ACTITUD
ACTITUD
ACTITUD
POR
J. MIGUEL SABATER
Universidad de Murcia
clave, tanto para comprender la personalidad como una estructura de actitudes, como
para explicar los comportamientos individuales.
Desde otra perspectiva, la sociológica, las actitudes podían ser consideradas como
el vínculo que anudaba entre sí la persona individual y la sociedad. El orden social,
la sociedad como tal, se hallaría interiorizada en cada individuo en la forma de una
estructura de actitudes que presidían sus relaciones con sus semejantes. Las actitudes
vendrían así a constituir la cara subjetiva del orden social.
El concepto de actitud, por otra parte, podría iluminar los esfuerzos de los educa-
dores de todo tipo (y no en primer lugar de los institucionales) interesados en la mani-
pulación o educación del hombre. La formación de la personalidad se concretaba en
la formación y/ o modificación de las actitudes de los individuos hacia los distintos
objetos que se integran en sus situaciones y hacia las situaciones en las que pueden
llegar a estar inmersos.
Sin embargo, las expectativas que se generaron en tomo a las actitudes no se han
cumplido plenamente. La historia de este tema podría caracterizarse sumariamente
con dos indicaciones: un gran desarrollo de la investigación empírica en el terreno de
la medición y el cambio de actitudes y una imprecisión casi total en lo que se refiere
a la teorización. En el ámbito de la teoría, y en lo que se refiere a la construcción de
modelos para su comprensión, sin negar que existe una respetable producción literaria
(inferior por supuesto que la referida a las investigaciones prácticas), los resultados
obtenidos son ciertamente descorazonadores, hasta el extremo que ya en 1947 DOOB
apadrinaba la opinión de que había que abandonar este concepto, pues, si bien le
parecía socialmente últil, consideraba que carecía de status sistemático como hipó-
tesis de trabajo (l). Otro crítico, BLUMER, escribiendo en 1955 desde un punto de
vista sociológico, recomendaba el abandono de este concepto por su ambigüedad,
que acaba por impedir el desarrollo de un cuerpo coherente de teoría psicosocial (2).
Sin suscribir plenamente estas afirmaciones, cabe, sin embargo, señalar que, pese
a la ingente cantidad de esfuerzos dedicados a este tema, no ha cristalizado todavía
una teoría coherente y aceptada por todos, que ofrezca un modelo claro de las acti-
tudes que dibuje su status, explique su formación y dinamismo, establezca sus rela-
ciones con la conducta, señale los factores de los que dependen y, por lo mismo, ilumine
las posibles y eventuales intervenciones educativas sobre las mismas.
Este trabajo pretende ser una reflexión sobre el concepto de actitud y los postula-
dos generalmente admitidos sobre las actitudes. Pensamos que se trata de un concepto
(1) DOOB, Leonard W.: "The Behavior of Altitudes". Psychological Review 54, pp. 135-156; 1947.
(2) BLUMER, Herbert: "Attitudes and the Social Act". Social Problems, 3; pp. 59-64; 1955.
SOBRE EL CONCEPTO DE ACTITUD 161
Como se acaba de indicar, unas líneas más arriba, el comienzo de nuestra reflexión
se centra en el análisis de las adquisiciones obtenidas por la teorización en este campo.
A pesar de sus posibles imprecisiones y ambigüedades, existe una teoría genérica sobre
la actitud que se puede resumir en una serie de postulados.
Si quisiéramos sintetizar los puntos de acuerdo existentes entre las distintas teorías
sobre la actitud, podríamos enunciar los siguientes postulados:
c) Se supone también que ese estado mental se halla integrado por alguno/ s de
los siguientes tipos de elementos: l) elemento conativo (especie de automatismos con-
ductuales); 2) elementos afectivos: patrones de valoración de los estímulos recibidos;
3) elementos cognitivos: creencias, es decir, patrones de interpretación de los estímulos
en la línea de anticipación de otros estímulos colaterales o sucesivos.
