tan o más escaso
que antes.
¿De qué se trata, entonces se pregunta el obrero? Se trata de destruir al sistema de la es-
clavitud asalariada.»299
298. JCJ de las FFAA, 527.
299. Artículo titulado: «El sindicato clasista: escuela de lucha proletaria» del periódico Política Obrera, de 1972, en el que se
critica la política reformista de la central sindical. Caracterizar a la CNT de reformista es acertado, en tanto que su plata-
forma de objetivos estuvo marcada por las reformas: «La reforma agraria que erradique el latifundio y las formas antiso-
ciales de tenencia de la tierra y aumente la producción mediante el asesoramiento técnico, el crédito, la enseñanza y el
fomento de la cooperación. El programa de la CNT formula también otros postulados. La reforma industrial, de modo de
Organizaciones contrarias al régimen 307
masas, daba la dirigencia tradicional, aunque sin romper en el fondo con las políticas re-
formistas.»300
Por su parte, el periódico Tierra y libertad, el 1 de julio de 1970 aseguraba que «nuestro error se
debe en parte a que hay compañeros de la tendencia que no están todavía esclarecidos ni politiza-
dos, éstos hacen algunas cosas cerca de sus narices nomás. Nosotros no podemos ser tan
paternalistas, ni pasarles por arriba».
José Mujica, al ser consultado por las contradicciones y las confraternizaciones intergrupales,
afirma que en lo teórico hubo acuerdos entre casi todas las organizaciones; pero que en los métodos
y en el quehacer concreto, no. En cuanto a la tendencia dice que era una «corriente que fue minoría
en cuanto al número de gremios, que estuvo salpicada por el MLN» y que:
«Eran sindicatos de punta que estando en la misma central querían profundizar las luchas
y dar respuestas puntuales de mayor envergadura que aquellas corrientes que, en mayor o
menor medida, estaban influenciadas por el PC y otros. Va a haber un dibujo de tenden-
cias. Hay unidad formal, con contradicciones importantes y sistemáticas pero se convive,
y se mantiene cierto margen de unidad. Tal vez no éramos conscientes, pero va desembo-
car más adelante en el Frente Amplio.»
Afirmar que la tendencia combativa fue un germen del Frente Amplio, por no tener relación la uni-
dad electoral con la confraternización revolucionaria intergrupal, es tan erróneo como considerar a
la Corriente como continuadora de aquella.
«La Corriente fue en todo sentido una pseudotendencia, y prácticamente su liquidación
–afirma Juan Nigro–. Mientras la tendencia había actuado por la revolución y contra la re-
forma (ese era su abc), la corriente fue abiertamente reformista; la primera se delimitó en
la práctica, en la calle, la segunda fue una alianza de fuerzas frenteamplistas. Nació cuan-
do estaba todo el pescado vendido, cuando la derrota ya había sido operada. Cuando esta-
ba todo el mundo en cana, por el fin de 1972. Muchos de la corriente pretendieron darle
así, adentro del Frente, una continuidad, pero contribuyeron a su liquidación.»
La afirmación o negación de que la Corriente fue una expresión intergrupal, depende de la óptica
de quien la analice. Otras fuentes, a diferencia de lo señalado por el anterior testimonio, afirman que
representó el más importante intento de unidad de las fuerzas que veían indispensable la prepara-
ción del movimiento popular para un enfrentamiento, en todos los planos, con las clases dominan-
tes y el imperialismo. Y que surgió de la necesidad de profundizar los acuerdos tácticos y estratégi-
cos del Frente Amplio, de defender la democracia interna y la participación de los militantes a través
de los comités de base y de impulsar la movilización popular en todas sus formas.
Para finalizar este apartado se apuntan las razones por la cuales la tendencia combativa ha sido
tan poco estudiada y mencionada en los libros de historia. Para eso se realiza un paralelismo entre
ella y los «incontrolados» de la denominada guerra civil española, otros de los ninguneados por los
historiadores.
Detrás de las siglas de una importante organización obrera caminan, a veces juntos, y otras sepa-
rados, agrupaciones de todo tipo.301 Algunas incluso se forjan en el compañerismo de esos momen-
tos. No es de extrañar que, a unos vecinos, la confianza y la praxis los lleve a estar juntos en los luga-
300. Irma Torres y Walter Pérez, 13.
301. No sólo una gran organización obrera tiene muchos grupos en su seno sino que a un sinfín de expresiones realizadas por
proletarios se las engloba con un mismo nombre. Por ejemplo a los ateneos de barrio, sindicatos, movimientos cultu-
rales, escuelas racionalistas y grupos armados anarquistas, se les denomina, movimiento libertario.
Organizaciones contrarias al régimen 309
res de lucha, aunque provengan de distintas «ideologías» o que se formen los denominados colecti-
vos de afinidad.
Todo ese mar de gente, en muchos libros, queda reducido a unas simples siglas. Poco se habla
del maremoto que se produjo en la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), en la España de
1936, producido por miembros afiliados a ella, que operaban con autonomía.302 Gran parte de los
núcleos militantes del llamado movimiento especifista anarquista; los milicianos que abandonaron
las trincheras cuando fueron militarizados, como muchos de los de la Columna de Hierro; la agrupa-
ción Los Amigos de Durruti; ciertos militantes poumistas y socialistas, mantuvieron una línea de
ruptura con el Frente Popular. Cuando el movimiento revolucionario fue canalizado en una batalla
contra el fascismo y se consolidó la guerra entre el bando republicano y el nacional, los frentepopu-
listas llamaron incontrolados a todos ellos, a todos los que criticaban el colaboracionismo con el
enemigo de clase, a los que siguieron enfrentándose y expropiando a los burgueses y a los que, como
en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, se negaron a responder a los mandatos de la CNT u
otras fuerzas gubernamentales. También los llamaron provocadores o fascistas, costándoles, en
ocasiones, la máxima represión.
302. Por ello que en la mayoría de los estudios hechos sobre ese período de España aparezcan las declaraciones de las
grandes organizaciones, de sus secretarios generales, de las pugnas entre los partidos.. Así, aparece que la CNT y el
POUM estaban en pugna con el PCE y el PSUC y se hace un análisis del antagonismo social, no de clase o movimientos con
proyectos diferentes, sino de organizaciones; sin observar que la contradicción histórica capitalismo-anticapitalismo se
daba dentro de las organizaciones como la CNT y el POUM. No hay que negar la influencia que tenía las direcciones de la
CNT o del POUM sobre las bases, lo decisivo de las consignas de un prestigioso dirigente, y sobre todo el control que se
ejercía dentro de ese cuerpo organizado. Pero existieron siempre personas que no siguieron sus órdenes, que criticaron a
los dirigentes más reformistas, escapándose del control de esas organizaciones de masas y sobre todo del Frente Po-
pular.
Los luchadores sociales
Sin duda, uno de los aspectos más ricos de este período fue la forma de resistir y atacar al sistema
dominante. El compromiso, la fuerza, la sensibilidad y la imaginación estuvieron centrados en
cómo no dejarse seguir pisoteando por los explotadores y cómo acabar, en cuanto a clase social,
con ese sector.
En este apartado se reflexiona sobre los métodos empleados y se analizan algunos episodios y es-
tructuras.2
En Uruguay no hubo explosiones sociales de uno o varios días en la que participaron grandes ma-
sas proletarias, como sí ocurrió en otros lugares de América, como por ejemplo en Rosario y Córdo-
ba, Argentina, en esos mismos años.3 No es tan cierto, sin embargo, que todos los ejemplos de resis-
tencia tuvieran una «planificación intelectual», aunque sí, gran parte de ellos. En las protestas de
1968, el accionar de los estudiantes fue bastante espontáneo.
La mayoría de las decisiones se fueron adoptando sobre la marcha, durante los enfrentamientos.
Pero enseguida las organizaciones más preparadas empezaron a realizar manuales y cada uno de
los grupos de proletarios más combativos aprovechó la experiencia y medios que tenía al alcance
para «armar» o defender a sus compañeros. Así ya en 1968, algunos estudiantes de Medicina ela-
boraron un informe sobre productos que contrarrestaban los efectos de los gases lacrimógenos y va-
rias personas que trabajaban en una fábrica de neumáticos experimentaron con varios tipos de
goma para realizar hondas más potentes.
Durante los años 1968-1973, cualquier luchador social accedía fácilmente a confeccionar, pre-
parar y utilizar diversos artefactos de autodefensa. El Uruguay de esos años se caracterizaba por la cir-
culación de decenas de manuales de instrucciones (sobre armas caseras, guerrilla urbana, interroga-
torios u otros), y por la existencia de lugares semipúblicos donde se confeccionaban ese tipo de mate-
riales: locales de estudio o sindicales, fábricas ocupadas, campamentos de obreros en lucha, etcétera.
Al igual que cualquier otro lugar en una época de lucha de clases abierta, todos los espacios sir-
vieron para la lucha contra el poder establecido. La cárcel no fue una excepción. El ministro del Inte-
rior preocupado por este hecho informaba a los parlamentarios.
1. Partido Socialista, 1970, 76.
2. Muchas otras formas de lucha ya se han relatado a lo largo del trabajo, de ahí que no aparezca, por ejemplo, ningún
apartado sobre los comités de barrio.
3. «A diferencia de otras regiones latinoamericanas donde hubo movimientos emocionalistas o espontáneas irrupciones
populares, las respuestas uruguayas a su crisis general avanzaron por los carriles de una planificación intelectual, ya se
tratara de la sindicalización masiva de obreros, empleados, estudiantes, profesionales, hasta crear un poder paralelo al
político y estatal, ya de las vanguardias de acción directa encabezadas por los tupamaros, cuyos métodos y planes reco-
nocen la misma impregnación cultural, estando integrados sus cuadros, mayoritariamente, por elementos intelec-
tuales.» Fragmento de un integrante de Comunidad del Sur extraído del texto nº 11, archivo del autor, titulado: «Una al-
ternativa libertaria. El movimiento comunitario en el Río de la Plata», 1977. En cuanto a las formas de lucha propia-
mente dichas, sin negar el aporte de la «intelectualidad» y de la planificación estratégica y política de gran número de
luchadores sociales, en determinados episodios tuvieron grandes cuotas de emoción y espontaneidad.
312 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Los sediciosos utilizan el mensaje en clave, la tinta invisible, la palabra de sentido oculto;
la requisa de sus celdas es mucho más dificultosa, ya que hacen “berretines” en las pa-
redes y pisos, que luego disimulan con yeso que previamente han recibido simulando ser
harina y utilizan muchos otros medios ingeniosos que el preso común nunca ha utilizado.
La censura de la correspondencia y los libros del preso común es fácil y rutinaria, en
cambio la de los sediciosos tiene que ser minuciosa y hecha por personal de suma con-
fianza y experiencia para dar un resultado positivo […]. Amenazan en forma directa o indi-
recta al personal encargado de su custodia utilizando frases especiales, como: “¿Cómo
está su hija Laura señor empleado?”; “¿Señor, todavía vive usted con su familia en tal
calle?”, en esta forma eluden caer en falta disciplinaria. Conocen la forma de acercarse a
las debilidades humanas de los otros reclusos y de los mismos guardias, sus sueldos, días
de cobro, atrasos en los pagos, carestía de artículos de primera necesidad, en fin, todo
aquello que les sirve a largo plazo para socavar la integridad del un guardián, muchas
veces muy inferior intelectualmente al preso sedicioso.»4
Otra característica significativa es que, aunque se emplearan determinadas formas de lucha, no
se descartaban otras en el caso de que cambiaran las condiciones. Esto mismo se puede constatar
en una cita del Partido Socialista.
«Si bien los sindicatos y su central deben ser organismos lo más amplios posibles y menos
clandestinos posibles, es necesario tomar previsiones, en la medida de que el propio ré-
gimen impondrá su ilegalización. Ello impone prever estructuras nuevas, organismos de
resistencia, de dirección y base, que pueden funcionar sin necesidad de locales sindicales
y lo más vulnerables a la represión, son prácticamente de seguridad que nuestra mili-
tancia debe trasmitir.»5
Como se observa en el apartado «Organizaciones contrarias al régimen», se fueron creando es-
tructuras nuevas –como la OPR33 o las FARO–, que atendían a las nuevas condiciones sociales. Y
como se narra en el apartado «Vida cotidiana», en la lucha de negación del capitalismo se afirmaron
aspectos del modelo social por el que se luchaba. Por eso es falsa la acusación de ciertas autori-
dades de que «sólo se dedicaban a destruir». A un nivel más abstracto, porque la negación del capi-
talismo significa la afirmación de un modelo social contrapuesto, y en un plano más palpable,
porque sobraron ejemplos de los denominados constructivos: la Universidad, con la participación
directa e igualitaria de estudiantes, profesores y profesionales y autónoma del poder político; los
contracursos; las múltiples manifestaciones artísticas contra el régimen; los comités barriales, orga-
nizándose para resistir el registro de vecindad, los aumentos de los alimentos básicos o para encarar
soluciones a problemas de saneamiento, salud o vivienda –Comité Popular del Barrio Sur, Villa
García–; las iniciativas de los obreros en huelga, como los empleados de prensa que llegaron a hacer
su propio periódico, Verdad, gracias a la solidaridad de canillitas y gráficos; las organizaciones sin-
dicales, con un nuevo planteamiento y una profunda reestructuración sindical (bancarios, funciona-
rios del Casmu), la sindicalización combativa de los trabajadores rurales –arroceros, peones del
tambo, remolacheros y, especialmente, cañeros de Bella Unión–; y las experiencias de administra-
ción colectiva y directa de los medios de producción (hospital popular durante huelga de la salud,
ocupaciones y puesta en funcionamiento de fábricas: Alpargatas, Funsa, Lanasur, diarios Ya y BP
Color y ferrocarriles);6 el cooperativismo obrero de producción –Federación de cooperativas de Pro-
4. Actas de la Asamblea General, sesión del 12 de agosto 1972, 464.
5. Partido Socialista, 1970, 79.
6. Blixen, rememorando su etapa de militante legal en el sindicato de periodistas, cuenta que ocuparon las instalaciones
de un periódico, «quince días y quince noches; ahí nacieron nenes, se habrán tirado entre las máquinas..., y a los nueve
Los luchadores sociales 313
Tras comparar algunas definiciones, analizar su contenido histórico e investigar lo que significa para
quienes la han ejercido en los últimos siglos, se puede afirmar que es acción directa toda la tendiente
a incidir en la sociedad o a transformarla, sin uso del Parlamento ni de la negociación con cualquier
institución legal a través de partidos parlamentarios o sindicatos.7 De ahí que la definición de la Real
Academia Española resulte parcial: «Empleo de la violencia preconizada por algunos grupos so-
ciales, bien con fines políticos, bien para conseguir ventajas económicas. Suele manifestarse en
forma de huelgas, sabotajes, atentados terroristas, etcétera».8 Pues no engloba a las manifesta-
ciones denominadas pacíficas; la realización y difusión, por parte de los luchadores sociales, de la
prensa alternativa a la oficial, o actuales movilizaciones como «escraches» o Reclaim the Sreet (recu-
pera las calles).
Más correcta es una de las definiciones que da el Diccionario Unesco de Ciencias Sociales.
«La acción directa se ha definido también como “el recurso a métodos no políticos, tales
como huelgas, sabotaje, violencia o resistencia no violenta al gobierno, con el fin de con-
seguir cambios políticos, sociales o económicos”, en contraste con la acción política o
“uso de la maquinaria política” para obtener parecidos resultados (cf. Henry Pratt Fair-
child: Diccionario de Sociología. Edición Española del Fondo de Cultura Económica. Mé-
xico-Buenos Aires, 1949.» 9
meses había un hijo del conflicto», y que en una ocasión, irritados por la prepotencia de la patronal, decidieron secues-
trar las ganancias de las ventas de un diario. También explica que los empleados de Funsa, durante uno de los con-
flictos, en vez de apagar la caldera, que tanto costaba de encender, siguieron produciendo para tener un gran stock en
sus manos y poder negociar las ganancias con el patrón.
7. Muchos historiadores sitúan en la carta del Congreso de Amiens (Francia) de 1906 de la CGT el inicio de la conceptualiza-
ción del término acción directa. «En ce qui concerne les organisations, le Congrès déclare qu´afin que le syndicalisme at-
teigne son maximum d´effet, l´action économique doit s”exercer directement contre le patronat, les organisations confé-
dérées n'ayant pas, en tant que groupements syndicaux, à se préoccuper des partis et des sectesqui, en dehors et à côté,
peuvent poursuivre en toute liberté la transformation sociale http://www.maitron.org/histoire/textimage/texte13.htm.
En Amiens se formuló lo que sería más tarde conocido como sindicalismo revolucionario definido como «la finalidad
emancipadora integral de la clase obrera por medio de la huelga general, la desaparición del estado, la autosuficiencia
del sindicato al que pertenecen todos los trabajadores sin distinción de ideologías y la acción reivindicativa mediante la
acción directa, es decir, solución de conflictos entre obreros y patronos sin mediadores de algún tipo. http://tele-
line.terra.es/personal/cgtussam/historia.htm.
La CNT, por ejemplo, siempre ha insistido que «Acción directa no es sinónimo de “terrorismo ciego” o violencia irracional
(como la burguesía ha querido ver) sino independencia y desvinculación de todas las convenciones artificiales (partidos,
parlamentos, lucha por el poder burgués) que separan a los trabajadores del entendimiento directo de los problemas y
del camino para ponerles solución mediante la lucha emancipadora.» http://www.nodo50.org/pagalt/cnt.htm la CNT.
8. Real Academia Española, Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1989, 15.
9. Diccionario Unesco de Ciencias Sociales, Planeta-De Agostini, S. A., Barcelona, 1975, 40.
314 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Aquí en vez de poner la expresión «uso de la maquinaria política» hubiera sido más preciso poner
parlamentaria o sin participación de partidos políticos parlamentarios. Tampoco son del todo co-
rrectas las definiciones que dicen que todo aquello que haga un partido político no es acción directa,
pues hay que recordar que muchos partidos –en los años sesenta y setenta– estaban, por ejemplo,
contra la participación en el parlamento y por la lucha armada. De ahí que haya que hablar de parti-
dos políticos parlamentarios.
Por último, un mismo colectivo puede alternar la acción directa con la parlamentaria y de nego-
ciación con el gobierno e instituciones. El Movimiento Sin Tierra brasilero es un ejemplo. Al ocupar
tierras y organizarse en comunas autónomas para la convivencia, la producción y la autodefensa,
practica la acción directa y cuando negocia con el gobierno –muchas veces a través del Partido dos
Trabalhadores–, no.
Los siguientes fragmentos de panfletos de Uruguay, 1968-1973, del movimiento denominado
anarquista, ayudan a entender tanto la definición del concepto tratado como el significado que le da-
ban los propios luchadores sociales de entonces.
«En la acción directa creando conciencia con hechos, creando conciencia en la pelea coti-
diana. Para producir hechos, y simultáneamente esclarecerlos políticamente en la batalla,
también ideológica, contra las concepciones del imperialismo y de las clases dominantes,
a la vez que contra el reformismo y los claudicantes de todo tipo.»10
«Esta posición nuestra, esta valoración del fenómeno electoral y de sus alcances se en-
cuadra en la concepción estratégica de que las reales transformaciones sólo habrán de lo-
grarse a través de la lucha armada. Concepción estratégica que implica la integración ar-
mónica de lucha armada y del trabajo a nivel de masas. Esta concepción de acción directa
a todos los niveles.»11
Gatti, uno de los militantes más carismáticos del movimiento sindical y anarquista, hace una ex-
plicación y una defensa de la acción directa e intenta señalar que la lucha debe ser global y radical,
criticando, de algún modo, a otras organizaciones de izquierda que ponían el acento en lo militar, lo
electoral o lo sindical (ya fuera en el ámbito obrero o estudiantil).
«Tenemos claro, los militantes de la ROE, que en esta lucha hay varios niveles y que es im-
portante saber cuáles son. No es una lucha que pueda dilucidarse solamente en el plano
de la acción sindical y de masas, en el combate del plano ideológico, del combate propa-
gandístico, en el plano de la acción militar. Es lo que llamamos la acción directa a todos los
niveles.»12
A continuación se abordan, a grandes rasgos, la mayoría de formas de aplicación de la acción di-
recta que hubo en Uruguay por aquel entonces. Algunas de ellas no aparecen aquí porque ya han
sido comentadas o porque no se emplearon en ese lugar: como por ejemplo, la exhibición del cuerpo
desnudo, utilizado en los Estados Unidos y Europa.
Ocupación de la fábrica de columnas de UTE, julio de 1973. Aspecto de la olla popular organizada en la ocupación de la
empresa textil Ildu.
En algunas de las ocupaciones de fábricas los obreros ponían En otoño e invierno de 1968, los peajes solidarios fueron
la producción en marcha para luego negociar las ganancias muy habituales en diferentes puntos de la capital uruguaya.
de esos días con el patrón.
«Un fogón central, donde negrea sobre las llamas un tanque de nafta que será la olla úni-
ca de la única comida de la marcha. Fogones pequeños, familiares, ralampaguean en los
aledaños, calentando las latas para las cebaduras del mate eterno. El horno de pan, un
enorme caparazón de tortuga parda, conserva todavía el calor de la última hornada de la
tarde.»14
Con la organización de la olla popular se conseguía no sólo abastecer a los ocupantes, sino tam-
bién extender el conflicto, estar juntos por la causa que fuera y hacer que la gente del barrio partici-
para, aportando alimentos cocinados o por cocinar, comiendo de la misma olla, informándose a
cada rato sobre la situación, preguntando si faltaba algo –frazadas, herramientas– o distribuyendo
las octavillas reivindicativas de los proletarios.
«En estos momentos en la planta funciona la olla sindical. Es emocionante, nos dicen los
compañeros que se acercan a Camino Carrasco, la solidaridad que reina en el barrio. Las
fábricas de la zona, los almacenes, los quilos de acá, otro de allá, hace posible que todos
coman [...]. También en los puestos de los “canillitas” hay volantes del conflicto.»15
Por último, Juan Nigro señala las contradicciones que podían surgir cuando se daba una olla popular.
«Cuando unos obreros ocupaban la fábrica y se organizaba una olla popular iba gente de
otros lados. Recuerdo que algunos sindicalistas de mierda en alguna ocasión nos dijeron:
“acá no hablen de política” o “los que no sean de esta fábricwa que se vayan”. Por eso, si
llegabas y te daban el mate, era otra cosa. Cuanto más abierta era la olla popular más radi-
cal era el sector.»
los que directamente participan de ella. Había de todo. Pero la clave es que al haber esas
actividades colectivas se producía un contagio y se les estimulaba para que participaran o
para que apoyaran. Toda acción política tiene que tender hacia eso, tener un fin concreto,
visible, militante.»17
Otra forma de hacer participar al vecindario y a los ciudadanos de la capital era mediante los pea-
jes –denominados también peajes obreros o solidarios–, que consistían en bloquear la calle y pedir a
todo aquel que pasara una ayuda económica para el gremio en lucha. «El objetivo no era sólo reco-
lectar dinero sino el de comprometer al otro en la ayuda, y en una proporción grande la gente respon-
día», manifiesta Cárdenas. Casi todas las fuentes afirman que quien atravesaba el «contracontrol»
elegía si aportaba algo o no. Pero algunas apuntan que «todos los coches que pasaban debían con-
tribuir a la huelga».
«–¿No era en plan coacción? –fue consultado Montero.
–No, nunca.
–¿Y si pasaba un Mercedes?
–No, el problema era quién pasaba y cómo.»
El «cómo» –coches que avanzaban bruscamente obligando a los participantes a apartarse– en
más de una ocasión provocó cierta tensión. Pero el conflicto casi nunca se daba con la población
sino con los milicos. En 1971, en una refriega con la policía, producido por un peaje solidario con los
trabajadores textiles, fue asesinado Julio Spósito, militante del FER. Su entierro se convirtió en una
manifestación.18
Nora señala que los peajes también se hacían en el transporte público.
«Deteníamos el autobús, un par subían para pedir la plata, y después se daba toda la co-
lecta a los obreros en huelga. Cuando ocupábamos el liceo nos poníamos en la calle para
pedir plata para la ocupación [...] Sí que caíamos rápidamente en cualquier provocación,
por ejemplo cuando un Ford Falcon pasaban deprisa.»
Las barriadas era otras de las maneras de llevar el mensaje político a los vecinos. Los militantes
de una agrupación elegían una zona, generalmente considerada «proletaria», hacían varios grupos
de dos y recorrían calle por calle tocando el timbre de las casas y explicando la situación de los con-
flictos sociales. Luego se daban cita en una plaza, contaban que estuvieran todos y se iban. Nora re-
memora la forma en la que se dirigían cuando les abrían la puerta y las respuestas con las que se
encontraban.
«Buenos días señora, somos estudiantes de secundaria, venimos a explicar que hay un
conflicto y que si no conseguimos tal cosa habrán cincuenta familias en la calle. Había
gente que nos decía que si no teníamos vergüenza y gente que nos escuchada.
17. «Por ejemplo –añade Cárdenas–, yo noto el contraste entre las acciones colectivas de aquí y ahora y las de entonces.
Aquí le dan un sentido lúdico a la acción: “vota, vota, vota, no se qué el que no vota”, cantan pero nunca hacen dis-
cursos ni exposición de ideas. Nada. Allí era al contrario, no había nada de lúdico. Toda la gente muy comprometida y
muy seria, y siempre había alguien o un volante que decía algo. Lo de aquí me parece inocuo, anodino, que no tiene
ningún efecto, comparándolo con aquello por lo menos.»
18. Un compañero de Julio Spósito narra los últimos momentos de la vida del joven luchador social: «La policía nos venía
persiguiendo a balazo limpio, llegando incluso hasta el parque que antecede a la Facultad de Química. Para refugiarnos
de las descargas, Julio y yo corrimos hacia la puerta. Julio subió primero, tambaléandose. Cuando llegué junto a él, en el
hall de la Facultad, intentó apoyarse en mi hombro y al tiempo murmuró: “Estoy herido”; se desplomó, dándose la ca-
beza contra el suelo. Me arrodillé para ver que le pasaba y había perdido el conocimiento. Enseguida, un grupo de com-
pañeros lo rodeamos y revisamos, pensando que solo se había desmayado». Diario El Matrero, 1971, consultado en la
biblioteca de la Sorbonne, Universites de Paris.
Los luchadores sociales 319
Con el FER íbamos a barrios del extrarradio muy pobres o cantegriles pero allí nos iba
mal, nos denunciaban enseguida y salíamos escaldados. Por eso acabamos yendo a ba-
rrios como el Cerro.»19
Como se observa en los apartados «Escuela Nacional de Bellas Artes» y «Lecturas, películas y
canciones», el ámbito artístico y cultural uruguayo por un lado creció enormemente –Federación de
Teatros Independientes, grupos de artistas plásticos, publicaciones autónomas, cine-clubes, nue-
vas editoriales–, y por otro desarrolló la crítica del arte burgués y meramente contemplativo, prota-
gonizando varios episodios de rechazo al régimen. El 8 de julio de 1971, el plenario de escritores del
Frente Amplio rechazó toda forma de participación en concursos oficiales, como protesta contra las
limitaciones a la libertad de prensa. En 1973, la SEU (Sociedad de Escritores del Uruguay), como re-
pulsa al golpe, resolvió negarse a participar en los concursos oficiales, ya fuera como concursante o
como jurado. Por el mismo motivo los responsables del OSSODRE y gran cantidad de músicos sus-
pendieron todos los conciertos previstos.
Aunque la huelga de hambre no fue una medida de presión demasiado utilizada, algunos proleta-
rios la adoptaron. Entre otras ocasiones recurrieron a ella diecisiete bancarios, en septiembre de
1969; siete obreros de BP Color y de Vea, en una parroquia de Cordón, a principios de 1971; y va-
rios presos a partir de 1972.
Rafael Cárdenas explica porqué no se utilizó más este tipo de resistencia.
«La huelga de hambre es una forma de lucha de carácter pasivo. Por crear una situación
dramática esperás algo, estás pasivo, tratando de conmover el espíritu... Creo que allí esa
no era la tónica. La protesta y la acción política era activa. Se trataba de crear situaciones
que le generaran conflicto al adversario y que por contagio desarrollaran otras acciones.»
19. Yessie Macchi sostiene que «el MLN fue el único movimiento político en este país que logró apoyo en esa capa social, que
es la que más se desprecia» y manifiesta que «Trabajamos mucho en los cantegriles; tuvimos un gran apoyo y adhesión
de los llamados delincuentes; incluso reclutamos algunos, tanto en la cárcel como afuera. Es que desde el comienzo
de nuestra lucha, de la misma manera en que trabajamos en el norte del país entre los cañeros y remolacheros, traba-
jamos entre los marginados. Nuestra primera base, la Pinela, estaba en la Teja, enclavada en la Cachimba del Piojo,
una de las zonas más pobres del país. Entre los marginados teníamos fama de ser muy duros y muy derechos. Cuando
se es un verdadero delincuente social, se tienen ciertos códigos de conducta: por ejemplo, nunca se roban entre ellos.
Nosotros teníamos mucho que ver con esa moral: hablábamos poco, no mentíamos nunca, hacíamos las cosas por las
claras, éramos duros, aguantábamos cualquier biaba..., ¡y vaya si la aguantábamos! Eso nos ganó un respeto incondi-
cional por parte de ellos, hasta el día de hoy. Yo misma fui salvada por ellos cantidad de veces. Cierta vez, siendo re-
contra clandestina, me punguearon en un ómnibus, me sacaron los documentos yutos, dinero y todo el resto. Pero fue
ver la foto que estaba en el documento, para que me reconocieran enseguida: a los dos días me habían devuelto todo.»
Clara Aldrighi, 220.
320 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Que todos tengan cócteles molotov; si uno no sabía enseñárselo a hacer, si era conve-
niente una cachiporra, hacerla antes, llevarlas hechas, todo eso que no se da espontánea-
mente –cuenta J. C. Mechoso, quien añade–. Tener piedras u otras veces levantarlas
antes. Iban dos tipos antes y se ponían a levantar piedras [adoquines o trozos de baldosas]
¡pa, pa, pa! [hace gestos de estar usando una palanca contra el suelo], levantando antes
de la bronca. Mientras que el espontáneo va a ir a buscar una piedra cuando empieza la
bronca, o sea que está dispuesto, pero es distinto.
Con el conflicto de Seral sale la ROE a sacar todos los carteles de TEM como medida de
sabotaje porque no arregló el conflicto, eso lo organizó FAI. [La encargada de la] violencia a
nivel de masas, a nivel de calle, y que no podía tirar un explosivo. Los explosivos no co-
rrespondían, estaban desautorizados. [Para esa estructura se elegían] a los compañeros
que tenían más rapidez, más reflejos, había dos o tres [por grupo de la ROE].»
Por ejemplo, dos o tres miembros de Violencia-FAI organizaron el sabotaje a las cocinas TEM, du-
rante la lucha de los empleados de esa compañía. Coordinaron a las cincuenta «parejas» de la ROE,
principalmente, que recorrieron todos los comercios de 18 julio y 8 de octubre, en los que se vendía
alguna cocina de esa firma. Mientras uno hablaba con el dependiente, el otro le echaba el ácido.
«Quedaron hechas pelotas, –concluye J. C. Mechoso, quien añade– la indiada [los muchachos] fue
a un gran comercio y puso todo lo de TEM en medio de la calle». En otra ocasión distintos grupos se
dedicaron a destrozar, previa rotura de vidrieras, los productos de los escaparates de esa marca.
Siguiendo con los sabotajes y boicots a TEM, se narra una acción realizada por los propios em-
pleados: A mediados de 1971, en una época que ya se habían dado los mayores conflictos en esa
empresa, el directorio de la sociedad –creyendo que también se había conseguido la domesticación
obrera– invita a la fábrica al ministro de Industria con el objetivo de que éste viera las instalaciones,
lo bien que se trabajaba en ellas, el gran aporte que eso significaba para el país y, de esa manera, lo-
grar una subvención. Pero los obreros pararon todas las actividades en las propias narices de la pa-
tronal y del ministro. No permitieron ser exhibidos como máquinas de propiedad de la empresa.
Quienes protagonizaron este acto de rebeldía fueron suspendidos y en los nuevos contratos que ofre-
ció la compañía fue preciso firmar que nunca se haría algo así.
Los sabotajes más extendidos eran sin duda la rotura de vidrieras, sobre todo de compañías de
Estados Unidos y de medios de desinformación del estado. «Los de Funsa [como trabajaban con
neumáticos] habían desarrollado una honda de mano, a lo boleadora que rompían vidrieras gran-
des, de compañías internacionales –informa J. C. Mechoso–. Otros llevaban la onda común, con or-
quetas de acero».
Muchas veces rompían los escaparates con los empleados del negocio dentro. H. Tejera relativiza
el éxito de esa forma de lucha y cuenta la acción contra el diario Clarín en respuesta a la forma reac-
cionaria con la que había tratado el Cordobazo. Según este testimonio se produjo un terror injustifi-
cado al romper vidrieras: «Una persona que en algún momento puede simpatizar contigo pero que
nunca más va a simpatizar. Que aparezcan veinte anormales a romper todo, contigo adentro y que se
te caigan los vidrios encima, eso no se lo borra nunca más. Entonces ahí perdiste una compañera».
A Horacio Tejera le resultaban más simpáticas otro tipo de acciones:
«Imaginate un colegio católico, creo que era el Juan XXIII, los militantes del FER llegando y
encerrando a la escripta o secretaria en el baño. Arrancando los teléfonos y pintando las
paredes con consignas que decían: “mientras los hijos de los pobres estudien con hambre
y frío, los hijos de los ricos estudiarán con miedo”. 20
Lo trágico de todo el tema es que no era la gente que lo sentía en carne propia, era gente
de la misma extracción social de los que estaban en el colegio. En ningún momento eran
los que estudiaban con hambre y frío los que iban ahí.
–¿No había gente sin apenas recursos en el FER?
–Muy poquitos. Julio Spósito, muerto en el 71, era de clase baja, yo era de clase baja.
Pero el FER era de Malvín, Punta Gorda y Carretas.»
También se propusieron sabotajes pacíficos contra firmas comerciales, llamando a no consumir
sus productos. «La CNT decretó el boicot a las empresas que colaborando con la dictadura han des-
pedido a militancia sindical. Las principales son: Coca-Cola (150 despidos), La Mañana y El Diario
(66 despidos), Supermercados Chip, Circo, Dumbo y Mini Max (130 despidos).»21
En otra octavilla, escrita a mano por alguien de la FAU, se informaba:
«Todo aumenta: el azúcar, la carne. Ahora aumenta el pan. ¿Y qué puede hacer usted.
para detener eso? Evidentemente no podemos esperar que los panaderos se apiaden de
nosotros o que a algún político se le ocurra pensar en los problemas que usted. tiene.
Ahora que pasaron las elecciones usted. ya no les interesa. Debemos resistirlo. La lucha
es contra capitalistas y políticos pues ambos “negocian” con nuestras necesidades. El ba-
rrio Sur ha dado un ejemplo. Organizado en su comité popular, libró el año pasado una ba-
talla contra el aumento del pan que conmovió a todo Montevideo. Ese es el camino. Boico-
tear a los panaderos, organizarse para hacer pan o conseguirlo más barato. Y apenas po-
damos, terminar con quienes nos explotan, haciendo cooperativas de producción y
comenzar a abrir un camino de justicia y libertad para todos.»
Otra forma de lucha y boicot fue negarse a trabajar para las fuerzas represivas. Como fue el caso
de la industria de la bebida, que no entregó refrescos a las cantinas de las fuerzas armadas. Como
una fábrica de limpieza, que no les envió productos. O como en Alpargatas, donde por decisión del
sindicato se suprimieron las entregas de uniforme y telas para la vestimenta militar.
Al hablar de las estructuras para la acción y los sabotajes es preciso señalar que en muchas oca-
siones, como se ha observado, se desarrollaban en los mismos centros de trabajo y de estudio. Estu-
diantes de química que preparaban explosivos o matriceros que fabricaban miguelitos o piezas
necesarias para el accionar armado.
«Había mucha demanda de miguelitos, que se tiraban para evitar la persecución de los
automóviles de la represión, y piezas para romper vidrieras –recuerda Cárdenas–. Pero no-
sotros, cuando nos vincularnos al MLN, sobre todo hacíamos lo que nos pedía la organiza-
ción, cosas más pesadas que esas. Al ser un taller de matricería la cobertura era buena,
por el día trabajábamos en la producción (como solución de vida para los compañeros, al-
gunos comprometidos con el MLN y otros no, aunque en su mayoría eran simpatizantes) y
luego, cuando se terminaba la jornada, entrábamos de nuevo para hacer las cosas que te-
níamos que hacer.»
–No.
–Bueno ¿Verdad que es simpático pero que es absolutamente choto? A mí, hasta hoy, me resulta simpático. Lo que ya me
desconcierta totalmente es que los mismos que pintaban eso manden ahora los hijos a un colegio privado.»
21. Panfleto de la UJC de 1973, aparecido tiempo después del golpe militar y titulado «Información sin censura».
322 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Parte de la manifestación del 1.° de mayo de 1973. Los coches cruzados y volcados dificultaban la actuación
de la policía, que debía abandonar sus coches y caballos
para perseguir a los manifestantes. En la fotografía,
incidentes producidos en julio de 1971.
ciones en los barrios?,26 por ejemplo, en San Martín y Propios. Si vos le rompes, todos los
días, las vidrieras a la misma gente y asustás a la misma gente, llega un momento que a la
que escucha tres o cuatro gritos, baja la persiana de los comercios y se queda dentro, dis-
puesta a salir una hora después, cuando termina todo el despelote. La gente, cuando no-
sotros ya nos habíamos ido, levantaba las persianas y salía. Estaba todo lleno de gases, de
agua, y los caballos todavía andaban por la vereda. Posiblemente, alguna persona ya con
cierta formación de izquierda, ya con cierta animadversión a los militares, con cierta sen-
sibilidad hacia no sé qué cosa social, percibía en eso algo que nos favorecía. Pero la gran
mayoría lo único que pensaba era que había unos energúmenos que, día por medio, sa-
lían a romper vidrios y que después, durante una hora, estaban detrás de los autos que
habían dado vuelta, tirándoles cascotes a los milicos.»
A continuación se presentan algunas opiniones sobre los diversos componentes que conforma-
ban las movilizaciones que se desarrollaban en el centro de la ciudad.
que suponga una línea de diálogo, de coexistencia o como quiera llamársele. Nos trampearíamos a nosotros mismos,
pactando con un sistema que consideramos que debe desaparecer; esto lo repetimos, no se agota con el sólo cambio de
tal o cual línea política, la derogación de este o aquel decreto, el levantamientio o persistencia de las medidas de segu-
ridad. En segundo lugar, la intensificación de la lucha callejera, puede provocar el aumento de militantes a los que se
ofrece la oportunidad de expresar su rechazo al sistema, de repudiar su opresión y –aunque ellos no lo sepan de ante-
mano– de comprender cabalmente la dimensión de su repudio para actuar consecuentemente en el futuro». Bañales y
Jara, 1968, 83.
26. Ya en 1968, varios luchadores sociales observaron aspectos negativos en la elección de la principal avenida montevi-
deana como escenario de las manifestaciones y, a pesar de ello, siguieron haciéndose mayoritariamente en ese lugar.
«Si hubiera existido un mínimo de organización, no se habrían reiterado las manifestaciones por 18 de Julio, un terreno
indudablemente cómodo para la policía; en cambio, se habría optado por una mayor dispersión de los grupos.» Bañales
y Jara, 1968, 100.
324 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Las vidrieras del City Bank y las de la Banca Internacional sí eran nuestras, pero otras, no
–aclara Montero–. Que vinieran grupos revienta-vidriera para lo que fuera no lo niego. No
éramos tan de romper vidrieras. El ochenta por ciento las reventaban las mangueras de los
bomberos. Los bomberos te marcaban, así sabían quién había estado en la manifestación
y quién no.»
Sobre la quema de automóviles había quien se hacía responsable de esos actos y otros que no,
tan sólo reconocían haberlos movido o volcado. En 1968, una parte importante del movimiento de
protesta culpó del incendio de coches a provocadores, interesados en desprestigiar al movimiento y
a agentes de paisano (civil). Otros en cambio, sí reconocían e inclusive defendían esos actos, como
única defensa ante los cuerpos de choque de la policía y, en algún caso, porque el lujo del coche
indicaba que pertenecía a algún burgués.
«Con las discusiones internas que aún tenemos sobre el concepto de propiedad privada27, le
presento el primer testimonio contrario a nuestra elección de ese recurso [decía uno de los
manifestantes más activos durante 1968]. En segundo lugar, nosotros no necesitábamos la
antipatía, sino todo lo contrario, y sabíamos que tales actitudes (como ocurrió) nos enajena-
rían el favor de la población. Finalmente, el empleo de automóviles para hacer barricadas re-
quiere una organización y entrenamiento para la lucha callejera que nosotros no tenemos.
La prueba es que ningún automóvil sirvió para formar barricadas efectivas.»28
«A veces en las manifestaciones de 18 de Julio hicimos barbaridades y les prendíamos
fuego –afirma Montero, quien matiza–. Pero la quema de vehículos era selectiva. Se
usaban aquellos coches que eran insultantes, pero nos pasamos.»
Mucho más común y reivindicado era la quema de neumáticos para cortar el tráfico y provocar
disturbios, para que se notara más la protesta cuando, por ejemplo, se ocupaba una fábrica. El corte
de calles con neumáticos en llamas u otros objetos era algo cotidiano.
También se quemaban símbolos de la opresión fabricados por los propios luchadores sociales.
Como aquella inmensa rata de cartón construida por estudiantes de arquitectura, que portaba el ca-
racterístico sombrero del Tío Sam, que fue quemada frente a la embajada de Estados Unidos.
Como armas y proyectiles arrojadizos contra la policía, se utilizaban piedras y trozos de escombros
o baldosas. Además de la onda de mano confeccionada por los proletarios de Funsa, se usaba la
honda simple con la que se lanzaban piedras, miguelitos, bulones o cualquier trozo de acero. Los cóc-
teles molotov se usaban más para sabotajes y para cortar calles con fuego que para lanzarlos contra
las fuerzas represivas. El tipo que se usaba más era un envase de vidrio, casi lleno de gasolina, tapado
con un trapo que se encendía poco antes de lanzarse. En el momento del impacto y rotura de la bo-
tella, el fuego de la mecha prendía toda superficie mojada con gasolina. También se confeccionaban
otros cócteles molotov que no precisaban ser encendidos para que explotaran sino que lo hacían auto-
máticamente al romperse. Entraban en contacto las gotas de azufre y la gasolina, vertidas en el interior
de la botella, con el potasio que se impregnaba en un papel adhesivo –en el que también se pegaba
azúcar refinada– que se enganchaba en el exterior del recipiente, poco antes de ser lanzado.
A nivel defensivo se usaron barricadas y en alguna ocasión, pimienta para provocar el caos entre
los caballos de la Guardia Republicana e intentar detener a los perros, que también eran apedrea-
27. Con frases como esta uno puede captar el grado de racionalidad que se le intentaba dar a cada uno de los actos y movili-
zaciones. A pesar de que en cuanto a programa e ideas nuevas no se fuese tan fructífero, fue una época cargada de ra-
ciocinio. En la que todo lo que se hacía tenía que poder justificarse ideológica o políticamente en una asamblea. Es de
imaginar las horas adicionales de reunión, con citas de Marx y referencias a Guevara, que podían haber si uno de los
asistentes había defendido la quema de los coches más lujosos.
28. Bañales y Jara, 1968, 98-99.
Los luchadores sociales 325
Calle cortada, julio de 1973. Cachiporras, hondas y municiones, incautadas por las
fuerzas conjuntas en octubre de 1973.
dos. En las ocasiones que se llenó de barricadas una zona en conflicto, la policía montada resultó
ineficaz para reestablecer el orden.
Cuando aparecían los lanzagases (agentes que tiraban gases lacrimógenos), lo que se hacía era
formar una línea de manifestantes, a unos cuarenta metros, que resistía tapándose boca y nariz con
amoníaco o jugo de limón y tirando alguna piedra. Simultáneamente aparecían grupos de los lados,
entre unos y otros, y hostigaban a los milicos todo lo que podían.
Cuando no se podía más o el avance de la miliqueada era demasiado fuerte, se huía dispersán-
dose en pequeños grupos.29
En esa época en que las cámaras fotográficas tenían menos precisión y la policía no filmaba cada
una de las manifestaciones, la gente no se cubría la cara con pañuelos o pasamontañas. En algún
caso se usó el taparse, pero poco. En el accionar armado se dio más. Los militantes, sobre todo los
que eran legales, al realizar ciertos operativos se disfrazaban. «Un día, para ir a apretar a un reaccio-
nario, me pusieron un bigote postizo, unos pómulos salidos y lentes», recuerda uno de los entrevis-
tados. También se cubrían totalmente, a veces con una capucha, en reuniones ocasionales con
compañeros de la misma organización (o de otras) para preservar la compartimentación.
A pesar de que en determinado momento los luchadores sociales llegaron a tener en su poder nu-
merosas armas de fuego, nunca vieron propicio utilizarlas en manifestaciones o enfrentamientos
masivos con la policía –sólo una vez en el puente del pantanoso hubo un tiroteo entre manifestantes
(obreros del Cerro) y policías–, principalmente porque los grupos armados no consideraban al po-
licía o soldado raso tan enemigo como para matarlo.
También se huía de la lucha cuerpo a cuerpo con la policía –aunque esto sí se repitió varias
veces– por la equipación de los agentes, que en definitiva podían usar su arma reglamentaría, pero
sobre todo porque a fin de cuentas, los milicos podían detener a los manifestantes y éstos a ellos no.
«Sólo se anotaron excepciones a este temperamento en el caso de ciertos grupos unidos por
lazos ideológicos, que no vacilaron en ayudar a compañeros lesionados, en trance de ser dete-
nidos o, simplemente, aislados abruptamente».30 Una de las excepciones a las que se refiere este
testimonio fueron los militantes del MUSP, que tenían una estrategia concreta para acudir a las ma-
nifestaciones.
29. «Nos dimos cuenta de que de esta manera reducíamos la ventaja de armamento de los policías y, al separarlos en
grupos más pequeños, teníamos posibilidades de explotar más exitosamente nuestra superioridad numérica.» Bañales y
Jara, 1968, 98.
30. Bañales y Jara, 1968, 100.
326 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
V.1.6. Expropiaciones
La expropiación es una de las formas más extendidas y antiguas de rebelarse contra un sistema en
el que el reparto de los bienes y de lo que la naturaleza ofrece es escandalosamente desigual. De
ahí que sea preferible que en vez de robo, se utilice la palabra expropiación o reapropiación, en el
sentido de que los objetos apropiados son los mismos que el obrero construyó pero que no le perte-
necen.
En Uruguay, durante el período de estudio, además de la expropiaciones de los grupos con apa-
ratos militares,31 hubo otras en las que no se precisaron armas. Fueron necesarias para la lucha,
perseguían un fin político o fueron realizadas en venganza de una acción represiva, como ocurrió
tras el sepelio de Líber Arce. En Montevideo, los saqueos masivos, si se compara con lo sucedido en
otras capitales latinoamericanas, fueron muy escasos.
Expropiaciones originales fueron las de los becarios: éstos, en más de una ocasión y para reivindi-
car la construcción de un comedor universitario y popular, no pagaron la cuenta de un restaurante.
«El movimiento becario –explica Roberto– no tenía una definición política, no participaba
como tal en las asambleas ni proponían acciones concretas, pero hacían algunas acciones
individuales; recuerdo que iban a las pasivas, y dejaban unos bonos del movimiento be-
cario para que el gobierno pagara la comida».
Tanto los becarios como otros luchadores para realizar este tipo de acciones acudían a locales de
propiedad de algún burgués. Casi siempre se intentaba no tomar nada de la clase trabajadora,
aunque en alguna ocasión se llegó a hacer.32 Como fue el caso de la sustracción de gasolina de
vehículos durante la huelga general de 1973. Ante la escasez de combustible, se utilizaron cañitos
para succionar nafta de los depósitos de los coches estacionados. Este producto se almacenaba en
recipientes para poner en funcionamiento pequeñas motos y otros vehículos en los que se despla-
zaban los enlaces del movimiento huelguístico.33
31. En los apartados «Lucha armada», «Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros» y «Organización Popular Revolu-
cionaria 33» se hace referencia a la preparación necesaria y los porqués de esas expropiaciones. Según las fuerzas con-
juntas, «entre el 13 de mayo de 1966 y el 24 de noviembre de 1973, los sediciosos perpetraron 93 acciones en las que
rapiñan por valor de 10.245.584 dólares en efectivo, monto calculado de acuerdo a la cotización del peso uruguayo en
dicho período [...]. No se consideran los robos de mercaderías y otros efectos (armas, explosivos, material eléctrico, fo-
tográfico, de impresiones, maquinarías, vehículos y útiles diversos» JCJ de las FFAA, 367. Es sorprendente que no rela-
cionen las reapropiaciones que efectuaron los Comandos del Hambre y El Coordinador antes de 1966. Que en varias
ocasiones coparon un camión lleno de mercancías –juguetes, radios o alimentos– y las repartieron en los cantegriles.
Cuando la policía intervenía y llegaba al cantegril se encontraba la carne en la parrilla y en los platos de los felices prole-
tarios, a quienes no resultaba nada fácil sacársela.
32. Durante un imprevisto del plan Tatú, algunos tupamaros «han pasado un hambre atroz mientras buscaban, en círculos,
el campamento. En una carretera, le han robado unos chorizos a unos obreros de Vialidad». Blixen. 217
33. También era común el «tomar prestado» cualquier coche para las acciones de los grupos armados. Pero si pertenecía a
un obrero nunca se le robaba; se le devolvía una vez acabado el operativo. O, por ejemplo, un grupo partía en el coche y
dos miembros –«la custodia»– se llevaban al dueño a caminar, simulando estar dando un paseo. Después de pasar el
tiempo estipulado, generalmente corto, se le comunicaba el sitio en el que estaba el vehículo para que lo recuperara.
Hay que tener en cuenta que los diferentes «delincuentes» que roban coches luego de realizar una acción dejan el
vehículo en cualquier lado, pero los tupamaros, por ejemplo, como perseguían el apoyo popular, lo dejaban en un lugar
preciso, aunque eso pudiera complicar la operación.
Los luchadores sociales 327
Esta frase resume la voluntad y objetivos de aquellos luchadores sociales que tomaron las armas
antes y durante 1968. Después, con los primeros asesinatos del régimen y la extensión de la tor-
tura, muchos quisieron venganrse o ajusticiar a algunos milicos protagonistas de los crímenes. Si
bien en 1968 y buena parte de 1969 los grupos armados no tuvieron un gran protagonismo entre
los luchadores sociales, después –en 1970, 1971 y 1972– fueron muy activos y sumamente rele-
vantes en el enfrentamiento contra el régimen.
El accionar armado fue, sobre todo y por este orden, el de organizaciones como MLN, OPR 33,
FARO, FRT y 22 de Diciembre (Tupamaro). Apenas existieron pequeños grupos vinculados a los ante-
riores que actuaron autónomamente, o, simplemente, combatientes que se armaron por su cuenta
para defenderse de los escuadrones de la muerte o por cualquier otro motivo.
Es preciso recordar la estrecha colaboración entre militantes que no estaban armados con otros
que sí lo estaban. Un ejemplo fueron las constantes llamadas de los primeros, algunos de ellos
miembros de los CAT, dando falsas alarmas a la policía: «una bomba aquí, un local allí, movimientos
raros en tal lugar». De esta forma se solapaba la tan deseada colaboración ciudadana pedida por el
gobierno que resultó ser un fracaso. Además se conseguía crear cierto desgaste en el seno de los
cuerpos represivos. «Cada vez que se iba a atracar un banco se mandaba a la policía para todos
lados», recuerda Garín.
Así como la acción directa no implica, necesariamente, el uso de la violencia, la lucha armada sí,
aspecto que provocó una profunda polémica. Existían mil matices sobre el dónde, cómo y cuándo,
pero había un cierto consenso en torno a la legitimidad de que los oprimidos del mundo, quienes pa-
decían violencia cotidianamente, usaran algún tipo de violencia para cambiar su situación.
Se tenía claro –y así era explicado en panfletos, murgas y canciones– que violencia, además de
las piedras lanzadas contra la policía, son los niños muriendo de hambre, las personas durmiendo
bajo la lluvia y, sobre todo, la forma de defensa del sistema cuando se lo intenta derrocar o cuando,
simplemente, necesita imponer medidas antipopulares y de austeridad.36 Se sabía que el régimen
34. Bañales y Jara, 1968, 100.
35. Compañero, 1972.
36. Y no sólo se hablaba de la violencia abierta y directa –guerra, hambre y tortura–, sino también de la solapada y coti-
diana. «Este tipo de violencia caliente, brutal, que rompe los ojos, no es el único por cierto. Más peligrosas, por menos
visibles, son las empresas solapadas de adiestramiento, de nivelación, de “acondicionamiento” que, bajo las aparien-
cias más amables y poniendo hábilmente en juego ciertas motivaciones, tienden a encerrar a las gentes en redes invisi-
bles. El individuo desprevenido, desconcertado por la complejidad de situaciones, aplastado por las solicitaciones de
328 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
utilizaría la violencia para protegerse, aunque, tal vez, nadie imaginó que hubiera seres humanos
capaces de llevar a cabo grados de ensañamiento como los que se alcanzaron en Uruguay y, sobre
todo, en Argentina.
Algunos cuestionaban su uso en un país civilista y pacífico como Uruguay, en el que veían posibi-
lidades de cambios por otras vías. Otros objetaban que en una coyuntura como la de fines de los se-
senta, con claro predominio a nivel de balance de fuerzas de los defensores del sistema capitalista,
no era el momento de tomar las armas.
De todos modos había coincidencia, a diferencia de hoy en que se imponen los discursos antite-
rroristas y de defensa de guerras «humanitarias», en que violencia es tanto la oficial –legitimada por
el estado– como la proletaria.37 A pesar de que en el resto de esta monografía se han podido cons-
tatar, una y otra vez, la crítica y la defensa de la violencia revolucionaria, se presentan algunos testi-
monios, que ayudan a comprender la sensibilización que provocaba y las razones para optar por una
u otra forma de lucha.
La opinión de León Lev resume la visión que tenía el PC sobre este tema.
«Buscamos llevar una lucha política democrática y de masas. No concebimos la acción
directa y la violencia en nuestra sociedad uruguaya. Buscamos que las explosiones de
masas frente a las injusticias, la quiebra del modelo del Uruguay liberal, del Uruguay utó-
pico de la década del cincuenta no cayeran en la desesperanza y la frustración. Buscamos
canalizar eso hacia una acción de masas, por eso nuestra lucha en los sindicatos, en las
universidades, nuestra concepción de la unidad obrero-estudiantil, del FA. Nunca conce-
bimos que no fuera por el camino político y hasta electoral. No concebíamos que la vía ar-
mada, en el Uruguay, fuera la vía principal. En América Latina era una vía real, en países
como Guatemala o Colombia, pero en la realidad uruguaya ese no era el camino.»
La FAU se expresaba en estos términos:
«El diálogo sin lucha como método gremial, el parlamentarismo, la coexistencia pacífica
entre las clases, manifestaciones de la ideología burguesa dentro del movimiento popular
y de la izquierda, también van entrando en crisis.
A partir de estas premisas, a la luz de una práctica militante en todos los terrenos, se de-
sarrollan los métodos adecuados y se van forjando los instrumentos políticos para im-
pulsar la lucha revolucionaria en el Uruguay [...]. En el mismo período, dando batalla
contra la represión, librando múltiples (acciones) del más diverso tipo, creciendo en medio
que es objeto y atacado simultáneamente en lo que tiene más bajo y de más noble –tanto en su idealismo como en sus
instintos— no es otra cosa que un juguete pasivo, y tanto más objeto de burla cuanto más libre se cree […]. En ello re-
side la más inquietante de las amenazas del porvenir inmediato; contra las manifestaciones abiertas de la violencia, la
reacción se impone por sí misma, pero la violencia asordinada se instala con la connivencia de sus víctimas y no se la
descubre más que por las ventajas que aporta a quienes se sirven de ella.» Fragmento del libro La violencia en el mundo
actual», Desclée de Brouwer, 1968, y citado en El Correo de la Unesco, abril de 1969, París.
37. A diferencia de algunos políticos y medios de comunicación, que pueden llegar a presentar como más violento la rotura
de escaparates que el bombardeo de una ciudad, se tenía claro que siempre resultaba más agresivo atentar contra una
vida humana, sea cual sea, que contra un objeto o inmueble. De ahí que, aunque las fuentes oficiales apunten lo con-
trario, los operativos con el fin de ejecutar a enemigos fueran escasos. J. C. Mechoso asegura que cuando algunos
miembros de la OPR 33 fueron «a tirotear la casa de un tipo que pesadeaba a los obreros e intentaba abusar de las traba-
jadoras, sólo se trataba de una advertencia». Por eso, aunque los periódicos de la época hablaron de intento de asesi-
nato, ellos dispararon apuntando al techo.
Los luchadores sociales 329
Una de las discusiones más recurrentes, en el seno de los grupos armados, pretendía responder a
la pregunta: ¿Es mejor en la guerrilla urbana saber de antemano todos y cada uno de los detalles y
movimientos, o no? Sea como fuere, para participar en acciones de este tipo, y antes de darse esta
controversia, los actores tienen que prepararse a fondo a nivel físico, técnico y mental. La lucha ar-
mada requiere de un duro entrenamiento y un riguroso aprendizaje sobre el uso de las armas y co-
nocimientos de estrategia militar.
38. Fragmento de una Carta de la FAU del año 1970. La expresión «en el mismo período» se refiere a 1968 y, sobre todo, a
1969 y primeros meses de 1970. Citado del dossier: ¿Tiempo de lucha, tiempo de elecciones? Recopilado por la FAU.
Texto nº 12, archivo del autor.
39. Declaración del MLN de adhesión al Frente Amplio, diciembre de 1970.
40. Texto nº 2. Archivo del autor.
41. Huidobro, 1994, Tomo III, 56.
330 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Diversas organizaciones elaboraron manuales para que sus militantes ejercitaran saltos de zan-
jas, carreras cuerpo a tierra, escalada y desplazamientos por cuerdas horizontales –todo ello portan-
do armas–, tiro con diversas armas de fuego, lanzamiento de granadas y botellas llenas de gasolina.
En ocasiones, se daban indicaciones muy precisas sobre el mantenimiento, porte y uso de
armamento.
«Después de cada disparo hecho con un arma semiautomática o mecánica deberá soltar
el disparador lo suficiente para que ésta pueda engranar nuevamente el mecanismo dis-
parador [...]. Se ha notado una tendencia a sentir que el fierro “quema” en la cintura, que
hay que desprenderse rápidamente del fierro, y no se ha valorado que en un apuro el
único que nos salva, hoy en día, es el fierro y no el verso.»42
A los guerrilleros urbanos también se les daban consejos médicos y recomendaciones para posi-
bles salidas apresuradas del país. En un documento interno de las FARO se avisaba: «Compañero
guerrillero: la cédula de identidad y pasaporte deben estar actualizados; libreta de conductor y moto
al día, vacuna antitetánica y análisis de sangre hecho». Estas advertencias salvaron a militantes de
varios problemas, sin embargo, pusieron en serios aprietos a otros. Las fuerzas represivas lo primero
que hacían, cuando detenían a un posible integrante de una organización armada, era mirarle el an-
tebrazo u otras partes del cuerpo, para descubrir vacunas recientes.
Para mejorar el entrenamiento guerrillero se acondicionaron lugares –que una vez preparados se
denominaban cantones– para prácticas militares: sabotajes, supervivencia, topografía, guerrilla ru-
ral y urbana, tiro de normal y de precisión (francotiradores). Para esto último, en algunas estancias
se hicieron polígonos bajo tierra de hasta cien metros de longitud.
42. JCJ de las FFAA, 423, 596.
Los luchadores sociales 331
En 1966, 1967 y 1968 enseñaron a disparar algunos argentinos vinculados a J. William Cook,
como Joe Baxter.
«Y cubanos también vinieron –comenta Montero– y había viajes a Cuba para entrenarse y
todo lo demás. Yo estuve cerca de zonas rurales y pude tirar, pero tiraba con una 22 y una
16 de doble caño. Tirabas con eso a las perdices. Fuera de ese tipo de tiro no tirabas. ¿Por
qué no salimos a tirar tiros como quien va a cazar? Si en Uruguay nadie tenía licencia de
armas. Teniendo tanto campo hubiese sido mucho más natural. Después haces un asa-
dito para que parezca más normal. En el destierro, en Cardona [Cataluña] tiré más tiros
que en toda esa época que en la anterior; salía con la gente de allí, salíamos a cazar con el
45. Se hizo para algunos grupos, pero la tendencia era formar cosas mucho más com-
plejas. Parece que teníamos una guerra de innovación con otros movimientos revoluciona-
rios del mundo. Eso sería un poco la desviación universitaria [...]. A mucha gente la jodió
el sentimiento aquel de conspirador. Le sesgó la creatividad y le complicó más la vida.
Porque había una vecina que te denunciaba, al meter todo eso en un berretín, o tenías
todo eso en tu casa y te pasaban cien personas en seis meses, y ¿cómo justificabas ese
movimiento de gente en tu barrio?»
Fernando Castillo, que no pertenecía a la organización pero estaba en contacto con los equipos de
formación, recuerda: «El MLN nos mandaba una muchacha con un librito, año 71, nos venía a dar
clases de armas. Se daban cosas surrealistas. ¿Cómo te van a enseñar a tirar con un libro y sin un re-
vólver?».
El peligro que podía significar tener, junto con publicaciones «sediciosas», una pistola y sobre
todo la escasez de armas de fuego hizo que fenómenos como los señalados por este último testi-
monio o el entreno con chumberas fueran muy corrientes.43
–Pero al menos en los años sesenta, las acciones desde el punto de vista operativo
fueron espectaculares, además de limpias. ¿Cómo explicar que en ese plano técnico
fueran tan buenos y en el aspecto militar no se supiera hacer una granada ¿Era así o no?
–Exactamente así no, pero parecido. El tema es que montar y trabajar con explosivos no
es moco de pavo. Había que hacerlo a nivel urbano. Trabajabas de mañana y tenías que
trabajar de nuevo de noche en la clandestinidad. Tenías que hacer el berretín, ventilación,
iluminación, mecanismo de seguridad... Y mucha precisión. No es lo mismo el uso de una
lámpara que el uso de un elemento de precisión. Si la lámpara cojea un poco, bueno. Pero
si cojea el 30% de las granadas que se van a usar, los compañeros se juegan la vida. Pero
en realidad no había una voluntad de usar las granadas. Se entendía que era peligroso
usarlas en la ciudad. Por lo tanto se fabricaban granadas para que no funcionaran. A
veces, no sé para qué se fabricaban las cosas. Había una incongruencia. Y eso te lo digo
ahora de veterano, como autocrítica al aparato armado, a su concepción. Nosotros ha-
cíamos hostigamiento no resistencia. Nosotros atacábamos, ¡qué coño, eso no es resistir!
Lo único era cuando te detenían que tenías que aguantar la picana hasta que ese co-
mando se tomara los olivos y se fuera. Podíamos resistir el contrahostigamiento, pero
cuando dejábamos de atacar a los milicos, [los compañeros] quedaban en babia. Como la
inmensa mayoría era legal, no sabía a dónde carajo ir. No había un foco. Había que tener
instrumentos adecuados al tipo de hostigamiento que se estaba haciendo. Si se estaban
realizando operaciones limpias no podés ir con granadas en la mano. Es absurdo. Una
granada no la controla nadie.»
«El 90% de los revólveres eran Colt y Smith and Wesson –informa Garín repasando al-
gunas de las armas que utilizaban–44 […]. Los Chifs era mandar a gente a la ruina porque
no le pegabas de lejos, la Colt 45 sí era buena; [también se usaban] las metralletas Riot,
USI PM 38, esa de los alemanes con un tambor; los fusiles M1, la M16 de los americanos en
Vietnam. La bazuca la hacíamos nosotros. Había fábricas. A partir de un tubo de acero o
fierro de esos de agua y un detonador, todo manual. Muy arcaico para hacer una guerra.
–¿Qué atacaron con la bazuca?
–Alguna furgoneta o comisaría.»
Garín cuenta que cuando probaron la bazuca, un tupamaro disparó contra un vehículo militar; el
proyectil atravesó el cristal y le cayó al conductor entre sus temblorosas piernas. La recogió rápida-
mente y la tiró por la ventana. «El milico quedó loco y al otro, a partir de entonces, lo llamábamos El
Bazuca».
Otra anécdota narrada por Garín sucedió cuando, después de la toma de Pando, fueron a probar
las granadas al monte. Tiraron un par y algunos vieron que aquello no funcionaba. Otros decidieron
probarla contra una vaca, que murió en el acto al impactarle el proyectil al lado. Uno de los que ase-
guraba que las granadas no podían matar a nadie lanzó una cerca suyo y comprobó que no pasaba
nada. «¿Y la vaca?» «Murió del susto», aclara Garín, quien señala: «Teníamos dos mil granadas de
demolición y tiramos una».
Aunque los grupos armados de Uruguay comprobaron el funcionamiento de algunas de sus ar-
mas en el monte, sufrieron las mismas limitaciones que todos los grupos de guerrilla urbana: la im-
posibilidad de entrenamiento militar. Por eso los tupamaros tuvieron mucha más fuerza en la época
que utilizaron sus pistolas para amedrentar que en la del combate armado. Algunos se encontraron
en pleno enfrentamiento teniendo que disparar con un arma que nunca habían probado. Por ejem-
44. Para tener más información al respecto ver la relación de armamento incautado en el asalto al Centro de Instrucción de
la Marina, ofrecida en el apartado con el mismo nombre que esa operación.
Los luchadores sociales 333
plo, uno de ellos, que desconocía la sensibilidad de la metralleta que llevaba, en un momento
crucial apretó el gatillo y vació el cargador, quedándose sin balas frente al enemigo.
Tras estos relatos, que muestran la ya conocida precariedad de ciertos tipos de armas del MLN, se
consultó a Garín.
«–Si, por ejemplo, gran parte de los militantes del 26 de Marzo u otros sectores le hu-
biesen pedido armas, decenas de miles, ¿se las podrían haber suministrado?
–No.
–¿No sabían como traerlas de otros países?
–Sí, pero en el fondo creíamos que las armas había que tomarlas del enemigo.
–¿Cómo? ¿Asaltando los cuarteles, como en julio de 1936 en Barcelona?
–Sí. O que algunos patriotas dieran las armas. Con trabajo político.»
Por su parte Blixen explica que, ante la falta de mercado negro armamentístico, llegaron a pagar a
soldados a cambio de alguna metralleta o pistola que robaban en el cuartel, pero asegura que eso
apenas se hizo y que nunca pudieron comprar un cargamento. Entonces pensaron en autoabaste-
cerse y por ello, además de confeccionar bazucas y proyectiles, inventaron una metralleta para fabri-
carse en clandestinidad. Lo sorprendente del caso no es que los tupamaros, entre los que había in-
genieros y torneros especializados, pretendieran fabricar armas en serie, sino que los planos de esta
metralleta se elaboraran en la cárcel. Hay que aclarar que desde que se hicieron los planos hasta
que se fabricó pasaron muchos meses, tantos que cuando ya estaba hecho el producto, el MLN ya es-
taba derrotado militarmente.
«Lo único que no se podía construir era la herramienta con la cual íbamos a hacer las es-
trías del caño para que la bala girara sobre si misma y saliera en línea recta –señala
Blixen–. Requería un material para perforar el acero o sea que tenía que ser más duro que
él. Por eso, cuando nosotros salimos [de Punta Carretas] con esos planos, los mandamos
para Cuba que a su vez mandaron a la Unión Soviética. Se llama La tupita y está en el
museo de la Revolución en Cuba.»
Rosencof como limitación de la actividad guerrillera uruguaya no apunta tanto a la escasez de ar-
mas sino a la falta de militantes que supieran utilizarlas y apunta además el factor más importante
de dicha causa:
«Influyó también el hecho de que en este país no existiera servicio militar obligatorio.
Desde el punto de vista militar, cuando hablábamos de columnas o de aparato armado,
hablábamos de algo muy débil, aparentemente muy poderoso pero en la práctica muy dis-
minuido. Por ejemplo, cuando expropiamos los ciento setenta fusiles, la Marina y el Ejér-
cito se alertaron pensando qué íbamos a hacer con ellos. Y no sabíamos qué hacer. Es
decir, no teníamos hombres preparados para manejarlos. Muchos de esos fusiles termi-
naron en Bolivia, en la guerrilla de Chato Peredo, así como los aparatos de comunicación.
Por otra parte no había espacio para un adiestramiento» 45
cine y en el que se incauta documentación que, según aquellos combatientes, cuando se hiciera pú-
blica «sería de sumo provecho para la creencia revolucionaria de los trabajadores de UTE».46
Instantes después, llegan al lugar los «guerrilleros» –que se distinguen por los brazaletes que lle-
van en el antebrazo– y los «conductores» –dos de ellos con coches requisados– y, junto con algunos
colaboradores –que ya se encuentran entre el público del Plaza–, toman el cine.
En el edificio de espectáculos, diseminados por las tres plantas, hay en total treinta miembros de
las FARO. Unos expropian la recaudación del día y otros intentan llevar a cabo otro de los objetivos de
la operación: arengar al público mediante una cinta grabada, aclarando visualmente los conceptos
políticos.47 Un fallo en la información recogida, para tomar el centro de proyección, imposibilita el
pase de las cintas audiovisuales, por lo que se concreta la propaganda armada con el plan de re-
cambio: la volanteada. Se distribuye un panfleto titulado «Luchar ahora».
«Frente al cierre parcial o definitivo, por parte del gobierno fascista y dictatorial, de los me-
dios de expresión, como los diarios Época, Democracia, De Frente, Ya y los semanarios El
Sol, El Oriental y Marcha.
Frente al avance represivo de un gobierno que traiciona a los intereses populares, tra-
tando de monopolizar la información, alienar y desinformar.
Frente a la campaña de calumnias a profesores y estudiantes de secundaria y la univer-
sidad, verdaderos ejemplos de justificadas protestas y rebeldías.
Los comandos “Indalecio Olivera”, “Arturo Recalde” “Hugo de los Santos” y “Mario Ro-
baina Méndez”, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales”, se hacen responsa-
bles de la toma del cine Plaza, para explicar y educar el poder revolucionario en nuevos in-
tentos revolucionarios de comunicación y de lucha.
Y al decir del Che, es necesario “llevar la guerra a donde el enemigo la lleve, a su casa, a
sus lugares de diversión, hacerla total”.
¡América o muerte!
Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales”.»
De forma sorpresiva, entran cuatro policías pero son reducidos por los guerrilleros, que tras vito-
rear algunas consignas, realizan una retirada escalonada, la mitad a pie y el resto en coches. En el
comunicado nº 24 de las FARO, el operativo se consideró un éxito político y económico y una «de-
mostración de poder y audacia que sólo las organizaciones revolucionarias tienen». Como puntos
negativos se enumeró el fallo de observación, que imposibilitó la proyección de la arenga y el hecho
de que, en la retirada, dos combatientes fueran olvidados en la sala. Aunque se aclaró que la «sere-
nidad y la suerte» los devolvieron a la lucha. Se especificó que esos errores se debieron a que era la
primera operación coordinada en comandos, en la que cada uno de ellos se encargaba de aspectos
que sólo los principales responsables conocían.
46. Comunicado interno nº 24 de las FARO, escrito en Montevideo el 1º de junio de 1970 (texto nº 1, archivo del autor), ex-
plica el operativo y detalla el material incautado: ficheros, carnés de talones de asociados, planillas de cobro, correspon-
dencia del secretariado, carpetas con nombres de renunciantes de AUTE.
47. La proclama no emitida hablaba de aspectos como la situación de los países denominados subdesarrollados, el pro-
blema de la vivienda, el éxodo de jóvenes al extranjero y empezaba de la siguiente manera: «¡Atención, atención! Esta
sala se encuentra tomada por un comando revolucionario de las FAR “Orientales”. Nadie debe levantarse de su asiento y
advertimos a los funcionarios policiales que se encuentren que no intenten resistencia. Hay más de cincuenta guerri-
lleros en los diferentes pisos. En caso de no acatar la orden serán responsables del daño que se pueda ocasionar a los es-
pectadores. Repetimos. A continuación se proyectará una serie de documentos explicativos de la situación nacional de
la profunda crisis, con la única, real y posible (solución): la lucha armada». Texto nº 1.
Los luchadores sociales 335
La creación de las cárceles revolucionarias o del pueblo suscitó otra de las polémicas en el ámbito
militante. Estaban quienes consideraban injustificado el sufrimiento producido a un ser humano,
inclusive enemigo. Y afirmaban que el encierro, la indefensión, la aplicación de una inyección para
dormir, la incertidumbre, la separación de sus seres queridos y la amenaza de muerte si no colabo-
raba, eran una tortura psicológica. Otros, en cambio, opinaban que, si en una guerra en la que uno
de los dos bandos utilizaba los secuestros, los rehenes y las cárceles para vencer, el otro también lo
podía hacer. Pero matizando que el trato debía ser, dentro de las posibilidades, lo más correcto po-
sible. El humanismo profesado por los revolucionarios y lo importante que era para ellos tener en
su poder a un líder destacado del régimen facilitó ese buen trato exigido por los comandos.49
«Teníamos un americano, Fly, y a este tipo le dábamos jamón porque tenía que estar bien
tratado –recuerda uno de los testimonios–. El tipo que le daba el jamón cortaba el borde
(viste que tiene grasa), y como no teníamos ni qué comer, porque estábamos aislados por
diversas situaciones, comíamos los bordes esos con pan y galletitas.»
Quienes defendían la toma de rehenes, aclaraban que no se debía vejar ni torturar nunca a un secues-
trado. Y, según las fuentes consultadas y a pesar de que varios detenidos eran reconocidos torturadores, así
fue, nunca se torturó a ninguno de los secuestrados. Entre los luchadores sociales –en esto hay unani-
midad– no se tolera ni se acepta, bajo ninguna circunstancia, torturar al enemigo.50 Sin embargo, y es
normal, algún secuestrado habló de malos tratos y las fuerzas conjuntas de torturas. Pero los famosos in-
terrogatorios a «los prisioneros del pueblo» iban en otro sentido, y éstos hablaron por distintos motivos
(véase al respecto el apartado «Tregua armada»), entre los que podemos señalar el miedo o el no contar
con la suficiente motivación para ocultar datos que comprometieran a sus colegas. Bardesio, por
ejemplo dio un montón de información porque mientras él estaba detenido el escuadrón de la muerte
mató a un tupamaro. Hecho que, en el diálogo de la guerra chica, significa la más que probable ejecu-
ción del rehén. Entonces éste, ya fuera por venganza a sus correligionarios –que actuaron sabiendo que
eso significaba la muerte– o por miedo real a ser ejecutado, aportó los detalles necesarios para desen-
mascarar a varios de los integrantes de los escuadrones.
48. Boadas Rivas fue el anarquista catalán, compañero de Durruti, que participó junto a Moretti en el asalto al cambio Mes-
sina y que estuvo casi veintidós años preso en Punta Carretas.
49. En algunos casos, en los calabozos de la guerrilla, la comprensión del conflicto social que se vivía y el humanismo se mani-
festó tanto entre los captores como entre los secuestrados. «El flaco –escribió el secuestrado Jackson–, para quien yo re-
presentaba todo lo que el movimiento odiaba, al despedirse puso repentinamente la mano en mi jaula y me explicó que de-
seaba despedirse. Fue el último de mis carceleros que se permitió ese tranquilizador gesto de humanidad. Se lo devolví re-
comendándole muy especialmente que se cuidara, que procurara que no lo alcanzara un tiro y que volviera de algún modo
a la vida normal, que se casara y que tuviera hijos porque tendrían un buen padre en él [...]. La joven pareja tupamara que,
terminado su turno, volvieron a ponerse las capuchas y entraron nuevamente, extendieron sus manos entre las rejas y qui-
sieron estrechar la mía: “siempre andará con nosotros, embajador”, fueron las palabras de la muchacha. Con todo mi co-
razón les digo lo mismo, a ella y a su joven acompañante, donde quiera que estén» Caula y Silva, 85.
50. Sólo uno de los testimonios, torturado en numerosas ocasiones, manifiesta: «Me parece jodidísimo torturar a alguien, y
sólo defendería esta medida en un caso tan extremo como el siguiente. Imaginate que están torturando terriblemente a
varios compañeros pero no se sabe dónde y tenemos preso a un enemigo que sí lo sabe, bueno a ese hay que hacerlo ha-
blar, como sea, para salvar rápidamente a los otros».
336 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Como ventajas, quienes –como el MLN y la OPR 33– llevaron a cabo operativos de secuestros
apuntaban:
Los berretines donde escondían a los «chanchos», como se denominaba a los secuestrados, eran
los lugares más buscados por la policía. Cada vez que había rapto, sobre todo si era de una auto-
ridad de otro país y había presión internacional, el gobierno se desesperaba, ordenaba «peinar» todo
Montevideo o directamente decretaba el Estado de Sitio. Pero hasta 1972, cuando debido a las de-
laciones se descubre la cárcel del pueblo más importante, las fuerzas represivas no pudieron encon-
trar a ningún secuestrado. Aunque, en más de una ocasión, estuvieron a punto de hacerlo.
«Más de cincuenta policías entraron como malón en una fábrica de detergentes y jabones
en la avenida Lezica, donde trabajaba un obrero que acababa de ser detenido. Los policías
revisaron minuciosamente la Química Colón, golpearon, buscaron huecos, extensiones
eléctricas, derivados de agua corriente y finalmente se fueron, convencidos de que no
había nada, que la fábrica de detergentes estaba limpia, como correspondía. Si el ministro
hubiera sabido que allí, en la Química Colón, debajo del duchero de baño, estaba la mayor
cárcel del pueblo; si hubiera sabido que durante el allanamiento los policías le estaba pi-
sando las cabezas, por así decirlo, a dos secuestrados.» 52
V.1.7.6. Alcantarillado
«Puede acceder un revolucionario, pero no un mercenario y un soldado... Es
decir en un caño de cincuenta centímetros de diámetro, entre aguas
servidas, orinas y excrementos, no puede trabajar un hombre a sueldo de la
represión, pero sí un tupamaro, un revolucionario... Se trata de dos morales
diferentes, de dos actitudes humanas que no pueden compararse.»53
Es oportuno mencionar el uso político-militar de las cloacas, porque la guerrilla urbana siempre las
ha tenido como vías de acción y repliegue. En el caso uruguayo, el alcantarillado no fue utilizado en
demasiadas oportunidades pero sirvió para que se fugaran de la cárcel hombres y mujeres. Lo que
produjo que se viera recompensado, en alguna medida, el esfuerzo sobrehumano del conocimiento
de la red cloacal montevideana.54 Había grupos del MLN especializados en esa tarea que conocían
casi todo Montevideo a partir del alcantarillado y podían ir de un local a otro por él. Robaron todos
los planos originales de las cloacas. Los berretines más grandes y la cárcel del pueblo tenían salida
hacia ellas. Pero cuando esto fue conocido por los militares, dejó de utilizarse porque bajaban por
dos esquinas y cerraban a quienes estuvieran en medio.
Dos tupamaras fugadas rememoran su paso por las vías subterráneas. «No recuerdo ni miedo ni
sensación de asfixia. Las ganas de la libertad nos llevaban en andas»; «no sé si las cloacas son lim-
pias o sucias, o si es que en una situación límite uno no ve nada las paredes eran negras y viscosas,
por momentos, íbamos agarradas de ellas».55 En este operativo, en el que treinta y ocho luchadoras
sociales se evadieron de la cárcel, estaban contemplados caminos alternativos, a tomar ante cual-
quier complicación.
Durante la denominada «guerra de los siete meses», que desde abril de 1972 hasta octubre en-
frentó al MLN y las fuerzas armadas, la red cloacal sirvió de refugio y, en más de una ocasión, fue es-
cenario de tiroteos.
«Nos fuimos por la cloaca, nos persiguieron y estuvimos casi dos días adentro, al final sa-
limos cerca de la rambla, por donde estaba “Kibón”, pero estuvimos escondidos en las
propias cloacas casi hasta el otro día de noche. Hubo un tiroteo y la compañera de Amodio
(Alicia Rey), que había tenido un accidente en una motoneta y todavía estaba convale-
ciente, decidió entregarse. Le gritó a los milicos desde el caño en el cual estábamos escon-
didos y se entregó. Los otros compañeros me siguieron a mí, menudearon los tiros, hi-
rieron a otra compañera de modo relativamente superficial y finalmente logramos zafar.
Nos quedamos escondidos hasta el otro día en un caño chico porque nos dimos cuenta
que los milicos tenían un miedo bárbaro de entrar. Destapamos una bocatormenta por la
calle Scosería, salimos, a la primera camioneta que pasó, la apretamos y nos fuimos al
local en el cual estaba funcionando el Ejecutivo.»56
53. Equivocado o no, este era el pensamiento tupamaro, y no «la porfiada vocación de sus integrantes por las cloacas»,
como escribió la JCJ de las FFAA en su libro La subversión, 10.
54. Ver «Nacimiento: teoría y pertrechamiento» y «Sobrevivir en la cárcel».
55. Graciela Jorge, 143, 121.
56. Campodónico, 115.
338 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Las medidas de seguridad eran de suma importancia en las agrupaciones clandestinas y se tenía la
conciencia de que al descuidarlas, no sólo peligraba la integridad personal, sino también la del
resto de los miembros del mismo grupo.
Como se observa en el apartado «Clandestinidad», la compartimentación consistía en la oculta-
ción de señas de identidad de los integrantes de la misma agrupación para que, en el caso de ser tor-
turado, no se aportasen elementos identificatorios. De ahí que establecieran criterios de seguridad
incluso en los ámbitos de lucha legales.
«Los domicilios no pueden ser conocidos por nadie que esté en la militancia. Debe ser
erradicada la costumbre de dar direcciones a todo el mundo. Un amigo de hoy puede ser
un compañero mañana. Debe evitarse que los vecinos olfateen alguna actividad política.
De ser conocida una actividad política anterior, hay que tratar de difundir el rumor de que
fue abandonada.»58
Rafael Cárdenas recuerda que cuándo los llevaban a hacer un curso de algo, como por ejemplo
manejo de armas, los trasladaban compartimentados y que otro miembro de la organización, que no
conocía, lo llevaba en un coche, en el que tenía prohibido mirar para fuera, dando vueltas de deso-
rientación antes de llegar al destino.59
«Nosotros la compartimentación y la seguridad la tomamos con mucha seriedad –mani-
fiesta Cárdenas–, pero no todos los tomaron así, me di cuenta por anécdotas y desgracias.
Había gente que conocía mucho, aunque hacían ver que no, sabían quién había estado allí,
cuándo... Nosotros no, porque pensamos que el sistema de compartimentación era insepa-
rable de la lucha armada clandestina, sobre todo urbana, y que había que mantenerlo por
una cuestión de seguridad mínima. Nosotros cuando caímos fue porque nos cantaron.»
La base de aquellas prácticas era la confianza y el interés general en conocer lo menos posible
para que si los torturaban, preguntándoles el lugar en cuestión, no tuvieran la disyuntiva de si so-
portar el dolor o dar la información. Si no se tenía respuestas a las preguntas la tortura era, psicológi-
camente, más soportable y se evitaba la posibilidad de delación.
«Existe la tendencia generalizada a preguntar y/o contar “cosas de la militancia” a compa-
ñeros y amigos allegados. La experiencia indica que tal actitud es negativa... La noticia in-
necesaria con “encargo de exclusivo secreto” corre de unos a otros hasta llegar muchas
veces a oídos del enemigo. Cuando el militante pregunta por cuirosidad... se está car-
gando de información que en caso de que sea detenido y sometido a presiones por parte
57. JCJ de las FFAA, 418. Consejos como este se encontraban en los manuales que los militantes tenían para la seguridad y
autodefensa.
58. JCJ de las FFAA, 418.
59. «En una ocasión –cuenta Cárdenas, a modo de anécdota– tras aparcar el coche, pasamos a un ascensor y cuando lle-
gamos me preguntan: “¿Sabes dónde estamos?” “Sí”, contesté. Tenía un amigo que vivía en el mismo edificio. Una ca-
sualidad, mala suerte. No sé qué habrán hecho después, si cambiaron de lugar o no.»
Los luchadores sociales 339
de la represión, lo hacen más inseguro (cuanto más elementos se tienen que ocultar en un
interrogatorio, psicologicamente se es más vulnerable.» 60
Este consejo pertenece a un manual de la FAU sobre medidas de seguridad. Es parte del apartado
«Discreción» del capítulo «Seguridad Personal». Los otros apartados eran: «Puntualidad», en el que
se aconsejaba no esperar más de quince minutos en caso de que el contacto se retrasara; «Compar-
timentación», en el que se establecía la necesidad y la rigurosidad de esta práctica; «Seudónimos»,
en el que se daba la posibilidad de tomar tantos apelativos como actividades se desarrollaban en
distintos niveles de la organización y en el que se aconsejaba no juntar a compañeros que usaban el
nombre verdadero con los que no lo conocían; «Tenencia de documentos, papeles, impresos, etcé-
tera», en el que instaba a deshacerse de todo papel comprometedor que no fuera a usarse para no
convertirse en un archivo ambulante, en un prontuario del movimiento; «Cambio de vida», en el que
se insistía en hacer lo más discreto posible la inserción en las actividades clandestinas, es decir no
modificar demasiado la forma de vida y relación con la gente del pasado; «Uso del teléfono», en el
que se aconsejaba el uso de lenguaje en clave y en el que se exigía que algunos de los elementos
para darse una cita estuvieran fijados previamente; «Desplazamientos», donde se establecían
ciertos criterios para intentar evitar ser seguido como: el uso del transporte colectivo, la modifica-
ción de recorridos y, en caso de usar un coche particular para transportar objetos o compañeros, el
estacionar a una distancia prudencial del destino; «Lugares de apoyo», en el que se recomendaba
tener sitios seguros donde esconderse en caso de peligro.
La compartimentación en algunos aspectos fue limitada. Por ejemplo, cuando una célula recibía
una visita esporádica de un militante que, por ejemplo, les enseñaba a disparar, no se usaban capu-
chas ni se escondían los rostros, lo que facilitó el reconocimiento de integrantes por fotografías.
Las organizaciones clandestinas que adoptaban medidas de seguridad como la compartimenta-
ción no eran únicamente las armadas. Nora y Roberto explican que la estructura del PS durante los
años que funcionó ilegalmente era semiclandestino o, directamente, clandestino, dependiendo las
épocas. Los militantes estaban compartimentados y usaban «nombres de guerra» y se llegaron a
hacer congresos con delegados elegidos en reuniones de grupos muy reducidos. Uno de ellos tuvo
lugar en una casa en un balneario. Los asistentes llegaron en diferentes autocares y una vez allí se
dividieron entre los delegados y los que daban cobertura al encuentro. Los primeros pasaron todo el
día encerrados, con las persianas bajas, discutiendo y tomando resoluciones; los segundos hacían
la vida en el exterior de la casa para que los vecinos vieran a un grupo de personas que había ido a
pasar el día haciendo un asado y jugando al truco.
En 1971 debido a la celebración de elecciones, el PS fue legalizado pero, en algunos aspectos y
como precaución de lo que pudiera pasar, mantuvo un funcionamiento clandestino. Por ejemplo,
Nora recuerda que «de los que formaban parte del núcleo más del Partido, era muy pocos los que te
lo decían. Podías estar militando con ellos y no saber» qué cargo ocupaban.
Volviendo a los grupos armados, uno de los consejos constantes que se comunicaban era el tener
una coartada cuando se fuera a participar en un operativo, y sobre qué recomendaciones daban a
los clandestinos para actuar ante una posible detención, se dialogó con Garín.
«–¿Cuando hacías las operaciones o transitabas por la vía pública llevabas la pistola?
–Siempre. Armado hasta los dientes. [Hasta con] una granada. Evitábamos andar en
auto por las pinzas, andábamos a pie o autobús. En auto sólo si era necesario por las
operaciones. A pie era lo más seguro.
60. J.C. Mechoso, 76.
340 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«El programa de la CNT –añade Arocena–, como se decía en aquella época, era el pro-
grama de toda la izquierda, y también de los radicales. Si había criticas era por las vías
de lucha (terminología ferrocarrilera) salvo en sectores muy pequeños, la izquierda pro-
china, que era mínima [...]. Quizá esa poca ideología de la izquierda uruguaya es tam-
bién su fuerza, por la unidad, el Frente Amplio, es el único frente que se mantiene en
América.»63
La pobreza programática es una de las principales causas que provocan el gran arraigo del nacio-
nalismo populista, con intereses tan poco comunes al movimiento antagónico al capital, y episodios
como el de las expectativas con los militares.
Algunas de las grandes discusiones de fondo eran sobre reformismo y revolución, elecciones y
lucha armada, Frente Amplio o abstencionismo electoral, revolución nacional o social, partido o
foco, coexistencia pacífica o revolución, clase obrera o sectores marginales de la economía como
fuerza social de la revolución, bloque soviético como proceso socialista o como capitalismo de es-
tado, y el tercerismo.64
Las publicaciones de los grupos de los luchadores sociales presentan, tanto en su forma como en su
contenido, rasgos comunes. Las principales discrepancias tenían relación con los métodos de lucha.
Cada organización, e inclusive alguna de las diferentes estructuras de ellas –juventudes, estu-
diantiles, clandestinas– tenía su órgano de difusión. A medida que iban cambiando de nombre se
creaban nuevas estructuras, suprimiendo unos órganos de difusión y gestándose otros. En este as-
pecto, una de las experiencias más interesantes fue la creación de diversos periódicos coordinados
por varias agrupaciones, por ejemplo, Época.
Llama la atención la gran cantidad de publicaciones que había en aquel período. Una misma or-
ganización podía publicar un semanario destinado a temas de actualidad, una revista con textos de
fondo y un diario con noticias cotidianas. También había muchas octavillas, algunas de ellas perió-
dicas que, por ejemplo, se repartían en movilizaciones o en los momentos previos a las asambleas.65
Los temas más reiterativos tanto en los periódicos como en las octavillas fueron, entre otros:66
–Denuncia de la situación y respuesta a la propaganda de la contrarrevolución.
«Con la misma naturalidad anuncian que una u otra jovencita han muerto acribilladas a
balazos en la calle, o que hay niños que mueren de hambre, de desnutrición, como suce-
diera con una criatura de siete años recientemente en Rocha a pesar de que Fortaleza diga
63. En el apartado «Organizaciones contrarias al régimen», en el que se presentan las principales características de las
agrupaciones se detalla el programa y los objetivos sociales de cada una de ellas.
64. «Por un lado es la tercera posición entre Washington y Moscú, por otro lado tiene mucho que ver con el peronismo, por
otro es el tercermundismo, como no alineado en el primer y segundo mundo, son muchas cosas. Pero el tercerismo en el
Uruguay, desde el punto de vista ideológico, para decirlo muy corto, es el semanario Marcha [...]. Los que hicieron la re-
forma del 58 eran terceristas».
65. Ricardo cuenta que se llegaron a improvisar medios de impresión que simulaban un mimeógrafo. «Que consistían en un
marco de madera y una organza de nylon o tela agrafada al marco, donde se pegaba una maqueta de mimeógrafo. A los
marcos de madera más perfeccionados se les ponía mango y se abisagraban a una mesa o apoyo de madera para operar
más rápido y más ágilmente Las hojas a imprimir se ponían debajo de la tela. Desde arriba se pasaba el lampazo con la
tinta diluida con queroseno. Atravesaba únicamente los agujeros de la maqueta, y así se conseguía la impresión. Se
solía hacer en equipo de tres o cuatro compañeros. Uno cambiaba muy rápidamente las hojas a imprimir y sacaba las
impresas, el otro levantaba y bajaba el planograf, el tercero sólo pasaba el lampazo, y si había un cuarto éste ponía la
tinta. Se confeccionaban muchas páginas por minuto. Cuando nos poníamos, hacíamos unos cinco mil volantes.
66. Aunque casi todos los panfletos trataban de aspectos generales había otros que eran específicos de una fábrica o sector
estudiantil, igualmente impregnados de necesidad de lucha. «¿Por qué no se abrió el período de becas?» es el título de
una octavilla de abril de 1972, de la FEUU. Texto nº 13, archivo del autor.»
342 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
que en este país nadie se muere de hambre. Ambos, son los aspectos más salientes del
Uruguay de hoy.»67
«Los que viven del trabajo ajeno, los del negocio escandaloso llaman al obrero a “poner
el hombro”, así ellos siguen metiendo la mano.»68
– Defensa de la organización política y presentación de actos y publicaciones.
«Confianza en su aptitud (nuestro pueblo) y su fuerza para construirse un mañana más
justo, más digno y más libre para todos. Sin chupasangres que engordan con el sudor
ajeno. Sin mandones que nos quieran llevar a pechazos. Por eso, porque creemos en
nuestra gente, en este pueblo nuestro, sufrido, sencillo y rebelde es que salimos a la pa-
lestra, confiando hacer de nuestro periódico un instrumento útil para promover la rebeldía,
la organización y la movilización al pueblo en defensa de sus derechos.» 69
«Lea lucha libertaria: la Federación Anarquista plantea las soluciones libertarias a la
crisis. ¡Pídalo en quioscos!» 70
«Martes 13 - hora 19 Mesa redonda. Paraninfo de la Universidad. Hacia la marcha del 19.»71
–Estado de la cuestión; táctica ofensiva o defensiva.
«¿Cuál es la salida para el movimiento popular? Hemos caracterizado toda esta etapa
como de resistencia popular. Esto implica reconocer que las condiciones, la correlación de
fuerzas, no habilitan una batalla decisiva por el poder, pero si nos habilitan para defender
y ampliar los derechos que pretenden pisotear y que fueron conquistados con la lucha. Re-
sistir implica, defender la dignidad del pueblo luchando por: salario, trabajo, por libertad,
por objetivos alcanzables, para irle ganando palmo a palmo el terreno al enemigo, solo re-
sistiendo lograremos pasar a la ofensiva.
Por eso no basta con plantearse la ofensiva con bellas frases; cuando en los hechos lo
que se está haciendo es sustituir la confianza en la capacidad de pelea de la gente, por la
confianza en el trámite o el diálogo con las autoridades. Por eso no podemos más que tra-
zarnos la línea de la independencia política-ideológica de la clase trabajadora.» 72
–Directrices y ánimos.
«Se ha demostrado, una vez más, la enorme fuerza del movimiento obrero. Se ha dado
una movilización intensa, pero que no puso en juego toda la fuerza real del movimiento
sindical, al insistirse en la táctica de que los gremios luchen por separado, sin un plan que
los coordine, unifique y haga más potente su acción de modo de alcanzar objetivos más
profundos que sólo el salario, pero que de todos modos ha sido positivo porque ha hecho
retractar al gobierno de su decisión de no dar aumento antes de diciembre y ha dejado en
evidencia su ruinosa política económica, al mismo tiempo de mostrar que sí se lo puede
enfrentar por más camellos y chanchitas que ponga en la ciudad.» 73
–1º de mayo.
67. De un volante titulado «La lección de septiembre», escrito por Resistencia Obrero Estudiantil, en 1972. En él aparece
una fotografía de unos muchachos tirando piedras. Texto n º 14, archivo del autor.
68. Panfleto de la UJC de 1973 titulado «Información sin censura», en respuesta al cartel de los militares que llamaba a
abandonar la huelga y volver a la producción. Texto nº 15, archivo del autor.
69. Presentación del periódico de la ROE Compañero, 29 de abril 1971.
70. De esta propaganda, que hacía la FAU de sus publicaciones, sorprende que estuviera en los quioscos.
71. Suplemento especial de la Jornada. Texto nº 16, archivo del autor.
72. Fragmento de un panfleto escrito por el FER Medicina y la agrupación Liberación de la ROE, en 1973, titulado «Al
gremio:» y numerado XX. Texto nº 17, archivo del autor. Casi todos los escritos, aparecidos a partir de junio de 1972,
destacan porque los luchadores sociales tienen una actitud bastante defensiva.
73. «La lección de septiembre» Resistencia Obrero Estudiantil, escrito en 1972. Texto nº 14, archivo del autor.
Los luchadores sociales 343
«Lo que debemos hacer es partir entonces del análisis de la situación que vivimos hoy en
nuestro país para determinar cómo debe ser nuestro 1º de mayo. Porque si no hacemos
eso si por el contrario partimos de la aplicación mecánica y rígida de un determinado con-
cepto, tal criterio nos puede conducir a gruesos errores y en la práctica está conduciendo a
asumir planteos que fomentan la división en las fuerzas de la clase, que pretender erigir
un “30 de abril” en alternativa frente a la jornada tradicional, olvidando las condiciones
concretas, dividiendo fuerzas, jugando a favor del enemigo y en definitiva volviéndole la
espalda a la vida y a la historia tal como discurre en nuestro Uruguay de hoy [...]. Gracias
a esta clase obrera organizada sindicalmente en su combativa central es que hoy podemos
mirar con optimismo cierto y sereno el futuro de la patria. Toda la acción de los trabaja-
dores ha abierto un camino de unidad entre las fuerzas patrióticas, para lograr el objetivo
de reconstruir nuestro país [...]. 1º de mayo por un gobierno de unidad nacional sin rosca.
Los estudiantes junto a la clase obrera en la forja de una alternativa democrática. ¡Todo por
el más grande 1º de mayo! ¡Unidad, solidaridad y lucha! Brigada Universitaria Socia-
lista».74
–Sobre las expectativas en los militares.
«Lo denunciamos en ese momento, y los hechos se encargaron de confirmarlo, que las
contradicciones planteadas eran de carácter secundario. En ningún momento se puso en
tela de juicio el sistema, basado en la explotación, el hambre y la miseria de la mayoría. Lo
que verdaderamente estaba en juego era una cierta reestructura en el esquema de domi-
nación que tendiera a prestigiar el sistema, dañándolo dentro de su propio marco.
El resultado de toda esta estruendosa contienda entre políticos y militares, es el COSENA,
que asesora, consulta o presiona al Poder Ejecutivo en la búsqueda ambos, de un mejora-
miento en las actuales realidades de poder de las clases dominantes.
Pero hay una cosa positiva en todo este proceso. A pesar de las dudas creadas, a pesar
de que el reformismo se empeñó, y se sigue empeñando en sembrar expectativas parali-
zantes, ilusiones que sólo favorecen a las clases dominantes, a pesar de todo eso de-
cíamos, las clases dominantes y su expresión transaccional de gobierno cívico militar: el
COSENA, no han sido capaces de ganarse y consolidar una base social.» 75
–Sobre elecciones.
«Las contradicciones sociales se polarizan rápidamente, la oligarquía entonces se vio obli-
gada, durante estos tres últimos años a reprimir salvajemente a un movimiento popular
que ascendía tornando cada vez más consciencia. Sin embargo, en pleno desarrollo del
fascismo, la oligarquía llama a elecciones.
¿Qué pretendía en este nuevo paso táctico? Pretendía canalizar todo ese avance de la
conciencia del pueblo, generada en su experiencia de lucha, hacia los canales de la lega-
lidad burguesa, constriñiendo asi al movimiento popular a un terreno en el que evidente-
mente la clase dominante tenia asegurada la victoria.
Así lograba distender las contradicciones sociales momentáneamente, como forma de
ganar tiempo para reajustar los mecanismos de dominación, tan desgastados y por años
de duro enfrentamiento y de esa manera poder controlar efectivamente la rebelión po-
pular.
74. En el panfleto del PS titulado «¡A trabajar por el más grande 1º de mayo!» (Texto nº 18, archivo del autor.) se insistía en
la unidad y criticaba por tanto todo intento de división. Otro panfleto sobre el 1º de mayo estaba firmado por varias agru-
paciones, algo común en la tendencia combativa o Frente Amplio. «La plataforma también debe unir los objetivos de
nuestra movilización con los que se trace la clase obrera y el conjunto, del movimiento popular pues sólo así lograremos
una efectiva resistencia a la avalancha contrarrevolucionaria.
75. Fragmento de un panfleto firmado por el FER Medicina y la agrupación Liberación de la ROE, en 1973, titulado «Al
gremio:» y numerado XX. Texto nº 17, archivo del autor.
344 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Sabiendo que en definitiva las contradicciones entre las clases, habrían de resolverse
violentamente, al mismo tiempo que prometía elecciones “libres”, ilusionando al pueblo
en una farsa, desarrollada y tecnificaba el aparato represivo del estado, creaba organiza-
ciones fascistas clandestinas como el LYS, DAM, CCT, destinadas a sembrar el terror a nivel
popular, y semiclandestinas como la JUP tendiente agrupar a sectores de la base social de
la reacción y adoctrinarios lentamente contra el “comunismo” y la “subversión”.
Correlativamente, mediante la “revitalización” de la democracia, devolvía al pueblo la
confianza en el sistema y aprovechaba para extenderse ideológicamente, a través del do-
minio de los medios de difusión sobre los sectores culturalmente atrasados, asegurando
una base social que le permitiera continuar su política después de las elecciones
El resultado electoral como índice de opinión nos da a las claras pruebas que mani-
fiestan la imposibilidad de enfrentar a la oligarquía en su propio terreno.»76
–Nacionalismo, antiimperialismo y algo de internacionalismo.
«Y por último: ¿no es cierto que nuestro pueblo, los orientales honestos, que no se dividen
por el traje, profesión o papel en la sociedad, sino que están unidos por el rasgo común de
ser auténticos patriotas, de que sus intentos son los intereses del país y por lo tanto incom-
patibles con los de la oligarquía antinacional; ese pueblo que no soporta ya vivir como
hasta ahora reclama un cambio de rumbo: reclama soluciones, las discute y las plantea de
muy variadas formas y a muy diversos niveles?
Hay que desarrollar la intervención del movimiento obrero para decidir la lucha interior
en los sectores nacionalistas del ejército, para que éste sienta la capacidad del movimiento
obrero y ganar al sector de izquierda.» 77
«Que sepan, que lo tengan bien claro: No son ellos distintos a los de siempre. No es
nuestro pueblo distinto a los otros pueblos.» 78
–Denuncia de la represión y liberación de los presos.
«Compañeros: Hoy la gran mayoría de los gremios obreros y estudiantiles tienen presos
por luchar. La represión ha caído también sobre nuestro gremio, tenemos más de veinte
compañeros presos por el único “delito” de su militancia gremial.» 79
«Saludamos la libertad de nuestra camarada: Milte Radiccione. Luego de cuarenta y
cinco días de detención. “A disposición del poder ejecutivo”. Libertad para todos los com-
pañeros presos.» 80
Aún sin profundizar en el estudio de diferentes diarios y octavillas, se constatan algunas caracte-
rísticas comunes. A nivel formal, la edición no era demasiado buena, sobre todo de panfletos, en los
que encontramos titulares y consignas escritas a mano y tachaduras. Sin embargo, el nivel de redac-
ción y ortografía era correcto. Casi todos iban firmados y sólo a unos pocos se les ponía la fecha.
Para esta investigación se encontraron muchos más volantes de los años 71, 72 y 73 que de los
primero años. Seguramente porque, al ser mayor la cantidad de militantes integrantes de una orga-
nización, se escribieron más.
76. Texto nº 20, anónimo y sin referencia bibliográfica, archivo del autor.
77. Órgano de la Fracción Trotskista de la Enseñanza, Partido Obrero Revolucionario (Trotskista). Texto nº 21, archivo del
autor.
78. Del panfleto del PS titulado «¡A trabajar por el más grande 1º de mayo!». Texto nº 18, archivo del autor.
79. Al desconocerse la fecha y autor de la octavilla no se puede saber si es verdad que la única actividad de los presos a los
que se refiere tenían, meramente, actividad gremial. En todo caso sería lógico que, si alguno de ellos estaba detenido
bajo acusación de pertenencia a agrupación sediciosa (armada) o que realmente participara en una de ellas, en los vo-
lantes se ocultara esta realidad.
80. Órgano de la Fracción Trotskista de la Enseñanza, Partido Obrero Revolucionario (Trotskista). Texto nº 21, archivo del
autor.
Los luchadores sociales 345
Llama la atención que la mayor parte de los comunicados, carteles, panfletos y cartas de los lu-
chadores sociales, al igual que el material emitido por parte de las autoridades, estaba dirigido a la
masa –el ciudadano y los «neutrales»–. Justamente a la gente que no estaba actuando y que, en
muchas ocasiones, intentaba mantenerse al margen de los conflictos sociales. Pero el objetivo, ló-
gico por otra parte, era ganar a esa masa, para tener más legitimidad en lo que se estaba haciendo, y
porque sólo con nuevas fuerzas se podían lograr los objetivos. Pocos son los panfletos proletarios
destinados a los luchadores sociales para aclarar cosas, afinar posiciones o denunciar prácticas.
Las consignas podían aparecer pintadas en una pared con la estrella tupamara al lado;81 o es-
critas al final de una octavilla de la UJC; pronunciadas desde un carro parlante del Frente Amplio,
cantadas en una ocupación liceal82 o gritadas en el sector de la manifestación dónde iban los de la
tendencia combativa. Algunas de las proclamas eran:83
–Arriba, arriba, arriba los que luchan.
–Unidad, unidad es la forma de luchar.
–UTAA, UTAA por la tierra y con Sendic.
–Tierra para trabajar, no podemos esperar.
–Basta ya de dialogar, hay que armarse pa’ luchar.84
–Liberar, liberar a los presos por luchar.85
–Calma radicales, calma.
–Ya lo olí, ya lo olí, Nardone estuvo aquí.86
–Por fascista y por ladrón Acosta y Lara al paredón.
–Se siente, se siente el pueblo está presente.
–Cuba sí, yanquis no.
81. «Las pintadas nuestras –señala Montero en referencia al FA– eran respetuosas con el entorno, lo que pasa es que des-
pués blancos y colorados armaban cualquier despelote, y se empezó a pintar arriba del otro y del otro. Teníamos una mi-
litancia de pintadas, con sumo riesgo. En cambio, blancos y colorados tenían que pagarlas. Por eso a veces, los pobres
tipos que tenías enfrente pintando o en las pegatinas, eran trabajadores. Muchos compañeros veían a aquellos como
mercenarios, de lo radicalizada que estaba la cosa, y el tipo estaba trabajando para el puchero de ese día y del día si-
guiente y nada más.»
82. Algunos de los fragmentos de canciones que se cantaban más alto o incluso separados eran:
–Hay que dar vuelta el tiempo como la taba, el que no cambia todo no cambia nada.
–No tires al policía, apunta un poco más alto, pegále a los de arriba.
–Cielito, cielito joven está el cielo en rebeldía, qué verde viene la lluvia, qué joven la puntería.
–Tiranos temblad.
–Dice mi padre que un sólo traidor puede más que mil valientes.
–Ya vendrá desde el fondo del tiempo otro tiempo.
–Los chuecos se junten bien juntos, bien juntos los pies y luego caminen buscando la patria de todos, la patria Maciel.
–No digo nombre ni seña, sólo digo compañero.
83. Las cantadas o gritadas en movilizaciones no van entre comillas y las escritas en pancartas o panfletos sí. Hay que tener
en cuenta que muchas primero eran pronunciadas oralmente y luego escritas y a la inversa.
84. La mayoría de las consignas ni se sabe cuando aparecieron ni quién las creó individualmente. Pertenecen a toda una
clase que luchó y creó sus consignas. De todas formas resulta curioso saber cómo nacieron algunas de ellas. Por
ejemplo, esta en concreto nace en Tacuarembó. Rodriguez Belletti recuerda como apareció aquel grito revolucionario
que encabezó la marcha cañera de 1968: «Veníamos de un acto. Llovía, y Gerardo Gatti me dijo, “No tenemos consigna
para Montevideo”. Empezamos a barajar ideas debajo de la lluvia y ahí nomás salió la consigna.» Blixen, 165.
85. «En las manis se usaba mucho “liberar, liberar, a los presos por luchar”, pero ésta ocasionaba algún que otro conato,
éramos reprimidos por decir eso, pero reprimidos por los que iban con nosotros en las manis», apunta Cota haciendo re-
ferencia a los miembros de izquierda que en ciento momento aseguraban que los presos eran terroristas y que gritar esa
consigna era divisionista.
86. Esta se gritaba cambiando «Nardone» por el político de turno.
346 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
De arriba abajo:
Pintada del Frente Estudiantil Revolucionario.
Obreros leyendo el órgano de difusión del PC, El Popular.
88. Las frases de Carteles
Artigas yenGuevara eran
la marcha delconvertidas
1.° de mayoen
deconsignas.
1973. Las FARO en el comunicado interno nº 24 reproducía la
siguiente frase del
Periódico Che: «Qué
El Oriental, el 6importan los sacrificios
de diciembre o peligros
de 1969, con la de un hombre o de un pueblo cuando están en juego el
destino de la humanidad».
presencia delOtra de lasde
militante frases célebres
la ROE del Che, reproducida en diversas octavillas fue: «Acuérdense que
, Hugo Cores.
la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada».
89. Pancarta del FER en las ventanas del IAVA. Barricada, 1998, 6.
90. Algunas de las consignas que obran en la memoria colectiva no aparecen en esta lista porque los testimonios consul-
tados no se acordaban si ya se empleaban antes 1974, durante el período que abarca esta investigación. Son el caso de
«Hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás»; Porompompón, el que no salta es un botón; somos arcilla re-
belde y combativa; «el proletariado no tiene sexo»; «podrán cortar algunas flores pero no podrán detener la primavera».
Se le preguntó a Cota si se acordaba del grito: ¡No nos moverán!, contestó: «Por supuesto que ésta, sí, obligada, pero...,
joder si nos movieron, como una coctelera».
348 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
V.2. REPRESIÓN
«Qué vamos a hacer del país? ¿Una prisión general? ¿Un vasto campo de
concentración? ¿Un inmenso cuartel?» CARLOS QUIJANO.91
Para Aharonián, «el fascismo significa el último manotazo de un sistema social que no quiere irse.
Es la sacada de máscara del sistema democrático burgués, la cara real del sistema democrático
burgués que cuando se ve acosado es fascista y cuando no está acosado se hace el democrático».
Estas citas son algunas de las conclusiones de quienes vivieron el proceso represivo de la demo-
cracia-dictadura capitalista; el paso de la dictadura constitucional o parlamentaria a la militar.
Como se ha ido viendo a lo largo de la obra y como a continuación se observa, el sistema democrá-
tico burgués no implica ausencia de represión terrorífica y masiva. Es un error afirmar que la picana
es fascista y el diálogo parlamentario, democrático, es falsa la disyuntiva democracia-dictadura. El
submarino, la «libertad» de prensa, la militarización, el voto, la censura, las violaciones a las prisio-
neras, el permiso para fundar un partido político, los allanamientos y la presencia de militares en los
liceos son todos fenómenos democráticos. En Uruguay, al menos, se dieron en democracia; si por
ésta se entiende la presencia de un gobierno y un parlamento elegidos por sufragio universal. En la
actualidad, muchos relacionan el comienzo de la represión con el de la «dictadura», es decir con el
período iniciado tras el golpe de estado. Esto es una equivocación. Es evidente, aunque no se re-
cuerde ni se diga, que la tortura y la cárcel también se aplicaron de forma masiva antes de la disolu-
ción de las Cámaras. Las prácticas represivas son características de la dominación de los explota-
dores sobre los explotados y necesarios para la perpetuidad del democrático sistema de explotación
del hombre por el hombre.93 Así fue comprendido y denunciado en el Uruguay, uno de los países
donde más claramente el propio Poder Ejecutivo y el Parlamento, elegidos democráticamente,
dieron entrada a los militares. Para algunos, «fascistas»; según otros, «democráticos».94
91. Graciela Jorge, 11.
92. Fragmento publicado en Marcha. Alvaro Rico, 69.
93. Como complemento de la explicación de la relación entre democracia y sociedad de clases, se presentan tres de las tesis
citadas en un artículo titulado: «La revolución comunista. Tesis de trabajo» que fueron publicadas en 1969 en la revista
Invariance nº 6, de la que J. Camatte, era uno de sus principales animadores.
«Tesis 1: De una forma general, podemos definir la democracia como el comportamiento del hombre, la organización de
éste cuando ha perdido su unidad orgánica original con la comunidad. Existe, entonces, durante todo el período que se-
para el comunismo primitivo del comunismo científico.
Tesis 2: La democracia nace a partir del momento en que existe división entre los hombres y repartición del haber. Lo
que quiere decir que nace con la propiedad privada, los individuos y la división de la sociedad en clases, con la forma-
ción del estado. Por ello se hace cada vez más pura en la medida en que la propiedad privada se generaliza y que las
clases aparecen con mayor claridad en la sociedad […].
Tesis 5: La democracia implica, por lo tanto, la existencia de individuos, de clases y del estado; por ello la democracia es
a la vez un modo de gobierno, un modo de dominación de una clase y el mecanismo de unión y de conciliación.»
94. La FAU, en una octavilla de 1972 lanzaba la consigna: «A luchar por salarios. A luchar para liberar a nuestros presos,
encerrados por miles en las cárceles y en los cuarteles, torturados cobardemente, masivamente, “democráticamente”».
El Partido Comunista se lamentaba entonces, y sigue haciéndolo ahora, de que no se cuidó lo suficiente la democracia y
sus instituciones. Tejera, en una línea muy distinta a la del PC, afirma que «el desprecio a la democracia formal, llevó a
un desprecio por la democracia, lisa y llanamente»; haciendo referencia tanto al sistema de gobierno basado en el su-
Los luchadores sociales 349
«Todos tenemos, en estos últimos tiempos, tendencia a fijar nuestra mirada hasta el punto
del hipnotismo en –pongamos por caso– la siniestra figura de Gavazzo, olvidando por for-
zoso adormecimiento, mirar los hilos que manejaban a Gavazzo para, a través de ellos,
llegar a las manos del titiritero. Corremos el grave riesgo de creer que desaparecido el mu-
ñeco se acabó el problema y dejaremos sin denuncia a quien los fabrica y maneja.
A fin de cuentas los asesinos y torturadores no son más que instrumentos [del sistema
democrático burgués que los tiene en reserva hasta cuando los precisa, podría haber aña-
dido].» 95
Para muchos, la justicia pasa por condenar, únicamente, a los «ejecutores directos» de las repre-
salias y no a quien los prepara y necesita: la burguesía, el sistema de producción capitalista, la de-
mocracia, la Constitución y los políticos uruguayos que entre 1968 y 1973 encomendaron la repre-
sión y dieron el protagonismo a los militares.96 Los políticos más conservadores del Partido Blanco y
del Partido Colorado votaron, por ejemplo, el Estado de Guerra Interno sin importarles que eso signi-
ficara la entrada definitiva de las fuerzas armadas en la escena política nacional. Los menos conser-
vadores lo hicieron, aunque a regañadientes, porque temían mucho más el proceso que podía de-
sencadenar una insurrección social, que una «cruzada» militar.
«Es bueno recordar que la jeta tétrica de la dictadura del capital, la represión abierta, las
decenas de miles de torturados y presos, no son el patrimonio exclusivo de los militares
que se cagaron en la Constitución en el año 1973; sino que fue gloriosamente compartida
por un gobierno y un partido democráticamente elegido el Partido Colorado; y que con-
taba, además, con la complicidad parlamentaria de todos los partidos “antidictatoriales”
de hoy (Partido Nacional, Frente Amplio). Recordemos también el papel que jugaban en-
tonces los líderes de la actual [1983] oposición burguesa: Jorge Batlle estaba abierta-
mente con el régimen; Ferreira Aldunate apoyaba parlamentariamente casi todas las me-
didas y Seregni, como jefe de la principal región militar, dirigía la represión necesaria en la
aplicación de tales medidas cuando se declara la huelga en la banca privada.» 97
Este fragmento, escrito años después del período, trata un tema hasta ahora poco debatido: la
complicidad parlamentaria del Frente Amplio en el proceso represivo. Aún cuando sea exagerado
vincular el accionar político de esta coalición con la represión, ya que nunca votó ninguna medida en
fragio universal e, inclusive, a la organización horizontal de las personas, el respeto y el auge del autoritarismo entre los
propios luchadores sociales.
95. Huidobro, 1992, 141.
96. Blixen, en las páginas 243 y 244 de la biografía sobre Sendic, apunta, con gran lucidez, a la culpabilidad del sistema
capitalista en la aplicación del proceso represivo. «Aquel ejército civilista fue capaz, en apenas unos pocos meses, de ol-
vidar todas las tradiciones y asumir, como un credo, los manuales de la guerra contrainsurgente, los Tenientes de Artigas
imponían su propia y particular interpretación del “espíritu artiguista” en las fuerzas armadas. El terrorismo de estado,
la Guerra Interna, la dictadura, no serán sino formas concretas que adoptará un proceso de reacomodación de los fac-
tores económicos, políticos y sociales a una escala que ni siquiera percibían con claridad los políticos que agitaban los
demonios. Menos aún sabrán los militares que en el aquelarre de las torturas –donde van perdiendo vertiginosamente
su condición humana– estarán generando teoría: el método genocida del neoliberalismo; el terror, por la desaparición
forzada, para la libre expresión de las fuerzas del mercado; el asesinato masivo de porciones enteras de la sociedad
como catalizador de la armonía económica; las fosas comunes como depósitos de los “agentes desechados por el mer-
cado”. Así se desplegará la nueva estrategia en el Cono Sur, y las “diferencias nacionales” serán sólo de orden cuantita-
tivo. No percibieron nada de esto los tupamaros cuando creyeron que eliminaban un apéndice molesto al golpear al es-
cuadrón de la muerte. Hubiera sido excesivo reclamarles una visión de conjunto sobre la estrategia del endeudamiento
global que ensayaban por esos días los centros mundiales de poder. Pero tampoco tuvieron noción, ni noticia, de que los
militares tenían todo a punto para desplomar la guerra con total ferocidad. Tampoco tuvieron conciencia algunos de los
diputados y senadores que votaron sin chistar el Estado de Guerra Interno.»
97. Texto nº 2. Archivo del autor.
350 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ese aspecto, para algunos sectores su permanencia en las Cámaras significó legitimar el gobierno y
con ello la coacción generalizada:
«Un grupo de parlamentarios respetables que salvo honrosas excepciones se lavan las
manos cuando oyen hablar de subversión y de tupamaros; que no desperdician oportu-
nidad para calificar a las organizaciones armadas de “terroristas y salvajes”, que hablan de
pacificación cuando saben que esto no puede significar otra cosa que desmovilización po-
pular, que es precisamente lo que interesa al gobierno y que es precisamente esto lo que
hacen; que ensalzan a “las instituciones democráticas”, a la Constitución y a la Ley
cuando son esas instituciones, esa Constitución y esas leyes las que encubren la acción
del fascismo, la explotación económica de las masas populares, los campos de concentra-
ción en los que actualmente se encierran por millares a los luchadores sociales, la tortura
y el fusilamiento; que impiden la movilización de las masas -que les interesaba mucho
cuando se trataba de acumular votos en las urnas- y la sustituyen por discursos y protestas
en las cámaras, que para nada sirven; que dialogan con Bordaberry cordialmente cuando
saben que éste comanda un gobierno de verdugos y hambreadores, cuando saben que
ese gobierno es una dictadura surgida de las elecciones más mugrientas de nuestra his-
toria de acuerdo a las mismas palabras del Frente en aquel entonces.
No son todos los dirigentes y partidos del Frente los que están actuando de este modo.
Eso queremos dejarlo bien claro. Dentro del Frente también existen sectores revoluciona-
rios que están en minoría. Pero los partidos que le imprimen la orientación oficial sí lo
están haciendo, desembozadamente.»98
Este texto sintetiza varios puntos importantes. Uno de ellos apunta a la culpabilidad de la propia
Constitución uruguaya y a la fórmula constitucional en general. En esa Ley Suprema estaban explícitas
o implícitas las formas de represión e intervención estatal aplicadas a los luchadores sociales en Uru-
guay. Y si alguna no estaba, la Constitución podía facultar a cualquiera de los tres poderes su implan-
tación. Algunas peticiones de ciertas autoridades nunca llegaron a ser aprobadas. En 1970, un sector
del gobierno pidió a la Corte Suprema que aprobara inyectar a detenidos pentotal99. Esta petición se
basaba en la «necesidad» de conocer el paradero de personalidades secuestradas por la guerrilla.
También hubo quien quiso legalizar la tortura, pero la Corte Suprema y el Parlamento siempre se ne-
garon a ello, aunque castigaron a quienes luchaban contra su aplicación y no a quienes la ejecutaban.
Algo parecido sucedió con la escalada represiva iniciada el 27 de junio de 1973, situación no contem-
plada por el Parlamento y la Constitución.100 En 1985, una vez repuestas estas instituciones, no hubo
actos de castigo contra los militares, quienes habían impulsado esas violaciones. Sin embargo se si-
guió aprobando la intervención policial contra las movilizaciones. Es dable pensar que seguramente
reprimirán, con la misma saña, todo conato revolucionario que pueda surgir.
98. Extraído del artículo «¿Qué entiende el FOR por política obrera?» del diario Política obrera nº1 agosto-septiembre 1972,
del Frente Obrero Revolucionario.
99. «Droga cuya origen es el ácido barbitúrico, empleada en las operaciones quirúrgicas. Se aplica por vía intravenosa. Bajo
su acción, el paciente no es consciente de sus propias palabras, por lo que se emplea para conseguir testimonios o con-
fesiones.» Real Academia Española, Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, cuarta edición revisada,
Madrid, 1989, 1195.
100. Utilizando una de las trampas de la Constitución, que otorga a las fuerzas armadas, en caso de conflictos, el papel prin-
cipal de defensa de la misma, hay quien afirma que inclusive las medidas represivas, antiparlamentarias y de excep-
ción, impuestas por los militares a partir del 27 de junio de 1973, de alguna manera también están contempladas en
ella. Antes de esa fecha, hubo varios ejemplos en los que un juez condenó a distintos individuos y sectores por pretender
realizar lo que según él era competencia castrense. A un grupo de oficiales detenidos en julio de 1972 y procesados por
la justicia militar se les acusó de: «constituir un grupo de oficiales que, al margen de sus mandos naturales, pretendía
defender la Constitución, tarea ésta que constitucionalmente corresponde a las fuerzas armadas». Bacchetta, 33.
Los luchadores sociales 351
Todas las constituciones del mundo castigan, con varios años de cárcel, a cualquier organización
que use las armas para incidir en la sociedad o transformarla.101 Pero también penaliza aquellos
que, sin recurrir a la lucha armada, utilizan otros medios con el mismo fin. Las constituciones,
además de «garantizar los derechos individuales», crean mecanismos de defensa al sistema domi-
nante e intentan impedir la insurrección popular o su previa organización, a través de conceptos de-
lictivos como asonada, sedición y conspiración contra la Constitución en grado de colaboración o de
hecho. En Uruguay, la Ley de Seguridad del Estado, aprobada por el Parlamento en 1972, esta-
blecía una pena de diez a treinta años de prisión por el hecho de «asociarse para atentar contra la
Constitución». Por todas estas razones, los sectores más radicales de aquel entonces no dudaron en
tildarla de salvaguarda de la clase dominante y documento legitimador de su represión.
«Que en consecuencia nuestro sindicato, ni apoya ni alienta ningún golpe militar, cual-
quiera sean sus características. Tampoco defiende la legalidad actual, pues se daría el
hecho insólito, que al defender con huelga general la constitución burguesa y las institu-
ciones de esas constituciones nacidas allí, se estará implícitamente defendiendo a los res-
ponsables directos de la miseria, de las torturas, de las persecuciones que hemos su-
frido.»102
Incluso políticos con una larga trayectoria en el Parlamento, e inclusive antes de los convulsio-
nados años sesenta, reconocían que la Constitución beneficiaba, casi siempre, a los sectores más
adinerados. Alba Roballo, en la Asamblea General del 13 de agosto de 1959 y representando al Par-
tido Colorado, manifestó:
«Tenemos la seguridad de que siempre que suba la reacción a ocupar las posiciones de
gobierno, torcerá los textos constitucionales para reprimir a las clases obreras, para re-
primir a las fuerzas populares, y para subyugar las aspiraciones económicas de los que
están abajo.»103
En 1968 y 1969, en varias ocasiones, se «sacó del patio trasero» a la soldadesca para militarizar
a diversas empresas. Las distintas lecturas de la Constitución sobre este episodio se pueden resumir
en dos posturas: para algunos era anticonstitucional; para otros, en cambio, una huelga en determi-
nadas empresas equivalía a una catástrofe natural, por lo tanto consideraban legítima la interven-
ción castrense. Licandro, uno de los políticos frentamplistas más relevantes de aquel período, gene-
ral y jefe de la Región Militar nº 3 hasta poco antes de ingresar en el Frente Amplio, declaró que ante
una «huelga bancaria [se hacía necesaria] la movilización del personal y la militarización. Hay leyes
que obligaban a eso. Empleo de las fuerzas armadas para [asegurar] los servicios esenciales».
101. Mujica tiene claro que la represión a los tupamaros y gran parte de los luchadores sociales «no fue [producto] del golpe,
sino del Parlamento, el Ejecutivo, la democracia constitucional y los aparatos del estado». Por su parte Julio Arizaga, en
el artículo «Sobre Fidel, Pacheco, y el emplazamiento de W. Beltrán», cita a los críticos clásicos de la democracia bur-
guesa y dice que: «habría que recordar la caracterización marxista de democracia como una forma de dictadura de la
burguesía, que se legaliza constitución mediante, con todo su ropaje demagógico sobre la igualdad de todos los ciuda-
danos, con sus bonitas frases sobre los derechos del hombre, etc., haciendo de cuenta de que no existiese la lucha de
clases. Pero ocurre que no todas son nueces, y en cualquier constitución burguesa hay siempre algún artículo que prevé
un mecanismo para suspender temporalmente los mismos derechos ciudadanos que ese texto establece, y justifica y le-
galiza la persecución lisa y llana de personas e instituciones a quienes se les impute crear o pretender crear un «estado
de subversión del orden». Es decir, que ponga en peligro los resortes esenciales del orden burgués en el plano sindical,
político u otro. Como afirma Lenin: “No hay estado, incluso el más democrático, cuya Constitución no ofrezca algún es-
cape o reserva que permita a la burguesía lanzar las tropas contra los obreros, declarar el estado de guerra, etc., en caso
de ‘alteración del orden’; en realidad en caso de que la clase explotada ‘altere’ su situación de esclava e intente hacer
algo que no sea propio de esclavos”», www.members.es.tripod.de /alfagua/arizaga.html
102. Compañero, 13 de febrero de 1973 (sp).
103. Clara Aldrighi, 21.
352 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Militarización de una fábrica ocupada. El mandato de J. Pacheco Areco dejó en evidencia la relación entre
la democracia y la dictadura. En la imagen, el presidente junto a
los jefes de las fuerzas de seguridad del estado, en julio de 1970.
Esta contradicción se llegó a manifestar entre dos de los poderes durante la militarización ban-
caria. En este caso, la Suprema Corte de Justicia la declaró inconstitucional, pero pese a ello el Eje-
cutivo dio la orden de mantener la medida. Esta discrepancia demuestra que la balanza de la jus-
ticia, en la interpretación de la Constitución, se inclina algunas veces hacia el lado más coercitivo y
otras hacia el más tolerante. Pero al fin y al cabo, los hilos de ésta penden de las manos de la clase
dominante. En Uruguay, el régimen y sus guardianes recurrieron a las más diversas «lecturas» de la
legislación vigente y no dudaron en usar las artimañas que fueran necesarias para llevar a cabo el
proceso represivo.
En 1971, tras la fuga de los 111 presos, el gobierno decide encomendar la lucha antisubversiva a
las fuerzas armadas. Sobre el creciente protagonismo castrense, en la hasta entonces civilista so-
ciedad uruguaya, es interesante leer el testimonio de Juan Pablo Terra.
«Recuerdo que una vez un norteamericano decía “para acabar con la guerrilla hay que
soltar los perros, pero el problema es cómo se hace luego para sujetarlos”. Esos oficiales
que salían a la caza de tupamaros, tenían servicios de inteligencia centralizados con infor-
mación y todo eso, pero les habían dado las garantías de que podían aplicar los métodos
que quisieran que igualmente nunca los iban a responsabilizar.»104
Por los episodios aquí relatados es absurdo afirmar que la dictadura-represión se da a partir del
27 junio de 1973, fecha en la que sí se produce la dictadura-disolución de las Cámaras. En cierto
sentido, eran absurdas las preocupaciones del primer período de investigación, cuando se pedía a
los entrevistados que pusieran fecha al inicio de la «dictadura», pues ésta siempre estuvo guardada
en el «armario de la rimbombante democracia», para cuando se necesitara. Hubiera sido mejor pre-
guntar cuándo sacaron las medidas comúnmente denominadas dictatoriales del sistema democrá-
tico burgués.
Víctor Semproni, vicepresidente de la CNT, en febrero de 1970, ante la imposición de una nueva
medida represiva del régimen, declaró: «Considero que es un nuevo eslabón de la cadena de ata-
ques del Poder Ejecutivo contra el pueblo. En definitiva, es una demostración de la existencia de la
dictadura».105 Sin embargo para el PC, la «dictadura» comienza en 1973, con la disolución de las
Cámaras. Otros sectores, como los tupamaros, sitúan su inicio mucho antes. «Nosotros siempre
sostuvimos que la dictadura de hecho empezó en el 68 –afirma Huidobro–. La dictadura comenzó
104. Silva y Caula, 1986, 184.
105. Machado y Fagúndez, 101.
Los luchadores sociales 353
con la muerte de Gestido, la fecha digo, fines del 67. Y no somos los únicos que sostuvimos eso, in-
cluso sectores burgueses».
Las tres fechas mencionadas en el párrafo anterior –1968, 1970, 1973– se refieren al inicio de
la dictadura. Más que buscar el hito histórico del proceso mencionado, la discusión que pretende
plantear esta investigación se sitúa en un plano más conceptual, la ligazón entre democracia y dicta-
dura; y la de estos dos fenómenos con una sociedad dividida en clases.
Este problema de definiciones ya estaba presente en las discusiones del período 1968-1973.
Prueba de la intensidad y la dificultad de ese debate es su reaparición en las declaraciones de al-
gunos testimonios. En la entrevista con Huidobro el debate fue en estos términos:
«–Pero el tema –se matizó, cuando Huidobro fijó el inicio de la dictadura en 1968– es que
la Constitución y el gobierno, ya tenía contempladas todas las medidas represivas. Hoy
mismo, en cualquier democracia del mundo, si creas un grupo armado te condenan a
treinta años de cana.
–Y en cualquier país socialista también –añadió él–. Y los anarquistas también te van a
meter en cana donde intentes cambiar su sistema. Te van a curtir a palos. Eso existe en
toda legislación y existirá en toda legislación.
–¿En el seno del MLN, eran conscientes que eso podía ocurrir?
–Sí, sí, pero cuidado que hay límites. Hablando de democracia burguesa. Bueno. La de-
mocracia burguesa ofrece ciertas garantías formales, todo macanudo [correcto]. Yo le
acepto. Cuando las está ofreciendo reconozco que las ofrece. Pero cuando ella misma, di-
ciendo que las ofrece, no las ofrece; yo no le acepto ya más. Le digo “ni siquiera tu propia
legalidad estás respetando”. Y ellos en el 68 empezaron a violar su propia legalidad bur-
guesa, no la mía, su propia constitución comenzaron a violar, no la mía. Comenzaron a
violar la constitución del 66, que es de ellos, no es mía. Hay sectores burgueses que de-
cían, refiriéndose a otros burgueses, que esos burgueses estaban violando la constitu-
ción burguesa y tenían razón, la estaban violando. Entonces, yo no le acepto ni a los bur-
gueses ni a la gente de izquierda reformista que me diga que había democracia burguesa
en el 68. ¡Ni burguesa había! Y tengo elementos para demostrarlo. Entonces, por qué
voy a otorgarles incluso ese argumento, diciendo que toda democracia burguesa es
igual, y que todo es lo mismo. Ya sé que la democracia es una dictadura de clase, eso ya
me lo leí todo, lo sé. Pero no es eso lo que estamos discutiendo. Acá estamos discutiendo
una cosa peor. La Constitución que ellos mismos habían inventado la tuvieron que dejar
de respetar, dejaron de respetar las mínimas garantías individuales, de derecho y le-
gales. Transgredieron su propia legalidad y fueron ellos los primeros, no fui yo [...]. La
historia de América Latina es la historia de los golpes de estado [...]. Y contra eso, estaba
más que legitimado el levantamiento popular [...]. Entonces cuando nos dicen: “Ustedes
se levantaban contra la Constitución” Yo digo: “¡pelotas! ¿Qué Constitución? Si ustedes
ya la habían hecho mierda, su propia Constitución”. Está más acá de la discusión teórica
de que si la democracia burguesa es una dictadura de clase o no. Mucho más acá. Eso
está bien para Europa.»106
106. Aquí Huidobro se equivoca al referirse a Europa como paradigma del respeto al Parlamento, olvida la historia europea
del siglo XIX y primera mitad del XX. Con respecto a la discusión que menciona al final de su declaración hay que señalar
que era un debate, que en los años sesenta y setenta, se dio con mucha fuerza y extensión. A fines de 1967, cuando em-
pezaba el «pachecato», una parte de la iglesia en la pastoral de Adviento decía: «Una gran dosis de violencia implan-
tada desde arriba [...] para los que la sufren, sobre todo si consideramos que, mientras se les reconoce sus derechos teó-
ricamente, en la práctica les son negados dentro del actual ordenamiento económico-social». Huidobro, 1994, 212. La
reproducción en éste y otros libros de declaraciones que conciben la democracia como una dictadura de clase, de-
muestra, no obstante, la claridad de Huidobro sobre el tema.
354 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
107. «Se plantea como un importante problema si Pacheco violó o no violó la Constitución al decretar reiterada y sucesiva-
mente medidas prontas de seguridad. Desde el punto de vista estrictamente jurídico no habría violado la Constitución
más allá de que abusó de su aplicación, y cuando la izquierda lo acusa de haber gobernado con un sólo artículo de la
Constitución, es cierto [...]. En la actual Constitución uruguaya y en las que la precedieron el «escape o reserva» se esta-
blece en art. 168 numeral 17, según el cual corresponde al presidente de la República: “Tomar medidas prontas de se-
guridad en casos graves e imprevistos de ataque exterior o conmoción interior, dando cuenta dentro de las veinticuatro
horas a la Asamblea General, en reunión de ambas cámaras, o en su caso a la Comisión Permanente, de lo ejecutado y
sus motivos, estándose a lo que estas últimas resuelvan. En cuanto a las personas, las medidas prontas de seguridad
sólo autorizan a arrestarlas o trasladarlas de un punto a otro del territorio, siempre y cuando no opten por salir de él [...].
El arresto no podrá efectuarse en locales destinados a la reclusión de delincuentes.” Lo primero que llama la atención es
que no se especifica ni define que son las medidas prontas de seguridad, y tampoco se limita con precisión cuáles son
las garantías y derechos constitucionales que quedan en suspenso mientras duren las “medidas”. ¿Omisión, olvido invo-
luntario del legislador? ¡En absoluto! Con esa formulación se logran dos objetivos: 1ro, se ahorran el desagradable «de-
talle» de los derechos que se suspenden, detalle que significaría reconocer a texto expreso que se establece una forma
temporal de dictadura, empañando con eso las bonitas frases sobre los derechos del ciudadano que embellecen el texto
constitucional; y segundo, como no se especifica cuales derechos se suspenden ¡pueden suspenderse todos!!!! (salvo la
única limitación establecida sobre donde encerrar a los presos). Se da un cheque en blanco al Poder Ejecutivo para que
suelte sus perros de presa y cometa todo tipo de atropello y violación. Y precisamente esta circunstancia es la que apro-
vechó Pacheco para violar todos los derechos, incluso el derecho a la vida de los estudiantes asesinados en las calles.»
Del artículo «Sobre Fidel, Pacheco, y el emplazamiento de W.Beltrán» de Julio Arizaga, consultado en
www.members.es.
108. En julio de 1971, en período electoral y profunda represión se dio una campaña para embanderar los balcones de la
avenida 18 de Julio: «por la democracia y contra la violencia». Lo que da a entender que el gobierno, por aquel en-
tonces, a pesar de estar dando, progresivamente, entrada a las fuerzas armadas en la escena nacional, decía defender la
democracia, es decir su violencia y su democracia.
109. Reportaje a Juan Ma. Bordaberry en la Revista Gente. Alvaro Rico, 69.
110. «En el 76 –cuenta Halty– toman el poder los más reaccionarios; hay un golpe dentro de las fuerzas armadas. Si hasta el
momento habían estado tolerante con nosotros [los militares disidentes], a partir de ahí se intensifican los tribunales y la
represión.
Los luchadores sociales 355
–¿Cuál era la actitud, hasta el 76, de los mandos con los militares como ustedes, de «izquierda» o «no golpistas»?
–No nos permitían tener mandos. Nos separaban».
111. «En el caso de mi país –añade Irene–, Uruguay, en el cual en el 85 la gente aplaudió, yo de alguna forma también,
porque regresaban los exilados, salían los presos de la cárcel, y en general el pueblo y todos podíamos respirar. Pero
nunca estuve de acuerdo de la forma que se hizo, ni las transacciones que hubieron. Porque los cambios, después de
tantos sufrimientos, no se hacen tan fácil.»
112. «Poco después de la implantación de las medidas prontas de seguridad en junio de 1968, Pacheco recibió el firme
apoyo de la Cámara de Comercio, la Asociación Rural, la Cámara Mercantil, la Federación Rural, la Asociación de
Bancos, la Bolsa de valores, la Confederación de Entidades Comerciales e industriales del interior y la Asociación Co-
mercial. La congelación de salarios y precios fue apoyada por las mismas entidades y también por la Cámara de Indus-
trias, la Cámara de la Construcción, la Cámara Mercantil y la Confederación Granjera del Uruguay.» Clara Aldrighi, 27.
113. Huidobro, 1994, Tomo III, 32.
356 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Con la presidencia de Gestido, y sobre todo con la de Pacheco, quien amenazó con disolver las Cá-
maras en 1969, las medidas prontas de seguridad eran tan comunes que, irónicamente, se decía: «La
Constitución propone y Pacheco Areco dispone». Al respecto, el diputado Collazo manifestó:
«Nos encontramos dentro de este régimen de medidas ordinarias de seguridad, ya que
hace un buen rato que han dejado de ser medidas extraordinarias, para transformarse en
el sistema normal del derecho de la República, basado en un solo artículo de la Constitu-
ción, y además violado.»114
Estas medidas, previstas para casos de «conmoción interna», consistían en la supresión de las
garantías individuales y eran el equivalente del Estado de Sitio que se aplicaba en otros países. Una
especie de carta blanca para la actuación de las fuerzas del orden, como, por ejemplo, detener a sos-
pechosos por un tiempo indeterminado y a huelguistas debido a la supresión del derecho de huelga.
La represión ordenada, por el Ejecutivo primero y las FFCC después, no fue sólo para acabar con
los grupos armados y la combatividad de los luchadores sociales en su conjunto, ni solamente por la
supervivencia de esas instituciones, sino también por intereses económicos de capitales nacionales
e internacionales. Para que el Uruguay se consolidara como la caja fuerte del Cono Sur, no bastaba
el secreto bancario; también debía ofrecer seguridad. Era preciso poner a salvo la Suiza de América
de las convulsiones sociales. El capital exigía garantías. Por ello, hay quienes consideran el golpe de
estado como un hecho independiente de la existencia de grupos armados y/o como respuesta a la
militancia masiva. De hecho, los rumores de una intervención militar son anteriores a estos dos fe-
nómenos, una vez constatada la crisis.115 Huidobro se pregunta: «¿Qué es antes? ¿Que nosotros nos
armamos, o que ellos amenazan con el golpe? […] ¿El huevo o la gallina?».
La violencia que sufrieron los luchadores sociales fue aceptada e incluso aplaudida por algunos ciu-
dadanos sin apenas recursos económicos, pero con miedo al cambio y gran sentimiento democrático.
La «salvación» de esta parte de la población fue la excusa y el sustento teórico en el que se basaron las
instituciones democráticas y las fuerzas conjuntas para aplicar las medidas contrarevolucionarias.
«Nosotras las viejitas democráticas
ni huesos conseguimos para el caldo
pero como escuchamos Radio Carve
nosotras le tenemos miedo al cambio.»116
La justificación ideológica del accionar militar de las fuerzas armadas se apoyaba en la defensa
de los derechos democráticos y en la salvaguarda de una nación y un sistema amenazado por el
«peligro rojo».
La Constitución y las normas legales vigentes revistieron a las intervenciones castrenses de legiti-
midad institucional, por lo menos, hasta el golpe de estado. Así queda de manifiesto en un escrito de
la Junta de Comandantes en Jefe, demasiado sincero para quienes hoy quieren lavarse las manos en
114. Actas de la Asamblea General, 19 de noviembre de 1969, 36–A. G.
115. Véase al respecto el apartado «Estancamiento y mercado mundial 1958–1967».
Varios estudios, como los recogidos en la página:
www.anep.edu.uy/dformacion/G/ED/hist.XX/Principal/..%5Ccrisis%2060%5C60.htm, hablan de la crisis del modelo de in-
dustrialización sustitutiva de importaciones y del aumento del endeudamiento externo de los países de Latinoamérica –con
las consecuentes formaciones de cantegriles en los suburbios, movimientos campesinos...Y apuntan, que entre 1957 y
1962, los préstamos de Estados Unidos pasaron de 320 a 656 millones de dólares al año y las inversiones directas acumu-
ladas, de 4.700 a 8.600. Este contexto socioeconómico trajo consigo la creación de la Alianza para el Progreso y el intento
de creación de un área de libre comercio.
116. Benedetti, 1986, 280. Del poema «Las viejitas democráticas».
Los luchadores sociales 357
su complicidad con la tortura y la cárcel, que evidencia el acuerdo de todos los reaccionarios-bur-
gueses en la salvaguarda del sistema capitalista.
«El gobierno se ciñó tan estrictamente a las normas legales, que debió pedir reiterada-
mente al Parlamento la sanción de una legislación especial de salvaguardia del orden pú-
blico, a fin de contrarrestar la ineficacia de los métodos judiciales que, con una prístina
inocencia legal, amparaban las actividades terroristas, sin garantías ni seguridad de nin-
guna especie para la paz pública, la libertad y los derechos de los habitantes.» 117
Es importante remarcar que el Parlamento permitió tanto la represión «legal» como la «ilegal».118
De ahí las iras de muchos militares cuando se acababa la dictadura militar y se hablaba de la posibi-
lidad de que el Parlamento permitiese castigar a quienes hubiesen violado los derechos humanos.
«Lo que resulta inadmisible y hasta grotesco, es que se pretenda rever con instrumentos jurídicos
que no sirvieron para enfrentar a la subversión, la situación de quienes la integraron, y menos aún, la
de quienes con valor y patriotismo la combatieron.»119, manifestaba el militar Washington Varela el
18 de mayo de 1984. De todos modos, las autoridades y gran parte de la población opinaban algo
parecido a este general, lo que permitió que, una vez cambiada la dictadura militar por la constitu-
cional y en todos los gobiernos democráticos posteriores, ningún miembro de las fuerzas conjuntas
fuera castigado por sus atropellos del pasado. Y eso a pesar de que los malos tratos denunciados en
la Cámara de Senadores, como el de julio de 1985, fueran de los más canallescos y no tuvieran de-
masiado que ver con la lucha antisubversiva sino con la violación a prisioneras:
«Me desnudan y me cuelgan de las muñecas, los brazos hacia atrás. Estando así me ma-
nosean y me lastiman los pezones. Me hacen el submarino con agua. Luego con capucha
de nylon o algo así, y estando colgada y agarrada por dos o tres tipos, me violan por el ano
y la vagina. Primero con un palo, y luego uno de ellos, produciéndome lastimaduras y pe-
queñas hemorragias en el intestino, que me duran como diez días.» 120
Dos imágenes habituales de las calles montevideanas de principios de los años setenta. Arriba, un milico reprime a los
manifestantes en la movilización por el 1.° de mayo de 1972. Abajo, uno de los tantos registros realizados en la vía pública.
miones lanza agua, la propia policía ha reconocido su escasa eficacia: no aparecieron en ningún mo-
mento».122 Aunque en los años posteriores, sí lo hicieron en alguna ocasión.
Otras forma de opresión fueron los seguimientos y las averiguaciones a niveles general y porme-
norizado; como por ejemplo, el estudio de la trayectoria política y de los contactos militantes.123
«El Servicio de Información de la Marina a los que más seguía era a los ex. A todos los que
se habían ido de sindicatos, Partido Demócrata Cristiano...; a comunistas y socialistas que
se iban y no aparecían más. A esos los bloqueaban
–declara Garín–. Los aparatos de seguridad perdían gran tiempo en seguirlos porque sa-
bían que a partir de esa persona disidente de todo aquello, no iría más a la derecha sino
más a la izquierda y daba [de esa manera] con las organizaciones clandestinas […]. Todas
las fuerzas armadas tenían sus aparatos de inteligencia, con los tipos más duros que se in-
filtraban o espiaban. Nosotros tuvimos en los tupamaros.»
Para motivar la persistencia en los seguimientos, el 4 de marzo de 1971, el Poder Ejecutivo
aprobó el otorgamiento del premio Estímulo, que consistía en una cantidad de pesos para los funcio-
narios policiales que lograsen la captura de «elementos sediciosos».
ciativa de los asesores, para su uso exclusivo en las labores de patrullaje de la avenida 18 de Julio. También se incluían
escopetas antimotines, que tanto luto llevaron a Montevideo. Cabe señalar que los asesores, al entregarlas, aclararon al
Comando de Investigaciones que tuvieran cuidado, ya que tenían un alcance superior al normal. La tercera categoría
comprendía los “agresivos químicos”. Eran granadas de gases, utilizadas por la Metropolitana. Existían dos clases: las
CN y las CNS. Unas eran de tipo lacrimógeno común, las otras contenían elementos químicos que atacan el sistema ner-
vioso. Sólo en 1967 entregaron a Uruguay un total de 17.800 de estas granadas, según mis cálculos más bien conser-
vadores.» Hevia Cosculluela, 199.
122. «En Francia –añadía el mismo manifestante–fueron utilizados, en combinación con el plantel de perros, de la siguiente
forma: arrojaban un líquido impregnado de una sustancia fuertemente olorosa, cuyo tufo saturaba las ropas y la piel de
las personas alcanzadas por el chorro, durante varios días. Luego eran lanzados a la calle los perros, a rastrear ese olor, y
así eran detenidos muchos manifestantes, varias horas, y aún días después de los hechos. Pero aquí, la policía no dis-
pone de la cantidad de perros suficiente como para emplear ese método positivamente.» Bañales y Jara, 1968, 99. En
Uruguay, las fuerzas del orden utilizaban perros al patrullar como elemento de intimidación y protección, sobre todo,
ante un hipotético enfrentamiento cuerpo a cuerpo. «Si estabas con un grupo de compañeros y veías pasar a tres mi-
licos, te daba la impresión de que eran más accesibles que si iban acompañados de tres perros policías», declara Ri-
cardo.
123. «Esa temporada, Ariel Collazo pasó una semana de vacaciones en una casita de su padre ubicada frente al restaurante.
Noriega montó un gran operativo para complicar al diputado en algo que permitiera chantajearlo o, en todo caso, presio-
narlo e incluso desprestigiarlo. Dos mujeres del aparato paralelo se hospedaron en un hotel de Maldonado, en espera de
órdenes. Se instalaron micrófonos y una cámara en la casita. Se le siguió día y noche. Mi función se limitaba a estable-
cerme como centro de contacto e informar de las entradas y salidas de Esteban, nombre clave asignado a Ariel. No se
logró nada.» Hevia Cosculluela, 223.
Los luchadores sociales 359
También fueron famosas, porque levantaron una fuerte oposición, la aplicación del Registro de
Vecindad para facilitar la lucha contra la sedición y las prédicas a la delación que efectuaban los de-
fensores del orden.
En marzo de 1972, un mes antes de la declaración de guerra interna, cuadrillas de UTE colo-
caron veinticinco mil lámparas en las calles de Montevideo y, tiempo después, el precio de la factura
de la luz subió un noventa por ciento. De esta forma, los jerarcas de la compañía eléctrica, no sólo
acondicionaban el terreno para la victoria bélica de las fuerzas del orden, iluminando calles y barrios
de los que nunca antes se habían preocupado, sino que el gasto de esta operación se lo cobraron a
los usuarios.126
Cuando los seguimientos y las investigaciones llevaban a la sospecha de que una persona reali-
zaba «actividades subversivas», el juez –civil o militar según la época– ordenaba el allanamiento del
domicilio para encontrar pruebas en su contra o documentos que permitieran iniciar nuevas pes-
quisas y efectuar más detenciones.
«El allanamiento de su casa había sido ultrajante: diez milicos manoseando sus objetos
queridos. Pero esperar ese ultraje era parte de una lógica coherente con las posiciones que
había decidido asumir. Por eso, no gastó mucha energía en indignarse. Por lo menos, se
dijo, no nos pasó como a “fulano”, a quien le deshicieron todo. No es lo mismo, reflexionó,
ser universitario y de clase media, que ser subversivo a secas, sin esos atributos. Se dijo
esto y tenía razón, la posición de clase funciona aun con el enemigo [...]. En la monotonía
tensa de esa espera, le dijeron que habían hecho otro allanamiento en su casa. Un dibujo
infantil con una cita del Che en el reverso demostraba cómo el fanatismo calaba hasta la
adoctrinación de los niños pequeños. Un libro dedicado por el escritor descubierto como
jefe guerrillero, pautaba sus nexos con la cúpula de la siniestra organización subver-
siva.»127
124. Del poema «Hombre que mira al tira que lo sigue», Benedetti, 181.
125. «Primero –sigue el texto– librando a cara descubierta una lucha contra enemigos sin rostro y sin nombre, que no atacan
de frente, y que terminan prefiriendo las cárceles de la República, con forenses, jueces, abogados y visitas, antes que
perder la vida que tanto publicitan ofrendar». Demasi y Rico.
126. Algo parecido sucedió en la compañía de teléfonos. «Los uruguayos que aplaudieron la asistencia yanqui en 1966, ale-
gando que iba a perfeccionar la red telefónica del estado, estaban en su mayoría lejos de imaginar que al poco tiempo su
privacidad estaría en manos de los “escuchas” telefónicos al servicio de los asesores extranjeros, o que esa misma asis-
tencia técnica sería impartida como asesoramiento a los torturadores fascistas resentidos desequilibrados que desga-
rran a su país.» Hevia Cosculluela, 261.
127. Maren y Marcelo Viñar, 1993, 23, 27.
En una prisión uruguaya, un preso escribió un poema inspirado sobre el registro de su domicilio:
«Mi casa fichada y dada vuelta / mostrando sin vergüenza las tripas / violada en las entrañas / hollada de botas y de es-
quirlas. / Mi casa así / en pelotas / con el aldabón metido en las costillas / con sus cañerías huecas con sus telas de araña
deshechas. / Mi casa digo / con el asombro vanidoso de su único inquilino. / Mi casa qué hermosa. / Mi casa qué linda. /
abierta al sol y las banderas / como trofeo de guerra / arrebatado al enemigo.» VVAA, 1981, 31.
360 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Los desalojos de los centros ocupados fueron constantes. La miliqueda entraba a golpes y apar-
tando los objetos que bloqueaban las puertas de las fábricas y liceos en lucha. También usaba otros
métodos, el más común era el lanzamiento de gases lacrimógenos. Una de las veces el gas fue intro-
ducido por un tubo que rompió un vidrio y que provenía de un enorme tanque.
Otra forma de represión fueron los despidos, la suspensión y las listas negras de empleados que
se enfrentaban a la patronal o, simplemente, a quienes ésta quería excluir.128 Algunos patrones
guardaron –ya fuera por humanidad o miedo a represalias– el puesto de trabajo a quienes tuvieron
que cumplir condena en prisión. En cambio, otros les impidieron reintegrarse a su puesto laboral.
Era frecuente, sobre todo tras el golpe de estado, que los acusados de sedición recibieran visitas
de control por parte de los militares en sus lugares de trabajo; poniendo en evidencia su implicación
en la lucha contra el régimen. De ese período, cuenta Eduardo Galeano:
«Los uruguayos estábamos, y quizás estamos todavía, clasificados en tres categorías, a, b
y c. Según el grado de peligrosidad. Hace tres años, en años de la dictadura, el peligrosí-
metro oficial decidía quién perdía el empleo, quién iba preso y quién marchaba al destierro
o la muerte.»129
En la categoría a estaban los incondicionales del régimen, en la b los dudosos y en la c los ene-
migos, muchos de los cuales, al ser catalogados de esa manera, perdieron el trabajo o tuvieron poca
posibilidad de encontrar uno. Ésta es otra de las causas del masivo exilio de aquel período y una
forma en sí misma de represión.130 «Estos son los mismos que cuando estábamos en los cuarteles
nos decían “cállensen o váyanse”. Y nos amenazaban “o se van del país o se pudrirán en los cuar-
teles” [...]. Ni nos vamos ni nos callamos.»131
La censura de todo tipo fue una constante.132 El 12 de junio de 1971, efectivos de la Guardia Me-
tropolitana interrumpen el pase de La Hora de los Hornos, tiempo después se prohibiría su proyec-
ción, piden documentos y revisan las pertenencias de los espectadores y también se impidió, a prin-
cipios de 1973, la película Hair por atentar a las buenas costumbres.
Los diarios podían ser clausurados por publicar fotos de enfrentamientos entre estudiantes y po-
licía, como le ocurrió a El Popular; por informar sobre problemas en el ámbito castrense, así la de-
serción del capitán y médico militar P. Guerrero, caso de Última Hora; o por transcribir el informe del
forense sobre la muerte de un detenido (La Idea, El Eco y Ahora) cuando murió un joven llamado
Spósito. En diciembre de 1967, Pacheco clausuró dos periódicos y disolvió varias agrupaciones po-
líticas por «delitos de opinión».
Canciones, obras de teatro, películas y libros fueron constantemente censurados, durante la dic-
tadura constitucional, unas veces por mera paranoia gubernamental y otras porque su contenido de-
fendían, claramente, la causa revolucionaria. En 1969, el ministro de Interior Alfredo Lepro se que-
jaba, en un artículo aparecido en el diario Acción, de este último fenómeno y de que fuesen los pro-
pios autores quienes se lamentaran de la censura de sus expresiones artísticas:
128. El 23 de marzo de 1972, ocupación en Delne, como protesta por la suspensión de cinco trabajadores que usaban el
pelo «muy largo».
129. Del artículo: «Los uruguayos firmamos. A contramano, a contramiedo». El País, Barcelona, 11 de noviembre de 1987.
130. Sobre el exilio se han escrito numerosos trabajos y realizado varias películas, como El exilio de Gardel, Made in Argen-
tina, que ilustran las dificultades, nostalgias y sueños de quienes lo vivieron.
131. Intervención de Gerardo Gatti en un acto público de la ROE. Compañero, 12 de enero de 1972.
132. No hay que olvidar la censura de frases, fragmentos o cartas enteras de los presos a sus compañeros, amigos y fami-
liares, o viceversa. Ricardo, en una de carta desde la prisión, hace referencia a esa medida de control. «Escriban en im-
prenta, a veces no entiendo la letra y tampoco la censura entiende.» Texto nº 25, archivo del autor.
Los luchadores sociales 361
«Esa «guerrilla» está constituida por elementos políticos con técnicas y tácticas divul-
gadas, explicadas, elogiadas, defendidas y recomendadas desde el periódico a la canción
y desde la radio y la televisión al teatro. El hecho inusitado lo constituye, si acaso, frente a
esta comprobación al alcance de todos, la protesta de sus autores por la «falta de li-
bertad».»133
Los decretos y comunicados fueron una forma muy recurrida para anunciar las reprimendas. Por
ejemplo, en el Comunicado 48, del 30 de diciembre de 1971, el democrático ministro de Interior de-
cretó la prohibición de toda propaganda oral o escrita sobre huelgas u otras medidas que, directa o in-
directamente, «pueda influir en el estado de conmoción pública que vive la República». Meses antes,
ya se había advertido a todos los medios de información que debían abstenerse de dar noticias –co-
mentarios, audiciones radiales, reportajes y notas gremiales– sobre resoluciones sindicales de huel-
gas, paros, ocupaciones de fábricas, peajes, huelgas de hambre, movilizaciones, establecimientos de
campamentos sindicales, marchas y mítines de solidaridad con gremios en conflicto, y otras medidas
análogas o que transgredieran la norma antedicha. Sobre estos temas, sólo podían publicarse aque-
llas informaciones y material gráfico que emitía el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
El Ejecutivo, para intentar detener el crecimiento de focos de resistencia en espacios públicos o
privados, fue «sacando del armario», o inventando, leyes represivas de la carta constitucional. El
Artículo 26 disponía:
«El que, en un establecimiento público o privado, ejecutare cualquier acto o hecho espe-
cialmente prohibido, reputado ilícito o considerado contrario a la Constitución por esta ley,
o meramente realice, sin que haya obtenido la debida autorización de sus autoridades o
de su director, cualquier clase de instrucción, intervención, participación, o actividad que
perturbe, altere, pueda afectar, impedir, menoscabar, interrumpir total o parcialmente el
orden, la educación, o el normal funcionamiento del establecimiento, siempre que no fi-
gure otro delito, será castigado con tres meses de prisión a dos años de penitenciaría. La
pena será elevada en un tercio cuando el delito se ejecute o se encubra por un funcionario
de la institución o cuando se realicen actividades con fines de proselitismo, agitación o
adoctrinamiento.»134
Otros artículos consideraban ilícito efectuar cualquier tipo de reuniones, asambleas, plebiscitos y
elecciones «salvo autorización expresa y fundada del Consejo Nacional de Educación» y «colocar
avisos, dibujos, emblemas, insignias, imágenes, leyendas, escrituras o grabados, arrojar volantes».135
A pesar de la cantidad de prohibiciones, los luchadores sociales se las ingeniaban o se arriesga-
ban para salteárselas. Un acto público, prohibido por las autoridades, finalmente se llevó a cabo:
«No nos dieron “permiso” para este acto porque dicen los señores de Jefatura que la Re-
sistencia es clandestina. ¡Qué cantidad de clandestinos que somos y además qué clandes-
tinos originales, que estamos todos juntos a cara descubier ta!
Estos mismos señores son los que se pasan hablando [...] de que los sediciosos no dan
la cara, de que tienen miedo al combate por las ideas, de que tienen miedo a exponerlas li-
bremente y en público [...]. Y ahora resulta que cuando convocamos un acto público con
firmas y oradores registrados y público que viene acá y no viene encapuchado, resulta que
quieren prohibir el acto. Éstos son los mismos que quieren confundir a la gente, son los
mismos que en el período anterior, en el período de la escalada cívica [1971], sacaban el
133. Clara Aldrighi, 52.
134. Citado de un panfleto titulado «Unidad Universitaria». Texto anónimo sin referencia bibliográfica. Archivo del autor.
Texto n.° 23.
135. Citado de la octavilla de la nota anterior.
362 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
muro de Berlín y los campos de concentración y querían asustar con los niños que iban a
ser separados de las madres [...].
Dicen que hay un Departamento nuevo de Inteligencia e Información para nosotros.
Será el Departamento 13, porque no tienen suerte.»136
Al final del discurso se menciona la forma de operar de los servicios de inteligencia y muestra
como cada vez que se constituía una organización, las fuerzas represivas fundaban un grupo de
seguimiento.
Es importante remarcar que la censura y clausura de actos fueron formas de desprestigio, en
base al poder mediático, del accionar y pensamiento de los luchadores sociales. En los medios de
desinformación de masas se ocultaban las causas e ideas que llevaban a unos seres humanos a em-
puñar las armas y se informaba al detalle de todo aquello que sirviera para desprestigiar los grupos
armados y preparar la justificación ideológica para llevar a cabo la «guerra sucia». En un artículo ti-
tulado «Perfil de un tupamaro», aparecido en Azul y Blanco el 22 de febrero de 1972, se avisaba:
«Leprosos en la Orga. Esta enfermedad viene a agregarse a la sífilis, que fuera constatada años atrás
en varios integrantes lo cual da una pauta del nivel sanitario de esta organización de asesinos».137
También lo fue el lenguaje utilizado por los jerarcas del país y sus guardianes, cuando hablaban o
escribían sobre sus enemigos.
En un artículo sobre los dirigentes del Frente Amplio denominado «Los cuervos de siempre», aparecido
en el diario Acción (dirigido por Jorge Batlle y J. M. Sanguinetti) el 23 de noviembre de 1971, se leía:
«Medradores de la desgracia ajena, están en lo suyo buscando prosélitos por cualquier
medio. Tal como lo hicieron cuando murieron jóvenes estudiantes y explotaron sus cadá-
veres sin el mínimo decoro ni un resto elemental de vergüenza. Estos son los grandes
«moralizadores» que quieren salvar al país. Esta gente de mente retorcida [...] que ha en-
venenado el alma de alguna gente joven y algún día eso será su trágico boomerang.»138
El 7 de julio de 1969, el gobierno prohibe el uso de la palabra tupamaro y poco después, otras
como célula o comando.139 De ahí que en el vaciado de periódicos oficiales de la época se constate
que, a partir de esa fecha, casi cada día haya noticias de «sediciosos» y que no aparezcan los nom-
bres de las organizaciones ilegales. Se referían a ellas de la siguiente manera: «Identificaron en
Montevideo otros miembros del mismo grupo delictivo»; «tras el rastro de los conspiradores en
Rocha»;140 foto de Alberto Giménez Andrade y titular «volvió a conectarse con la organización gans-
teril»;141 «la guarida adonde cayeron cuatro facciosos»; «un policía fue atacado a balazos y herido
por uno de los pistoleros».142
Otros nombres utilizados para referirse al MLN u otras agrupaciones clandestinas eran «grupo dis-
torsionador de los destinos del país»; «grupo antisocial»; «apátridas» e inclusive «sinvergüenzas»;
«malnacidos»; «degenerados»; «monstruos»; «asesinos con sed de sangre»; «fieras que habitan en
136. Intervención de Gerardo Gatti en un acto público de la ROE, publicada en Compañero, 12 de enero de 1972.
137. Clara Aldrighi, 42.
138. Clara Aldrighi, 37.
139. Otras palabras censuradas fueron: «”extremista”, “subversivo”, “delincuente político”, “delincuente ideológico”, […] [y
se ordenó que se] sustituyeran […] por otros tales como “reo”, “malviviente”, “delincuente” y “malhechor”. Debido a
esta situación parte de la prensa empieza a denominarlos “innombrables”». Caula y Silva, 1986, 68. También se les de-
nominó “los que te dije” “los tucutucu”. «Había que agradecerle al presidente una iniciativa que encendía la sonrisa po-
pular en medio del malhumor depresivo». Blixen, 178.
140. El País, Montevideo, 5 de febrero de 1970.
141. El País, Montevideo, 6 de febrero de 1970.
142. El País, Montevideo, 13 de febrero de 1970.
Los luchadores sociales 363
Anuncio
publicado el 16
de agosto de
1970
en El País, el
periódico con
mayor tiraje de
Uruguay.
madrigueras». Hay que aclarar que no se utilizaron estas denominaciones solamente por la prohibi-
ción gubernamental, sino también en períodos en que ésta no era decreto.143 Se referían a ellos, en
casi todas las ocasiones, como «terroristas» y «subversivos» para justificar su terrorífica represión
diciendo que constituían un peligro para la nación. Fue la forma de desprestigiar a ese sector de los
luchadores sociales y una de las herramientas que utilizó la burguesía para aislarlo y enfrentarse a él
143. Se pueden encontrar gran cantidad de escritos de historiadores, caso de Coolighan y Arteaga, 568, que se refieren a los
grupos guerrilleros y luchadores que utilizaban la acción directa, como «movimientos violentistas».
364 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
de aparato a aparato.144 La batalla dialéctica es un elemento más de la guerra social y militar.145 Una
vez conseguido este objetivo, sólo quedaba aplastar todo conato de rebelión, metiendo plomo en el
cuerpo si era necesario. En abril de 1972, en la «guerra interna» se cometieron varios homicidios a
sangre fría, que las autoridades presentaron como muertos en los tiroteos. El Senador Erro fue uno
de los que denunció esa situación:
«En la casa de la calle Pérez Gomar las FFCC asesinaron a Schroeder, a Candán Grajales, a
Blanco y Rovira. Y eso es verdad, porque no tenían armas; estaban comiendo. Digo
además, que cuando tocaron a la puerta del escribano Martirena, éste fue asesinado.
Cuando su mujer salió, manos en alto, le dijeron que con ella no tenían problemas, la de-
jaron caminar dos pasos y la acribillaron por la espalda.» 146
A pesar de casos aislados como los aquí narrados, en Uruguay las fuerzas represivas recurrieron
muchísimo menos al asesinato que en Chile y ni que decir que en Argentina.147 La mayoría de las
víctimas fueron producto de los enfrentamientos armados y las torturas. No hubo hasta la aplicación
de la Operación Cóndor,148 en 1976 –momento a partir del cual se asesina a más de cien luchadores
sociales–, salvo en contadas excepciones en que los militares nacionales ejecutaron a opositores
tanto en territorio uruguayo como en otros lugares, una política genocida de desapariciones y ejecu-
ciones masivas.
La desaparición de personas en Uruguay fue temporal y por lo tanto muy diferente. Los deteni-
dos, para sus familiares, desaparecían, durante semanas o meses, porque no se sabía dónde esta-
ban, si presos en una cárcel del interior, siendo interrogados en la comisaría del barrio, encerrados
en un cuartel de la capital o torturados en alguna casa privada. Este fenómeno se dio, sobre todo,
entre 1972 y 1973, y esposas, padres y amigos de los arrestados peregrinaban de cuartel en cuartel
preguntando por sus deudos. Al no obtener respuesta, aguardaban la salida o entrada de prisioneros
144. El desprestigio del enemigo en Uruguay, como sucede en el resto del mundo, es algo más antiguo aún que la propia for-
mación del país. «Quien hoy es nuestro máximo prócer [Artigas], en su momento fue: “bandolero”, “anarquista”, “sal-
teador de caminos”, “terrorista”, “enemigo público de la humanidad”, “delincuente”, “contrabandista” y “sangui-
nario”». Caula y Silva, 1986, 73.
145. No eran mucho más aduladores los denominativos de los luchadores sociales cuando se referían a sus opresores. Los
calificativos que usaron los estudiantes entrevistados por Marcha, el 13 junio de 1969, nº 1452, para definir a los go-
bernantes fueron: «títeres», «gorilas disfrazados» y «hombres solos, sin agallas y sin personalidad». Amaya habla del
puritanismo lingüístico de gran parte de los luchadores sociales y especifica que para calificar al enemigo no usaban in-
sultos ni palabrotas. Todavía recuerda cuando fue llamada por la dirección del 26 de Marzo y recibió una severa repri-
menda por haber pintado en una pared: «Fachos hijos de puta», al estar consternada por un nuevo ataque del Escua-
drón de la muerte. «Me ordenaron que borrara lo de hijos de puta».
146. Caula y Silva, 1986, 35.
147. Éste fue el país en el que más se recurrió al asesinato de opositores del régimen, treinta mil desaparecidos afirman los
organismos de derechos humanos. En Chile también fue habitual la ejecución de militantes, se habla de dos mil desa-
parecidos. En Uruguay, hubo unos treinta, entre 1968 y 1978. Hubo más desaparecidos uruguayos en Argentina, casi
un centenar, que uruguayos en Uruguay. Películas como Garage Olimpo, La noche de los lápices o Missing describen la
política genocida que consistía en la desaparición de luchadores sociales.
148. Forma con la que se denominó el plan de seguridad coordinado por los servicios de inteligencia de Chile, Argentina, Pa-
raguay, Brasil y Uruguay, basado en un sistema centralizado de intercambio de información, y que comprendía extradi-
ciones clandestinas, amenazas secuestros y asesinatos de luchadores sociales que en su huida se instalaban en otros
países del continente sudamericano, y en algún caso inclusive norteamericano. Para profundizar sobre esta trama de al-
gunas de las fuerzas de seguridad del capital léase Operación Cóndor. Del Archivo del Terror y el asesinato de Letelier al
caso Berríos de Samuel Blixen (Ed. Virus, Barcelona, 1998) que en su contraportada dice: «El descubrimiento del
Archivo del Terror de Paraguay en diciembre de 1992, permite reunir las pruebas definitivas respocto a la certeza ya an-
tigua: «la coordinación represiva del Cono Sur, que a mediados de los setenta había montado una estructura suprana-
cional entre dictaduras, seguía vigente y funcionaba, ahora en democracia, no sólo para controlar a los movimientos po-
pulares sino también para proteger a los militares perseguidos por la justicia».
Los luchadores sociales 365
Miembros de las fuerzas conjuntas registrando a un Soldados prontos para militarizar la central termoeléctrica Batlle.
sospechoso.
Una de las formas de opresión más general fue la militarización de la vía pública. Soldados que
descendían de una furgoneta, frente a una parada de autobús, y apuntaban con sus armas a los allí
presentes para que se pusieran contra la pared e identificarlos; vigilaban, desde azoteas, un allana-
miento, para evitar la huida de «sediciosos»; recorrían los barrios más recónditos de la ciudad enci-
ma de sus vehículos; entraban a fábricas o centros de estudios, obligando a quien estuviera en su in-
terior a poner los brazos en alto; ostentaban sus armas y violencia en plena calle, golpeando toda
oposición.
150. Estas palabras de obediencia pertenecen a un soldado raso. La fuente de información es de uno de los testimonios,
Coto, con quién se charló sobre el tema de estudio, en numerosas ocasiones.
151. En cualquier investigación sobre fuerzas represivas habría que analizar la predisposición previa a lo militar, el orden y lo
patriótico de muchos de los integrantes de las fuerzas represivas y la falta de recursos de ese sector de la población que
nutre el estamento más bajo de la jerarquía castrense. También hay que tener en cuenta que gran parte de la tropa que
protagonizó la represión de los setenta provenía del interior del país y de familia sin bienes. Se transformaron en milicos
sin saber dónde se metían y, aunque lo nieguen sus superiores, para obtener un salario: «El soldado uruguayo no es un
mercenario [...] tiene ideales patrióticos». JCJ de las FFAA, 1976, 10.
152. Oscar Lebel se hizo famoso porque el día del golpe de estado, desde el balcón de su casa y con el uniforme puesto de ca-
pitán de navío, protestó contra la intervención militar y gritó: ¡Viva la democracia! Fue detenido e inició una huelga de
hambre que duró diez días. Según Alfonso Lessa «Lebel había participado de la gestación del Frente Amplio y luego fue
una de las personas de mayor confianza de la familia de Seregni durante su prisión. Incluso a pedido de la esposa de Se-
regni, Lily Lerena, guardó las armas del presidente del FA para evitar que el hallazgo de las mismas pudiera causar ma-
yores problemas al general preso.» Lessa, A., 155.
153. Esta sentencia, sobre el trato histórico que recibieron los militares en Uruguay, la comparten muchos de los entrevis-
tados. «Un país adonde después de 1904 tuvo al milico en el cuartel, [como] el perro atado en el fondo; [donde] el mi-
lico es despreciado» reconoce Mujica.
154. Oscar Lebel afirma que el desprecio hacia lo militar continuó inclusive al finalizar el gobierno castrense. «De pronto todo
terminó y llegó la democracia. Generaciones enteras de oficiales se enteran estupefactos, de que el pueblo no les agra-
decía nada, que las jerarquías y sus genuflexos seguidores civiles, estaban envueltos en sospechas de corrupción y segu-
ridades de desprestigio, y que por sobre todo, estaban solos de toda soledad. Y comienzan a darse cuenta que –parafra-
Los luchadores sociales 367
Garín, infiltrado más de un año en la marina,155 cuenta que a fines de los sesenta ese rencor aún
se mantenía, a lo que se sumaba la precariedad económica de los soldados rasos, condición que le
permitió ganarse la simpatía y confianza de muchos de ellos.
«Cuando llego a las fuerzas armadas, eran muy vulnerables ante el amiguismo, la corrup-
ción y los problemas económicos. Cuando les pagaban a fin de mes, las prostitutas de la
Ciudad Vieja estaban esperando en la puerta la salida de los soldados. Habían estado con
ellas a crédito. Diez días después de haber recibido el sueldo, no tenían nada. En esa si-
tuación no tenían nada, no iban a 18 de julio porque no tenían ni para el autobús. Se que-
daban en el cuartel jugando al billar y haciendo más crédito en la cantina. Pero esa situa-
ción no les daba la inspiración para cuestionar al sistema.
Yo, a uno le prestaba un día la camisa, comprada el día antes, y me decía:
–Mañana te la devuelvo.
–No, quedátela.
Al otro, que trabajaba en el arsenal, le prestaba mil pesos un día, porque tenía que aga-
rrar el tren para ir a ver a la madre enferma. Volvía y decía:
–Un día de estos te lo voy a devolver.
–No, dejá, no te preocupes, mi familia tiene plata, tengo una hermana que...
Un jefe que te invita a hacer la pintura de su casa de Pinar, un fin de semana, te quiere
pagar y le decís:
–No, no, entre amigos no hay problema.
Poco a poco, con esos medios económicos y con favores […] se presta a que un tipo in-
filtrado pueda llegar muy lejos. En base a todo eso, es que participo en el inventario del ar-
senal, doy y presto balas y fusiles a los oficiales que van a entrenar. Te daba autonomía.
Nadie sabía si yo sacaba algo. En toda esa debilidad de las fuerzas armadas se basó
nuestra organización para infiltrarlas.»
Al estallar la crisis y hacerse más evidente la respuesta social, la soldadesca recibió más atención
y mejor preparación, en vista al inevitable enfrentamiento con las fuerzas revolucionarias o «sedi-
ciosos y seguidores de Moscú», como le gustaba nombrar a sus adversarios.156
Muchos mandatarios, tanto «democráticos» como «dictatoriales», ofrecieron las instalaciones que
tenían en los países donde gobernaban para el entrenamiento «antiguerrilla» y «anticomunista».
Oscar Lebel, en el artículo inédito que obra en el archivo del autor (nº 24), titulado «Las fuerzas
armadas como problema», explica la introducción de la ideología antisubversiva, doctrina de segu-
ridad nacional, y los factores que provocaron la intervención militar y los golpes de estado en el Cono
Sur de América.
«Al ejército se le falsificó su doctrina y su misión, en aras de la “seguridad”, y todo ello con
un criterio de puro cuño neo-capitalista, que en su momento aplicaron los franceses en
Argelia y los americanos en Vietnam. De tal modo, las fuerzas armadas fueron conven-
cidas de que “la pureza esencial del pueblo oriental” (sic), estaba siendo contaminada por
seando a Artigas–, el ejército profesional, o es el numen del “pueblo reunido y armado” o no es nada. Porque un ejército
que actúe como fuerza de ocupación de su propio país es eso, nada.» Texto nº 24, inédito y sin referencia bibliográfica.
Archivo del autor.
155. Garín nunca torturó a ningún prisionero. Inclusive en una ocasión, un importante militar le dijo a varios dirigentes sindi-
cales, poco antes de subir a la embarcación en dirección a Isla de Flores, que allí los matarían. Él, pensando que eso
podía pasar, cargó la metralleta y se prestó a acompañarles para salvarlos.
156. De todas formas, inclusive tras el aumento de salarios de los mandos superiores, muchos miembros de las fuerzas ar-
madas siguieron mostrándose corruptos. Uno de los testimonios recuerda que uno de los clandestinos más buscados
del país se vio atrapado en un control de carretera y como tenía los bolsillos llenos de dinero, cuando el oficial lo reco-
noció, le dio todos los billetes, que era varias veces su sueldo, y oyó: «Bueno, que pase».
368 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
una minoría, que era definida como marxista, o leninista, o colectivista, o socialista, o
como mezcla de dudosa factura gramatical de algunos de estos vocablos. Los militares, a
nivel de cruzada, se abocaron a su tarea. Atrás quedaban décadas de humillación y
rencor. Con ingredientes tales como la obediencia debida, el deseo de protagonismo y una
convicción mesiánica de su misión, todo fue posible para los uniformados. Había multi-
tudes, y en ellas se ocultaban los comunistas. Había pues que golpear mucho y golpear
fuerte. Quizá caerían algunos inocentes, pero el gran fin purificador justificaba los medios,
pues cuanto más se reprimiera, más posibilidades de eliminar a la minoría subversiva
había. Al final, el país, en sus mejores hombres, quedaría agradecido por toda la eternidad
a sus ejércitos.»
La colaboración entre las fuerzas represivas internacionales es de larga data, aunque se acentúa
en la época de la guerra fría, las luchas por la independencia colonial, la guerra del Vietnam y la
toma del poder por la guerrilla en Cuba.157
«Vienen ingenieros a partir de los años sesenta158 –asegura, el ex general de las fuerzas ar-
madas, Licandro159–. Dejan de venir cañones, tanques..., y vienen instructores de USA;160
los equipos antimotín (armas con munición de goma, mangueras que ayudaban a disolver
las manifestaciones; la técnica antimotín para controlarlas y disolverlas) […]. Los cursos
en USA y en el canal de Panamá era algo abierto. Se iba a estudiar material que aquí no
había, el panamericanismo y la Constitución».
Licandro declara haber viajado a Estados Unidos en 1964 y señala que en la Conferencia de
Punta del Este de 1967 se decide la participación de las fuerzas armadas en el desarrollo del país,
su preparación ante la subversión comunista y se establece una doctrina de acción cívica y segu-
ridad nacional.161
157. A pesar de la coordinación de las fuerzas armadas del Cono Sur, que dio resultados como el Plan Cóndor, el ejército de
cada país tuvo su modus operandi. Mujica recuerda un breve diálogo entre militares argentinos y uruguayos que es-
cuchó cuando estaba detenido en un calabozo de Uruguay. «Si estos tipos estuvieran en la Argentina ya hacía rato que
habrían desaparecido», concluyó un milico argentino. Y cuando los tipos se van, un oficial [uruguayo] dice: «¡Son una
mierda!». Y Mujica, sorprendido, matiza: «¡Y eran los fachos nuestros!». En Uruguay, los militares eran todos profesio-
nales, no había ni hay obligatoriedad de prestar servicio militar. De todas formas, teniendo en cuenta la experiencia ar-
gentina, no se puede decir que hubiera habido menos represión, menos efectividad y más derrotismo o deserción de
haber contado el ejército con tropa que estuviera haciendo el servicio militar obligatorio de 1968 a 1973.
158. «En los años sesenta –añade– [se da] un cambio conceptual del empleo de las fuerzas armadas. Al fracasar la Junta
Interamericana de Defensa, se sustituyen por las Conferencias de Ejércitos Americanos, [con su] reglamento interno,
sistema de información. Así el Pentágono da la doctrina política para el continente». También explicó que con la llegada
a Uruguay de la denominada «ayuda mutua», llegó el material de defensa y los instructores, y que entrenaron en el Co-
legio Interamericano de Defensa de Panamá y Estados Unidos. Mencionó, además, escuelas militares en Francia y
España. Una fuente proveniente de la asociación Madres de Plaza de Mayo aseguró que había una en Suecia.
159. Licandro asistió al colegio Interamericano de Defensa en Washington, fue jefe de la región militar nº3 y director general
del instituto militar de estudios superiores, dónde se cursaba la asignatura «aporte para una doctrina de guerra antico-
munista». En 1968 aún ejerce como militar, luego pide el retiro voluntario, pasando a retiro efectivo en marzo de 1969,
cuando se levantan las medidas prontas de seguridad. Es procesado por los delitos de asonada, desobediencia, etc.