2) Que son de alguna manera modificables. Se piensa incluso que es posible inter-
venir casi directamente sobre las disposiciones actitudinales. Aunque la adquisición
de las actitudes es el resultado de un aprendizaje, en el que la práctica y la conducta
son los mecanismos fundamentales, se supone que es posible intervenir, más o menos
directa e inmediatamente, sobre los mismos estados disposicionales, modificándolos
y obteniendo así cambios estables en la conducta de los individuos. Esta esperanza
es lo que da al tema de las actitudes su relevancia práctica.
(3) ALLPORT, Gordon W.: "Attitudes", pp. 798-844 en Car! MURCHISON (dir. de ed.), "A Hand-
book of Social Psychology". Worcester, Mass.; Clak Univ. Press, 1935.
SOBRE EL CONCEPTO DE ACTITUD 163
porque existen datos observables que no pueden ser explicados salvo apelando a esas
realidades ocultas que son las actitudes. Pero ¿cuáles son los datos observables sobre
los que se sustenta la suposición de las actitudes? ¿Qué fenómenos conductuales se
pretende explicar y justificar con estas hipotéticas disposiciones? ¿Qué dimensión del
comportamiento humano no es explicable salvo apelando a la actitud?
En sus orígenes mediante el concepto de actitud se pretendía enraizar en el sujeto
de una manera unitaria las distintas vertientes de la conducta total del individuo ante
un objeto o situación. Colocada ante un objeto y en una determinada situación, ima-
ginemos, por ejemplo, ante un reptil, una persona experimenta distintas reacciones:
un comienzo de huida, una emoción o sentimiento de miedo o de asco y, al mismo
tiempo, un estado cognoscitivo que le informa de que el reptil está a punto de o puede
atacarle y de que las consecuencias de su mordedura podrían ser fatales. Estas tres
modalidades de reacción ante el objeto se interiorizan en el sujeto como una "potencia"
unitaria de reacción, que se manifiesta por distintos canales. La actitud vendría a ser
un constructo metafísico, un expediente para explicar la coherencia de esas distintas
reacciones (conductual, afectiva y cognitiva).
Una segunda observación, a saber, la diferencia de reacción de distintos individuos
ante una y la misma situación objetiva ponía de relieve la individualidad de las acti-
tudes. Cada individuo tenía sus formas, más o menos peculiares, de reacción total en
las distintas situaciones ante categorías específicas de objetos. Esto abría la puerta a
la concepción de que las actitudes eran el resultado de un aprendizaje, el resultado de
las experiencias previas del sujeto. Las actitudes se convertían así en un "hábito", en
una posesión peculiar del individuo, conseguido como resultado de la experiencia, que
lo predisponía a reaccionar (o mejor explicaba sus distintos niveles de reacción) ante
una categoría de objetos o situaciones.
Este planteamiento primero, casi escolástico, de las actitudes no ha sido, sin em-
bargo, mantenido por la investigación psicosocial. Una aclaración más precisa de esas
predisposiciones actitudinales hubiera requerido lógicamente un análisis minucioso
de los fenómenos pretendidame1_1te controlados o explicados por las actitudes, a saber:
los comportamientos realmente ejecutados por los individuos en cada situación y, si
fuera posible, las reacciones sentimentales que acompañan a éstos, así como los com-
ponentes cognitivos a cuya luz se realiza la conducta. No es esto, sin embargo, lo que
ocurrió. La investig~ción (empírica) de las actitudes se encerró en los laboratorios de
los psicólogos y en las aulas y comenzó a considerar como expresión de las actitudes
casi exclusivamente las "respuestas" dadas por los sujetos a unos cuestionarios, así
llamados, de actitudes.
164 J. MIGUEL SABATER
(4) LAPIERRE, R.T.: "Attitude and actions". Social Forces, 1934; pp. 230-237.
J. MIGUEL SABATER
166
Los dos últimos son los puestos de manifiesto por los cuestionarios. De ahí que, cuando
se quiere determinar cuáles son los componentes de las actitudes se apele (tras reco-
nocer la existencia de un elemento impulsor, conativo, por otra parte muy poco acla-
rado) a factores cognitivos y evaluativos.
Las consideraciones que proceden no intentan desvalorizar las adquisiciones y
los avances en la teorización sobre las actitudes. Pretenden solamente mostrar el es-
trecho terreno sobre el que se edifica la teoría. Sin duda las respuestas a los cuestiona-
rios son formas de conducta y revelan algo sobre los presupuestos individuales de la
conducta. Pero por su carácter simbólico y esquemático esas respuestas verbales no
permiten apreciar toda la complejidad y riqueza de los comportamientos reales y con-
secuentemente no ofrecen bastantes datos para comprender las actitudes-predispo-
siciones.
(5) FISHBEIN, M.; AJ ZEN, l.:~ Attitudes toward objects as predictors of single and multiple behavioral
criteria". Psychol. Rev. 23 (1974); pp. 59-74.
J. MIGUEL SABATER
168
objeto directo (cuando una conducta lo tiene), sino también por el carácter de asequi-
ble o inasequible que ese objeto tenga, en sí o dentro de un contexto, y por el carácter
de activo (dominante)/inactivo que ese objeto tenga en sí o en sus circunstancias.
La suposición de que los estados mentales que constituyen las actitudes (o la infra-
estructura de las actitudes empíricas) están compuestos por estas tres categorías de
componentes se apoya sobre la observación de las respuestas a los cuestionarios, más
que sobre un análisis de los comportamientos fuera del laboratorio. Es curioso a este
propósito que aunque se reconozca la existencia de un componente conativo, este com-
ponente no reviste ninguna importancia en los estudios sobre las actitudes. Esto se
explica quizás porque las respuestas verbales a los cuestionarios sólo revelan (de acuerdo
con su forma de ser) opiniones y valoraciones.
El segundo paso de las teorizaciones, una vez admitido que la actitud está formada
por aquellos tres componentes, consiste en discutir cuál de ellos constituye la "esencia"
de la actitud. Fue ésta una discusión tradicional, que se sigue manteniendo aún hoy
entre los estudiosos de las actitudes. La discusión se plantea entre dos alternativas:
la consideración unidimensional de las actitudes y la pluridimensional. Dentro de la
primera alternativa se plantean de hecho dos opciones: una, defendida en su momento
por ROKEACH, quien afirma el carácter esencial del elemento cognitivo, y otra, cuyo
representante más eximio es FISHBEIN, que considera como elemento primordial el
afectivo valorativo.
Para ROKEACH, "una actitud es una organización relativamente duradera de
creencias en torno a un objeto o situación, que predispone a reaccionar preferente-
mente de una manera determinada" (6). Lo que, a su juicio, constituye el elemento
dinámico y orientador de la conducta es el conocimiento, que dentro de ciertos límites
de certeza, tiene una persona acerca de lo que es verdadero o falso, bueno o malo,
deseable o indeseable. Llega incluso a defender que toda creencia, aún las de tipo mera-
mente descriptivo, es factor impulsor y regulador de la conducta; esta función regu-
ladora se pondrá de manifiesto cuando las condiciones sean apropiadas. "Considérese
mi creencia de que Colón descrubrió América en 1492. El componente de conducta
de esta predisposición puede permanecer inactivo hasta el día en que yo me ponga a
hojear dos libros de historia para decidir cuál de ellos voy a comprarle a mi hijo. Uno
de ellos dh la fecha de 1492 y el otro la de 1482. Mi creencia me dispondrá, en igualdad
de otras circunstancias, a escoger aquél que me da la fecha de 1492" (7).
(6) ROKEACH, Milton: Art. sobre" Actitudes", en Enciclopedia de las Ciencias Sociales, t. 1, p. 15.
(7) ROKEACH, M., ibid.