Engrosa las filas del Frente Amplio en las elecciones de 1971 y es detenido el 9 de julio de 1973, por asistir a la mani-
festación contra el golpe militar.
160. Contó que, entre las fuerzas armadas uruguayas, había cierto resentimiento y cuestionamiento de la soberanía por la
ayuda de Estados Unidos pero se aceptaba por tener el material.
Por su parte Julio Halty cuando se le preguntó:
«–¿Se hacían clases especiales, con profesores extranjeros, para enfrentar a la subversión?
–Sí –contestó–, pero no eran generales».
161. A pesar del adoctrinamiento y cursos en Estados Unidos y Panamá, impartidos por especialistas estadounidenses, en
parte de las fuerzas armadas de países como Perú y Bolivia, en algún período, se da una política «antiyanqui». Se
Los luchadores sociales 369
Un año después el informe Rockefeller sugirió nuevos aportes en armas y equipos para los encar-
gados del orden, poniendo especial énfasis en Uruguay.
«Los marinos uruguayos salen de Uruguay con ilusión –cuenta Oscar Lebel–. Primero es-
tuve en Estados Unidos: centrales de tiro, cañonazos muy lejos, cálculos matemáticos
muy complicados. Los cálculos que aquí hacíamos en el papel allí los llevábamos a la rea-
lidad. Empezamos a ver que éramos protagonistas de la profesión que habíamos elegido.
Llegamos [a Uruguay] y ya sabíamos algo más. No éramos marineritos de agua dulce.
Empezamos a sentir que era lindo ser escuchado y respetado. Aunque ya no interesaba ir
al cine.
–¿Les enseñaban también doctrina anticomunista?
–La doctrina anticomunista la enseñaba desde el diario El País hasta los legisladores, no
había que irse fuera. [Pero sí existía en los cursos] una histeria anticomunista […].
Éramos hermanos contra el comunismo, siempre íbamos a estar juntos, todas las fuerzas
armadas [de América]. Fuimos domesticados.
–¿También estuviste en la «escuela» Panamá?
–Fui, claro, habría que ver quién no fue a Panamá. De Latinoamérica fueron cincuenta
mil oficiales».
También es necesario recordar las amenazas, ante una posible victoria electoral de la izquierda,
de intervención directa de las tropas brasileñas.
«El 7 de julio de 1971, en San Pablo, había trascendido la existencia de un plan militar
brasileño, llamado “plan treinta horas”, destinado a salvar el Uruguay –ocupación me-
diante– de los peligros de las izquierdas. Todo ello dentro del contexto geopolítico imagi-
nado por el general Golbery Do Couto e Silva, ideólogo del proceso militar brasileño, y
padre de la teoría del “gendarme privilegiado”.» 162
Colaboración internacional que no se dio de forma tan efectiva ni masiva entre los luchadores so-
ciales. Cuando se analiza su derrota, no hay que olvidar el panorama mundial ni los planes de la bur-
guesía. Por ejemplo, al estudiar las razones de la derrota militar tupamara hay que recordar que el
estado oligarca, CIA, Pentágono y capitalistas de USA, y otros países, tenían que eliminar al MLN
antes de dar otros pasos –ajustes económicos–.
La colaboración internacional entre las fuerzas represivas era sabida por todos y el debate sobre
esto, en el Parlamento, fue común. En su momento, Collazo advertía sobre la invitación del gobierno
uruguayo a uno de los tantos «Mitrione» que trabajaron en territorio nacional.
«Por último, señor presidente, una protesta que es la más vehemente imaginable. Se
anuncia que va a llegar a nuestro país un policía brasileño de apellido Fleury, que es el jefe
del escuadrón de la muerte, hombre que en su país ha matado a más de mil quinientas
personas a mansalva, ejerciendo por sí y ante sí, el derecho a fusilamiento cuando no
existía la pena de muerte y aunque no hubiera sido juzgado por ningún tribunal.
Este monstruo va a ser invitado por el gobierno uruguayo, en estos días, seguramente
para que venga a enseñar, según se dice, los métodos que se utilizan en el Brasil, para
adoptan medidas antiimperialistas, reformistas, con expropiaciones de empresas de capitales estadounidenses. Inclu-
sive militares, que habían asistido a esos cursos son forzados, por las circunstancias y la lucha popular, a «descubrir»
realidades que muestran como culpables a los grandes capitales de Estados Unidos y otros países, y ver que la no adop-
ción de reformas sociales de un mejor reparto de la riqueza desembocaría en insurrecciones. Las pugnas internas, el tra-
bajo de la CIA en todos los ejércitos, y la naturaleza misma de las fuerzas armadas provocaron que cada política antiim-
perialista durara poco o fuera abortada antes de llevarse a cabo.
162. Oscar Lebel, Las fuerzas armadas como problema, (sp). Texto nº 24.
370 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
tratar de ahogar toda protesta de cualquier tipo. Viene tal vez, para enseñar a la policía
uruguaya cómo se hace en el Brasil.» 163
Esta preparación antisubversiva abarcaba, según el relato de Licandro, un amplio espectro.
«En 1965-66 estuve como subdirector general de estudios superiores, y se hizo algo im-
portante. Se hizo un relevamiento socioeconómico del país para mejorar las cosas. Cómo
se comportaban los movimientos sociales y sindicales […]. El servicio de inteligencia
hacía un seguimiento de los que consideraba enemigos: sindicalistas, embajador de la
URSS… Nosotros estábamos al tanto, pero al margen del tema “sedicioso”, era más bien
policial. El robo de armas no era nuestro tema. Con los sindicatos, sí […]. Había algo ur-
gente que el gobierno necesitaba [solucionar], el conflicto sindical.»
Licandro asegura que, en 1968 y 1969, las torturas eran «a nivel de la policía, no de las fuerzas
armadas» y afirma que en «el caso de Batalla, muerto por las torturas [de los militares], se ve el futu-
ro de la doctrina del silencio. No sale denuncia hacia afuera de lo que ocurrió hacia adentro».
Cuando Garín se infiltra en la marina y observa la preparación de los Fusileros Navales para la re-
presión, comprueba que habían sido «educados para la lucha contra la guerrilla, eran la élite».164
Explica que la preparación era tanto física como intelectual. Respecto al primer punto detalla al-
gunos momentos de estos entrenamientos.
«Prácticas de karate con los prisioneros de Ancap, UTE..., detenidos por las medidas
prontas, se entrenaban a golpearlos y torturarlos.165 […] Yo tiraba quinientos tiros por día,
con las M16.166 Te tiraban una lata por detrás y cuando rebotaba tenías que meter todo el
cargador adentro. Y con el revolver, te tiraban una caja de fósforos atrás tuyo y por el so-
nido tenías que darle. Eso le pasó a Luis Correa de Juan Lacaze cuando fue a matar a Dos
Santos. Lo tenía que matar porque nos había matado a uno, y en vez de matarlo por la es-
palda o pegarle un tiro en la nuca, como la ETA, le dijo: “Dos Santos”. El tipo se dio la
vuelta y le puso una bala en el medio de los ojos.»
Sobre la preparación teórica comenta, como ejemplo, el análisis castrense que se hacía, en estos
cursos, de películas y los documentales producidos por las fuerzas de seguridad.
«El film tenía que ver con el papel de los ex militantes de los partidos comunistas y socia-
listas, de cómo iban a la dirección del movimiento guerrillero, sindical, etcétera; al rol de la
policía y la Republicana ante las protestas del pueblo; a la ayuda del ejército, tomando las
riendas de la lucha contra la sedición, contra el sindicato y a la posibilidad que diera un
golpe de estado. Todo estaba previsto en esa película. Es lo mismo que pasó en toda Amé-
rica Latina. Ningún militar estuvo sorprendido cuando se eliminó a los partidos políticos,
se dio un golpe de estado y se instauró una junta, porque eso estaba previsto, en esa pelí-
cula, diez años antes.»
163. Actas de la Asamblea General, 19 de noviembre de 1969, A. G., 37.
164. Además de los Fusileros Navales (FUSNA), que eran militares, y el grupo de asalto del Cuerpo de Granaderos que eran
policías, se crearon dos organismos contrainsurgentes, el Servicio de Información de Defensa (SID) y el Órgano Coordi-
nador de Operaciones Antisubversivas.
165. Este dato es contradictorio con el testimonio de Licandro, quien decía que en esa época la tortura era sólo patrimonio
policial. La realidad fue que los policías hasta 1971, al estar encargados de la lucha antisubversiva, eran los que reali-
zaban los interrogatorios y las torturas. Los militares se limitaban a dar palizas esporádicas, reprimendas a detenidos
bajo las medidas prontas de seguridad y maltratar a detenidos. En septiembre de 1971, cuando el gobierno les enco-
mienda acabar con la resistencia armada al régimen, la tortura se vuelve más brutal, más masiva. El militar pasa a con-
vertirse en el nuevo protagonista de las torturas. «Es verde / pero murmura / es verde / pero habla / es verde / pero inte-
rroga / es verde / pero tortura.» VVAA, 1981, 23.
166. Este dato desmiente aquel rumor que hubo entre los luchadores sociales respecto de que las M16 se rompían después de
los dos mil tiros.
Los luchadores sociales 371
Sobre el papel represivo de las mujeres policías y militares se ha investigado muy poco, a través
del testimonio de Yessie Macchi se puede tener una idea de ello.
«Estaban muy bien entrenadas y seleccionadas. Se trataba de un cuerpo especializado.
En todos esos años no logramos «entrarle» a ninguna. No tengo claro por qué. Tenían una
buena base cultural, liceo y hasta algunas estudios de facultad. No provenían de sectores
marginales, como muchas mujeres policía. La policía militar femenina era de sectores so-
ciales más altos.
Disfrutaban viéndonos sufrir. Eran sádicas, en su mayoría. Jóvenes, menores de treinta
años. Un regimiento, serían doscientas o trescientas, no lo sé con seguridad. Muchos de
nuestros sufrimientos fueron agregados por ellas, por cuenta propia. Iban más allá de las
órdenes que recibían. Creo que en el fondo nunca pudieron entender cómo nos habíamos
metido en la lucha, cómo habíamos soportado la tortura y, además, en la cárcel estudiá-
bamos, cantábamos, éramos fraternas. No entendían cómo podíamos, si no ser felices,
por lo menos alegres.
La única vez que vi en una de ellas un momento de humanidad, fue cuando me sacaron
a mi niña, que tenía nueve meses. El último día que estuvo en la cárcel (debía entregarla a
mi familia) la llevé hasta el portón de rejas del sector. Debía entregársela a esta mujer, que
hasta entonces había sido lo peor con nosotras. En el portón me despedí: «Paloma, ahora
te vas con la abuela, pero ya nos volveremos a ver». En ese momento la milica se puso a
llorar: «No sufra, Macchi, no sufra. Usted la seguirá viendo en la visita». Fue la única vez
que vi un gesto humano entre ellas.» 167
Un punto importante de análisis y que se hace necesario mencionar, son las contradicciones exis-
tentes en el seno de las fuerzas armadas y en las distintas organizaciones policiales.
«Si vieras
las contradicciones que hay
en el ejército
si hubieras escuchado
como discutían
alférez y capitán
mientras me daban.»168
Los jerarcas de las fuerzas armadas siempre ocultaron las discordancias en el seno de su institu-
ción: «La relación entre oficiales y tropa es paternal, afectuosa, familiar».169 La verdad es que existía
una antítesis latente entre ambos escalafones, como también la hubo entre legalistas-progresistas y
torturadores-golpistas.170 Los luchadores sociales, a pesar de su voluntad expresa, no supieron o
pudieron explotar esta disyuntiva entre los militares, sobre todo en el caso soldados versus jerarcas.
167. Clara Aldrighi, 223.
168. VVAA, 1981, 8.
169. JCJ de las FFAA, La Subversión, 10. Así que –según la Junta de Comandantes en Jefe– era por «amor» que les hacían
caso a los oficiales y torturaban a los prisioneros, no era por «obediencia debida» ni porque si no cumplían las órdenes
los encerraban o echaban del cuerpo. ¿O acaso la tropa también tenía afecto por el orden capitalista que la explotaba?
Que cada uno saque sus conclusiones y que algún día «la tropa» se digne a dar su testimonio sobre todo aquello.
170. Manuel Hevia Cosculluela, de los servicios de espionaje cubano, estuvo infiltrado –desde 1962 hasta 1971– entre los
agentes de la CIA que operaron en Uruguay. A través de su testimonio se observa el entramado policial que organizó la
central de inteligencia estadounidense para evitar la reproducción de focos revolucionarios en el Cono Sur de América y
algunas de las contradicciones internas. En un documento escrito en junio de 1972 en La Habana, páginas 232 y 233
de su libro Pasaporte 1133, cuenta cómo, en el cuartel Centenario, el mayor Albornoz, aduciendo medidas de segu-
ridad, negó la licencia de salida a un soldado –que la había pedido para ir a visitar a su hijo enfermo–, mientras todos los
días salían soldados para terminar la construcción de la residencia del propio Albornoz. La tropa entera se solidarizó con
su compañero. El jefe militar les recriminó por el hecho. Pero los soldados, lejos de amedrentarse, casi lo linchan. Varios
372 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Para muchos, una de las maneras de vencer a las fuerzas represivas era «explotando la contradic-
ción dialéctica oficialidad-tropas mediante un trabajo político inteligente, capaz de elevar el grado
de conciencia de estas últimas y de desatar la insubordinación.»171
«Soldado, aprende a tirar:
tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.
¡Desde abajo has de tirar,
si no me quieres herir!
Abajo estoy yo contigo,
soldado amigo.
Abajo, codo con codo,
sobre el lodo.»172
El MLN y los luchadores sociales, en general, intentaron ganarse parte de la tropa policial y mi-
litar; o por lo menos neutralizarla, enviándoles mensajes y escribiéndoles poemas:
«A los funcionarios modestos que tiran al aire cuando les ordenan balear obreros y estu-
diantes, a esos funcionarios que como Germán Garay llegaron al uniforme policial como un
empleo más, y como todos los empleos de este país, mal pago, les reiteramos: Uds. no son
nuestros enemigos. No nos enfrenten. No actúen contra nosotros. Nosotros luchamos por
una patria como la que quiso Artigas, donde los más humildes sean los más privilegiados.
Ustedes que son humildes, no actúen defendiendo los intereses de los privilegiados.»173
«Soldado somos cuñao
pensá un poquito en tu hermana
si me cagan, t’as cagau;
soldado, no hagas macana;
todos somos oriental
avivate, no seas gil
y esa vez, tendrá el fusil
una utilidad social.»174
Para R. Noriega algunas acciones de los tupamaros lejos de provocar contradicciones en el ejér-
cito y simpatías hacia ellos produjeron el efecto inverso: su unificación.
«Los tupas hicieron que el ejército tomara espíritu de cuerpo. De no ser por eso podría
haber sido más neutral y estar más a la expectativa. Pero claro, si a los soldados le matan a
un compañero, saltan. Primero creció el odio contra los tupas y después contra todo lo que
ellos consideraron “subversivo”.»
Efectivamente, ante la muerte de soldados y policías, los sectores más reaccionarios de las fuer-
zas de seguridad y de los defensores del régimen primero llamaron a combatir militarmente a la gue-
oficiales se unieron al motín. Por lo que Albornoz lo comunicó a la Jefatura de Policía. Partieron en su ayuda grupos de
choque de la Metropolitana, pero al enterarse de que su misión consistía en someter a los rebeldes del cuartel, se ne-
garon a llevarla a cabo y regresaron a la unidad. Al día siguiente, los amotinados se rindieron y el gobierno, para no in-
crementar las contradicciones en los cuerpos defensores del sistema, no se atrevió a tomar medidas drásticas.
171. Documento tupamaro. JCJ de las FFAA, 584.
172. De la canción Soldado, aprende a tirar, de Nicolás Guillén, popularizada en Uruguay por Daniel Viglietti.
173. Huidobro, 1992, 99. Como se desprende del mensaje tupamaro hubo varios casos en los que policías, desacatando ór-
denes, optaron por no agredir a los luchadores. Roberto recuerda una manifiestación de 1967 en el que su perseguidor,
un agente a caballo y sable en la mano, le dijo: «¡Corra muchacho, corra que no le quiero pegar».
174. Rosencof, 1987, 115.
Los luchadores sociales 373
rrilla y luego a todos aquellos que la permitían o, según ellos, la apoyaban, logrando una cohesión
ideológica que años atrás no hubiera sido posible.
«Veintidós cuerpos en veintidós tumbas. Veintidós uniformes vacíos. Veintidós familias llo-
rando... ¿no son acaso veintidós razones más que suficientes para abandonar la dialéctica
de las palabras y dar curso a la de las armas? Por supuesto que sí [...] Los traidores están
todos ahí. Vivos y coleando. Unos robando. Otros mintiendo. Otros matando. Otros la-
vando cerebros. Otros coimeando. Y mientras veintidós familias lloran.»175
En determinado momento, los dirigentes de las organizaciones de izquierda, al igual que abando-
naron la contradicción de clases y se enfrascaron en la lucha fascismo-antifascismo, decidieron ex-
plotar las contradicciones en el ejército, no entre oficialidad y tropa, sino la que existía entre oficiales
«golpistas» y «progresistas».176
Entre 1968 y 1973, en las fuerzas armadas, hubo varias voces que se alzaron para denunciar los
planes golpistas de otros colegas de profesión, así como la politización y torturas que se sucedían en
el cuerpo militar.177
El mayor Tomas Cirio, en 1972, escribe una carta al coronel Carlos Irigoyen en la que rechaza los
métodos empleados por sus colegas militares.
«Con los ojos y oídos tapados casi hasta volverlos dementes; que se apliquen “picanas”,
“submarinos”, “plantones” interminables, golpes feroces y cobardes? –y denuncia a todos
los que hayan asesinado a un detenido mediante torturas–. Se ha dicho que, en algunos
casos, las víctimas lo fueron por torturadores [...]. Por ello deben ser castigados en forma
ejemplar quienes (una minoría pequeña, estoy seguro) han mancillado el uniforme del
ejército usándolo para encubrir sus desbordes, sus tropelias y su sadismo. Y sus nombres
deben ser conocidos por el pueblo, como delincuentes que son, ya que ello se sale de la
órbita disciplinaria, regida, ella sí, por la reserva con que deben protegerse la disciplina y
la subordinación.»178
En diversos espacios, las fuerzas represivas y los luchadores sociales entraron en contacto di-
recto. Uno de esos lugares fue la cárcel y otro, las empresas cuando eran militarizadas. Según un
testimonio, cuando los soldados intervinieron su fábrica, a pesar de las explicaciones de los obreros,
175. Clara Aldrighi, 40.
176. «En el Uruguay, los famosos oficiales progresistas, o peruanistas tuvieron su máxima expresión en los comunicados 4 y
7 (de ahí el nombre de cuatrosietiestas) de principios del 73. El P“C” los considerará los salvadores de la patria y los tu-
pamaros soñaban con operaciones conjuntas con ellos. El jefe de tales salvadores según decía el P“C”, era el Goyo
Álvarez a quien luego soportaron, como máximo director del estado que los torturaba. Ironías de la historia.» Texto anó-
nimo sin referencia bibliográfica. Texto nº 2. Archivo del autor.
177. En Argentina, tras la dictadura, en la segunda mitad de la década del noventa, entre militares también hubo contradic-
ciones con respecto a que si fue o no correcto torturar a los prisioneros. Según Halty en Uruguay «no se va a dar lo del
arrepentimiento […] Con la autocrítica del 85, tuvieron suficiente.
–¿Qué dijeron? –se le preguntó.
–Que habían perdido todos los puntos de referencia».
Sin embargo, aproximadamente, un año después de estas declaraciones de Halty, Jorge Troccoli asume su condición de tor-
turador y reconoce el trato inhumano dado a los detenidos durante los interrogatorios del FUSNA. Este sujeto cuenta que era
un guardiamarina repleto de sueños sobre barcos, viajes y navegaciones, que se le rompen en 1967, cuando se enfrenta
a la realidad al reprimir a los trabajadores de UTE y Ancap. En 1969, lo hace con los bancarios y en 1971 es instruido
para participar en «la guerra contra la subversión». En 1974 se convierte en un «profesional de la violencia» y asume la
lógica de la tortura, elaborada por políticos y jefes militares. El testimonio de este ex torturador fue transcrito por el se-
manario Brecha, en 1996, que publicó en el mismo número un artículo titulado «Míster Hyde» en el que se detalla su
participación en las desapariciones en Argentina (Orletti, ESMA...). www.chasque.apc.org/brecha/3020.html.
178. Caula y Silva, 1986, 108-109.
374 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
tuvieron una comprensión demasiado pobre y parcial del conflicto que se estaba viviendo. Ubaldo
Martínez, otro entrevistado, no sólo se sintió incomprendido por parte de los militares sino también
odiado, porque debido a sus huelgas y resistencias obreras, los soldados, «de estar rascándose en el
cuartel o haciéndose una fajina», tuvieron que ponerse a trabajar en serio. «Eso sí –matiza Ubaldo
Martínez– de lo que robaban, más los pluses de sueldos, se llenaron los bolsillos». Andrés, añade:
«Desde que se pusieron a cargo de la lucha antisubversiva cobraron más plata, y cada año en ser-
vicio se contabilizaba por tres, por eso querían hacer durar la dictadura».
En la entrevista al ex–militar Halty se descubre la visión del cuerpo castrense sobre los lucha-
dores sociales.179
«Hay que tener en cuenta que el ejército tiene que identificar su enemigo. Esa identifica-
ción caía en el movimiento guerrillero. Al movimiento obrero se le dio un rol parecido, pues
para la mentalidad militar subvertían el orden, todo lo que provoca desorden lo ve mal,
para ellos lo principal es el orden. Hubo mucho trabajo psicológico, para incrementar el
odio. Primero el enemigo fue la guerrilla,180 luego la izquierda en general; en plena dicta-
dura, los enemigos eran los políticos y los partidos.
–¿Al movimiento guerrillero se le califica de comunistas?
–Sí, y de ser extranjerizantes.
–Los militares no saben las diferencias entre un MLN y un PC, sin embargo reprimen en
épocas separadas, ¿por qué?
–Sí, a los tupas en el 72 y al PC, y la otra izquierda, en el 76.»
Al investigar las causas de la diferencia temporal en la persecución de los diversos grupos polí-
ticos se consultó a Garín.
«–¿Por qué tardan hasta el 76 en reprimirlos?
–Por la venta de carne. Si tocaban al PC, se les bloqueaba la venta de carne a URSS […].
Sabíamos que les tenían mucho más odio a ellos que a nosotros –dice el tupamaro
Garín- Odiaban a los PC. Los veían como vendepatrias, a nosotros no.181 Creo que se en-
sañaron con el PC. Fue dramático, triste, se desmoronaron [...].
Se le inculcaba el amor a la patria, la libertad, Artigas. Decían que la Universidad era
una fábrica de hacer bombas. Les inculcaban el odio a los sindicatos e izquierda. Todo lo
179. A pesar de que cuando se le realizó la entrevista, era el secretario del también ex militar Seregni, entonces el político
más relevante del Frente Amplio; hizo una larga justificación del ejército. Se basó en las peleas que se mantienen desde
milenios. «El ejército será necesario, hasta que los hombres vivan sin pelearse». No es tan curioso que un ex militar jus-
tifique al ejército. Lo curioso es que muchos de los luchadores sociales torturados por militares justifican y defienden las
fuerzas armadas uruguayas, por ejemplo frente a unas de América «porque éstas estarían bajo órdenes de Estados
Unidos». En aquel período muchas de las organizaciones también veían imprescindible la existencia de unas fuerzas ar-
madas. Para PC y CNT, así como para muchos guerrilleros no era necesario destruirlas, ni cambiar sus jerarquías, sino
darles un cariz nacionalista y antimperialista, populista, o socialista y progresista.
180. El siguiente testimonio de Seregni advierte sobre un cambio sobre la visión militar respecto a los tupamaros: «La gue-
rrilla no se visualizaba entonces (en 1968 cuando él era jefe de la Región Militar nº 1) como un problema candente;
más, en el ejército, como en toda la sociedad civil, se vivían sentimientos contradictorios. Las primeras acciones de los
tupamaros se miraban con cierta admiración.» Blixen, 167.
181. Otro testimonio manifiesta que muchos miembros de las fuerzas represivas respetaban a los tupamaros como enemigos
porque de acuerdo con sus códigos y, militarmente hablando, iban de frente. El incremento de odio y persecución de los
cuerpos coercitivos hacia algún sector de los luchadores sociales fue cambiando, al igual que fue variando la cúpula mi-
litar y el propio rol de las fuerzas represivas. Por supuesto que también había diferencias individuales de un militar a
otro. «”Varias veces me preguntaron por qué la marina no mató a Sendic. Y yo respondí que tenemos otros valores. Era
un enemigo, pero no se podía actuar con odio”, comentó en una conversación sobre el tema González Ibargoyen. Con el
mismo criterio, ya siendo comandante en jefe, obligó a retirar los retratos del cabo Fernando Garín –un tupamaro encu-
bierto que resultó fundamental para el copamiento del Centro de Instrucción—que se repetían en el FUSNA, junto al le-
trero de traidor.» Lessa, A., 64.
Los luchadores sociales 375
que fuera izquierda era comunista y venía de la URSS. En ese entrevero podían decir que
Gutiérrez Ruiz era comunista y enviar a un escuadrón de la muerte a matarlo, porque
había tenido contacto con uno de izquierda o su hijo con un tupamaro. La caza de brujas
provoca el exilio porque todos eran sospechosos. Era difícil que uno no tuviera un primo,
hermano o vecino que no estuviera metido.»
En su testimonio, Garín, recuerda el papel de cuerpos coercitivos extraoficiales: los escuadrones
de la muerte, que lo mismo secuestraban a un «sedicioso» para interrogarlo bajo torturas, que le
quemaban la cara con ácido a un joven como reprimenda por su actividad gremial. Sus acciones se
centraron en «asustar» a la periferia y a la red de apoyo de los grupos armados y, sobre todo, en
buscar la reacción de la guerrilla con el fin de derechizar y desestabilizar el sistema parlamentario.
Sabían que las reprimendas contra tupamaros no disminuiría el número de adherentes al MLN. La
fuerte motivación por el combate y la extendida radicalidad de sus militantes provocó que éstos en
cambio de abandonar la lucha política exigieran a su organización una reprimenda.
Con el fin de «guatemalizar» el país, ensuciar la guerra e incrementar y extender el terror, los es-
cuadrones agregaron, a los cotidianos atentados y anterior desaparición de Abel Ayala, un nuevo
método: el asesinato.
Huidobro, en una de sus obras,182 relata uno estos episodios. A la misma hora de la madrugada,
del sábado 3 de julio de 1971, en la que se descubría la fuga de las treinta y ocho presas, se descu-
brió el cuerpo acribillado de Manuel Ramos Filippini, junto a los volantes del Comando Caza-Tupa-
maros.183 Un grupo parapolicial lo había secuestrado en su casa, torturado y quebrado los brazos.
Por éste y otros episodios, varios componentes de los escuadrones de la muerte fueron ajusticiados
por los tupamaros. Las autoridades, por el contrario, les rindieron homenaje. J.M. Sanguinetti, por
aquel entonces ministro de Educación y Cultura y dos veces presidente del gobierno tras la dictadura
militar, se refirió a ellos como «uruguayos caídos en el cumplimiento del más glorioso de los deberes
[…] hombres humildes del país uruguayo […] hoy despedimos a estos cuatro hermanos».
Uno de los fenómenos más complejos de entender es cómo vivieron los milicos su transformación
en torturadores. El relato de uno de ellos, García Rivas,184 quien desertó tiempo después, resulta nos
aproxima a aquella realidad. Sus declaraciones evidencian que los torturadores no fueron grupos
fanáticos de ultraderecha actuando por su cuenta, sino una estructura centralizada del aparato
estatal. Por otra parte, las torturas siempre se practicaron con asistencia médica para evitar la
muerte del detenido, el consiguiente escándalo social y el hecho de que el fallecido, como apun-
taba uno de los maestros de la tortura, «pudiera llevarse información». Este ex militar reconoce
haber presenciado el interrogatorio de Rosario Pequito Machado, torturada con la técnica del «sub-
marino» en el «tacho», un bidón cortado por la mitad lleno de agua con una tabla para estirar sobre
ella a la detenida, tapada con una capucha impermeable. Se la iba sumergiendo y tras un día de
«ahogos» se la colgó desnuda, con las manos esposadas, en un gancho que bajaba del techo, du-
rante cuatro días. Éste declara que, cuando se desmayaba, la reanimaban y la volvían a colgar. Tras
participar en estas prácticas, este testimonio manifestó sentir, como otros militares, mucha confu-
sión y remordimientos. Cuando salía de la compañía y hablaba con sus colegas de estropicios, coin-
cidían en «que hacían algo que no estaba bien». Pese a estas consideraciones, García Rivas afirma
que negarse a torturar implicaba ir contra el Código Penal Militar y se castigaba con la cárcel, razón
por la cual no desobedecían las órdenes. Si alguno mostraba debilidad o reticencias era obligado a
endurecerse, por ejemplo, recorriendo cloacas. Los superiores querían que nadie pudiera decir: «Yo
nunca torturé».185
La única manera de escaparse de la dinámica castigar o ser castigado era desertar y, como mu-
chas otras personas, irse del país para evitar posibles represalias. Pero la inmensa mayoría de los
miembros de las fuerzas coercitivas no tuvo ni la valentía, ni la calidad humana de los luchadores
sociales, que prefirieron, en casi su totalidad, exiliarse antes que colaborar en cualquier aspecto de
la represión. Ser torturados antes que dar la información que propiciara la detención e interrogato-
rios de otros. Derrotados, pero coherentes. Golpeados, pero sin perder la humanidad.
García Rivas asegura que casi ningún militar optó por la deserción, lo que atribuye a dos razones:
la incapacidad para la vida civil, la necesidad de ganar un sueldo para mantener su hogar, y el temor
a ser torturados. Si él decidió desertar, fue porque sentía que se estaba volviendo loco. Había dejado
de ver a los pocos amigos que se había hecho antes de torturar. En sus ratos libres, se iba a su casa y
se encerraba.186
Montero, uno de los torturados, comenta: «Se hicieron bolsa ellos también, porque la tortura sig-
nifica hacer bolsa; jode a todo el mundo, al que tortura y al que la recibe».
«Torturador y espejo
No escapes a tus ojos
Mirate
Así
Aunque nadie te mate
Sos cadáver
Aunque nadie te pudra
Estás podrido
Dios te ampare
O mejor
Dios te reviente.»187
Los militares tenían la obligación de torturar, si un superior lo ordenaba, y algunos lo hacían contra
su voluntad y principios; pero es necesario recordar que la deshumanización castrense, el bélico con-
texto y el odio al enemigo, también produjeron seres con ansias de agredir y humillar al adversario.
185. Halty, en cambio, declara: «Eran los oficiales quienes estaban a cargo de ellas. Los ayudaban algunos subalternos de
confianza, conocidos, elegidos». «¿Qué pasaba si desacataba una orden?», se le preguntó. «A mí nunca me dieron u
obligaron a cumplir órdenes inmorales. No me las daban por algo», contestó.
186. Tras finalizar una sesión de tortura, un detenido le dijo a su torturador: «Quiero que me expliques qué siente un ser hu-
mano cuando hace lo que vos hiciste conmigo?
–Muchas veces lo pienso... cuando llego a casa –le contestó él».
En su relato, García Rivas narra sus experiencias como militar y cuenta otras características de la vida en los cuarteles
durante la década de los sesenta y setenta. Reconoce su inicial extrañeza al enterarse de que los «sediciosos» no co-
braran nada por realizar su actividad subversiva. Explica que él y la mayoría de los soldados, vivían en barrios donde ser
milico estaba mal visto, por lo que pasaban bastante vergüenza.
Sus memorias también se refieren a las clases que recibían tanto los militares de Uruguay, como otros invitados de El
Salvador, Guatemala y Costa Rica; y a un manual de operaciones antisubversivas –seguimentos, vigilancia…– creado
por el OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas). Cuenta que de Amnesty Internacional se decía
que era una organización integrada por comunistas y subversivos, que pretendían desacreditar al gobierno uruguayo.
Reconoce haber estado presente en el secuestro y asesinato de un luchador social en Porto Alegre y que recibió órdenes
de no comentarlo con nadie, ni siquiera con otros militares.
187. Benedetti, 1986, 307.
Los luchadores sociales 377
«Todos querían seguir pegando. Eran cerca de cien personas aullando y golpeando […]
tanto querían darnos que se pegaban entre ellos [...]. Algún compañero me comentó des-
pués, que la policía debía estar dopada. Le parecerá extraño, pero muchos lloraban. Yo
creo más bien que tenían un ataque de histeria colectivo. Parecía que el dejar pegar a
todos era una especie de premio concebido a funcionarios cumplidores. Sí, exactamente,
hasta funcionarios administrativos venían a pegarnos.» 188
Henry Engler, uno de los prisioneros más maltratados y que más contacto tuvo con los milicos de-
bido a su largo presidio y su condición de rehén, se encontró con dos actitudes militares diferentes
frente a la tortura. Asegura (Clara Aldrighi, 64) que por un lado estaban los oficiales que lo hacían
con un aparente dolor de conciencia.
«Solían venir a explicar que la tortura era un mal necesario, usado para obtener informa-
ción. Algunos de ellos me dijeron, más de una vez: “¿Cómo podríamos seguir viviendo, si
después de todas estas torturas; no termináramos todos juntos, codo con codo, reconstru-
yendo el país?” [...] Por lo menos se planteaban que lo que hacían era asqueroso».
Henry Engler cuenta que por otro lado estaban los que practicaban la tortura sin la menor apa-
riencia de dolor de conciencia o remordimiento. «Después vino una camada de individuos que leía
Mein Kampf y que jugaban a su pequeño Auschwitz. Esos gozaban de la tortura y aplicaban el mal-
trato como rutina».
En cuanto a los soldados rasos asegura:
«Los soldados fueron en buena medida entonces los que llevaron a cuestas el honor del
ejército. Muchos de ellos, gente sencilla de campaña, trataron de suavizar, cuando era po-
sible, la situación nuestra. Incluso a riesgo de terminar como nosotros. Muchos de ellos
nos trataron como enemigos, pero dignamente. Después hubo los que querían hacer mé-
rito demostrando claramente cuánto nos odiaban, delante de sus superiores.»
Para finalizar este apartado, es necesario mencionar que las fuerzas represivas tenían sus propios
teóricos y órganos de difusión. En 1972, debido a todos los acontecimientos explicados en el apar-
tado cronológico, surgieron dos importantes publicaciones que ilustraban el pensamiento y las an-
sias golpistas de un vasto sector militar.
Uno de estos órganos de información nacidos en el calor de la batalla, y en plena excitación triun-
fal, por las embestidas castrenses a la guerrilla, fue El Soldado; la continuación de la Revista Orien-
tación, allí se reflejaba la corriente ideológica predominante de los oficiales del ejército y la fuerza
aérea. Se denominó de esa manera por los significados asociados a la palabra soldado, patriotismo,
servicio y desprendimiento.
«El Soldado en la forma que fue concebido, como elemento aglutinante, generalizador de
las tres fuerzas y bajo cuyo nombre se identifiquen [sic] todas las jerarquías, está tratando
de cumplir su cometido y busca cada vez más la superación profesional de todos los inte-
grantes de las FFAA.»189
Otra fue una publicación clandestina, denominada El Rebenque, cuyo primer número se distri-
buyó a partir del 9 de julio de 1972, y en el que se dejaba claro que el papel de las fuerzas armadas
no se acabaría tras derrotar a los tupamaros.
188. Testimonio del tupamaro Jesús David Meián, publicado en el semanario Marcha, el 17 de abril de 1970.
189. «Editorial», El Soldado, nº 136, enero-febrero-marzo 1994, 1.
378 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Pero esta vez –advertía el editorial– no tenemos que incurrir en candidez, tenemos el
deber de consolidar nuestro triunfo, triunfo que es el de la felicidad del pueblo uruguayo.
Y esta consolidación nos será mucho más difícil porque los intereses corruptos son
mucho más poderosos que nuestros actuales enemigos [...]. Es el momento –recla-
maba—de empezar a poner coroneles en ministerios y entes autónomos como oficiales
de enlace con las FFAA [...]. La presión social que sufre el país exige que se deje de ha-
blar tanto y se replantee en forma inmediata e implacable, las medidas a tomar con los
ya famosos “delincuentes de guante blanco”. Ellos son los culpables de los cantegriles,
del analfabetismo creciente, de la sociedad de la campaña, de la desocupación, de la
entrega de la enseñanza al cáncer comunista, de la existencia de asesinos tupamaros y
de otro centenar de flagelos.»190
Una publicación que recoge la ideología de los militares y de los defensores del sistema capita-
lista de Uruguay y del mundo entero es el libro titulado La Subversión. Éste se centra en el estudio
del enemigo interno: la sedición. A la que veían como el caballo de Troya y de la que decían, alegori-
camente, que se introduce en el hogar, aparentando ser un miembro más de la familia, para traicio-
narla y destruirla. Este libro en su presentación explica:
«Todo ser vivo –y la nación es un ser vivo– debe, si quiere subsistir, defenderse contra
todo aquello que pueda dañarlo, en sí mismo, como desde afuera. Es ilusorio contar con
una situación providencial tal que garantice que el cuerpo social no podrá nunca enfer-
marse.
Ni las personas físicas, ni las personas morales, pueden contar con tal suerte de imnu-
nidad milagrosa.
Frente a la agresión subversiva, que constituye una enfermedad de la nación uruguaya,
debe concluirse que el primer papel de la defensa es y será siempre, el de proteger las
bases fundamentales de la sociedad, construidas y ratificadas por el pueblo, contra las
perturbaciones que puedan amenazarlas, porque las enfermedades del cuerpo social son
como las de los seres humanos: es menester prevenirlas y atacarlas cuando se mani-
fiestan.
La amenaza más grave contra el cuerpo de la nación es el peligro de intrusión de ideolo-
gías extrañas a la mentalidad popular que, basándose en el poder, sea mental o econó-
mico, de sus adherentes pretende propiciar y justificar la destrucción total de lo existente
como precio de un mañana utópico nunca bien definido. El pueblo debe entonces asumir
la responsabilidad de su propia defensa para desenmascarar y destruir las múltiples
formas de tal clase de agresiones.
Así se define una doctrina y se perfila una mística, de las que resulta que para el pueblo
oriental, la democracia, aún reconociendo el concepto de relativismo filosófico en que se
funda, no lleva implícito el germen de su propia destrucción, puesto que su defensa cons-
tituye el principal objetivo para garantir y hacer posible la sobrevivencia de la nación y el
progreso que necesita y persigue.» 191
En esta obra se ha insistido en los grandes beneficios que extrae de la Constitución la clase domi-
nante detentora del poder. En ésta aparecen las medidas coercitivas necesarias para sofocar re-
vueltas y perseguir a militantes revolucionarios. Hasta 1973, cada vez que fue puesta en marcha
la maquinaria represiva, la carta constitucional sirvió de amparo y muchos de los derechos allí sal-
vaguardados dejaron de respetarse.
«Se intentaba quebrarte, denigrarte –asegura Ubaldo Martínez, uno de los presos–. En al-
gunos casos las presiones fueron tal que hubo compañeros que llegaron al suicidio y otros
que siguen pagando las consecuencias hasta el día de hoy. Si tenías una visita, no podías
ir sino te rapaban e ibas con el mono gris. Eso te llevaba a otra época, al fascismo puro.»
El proceso de cosificación del preso era uno de los episodios más peligrosos. Muchas veces, en el
momento de la detención, un luchador oía un estridente sonido de sirenas y se veía rodeado de pa-
trullas policiales que no le hablaban, le daban golpes con sus porras y le insultaban: «¡sedicioso!»,
«¡pitucón!». El arrestado, mientras podía, los miraba y los odiaba. Él era un ser humano y ellos, muy
a los pesares, también. Poco después, encapuchado y con las muñecas atadas con alambres de
púas, se daban los primeros pasos para transformarlo en cosa, en paquete portable. En la tortura
este fenómeno se incrementaba. Cuando el preso estaba en total aislamiento y separado mental-
mente de su dolorido cuerpo, lo único humano que veía, vestía de verde milico.193 Así, los pocos ob-
jetos que tenía en aquella gran jaula eran de suma importancia, constituían los vínculos con sus
seres queridos, con el afuera y con la condición de no preso. La destrucción de útiles podía significar
desarraigo, pérdida del vínculo e identidad.
El preso estaba encerrado en un mundo que le era ajeno y hostil, en el que debía reorganizar su
vida. El uniforme le marcaba su condición de presidiario y un número lo identificaba. Su vestimenta
y objetos personales eran escasos, el mínimo necesario que posibilitaba el chantaje de los carce-
leros: «si no aparece el cuchillo de la última comida habrá requisa», sufriendo por eso un constante
sentimiento de despojo.
«Cuando el plantón terminó, nos hicieron pasar al sector [...]. Ante nuestras miradas, un
panorama devastador; colchones en el suelo, azúcar con miel entre las sábanas, papel hi-
giénico mojado y deshecho, algodón con dulce de membrillo; la ropa de Cristina mojada,
la de Elsa en el duchero. Las pocas frutas (que con tanto sacrificio nos mandaban nuestros
familiares) destrozadas sobre las sábanas y frazadas. Todo era caos, desorden, incohe-
rencia, ¿cómo poder entenderlo? ¿qué dirían nuestras familias si lo supieran? Había que
ordenarlo, ponerlo en su lugar, porque a pesar de todo, existía un lugar para cada cosa,
eso se hacía imprescindible [...]. Se llevaron las fotos, las cartas, los cuadernos, nuestros
recuerdos queridos, todo aquello que nos contactaba con el afuera, nuestras familias y
nuestros hijos. Las manualidades de los niños... Entre risas, Antonia festeja, pues había
salvado la foto del Flaco porque la tenía “camuflada”. María perdió la foto de Anita, la en-
contramos partida en cuatro debajo de la cucheta de Aurora. Desde el pico de luz, alto, un
muñeco se balanceaba colgado del cuello.»194
Estas frecuentes escenas carcelarias sumadas a las torturas infringidas a los prisioneros mues-
tran que fueron más sinceras y acertadas las palabras del director del penal de Libertad –«ya que no
se ha liquidado a tiempo a los elementos peligrosos para el país, y tarde o temprano habrá que libe-
rarlos, debemos aprovechar el tiempo que nos queda para volverlos locos»–195, que la volátil oración
de la constitución.
Pero no pudieron, fueron muy pocos los que se quebraron para siempre. Los luchadores sociales
no sólo sobrevivieron a la cárcel, sino que gracias al compañerismo tanto dentro como fuera de ella,
la soportaron con dignidad y hasta en algunos casos con cierta alegría.196 «¡Cómo no sentirme feliz,
a pesar de las rejas, si veo que las pichonas ya son dos palomitas!».197 La emotividad que León Lev
193. «Fue su último contacto humano, antes de entrar en el mundo de la oscuridad, del silencio y de los ruidos insensatos,
donde el tiempo es otro, donde el cuerpo es otro, donde todo adquiere un orden y una lógica en la que uno no es nadie»
Maren y Marcelo Viñar, 1993, 24.
194. VVAA, Represión y olvido 1995, 40-41.
195. VVAA, 1981, 8. Otros agentes de la represión iban inclusive más lejos. Como sus colegas argentinos y chilenos, abo-
gaban directamente por la desaparición y asesinato de los disidentes. En 1981 un coronel y juez militar, preocupado por
la inmensa campaña internacional por la liberación de los presos políticos de Uruguay, señalaba: «Tenemos mil seis-
cientos problemas porque no tenemos milseicientos muertos». Rosencof, 1987, 6. Quizá la tradición civilista y pacífica
del Uruguay condicionó a que los represores buscaran más la destrucción psíquica que física.
196. Tejera dice que «hubo quienes vivieron la cárcel de distinta manera. Para Patricio, el Chileno, fueron unas vacaciones,
leyó y comió igual o mejor que nunca». Y una ex presa, entrevistada por Graciela Jorge, manifiesta que cuando cayó
presa se lo tomó «como una vacación, tanto y tanto había vivido en esos últimos meses; la muerte de mi compañero, el
redoblar la militancia por él y por mí, el consolar a los compañeros inconsolables; y yo, sin permitirme desmayar, sin
permitirme llorar».
197. La carta de León Lev a Tochi y Sandra Mariana, continua: «Las buenas calificaciones escolares son expresión de su inte-
ligencia, fruto del esfuerzo de mami, y también, ¿porqué no, una demostración de cariño por mí, porque saben que me
alegran mucho, me hacen sentir muy, pero muy orgulloso.» León Lev, 19.
Los luchadores sociales 381
manifiesta en la carta dirigida a sus hijas, deja al descubierto que la supervivencia en el presidio se
dio gracias a los seres amados. El ambiente carcelario y el imponente movimiento que había fuera,
reclamando la libertad de los presos, hicieron el resto. La lucha generalizada contra el régimen, que
siguió hasta el fin de la huelga general, proporcionó mucha fuerza. Muchos de los que caían antes
de 1972, tenían esperanzas de poder fugarse o de que los tupamaros, o una insurrección popular,
los liberase. Tan grande era el optimismo que una presa, con respecto a su defensa jurídica, le dijo al
juez: «Cualquier abogado me da lo mismo, porque a mí no me va a liberar la justicia burguesa, sino
mis compañeros».198 Cuando esta prisionera hizo esa declaración desconocía que efectivamente se
estaba preparando una fuga. A sus compañeras, que organizaban –silenciosamente– la mayor eva-
sión de presas de la historia del Uruguay, aquella sinceridad no les hizo ninguna gracia.
La derrota de 1972 da un giro a los acontecimientos. El número de reclusos se multiplica y las es-
peranzas de victoria y de ser liberado disminuyen. Durante la huelga general, en el imaginario colec-
tivo de la prisión, se veía posible la caída del régimen militar y el inminente final del periplo carce-
lario. «Hubo expectativas –reconoce Ubaldo Martínez– y eran realistas». Hubo, inclusive, quien una
vez acabada la huelga seguía considerando su condición de preso y derrotado como una cuestión
meramente coyuntural y pasajera.
«En 1972 y 1973, e inclusive después, no imaginábamos que la conflictividad social
podía ir para atrás –recuerda Ricardo–. Desde el 68 vimos caer muertos o presos a com-
pañeros pero siempre éramos más los que nos sumábamos a la lucha. Pensamos que la
terrible represión del régimen no frenaría la avalancha de nuevos combatientes sino al
contrario, que tras algún posible parón o repliegue, la lucha en Uruguay y resto del mundo
iría cada vez a más.»
La resistencia al régimen, aunque tan sólo fuera protagonizada por un puñado de militantes,
siempre fue muy valorada y seguida por quienes estaban encarcelados.
«Mientras hago balance de mis yugos
Y una muerte cercana me involucra
En algún mágico rincón de sombras
Canta el grillo durable y clandestino.»199
El poema que sigue, como muchos otros, se escribió en hojillas de papel de fumar para escapar a
la censura.200 En él se observa la dificultosa contradicción de padecer constantes penurias e intentar
no hablar de ellas a sus seres queridos para aminorarles preocupaciones y sufrimiento.
«Decir que no
que no hay angustia
pelear a brazo partido
con la melancolía
escribir a la familia
“estoy bien querida
aquí me tratan bien
no te preocupes”
cuidar que los pañuelos
no delaten
y escribir sin faltas de ortografía
198. Graciela Jorge, 133.
199. Benedetti, 1986, 16.
200. Una de las obras más estremecedoras se titula Memorias del Calabozo, Tomo I y II, escrita por Eleuterio F. Huidobro y
Mauricio Rosencof y editada en el estado uruguayo por TAE y en el español por Txalaparta.
382 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
hacerse el duro
la montaña
que no hace caso de las lluvias.
Pero si no podés
si peor que la picana
hay algo que te aprieta la garganta
y no alcanzás
a ver tu letra cuando escribes,
entonces hermano
déjate llorar nomás
dejá que los recuerdos
te invadan
te acompañen
te maltraten
vos en lo más hondo
igual sabés
que la lucha continúa.»201
Cuando se recibía a los seres queridos había que disfrutar al máximo los instantes que duraba su
estadía e intentar estar bien, resistir y, si entraban los hijos, no llorar.
«Cuando besó a su mujer y a sus hijos, no sintió nada; estaba anestesiado. Más tarde evo-
caría mil veces ese instante, para mil veces sentir y repetir el afecto allí borrado. Es que su
mente había estado tensa como un arco, ocupado por una sola idea. Por una idea urgente:
¿Cómo resistir?»202
Las visitas eran escasas y necesarias. Por ello, a pesar de la dificultad de comunicación y las
malas condiciones para recibirlas, fueran muy esperadas.203 Con la llegada de las «sediciosas» a la
cárcel de mujeres, los encuentros entre reclusos y familiares o amigos, cambiaron. Se confeccionó
un nuevo locutorio que consistía en una mesada sobre la que se apoyaban ventanillas con triple re-
jilla, lo que imposibilitaba la buena visión y el contacto físico entre los visitantes y las presas. No
existían salas, de vis a vis, para relaciones sexuales. De hecho, pocas veces se consentía un con-
tacto físico entre presos y visitantes. Se permitía la visita con los hijos y, en ciertas épocas, sólo con
aquellos que presentaban problemas constatados por un psicólogo.204
Los familiares de los arrestados también sufrieron. A veces tenían que viajar muchos kilómetros
para ver a sus seres queridos y, en algún caso, hasta elegir a quién se visitaba. «Mi mujer –dice
Ubaldo Martínez– tenía el hermano, el marido y el cuñado presos».
Una de las experiencias más duras era no estar con el compañero sentimental. Numerosos es-
critos ahondan en ello y fueron cantidad los sueños en los que a pesar de estar separados, por pa-
redes y barrotes, los amorosos estaban «juntos».
«Hoy me fugaría con vos
con tu sonrisa
apelaría a Merlín
201. VVAA, 1981, 8.
202. Maren y Marcelo Viñar, 1993, 24.
203. «Las visitas y las cartas eran tan restringidas –declara Ubaldo Martínez—que el tabaco, al ser el único nexo que nos
quedaba con el exterior, los milicos lo utilizaban como medio de tensión».
204. Una luchadora social viajó a la prisión en la que estaba su compañero, ella no obtuvo permiso para pasar, sus hijos sí. A
los pocos días el preso le escribía. «Si aunque no te hubiese podido tocar, por lo menos te hubiese visto. Pero no im-
porta, sé que estás bien. Alguien, te vio, te describió, eras vos, me sentí mejor.» Carta del archivo del autor.
Los luchadores sociales 383
a su magia milenaria
para volverme pequeño como una cerilla
y entrar tranquilamente a tu caja de fósforos.
Me fugaría con vos
para probar si es cierto que te amo
si no será una ilusión
una trampa necesaria
otro verso inventando en el techo
para ver si es verdad que puedo
robar tu congoja
que tus ojos
y tu boca tienen
gusto a naranja.
Después
después querida
saldría a recorrer
(ven caminemos)
a buscar ese enchufe
ese contacto
a dar explicaciones
a dar esta vergüenza
esta amargura
y que los compañeros juzguen
a buscar
según y cómo
a buscar otra vez
a buscar siempre.»205
La comprensión de por qué se estaba allí y el saber que cuando «se conspiraba», se podía sufrir
un presidio, ayudó enormemente a sobrevivir entre barrotes y hormigón.206
«Estaba concienciado –asegura Montero—que había intentado destruir el estado, que
éste me había agarrado y me intentaba destruir. Entraba en lo previsible, estaba prepa-
rado. Los que se vinieron abajo fueron los que pensaban que era una película, con los mu-
chachitos buenos y ganadores.»
Un dato a tener en cuenta, que no tiene que ver con el convencimiento, sino con la sensibilidad y
menor carga de prejuicios, es que los abrazos –el fraternal contacto físico– también fue un factor im-
portante para vivir el presidio con menos angustia. En la cárcel de hombres no se dio tanto este fenó-
meno como en la de las mujeres, faltaron allí esas imprescindibles armas de la resistencia.
«Eso ayudó muchísismo –cuenta Yessie Macchi–. Nos acolchonó justamente de lo que era
la total despersonalización. Los gestos, el abrazo, el tomarse las manos, el llorar y reír
205. VVAA, 1981, 46.
206. «El grado de convencimiento tiene mucho que ver con la actitud que se adopta. Años después, cuando nosotros hicimos
un balance en ese sentido, nos encontramos con un hecho estadístico en el penal de Libertad que fue verificado por
nuestros compañeros médicos y que resultó paradojal. Ahí donde estaba el grueso de la población carcelaria más pe-
sada en eventuales años de cana, aunque no fuera estrictamente matemática, había cierta correspondencia entre más
cana y más compromiso, entre causas más pesadas y menos problemas psicológicos que en otras partes del penal
donde estaba la gente más liviana, la que tenía perspectivas de salir. Muchos de ellos habían caído medio por accidente.
Esto nos está diciendo que la fortaleza psicológica tiene cierta relación con el grado de convencimiento. A mayor con-
vencimiento, a mayor compromiso interior, mayor fortaleza.» Manifestó Mujica. Campodónico, 122.
384 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
207. Las guardianas eran prisioneras «comunes» que llevaban muchos años y tenían enormes condenas. Con ese trabajo po-
licial, les acortaban las penas y obtenían privilegios gastronómicos.
Los luchadores sociales 385
Algo parecido sucedió en Punta Carretas y otras cárceles del país, en las que las autoridades no-
taron cómo los encerrados, con la llegada de los presos por luchar, empezaron a cambiar ciertas
pautas de comportamiento y pensamiento.210 La intervención del ministro del Interior, el miércoles
12 de abril de 1972, poco antes que se iniciara la guerra abierta, muestra esa preocupación y re-
clama la rápida apertura de una cárcel exclusiva para la subversión.
«El preso común obtiene del sedicioso ayuda en comestibles, dinero, abogados, recluta-
miento para integrar las organizaciones sediciosas, capacitación para la mejor forma de
ejecutar delitos y/o las declaraciones a la policía y a la justicia. Todo esto está comprobado
y obra material de prueba en el Ministerio a nuestro cargo […]. Señalo, además que hay
dificultad para encontrar quien quiera prestar servicios en los establecimientos carcela-
rios. La gente pide que se le dé de baja, y la razón es, aparte de los magros sueldos y las
dificultades de todo tipo, el temor. El recluso sedicioso ejerce, evidentemente, por muchí-
simas razones, una superioridad tan manifiesta que podríamos decir que manda en el
penal. Por esos estamos absolutamente convencidos de que no puede permanecer un día
más, un minuto más, en establecimientos comunes, para alojamiento de presos co-
munes, por las condiciones generales de falta de seguridad y por todas esas carencias y
deficiencias a que yo aludí.»211
Una de las medidas, para intentar disminuir los «focos subversivos» en las prisiones, fue desper-
digarlos. Pero al poco tiempo, los encarcelados hacían nuevos compañeros. «Formaba parte de un
grupo muy joven que nos gustaba trasnochar y teníamos siempre temas para charlar. Para no mo-
lestar a las que estaban durmiendo, nos íbamos al lavadero y allí permanecíamos hasta que nos
cansábamos de hablar.»212
Otra argucia de las autoridades para dificultar la vida comunitaria de los reclusos era propiciar su
desestructuración, cambiándolos de lugar constantemente. Al trasladar a los organizadores de la
correspondencia interna de la población carcelaria, ésta cesaba hasta que otros la reorganizaban.
Los cambios de centros penitenciarios también tenían otro motivo: «te mandaban tres meses a un
cuartel, tres meses a otro, siempre cambiando los compañeros que estaban contigo, nos iban mez-
clando, ellos lo llamaban el entrevero, para la descompartimentación», afirma Ubaldo Martínez,
uno de los encarcelados más veteranos. Rondaba los cuarenta. La mayoría de los presos por luchar
tenían algo más de veinte años. En la cárcel de mujeres había chicas de apenas dieciocho y de más
de treinta años. En 1971, el número de presas aumentó, mujeres de las FARO, la OPR 33, el Movi-
miento 22 de Diciembre y, sobre todo, del MLN. A fines de 1972, en el penal de Libertad, había unos
ochocientos presos, cuatrocientos guardias y personal administrativo.
Todas las medidas de control no eran sólo para quebrarlos sino por un miedo real a las fugas, a la
gran cantidad de funcionarios sobornados y/o atemorizados; y a las resistencias que habían prota-
gonizado en las prisiones y antes de ser capturados. El recuerdo de Ubaldo Martínez ilustra a la per-
fección ese temor: «No nos dejaban tener transmisores porque se dijo que sino, en un mes, transmi-
tíamos para el exterior». Aunque esto pueda parecer exagerado, no es así. Hay que tener en cuenta
que la cárcel era un lugar más desde el cual resistir a la opresión del estado, una «trinchera» más del
campo de batalla, en la que tenían todas las de ganar los defensores del régimen, pero donde los lu-
chadores sociales lograron importantes victorias.
El preocupado ministro del Interior advierte, en su ya citada intervención parlamentaria, los «pro-
blemas» que causa el recluso «sedicioso».
«Este tipo de preso, aún en cautiverio sigue trabajando para la organización criminal, re-
cluta presos comunes, los alecciona, los ayuda con abogados, dinero y toda clase de su-
ministros. En la cárcel se gestó el homicidio del inspector Rodolfo Leoncino y el intento de
homicidio del vigilante Ruben D’Albenas, quien sufrió diez heridas de bala; de ahí han
partido y parten las amenazas a funcionarios y sus familiares, y es seguro que en el esta-
blecimiento penitenciario se ideó la fuga del señor José Almiratti, el 26 de mayo de 1971;
del señor Raúl Bidegain,213 el 17 de julio del mismo año; la fuga masiva de 111 reclusos
sediciosos y comunes el 6 de setiembre de 1971.» 214
Al estudiar la vida carcelaria es obligatorio mencionar las tentativas de evasión. Entre 1968 y
1973, hubieron varias masivas, tan espectaculares como eficientes.215 También hubo algunas indi-
viduales, como fue, entre otras, la de Alberto Cecilio Mechoso, conocido como el negro Pocho. Las
212. Graciela Jorge, 108.
213. Tras la exitosa fuga de «Bidegain por Bidegain», en la que –en una visita y, al parecer, sobornando o amenazando a los
guardias– dos hermanos se cambiaron las ropas, otros presos utilizaron la táctica del «cambiazo». En febrero de 1972,
en una cárcel argentina, Víctor Fernández Palmeiro se fugó. En su lugar se quedó su hermano Gonzalo, que nada tenía
que ver con la organización en la que militaba Víctor, el PRT.
214. Citado en las Actas de la Asamblea General, del 12 de agosto 1972, 464.
215. Es muy difícil saber con exactitud cuántos planes de fugas no se llevaron a cabo. El ministro del Interior avisó del descu-
brimiento de dos de ellos: «En la semana de turismo fueron descubiertos, y felizmente conjurados, dos planes muy inte-
ligentemente elaborados. Por uno de ellos se procuraba la evasión de delincuentes comunes de la penitenciaría de Mi-
guelete mediante la voladura de una pared del establecimiento. Se hallaron cargas de pólvora y otros elementos desti-
nados a provocar ese suceso. Fue interceptado también –y obra en poder del Ministerio– otro plan para facilitar la huida
masiva de las señoritas sediciosas alojadas en el Departamento Central de Policía. Este plan fue encontrado por la po-
Los luchadores sociales 387
que dieron más que hablar fueron la del 8 de marzo de 1970, cuando se evaden trece mujeres; la de
abril de 1972 en la que se escapan quince tupamaros y diez «presos comunes» por un túnel –reali-
zado de la red cloacal hacia el hospital de la cárcel– y sobre todo, las del 30 de julio de 1971, en la
que se fugaron treinta y ocho presas y la del 6 de setiembre de 1971, denominada El Abuso, en la
que recobraron la libertad más de cien reclusos. El hecho de que de estas cuatro evasiones, tres se
consiguieran mediante galerías subterráneas, provocó que la nueva cárcel de alta seguridad (el
penal de Libertad) fuera un edificio sobreelevado con un basamento compuesto por columnas y ale-
jado de cualquier centro urbano.
Para ilustrar el ingenio y la desesperación de algunas personas encerradas se detallan dos de esas
fugas. La de las trece tupamaras y la de Mechoso.216 La primera fuga de presas, llamada Julia por
ellas y Operación Paloma por el resto del MLN, ocurrió en «la Casa del Señor», en medio de la misa.
Llama la atención la astucia del plan, pero sobre todo la sencillez y la facilidad con las que lo llevaron
a cabo. Es notorio que en 1970 la represión no era tan dura y efectiva como dos años después,
cuando una evasión de esas características no se podría haber logrado porque las puertas de salida
no estaban tan al alcance de la población reclusa.
Se invitó a todas las presas políticas a participar en el proyecto, pero algunas, como las de la ROE,
declinaron la invitación porque les quedaba poco tiempo de condena. Resulta curioso que algunas
reuniones para organizar la huida debido a la estricta vigilancia se hicieron entre tres mujeres sen-
tadas alrededor de una mesa y varias, debajo de ella, tapadas por el extenso mantel.
El 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, un comando tupamaro inició el plan de apoyo, desar-
mando a los guardias por donde iban a salir sus compañeras y conduciendo una «ambulancia» has-
ta allí. Las reclusas debían sortear las dificultades para abrir la reja que las separaba del espacio ha-
bilitado para el resto de la población. Una vez pasado este obstáculo debían correr hacia la salida
donde les esperaban sus compañeros.
«–¿Pero, adónde van?
–A llevar flores a la Virgen, hermana.
“Apuramos el paso hasta llegar al patio de la Virgen, la que llevaba el ramito lo arrojó
frente a ella y comenzó la carrera hacia la puer ta.
Entramos en el ala de atrás del altar y la iglesia se llenó del sonido de nuestros pasos. El
piso estaba resbaloso”
Un tropel de pasos retumbó atrás del altar rompiendo pésames y credos, y apareció una
tromba que removía los cimientos y elevaba los techos, bajo la mirada espantada de la
monja que prendía los cirios y que levantó los brazos en un gesto de desesperación.
Trece palomas corrían –¿volaban?– hacia el cielo de la puerta abierta, frente a las pé-
treas figuras empotradas en las paredes y sentadas en los bancos.
Afuera esperaba el sol deslumbrante del verano.
La ambulancia estaba en marcha, Espronceda al volante.
“Nos tiramos, diría que nos zambullimos, unas sobre otras.”»217
Sólo dos presos pudieron fugarse de un cuartel. Uno de ellos, Alberto Cecilio Mechoso, el diri-
gente de la OPR 33 que hoy figura en la lista de desaparecidos, huyó el 21 de noviembre de 1972.
Las principales razones que lo indujeron a planear una fuga desesperada fue su filosofía de vida para
estos casos –«lo primero que debe pensar un preso es cómo fugarse»– y la administración de muerte
licía femenina al revisar a la esposa de un detenido por delitos comunes, que pretendió introducirlo al penal en la va-
gina.» Actas de la Asamblea General del 12 de agosto 1972, 464.
216. Detalles de las fugas de las mujeres en Graciela Jorge, Historia de 13 palomas y 38 estrellas.
217. Graciela Jorge, 90-91.
388 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Alberto Pocho Mechoso, hermano de Juan Carlos, ya había cumplido una condena de seis
años a finales de la década de los cincuenta, época en la que expropió varios bancos para la
causa revolucionaria. Tras fugarse en 1972, siguió la lucha en Buenos Aires. Años más tarde
sufrió nuevamente torturas en los pozos de Orletti. Hoy es uno de los tantos luchadores que
figuran como desaparecidos.
a la que estaba siendo sometido. Por su cara flaca y demacrada, los sol-
dados le llamaban «el viejo», aunque sólo tuviera treinta y cinco años.
La primera vez que se vio en un espejo, tras la tortura, no se reconoció.
Estaba hinchado, deformado y había envejecido muchos años en
apenas unos días. A pesar de que orinaba sangre, no tenía sensibilidad
en la mano derecha y dos de sus costillas estaban hundidas debido a las
patadas de los oficiales; se pudo escapar. Días después de su fuga, él
mismo contaba cómo lo hizo.
«Estaba flaquísimo. Pude doblar dos barrotes largos para que mi
cuerpo pudiera pasar y corté el tejido metálico (empapelado para
impedir la visual) que había detrás. Entonces quedó abierto un
angosto agujero. Me deslicé y pasé por una ventana de balancín
que daba al exterior del barracón. A un metro tenía los reflectores
y a diez metros estaba la custodia, bien armada. Tenía que trepar
a los árboles que se alinean a lo largo de la pared del barracón para ganar la cornisa. Me
jugué el todo por el todo y tuve suerte. Me trepé a la copa del árbol con el sentimiento an-
gustioso de que, en cualquier momento, la guardia podía descargar sus ráfagas de metra-
lleta. Y me pasé de una de las ramas a la cornisa, que era muy angosta. Sobre ella me fui
arrastrando poco a poco, temiendo que el ruido pudiera sobresaltar a los guardias. Así me
aproximé al linde con la calle. La cornisa era demasiado alta para saltar desde ella al
suelo. Pasé de un paredón de bloques, guarnecido arriba con vidrios de botellas rotas.
Desde allí me descolgué, desde unos cuatro metros, los vidrios rotos me desgarraron las
manos. Caí al suelo a unos tres metros de los guardias. Me salvó la sorpresa. Sentí que gri-
taban “alto”, varias veces, y sentí el cerrojo de los fusiles en los segundos que me llevó
trepar el último tejido y saltar a la calle. No sé si tiraron. Esos son segundos de agonía y no
escuché ningún tiro. Sólo sé, que de golpe, estaba en la calle y corría enloquecidamente
hacia el Cementerio del Norte. Salté un muro, corrí tropezando con cosas que no veía
hasta que me caí en una tumba abierta, donde me quedé un rato recobrando el aliento.
Escuchaba las alarmas y veía los haces de luz que empezaban a barrer la zona. La vio-
lencia de la carrera me ahogaba y manaba mucha sangre, sobre todo de una de las
manos, pero un instinto animal de conservación me empujaba a continuar. Seguí hasta el
arroyo Miguelete y en sus aguas llenas de basura, me introduje. Tragué mucha agua, ca-
miné como cinco cuadras dentro del Miguelete. Era agua podrida pero yo ni lo notaba. Salí
a un campo. Tuve entonces la certidumbre de que me había salvado. Todo lastimado y
mojado, me quedé tirado un momento, boca arriba, sobre las hierbas del baldío. Sentí que
me volvía la vida al cuerpo.»218
Hasta la completa militarización del país y, sobre todo, de 1968 a 1972, en el ámbito de los lu-
chadores sociales hubo una fuerte discusión. Por un lado, estaban los que negaban la existencia de
presos políticos o decían que sólo debían llamarse de esa manera a los sindicalistas y militantes de
partidos legales detenidos en aplicación de las medidas prontas de seguridad o en la intervención
castrense de una empresa en conflicto. Para éstos, combatientes como el fugado Alberto Mechoso,
218. www.nodo50.org/fau/Revista/ll/ll4/Lucha13.htm
Los luchadores sociales 389
eran meros terroristas. Por otro lado, estaba la tendencia combativa y los tupamaros que veían como
preso político a todo aquel que había sido apresado por enfrentarse al régimen, incluyendo a quienes
habían empuñado las armas contra él.
«Al respecto, la consigna de los sectores más conscientes del proletariado que expresaba
esto219 era la de “liberar a los presos por luchar”. Contra ello, jugando con la ignorancia de
sectores menos conscientes del proletariado, el capital, intentó diferenciar los “presos
buenos” de los “presos malos”, los que no son culpables, los sindicalistas, de los delin-
cuentes. Los principales grupos políticos que llevaron esta política adelante fueron las es-
tructuras controladas por el PC (CNT, FEUU, CESU, El Popular, FIDEL), o grupos que nunca
rompieron completamente con el stalinismo como los GAU, o los distintos grupos de trots-
kistas y en general, el Frente Amplio. Como en tantas otras oportunidades se le negaba el
carácter de “políticos” a miles de presos y se los aislaba en base a la defensa de los presos
“gremiales”, “sindicales”. De esta manera la represión contra todos los sectores de van-
guardia del proletariado, se cubría con los derechos democráticos y el terror de estado se-
guía desangrando al proletariado, hasta que pudiese barrerlo de la escena histórica.»
Ante la acusación de éste y otros testimonios, León Lev fue consultado sobre la cuestión. Su res-
puesta fue tajante.
«Nosotros los concebimos siempre como luchadores y presos políticos. Nunca los de-
jamos de ver como luchadores políticos. En ese sentido no caímos en las falsas polémicas
que se dieron en otros países. Es más, cuando nos llevaron al penal de Libertad, las
fuerzas armadas creyeron que iban a hacer un experimento atómico enfrentado a los co-
munistas con los tupamaros.»220
Tal vez, cuando se preguntó a León Lev, recordó sólo lo sucedido tras el golpe militar, cuando ya
todos veían como políticos a la globalidad de los miembros de las organizaciones revolucionarias y
de izquierda. Los otros entrevistados sí recordaban esa polémica y en particular la visión del PC.
«Ellos, por ejemplo –manifiestó Héctor Rodríguez–, a los presos de la guerrilla no los consideraban
presos políticos. Era un criterio muy equivocado».221
De 1968 a 1972, la cárcel sirvió para realizar valoraciones y reorganizar estrategias de lucha. No
balances de la derrota, pues no se estaba en esa situación, sino reflexiones sobre las acciones que no
habían salido bien –que habían provocado, en más de una ocasión, la detención de militantes– y dis-
219. En referencia al siguiente párrafo «En efecto, el secreto de la cuestión de los presos, en un momento en el cual los apa-
ratos represivos actúan muy selectivamente, buscando a los agitadores, a los que realizan acciones violentas, a los que
difunden consignas correctas, a los que propagandean como se hace una molotov o cualquier otro tipo de arma casera,
es el de la lucha y la solidaridad con los presos que cayeron porque son culpables de luchar, de atacar al estado». Texto
nº 2. Archivo del autor.
220. «Uno de los factores que transformó los penales en lucha democrática [fue] que el nivel político que nosotros llevamos
–sigue explicando Lev, pero ahora refiriéndose a mediados los años 75, 76, 77...–, la presencia masiva de los comu-
nistas, transformó los campos de concentración y los penales militares en expresión de lucha de presos políticos. Eso
fue lo que cambió cualitativamente. Porque además, nuestra metodología no fue la de la resistencia física, sino la de la
resistencia política y la resistencia ética. Por eso discrepamos con los métodos de otros compañeros, huelgas de
hambre, creyendo que la acción pasaba por llamar la atención. Ante el exterminio físico y psicológico, nosotros demos-
tramos que nuestra actitud era la mejor manera de derrotar al fascismo.»
221. Ver «Contradicciones entre organizaciones». «No es casual –anota Mercado– que, hasta bastante entrado el período de
la dictadura vos sintieras que las organizaciones de izquierda plantearan que los presos políticos existieron en el Uru-
guay a partir del 73, se sindicaba como presos políticos después de 1973. Y que siempre la reivindicación de los presos
políticos caídos antes del golpe de estado, era una reivindicación problemática.» Entrevista inédita del 3 de diciembre
de 1987 de Milita Alfaro a López Mercado. Texto nº 26, archivo del autor. Ricardo recuerda que, en un principio,
quienes reivindicaban la lucha por la liberación de presos por luchar, como los tupamaros, eran «Ariel Collazo, Alba Ro-
ballo y cuatro más».
390 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
cusiones de fondo que tan poco se hacían en el agitado exterior. En 1970, en los centros de detención
para hombres, los tupamaros, por ejemplo, se organizaban según sus columnas de origen y debatían
proyectos que comunicaban a la dirección que estaba fuera. Así fue como los componentes de la Co-
lumna del Interior, recreo tras recreo y sentados en la hierba, idearon el plan Tatú. La propuesta lan-
zada por Zabalza se le había ocurrido durante su preparación guerrillera en Cuba, charlando con los
cubanos sobre resistencia vietnamita. Por su parte, los presos de las FARO confeccionaron el plan
Ñandú (véase el apartado «Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales»). Hoy sorprende que «los
sediciosos» pudieran realizar asambleas regulares; siguieran con la preparación político-militar y for-
maran grupos de estudio como el CIDE (Comisón de Inversiones y Desarrollo), que disponía de un ar-
chivo con materiales sobre la reforma agraria y proclamaba una revolución rural.
«Se daban cursos de todo –recuerda Ricardo–. Duarte sobre la historia del movimiento
obrero, Leopardo Telechea sobre tenencia de la tierra y reforma agraria, Cardelino daba
matemáticas (álgebra y lógica), creo que Ariel Collazo hizo algo de asesoramiento jurídico
y yo hice algo de objeto y método de la crítica de la economía».
En la cárcel de mujeres, el pensamiento revolucionario también se siguió cultivando y profundi-
zando.
«“Me sorprendió la vida política que puede haber dentro de una cárcel, mucho más que
afuera, donde la dinámica de los acontecimientos no nos dejaba tiempo para largas discu-
siones”.
“Adentro estaba el tiempo para hacer lo que antes no podíamos: lecturas sistemáticas,
teatro, largas discusiones políticas. A la luz de lo que tuvimos que enfrentar en los años si-
guientes, recuerdo aquella época como buena”.
“Yo no le di mucha importancia a la discusión política, sí a los principios, a mante-
nernos unidas, pero sabía que no determinábamos nada, que afuera había una dinámica
independiente”.»222
Pero, una vez asumida la derrota, y símbolo inequívoco de ello eran las prisiones llenas, los ba-
lances se realizan sobre fondos de culpa, tristeza e impotencia.223 Otros, sin embargo mantuvieron
el compañerismo y profundizaron el análisis. Demostraron, al fin y al cabo, que la comunidad de
lucha se podía seguir manteniendo entre las rejas.224
El intento de asumir con naturalidad la vida carcelaria y el humor fueron otras herramientas de re-
sistencia al presidio. Lo lúdico se transformó en arma contra los barrotes.225 Las mujeres, por ejemplo,
llegaron a improvisar guerras de agua y los hombres, ocasionalmente, dejaban fermentar la fruta para
luego emborracharse con su jugo.
Superar la idea de que uno allí «estaba perdiendo tiempo, mientras la vida pasaba» también ayu-
dó a soportar la condición de preso. Muchos se entregaron a la lectura y casi todos leyeron más que
en el resto de sus vidas. Los que no sabían leer, como los hermanos de Chela Fontora, tempranos
cortadores de caña, aprendieron.
En la cárcel de mujeres funcionaban varios talleres: en el de cuero se confeccionaban cinturones,
carteras, monederos, billeteras y posamates; en el de lana, tapices y bolsos bordados; en el de trapo,
juguetes de tela, muñecas patilargas y payasos para colgar en la pared. El comité de familiares se en-
cargaba de facilitar la materia prima y después vender los productos, para solventar los gastos del suple-
mento alimenticio que daban a las presas y los pasajes de quienes las visitaban viajando desde el interior.
Otras veces las artesanías no eran para la venta sino para regalar, ya fuera a los propios familiares
–cuando alguno cumplía años o con motivo de una visita– o a los luchadores sociales que, como
ellas, estaban presos. En una ocasión, enviaron a Punta Carretas gran cantidad de puntos de libro de
cuero con dibujos de colores.
Los hombres también hacían artesanías. Los que tenían cierta habilidad para pintar, pintaban y
enseñaban a otros a hacerlo. Eran típicos retratos para que los retratados obsequiasen a sus fami-
liares.226 Y los que sabían cantar, cantaban. «Aníbal Sampayo –recuerda Ubaldo Martínez– can-
tautor detenido por ser del MLN “pintaba” la realidad del interior [del país]». Cada uno ponía sus sa-
beres –economía, medicina, gastronomía– a disposición de los demás.
Las ex presas cuentan que cocinaban de la mejor manera posible para que la estancia carcelaria
fuera lo más agradable y humana posible. Los hombres opinan lo mismo.
«Eso se notaba en la comida –explica Ubaldo Martínez, quien dice que– durante el afloje
–periodo de menor dureza— los presos eran quienes organizaban la cocina y fue cuando
se comió bien en Libertad, a pesar de lo que pudieran robar los soldados.»
«La cocina se hizo bien» afirma Montero, encargado durante un tiempo de ello.227 En una oca-
sión, tras lavar ollas y fogones, se dispuso a limpiar la enorme marmita. Para ello subió por una pe-
queña escalera, bajó por otra y una vez dentro de la olla empezó a fregar los restos de arroz con
biscitos, huelgas- en torno a pocas banderas. [...] “Militaré hasta que salga el último preso político”, dijo Héctor cuando
fue puesto en libertad.» Citado en www.brecha.com.uy/numeros/n569/hector.html
225. También fueron importantes los numerosos ejercicios físicos y de vista. Uno de ellos era el fijar la mirada en un objeto
cercano y luego en el horizonte, así sucesivamente. La falta de la infinidad de perspectivas, que uno contempla cuando
no está preso, puede ser peligroso, mental y visualmente. Al igual que la ausencia de referencias de tiempo y de espacio.
La denominada tortura blanca, utilizada en varias de las cárceles más modernas de los países democráticos, suprime
toda referencia de tiempo y espacio, a través de un ambiente indiferenciado y carente de vida: luz artificial las veinti-
cuatro horas, muros blancos con ángulos redondeados, contexto aséptico –sin cucharachas ni arañas–, ausencia de ob-
jetos y de contacto con presos y carceleros, y vigilancia a través de cámaras.
226. En el capítulo «Los hijos de los luchadores sociales» se explica la cantidad de regalos artesanales que los niños recibían
de sus padres presos. Ricardo, en una de las cartas que escribió desde su celda a su compañera, con fecha del 28 de
agosto de 1972, hace referencia a unos dibujos para sus hijos. «Cuídenlos, ¿no se podrá forrarlos en nylon y colgarlos
en el cuarto de los nenes? Otros tan lindos no voy a mandar porque como te imaginas yo no los hice y el dibujante tiene
muchísimos pedidos.» Texto nº 25, archivo del autor.
227. Recuerda que a veces llegaba una entraña y entonces se planteaba la discusión de qué hacer, cómo repartirla entre
todos. «A veces se hacía y se picaba ahí entre los cocineros, pese a las críticas de «individualistas reaccionarios» que ve-
nían después».
392 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
leche. A las cuatro de la tarde se acababa el turno de cocina y había que volver a las celdas, él no lo
hizo y se disparó la alarma: «Pedro Montero desaparecido».
«Lo que pasó es que había que limpiarlo todo. Cuando estaba todo limpito, me estiré, ahí
calentito y me quedé dormido –recuerda Montero–. Daban las alarmas por todos lados.
Había un despelote de la gran siete, adentro del penal. Cuando vienen a hacer el arroz con
leche de la mañana, abren la marmita, tiran un balde de agua y me despier tan. Y digo:
–¡A la mierda! ¿Qué pasó aquí?
–¡Te están buscando por todo el penal!
–Bueno, que se jodan, yo estaba aquí. Sabían que estaba aquí, estaba limpiando la
marmita y me quedé dormido. Nos levantamos a las cuatro, así que no jodan.»
La llegada masiva de presos políticos transformó la vida de los reclusos, profundizando los lazos
de compañerismo. La principal resistencia de los presos fue la solidaridad entre ellos.228 Llegaron a
socializar casi todo lo que enviaban los familiares, amigos y lo que recibían de las movilizaciones por
su liberación –fábricas en huelga, ocupaciones de liceos, manifestaciones–. Si la cárcel de entonces
fue más dura, debido a la tortura sistemática, en las penitenciarias uruguayas actuales –en las que
siguen existiendo los malos tratos–229 la gran mayoría de los reclusos carecen de aquella solidaridad
y fuerza interior que generaron los presos por luchar.230 Pero, pese a la buena convivencia, también
vivieron problemas propios de una situación de encierro231 y derivados de viejas rencillas políticas.
«Incluso allá, cuando estábamos presos –rememora López Mercado– no había buena re-
lación con él [Mejías Collazo, de la OPR33, poco antes integrante del MLN]. Esas cosas que
228. Se le preguntó a Montero: «¿Había distinción con respecto a la solidaridad entre los presos según a qué organización
pertenecían?». «No, no había –contesta él-. Nos intercambiábamos libros, yo le pasaba [a uno] los trabajos de medi-
cina, los de economía. No había ninguna diferenciación. Había una discusión sí, porque ya estaban los disidentes, los
denunciantes, la línea de los blancos, que venían por el hijo de Pivel Devoto. El gurí de Pivel que se había abierto hacia
una cuestión más nacionalista. Todas eran salidas románticas para descargar responsabilidades sobre lo que ya pasó.
Había actitudes así. Lavar su pasado.»
229. El artículo «La historia de los muchachos suecos y uruguayos detenidos en el Uruguay. ¡Torturados, encarcelados y con-
denados!» detalla los linchamientos a los que son sometidos algunos de los detenidos, en el período actual. En concreto,
varios hijos de luchadores sociales acusados de efectuar un robo. En la página www.muchachos.cjb.net se encuentra
mucha información del caso de estos jóvenes y en www.melodysoft.com/cgi-bin/foro se narra lo que les sucedió el 27 de
septiembre de 1999: «Empiezan a torturarlos para que firmen las declaraciones en los que se los inculpaba en el robo.
Los terminan destrozando. Golpes en los testículos. Paseos por los pisos de la comisaría arrastrados de los pelos. Trom-
padas. Patadas. La peor parte se la llevaron los hermanos Giménez, por ser gringos e hijos de exiliados políticos. Pero la
más grave lesión fue la que recibió Miguel (el hermano menor), cuando un oficial le ordena que se arrodille, y al estar
éste esposado en un escritorio, no puede hacerlo, entonces esta “persona” lo tira al piso y le pisa la cabeza. En ese mo-
mento Miguel siente como una explosión. Era su oído. Luego de un año, Miguel a veces escucha y otras tantas, no. No
recibieron asistencia médica.»
Antes de 1968 también había malos tratos en las cárceles uruguayas. Algunos de los tupamaros que fueron detenidos
–como presos comunes, pues escondían entonces su afiliación política—como José Mujica en 1964, afirman que si
bien no había tortura como método aplicado a los interrogatorios, las palizas eran brutales. En 1956, en el marco de una
huelga de obreros del tambo (granjas de producción de productos lácteos) varios huelguistas, acusados de acciones contra
los rompehuelgas y esquiroles, fueron arrestados y heridos gravemente con sables en una comisaría, teniendo que ser hospi-
talizados, antes de pasar casi cinco meses en la cárcel de Florida.
230. En episodios como el motín de Libertad del año 2002, en el que los reclusos destrozaron el interior del penal, los presos
rompieron el aislamiento y el individualismo dominante y pasaron a organizarse, a solidarizarse entre ellos y a esta-
blecer criterios comúnes.
231. Resulta evidente que en la cárcel no todo fue fraternidad, las presos vivieron las actitudes positivas y negativas propias
de los seres humanos en las situaciones límites. «Lo pasaron a un galpón donde los prisioneros ya no estaban incomuni-
cados. Allí aprendió de la grandeza y mezquindad que, como en cualquier grupo humano –pero amplificado–, pueden
tejer las relaciones de treinta y tres sujetos encerrados» Maren y Marcelo Viñar, 1993, 30.
Los luchadores sociales 393
vos la mirás con los ojos de hoy y te preguntás, por qué teníamos que estar tan mal con un
excelente compañero.»
había que distinguir tres categorías: los colaboradores con el enemigo; los militantes dé-
biles, pero que mantenían el compromiso, y los que habían sorteado con éxito la prueba
de la tortura. “Lo prioritario era restañar las heridas y reordenarnos. Teníamos que andar
despacio, poner distancia para analizar la derrota”, dice Marenales. “El planteo del Bebe
apuntaba a recuperar a los compañeros. Nos sentíamos abrumados porque se nos res-
ponsabilizaba (a los ‘viejos’) de lo ocurrido. El criterio que se impuso fue: no aislar, solida-
ridad, compañerismo, fraternidad.”»234
A pesar de las contradicciones vividas entre rejas, casi todos los testimonios recuerdan que
siempre intentaron humanizar las situaciones de agresividad y algunos problemas graves. Teniendo
en cuenta que para la mayoría la prisión fue una novedad, se puede afirmar que en este aspecto se
consiguieron logros importantes.
«“Los uruguayos jóvenes no estábamos preparados para vivir lo que nos tocó en el prin-
cipio de los setenta.
Estábamos muy lejos de una guerra, o de una cárcel. No teníamos modelos. Cono-
cíamos por el cine los campos de concentración. De las mujeres que estuvieron allí, sa-
bíamos poco, sin embargo, vivimos con naturalidad lo que nos tocó.”» 235
La cárcel también sirvió para que los enemigos entraran en contacto directo.
«No es lo mismo el enfrentamiento de esquina a esquina, planificar una acción, montar
“una cuerda” o aguardar en una “ratonera”, que convivir diariamente ya no con un ser anó-
nimo, sino con alguien. Dejar de ser “un alias” para tener nombre y apellido; con alguien
que deja de ser “una bestia” y resulta que también es hincha de un cuadro de fútbol, que se
acuerda de la hija, que silba un tango y que, sin capucha mediante, mira a los ojos.»236
Algunos soldados entrevieron el carácter del combate revolucionario que libraban los luchadores
sociales. Reconocían y, en cierta medida, admiraban la persistencia y sacrificio de los detenidos.
Pero, la gran mayoría, incluso admitiendo ese valor, pensaban que si éstos realizaban operativos y
expropiaciones, era para conseguir estatus y beneficios económicos.
Varios oficiales admitieron a algunos padres de presos, que sus hijos eran «buenos muchachos»
que, aunque equivocados, estaban plenamente convencidos de lo que hacían y actuaban de forma
honrada y altruista. Pese a esta visión positiva de los luchadores sociales, los maltratos físicos y psi-
cológicos fueron una práctica habitual. Tal era el grado de agresión y las pésimas condiciones carce-
larias, que el 24 de enero de 1971, el gobierno –que decía asegurar las garantías individuales con el
fin de que hubiesen unas elecciones limpias– negó la visita de la Cruz Roja a los penales.237
234. Blixen, 284.
235. Graciela Jorge, 100.
236. Silva y Caula, 85. Reflexión de los autores.
237. Debido a la presión internacional, al cabo de un tiempo, fue autorizada a entrar y hablar con los internos. Pero fue in-
capaz de atenuar las agresiones. En 1973, en Libertad se produjeron las situaciones y diálogos, narrados al detalle en el
film Los ojos de los pájaros. Los reclusos, cuando estaban delante de los delegados de esta institución humanitaria, de-
nunciaban las torturas y les hablaban de sus preocupaciones y las de sus compañeros. Hasta que un miembro de la
Cruz Roja se enteró que todas las conversaciones eran escuchadas y les propuso a sus colegas denunciar la situación.
–Si lo hacemos –le contesta uno de los responsables– no nos dejaran entrar más.
–Entonces, ¿de qué sirve que estemos aquí?
–Para testificar, al menos, lo que aquí sucede.
Esta difícil situación que vivían los prisioneros y los delegados de las asociaciones por la defensa de los derechos humanos
provocó que un entrevistado manifestara: «La Cruz Roja, en vez de servirle a los presos, les servía a los milicos» y recordase
la visita de otra delegación en misión humanitaria, «cuando los milicos los dejaron solo con Almirati, Bergara y algún otro,
el tipo dijo: “Aquí pueden hablar con confianza porque soy del PC francés y Almiratti dijo algo así como: “Éste es el peor
Los luchadores sociales 395
Otros enemigos con los que los luchadores sociales presos entraron en contacto fueron los jueces
quienes, aplicando la ley, los condenaron a la cárcel. La mayoría de los acusados de conspirar contra
el estado negaron toda vinculación con las organizaciones subversivas, pues aunque consideraban
legítima la participación en ellas, sincerarse con el enemigo equivalía a cumplir una larga condena.
Rafael Cárdenas, fue una de las excepciones.
«En 1972, cuando el juez me preguntó qué pretendía participando en el MLN, le contesté
“cambiar las estructuras del país”. Hizo un gesto de sorpresa, se ve que los otros no le de-
cían eso, tratarían de disimular. Y con el psicólogo de la cárcel, que cada tanto te citaba
para ver en qué grado habías evolucionado tu manera de pensar, pasó lo mismo, siempre
fui sincero. Así que en 1976, tras cumplir la condena de atentado a la Constitución en el
grado de colaboración, en cambio de soltarme me enviaron al cuartel como precaución.
Entonces con mi compañera resolvimos, ya que yo había nacido en España, pedir el asilo
político a través del consulado español. Del cuartel me llevaron directamente al puerto
donde tomé el barco.»
En septiembre de 1973, las fuerzas conjuntas tomaron como rehenes a dieciocho prisioneros tu-
pamaros, quienes habían formado parte de la dirección externa o interna –de la cárcel–, además de
haber participado en las negociaciones de 1972 con los militares.238 La medida fue tomada para
descabezar la dirección en la prisión; impedir una nueva aproximación entre los tupamaros y los ofi-
ciales, y con ello, el inicio de nuevas negociaciones; por mero castigo, lucro y como chantaje militar:
«en el caso de darse una “invasión” de los tupamaros en el extranjero, serían ejecutados». Casi
todos ellos permanecieron hasta 1984 en diferentes cuarteles y lugares –aljibes, piscinas de sal y
mini-celdas, denominadas perreras– apropiados para encerrarlos e intentar quebrarlos.239
«Los cubículos fueron denominados “perreras”, porque el preso sólo podía salir de ellas en
cuatro patas: “Tenían 1 metro 20 de altura y no podías acostarte totalmente, ni siquiera en
diagonal. La puerta era de chapa que se levantaba y se bajaba. Tenían orden de golpear per-
manentemente la chapa”. En ese espacio, sin lectura, sin visitas, casi sin bañarse, Sendic
permaneció tres meses, entre diciembre de 1973 y marzo de 1974, los meses más calu-
rosos, y quizás por ello lo sacaban al rayo del sol, en la cancha de pelota de mano, pero con
una capucha de gruesa tela de paño que le cubría toda la cabeza. A la hora de la comida le
de todos, es del partido de los patrones, del imperialismo francés”. Hay que saber que por esa época se había dado todo
lo de Argelia y la represión en Francia de los militantes argelinos con la complicidad de todos los partidos».
238. Alba Antúnez, Raquel Dupont, Grazia Dri, Flavia Schilling, Lia Maciel, Stella Sánchez, María Elena Curbelo, Cristina Ca-
brera, Yessie Macchi, Mauricio Rosencof, Eleuterio Fernández Huidobro, José Mujica, Jorge Manera, Henry Hengler,
Adolfo Wasen, Jorge Zabalza, Julio Marenales y Raúl Sendic.
239. «Dice el diccionario que un rehén es una persona que queda en poder del enemigo como garantía o fianza mientras se
tramita la paz, un acuerdo, un tratado [...]. Para comprender la dimensión de la insania basta incorporar este dato: du-
rante once años, cuatro mil días con sus respectivas noches, fue alimentada una maquinaria que, ni por un minuto (y
fueron 5.760.000 minutos) dejó de molestar, de provocar, de atosigar, de insultar y destratar a nueve hombres que ni si-
quiera podían hablar entre sí, que no veían la luz del día, que comían en el suelo, que defecaban en un balde. No hay de-
lito que justifique ese tratamiento. Para una persona normal es difícil imaginar las explicaciones que instalaron esa fá-
brica de la inhumanidad. La búsqueda es extenuante: no hay coyuntura política, crisis interna, amenaza exterior que ex-
plique la continuidad, la perseverancia de esa abyección. Hubo, sin embargo, una razón –además de la venganza que
retrata de cuerpo entero a los vengadores– para la constancia de los once años: los cuerpos especiales y las unidades
militares que custodiaban a los rehenes cobraron suculentas compensaciones suplementarias. No es pequeña la no-
vedad: ese refinado mecanismo de destrucción lenta, paulatina, progresiva de un ser humano, era también y quizás en
primer lugar, una cuestión de lucro.
Bien: incorporado el dato, las indignidades se nos hacen “entendibles”. Se puede encontrar una razón para el sadismo
diario del vigilante que, en el cuartel de Colonia, cumple la misión de golpear permanentemente la puerta del cubículo
donde Sendic está metido: un plus salarial.» Blixen 291 y 292.
396 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
abrían la tapa de su “perrera” y le dejaban el plato en el suelo, lejos, para que tuviera que
acercarse como un perro; la comida venía en mal estado, con moscas revoloteando. A veces
comía, a veces no. Además, tenía serias dificultades para masticar. Decidió no concurrir al
dentista desde el día que, en una revisada, Sendic hizo un gesto de dolor. “Usted no se que-
jaba cuando mataba gente” dijo el dentista, y Sendic le colocó un certero y fulminante puñe-
tazo en la mandíbula. Fue castigado brutalmente y uno de los golpes, un culatazo en la
ingle, le formó una hernia. Dada la actitud de los médicos militares, Sendic ideó una solu-
ción casera: una bola de pan, o de papel higiénico, que sujetaba la hernia, apretada por una
faja. “Todo lo que había leído en Papillon era pálido frente a lo que me hicieron”, le contó a
Guillermo Chifflet. Según Zabalza, fue en Colonia que Henry Engler, Octavio, se deterioró
psíquicamente,240 y fue donde Sendic pasó los peores momentos del aislamiento, «estuvo
a punto de perder la razón». Zabalza y Marenales también pasaron por las «perreras» de
Colonia, pero coinciden en que Sendic llevó la peor parte.»241
En el apartado «Torturas e interrogatorios» se observa que toda la solidaridad y vida cultural-polí-
tica no fue suficiente para contrarrestar el sufrimiento del torturado, no sólo cuando recibía golpes o
electricidad, sino en todo el proceso de encierro e incertidumbre, «¿hoy tocará?».242 La cárcel fue
240. Debido al pequeño error de localización de Zabalza y sobre todo a las fuentes que apuntan que en la actualidad Henry
Engler sufre un deterioro psíquico provocado por lo padecido en su largo encierro –ver al respecto Campodónico, página
124 de la primera edición del ensayo biográfico sobre Mujica, quien afirmaba: «Padece una enfermedad psiquiátrica y
vive en Suecia»– se hizo necesario aclarar este asunto. A través de una carta con fecha del 27 de enero de 2002, de res-
puesta a su amigo Pedro Montero y destinada a esta obra, el mismo Henry matiza, desmiente y explica lo sucedido.
«Querido Perico: Te mando unas líneas para tratar de dar un poco de claridad al tema. No me trastorné en Colonia sino
en Paso de los Toros. Fue allí donde me agarraron las alucinaciones auditivas. Sobre lo que aparece en el libro Mujica,
de que hoy estoy enfermo síquicamente, mandé una carta pidiendo explicaciones al Observador. Campodónico se dis-
culpó por haber escrito una información incorrecta, pero así lo entendió de sus entrevistas a Mujica. Yo le dije que me
parecía mal que no se hubiese informado mejor y él me dijo que no lo consideró necesario dada la seriedad de la fuente
(Mujica). En la segunda edición del libro se introdujo la corrección de esa parte y allí se dice que estoy trabajando como
médico en Suecia [...] En cuanto a mi cristianismo, el pastor empecinado en contactarse conmigo era mormón, un mon-
tevideano muy sencillo, pobre de recursos materiales, que tenía abierta su casa a los que eran más pobres que él. La
casa estaba llena de necesitados que vivían allí. Se llama Aguilar y fue amenazado varias veces para que cortara su rela-
ción conmigo. Le permitieron escribirme, pero nunca verme. Utilicé el libro de Mormón para quedar enganchado a la
realidad, porque había caído en la idea de ser un nuevo Mesías, y el libro me trajo muy de a poco a la realidad. Pero el
resultado fue que “sentí” y me di cuenta de la existencia de Dios, cosa que sin duda, es lo más notable que me ha suce-
dido jamás. No ejerzo ninguna religión particular [...] Voy alguna vez por año a cualquier iglesia que sea, (podría ser una
mezquita), para sentir físicamente una proximidad con Dios, pero ejerzo mi fe totalmente en forma individual, con el de-
recho de cada viviente de acceder a Dios personalmente y sin intermediarios. Respecto a cómo uno se define, estamos
de acuerdo en esas líneas de Perico: soy un tupamaro cristiano sendicista. Para mí, tupamaro es el que siente en carne
propia la injusticia cometida contra cualquier ser humano, en cualquier parte del universo y reacciona contra ello. Cris-
tiano es el que sabe que Dios es.
Sendicista es el que sabe que los hechos nos unen y las palabras nos separan. El que quiere para su hermano lo mejor
de lo que quiere para sí mismo. El que cree en el mensaje humano, en el impacto del ejemplo. [...] Abrazos. Henry.»
241. Blixen, 292. Autor, que en la página anterior explica que Bordaberry, en 1975, realizó una declaración que circuló en
todas partes menos en Uruguay, en respuesta a las cartas difundidas mundialmente de intelectuales preocupados por la
salud de los rehenes y las condiciones inhumanas de su encierro: «”Ninguno de ellos es rehén, como le han informado a
usted […] Se encuentran alojados en una cárcel modelo” ¿Cómo hacía Juan María Bordaberry para comulgar en misa
todos los domingos? ¿Cómo hacía el sacerdote para que no le temblara la mano cuando le ofrecía la hostia?».
242. En 1972, Ricardo, a través de una carta, pedía a su compañera «pastillas para dormir más fuertes, tomé tres y no dormí
en toda la noche (es importante que sean fuertes). Me querías arreglar con chirolas y a veces ni con dos o tres valium lo
podía hacer». Texto nº 25, archivo del autor.
En la misma carta y ante el ofrecimiento de un departamento de la Universidad para que diera clases, el recluso expresa
otra de las durezas de su presidio: la incertidumbre sobre el tiempo que estaría encerrado: «sobre si aceptar o no el
cargo hay que tener en cuenta que no tengo ni la menor idea de hasta cuándo estaré preso y que al tomar el cargo no le
quite el lugar a ningún compañero».
Los luchadores sociales 397
dura, muy dura, sobre todo, durante la denominada dictadura. No porque entonces fuera más se-
vera que de 1968 a 1973, que sí lo fue en el caso de los rehenes y otros detenidos, sino porque el
clima social del país era de angustia y miedo.
Los mismos gobernantes de la salida de la «dictadura», reconocieron las condiciones infrahu-
manas de la cárcel. Y en esa comprobación, en la que se insinuaba el reiterado régimen de aisla-
miento y las permanentes torturas aplicadas a los prisioneros, declaraban que cada año de condena
se computaría por tres. Así evitaron la amnistía general. Sesenta y cuatro condenados no fueron am-
nistiados por estar acusados de delitos de sangre.
«Para sembrar la duda y obtener la paralización aparecerán los que recuerden la obliga-
ción de “respetar los dictados de la Constitución y la ley”, como si la independencia na-
cional no fuera un concepto de trascendencia indudablemente superior a aquéllos, los
cuales existen en tanto exista éste.» 245
Desde los primeros años de los sesenta, la tortura jugó el papel de pieza maestra para la defensa
de los regímenes imperantes y fue utilizada por casi todos los gobiernos políticos y militares para
mantener el poder.
Se mire por donde se mire, la tortura fue dramática. Al principio, la población no podía creer que unos
«seres humanos» pudieran hacer tanto daño a otros; luego algunos no querían saber y los luchadores so-
ciales hacían todos los esfuerzos por difundir las canalladas que habían sufrido o infringían a sus compa-
ñeros detenidos.246 Cuando todo el mundo tomó conciencia de la existencia de la tortura sistemática, el
243. Frase con la que este alto jerarca militar definió las torturas. Huidobro, 1992, 110.
244. Eduardo Galeano: «Los uruguayos firmamos. A contramano, a contramiedo». El País, 11 de noviembre de 1987, Madrid.
245. Clara Aldrighi, 53.
246. Desde mediados de los años sesenta se hizo público el trato inhumano a los detenidos. Acto seguido se transcribe el tes-
timonio de uno de ellos, aparecido en el nº 5 de Acción directa por la revolución Social –publicado en febrero de 1974
en Buenos Aires–, en el que se observa lo extendida que estaba la violencia de los milicos a los prisioneros y en el que
aparecen las torturas más frecuentes que se aplicaron en el Uruguay: «Durante un mes fui torturado. Las primeras veces
398 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
terror se expandió y el miedo pasó a padecerlo todo aquel que realizaba alguna actividad subversiva,
quedando algunos paralizados.
En Uruguay, al principio la función de la tortura fue, sobre todo, la de saber datos que permitiesen
capturar a «los sediciosos». A partir de 1971, al igual que las acciones de los escuadrones de la
muerte, cumplió un rol simbólico, ejemplarizante. Se trataba de humillar, vejar y quebrar al prisio-
nero para que traicionara sus convicciones247 y a sus compañeros; y se utilizaba como advertencia a
todos los luchadores sociales y a la población en general.
Los siguientes testimonios demuestran que la tortura se aplicaba como castigo, para intentar que
el detenido dejara de luchar una vez que saliera de «la máquina», pero antes, debía dar datos. Hay
que recordar que en una guerra sin frentes, la información es uno de los aspectos más valiosos. El ex
militar García Rivas recuerda que sus profesores le decían que era absolutamente necesaria para
obtener información. Cuenta también que las primeras veces que golpeaban o sumergían la cabeza
de un detenido en agua no era para hacerles preguntas, sino únicamente para que se fueran acos-
tumbrando. Una vez concluido el período de «ablande» empezaba el interrogatorio.
«Lo primero que se hacía era determinar su estado físico, su grado de resistencia [...]. Una
muerte prematura –subrayaba–, significaría el fracaso del técnico. Otra cuestión impor-
tante, consistía en saber a ciencia cierta hasta dónde se podía llegar, en función de la si-
tuación política y la personalidad del detenido “Es importantísimo saber con antelación si
podemos permitirnos el lujo de que el sujeto muera”.
Mitrione consideraba el interrogatorio un arte complejo. Primero, debía ejecutarse el pe-
ríodo de ablandamiento, con los golpes y vejámenes usuales. El objetivo perseguido con-
sistía en humillar al cautivo, hacerle comprender su estado de indefensión, desconectarlo
de la realidad. Nada de preguntas, sólo golpes e insultos. Después, golpes en silencio ex-
clusivamente. Sólo después de todo esto, el interrogatorio. Aquí no debía producirse otro
dolor que el causado por el instrumento que se utilizara. Dolor preciso, en el lugar preciso,
en la proporción precisa, elegida al efecto. Durante la sesión, debía evitarse que el sujeto
perdiera toda esperanza de vida, pues ella podría llevarlo al empecinamiento. “Siempre
hay que dejarles una esperanza, [...] una remota luz. Cuando se logra el objetivo, y yo
mediante asfixia, con los ojos vendados y las manos atadas, mediante la inmersión de la cabeza en un tanque de agua.
Eso lo repitieron tres veces durante una semana. El objeto era que, en los intervalos, entre ahogo y ahogo, yo “reflexionara”
y aceptara firmar. Algunas veces perdí el conocimiento. Además, durante el tiempo que tenía la cabeza debajo del agua,
me aplicaban simultáneamente la picana eléctrica en el cuerpo. [...]. Las otras torturas consistieron en palizas y patadas
que me aplicaban estando vendado y atado. Esos castigos, que fueron alrededor de diez, iban seguidos de “plantones”,
estar parado sin poder agacharse o moverse en un rincón bajo vigilancia continua. Cada plantón duraba varios días. En el
más largo, estuve seis días seguidos de pie. Si apenas intentaba flexionarme, me castigaban nuevamente.
–¿Cómo pudo soportarlo?
Aunque parezca increíble, la resistencia del ser humano en esos casos se multiplica y si bien quedaba como adormecido
o acalambrado, podía resistir sin desmayarme. El verdadero dolor venía después del plantón, en los pies y en el resto del
cuerpo, como terribles pinchazos.
–¿Cuántos compañeros cree usted que habrán pasado lo mismo en el Uruguay?
–En el mismo período, aproximadamente dos mil sufrieron el mismo régimen de torturas que he señalado, sobre siete
mil detenidos en total. Por supuesto que entre ellos hubo casos peores. Muchas veces, casos en que se rompía el intes-
tino; tanto de hombres como de mujeres, al introducirles hierros y palos por el ano o vagina. En otros casos, se aplicó el
caballete, que consiste en horquetar a un hombre o una mujer sobre un caballete común de madera o hierro con los
brazos atados y todo el cuerpo pesando sobre la entrepierna.
–¿Hubo casos de muertes por tortura?
–Sí, hubo casos de muerte por asfixia en el tacho o a golpes».
247. Se buscaban otros fenómenos degradantes relacionados con la tortura, como la suciedad y la desnutrición, para que el
prisionero (y otras personas como los propios soldados) identificara sus ideas con su estado de debilidad, de derrota, de
culpabilidad y hasta de fetidez.
Los luchadores sociales 399
siempre lo logro –me decía– otro ablandamiento, pero ya no para extraer información, sino
como arma política de advertencia, para crear el sano temor a inmiscuirse en actividades
disociadoras”.»248
Algunos torturadores no siguieron con exactitud las enseñanzas del profesor Mitrione y fallaron
en sus cálculos, o se dejaron arrastrar por el odio, provocando la muerte del interrogado.
« A Pascaretta, obrero y dirigente sindical, se le torturó cada día. Se le dejaba en la misma
sala y se le volvía a torturar a la tarde, o al día siguiente de una sesión. Creo que transcu-
rrió un mes hasta su muerte, ocurrió un día entre las once y las doce de la noche. Ese día
yo estaba de guardia, el médico certificó la muerte como producto de un ataque cardíaco.
Nosotros comentábamos que se podía haber evitado, porque murió por una parte por las
torturas, y porque ellos sabían que Pascaretta tenía úlcera y que tenía que tomar ciertos
medicamentos que pidió y que nunca fueron suministrados.» 249
La muerte de Pascaretta no fue el punto final de la actuación de las fuerzas represivas. Varios po-
licías de paisano fueron al entierro para continuar la pesquisa entre los apenados familiares y
amigos.
Las torturas se llevaban a cabo en diferentes salas de las cárceles, cuarteles y comisarías, pero
ante el escándalo que provocaban, dentro y fuera de estos centros penitenciarios, pasaron a apli-
carse en lugares acondicionados y aislados exclusivamente para esa tarea. Fue lo que sucedió, en lo
que había sido la mayor cárcel del pueblo de los tupamaros, en la calle Juan Paullier.
«Una cosa que llama la atención –explicaba Leonel Martínez Platero– es la preocupación
de los policías porque no se escucharan los gritos de los torturadores, ponen un disco
“nuevaolero” [de moda] […] y cada vez que usan la picana baten palmas y gritan “Twist,
twist, twist”. […] Consigo empezar a dormirme, cuando un gallego de la celda de enfrente
se pone a gritar como un condenado. Lo habían llevado en una “razzia” y protestaba
contra todo dando patadas y puñetazos en la puerta “Torturadores déjense ver sus caras”.
“Yo tengo cojones”. “Asesinos”. En el piso de arriba las prostitutas, que como yo, lo oyeron,
empiezan a hacerle coro: “Torturadores” “Asesinos”.»250
Los interrogadores cubrían la cabeza o vendaban los ojos de los torturados, para –además de in-
crementar el estado de terror y desamparo– guardar anonimato, ante las represalias que habían su-
frido sus colegas.
«Hoy me sacaron la capucha
¿Cómo voy a llorar ahora
justo ahora
que tengo ganas de llorar?
¿Dónde esconderé las lágrimas
ahora?
Ahora que me sacaron la capucha.»251
A nivel general, la información que se pedía al detenido era su historia completa en la organiza-
ción clandestina; la identificación –nombres, señas– de sus compañeros y de quienes participaron
en las acciones que se le imputaban. También se hacían preguntas generales para ver si había
248. Huidobro, 1992, 46. Es preciso recordar que los alumnos tuvieron que cambiar de profesor porque este fue ajusticiado
por los tupamaros.
249. Testimonio del desertor de las fuerzas armadas, Hugo Walter García Rivas. Víctor, 71.
250. Marcha, el 17 de abril de 1970.
251. VVAA, 1981, 9.
400 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
suerte: ¿Dónde están las armas, los berretines, la Cárcel del pueblo?252 Con los dirigentes o funda-
dores de las organizaciones, el interrogatorio era mucho más exhaustivo, los agentes empezaban pi-
diendo doscientos nombres aunque, casi siempre, acababan solicitando, al menos, diez.
Una de las peores cosas que le podía pasar a un luchador social era delatar a sus compañeros.
Para muchos, significaba traicionar la lucha y su organización.253 Algunos, antes que la delación,
preferían morir. De hecho, era casi una consigna de las organizaciones: «Todo militante revolucio-
nario sabe, debe saber, que la causa revolucionaria exige, incluso, la ofrenda de la vida. Es preferible
morir, a traicionar».254
En Argentina, algunos militantes del ERP y Montoneros llevaban consigo una cápsula con un ve-
neno mortal que los «liberara», en caso detención, de la tortura o la traición. Ello no se dio, al menos
de forma extendida, en Uruguay.255 Muchos pensaban que la mejor opción, era usar el arma para es-
capar de esa angustiante situación o morir. Y como dijo uno de los testimonios, «y por lo menos, lle-
varte a alguno por delante».
«Me preguntaba: “¿En la tortura, voy a hablar o no?” Por suerte, a mí nunca me agarraron
–cuenta Garín–. Pero, si te agarra en ese momento la policía... Me pregunto, ¿quién no
habla? Prefería que me mataran. Morir como un héroe y no ir a la cárcel como un
traidor.»256
El hecho de dar alguna información no significaba pasar a ser considerado un traidor –sólo en los
primeros años se vio así–.257 Pero la calidad militante se deterioraba y era fácil que los compañeros
de organización perdieran la confianza como para seguir peleando, «al más alto nivel», con esa per-
sona. Es preciso tener presente que un dato obtenido de un arrestado, muchas veces, significaba el
inmediato calvario de otro combatiente. Por eso, existía la consigna de aguantar, por lo menos, la
primera fase de interrogatorios y torturas –uno o dos días dependiendo de la época–, para que los
otros integrantes o comando pudieran abandonar el refugio.
252. A veces comprobaban lo que el detenido declaraba. Leonel Martínez Platero, cuando fue arrestado en 1969, aseguró
que no había participado en la toma de Pando, sino que había pasado una temporada en una pequeña casa en el bal-
neario Shangrilá. Esa declaración hizo que los policías dejaran de torturarlo y que fueran con él hasta el lugar en cues-
tión. Cuando rodearon la casa, golpearon la puerta y vieron a una pareja de ancianos, la inocencia en persona, se dieron
cuenta del engaño. Lo llevaron hasta el mar y amenazaron con ahogarlo.
253. «El tema del secreto y la delación son el eje desde el cual el detenido vive su experiencia. Orgullo de “haber resistido” o
vergüenza de “haberse quebrado”. El primero, lo dejará solo en su heroísmo cuando le toque convivir con quienes han
delatado. El otro, lo llevará a una crisis en su pertenencia al grupo y al quiebre de su autoestima. Los sentimientos de
vacío, fracaso, desvalorización, culpa y resentimiento, son el terreno propicio sobre el cual el sistema carcelario conti-
nuará su tarea». VVAA, 1995, 60.
254. JCJ de las FFAA, 421.
255. Aunque también hubo casos parecidos. En la época de la tortura más masiva, en la que varios luchadores sociales mu-
rieron, y se dieron varios intentos de suicidio, hubo quien guardó cuchillas de afeitar como un preciado tesoro para
cuando el sufrimiento físico y moral fuera insoportable.
Velázquez, un preso de la OPR 33, intentó sacarse la vida rompiendo una botella. Pero los desesperados gritos de auxilio de
los otros reclusos, hicieron que los guardias abrieran las puertas y socorrieran al detenido.
256. La entrevista a Garín continuó con el siguiente comentario:
«Además, que a ti [por ser un infiltrado o un “militar traidor”] lo más seguro que te limpiaban, o eras al que más tortu-
raban. O sea, que si venían a por ti, ¿estabas dispuesto a tirar?
257. «Al principio se consideraba una cosa espantosa –explica Juan Nigro–. Luego, gracias al cambio en la línea oficial de los
tupas, se minimizó.» De hecho, en un documento escrito por la dirigencia tupamara, con motivo de las negociaciones y
entregada a Huidobro el 1 de julio de 1972, admitía: «Rendición por futuras bajas masivas logradas en base a una esca-
lada en la tortura, la descartamos, porque ahora trabajamos con el criterio de que el que cae, canta, y evacuamos los lo-
cales que conoce.» Lessa, 52.
Los luchadores sociales 401
«La guerra era una guerra de información –explica Montero. Y por eso lo que se hacía era
que, o se sobornaba a un tipo de arriba, como se hizo con Amodio, o se machacaba a uno
de la base, medio despelotado. Alguien que no tuviera disciplina. Porque la gente discipli-
nada no podía cantar a nadie [por la compartimentación]. Pasabas cuarenta y ocho horas,
decías “sí, estuve con fulano y mengano, pero desde el año 71 no veo a nadie” y de ahí no
te sacan ni con la tortura. Y después, había otra gente que tenía hasta a su abuela, por que
la metían en la máquina y como no sabía a quién cantar, decía que había hecho el berretín
con el compañero de escuela o le reventaba la tienda al vecino [pues declaraba que allí
había un cantón militar]. Se dieron barbaridades.»
Uno de los entrevistados explica algunos aspectos de su detención. Tras el maltrato, el acusado
es nuevamente interrogado, esta vez sin agresiones físicas. El agente, le informa que pesa sobre él la
acusación de asociación para delinquir. El detenido sigue negando cualquier vinculación a un grupo
subversivo, pero el militar le informa que detrás de los focos están quienes lo han denunciado y se-
ñalado. Incrédulo, le responde: «Ahí no hay presos, son colegas suyos». De repente, se apagan los
focos y, efectivamente, distingue a militantes que conocía. Sorprendido, sigue negándolo todo, pero
nota que su declaración se complica. Tras el interrogatorio, y en un momento en el que logra estar a
solas con las personas que lo delataron, les pide, o más aún, les exige, que cambien su declaración.
Todos aceptan menos uno, impidiendo su salida de prisión. Conversa otra vez con ese testigo,
aclarándole que sólo él lo inculpa. Finalmente éste cambia su declaración, facilitando su libera-
ción, aunque con proceso abierto. Una vez en la calle, decide irse del país y seguir la lucha en Ar-
gentina.258
En el anterior relato se disipan varios elementos que sirven para comprender el funcionamiento
de los interrogatorios y las respuestas de los detenidos. Aunque aquí se cuenta un caso de delación,
fueron más típicas las inculpaciones a quienes se habían ido al extranjero, ya que los consideraban a
salvo. Algunos detenidos, con dos o tres sentencias de asesinato, se atribuyeron más muertes para
liberar a otros compañeros sobre los que todavía pesaba la duda. Según uno de los entrevistados, el
Gallego Más Más, por solidarizarse con sus compañeros, declaró la ejecución de más personas de
las que en realidad mató.
Las torturas y las preguntas impedían la tranquilidad de todo luchador social tanto dentro, como
fuera de la cárcel. Caso de estar cumpliendo condena, la declaración de un recién arrestado podía
involucrarlo en la participación de otra operación ilegal, llevarlo a la «máquina» otra vez y abrirle un
nuevo proceso judicial. Por esta razón, cuando alguien se disponía a salir por la puerta del presidio,
los otros le gritaban, como chiste tragicómico, «¡Te saltó otra puntita!». En referencia a que un dete-
nido lo había nombrado o se había descubierto alguna pista que nuevamente lo inculpaba. La pun-
ta, en general, era algo demasiado vago como para procesar a alguien, pero siempre era preocupan-
te y molesta porque estirando de ella –sobre la base de investigaciones e interrogatorios— podía
llegar a vincularse con diferentes delitos.
Con respecto a las puntas e investigaciones a posteriori, llama la atención la cantidad de procesa-
dos en 1971, 1972, y 1973 por acciones armadas y actos callejeros virulentos, o meras participa-
ciones en luchas gremiales, a fines de los sesenta. Consecuencia de las delaciones, la intensifica-
ción de la tortura, y por el típico proceso: control-represión. En épocas de menos represión, en las
258. Era 1974, cuando las FFCC permitían, o mejor dicho, hacían la vista gorda a la salida de procesados al extranjero. Tenían
la teoría que era positivo que gran parte de los «sediciosos» salieran del país, que ya tenía sus cárceles llenas; y como
hemos visto, en una situación nada fácil para las autoridades. Después, debido a cambios en las jerarquías castrenses,
el exilarse se hizo mucho más complicado y casi todos los procesados o perseguidos tuvieron que hacerlo de forma clan-
destina.
402 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
que era más difícil condenar judicialmente a alguien, se controlaba y se llenaban archivos policiales
que se ofrecían años más tarde a los encargados del orden, las fuerzas conjuntas. Una vez más, se
observa la ligazón entre «democracia» y «dictadura». A grandes rasgos se podría decir que, en una
etapa denominada democrática –aunque también se procesa, tortura y detiene– a nivel masivo lo
que se hace es controlar y recoger gran cantidad de datos. En la segunda etapa, y si es necesario tras
un golpe militar, se encarcela y reprime a mansalva. El hecho de que cambien algunos protagonistas
de la represión y vistan de verde milico hace que muchos no vean, en la defensa del sistema
capitalista, esa continuidad manifiesta.
En Uruguay, el no disipar la continuidad represiva tuvo un coste muy alto. Muchos confiaron en la
democracia y no tomaron las medidas de seguridad necesarias. No pensaron que gran parte de los
milicos «demócratas» serían los mismos que los «dictatoriales», que la policía «democrática» le
daría toda la información y se uniría, directamente, a los militares, que el último gobierno «democrá-
tico» sería la antesala del primer gobierno «dictatorial».259
Un poema describe la vida y la muerte de los principales actores de este apartado: torturadores y
torturados.
«El Paraíso
Los verdugos suelen ser católicos
Creen en la santísima trinidad
Y martirizan al prójimo como un medio
De combatir al anticristo
Pero cuando mueren no van al cielo
Porque allí no aceptan asesinos
Sus víctimas en cambio son mártires
Y hasta podrían ser ángeles o santos
Prefieren ser deshechos antes que traicionar
Pero tampoco van al cielo
Porque no creen que el cielo exista.»260
Un relato terrible sobre la resistencia a la tortura es el siguiente:
«Jacinto, quien había superado con grandeza todas las canalladas, todo el repertorio de
horror del menú que nutre a las dictaduras, solamente sucumbió a lo inalienable de su
condición humana. Cuando terminó su periplo de varios meses en el infierno (que multi-
plica por cien, en saña y en tiempo, lo vivido por el protagonista de este relato), lo arrojaron
incomunicado en el camastro de una celda oscura. Allí estuvo una semana, solo, al cabo de
la cual escuchó en la cama contigua el gemido de un compañero de lucha, quien poco a
poco le iba brindando confidencias, a la par que le proponía, en lo implícito, la reciprocidad.
Jacinto guardó silencio todo lo que pudo, hasta que la necesidad de recordar y revivir el
pasado lo instó a derramar en su camarada la confidencia pedida. Una semana después
supo que el supuesto compañero era un torturador disfrazado y que sus conversaciones
habían sido grabadas.»261
259. En Argentina, este fenómeno aún fue más grave. Llama la atención que, en Argentina y Uruguay, u otros países que pa-
saron por las denominadas dictaduras como en España, los luchadores actuales vuelven a pensar que esas «democra-
cias» no los torturarán ni los encarcelarán y por eso no toman medidas de seguridad. Se vuelve a confiar en la «demo-
cracia», se sigue sin ver la ligazón, orgánica, con la «dictadura». Se olvida que podrán cambiar algunos personajes, pero
que los archivos policiales serán los mismos, y seguramente los utilizarán, en momentos de mayor confrontación social,
los elementos más duros e inhumanos de la represión.
260. Benedetti, 1986, 28.
261. Maren y Marcelo Viñar, 1993, 31.
Los luchadores sociales 403
Si se examina la frase «todo el repertorio de horror del menú que nutre a las dictaduras», nueva-
mente nos encontramos frente a la polémica disyuntiva dictadura-democracia en la que se ha insis-
tido en esta investigación. Sobre los horrores de la denominada época democrática sobran ejem-
plos. Período en el que era común, la advertencia de Otero, jefe de policía, «si no hablás, no me hago
responsable de lo que venga». Jesús David Meián, detenido en Toledo Chico el 8 de octubre de
1969, tras la toma de Pando, recuerda el momento de ser detenido y las torturas a las que fue some-
tido.
«Me puso el caño del arma en la cabeza [...]. A éste hay que agujerearle la cabeza ya. [...].
Cuando bajamos de la camioneta, él [Fontana] bajó adelante y nos precedió en la marcha
por el túnel, pero deliberadamente, caminaba muy despacio para dejar a sus compañeros
sacarse el gusto. En un momento se dio vuelta y dijo con gesto irónico: “Qué barbaridad”.
[…] Atravesado en el corredor, en medio de un charco de sangre estaba Osano. No podía
pararse por la herida y allí estaba tirado... perdiendo sangre, con las manos atadas. [...].
El interrogatorio fue breve, conciso y terminó con una amenaza. “Bueno, no hablen ahora
si no quieren, ya los vamos a hacer hablar, hay tiempo”. Me llevan de nuevo al ascensor.
Mientras esperamos que suba, me trompean la nuca, los riñones. Yo trato de agarrarme
del enrejado, pero terminan por tirarme. Entonces empiezan a saltarme encima, me salía
sangre por todos lados. “Hay que llevarlo por la escalera” dijo uno, va a llenar de sangre el
ascensor”. “No, dejá, va a ensuciar la escalera, el ascensor ya está sucio” le contestaron.
Al entrar al ascensor tuve una especie de desvanecimiento, pero me repuse. Al salir, espe-
raban a ambos lados de la puerta, dos que empezaron a pegarme en la cabeza, uno sobre
la nuca y otro sobre la cara.»
«El oficial iba sentado adelante, junto al chofer –cuenta otro de los detenido el 8 de oc-
tubre de 1969–. En el momento de subir, les había dicho que me dejaran tranquilo, que
no se hicieran los vivos. Pero en cuanto la camioneta se puso en marcha, el que venía al
lado mío inicia un extraño procedimiento: hurgar en las heridas que yo tenía en la cabeza.
–¿Cómo hurgaba?
–Me las abría, me metía los dedos, se embadurnaba las manos de sangre y luego se las
limpiaba en mi ropa.
–¿Los demás qué decían?
–Los demás se reían... Cuando se cansó, empezó a jugar con el revólver. Me lo ponía en
la sien, hacia girar el tambor, lo martillaba. Allí sus propios compañeros le advirtieron que
se quedara quieto, que me iba a matar. Entonces, cambio de diversión... empezó a de-
cirme al oído las cosas que pensaban hacer conmigo y con mi mujer.»262
A partir de ese momento y hasta la supresión del Parlamento, una comisión especial de senadores
leyó, reiteradas veces, ante las Cámaras las declaraciones de los médicos forenses que confirmaban la
262. Testimonios obtenidos por María Ester Gilio y publicados en el semanario Marcha, el 17 de abril de 1970. De hecho,
todos los apresados en Pando, que no ejecutaron en el momento de la detención, fueron torturados. «José María La-
torre, a su salida de la comisión narró para Marcha, los tremendos castigos y torturas a los que fue sometido. “Me detu-
vieron en Pando, acusándome de haber participado en el operativo Pando. La verdad es que yo era aspirante a un con-
curso de la fuerza aérea [...]. Me castigaron brutalmente tres días consecutivos. Uno, en Pando y dos, en la jefatura. Se
me propinaron puñetazos y golpes con una cachiporra. Pasé dos días sin comer y me siguieron golpeando brutalmente,
caía al suelo y ahí mismo me golpeaban ¡Fue horrible! Mis torturadores son el comisario Cabrera, un hombre grande y
pelado, Campos Hermida y Justo Rodríguez Moroy. Me sentía y estaba tan mal que me llevaron al Hospital Militar,
donde quedé internado dieciséis días. La pierna izquierda no la podía mover, pues me tiraron por las escaleras de la jefa-
tura. Se me practicaron en el hospital tres encefalogramas por los brutales golpes recibidos en la cabeza. De allí, pasé al
Gior donde estuve quince días más. Luego quedé en libertad, y cuál no sería mi asombro, cuando al llegar a las calles
Colonia y República, me detuvo un coche policial. De inmediato reconocí a mis torturadores; éstos me dijeron que la
próxima vez no me detendrían, sino que me matarían. Por esas razones solicité asilo en la embajada de México». Citado
en el artículo «Prueba de torturas» publicado en Marcha el 6 de febrero de 1970.
404 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Una de las consignas más extendidas para cortar con la dinámica “preguntas, golpes, pre-
guntas”, era no decir absolutamente nada, no dar ningún dato.
«Hay una sola manera de comportarse frente a tal situación: aferrarse a la coartada que se
había previsto, después callar. La experiencia ha demostrado que cuando se dice algo, por
mínimo que sea, alienta a los interrogantes para pretender y exigir más a partir de eso.»268
Uno de los ejercicios que ayudaban a mantenerse cuerdo, con fuerza y ganas de seguir aguan-
tando, era recordar que hubo un antes de aquel calvario sin tiempo ni espacio. Y rememorar los va-
lores, los amores y la naturaleza para sentir, además, que habría un después. Era preciso no dejarse
atrapar por ese ahora sin amor, lleno de odio, irracionalismo humano y raciocinio castrense. De esa
forma cuando, el inspector u oficial venían a pedir la firma o los nombres, se podía volver a decir «¡no!».
Ver el cielo a través de la capucha, escuchar el balbuceo de otro compañero herido, notar que se
conservaba la razón y el control del cuerpo, se convirtieron en los pequeños cambios que, en un con-
texto de absoluta negación del placer, traían algún consuelo.269
Algunos torturados, como defensa e intento de que no los pasaran por «la máquina», amena-
zaban a los torturadores con futuras represalias.
«No vas a conseguir nada:
No claudico ni me entrego
Debajo del trapo ciego
No está ciega mi mirada.
Mirá que sigue la lucha
Y sigue el pueblo despierto.
No te suplico. Te advierto:
No me pongas la capucha»270
No todos los prisioneros pudieron resistir las torturas y algunos delataron a sus compañeros.
Ciertas fuentes, aseguran que fue algo bastante extendido.
«No creo –opina Garín– que haya una persona que caiga prisionera en un estado fascista
o pseudo fascista, como era el Uruguay, que pueda resistir meses y años sin hablar. Eso lo
creímos en [la primera] época. Pero luego la historia demostró que de los más duros, al-
guno había cantado. Habrá muchos que no cantaron, pero una organización, como la
nuestra, tenía que tomar como punto de partida para la compartimentación, el hecho de
que fácilmente todos podían cantar».
«En las torturas, la gente cantó mucho, el daño no lo hizo solo Amodio, la gente cantó
–sostiene Pedro Montero–. Yo me hice el loco y no canté, por eso la gente de mi inmediata
periferia no cayó.»
Otros dicen que la enorme información de los infiltrados y traidores, léase Piriz Budes y Amodio
Perez, al haber formado parte de la dirección, fue mucho mayor que la que proporcionaron los mili-
tantes de base que no soportaron la tortura. Clara Aldrighi (página 128) considera que la traición de
268. Manual del interrogatorio del MLN, de más de veinte páginas, que se fue perfeccionando a lo largo del tiempo. La pri-
mera edición es de noviembre de 1969 y la última del mismo mes de 1971. JCJ de las FFAA, 421.
269. «Pepe comienza a tener una relación inédita, bizarra, con su cuerpo: siente que no le pertenece más; cada vez que in-
tenta reapropiárselo, los dolores son demasiado fuertes. Sólo le queda, entonces, elegir entre renegar de su cuerpo –alie-
nación que lo horroriza– o concentrar toda su atención en un estudio minucioso de las posturas menos insoportables y
del tiempo durante el cual puede tolerarlas. Para Pepe, ese juego obsesivo es fundamental. El control voluntario de sus
músculos, de su vejiga y de sus intestinos es la tarea más importante que haya tenido que cumplir. Destinar tanta
energía a ese control, sólo es imbécil en apariencia; ello le permite puntuar ese tiempo infinito sin volverse loco». Maren
y Marcelo Viñar, 1993, 47.
270. Benedetti, 1986, 284.
406 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Pedro era fuerte y resistió. Se lo suspendió por las muñecas atadas a la espalda, hasta que
sintió que se desmembraba. Lo sumergieron mil veces en agua con excrementos; se lo tor-
turó con la picana eléctrica. Pedro resistió. La misma indignación frente a la iniquidad y la
brutalidad lo ayudó a mantenerse. La comparación entre su vida sana y plena de entu-
siasmo y el sadismo a cara descubierta del cuartel le permitía todavía discernir entre la
vida y antivida.
Pedro no sabe cuándo ni cómo comenzó la demolición. Se le gritaba su condición de de-
lincuente y de antipatriota [...]. Hubo un momento en que Pedro comenzó a tener consigo
una relación diferente y a darse cuenta de que ciertos pensamientos y conclusiones no pa-
recían proceder de él mismo. “Yo no estoy loco”, se decía, “pero hay otro dentro de mí”. En
el inconmensurable tiempo de su soledad, comenzó a hablarse a sí mismo como lo hacía
el oficial; se decía cosas referentes a su autoestima, y algo se quebraba en el sostén y la
adhesión a los ideales en los que había creído siempre. Algo de lo que existe en todo
hombre, y que pomposamente se llama concepción del mundo, comenzó a desarticu-
larse. Temblaba y no discernía sus pensamientos de la propia locura. Poco a poco, co-
menzó a pensar que sus acusadores tenían razón. En todo caso, ellos hablaban con fir-
meza; no tenían dudas y vacilaciones como él, que siempre cavilaba sobre la verdad. Se le
mostró a algunos de sus antiguos amigos que gemían –serviles y obedientes– y que ha-
bían perdido su rango humano.
Pedro se sentía infinitamente solo. El mundo de sus convicciones, que antes era claro y
vigoroso, se transformaba en una silueta difusa, vaga, casi inexistente, que se iba impreg-
nando con su mugre, su orina, sus excrementos. Sus ideas y su asco se iban mezclando.
Só1o quedaba nítida la presencia del oficial, su uniforme limpio, sus botas lustrosas, su
estampa segura y su voz aplomada que le decía: “Yo tengo todo el tiempo que necesito,
una semana, un mes, un año. Algunos aguantan más, otros menos. Pero ya viste, al final
todos aflojan. Hablan. ¿No ves que te conviene?, me ahorrás trabajo y te ahorrás sufri-
miento. Si al final vas a aflojar”.
El orden del mundo que trasmitía el oficial calaba en su carne. Lo otro, lo de antes, se
esfumaba. Lo inmediato y patente era que había dos categorías de hombre: unos estaban
limpios, su risa denotaba que estaban vivos, sus voces y sus gestos mostraban que eran
seguros. Y en cada acto cotidiano –como el baño, la comida o el reposo– tenían el poder
de dar o de quitar. Los otros eran sucios y malolientes, reptaban sintiendo en las pocilgas.
Sus voces ya no expresaban contenidos discernibles, sólo la monótona reiteración de
gritos de dolor y algún insulto de rabia. Unos eran el triunfo, otros el derrumbe.
Empezó a creer que esa polaridad era un orden natural que se debía sostener. Tenía
coherencia; no era la confusión y la locura. En su espanto, todo orden era verdad, aun el
orden fascista. Comenzó a adorar y a querer al oficial, en su eficiencia y su carisma. El otro
Pedro que nacía, aceptaba al militar y repudiaba a los suyos y lo suyo.
En los momentos en que saliendo del anonadamiento se podía rescatar de la fascina-
ción, se preguntaba qué hacer con este traidor, con este nuevo desconocido que había na-
cido dentro suyo; qué hacer con la fuerza irresistible que lo acorralaba y lo arrastraba a
unirse a quienes, en los momentos de lucidez, reconocía claramente como sus enemigos
torturadores.
Pedro había nacido a otra forma de ser: la irrupción de esta nueva identidad, la tragedia
de descubrir dentro de él a «alguien» cuya existencia nunca habría podido llegar a sospe-
char ni a concebir, le indujo a un tormento psíquico aun más penoso e intolerable que el
que surgiera de sus horribles dolores físicos.
Aquella mañana, le pareció bastante obvio firmar el acta que le traía el oficial y que le
fue leída rápidamente […]. Y si ya era Pedro un delator, si ya estaba marcado por un es-
tigma por el que iba a ser repudiado por todos los suyos, qué más daba evitar nuevas y es-
408 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
saber nada de vos, no te tiene simpatía, y es capaz de llevarte hasta el último límite. Y no
sólo a vos. Ellos, los de la línea durísima, prefieren a veces traer a la esposa del acusado, y
cómo te diré, “perforarla” en su presencia, y hasta hay quienes son partidarios de la téc-
nica brasileña de hacer sufrir a los niños delante de sus padres, sobre todo de su madre.
Te imaginarás que yo no comparto esos extremos [...] [pero es] una posibilidad, y no me
sentiría bien si no te lo hubiera advertido y un día te encontraras con algún orangután,
como esos que anoche te dieron sus piñazos de introducción, que violara frente a vos a
esa linda piba que es tu mujercita. Se llama Aurora ¿no? Seguro que en ese caso te quita-
rían la capucha. Son orangutanes pero refinados ¿Cuánto tiempo llevan casados? ¿Es
cierto que el último veintidós de octubre celebraste tus ocho años de matrimonio? ¿Le
gustó a Aurora la espiguita de oro que le compraste en la calle Sarandí? ¿Y qué me contás
si llegan a traer a Andresito y empiezan a amasijarlo en tu presencia? 275
[…] A veces llego [a casa] con los nervios destrozados. Las manos me tiemblan. Yo no
sirvo demasiado para este trabajo, pero estoy entrampado. Y entonces encuentro una sola
justificación para lo que hago: lograr que el detenido hable, conseguir que nos dé la infor-
mación que precisamos. Es claro que siempre prefiero que hable sin que nadie lo
toque.276 Pero ese ejemplar ya no se da, ya no viene. Las veces que conseguimos algo, es
siempre mediante la máquina. Es lógico que uno sufra de ver sufrir. Dijiste que no era in-
sensible, y es cierto. Entonces, fijate, la única forma de redimirme frente a los niños, es ser
consciente de que por lo menos estoy consiguiendo el objetivo que nos han asignado: ob-
tener información. Aunque a ustedes tengamos que destruirlos. Es de vida o muerte. O los
destruimos o nos destruyen. Vida o muerte. Vos metiste el dedo en la llaga cuando men-
cionaste a mi familia. Pero también me hiciste recordar que de cualquier manera tengo
que hacerte hablar. Porque sólo así me sentiré bien ante mi mujer y mis hijos. Sólo me
sentiré bien si cumplo mi función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efecti-
275. Este fragmento muestra las amenazas que hacían los interrogadores, consistentes en torturar a los luchadores sociales
en presencia de sus hijos –algo que se llevó a cabo tanto en Brasil como, y en menor medida, Uruguay–, y cómo demos-
traban saber hasta el más mínimo detalle de la vida del detenido, para que éste pensara «para qué resistir si ya lo saben
todo, hasta lo que me deben estar preguntando». Por supuesto que eso sólo era un truco. Había muchas cosas que las
fuerzas represivas ignoraban, y lo siguen haciendo hasta el día de hoy, razón por la cual mucha gente se salvó. No pu-
dieron demostrar nunca tal acusación o tal hecho, se quedaron para siempre con el seudónimo de un tupamaro y jamás
conocieron su verdadero nombre. Tras estos párrafos la obra sigue explicando una propuesta repetida a muchos presos.
Colaborar pero quedando bien con sus compañeros, que no se enterarían de que lo había hecho. Otras veces hicieron lo
contrario. A pesar de la negación del torturado en colaborar, corrían «la bola» de que había hablado, como venganza a
su resistencia y para enrarecer el ambiente militante. En Argentina, cuando los militares detenían a un grupo sospe-
choso, torturaban a mansalva a algunos de sus miembros y soltaban enseguida al resto. Así lograban levantar sospe-
chas hacia ellos y provocar una pérdida general de confianza entre la comunidad de lucha.
Siguiendo con el drama escrito por Benedetti, apuntar que tras varios días de sesiones y torturas, Pedro empieza a ha-
blar, pero no para colaborar sino para intentar comprender el monstruo que tiene enfrente, que no obstante, es un ser de
su misma especie animal. «El Capitán» en un desgarro de sinceridad hacia si mismo y su prisionero, cuenta su drama.
El porqué de la insistencia en que el detenido hable, su proceso personal de conversión en torturador y su profunda en-
fermedad a la que ha llegado, para excitarse sexualmente con su esposa tiene que recurrir a los recuerdos de prisioneras
torturadas.
276. Este tipo de frases da la razón a Montero cuando dice que en la tortura «no hubo una voluntad de matar, no hubo una vo-
luntad de destrozar a la gente como se dice que hubo. Había un terrible miedo de que esa gente [según ellos sediciosa]
recibiera un apoyo nacional o internacional». Como se ha visto a lo largo de este apartado hubo amplios sectores de las
fuerzas represivas con una voluntad manifiesta de destrozar a sus enemigos, quienes además de adversarios eran per-
sonas odiadas por ellos. «El mecanismo se retroalimentaba: debo odiarte a ti para no odiarme a mí mismo por tortu-
rarte; puesto que te odio, puedo torturarte, sin odiarme a mí mismo.» Blixen, 291. Sólo así, o ni siquiera así, se en-
tienden los salvajes castigos a los luchadores sociales, llegando a obligar a sus hijos a ver cómo agredían a sus padres o
torturando opositores de no importa qué edad. Elsa Fernández Sanz, abuela materna de la bebé Carmen Gallo Sanz de-
saparecida en 1977 y encontrada en 1999; a los sesenta y dos años de edad fue secuestrada, en su Argentina natal
junto a su hija Aida Celia, torturada en los pozos de Quilmes y Banfield y, posteriormente asesinada.
410 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
vamente un cruel, un sádico, un inhumano, porque habré ordenado que te torturen para
nada, y eso sí es una porquería que no sopor to.
[Ante la pregunta de cómo uno llega a convertirse en torturador, el capitán cuenta su
caso.]
Y todo de a poquito. Es cierto que el último impulso me lo dieron en Fort Gulick. Allí me
enseñaron con breves y soportables torturitas que sufrí en carne propia, dónde residen los
puntos sensibles del cuerpo humano. Pero antes me enseñaron a torturar a perros y gatos.
Antes, antes, siempre hay un antes. Es algo paulatino. No crea que de pronto, como por
arte de magia, uno se convierte de buen muchacho en monstruo insensible, no lo soy to-
davía, pero en cambio ya no me acuerdo de cuándo era buen muchacho [...]. Las pri-
meras torturas son horribles, casi siempre vomitaba. Pero la madrugada en que uno deja
de vomitar, ahí está perdido. Porque cuatro o cinco madrugadas después, empieza a dis-
frutar».
Para acabar este apartado, a quienes fueron torturados decirles: gracias por haber sobrevivido; a
los lectores, una vez más, que siempre sospechen de la historia oficial que a través de los libros li-
ceales enseñó a todos los niños de la dictadura y postdictadura que «la lucha contra la sedición
exigió la adopción de medidas de excepción y éstas se cumplieron dentro de los procedimientos de-
mocráticos constitucionales»; y a los torturadores un consejo –«un torturador no se redime suici-
dándose. Pero algo es algo»– y dos estrofas del poeta Mario Benedetti.
«No pueden entender que exista otra justicia
distinta de la que ellos manejaron
no creen que nos neguemos a ser monstruos
y que no sea por lástima hacia ellos
sino por respeto a nuestros muertos y vivos
por supuesto habrá que fusilar a algunos
no como venganza que es un trasto inútil
más bien como profilaxis de la historia.»277
Muchos luchadores sociales de Uruguay le daban a la palabra «vida» todo el potencial y contenido
que le dio Daniel Viglietti en su canción Milonga de andar lejos. Como escribió Benedetti: «Vida es
aquí mucho más que dimensión privada, aunque por supuesto también la incluya. Vida es aquí el
hombre y su contorno».278
La mayoría de los que luchaban lo hacían por toda su clase social, por toda la humanidad, pero,
al mismo tiempo, y aunque para muchos era en un segundo plano, dado su altruismo, también por
ellos, por sus hijos. Además, tenían la certeza de que luchando contra la vieja sociedad estaban
creando la nueva, de ahí que lo cotidiano y la coherencia tuvieran, entre ellos, una importancia que
en muchos otros episodios del movimiento obrero no se dio.279
Este apartado se centra en la vida cotidiana, en aquellos aspectos que muchos estudios historio-
gráficos suelen olvidar. Quizá porque se cree que es campo de análisis de otras disciplinas, o quizá
porque tradicionalmente la historia se ha centrado, mayormente, en los factores socioeconómicos, po-
líticos o dinásticos. Y cuando se ha abordado las costumbres cotidianas de un personaje, se trata, casi
siempre, de alguien muy conocido. La vida diaria de los anónimos –sus sueños, frustraciones y pro-
blemas rutinarios– ha quedado, en su mayoría, relegada a los cuentos en los asados, en las mateadas
y en otras disciplinas como la canción o el cine. Por supuesto, hay obras que hablan de la vida pri-
vada280 y cotidiana de anónimos, pero son las menos. En Uruguay por ejemplo, el historiador J.P. Ba-
rrán es un maestro en la materia con sus libros sobre la sensibilidad y vida privada en Uruguay.281
A continuación se detallan las costumbres principales de los protagonistas de esta obra.282 Desde
su forma de vestir hasta su ideología y pensamiento –más allá de lo estrictamente político–. A través
de este análisis se conocerán las implicaciones de la militancia en momentos de confrontación so-
cial, podrán comprenderse aspectos básicos de aquella época, su ambiente, su sensibilidad y su
realidad rutinaria.283
De la misma solidaridad y comunicación de la que habla Viglietti se hace eco Rodrigo Arocena,
quien introduce la temática de la vida cotidiana recordando que aquél período para los entrevistados
de hoy fue, en la mayoría de los casos, el de su juventud. Para Arocena esa es la razón por la que mu-
chos recuerdan aquellos años como algo grande. Añade que el estudio de esa época tiene interés en
sí mismo aunque:
«Dependía del carácter de cada uno si pensaba que estaba viviendo la revolución o no, si
era optimista o no, si pensaba que iba a conocer una nueva sociedad o no, yo más bien
tendía a ser pesimista. Pero lo que sí era cierto es que para muchos era una manera muy
cilla casa de Pocitos con tan sólo un guardia de seguridad en la puerta. Y en cambio, Pacheco, uno de los presidentes
con más mano dura de los que han gobernado en Uruguay, se instalara en una residencia presidencial con custodia per-
manente, rodeada de un impenetrable muro, llena de lujos y una piscina.
284. Benedetti, 1986, 20.
414 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En aquel momento luchar por el socialismo significaba también luchar por la vida cotidiana. Se
daban consignas que tocaban lo privado, o mejor dicho, lo más íntimo.285 En muchos lugares del
mundo, este corto período histórico incide sobre manera en aspectos sociales que antes el movi-
miento revolucionario no había tocado o lo había hecho de refilón. Y si bien es cierto que en este sen-
tido los militantes montevideanos fueron menos radicales que los parisinos,286 en Uruguay también
se dieron hechos y consignas que fueron mucho más allá que la mayor parte del pasado reivindica-
tivo del movimiento obrero y, de algún modo, siguieron aquel lema cooperiano: «El mensaje debe ser
pan y orgasmo; de lo contrario, podemos vivir aunque para nada, podemos crear una revolución
que, en última instancia, no merecerá la pena».
Los objetivos que se perseguían con el accionar revolucionario tenían mucho que ver con el deseo
de relaciones más humanas, más francas, más libres, más fraternales que las que ofrecía el sistema
imperante. También fue remarcable el temor que tenían los luchadores sociales, al ver que se les
empujaba a integrarse a ese sistema, de hacerse cómplices de sus injusticias.
Se empieza, por lo tanto, a pedir una coherencia entre la vida militante y la vida privada.
«No alcanza que tenga una ideología revolucionaria –manifestaban los tupamaros–, se
debe vivir como revolucionario. Este principio no sólo vale para la autenticidad e inte-
gridad del militante, sino que su cumplimiento importa para la salud de la organización
[...]. En la acción revolucionaria es inevitable que violemos la moral burguesa, pero esto
no significa que debamos actuar sin ninguna guía o norma de orden moral; por el con-
trario, un militante revolucionario debe actuar en su vida diaria de acuerdo con los princi-
pios que sustenta o defiende en la acción política.»
O sea, no sólo se trataba de unir militancia y vida privada, sino que se rechazaba la moral bur-
guesa para darse la revolucionaria. En el documento del MLN se sigue afirmando que:
«En el transcurso de nuestra lucha debemos procesar acciones que como hechos aislados
pueden considerarse delito, aún dentro de una sociedad socialista. Debemos tener en-
tonces conciencia clara de que estas acciones se justifiquen por ser imprescindibles para
285. El concepto privado estaba mal visto y por eso es preferible matizarlo. De lo que se trataba era de aprender a no priva-
tizar las cosas, ni siquiera la vida cotidiana.
286. Después de tantos años y escritos, muchos de ellos sacándole importancia a la insurgencia de 1968 en Francia, lo que
como mínimo es incuestionable es la radicalización del movimiento proletario francés –se incluye aquí a los estudiantes
insurrectos–. En ese sentido: la transformación de la relaciones humanas. La revolución era para «aquí» y «ahora» y
según ellos los que hablaban de revolución sin referirse a la vida cotidiana tenían «un cadáver en la boca». Otra de las
consignas era «Cuanto más hago el amor, más quiero hacer la revolución; cuanto más hago la revolución más quiero
hacer el amor», que explicaba la ligazón entre amor y revolución, entre los fines más altos y globales y lo más cotidiano y
terrenal. Sin embargo, en otra pared de París se podía leer: «Abrir vuestros cerebros tan a menudo como abrís vuestras
braguetas». Era una consigna diferente a la anterior pero que también se refiere a la relación entre un aspecto sexual de
la vida y el pensamiento crítico. En ella se da a entender la asiduidad con la que se hacía el amor o se practicaba el sexo
en ciertos ambientes y es, sin duda, una demanda a prestarle tanta atención a otros temas –léase praxis revolucionaria–
como a la práctica sexual.
En toda esta radicalización y cotidianización de la lucha del 68 en Francia tuvieron mucho que ver los situacionistas,
entre los que estaba Guy Debord.
Los luchadores sociales 415
A medida que transcurren los años, de 1968 a 1973, aumenta la importancia y la intensidad de
la discusión con relación a este asunto. Para algunos se trataba de la coherencia revolucionaria: no
tener asalariados, no tener empleada, no recurrir a la policía bajo ningún concepto, etc. Para otros,
lo importante era el accionar en los momentos de militancia; más allá si uno veraneaba en Punta del
Este con su familia adinerada, tenía una novia que no era militante y además era pituca.
Fernando Garín comentaba los cambios que se producían al empezar a militar y al estar en una si-
tuación de peligro.
«Tenía muchos amigos que eran burgueses y todo eso. Habían ido conmigo a la escuela
secundaria; después estaban en la organización [MLN] y todo lo superfluo lo habían de-
jado, su carácter cambiaba, sus valores también y eso después quedaba. Aprendías a
hacer análisis de realidades concretas, el respeto a los otros, el valor que tiene la vida.
Cuando estabas ahí perdías a uno que se iba a la cárcel, otros que se morían o desapare-
cían [...]. Aprendías a mirarte en el espejo.»
En este período de reflexión, sobre la coherencia y la personalidad del militante, se veía que éste
siempre tenía que tener la virtud de la búsqueda de lo común, tanto para los pequeños detalles de
convivencia como en los grandes proyectos sociales.288
Horacio Tejera, en su tono desmitificador de los sesenta, opina que gran parte de aquel movi-
miento no fue revolucionario en el sentido que no perseguía la transformación total de la sociedad,
economía y valores. Para él, buscaba metas menos radicales y hasta reformistas. Primero explica
que la lucha se dio por un tipo de vida que se perdía: «Más que una revolución se perseguía la vuelta
al Uruguay de antes». Añade que los símbolos revolucionarios y los nuevos valores (la revolución, el
marxismo, etc.) se dieron en ese país porque, entonces, estaban sumamente extendidos por el mun-
do. El siguiente fragmento ilustra la opinión de Horacio Tejera, y de otros militantes, referente a que
en general el respeto de los valores de la sociedad era lo que predominaba, incluso entre los
luchadores sociales.
«Hoy soy mucho más conservador de lo que eran ellos antes, hoy no tengo nada de revo-
lucionario. Ahora, si se trata de ver quién era revolucionario, no puedo pensar que hoy po-
damos decir que alguien que quería una reforma agraria era revolucionario, o que bastaba
hablar de la liberación nacional y socialismo para ser revolucionario [...]. Lo máximo que
se decía, y era como que descubrimos la pólvora, era “la tierra para el que la trabaja”, la
reforma agraria [...]. Ser revolucionario es plantear cambio de valores y nunca había nada
que tuviera que ver con la moral, las reglas de convivencia, las jerarquías... Las jerarquías
en un grupo de izquierda eran las mismas que había en cualquier otro lado. Es más, el que
tiene un puesto de secretario del partido se coge a todas las militantes.»
En el momento que acabó de pronunciar esta frase se le enseñó un viejo panfleto que hablaba de
un cambio radical de la sociedad, de sus valores, etc. Entonces él, en tono jocoso, contestó «¡ah
pero eso éramos nosotros! [risas]. Nosotros éramos mejores». Luego más en serio añadió: «Había
cosas pero no era lo general. Al mismo tiempo que había esto [refiriéndose al panfleto del Frente
Obrero Revolucionario] había grupos políticos que interferían en la vida sexual de sus integrantes,
287. JCJ de las FFAA, 402.
288. «Decirse revolucionario es asumir la prioridad de un proyecto colectivo, de un más allá que exorciza la pobreza de
nuestra irremediable finitud e intrascendencia.» Ulriksen y Viñar, 24.
416 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
pero no en la vida sexual entre comillas de los que tuvieran alguna desviación, ¡no!, en la vida sexual
de los normales: “vos por qué salís con ésa que no milita” y cosas por el estilo. No ya el absoluto
desprecio que se tenía por los homosexuales».
Pedro Montero, por su parte, opina:
«En aquellos tiempos no había corrupción, o muy poca, al menos yo no la conocí.
Entonces había que buscar otras cosas. Y entre las otras cosas se buscaron los delitos se-
xuales. Las ideas de lo que tenemos ahora sobre la sexualidad y la idea que tuvo el MLN
sobre la sexualidad era muy reaccionaria. Y siguen siendo muy reaccionarios en Uruguay.
El tema de drogas. Ser homosexual estaba prohibido.
–Pero no estatutariamente, ¿no?
–No –contesta Montero–, pero [pensábamos que] era como tener una piraña en un
bidé.
–¿Ustedes los consideraban un peligro?
Así se consideraba. Recuerdo que un homosexual que quería pedir el ingreso en el MLN,
además era amigo, consulté y me dijeron que no. E incluso había un libro, que después
cayó en manos de los militares, de moralina bestia. En el que se acusaba a fulano de
formar pareja de hecho con fulana y mengana... Había todas unas normas morales de
funcionamiento en el que tú no podías tener relaciones de rangos y determinados niveles.
Estaba mal visto tener relaciones fuera de tu pareja. No se me ocurrió tenerlas. Y tenía
afecto muy fuerte con compañeras, pero no se me ocurrió. Éramos reprimidos. Ten en
cuenta que la enseñanza que recibíamos era mucho más autoritaria que la que se recibe
aquí. Creo que era más autoritaria que la que conocí en la época de Franco [se refiere a los
últimos años, de apertura]. Era la moñita, la banderita, el himno. ¡Ojo eh! Y en las líneas
marcando distancias.»
Muchos entrevistados recuerdan todo aquello como una época cargada de prejuicios, dogma-
tismo y ceguedad. Otros, sin embargo, lo ven como un período en el que como mínimo había ciertos
criterios de conducta y se daba una búsqueda constante porque éstos fueran colectivos y humanos.
Y, por esta razón, rescatan todo aquello frente al descriterio generalizado de la sociedad actual, de la
libertad individual más insólita y aislacionista (homo democraticus). El militar en una u otra organi-
zación o actuar en uno u otro movimiento político influyó mucho sobre la opinión de cómo vivieron
toda esta problemática de la vida íntima y la lucha social.
Una cita de Rodrigo Arocena resume los dos aspectos de la sensibilidad de las personas de
aquella época más característicos. El disfrute de la vida –o VIDA, cuatro letras en mayúsculas que
desterraron el sobrevivir y la lenta administración de la muerte que el sistema impone en épocas de
«democracia y paz social»– y el terror generalizado, sin duda impuesto por los que decían luchar
contra los terroristas.
1968, 1969, 1970, 1971, 1972 y 1973 son seis años en los que las ganas de vivir, luchar y
amar se mezclan con el miedo, el llanto y la impotencia. Como explica Arocena, refiriéndose a los lu-
chadores sociales, en los primeros años predominó la alegría y en los segundos, la tristeza; aunque
en todos los años, meses y días esas sensaciones estuvieron entremezcladas, fruto de las pequeñas
victorias y derrotas. Comprender esta contradicción es fundamental para evaluar aquel período. Hay
quien lo ve como una época memorable de resistencia humana a las injusticias, hay otros que sólo
ven una nube negra que pasó y fracturó a personas, a familias y al país. Hay uruguayos que vivieron
aquello y piensan de esta manera, pero, curiosamente, quienes tienen esta percepción de los he-
chos son sobre todo los que no lo vivieron. Varias personas nacidas en el estado español, alejadas de
lo que allí sucedió, cuando se les menciona el tema de esta investigación, sólo piensan en una bota
Los luchadores sociales 417
militar pisándole la cabeza a un joven y comentan: «¡qué terrible!». Es entonces cuando se debe
mostrar la contradicción y presentar opiniones como la que sigue.
«Más allá de que fueras a vivir grandes triunfos, tenías la sensación de que estabas vi-
viendo tiempos que valían mucho la pena, y eso te daba una cosa, pensabas que era la
única manera de vivir la vida que interesaba, que valía la pena, eso lo sentimos hasta que
la represión se hizo dura. Lo sentías cuando [y a pesar de que] te daban un palo, o te pa-
sabas unos días en cana, alguna herida... Pero, cuando se dio la realidad de la tortura y la
violencia, eso se acabó. 289
De mediados de los sesenta hasta el setenta y uno, había una sensación de fiesta. En
1971 Montevideo era una fiesta [...]. En ese aspecto fuimos más parecidos a los euro-
peos; el mayo francés fue una fiesta, con un solo muer to.»290
Rodrigo Arocena añade, a modo de comparación, que los militantes brasileños de mediados de
los sesenta no pudieron vivir aquello como una fiesta por la dureza de la represión pero que los uru-
guayos, hasta la derrota de 1972, sí. «La conciencia de la violencia llegó poco después». Este prota-
gonista, para ilustrar aquel período, cuenta que hacia 1971 se encontraba con gente que años atrás
no le interesaba la política que eran los grandes dinamizadores de los militantes de base.
289. Fernando Castillo también habla de esa diferencia de períodos: «Lo que marca el límite es el 14 de abril [de 1972], que
marca una derrota. Hasta ese momento eran batallas que se ganaban y se perdían. Cuando se escaparon todos los
tupas, no voy a olvidarme de la alegría... ¡Se escaparon! La última alegría fue cuando se escaparon doce tupas [poco
antes de los hechos del 14 de abril] y cuando mataron a todos estos hijos de puta de los escuadrones. Pero a partir de
ahí fue desastroso. Terrorífico, de una tristeza...»
290. Rodrigo Arocena.
291. En el caso de la solidaridad con otros luchadores sociales destaca, los que se solidarizaron con ellos sin ser militantes o
ni siquiera teniendo una inquietud política grande. La porosidad de los valores humanos era tan grande que no extrañó a
nadie cuando una familia que vio a unos niños abandonados, tras caer sus padres presos, los adoptara; o que los amigos
de una madre, con su compañero preso, la ayudaran con los gastos y el cuidado de los niños.
292. «Formación teórica en serio no había –señala Nora – . Era una militancia de más compromiso con la acción que con la
formación. Un militante no era un teórico sino uno de pura acción [...]. Pensábamos que la revolución estaba a la vuelta
de la esquina y lo que teníamos que hacer era estar preparados para cuando llegara. Nada más.».
293. Mario García (seudónimo de un periodista), «Ser como el Che, qué giles»: De los 60 a los 90 De Generaciones,
Sarthou, Hoenir, Agostino, Ana, María Isabel Sans, Equipo 23 Ed. Nordan Comunidad, Montevideo.
418 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Los militantes del PC que estaban en la FEUU estaban super formados –apunta Ro-
berto–. En una ocasión les ganamos una votación y luego salimos a hacer pintadas con
ellos. Vinieron a pesar de que habían perdido, no conocían la desmoralización, eran profe-
sionales. A mí se me hubiera caído el alma a los pies, y ellos nada. Aquella gente era de
hierro. No eran iguales a nosotros, después aprendimos a ser iguales. Muchos los odiaban
porque no tenían su formación. Había que entender que aquella gente tenía el respaldo
atrás de una potencia mundial. Una mierda de potencia, con Stalin al frente, así acabó,
pero una potencia. ¡Menudos cuadros!»
La dureza, la rigidez y el no ablandarse nunca, sobre todo frente al enemigo, llegaban, a ser in-
cluso órdenes de la organización. El MLN, sobre el problema del odio al enemigo, remarcaba lo si-
guiente:
«Dice el “Che” que un revolucionario camina con una contradicción en sus espaldas: “por
un lado siente un gran odio al enemigo y por otro lado, un gran amor por la humanidad”.
Bien cierta es esta afirmación. Al enemigo hay que odiarlo por más valoraciones de aliena-
ción, etc., que hagamos. Se ha notado en ese sentido también una carencia grande por
parte de la organización. Tenemos que rematar a los ejecutados. Últimamente hemos fa-
llado en eso. Muchos de nosotros por extracción de clase, no tenemos ese odio que ex-
presan los explotados en el combate. Muchos de nosotros tenemos compasión por nues-
tros enemigos por falsa valorización política.
Los compañeros proletarizados que entienden que ésta es una guerra de clase, ex-
presan su odio en las acciones, en los “apretes” (cuando se trata del enemigo, por su-
puesto), etc. Otros compañeros que aún conviven con las deformaciones liberales y bur-
guesas de la clase de la que muchos provenimos hacemos pesar esos elementos y no de-
sarrollamos esa mentalidad combatiente adecuada.» 294
Los militantes de los grupos armados se caracterizan por la fortaleza, la valentía y el sacrificio:
«Marcela y Claudia recuerdan con afecto, que fueron ellas las que consolaron a su defensor porque
les habían negado la libertad anticipada».295
Es impresionante el autoánimo orgánico de los militantes del MLN cuando sufrían la gran derrota
militar: «Hasta donde llega la firmeza de los que quedamos es imposible de vaticinar [...] pero lo que
es difícil de negar es que los que hoy quedamos estamos más firmes que ayer».296
En una charla con Garín y otro testimonio, el primero hablaba del militante de servicio y decía
que, si te ponían en esa sección, la valoración personal como revolucionario se deterioraba.297 En un
momento, surge la pregunta:
«–¿Y no se daba que alguien dijera: “miren yo estoy de acuerdo con las posiciones de la or-
ganización, con la lucha armada, pero tengo miedo de agarrar un fierro?”
A lo que Garín responde:
–No, imposible; era imposible que alguien dijera eso.
–Cada tipo –añadió el otro testimonio– tenía que demostrar que estaba dispuesto, por
aquello de “el deber era hacer la revolución” y según ese dicho se hacía agarrando las
armas.
A lo sumo –aclara Garín– lo pondrían en los servicios, pero la valoración personal como
revolucionario... se deterioraba. Nunca vi a nadie que tuviera miedo, si tenía miedo era de
294. JCJ de las FFAA, 596.
295. Graciela Jorge, 119.
296. JCJ de las FFAA, 585. Ver inicio del apartado «Tregua Armada».
297. «Hubo hasta canciones de los militantes de servicio, pues uno podía pasar tres días merodeando por una plaza y apun-
tando: “en tal casa salió una vieja”» apunta el entrevistado anónimo.
Los luchadores sociales 419
lo que pasaba mañana, por ejemplo, pero no de lo que pasaba hoy. Miedo del riesgo, de
andar buscado, de las pinzas o los enfrentamientos no.
–¿No tenían miedo de los enfrentamientos?
–No, no había nadie que tuviera miedo, o al menos nadie lo demostraba, quizá por lo
que pudieran decir los propios compañeros. Estábamos convencidos de que estábamos
para eso, por eso no teníamos miedo. Sí teníamos miedo al futuro. Qué va a pasar. O
miedo de qué va a pasar con tu familia, tu mujer, tus hijos. De eso sí, todo el mundo tenía
miedo.»
Fernando Castillo sobre el miedo comenta: «Cuando me enseñaban a tirar [sin revólver, sólo con
un manual] pensé “bueno ahora me mandan a…” yo me hubiera cagado de miedo, pero decirlo era
como ser contra... entonces yo que sé. Decir que tenías miedo de agarrar un fierro no existía y la
verdad es que te hubieras cagado».
«Recuerdo las caras de horror de, por ejemplo, algunos tupas que eran militantes clandes-
tinos o tenían esa doble militancia y que preveían que iban a caer –dice Nora por su
parte–. Tenían esa mirada como de enloquecimiento “¡¿qué me va a pasar!?”, pero era en
ese momento. Los que teníamos una militancia universitaria y sindical estábamos com-
pletamente ganados por el día a día y no tenías miedo, inclusive, hasta después del golpe,
cuando dejamos de pensar que la ganábamos. El miedo aparece al replegarte, mientras
estás avanzando no.»
Irene, hablando de la convivencia con otros luchadores sociales, manifiesta:
«En esa cotidianidad salen las cosas peores o las más hermosas de cada una. Todos te-
níamos problemas familiares, de pareja, de ser un poco débiles.
–¿Y hablaban de esa debilidad?
–Sí, un compañero una vez me dijo:
–Tengo que traer algo para tu casa, [ante la cara de ella, él le pregunta] ¿Tenés miedo?
–Sí, tengo miedo.
–Bueno eso es como un tacho de mierda, si vos te sentás encima el primer día la olés, el
segundo y el tercero, también, y después te acostumbrás.
–Bueno, me acostumbraré, pero yo lo que te digo es que tengo miedo. No te digo que no
[traigas las cosas] pero te lo tengo que plantear.
–Me parece perfecto.»
Para comprender mejor la vida cotidiana de los luchadores hay que tener en cuenta que en esa
época, en el ambiente militante, ser revolucionario era lo máximo. Pues muchos coincidían con el
Che, quien escribió en su diario: «Este tipo de luchas nos da la oportunidad de convertirnos en revo-
lucionarios, el escalón más alto de la especie humana».
El sentimiento y el sentido de solidaridad fue uno de los pilares en el que se basaba la militancia
sesentista. Ubaldo Martínez, militante sindicalista de la periferia tupamara, afirma que «había un
concepto distinto de lo que debía ser la solidaridad, hoy por hoy estamos en un individualismo, en
algunos casos, atroz. En aquel momento se compartía. Y al que, por su extracción social, no sabía se
le enseñaba, y en algunos casos, se le obligaba». Aclara que el compañerismo no sólo se dio en la
cárcel sino «en todos lados. También entre sindicatos. Si tenían determinado problema y necesi-
taban apoyo logístico o propaganda se les ayudaba». A continuación el entrevistado, al mismo
tiempo que aporta datos para caracterizar las reuniones, continúa profundizando sobre la solida-
ridad, esta vez, en el marco carcelario.
«Estábamos acostumbrados a la discusión y la dábamos en cualquier lugar, en un lavabo
o en la mesa de un bar. En ciertos momentos se podían dar discusiones un poquito
420 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Un caso estremecedor sobre solidaridad social y dedicación de su vida para la causa emancipa-
dora fue el de Adolfo Wasen Alaniz, quién declaró lo siguiente cuando realizaba una huelga de
hambre, en julio de 1984, sabiendo que le quedaba poco tiempo de vida por un tumor maligno: «No
me arrepiento de nada. Estoy tranquilo porque todo lo hice por los demás. Nunca pensé en mi bene-
ficio propio sino en el de los otros y por ellos lo hice todo, pero todavía puedo hacer algo más por mis
compañeros».298
La solidaridad y el compañerismo no sólo era una costumbre o un criterio general de los militan-
tes. Las organizaciones tenían órdenes precisas y hasta leyes para que éstas fueran una constante
en el combate:
«“A los compañeros heridos hay que sacarlos de la zona y llevarlos a Sanidad”. Es una ley
de la organización [tupamara]. La mentalidad de combate incluye sangre fría y valor: en
un tiroteo es factible que un compañero caiga, y a ese compañero hay que llevárselo de
ahí porque a la acción vamos todos hombro con hombro y no cada uno por la de él. Este
criterio es básico, es fundamental, es la expresión más alta del compañerismo revolucio-
nario, debemos cultivarlo con energía. No tenerlo es no servir, es depositar confianza en el
vacío y por lo tanto caer.»299
Irene habla del núcleo armado con el que militaba y recuerda: «era muy compañero, hasta llorá-
bamos juntos. Todos tuvimos errores, miedo, alegrías; despotricamos».
Sobre este tema, Chela Fontora dice haber vivido una gran solidaridad en UTAA, incluso mayor
que la que vivió más adelante entre los militantes universitarios. Los cañeros cuando hacía frío se
sacaban lo que tuvieran, aunque fuera una camisa rota, y se la daban a un chico. «También lo vi en
Raúl [Sendic], en la época de los grandes fríos y lluvias; se sacaba su camperita de cuero y tapaba a
los gurises que no tenían abrigo».
Fontora también habla de la «necesidad de disciplina en las organizaciones, sobre todo en las
clandestinas, pero también en UTAA, pues en las marchas llegaban a convivir doscientas treinta per-
sonas». Más que asumir una disciplina, incluso jerárquica, lo que caracterizó a los militantes fue la
autodisciplina. Sin embargo, Horacio Tejera habla y critica la existencia de la jerarquización entre
los militantes y afirma: «Hay más liderazgo entre los anarquistas, pues una vez se establece un líder
es más difícil sacarlo de ese papel. La pugna por el poder está mal vista y no hay tanta compe-
tencia».
Varios testimonios aseguraron que en las organizaciones, sobre todo en las compartimentadas, el
poder estaba estrechamente ligado a aquellos que tenían más información.
Ubaldo Martínez desvincula la jerarquía del respeto, por el conocimiento que podían tener los mi-
litantes en determinados temas.
«Nosotros no respetábamos las jerarquías, porque las que daba la sociedad no nos intere-
saban. Había sacerdotes y catedráticos y [en la militancia] no era “el señor cura”. Se les
298. Estas declaraciones que ilustran ese espíritu combativo y altruista de la época las recogió, el 20 de noviembre de 1984,
el diario Liberación, de Montevideo en un artículo titulado «Más de ochenta mil personas en el entierro del dirigente
guerrillero tupamaro».
299. JCJ de las FFAA, 596.
Los luchadores sociales 421
tamente rechazó la jerarquía en los grupos. No tanto la del liderazgo «natural» sino todas aquellas
formulaciones «stalinistas», «militaristas», o «partidarias» (de partido) que preconizaban la nece-
sidad del secretario general y el Comité Ejecutivo.
Hoy, los militantes del movimiento alternativo –okupas, insumisos, ecologistas, antiglobaliza-
dores, anticapitalistas, etcétera– e incluso los grupos anarquistas y/o comunistas clásicos no
sienten tanta necesidad de crear distintos niveles de integración, formación y decisión. Por supuesto
que las organizaciones armadas sí siguen funcionando con una jerarquización extrema–. La hori-
zontalidad es la base de muchas agrupaciones y movilizaciones e incluso se llega a aceptar o re-
chazar luchas o grupos concretos por la forma de organizarse o de tomar decisiones.302 Segura-
mente esto es debido a varias razones, cuyo análisis escapa de este trabajo. Pero es dable creer que
una de las causas principales es, por una parte, la mimesis que a su pesar tienen los luchadores con
las políticas gubernamentales y los discursos de los gestores del capital; y, por otra parte, por la
«imitación» de los gestos de la juventud radical y contestaria que realizan los políticos actuales que
para no perder el tren de los movimientos sociales ensalzan la horizontalidad, la flexibilidad y el res-
peto. Hoy la moda es la tolerancia, por lo tanto no la orden sino el entendimiento. Uno no obedece
porque el otro es el jefe sino porque entiende que eso es lo mejor. Se hace una defensa de las redes
horizontales. En los años sesenta y setenta, las políticas de estado –como gran parte de los movi-
mientos sociales– eran de arriba hacia abajo, de firmeza y autoridad.303
Otra característica de los luchadores sociales entre 1968-1973 fue la proletarización. Asumir
este fenómeno equivalía a tomar conciencia de su condición de explotado y mostrarlo en la lucha
obrera. Eso, cuando se provenía de los sectores asalariados. Pero, como es sabido, aquellos años se
caracterizaron mundialmente, y en particular en Uruguay, por los innumerables casos, sobre todo
entre la juventud, de personas que nacieron y crecieron en un ámbito de comodidad «burguesa» y
decidieron, empujados por las circunstancias, defender los intereses de los oprimidos y los de ellos
mismos, como seres humanos que se niegan a observar como otro ser de su misma especie es ex-
plotado, maltratado, secuestrado –legalmente en las cárceles– o asesinado. Daniel Viglietti suele
presentar la canción Anaclara diciendo: «Pero en ese mundo de los que tienen todo también existen
conciencias que despiertan y se solidarizan con los que tienen poco o nada».
La proletariazación no es un fenómeno ideológico, es una transformación en la forma de vivir y
actuar, en toda la personalidad. En 1968, un tupamaro declaró en Guerrilla Tupamara:
«Cuando se acerca un aspirante al movimiento, se supone que hay en él condiciones ideo-
lógicas, morales y de carácter que lo aproximan [...] no hay que olvidar la educación que
mamamos desde niños. De cualquier modo, se trata de hacer con el compañero que se
acerca, un trabajo que llamamos de proletarización, que consiste en desarrollar en él espí-
ritu de camaradería, conciencia de autodisciplina.» 304
302. Aunque quizá sea una coincidencia, resulta gráfico que antaño el comandante Che Guevara fuera incuestionable y que
hoy una de las figuras más aceptadas dentro de los luchadores sociales ya no sea un comandante, sino un subcoman-
dante. Ese rango inferior, no casual, en el que se autogalardonó Marcos, del EZLN, lo hizo más aceptable. De hecho una
de las razones por las que la causa zapatista haya tenido más simpatía internacional que otras luchas armadas en Amé-
rica Latina, como por ejemplo los grupos guerrilleros de Perú y Colombia que hace años contaban con muchos simpati-
zantes, es por la forma de organizarse: más horizontal y con menos jerarquización de funciones.
303. Si un militante de antaño asiste hoy a una reunión, por ejemplo, del movimiento antiglobalización, se daría cuenta de
todas estas diferencias y de otras no mencionadas: falta de pasión, de oradores, de referentes teóricos.
304. Harari, 197.
Los luchadores sociales 423
Harari, abogado de los tupamaros que escribió una tesis doctoral sobre ellos, definía el concepto
de la siguiente manera:
«Se le llama proletarización porque éste es el sentimiento propio del obrero [...]. Él sabe
que su producto no es obra de su solo esfuerzo, sino el resultado del esfuerzo colectivo
[...]. El pequeño burgués se siente autosuficiente [...]. Se trata de crear en el militante un
sentimiento de dependencia para con el grupo. La conciencia de que no puede bastarse
por sí mismo, de que los otros le son imprescindibles [...]. Uno es una pequeña obra de
arte de la acción común. Nuestra vida será grande si se integra así, modestamente, a la re-
volución.»305
Ariel Collazo fue uno de tantos que, como Anaclara, abandonaron la vida «cómoda» y decidieron
dedicarse por completo a la militancia. Como él mismo cuenta, renegó de un buen trabajo para dedi-
carse con mayor libertad de movimientos a los compromisos militantes: «Todos estábamos dentro
de ese esquema; habíamos aprendido algunas cosas para prepararnos para eso. Yo dejé la caja ban-
caria en la que trabajaba, en ese mismo año, [1967] para tener un poco de libertad de horario y po-
derme dedicar a la preparación de la OLAS». Estos cambios en la cotidianeidad no se hacían, princi-
palmente, por una cuestión moral. Era el movimiento social que los impulsaba a vivir la vida de
forma más plena y colectiva y, en ese sentido, no eran sacrificios.
Una de las permanentes críticas que se le ha hecho al MLN era que estaba integrado por jóvenes
de la pequeña burguesía.306 Crítica que no hace más que honrar a esos muchachos que, teniendo
una vida aparentemente cómoda,307 decidieron y/o se vieron empujados, por la realidad histórica, a
elegir una vida incómoda por un proyecto social más justo y del que pudiera disfrutar toda la pobla-
ción por igual. Mario Benedetti, con su excelente pluma, relató la situación a la que se hace refe-
rencia.
«Por otra parte, cualquier observador puede comprobar que en las nutridas listas de dete-
nidos, requeridos e indagados (y también en la nómina de muertos) son numerosos los
apellidos de viejas y encumbradas familias. Esos muchachos y muchachas se formaron
en el confort, en la seguridad económica; fueron educados, pulidos, ajustados por los ran-
cios hogares de la clase dominante, pero cuando se enfrentaron a la realidad y su ebulli-
ción, cuando tocaron la miseria de otros, cuando midieron la tremenda injusticia que sig-
nificaba la sola presencia de su propia clase, superaron con decisión aquel pecado original
y se desprendieron de su clase como de una cáscara vieja, para jugar su destino no sólo
del lado del pueblo, sino integrando el pueblo. Es curioso que ese hecho irrebatible e irre-
versible no obligue a la clase que detenta el poder a reflexionar, no sólo acerca de su posi-
ción política, sino además de su vida entera y, por ende, de la filosofía que implica esa
misma vida.»308
Por su parte, en un comunicado interno de 1970 de las FARO se explicaba lo siguiente:
«Hasta ahora se han integrado a la lucha armada los sectores que tiene más acceso a la
cultura, pertenecientes en su mayor parte a las capas medias (estudiantes, intelectuales,
305. Harari, 82-83.
306. Hay análisis más equivocados y malignos que no hablan de pequeña burguesía sino directamente de origen: «aristocrá-
tico [...] elementos pertenecientes a familias adineradas, de las clases media y alta». JCJ de las FFAA, 11. Hay que re-
marcar, que si bien hubo militantes provenientes de familias muy ricas, no fueron la mayoría.
307. Como se ha explicado anteriormente, la mayor parte de estos muchachos/as, a pesar de disfrutar de más comodidades
que otros con menos recursos económicos, eran explotados o estaban destinados a serlo. Otros ganaban la plusvalía
creada por su fuerza de trabajo, y por lo tanto no pertenecían a la clase burguesa; de ahí que la crisis económica les
afectara sobremanera. Por eso se afirma que en cierta manera fueron empujados a la lucha.
308. Benedetti, 17.
424 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
etc.) pero en cambio la clase obrera se mantiene en su mayoría ajena al proceso [...] ac-
tualmente se encuentran encadenados y frenados por la ideología y las organizaciones
sindicales reformistas dirigidas por la dirección derechista del PC.»
Para Fernando Castillo «es verdad que la mayor parte de lo que era la vanguardia revolucionaria
estudiantil y tupa era de clase media [o] de la burguesía; que había incluso hijos de senadores, mi-
nistros y muy pocos obreros», y que el ámbito reformista era de procedencia más obrera y el más
rupturista, de clase media y alta. Los militantes, provenientes de estas últimas clases, cambiaron de
hábitos y empezaron a mirar mal la realización de ciertas actividades reservadas, casi exclusiva-
mente, para la burguesía. Pero según este testimonio «ir a Punta del Este no estaba mal visto».
Siguiendo con el tema de la proletarización de las costumbres, hay que recordar que eso llevó a
que la actitud principal en el momento de vestirse fuera la sobriedad. La antropóloga Sonia Romero
afirma:
«En lo estético no tenían muchas opciones; por un lado la influencia que tenía la fobia gu-
bernamental hacia la URSS y por el otro, aunque se podía llegar a simpatizar con el movi-
miento hippie, había una fobia hacia Estados Unidos. La estética era más bien obrerista,
lo más pobre y obrero posible. Había que ser de izquierda en un sentido total: en el vestir,
en no tener collares ni tener amor con reaccionarios. Aparecen términos nuevos como “pe-
quebú”, pequeño burgués. Se acusaba a alguien de eso, simplemente por ir a bailar, jugar
al tenis, o irse el fin de semana.» 309
«¡Eso era una desgracia, verdaderamente! –exclama Cota, militante independiente pró-
xima a las Agrupaciones Rojas–. Hasta saber tocar el piano era pecado! Teníamos un com-
pañero de unos veinte años, con una novia de dieciséis, y nos reíamos de ella (con ella,
por supuesto) porque sabía tocar el piano. Y porque era una nena de papá, según su
novio. Nosotros nos compramos una motito 125 cc, una cucada; Churrinche se llamaba.
Y el Coto [mi compañero] quiso justificar esa compra diciendo que la usábamos para ir a
trabajar. ¡Trabajábamos a dos cuadras de casa! [...] También íbamos a bailar a las boites;
cómo no, a Los Pinos, que nos gustaba un montón, con el grupo de los “amigos”, no de los
“compañeros”.»
Otra de las costumbres que abandonaron muchas de las luchadoras sociales fue el maquillarse y
vestirse a la última moda «oficial»:
«No era muy bien mirada en según qué circunstancias, porque nunca abandoné el ma-
quillaje y el ir bien arreglada a todos lados –dice Cota–. Y estudiaba mucho, lo cual no era
muy común en el grupo. También hay que ver que era un poco mayor que la mayoría de la
gente del grupo y pasaba un poco de tanta chorrada.»
Fernando Castillo, sobre la vestimenta de las luchadoras sociales, opina: «Había un uniforme re-
volucionario, sobrio. El look era Marcha debajo del brazo, La Paz suave [para fumar], un Montgo-
mery, que era un saco con una capucha y vaqueros». «Estábamos vendidos» reconoce hoy, al se-
ñalar que, al vestir con ese «uniforme», la policía advertía que eran posibles detractores del ré-
309. Fragmento de una charla del autor con Sonia Romero en la cantina de la Facultad de Humanidades de Montevideo, en
1995, donde ella da clases. Por su parte Fernando Castillo se queja de que «divertirse no estaba bien visto y eso es lo
que me parece [mal]. Bueno jugar al tenis era impensable.
–¿Pero por qué estaba mal visto, porque perdías tiempo y te tenías que dedicar a la militancia? –le pregunté yo.
–No, porque era frívolo, burgués –contestó.
–¿Entonces qué, había que estar en un bar charlando?
–Estaba bien jugar al truco, tomar mate... –matizó Fernando.
–¿Por nacionalismo?
–No [...]. Me acuerdo que en la época más dura, nosotros organizamos un campeonato de ajedrez y fuimos muy criti-
cados; era una “degeneración pequeñoburguesa”».