SOBRE EL CONCEPTO DE ACTITUD 169
(8) FISHBEIN, M.; AJZEN, l.: "Belief, Attitude, Intention and Behavior: An Introduction to Theory
and Research". Reading, M.A. Addison-Wesley, 1975.
(9) KATZ, D.; STOTLAND, E.: "A preliminary statement to a theory of attitude structure and change".
En "Psychology: A Study of a Science", ed. S. Koch, 3; pp. 423-475. MacGraw-Hill, New York, 1959.
(!O) BAGOZZI, R.P.; BURNKRANT, R.E.: "Attitude organization and the arritude-behavior relation-
shíp". J. Per. Soc. Psychol., 37 (1979); pp. 913-929. Ver también ZAJONC, R.B.; MARCUS, H.: "Affective
and cognitive factors in preferences". J. Consum. Res., 9 (1982); pp. 123-131.
(l l) Vid. supra.
(12) DILLON, W.R.; KUMAR, A.: "Attítude organization and the attitude-behavior relation: A criti-
que of Bagozzi and Burnkrant's reanalysis of Fishbein and Ajzen". J. Pers. Soc. Psychol., 49 (1985); pp. 33-46.
(13) BRECKLER, S.J.: "Empírica! validation of affect, behavior, and cognition as dístinct components
of attitude". J. Pers. Soc. Psychol., 47 (1984); pp. l.191-1.205.
J. MIGUEL SABATER
170
el conocimiento como tres clases (tres vertientes) de respuesta. AJZEN (14) considera
la actitud como una propensión a responder favorable o desfavorablemente frente a
un objeto, y piensa que conocimiento, afecto y conducta son tres dominios en los que
se expresa empíricamente la actitud.
El resultado último es que las disposiciones actitudinales (las "potencias" del sujeto)
quedan tan en el misterio corno antes. Se postulan como determinantes de la conducta
y se describen por sus efectos. Pero en manera alguna se les encuentra un lugar y un
status en la vida mental; una vida mental para la que, por otra parte, se carece de
modelo.
Ciertamente la búsqueda de la esencia de la actitud y la elaboración de un modelo
para el comportamiento pueden ser consideradas como tareas ociosas. Lo práctica-
mente urgente es predecir y modificar las conductas de las gentes. Y lo que a los inves-
tigadores (probablemente subvencionados por empresas comerciales y de imagen o
por partidos políticos) interesa es encontrar correlaciones significativas entre deter-
minadas preguntas (a las que se responde con creencias, evaluaciones u opiniones) y
las conductas efectivas de las gentes. Lo otro constituiría una curiosidad.
Sin embargo, las cuestiones teóricas tienen una importancia definitiva para la
práctica, ya que la iluminan y dirigen. Y habria que preguntarse hasta qué punto las
bajas correlaciones, ya señaladas, entre las respuestas a los cuestionarios y los compor-
tamientos de las gentes se deben, no ya a la irrelevancia de las opiniones y evaluacio-
nes con respecto a la conducta, sino a que los instrumentos de medida no están bien
construidos; y esto por falta de una teoría realista sobre el comportamiento y las acti-
tudes.
El primer paso en cualquier estudio que pretenda vérselas con entidades inobser-
vables consiste en precisar con el mayor rigor los datos empíricos de los que se parte.
En el caso de las actitudes, el primer requisito es el de definir y delimitar los aspectos
concretos de los comportamientos por mor de los cuales se postulan las actitudes.
Las actitudes se postulan para explicar la similitud de las respuestas de un indivi-
duo ante objetos semejantes y en situaciones similares. En esas respuestas cabe dis-
tinguir dos caras: la cara externa que es la conducta (conjunto de movimientos físicos
(14) AJZEN, l.: ~Attitudes", en Wiley Encyclopedia of Psychology. Ed. R.J. Corsini. New York, 1984;
pp. 99-100.