Los luchadores sociales 425
gimen. Y es que en el fondo hasta en la estética chocaban con los reaccionarios, quienes no escon-
dían su estupor al mirarlos ni su castrense machismo al describirlos:
«Los activistas de hoy, con su ropa desaliñada, sin corbata, mirando con recelo al bien
vestido, pintan una personalidad primitiva, infantil, pues aún no le han dado las estrellas
que lo introducen en la categoría jerárquica, en la categoría de mando, donde exhibirá si
puede, su instinto viril. Si a todo ello agregamos las enormes melenas que usan, [...] se
completa el cuadro de una personalidad que psicológicamente no tiene nada de viril.
Desde antiguo la cabellera era un tributo de gran jerarquía, en la dinámica del amor en la
mujer.»310
A nivel teórico, la proletarización tenía que ver tanto con la identificación con los desposeídos
como con el rechazo a la sociedad del consumo. Se afirmaba que el consumismo y el afán de lucro
empobrecían la naturaleza humana.
René Pena explica que cuando se fue a vivir a una comunidad libertaria, en sus primeros meses
de compromiso político, «no venía de familia humilde», pero afirma que al ir allí «dejé toda la ropa
en mi casa, no porque fuera moda sino para no ofender a mis compañeros pobres. Pasé hambre y
frío. Llevarla toda me parecía burlarme de ellos».311
El obrerismo permanente y la crítica a gran parte de lo que fuera burgués y consumista creó in-
cluso algo que se podría denominar la erótica de la miseria.312 Aunque ni entonces ni ahora todos los
luchadores compartieron esta actitud.
Un testimonio recuerda que tras una acción fallida, dos tupamaros se encontraron sin contactos,
con dificultad para expropiar dinero o comida y alojados en una pensión de mala muerte. Calen-
310. De un artículo publicado en 1969 titulado «Barbas y cabelleras de algunos activistas» y citado en la cronología inédita
de Rico y Demasi.
311. René dio la opinión de su hijo, cuando éste tenía unos quince años, con respecto a la decisión de su madre de aban-
donar las comodidades económicas que tenía. «Piensa que estaba equivocada, pues yo vivía muy bien económicamente
y dejé eso para integrarme totalmente a la lucha. Mi hijo critica eso porque dice que contra el sistema capitalista hay
que pelear desde dentro y, por eso, no es necesario ser pobre. Primero hay que vivir como ellos viven y después darles
por la cabeza. Diciéndole: “tú puedes tener, pero yo también quiero, porque trabajo”».
312. Que consiste en recrearse con los elementos y costumbres de la población con menos recursos económicos. Vestir con
alguna prenda típica del vagabundo, viajar sin nada de dinero, «a lo que venga», comer lo más barato. Es decir sentir en
su propia carne, de forma pasajera y experimental, algo cercano a lo que puede sentir alguien que sufre miseria econó-
mica total. La versión burguesa de este fenómeno sería, por ejemplo, los desfiles de moda inspirados en los atuendos de
los vagabundos.
426 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
taban agua en el lavatorio con un zoom –resistencia eléctrica– y la mezclaban con polvos de sopa
para cenar algo caliente. También explicó que se estuvieron alimentando con comida para perros. Al
escuchar esta historia, otro entrevistado manifestó que esa era la actitud ejemplar que se pedía en la
organización tupamara con la que él no estaba del todo de acuerdo. En el MLN todo el dinero expro-
piado estaba destinado a la organización a pesar de la posible miseria que pasaran sus militantes.313
El otro testimonio rubricó su posición con el ejemplo de los anarquistas expropiadores.314
En la reflexión sobre esta temática tan complicada se debe tener en cuenta que en aquellos mo-
mentos, era importantísimo dejar claro que los robos no eran para el beneficio individual, sino para
el mantenimiento de la organización315 o para el apoyo a luchas concretas de la clase obrera. Por este y
otros aspectos que tienen que ver con la esencia del sistema capitalista, más que robos eran expropia-
ciones: riquezas creadas por una clase explotada que volvía a ella mediante la acción directa.316 Esto
es algo que siempre impresionó a milicos y «delincuentes comunes». Los militares o bien no enten-
dían este fenómeno o no lo creían. No podían comprender las acciones anónimas en las que se
arriesgaba la vida sin buscar recompensa económica o prestigio profesional. Ciertos sectores de las
fuerzas del orden sí entendieron ese altruismo y por eso algunos de ellos llegaron a sentir una sensa-
ción rara hacia los detenidos, mezcla de miedo, respeto, odio, compasión, admiración y rabia.
En esa época entre los luchadores sociales, la expropiación de dinero, como se ha mencionado
anteriormente, no era nunca o casi nunca para fines personales. Al contrario, plata y bienes perso-
nales eran constantemente puestos al servicio de la organización. No sólo gracias a la cotización
mensual que se establecía en algunas organizaciones y que podía variar entre un cinco o un quince o
más por ciento del salario,317 sino que el dinero extra, que a veces se recibía, se daba a la organiza-
ción. Una pareja, que ni tan siquiera militaba formalmente en el MLN pero que consideró importante
313. El siguiente testimonio es un ejemplo revelador: «Era una vida muy rudimentaria –dice Yessie Macchi, refiriéndose a su
pasado en los cantones–; muy austera porque había muy poca plata, siempre hubo muy poca plata, el cigarrillo estaba
racionado, juntábamos el tabaquito que había en el suelo de los puchos y lo volvíamos a armar una y otra vez».
314. Explicó que Durruti y Ascaso robaban bancos únicamente para financiar las distintas publicaciones y la Librería Interna-
cional Anarquista de París y se mantenían con muy pocos recursos. En cambio, Severino Di Giovanni vivía diferente: dis-
frutaba de ciertos privilegios, porque se quedaba con una pequeña parte de los botines para los gastos cotidianos –aloja-
miento, comida, etcétera. Incluso llegó a escribir un texto titulado «El derecho al ocio y a la expropiación individual». La
práctica de este revolucionario no impidió que fuera uno de los anarquistas que más ayudó económicamente a la prensa
obrera, a los compañeros presos y a la financiación de fugas de compañeros presos, como lo hizo en el caso de la de
Punta Carretas, la de la carbonería El buen trato.
315. Tanto es así que ni siquiera los «liberados», como suele llamar la policía a los clandestinos mantenidos por la organiza-
ción, disfrutaban de las comodidades necesarias para operar. Era normal que viviesen de manera rudimentaria, porque
gran parte de los recursos se destinaba a compra de armas, operativos, guerra informativa y de servicios y otros gastos
que ya fueron descritos en el capítulo sobre los tupamaros. También hubo unos pocos casos de luchadores sociales que
cuando participaban en un asalto organizado por el MLN le daban absolutamente todo el botín. En cambio, si realizaban
un robo por su cuenta las ganancias las destinaban a su subsistencia, casi siempre dificultada por la dedicación a la mi-
litancia en detrimento del trabajo asalariado.
316. Cuando realicé el trabajo de investigación en Uruguay, siempre que podía, antes de entrevistar y por tanto de conocer a
algún luchador social leía sobre él, su trayectoria, etc. Entonces, en ocasiones, me enteraba de grandes expropiaciones
efectuadas por dicho personaje tiempo atrás. Y cuando llegaba a su casa y observaba que en aquella modesta vivienda,
en ocasiones, precaria, no había ni rastro de aquellos millones de dólares que había tenido en sus manos, no podía dejar
de sentir cierta admiración por la coherencia de esa persona. También he de decir que algunos de los entrevistados, gra-
cias a su profesión y opción de vida, están lejos de vivir hoy en día de forma pobre y más de uno lo hace con servicio do-
méstico.
317. En el MLN, cuenta Garín, «no había criterio establecido. El que era colaborador prestaba el auto, prestaba la casa y el
que estaba más integrado daba de comer a los clandestinos, les daba la casa, pero eso no estaba establecido.
–¿No había un porcentaje del salario?
–No».
Los luchadores sociales 427
que esa organización tuviera una imprenta, dio una parte de la plata recibida por su boda para ese
fin. O como recuerda Garín: «Teníamos a gente que trabajaba en el banco y daba más de la mitad de
su salario para la organización».
Sin duda, otra de las características de los luchadores sociales fue la juventud. La precocidad de
Pedro Montero no fue excepcional.
«Empiezo a pegar carteles a los doce años. A los catorce ya estoy militando en el sindicato
estudiantil. En la Facultad de Medicina, llevo esta militancia hasta que sin dejar esta acti-
vidad, ingreso formalmente en el MLN en 1968, a los veinte años [...]. Hay toda una ju-
ventud, que va desde los quince a los treinta años que se moviliza, de una manera u otra,
toda entera.»
A medida que se iba consolidando, el MLN se iba caracterizando cada vez más por la juventud de
sus militantes. En 1969, de trecientos cincuenta presos, la media de edad era de veintidós años.
Algunos muchachos, como Germán González, ingresaron al MLN cuando tan sólo tenía dieciséis
años.318
Rafael Cárdenas, que a fines de los sesenta ya era un hombre maduro, considera que los jóvenes
eran más sensibles a la actividad social porque tenían menos responsabilidades y eran más
permeables.
«Era más fácil que se embarcaran en cosas nuevas. Los viejos tienen una tendencia a ser
más cuidadosos, dicen que son más conservadores, puede ser que sea esa la palabra. De
hecho, tienen un mayor número de elementos para determinar su conducta. Los jóvenes
se contagian con facilidad. Los viejos tienen más tendencia a discutir problemas y los jó-
venes más a actuar.»
Es importante matizar, que esa precocidad no sólo se daba en el ámbito de la militancia sino en
otros aspectos de la vida, como el independizarse de los padres o el tener hijos. A su vez, la lucha po-
lítica era una forma como otras de hacerse mayor.
La siguiente cita del artículo «Ser como el Che, qué giles» muestra un hecho frecuente entre los
luchadores, el paso de la adolescencia a la edad adulta en apenas unos meses, en ocasiones por
acontecimientos casuales en su entorno. Por lo tanto, en muchos casos, existía muy poca prepara-
ción entre los militantes. No comparada con períodos históricos como el actual, sino poca con res-
pecto a la rabiosa preparación de las fuerzas represivas.
«Su muerte, paradojalmente, es el nacimiento para nuestros infantiles quince años, de un
símbolo que como nadie nos marcará en el camino hacia la adultez. Veníamos apenas, de
leer libros del Príncipe Valiente y las aventuras de Salgari, de vibrar con el Club del Clan y
los Beatles, cuando un ocho de octubre nos cortó de raíz la adolescencia. A partir de allí
todo cambió. Él representaba como nadie el rompimiento generacional que estábamos vi-
viendo. En un país como el nuestro, saturado de clase media por todos sus poros, sin el
consuelo de grandes héroes y ni siquiera el escape de la mística de la iglesia, el Che,
mezcla de Jesús y Rambo, pasó a ser el ideal a imitar.»319
Irene no tuvo una experiencia como la que acabamos de leer, según ella el círculo de compañeros
del que formaba parte no se saltó ninguna etapa.
318. «Cuando caen las dos direcciones históricas, asume la juventud –matiza Pedro Montero–. “Octavio”, Engler, pasa a la
dirección con veinticinco años. La dirección tenía una media de veintiseis años. Se monta el cacao. Y esa gente es la que
saca a los presos de la cárcel. En el Abuso se trabajó bien».
319. Mario García (seudónimo de un periodista), «Ser como el Che, qué giles». VVAA, De los 60 a los 90 De Generaciones.
428 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«Como todo botija fuimos a la escuela, hicimos preparatorio, andábamos en boliches, pin-
tábamos, dibujábamos, chupábamos, cogíamos, no nos salteamos etapas, yo en el 64 ya
tenía veinticuantro años, no era como el de diecisiete o dieciocho años que entró a una or-
ganización. Ya éramos grandes, no sé si teníamos las cosas claras, pero por lo menos
éramos más adultos y eso te hace tener otra conducta. Al principio éramos una barra de
Bellas Artes, bohemios, que leíamos a Sartre, Simone de Bouvoir, un grupo con unos có-
digos iguales o parecidos. Fue más fácil.»
Bravio con respecto a la militancia precoz dijo: «Éramos gurises, no teníamos gente
mayor que nos diera un libro, que nos aconsejara». Sin embargo, matiza, «con un año de
militancia sabías un montón».
Pedro Montero afirma que la precocidad fue una de las causantes de la mala gestión de la direc-
ción del MLN; es decir que no sólo se ve a los jóvenes como una fuerza revolucionaria en potencia, o
personas con ansias de libertad, sino que también como militantes faltos de experiencia y madurez.
«La cuestión aparato-aparato no la plantea el ejército, la plantea el MLN, y ahí se mandan
un pedo más grande que el culo. Y eso por problemas de juventud, la dirección era muy
joven. Y los veteranos no quisieron cuestionar ese tipo de cosas. No sé por qué no se
hizo.»
El ambiente militante no sólo se caracterizó por lo juvenil, sino por la mezcla de generaciones en
un mismo grupo y por el quebrantamiento de las normas sociales con respecto a las edades, a la se-
paración de las personas según la edad. A diferencia de otras épocas personas de distintas genera-
ciones se reunían juntas permanentemente. No como en otros ambientes o épocas, en que pocas
veces se toma algo con gente mucho mayor o menor. «Las edades no eran óbice», recuerda Ubaldo
Martínez. La Comunidad del Sur es, sin duda, un cuadro ejemplificador de esto. En ella, si bien cier-
tas responsabilidades y hábitos se dividían por edades, de lo que se trataba justamente era que en lo
cotidiano no existiera esa brusca separación por edad que hay en la sociedad global. En Occidente,
sobre todo, es costumbre desplazar a los ancianos de las tareas y decisiones. Al no ser tan rentables
para los capitalistas se les presenta como improductivos; se les encierra en residencias y echándose
a perder de ese modo, gran parte de su experiencia y sabiduría. En esa comuna había un anciano de
ochenta años, que tenía su función y nunca dejó de hacer algo por lo común. Era el que se levantaba
más pronto, el que acostumbraba a pelar patatas, calentar agua; en fin, a mezclarse con los demás
miembros del grupo. Como explica Andrés: «La vejez no se entendía como una edad de
acorralamiento social, todo lo contrario, era un participante como otro cualquiera, con su capacidad
física».
Ubaldo Martínez, al igual que Marenales era uno de los «viejos»; tenía cuarenta años. Cuando le
pregunté acerca de la relación entre los militantes de mayor edad con los más jóvenes contestó:
«Cambian las coordenadas, dejan de respetarse las canas. El hecho de ser viejo no quiere
decir que seas lúcido. Un chico de veinte años puede tener una capacidad mayor de sín-
tesis. Eso no es patrimonio de la edad. Quizá sí lo sea, en ciertos aspectos, un juicio más
asentado. Había gente responsable que [por la edad] podían ser hijos nuestros. Lo que im-
portaba era la claridad a la hora de emitir un juicio, el rigor a la hora de hacer un análisis y,
fundamentalmente, la honestidad en el planteamiento [...]. Había mucho más joven que
gente ya madura. Bueno en todas las organizaciones estaban los cráneos, que era como
los llamábamos, algunos propulsores, después aparecen los renovadores [...]. Había una
cierta compenetración.»
Los luchadores sociales 429
Si se compara a la gente que en esos años comenzó a militar324 con aquella que lo dejó de hacer,
la balanza es enormemente favorable a los primeros.325 De todas maneras hubo casos de abandono
de la lucha política o de paso a un grado de compromiso menor que el de antes. Mujica desvela los
motivos y el modo en que algunos militantes se fueron del MLN.
«Hubo algunos que llegado el momento defeccionaron y lo hicieron porque no aguantaron
las tensiones, pidieron irse y fueron sacados del país [...]. “La mano viene muy dura, yo no
la aguanto”, aflojaron porque no se la pudieron bancar. Y esta sinceridad fue formidable.
Esta gente tuvo una honradez intelectual brutal [...]. En general, la cosa se iniciaba como
un proceso de discrepancias; no se estaba de acuerdo con esto y tampoco con aquello,
una cosa estaba mal hecha y la otra también [...]. Construir un mundo que lo ayudara a
justificar lo que estaba necesitando [...]. Siempre había, por supuesto, actos que estaban
mal, cosas con las cuales se podía discrepar, esto era incuestionable.» 326
Las principales causas del abandono o el descenso del accionar militante fueron el fracaso, el
miedo y sobre todo el implicar a más gente, lo que demuestra la gran preocupación por el otro en
todo momento.
Implicar a un ser querido podía hacerse, por ejemplo, porque alguien era considerado sedicioso y
dormía una noche en una casa, le dejaban un coche, o, simplemente, por ser un joven familiar
cercano del sospechoso.
Es necesario volver a insistir en la efervescencia social y el optimismo reinante con respecto a la
posibilidad de cambio de estructuras. Sólo así se entiende que algunas personas no renunciaran a la
militancia por temor a ser mal considerados e incluso hubo gente que, como veía la revolución tan
inminente, pensó que sería mal vista en la nueva sociedad y por eso no claudicó.
Sobre cómo se abandonaba el MLN, Pedro Montero contesta:
«Se hacía seriamente. Se planteaba en el grupo de trabajo o el comando correspondiente,
se charlaba con el compañero o la compañera y se estudiaban los elementos de decisión.
Dependía de las responsabilidades que tenía. Había que conversarlo, porque escrito no
había nunca nada. Cuando una persona hacía tiempo que estaba mal, estaba funcio-
nando mal y había antecedentes previos, ahí sí le pedíamos que se fuera. Era diferente
que de la noche a la mañana te plantearan que dejaban de militar. Había que ser cons-
ciente de que entraste en una organización revolucionaria que nadie te mandó llamar, que
entraste en medio de una guerra revolucionaria, que sabías que ibas a tener que partir tu
vida en tres o en cuatro. Pero no había ninguna cosa especial de decir “te vamos a bole-
tear”, como se dice de la ETA.
–¿O de que te mandaban a otro país? –se le preguntó, en referencia al anterior párrafo
de Mujica.
324. Hay que tener en cuenta que además de la necesidad imperiosa que sentían muchos jóvenes por cambiar la sociedad,
también se dio un factor muy importante, que suele condicionar a la juventud: la moda. Estaba de moda ser militante,
incluso del MLN. Garín recuerda lo que significaba para muchos pertenecer a esa organización en su primera época: «Y
como las acciones eran tan espectaculares, efectivas y limpias, ser tupamaro daba pestigio personal, te daba también
una seguridad personal. Los tupamaros eran casi intocables. Esto hasta 1970-1971, luego se transformó en otra cosa:
tortura, exilio, etcétera».
325. «No recuerdo ningún caso de que alguien dijera: “No me interesa más la política” –afirma Fernando Castillo–. Sí, casos
de cambio de grupo, pero no abandonos.»
326. Miguel Ángel Campodónico, 123.
Los luchadores sociales 431
«Una de las noches en las que ocupábamos la Universidad, Maximiliano Pereira dijo: “yo
quiero hablar con la policía”. A pesar del comentario de otros ocupantes “¿estás loco?, si
no tomaste nada”, Maximiliano convence a otros para dialogar con la policía abrien la
puerta y les dicen: “Compañeros, nosotros también hablamos con ustedes”. Pero recibió
una bala de perdigonazo y cayó. No murió, quedó vegetal; murió hace poco. Muchos
compañeros no quisieron ir a verlo. Yo fui pero él no me reconoció. Algunos amigos no lo
superaron, por ejemplo El Conejo dejó de ser anarquista; se fue del colegio. A mí me daba
como para seguir para adelante. Un compañero muere levantando el puño y hablando con
los milicos. [Además] el disparo de los milicos mostraba que ellos también tenían miedo.»
Irene, explica otra de las posibilidades del fin de la militancia, la expulsión del grupo. En la OPR
33, «si alguien abandonaba no te dabas mucha cuenta. Lo bajaban. Sí, un ejemplo que ha pasado:
en una acción, un compañero esperaba con el auto fuera y cuando salimos no estaba. O sea que te
había abandonado. A ese compañero se le hablaba, si se había cagado demasiado, le decían: bueno
así no podés seguir». Y añade otro caso: cuando uno mismo claudicaba, «había gente joven que en-
traba un poco y después se iban».
Está claro que la derrota fue general, de todo un movimiento, de toda una clase, que fue violenta-
mente reprimida y disgregada. Los abandonos individuales no mermaron los efectivos de la resis-
tencia. A pesar de los palos recibidos, el presidio y la desorientación que hubo en varios momentos,
se siguió luchando. En un acto público de la ROE, León Duarte gritó desde el estrado.
V.3.3. Introspección
Por supuesto no todas las características de los militantes eran «políticamente correctas o posi-
tivas», o no todo su accionar era lo que muchos entienden, en la actualidad, por buenas. Ni mucho
menos, los luchadores sociales, durante todos los días de aquellos años, pudieron mantener una
coherencia entre su pensamiento y su rutina diaria: padres golpeados por los milicos que llegaron a
golpear a sus hijos; militantes que denunciaban las corrupciones de los gobernantes, incapaces de
enfrentarse y destapar las inmoralidades que ocurrían en sus familias; luchadores por la igualdad y
la justicia social que discriminaban a las mujeres; jóvenes que se rebelaban contra el presidente
que no podían rebelarse al autoritarismo paterno, etcétera.
En este sentido Mujica, tras comentar el caso de una cubana que iba a ser condecorada en Cuba
por su conducta ejemplar, antes de que se la descubriera robando algo, que aparentemente era de
todos, se pregunta:
327. JCJ de las FFAA, 367.
432 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«¿Cómo es posible que se mezclen de semejante forma la grandeza y la basura? Eso es el ser hu-
mano. Si uno hace memoria, se da cuenta que ha visto lo mismo por todos lados. Yo lo vi hasta en el
seno de mis propios compañeros. Y eso lo complica todo. Lo hace mucho más difícil.»328
Una de las actitudes y características más autocriticadas por los luchadores sociales es la inge-
nuidad, que manifestaban tener algunos de ellos.
«Y éramos todos muchachos
rabiosamente uruguayos
perdidamente inocentes
por no decir medio nabos.»329
Varias veces se les llamó ingenuos por pensar que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
En este trabajo –y en otros muchos estudios–, gracias a la contextualización realizada, se explica la
razón por la cual aquella generación veía el cambio social como algo inminente. En 1968, un estu-
diante, criticando los programas de enseñanza, declaraba.
«En mi clase se planteó una gran discusión sobre la orientación de la enseñanza secun-
daria. Consideramos que nos proporcionan conocimientos básicos para manejarnos, en el
“futuro”, en un régimen capitalista y que tal orientación es absolutamente equivocada.
Hoy resulta evidente que el mundo y, en consecuencia, América Latina y nuestro Uruguay,
evoluciona hacia el socialismo. Nosotros los jóvenes, tenemos derecho a cuestionar una
formación liceal que no nos sirve, que corresponde al siglo pasado.»330
Según Ricardo: «Se llamaba reformista al que veía que para la revolución aún quedaban cinco
años. La discusiones entre nosotros eran sobre si quedaban meses, o uno o dos años. La verdad es
que sí había otros militantes y no eran pocos, que veían que la revolución era un proyecto a largo
plazo». Irene era una de ellas: «Siempre dije: “hago las cosas pero no creo que las vaya a ver. La
lucha es muy larga. Algún día será”. Siempre supimos que iba a ser muy difícil. Igual pensábamos
que los resultados iban a ser buenos porque si sos derrotista de antemano te quedás haciendo cro-
chet».
«Ser como el Che, qué giles» es el título del artículo del siguiente fragmento que trata con gran iro-
nía el tema de las contradicciones internas y la ingenuidad.
«Íbamos a ser hombres nuevos a la uruguaya [...]. Añorábamos los Levis mientras nos en-
fundábamos en los Far West; suspirábamos por los Benson y los Chesterfield 101 pitando
unos La Paz suave; cambiábamos las Lacoste y las Fred Perry por las camisas de Alpar-
gatas en verano, mientras que en invierno nos uniformábamos con las botas de Vilarrubi y
el infaltable Montgomery.
Enemigos acérrimos de la religión, nos convertimos en una especie de mormones
donde ser “pequebú” era el peor de los pecados. Y manejamos la crítica y la autocrítica
como el mejor de los métodos pedagógicos. Recuerdo todavía el casi juicio sumario reali-
zado a uno que faltó a una reunión por ir a un clásico en el Estadio331 [...]. Poseedores de
la verdad revelada condenábamos, a diestra y siniestra, a los veteranos por conservadores
o simplemente por no entender nada; a nuestros iguales por individualistas o inmadurez.
328. Miguel Ángel Campodónico, 42
329. Versos de un tango de Manuel Picón.
330. Bañales y Jara, 56.
331. Con respecto a la afluencia de jóvenes a los estadios de fútbol, anotar el descenso que hubo en este combativo período.
Un estudio de la época concluía de la siguiente manera: «el cliente tipo: un oficinista de treinta y cinco a cuarenta años
que comenzó a concurrir hace un par de décadas y hoy no puede vencer la costumbre, a pesar del rezongo de la mujer y
la indiferencia del hijo». Bañales y Jara, 59.
Los luchadores sociales 433
Crecimos de apuro, viejos antes de cumplir los veinte, nos hicimos duros porque no había
tiempo ni lugar para los blandos. Ateos hasta la médula hicimos culto del sacrificio y de la
entrega. Fieles discípulos de la mala conciencia benedictiana cargamos la culpa y la ver-
güenza de sentir placer, por mínimo que fuera, “cuando tu comandante está cayendo”
[...]. Vivíamos al mango, porque la revolución estaba a la vuelta de la esquina y lo indivi-
dual no tenía espacio en nuestras colectivizadas cabezas. La Universidad era nuestra
Sierra Maestra, y decenas de veces atacamos el Moncada rompiendo las vidrieras de
Canal 4 o de la Pan American [...]. Dos décadas pasaron, mucha vida, para darme cuenta
lo boludos que fuimos y el enfrentarme ante aquella pared montevideana, que el ingenio
juvenil con un graffiti estampó y es causa de esta nota: “volveré y no seré póster, Che”.»332
En el fragmento anterior, que aunque caricaturalmente define bastante bien a un sector juvenil de
los luchadores sociales, se habla de la vergüenza en el placer. En las páginas precedentes también
se puede leer la marginalización de las actividades meramente lúdicas o hedonistas, pero es nece-
sario aclarar que cuando se trataba del placer sexual la cosa, casi siempre, cambiaba. La sexualidad
se consideraba un acto natural, en cambio a otros placeres se los catalogaba de convencionales,
productos de la cultura burguesa. Quizás el testimonio de un luchador de Argentina, citado a continua-
ción, sea exagerado cuando se refiere a la importancia que tuvo el hedonismo, pero es importante
porque habla de placer en general y contradice a lo anterior de «vergüenza de sentir placer».
«En general, circulaba mucha ideología del placer por esos barrios. Todo parecía conducir
a ese punto. La cama, pero también la mullida alfombra, la bañera, el mármol de la co-
cina, los mariscos que se iban salteando en la sartén, un disco de Viglietti desalambrando
[...]. Y después Nicolás, insomne como su abuelo, se fumaba el último cigarrillo en el
balcón mirando el río de noche.» 333
Al leer este párrafo se consultó a Cota para ver si el recuerdo de este luchador social argentino se
podía dar en Uruguay.
«Nada de alfombras, nada de bañeras, nada de mariscos... mucha reunión plomazo para
discutir un artículo del diario, mucha asamblea, grupo de clase, reuniones en casa, mate
mediante, pero lujos, jamás. Aunque libertad sexual, toda. A pesar de que si a nosotros
nos pedían el apartamento para esos menesteres, no cedíamos. Para reuniones, sí, pero
para jodiendas, nada... ¡qué egoístas! ¿no?» 334
Como colofón a este apartado autocrítico con aquel modo de ser y dentro de las características de
los luchadores sociales, Horacio Tejera destaca:
332. Mario García [seudónimo de un periodista], «Ser como el Che, qué giles». VVAA, De los 60 a los 90 De Generaciones...
333. Anguita y Caparrós, 597.
334. Al leer este punto y releer la respuesta de Cota surgieron varias dudas que inmediatamente le fueron comunicadas: «¿A
qué te referís con “libertad sexual, toda” ¿Cuando hablas de menesteres, te referís a sexo en grupo o a que una amiga te
pedía para estar con un compañero?, ¿el de siempre o con alguien ocasional?» Esta fue su respuesta: «¡No, lo del sexo
en grupo era de tu época, no de la mía! (bueno, eso creo yo, a lo mejor me lo perdí por boba). Pero a lo que me refiero
cuando digo libertad es que uno tiene derecho a tener relaciones con quien quiera y sin casarse (¡horror! diría la gente
“bienpensante” de nuestra época). Pero a la libertad se unía también el libertinaje de ciertos personajes importantes,
que se creían con derecho a tener dos o tres relaciones paralelas. Cuando se supo eso de un dirigente del MIR, los com-
pañeros le querían dar una biaba, pero la damnificada, su ex novia, lo impidió. Si nos pedían el apartamento para un
ligue casual, decíamos que no. Pero si era para hacer alguna reunión subversiva, a la que no podíamos acudir, porque
era de dirigentes, lo cedíamos encantados. Ahora pienso si no nos tomaban el pelo, y usaban nuestro piso de bulín...
Je». René Pena, libertaria y estudiante de Bellas Artes, aporta una curiosa diferenciación: «La sexualidad es bien dife-
rente entre un anarco y un marxista. Generalmente los marxistas provienen de familias convencionales». Y explica cómo
los marxistas los veían a ellos, los anarquistas, muy promiscuos y «que dormíamos en camas redondas. Bueno quizá sí;
yo no lo viví».
434 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«La falta de contacto con la realidad. Cuando la sociedad funciona de determinada manera hay
razones que no son caprichos de nadie y que para provocar determinados cambios en esa sociedad
hay que ver cuáles son posibles para esa sociedad. –Y añade–: Mucha entrega, con mucha fe de tipo
religioso, con mucho fanatismo335 y por lo tanto con mucha ceguera. No ceguera, sino tener los ojos
muy abiertos, pero con una luz delante, que hace que en definitiva la pupila se te cierre, y sólo veas
la luz.»
«El fraccionamiento en tendencias, de los grupos, visto desde hoy, fue una cosa enfer-
miza. Gente que se separaba de un grupo madre en otros grupos. A veces, por una inter-
pretación de una línea de un escrito de Mao Tse Tung, años atrás, en China. Había divi-
siones que sí eran razonables. Por ejemplo, la que había entre el PC y el MLN [...]. O la que
hubo entre el MLN y lo que quedaba de los anarcos y los trosquistas, que nunca fueron im-
portantes. Las divisiones y subdivisiones de esto ya no eran razonables.»
Cota, aunque se considere una militante independiente, como toda luchadora sin partido estaba
más ligada a unas agrupaciones que a otras. A continuación nos cuenta qué factores determinaban
que eligiera una organización u otra para echar una mano y, de algún modo, sentirse políticamente
representada.
«Lo del MRO, fue por simpatía hacia Collazo y por lo ligado que estaba el MRO a Cuba.
Cuando alguien viajaba, a la vuelta era una fiesta. Lo del 26 de Marzo, eso fue por contra
con el PC y por simpatía a los tupas. Y lo de las Agrupaciones Rojas, porque era un grupo
con bastante gente en el instituto, con quien simpatizamos enseguida, y además Santiago
y su compañera, la Negrita, eran muy amigos nuestros, y vecinos, y eran del MIR, así que
335. Roberto cuando se le preguntó sobre el mentado fanatismo de los luchadores respondió: «No me acuerdo de hablar con
fanáticos, en todo caso apasionados por las posibilidades de la lucha directa y lo que pudiera dar de sí. Pero fanáticos,
aquella gente ciega, ni uno solo. No era una lucha religiosa, no había fanatismo religioso ni nacional». A pesar de este
interesante matiz conceptual, se puede afirmar que el grado de pasión con el que se vivía la militancia era enorme. En
cuanto al fanatismo, sería incorrecto asegurar que era mayor el de los luchadores sociales que el de sus enemigos. En
1972, la reaccionaria publicación Azul y Blanco se refería así al MLN y FA: «Alimañas que con afilados dientes cortaron
los pezones que los amamantaron. Tregua... para darle a degenerados, cobardes y asesinos la pátina de contrincantes
leales [...]. Se alimentan de carne humana a lo largo y ancho del mundo». Clara Aldrighi, 51.
Los luchadores sociales 435
ellos nos presentaron a la gente del instituto. Al principio éramos un poco reacios, pero
cuando los empezamos a conocer, nos gustaron.»
Las razones que provocaron que un luchador social eligiera un grupo en detrimento de otro varió
en cada caso, pero a grandes rasgos se pueden mencionar: la mayor influencia de una organización,
con respecto a otras, en el lugar de trabajo o estudio; el tener a su pareja o un buen amigo en deter-
minado grupo; la aproximación de una agrupación al pensamiento político que tuviera una persona
por lecturas, charlas, acciones o reflexiones pasadas; y la posición que se tomaba cuando se
producían contradicciones y fraccionamientos en un lugar de lucha.
Roberto en 1966 militaba en la FEUU, allí, cómo él explica, Lev daba la línea del PC, Wasen la del
MLN. Al sentir la necesidad de militar en una organización política más específica que la federación
estudiantil se preguntó dónde integrarse.
«En el PC no, porque ya tenía claro que aunque nos atraía mucho su estructura, su infraes-
tructura, su peso específico, su metodología de propaganda insurreccional, ya veía su fun-
cionamiento burocrático y que estaba administrando la política de la Unión Soviética en
América Latina, la guerra fría. Eso no me interesaba. ¿Qué quedaba?, el MLN, por ejemplo.
No hablo de los mil grupos de la resistencia. Pero veía que allí no había toma de posiciones
ni trasfondo ideológico. Había acción, pero no estaba de acuerdo en la acción por la acción
ni con su estrategia cortoplacista. Por eso en 1967 entro en el PS. ¿Qué nos daba el PS? Un
encuadre, marxista-leninista; una concepción capaz de ver la necesidad de la explosión re-
volucionaria y un método de análisis de la realidad. Era una organización que no era pro so-
viética, que intentaba combinar en sus tesis la necesidad de la revolución nacional con la
necesidad de la revolución social, que estaba muy vinculada a la revolución cubana, a las
tesis del Che Guevara y que fue capaz de promover un cambio en su seno. Conocedores
de las múltiples contradicciones, entramos también a intentar cambiarlo por dentro.»
El apartado sobre la vida cotidiana debe abordar las características específicas que tiene el en-
frentamiento entre dos fuerzas, de proyectos sociales antagónicos, en un mismo país y, sobre
todo, en una ciudad.337 Más aún, cuando se trata de un país como Uruguay o una urbe, como
Montevideo, en la que se dice que todo el mundo se conoce, en la que confluyeron enemigos acé-
rrimos y en la que gran parte de «los neutrales» tuvieron que dejar de serlo, para ayudar o delatar
guerrilleros.
336. Continuación de la respuesta de Irene ante la pregunta: ¿A tus padres no les contabas nada? «No, a nadie. Ellos se
daban cuenta, me preguntaban».
337. Hubo numerosas anécdotas relacionadas con las coincidencias de enemigos en un mismo espacio. Una de las que más
llama la atención es la narrada por Blixen, en la página 266 de Sendic. El tupamaro más buscado de Uruguay, la obse-
sión y pesadilla de los mandatarios, en las semanas de mayor represión al MLN y en el momento de mayor desestructura-
ción de la organización se paseaba por: «“la plaza Independencia, sentado, con su gabardina clara y su boina, parecía
un jubilado”. Uno puede imaginarse a Sendic sentado en un banco de la plaza, dejando que el sol pálido lo acaricie,
flanqueado por la estatua de Artigas, rodeado de palomas, y también imaginar, a unos treinta metros, al presidente Bor-
daberry, asomándose a una de las ventanas del primer piso del Palacio Estévez y posando distraídamente la vista sobre
ese anciano. No era temeridad, era astucia intuitiva. “Aquí nadie me conoce”, le explicó a Ramada».
436 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
La guerra de información fue una constante en esos años, la policía le pedía a aquel joven fami-
liar, estudiante y reaccionario, que le contara si sabía de algún preparativo sedicioso en la universi-
dad, los militantes les pasaban información a la organización en la que militaban, lo que podía supo-
ner, por ejemplo, el éxito de un robo a un banco.
Una anécdota al respecto sucedió en Montevideo cuando el embajador de Uruguay en EEUU, vi-
sitó la casa de su íntimo amigo, vinculado a la política nacional. En un momento aparece el hijo del
propietario de la casa, quien había pasado una temporada en presidio acusado de sedición, y para
darle charla al invitado le preguntó:
–¿Y..., se queda muchos días en Uruguay?
–¡A ti te lo voy a decir, para que planeen mi secuestro! –le contesta el embajador medio en broma,
medio en serio.
Si bien en este caso la pregunta no tenía ninguna otra intención que charlar de forma amena,
otras veces, en circunstancias similares, las preguntas, las visitas o cualquier otra excusa eran una
fuente de información crucial para la batalla. Muchas veces hubo contradicciones e incluso rupturas
338. Apenas hubo casos en los que se atacó a los vecinos chivatos. Por lo tanto más que por temor sería por no meterse en
líos, pues de hecho se trataba de gente que había decidido no participar en ninguno de los dos movimientos en conflicto
y por lo tanto huía de cualquier implicación social.
339. «Vescovi había dejado de ser ministro de Trabajo y al año, Ricardo fue preso –apunta Fernando Castillo–. El padre de Za-
balza era senador y el de Yessie Macchi, coronel». Muchos tupamaros tenían padres conocidos por toda la población.
Un ejemplo fue Carlos Solé, hijo del locutor más famoso del país que trabajaba en radio Sarandí, la emisora copada du-
rante un partido de fútbol que justamente retransmitía Solé padre. Los testimonios de aquella cuentan que, al menos en
una ocasión, Solé mientras locutía dijo: «La lleva Rocha, se la pasa a…», interrumpió el relato y aconsejó a su hijo:
«¡Carlitos entregate!».
Los luchadores sociales 437
familiares por temas políticos.340 Más de una comida se acabó a gritos y, aunque de forma minori-
taria, algunos núcleos familiares dejaron de hablarse.
Cabe recordar el caso de una muchacha anarquista, que no se hablaba con su padre en la época
de Pacheco, en la que éste era militar y salía a dar palos. Más tarde, cuando el padre dejó de ser mili-
tar y se pasó a filas frenteamplistas, finalizó el conflicto familiar.
Es ilustrativo del ambiente que se vivía, por ejemplo en el período electoral del año 1971. Lo ocu-
rrido cuando una mañana un simpatizante del Partido Colorado se acercó a la habitación donde dor-
mía su hijo y su nuera y les dijo: «¡Felicidades!». La nuera al pensar que se mofaba, porque la noche
anterior el Frente Amplio había perdido las elecciones y el Partido Colorado las había ganado le con-
testó: «¡Váyase a la mierda!». Lejos de su pensamiento quedaba el verdadero motivo de la
felicitación del señor: el segundo aniversario de boda de los jóvenes.
Existe otra anécdota, ocurrida en período electoral, que muestra el momento de crispación que se
vivió, el grado de implicación que significaba ser simpatizante de un partido y los líos y entresijos fa-
miliares. Sucedió con la madre de unos simpatizantes del Frente Amplio que era pachequista y,
como se estilaba en aquella época, arrancaba los carteles de los partidos de la oposición. Unos mili-
tantes del Frente Amplio le dijeron: «vieja de mierda te vamos a matar», lo que hizo que la señora,
temerosa, no arrancara más carteles. Pero provocó también que sus progenitores acabaran por no
votar a la coalición de izquierda.
Aunque se supone que existió algún caso contrario, la mayoría de las veces que hubo contradic-
ciones entre padres e hijos se dieron porque los primeros eran conservadores y los segundos lu-
chaban por transformar la realidad. Con respecto a esto Garín cuenta que cuando su padre, fun-
dador del sindicato de los textiles de Juan Lacaze, se enteró de que se había metido en la marina
gritó: «¡Prefiero un hijo puto341 que milico!», y se pelearon. Como es sabido Garín se incorporó a las
FFAA siendo tupamaro y para llevar acciones de espionaje. A pesar de que su padre era un luchador
social prefirió no contarle el verdadero motivo del alistamiento pues no estaba de acuerdo con la
lucha armada. Garín confirma que su padre, poco antes de morir, supo la verdad.
Otro dato que aporta Garín es que si bien hubo familias divididas porque unos apoyaban la reac-
ción y otros a la revolución, en la suya hubo bastante unidad: «En un momento, de cuarenta y dos
primos que éramos estaban todos presos, por tupas, menos yo».
En la mayoría de los casos no hubo ruptura total entre los luchadores sociales y sus «viejos»,
como denominaban cariñosamente a sus progenitores. Hubo broncas, discusiones y en cierta me-
dida incomprensión. Pero sobre todo hubo confianza, apoyo y la aceptación de que los padres tenían
una ideología conservadora, producto de la imbuida por la clase dominante, y de que los hijos no era
340. Con respecto al tema del traspaso de información y a la relación entre padres e hijos, el testimonio de Nora y Roberto re-
sulta revelador. Nora explica que a pesar de que sus padres, al ser de izquierdas, aceptaran cierta militancia, cuando
acudían a las ollas populares mentían diciendo que iban a comer a casa de alguna amiga. «No llevábamos nada de co-
mida, nos teníamos que comer los caldos aquellos. Entre nosotros había hijos de grandes empresarios. Recuerdo una
compañera que le habían abierto la cabeza en el conflicto de TEM y esa noche en su casa cenaban los dueños de TEM con
sus padres –explica Nora, quien además pone un ejemplo de cómo circulaban algunas noticias–. Uno decía: “sé, por mi
abuelo, que en chocolates Águila va a estallar un conflicto”». Roberto, por su parte, se refiere a las contradicciones entre
padres e hijos como una ruptura generacional. «Mi padre rompió con el catolicismo de mi abuelo, yo rompí con el pro-
gresismo batllista de mi padre, aunque era del PS de Frugoni. En 1962 renuncia del PS y cuatro años más tarde ya es-
taba afiliado al Partido Colorado, fue entonces cuando yo estaba leyendo Imperialismo y geopolítica de Vivían Trias, me
pescó el libro y me lo rompió».
341. En Uruguay, una de las denominaciones que reciben los gays y ayuda a su marginación es «putos». En la exclamación
de su padre se observa, además, el enorme prejuicio que había con la homosexualidad, tema que ya se ha mencionado
y se trata más adelante.
438 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
bichos raros, sino jóvenes activos en un país que se resquebrajaba. Por esa razón, la voluntad del ré-
gimen de que los padres denunciaran a sus hijos se vio truncada en todas las ocasiones.342 El ré-
gimen exigía a los padres o tutores que denunciaran «cualquier tipo de comportamiento conside-
rado ilícito». El apoyo o la vista gorda de los padres sobre los luchadores sociales más jóvenes que
estudiaban aún secundaria y preparatorio, puso muy nervioso a los encargados del orden, quienes
establecieron una ley (CONAE) con la que se podía sacar la patria potestad en caso de que los padres
no lo impidieran.
Fernando Castillo al hablar de las contradicciones vividas entre padres e hijos declara:
«Había distintos grados; casos en que se llevaban muy bien pese a todo y otros en que no
se hablaban. Normalmente se mantenía la cosa bastante bien. Hubo muchas familias en
que los hijos influenciaron a los padres, y éstos pasaron de posturas de derecha a posturas
de izquierda. Existió también el caso de la abuela de René [una joven que curiosamente
poco antes de hacerse tupamara había quedado segunda en el concurso Miss Punta del
Este]. Era la hija de Gabriel Terra, el dictador, de la alta burguesía y además, reaccionaria a
matar. Pero como René era la nieta preferida, cuando va presa, su abuela se movió para
que la sacaran. Luego René sale, tuvo que huir a Argentina.. Casi la matan... La abuela
cambió, pasó de ser de derechas a ser una señora de otra mentalidad, le cambió el coco
mentalmente. Se dieron muchos casos como éste.»
Un caso más es, por ejemplo, lo ocurrido con Irene que recibe el apoyo total de su familia:
«Estaba en la casa de una mujer. Mamá y papá estaban mirando el boletín de las ocho,
junto a mi hermana, que al saber cómo venía la mano, apagó la luz. Pero una vecina fue a
avisarles de que había salido mi foto en la televisión. Entonces mi hermana llamó a la
mujer y le dijo nuestro código “decile a aquella que se enfermó”. [Y entonces paso a la
clandestinidad] me quedo en casa de una gente que no tiene nada que ver, pero les
planteo. Me pongo peluca, me visto [...]. Cuando me fui y dejé a mi hijo, llamé a mi her-
mana al liceo y le dije “Mirá gorda te tengo que dejar al hijo” “Ya salgo para ahí” me con-
testó. Dejó la clase del liceo, se lo entregué en [la avenida] 18 y Paraguay. Fue jodido, pero
tenemos el privilegio de contarlo. Poco después mi viejo me mandó a decir [a Argentina]
que si yo quería me pasaba clandestina a Uruguay porque tenía unos contactos [...]. Mi
familia fue muy solidaria.»
Sobre la imagen que tenían los padres de sus hijos, combatientes por la justicia social, muchas
madres, en concreto, decían que sus hijos eran demasiado idealistas. No entendían como preten-
dían construir una sociedad armoniosa y justa si el hombre era malo de por sí. Otros entrevistados
manifestaron que las frases de sus padres eran «no te metas en líos, no vale la pena», «mira que te van a
hacer no se qué», «no van a ganar nada». Los que eran reaccionarios de verdad les decían, en referencia
a sus compañeros, «lo que pasa es que no quieren laburar. ¡Que laburen!».
Graciela Jorge, en su libro Historia de 13 palomas..., recoge varios testimonios de presas que
destacan el enorme apoyo recibido por sus madres.
«“Para los horizontes de nuestros viejos se descorrían velos, uno a uno y la imprudencia
de los jóvenes se transformaba en valentía” […].
342. Por supuesto que entre vecinos sí que existieron denuncias. Unas señoras de la calle Massini, por ejemplo, llamaron a la
policía en más de una ocasión. Sería por eso que todos los niños de aquella calle, aún desconociendo tales episodios (al
menos de forma consciente), les llamaban «las brujas» y varios de ellos les tenían miedo.
Fernando Castillo explica la razón por la que cree que su vecino no avisó a la policía de la cantidad de reuniones y gente
que se movía por su casa: «Era un facha [fascista] que no nos denunció porque nos veían unos niños de dieciocho y die-
cinueve años. Lo único que nos decía era: “Díganle a sus amigos que no me pinten la fachada”».
Los luchadores sociales 439
V.3.6. Reuniones
Una de las características de los luchadores sociales era algo que se podría catalogar como “reu-
nionitis”, es decir, realizar reuniones para todo. Del grupo político, el sindicato, el liceo, el comité
de barrio, Y cuando uno estaba con los compañeros de estudio en un bar, en una comida familiar o
tomando mate en la Rambla, por ejemplo, con la compañera y otra pareja amiga, tampoco se es-
taba excepto de que tal situación acabara en una reunión política. En definitiva –si se tiene en
cuenta que de por sí los rioplatenses son de ese tipo de personas a las que les gusta charlar y reu-
nirse con gente y que vivieron un momento en que las necesidades (y su voluntad) les hicieron ha-
cerse aún más gregarios, compartir aún más las cosas y decidir colectivamente casi todo– el índice
de reuniones era altísimo. Sobre todo comparado con épocas como la actual, en que el individua-
lismo prima sobre otros aspectos y en que es difícil reunirse y organizar cosas con otras personas,
aunque sólo sea para crear un grupo musical, un cuadro de fútbol o para programar una cena.
Las reuniones no sólo se daban con previa cita, en una casa y con la obligación de hacer un acta
para la organización. Muchas veces se armaban discusiones de forma espontánea. Claro que había
espacios más propicios para que esto ocurriera.
«El Sportman, entre cortados y especiales, cobijó horas de discusión de ideas y de estrate-
gias. La mesa del Sportman era una escuela de socialismo. Allí pudimos descubrir las di-
343. Graciela Jorge, 103.
344. Nelson Bardesio, funcionario del Ministerio del Interior, declaró ante «el Tribunal del Pueblo» que participó en el crimen
de Héctor en 1971 [interrogado y torturado y luego eliminado arrojándolo al río].
345. Mate Amargo, 20 de julio de 1995, 4.
440 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ferencias en el uso de la palabra: todos hablábamos de lo mismo y con las mismas herra-
mientas conceptuales; pero el acceso a los recursos era tan desigual como en la sociedad
que criticábamos: todos teníamos los mismos deseos, pero a la hora de “pedir” unos te-
nían y otros no. “Y eso no era casualidad”. Las clases sociales estaban igualmente pre-
sentes determinando una falta de equidad y de solidaridad.» 346
Las discusiones densas con temas de fondo, eran el placer y la necesidad de algunos militantes, a
otros en cambio una reunión muy larga se les podía hacer insoportable. Ubaldo Martínez, de forma
sincera, manifiesta: «A mí, por ejemplo, las discusiones, llegaban un momento que me superaban.
Ya no había capacidad de análisis». Lo mismo le ocurría al entrañable anciano de la Comunidad del
Sur, cuando las reuniones se alargaban hasta altas horas de la madrugada.
Nora cuenta que además de las reuniones de uno o dos niveles con la organización a la que uno
pudiera pertenecer, estaban las del lugar de estudio y las del comité de barrio.
«Todo era interminable, además lo social estaba teñido. Si era el cumpleaños de alguien
acababa, o mejor dicho desde el principio ya se polarizaba porque uno se había quedado
con algo y a la mínima. lo sacaba. Sabiendo que no ibas a convencer a nadie, porque eso
era lo mas dramático. Estábamos politizados y enclaustrados dentro de nuestra propia or-
ganización, nos moríamos por dar la lucha ideologica.»
Cota no tiene, precisamente, muy buen recuerdo de las reuniones: «Eran interminables y soporí-
feras. A pesar de que había alguna que otra intervención brillante que te despertaba, creo que esta-
ba ahí por pura y puta obligación moral y no porque creyera que de esa discusión se fuera a sacar
algo en limpio».
Para averiguar los temas de debate, se preguntó a Irene si hacían análisis de luchas pasadas del
proletariado: «No discutíamos sobre la guerra civil española, discutíamos sobre los problemas de
Uruguay. Podían ser charlas de boliche. Siempre nos tildaron de poco teóricos y muy practicistas,
pero tampoco era así». Rodrigo Arocena, por su parte respondió: «No fue una izquierda que discu-
tiera mucho de historia, etcétera. Era muy de minoría esas discusiones. Era una izquierda que dis-
cutía cosas más actuales, por ejemplo, todo lo vinculado a la revolución cubana, la carta de despedi-
da del Che, 1965, nos la sabíamos de memoria».
Nora cuenta que cuando estaba en el FER hacían reuniones en las que todos se habían leído, por
ejemplo, el primer capítulo de El Capital y uno lo exponía. «Lo leíamos y decíamos esto es lo que está
pasando aquí.
Era normal que en los debates políticos se citara a los teóricos para reafirmar las posiciones. Ro-
berto narra una anécdota al respecto que ocurrió en una asamblea en Humanidades, en la que un
militante de la tendencia combativa dijo: «No sé si el compañero habrá leído un librito de Marx titu-
lado El estado y la revolución», lo que provocó las carcajadas de los asistentes por ser una conocida
obra de Lenin.
El Artículo 5 e) del MLN proponía que cada militante pudiera tener derecho a decir sus opiniones y
criticar aquellas posiciones que no le parecieran correctas. Insistía en que esos acuerdos y desa-
cuerdos políticos no estuvieran influenciados por amiguismos o enemistades. «Los miembros del
MLN tienen derecho a: e) hacer uso de la crítica y la autocrítica para poner de manifiesto los errores y
aciertos en el trabajo y luchar por eliminar los primeros, dejando siempre de lado toda consideración
de amistad o fidelidad personal.»347
346. Del artículo de Rubén G. Prieto “Un eslabón que no se perdió”. VVAA, De Generaciones..., 29.
347. JCJ de las FFAA, 9.
Los luchadores sociales 441
«¡Qué suerte tenían! No había muchos grupos que aceptaran la autocrítica tan graciosa-
mente, no. Te podían caer encima por decir algo que no estaba consensuado. Por ejemplo,
un compañero que se quiso suicidar en la cárcel, con dieciséis años, para no delatar a los
compañeros, era un valiente. Y si te atrevías a opinar que el suicidio era una cobardía,
mucho ojo, que podías ser un peligro para la organización.»
Entre las gentes del siglo XX influyeron sobre manera los escritos, las películas y las canciones. La
aparición del cine, la radio y la televisión hizo que casi todos los habitantes de un país tuvieran ac-
ceso a un tipo de información que antes no les llegaba.
Entre los luchadores sociales de los años sesenta influenciaron tanto obras nacionales como in-
ternacionales. Aunque en «Conflicto social», a medida que se explican los principales aconteci-
mientos políticos y sociales, se mencionan algunas de las manifestaciones culturales, en este
apartado se da una lista mucho más completa.
De los libros que influyeron en los luchadores sociales de los sesenta, a nivel nacional, cabe des-
tacar la descripción de las zonas grises de Montevideo y la acentuación de las frustraciones en la
Suiza de América, que con sutileza realizaron los componentes de la generación del 45. Juan Carlos
Onetti; Eduardo Galeano que iniciaba su obra; Clara Silva, Carlos Martínez Moreno –mucho
menos–, entre otros, protagonizan la narrativa de esa corriente literaria. Sin olvidar a Benedetti que
con sus obras Gracias por el fuego y Montevideanos ahondó en la insatisfacción de la vida cotidiana
de gran parte de la población.349 En poesía influyeron sus obras Poemas de la oficina y Próximo pró-
jimo. También se leía a Megget, Sarandy Cabrera y los Poemas de Amor de Idea Vilariño, quien
además daba clases de literatura en el IAVA.
Empiezan a aparecer con fuerza las obras literarias de narradores latinoamericanos como Gabriel
García Márquez, Jorge Luis Borges, Vargas Llosa y Julio Cortázar.350
348. Peculiar modo de ver la aportación a la cultura popular de los artistas sensibles y comprometidos con la realidad social
(frase de las fuerzas conjuntas, poco antes que dieran el golpe militar, recogida en la cronología de Demasi y Rico). La
reacción siempre se sintió muy molesta con los artistas e intelectuales contrarios al régimen porque con sus obras de
teatro, sus poesías, sus novelas y sus canciones contribuyeron a dar una imagen pública positiva a la lucha revolucio-
naria.
349. En una entrevista inédita, del 3 de diciembre de 1987, por Milita Alfaro a López Mercado, éste decía: «Nosotros, en
nuestro énfasis en la cuestión de la justicia social, el énfasis que teníamos de ver en esa estructura carcomida de la insti-
tucionalidad burguesa, eso, una estrucutura carcomida, una farsa que se iba deteriorando. La sentíamos al descubrir
esas cosas [se refiere a las hipótesis del libro de Lenin El Estado y la revolución. Vos lo ves en la literatura en el Uruguay.
Lo ves en Benedetti, por ejemplo. En Gracias por el fuego, en La Tregua. Benedetti me hace acordar, cuando estuve
preso tuve tiempo de leer, a aquellos libritos de Chejov que aparentemente no dicen nada, que hablan de una vida ano-
dina, la clase media y los terratenientes en Rusia. Pero atrás de todo ese discurrir de todo lo anodino, lo cotidiano, ves la
sombra de una sociedad que se está resquebrajando. Incluso, estando en cana, leí un cuentito de Giselda Zani, Los altos
pinos. Me acuerdo, que me gustó mucho, porque marca en lo literario, digamos, el punto más antiguo que veo de rup-
tura en lo que leí con el liberalismo. Que paradójicamente es un libro de cuentos que se llama Por vínculos sutiles y que
está dedicado a Luis Batlle».
350. Algunas de las obras más leídas fue Rayuela de Julio Cortázar, Cien años de soledad de G.G. Marquez y La ciudad y los
perros de Vargas Llosa. También se tuvo muy en cuenta títulos, como La rebelión de los colgados de Bruno Traven, Pan
442 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En aquellos años se leía muchísimo más que ahora. A la que aparecía un libro interesante o apa-
sionante pasaba de mano en mano y se comentaba alrededor de unos cafés en cualquier boliche
montevideano. Uno de esos libros fue Para leer al Pato Donald, escrito por el chileno Ariel Dorfman
y el belga Armand Mattelart. Era un breve ensayo en el que se demuestra la intención de adoctrina-
miento capitalista y de negar la luchas de clases a través de un dibujo animado para niños.351 A raíz
de la aparición de esta obra, muchas historietas y películas de dibujos animados se miraban con ojo
crítico.
Los pensadores políticos nacionales que influyeron más a través de sus escritos fueron Rodney
Arismendi, Vivián Trias,352 Carlos Quijano y Héctor Rodríguez353 y la publicación periódica por exce-
lencia fue, como ya se ha mencionado, Marcha. Un semanario que trataba tanto temas políticos
como de cultura general. A las secciones de economía y política se las llamaban las páginas de ade-
lante y a la sección cultural las de atrás. Estas últimas eran una fuerza propia y contaban con el
aporte de, además de los ya nombrados, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Real de Azúa, Homero
Alsina Thevenet, Ángel Rama, Fernando García Esteban y tantos otros que se fueron sumando con el
correr de los años. Muchas veces se daba la polémica entre las páginas «de adelante» con las «de
atrás».354 Por ejemplo, Quijano le reprochaba a Emir Rodríguez Monegal poner mucho de Proust y
Borges y poco de literatura uruguaya.
de Knut Hamsum, Ziddharta de Hermann Hesse, Un mundo feliz de Aldous Huxley, Las uvas de la ira de John Stem-
beck, La madre de Gorki y otras obras literarias rusas. En aquel entonces los luchadores sociales leían obras de teatro
como La opera de dos centavos de Bertold Brecht, Esperando a Godot de Samuel Beckett y las antologías poéticas de
León Felipe, los poetas surrealistas franceses y títulos como Aullido de Allen Ginsberg.
351. «Dos ausencias caracterizan –según Dorfman y Mattelart– el universo Disney: “La producción en todas sus formas (in-
dustriales, sexuales, trabajo cotidiano, históricas) y el antagonismo a nivel social. En estas historietas no hay progeni-
tores –es un mundo asexuado de tíos, sobrinos y parientes indirectos–; las fuerzas que batallan, por otra parte, son
siempre competencia entre bien y mal, individualidades más o menos afortunadas, tontos e inteligentes”. Ese mani-
queísmo realiza fantasiosamente una utopía que el poder burgués alienta desde sus orígenes: al marginar hasta la invisi-
bilidad la imagen del productor –esto es, la clase trabajadora–, el mundo de Dysney se convierte en un mundo de puros
consumidores. Todo conflicto social queda así descartado y la historia persiste, sin modificaciones, igual a sí misma, fa-
talmente cíclica». Anguita y Caparrós, 1997, 555.
352. «El revisionismo histórico tuvo una figura en Uruguay, Vivián Trias, influye sobre todo en los tupamaros –cuenta Rodrigo
Arocena–. En este sentido eran claramente blancos. ¿Qué quiero decir con esto?, que valorizaron a Aparicio Saravia
frente a Batlle, la insurgencia, la plebe rural, montonera, el sindicato del gaucho –como decía Vivián Trias–. Evidente-
mente, es un enfrentamiento de élites y minorías. A un militante de base le importaba un carajo todo eso. La izquierda
tradicional era más batllista, la nueva izquierda insurgente de los sesenta fue saravista. Hay una clara contraposición.
La izquierda antigua había bebido de la historiografía liberal, aunque la cuestionaba y criticaba. La nueva bebió del revi-
sionismo histórico rioplatense, la nueva visión del federalismo de Artigas.
Marcha viene del Partido Nacional. A Batlle se le respetaba pero al mismo tiempo se le criticaba porque fue del mismo
partido que entonces gobernaba. Aparicio Saravia aparecía a caballo con su poncho blanco en el dorso de los comuni-
cados del MLN.»
353. En concreto su libro Nuestros sindicatos, Centro de Estudiantes de derecho, Montevideo, 1966.
354. Hugo Alfaro relata una anécdota que sirve para ver el tipo de contradicciones a las que se hace referencia. «Uno de los
primeros festivales de cine en Punta del Este. Alsina y yo, enviados a cubrir el festival, destacábamos en notas y entre-
vistas la trascendencia cultural del festival, en las páginas de atrás, por supuesto. Y en las de adelante Quijano y Mar-
tínez Moreno bombardeaban el festival sosteniendo que los promotores del mismo lo organizaban para promover la
venta de solares a millonarios argentinos y que pretendían y obtenían subsidios del estado para un festival que deberían
cubrir con sus medios dado el fin promocional de la venta de solares que perseguía. Era desconcertante. Sin embargo
creo que era saludable que el lector recibiera todo ese conjunto de discrepancias y matices porque era enriquecedor y
estimulaba el libre examen de los problemas y el pensamiento independiente, que requiere tener todos los elementos en
la mano para aquilatar la complejidad del problema y la diversidad de campanas o perspectivas posibles. Creo que el
tema que nos unía a todos en aquel momento fue el del antiimperialismo». Artículo escrito por el periodista Hugo Alfaro
y titulado «El tábano insidioso». VVAA, De los 60 a los 90..., 1995, 20-24.
Los luchadores sociales 443
En la bibliografía se ofrece el listado de publicaciones de los grupos políticos que por supuesto
eran muy leídas por la militancia y su entorno.355
Los libros que llegaron de otros países fueron muchísimos. La lista es larga. Joaquín Rodríguez
Nebot ofrece algunos nombres: «Para la militancia política de izquierda de aquella época los
grandes autores eran Marx, Engels, Lenin, a veces Trotski en algunos sectores, Mao Tse Tung en
otros Régis Debray, Lucaks, etcétera. Pero Freud no era libro de cabecera, lo leíamos a escon-
didas».356 Garín añade algunos libros aconsejados por la dirección tupamara. «Un día te decían que
tenías que leer La revolución de los colgados, y mañana La condición humana, La Revolución en la
revolución, o Mao Tse Tung, la formación teórica dependía del encargado de la célula, no había una
línea». Otro testimonio acota «Había militantes que a los libros no le daban ni bola ».
Una obra muy leída por los miembros de la guerrilla urbana, al igual que sus enemigos militares,
fue De la Guerra de Clausewitz.
Son varios los testimonios que afirman que la influencia de los teóricos era comparativamente
poca. Otros en cambio manifiestan haber sido influenciados por las lecturas. José López Mercado
recuerda: «Me hice botija de izquierda leyendo ávidamente un libro sobre la guerra civil española».
Entre los autores más leídos, además de los ya mencionados por los entrevistados, fueron los es-
critos del Ernesto Guevara357 y Fidel Castro principalmente. Mao Tse Tung en alguna medida y M.
Bakunin mínimamente, igual que J. P. Sartre, de quien se hablaba mucho y se le leía poco. Sobre
Marcuse hay quien dice que era de los más estudiados, para otros en cambio apenas se leía. La dis-
cusión sobre textos no estaba demasiado extendida, se discutía a Lenin y Debray, el Qué hacer
versus Revolución en la revolución.
Sobre la asimilación de los teóricos el testimonio que sigue es sumamente crítico.
«En muchos casos puede decirse que la influencia doctrinaria llegaba mediante un “mar-
xismo ambiental” que vulgarizó conceptos como los de “burguesía”, “proletariado” [...]
355. Irene, se queja del poco material político «autóctono» y menciona la importancia del órgano de difusión de su agrupa-
ción, Las cartas de FAU. «No había mucho para leer, nosotros fuimos consecuentes con Las cartas; las repartíamos y dis-
cutíamos. A Carlitos [Marx] también, había que leerlo.»
356. Del artículo «La utopía socialista». VVAA, De los 60 a los 90..., 1995, 25.
357. En Uruguay, primero se siguieron las andanzas del Che y, más tarde, las polémicas sobre Cuba. El Che era de los revolu-
cionarios que más se admiraba, Stalin, en cambio, no era querido ni siquiera entre gran parte de los afiliados al PC.
444 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Para la lucha por la justicia social y contra el imperialismo, era muy importante el sentimiento
subcontinental, de ahí que los cantautores se reuniesen para «combatir», cantando, en cualquier
parte de América Latina, o, justamente, en los lugares donde había más protesta. El 14 de agosto de
1972, en el Luna Park, se celebró el Encuentro por el Hombre Nuevo.
«Cantaban la venezolana Soledad Bravo, el catalán Raimón, el uruguayo Daniel Viglietti y
la argentina Nacha Guevara. El público se pasó la noche coreando consignas a favor de
los grupos armados, y aplaudió especialmente las actuaciones de Viglietti y de Guevara,
que cantaba poemas de Mario Benedetti y dio un encendido discurso “contra la oligarquía
y el imperialismo”.»361
A nivel nacional destacan, en primer plano, Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglietti;362 Los Olima-
reños,363 en un segundo plano pero también con mucha audición, y después José Carbajal, Numa
Moraes y Carlos Molina,364 entre otros.
«Los Olimareños y Viglietti –cuenta Aharonián– surgen cómo fenómeno en torno a 1963,
Zitarrosa en el 64, y hacia el 65 y 66 se va afirmando un proceso de música popular que
va teniendo respuesta de masas cada vez más grande y que es contestataria. Entonces
ocurre que eso va madurando y que va a tener su boom de eclosión, dicho en términos
gringos, entre 67 y 68. No porque Pacheco haya dado su golpe, no empezaron ese día,
sino mucho antes.365 Las acciones de Pacheco confirman la necesidad de esa canción
[...]. Es decir, para cualquier joven distraído, Pacheco está confirmando que lo que dicen
esos músicos es cierto.
–¿O sea que ves al cantautor como vanguardia o influenciador en la gente?
Es evidente que en determinadas circunstancias un oficio tan inútil como el de músico
puede transformarse en socialmente fundamental. En el Uruguay concretamente los mú-
sicos populares pasaron a ser portadores y transmisores de opinión [...]. Logran ser mucho
más efectivos que los políticos en cuanto a despertar conciencias en las masas.»366
A esa misma pregunta, influencia de la canción en la lucha social,367 el propio Viglietti contesta:
«Más que que la canción influyera, la canción fue influída por la realidad, y por lo tanto
por todas las connotaciones sociales y toda la actividad política de esa etapa. A la canción
le fue vital vincularse con esa sensibilidad que estaba flotando en el ambiente. No niego la
influencia. Todos los que hacemos algo lo hacemos para influir y a su vez hemos sido in-
fluídos. Hay una interinfluencia. La canción como simple adorno, o describiendo superfi-
cialmente sentimientos [quedó relegada]. [La situación] nos llevó a hablar de otras reali-
dades que le estaban ocurriendo a la gente en medio de la pobreza, la injusticia, en alguna
etapa de la rebelión [...]. Pero no todas las canciones mías fueron así; sería desconocer
muchas otras, por eso la palabra protesta fue circunstancial; se utilizó a partir del en-
cuentro del 67 en Cuba.368
No hay proceso social o de cambio político mudo. Necesariamente tiene voces, voces
cantadas, voces escritas, voces firmadas. Todo ese período histórico de rebelión que
existió en el Uruguay tuvo voces, que no se agotan con los nombres más conocidos. Eso
colaboró en la toma de conciencia, pero es un elemento más, no el único, ni el más impor-
tante. No lo ubicaría como parte de supuestas vanguardias. Siempre la canción funcionó
acompañando etapas históricas, cronicándolas, nunca fue locomotora de ningún tren.
Lo que ocurre es que los procesos históricos pasan y lo que sobrevive es un pensa-
miento, sea de tipo político o cultural, como el que abarca la canción. Por eso tú estás es-
tudiando a partir de estos artefactos, porque es lo que queda.»
Aharonián considera que algunas de las canciones de entonces fueron verdaderos himnos de la
resistencia.
«A desalambrar, la canción más emblemática de Viglietti en los sesenta, es grabada en el
67 pero ya viene siendo cantada de antes, porque él ya la ha cantado en muchos recitales
y ha sido cantada por la gente a pesar de que es muy difícil de cantar. Si tú lo analizas, es
muy difícil de cantar, sin embargo, la gente se las arregla para corearla y es una canción
himno por excelencia. A tal punto que, cuando se hace a comienzos del 68 un gran acto
de unidad de los músicos populares para mostrar frente a la gente que estamos todos
unidos aunque tengamos discrepancias políticas o partidarias, en el Odeón que se llama
Uruguay canta, en el que está todo el mundo,369 el festival es cerrado por todos los mú-
sicos que participan haciendo A desalambrar. Explica con dos palabras todo un programa,
toda una lucha, que entiende todo el mundo.»370
fascista pero ser regresivas, escapistas, atontadoras. El texto puede tratar una toma de conciencia pero la música puede
estar yendo en contra. Por ejemplo, una música que trata de hacer un proceso armónico del barroco europeo y trata de
comunicar un concepto revolucionario social es un poco contradictorio. La Cantata de Santa María de Quique es el
ejemplo más claro. Es una clarísima construcción fascista desde el punto de vista musical por toda la estructura. El con-
cepto grande, de la grandilocuencia, es un concepto fascista. Carmina Burana es una obra preciosa, pero nazi. El con-
cepto fundamental es la cosa grandiosa que se impone y te aplasta, pero con placer. Está más allá de ti y la mirás con
admiración [...]. Se hace una cantata creyendo que las formas de la clase dominante del siglo xx son mejores porque son
consagradas por la burguesía. Que es un error que cometió ¡ojo!, el bolchevismo stalinista en la URSS. Acá pesa mucho
el modelo yupanquiano y el modelo yupanquiano es el modelo de rompimiento».
367. De hecho Garín no duda en afirmar que «nuestra inspiración son el Che y Viglietti, con el hombre nuevo.»
368. En 1967 se da en Cuba el encuentro de la canción protesta. Y los músicos uruguayos que asisten vuelven con la confir-
mación de que están por el buen camino, al sentirse respaldados por lo que hacen otros artistas de América Latina.
369. En varias ocasiones los cantautores de izquierda –de derecha no los había y sería importante estudiar por qué no prolife-
raron ni en éste ni en otros períodos–, se coordinaron para cantar juntos o para realizar otras actividades. Como fue la
agremiación de los cantantes, la fundación del Centro de la Canción Protesta, que después se la llamó Centro de la Can-
ción Popular, proyecto que finalmente fue censurado.
370. Agustín, hijo de luchadores sociales, cuenta que en 1995, para finalizar una reunión de la FEUU, decidieron realizar al-
gunos cánticos. Varios, proponiendo una canción, gritaron: «¡A desalambrar, a desalambrar!». Pero sólo sabían el inicio
Los luchadores sociales 447
Menos de tres meses más tarde de este festival, el 30 de enero de 1969, cuando el programa Mu-
sicanto de Canal 5 transmitía por TV A desalambrar, la canción fue cortada.
Una de las constantes de aquel período no sólo fue la atención con la que se atendió a los cantau-
tores, sino justamente la proliferación de los mismos y las distintas formas artísticas de transmitir
opiniones.
Es destacable, y para realizar un estudio en profundidad sobre sus causas, el hecho de que los
críticos del sistema han sido, a lo largo del tiempo, mucho más prolíficos, en cuánto a manifestacio-
nes artísticas, que sus defensores, y ni que decir que los ultrareaccionarios.
Ubaldo Martínez recuerda al cantautor Aníbal Sampayo que, en las épocas menos duras del
penal de Libertad, podía cantar. «Le llamábamos el loco del pueblo […]. No tenía canciones de las
que se llaman revolucionarias, era un pintor de su zona, la realidad en sí, según para quien la oyera
tenía determinadas connotaciones, te pintaba el contraste.»371
A pesar de la estrecha relación entre lo público y lo privado, se puede afirmar que en aquella
época la mayor parte de los artistas hablaban de lo social. Tenían una actitud que los empujaba a
actuar «hacia fuera». En décadas anteriores, sobre todo en la del cuarenta, y en las posteriores, la
del ochenta y noventa, los escritores y los cantantes fueron más existencialistas e introspectivos. Por
ejemplo destinaban su amor a una chica en concreto y no a la mujer luchadora en general o a la
misma revolución. La temática de las canciones de Viglietti, por citar un caso, en los sesenta y se-
tenta eran de denuncia social y cuando mencionaba el interior hacía referencia a las zonas rurales y
desfavorecidas de Uruguay. Años más tarde, en su disco Esdrújulo, los temas eran más íntimos
aunque siempre universales, como cotidianidades de la pareja, y cuando hablaba del interior lo
hacía refiriéndose al de cada ser humano, a los sentimientos.
Los cantautores comprometidos con la resistencia al régimen no sólo eran escuchados por los lu-
chadores sociales; ya fuera como moda o como grieta que se abre en cualquier pared del sistema,
llegaban a todos los rincones y oídos del país.
«Por qué será que el sargento
silba Viglietti
por qué será que el cabo
tararea Olimareños
por qué será que el soldado
canta Zitarrosa
por qué será que tienen
mierda en la cabeza.»372
de la canción y el estribillo. No hubo forma de acordarse. Esta anécdota cuando se la contaron a Viglietti, y su reflexión
fue la siguiente: «Que no se acuerden de la canción, bueno, es una cosa a observar, pero ojalá se acuerden de que este
es un país desangrado por el latifundio. Éste es el problema de fondo. Que se olviden de la canción, pero que se
acuerden del latifundio».
371. Ubaldo Martínez Martínez, refrescando su memoria recita los siguientes versos: «Está cumpliendo años el hijo del pa-
trón, mientras tanto en un bendito [un refugio] allá abajo llora y llora el gurí del hachador. […] Tu madre cocina, [...] tu
padre fue río arriba y vos [una niña] te quedaste lavando ropa en la orilla».
372. VVAA, 1981, 9.
448 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En el mundo de la militancia, al igual que el Che decía que el grado más alto del ser humano es ser
revolucionario, se veía que para llegar a ser la «mujer entera», que cantaba Viglietti, había que ser
luchadora. Los militantes de ambos géneros vivieron algunos aspectos comunes y otros diferen-
ciados. A los hombres les costó mucho más y se les aceptó mucho menos que adoptaran caracte-
rísticas que la ideología dominante consideraba propias de las mujeres: la ternura hacia el compa-
ñero de lucha, el llanto ante la impotencia o la tristeza, la inseguridad ante los acontecimientos po-
líticos y el miedo ante la violencia.374 Las mujeres, cuando fueron arrestadas por las fuerzas repri-
midas padecieron, además del maltrato característico al preso político, la incertidumbre y el
pánico, por ejemplo, a ser violadas.375
En todos los episodios pasados de rebelión popular, las mujeres participaron de una u otra manera.
Pero no todas las veces estuvieron en la lucha abierta o en las tareas de organización de los grupos.
En Uruguay, a medida que se llega al final de los años sesenta, la mujer va participando cada vez
más en todas las estructuras de las organizaciones combativas. Si bien a principios y mediados de la
década, la mayoría de las organizaciones están formadas por hombres, cuando se llega a 1968 se
da un cambio y, ya en 1972, el compromiso con la lucha entre hombres y mujeres es similar.
373. «Durante la represión llevada a cabo sobre todo a partir de 1970, era frecuente que aparecieran en los diarios las fotos
de los guerrilleros caídos o requeridos. Aun en aquellas fotografías de prontuarios, los frescos, lindos rostros de mucha-
chas y muchachos llamaban la atención, sobre todo si se los compara con las expresiones corrompidas, los rasgos abo-
targados o tumefactos, a veces monstruosos, de la gerontocracia en pleno auge. Acuciado probablemente por ese visible
contraste y provocado tal vez por la fotografía de alguna “mafiosa” detenida o buscada, Viglietti compone una de las
más populares [pese a que ni la radio ni la televisión la difunden] de sus canciones.» Benedetti, Daniel Vigiletti, 71.
374. «Ser un hombre uruguayo era ser un hombre que no mostraba mucha afectividad ni demasiados sentimientos frente al
otro: la mano, el amigazo y reprimir cualquier contacto físico –explica Roberto–. Pero me pregunto si entonces alguien
pensaba en esas cosas, con lo de la mujer aún, pues se empezaba a hablar de la liberación de la mujer, pero como hom-
bres no pensábamos en eso.
375. Esa incertidumbre en las presas la explica Yessie Macchi, quién además durante el presidio tuvo que cargar con ser una
dirigente de la guerrilla. «Estaba aislada en un calabozo que habían construido rápidamente para mí [...]. Pasaba todo
el mundo, Gregorio Alvarez, Cristi, todos los generales me querían conocer. Me mandaban a los siquiatras para hablar
de marxismo, querían saber cómo era una guerrillera tupamara. Todos querían hablar de política conmigo, generales,
coroneles, capitanes [...]. El director del Hospital, Hugo Arregui, pasaba todo el tiempo en mi calabozo, baboseándome.
Una actitud muy confusa, porque para mi cumpleaños me mandó dos docenas de rosas rojas, y me dejaba pasar cajillas
de cigarros aunque tenía prohibido fumar en el hospital. Pero por otro lado, como te decía, me baboseaba muy fuerte
[...]. En la rotación de los cuarteles, los oficiales me hostigaban, porque era la figura femenina más conocida dentro del
MLN y porque tenía cargo de homicidios en mi haber. Pero por otro lado había algo peor: una especie de lascivia, me car-
gaban abiertamente. Fue una cosa difícil de manejar. La relación entre un torturador y una mujer, que estaba favorecida
por una especie de leyenda que se había creado en torno a mi ser femenino, y que llevó a una serie de manoseos y de in-
tentos muy embromados. Este fenómeno se daba con la tropa pero también con los oficiales. Pero para que veas de qué
manera la situación era compleja, eso tenía una serie de ventajas, porque como a veces estaban en un tren de cargue,
de intentar colarse por ahí, algún favorcito me lo hacían. O me llamaban del despacho del capitán fulano de tal, quien
me tenía horas hablándome de sus problemas personales y de pronto de su pasión por mí. Y eran cuatro horas que yo
estaba fuera del calabozo». Aldrighi, 218 y 222.
Los luchadores sociales 449
Detención
en el año
1973.
Susana Pintos.
Hugo Casariego.
Detención
en el año
1968.
Aunque hubo más militantes hombres, los luchadores sociales, en el sentido amplio del término,
eran más o menos la misma cantidad.376
El ginecólogo y decano de la Facultad de Medicina en 1968, Hermógenes Álvarez, ese mismo
año aseguró que «la participación de las jóvenes en la agitación estudiantil es uno de los hechos más
llamativos del momento actual».377
J. C. Mechoso recuerda, incluso, que en una asamblea de Humanidades y Magisterio había «dos-
cientas ochenta gurisas y veinte gurises». Y añade: «En la ROE eran más mujeres que hombres», y
asegura que también ellas participaban en los enfrentamientos con la policía y los en lanzamientos
de cócteles molotov. «Éramos muy especiales –recuerda Irene–, compartíamos las tareas. Además
si alguno se quería hacer el vivo, lo relajábamos todo. Éramos mujeres fuertes, muy liberadas».
Sin embargo, tres militantes estudiantiles378 se oponían a que su pareja saliera, junto con ellos, a
luchar a la calle y uno acotó: «Las mujeres sirven de muy poco en la calle». Sin embargo, otro, un
376. Una de las razones de que una pareja estuviera militando en dos lugares diferentes, uno de mayor riesgo que el otro, o
de que uno de los dos estuviera mucho más implicado que el otro, era por una decisión común de dicha pareja, de un re-
parto de las tareas y las responsabilidades. Uno se dedicaba en pleno a las formas de lucha más arriesgadas, peligrando
de esa manera su vida o su libertad, y el otro no se implicaba tanto para que su vida o su libertad no peligre. Así se ase-
guraban de que siempre uno de los dos estaría al cuidado de los niños. En estos casos casi siempre era la madre. Por su-
puesto, hubo parejas en que los dos decidieron dedicarse en pleno a la lucha, dejando al cuidado de la abuela o de algún
compañero a los chicos en caso de que pasara algo. Este tema será tratado más adelante cuando se hable de los hijos de
los luchadores sociales.
377. «En nuestra civilización –añade el profesor Álvarez– y en las que la precedieron, la lucha la entabló siempre un tipo de
hombre dominante, embarcado en directivas de conquista y dominación, que relegó a la mujer a un segundo plano, sin
establecer con ella un diálogo. Pero en otras formas de lucha, la callejera de la Revolución Francesa, por ejemplo, parti-
cipó la mujer siempre, y de forma activa.» Bañales y Jara, 32.
378. Opiniones aparecidas en el nº 1452 del semanario Marcha, el 13 de junio de 1969.
450 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
joven de dieciséis años, expresó que más allá de que se enfrentara o no a los milicos «una compa-
ñera tiene que militar».379
Huidobro cuando relata la etapa fundacional de los tupamaros, comenta las discusiones que sus-
citó la presencia de la mujer en la guerrilla, y en concreto en tareas militares o de servicios:
«¡Cuánto se discutió en algunos grupos si se integraba o no a dichas militantes a las activi-
dades de este tipo!, fue la práctica la que se encargó de dar respuesta. Es o era evidente
que en la guerrilla rural la participación femenina resulta casi excepcional, por lo menos
donde no haya zonas liberadas o sólidas bases de apoyo, pero en la ciudad... resultan
casi imprescindibles. Imposible estar parado en una esquina mucho tiempo sin una com-
pañera. Imposible estacionar un coche en la oscuridad sin una compañera... Imposible
que un hombre esté embarazado para poder llevar en su barriga varios uniformes poli-
ciales.»380
El capítulo de «El papel de la Mujer» de Actas Tupamaras, publicadas en 1982, hace un repaso
de las dificultades que puede encontrar una guerrilla urbana para formar y hacer partícipe de la
lucha armada a la mujer, debido a la educación que ésta recibe en la sociedad actual. Desde la es-
casa preparación física hasta otras carencias que según el autor de las actas son relevantes y se han
de subsanar para que sea una combatiente más, con las mismas funciones. Según el autor, los tupa-
maros consiguieron ese objetivo. Las mujeres jugaron un papel fundamental en el éxito del accionar
guerrillero porque pudieron realizar, además de casi todas las acciones que protagonizaron los hom-
bres,381 muchas que por su condición en el sistema imperante era preferible que asumieran ellas.
Así las compras para conocer la zona y el vecindario; burlar cordones y vigilancia debido a que el
enemigo es víctima de los prejuicios sobre la mujer o de sus bellezas como pasa en una anécdota, en
plena operación rastrillo. Al ver que los policías van casa por casa buscando sediciosos, varios tupa-
maro/as deciden que uno de ellos/as saque de la vivienda todo el material comprometedor.
«La compañera joven y graciosa, camina indiferente con su bolso entre la gente de civil
que se reúne en las veredas por curiosidad. De pronto advierte que alguien la sigue: es
uno de los tantos “tiras” que se mueven durante el rastrillo, para observar los movimientos
de los vecinos. Aunque la compañera camina lentamente, va pensando con gran rapidez.
Al llegar a la parada de ómnibus más próxima, lo mira y le sonríe.
–¿A dónde vas nena?
–A la Asociación Cristiana, a nadar un rato (la toalla que asoma del bolso confirma sus
palabras).
–¡Qué lástima que estoy de servicio! ¿A qué hora salís? Te voy a esperar.
La joven sube al ómnibus. Con el bolso se ha salvado un importante material de un
“servicio”, lo mismo que la libertad de una compañera.»382
Por el contrario en Actas Tupamaras se insiste en que los compañeros comprendan ciertas impo-
sibilidades de ellas, sin llevar a que haya «tareas de hombres», para que ambos sexos se comple-
menten. Dos fragmentos de las actas muestran una buena valoración del papel desempeñado por la
mujer en la guerrilla urbana uruguaya y cierta visión, producto de la cultura dominante del
momento, a lo Che Guevara:
379. Anguita y Caparrós, 1997, 525.
380. Huidobro, 1994, Tomo I, 154.
381. En un principio dentro del MLN las mujeres sólo participaban de las acciones militares de manera circunstancial y para
cumplir una tarea determinada, más adelante se superó esta etapa y participaban tanto en la ejecución como en la pla-
nificación de las operaciones.
382. Anónimo, Actas Tupamaras, 26.
Los luchadores sociales 451
«Nos encontramos así con una mujer disciplinada, trabajadora, sensata, segura, hábil
frente a la represión, con buen arraigo en el pueblo, con amplias posibilidades en el tra-
bajo político, no tan audaz ni con tanta iniciativa en lo militar por ahora, pero, en general,
lo que puede llamarse una buena combatiente [...].
Por último, y esto no carece de importancia, la mujer es quien aporta constantemente,
por su sola presencia, un elemento muy importante para la unidad y la camaradería de los
revolucionarios. El toque femenino que menciona el Che en la guerra de guerrillas se da en
distintos planos, sea en una comida que la mujer puede realizar con esmero y oportu-
nidad; sea en el gesto fraterno que alivia las tensiones provocadas por la lucha; sea en su
permanente actitud de acercamiento humano que ayuda a quienes la rodean a profun-
dizar la identificación de los compañeros con la revolución. Muchas veces, su ternura y la
de sus hijos llegan a integrar hondamente el mundo afectivo de aquellos con quienes con-
vive. Y esta actitud (en la medida en que estos hechos no son parte de una tarea impuesta
sino aceptada por la militante) muestra, en definitiva, ser la manifestación más elocuente
del compromiso total que la mujer uruguaya ha asumido a esta altura del proceso revolu-
cionario.»383
De una de estas peculiaridades de los seres humanos del sexo femenino habla, aunque con dis-
tinto tono, una luchadora social que estuvo presa:
«No fuimos menos militantes por preocuparnos por los detalles. Creo que las mujeres te-
nemos una forma particular de hacer política, podemos estar en cana, jugarnos, compro-
meternos hasta las últimas consecuencias y, sin embargo, ser nosotras mismas.» 384
En una línea parecida a lo escrito por el Che en su diario y en Actas Tupamaras se sitúa la declara-
ción de Félix Díaz:
«Rescato el rol jugado por la mujer, que además de hacer las tareas comunes en los
campamentos, dentro de las fábricas, fue puntal en determinadas tareas que exigían las
ocupaciones, como por ejemplo, hacer la comida para los trabajadores que estaban ocu-
pando.»385
Cuando la opinión pública empieza a conocer la presencia de la mujer en la guerrilla es a partir de
las fugas de las cárceles de mujeres. Hasta ese momento no estaba clara la relevancia ni la cantidad
de militantes muchachas. Yessie Macchi explica que en ese momento, además de todos los interro-
gantes que había con respecto a la aparición de la lucha armada en Uruguay, da uno nuevo: ¿Qué
está pasando con la mujer en Uruguay?
A la pregunta: ¿Qué porcentaje de hombres y mujeres había entre los tupamaros?, Yessie Macchi,
militante del MLN, responde:
«Habíamos unas cuantas, sobre todo en el sector militar. Eso es destacable porque en
otras guerrillas las mujeres cumplen otras funciones, mayormente de servicios, de infraes-
tructura, de cobertura [...].386 En los ámbitos de dirección no puedo decir que el porcen-
taje fuera igual que los hombres, puedo decir que hubo mujeres.» 387
383. Anónimo, Actas Tupamaras, 25.
384. Graciela Jorge, 101. Ver al respecto el apartado «Sobrevivir en la cárcel».7
385. Álvaro Rico, 1994, 30.
386. «Muchas comandaron acciones y fueron comandos de columnas [...]. En el sector militar los roles tienden a desdibu-
jarse, porque la mujer es muy eficaz en la acción, muy prolija y serena. A los hombres les gusta más el tiroteo, responder
rápidamente, son más impulsivos, y la mujer más cauta», respondía en otra entrevista Yessie Macchi. Aldrighi, 214.
387. En la entrevista publicada en La izquierda armada Macchi profundiza en el tema género y jerarquía: «Se creó un mito, el
de que en el MLN había muchas mujeres en un plano de igualdad con los hombres. Las había, pero ¿en qué posición se
452 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Horacio Tejera, siempre crítico, rechaza la hipótesis de que había bastante igualdad entre los dos
sexos. Además, afirma que una mujer no es más mujer por su participación en acciones armadas y
enfrentamientos directos:
«En 1969 o 1970, en una entrevista (creo que para la revista chilena Hoy) a un tupamaro, que en
ese momento era el vocero del MLN, le preguntan: ¿Cuál es el papel de la mujer? Y su respuesta fue
que la igualdad se demuestra: “en el momento que empuña un fusil”, simbologías aparte, es en el
momento que se parece a un hombre. Para que una mujer adquiera su papel tiene que ser el émulo
de un hombre.»
Mario Rossi también considera que los enunciados de igualdad entre hombre y mujer que tenían
las organizaciones no siempre se plasmaron en la realidad.
«El programa [del MRO y las FARO] establecía la igualdad entre los sexos, y estaba desarrollado
este concepto en los documentos. Sin embargo, los compañeros dirigentes y militantes, como re-
flejos de la propia sociedad, tenían concepciones burguesas y pequeño burguesas que se trasmitían
a sus actitudes. La lucha de dos líneas (burguesa y obrera) se desarrollaba en todos los planos (en la
cabeza del militante, en la pareja, en la célula y en la organización toda). Existía el machismo, la
protección a la mujer en los combates, el acoso sexual, en la pareja entrar en la organización el varón
y dejar a la compañera por fuera o en tareas de colaboración, la seducción en función del prestigio.»
Ana Mª Araujo en su trabajo Tupamaras, mujeres de Uruguay recoge varios testimonios que la
llevan a afirmar que las militantes de sexo femenino en el MLN no decidían, hacían de correo o for-
maban militantes pero siempre siguiendo órdenes, repitiendo las posiciones o esquemas que les
proponían los hombres.
Otros militantes, en cambio, destacan que «una de las características de aquella época fue que la
mujer estaba en pie de igualdad con los compañeros».388 Y afirman que en ciertos círculos de lucha,
como en la Comunidad del Sur, esa igualdad se daba de forma estricta: «La igualdad entre el hombre
y la mujer en la comunidad se consiguió porque el marco económico era estrictamenmte igualitario
sin jerarquización sexual. Otras cosas más arraigadas no se solucionaron pero eso sí».389
Ubaldo Martínez, de manera menos segura, opina sobre el reparto de tareas entre los sexos:
«Pienso que sí [se rompió]. Ahí era al que le toca le toca y se va a llorar al cuartel. Con respecto a
los años cuarenta, cambió mucho. También otros temas como el de la sexualidad. El mayo del 68
repercutió, cambia por completo el tema de las relaciones, sobre todo entre la gente joven, mejora.
Mejoran las relaciones hombre–mujer, tendían a la igualdad, no sé si se habrá logrado, pienso que
no.»
Ubaldo finalmente pone la guinda con una frase que a medida que se estudia este período no
puede dejar de acordar: «Desmitificábamos una cantidad de cosas pero al mismo tiempo nos ponía-
mos otros [mitos]».
Sin embargo, y en contra de varias de estas opiniones, casi todas las entrevistadas se quejan
porque en muchos aspectos, incluso en los momentos y grupos de lucha, se sintieron desplazadas;
fenómeno que, en su momento, no lo consideraron tan prioritario como para enfrentarlo. En la ac-
tualidad sus ideas al respecto son otras. Chela Fontora afirma que «en UTAA, la mujer estuvo rele-
colocaban? Basta mirar las direcciones que tuvimos: todas fueron íntegramente de hombres. Pocas estuvimos en cargos
de responsabilidad [...]. –Sin embargo añade–: Nunca tuve problemas con ningún compañero por ser mujer [...].
Cuando fui responsable, tampoco los tuve por tener que darles órdenes, ni a los compañeros jóvenes ni a los veteranos.
Por el contrario, fui muy respetada». Aldrighi, 215.
388. Frase de López Mercado.
389. Andrés, ex integrante de la Comunidad del Sur.
Los luchadores sociales 453
gada, como en el resto de la izquierda uruguaya. En las marchas cañeras y en la comprensión de los
demás hacia su libertad sexual se apreciaba cierta marginación». Y cuando se le pregunta por qué
no cuestionaron ese hecho y no lo hablaron con los compañeros con los que tanta confianza tenían,
o en todo caso, por qué no se rebelaron, contesta: «No había tiempo, cuando la gente tiene hambre
no podés esperar a mañana». Yessie Macchi, a la mismas preguntas responde: «Nosotras en aquel
momento no estábamos con el tema de la mujer. El tema de la mujer dentro de la lucha armada, re-
cién ahora para algunas de nosotras es motivo de reflexión».390 Pero a diferencia de otras mili-
tantes, Yessie Macchi, dentro de su organización, sintió más igualdad de oportunidades y menos
discriminación por ser mujer, «en aquel momento éramos todos iguales, te encargabas de una cé-
lula por tus méritos, no por si eras mujer u hombre».
Con respecto al reparto de tareas domésticas en los cantones, Macchi afirma: «Nos distribuía-
mos las tareas de la cocina, siempre entre hombres y mujeres; rotativo siempre; no había diferencia-
ción en las tareas, ninguna». Y la situación entre los luchadores sociales que vivían en pareja la
cuentan Fernando Castillo y Ana Marianovich tras más de treinta años de convivencia:
–En el reparto de las tareas –dice Ana–, sí hubo un cambio.
–¡Hombre!, vamos a decir la verdad, ellas hacían más las tareas propias de las mujeres
[por ejemplo cuando se reunían para cenar entre amigos, manifestó después].
–¡Cómo propias! –exclama Ana.
–Ja, ja –se ríe Fernando, aunque no se sabe si al verse atrapado por el propio lenguaje
dominante o haciendo gala de su gran sentido del humor, provocador en ese caso–. Es
verdad, tiene razón Ana. Las cosas que las mujeres siempre habían hecho: lavar los
platos, cocinar, fregar el piso. Entonces el hombre hacía cosas que antes no hacía nunca.
Mi madre cuando me veía barriendo se ponía furiosa y me sacaba, no lo soportaba. Pero
en casa, creo que con Juan [el hijo de ambos, nacido en el período 68-73], cambiar pa-
ñales, etc., me ocupé, tanto o más. Ella, más de la cocina.» 391
En resumen, como en la mayoría de los análisis de los apartados de la vida cotidiana no hay de-
masiado acuerdo. Lo cierto es que ambos géneros, en la resistencia anticapitalista, participaron
codo a codo con e incluso las mujeres promovieron actos exclusivos, como la «Marcha del silencio»,
a fines de septiembre de 1968 en homenaje a los estudiantes muertos.
A continuación, un episodio ocurrido en 1972 en Argentina ilustra como se vivían las contradic-
ciones en torno al trato que algunos hombres daban a las compañeras y a las mujeres en general.
«Aníbal Acosta estaba de acuerdo con Mario. Sólo una cosa le llamó la atención, pero le
parecía irrelevante: cuando hablaba de mujeres, Orueta resultaba despectivo. No le gustó
una frase que había repetido varias veces con una sonrisa desagradable: a las mujeres hay
que manejarlas como a las locomotoras: pito y leña. Aníbal pensaba que un revolucio-
nario, que hablaba de la igualdad y del hombre nuevo, no podía caer en esas bajezas.»392
390. Otras militantes también señalaron que entonces se preocupaban más por otros aspectos, cómo la extracción social de la
que se provenía, que por el tema del género. Nora, por ejemplo, afirma: «Todos teníamos que superar la extracción de
clase de la que proveníamos, por ahí pasaba la cosa, por no ser o mostrarte pequeñoburgués o hacer mea culpa de serlo».
391. «No había machismo, eso es muy cierto –sentenciaba Cota–. Nosotros en esa época ya estábamos casados. Y siempre
hemos compartido todas las tareas, desde el estudiar, hasta las cosas de la casa. Y eso era lo que debía ser. El ma-
chismo era reaccionario [y sigue siéndolo].»
392. Anguita y Caparrós, 525.
454 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Para finalizar el apartado una lapidaria frase nada extraña en el mundo castrense: «Yo, con mu-
jeres no trato, dijo el viejo coronel.»393
Los luchadores sociales no vieron plasmados sus objetivos de transformar la sociedad, en ese as-
pecto se podría hablar de que fueron derrotados. Sin embargo, durante esos años cambiaron mu-
chos valores y toda la red de relaciones humanas en el ámbito combativo se acercó, en algunos as-
pectos, a los objetivos comunitarios que buscaban.
El amor y el sexo tuvieron gran relevancia en este sentido. Bien porque variaron muchos elemen-
tos que componían esta franja de la sensibilidad y la vida, o bien porque muchos aspectos sobre el
amor, la pareja y la sexualidad, mientras se ponía en cuestión casi todo el orden social, siguieron
conservando trabas, tabúes y desigualdades que en la actualidad resultan obsoletos y de un gran
conservadurismo.
En este punto, los entrevistados no se ponen de acuerdo. Hay quién dice que en ese momento se
perdió el miedo a las relaciones humanas, incluidas las sexuales, con todas sus alegrías y conse-
cuencias. Se amó y se hizo el amor más que nunca.395 Los temas «privados», de cama y amor, se to-
caban en cada encuentro. Los jóvenes se pasaban libros sobre el tema, se contaban las experien-
cias. Aseguran incluso con nostalgia que esa porosidad amorosa en sus compañeros/as nunca más
se dio, entre otras cosas porque hoy en día ya quedan pocos «compañeros». Quedan conocidos, ve-
cinos, ciudadanos y cada vez menos «compañeros».396
A continuación, un fragmento de la vida de Nicolás Casullo, luchador social argentino:
«–¿Silvia, por qué no vamos a mi departamento y seguimos charlando más cómodos?
–Bueno, vamos, todavía es temprano.
Parecía como si a las mujeres les resultara muy difícil decir que no. Nicolás sabía que no
era nada personal; tenía la sensación de que muchas mujeres se acostaban con un tipo
–con él, por ejemplo– porque había que hacerlo, porque decir que no habría sido ridículo,
imperdonable, las habría dejado fuera e un lugar en la revolución proletaria. Se acordaba
de una compañera de la facultad que, seis o siete años antes, se había negado a sus
avances diciéndole que era virgen y que pensaba seguir siéndolo hasta el matrimonio. Y él
393. «Se le había pedido una entrevista al director de Institutos Penales porque seguía viniendo comida para veinte y las
presas eran más de cuarenta». Graciela Jorge, 102. Otra opinión que muestra la visión que los militares tenían sobre las
mujeres, y en concreto sobre las guerrilleras, es la del capitán de navío Jorge Nader, quien justifica el relevo de Juan
Bacque por haber sido humillado por una de ellas: «Son esas cosas que yo no entiendo, al comandante del Centro de
Instrucción una mujer lo agarró en calzoncillos, le puso un revólver y el tipo se entregó. Ahí usted, como militar, se tiene
que hacer matar». Alfonso Lessa, 63. Según Fernando Garín el día que asaltaron el CIM Juan Bacque ni siquiera estaba,
pero como Nader lo odiaba se inventó esta anécdota y lo responsabilizó de lo sucedido. De todas formas se ha querido
dejar constancia de la opinión de Nader para ilustrar la ideología castrense con respecto a la mujer y porque una de las
tupamaras tuvo especial protagonismo en aquel operativo: Yessie Macchi, quien manifiesta que los militares «fueron
muy duros con las mujeres, creo que nunca nos perdonaron que saliéramos del rol clásico, que para el fascista es, ob-
viamente, la mujer en su casa o en el prostíbulo. Nosotras no estábamos en ninguno de los dos lados y, además, ha-
bíamos emprendido la lucha revolucionaria». Aldrighi, 255.
394. Última frase de la novela La mujer habitada, de Gioconda Belli.
395. La difusión masiva de los anticonceptivos en Uruguay, a fines de los años sesenta, sin duda alguna también impulsó el
incremento de las relaciones sexuales y cierta promiscuidad.
396. La mayoría de los que ven aquella realidad de esa manera aseguran que el estado actual de cosas, en el que reina el in-
dividualismo, cambiará, «¡está cambiando!», y se volverán a dar épocas de compañerismo, de «lo común» y volverán
«los compañeros». Aquellos u otros, pero se volverá a sentir y vivir aquella porosidad humana.
Los luchadores sociales 455
había entendido y se había callado la boca. Ahora, en 1972, pensaba Nicolás, ni una
monja, si era tercermundista, podría permitirse esa respuesta. La revolución también se
haría en la cama; cuanto más orgasmo más revolución, y cuanta más revolución más or-
gasmo. A veces, le parecía que eso hacía que un encame fuera algo mecánico, sin pasión.
Pero sólo a veces.» 397
Otros protagonistas encuentran sorprendente que pudieran cuestionarlo «todo» y no pensar que
lo que ellos hacían cotidianamente lo seguían haciendo como «estaba mandado». En esta línea se
sitúan testimonios de las ex presas políticas:
«Éramos innovadoras en política, hacíamos lo que tradicionalmente estaba asignado a los
hombres, pero éramos conservadoras en otros planos. La libertad sexual encarada como
“revolución” en esos años, ni se nos pasaba por la cabeza a la mayoría y, en todo caso, la
rechazábamos.»
«Nosotras, que éramos mujeres rupturistas, que buscábamos los cambios revoluciona-
rios, reprimíamos las alusiones al sexo, lo ignorábamos en lo público.»
«Fue una etapa que se caracterizó por la rigidez de nuestras concepciones, que no nos
permitían ver otros aspectos de la vida.»
«Sin duda, el sexo aparecía como fantasía, pero no hablábamos de él entre nosotras. No
nos preocupaba, al menos yo sentía que no era lo que me preocupaba más.» 398
Por contra, y situándose entre los que opinan que la sexualidad y la manera de relacionarse con la
pareja o el amigo cambió radicalmente, Macchi declara:
«Personalmente discrepo totalmente con eso. Aquí hay que hablar a título personal. Para
mí el ingreso en el MLN fue un cambio en todo, fue una revolución interna mía también, se
trataba de la liberación del ser humano como tal, la liberación, entonces, pasaba también
por los planos más internos, más íntimos. Eso yo lo vi en muchísimos compañeros/as, no
quiere decir que en todos. Lo que pasa que estás hablando con una mujer que se fue de
casa de los padres a los diecisiete años para vivir sola.»
Para seguir con este debate, una posición contraria a la de Macchi, de Arnaldo Gomensoro y Elvi-
ra Lutz:
«Pero la famosa revolución sexual de los sesenta en Uruguay fue una revolución leída, de
boca más que real. Acá intelectualmente éramos todos muy libres, pero prácticamente se-
guíamos siendo conservadores. Sobre todo a nivel familiar y de costumbres sexuales [...].
La gente de derecha es más congruente, piensa de una manera y actúa de esa manera. Lo
que siempre nos chocó fue la contradicción entre las ideas libertarias, cuestionadoras del
sistema, de las explotaciones, de las opresiones, y su mantenimiento de pautas discrimi-
nadoras, muy opresivas a nivel familiar.»399
Tampoco hay acuerdo sobre hasta qué punto se produjo la ruptura, se encuentran opiniones con-
trarias, incluso, en el recuerdo de una pareja, unida desde entonces.
Fernando Castillo le recuerda a Ana, su compañera, que los rupturistas en los temas de sexo esta-
ban considerados como bichos raros:
397. Anguita y Caparrós, 1997, 597.
398. Graciela Jorge, 118.
399. VVAA, De los 60 a los 90 De Generaciones..., 48. Carlos Demasi se sitúa en esta misma línea de opinión y compara el
caso uruguayo con el francés: «En el 68 uruguayo había una moralina pura y dura […]. Lo más revolucionario de la re-
volución sexual era tener relaciones prematrimoniales con la persona con la que después te ibas a casar. No había una
apertura tan fuerte como en Francia […]. Las consignas del Mayo francés sonaban extrañas y lejanas». Citado en
www.brecha.com.uy/separatas/1968.
456 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«–Scarone venía con el libro de Richard..., la masturbación, el punto G y todo eso, pero
era el raro. O pasaba otro y te decía estoy practicando todo lo del Kamasutra... pero eran
raros. Se seguían las pautas de la sociedad burguesa. Que se cogía con más asiduidad
porque habían preservativos y todo eso, vale.
–La opinión de la gente iba cambiando... –Matiza, contradiciéndole, Ana Marianovich
quien, no logra hacer cambiar de parecer a Fernando:
–No entraba en la mente de la gente, la gente sólo pensaba “hay que defender a los ca-
ñeros”; ese tema no estaba en el tapete.
–Pero hubo un cambio –insiste Ana.
–Sí, pero no una revolución. Da lugar a una mayor relación por la propia solidaridad...»
Con respecto a la marginación de personas que preferían amar a los de su mismo sexo no se pro-
dujo una ruptura general. López Mercado comenta que: «Hasta hoy está mal visto». Cuando se le
pregunta por qué, contesta: «Yo aprendí de mi padre que lo peor que puede ser un hombre es milico
o puto». Horacio Tejera, va más lejos:
«Un homosexual no podía militar. Hasta se corría la voz de que los homosexuales eran de
desconfiar una vez presos porque se enamoraban de los carceleros, como si los dirigentes
no se hubieran enamorado [en referencias a las negociaciones y expectativas que tuvieron
hacia ellos] de sus propios carceleros. [Cuando se le preguntó si el amor entre mujeres se
veía igual de negativo que entre los hombres, contestó]: En esa época ni me planteaba que
la mujer pudiera...»
vimos que librar una batalla para que algunos de esos compañeros siguieran en el seno de
la organización, porque se sentían muy reprimidos.»
Sin embargo, piensa que con otros aspectos de la misma temática, léase, por ejemplo, relaciones
amorosas, el MLN fue un avance.
«En ese sentido había mucho cuidado; los compañeros nunca se metieron en las rela-
ciones personales de los otros, podían sugerir, podían proponer, pero no era materia de
discusión. Teníamos una tirria muy grande a todo lo que pudiera ser un stalinismo interno
incluso a nivel de las relaciones personales o una especie de mackartismo interno. No
existía la promiscuidad, como la plantean los burgueses, porque promiscuidad es una pa-
labra muy relativa, pero existía la libertad.
Irene se sitúa en una línea, parecida a la de Yessie, pero insistiendo en que no eran promiscuos, al
parecer algo mal visto por muchos luchadores sociales, quizá por el miedo a ser satanizados por el
poder.
«Sin pecar de soberbia, éramos mujeres avanzadas o libres, tal vez por la opresión de la
familia o del medio donde nos criamos ya habíamos roto bastantes barreras. Tampoco era
el amor libre ni nada de esas pelotudeces que se dicen, éramos seres normales. Eso es
pura palabrería. Nadie que tiene una compañera que se va con otro se queda contento.
¡Dejate de joder! Eso es un desprestigio que se hace al anarquismo.» 400
Otros testimonios sí hablan de contactos amorosos más allá de su pareja estable o relaciones es-
porádicas con militantes «solteros» cuando no se tenía pareja; sobre todo, en algunos ámbitos dón-
de la convivencia era prolongada, léase campamentos cañeros, ocupaciones de centros de trabajo o
estudio. Andrés afirma que en la Comunidad del Sur hubo también una esporádica experiencia de
interrelación en la que participaron unos pocos y, que al parecer, algunos vivieron con mucha
tensión. Explica otras experiencias de multirrelación:
«Cecilia [...] una comunidad brasileña. [En la que sus integrantes] colectivizaron la tota-
lidad de lo que pudieron y lo pasaron muy mal, explotaron. Otro caso fue un grupo de
teatro, que era una comuna, el Living Theatre, donde estaba Julian Beck. Ellos lo vivieron
mejor, pero también con bastantes tensiones. Los vimos, vinieron a vernos, estuvieron en
Uruguay de clandestinos.»
400. Si bien acierta Irene cuando habla de la caricaturización de la concepción anarquista del amor y la sexualidad, olvida
corrientes como las de Émile Armand (1872-1962), quién a su vez recoge las teorías de defensores del amor libre ante-
riores a él. «Julio Guesde escribía en 1873, en su Catecismo Socialista: «Las relaciones sexuales entre el hombre y la
mujer, fundadas sobre el amor o la simpatía mutuas, llegarán a ser entonces tan libres, tan variables y tan múltiples
como las relaciones intelectuales y morales entre individuos del mismo sexo o de sexo diferente». Creemos que los espí-
ritus de vanguardia, los emancipadores, deberían preocuparse de preconizar la educación sexual mejor de lo que lo
hacen; no dejar jamás escapar la ocasión de propagar y de afirmar su importancia. No solamente el ser humano debe
conocer qué delicias –sentimentales, emocionales, físicas– nos reserva la vida sexual, sino también qué responsabili-
dades implica. [...] No separan «libertad de vida sexual» de «educación sexual» [...]. No se pronuncian ni a favor ni en
contra de la unicidad o de la pluralidad en el amor [...]. Piden que no se califique de más o menos legítima, de superior o
de inferior, la experiencia amorosa, según sea simple o plural. Reclaman que se instruya de todas estas cosas a todos los
seres, y que el padre, la madre o el compañero no aprovechen su situación privilegiada para mantenerlas ocultas antes
quienes tienen obligada confianza en ellos. A cada uno de los instruidos corresponde determinar su vida sexual [...]. Por
otra parte, no basta con aceptar esta idea hipócritamente y practicarla clandestinamente [...]. Reclaman para la bús-
queda y la práctica de «la libertad sexual» la misma publicidad que para otras «libertades», convencidos de que su de-
sarrollo y evolución se hallan ligados no solamente al crecimiento de la fidelidad individual y colectiva, sino además, en
gran parte, a la desaparición del regímen autoritario. Individualismo anarquista y camaradería amorosa, Ed. Etcétera,
Barcelona, 2000, 49-51.
458 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En esos años sí hubo una ruptura generalizada con estructuras formales e instituciones como el
matrimonio o con no tener relaciones sexuales previas. Ya en 1966 en una encuesta en el ámbito
universitario, de edades que oscilaban en su mayoría entre veintiún y veintitrés años, se informaba
de que el 33% de las mujeres solteras habían practicado el sexo con otra persona y el 83% de las ca-
sadas habían tenido relaciones con su compañeros antes de la boda.401 De ocho militantes estu-
diantiles entrevistados por el semanario Marcha en 1969,402 sólo tres creían en el matrimonio y de-
cían con respecto a éste: «No tendría sentido si mantuviera relaciones con mi novia»; «como lo hace
conmigo lo podría hacer con cualquier otro». Sin embargo, los otros cinco pensaban que era un re-
quisito sin sentido típico de la sociedad en la que vivían y según ellos no pensaban transigir, tampoco
en este tema, con la sociedad burguesa. En ese aspecto unos afirmaron que tenían una compañera
con la que mantenían relaciones sexuales y otros que no tenían pero que deseaban tenerla. Uno in-
sistía en que practicar el sexo con la persona con la que se va a compartir casa e hijos no sólo es pla-
centero sino positivo. Algunas de sus manifestaciones fueron: «No creo en el matrimonio, con todos
sus formalismos»; «la sociedad del futuro no tiene que basarse en la institución familiar. Las rela-
ciones deben ser libres». Y añadieron que las relaciones de pareja «tienen que estar basadas en la
amistad, el cariño y el mutuo entendimiento». Sobre estos mismos temas otros entrevistados opi-
naron:
«La sociedad por la que lucho es el comunismo. Pero para llegar a esa sociedad, hay que
pasar por varias etapas hasta lograr una sociedad donde haya lucha de clases. Entonces,
al desaparecer los problemas económicos, sólo quedan los problemas morales. Por
ejemplo, yo no estoy de acuerdo con lo que se ha dicho sobre el amor libre, porque plan-
teado así puede tener muchas interpretaciones. Sólo se puede hablar de amor libre
cuando la sociedad esté trabando las relaciones de una pareja, cuando la sociedad es ene-
miga. Pero en una sociedad ideal no es necesario negar las instituciones sociales.»
«El matrimonio es un contrato y, por lo tanto, forma parte del sistema de opresión. Yo
creo en el amor libre –[declaró una muchacha].
–¿Qué quiere decir eso?
–Quiere decir estar vinculada a una persona exclusivamente por amor, sin estar atados
por leyes.403
–¿En qué sentís concretamente que ustedes lo están cambiando?
–En la libertad sexual, por ejemplo. Querer a una persona sin tener miedo de lo que
pueda pasar. Para nosotros, la realidad de pareja se transforma, así, en un verdadero com-
pañerismo. No hablamos de “novios” sino de “compañeros”.»
En aquellos tiempos, y relacionado con este tema, apareció, o mejor dicho se extendió pues los
viejos anarquistas ya lo usaban en las décadas anteriores, uno de los términos más importantes:
compañera o compañero. Más que un mero término, era todo un concepto.404 Una conceptualiza-
ción de lo que era o tenía que ser el amor, el amor revolucionario, el verdadero amor. Desde el punto
de vista de los luchadores sociales; la novia formal a la que se sacaba a pasear, se invitaba a tomar
algo tras ir al cine o antes de la cama, sin hablar de temas trascendentes, se transformó en la compa-
ñera405 con la que se peleaba juntos, se debatían temas importantes, como eran el cómo transfor-
mar la sociedad, las críticas a tal organización de izquierda, la sexualidad... Era la compañía para
afrontar juntos las contradicciones que se estaban viviendo, para apoyarse el uno en el otro. «En la
calle codo a codo, somos mucho más que dos».406
Esta conceptualización de la pareja fue lo que en parte salvó al número dos. En un período en
donde el muchos y lo múltiple fue lo predominante, también se daba mucha importancia a estar a
solas con el otro, pareja o amigo-compañero –del mismo o distinto sexo–, pues se constataba que en
esos momentos era cuando más fluía la confianza total. Cuando se estaba en grupo o incluso de a
tres, tomando algo y charlando, era mucho más difícil conseguir una atmósfera de sinceridad.
Debido a esa fuertísima relación que muchos combatientes tenían con su pareja cuando las
fuerzas del orden «secuestraban» –encarcelaban– a uno de los dos, se sufría enormemente.407 Una
psicóloga, consultada para esta investigación, que trabajó con presos políticos manifestó que, en la
mayoría de los casos, lo que más quebraba a las personas presas era el alejamiento de la pareja;
porque se iba del país, porque el otro u otra hubiera encontrado otra pareja o por ruptura amorosa
provocada por otros motivos. El poema de un preso, nos ilustra lo mucho que se extrañó a las per-
sonas amadas.
«Tengo ganas muchas
de conversar contigo
de hacer algún
contacto horizontal
de combatir
ese mono feo del individualismo
y demostrarte
demostrarnos
la unidad de los contrarios.
Hay días
hay noches
hay ratos
en que sueño
que te haces,
yo testigo
una buena autocrítica de piernas
momentos en que me dejo atrapar
por el materialismo histórico
y quisiera hallar tus contradicciones
405. «No teníamos novia sino compañera –matiza López Mercado–. El tema de relación de pareja hombre/mujer se vinculó
muy estrechamente a lo que se entendió que era la lucha revolucionaria, cargado de un fuerte contenido ético y de com-
promiso. Al mismo tiempo que se liberalizó en cuanto a la sexualidad, pero se rigorizó en otros aspectos y compromisos
del uno con el otro y con el entorno.»
406. Verso de un poema de Benedetti. «Era muy importante el compañero –afirma Cota–, por eso nos cayó tan mal que el
“compañero” de nuestra “compañera” [...] no sólo fuera casado y no lo hubiera dicho, sino que tenía otra novia además
de nuestra amiga. Las dos novias eran militantes del MIR. Cuando en una conversación descubrieron que las dos tenían
el mismo novio, lo citó una en un lugar, y se aparecieron las dos... No sé cómo terminó la historia.»
407. La muerte de uno de los dos, en más de una ocasión, fue insoportable. René Pena cuenta que cuando se exilia en 1975
en Argentina «le doy cobertura a una chica, para mí “María”, militante del ERP, a la que le habían matado a su compa-
ñero, que le decían El Francés. La chica se suicidó en mi casa. Tuve que hacer desaparecer el cuerpo. Mi prima la trajo y
mi prima se la llevó; eran de la misma fracción».
460 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
pasaran por lo que sucedía en el estadio de fútbol y no en la batalla urbana que día a día enfrentaban
explotados y explotadores. Ni que decir si él era un defensor del régimen burgués.
Como se narra a continuación, los luchadores sociales en Argentina también vivieron estas con-
tradicciones.
«Al cabo de unas semanas, el trabajo [militante] en Solano empezó a andar, y la agrupa-
ción del barrio crecía, pero Lilí pasaba muy poco tiempo en su casa y veía muy poco a su
marido y sus hijos chicos, que tenían diez y seis años
–Lilí, ¿qué está pasando? Esto ya no funciona
–¿Sabés qué pasa, Marcelo? Es indudable que acá los caminos se dividieron, yo em-
piezo a militar y no puedo traer todos los problemas a esta casa, ustedes tienen que que-
darse afuera de todo eso, no tienen nada que ver con todo eso...
–Lo que pasa es que vos estás loca desde que se murió Manolín..., [asesinado por la re-
presión].
–Puede ser, yo no digo que no, pero creo que esto es lo más correcto. Creo que esto es lo
que tengo que hacer.
Lilí Mazzaferro metió un poco de ropa en su valija y se fue a vivir al departamento de
una amiga. A sus hijos los llamaba por teléfono siempre que podía, y los veía todos los do-
mingos y, a veces, algún otro día.» 412
René Pena, anarquista y estudiante de Bellas Artes, afirma que cambió de ambiente y militancia,
participando en los CAT, por su relación de pareja: «Él era tupamaro yo estaba enamorada y hacía lo
que él decía». Otro militante, éste anónimo, reconoce: «Trataba de ganármela políticamente, que mi
pareja se coordinara conmigo, pero no lo conseguía».
El amor surgido entre Nora y Roberto refleja las formas y describe los espacios en el que muchos
luchadores sociales se enamoraron. Sucedió corriendo de la policía, camino de la Universidad, «co-
rría antes que él, me vio y le gusté» recuerda Nora. Los días siguientes sirvieron para buscarse en las
movilizaciones. Tema de conversación había, él militaba en el PS y ella en la BUS (Brigada Universi-
taria Socialista). Lo difícil era hablar de otra cosa, aproximarse en otro sentido. De ahí la valentía de
Roberto que un buen día se acerca a Nora y la invita a ir al cine para ver Compañero presidente, do-
cumental en el que Regis Debray entrevista a Allende.
«Eso fue un sabado por la noche y el lunes o martes había una mani cerca de Jefatura de Policía, y
él que era el representantes de la FEUU por humanidades era el encargado de lanzarla –señala
Nora–. Recuerdo que me dijo: «me toca lanzarla a mí», me agarró de la mano y me sacó al medio de
la calle, un pánico, de decir «¿los otros vendrán o no vendrán?», lo miré y me dije: «si yo me atrevo a
esto con este hombre realmente es el hombre de mi vida». Toda nuestra vida estuvo marcada por
esto.»
Siguiendo con el concepto de «compañero/a» se presenta un fragmento en el que un testimonio
habla del cambio que supuso la aparición de esta figura en las prácticas sexuales.
«Hay una liberación respecto al mito de la virginidad, del llegar virgen al matrimonio, que era bas-
tante fuerte, por lo menos en determinados sectores sociales de clase media y alta [...]. El hombre
primero hacía su cultura sexual con prostitutas o con mujeres un poco más libres y después elegía
novia casta, pura, con la cual se casaba. En eso, se produce una modificación en la militancia,
donde aparece que la entrega amorosa debe ser total. Aparece el término de la compañera o compa-
ñero como una especie de categoría casi matrimonial hecha a nivel simbólico y no jurídico. Cuando
se establecía la relación entre un compañero y una compañera dentro de las estructuras de gremios
o de militancia era tanto o más fuerte que el propio casamiento. Se tenía que compartir todo, porque
la vida era importante. Estábamos por revolucionar absolutamente toda la vida, entonces una de las
cosas que había que revolucionar era el intercambio sexual [prematrimoniales] [...]. Se daba paso a
tener relaciones, a experimentar.»413
En este sentido otro testimonio, con profunda carga crítica, aporta nuevos datos:
«¿Ir a bailar a una boite? Horror. Hasta el cargue callejero se desterró como práctica, porque la
meta era encontrar “LA” compañera, y dónde mejor, que en los ámbitos de la militancia. Allí éramos
todos iguales, se borraban las diferencias, casi asexuados, nosotros sin machismo, ellas sin cosmé-
ticos, éramos militantes.»414
Para entender en qué consistía la tan deseada compañera, la letra de la canción Anaclara.
«Con un grafo
ella escribe en las paredes “resistir”
bufanda rojinegra por la espalda
minifalda
anaclara
borra infancia
aprendiendo en bellas artes a crecer
con pechos de rosales sin espinas
agua marina
anaclara
es de agua
cuando el hijo se enamora de la sed
y si el niño le regala una amapola
llora sola
anaclara
nunca encuentra
porque busca siempre el modo de no hallar
aunque sabe que lo nuevo se conquista
anarquista
anaclara
si la hieren
de tan tierna tiene miedo de morir
y entonces pone espinas en las rosas
temerosa
anaclara
de mañana
va tejiendo los telares de la duda
aun desnuda preguntándole al espejo
un consejo
anaclara
hospitales
que conocen la dulzura de sus manos
los dolores con mirarla ya se olvidan
fisiatría
anaclara
si el camino
413. Joaquín Rodríguez Nebot del libro de VVAA, De los 60 a los 90. De Generaciones, 49.
414. Mario García [seudónimo de un periodista], «Ser como el Che, qué giles». VVAA, De los 60 a los 90. De Generaciones...
Los luchadores sociales 463
415. Según René Pena: «Viglietti tiene su alma hacia todas las mujeres –y refiriéndose a Anaclara dice– son imágenes que las
siento demasiado [entre otras cosas porque ella, como la protagonista de la canción, estudiaba artes plásticas en la
Escuela Nacional]. Las muchachas de Bellas Artes éramos todas muy parecidas [...]. Éramos muy coquetas, estábamos
muy orgullosas de ser mujer».
416. Bañales y Jara, 32 y 33.
464 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Siguiendo con el tema de la pareja y la aparición, o mejor dicho, la expansión del concepto “com-
pañero”, cuatro de los estudiantes entrevistados por Marcha (13 junio de 1969 nº 1452) exigían
que su pareja militara: «Entiendo por compañera a una muchacha que le tocó vivir en este sistema y
está luchando contra el mismo». Y otro joven acotó: «Para ser compañera tiene que participar en la
lucha. Una persona con conciencia no puede estar ajena a la militancia».
Evidentemente, así como se creaban amores en el ámbito de la militancia también se daban se-
paraciones por la implicación en la lucha. Fueron numerosas por la militancia, la cárcel, en fin, por
los distintos avatares de la lucha.417
Yessie Macchi ofrece un esclarecedor testimonio sobre cómo vivían el amor –dificultad y pasión–
algunos tupamaros.
«Con respecto a las parejas, la vida en la clandestinidad significa que no sabes que va a
pasar en el día de mañana, podés estar muerto, preso, en un lugar del país que no tiene
nada que ver, cambiado a otro departamento [municipio] y no ver nunca más a tu pareja.
Eso hace que la relación sea mucho más intensa, porque como no tenés el futuro, vivís el
presente muy a fondo. También hace que te ates más a los prejuicios que tiene la so-
ciedad, que las parejas son para siempre, que hay que tener hijitos, la formalidad. La
verdad que dentro del MLN no nos caracterizamos por una gran estabilidad en las parejas,
por una razón muy obvia, porque nuestra propia vida era inestable. Al día siguiente po-
díamos estar con un tiro en mitad de la cabeza [...]. Así viví mi vida, de una forma total-
mente libre. No me até nunca a ningún convencionalismo dentro de la organización. Lo
que no tuve nunca fueron dos parejas al mismo tiempo; en eso toda mi vida fui muy pro-
lija. Pero sí de ser muy sincera conmigo misma. Había sinceridad total, lo que nunca hubo
dentro del MLN fue hipocresía. Si vos estabas con un hombre, o una mujer, si la querías, la
querías totalmente por eso estabas con ella, o sino, no estabas con ella. Pero podía ser que
al día siguiente te trasladaran a otro departamento o cayeras en cana y que la pareja que
quedara sola tuviera necesidad de otra pareja. Y en eso nosotros fuimos muy claros, no se
puede conservar la pareja simplemente por un conservadurismo.»
En la misma línea se sitúa Chela Fontora quien afirma que «en la organización clandestina hay
más necesidad afectiva, hay más que perder» y José Mujica que explica:
«Es posible que me pese no haber tenido hijos. Los hubiera necesitado como cualquiera,
pero yo tenía la certidumbre de que estaba metido en la tormenta. Y, precisamente, fue la
tormenta la que siempre me llevó a la ruptura de las parejas. Yo tenía una vida muy irre-
gular, muy poco normal, digamos, no era la más adecuada para tener una pareja. Al punto
de que uno llegaba a la conclusión de que la pareja tenía que estar metida en lo mismo,
que de lo contrario no iba a funcionar [...]. Mi primera relación fue con alguien que estaba
en lo mismo que yo. Pero, como al tiempo tuve que saltar a la clandestinidad, mientras
ella seguía siendo legal, la realidad nos puso barreras. ¿Por qué son tan enamoradizos los
revolucionarios? No sé si será por la certidumbre instintiva de que se está rozando la
muerte [...]. Todo está dominado por la incertidumbre. Y esto tiñe a la relación de una in-
tensidad muy honda, tanto como de un desapego muy pronunciado frente a esas otras
cuestiones que normalmente atan a las demás parejas. De todos modos, es necesario re-
cordar que un revolucionario es un bicho común y corriente.» 418
417. Con respecto a las separaciones a causa de la militancia, recuerdo el anterior relato sobre Lilí Mazaferro y el de una
mujer, de ideario más bien ácrata, que se casó con un miembro del MLN y cuando él se fue a Cuba y la organización le
dio infraestructura, ella no lo siguió «tenía que meterme en el movimiento tupa, pero no lo hice; le siguió otra mujer».
418. Campodónico, 119 y 120.
Los luchadores sociales 465
V.3.10. Clandestinidad
«Caminante que borra sus pasos,
yo no la olvido,
la que no dijo nada,
dijo: mi patria; dijo: mi patria.
Pero yo digo: guerrillera.»
Los últimos testimonios del anterior apartado son de personas que vivieron en la clandestinidad y,
como se ha dicho, eso influyó sobremanera en sus vidas cotidianas. Los versos que encabezan este
apartado pertenecen a una canción de Viglietti, sobre una guerrillera que tiene que vivir constante-
mente, o gran parte de su vida, en la clandestinidad, hecho que le puede llevar a ser detenida en
cualquier momento, interrogada y, en ese caso, seguramente torturada.
A la clandestinidad se podía pasar por la ilegalización de la agrupación en la que se militaba, de
forma fortuita, por una delación o por ser descubierto «con las manos en la masa». Cuando un
miembro de la misma organización era detenido, empezaba para sus contactos el dilema, «cantará
o no cantará, paso o no a la clandestinidad». Si eran de los militantes denominados legales, no clan-
destinos, muchas veces optaban por abandonar su casa durante unos días para ver qué pasaba. Si
419. Huidobro, 1994, Tomo III, 181.
466 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
la policía lo iba a buscar y estaba muy implicado en una organización ilegal seguramente decidía es-
conderse. En el caso de que alguien ya estuviera en busca y captura y un compañero de grupo o célu-
la caía preso, lo que solía hacerse era abandonar el berretín. Para ello, a los detenidos se les pedía
que aguantaran un tiempo, uno o dos días, las torturas de los interrogatorios. Tras ese plazo, si al-
guien no soportaba más y descubría el lugar donde habían estado escondidos sus compañeros se
perdía un local y parte de la infraestructura, pero no significaba su inmediata captura.
Otra manera de pasar a la clandestinidad ocurría tras organizar –o colaborar en– una operación
desde dentro de la institución donde se trabajaba y contra la que se iba a actuar. En caso de quedar
«quemado», esa persona devenía un fugitivo de la ley. Eso fue lo que le pasó, por ejemplo, a Lucía
Topolanski, empleada de la financiera Monty.
El pase a la clandestinidad significaba, por descontado, un cambio de imagen. Fernando Garín se
tiñó el cabello de rubio, otros portaban pelucas, vestían distinto a como lo hacían habitualmente y,
en ocasiones, también se retocaban pómulos y perilla o se cambiaban de nariz, la operación más ca-
racterística. Muchas de esas intervenciones quirúrgicas se realizaron en Chile. Habrían pocos mo-
delos pues todos los clandestinos acababan con narices parecidas. Sendic, tras la fuga del Abuso, se
operó en territorio uruguayo.
«En una chacra donde le fue sustituida su nariz anodina, ni muy grande ni muy chica, ni muy
gorda ni muy flaca, por la naricita respingada que, cirugía mediante, pasó a ser algo así como la
marca en el orillo de varios clandestinos que pretendieron cambiar su aspecto.»420
Álvaro Gascue, en un documento inédito, (texto nº 6 del archivo del autor) explicó algunas de las
razones que impulsaron a una parte de la militancia a la actividad clandestina.
«Para muchos jóvenes militantes los actos del Che y su intransigencia ética se convirtieron en un
poderoso paradigma y la ilegalización de los grupos [como los del acuerdo Época] en su bautismo en
el accionar clandestino. Otra forma de vivir la militancia en una organización ilegal era la semiclan-
destinidad.»
Pedro Montero recuerda que en 1968 era «de los llamados “legales”, es decir sigo con toda la
vida pública, familiar, laboral y sindical, y por las noches me dedico a armar el aparato armado de
los tupas. Dormía entre tres y cuatro horas.»421 El caso de este luchador social, el tener una vida y
militancia pública y, también, una actividad clandestina, es similar a todos aquellos que sin ser con-
siderados clandestinos, por no estar requeridos por la justicia, luchaban escondiéndose de ella y to-
mando ciertas medidas de seguridad.422
«En aquella época tenía la costumbre de no preguntar nada –recuerda Montero–. No te-
níamos ningún papel. Y si pasaba por alguna parte no me acordaba ni de dónde había es-
tado ni con quién había hablado ni con quién había estado. Después me vine a enterar de
quién eran fulano y mengano y de algunos otros me había olvidado hasta del alias [...]. La
clandestinidad funcionó en las personas que fuimos disciplinadas. Quienes no quisimos
saber qué personas estaban alrededor nuestro y quienes nos llamábamos realmente con
los nombres de guerra no tuvimos problemas de compartimentarnos con otra gente. Pero
420. Blixen, 222.
421. Había formas y formas de vivir la semiclandestinidad. Fernando Castillo recuerda el caso de un militante del 26 de
Marzo que su pase a la clandestinidad consistió, únicamente, en frecuentar menos el comité de base en el que partici-
paba, en sacarse los lentes, peinarse con gomina hacia atrás, vestir con traje y cambiarse el nombre.
422. Muchos de estos militantes legales eran los que hacían las tareas de cobertura en los operativos o de información y ser-
vicio, por ejemplo, frecuentando los bancos que iban a atracar. Por esta razón, a veces, si un luchador social se encon-
traba con otro en un restaurante de lujo o en una fiesta de la jet set en Punta del Este se decían, ya fuera como excusa o
para hacer un chiste, que estaban de cobertura.
Los luchadores sociales 467
yo fui descompartimentado por mi propio grupo, una columna de servicio que pertenecía
a servicios militares y que se descompartimentó con sanidad porque había unos boludos
nuestros que venían del grupo libertario de medicina, y como buenos despelotados, se
juntaban con toda sanidad que eran libertarios. Caí en desgracia [preso] en el 71 por la
descompartimentación grave con sanidad.
–Ustedes no iban a las manifestaciones ¿no?
–Sí, los tupas íbamos todos. Iba hasta la dirección del MLN clandestina.»
El clandestino puede tener muchas sensaciones, como la incertidumbre que mencionaban los
entrevistados anteriormente. Mujica cuenta otro de los sentimientos frecuentes. «La soledad del re-
volucionario es algo que golpetea mucho sobre todo en los tipos de organización clandestina de ac-
ción urbana porque está compuesta de muchas horas muertas». Chela Fontora comenta por su par-
te: «La vida de clandestina la viví muy dura. Yo vine del interior. La inseguridad por desconocer la
ciudad».
La descompartimentación, algo esencial en los grupos clandestinos, supuso anécdotas de todo
tipo. Curiosas fueron aquellas en que conocidos y amigos de todos los días en la vida legal pública, y
que por supuesto escondían su militancia clandestina, en un momento dado se encontraban y se
sorprendían militando en la misma organización.
«Los vecinos, la familia, los amigos, sabían más o menos quién era tupamaro, por que había de-
saparecido de la universidad, la fábrica o las plantaciones de caña –recuerda Garín–. Entonces no se
aseguraba pero se presumía. No se hablaba, el tipo volvía cada seis meses a su lugar de origen, a ver
a la familia. La familia seguía una comunicación por carta. Lo de los hijos era un problema. Algunos
veían a sus hijos, pero otros, por problemas de seguridad, no. La mayoría, yo mismo, no quería ver a
la familia por si los seguían.»
En un documento interno del MLN acerca de medidas de seguridad y compartimentación se po-
día leer:
«Cada caso hay que resolverlo de acuerdo a las circunstancias. Por regla general, los familiares
deben ignorar absolutamente las actividades del militante. Pero como es imposible justificar satis-
factoriamente las actividades con coartadas no siempre suficientes, es importante realizar un tra-
bajo político, tendiente a lograr una ubicación favorable entre los familiares. Esto es de suma impor-
tancia cuando se trata de la esposa del compañero. Las esposas terminan por darse cuenta que el
compañero está en “algo”. Es necesario, pues, cuando llegue el caso, reconocer una actividad sin
decir dónde ni con quién, ni dejar traslucir en lo más mínimo referencia alguna. La esposa debe
acostumbrarse a no preguntar ni querer saber. En caso de que un familiar sea también militante
468 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
debe procederse con él como con los demás. En la militancia no hay parientes ni amigos, sino com-
pañeros.»423
Por su parte Viglietti en La canción de Pablo imaginaba el sentimiento de una mujer cuándo era
interrogada sobre el paradero de su compañero prófugo:
«Compañera,
vendrán a preguntar otra vez,
si me han visto, si le escribo,
si usted sabe a dónde fue su marido.
(Usted los mira a los ojos,
con ternura va pensando:
Pablo es un hombre que sabe
que la vida está cambiando,
los compañeros lo llevan
hacia el alba caminando.
Y si le ponen cadenas
irán otros brazos por libertad.)»
Con respecto al aislamiento y la dureza del estar perseguido y escondido fue especial el caso de,
al menos, una combatiente que tuvo que parir clandestinamente, en un berretín. Pues no siempre
tenían posibilidad de acudir a uno de los hospitales clandestinos o ir al Hospital Clínicas, sin el cono-
cimiento de las autoridades, y ser ayudada por luchadores sociales que trabajaban allí.424
Para que la clandestinidad funcionara tenían que respetarse a raja tabla una serie de medidas
como que cada militante supiera lo menos posible sobre la vida privada del otro y sus datos persona-
les. Se trataba de que ante un posible interrogatorio policial el detenido más que por resistencia no
hablara porque realmente no sabía, ni el verdadero nombre del responsable de la célula, ni su direc-
ción ni en qué trabajaba. Interesaba también que cada militante conociera, físicamente, a la menor
cantidad de compañeros posibles. No se presentaban unos a otros si no era para hacer un trabajo
común y sin previa autorización de los comandos o responsables. A la aplicación de todas estas
medidas se le denominaba compartimentación.
A través del testimonio de Irene se puede conocer en qué consistía la lucha clandestina, la com-
partimentación y las esenciales medidas de seguridad, en un grupo armado, en este caso la OPR 33,
la organización en la que ella militaba.
Esta combatiente primero aclara que para trabajar en la clandestinidad, los reflejos, los cinco
sentidos, siempre tienen que estar en marcha y, más aún, durante la aplicación de medidas de segu-
ridad extraordinarias y luego recuerda las reuniones en la playa y la plaza Virgilio:
«Agarrábamos lugares cuando no había nadie, o durante el verano en la playa, nos sentá-
bamos, más o menos cerca, y charlábamos entre todos, [...] a veces llevábamos niños y,
mientras jugaban, hablábamos. Era algo muy “natural” por aquel entonces. O, entre un
hombre y una mujer, te abrazabas y te tocabas la cara, como novios, mientras hablabas.
En el ómnibus, decíamos “tal parada”, uno entraba y otro salía, y nos decíamos alguna
cosa o nos pasábamos algún papelito. Otras veces uno se sentaba delante y otro atrás.
[Esas costumbres], con las Medidas [Prontas de Seguridad] no cambiaban, eso sí, el
riesgo era mayor [...].
La OPR 33 estaba altamente compartimentada. Éramos células muy chiquitas, con una
compartimentación férrea [...]. Los fundadores se conocían todos, pero a medida que en-
traban compañeros se iba compartimentando. Al final, cada compa que entraba sólo co-
nocía a una persona de su grupo. La vida fue muy dura ahí.»
Irene era una militante legal, tenía una doble vida, de noche conspiraba y por el día, en su barrio,
era una señora casada...
«Me levantaba a las dos de la mañana y me iba a trabajar al interior, daba clase dos días y medio
seguido, volvía y sabía que tenía que ir al local y salir a hacer algo. Ya estábamos preparados para
ese cambio. A veces pensabas “ah, tengo que ir” como cansada, “¿saldré de esta o no saldré?”. Des-
pués de veinticuatro horas normal, a veces, era agotador. Las acciones las preparábamos varios días
antes. Había que mirar, confrontar, discutir por allá.»
Poco a poco, a esta mujer, como muchas otras, le fue imposible ocultar, en su vida pública, su re-
chazo al régimen. Así que en sus «dos vidas» pasó a estar comprometida con el cambio social. La
cara visible era su simpatía por la ROE y la cara oculta su actividad en la OPR 33. «Unos días practi-
caba una militancia legal fuera de Montevideo y, en Montevideo, funcionaba dentro del aparato ar-
mado o la acción directa, como solíamos decir».
Pero en determinadas épocas, sus compañeros le aconsejaban no participar en ninguna de las
movilizaciones públicas contra el régimen. En ocasiones, se consideraba más positivo no levantar
ningún tipo de sospecha ni mostrar su decantación por un bando u otro. Por ejemplo, los dirigentes
de su grupo político le prohibieron asistir a la manifestación y el sepelio de Líber Arce pero ella igual
fue un rato. «No podía dejar de ir –insiste aún hoy–. Luego los compañeros me preguntaron si había
ido y contesté: “No, acaté el acuerdo”».
Irene cuenta que, en aquella época, si se cruzaba con otro militante, de su organización u otra
agrupación clandestina, ninguno de los dos se paraba a saludar.
La siguiente anécdota refleja en qué podía consistir su actividad y qué peligros le acarreaba. Irene
está realizando un trabajo de investigación –servicio– para el aparato armado de la OPR 33 –en Bu-
levar Artigas y Palmar–, una «chanchita» de la Metropolitana la detiene por sospechosa. La llevan
hasta la seccional diez. «Acá no tengo escape» piensa, porque llevaba muchas notas encima, nece-
sarias para un operativo futuro. Pero le quedaba una escapatoria antes de ser registrada, usar los al-
godones y la tinta roja.
–¿Qué estaba haciendo usted en aquella esquina? –la interroga el policía.
–Esperando a mi novio para ir a un mueble (hotel) –contesta ella antes de recibir unos cuantos
golpes y una fría advertencia:
–La vamos a interrogar.
–Disculpe, estoy menstruando, tengo que ir al baño –le dice ella poniendo cara de circunstancia y
con un gran miedo interno.
El agente duda, pero ella insiste:
–Es urgente.
–Pero no me había dicho que estaba esperando a su novio. ¿Cómo se va a ir a un mueble si está
menstruando?
–Bueno, hay otros agujeros –le suelta ella con mucho desparpajo.
470 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Si los militantes de base fueron «ocultos» para la gran mayoría de la organización, mucho más
sucedía con los dirigentes, que fueron «invisibles». Por eso Fernando Garín se sorprendió tanto en el
lance que cuenta seguidamente.
«Uno de la dirección me lleva a un local, y cuál es mi sorpresa, veo a todo el Ejecutivo.
–¿Y ahora? [–le pregunta Fernando a su compañero consciente de lo delicado de la si-
tuación–] ¿Cómo haces esto?
–Si vos cantas [–manifiesta el dirigente–], la revolución no existe.»
Para finalizar, un relato que muestra como algunas de estas prácticas, que para ciertos luchado-
res sociales –consciente o inconscientemente– se hicieron costumbres, perduraron en épocas pos-
teriores o hasta la actualidad.
En 1984, un uruguayo exiliado en Europa que había estado casi dos años preso, al no estar segu-
ro de cómo lo recibirán sus castrenses compatriotras, viaja a Buenos Aires para ver a familiares y
amigos. Elige la capital argentina porque allí los militares ya han «abandonado» el poder. Y porque
es un lugar accesible para que los suyos se trasladen hasta allí. El encuentro es intenso y emotivo. Al
irse sus visitantes, se queda solo en Buenos Aires, preparado para retornar a Europa y aún con unos
días para discutir con viejos compañeros y recorrer la calle Corrientes en busca de algún libro
interesante.
Uno de sus paseos acaba en un boliche. De repente, mira a un tipo con barba y pelo bastante lar-
go que está solo en una mesa, como esperando a alguien. “A ese barbudo lo conozco”, piensa, “¿pe-
ro de dónde?” se pregunta. Está a punto de ir a preguntárselo pero algo le frena. A pesar de la deno-
minada democracia, la ciudad está demasiado enrarecida, llena de policías de paisano y los críme-
nes aún frescos. Por esos prefiere hacerse el distraido y pedir algo. Pero es el desconocido quien se
acerca y le pregunta:
–¿Nos conocemos?
–Sí, creo que sí, pero no sé de adonde.
–¿Sos de acá? –le pregunta el otro.
–No, vivo en Europa.
–Qué raro, yo nunca fui allá, pero vos me sonás.
–Pero ¿vos sos argentino? –duda él.
–No, no, uruguayo –contesta el otro.
–Yo, también. Y nos conoceremos... –piensa un poco y añade– de la facultad.
–No, yo no estudié más. Y será de la calle nomás –duda el desconocido.
–No loco, ahora que te oigo hablar, yo a vos te conozco de algo –insiste, ahora, él.
–¡Del estadio!, ¿sos manya? –se entusiasma el de la barba.
–No, qué manya, antes era de Nacional –se quedan mirando pero no hay caso–. No sé, bueno.
Igual fue un gusto volver a verte. ¿Estás bien?
–Sí, acá andamos –contesta, no muy convencido, el de la barba.
–Bueno, que siga todo bien entonces –se despide él.
Sale del bar y empieza a caminar, a su lado pasan un montón de viandantes, pero él sigue pregun-
tándose de qué conocerá a ese tipo y por qué su voz le resultó tan familiar. No le suena de ningún tra-
bajo y mucho menos del barrio. Cuando sube al ascensor, hacia el departamento donde se aloja, re-
crea otra vez la charla, cada pregunta y cada respuesta. De pronto, se acuerda de un dato básico. «El
nombre. No me dijo el nombre. No nos preguntamos el nombre, ninguno de los dos. Eso quiere decir
que el tipo también estaba en la cosa». Por su cabeza pasan pantallazos: militantes que él conoció,
472 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
tupas, obreros del Cerro, estudiantes, «no, me dijo que estudiante no era». Con el imaginario le saca
esa espesa barba y lo hace diez años más joven. Un escalofrío recorre su cuerpo. Es el flaco Z. Mi
compañero de celda de Libertad, durante, meses».
Al día siguiente vuelve al boliche. Por suerte Z está ahí, ésta vez, con unos amigos. Le hace señas.
El barbudo se levanta y se acerca:
–Hola. ¿Cómo estás?
–Loco, ya sé de qué nos conocemos. Vos estabas metido.
Pero Z no contesta pues sigue sin saber quién es su interlocutor.
–Estuvimos presos en la misma celda, te acordás, en el 72, en la segunda galería.
El flaco Z de repente se acuerda, pronuncia su nombre, le da un abrazo y le pregunta:
–¿Cómo carajo te acordaste?
–Porque el otro día estuvimos charlando un rato, preguntándonos cosas pero, en ningún momen-
to, a ninguno de los dos se nos ocurrió preguntarle al otro cómo se llamaba, lo que hubiera hecho
cualquier persona menos alguien como nosotros, acostumbrados a la compartimentación.
Los almuerzos se hacían según los grupos de actividades, en la cena se reunía toda la comuni-
dad. Por la tarde se planificaban tareas, se seguía con los servicios, los trabajos y se jugaba. A las
ocho de la noche los más pequeños estaban listos para dormir y los escolares ya habían cenado.
Los sábados se organizaban diversos actos, por la noche había una importante actividad creati-
va; incluso con participación externa. El domingo comían todos juntos y se solía leer poemas y
cantar canciones.
Yessie Macchi, por su parte, cuenta un día en un cantón rural.
«Nos levantábamos de madrugada. Siempre había alguien que se levantaba antes porque le to-
caba, rotativamente, ordeñar las vacas [...]. Teníamos una hora de gimnasia y después nos sentá-
bamos todos a desayunar juntos y tomar mate. Las tareas estaban distribuidas; durante el día traba-
jábamos mucho, a unos les tocaba plantar, a otros quinchar y a otros cuidar de los chanchos y ga-
llinas [...]. Teníamos algunas cosas plantadas para la subsistencia y una mula para ir a buscar agua,
porque ahí no había agua. De tardecita empezábamos con los ejercicios militares o los que fuera
[...]. Cuando llegaba la noche, ahí en el fogón, charlábamos, discutíamos, desde temas políticos
hasta temas personales, problemas de convivencia que se dieran ahí e inquietudes de algún compa-
ñero\a. O sea, la vida era muy rica, muy comunitaria. Normalmente éramos grupos muy unidos,
[por] el hecho de compartirlo todo juntos.»
Para un clandestino que no vivía en un cantón militar, la vida era muy diferente. Mario Rossi Ga-
rretano, por aquel entonces dirigente de las FARO, residía en una casa solidaria en la que nadie, a ex-
cepción de los caseros, podía saber que allí se ocultaba un jefe guerrillero.
Por la mañana Rossi salía, escondido en el maletero del coche del hogar, y lo llevaban hasta un lu-
gar desde el que partía para realizar su actividad militante, que consistía en participar de operacio-
nes y establecer diferentes contactos. Por la noche tenía una o varias reuniones. Tras ellas, le intro-
ducían en la casa, otra vez de forma oculta, aunque al ser de noche, le bastaba con estirarse en el
suelo del vehículo.
Llama la atención la forma que tenía de pasar, día tras día, desapercibido en la vía pública.
«Me desplazaba con documentación falsa y mimetizado –cuenta Rossi–. A veces, de empleado
bancario, otras veces de overol como obrero, según el barrio al cual debía acudir. No iba armado,
salvo los días de las acciones. Prefería una documentación y una buena caracterización, así pasé
muchos controles policiales.»
Los luchadores sociales en su resistencia al estado debieron organizar sus vidas, al menos en al-
gunos aspectos, de manera distinta a la forma convencional, rompiendo, en la práctica, muchos de
los valores y esquemas del sistema que rechazaban. Lo común y colectivo se imponía al individua-
lismo, las relaciones mercantiles se rompían para darse tentativas de relaciones humanas, más
afectivas, de necesidad del uno con el otro. El compromiso y la responsabilidad con los compa-
ñeros y el grupo suplantaba al desinterés y competitividad por el otro que había en muchas otras
426. Adolfo Tejera, ministro del Interior. El párrafo completo se puede leer en este mismo apartado.
474 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
427. El siguiente fragmento da una explicación del temprano rechazo de jóvenes, y luchadores sociales en general, a la coti-
diana opresión que sufrían. «La hostilidad de la metrópolis vertical en la que se apilan hombres que viven sin mirarse ni
verse por encima de las congestiones del tráfico […]. ¿Cómo hará el individuo para salir de los subterráneos de la ciudad
del consumo, donde no se siente existir sino es en términos de rentabilidad? Bajo la regla de “automación” y de las com-
putadoras –asombrosos factores de progreso material– la juventud se entrega a una nueva forma de esclavitud». Del ar-
tículo «Juventud Iracunda», de Marcel Hicter, El Correo de la Unesco, 1969, 15-20.
428. El compañerismo que los presos vivieron en prisión se observa en el apartado «Sobrevivir en la cárcel». De hecho casi
todos estos casos se han abordado en los capítulos anteriores, de ahí que ahora tan sólo se hayan mencionados algunos
ejemplos para que se entienda la relación entre los luchadores sociales y los grupos o sociedades cimarronas.
429. Uno de los entrevistados afirma que de lo que se trataba era de imponer, al igual que en la sociedad en su conjunto, la
«dictadura de las necesidades humanas a la dictadura del valor».
Los luchadores sociales 475
«En los próximos días demostraré de forma fehaciente, los excesos cometidos y provocados por
los cañeros que actúan en asamblea permanente, conduciendo como rehenes a mujeres y niños, y
viviendo en los caminos, generalmente a la intemperie, sufriendo y haciendo sufrir a quienes los
acompañaban, todos los penosos afanes de su viaje, sin medios de educación para los menores, sin
higiene ni salubridad para ninguno de los integrantes de la caravana, manteniéndose en una pro-
miscuidad peligrosa para la moral colectiva.»430
La opinión de Huidobro sobre si en esas movilizaciones se estaba edificando una moral alternati-
va es la siguiente:
«Siempre han hecho un alegato a la moralina contra la izquierda, en este caso al campa-
mento cañero por la “promiscuidad”. De ahí a que nosotros estuviéramos edificando otra
moral, de hacer de eso bandera, creo que no. No, no, no acá había hambre, que vamos a
estar discutiendo eso... ¡por favor!
–Se da, de hecho –se le insistió– en la relación compañera, donde aparecen otros valores.
–¡Ni que hablar! Pero no era lo principal en ese momento, no era una preocupación cen-
tral. Me parece que vos tenés una concepción medio europea, que en torno de eso hacen
girar todo, y cuando la gente se está muriendo de hambre no tiene tiempo de pensar en
esas cosas.»
Con respecto a los cantones del MLN pormenoriza Yessie Macchi:
«Los cantones eran comunidades donde de pronto se juntaban quince o veinte compañeros vi-
viendo en un mismo lugar; y viviendo no durmiendo simplemente. El cantón era una base de opera-
ciones, de ahí solamente salías a actuar a una acción militar y volvías. Convivíamos todos, es decir,
nos teníamos que cocinar, dormíamos ahí, hacíamos nuestros ejercicios militares ahí, hacíamos
nuestro aprendizaje de cómo armar y desarmar, limpiar los fierros, cómo hacer un explosivo casero, o
quizá no tan casero, hasta cómo hacer un documento falso, es decir, el cantón militar era una base de
formación global. Ahí, convivían compañeros que no eran solamente de Montevideo, por ejemplo,
conviví con quince compañeros más, en una chacra, en las afueras de Montevideo, que era un cantón
militar. Allí la mitad eran cañeros del norte, de Bella Unión, y la otra mitad éramos de Montevideo; y de
esa otra mitad, la mitad provenía del movimiento estudiantil, y el resto proveníamos de otros lados. O
sea que también era una instancia de tratar de juntar distintos sectores dentro de la misma organiza-
ción para el intercambio. La vida en los cantones era muy linda.»
Sobre las ocupaciones de lugares de estudio, René Pena cuenta: «Armábamos una carpa y dor-
míamos todos juntos, hombres y mujeres», acotando: «No pasaba nada». Esta acotación recuerda
a los «guardias rojos», denominación que recibían aquellos militantes que vigilaban la aparición de
cualquier tipo de «excesos» en las movilizaciones de los luchadores. Recordando las ocupaciones
de la facultad Rodrigo Arocena asegura que «no se tomaba mucho, había un cierto puritanismo,
guardiarojismo decían algunos, no había droga,431 y alcohol, muy poco». A la pregunta de si en lo
sexual también estaba presente el puritanismo, responde que «era un poco más liberado» y piensa
que se debía a que no fuera un país católico.
Uno de los espacios comunitarios por excelencia eran los comités de barrio, lugares que llegaron
a cambiar la vida de las personas que los frecuentaban.
La mayoría de los ensayos que ayudan a componer la memoria escrita de los de abajo –de los de la
historia oficial ni que decir– tratan los conflictos sociales ahondando en los dirigentes, las líneas
políticas, la cárcel, las acciones espectaculares, etc. Por espacio, prioridad u olvido, o por no ser
considerados protagonistas de los hechos, en muy pocos estudios se recogen las vivencias de per-
sonas, también partícipes de la historia y sufridoras de ella, como los niños. Los más pequeños no
escriben textos historiográficos, pero hacen dibujos y viven momentos imborrables que más tarde
cuentan. Los recuerdos de estos «anónimos de la historia» devuelven a los niños su voz y com-
pletan nuestra memoria colectiva.
Este apartado se centra en los hijos de los luchadores sociales en Uruguay nacidos en las déca-
das de los sesenta y setenta. Como el conflicto social no se produjo sólo en Uruguay, sino que abarcó
todos los países de la región, también se mencionan chicos y chicas de allí.
Se pretende averiguar cómo veían los acontecimientos que vivían los hijos de los militantes,
cómo veían a sus padres, a los milicos, cómo era la relación de padres e hijos y cómo era tener a uno
o a la dos encarcelados. Se intenta, al fin y al cabo, narrar cómo vivieron aquellos niños el período de
conflictos sociales entre 1968 y 1973 y los años posteriores, y cómo les afectó para el resto de sus
vidas.
Los hijos de los luchadores sociales, desde chiquitos, tuvieron que aprender las cosas muy rápi-
do; el ritmo del país así lo exigía. Algunos presenciaron cómo los milicos rompían la puerta de su
casa, la allanaban y se llevaban a golpes a su papá o a su mamá. Otros descubrieron la palabra «li-
bertad» cuando fueron a visitar a su padre, que estaba encerrado en la cárcel reservada para los
presos políticos.
ver ese reloj ni los milicos que merodeaban por allí. En esas circunstancias tenía miedo de
ver a mi padre.»
Infancias
Cuando me fui eran chiquilines
tenían un rabioso
alrededor de púas
la racha intransigente les quitaba
padres, tíos, maestras
eran gurises de ojos grandes despabilados
que contemplaban en silencio
las encerronas las caídas
las levantadas los adioses
entierro tras entierro
fueron y regresaron
asidos a las manos de los sobrevivientes
así fue que empezaron a conocer temprano
nudillos en la puerta
nudos en la garganta
la obligación de no llorar
ser los leprosos de la clase
eran botijas de otra infancia
sin julio verne ni salgari
pero eso sí con excursiones
quincenales a ver barrotes
a ver barrotes con caricias
besos volados y pañuelos
eran gurises de otra infancia
con menos padres de lo programado
con abuelas y abuelos más o menos tránsidos
de asumir la penumbra
infancia de otros juegos taciturnos
y tardes largas sin explicaciones
cuando me fui eran pibes
si bien callaban las preguntas
se despertaban preguntándose
por qué encerronas
por qué autopsias
por qué no están
por qué la madre
cuando me fui eran niños
hoy han crecido con las calles
con los plurales
con la bronca
son hombres y mujeres cuerdos
que escriben cartas y hacen hijos
y en los estadios y en las plazas
cantan al aire casi libre
478 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
MARIO BENEDETTI
433. En este poema, Benedetti, después de hablarnos de la infancia de los hijos, nos cuenta la de los abuelos y la de los pro-
pios luchadores sociales. Y «los domingos» y «las ravioladas» no esconden «la pregunta clave»: ¿cómo era la infancia?
¿Cómo fue esa infancia? A pesar de la socialización domesticadora que todos los pequeños padecen, en la mayoría de
las familias, la niñez corría de la playa al estadio, pasando por la rayuela o el bolón. Pero en otras, las sombras del aban-
dono, el alcoholismo, la miseria, la tristeza, el abuso moral y sexual, la perversión..., desfiguran esa imagen pintoresca y
entrañable, y convierten esas infancias en vivencias salpicadas por la sordidez. En algunos casos aún más terribles que
las que sufrieron los hijos de los luchadores, del maltrato del que fueron víctimas.
Los luchadores sociales 479
Muchas dudas e incomprensiones tardaron tiempo en resolverse: «Una cosa que no entendía era
cómo Seregni, que había sido milico, era del Frente Amplio», añade Mario.
Aunque el ser o no «explicador» tuvo que ver con las características de cada uno, se puede esta-
blecer dos etapas: una en la que los mayores narraban a los pequeños las injusticias del mundo, las
fechorías de los guardianes del sistema y apoyaban a los que luchaban para transformar la realidad.
Y otra en la que predominó el silencio o la verdad en bajito y en casa, el miedo y por tanto la incom-
prensión de los niños. Como es lógico, la primera se dio en un período en el que el rechazo al capital
fue muy fuerte y parecía imparable, y la segunda cuando, el sistema reprimía más y se vivía una si-
tuación de derrota. En la primera época había optimismo y se consideraba que era necesario propa-
gar las ideas y enseñárselas a los niños; educarlos para que tuvieran actitudes comunitarias y con-
testatarias. Entonces, la consigna era decir la verdad a los hijos, lo que se creía y sentía del momento
que se vivía, para que a su vez éstos se lo dijeran a otros niños e, incluso, discutieran con la maestra
si ésta en clase sostenía un discurso reaccionario. Debido a esa costumbre y atmósfera social, mu-
chos de aquellos hijos aprendieron –para el resto de sus vidas– desde a compartir los juguetes con
menos problemas que otros, hasta a adquirir valores más justos y humanos, y actitudes más
rebeldes.
En tiempos de derrota era mucho más difícil y riesgoso ser «explicador». Por el miedo impuesto
se ocultaron realidades, acciones, rabias, compañeros e ideas, y quien decía algo comprometido a
los niños insistía en que no lo contaran en la escuela.
«Desde los tres años –declara Rafa, nacido en 1971–, sabía que los militares eran gente
mala, que en cualquier momento te podían venir a cazar. Y lo segundo que sabía era que
esas cosas no las podías hablar con nadie, ni mencionar nada afuera de casa. Era como
una presentación y clausura del tema político.»
434. Mario es el primero de sus cuatro hermanos, nació en 1964. En aquel momento su madre estaba empleada en una
agencia marítima y su padre era estudiante de medicina, militaba en los grupos anarquistas de la facultad, años des-
pués se integra al MLN, a fines de 1971 es requerido por esa razón y tras estar cinco meses en clandestinidad y cuando
Mario cursa segundo de escuela es encarcelado hasta 1977.
480 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
«David no les prestaba la pelota que tenía a los otros nenes. Entonces todos los nenes les
pedían a sus papás que les compraran a ellos una pelota, pero como los papás de esos
nenes no tenían plata, porque eran trabajadores, no podían comprarles nada. Pedro, que
era el más chiquito de los nenes, le decía a la mamá:
–Comprame una pelota como la que tiene David porque él no me la presta.
Y la mamá le decía a Pedro:
–Nosotros tenemos muy poca plata y la tenemos que guardar para comprar comida y
ropa.
Entonces Pedro se ponía a llorar y se iba a hablar con el papá. El papá de Pedro le ex-
plicó que él trabajaba mucho pero que igual no tenía plata para comprarle una pelota, en-
tonces Pedrito se fue a hablar con Roberto que era el más grande de todos los nenes y les
contó que los papás de él no podían comprarle una pelota porque eran muy pobres. Los
papás de Roberto también eran muy pobres y tampoco podían comprar una pelota.
Entonces a Roberto se le ocurrió una idea: ¡hacer ellos mismos una pelota con trapos y go-
mitas!, se fueron a las casas de los otros nenes y les dijeron esa idea, entonces cada uno
de los nenitos consiguió algún pedazo de trapos viejos, otros consiguieron piolines y con
todo eso Roberto, que sabía como se hacían esas pelotas, hizo una y todos los nenes pu-
dieron jugar al fútbol. Pedro, que era el más chiquito, ya no lloraba más porque estaba
muy contento de jugar al fútbol con todos los amiguitos. El único que lloraba ahora era
David, que aunque tenía pelota, no tenía con quien jugar y se aburría mucho ¡que se em-
brome por ser malo y no prestarle la pelota a todos los nenes! Y colorín colorado este
cuento se ha acabado. Otro día les cuento otro.»436
Con respecto a la información sobre la militancia y el pasado uruguayo de su madre, Miguel en-
tiende que se le fueron contando las cosas generales y que se le ocultaron acciones que podrían ha-
ber comprometido a personas concretas.
«“Éste es Gerardo Gatti, que es tu padrino y está desaparecido” –le dijo su madre desde
muy pequeño–. Lo tenía super asimilado –manifiesta Miguel–. Me puedo imaginar lo que
hicieron y por qué los persiguieron, pero nunca me dijeron, mirá nosotros fuimos e hi-
cimos esto. [Sólo] tengo tres anécdotas. Mi vieja me dijo que un día iba a escribir todo y
me lo iba a dar. No sé si lo va a hacer o no. Yo, por lo menos, era consciente de porqué pa-
saban las cosas, que había una dictadura que mataba a la gente. Pero no supe cuáles eran
los ideales [de mi madre y sus compañeros] ni quiénes eran los anarquistas y los tupa-
maros, hasta los trece, catorce o quince, cuando empecé a comprender más lo que era el
estado y el gobierno y cómo funcionaban. Ahí empiezo a distanciarme cada vez más del
gobierno, me parecía una parafernalia que no tiene sentido ni colaboraba en nada en el
ser humano, y veía que mi madre luchaba contra eso [...].
Por ejemplo –añade este testimonio para ilustrar una de las formas que tuvo de aprendi-
zaje político–, en el informativo aparece Fidel Castro y de repente: “Shhh, callate y es-
cuchá”. Y cuando aparecía el político de turno: “Hijo de puta, ladrón de mierda”. Entonces
vos empezás a identificar, el hombre de barba para tu madre está diciendo lo que está bien.»
Hubo casos paradójicos en los que, al ser entrevistados, los padres se sitúan entre los que aclara-
ban y explicaban todo lo que pasaba y, en cambio, los hijos no los recuerdan así.
«Mi padre era y es de los que no hablan de lo ocurrido. Apenas uno o dos comentarios que
no llegan ni a ser anécdotas para contar. Supongo que mi madre también poco ha sabido
por su boca del sufrimiento que pasó –reflexiona Juancho–.437 Durante mi infancia, mi
436. Texto nº 27, archivo del autor.
437. Hay que tener en cuenta que algunos luchadores sociales –como fue el caso del padre de Juancho–, que en su época
respetaron la compartimentación y que en las torturas se negaron a dar datos, por la misma prudencia y por no compro-
Los luchadores sociales 483
abuela fue la persona que hablaba de aquella época sin tapujos, con miedos pero con
fuerza, supongo que más curtida de haber perdido un hijo, además de hermanos, en la
guerra civil española, y haber vivido dos exilios. En la adolescencia, los libros, los amigos
de mis padres y algunas películas me explicaron aquello que intuía pero no había vivido.»
dadero nombre, se descompartimentaba la célula. Mario, en una ocasión, se extrañó que uno de aquellos hombres que
hacían gimnasia en su casa saliera en la televisión, detenido, con otra identidad que la que él conocía. Entonces, en su
casa, le tuvieron que explicar que él lo conocía por su apodo. Mario nunca tuvo que llamar por el alias a su padre o es-
conder su nombre, pero otros hijos, para preservar la compartimentación, sí tuvieron que hacerlo.
Los luchadores sociales 485
–No, en ese momento no. En el operativo de caída de mi viejo, sí [...]. Hasta hace tres
días soñamos con nazis que entraban a buscarnos. El miedo mezclado con las películas
de guerra, te hacían temer que te tocasen la puer ta, te tiraran al piso y te llevaran.
–¿Y llegaste a hablar con soldados?
–El milico raso no hablaba, tendría órdenes de no hacerlo. Lo hacíamos con las mujeres
milicas [que nos revisaban al entrar a la visita] o con algún milico de más graduación.
–¿A aquellas mujeres de la cárcel las recordás con aires maternales?
–No, las milicas eran “la yegua ésta”. Una milica se terminó casando con el conductor
de CICSA, que nos llevaba a la cárcel, y no lo entendimos. Cómo un tipo normal podía jun-
tarse con un milico.»
Sobre el temor a las fuerzas represivas, Mona declara: «No sé si era la escuela o qué, pero la poli-
cía en ese entonces no me daba miedo». Ella, como el resto de los niños y gran parte de la población,
desconocía que en ese momento los militares estaban perpetrando en el cono sur de América un
enorme genocidio. Rafa tampoco era consciente de las desapariciones, pero sí del clima represivo,
que llegaba hasta el interior de su hogar.
«Nos mudamos a una casa en la que la puerta no tenía cerradura pero mis viejos no la arreglaron,
esperando siempre un posible allanamiento de los milicos. Si encontraban la puerta cerrada la iban
a tirar abajo, entonces para qué iban a trancarla. Vivimos creo que ocho años dejándola abierta [...].
En otro momento recuerdo una quema de libros, que años más tarde lamenté muchísimo.»
Todos los hijos de los luchadores sociales, de una u otra forma, sufrieron el despliegue marcial de
los defensores del orden burgués. Durante años, algunos de ellos se despertaban de noche, aterrori-
zados por las pesadillas; asediados por interrogantes: «¿Mi papá es un delincuente? ¿Volverá a aban-
donarme?».
A los pocos meses de llegar a España, Bubú, con cinco años, se acordó de sus antiguas vecinas
de Montevideo y tuvo miedo. En la calle donde vivían se hablaba muy mal de ellas y eran conocidas
como «las brujas». Él no sabía que eran las confidentes de la policía pero tenía interiorizado el daño
que significaron para su familia; fueron las que denunciaron a su padre y quienes prestaron su domi-
cilio para allanar la casa de Bubú y los suyos.
–¿Qué pasa? –preguntó su tío, que aquella noche cuidaba a los Busines.
–Tengo miedo de las viejas –contestó él.
–¿Qué viejas?
–Las brujas, las vecinas –respondió Bubú.
–Pero si están en Uruguay –explicó su tío.
–¿Y si vienen?
–No, qué van a venir –el tío se quedó pensando y le contó una pequeña mentira para tranquilizar-
lo–. ¿Sabes qué? Las brujas están muy lejos, en el país más lejano del mundo.
–¿Cuál? –se quiso asegurar el pequeño.
–China –le contestó.
Otro relato sobre niños nacidos en Uruguay y exiliados en España es el de Juancho, que cuenta
cuándo y cómo se enteró de qué era el MLN, organización en la que militaba su padre.
«No comprendí quiénes eran los tupamaros hasta que no tuve siete años, ya llegados a España.
La única vez que mi padre me pegó, me lanzó contra un sofá violentamente, fue una tarde de do-
mingo en Barcelona. Aquel día habían venido ocho o diez personas a casa, pero a diferencia de otras
ocasiones, no había mucha comida, bebida ni otros niños; sólo, grandes. Se cerraron en el comedor
del piso. Mi padre me había regalado un juego de magia hacía unas semanas, en reyes. Como mis
486 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
padres [médicos] trabajaban todo el día, me cuidaban más los abuelos. Ellos venían de noche,
tarde, sobre todo mi padre. Hacía tiempo que no lo veía, así que decidí entrar al comedor para ense-
ñarle el regalo. Con tal mala suerte, que debí escoger un mal momento, y, delante de todo el mundo,
me gritó. Sin vacilar me agarró, me llevó a otra habitación y me tiró contra un sillón. Mi viejo aquella
noche tuvo que rascarme mucho para que le perdonara. Y aquel día entendí, por las explicaciones
paternas, que aquello era una reunión de los tupamaros en el exilio en plena transición política espa-
ñola.»
Otro caso curioso ocurría cuando un hijo de un luchador social se hacía amigo de un defensor del
régimen. La ciudad mezcla a todo el mundo, y en más de una ocasión se dio el caso de hijos amigos y
padres enemigos.
«Mis padres –cuenta Rafa– se tuvieron que aislar, por la constante persecución hacia ellos
y por el encarcelamiento de sus amigos. Entonces, fuimos a un barrio a Buenos Aires
como esos casos clásicos de las películas de gente sin pasado. No volvieron a ver a la
gente de antes, todos los amigos eran vecinos. Me hice una amiguita que vivía cerca y
más tarde me enteré de que era la hija de un militar, posiblemente de los escuadrones.»
«A nuestro liceo –explica Mario–, cuando teníamos trece y catorce años, iban las dos
hijas de Gavazzo, que ya sabíamos que era un torturador. Coincidíamos en algunos bares,
sabíamos a dónde vivían, en la cooperativa de vivienda que habían hecho los milicos en
Pocitos. Una de las hijas salía con un conocido nuestro que era de izquierda y después mi-
litante del FA.»
Los hijos con padres militantes se vieron, de un u otro modo, involucrados en la vida política y
combativa desde que nacieron. O quizás antes: «La fuerza de la ideología y la convicción del grupo
–declara Irene– hacía que no dejaras de hacer cosas aunque tuvieras miedo o estuvieras embara-
zada. ¡Si al día de hoy tuviera la energía de aquel entonces!».441
René Pena reconoce la ayuda a la hora de pasar fronteras que le prestó su hijo. «Mi función era
llevar y traer cosas. Era un puente entre un responsable de telecomunicaciones de Brasil y el capitán
Lamarca. Me cubría mucho el hecho de viajar con mi bebé». Recuerda concretamente una vez que
viajaba con material muy comprometido, que transportaba en el mismo equipaje que los pañales,
no deshechables y sin lavar. Tras abrir el bolso, con cara de asco, los guardias de la aduana le indica-
ron que siguiera su camino. «Si veían aquello no contaba el cuento, tenía unas revistas con una
terrible T dentro de una estrella».
Otras militantes no tuvieron tanta suerte. Una tupamara para hacer la cobertura a una acción de
sus compañeros, llevó a su bebita en brazos; cuando fue arrestada, tanto el juez como los militares
se cebaron con ella de forma especial por estar con la niña.
441. En una ocasión, ya entrada la noche y tras encontrarse con un compañero, Irene se bajó del autobús dos paradas antes
de su casa para comprobar si había vigilancia. Al ver una furgoneta de las fuerzas del orden rastreando la zona, se re-
fugió en un jardín, se agachó y se puso a orinar. De pronto salió una señora de la vivienda y preguntó:
–¿Y usted qué hace?
–Estoy embarazada, tengo ganas de orinar.
–¡Ay! Pero, por favor, pase –le ofreció la señora.
Entraron a la casa y fue al baño. Al salir, la mujer le preguntó:
–¿Y usted vive por aquí?
–Sí, a dos cuadras, pero como ya no aguantaba más.
–¿Quiere que la acompañe?
–No, no, gracias –contestó Irene; salió de la casa y se dirigió hacia la suya, ahora sin la camioneta merodeando por la
zona.
Los luchadores sociales 487
Seguramente una de las mayores desgracias la sufrieron Carlos Daniel Mechoso y Enrique Me-
choso y, por supuesto, sus padres. En una casa del bario Manga, varios anarquistas preparan explo-
sivos, en un momento se produce una fuerte explosión, y sufren quemaduras ellos y dos de los niños
de corta edad: los hijos de Juan Carlos Mechoso y la China. La madre logra apagar las prendas de los
chicos (también las de los compañeros quemados) y se los lleva al hospital. Por suerte están fuera
de peligro, Enriquito enseguida se pone a caminar en la habitación del hospital y Carlitos inicia su re-
cuperación de su mano y una parte de la espalda. En el hospital la madre será detenida y posterior-
mente encarcelada. Juan Carlos, para no ser apresado, se pasa a la clandestinidad y, poco a poco,
supera la profunda tristeza por el terrible episodio.
«"Ocurrió una tragedia, explotó la pieza del fondo y Carlitos y Enriquito están quemados".
Era la voz de mi suegro, del querido viejo Daniel. Un sentimiento extraño me recorrió, una
cosa intrasferible, ni hoy sé cómo describir eso que sentí. La cabeza me zumbaba, como
que pasé a ser otra persona de golpe, me dolía todo, el dolor me mareaba. Estaba lla-
mando a mi casa desde un bar, ni sé cómo después me senté. Y ahí estuve tomando quien
sabe qué durante un tiempo, quizás una hora. Me venía la imagen de mis gurises, me
imaginaba cosas. Me recorría un ánimo de abatimiento, de indignación, de angustia, de
impotencia, algo de eso y todo junto. Tal vez sea más acertado decir solamente: un dolor
que me lastimaba.
No pude llorar. Recién lloré durante horas sobre la madrugada en la casa de El Tropero
adonde fui a pasar la noche [...]. Cantidad de cosas me rondaban por dentro. Sí, como
que el dolor estaba estancado. Quizás parte de él quedó para siempre [...]. La lucha seguía
no había duda. Tres cosas, simultáneamente, pasaban por mi cabeza y mi ánimo: que se
recuperaran rápido mis hijos, cómo estaría pasando mi compañera y el reacomodo en mi
vida para continuar la tarea. Todo envuelto en ese porfiado dolor que no disminuía»442
A pesar de las complicaciones que sufrieron aquellos chicos debido a la militancia de sus padres,
jugaron y se divirtieron como la mayoría de los otros niños. Practicaban juegos comunes a todos los
chiquilines pero, en varios casos, con valores propios de sus orígenes. Tal vez por eso querían ser in-
dios y no vaqueros, ladrones y no policías, y si jugaban a la guerra la convertían en guerrilla. Lo de
ser milicos no les iba. Los soldaditos eran vietnamitas –o «vitaminas» como los llamaba uno de
ellos– que vencían una y otra vez a los yanquis, y el monstruo, a veces, era un torturador.
«En un grupo de niños se ha creado progresivamente un clima de terror. Uno de los niños
se ha convertido en jefe asesino. Rafael, con las manos llenas de pintura roja, juega a ser
torturador. Ataca sádicamente al más pequeño del grupo.»443
Los niños muertos por desnutrición y las infancias robadas por la guerra, la miseria o el trabajo,
eran de lo que más indignaba y querían erradicar los luchadores sociales, algunos de los cuales te-
nían hijos que sufrían este tipo de penurias. En este aspecto, los cañeros fueron un ejemplo para-
digmático; aunque en la capital también se veían niños desamparados y sin apenas nada que lle-
varse a la boca,445 la miseria castigó aún más a la prole de los desposeidos del norte, donde las di-
ferencias de clase eran mucho más violentas.446 Durante la década de los sesenta y setenta mu-
chos hijos de jornaleros rurales murieron por enfermedades debidas a la precariedad alimentaria.
Durante la estadía en Salto, itinerario de la marcha cañera de 1965, un bebé falleció a causa de
desnutrición crónica y gastroenteritis. Chela Fontora, ante lo sucedido, manifestó:
«No debemos llorar por el compañero Omar que aquí dejamos en esta tierra que todavía no es
nuestra. Lo que sí debemos hacer es prometerle que a los demás niños “peludos”, junto con los
niños de los obreros y de todos los explotados, les vamos a entregar por medio de nuestra lucha, que
es la que ha abierto el camino, la seguridad de que no ha muerto en vano. Que nos ha hecho apretar
más fuertemente los dientes para no explotar de rabia. Que nos ha hecho unir mucho más para pro-
seguir la lucha por las treinta mil hectáreas. Que ha de ser el ejemplo para todos los explotados del
Uruguay, para que todos juntos hagan la realidad de la reforma agraria, a pesar de todos los latifun-
distas, por las buenas o por las malas.»447
Fragmentos del libro de Mauricio Rosencof La rebelión de los cañeros narran las tristezas, las tra-
vesuras y la unión de los niños de los cañaverales con los mayores, relación marcada por el combate
común contra condiciones pésimas de vida.448
«El Vica no cumplió los seis años y es alto como un niño de tres. Su madre trabajaba en un
quilombito de Uruguayana, y hace meses que no viene. Vica y sus hermanos menores:
Dausha y el Coco están al cuidado de la tía Flaca. Lydia, que así se llama la tía, no cumplió
aún los once años [...]. El Vica no tiene cama, duerme en el suelo. Sus hermanitos tam-
bién. Tampoco tiene qué comer [...].
Vica ha juntado enormes caracoles negros. Ahora, completamente desnudo, salta entre
los troncos de una jangada varada en la costa. Pierde pie y se golpea. Se ha lastimado la
444. Estrofa de la canción La patria compañero, letra de Washington Benavídez y música e interpretación de Numa Moraes.
445. «Está a la vista de la ciudadanía que, en todos los lugares públicos y en nuestras principales avenidas, durante el trans-
curso del día y hasta alta horas de la noche, se encuentran mendigando niños de muy corta edad, en lamentable estado
de desamparo social, y hasta hemos podido ver con gran angustia a esos niños pernoctar en plena vía pública». Declara-
ción del Diputado Fernández, en la Asamblea General, el 5 de abril de 1972. Actas de las Asambleas, 280.
446. Muchos panfletos, libros y cantos, como los versos de Negrita Martina –presentados a continuación y cantados por Da-
niel Viglietti– se hicieron eco de las penurias económicas así como de la dignidad humana de quienes la sufrían. «Su
madre está en el arroyo / lavando la ropa de amita Leonor, / su padre ha vuelto cargado, / no vendió un plumero /, te trajo
una flor».
447. González Sierra, 1994, 202.
448. «Dornel me explica que en el último verano alrededor de cuarenta niños murieron de diarrea en Bella Unión. No hay an-
tibióticos ni alimentación apropiada, y no hay niño que no esté subalimentado. La acción de caboclos y vencedores tam-
poco subsana el mal, pero trae un poco de ilusión. El invierno, el frío es el que hace los estragos. Las familias se llenan
de perros que se amontonan con el guriserío, abrigándolo [...]. Norte bárbaro, de hambrientos, raquíticos, y niños que
mueren año a año sin conocer la leche, la fruta o el chocolate [...]. Los niños cargan todo lo que pueden porque la zafra
es una y se cobra a destajo». Rosencof, 1987, 10-12.
Los luchadores sociales 489
frente. Corre hacia mí, llorando. Por el trabajo de juntar caracoles le doy diez pesos. Mira
sorprendido cómo se los guardo en el bolsillo del saquito raído. Deja de llorar y por mucho
rato no habla.
–¿Qué vas a comprar con esa plata, Vica?
Calla. Pienso que imaginará bolitas, o caramelos, o un chocolatín.
–¿Qué vas a comprar, Vica?
Y me contesta como si mi pregunta fuera obvia, como si a mi pregunta no pudiere ca-
berle más respuesta que una, la suya.
–¿Qué vo a comprá? Pan.»449
Los pequeños no sólo participaban en asambleas y campamentos,450 también lo hacían en mani-
festaciones y movilizaciones. En una ocasión, doscientos cañeros fueron a visitar a tres compañeros
presos por intentar realizar una expropiación. Entraron en la cárcel sin permiso, creando un clima de
mucha tensión. Y ante la mirada nerviosa de los soldados, fueron a saludar a los «peludos» ence-
rrados.
«El Vica se trepa al muro, prendiéndose a los barrotes. Vique (el preso) le hace una caricia
pasando la mano entre las rejas [...]. Los apretones de mano se suceden, las madres pre-
sentan a los hijos recientes: “A éste no lo conoce Ataliva, nació el otro año..., mirá Pelu-
dito, éste es Castillo”.»
Como de costumbre el estado, defensor del orden establecido y por lo tanto de la miseria, en oca-
siones mostró un paternalismo «solidario» que no era más que un control de tintes represivos. Al
llegar una marcha a la capital «los cañeros recibieron la amenaza de la filantropía: si no se retiraban,
el Consejo del Niño se haría cargo de los peluditos, “que de ninguna manera podían pasar la noche
en la intemperie”».451
Otro ámbito particular en el que crecieron algunos hijos fue en Comunidad del Sur. No porque pa-
saran hambre o trabajaran, todo lo contrario. Porque gracias al poder adquisitivo y a la lucha cotidia-
na de padres y compañeros crecieron en un escenario comunitario y bastante fructífero para el desa-
rrollo de la niñez. Los chavales dormían solos en un local, aunque regularmente eran ayudados por
un adulto. Andrés, que formaba parte de aquella comunidad, comenta:
«A partir de los seis años se cuidaban entre ellos, se atendían, de alguna manera se cono-
cían, se aceptaban los comportamientos diferenciados que tenían. Claro que alguna vez
se peleaban y se agarraban a las piñas [...]. Solían ser los mismos niños quienes elegían al
adulto para que los acompañara en alguna actividad, desde llevarlos de excursión hasta
arbitrarles un partido de fútbol.»