SOBRE EL CONCEPTO DE ACTITUD
171
realizados por el sujeto), observable desde el exterior (y poco aparente para el sujeto
que se comporta), y la cara interna constituida por la conciencia, cognitiva y afectiva,
que sólo se muestra al sujeto que actúa.
Reconociendo y dando por sentado que la respuesta tiene estos tres componentes,
lo científico será atender preferentemente a aquello que es público y notorio, a saber,
a los comportamientos manifiestos. Pienso que éste es el suelo del que debe arrancar
una teoría de las actitudes. Su primera tarea consiste en delimitar los fenómenos acti-
tudinales.
pedir algo a alguien. Probablemente se realizará siempre siguiendo los mismos pasos.
Sin embargo, esa conducta admite muchas variantes, diferentes unas de otras en el
tono en que se emiten las demandas, en la presencia o no de ciertas palabras rituales,
en la disposición (actitud) corporal que acompaña a las palabras, etc. Imaginemos
una conversación o un diálogo entre dos personas; materialmente consistirá en una
alternancia de frases. Sin embargo, en sus intervenciones cada uno de los interlocu-
tores utilizará distinto tono, distintas formas expresivas, mayor o menor fogosidad,
etc., etc. Estas variantes o modalidades conductuales es lo que el lenguaje común suele
entender como actitudes manifiestas.
Entendidas extensivamente, las actitudes, cada actitud, es una gama de conductas,
que mantienen un "estilo" común, que un individuo o colectividad ponen diferencial-
mente en marcha en situaciones en que aparecen objetos de la clase designada por el
término de la actitud (negros, gitanos, etc.).
mías-. Cada género conductual vendría definido como la combinación de esos posi-
bles valores. No es el momento de interpretar las actitudes que en cada caso corres-
ponderían a las distintas combinaciones de los valores en esas tres dimensiones. Sim-
plemente se apunta, como hipótesis, la posibilidad de llegar a definir y delimitar for-
malmente los distintos géneros conductuales en que, a nuestro juicio, consisten las
actitudes.
Sin embargo, y a pesar de dejar el tema ad kalendas graecas, no me parece incon-
veniente reseñar una teoría de un autor tan poco sospechoso de materialismo, como
Santo Tomás de Aquino, paralela, no por decir idéntica a lo que aquí metodológica-
mente se propone. Es la explicación que ofrece cuando pretende definir y clasificar
las pasiones, a las que acabamos de referirnos y que, a mi juicio, se hallan bastante
cercanas a las disposiciones conductuales que llamamos actitudes.
Santo Tomás acepta la vieja doctrina platónica de los dos apetitos, concupiscible e
irascible, como dos raíces distintas que explican, desde el sujeto las distintas modali-
dades de comportamiento. Cada uno de estos dos apetitos es la explicación metafísica
(interiorizada en el sujeto) de dos de las dimensiones del comportamiento anterior-
mente señaladas, a saber, su orientación positiva hacia el bien satisfactorio y negativa
hacia el mal perjudicial y la dimensión de fuerza frente a las dificultades que el medio
impone a la actividad en marcha del sujeto. Sin embargo, Santo Tomás reconoce un
tercer aspecto, atribuido ahora al medio o entorno, que es correspondiente a la dimen-
sión señalada de actividad: los objetos buenos o malos, satisfactorios o perjudiciales,
pueden simplemente "estar" en el entorno o moverse en él aproximándose o alejándose
del sujeto.
En función de estos parámetros delimita y define Santo Tomás las posibles pasio-
nes. Como resumen del pensamiento tomista, en este punto nos limitaremos a trans-
cribir un párrafo de un estudioso de su obra. "Los diversos movimientos del apetito
sensitivo han recibido el nombre de pasiones. Las que se refieren a lo concupiscible
son: el amor o inclinación al bien aprehendido, tomado como bien, sin otra carcterís-
tica; el odio, que es su contrario; el deseo, inclinación al bien ausente, pero esperado;
la huida, su contrario; el goce, reposo en el bien poseído o considerado como poseído;
la trísteza, depresión del alma bajo la acción del mal contrario. Respecto a lo irascible,
son cinco las pasiones que señalan los diversos movimientos del alma: la esperanza,
tendencia al bien ausente difícil de adquirir, pero posible; la desesperanza, relativa a
lo imposible; la audacia, sugerida por un mal inevitable e inminente, pero no inven-
cible; el temor, reacción ante un mal inminente e invencible; y la ira o la cólera, incli-
nación vehemente para vengar un mal padecido perjudicando a quien lo causa" ( 15).
SOBRE EL CONCEPTO DE ACTITUD 175
(15) SERTILLANGES, A.O.: "Santo Tomás de Aquino". Trad. española. Desclée de Brouwer. Buenos
Aires, 1945, tomo 11, pp. 211-212. Dejamos al lector interesado la tarea de comprobar la doctrina tomista
en la Suma Teológica l·Il, q. XXII-XL VIII, y II-11, q. XLVII CLXXII.
J. MIGUEL SABA TER
176
pero este objeto genérico tiene existencia en múltiples situaciones distintas compues-
tas por individuos numéricamente diferentes, aunque pertenecientes al mismo género.
Un dato accesorio que diferencia la respuesta "habitual" de la "actitudinal" es la
presencia en la segunda de un componente emocional que no aparece en la primera.
La conexión estímulo-respues~ en la conducta habitual es tan automática y predeter-
minada que no da lugar a procesos cerebrales que se traduzcan en conciencia emo-
cional.
La sede de las actitudes no podemos ponerla, pues, en la zona de los automatismos
conductuales, sean reflejos o hábitos. Las respuestas actitudinales no son manifesta-
ción de una mera inercia conductual, que imponga automáticamente una respuesta
a la aparición de un estímulo, sino que permiten incluso las decisiones libres del sujeto.
Por ello habría que descartar de la idea de actitud el elemento conativo. Se sitúa en
una zona más elevada: en la zona del conocimiento o del procesamiento de la infor-
mación que precede a la toma de decisiones. Si entendemos la conducta (los outputs
comportamentales emitidos por el cerebro) como el consiguiente de un condicional,
cuyo antecedente es la "visión" de la situación, la sede de las predisposiciones actitu-
dinales habría que colocarla en el antecedente; más aún, incluso: habría que colocarla
en la fase primera del procesamiento de la información recibida: la fase en que los
inputs informativos procedentes del exterior son reconocidos y evaluados. Las con-
ductas actitudinales no son respuestas automáticas a los estímulos, sino respuestas a
esos estímulos reconocidos y evaluados por el cerebro.
2) De la oposición polar entre la fuerza, energía, recursos del sujeto y del entorno.
Concienciamos a veces el desarrollo del comportamiento como algo fácil, que supera
sin dificultad los obstáculos del entorno; nos sentimos fuertes frente a un adversario
débil. En otras concienciamos la dificultad e incluso la imposibilidad de superar aque-
llos obstáculos, que se nos hacen invencibles; nos sentimos impotentes ante ellos, como
ante una muralla que se cruza en nuestro camino.
lidades propias son inferiores a las del enemigo, las decisiones se harán más sofisti-
cadas.
Abandonando los símiles, podemos decir que la conducta está condicionada por
los procesos mentales a los que llamamos conocer. Y entendemos que el conocer tran-
sitivo, en tanto que es algo más que un mero reconocimiento pasivo (familiaridad de
un estímulo presente con otro ya experimentado), supone una interpretación de los
datos perceptivos, que descubre, más allá de las presencias inmediatas, dimensiones
de la realidad pertinentes para la vida y la acción animal. Conocer es en cierta manera
profetizar, no sólo el futuro o el pasado (que también se halla alejado del presente
actual), sino también la subsistencia de las cosas, es decir, aquellas dimensiones de la
realidad que tienen interés para la vida y la conducta.
Esta interpretación de los datos supone la existencia en la mente de algunos patro-
nes o reglas que permiten asociar tal información con tal o cual realidad oculta o futura.