Si en una asamblea general el encargado de cuidarlos era cuestionado por los pequeños se lo
reemplazaba de esa función y se intentaba, además, solucionar los problemas de relación que hu-
biesen podido surgir de ese episodio.
Los adolescentes participaban en muchas reuniones. A veces, éstos planteaban que, con según
qué actitudes o acciones, los mayores se salían de lo proyectado, de los objetivos creados por ellos
mismos. De esta manera había una constante introspección grupal.
En caso de que los padres cayeran presos, el grupo que tenía sin duda mejor resueltos la educa-
ción y la manutención de los chicos era esta comunidad libertaria. A los hijos de otros luchadores so-
ciales, cuyos padres fueron arrestados, los cuidaron, sobre todo, sus abuelos y tías. Pero si la ruptura
familiar había sido muy grande o no se tenía ese tipo de familiares, el cuidado y la manutención de
los niños se convertía en un grave problema no previsto por las organizaciones. En Comunidad del
Sur sí previeron esos aspectos y cuando caían unos padres, al vivir todos juntos, otros se hacían car-
gos de los pequeños. Incluso habían preparado las condiciones para que, en el caso de que todos los
mayores fueran arrestados, la comunidad y los niños salieran adelante.
«Cuando todos los adultos, en 1975, vamos a parar al cuartel de la marina, allí en el puerto
(donde estaremos encerrados algunos una semana y otros un mes y medio), quedando un par de
adolescentes y toda la gurisada, se dan unas situaciones, que es cuando yo digo –comenta Andrés–
que de alguna manera hubo éxito [en nuestro proyecto]. Gente que no vivía en la comunidad, pero
eran vecinos, da de comer a los gurises, y viene una compañera y les lava la ropa. Los liceales se ha-
cían la comida para ellos y los demás; algún adolescente cambiaba los pañales... Lo resolvieron
entre ellos y con la participación de nuestro entorno. Quizá porque el aspecto afectivo era grande.
Había una apetencia, sobre todo en los más jóvenes, por estar juntos.»
Los chavales de Comunidad del Sur, en aquella ocasión, escribieron un panfleto denunciando la
represión de padres-compañeros y pidiendo solidaridad a los vecinos.
«En sucesivas ocasiones fuimos allanados y reprimidos, no justificando el porqué de las deten-
ciones y cierre de los locales. El 26 de junio a las cinco de la mañana, las fuerzas armadas irrum-
pieron en el local habitacional, llevándose a los adultos, quedando en la Comunidad los adoles-
centes, niños y un compañero de ochenta y seis años. En el local industrial sucedió lo mismo, lleván-
dose a todos los compañeros que trabajan allí. A cinco días de estos acontecimientos no tenemos
conocimiento del porqué de estas detenciones, tampoco se dio información a la población. Somos
en este momento veinte entre niños y adolescentes necesitando la ayuda solidaria que en otros mo-
mentos similares nos han brindado. Adolescentes de Comunidad del Sur de Montevideo.»
Mario nunca olvidará, a pesar de que tenía siete años, la noche de marzo de 1972 en que los mili-
tares entraron a su casa, buscando a su padre que tras pasar cinco meses en clandestinidad y pen-
sar que la represión había disminuido, volvió a su casa llenándola de felicidad por unas horas.
Cuando oscureció:
«Reventaron la puerta, tiraron abajo la biblioteca, rompieron las mesas y vidrios buscando cosas
–recuerda Mario con dolor–. A mi vieja la metieron en un cuarto con mi hermana de dos años y a no-
sotros [a mí y mi hermano menor], en el nuestro. [Desde allí] vimos cómo habían rodeado toda la
manzana, había milicos por todos lados, hasta en las azoteas. [Uno de ellos custodiaba] la puerta,
pero se descuidó y mi hermano salió y vio como tiraban a mi viejo escaleras para abajo. Vivíamos en
un quinto piso. Mi hermano estuvo [un tiempo] muy mal [por haber presenciado aquel episodio].
Fue muy duro, [...] durante días, [en medio de aquella] época de mucha represión, mi vieja cada vez
que sentía una sirena se ponía a llorar y decía: “¡Me vienen a buscar!”.»
En ese mismo período allanaron la casa en la que vivían tres nenes de siete, seis, y un año. Los
padres eran militantes legales del MLN. Aquel día estaba la madre sola con sus tres hijos. Los milicos
entraron en la casa, interrogaron a la madre y la maltrataron delante de los hijos. Al ver que no ha-
blaba, dialogaron con los niños en un cuarto separado. Al mayor le prometieron que si decía dónde
estaba el arma, se irían, no pasaría nada y su mamá quedaría libre, pero si no lo decía se la llevarían
prisionera. El niño, creyéndoles, les llevó hasta el lugar donde su madre escondía el revólver. Era la
prueba para acusarla de pertenencia a banda armada. La madre se desesperó e increpó a su hijo
justo antes de ser conducida, con violencia, hasta la furgoneta militar. Los niños, siguiendo a su
madre, salieron a la calle. El mayor, gritando y con lágrimas en los ojos, le hizo una promesa: «No te
preocupes mamá, cuando sea grande me voy a comprar una metralleta y voy a matar a ese gordo».
La camioneta trasladó a la madre a una cárcel donde estaría una década entera de su vida, los cha-
vales crecieron todos esos años sin ella ni su padre, quien fue apresado en combate unos meses más
tarde, pero con el cariño y el cuidado de unos vecinos que los consolaron y llevaron para su casa.
Este episodio ilustra las dos caras del período que a lo largo de esta obra se analiza. Por un lado la
crudeza represiva y por el otro la solidaridad real entre mucha gente.
Otro relato sobre los allanamientos lo ofrece un psicoanalista, recordando la visita de María José
cuando tenía seis años.
«Me contó que una tarde los militares ocuparon la casa buscando a su padre. Al otro día no había
nada para desayuno. La madre quiso ir de compras, pero ni ella ni los dos hermanos mayores fueron
autorizados a salir. Fue María José, de apenas seis años, quien pudo salir a hacer mandados.
Escondió en su zapato un pedazo de papel en el que la madre le anotó un número de teléfono. Desde
el almacén del barrio, previno a su padre de que no viniese a la casa. Luego volvió con el pan y la
leche. Los militares esperaron en vano varios días y por fin decidieron irse.»452
452. Citado en Fracturas de memoria de Ulriksen y Viñar, 19. Obra que recoge algunas notas de las consultas de entonces en
los que se describen los allanamientos, el miedo y la tremenda confusión que muchos niños pasaron en aquella época
represiva. «Pablo dormía y no se despertó. Mañana deberé explicarle lo que sucedió. No sé si encontraré las palabras
para decirle que su padre ya no está [...]. En la tarde que recibí a Rodrigo, un hermoso niño de seis años, vestido como
todos los escolares con túnica blanca y una gran moña azul. Su madre deprimida y sin trabajo. Su padre había dejado la
casa para pasar a la clandestinidad. Desde entonces, Rodrigo retrocedía en su trabajo escolar, presentaba una inconti-
nencia urinaria y le había robado dinero a la abuela. Durante la sesión, Rodrigo no logra hablar. Está allí, tenso, inmóvil,
sentado en la silla, las manos en los bolsillos. Lentamente, saca una mano y me muestra un paquete de caramelos. Se
pone uno en la boca y lo chupa. De pronto, su rostro se transforma, algo se le atraganta, queda bloqueado. Permanece
así, su mirada fija en la mía, paralizado de terror, mientras las lágrimas caen de sus ojos.» Ulriksen y Viñar, 19 y 20.
492 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
453. Una mujer escribió sobre su cautiverio, en el que estaba con su bebé, y sobre los encuentros con sus otras hijas: «Las vi-
sitas eran espantosas, las revisaciones... No nos podíamos saludar ni tocar. Sofía (la menor) lloraba todo el tiempo y no
me dejaban ni darle un beso. Pedro (el bebé) se transformó en mi compañero, en mis otras hijas. Era todo para mí,
sentía que dependía de mí, pero era yo la que dependía de él. Llenaba mi vida, ya no estaba más sola. Pero era también
mi tirano, lloraba día y noche y yo trataba de estar tranquila..., de no enojarme.» VVAA, Represión y olvido, 1995, 118.
494 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ños se sintieran a gusto, entre otras cosas porque estaba rodeada de alambre de púas, perros y
guardias armados.
Poco a poco, los hijos con padres presos se fueron adaptando a la situación, hasta parecerles nor-
mal madrugar una vez al mes para ir a la visita. Algunos presos vieron crecer y hacerse adolescentes
a sus hijos estando en el penal. A veces no llegaron a conocerse bien hasta la salida. Hubo madres
que, de tanto alabar a la ausente figura paterna, para que ésta fuera aceptada y no se produjera aún
más distanciamiento, les «vendían un padre que no existía».
Varios testimonios y fuentes explican la importancia de las visitas a la cárcel.454 Y no solamente
para las madres o los padres, sino para los presos en general, que se impregnaban de vida cada vez
que llegaban los niños.
Mario cuenta su impresión cuando, a los siete años, vio por vez primera a su padre preso:
«La primera visita fue en el cuartel San Ramón. Fuimos con mi abuelo, que murió al cabo
de tres meses. Fue rara, en un lugar grande. En una mesa con milicos alrededor, pero no
te jodían, nada que ver con la estructura de Libertad. Coincidimos con Solé [el locutor de
fútbol], que fue a visitar a su hijo.
–¿Estaba rapado?
No me acuerdo. Estaba más flaco. Eso te impresionaba. Pero no recuerdo gran impre-
sión esa primera vez.»
Una carta, de septiembre 1972, del padre de los Busines a su compañera, narra la primera vez
que éstos lo visitaron:
«La visita se realizó en una pieza grande y a mí me habían sentado en una silla, teniendo
dos sillas a los costados, yo me reía de pensar ¿sillas para Tete y Bubú? Pero después de
454. «Los niños entraban al sector los domingos. Los que venían a ver a sus madres, sumados a los bebés que vivían allí, cam-
biaban los sonidos habituales: eran otras risas, otros llantos, otros cantos, juegos. Les cantábamos el antiguo “A la rueda,
rueda, de pan y canela, dame un vintén para ir a la escuela” y Laura, con su voz finita, “A la rueda, rueda de pan y canela,
basta de cuarteles, queremos escuelas”. Teníamos una gran dependencia afectiva con los niños. Se daban disputas:
–¡Mauricio me ve y se enloquece!
–De ninguna manera, me quiere más a mí.
Por más que se razonara, el sufrimiento por no estar con los hijos nadie lo va a borrar. Creo que ahora nos hemos que-
dado con lo más lindo, hemos despojado nuestros recuerdos de las congojas y el dolor, pero ¡cuánto sufrimiento hubo y
cuánto estuvo relacionado con los niños! Selvita, Jorge, Adolfito, Sabina, Alberto, Micaela, Jacinto, Toquito, Mauricio,
Negrita, Djamila, Carolina, Laura... Hoy nos encontramos con muchos de ellos, hombres y mujeres ya, y nos vuelven
sus caras de pequeños y la frescura que traían a nuestra vida.» Graciela Jorge, 104 y 105.
455. Versos de una presa que compartía cárcel con Eva Díaz, la madre de Jimena y Micaela. Texto nº 28, archivo del autor.
456. Poema escrito en una hojilla de fumar por un preso del penal de Libertad. VVAA, Represión y olvido 1995, 63.
Los luchadores sociales 495
muchos besos y abrazos cada uno se sentó en una silla, como si supieran, yo hablaba con
Tete y Bubú me agarraba de la cara y me mostraba cosas, me hacía lo del pajarito sin
hueso (está macanudo). A Tete le pedí que me cantara algo, pero me contestaba muy
serio: “Ahora estamos conversando” (después cantó). Bubú al rato se declaró aburrido se
levantó y corría hacia mí para que lo alzara. No se cansaba, yo sí. Al mismo tiempo Tete
me tupía a preguntas. Fue todo bárbaro, pero fue demasiado contraste con la excesiva
tranquilidad que hay aquí, me dejaron de cama, yo estaba radiante, contento, eléctrico
(así quedé después), por eso creo que les di una buena impresión a los nenes. Es distinto
el caso de otros compañeros que lloraban, etc. Me olvidaba: los nenes empezaron a jugar
con una nena, armaron flor de relajo y la nena terminó llorando.»457
Otro encuentro entre los Busines y su padre se realizó, junto a otros presos e hijos, en una sala muy
custodiada por militares. Entre ellos estaba el Ogro, uno de los torturadores más temidos. En su cin-
tura portaba una libreta y su inseparable revólver. De repente Tete, sorprendido, señaló hacia él, y dijo:
–¡Mirá papá, vos tenés una igual a ésa!
El silencio se apoderó de toda la sala, las miradas se cruzaron. Después de la tensión, se aclaró el
malentendido, el padre tenía una libreta igual a la del Ogro.
Los Busines no tenían ni cuatro años de edad, por eso los diálogos entre Mario y su papá eran di-
ferentes, como corresponde a un chico de siete. Mario y sus hermanos, tras explicar las actividades
deportivas y escolares y hablar sobre temas domésticos y personales, respondían a las inquietudes
sociales que tenía su padre, que al estar encerrado tenía pocas noticias.
«Me preguntaba qué había pasado en el golpe. Para mí el golpe empezó cuando detu-
vieron a mi viejo. Luego comprendí que había sido el 27 de junio, pero la cosa para mí no
había cambiado.»
El papá, como otros presos, también aprovechaba aquellos contactos con el mundo exterior para
«preguntar cosas o mandar recados que con el tema de grabación de teléfonos no se podía». Como
cuenta Mario, a diferencia de los familiares adultos, «los niños los veíamos directamente, sin rejas, en
el patio».
«¿Qué sentimiento te generaba cuando ibas a visitarlo a la cárcel? –pregunté a Mario–.
Mucha bronca contra los milicos. Sabía que los culpables de que mi viejo estuviera en
cana eran ellos458 [...]. Me acuerdo mucho el sufrimiento de mi madre. Mucha bronca y a
veces enfrentamiento, bueno, el que puede tener un guacho que no le gusta que le bajen
los pantalones y le toquen el culo para ver si lleva algo. O que venga tu madre llorando
porque había conseguido un permiso para la abuela y después no la dejaron pasar. Me
acuerdo de haberlos retado con el tema de las colas, lo de esperar aparte del resto de la fa-
milia. Entrabas por puertas, por tandas. De repente te decían que entrabas en la tanda ca-
torce y tenías que esperar cuatro horas, claro, un guacho chico [se desespera].
Generalmente nos revisaban mujeres, unas hijas de puta.
Cuando ya tuvimos ocho y nueve años era edad para pasar con los grandes, pero gra-
cias a mi abuela que era una rompepelotas [insistiendo en la necesidad que teníamos de
estar directamente con papá], seguíamos entrando con los chicos459 y generaban enfren-
tamientos. “No pases para este lado” Te daba una bronca.
–¿Y miedo?
–No, en ese momento, no. En el operativo de caída de mi viejo, sí.»
En aquella situación de separación, para todos los implicados la comunicación por carta se hacía
indispensable. Recibir aunque tan sólo fueran unos rayotes del pequeño daba fuerza para resistir.
«Que los nenes me manden dibujos a mí, uno cada uno, no importa lo que salga, pero dales un
papel y un lápiz a cada uno y deciles que dibujen algo para mí.» 461
Las cartas, los dibujos y los regalos462 que enviaban los padres presos a los hijos fueron hermosos
mensajes de amor, esperanza, lucha..., de una conducta a seguir,463 una explicación de lo que pasa,
un querer decir: «aunque no estoy: existo, y nuestra relación es importantísima».
459. En otros casos fueron los propios niños quienes hicieron todo lo posible para poder tener contacto directo con sus pa-
dres. Matilde fue uno de esos casos: «Todavía veo sus cabellos y sus ojos de azabache. Tenía siete años cuando su padre
fue detenido, pero era “demasiado grande” para compartir la visita con los más pequeños en el patio de la prisión.
Desde hacía varios meses no podía besar a su padre. ¡Ella, la única niña, la mayor de sus hermanos! Estaba obligada a
la interminable espera junto a su madre y sólo podía hablar con su padre a través de un vidrio, utilizando un teléfono que
alcanzaba a duras penas. Se dice a sí misma, en forma decidida: “Voy a obligarme a llorar”. Algunas semanas después,
me cuenta que logró entrar con sus hermanos pequeños. “No me costó nada, lloraba de verdad y bien fuerte [...]. Me
tiré al piso, (...) los soldados tuvieron miedo al verme así y me dejaron entrar con los chiquitos [...]. Le preguntaron a
mamá si me había hecho ver por un psquiatra”.» Ulriksen y Viñar, 18.
460. Carta de León Lev (78) a sus hijas con fecha del 15 de octubre de 1984, tras cinco años de presidio y a tres meses de
conseguir su libertad.
461. Carta a su compañera, escrita por el papá de los Busines en agosto de 1972.
462. «Se hacían juguetes de trapo: las muñecas patilargas, de moda por aquella época, y los payasos para colgar en la pared
fueron los preferidos.
Para el día de reyes, el grupo de teatro creó una obra de títeres, que contaba la historia de un niño perdido que buscaba
la Luna. No faltó un sólo niño a la cita, y todos quedaron atrapados en el mundo mágico de los títeres que les entregaron
los regalos de los reyes magos: animales de trapo, muñecas, cajitas.
En el fin de la obra, la encargada de la guardia, que estaba observando, se desmayó. Más tarde explicó con sinceridad
que hacía meses que tenía el sueldo empeñado para comprarle bicicletas a sus hijos [...]. Y cuando vi con qué poco us-
tedes hacían felices a los suyos.» Graciela Jorge, 1994, 111.
463. León Lev contesta una carta de su hija y le dice: «Me escribes que nada de lo que quieres se puede, y como siempre ten-
drás que esperar. Gran parte de verdad, dices. En el duro aprendizaje de la vida te han tocado varias lecciones amargas.
Pero también algunas dulces, ¿verdad? Porque si no, no serías tan dulce y tan tierna [...]. Siempre que tengas un dilema
en la vida, razona con tu propia cabeza, consulta a tu corazón, y trata de adoptar la mejor solución. Emprendido dicho
sendero, camina con firmeza, sin temor. No tengas miedo a equivocarte. Es peor vivir dudando y sin arriesgarse a vivir
plenamente.» León Lev, 23.
Ernesto Guevara, el paradigma del revolucionario de entonces, al estar alejado de sus hijos en numerosas ocasiones, les
escribió varias cartas que más tarde fueron profusamente difundidas. Una de ellas titulada «A mis hijos» finalizaba di-
ciendo: «Acuérdense de que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo,
sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del
mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario. Abrazo de Papá.» Huidobro, 1994, Tomo III, 179.
No hace muchos años, otro guerrillero, Néstor Cerpa Cartolini, líder del comando del Movimiento Revolucionario Tupac
Amaru, que tomó 72 rehenes –en la residencia del embajador de Japón– para pedir la liberación de sus compañeros
Los luchadores sociales 497
En agosto de 1972, cuando los Busines aún no habían podido visitar a su padre al cuartel, éste le
escribió a su compañera:
«Contame más de los nenes, estoy bastante preocupado [...]. Mi hipótesis es que no racionalizan
bien lo que pasa, para ellos no estoy más, como el pajarito, y debe ser bravo. Para contrarrestar eso,
voy a tratar de mandarles siempre algo.»464
En una visita, el pequeño Tete le lleva un dibujo a su papá, se ha esmerado mucho en dibujar un
coche. Su padre cuando lo ve demuestra su agradecimiento:
–¡Que auto más lindo!, ¿y qué es esto? –pregunta señalando unos rayotes que hay al lado del
coche.
–La pintura del auto –contesta Tete.
–¿Y por qué no la pusiste en el auto?
–Porque no quería rayarlo todo.
Al igual que todas las cartas, los dibujos de los pequeños también eran supervisados por los res-
ponsables de la cárcel.
«Tenía cinco años. Aún la veo. Su padre está preso. En cada visita, Sofía le lleva los dibujos que
contienen lo esencial de lo que quería decirle. Sus dibujos son censurados sistemáticamente en la
entrada. Un día, la mujer de la guardia tacha con tinta negra las golondrinas que anuncian la llegada
de la primavera. “Está prohibido dibujar palomas” le dice en tono severo. Desde entonces, Sofía no
dibuja más pájaros, pero dibuja numerosos pares de pequeños círculos entre las ramas de los ár-
boles. Son los ojos de los pájaros que están escondidos.»465
Micaela explica que ella y su hermana, «al pintar a mamá en un papel, le dibujábamos la cama
linda, con sábanas con animalitos. Nos imaginábamos que estaba en un lugar no tan dramático».466
Al tiempo también arrestaron al padre y entonces su hermana Jimena, que tenía unos ocho años, les
escribía a los dos.
«Mamá te extraño mucho, espero que salgas pronto. Sabes que Mica es muy pilla, se des-
nuda a cada rato y se pinta la barriga con draipenes [rotuladores] [...]. Este dibujo es para
que estés feliz [...].
presos, escribió a su hijo poco antes de que entraran los militares, lo mataran y acabaran con el masivo secuestro:
«Siempre te dije que la solidaridad es la mayor virtud de los hombres. Yo soy solidario con mis compañeros en prisión y
especialmente solidario con tu mamita, porque al ser solidario con ellos lo soy con ustedes porque la necesitan a su lado
y no hay otra forma de sacarla de la cárcel [...]. Si algún día salgo de esta residencia japonesa será porque conseguí lo
que ustedes esperan y sueñan con que se haga realidad: tener a su mamita fuera de prisión y volver a verla, tocarla,
jugar con ella y engreírse en sus brazos.» El Mundo, Madridi, 14 de mayo de 1997, 25. En la actualidad, el niño vive
con su abuela en Francia y su madre sigue cumpliendo condena en condiciones infrahumanas en una cárcel de Perú.
464. Texto nº 27.
465. Ulriksen y Viñar, 20. En este mismo libro, los autores describen otros dibujos y obsequios que los hijos le ofrecieron a
los padres. «Laura tiene cuatro años. Hablamos de la posibilidad de un viaje para visitar a su padre que está preso desde
antes de su nacimiento. Me dice: “Quiero ir a ver a mi papá [...]. Voy a llevar un regalo sorpresa para los malos”; y dibuja
un paquete atado a una cinta. “Sabés, este regalo, tiene una trampa. Lo van a abrir y ¡boommmm!, las estrellas”. Con
orgullo, levanta su puño cerrado [...]. Pablo sabe que, por primera vez, podrá visitar a su padre en la cárcel. Prepara con
dedicación un regalo: un cenicero en cerámica, fabricado por él mismo. Lo pinta de rayas multicolores. Preocupado, me
pregunta: ¿Crees que papá se dará cuenta que entre las rayas pinté nuestra bandera? En efecto, disimulando entre las
rayas, había pintado el símbolo del frente político al cual pertenecía su padre. Ulriksen y Viñar, 19.
466. En una carta ilustrada, la mamá les escribía: «Queridas hijitas: hoy es una noche muy clara, la luna brilla en el cielo,
desde la ventana escucho una música muy alegre que viene de un baile que organizaron los bichitos del campo. El cielo
está lleno de estrellitas que iluminaban el baile. A él asistieron todos los bichitos de luz con sus farolitos».
498 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Papá a ti también te extraño mucho y este dibujo es para los dos. Mamá me preguntó si
sabía la tabla del dos, sí, la sé, te la escribo.»
Eva Díaz, la mamá de aquellas niñas –hoy madres de un chico y una chica cada una de ellas–, les
hacía ilustraciones didácticas, con colores muy alegres. Uno de esos dibujos, que fue censurado, es
un cuento en el que aparece un elefante que vivía en la lámina de un libro y se escapaba.
Un tema recurrente en las cartas a los pequeños era la salida de prisión y el esperado reencuentro
con ellos, pero sin dar expectativas inmediatas.
«Te entiendo cuando me dices cuánto te gustaría estar en mis brazos a upa. ¡Yo también!
Pero ya llegará nuestro día, en que estaremos juntos, podremos conversar, reír, pasear,
divertirnos. ¡Qué sé yo, hacer tantas cosas, que las veinticuatro horas del día no van al-
canzar!»467
Las madres y padres presos seguían con sumo interés la educación de sus hijos. De ahí que desde
afuera siempre se les diesen noticias de cómo iban en el colegio: «Mica ha superado perfectamente
su primera etapa de no acatamiento a la escuela y ahora está perfectamente integrada a la clase».
Mario a su vez manifiesta que su padre, además de la escuela, se preocupaba del deporte que
practicaban. «Íbamos los tres [hermanos] y la pobre enana de cuatro o cinco años se sentía ex-
cluida. Le hacíamos dibujos del fútbol. Él también nos contaba del fútbol de la cana, era arquero».
Sin embargo era capaz de olvidarse del cumpleaños de uno de sus hijos «un tipo bastante desubi-
cado en cuanto a fechas»468 y un pésimo artesano: «generalmente las artesanías no las había hecho
él, porque era horrible con las manualidades».
Mario, desde que detuvieron a su padre, supo que lo torturaban. Lo sabía «antes de que a mi viejo
lo metieran en cana porque mi padre decía: «cómo pueden decir que no hay torturas», y en 1973
[otros le decían] a mi abuela paterna [cuando también dudaba] “no sea idiota, si a su hijo lo están
torturando”.»469
Los Busines, como es lógico, se enteraron más tarde, a los cinco y seis años, cuando ya estaban
en Europa. Pero los detalles los supieron a los nueve y diez años.
«Desde que tengo uso de razón –dice Bubú– supe que mi padre había estado preso, de
hecho cuando empezaba a hablar él estaba en la cárcel, y que le habían pegado y maltra-
tado. Pero que lo hayan torturado sistemáticamente lo supe con nueve años. Muy lejos del
lugar de los hechos. Estaba con mi hermano y mi padre en la habitación de un pequeño
hotel de la costa mediterránea y nos lo explicó.
–¿Y que te hacían? –le preguntábamos nosotros.
–Me quemaban con los cigarrillos.
–¿Cómo?
–Los apagaban en el brazo, acá por ejemplo.
Tanto mi hermano como yo le mirábamos su brazo, fuerte, peludo, sin rastros de sufri-
miento.
–¡Qué hijos de puta!, pobre papo.
–¿Y qué más te hicieron? –le preguntamos imaginándonos que fueron una o dos se-
siones.
467. León Lev, 25.
468. El padre de Mario no es el único en olvidarse de los cumpleaños, varios luchadores sociales no le dieron tanta impor-
tancia a esa fecha y mucho menos a las navidades. De ahí que en más de una ocasión sus hijos no tuvieron regalos por
esas fechas y sí en otras más prosaicas.
469. Mario explica que, cuando los presos salieron de la cárcel, «entre los del PC había como una especie de tabú con res-
pecto a la tortura, que los del MLN no lo tenían. Se referían a ella con naturalidad: “La máquina esto y aquello”. Y te apa-
recía como menos trascendente».
Los luchadores sociales 499
Pero si hay algo irremediablemente terrible en toda esta historia de represiones y separaciones, es
la desaparición de personas.
«Me gustaría tener a mi mamá enterrada en algún lugar –asegura la joven Carla Rutila Artés–,
prefiero eso a la condición de desaparecida, que es horrible.»
En Uruguay hubo pocos desaparecidos, no perpetró la política de exterminio para acabar con la
resistencia como en Argentina, donde mataron a padres dejando huérfanos a hijos, eso cuando no
secuestraron a los niños, cual botín de guerra, para venderlos,473 regalarlos a colaboradores u otras
familias que los quisieran adoptar, siempre y cuando no fueran «amigos de la sedición», pues de lo
que se trataba –según su lógica– era «salvar almas inocentes». Los militares cuando las luchadoras
sociales estaban embarazadas, esperaban a que parieran para matarlas.474
La cooperación y la participación conjunta de militares argentinos y uruguayos facilitó la labor de
las fuerzas militares de Uruguay para detener en territorio argentino a numerosos perseguidos que
habían huido del país. Más de cien, muchos de ellos ya padres, fueron asesinados, desaparecidos y
sus hijos secuestrados. Por lo menos trece niños uruguayos desaparecieron. Desgraciadamente,
los luchadores sociales denominados desaparecidos fueron asesinados, los niños no. De ahí que
se deba evitar generalizar y hablar de los desaparecidos como si estuvieran absolutamente todos
muertos. Muchos de los hijos secuestrados hoy son jóvenes, varios de ellos «reencarnados» en otras
personas.
En 1988, el periódico La República publicó un trabajo de investigación sobre este tema:
«En estas crónicas-testimonios hablamos sobre esas once vidas, muchas aún ausentes. Sobre
Simón y las esperanzas de su madre, Sara Méndez; la única mujer que sobrevivió para buscar a su
hijo que hoy quizá tiene doce años. Sobre Verónica Leticia, quien nació en la frialdad de un centro de
detención, luego adoptada por militares y hoy recuperada por su abuela con el simbólico nombre de
María Victoria. Sobre Mariana Zaffaroni, cuya identidad impuesta es Daniela Romina Furci, hija
adoptiva de Miguel Ángel Furci. Sobre un niño de apellido D”Elia, de quien sólo sabemos que nació.
Sobre Anatole y Victoria Julien, hoy dos adolescentes que viven en Chile junto a los padres que
fueron a encontrar en Valparaíso, luego de ser abandonados en una plaza por los captores de sus pa-
dres verdaderos. Sobre Amaral, un símbolo del reencuentro posible.475 Sobre los hermanos Beatriz,
Fernando y Andrés Hernández Hobbas, de quince, catorce y cuatro años respectivamente que desa-
parecieron meses después de la detención de su madre. Sobre Carmen, la hija de Aída Sanz, que
nació mientras torturaban a su madre.»476
473. «En general era un comercio donde la selección de los chicos se hacía antes de nacer». El País de Uruguay, página 1, 4ª
Sección, 18 de junio de 1995.
474. «O el dolor de los padres para quienes su hijo está catalogado en ese estatuto siniestro, cruel, inconcebible, de desapa-
recido. ¿Qué hacer? ¿Darlo por muerto? ¿Hacer que el crimen cometido por otro sea sancionado por ellos? ¿Buscarlo?
¿Dónde? ¿Cómo cumplir el rito sagrado de depositarlo en una tumba? Para ellos no hay limbo, purgatorio, ni paraíso. Es
el infierno del dolor de los padres. ¿Dónde podrá encontrar Juan Gelman la calma si junto con su hijo desapareció su
nuera y el nietito que ella llevaba en sus entrañas?» Ulriksen y Viñar, 7. En marzo de 2000, el poeta Juan Gelman, tras
una profunda y prolongada investigación, para la que obtuvo la ayuda de muchos luchadores sociales e intelectuales de
todo el mundo, encontró a María Macarena, nacida en el hospital militar de Montevideo, criada en el seno de una fa-
milia uruguaya con la que la muchacha se siente muy a gusto. Pero eso no impidió que quisiera conocer su historia y a
su incansable abuelo.
475. Amaral recuerda aquel encuentro, cuando tenía trece años: «Cuando volví de la gimnasia estaban en la sala, Quique,
Mary y ese señor. Quique me dijo que era un senador del Uruguay. Me dije: ¿Qué está haciendo acá?”. Se levanta Mary,
me toma del brazo y me lleva para afuera. Caminamos un rato y ella me explicó que ese señor era un senador del Uru-
guay que estaba buscando un niño que había desaparecido hacía varios años y que ese niño era yo. Me quedé... no sé,
medio pasmado. No sabía qué hacer; ya ni me acuerdo cómo me sentía en ese momento: no sé si me sentía bien o mal.
No sé, volvimos [...]. El senador y mi hermano fueron al centro a buscar a mis tíos –eso me dijeron– que estaban espe-
rando. Antes de ir al centro, el senador –que ya me había dicho que se llamaba Germán Araújo– me explicó que no me
sorprendiera si mis tíos me llegaban a decir Amaral. Yo le dije: “Allá se le dice así a un botija, ¿Amaral?”. “No”, dijo él,
“Amaral es tu nombre”.» Barros-Lémez, 70.
476. La República, 1988, 6.
Los luchadores sociales 501
El dossier narra cómo fueron buscando los familiares a sus hijos o nietos desaparecidos, cómo
desde la incertidumbre se fueron reconociendo en su deambular por cárceles, juzgados, regimien-
tos, casas cunas, ministerios y organizaciones no gubernamentales. Mujeres y hombres de distintos
sectores sociales, pero con experiencias vitales unidas por el dolor.
«En el mes de diciembre de 1977 fueron detenidos en Argentina veintidós uruguayos, muchos
desaparecieron, entre ellos Julio César D’Elia Pallares, economista, y Yolanda Iris Casco Guelfi.
Ambos tenían treinta y un años en el momento de su detención. “Hace poco, las abuelas de la Plaza
de Mayo nos contactaron con una argentina que estuvo detenida en los Pozos de Banfield con mi
nuera. Ella nos contó que Yolanda dio a luz, esposada y con capucha y grilletes en los pies, a un
varón en los primeros días de enero. Nació y se lo quitaron. Nada más hemos sabido.477
Recuerdos y ninguna huella de sus hijos. Tampoco de su nieto: “Nuestro nieto que pudo
haber sido el último consuelo”.» 478
477. Las condiciones de los partos de algunas prisioneras torturadas fueron algo espantoso. Sara Solarz, superviviente de
aquellos centros de exterminio, explicó en varios medios de comunicación la inhumanidad mostrada por aquellos mé-
dicos y torturadores que obligaron a dar a luz de la siguiente manera: «En esa habitación podían estar sentadas, sin la
capucha, y las dejaban ocuparse un poco de sí mismas. Al llegar la hora de parir, Ana de Castro les pidió que me dejaran
estar con ella [...]. Ana gritaba durante el parto que me sacaran los grilletes porque no soportaba el ruido de las ca-
denas, pero no accedieron. Tenía los pechos destrozados por la picana. La habían torturado salvajemente y las marcas
eran impresionantes. Cuando la criatura nació, Ana estaba desesperada por saber si su hijo era normal [...]. Casi todas
eran militantes políticas y la separación de los hijos era siempre igual. Les dejaban al bebé una semana o quince días.
Las que querían, podían amamantarlo. Lo hicieron todas menos una, Liliana Pereyra, que se negó porque estaba con-
vencida de que la matarían y de que no debía establecer vínculos con el hijo». El Periódico, Barcelona, 15 de julio de
1998, 9. En su testimonio, así como en la declaración ante el juez Baltazar Garzón, esta testigo aseguró que las per-
sonas involucradas o que conocían estas prácticas eran, entre otras: el médico Alberto Arias Duval, el doctor Jorge Luis
Magnacco, el teniente Raúl Schilling, el contraalmirante Chamorro, el capitán Astiz y el prefecto naval Antonio Febres.
Las declaraciones de este testimonio y otros fueron determinantes para que Videla, y otros jerarcas militares, entraran
en prisión por el delito de apropiación de menores y supresión de identidad.
478. La República, 1988, 86.
502 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En 1995, al fin apareció el recién nacido, ahora un muchacho. Tras el schok inicial, decidió co-
nocer a su familia biológica.479 El encuentro fue emotivo. Pero ha habido al menos un caso, en que al
ser descubierta la nieta de una desaparecida, el padre militar se cambió la identidad y volvió a es-
conder a la «desaparecida». También hay hijos que deciden quedarse con la familia adoptiva.
La película La Historia Oficial trata el tema de los desaparecidos adoptados por los colaboracio-
nistas con el régimen. El film narra cómo una mujer de clase media-alta, profesora de historia, vive
feliz casada y con su hija adoptiva. En un momento, la abuela de la niña (una de las Madres de la
Plaza) entra en contacto con ella, quien decide quitarle la niña a su marido –y a ella misma– y
devolverla a los suyos.
El documental Por tus ojos, dirigido por Virginia Martínez Vargas, además de abordar el caso de
otros chicos secuestrados, como Amaral, describe con sumo detalle y sensibilidad la trayectoria de
Mariana Zaffaroni, una niña reencontrada pero que decide quedarse con un militar, a quien, según
él, la madre de Mariana dio, antes de subir al avión desde el que sería arrojada al mar. Estos filmes,
así como el siguiente testimonio, son suficientes para introducirse en el complejo mundo de los
secuestros.
«Cuando mi madre estaba embarazada, mis padres estaban en Argentina –declara Carla
Rutila Artés480–, luego se marcharon a Perú [...], nací ahí, en 1975 [...]. Luego nos fuimos
a vivir a Bolivia. Los perseguían, por sus ideales, los tenían muy marcados, entonces te-
nían que ir saltando de país en país. 481
Estábamos en Oruro, con mi papá y mi mamá [Enrique Joaquín Lucas López y Graciela
Rutila Artés], por la altitud, que perjudicaba mi salud, mis padres decidieron mudarse a
Cochabamba. Va mi padre a buscar piso allí y nos detienen a nosotras cuando él no es-
taba. Primero nos llevan a las dependencias de Orden Político y después nos separan. A
mí me ponen en un orfelinato donde me cambian el nombre, Nora Nentana (NN) siglas
que significaba que era hija de un desaparecido o que iba a desaparecer.
Mi padre [nacido en Uruguay] se entera y se pone en campaña para sacarme del orfeli-
nato. Iban a hacer un operativo bastante espectacular, pero al final no lo hicieron porque
temían que hubiera un enfrentamiento armado, con chicos heridos.
A mi madre la interrogan, sobre todo, sobre el paradero de mi padre. La torturaron mu-
chísimo, muchísimo, tanto que cuando veían que se estaba muriendo la llevaron al orfeli-
nato a donde yo estaba para hacerla revivir. Mi madre tuvo muchos problemas para que-
darse embarazada, y yo era una hija a la que quería mucho, entonces claro, el verme a mi
la revivía. O me llevaban a mí al sitio a donde la torturaban. A veces me torturaban con
ella, a mí también me hacían de todo. Me llegaron a poner picana, me pegaban, de todo. A
mi madre eso la doblegaba, pero no hablaba. Hubo gente que habló cuando la tortura era
fuerte y hubo gente que no habló aunque la tortura fuese fuerte.
Fue un escuadrón de Argentina a Bolivia para torturar a mi madre.
479. «Fue adoptado ilegalmente por un oficial de marina. Se enfrenta al descubrimiento de su verdadera identidad, que ha
sido prácticamente demostrada por análisis genéticos. En pocas horas sus abuelos biológicos uruguayos viajarán a
Buenos Aires a encontrarse con el joven, que parece haber demostrado interés por conocer sus raíces.» El País, página
1, 4ª Sección, Montevideo, 18 de junio de 1995.
480. En una entrevista realizada en Barcelona el 25 de octubre de 1997.
481. «En mi caso –cuenta Carla– se comprueba que existió una coordinación represiva entre las dictaduras existentes en ese
momento. Se supone que Perú tendría que haber hecho algo, o haber pedido por mí, porque soy peruana, para saber
qué pasaba conmigo. Era una niña de nueve meses, totalmente inocente. Bolivia, porque nos manda a Argentina, y
éstos [los militares argentinos], porque un escuadrón de la muerte fue a torturar a mi mamá».
Los luchadores sociales 503
Después nos juntan en agosto de 1976 y nos mandan para Argentina. Allí nos tienen en
el campo de concentración Automotores Orletti482, que era a donde culminaba el Plan
Cóndor [...]. Cuando a mí me llevan con ese señor, mi madre se queda. Se comprueba
que estuve ahí por que gente oía llorar a una criatura y luego no veían a tal criatura. Se es-
capan dos personas de allí, Graciela Morales y su marido. Por miedo a que allanen el lugar
lo vacían, luego lo vuelven a llenar otra vez con la gente pero ya no apareció mi madre. Lo
que no sé es qué pasó con ella. Me he puesto en contacto con los que sobrevivieron en ése
u otros campos. Una de dos, o la mataron o la trasladaron a otro campo. Me vengo a en-
terar hace poco que hubo un allanamiento y mi madre aún estaba viva. Ella tenía veinti-
cuatro o veinticinco años.
A mi me cogió este señor.
–¿Quién?
–Eduardo Alfredo Rufo se llama. Es miembro del servicio de inteligencia del estado.
Además de que fuera la mano derecha de la triple A. Me coge como hija propia, me
cambia el nombre, me cambia todo, absolutamente todo, la fecha de nacimiento, y me
inscribe como hija propia, no me adopta483.
Viví con ellos como si fuera su hija.
De mi infancia recuerdo pocas cosas. Pues hice algo muy humano que es decir: me blo-
queo y me olvido de lo que pasó. Decís basta. Y a mí me está pasando eso, se me bloqueó
la mente y ahora sólo recuerdo las palizas que me pegaban, los malos tratos y pocas cosas
más [...].
Eran gente que quería decir que tenían hijos pero no los trataban como hijos, no había
cariño, no había nada. Las cosas claras.
Cuando se instaura el período democrático que llega Alfonsín al poder, es cuando recién
se empiezan a sacar fotografías de desaparecidos por televisión y sacan mi fotografía de
cuando era chiquita. Además da la casualidad de que a mi abuelo le llega una foto de
cuando yo tenía catorce meses, que me había sacado una monja española el mismo día
en que me juntaban con mi madre para mandarme a Argentina. O sea, que tenía una foto
de cómo era. Ocurrió esa casualidad. Esa foto la empiezan a publicar en televisión. Y hay
ocho fuentes diferentes de Argentina que dicen que yo [la de la foto] soy tal, me llamo Gina
Amanda Rufo, que soy la que está con Eduardo Alfredo Rufo. Que es muy raro, que a su
mujer nunca se la vio embarazada y de repente se la vio con dos chicos. Tengo un her-
mano de crianza.484
Cuando llegan esas ocho fuentes diferentes diciendo quién era este señor, se pone pró-
fugo, primero él. A mí me extrañó, pues no viajaba tanto para que se fuera. Tiempo más
tarde me entero de que él tenía además de mi tema, ocho delitos de sangre comprobado,
secuestros, extorsiones... Entonces claro, no podía quedarse. Cuando mi abuela arriba al
país, empieza a salir en los medios de comunicación.
Una vez que aparece en la televisión, lo hace con el pañuelo y dos fotos. Una que ponía:
“Graciela veinticuatro años desaparecida” y otra que ponía: “Carlita nueve años desapare-
cida”. [Cuando tenía nueve años] da la puta casualidad, y digo puta porque es impresio-
482. «Estuvo con Gerardo Gatti –anota Carla–. La hija de Gatti también estaba ahí. Dicen que mataron al bebé pero no hay
pruebas. Estaba la triple A.»
483. «La adopción –explica Carla– es una cosa legal, es un acto de amor. Esto no era un acto de amor, fue un plan que tenían
y lo tenían que organizar así.»
484. «Se supone que es hijo de desaparecidos –opina Carla–. No te puedo hablar mucho de él porque cuando a mí me cogen
yo le perdí la pista. Sé que le cambiaron los apellidos, porque se le hicieron los análisis y se supo que no era hijo de ellos.
Pero él sigue con ellos porque no tuvo a nadie que lo reclamase. Tiene todas las características para ser del interior del
país, morenito, con carita de indiecito. Seguramente es de una de esas tantas familias que hicieron desaparecer. Espe-
raban a que la embarazada pariera para hacerla desaparecer también, o esas familias que desapareció la mitad y no pu-
sieron denuncia.»
504 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
nante, que me reconozco en la foto que tiene esa mujer en el pecho. Entonces digo: “¿qué
hace esa señora con mi foto?”, le pregunto a mis supuestos padres. Me sorprendió mucho
porque la única foto que yo tenía de chiquita, con ellos de bebé, era la misma persona que
la persona tenía en el pecho. Mi padre me contestó que era una vieja bruja que me bus-
caba para sacarme la sangre.
Lo manejaban bien porque sabían que cuando a mí me recuperaran tendrían que sa-
carme sangre para hacerme el cruce genético. Yo tenía un trauma a las agujas. Él no negó
que fuera la chica de la foto. Eso me puso un poquillo mosqueadilla.
–¿Te habías cuestionado algo antes?
–Cuando un niño es muy maltratado, siempre se cuestiona si los padres con los que
está son sus padres.
Después de lo de la televisión y preguntar: “¿qué hace esa señora con mi foto?”, me
pegan una paliza de tres pares de narices. Entonces no pregunté más.
–¿Y con tus amiguitas hablabas de eso?
–Entonces, no tenía amiguitas, en el momento que vi la fotografía estábamos todos pró-
fugos. Ten en cuenta que cuando un niño está prófugo no lo sacan a la calle. A mí, me te-
ñían el pelo, me lo desteñían, me ponían lentillas. Cuando pasábamos por las carreteras y
había retenes policiales me echaban para atrás, a mí y Alejandro, mi hermano de crianza.
Ponían una manta y echaban los perros encima, cuestión que no se den cuenta que había
alguien.
Y claro, un niño que no tiene nada que hacer en todo el día, evidentemente se enchufa a
la televisión y a los periódicos. Una semana después de ver mi foto en televisión, aparece
en una página entera del periódico: “Buscados” y estaba mi foto, la foto que tenía cuando
iba al colegio con ellos, la foto de él y de ella y encima ponía: “¿Gina Amanda Rufo o Carla
Rutila Artés?”, ¡y ahí, ya fue!, claro desastroso, porque digo: “¡Joder, qué fuerte!”.
El tema de que era yo, no había duda, pero empiezo a atar cabos más tarde. Empiezo a
sospechar de por qué estábamos escapándonos. Bueno, pensé “estamos buscados y
listo”. No pregunté nada, no dije absolutamente. Mi madre se dio cuenta de que no pre-
gunté nada y me dijo que me quería mucho, se largó a llorar y tal. Aunque la vieja era peor
que él, daba con ganas.
A los pocos meses hay un operativo policial en casa, cambiábamos de vivienda cada
dos o tres meses para que no nos localizaran. Me levanto porque mi hermano estaba llo-
rando, diciendo que había hombres armados en casa, que nos habían encerrado. Estaban
con los perros. Lo intento tranquilizar, le digo que fuera al baño a calmarse, a higienizarse
y vemos qué pasa. Enseguida veo un militar armado hasta aquí y ahí sí que me acojoné,
aunque lo tomé con tranquilidad. Al ratito entra mi supuesta madre, me dice que mi padre
quería hablar conmigo y que cuando lo viera no llorara. Cuando voy al salón me lo en-
cuentro rodeado de militares, esposado y con la cabeza agachada, cuando lo veo así, claro
que me largo a llorar. ¿Qué pensaban, que no lo iba a hacer? Me dice que me quiere
mucho, ¡bua! lo típico. Me vuelve a repetir que no me deje sacar sangre por la vieja bruja,
yo ya mosqueadísima.
Nos mandan a una comisaría del Talar de Pacheco, como doce horas de pie, sin poder ir
al baño, mirando a los presos que están al frente. Con la experiencia desagradable que lle-
vaba una máquina de foto y velaron las fotos delante mío, no me dejaron tener nada.
Llaman a los abuelos maternos para que se lleven a los niños y resulta que solamente se
llevan a Alejandro. Yo me quedo, eso me impresionó “¿pero qué pasa?, ¿porqué no me voy
yo?”. Pero “no se pregunta”, a mí se me quedó el trauma de no preguntar.
Luego nos mandan al departamento general de policía de Buenos Aires. Había un des-
pliegue policial alucinante. Ni que fuéramos..., bueno es que no me podía llegar a ima-
ginar lo que éramos, ¿no?, o lo que eran. Al llegar ya me dejan sola, se la llevan a inte-
Los luchadores sociales 505
rrogar. Estoy nerviosísima, veo a través de una ventana, un movimiento de gente impresio-
nante. Años más tarde me vine a enterar que era por mí, y por ellos.
Me vuelven a decir que mi padre quiere hablarme, estaba en una silla y detrás en la
pared la foto de “Buscados”, parecía que el destino nos estaba buscando. Al ver otra vez la
foto es como que se me aclaró el panorama y pienso: “Ya sé porqué está pasando esto”.
Enseguida me mandan al juzgado, con la asistente social, estaba aterrorizada pensando
“qué habré echo yo para que me manden al juzgado”. El operativo había empezado a las
cuatro y media de la mañana y esto era como a las diez de la noche.
Me presentan al juez. Era lo último que me podía imaginar, un tipo bajito como yo, des-
camisado, sudando, sin chaqueta y sin nada, ya estaba en las últimas, ¡pobre! Cuando
nos presentan, me empieza a contar la historia. Que mis padres no eran mis padres, que
mis padres estaban desaparecidos, que mi verdadero nombre no era Gina sino Carla, que
todo había sido mentira. A partir de ese momento siempre me llamó Carla. Esperó a ver
cómo reaccionaba; reaccioné bien, no dije nada, no me pareció nada traumático, en ese
momento. Me dijo que había una persona que hacía nueve años que me estaba bus-
cando, que era mi abuela. Y yo ya empecé a relacionarla con la vieja bruja, la persona que
había visto en televisión. Y ahí se me unen las imágenes.
Me preguntó si quería conocerla; le dije que sí. Creo que lo hice un poco por despecho;
también, tantas palizas por preguntar y que no me dejara sacar sangre por la vieja bruja
dieron más ganas de conocerla.
Pasó un médico, que también era psicólogo de Abuelas, para ver cómo estaba. Estuvo
dos minutos y me dijo: “Voy a llamar a tu abuela”. Apareció mi abuela, me pareció más
joven que en televisión. Fue algo muy alucinante, empezamos a hablar porque el juez nos
presenta, porque sino nos quedamos calladas las dos. Mi abuela estaba así de llorar. Yo
me di cuenta. Me dijo: “Sí, soy tu abuela, hace nueve años que te estoy buscando”. Se
hizo un silencio impresionante. No hablábamos. Fue algo como muy mágico. De repente
hizo así con los brazos y yo me acurruqué y me quedé al ladito de ella. Ella me abrazaba,
me quedé así un montón de tiempo. Nos sentamos en el sillón que había en el despacho y
empezó a enseñarme fotos. Empecé a recuperar esa parte de la infancia que yo no tenía,
que eran las fotos de bebé. En una me muestra una foto de mi madre embarazada y me
pregunta: “¿Te imaginas quién estaba aquí adentro?”. “Yo”, le contesto. Se quedó pas-
mada, igual que el juez, pues no se imaginaban que fuera a decir eso.
Me fui con ella, estuvimos viviendo en Argentina hasta 1987.
–¿No te cuestionaste si vivir con tu abuela o con tu familia adoptiva?
No, la actitud la tuve muy clara, lo que pasa es que la mente trabaja, entonces había
muchos momentos, duchándome por ejemplo, me cuestionaba: “Me han mentido, me
han dicho que soy una”, te cuestionas si no te están mintiendo otra vez. Eso es lo terrible.
Te crea un estado de inseguridad personal, de no saber quién eres. Recuerdo que, entonces,
con diez años, me daban ganas de coger y tirarme abajo de un coche. Era una situación que
se me escapa tanto de las manos, que no lo entendía [...]. No me dijo que a mi padre [tam-
bién] lo asesinaron, si me lo llega a decir al principio me hundo. Esperó un tiempo [...].
Viviendo con mi abuela en Argentina, se empezaban a dar en aquel país lo de la obe-
diencia debida, los indultos, mi abuela se lo olió y quiso volverse a España, tenía la nacio-
nalidad española. Pero no nos dejaban salir del país. Había dos fueros: el penal y el civil, y
cuando uno daba permiso para salir del país, el otro se negaba. Una incertidumbre te-
rrible. Pero mi abuela decidió que nos escapáramos. Yo tenía una custodia policial perma-
nente, porque estuve en el centro de la banda de la triple A. Era un testigo de cargo bas-
tante importante, podía señalar, tipos, tipas, sitios..., y eso era muy peligroso. De ahí la
custodia las veinticuatro horas, de un dichoso coche Ford Falcon [los utilizados para los
secuestros].
506 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
entre madre e hijo fue muy positivo. Cuando Sara Méndez volvió feliz de Buenos Aires, en Monte-
video fue recibida por una cariñosa multitud que colmó los alrededores del Obelisco. Diferentes ar-
tistas mostraron su alegría por la noticia, hijos de luchadores sociales desaparecidos le regalaron
veintiséis rosas rojas, una por cada año que estuvo separada de su hijo...
«Varias mujeres con los ojos llenos de lágrimas consiguieron «colarse» para apretarla en
un abrazo correspondido. [...] Al subir al escenario, entremezclados con los gritos de
«Gracias, Sara», se escucharon las voces de algunas mujeres que, con los puños en alto,
cantaban «A galopar, a galopar hasta enterrarlos en el mar». Sara inició su discurso agra-
deciendo ese canto y recordando que era el que entonaban con su compañeras en la
cárcel de Punta Rieles.488 Con los rostros bañados en lágrimas las mujeres escucharon a la
madre de Simón agradecerles el haber jugado «un papel de sostén fundamental» en aque-
llos años.»489
Mario, que era alumno por aquel entonces, cuenta que el discurso militar se fue consolidando de
formar gradual en escuelas, liceos y material pedagógico escolar. Pero afirma que «no lograron que
ese discurso penetrara, al contrario. El rechazo en mi generación es muy grande. No sólo de los hi-
jos, es general. [Pensá] que se te acercaba un tipo y te ponía el dedo entre el cuello de la camisa y el
pelo, para ver si tocaba [el uno con el otro] y tenías que cortarte el pelo». Mientras el padre de Mario
estaba en la cárcel, él cursaba los últimos años de la escuela primaria.
«Me relacionaba mucho con la gente a través del fútbol. Me sentía un poco solo y decía:
“¡Puta madre!, dónde estará toda esa generación [de hijos de presos...]”. Tenía que estar
en alguna parte. Pero yo no los conocía.
–¿En la escuela no se hablaba de esos temas, de dónde estaba tu padre, etc.?
–No, nadie vino a preguntarme, ni la maestra. [Deberían pensar] “su padre estará
muerto o estará divorciado...”, te creaba cierta confusión en la cabeza que a veces explo-
hasta su casa a exigirle los datos para que Sara, aunque sea veinticinco años después, recupere a su hijo, y éste, a su
vez, parte de su identidad.
488. «El penal para presas políticas –explicó Sara Méndez en su discurso– donde no se podía cantar en coro pero a fin de año
eso se rompía. Todo el penal, piso por piso, iba cantando y uniendo las voces para decir: «A galopar, a galopar, hasta en-
terrarlos en el mar»».
489. Resumen nº 59, Madrid, mayo-junio 2002, 24.
508 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
taba. Pero de comentar las circunstancias en la que me encontraba nada de nada. Era
como esos niños de padres divorciados que nadie pregunta.
–¿Y había otros niños en tu situación?
Y es que no se sabía. Incluso con un amigo que jugaba conmigo nos dimos cuenta [de
nuestro paralelismo] cuando salieron nuestros viejos de la cárcel. Ahí, sí conocí otros
“hijos” y se estableció una importante relación. Pero después, muchos se fueron del país,
como antes se habían ido primos y amigos.
–Y cuando hablaban “del carácter inhumano de los actos terroristas”, haciendo refe-
rencia al grupo donde militaba tu padre, ¿llegaste a dudar de él, de que fuera como lo pin-
taban los libros académicos?
–Para nosotros estaba clarísimo lo que era mi viejo, nunca nos pudieron confundir.»
Mario no fue el único en recibir poca ayuda en el ambiente escolar. Pedro Montero asegura que
había cierto «desprecio por los chicos con padres presos. A Juancho le hicieron la vida imposible.
Tuvo problemas serios cuando yo estaba en cana».490 Otros testimonios dicen que sí encontraron
comprensión y solidaridad en la escuela y, sobre todo, y de forma mayúscula, en amigos, vecinos,
familiares, compañeros...
Un par de años antes de acabarse la dictadura uruguaya, se organizó un viaje en avión hacia Uru-
guay, con ciento cincuenta y cuatro niños que vivían con sus padres o familiares en otros países y
que apenas conocían su tierra natal. Algunos tenían a sus padres presos. Ese hecho, en plena dicta-
dura, fue muy importante porque significó la reapertura en la contestación a la opresión y un nuevo
pedido para que los militares abandonaran el poder y fue un símbolo de la resistencia por lo que re-
presentaban aquellos gurises (chavales) –el retorno y el reecuentro–. En el aeropuerto, medio millón
de personas –según algunas fuentes– recibió con júbilo y enorme emoción a los pequeños exiliados,
que pasearon por la ciudad, asistieron a espectáculos artísticos y vieron a sus familiares, algunos de
ellos presos.
«Fábula de un ogro aterrorizado por los niños: Hemos asistido a la única fábula en la his-
toria de la literatura fantástica infantil en la que un ogro feroz y sanguinario se asusta y
tiembla ante un grupo de niños. Y tiembla impúdicamente, sin pudor.
Así es que el ministro del Interior de Uruguay, general Hugo Linares Brun, declaró al Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados que “no intervendría en el pro-
grama de los 154 niños que visitan Uruguay, si su estancia no se transformaba en un pro-
blema político” [...].
El ogro, con sus divisiones de ejército, sus cárceles, sus miles de policías, su censura a
la prensa, sus grupos de choque, su presidente digitado, tiembla ante la perspectiva de
que 154 niños que visitan su patria se transformen en un problema político.
En realidad el ogro no está tan equivocado. Porque en el Uruguay de hoy, todo, absolu-
tamente todo, es un problema político, para las pretensiones de mantener su dominio
sobre el país.»491
490. «En la escuela uruguaya, el conserje de la entrada siempre me castigaba o me insultaba porque mi madre me llevaba
tarde, si no lo hacía él, lo hacía la profesora de la clase, recuerdo que me chillaban como energúmenos –recuerda
Juancho–. Los niños de la mesa no me dejaban sus lápices o gomas, yo no sabía por qué, si fuera de aquel recinto le
caía bien a todos. Los errores más chorras que puede tener un niño de preescolar, que pintaras fuera del caballo o recor-
tara mal con las manos un pez dibujado en un papel, era motivo para llevarte las peores broncas de la profesora. Creo
que tenían fijación hacia mí, ni siquiera en el recreo quería nadie jugar conmigo, todo lo hacía mal».
491. Del artículo: «Medio millón recibió a los niños exiliados», del nº 8 de A redoblar, suplemento juvenil de Mayoría, publi-
cación de la UJC. Montevideo, enero de 1983.
Los luchadores sociales 509
Cada chico vivió el exilio de forma particular; para algunos fue muy duro y para otros no tanto.
Fueron frecuentes los problemas de adaptación y luego, con el correr del tiempo y una vez aprendi-
dos los nuevos códigos, devinieron uno más de la pandilla, del barrio y su curso escolar.
Al principio, el exilio a Juancho le supuso una dificultad a la hora de establecer relaciones, pero
con el tiempo y al mudarse a Santa Coloma de Gramanet fue todo lo contrario, un chaval muy queri-
do y respetado, con una casa frecuentada por amigos de la escuela y el barrio.
«Cuando llegamos a España, vivimos durante dos años en Barcelona capital, [el trato que
recibí en] el colegio fue algo mejor que en Uruguay, los profesores siempre fueron ama-
bles, pero los compañeros de clase me cantaban canciones como “cochino, marrano,
cerdo americano”. Yo robaba dinero a mis abuelos/padres para comprar golosinas y le
decía a la maestra que era mi cumpleaños o santo, los niños se ponían en la cola al salir
del recreo e iba repartiendo, así intentaba hacer amigos. Cuando festejé varias veces, la
profesora se escamó y junto con la madre de un niño, le dijeron a mi abuelo que salía de la
escuela nada más llegar, cruzaba la calle y compraba chucherías. Esto cambió cuando
llegué a Santa Coloma de Gramanet, me acogieron los niños como uno más, me integré
fenomenalmente, no tuve que comprar nada, me querían incluso los padres de mis com-
pañeros. Haciendo más o menos lo mismo que en los colegios anteriores, los profesores
no me chillaban y encima sacaba mejores notas. No sé si influye el que fuera una ciudad
dormitorio, llena de emigrantes andaluces y extremeños, donde el voto mayoritario era
para el partido comunista, seguido de los socialistas y algún convergente. En 1981, con
diez años, empecé a sentirme de aquí.»
Sin duda todos estos chicos se enriquecieron cultural y mentalmente, pero sufrieron un desarrai-
go familiar y de terruño muy grande, que afectó incluso a su identidad.
«Hasta que vuelvo a Uruguay –dice Miguel492–, yo para mí era como español, había ido a
la escuela acá... Me siento de los dos lados, no más del uno que del otro.
También el concepto de familia, la familia eran personas sin lazos sanguíneos. Los com-
pañeros de lucha de mi madre. De ahí surgen cuatro o cinco tíos que hasta hoy lo son. En
1983, o por ahí, es cuando me doy cuenta por qué estábamos aquí [en España] y que
había un impedimento para volver a Uruguay [...].
Ahí comprendo el motivo, había una dictadura. Pero no tenía la dimensión de lo que
era. Tampoco tenía muy claro si era opción de mis padres o era como ese último recurso, o
te vas o te matan. Al volver a Uruguay me doy cuenta de esa dimensión de lo que era una
dictadura.
–¿Te acordás de algo –presencia militar, etcétera– que te llevara a pensar “esto es una
dictadura”?
–No, me acuerdo de diferencias de confort.»
Uno de los problemas que tuvieron quienes volvieron al país en el que nacieron y del que fueron
«expulsados» fue la idealización nostálgica por parte de los luchadores sociales del lugar donde
combatieron el sistema capitalista. «Ésa es la culpa de mis padres que me dijeron que en Uruguay
todos eran amigos, que no había racismo. Eso fue lo que más me dolió, porque esperaba una so-
492. Nacido en julio de 1974, tras un año de vida en Montevideo, en el que su mamá es profesora de dibujo y su papá ope-
rario de Funsa, partirá hacia Europa. Antes de eso, su padre es secuestrado en Buenos Aires. Su madre parte en su bús-
queda, dejando a Miguel al cuidado de los abuelos y su tía Celia, en el pueblo de Libertad. En enero de 1976, su tía lo
lleva a Suecia, donde se reencuentra con la madre y el padre, quien poco después se va del hogar. En 1978 se instalan
en París y de 1979 a 1985 vive en Barcelona. En este último año se va, junto a su madre, a vivir a Uruguay y en 1999
se vuelve a instalar en la capital catalana, esta vez solo, donde vende en una feria, colabora en proyectos audiovisuales y
estudia cine.
510 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
ciedad diferente».493 Evidentemente el terruño era el mismo en el que crecieron los padres, pero el
contexto social no era de lucha e ilusión por el cambio social.
Un testimonio asegura que en 1985 volvieron gran cantidad de exilados, entre ellos muchos ni-
ños, pero que un par de años más tarde muchos regresaron a Europa.
«Conozco varios que tuvieron que volver porque estaban enloqueciendo a nivel emo-
cional.
–¿Por qué?
–Porque mirá que es duro llegar a Uruguay a los trece o catorce. Es mucho cambio.
–Pero habría muchas cosas lindas, la vida en la calle...
–Sí, pero la persecución de mi madre nunca terminó. Te cuento el ejemplo más reciente
y luego el del noventa. El otro día, cuando pasó lo de las bombas en Nueva York, la llamo y
le digo: ¿Qué te parece?, y me dice: “Bueno, vos ya sabés lo que pienso de estos temas”.
“No, ¿qué es lo que pensás?” [le vuelvo a preguntar]. “No, pero date cuenta” [me dice
como queriendo retransmitirme algo]. “¿Vas a pensar que el teléfono está pinchado?”; “ah,
494. Con respecto a los nietos de los hijos de los luchadores sociales y ante la sentencia de Miguel «quedás marcado» –en re-
ferencia a las preocupaciones y vivencias por haber vivido todo aquello– se le preguntó: ¿y tus hijos también? «Y sí,
–contestó él– porque al estar marcado cómo no le voy a contar a mi hijo lo que hizo su abuela y por qué luchó. No sé si
voy a tener un hijo ni dónde lo voy a tener, [pero lo que es seguro es que] los hijos cargan con la historia de los padres. En
mayor o menor cantidad, mi hijo va a tener que cargar con mi paso por Suecia, Francia, Uruguay, mi vuelta acá a
España y por lo que venga. Y me preguntará “¿y porqué te pasó todo eso?, y no le voy a poder decir que al año y medio se
me ocurrió irme de Uruguay porque la situación no era óptima. No sé las preguntas que me va a hacer, por eso me gus-
taría saber muchas más cosas, para contarle, para que no haya una pérdida generacional.
–¿Y por qué no le preguntas a tu madre?
–Y es lo que pienso hacer cuando vuelva a Uruguay. Esta distancia es lo que da esa fuerza y madurez, o no sé qué. A mí
sobre todo me interesan los actos. Que a los treinta años te maten a tus amigos, es súper heavy, por eso no le quería
tocar el tema [...]. No sé cuantas noches habrá llorado mi madre. La mayoría de sus amigos están desaparecidos, a
veces lo pienso, de repente un día me encuentro con todos mis amigos muertos y yo vivo, mi madre tiene muchos com-
plejos con eso».
512 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Hay quienes culpabilizan a sus progenitores por haberse metido en política teniendo familia, te-
niéndolos a ellos. Incluso hay quienes llegan a decir que si «mis viejos estaban luchando, jugándose
la vida o su libertad, para qué mierda nos tuvieron», para qué los hicieron nacer, con lo que se les
podía venir, y se les vino.495
«Cuando era más pequeña –recuerda Carla Rutila Artés–, le cuestioné a mi abuela: “¿No
sé por qué a mi mamá se le ocurrió tenerme al ver que las cosas estaban tan mal?” Pero
ahora que tengo a mi hija digo: qué cuestionamiento más estúpido. Qué dolor le debo de
haber dado a mi abuela cuestionándole esas cosas.»
Es fácil imaginar lo duro que fueron, y son, los diálogos entre un hijo que pregunta: «Viejo, si es-
taban en ésas ¿por qué me tuvieron?», y el padre explicándole que, justamente, luchaban para ofre-
cerle a él y los otros chiquillos –muchos de los cuales vivían en la pobreza más absoluta–496 un
mundo inédito, en el que se educarían y adquirirían valores de solidaridad y reciprocidad. Valores
que ellos aprendieron, pero que creían que, por haber sido educados en el sistema burgués, nunca
adquirirían de forma íntegra. Esta reflexión es la que llevaba a afirmar que el hombre nuevo nacería
del nuevo niño.
«Niño, mi niño,
tu niño y aquel niño
todos van.
Rueda que te rueda
hacia la vida nueva
llegarán.
Cada niño un poco,
todos tomarán
de la misma leche
y del mismo pan.
Niño, mi niño vendrás en primavera,
te traeré.
Gurisito mío,
lugar de madreselvas
te daré.
Y aunque nazcas pobre, te traigo también:
se precisan niños
para amanecer.»497
Las parejas de luchadores sociales a la hora de tener hijos se lo pensaban dos veces, pero casi
siempre la primera reflexión concluía en la idoneidad del caso, por la buena relación que había, y la
segunda porque había que procrear niños para la sociedad futura.
«¿Y te parece que podremos tenerlo en estas condiciones?
–¿En qué condiciones, Miguel, qué me querés decir?
495. Pero la mayoría opina como Miguel: «Creo que los hijos cuando se tienen uno se hace cargo. Mi madre se hizo cargo de
mi y lo hizo súper bien [...] Todo lo que ella hizo lo hizo por mí. Todo lo que ella pretendió cambiar ella nunca lo iba a ver,
lo iba a ver yo».
496. «Es cierto que no te ríes / pero nacer no es tan triste / lo mejor es que te fies / del país que naciste / [...] / y si te espera en
pobreza / y no hay quien lo desconozca / es porque nuestra riqueza / se la ha llevado la rosca / [...] / orientalito te es-
tamos / pidiendo lo que ya sos / este país lo cambiamos / sobre todo para vos». Canción titulada «Gurisito», letra de
Mario Benedetti, música e intérprete H. Numa Moraes.
497. Canción de Daniel Viglietti.
Los luchadores sociales 513
–No, digo, con todo el quilombo que se viene. Esto arde, Tere, acá las cosas se van a
poner cada vez más pesadas y quizá no sea el momento...
–Amor, siempre pensamos que la revolución iba a ser para nuestros hijos, ¿no?
Cuando Teresa y Miguel se dieron cuenta de que ella estaba embarazada tuvieron un
par de días de dudas, pero los argumentos de Teresa eran insistentes y, además, Miguel
tenía muchas ganas de que lo convencieran.
–Bueno, si es mujer le ponemos Tania; si es varón, Camilo Ernesto, ¿no?»498
Era tal el afán creador y vital, que incluso en los momentos más difíciles hubo luchadoras sociales
que decidieron embarazarse.
«En el MLN, en la clandestinidad –asegura Yessie Macchi–, cada pareja podía optar si
quería o no tener un hijo. Pero qué pasaba, los hijos realmente tenían problemas de segu-
ridad. Cómo hacías para cuidar a un hijo, en medio de un cantón militar. Tenías que tener
la mayor movilidad, el mayor secreto, silencio. Entonces, en determinado momento, la di-
rección sí planteó la conveniencia de no tener hijos entre los clandestinos. Pero tan libres
éramos que con mi compañero decidimos tener un hijo, porque queríamos trascender a
nosotros mismos, sabíamos que en cualquier momento uno de los dos podía morir o caer
preso, como efectivamente pasó, él murió y yo caí presa. Entonces quedé embarazada
cuando había, casi, esa directiva por parte de la dirección. Desgraciadamente. perdí el
embarazo con el balazo en el momento de mi detención y en el momento que mataron a
mi compañero.»499
Cuatro años más tarde de este episodio, en 1976, en el cuartel de La Paloma, en un ambiente de
tortura y desolación, Yessie Macchi conoció a Mario, que estaba preso en la celda de al lado. No se
podían acariciar, pero sí apoyarse mucho y charlar. Un día ella le propuso: «tenés una pena muy
corta (dos años) yo en cambio tengo cuarenta y cinco, es probable que no salga nunca de aquí. Me
gustaría tener un hijo contigo»500. Él aceptó. Se las ingeniaron para que Yessie quedara embarazada
y para que no la obligaran a abortar. Los milicos se enteraron a los cuatro meses, ella dijo que estaba
de seis y que debido a la solidaridad internacional no les convenía que perdiera el bebé. La maltra-
taron, a Mario lo torturaron durante noventa días seguidos, murió cuatro años más tarde; pero Pa-
loma nació. Una vez más, se engendró vida en un lugar de muerte.
Ésta es la valoración más extendida entre los luchadores sociales, orgullo y, sobre todas las cosas,
respeto. «Puedo criticar algunos aspectos de la militancia de mi viejo –explica Mario– pero siempre
desde el respeto. Admiración es muy cursi». Este testimonio valora, además, la sinceridad, sin ex-
cusas ni discursos extraños, con la que su padre asumió la derrota: «Perdimos y chau», y asegura
498. Anguita y Caparrós, 1997, 556. Obsérvese los nombres propuestos. Fue común, aunque no mayoritario, poner a los
hijos nombres vinculados con procesos revolucionarios o de resistencia, como la indígena. René Pena asegura: «Mi hijo
se llama Pablo por la canción de Viglietti». Amaral era el nombre de guerra en el MLN del boxeador Floreal García. En
toda América Latina hay jóvenes que se llaman Emiliano, Ernesto, Tania, Camilo, Lenin, Rosa, Tupa, Carlos y Federico.
499. Como antes se comenta, una de las características de los luchadores sociales fue la fortaleza, condición que no sólo los
caracterizó en los sesenta-setenta, sino hoy en día. En este aspecto impresiona la fortaleza que se ve en Yessie Macchi,
sobre todo sabiendo que había pasado trece años presa en condiciones infrahumanas.
500. Clara Aldrighi, 223.
514 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
que nunca culpó a sus progenitores por sus actividades políticas, «al revés, sino no nos hubié-
ramos metido en política. Mi hermano se metió en el MLN y yo en la UJC». Y ante la pregunta: «¿Se
puede hablar de ventajas, por ser hijos de?»,501 contestó: «Más bien me complicó. No tengo dema-
siada facilidad para entablar relaciones sociales con gente lávida, con poco compromiso».
Esta sincera frase de Mario tiene relación con una anécdota que vivió Miguel, cuando visitó Punta
del Este y conoció a una coqueta muchacha que le preguntó:
–¿Y cuándo volviste a Uruguay?
–En 1985.
–¿Y por dónde estuviste en Europa?
–En Francia, Suecia y España –contestó Miguel.
–¡Ay! –exclamó la chica y con gran ilusión le preguntó– ¿Son diplomáticos tus padres?
Miguel, suspiró y pensó «vos lo que tenés es un merengue en la cabeza».
«Me pasó dos veces, con dos mujeres. Una en Punta del Este y otra en la Paloma, y les
dije cualquier estupidez. Si en Uruguay, le digo a una persona: “Mirá, llegué a vivir aquí en
el 85” y ya no se da cuenta, es porque..., ya no puedo, ya me da igual. Porque no está en-
terada de nada o la dictadura le pasó por delante de los ojos y ni se enteró.» 502
Siguiendo con las posibles culpas a los padres, Miguel aclara que «lo que les reprocharía hubiese
sido pasar toda la dictadura en Uruguay. Hablé con amigos que estuvieron y fue horrible». Y ante la
pregunta: «¿Y sobre todo lo demás tenés algún reproche que hacer?», es claro: «No, nada».
«Culpas en ningún momento –afirma por su parte Rafa–. Siempre vi la situación de mis pa-
dres muy sufrida y muy heroica, no heroica con mayúscula sino heroica de situaciones chi-
quitas, muy dramáticas por lo menos. Nunca tuve una ruptura generacional en ese sentido.
Tomé la concepción de las cosas y todas las vivencias de mis padres como una conti-
nuidad, casi como una cosa seguida. Del 1984 al 1987, hasta casi los quince años, me
imaginaba mi futuro casi como el de mis padres. Pensé, durante casi toda la secundaria,
que cuando llegara a ser un joven iba a ser un estudiante e iba a vivir situaciones de vio-
lencia cotidiana y todo lo demás, cabalmente [...]. La idea de que, muy probablemente,
iba a ser torturado en algún momento de mi vida, cuando me llegara la edad, estando en
todos esos problemas. Daba por sentado que mis dieciocho o veinte años iban a ser una
reproducción de los que mis padres habían vivido. Ahora creo que, [al menos] de aquí a
muchos años, no se va a dar una confrontación igual.»
Un testimonio anónimo aseguraba:
«Yo sé que ponían bombas, si mató a alguien o no, me da igual, si lo hizo, lo apoyo,
porque al que mató era un hijo de puta. Pero sé que el método que utilizaron ellos nunca lo
501. Miguel a esta pregunta respondió: «Te prevé más de las cosas a lo mejor o te ayuda a desconfiar más [...]. Te ayuda a
distinguir un poco las cosas, por ejemplo esos jóvenes que votan a Batlle a mí me parecen un escándalo, un escándalo
terrible.
¿Y los que votan al Frente, qué te parecen?
–Me parece un escándalo también. Que la gente vaya a votar y acepte un país donde el voto sea obligatorio. Y no salga a la
calle a romper todo. “Voy a votar si me sale del culo, porque sino ¿por qué voy a votar?”».
502. Miguel explica, por el contrario, que con aquellos chicos a quien la historia social les incidió sobre manera en sus vidas
la comunicación era más fluida. «Conocí a un par de pibes con los padres desaparecidos. Lo tenían asimilado. “Qué te
voy a contar si vos ya sabés de que va esto”. Era un tema muy intuitivo. “Ya sabés que tus viejos la cagaron o no la ca-
garon, pasaron lo que pasaron. Nunca escuché: Pobre mi padre que lo mataron”.
–¿Con chavales así tenías más facilidad para relacionarte?
–Sí, porque son los códigos, como que estas cosas son las cosas básicas ¿no? Como que yo esté contigo y me digas: “Pi-
nochet es un buen tipo”, ahí se abre el abismo.
Los luchadores sociales 515
voy a utilizar como forma de lucha. Pero también sé que me inculcaron que hay gente que
vive de una forma y gente que vive de otra y por qué.»
A pesar del respeto general por la faceta combativa de los padres y los coetáneos de ellos, algunos
cuestionan las formas de luchar que tenían. Agustín, nacido en 1969, critica el primitivismo político
de gran parte de la generación de sus padres y añade: «Nuestros viejos pensaban que la revolución
estaba a la vuelta de la esquina. Tenían un desconocimiento de la época».
En el período de lucha creciente, 1968-1971, aumentó ese optimismo del que habla Agustín, y
había incluso quienes daban por seguro la pronta llegada de la revolución. El padre de Rafa, Horacio
Tejera, cuenta que en un momento, al estar impactado por la muerte de un compañero, llegó a cues-
tionarse su continuidad en la actividad político-social. Pero cuando pensó lo que sentiría «su» Rafa
en la escuela, con la revolución ya triunfante, al ser el hijo de uno de los que había abandonado la
lucha, decidió seguir militando.
A una nutrida parte de los protagonistas de este apartado también se los podría denominar lucha-
dores sociales. Se los ha visto repartiendo volantes, denunciando, gritando, de delegados, encapu-
chados, sindicados, detenidos, escribiendo, debatiendo, escrachando,503 estudiando, ocupando o
marchando. Para algunos, estas actividades fueron una época de sus vidas, para otros, la vida
misma.
Boris Cyrulnik, al explicar cómo los niños se autoprotegen de las vivencias traumáticas, afirma:
«Por supuesto existen momentos en los que ya no es posible reír, momentos en los que el
humor se vuelve algo imposible, incluso indecente. Mientras la percepción del dolor nos
mantiene cautivos, no podemos modificar la representación. Los niños que han visto a sus
padres torturados o humillados ante sus propios ojos nunca podrán reír al recordarlo.
Hace falta demasiada distancia para eso. Los torturados y, sobre todo, los hijos de los tor-
turados modifican su propia imagen mediante la acción extrema y la reflexión grave. No
mediante el humor. Lo más frecuente es que se impliquen en acciones militantes contra el
bando de los verdugos. Se reparan reparando la memoria de sus padres, probando de ese
modo que el medio para robustecer una idea es perseguirla» 504.
A continuación, y en el siguiente, apartado se pueden conocer algunas de las actitudes de los hi-
jos con respecto a sus implicaciones políticas, al qué hacer con «los verdugos» y al como afrontar el
pasado de sus padres.
«Empiezo a militar [en Uruguay con diecisiete años] –cuenta Mario–, en secundaria,
1981, en dictadura, en clandestinidad. La última camada grande que cae 1983. Primero
gremialmente, luego en la UJC. Cuando empezábamos a militar, el referente era el 68. De-
cíamos “la dictadura no pudo con eso”, había cierta continuidad. Después hubo una crí-
tica [a todo aquello, y, más tarde,] se fue perdiendo.
503. En referencia a los escraches, la forma de denuncia social que llevan a cabo los integrantes de la organización HIJOS,
que consiste en desplazarse hasta el domicilio de un torturador y denunciar públicamente su pasado represor, casi
siempre, desconocido para la mayoría de sus vecinos.
504. Boris Cyrulnik, Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. Editorial Gedisa, S.A., Barce-
lona, 2002, 201. Éste es un libro optimista que demuestra que ninguna herida es irreversible, así como cuenta de la
existencia de un mecanismo de autoprotección que se pone en marcha desde la más tierna infancia.
516 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
505. «Hasta después del año 81 –recuerda Rafa– creía que mi padre [anarquista] era comunista. En el 84, cuando empieza
la reapertura política, es cuando empiezo a comprender las diferencias [políticas dentro de la izquierda]. Hasta el 84,
sólo tenía la dicotomía de militares y gente como mis padres, o milicos y gente de izquierda [...]. ¿Conocés la canción
Congreso de ratones, de la Polla Records?, bueno, en segundo de liceo, año 1985, cuando estudiábamos sistemas polí-
ticos, mezclaba cosas de democracia directa con sistema representativo y todo eso. A partir de que escuché Congreso de
ratones, en el año 88, tuve un cambio ideológico en mi vida y desde ahí empecé a ser decididamente refractario a todas las
instancias de representación. Desde ese momento quedé impedido para la inserción política en el plano nacional.»
506. «El cuidado que tenían –añade Rafa– para hacer las reuniones cuando habían medidas prontas de seguridad y cuando
ya estaba el golpe encima, todas las precauciones de cómo reunirse y organizarse en una situación en que estaba prohi-
bido. Nadie de mi generación tendría ahora una conciencia clara de cómo hacerlo [...]. Lo primero que nos decían [los
luchadores de la generación de mis padres] era que cuando se iba a una manifestación va gente con molotov, los que las
llevan caen a último momento, cuando ya está la cosa en eclosión, cuando ya las van a tirar. Van, las tiran, después se
cambian alguna campera de otro color de alguien que esté por ahí. Por ejemplo, el día del Filtro [los de las molotov] es-
taban desde la tarde, cruzados de brazos esperando la manifestación.»
507. En una ocasión, tras realizar una entrevista en un lugar de Europa a un conocido ex tupamaro, y cenar junto a él y su fa-
milia, el hijo, que entonces tenía doce años, no hablaba muy bien el castellano y parecía no conocer el pasado de su pro-
genitor. Cuando en la cena escuchó la palabra «tupamaros» preguntó qué era eso. «A donde estaba tu padre», indicó el
ex tupamaro. «Era un grupo parecido al MRTA peruano», dijo uno de los comensales. La organización armada de Perú,
debido a la toma de la residencia del embajador japonés, le sonaba más pero tampoco la conocía. El ex tupamaro tenía
un hijo de más de veinte años, que se había criado con su madre y sabía perfectamente quién había sido su padre en los
tupamaros y en la lucha revolucionaria en Uruguay. Su hijo pequeño, en cambio, nada sabía. En una nueva charla se le
preguntó al padre por el desconocimiento de su hijo y manifestó que prefería que su chico cumpliera los dieciocho años
para contarle todo. No quería influenciarlo. Sin embargo, según sus palabras, su compañera tuvo un original método de
influencia indirecta, lo envió a una escuela católica para que se rebelara y se hiciera de izquierdas.
Los luchadores sociales 517
fui y le dije “mamá, no voy más”. Era una obligación familiar, vamos a ver al tío tal o cual
[que eran en realidad los compañeros de lucha mi madre] o a Viglietti, Serrat...
En 1987, ya en Uruguay, [mis compañeros de trabajo] me anotaron en el AEBU (Aso-
ciación de Empleados Bancarios del Uruguay) y me quisieron hacer de las juventudes co-
munistas y los mandé a cagar a todos.
–¿Por qué?
–Porque no me creo nada de la política, ni antes me la creía y ahora me la creo menos.
Juventud comunista para después salir y ponerte en una esquina de no sé qué. Es como
que ya lo había mamado desde siempre.
Y después con el voto verde intenté implicarme, pero después veía a tanta gente que es-
taba ahí porque no tenía nada que hacer o por novelería. Porque somos jóvenes y que-
remos hacer cosas, pero no lo veías como algo serio. Nunca me terminó de cerrar. Y mi
madre tampoco nunca me impulsó. Me decía: “Hacé lo que quieras”.
–¿Ves más seria la militancia de los sesenta y setenta?
–Totalmente, es que había un motivo, ¿no? Estaba Cuba, los hippies, el mayo. Había
como una cosa que decía: “Esto se puede cambiar”. Los libros, la música y las películas
hablaban de esa posibilidad.»
–¿El repudio que sentís hacia todo lo político tiene que ver con todo lo vivido, sufri-
miento...?
–Es como que uno lo siente, ¿hasta donde sirvió todo eso? Si todo lo que hicieron hu-
biera dado un fruto, por ahí lo hubiera seguido. Pero fue algo que, en principio no salió
bien. Entonces no tenés como reflejarte en eso. Como estás metido en ese ambiente co-
nocés gente de ese ambiente, todos terminaron con los muertos de por medio, el hermano
desaparecido, el hijo... [...]. Al menos que no lo esperen en la forma. Yo tengo una cámara
y sé lo que hacer con ella. Pretendo utilizarla para hacer una crítica.» 508
Andrés, al igual que otros integrantes de Comunidad del Sur, apunta algunas de las dificultades
adaptativas que tuvieron los niños de los setenta, una vez se marcharon de allí. Al parecer algunos ma-
nifestaron ciertos problemas de relación en la escuela y, sobre todo, con sus jefes o patrones. Tanto
que la mayoría no quieren trabajar en fábricas u oficinas jerarquizadas e inventan cooperativas. «La
mayoría son chicos estupendos pero que tuvieron problemas adaptativos» concluye Andrés.
Para finalizar este apartado se presenta a la organización HIJOS, estrechamente relacionada con
los protagonistas de este capítulo. Nace en 1995, en Argentina, con la idea de formar una red con
todos los chicos que, debido a los conflictos sociales, sufrieron una fractura en su infancia.509 A lo largo
de los años la red se ha ido ampliando e internacionalizando, y se han ido creando agrupaciones autó-
nomas en ciudades como París o Estocolmo. Varios países, que también vivieron un importante pro-
ceso de revolución y contrarrevolución, han ido viendo nacer a este tipo de colectivos. En Uruguay,
HIJOS se funda en 1996, gracias a hijos de desaparecidos, asesinados, ex presos y exilados y, en la ac-
tualidad, sigue denunciando a los torturadores de sus padres y a los cómplices de aquellos.
«Nuestra última actividad fue una marcha realizada el 27 de junio a veintiocho años del
golpe de estado, desde la plaza Libertad hasta el Palacio Legislativo, bajo la consigna:
“Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”, a la que acudieron más de quince mil per-
sonas. Sin haber sido cubierta por ninguno de los medios de prensa que hoy están preocu-
pados en mencionarnos, entre otros grupos, como presuntos violentistas [...].
508. Miguel, tal vez de forma contradictoria, en otra parte de la entrevista aseguraba: «Tampoco es que me sienta defrau-
dado. Estoy súper contento con lo que intentaron hacer, si hubiera que hacerlo de vuelta lo apoyaría. Estoy preparado
para involucrarme, si el día de mañana hay un movimiento que explota yo creo que lo voy a apoyar, ahora no lo sé
porque no lo hay. Creo que en definitiva nos terminaron formando como para afrontarlo».
509. Ver al respecto el documental Tú no moriste contigo, Francia, 1990, de Stephane Goxe y Christophe Coello.
518 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
510. «Comunicado de los “violentos”. HIJOS de Uruguay», Resumen, nº 55, septiembre/octubre de 2001, 23.
Los luchadores sociales 519
La burguesía tiene la virtud de saber hacer lo necesario, ellos tienen distintos sistemas,
todos archivados en el armario y abren la puerta que necesitan, la democracia es el que
más les interesa porque todos cooperamos con ella. 511
Nuestra lucha por lo tanto es contra el sistema capitalista, por la revolución y para ello
no tenemos aliados burgueses: un juez bueno, un policía bueno, un presidente bueno.
H: –Sí, pero yo necesito luchar ahora..., y además no quiero que un debate como éste
no pueda salir de un núcleo como el de hoy, porque tus planteamientos no salen de
círculos como éste. Ustedes, enmarcando a la burguesía y al capitalismo como el culpable
de todos los males que sufre la humanidad..., llegan a igualar todos los espectros del capi-
talismo, pero eso no es lo real. No es lo mismo un juez Garzón que los mandatarios de la
escuela de Panamá, forma parte del sistema burgués, si lo querés llamar así, pero no es lo
mismo. En eso nos estamos equivocando. (Interrupciones)
H: –Si se les puede hacer algo, quien sea, por la razón que sea que lo haga, como un
Garzón, como HIJOS, como la Plataforma [Argentina contra la Impunidad] el fin es el
mismo [...]. Nosotros aceptamos jugar a su juego con sus mismas cartas. Agarramos ese
tren cuando nos interesa y nos bajamos cuando nos interesa.
O: –La experiencia demuestra lo contrario, siempre te la dan por eso [...]. Para hacer la
revolución tenemos que usar las armas que hay en este mundo, pero nosotros, eso es lo
fundamental, acción directa. Cualquier medio que salga directamente de nuestro movi-
miento... Si abandonas la acción directa para apoyar un beneficio legal, llámese Parla-
mento, elecciones, juicios, plebiscitos, estás reconociendo tu pérdida de poder, y si estás
metido en eso cuando la cosa revienta, aunque nosotros tengamos la fuerza como en
Albania, cagaste.
O: –La «burguesía, «nosotros», «ellos», es muy abstracto ¿de qué personas estamos ha-
blando?
O: –Hoy no lo sé, pero en 1970 estaba claro. Esa claridad la produce tu práctica social,
en momentos de enfrentamiento social hay dos bandos.
O: –No creo en la revolución, me parece muy bonito como utopía..., pero sí creo en las
cosas pequeñas, como en estos juicios. Acciones concretas que te llevan a alguna parte.
¿No te parece bien que no dejen salir del país a un tor turador?
O: –Sí, pero me parecería más lindo que no saliera a la calle porque le tiene miedo a
toda esa gente que los odia. En Albania, en Irak.., en las insurrecciones, los oficiales para
evitar ser linchados se desprendían rápidamente de sus galones para pasar como tropa y
no ser reconocidos como altos cargos.
Sergio Falcón: –A ver, estamos hablando nosotros los sudamericanos..., y los compa-
ñeros que son de aquí, los catalanes, los españoles, no están metiendo baza, no están di-
ciendo ni media palabra. Esta charla nuestra la he escuchado cuarenta mil veces, me gus-
taría que los compañeros que son de aquí...
O: –¡A ver los representantes de Cataluña!
(Hay risas porque había sólo cuatro catalanes que no llegan a hablar... Sergio insiste mi-
nutos después y dos de ellos intervienen).