Esas reglas son el fundamento de las creencias explícitas y, en último término, de la
conducta y la acción. Si a la vista de las nubes yo pronostico que lloverá, estoy mani-
festando una creencia fundamentada en una regla (poseída por mi mente) que asocia
un estado de cosas actualmente percibido -las nubes- con estado futuro -la lluvia-.
Si a la vista de una manzana yo pronostico su carácter alimenticio, estoy manifestando
también una creencia, fundándome en una regla que asocia tal complejo de estímulos,
al que llamo manzana, con las consecuencias beneficiosas que resultan de su ingestión.
Si a estas reglas de interpretación, que posibilitan el conocimiento realista del mundo,
las llamamos creencias, podremos decir que el sustrato de la vida mental está consti-
tuido por las creencias.
Estas creencias pueden, sin embargo, funcionar en dos niveles: en el puramente
cognoscitivo y en el nivel práctico. Mientras no existe un compromiso de actuar, las
creencias funcionan en el nivel puramente cognoscitivo: yo sé o creo que las manzanas
son alimenticias en tanto que algunas setas son venenosas. Mientras me encuentre con
el estómago lleno y no tenga la urgencia de comer esas creencias se mantendrán en un
plano meramente cognoscitivo; podré expresarlas incluso de una manera lúdica, en
forma de opiniones, valoraciones o preferencias. Pero cuando me vea en la urgencia
de actuar, es decir, cuando el vivir me deposite en una situación impidiéndome el im-
perativo de actuar, aquellas creencias, en sí mismas, teóricas., se convertirán en la guía
y en el condicionante efectivo de mis decisiones y mis conductas.
J. MIGUEL SABATER
184
rarán una estructura de acción adaptada, no tanto a la realidad en sí, cuanto a la reali-
dad tal como parezca a los ojos del actor.
Esta evaluación, en la que se atribuye a cada uno de los componentes del entorno
un determinado valor en cada una de las tres dimensiones, se realiza de acuerdo con
unos criterios poseídos a priori por el sujeto. Si lo que a una persona parece bueno, a
otra le parece malo; si lo que para uno es díficil, para otro es fácil... habrá que pensar
que cada uno tiene sus propios criterios para valorar las cosas. Lo que el sujeto pone
"a priori" en esta percepción valorativa de la situación son los criterios con los que
interpreta los estímulos recibidos en cada momento.
¿En qué consisten estos criterios y cómo se materializan en la mente? La forma
menos comprometida de comprenderlos es concebirlos como reglas "a priori" en el
sentido kantiano: reglas que asocian a los estímulos o configuraciones de estímulos
presentes (los fenómenos) rasgos pertinentes para la acción. Gracias a estas reglas, lo
que fenoménicamente se nos muestra como una esfera verde se convierte en una "man-
zana", es decir, un objeto resistente, aprehensible y utilizable por el sistema muscular,
y, a la vez, comestible, es decir, asimilable por el sistema vegetativo. Así también, gra-
cias a estas reglas, la configuración de estímulos que describimos como "un rostro son-
riente" se convierte en signo y señal de una acogida favorable por parte de la persona
que tenemos delante.
Estas reglas, que asocian a los estímulos que aparecen, las características de bueno-
malo, duro-blando, activo-pasivo (o sus múltiples sinónimas) tienen una esencial refe-
rencia a la conducta. Esas reglas no asocian propiamente unos estímulos con otros,
sino reacciones conductuales (implícitas en la mayor parte de los casos, explícitas en
otros) a los estímulos presentes. Y es precisamente esta reacción conductual quien des-
vela aquellas características en los objetos. No buscamos y nos aproximamos a las
cosas porque sean buenas; sino que las consideramos buenas porque, al aparecer, exci-
tan en nosotros una conducta de acercamiento. No huimos de algunas cosas porque
sean malas o amenazantes, sino que las consideramos así porque huimos de ellas.
Esas reglas han sido introducidas en la mente o cerebro por la experiencia, bien de
la especie, bien del propio individuo. La asociación en un momento dado, digamos de
la infancia, de la caricia hecha a un gato con el arañazo doloroso producido por éste,
se convierte en una regla que asociará a la aparición de un objeto similar, otro gato, el
carácter de "peligroso"; o, lo que es lo mismo: ante la presencia de ese objeto similar
realizará una conducta, explícita o implícita, de huida y retroceso. Y viceversa, la expe-
riencia agradable con un objeto hará que ese objeto sea considerado "bueno"; la apari-
ción ulterior de un objeto similar excitará un movimiento, actual o implícito, de acer-
camiento a él.
J, MIGUEL SABATER
186
Estas reglas son formales. Asocian una reacción conductual no al estímulo puntual o
a la configuración individual de estímulos, sino a la forma de ese estímulo o configu-
ración. Esto es lo que permite la transferencia de reacciones conductuales de unos obje-
tos a otros. La reacción conductual de sumisión, generada ante un padre autoritario,
se pondrá en marcha ante otros adultos que aparezcan dotados de características obser-
vables más o menos semejantes a las del padre. Por ello las actitudes, en cuanto pro-
pensiones, tienen corno polo objetivo las cosas o individuos en cuanto pertenecientes
a una categoría.
Estas reglas deben, por último, hallarse materializadas de alguna manera en el
cerebro. Probablemente corno vías preferentes de circulación de los inputs nerviosos
entre los distintos centros del cerebro. Pero este es un terna que deberán dilucidar las
ciencias biológicas.
A estas reglas formales, cristalizadas en la experiencia, que asocian determinadas
reacciones conductuales a las distintas categorías de estímulos es a lo que, con propie-
dad, se puede llamar "actitudes". Las predisposiciones actitudinales pueden ser conce-
bidas como patrones de evaluación de la información que, procedente de mundo exte-
rior, es recibida en cada instante por el individuo. Hablando en términos kantianos las
actitudes vendrían a ser conceptos o esquemas a priori mediante los que reconocemos
en los estímulos que recibimos del mundo características pertinentes para la conducta:
la carga de "bien" que tiene la realidad que se esconde bajo las apariencias sensoriales,
el nivel de "resistencia" que puede ofrec~r a nuestra acción, la misma "predisposición"
(amistosa u hostil) que la realidad tiene con respecto a nuestro ser y nuestra vida.
Obsérvese que se hablamos de "patrones" de evaluación, y no de "actos" de evalua-
ción. La predisposición actitudinal se encuentra, no en las respuestas, sino en un estadio
previo. Por ello, no se confunde la actitud con las opiniones o los juicios evaluativos.
Éstos, al igual que los comportamientos, son expresión o manifestación de aquellos
patrones. Al hablar de patrones de evaluación querernos significar que las actitudes
no son ellas mismas conductas, ni siquiera los momentos iniciales de la conducta que
se conciencian normalmente con emociones. No son ni siquiera el acto de evaluar. Son
(en una formulación abstracta) "normas"; en una formulación poéticamente materia-
lista son las trochas abiertas en el cerebro por los pasos de los inputs y que facilitan
su caminar por ellas. Las predisposiciones actitudinales pertenecen, por lo mismo, al
nivel de las infraestructuras del comportamiento. No son ellas mismas comportamien-
tos, sino pre-requisitos del comportamiento.
SOBRE EL CONCEPTO DE ACTITUD 187
RESUMEN
ABSTRACT
The article analyses the concept af attitude by the way it is used in theory and inves-
tigation about attitudes. In the first part, the usual concept of attitude, as justa directing
predispose of behaviour, will be critisiced. In the second part, a completer concept of
attitude, as a directing predispose, but as a configurating predispose also, will be deffen-
ded. On a cognitive point of view, it is supossed that predispose consists on the inter-
pretation codes of the facts in terms of good/bad, strong/weak and active/pasive.