511. «Sobre este sistema, –explicaba esta misma persona– hacia 1530, Maquiavelo escribía el libro Príncipe. En él se acon-
seja que un gobernante que quiera conservar su poder, cuando vea que se está creando cierto foco de subversión, lo pri-
mero que debe hacer es contratar a un ministro o colaborador súper eficaz en la represión y ayudarlo con la lisonja, di-
ciéndole que él es el que está más cercano al poder, que es su preferido..., y darle plenos poderes para aplastar la sub-
versión como mejor pueda, después, cuando haya terminado su labor, lo encerrará y dirá al pueblo que mientras el go-
bernante estaba en palacio no se enteraba de lo que estaba haciendo ese primer ministro, que no había seguido sus ór-
denes, entonces lo envía a ejecutar. De esta manera, el gobernante queda como el bueno y encima se saca un personaje
peligroso. Maquiavelo escribía eso en el siglo XVI y, aún hoy, se sigue aplicando. La estrategia burguesa es arreglar sus
asuntos sucios veinte años después, total, quedan bien, pero las cosas que había que hacer se hicieron».
520 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
O: –Vosotros tenéis más datos, aquí pasó algo parecido en el franquismo, pero para
saber qué pasó siempre he tenido que recurrir a par ticulares.
O: –Se sigue torturando, el genocidio sigue y el fascismo está a la vuelta de la esquina,
hay que luchar en el momento. Hay que activarse actualmente [...]. El internacionalismo
es primordial.
O: –¿Quería preguntarles a los de HIJOS que expliquen sus siglas, sobre todo las dos úl-
timas las que hablan del Olvido y el Silencio.
H: –Nuestro planteo no es sólo recuparar la memoria, es un punto de partida para la lucha,
no podemos tener un presente ni identificarnos con un futuro si no recuperamos el pasado.
O: –La memoria es la memoria de la lucha. En Uruguay, cuando llega la democracia y
toda la izquierda, en cambio de hacer la tarea de recuperar la memoria, como historia de
lucha, de fracaso, de reflexión, de tragedia pero también de vida, de esperanza, de pro-
yecto, vuelca la energía en los juicios, en hacer un referéndum para ver si se juzgaba
aquellos hijos de puta, y para colmo salió que no.
O: –No pará..., fue recuperar la memoria, recuperar a gente que no había hablado du-
rante la dictadura ¡Por favor! Se perdió ¡ta! Pero..., yo estaba ahí, ¿sabés lo que era ver salir
a la gente de los hospitales, rotos, y por primera vez declarando y diciendo: “A mí me tor-
turó éste...”? Y si eso le promueve un plebiscito, bienvenido el plebiscito.
O: –El referéndum sirvió no sólo para recuperar la memoria, sino también para levantar
los ánimos. Pero no hay que poner toda la carne en el asador en ese tipo de cosas. No creo
mucho en los juicios, son un medio, pero un juez como Garzón puede dar a que la gente
piense: «Como los militares están en la cárcel, no hay nadie más contra quien luchar».
O: –Valoro mucho la denuncia y lo de la investigación: este militar es tal, tal, tal y vive en
tal lugar. Como acá se hace con los de la CEDADE y otros fascistas, que van a ser los futuros
escuadrones de la muerte. Habría que poner carteles llamándolos asesinos, escrachán-
dolos. Pero insisto que todo eso para que sea transformador tiene que hacerse con la ac-
ción directa y no por los cánones que nos dan, es más, si pusiéramos carteles y la gente
los reconoce podrían pasar muchas cosas, como lo que pasó en Bariloche, que uno le dio
unas cuantas patadas a Astiz. Ante eso uno se saca el sombrero y sin embargo el mismo
juez que investiga a Astiz metería a su agresor en la cárcel. Yo por eso una de las cosas que
valoro más de ustedes es la parte de denuncia: “El presidente de Prosegur es un tipo impli-
cado en los desaparecidos”, y no cuando juegan a los juicios.
H: –No todos opinamos igual, el tema de los juicios no es el principal ni el primer obje-
tivo de HIJOS, hay otros temas muchísimo más importantes. A mí todo ese tema me causa
un conflicto. Creo además que tenemos que abrirnos a otras movidas y a otras luchas.
H: –Los juicios son un medio de ellos que nosotros podemos utilizar. Por ejemplo, los
medios de comunicación son de ellos, son su arma fundamental, y sin embargo la gente
de Chiapas utilizó la NTV para que se conozca su lucha en el mundo entero, de lo contrario
los hacían mierda. Utilizaron «sus» medios porque no les quedaba otra.
H: –Esta reunión en Argentina sería peligrosa, por eso es necesario que allí algunas per-
sonas dejen de estar sueltas. Con esta conversación te arriesgas al gatillo fácil.
Como se ha observado a lo largo del capítulo, hay una profunda reflexión, ya sea de forma cal-
mada o exaltada,512 por parte de los hijos de todo lo vivido. Pero en todos ellos se observa una gran
sensibilidad por lo humano; una comprensión cálida cuando se miran entre ellos; una solidaridad
tácita y un recuerdo doloroso, pero querido porque es el suyo, el de sus padres y el de todos aquellos
que intentaron cambiar el curso de la historia.
512. Uno de ellos, que tuvo a su padre encarcelado cuando aún funcionaba el parlamento y se respetaba la constitución,
cuándo era aún adolescente se preguntaba con rabia: «¿Quién mierda se creían para separar a mi padre durante tanto
tiempo de mí, pero quién hizo esa ley que permitía eso?».
520 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
O: –Vosotros tenéis más datos, aquí pasó algo parecido en el franquismo, pero para
saber qué pasó siempre he tenido que recurrir a par ticulares.
O: –Se sigue torturando, el genocidio sigue y el fascismo está a la vuelta de la esquina,
hay que luchar en el momento. Hay que activarse actualmente [...]. El internacionalismo
es primordial.
O: –¿Quería preguntarles a los de HIJOS que expliquen sus siglas, sobre todo las dos úl-
timas las que hablan del Olvido y el Silencio.
H: –Nuestro planteo no es sólo recuparar la memoria, es un punto de partida para la lucha,
no podemos tener un presente ni identificarnos con un futuro si no recuperamos el pasado.
O: –La memoria es la memoria de la lucha. En Uruguay, cuando llega la democracia y
toda la izquierda, en cambio de hacer la tarea de recuperar la memoria, como historia de
lucha, de fracaso, de reflexión, de tragedia pero también de vida, de esperanza, de pro-
yecto, vuelca la energía en los juicios, en hacer un referéndum para ver si se juzgaba
aquellos hijos de puta, y para colmo salió que no.
O: –No pará..., fue recuperar la memoria, recuperar a gente que no había hablado du-
rante la dictadura ¡Por favor! Se perdió ¡ta! Pero..., yo estaba ahí, ¿sabés lo que era ver salir
a la gente de los hospitales, rotos, y por primera vez declarando y diciendo: “A mí me tor-
turó éste...”? Y si eso le promueve un plebiscito, bienvenido el plebiscito.
O: –El referéndum sirvió no sólo para recuperar la memoria, sino también para levantar
los ánimos. Pero no hay que poner toda la carne en el asador en ese tipo de cosas. No creo
mucho en los juicios, son un medio, pero un juez como Garzón puede dar a que la gente
piense: «Como los militares están en la cárcel, no hay nadie más contra quien luchar».
O: –Valoro mucho la denuncia y lo de la investigación: este militar es tal, tal, tal y vive en
tal lugar. Como acá se hace con los de la CEDADE y otros fascistas, que van a ser los futuros
escuadrones de la muerte. Habría que poner carteles llamándolos asesinos, escrachán-
dolos. Pero insisto que todo eso para que sea transformador tiene que hacerse con la ac-
ción directa y no por los cánones que nos dan, es más, si pusiéramos carteles y la gente
los reconoce podrían pasar muchas cosas, como lo que pasó en Bariloche, que uno le dio
unas cuantas patadas a Astiz. Ante eso uno se saca el sombrero y sin embargo el mismo
juez que investiga a Astiz metería a su agresor en la cárcel. Yo por eso una de las cosas que
valoro más de ustedes es la parte de denuncia: “El presidente de Prosegur es un tipo impli-
cado en los desaparecidos”, y no cuando juegan a los juicios.
H: –No todos opinamos igual, el tema de los juicios no es el principal ni el primer obje-
tivo de HIJOS, hay otros temas muchísimo más importantes. A mí todo ese tema me causa
un conflicto. Creo además que tenemos que abrirnos a otras movidas y a otras luchas.
H: –Los juicios son un medio de ellos que nosotros podemos utilizar. Por ejemplo, los
medios de comunicación son de ellos, son su arma fundamental, y sin embargo la gente
de Chiapas utilizó la NTV para que se conozca su lucha en el mundo entero, de lo contrario
los hacían mierda. Utilizaron «sus» medios porque no les quedaba otra.
H: –Esta reunión en Argentina sería peligrosa, por eso es necesario que allí algunas per-
sonas dejen de estar sueltas. Con esta conversación te arriesgas al gatillo fácil.
Como se ha observado a lo largo del capítulo, hay una profunda reflexión, ya sea de forma cal-
mada o exaltada,512 por parte de los hijos de todo lo vivido. Pero en todos ellos se observa una gran
sensibilidad por lo humano; una comprensión cálida cuando se miran entre ellos; una solidaridad
tácita y un recuerdo doloroso, pero querido porque es el suyo, el de sus padres y el de todos aquellos
que intentaron cambiar el curso de la historia.
512. Uno de ellos, que tuvo a su padre encarcelado cuando aún funcionaba el parlamento y se respetaba la constitución,
cuándo era aún adolescente se preguntaba con rabia: «¿Quién mierda se creían para separar a mi padre durante tanto
tiempo de mí, pero quién hizo esa ley que permitía eso?».
Reflexión final
La profundización de la crisis en 1968 en Uruguay, el descenso del nivel de vida y el resurgir del
movimiento revolucionario a escala mundial empujaron a toda una generación a luchar por trans-
formar una sociedad que consideraban caduca e injusta.
Ante el estancamiento productivo de la economía uruguaya –subordinada al sistema capitalista
mundial– que se produce en 1957, el capital intenta recuperarse atacando el nivel de vida de la
clase obrera. Así, aumenta la tasa de ganancia en base a la intensificación de la explotación y la dis-
minución de «prestaciones sociales». Por lo tanto, el punto de inflexión de la conflictividad social
viene del capital y la consecuente actuación de la burguesía y todos sus aparatos y no, como se cree
a menudo, del proletariado o una guerrilla o un grupo revolucionario.
De 1957 a 1968 la lucha de clases se desarrolló de forma descentralizada. Cada sector burgués
se enfrentaba a cada sector obrero en particular, y la correlación de fuerzas precisas en un lugar o
sector determinaba las nuevas condiciones laborales, lo que facilitaba la actuación del sindicalismo
corporativista y evitaba un virulento y extenso choque social.
El panorama cambia en 1968 debido a lo ocurrido en el ámbito nacional e internacional durante
los años sesenta. En el ámbito mundial destaca: la hegemonía política, militar y económica de
Estados Unidos, sobre todo en América Latina, como muestra su intervención en República Domini-
cana; el intento de que los demás gobiernos aíslen a la denominada revolución cubana, que sigue
ganando simpatías en todo el continente; el predominio de la llamada guerra fría y de la política de
bloques, con la consecuente doctrina de Seguridad Nacional. En la izquierda uruguaya, en concreto,
también afectan otros acontecimientos, como el conflicto de principios de los sesenta entre China
Popular y la URSS, la actuación militar de esta última en Checoslovaquia, los procesos de nacionali-
zación de empresas llevados a cabo por militares –como el desarrollado por Velasco Alvarado en
Perú–, las conferencias tricontinentales de la OLAS y los ejemplos de guerrilla urbana –como la diri-
gida por Américo Martín del MIR de Venezuela– y rural –protagonizada por el Che en Bolivia–, que in-
fluencian en los tupamaros.
En Uruguay, los sectores políticos y económicos que controlan el estado –que hasta entonces ha-
bían podido atenuar las tensiones sociales, por ejemplo convirtiendo en funcionarios a la mano de
obra que ya no necesitaba en el agro y la industria– recurren a medidas económicas tan antipopu-
lares como la congelación de salarios y al aumento de la represión para seguir manteniendo sus be-
neficios. Un número de personas cada vez mayor, afectado por la nueva situación y/o solidario con
las capas más perjudicadas, se rebela contra un régimen al que considera fiel servidor del capita-
lismo internacional y que se expresa como el partido del orden establecido. De esta manera se con-
vierten en luchadores sociales que utilizan las más diversas formas de combate político, en muchos
casos enmarcadas en la acción directa, para lograr su objetivo, nunca bien definido pero no por eso
con poco énfasis y claridad táctica.
Estos luchadores buscaron en el asociacionismo obrero y la unidad sindical un método eficaz
para hacer frente a la patronal; en una coalición de partidos de izquierda, la ilusión de una fuerza
que les permitiera cambiar las estructuras del país desde el gobierno; en la integración a agrupacio-
nes políticas, una mejor organización. Estuvieron presentes en las calles por pensar que era allí, en
el espacio público, donde se decidían los conflictos sociales; en las manifestaciones por el centro de
la ciudad para hacer oír sus demandas; en los enfrentamientos con la policía para radicalizar sus
movilizaciones; en las ocupaciones de centros de estudio y trabajo para presionar al gobierno y dar
continuidad a la resistencia.
522 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
La expropiación de bienes se practicó como una medida de presión; los becarios, por ejemplo, se
iban sin abonar la cuenta de los restaurantes para reclamar un comedor universitario, y los grupos
armados lograban consolidar su infraestructura; el reparto en zonas marginadas de las mercancías
robadas denunciaba la pésima distribución de la riqueza nacional.
Se emplearon las armas para hostigar a las fuerzas represivas, llevar a cabo la denominada pro-
paganda armada y crear una alternativa de poder. Al considerar legítimo el uso de violencia revolu-
cionaria, los luchadores decidieron practicar la guerrilla urbana, ya que las condiciones geográficas
del país parecían impedir la concentración de guerrilleros en zonas rurales.
Aunque Montevideo, y en menor grado las capitales del interior, fueron los lugares de la mayor
parte de los conflictos, el agro también fue escenario de una resistencia al régimen que se plasmó en
las huelgas de peones de haciendas y de empleados de la industria láctea, y sobre todo en las mar-
chas de protesta a la capital de los cortadores de caña que, por sus durísimas condiciones laborales,
se convirtieron en el símbolo de la resistencia legítima. Proyectos rurales como el Tatú sirvieron para
repliegue y entrenamiento de guerrilleros.
La tradición pacífica y civilista de Uruguay limitó las simpatías, sobre todo cuando alguien resul-
taba muerto, hacia la actuación de los grupos armados, el número de armas y la preparación militar
que, entre la mayor parte de combatientes, siempre fue escasa. La guerrilla pudo pertrecharse gra-
cias a robos a policía, coleccionistas, particulares, armerías, y al espectacular copamiento de un
cuartel.
Buena parte de la lucha política se desplaza al terreno militar, al diálogo de balas y calabozos; las
prisiones estatales se llenan y la cárcel del pueblo, en la que se encierran a representantes del ré-
gimen, empieza a funcionar. El alcantarillado de la ciudad es usado como campo de batalla y la in-
formación se vuelve el factor clave de la guerra social. La clandestinidad y la organización, para se-
guir luchando a pesar de las cada vez más frecuentes medidas de excepción adoptadas por el go-
bierno, es una constante en un amplio sector de los luchadores sociales.
En 1968, muchos de los que se habían alzado contra el régimen para mantener el nivel de vida
y los derechos que tenían antes de la crisis vieron que debían enfrentar al poder estatal con formas
no convencionales. La lucha política pasa de ser minoritaria a darse en muchos ámbitos de la so-
ciedad, con gran participación vecinal: interrupción del tránsito, ollas populares, festivales solida-
rios de música...
La asimilación de los ideales revolucionarios, la necesidad de cambio, la desesperanza con el sis-
tema liberal y la pasión juvenil provocaron la asunción de la militancia como factor importantísimo y
condicionante, por el cual todos los aspectos de sus vidas se vieron influenciados por el conflicto so-
cial vivido entre los años 1968 y 1973.
En 1968, además de lo citado con anterioridad, se ilegalizan, a excepción del PC, las principales
fuerzas políticas de oposición; se suceden ejemplos de unidad obrero- estudiantil, a nivel puntual y
a nivel orgánico, como muestra la creación de Resistencia Obrero Estudiantil, de ideario anarquista,
y el desplazamiento de la influencia que hasta entonces tenían asociaciones estudiantiles con una
política corporativista y moderada en favor de otras –como el Frente de Estudiantes Revoluciona-
rios–, más radicales y basadas en el asamblearismo.
En definitiva, en ese año convergen una corriente de pensamiento que lucha por volver al modelo
liberal de bienestar del pasado con otra que lo hace para revolucionar la sociedad; y en ese año se
produce además el primer asesinato de un manifestante.
En 1969 se polarizaron claramente los dos proyectos antagónicos: el de la burguesía (el manteni-
miento del capitalismo) y el del proletariado (el cambio social). Es el año en el que hay más militari-
Reflexión final 523
zación de empresas públicas, más protestas contra las visitas de representantes del capitalismo in-
ternacional, y en el que se produce un incremento espectacular de las acciones de la guerrilla ur-
bana.
1970 fue un año de euforia revolucionaria, en el cual los luchadores sociales –apoyados por un
sector armado se consolidaron como un poder enfrentado al del régimen. En este período se produce
la intervención de la enseñanza secundaria, como forma de controlar la convulsión social que se
produce desde los centros de estudio y sus alrededores, convertidos en verdaderos lugares de apren-
dizaje y combate; hay numerosas acciones de justicia popular y armada, copamientos y asaltos en
casinos, casas particulares y bancos, que demuestran la corrupción de parte del sector financiero; y
se llevan a cabo secuestros y ajusticiamiento de torturadores. Pero también es un año de muchas
detenciones a miembros de organizaciones clandestinas, sobre todo las que practican la lucha ar-
mada. Acontecimientos, todos ellos, que hacen que el Parlamento también viva convulsionado y
con sumas contradicciones internas.
1971 fue el año en el cual la fuerza proletaria se canalizó hacia un proyecto de gobierno de iz-
quierdas, frustrado al no ganar las elecciones; y en el que se discute la idoneidad de una tregua elec-
toral o de la acción directa y la lucha clandestina. Fue un año en el que la cultura popular se vuelca
con la izquierda, en que Montevideo vive un ambiente de crispación política por un lado pero de
fiesta y sensación de cambio por el otro. Es el año de la que posiblemente haya sido la mayor fuga de
presos políticos de la historia, haciendo tambalear a un gobierno que, a raíz de ese hecho, opta por
encargar a las fuerzas armadas la lucha antisubversiva, que al unirse con las policiales forman las
fuerzas conjuntas.
1972 fue el año de mayor enfrentamiento armado entre la población uruguaya desde principios
de siglo. La represión se extendió a todos los sectores de la izquierda y las fuerzas armadas, apo-
yadas por el Poder Ejecutivo y el Parlamento, ejercieron el control de la situación. Es, ante todo, el
año de la derrota militar del MLN y otros grupos armados –FARO, OPR 33, 22 Diciembre (Tupamaro),
Frente Revolucionario de los Trabajadores–, facilitada por el revés en la lucha política propinado por
la reacción contra dichas organizaciones. Este fracaso pone fin a la apología de las armas, presente
en amplios sectores de la izquierda, y provoca la recuperación de la extensión de las formas de lucha
no militares: manifestaciones, ocupaciones, sabotajes caseros, peajes...
Fue el período de la tregua armada, de las negociaciones para un alto el fuego definitivo, fraca-
sadas por las intransigentes exigencias de cada una de las partes. Pero la desesperanza producida
por la derrota militar de la guerrilla, la toma de contacto en los cuarteles entre detenidos y soldados y
la falta de reapropiación programática por parte de los luchadores sociales provocaron que muchos
de éstos tuvieran expectativas en un sector de las fuerzas armadas. Y que se diera una de las particu-
laridades más relevantes de la historia social: la elaboración de un plan conjunto entre tupamaros y
militares, para acabar con los ilícitos económicos de los capitalistas e impulsar un desarrollo na-
cional más fructífero y equitativo. Este proyecto se vio truncado por lo absurdo del mismo –la colabo-
ración entre anticapitalistas y agentes del orden, entre torturados y torturadores–, por la misma na-
turaleza castrense y por la influencia de los principales grupos económicos sobre las fuerzas ar-
madas.
La influencia tupamara hacia algunos oficiales del Batallón Florida provocó, en sectores de la po-
blación reaccionarios y progresistas, una percepción de los militares como fuerza neutra, aplicable y
dirigible, que los hechos demostraron errónea. Por su parte, algunos militares apreciaron en los lu-
chadores sociales unos fines justificables, pero unos métodos inaceptables.
524 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
1973 fue el año en el que el Parlamento pierde paulatinamente el poder en beneficio de las
fuerzas conjuntas, quienes el 26 de julio lo disuelven. En el que los elementos más radicales de los
luchadores sociales son asesinados, encarcelados, desterrados o inmovilizados. Y en el que el prole-
tariado da una lección de autonomía y decisión frente al golpe de estado, protagonizando una huelga
general de quince días. Ésta finalizó con una polémica actuación de la CNT y el PC, que son denun-
ciados como «vendehuelgas» por muchos de sus participantes. Fue, en definitiva, el año de la de-
rrota.
En todo este tiempo la lucha contra el régimen se contextualizó en diversos escenarios de convi-
vencia –marchas, ocupaciones, reuniones, cantones militares, cárceles y comunas– donde se cons-
truyeron tentativas de relaciones más humanas, y en los cuales se manifestó la comunidad de lucha.
Los luchadores sociales concebían la organización política en la que actuaban como un espacio
en el que se expresaba la sociedad por la que luchaban y que permitía experimentar los futuros va-
lores del «hombre nuevo». Muchos de los que provenían de sectores pudientes, en el combate
diario, tuvieron la posibilidad de conocer a militantes que habían padecido una fuerte miseria eco-
nómica. Gran cantidad de jóvenes convivieron con personas de edades medias y ancianos inclusive.
La búsqueda de criterios colectivos, el considerar el interés general por encima del individual y los
cambios producidos en la cotidianeidad, debidos al continuo enfrentamiento contra el régimen y a la
exigencia de la coherencia revolucionaria, demostraron que la lucha también transforma los as-
pectos más íntimos de la vida. Aquéllos se evidenciaron en las vinculaciones con el entorno familiar
y vecinal e incluso en las relaciones amorosas. Se tendió al abandono del noviazgo y la vida marital,
para pasar a la búsqueda del compañero, también comprometido socialmente, con el cual com-
partir sexo, lucha, amor, hijos, deleites y problemas. De todos modos, la dedicación al enfrenta-
miento al poder no fue la misma para superar los prejuicios que se tenían hacia, por ejemplo, la ho-
mosexualidad o la discriminación a las mujeres, que tuvieron una participación masiva en las tareas
políticas.
El compañerismo y la solidaridad, dos rasgos fundamentales de los luchadores sociales, mues-
tran la calidad humana de personas que, sin ser héroes –como a veces se los ha presentado– acep-
taron aquel desafío histórico. Otras de sus características fueron la fortaleza, la rigidez, la teme-
ridad, la solidaridad, la autodisciplina, el no abandono de la lucha, el altruismo, la juventud –hay
que recordar que la militancia se convirtió en una forma como otra de hacerse adulto y enfrentarse a
los padres–, y la proletarización. Ésta fue producto de una idealización de los valores de los sectores
populares, que llegó a manifestarse en una vestimenta sobria, menos formal y más unisex que
antes. Como críticas a aquel modo de ser, los entrevistados destacaron la ingenuidad, el fanatismo,
el machismo, el dogmatismo y el mantenimiento de prejuicios de la sociedad dominante sobre can-
tidad de temas.
Fue una generación que se nutrió de, y creó, obras culturales, sobre todo libros y canciones, com-
prometidas con la lucha social, que fue influida por escritores nacionales que denunciaban la vida
gris de la urbe montevideana y la marginación de ciertos sectores sociales, y por pensadores extran-
jeros clásicos del movimiento obrero.
Los luchadores sociales integraron y crearon grupos políticos desde los cuales ejercieron su mili-
tancia, pero no se debe olvidar el importante papel jugado por los independientes o sinpartido, ni
tampoco que una misma persona podía participar en varios espacios de militancia: en el comité de
su barrio, en su grupo político específico, en el sindicato de su lugar de trabajo o en la asamblea de
clase de su centro de estudio.
Reflexión final 525
Los partidos de izquierda tradicionales, al igual que los conservadores, a mediados de los sesenta
–período en el que surgen varias agrupaciones políticas– sufrieron una crisis. Pero con el auge de la
militancia volvieron a ser importantes, sobre todo el PC que, junto al MLN, fue el gran referente polí-
tico de aquella generación de combatientes.
Los tupamaros también disfrutaron de un crecimiento espectacular, alimentado por la leyenda
Guevara y por el desgaste de muchos militantes en los virulentos enfrentamientos en el terreno de la
lucha de masas. La eficacia, la limpieza y la espectacularidad del MLN, dominante en su accionar
hasta 1972, asustó a unas autoridades que lo veían como una amenaza real y alentó a toda una ge-
neración que lo consideraba como una fuerza capaz de encabezar cambios revolucionarios. Miem-
bros de fuerzas represivas que decían a los guerrilleros estar prestos a ofrecer sus servicios en caso
de victoria tupamara, políticos y empresarios conservadores que preferían estar a las buenas con
ellos, son ejemplos de la credibilidad del proyecto del MLN. La organización suscitó simpatías en
todas las esferas de la sociedad: legisladores, parlamentarios, estancieros, jueces, militares, profe-
sores... Esto facilitó su actuación en diversos operativos y desesperó a las fuerzas reaccionarias que,
para desprestigiarlas y preparar la aceptación de la población de la guerra sucia, recurrieron a una
batalla dialéctica de desprestigio de los guerrilleros desde los medios de comunicación.
Otra vertiente que influyó en el ámbito de la militancia fueron las tendencias anarquistas: la Co-
munidad del Sur, demostrando que se podía vivir de forma alternativa a lo establecido; la Escuela
Nacional de Bellas Artes, confiando a la educación la sensibilización y la transformación sociales; y
sobre todo la FAU, básicamente con una política basada en el sindicalismo revolucionario, pero inno-
vando formas y estructuras de lucha sin descartar el uso de las armas.
El MRO –que también tuvo su brazo armado, las FARO–, los grupos cristianos de resistencia –entre
los que se encontraba el MAPU, el Partido Demócrata-Cristiano que en Uruguay, a diferencia de otros
países, fue opositor al régimen y, de alguna manera los GAU–, el 26 de Marzo –el partido de muchos
independientes y portavoz de la política tupamara–, el POR –trotsquista–, el PC, el PS –organización
marxista-leninista que debido a su radicalización estuvo ilegalizado durante años– y fuerzas polí-
ticas progresistas lideradas por ex integrantes de los partidos conservadores, formaron el Frente
Amplio, el frente popular a la uruguaya, que se presentó por primera vez en las elecciones de 1971 y
que desde entonces no ha cesado de ganar votos.
MUSP, PCR-MIR, FER, FRT y 22 Diciembre (T) se constituyeron como pequeños grupos que en
ciertos momentos tuvieron su importancia y que se caracterizaron por su extraparlamentarismo e in-
tegraron la tendencia combativa, movimiento crítico a la política reformista sindical. El PC, al seguir
mayoritariamente la línea de Moscú en el marco de la denominada guerra fría, se erigió como el gran
moderador de la izquierda. Esta práctica le valió el repudio de muchos militantes que consideraban
que con el control que ejercía en las movilizaciones impedía la radicalización del movimiento de re-
sistencia. Por su parte el PC apostaba por la extensión de la lucha, por eso creía que debía mostrarse
sumamente democrático y nunca de carácter violento.
Las contradicciones entre los grupos se expresaron con inacabables debates sobre la efectividad
de la lucha armada y los enfrentamientos violentos con la policía, y con peleas en diversas moviliza-
ciones. Las discusiones teóricas, por ejemplo, sobre la idoneidad del partido o del foco, llegaron a
provocar escisiones y fragmentaciones dentro de las organizaciones.
Pero si algo caracterizó aquel período de resistencia fue la confraternización entre los militantes.
La unidad sindical siempre estuvo muy consolidada y la colaboración fraternal de varios grupos se
plasmó en periódicos unitarios, acciones guerrilleras conjuntas y evasiones de la cárcel en común.
526 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Lo que la teoría separaba, la práctica unía. Este fenómeno también ocurrió a nivel continental. Se
abrieron lazos de solidaridad con agrupaciones legales y se concretaron acuerdos con guerrillas ex-
tranjeras. Ejemplos de esto último fueron el Plan del Che, de mediados de los años sesenta, consis-
tente en convertir los Andes en una gran Sierra Maestra. También estaba la Junta de Coordinación
Revolucionaria, que funcionó desde principios de la década del setenta hasta poco después del
golpe militar de 1976 en Argentina, y que agrupó al ELN (Bolivia), al MIR (Chile), al MLN-T (Uruguay)
y al PRT-ERP (Argentina).
Las agrupaciones políticas, a excepción de algunas, se caracterizaron por organizarse jerárquica-
mente: centralismo democrático. También por la profusa elaboración de documentos internos y ór-
ganos de prensa –revistas, periódicos y octavillas–, por la creación de estructuras especiales para la
acción directa o para su defensa. Por la adopción de un programa político a corto plazo –que con-
sistía en reformar la sanidad, el agro y la enseñanza, en nacionalizar ciertas empresas y sectores fi-
nancieros y en la liberación nacional– y otro a largo plazo, en el que se perseguía una sociedad sin
clases sociales, injusticias ni miseria humana. Algunas de ellas tuvieron una estructura pública y
otras, una clandestina. Unas le daban más importancia a la preparación militar y otras a la política.
Llama la atención el abanico tan variado de colectivos, en un país que hasta entonces no se había
caracterizado ni por la intensidad ni por la profusión de los grupos de resistencia, que iba desde las
comunidades cristianas y libertarias hasta la guerrilla urbana.
Estos seis años se recuerdan, a nivel internacional, por la audacia del accionar tupamaro y por la
represión contra los luchadores sociales. De ella, la tortura fue la más destacada y se aplicó para
amedrentar y buscar datos que permitieran desarticular el engranaje de las estructuras clandes-
tinas. Otras formas de reprimir fueron la militarización de las empresas públicas en huelga; las listas
negras y los despidos; la censura de prensa y de actividades opositoras; las cargas policiales; los se-
guimientos, las averiguaciones y la infiltración; el lenguaje empleado por las autoridades y medios
de información oficiales; la desaparición temporal de detenidos; las ejecuciones y la militarización
de la vía pública, a cargo de unas personas que se convirtieron en meras cumplidoras de órdenes y
que, según algunas, perdieron todos los parámetros.
La solidaridad hacia los presos y la vida cultural y política en los penales no fue suficiente para
contrarrestar el sufrimiento del torturado, que padecía tanto al ser golpeado o electrocutado como
en todo el proceso de encierro, colmado de incertidumbre sobre su futuro.
Todas estas formas de represión se aplicaron en el marco de las medidas de excepción, decre-
tadas por el Poder Ejecutivo y aprobadas por el Parlamento, lo que indica que en el Uruguay de en-
tonces se ejerció tanto la dictadura militar como la constitucional y que ambas fueron el verdadero
sostén del estado. Los conflictos sindicales se tenían que apaciguar y reprimir porque creaban una
conmoción equivalente a la de una guerra, por lo que se llegaron a prohibir las huelgas de funciona-
rios públicos.
Hasta 1972, los capítulos más «sucios» de la guerra fueron llevados a cabo por el escuadrón de
la muerte, y a partir de esa fecha los protagonizaron los militares que cada vez se inmiscuyeron más
en los temas políticos y se autoproclamaron los salvadores de la patria.
Otro fenómeno que suele darse en todo lugar donde hay conflictos sociales duraderos e intensos fue la
sectorialización de la sociedad, es decir, el ver a la gente como sectores unificados y no como individuos.
Por ejemplo, el revolucionario consideró burgueses, casi sin apreciar diferencias u obviándolas, a todos
los políticos parlamentarios y, como milicos, a todos los policías y militares. Por su parte los militares
vieron a todos los políticos parlamentarios como corruptos, ineptos y permisibles con la guerrilla.
Reflexión final 527
Otra característica del período, también común a otros episodios históricos, es la extendida justi-
ficación de los luchadores sociales de que su actuación clandestina se debió a razones defensivas.
Varios integrantes de la guerrilla urbana declaran haber tomado las armas por las amenazas de
golpe militar o porque el régimen, al delimitar con medidas represivas las tareas públicas y legales,
les obligó a ello. Sin olvidar que la ilegalización de algunas organizaciones empujó a sus miembros a
la clandestinidad, muchos omiten los proyectos de lucha armada surgidos de sus reuniones, de las
lecturas revolucionarias y de la admiración por el proceso guerrillero cubano. Parece que se obvie
que el fin, lejos de ser la defensa de la democracia burguesa, era la insurrección popular y la toma
del poder para la transformación social, fenómenos para los que, en su día, se consideró legítimo el
uso racional de las armas.
Pedir perdón por haber luchado o decir que la culpa del conflicto fue de otro se concretó en
afirmar que los males vinieron de fuera del país, bajo la forma de CIA y medidas del FMI para unos, y
de terroristas entrenados en Cuba o preparados en la escuela rusa Komosol, para las fuerzas del ré-
gimen, que al adoptar la Doctrina de Seguridad Nacional también hablaron de «enemigo interno».
Debería tenerse por incorrecto asegurar que todo lo que hacían los diferentes sectores legales era
público. Más sincera es la famosa frase: «En el fondo todos conspirábamos». Los luchadores so-
ciales conspiraban para derrotar al régimen, algunos inclusive lo hacían dentro de coordinadoras y
comités de barrio para que se aprobaran sus proyectos. Los políticos parlamentarios conspiraban al
reunirse en secreto con clandestinos de derecha y de izquierda. Los millonarios lo hacían con sus
gestores para evadir impuestos y con las fuerzas represivas del estado para asegurarse su defensa. Y
los militares maquinaban en secreto, a espaldas de la opinión pública y otros sectores castrenses,
negociando con la guerrilla o elaborando planes con ella.
Teniendo en cuenta que el proyecto social por el que se peleaba no cuajó y que el régimen que se
quería derrocar siguió en pie, y con un cariz todavía más represivo, se podría afirmar que los lucha-
dores sociales fracasaron. En este sentido, la derrota fue producto de que la colaboración interna-
cional entre ellos no se produjo de forma tan efectiva ni masiva como entre los defensores del sis-
tema, de la falta de claridad en un proyecto social antagónico al dominante y de un balance histórico
que permitiese haber superado disyuntivas, como la que hubo entre elecciones y lucha armada.
Tales contradicciones provocaron que la lucha se encauzara en el marco electoral o a través de un
movimiento guerrillero –en ciertos momentos demasiado militarista– que terminó enfrentándose,
muy a pesar suyo, al estado de aparato a aparato. Este fenómeno acrecentó el espíritu de cuerpo
entre los militares y permitió golpear por separado a los distintos sectores de los luchadores sociales
y dividirlos –considerar a unos legales y a otros, ilegales, a unos, presos políticos y a otros, terro-
ristas–. El poco derrotismo e insubordinación en las fuerzas de seguridad del estado y el no aprove-
chamiento de sus contradicciones internas fueron otro de los factores determinantes para la derrota.
Además, en un período de pequeñas y grandes victorias –evasiones de prisioneros; destituciones y
dimisiones de ministros debidas a protestas populares y operaciones guerrilleras; consecución de
las demandas de obreros y estudiantes; ajusticiamientos de represores– y de ascenso de la lucha re-
volucionaria, los militantes resistían mucho más en los enfrentamientos con las fuerzas represivas,
en las cárceles, en las torturas, en los interrogatorios y a la presión social y familiar. Pero en un am-
biente de miedo y derrota, el temor se contagió. Las delaciones se multiplicaron y, entre algunos,
afloró un sentimiento que se caracterizaba por no ver sentido a arriesgar la vida por la lucha ni por los
demás seres humanos. En otros ese sentimiento nunca estuvo presente y, si bien en los años poste-
528 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
riores vieron alteradas sus vidas, no pasó lo mismo con sus principios. Y aunque no lograron cam-
biar el curso «de las aguas» siguieron nadando a contracorriente.
Si con la lectura de esta obra se ha reflexionado, llorado, reído, temido, gozado, sufrido, amado,
soñado, odiado, luchado y aprendido, el objetivo estará cumplido. Se habrá vivenciado una parte
importante de lo que hicieron y sintieron los luchadores sociales en Uruguay de 1968 a 1973.
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así figura en la edición consultada, en las publicaciones posteriores ya aparecía el nombre del autor).
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532 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
VII.2. FUENTES
Muspos: Militantes del Movimiento de Unificación Socialista y Progresista (MUSP), también se usaba derivados
como «programa muspiano».
Oficialata: Seguidor de la tendencia oficial de las organizaciones, incluso, en las decisiones más polémicas. En el
MLN, al ser un movimiento amplio, coexistían la línea política del Comité Ejecutivo con otras más autónomas.
Pachecato: Se refiere al gobierno, calificado de dictatorial, de Pacheco Areco (1968–1971).
Partista: En la polémica partido-foco, el seguidor de lo primero.
Pecés: Denominación de los militantes del Partido Comunista.
Pegatina: Impreso de propaganda política. En Uruguay, la pegatina era la acción organizada para ir a pegar car-
teles de la organización.
Pegatineros: Personas que realizaban la tarea de pegar los carteles de la organización. Por lo general, dentro de
cada organización existían grupos especializados en esta tarea.
Peludo: Termino por el que se conocía a los cortadores de caña porque al igual que el peludo (armadillo) trabaja la
tierra.
Pequebú: Proveniente de pequeño burgués, como le llamaban despectivamente a los que realizaban actividades
consideradas de la clase burguesa.
Picana: Tortura que consiste en aplicar electricidad al detenido.
Pinza: Forma de control policial de los automóviles en las calles de la ciudad y las carreteras.
Plantón: Tortura que consiste en tener de pie al preso durante muchas horas. Cuando el preso decaía por can-
sancio, por lo general se aumentaban las horas del plantón. Una vez terminada la sesión de tortura, los presos
sufrían grandes dolores en los pies y las piernas.
Poderdualista: Uno de los objetivos de los luchadores sociales era llegar a consolidar un poder paralelo al oficial.
La concepción del poderdualista es, en este sentido, inversa al militarismo y sustituido por la lucha múltiple.
En este sentido es una teorización del empleo de las armas bastante original y con elementos de novedad. La
lucha del poder dual por transformarse en poder único, revolucionario y popular, es por lo tanto de carácter múl-
tiple: militar, político, cultural, psicológico-social, doctrinario e ideológico.
Prochina: Izquierda proclive a la línea política del PC chino, de tendencia maoísta, que en Uruguay estuvo repre-
sentaba por el PCR, el MIR y las AR.
Puntita: Manera de referirse al hallazgo de indicios de pruebas inculpatorias (documentos o declaración de otro
detenido). Un chiste tragicómico era decirle a alguien que estaba cercano a cumplir condena: «te salto una
puntita» pues podía significar un nuevo proceso y, por lo tanto, una nueva condena.
Submarino: Tortura que consiste en sumergir al interrogado en agua sucia o, en el caso del submarino seco, asfi-
xiarlo temporalmente con una bolsa de plástico.
Rayado: Forma empleada por los detenidos políticos uruguayos para explicar el efecto psicológico del cautiverio.
Hace referencia al uniforme característico del preso, así como también a la reiteración temática del “disco ra-
yado”, pero rayada es también la realidad que se percibe a través de las rejas.
Relámpago: Acciones o manifestaciones rápidas que consistían en acordar un punto de la ciudad, realizar la ac-
ción y luego dispersarse, aunque casi siempre después del enfrentamiento con la policía.
Revienta-vidriera: Grupos de militantes que rompen los escaparates de las empresas. Como el término actual de
alboratadores o más precisamente, como el francés casseurs.
Rosca: Se utilizaba obviando la palabra oligárquica. Sector que los luchadores sociales consideraban culpables de
la miseria, corrupción e injusticia social y lo definían como la fusión del imperialismo y el latifundio en el capital
financiero, constituyendo una oligarquía neocolonialista.
Sanción a rigor: Castigo que consistía en prohibir las visitas y los recreos a los presos, además de obligarlos a estar
sentados en su cucheta sin poder hablar ni leer, teniendo que ser autorizados para ir al baño.
Sendiquista (sendicista): Se denominaba así al militante que seguía las ideas de Raúl Sendic.
Tacho: Tanque cortado por la mitad en el que se torturaba sumergiendo a la persona en el agua, apoyada ésta
sobre una tabla.
Tira: Sinónimo de policía. Se usa más habitualmente para describir al agente de paisano (civil o secreta) o infil-
trado.
Tiro seco: Debido a la escasez de revólveres se entrenaba con el denominado «tiro seco». Consistía en aprender a
afinar la puntería y saber quién estaba capacitado para ello y quién no. Uno apuntaba, a través de dos miras, y
avisaba un punto que otro marcaba. Se hacía tres veces, si el triángulo formado por los tres puntos era muy
540 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
grande significaba que no se había apuntado bien. También se hizo apuntando a una luz que era movida por
otro compañero.
Títeres: Marioneta. Forma de llamar a los ejecutores de la represión o de la política de austeridad, pero que no tiran
de los hilos, éstos los mueven otros más poderosos y ocultos (capitalistas) o, simplemente, la ley del valor.
Tolete: Porras de madera que usaban las fuerzas del orden, también llamadas bastones.
Transar: Pactar.
Vendehuelga: Denominación de un grupo o individuo al que se le considera de haber finalizado una huelga con un
mal resultado para los obreros.
Volanteada: Actividad de los militantes dedicada a repartir, tirar o pegar panfletos.
Voluntarios: Los que ofrecen para hacer determinadas tareas de la militancia y los presos que se ofrecían para tra-
bajar sin ser designados por las autoridades carcelarias.
Yupanquiano: En referencia a un modelo que sigue los valores del cantautor argentino Atahualpa Yupanqui,
VIII.2.1. Testimonios
Eleuterio Fernández Huidobro MLN
José Mujica MLN
Pedro Montero MLN
Yessie Macchi MLN
Rafael Cárdenas MLN
Samuel Blixen MLN
Fernando Garín MLN
Chela Fontora UTAA y MLN
José López Mercado FER y MLN
León Lev Partido Comunista
Rodrigo Arocena FEUU
Coriún Aharonián Independiente (ámbito MIR)
Ubaldo Martínez Militante sindical
Héctor Rodríguez GAU
J. C. Mechoso FAU–OPR 33
Ariel Collazo MRO–FARO
Daniel Viglietti Independiente
Horacio Tejera FER
Víctor Licandro Frente Amplio (ex general de las FFAA)
Fernando Castillo Independiente (tendencia combativa)
Andrés Comunidad del Sur
Irene FAU–OPR 33
René Pena Escuela Nacional de Bellas Artes
Juan Nigro Independiente (MUSP y 22 de Diciembre-T)
Cota Independiente (Agrupaciones Rojas-MIR)
Bravio FER
Ricardo Independiente (tendencia combativa y GUDI)
Carlos Ramírez POT y MLN
Mario Rossi Garretano MRO y FARO
Roberto FEUU y PS
Nora FER y UTAA
Apéndices 541
Índice
– La unión en la lucha nunca se llegó a dar.
– Etapas de lucha ofensiva y defensiva. En el año 1971 puede estar el momento de cambio de una etapa a otra.
– Hasta qué punto los tupamaros fueron una guerrilla.
– Objetivos del MLN basados en el programa histórico de la izquierda uruguaya.
– Acuerdo Época y defensa de la OLAS.
– Explicación del apoyo que tuvieron los tupamaros.
– El crecimiento de la organización de 1967.
– Estadísticas de integrantes del MLN.
– Moral alternativa-tupamara.
– La casta pseudorrevolucionaria.
– Junta Revolucionaria de América Latina, 1972-1977 y por qué nadie escribió sobre esa época.
– Denuncia del PC por su actitud ambigua con las dictaduras sudamericanas.
– En caso de guerra, participaría en la defensa nacional. Guerra de clases y guerra nacional.
– Apoyo al Frente Popular en la «guerra civil española».
– Plan del Che.
– Grupo 22 de Diciembre (Tupamaro).
– La dictadura se inició en 1968. Defensores y creadores violaron su propia Constitución.
– Convergencia del movimiento revolucionario con quienes querían recuperar el Uruguay liberal.
– Conceptos y realidades de la democracia y de la dictadura.
– Tregua armada.
– Represión a los militares peruanistas y a los contadores de algunos burgueses.
JOSÉ MUJICA
Nace en Montevideo en mayo de 1934 en el seno de una familia campesina.
Desde muy joven se dedica a combinar las labores del campo, sobre todo el cultivo de flores, con la preparación
intelectual autodidacta y los viajes por todo el país.
Tras finalizar los estudios liceales ingresa a los Preparatorios de Derecho en el IAVA. Allí, atraído por el anar-
quismo, empieza a militar en la Agrupación Reforma Universitaria y más tarde en el Partido Nacional hasta que
se inscribe en el proceso de creación del MLN. Fundador y pieza clave en el MLN, fue uno de los rehenes de las FFAA,
durante la dictadura militar y pasó un largo cautiverio en condiciones infrahumanas.
Reconocido por su oratoria heterodoxa, es uno de los tupamaros de mayor proyección pública y el primer
miembro de esta organización en transformarse en legislador. Ingresa en el Parlamento nacional en 1995 como
diputado y actualmente es senador por el MPP-FA.
Entrevista realizada los días 23 de febrero y 2 de marzo de 1995 en Montevideo
Índice
– Batllismo.
– Recorrido por la economía, agropecuaria y exportadora, de Uruguay.
– Inicio de la crisis.
– El Partido Nacional llega al gobierno producto de la crisis.
542 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
– Batlle reformador.
– Politización de la vida.
– Huelga general de 1973.
– El aparato armado.
– Falta de estrategias.
– Artigas, Rivera, Leandro Gómez.
– Autocrítica.
– El problema del poder.
– Creación del Frente Amplio.
– Reformismo y revolución.
– Cárcel y represion.
PEDRO MONTERO
Nace en 1948 y empieza a militar, esporádicamente, a los doce años mientras cursa sus estudios primarios. A los
catorce se integra en el sindicato estudiantil. Ingresa en la Facultad de Medicina y mientras lleva adelante su for-
mación mantiene una activa militancia en los sindicatos de estudiantes hasta que, sin dejar esta actividad, ingresa
formalmente en el MLN en 1968.
Es de los llamados «legales» del movimiento y combina su vida pública, familiar, laboral y sindical, con la clan-
destinidad. Participa en la formación del aparato armado de los tupamaros y en la búsqueda de información
para llevar a cabo los operativos.
En 1972, es apresado e ingresa en la penal de Libertad. Las incongruencias del sistema judicial le permiten salir
de la cárcel y huir hacia Europa en 1974. Se instala en España y empieza a ejercer como médico sin abandonar
su militancia tupamara.
En la actualidad, ya desvinculado del MLN, coordina una comunidad terapéutica en las montañas catalanas.
Entrevista realizada el 5 mayo 1997 en Barcelona
Índice
– Pérdida del Uruguay de los buenos tiempos.
– Características y objetivos del MLN.
– Cambio de estrategia.
– Tregua armada.
– Autocrítica.
– La polémica ejecución del peón rural.
– Reformismo y revolución.
– Sendic.
– La tortura.
– Lucha armada.
– Comités de base del Frente Amplio.
– Crítica al aparatismo.
– Dejar al líder en su lugar natural de militancia.
– Las pintadas.
– Necesidad de aparato armado.
– Coordinación con otros grupos.
YESSIE MACCHI
Nacida hacia 1950, ingresa en el MLN en 1966 después de haber militado en otras agrupaciones políticas como el
MAC (Movimiento de Ayuda al Campesino). Milita como legal hasta 1968, pero tras viajar a Cuba queda en estado de
semi ilegalidad.
Es detenida en 1969 y pasa seis meses en prisión. Se evade con doce compañeras más el 8 de marzo de 1970.
Sigue su militancia tupamara en la clandestinidad, hasta que la vuelven a detener el 31 de enero de 1971, du-
rante un estado de sitio. Escapa a fines de julio del mismo año, junto treinta y ocho mujeres en una espectacular
fuga por las cloacas. Es detenida nuevamente por las FFAA el 13 de junio de 1972, en un tiroteo en Parque del
Plata, donde muere su pareja.
Acusada de delitos de sangre y sin posibilidad de beneficiarse de la amnistía, empieza a cumplir una de las con-
denas más largas del Uruguay. Pasa trece años en la cárcel, de los cuales tres años y medio figura como rehén,
en régimen de total aislamiento.
Sale de la cárcel el 14 de marzo de 1985, siendo una de las últimas presas liberadas. A partir de entonces se
reincorpora, ya legalmente, a su movimiento político.
En la actualidad trabaja, ocasionalmente, como periodista y forma parte de una ONG que promueve proyectos
sobre mujeres y comunicación.
Entrevista realizada el 16 de mayo de 1995 en Montevideo.
Apéndices 543
Índice
– Mujer y MLN.
– Resistencia en la cárcel.
– Conceptos como clase o pueblo.
– Unidad de los explotados.
– El surgimento del MLN.
– La tendencia combativa y su relación con el MLN.
– CNT.
– Apoyo al Frente Amplio.
– Cambios de táctica, objetivos y líneas políticas importantes.
– Infraestructura.
– Justicia popular revolucionaria.
– Dualidad de poder.
– Crecimiento y pérdida de apoyo.
– Propaganda armada.
– Guerra popular.
– La violencia revolucionaria.
– El Frente de Liberación Nacional, proyecto que nunca llegó a cuajar.
– La derrota, exposición de causas.
– Plan del Pentágono: dictaduras.
– Desacuerdo con la Tregua.
– Sexo, lucha, amor, relaciones, revolución interna.
– Cantones y comunidades de luchadores.
– Comandos de Apoyo Tupamaros (CAT).
– Izquierda revolucionaria y reformista.
– Extracción social e integración ¿quién formó el MLN?
RAFAEL CÁRDENAS
Nace en 1921 en Madrid. Su padre, republicano, al desilusionarse de que todo seguía igual con el adveni-
miento de la Segunda República, decide emigrar, junto a su familia, a Uruguay. Con trece años Rafael llega a
Montevideo y vuelve a España en 1938, con diecisiete años y junto a su padre, para participar en la lucha anti-
franquista. Al consolidarse la derrota del bando republicano vuelven a Uruguay e inicia los estudios de inge-
niería química y diseño industrial y la militancia estudiantil. En 1956, tras varias experiencias negativas en el
mundo laboral, decide fundar una cooperativa de matricería. En 1968, una mujer que hacía poco había entrado
en la cooperativa le propone a él y otra persona integrar el MLN. Por las noches, desde el taller, confecciona
piezas para la organización. En 1972 es detenido acusado de atentar a la Constitución en el grado de colabo-
ración. Tras cumplir los cuatro años de condena se exilia a Barcelona. En esta ciudad funda, y en la actualidad
preside, Casa del Uruguay, centro de acogida de exiliados políticos primero y de inmigrantes después, y lugar
donde se dan charlas sobre resistencia y se preparan acciones solidarias con la situación de los trabajadores en
Uruguay y otros lugares del mundo.
Entrevista realizada el 7 de julio de 2002 en Barcelona.
Índice
– Formas de lucha, antes y ahora.
– Disidencia y FRT.
– Delación y resistencia a las torturas.
– Declaración ante el juez.
– El psicólogo de la cárcel.
– Diferencia entre anarquismo y libertarismo.
– Movimiento anarquista en Uruguay.
– Relaciones amorosas en clandestinidad.
– Relación de la FAU con la FORA.
– La Columna 15.
– Comunalismo indígena y transformación social.
– Cooperativismo.
– Crítica al parlamentarismo.
– Características de los luchadores sociales.
– Sólo un caso cercano de abandono de la lucha.
– Frente Popular y Frente Amplio.
– Para acabar con este sistema se necesita la creación de otro.
544 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
SAMUEL BLIXEN
Nace en Montevideo en 1949. En 1959 empieza a trabajar en la prensa. De 1965 a 1967 desarrolla una mili-
tancia sindical en el diario BP Color. Luego pasa al aparato militar del MLN y es uno de los responsables de ela-
borar la politica sindical de esa organización. En 1972, como activo integrante del aparato armado participa en
las represalías al escuadrón de la muerte, ejecutando a Acosta y Lara. Ese mismo año es capturado y está preso
hasta 1985. Desde entonces, la militancia la ha volcado en la defensa de los derechos humanos y en la bús-
queda de los niños secuestrados por los militares. Su actividad profesional se ha centrado en la labor perio-
dística. Además de ser uno de los fundadores y columnistas habituales de Brecha ha escrito varios libros de in-
vestigación: El enjuague uruguayo, El vientre del Cóndor, Seregni. La mañana siguiente, y Sendic.
Periodista, Brecha y Operación Cóndor... derechos humanos y contra la impunidad.
Entrevista realizada el 15 de abril de 2002 en Barcelona.
Indice
– Conflicto en BP Color (1965-1967).
– Censura del diario Extra, 1969.
– Control obrero.
– Radicalizacción del sindicato de periodistas.
– Política sindical del MLN.
– Cañeros y tupamaros.
– Lecturas en la cárcel.
– Organización del penal de Libertad.
– Condiciones carcelarias de Sendic.
– La fuga del abuso.
– Autoabastecimiento de la guerrilla urbana.
– La Tupita, metralleta del MLN.
– Declaración de guerra de Sendic.
– Número de militantes del MLN.
CHELA FONTORA
Nace en la década del cuarenta en el seno de una humilde familia rural de doce hermanos. Todos ellos em-
piezan a trabajar a los seis y siete años y no tienen oportunidad de acabar la educación primaria.
Conoce a Raul Séndic en el Espinillar y poco después se traslada a Bella Unión, donde desarrolla su militancia
sindical. Empieza a convivir con Sendic y participa activamente en la organización de las marchas cañeras. Al
tiempo se convierte en dirigente del sindicato UTAA. A finales de los sesenta entra en la organización tupamara, y
durante la primera época vive una clandestinidad muy dura, motivada por su desconocimiento de la ciudad. Es de-
tenida antes del inicio de la dictadura militar, soportando varios años de prisión.
En la actualidad trabaja de portera en un club deportivo y se dedica a dar apoyo a grupos de mujeres con proble-
matizadas.
Entrevista realizada el 12 de junio de 1995 en Montevideo
Índice
– La mujer y su marginación en el mundo laboral.
– Sendic y los cañeros.
– Sobre la educación y los valores de los rurales.
– Militancia sindical.
– Convivencia con Sendic.
– Las pésimas condiciones en los cañaverales.
– Sobre la solidaridad.
– Marcha por la ley de ocho horas.
– La mujer relegada en la izquierda uruguaya.
– Sobre la clandestinidad.
– Unidad de clase o pueblo.
– Polémica con CNT y PC.
– Contra la propiedad privada.
– La tierra para quien la trabaja.
JOSÉ LÓPEZ MERCADO
Nace en 1950 y se interesa por la política a partir de los quince años, en el ámbito estudiantil, cuando se inicia la
polémica entre los militantes del PC y el MUSP. Durante su juventud trabaja en una fábrica y estudia los preparatorios
de Agronomía en el IAVA. Allí desarrolla una militancia decidida en los movimientos de insurgencia estudiantil.
Apéndices 545
En 1967 funda el FER y un año más tarde integra en el MLN a finales de 1968. A partir de entonces empieza a
ser requerido por la justicia, siendo encarcelado en 1970 tras caer herido en un tiroteo. Se escapa de Punta Ca-
rretas en la espectacular fuga del Abuso. El 24 de abril de 1972 en el interior del país es capturado, le dan el tiro
de gracia para matarlo pero sobrevive. Pasa un largo cautiverio hasta recobrar la libertad el 1 de septiembre de
1984, poco antes de la amnistia general de 1985. Desde entonces forma parte del Comité Ejecutivo de la orga-
nización.
En la actualidad trabaja como periodista en la radio Panamaricana y es el encargado de la dirección de Mate
Amargo y Tupamaros, publicaciones en las que también colabora como redactor.
Entrevista realizada el 27 de abril de 1995 en Montevideo.
Índice
– Trayectoria personal.
– Los años sesenta.
– El pueblo contra el régimen.
– Uruguay antes y ahora.
– Rechazo al neoliberalismo.
– Secuestro de Dan Mitrione.
– Lucha armada y propaganda.
– Crecimiento masivo del MLN como problema.
– Congreso del Pueblo.
– Reformismo y revolución.
– Guerra y revolución en España (1936-1939).
– Reforma agraria y expropiación.
– ¿Qué hubiéramos hecho los tupamaros en el poder?
– Socialismo y diversidad.
– La vida de los indios y los gauchos.
– Explicación del nombre tupamaros.
– Defensa de la liberación nacional.
– El Abuso.
– El FER, los cartillistas, la micro y el comité de barrio.
– Tregua armada.
– La dirección del MLN.
– Declaración de guerra.
– La visita del Che.
FERNANDO GARÍN
Nace en Juan Lacaze en 1948, a principios de 1968, tras un tiempo de militancia en el PC, empieza a vincu-
larse al MLN. Ese mismo año es elegido por la organización para infiltrarse en la marina, realizar labores de con-
traespionaje y suministrar información para la preparación de operativos. El 29 de mayo de 1970 organiza el
asalto al Centro de Instrucción de la Marina en el que los tupamaros consiguen aumentar sustancialmente su ar-
senal.
A partir del asalto al cuartel pasa a ser uno de los fugitivos más buscados del país. En septiembre 1972 viaja a
Argentina y de ahí a Chile. Pasa una temporada en Cuba, y poco después viaja a Europa donde sigue vinculado al
MLN durante unos años. Se separa de la organización a principios de los años ochenta.
Desde que se exilió no ha vuelto a Uruguay. En la actualidad vive en Bélgica con su compañera y su hijo y
trabaja como mecánico en una cooperativa. Sigue siendo crítico con el sistema capitalista.
Entrevista realizada el 8 de noviembre de 1998 en Bélgica.
Índice
– Polémica con el padre.
– Vida militar y preparación antisubversiva.
– Autocrítica MLN.
– Dan Mitrione.
– La caída de la calle Almería.
– Valoración negativa de la ofensiva de 1972.
– Crítica al militarismo.
– Derrota como consecuencia de un pésimo análisis de América Latina.
– Unicamente un grupo de acero no puede hacer la revolución.
– Relaciones nacionales e internacionales con otros grupos armados.
– Sobre la disidencia.
– Objetivos del MLN.
546 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
– Tregua armada.
– Formas de lucha.
– El entrenamiento guerrillero.
– La clandestinidad.
– Lecturas recomendadas por los tupamaros.
LEÓN LEV
Nace en 1944. Es secretario de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) entre 1963 y
1969 y militante sindical de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU).
Antes de la dictadura fue miembro del Secretariado de la UJC. Durante la clandestinidad es miembro de la Di-
rección Interior del Partido Comunista. Requerido por las fuerzas conjuntas el 12 de setiembre de 1973, per-
manece en el país y es arrestado el 12 de marzo de 1979. Es duramente torturado y permanece en prisión hasta el
27 de diciembre de 1984.
Con la apertura democrática, es el primer secretario de la UJC, hasta 1988. Entre 1989 y 1991 es secretario de-
partamental de Montevideo del PCU y en 1992 se retira de la dirección de dicho partido y pasa a integrar Convo-
catoria del Frente Amplio.
Durante la primera mitad de los noventa es Diputado Nacional y miembro titular de la Comisión de Hacienda y
de la Comisión de Empresas Publicas de la Cámara de Representantes.
Entrevista realizada el 13 de junio de 1995 en Montevideo.
Índice
– Comunicados 4 y 7.
– Lucha armada: no para la sociedad uruguaya.
– Acerca del golpe.
– Objetivos y estrategia del PC.
– Causas de la derrota.
– Los presos políticos.
– Los conflictos entre PC y tendencia combativa.
– Enfrentamientos entre manifestantes en los 1º de mayo.
– Huelga general.
– Fin de su trayectoria.
– Estadísticas y datos sobre el PC.
RODRIGO AROCENA
Nace en la década de los cincuenta. Militante estudiantil entre 1965 y 1971, se convierte en docente universi-
tario en 1969. Entre 1967 y 1969 es dirigente estudiantil y, en 1968, integra el órgano coordinador de la FEUU.
Lo encarcelan el 4 de agosto de 1972 y en enero del 74 le otorgan la libertad. Se exilia durante un largo período
de tiempo en Caracas, donde estudia matemáticas en la Universidad Central de Venezuela.
Actualmente trabaja como profesor titular de Ciencia y Desarrollo y como coordinador de Estudios Sociales y Hu-
manísticos en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y milita en la Vertiente Artiguista, que
forma parte del Frente Amplio.
Ha escrito varios trabajos entre los que destaca el libro La crisis socialista del Estado y más allá. Su libro con Judith
Sutz, La innovación y las políticas en ciencia y tecnología para el Uruguay, logra en 1999 el premio de Investi-
gación y Divulgación Científica del Ministerio de Educación y Cultura.
Entrevista realizada el 19 de abril de 1995 en Montevideo.
Índice
– Trayectoria.
– Originalidad de la FEUU (independencia partidaria hasta 1970).
– Frente Amplio.
– Boom de adhesión, sobre todo estudiantil, al MLN en 1969.
– Preocupación ante la muerte de los primeros militantes, como Jorge Salerno.
– Corriente tercerista.
– Crítica a las expectativas militares.
– Radicalización de la reacción defensiva para tornarla revolucionaria.
– Reformismo y revolución.
– Comités del Frente Amplio.
– El basismo (militantes y comités de base).
– Crítica al MLN de 1972. Análisis de la derrota.
– El régimen siempre a la ofensiva. Los luchadores sociales, por lo general, a la defensiva.
– El movimiento popular revive (1973).
Apéndices 547
Índice
– La represión contra los artistas durante el peronismo.
– El uso político del folklorismo por parte de la izquierda y la derecha.
– Fracturas de la memoria.
– Años sesenta y el proceso antiimperialista.
– Critica del izquierdismo marxista al tango.
– Agrupación Nuevas Bases.
– Canción protesta, canción propuesta.
– Trayectoria de la canción protesta en Uruguay
– Relación de la canción con América Latina
– El cantautor como vanguardia.
– A desalambrar, Mire amigo y A Galopar.
– Afinidades políticas de algunos cantautores en sus inicios.
– Una melodía puede ser rebelde o conservadora
– Santa María de Iquique.
– Fascismo y capitalismo.
– Candombe, tango, payada, murga.
– Carlos Molina, Mateo.
– Revolución cubana, cultura y música.
UBALDO MARTÍNEZ
Nace en Montevideo en 1934. Sus posturas se radicalizan en los años sesenta. En abril de 1972 el sindicato al
que pertenece, la Asociación de Funcionarios de Subsistencias, es allanado y Martínez detenido y encarcelado
durante dos semanas junto con otros militantes sindicales. Tras una nueva detención pasa once meses en la
cárcel y recobra la libertad por un corto período, finalmente es condenado a nueve años de presidio, acusado de
integrar el MLN. Al parecer, Martínez nunca llegó a pertenecer a dicha organización, a pesar de haber tenido contacto
con ella.
Cuando sale de la cárcel se exilia en España donde vive actualmente.
Entrevista realizada el 5 de mayo de 1997 en Barcelona.
Índice
– La vida en el penal.
– Solidaridad frente a las duras condiciones carcelarias.
– La huelga del 73 desde la cárcel.
– El papel de las distintas generaciones en la militancia. Los jóvenes dirigentes.
548 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
Índice
– Relación del movimento sindical con las organizaciones políticas de izquierda.
– Las dificultades en la unidad de la izquierda. Las elecciones de 1966.
– El Congreso del Pueblo. Programa político de la izquierda.
– 1967: Gestido, los colorados, Pacheco y los conflictos sindicales.
– La congelación salarial y su reunión con Peirano Facio.
– El surgimiento del Frente Amplio.
– Wilson Ferreira Aldunate
– Sobre el posible fraude electoral de 1971.
– La tendencia combativa.
– La huelga general.
– La búsqueda de apoyo en Argentina y Brasil.
– Relación GAU y PC.
– La represión antes de las elecciones de 1971.
– Las acciones del MLN como causantes del golpe.
– El papel del PC y la disputa con ese partido.
– Anécdotas de la resistencia al golpe militar.
– Traición en la huelga de 1973.
– Presencia de armas en las fábricas, 1968.
– La experiencia de 1968.
– El error de la huelga: la dispersión táctica.
– La reunión con el Che.
J. C. MECHOSO (seudónimo)
Nace en la década de los años treintra. Con catorce años participa en actividades libertarias del Cerro y La Teja.
En la polémica interna de la FAU se sitúa del lado de los núcleos obreros de estos barrios. A fines de la década de los
sesenta funda, con otros compañeros, la OPR 33, grupo armado de la FAU. Se convierte en uno de los máximos res-
ponsables de ese aparato, participando en secuestros a empresarios. Es detenido, torturado y encarcelado por éstas y
otras acciones. Pasará más de una década en la cárcel.
En la actualidad vive en una casita en su barrio de siempre. Lleva una vida austera y combativa. Escribe de vez
en cuando en las publicaciones de la FAU, de la que es uno de los máximos coordinadores. Geroel está estrecha-
mente ligado a la trayectoria anarquista uruguaya de la segunda mitad del siglo XX.
Anónimo: J. C. Mechoso es su nombre ficticio, formado por la primera sílaba del nombre de pila de los cinco de-
saparecidos que aparecen en la página de la FAU, entrañables compañeros de él, León Duarte, Alberto Me-
choso, Gerardo Gatti, Roger Julien y Elena Quinteros.
Entrevista realizada el 13 de junio de 1995 en Montevideo.
Apéndices 549
Índice
– Principio y antecedentes de la FAU.
– Crítica a la visión de la lucha de Bellas Artes y Comunidad del Sur.
– Apoyo a Cuba.
– Luchas anteriores a 1960.
– La CNT.
– El Tejazo.
– El coordinador.
– Polémica con MLN.
– Comandos del hambre.
– Negativa a trasladar a Uruguay las experiencias del extranjero.
– MLN y FAU, solidaridad recíproca.
– La tendencia combativa.
– La ROE.
– Ser mujer u hombre en la militancia.
– Violencia-FAI.
– OPR 33.
– El secuestro de Molaguero.
ARIEL COLLAZO
Nace en 1929. Es diputado de 1962 (Partido Blanco) a 1971 (Frente de Liberación de la Izquierda). Fue uno de
los principales defensores de la revolución cubana en Uruguay. Fruto de su trabajo y de otros compañeros nacen
los comités de apoyo a la revolución cubana, tanto en Montevideo como en el interior del país.
En 1961, junto a otras fuerzas políticas, funda el MRO y en 1968 las Fuerzas Armadas Revolucionarias Orien-
tales (FARO). En 1971, al no ser reelegido legislador, es requerido por la justicia. Al perder los fueros, es cap-
turado y cumple presidio hasta el 9 diciembre de 1973. Al salir de la cárcel se exilia en Barcelona y empieza a
ejercer como abogado. Milita en el PSOE, partido en el que desempeña cargos medios.
En la actualidad está jubilado y desvinculado del MRO, organización de la que fue máxima expresión. Vive en
Montevideo, y a mediados de los años noventa era militante de base en el comité de Trouville del Frente Amplio.
Entrevista realizada el 30 mayo de 1995 en Montevideo.
Índice
– Breve historia desde la posguerra hasta 1973.
– Trayectoria personal.
– El MRO (nacimiento).
– Unidad Popular.
– Reforma naranja.
– Congreso del Pueblo y CNT.
– Represión.
– La ilegalidad del MRO.
– Negativa a hablar de las FARO.
– Las fuerzas armadas.
– Táctica defensiva y ofensiva.
– El plan del Che.
– Guerrilla en Brasil.
– El Che en Bolivia.
– El Che clandestino en Uruguay.
– Tendencia combativa, PC y MLN.
– Guerrilla rural-guerrilla urbana.
– La revolución cubana.
– La tortura.
– La Corriente.
– Respuesta parlamentaria a la muerte de Mitrione.
– MRO; estadísticas.
DANIEL VIGLIETTI
Nacido en Montevideo, el 24 de julio de 1939. Es uno de los cantautores de protesta, o propuesta, más rele-
vantes de los años sesenta y setenta en latinoamérica. Se educa en un hogar de músicos y folkloristas. Su acti-
vidad musical pública se desarrolla a partir de 1960. Edita su primer disco en 1963 y además de su trabajo
como cantautor, compone música para teatro y cine y dirige el Núcleo de Educación Musical. También hace pe-
riodismo en varios semanarios y publicaciones.
550 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
El compromiso social que adquiere y su decidido apoyo a los procesos revolucionarios le llevan a la prisión en
1972 pero la presión nacional e internacional pidiendo su libertad, fuerza a las autoridades a liberarlo. Al
tiempo se exilia y fija su residencia en París. Allí sigue componiendo canciones y ofreciendo recitales por toda
Europa.
En la actualidad vive en Uruguay, sigue relacionado al ámbito musical, haciendo progamas de radio y acu-
diendo a conciertos solidarios.
Entrevista realizada el 24 de marzo de 1995 en Montevideo.
Índice
– Influencia de la canción en el proceso revolucionario.
– Ojalá todo se trastocase en épocas de lucha.
– Comentario de algunas de sus canciones.
– La mujer en la resistencia y las letras de Anaclara y Compañera.
– El tema nacional.
– El Chueco Maciel, un rebelde solidario.
HORACIO TEJERA
Nació el 5 de enero de 1952. A fines de los sesenta forma parte del FER y se integra en la Comunidad del Sur, de la
que se marcha poco antes de las elecciones de 1971 por discrepancias en la crítica que ésta hace del Frente Amplio.
Debido a la extensión de la situación represiva, marcha a Argentina, con su mujer y su hijo recién nacido. Finalizada
la dictadura militar, y después de pasar el exilio en Buenos Aires, regresa a Uruguay y milita en el Frente Amplio. En
la actualidad trabaja en un taller y está retirado de la vida política.
Entrevista realizada el 27 de marzo de 1995 en Montevideo.
Índice
– Creación del FER.
– Optimismo e irrealismo.
– Visión pesimista y autocrítica.
– Crítica a la visión del MLN
– La muerte de los cuatro soldados.
– La explosión del Bowling.
– La «tregua ingenua».
– Crítica a Sendic y al vanguardismo.
– Crítica a las expectativas democráticas.
– No fue un intento revolucionario.
– Relación padres e hijos.
– Acción contra el diario Clarín por el Cordobazo.
– Acción contra un colegio burgués.
– Sus acciones como miembro del FER.
– Crítica a la FEUU.
– La Escuela Nacional de Bellas Artes.
– Los conflictos callejeros de 1969.
– Elecciones en el IAVA, creación del FER.
– Anécdota: salida del cine social.
– Cómo ingresar al MLN.
– La OPR 33. Acción frustrada por la dirigencia.
– Saber valorar los riesgos.
– Hablar del pasado, desde el presente.
– La carcel.
– Crítica a la FAU.
– Hoy ya no me considero anarquista.
VÍCTOR LICANDRO
Nace en la década de los años veinte. Y en su juventud se hace militar. Va al Colegio Interamericano de Defensa
en Washington. Una vez que vuelve a Uruguay asciende a jefe de la Región Militar nº 3 y obtiene el cargo de di-
rector general del Instituto Militar de Estudios Superiores. En 1965 y 1966 es subdirector general de estudios
superiores de las FFAA.
En 1968 aún ejerce como militar, pero cuando las fuerzas armadas reprimen, una y otra vez, a los huelguistas,
pide el retiro voluntario, que se hace efectivo en marzo de 1969, al levantarse las medidas prontas de segu-
ridad. El régimen lo procesa por delitos de asonada y desobediencia y es detenido el 9 de julio de 1973, por
asistir a la manifestación de ese tarde.
Apéndices 551
En los últimos años ha mantenido una intensa trayectoria política vinculado al Frente Amplio, siendo miembro
destacado de la comisión de defensa en dicha organización.
Entrevista realizada el 7 de junio de 1995 en Montevideo.
Índice
– Trayectoria y retiro.
– Blancos y colorados en las fuerzas armadas.
– Medidas prontas de seguridad
– Años cincuenta y sesenta.
– Doctrina de acción cívica y de seguridad nacional.
– La taylorización.
– Ayuda exterior para lucha antisubversiva.
– Panamericanismo y Constitución.
– Cuestionamiento de la soberanía por la ayuda de EEUU.
– Los cambios de gobierno y las fuerzas armadas.
– Inestabilidad castrense por la crisis política.
– Escuelas militares en Francia y España.
– El gobierno de Gestido pone a su gente en las fuerzas armadas.
– La huelga bancaria y la milirarización.
– La Tregua.
– La muerte del militante Batalla en un cuartel.
ANDRÉS (seudónimo)
Nace a principios de los cuarenta. Se va a vivir a Comunidad del Sur en 1962. Trabaja en el taller gráfico del
grupo. En 1972 es apresado. Sale en 1974 y, con compañeros suyos, se exilia en Perú, donde intentan reorga-
nizar el proyecto comunitario. Se establece en España a mediados de los años 70, donde residen en la actua-
lidad.
Entrevista realizada el 14 de noviembre 1995 en Barcelona.
Índice
– Contexto histórico, años cincuenta y sesenta.
– El nacimiento de Comunidad del Sur.
– Anécdota sobre la ropa.
– El juguete jugado.
– La negación de la familia nuclear básica.
– Los niños eligen.
– Uruguay, país avanzado.
– Incidencia en luchas.
– Igualdad hombre y mujer.
– Los posteriores problemas de los hijos.
– Sobre amor y parejas.
– Julian Beckt.
– Padres e hijos (educación).
– Todos los mayores de la comunidad: encarcelados.
– Experiencia en España.
– Dibujos y roles en la Comunidad.
– Hijos y adultos, ahora.
– La colonia uruguaya en España.
– Vida cotidiana comunitaria.
– Actividades en la Comunidad del Sur.
– Más de cincuenta miembros.
– Niveles de integración.
– Un día en la Comunidad, y los fines de semana.
– Economía.
– Convivencia entre personas de diferentes edades: de seis a ochenta años.
– Jóvenes adolescentes y autoritarismo.
– La huelga de 1973, lucha entre la población y el aparato represivo.
FERNANDO CASTILLO
Nace en 1950. En los años sesenta trabaja en la agencia EFE y participa en el movimiento estudiantil como inde-
pendiente y militante de base. Se movía siempre en niveles periféricos de la militancia organizada. Tenía relación con
552 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
diversas organizaciones, sobre todo con 26 de Marzo. Era filotupamaro y tuvo contactos con miembros del MLN en-
cargados del equipo de formación.
En 1974 se va a vivir, junto a su compañera y su hijo a España, lugar en el que nacerá su segundo hijo. Durante
los primeros años de exilio frecuenta la Casa del Uruguay en Barcelona, su casa se convierte en un «centro de
acogida» de uruguayos exiliados y se gana la vida escribiendo novelitas por encargo, bajo el seudónimo de
Cliford Hilton.
Casi todos los trabajos que ha realizado, han estado vinculados al mundo editorial. En la actualidad es el director
general de una empresa editoral con sede en Barcelona.
Entrevista realizada el 12 de febrero del 2000 en Barcelona.
En un momento de la entrevista participa su compañera Ana Marianovich.
Índice
– La ausencia de liberación sexual.
– El concepto de «la compañera».
– Los casamientos.
– La diversión como algo mal visto.
– El look revolucionario.
– Padres, vecinos y demás.
– Contradicciones entre grupos y partidos.
– 1972-1973 época triste y terrible.
– La huelga general y la manifestación del 9 de julio.
– Lecturas y cine.
IRENE (seudónimo)
De familia muy humilde y del interior, nace en 1940. Cuando tiene casi veinte años, participa en acciones soli-
darias no partidistas promovidas por los estudiantes. Tiempo después obtiene una beca para cursar Bellas Artes
en la capital. Allí conoce a miembros de la FAU, organización a la que más tarde se une. Interviene en las ocupa-
ciones de la facultad y vive la división de esta organización, que según sus palabras se concreta en: «con Cuba y
con los tiros o sin Cuba y sin los tiros». Ella se decanta por la primera opción y entra en el aparato militar. Tiempo
después del golpe pasa a ser requerida y se exilia primero en Argentina, y luego en varios países de Europa,
acompañada de su hijo. A mediados de la década de los ochenta vuelve a instalarse en Montevideo, con poca
actividad política pero con el mismo pensamiento revolucionario de antaño. En la actualidad sostiene el espíritu
combativo de antaño, está vinculada al ámbito bibliotecario y dibuja carteles y pasacalles para distintas movili-
zaciones del sector de la enseñanza.
La entrevistada prefirió no dar su verdadero nombre y declaró: «no creo ni creeré nunca en la democracia».
Entrevista realizada el 21 de septiembre del 2000 en Barcelona.
Índice
– El aparato militar de la FAU.
– La militancia durante las medidas prontas de seguridad.
– La clandestinidad.
– Anécdota sobre una de sus detenciones.
– Impresiones sobre el PC y la tendencia.
– El golpe de estado.
– Las jerarquías dentro de la OPR 33.
– La compartimentación.
– La doble vida.
– Desunión.
– Padres y familia.
– Abandono y expulsiones de la organización.
– Características del militante del aparato armado.
– Convivencia hombre-mujer.
– Amor, pareja y lesbianismo.
– Las reuniones.
– La revolución a la vuelta de la esquina.
– Objetivos, reforma agraria y abolición de la propiedad privada.
– El golpe de estado.
– Causas de la derrota.
– Lecturas.
– Debilidad y miedo.
Apéndices 553
Índice
– Visión de su hijo sobre la lucha.
– Trayectoría.
– Participación en los CAT.
– Caracerísticas de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
– Sobre el abandono de la lucha.
– Hijos y género.
– Viglietti, Numa Moraes.
– La tendencia combativa.
– PC y tendencias anarquistas.
– La película La noche de los generales.
– Su maestro: Jorge Errandonea.
ROBERTO
Roberto nace en Durazno en 1947, estudia preparatorio en el IAVA en 1964 y 1965, año en el que entra en con-
tacto con concepciones de izquierda. En 1966, entra en la universidad, donde conoce a Wasen, León Lev y otros lí-
deres estudiantiles y empieza a militar en la FEUU del Centro de Preparatorios de Derecho. En 1967 entra en el PS,
primero como militante de base y luego como miembro del Comité Departamental de Montevideo y secretario de la
seccional de Paso Carrasco y el Cerro.
En 1974, al sentir que la mayoría del PS estaba preocupada pensando en la política democrática y parlamen-
taria cuando se legalizara y los que seguían con la propaganda insurreccional eran la minoría, decide irse de ese
partido.
A fines de los setenta, presionado por la situación represiva del Uruguay emigra a España donde trabajará de in-
formático y tendrá su segunda hija.
En la actualidad se siente perplejo por lo que era antes el FA y lo que es ahora, y manifiesta que de esa izquierda
no tiene mucho que ver.
Con respecto a la lucha de 1968-1973 no cree que se haya acabado sino que «recién empieza y que va a ser
muy diferente a aquello que ojalá haya servido».
Entrevista realizada el 12 de mayo de 2002 en Barcelona.
Índice
– Heterogeneidad en el PS.
– Formación de las tendencias, 1965 y 1966.
– Los campamentos del IAVA.
– FEUU.
– PC y guerra fría.
– El militante del PC.
– Comité de barrio en Carrasco.
– Anécdota de contradicciones entre grupos.
– Politización de las embajadas de EEUU, URSS y China.
– Maggiolo y las autoridades universitarias.
– Autonomía e intervención de la enseñanza.
NORA
Nora nace en Montevideo en 1953, en una casa en la que las charlas políticas eran habituales. Su padre fue mi-
litante del PS y director del diario Época. Tras cursar liceo en el Suárez, entra en el IAVA en 1969 y empieza a mi-
litar en las Brigadas Estudiantiles de Secundaria vinculadas al ilegalizado PS. Este hecho provoca que participe
554 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
en reuniones clandestinas. Al poco tiempo forma un grupo vinculado al FER y luego integra dicha agrupación.
Cuando entra en la facultad, en el Ciclo Básico de Derecho, se afilia al PS y pasa a formar parte de la Juventud
Socialista y del comité de base de su barrio. Tras las elecciones de 1971, en las que estaba convencida de que
las iba a ganar el FA, pasa a tener un funcionamiento político clandestino, agudizado tras el golpe de estado. El
primer año de dictadura militar, políticamente lo vive con mucho auge y expectativa, pero cuando el cerco militar
represivo se va acercando hacia ella y su entorno y «la realidad uruguaya se vuelve asfixiante» deciden emigrar
para España junto a su compañera y su hija.
En la actualidad sigue siendo de izquierda, y aunque no esté estructurada en ninguna organización política
apuesta por las mayorías de progreso y se identifica con el movimiento antiglobalización.
Entrevista realizada el 12 de mayo de 2002 en Barcelona.
Índice
– Los ciclos básicos.
– La militancia clandestina del PS.
– Las barriadas.
– El FER.
– El IAVA.
– Género y militancia.
– Prejuicios.
– Paranoia con los infiltrados.
– Reunionitis.
– Multimilitancia.
– Historia de amor en la militancia.
Índice
– La militancia de base.
– La relación con los dirigentes.
– La admiración política por Ariel Collazo le acerca al MRO.
– Las Agrupaciones Rojas.
– El MIR.
– Los dirigentes y su decisiones jerárquicas.
– Poligamia y monogamia entre los luchadores sociales.
– Preferencias de las militantes a la hora de elegir pareja.
– La desbandada.
– Ejemplos de miserias humanas tras la derrota
– El exilio en Buenos Aires.
BRAVIO (seudónimo)
Nace a fines de los cuarenta. Estudia en el IAVA, donde integra el FER. Se convierte en un claro exponente de la
tendencia combativa del sector de La Teja y es de los que encabezan las manifestaciones relámpago con un
cascote en cada mano, a la espera de la policía. En la actualidad forma parte y vive en un proyecto comunitario,
se mantiene fiel a sus principios políticos de antaño (antielectoralistas y antisindicalistas) y se dedica a recupe-
ración histórica de la resistencia cimarrona y de los quilombos de Brasil.
Entrevista realizada en marzo de 1995 en Montevideo.
Índice
– Ocupación estudiantil y polémica con el PC.
– El FER, el FER 68, el FRT y el 22 de Diciembre (Tupamaro)
– Peligros de ser militante independiente.
– Críticas al PC.
– El desarme a policías y serenos.
– Valoración negativa y positiva del MLN.
– Apuntes sobre FRT, MUSP.
– Explicación de por qué gente de los cantegriles apoyó a Pacheco.
– La tendencia combativa.
– Formas de lucha.
– Sobre el Chueco Maciel.
– Tensión con la policía desde una fabrica ocupada.
– Las consigas y cánticos militantes de antaño.
CARLOS RAMÍREZ
Nace en Uruguay en 1944. Se cría en Paysandú, donde a fines de los años cincuenta empieza a militar en el
Partido Socialista, que más tarde abandonará para crear un grupo trotskista con el núcleo de Paysandú. El
Comité Central del PS envía a Raúl Sendic a «dar línea» a los trotskistas y a reorganizar el Partido en aquella lo-
calidad, por lo que tiene oportunidad de conocerlo. A principios de los sesenta el Partido Obrero Trotskista (POT)
lo envía a Bella Unión para hacer trabajo de masas y se aloja en casa de los Fontora. Allí se reencuentra con
Sendic y otros tupamaros. Tras exiliarse en Cuba se instala en Bélgica. Su trabajo de importanción y exportación
le permite viajar continuamente al país que lo vio nacer.
Entrevista realizada en Bélgica el 27 de octubre de 1998.
Índice
– UTAA
– Belletti, Sendic y el Colacho Estévez.
– Desconcierto ante el robo de su abrigo por un cañero.
– Las marchas cañeras.
– Roberto Santucho.
– El MLN.
– La micro y el Lobo Feroz..
– La Columna 15.
– Los libros y la falta de teoría política.
RICARDO
Nace en 1948. Crece en el seno de una familia liberal, bien situada socialmente. En primero de liceo realiza su
primera huelga, contra la pena de muerte en los Estados Unidos.
Es uno de los tantos sinpartido, militante independiente o con múltiples militancias.
556 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
En la Universidad, donde llega a dar clases, integra el colectivo de afinidad Los Tigres y el Grupo Universitario de
Izquierda (GUDI). Al mismo tiempo colabora en la formación de núcleos revolucionarios y participa activamente
en la tendencia combativa, en la que coincide con los que, después se enterará por los diarios, eran del grupo 8
de Octubre. Su crítica al PC y la reivindicación por la lucha de los presos políticos son constantes. Como acti-
vidad pública se acerca a las juventudes del Pregón. Pero en 1969 es arrestado varios meses por asociación
ilícita para delinquir, producto de contactos con luchadores sociales requeridos por la justicia. Las torturas que
sufre son denunciadas ante las Cámaras por el senador E. Erro. En la cárcel Central conoce a los tupamaros de
los primeros tiempos. Cuando recobra la libertad tiene dos de sus cuatro hijos y se reincorpora a la militancia. Es
nuevamente detenido bajo la acusación de pertenecer a la guerrilla.
Puesto nuevamente en libertad, vive años de hiperactividad militante hasta que es encarcelado otra vez en
1972. Sale en 1974 y se exilia en Europa donde reside en la actualidad, estudiando teoría política y dando
charlas sobre la historia del movimiento obrero, en universidades y centros sociales.
Entrevista realizada el 28 de noviembre de 2000 en Barcelona.
Índice
– La Conferencia de Presidentes de 1967 y el inicio de la militancia.
– Los Tigres: un grupo de afinidad.
– El Movimiento Pregón y Alba Roballo.
– Las huelgas de 1969.
– Ocupaciones de fábrica.
– Olla popular.
– Ser profesor en la Facultad de Derecho y enseñar marxismo.
– Crispación preelectoral.
– Ante las amenazas del escuadrón de la muerte.
– Guerrilleros de Brasil y Mariguela.
– Anécdota del comité de barrio.
– La lucha por la liberación de los presos.
– La cárcel, las torturas y los interrogatorios.
– Hijos de los luchadores sociales.
– Murgas y la resistencia.
– Tristeza ante el conformismo e individualismo actual de sus compañeros de antaño.
MARIO ROSSI GARRETANO
Inicia su actividad sindical en el gremio bancario, ámbito en el que conoce e integra al PC. Estudia Ciencias Eco-
nómicas donde también ejercerá una militancia gremial bajo la tutela del PC. En los polémicos debates, debido a
los acontecimientos de principios de los años sesenta (OLAS, marchas cañeras, guerrillas latinoamericanas...),
dentro de la izquierda en general y del PC en particular defiende la línea de la revolución cubana. Su hermano,
Oscar Armando recibía de primera mano la información del compromiso estratégico del MRO en el plan del Che.
En 1966, cuando la línea oficial del PC deja claro que no apoya la lucha armada en Uruguay decide renunciar e
integrarse al MRO.
Es cofundador de las FARO. En 1968 es arrestado y liberado por hábil declarante. Al poco tiempo es requerido y
se sumerge en la clandestinidad hasta agosto de 1970, cuando es apresado. En la cárcel impulsa un proyecto
de unificación con otros grupos armados del Uruguay. En 1971 se fuga en el operativo El Abuso, pero, en el
mismo año es detenido, teniendo que cumplir condena hasta 1985, cuando es amnistiado. Al ser un jefe guerri-
llero, era sacado del penal para ser torturado e interrogado cada vez que los tupamaros ajusticiaban a un oficial.
En la actualidad, vive en Montevideo y es el secretario político del MRO-FARO.
Entrevista realizada por correspondencia en diciembre de 2001.
Índice
– Trayectoria.
– Ruptura personal con el PC.
– Razones para integrar el MRO y no el MLN.
– Relaciones con los tupamaros.
– Base logística en Uruguay para el plan del Che.
– Contactos con otras guerrillas.
– Ilegalización del MRO.
– Fuerzas Armadas Revolucionaria Orientales.
– Distanciamiento entre MRO y PC.
– Número de militantes de las FARO.
– Las FARO evitan el militarismo y el aparatismo.
Apéndices 557
– El plan Ñandú.
– La situación de la mujer.
– Amor y sexualidad en la militancia.
– Un día en la clandestinidad.
Índice
– Justificación del ejército.
– En los setenta se derechiza el ejército.
– Si ganaba el FA en 1971, invadía Brasil.
– Causas del golpe.
– Estadísticas.
– Torturas.
– Visión de luchadores sociales por parte de las FFAA.
– Los cursos internacionales antiguerrilla.
– La tregua armada.
– Sobre el arrepentimiento de las FFAA.
OSCAR LEBEL (ex militar y opositor del golpe militar): Entrevista realizada el 12 de junio de 1995, Montevideo.
Nace a mediados de los años veinte. Realiza la carrera militar. Durante el golpe de estado protagoniza un epi-
sodio famoso, al colgar una bandera uruguaya en su casa y pronunciarse a favor de la democracia.
Índice
– Crisis en el desfile militar cuando asumen los blancos.
– Rescate al pesquero, intensificación de las críticas a Luis Batlle.
558 Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973
– ¿Se hacían clases especiales, con «profesores» extranjeros, para enfrentar a la subversión?
– ¿La tregua armada se discutía internamente, por qué se produjo?
– ¿Por qué es tan larga la dictadura, si la teórica subversión se había acabado?
– Apoyo al golpe por parte de ciertos sectores de la izquierda.
Índice de contenido
I. PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
I.1. Elección del tema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
I.2. La manera y el porqué . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
I.3. Historia oral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
I.4. Lo formal y lo real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
I.5. Objeto de estudio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
I.6. «La culpa es de los de afuera» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
I.7. Estructuración del trabajo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20