Clases 1 y Clase 2 Grupos Percia UBA

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Teoría y técnica de grupos II.

Introducció n a un pensamiento de la
vida en comú n en tiempos del virus.
Esquirlas del miedo
Los fragmentos que siguen componen guiones argumentales de las dos primeras clases a cargo del
Profesor Marcelo Percia.

Por favor, léalos con cuidado, demorándose en cada párrafo.

Recién en un segundo momento, recurra a la guía de preguntas y ejercitaciones que se adjunta a


las clases.

Entonces, siga las instrucciones.

Primer Argumento (clase 1).

Palabras y proposiciones claves:

Lo comú n. Nosotros. Ensimismamiento. Desigualdad. Proximidad o Cercanía.


Distancia o lejanía. Soledades. Aislamientos. Lazos sociales. Redes virtuales. El comú n
cuidado. Amor fati. El comú n intento.

Prudencias contienen miedos.

Cuidados salvan vidas.

Cuando urge lo común, afectuosas distancias entre cercanías conjuran hostilidades que estallan en
la confusión.

Fragilidades que confían en otras fragilidades se dan a la palabra.

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En momentos de pánicos y desamparos, hospitalidades (que se necesitan) apelan al pronombre de
la primera persona del plural.

Hostilidades (que acaparan) se amurallan en el yo.

Entre hospitalidades y hostilidades, se sabe, hay un pequeño paso.

Voluntades que sentían derechos, protecciones, seguridades, en la comunidad del Capital; se dan
cuenta que, en un segundo, pierden todo.

No se trata de histerias ni de psicosis colectivas, sino de difusas percepciones de que la vida en


común salva vidas o las destruye.

Dolores actúan como lentes de aumento.

Si de golpe, se desvanecieran los hábitos que hacen creer que el bienestar pasa por el
reconocimiento, por la acumulación, por el consumo, por el rendimiento; no se sabría cómo ni
para qué vivir.

Tal vez, en ese desconcierto, sin cómo ni para qué, hallaría su morada el porvenir.

La misma voz latina cogitare dice, a la vez, las acciones de pensar y cuidar.

A veces, de una sola palabra pende la vida.

En las cumbres del miedo, se comienza a imaginar lo peor como último alivio.

Rituales que sostienen la vida, no alcanzan en tiempos de pánicos.

La paradoja de una cuarentena consiste en que hay que tratar de salir del encierro: el del
ensimismamiento. Tal vez el más difícil.

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El capitalismo está destruyendo la vida; entonces, la vida se defiende del capitalismo
autodestruyéndose. Hace mucho que la literatura y el cine cuentan esta historia.

La vida en común no está amenazada por el miedo, sino por la desigualdad.

Desigualdades abonan miedos para ocultar privilegios que lastiman.

El Capital desprecia la vida que, sin embargo, necesita.

A veces, el miedo deviene pánico; otras, visión herida de lo inadmisible.

De pronto, nos damos cuenta de que la salud consiste en el olvido transitorio de un continuo
estado de vulnerabilidad.

Distancias decididas en común no merecen llamarse aislamientos.

Aislamientos compartimentan soledades privándolas del don de la proximidad.

Distancias que cuidan suspenden contactos, pero no cercanías.

La acción constante de lavarse las manos, recuerda que la expresión lavarse las manos significa
desentenderse de una responsabilidad.

Cuidar la vida, supone todavía algo más difícil: la común decisión de cambiar lo que la está
dañando.

La inminencia devora el presente. Lo devora incluso alargándolo.

A veces, solo alivia el olvido.

Abundan retóricas ensañadas y belicosas.

Figuras que sostienen que el virus actúa por venganza o que estamos en guerra o que se trata de
un enemigo invisible.

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Se sospechan malicias peligrosas en cada corporeidad portadora.

Miedos al contagio detonan violencias.

La mujer tose en un colectivo. Hacen la denuncia. Se activa el protocolo. Detienen el vehículo.


Suben médicos con trajes de protección. La mujer está asustada. Se resiste. Forcejean. Una voz
pide que la esposen, que se la lleven.

Lazos sociales tienden sogas que salvan, que ahogan, que atan.

Redes virtuales conectan, sostienen, atrapan.

Lazos y redes demandan fidelidad.

El común cuidado no enlaza, no enreda, no demanda: solo está ahí, como disponibilidad que se
hace presente cada vez que se la necesita.

Cuidados no infunden miedo. No agitan amenazas. No ejecutan castigos. No se molestan con la


dificultad.

Cuidados alojan terrores e indiferencias desvalidas.

Mientras controles alertan y diseminan amenazas, cuidados prodigan descansos.

No dice lo mismo encierro que refugio, reclusión que repliegue, estado protector que estado
represor.

No se trata de sinonimias ni de eufemismos, está en juego decidir cómo se quiere habitar la vida.

La desesperada necesidad de protección inmunológica deriva en ataques contra vidas


consideradas peligrosas.

Diversas aplicaciones en un celular pueden advertir que estamos cerca de una corporeidad
infectada, de una persistente tristeza, de un rencor macerado, del deseo de cambiar la vida.

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Dicen que solo el control social detiene contagios, que solo la vigilancia evita contaminaciones
masivas.

El común cuidado de cercanías que deciden protegerse con amorosas distancias, ¿puede gravitar
más que vigilancias y controles?

Hablas del capital no se cansan de repetir que el virus iguala. Pero ni bien se distraen muestran
una lista con glamur de infectados célebres: un actor y su esposa, un primer ministro, un ex juez,
un jugador de fútbol, un tenor, un escritor, un príncipe, un productor hollywoodense preso.

El trágico infortunio de contagiar por proximidad, amplifica una vicisitud -siempre inminente- en
cualquier circunstancia de la vida en común: cercanías, incluso las que se aman, pueden dañarse
sin querer y sin saber.

Al daño que sí sabe que está dañando se lo llama crueldad, odio, insensibilidad, blindaje de la
cercanía. Tal vez, capitalismo.

En la ciudad en cuarentena, se escuchan voces que dicen: “Sin casas, sin agua, sin dineros.
Inhalando miserias. Ahora, pueden ver cómo estamos viviendo”.

El gobierno peruano declara a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional exentas de


responsabilidad penal cuando “causen lesiones o muerte” reprimiendo en las calles el no
cumplimiento del “confinamiento”.

La expresión latina amor fati se traduce como aprender a amar lo que acontece. Pero amar lo que
acontece no equivale a resignarse al destino.

Resignaciones actúan como omnipotencias fatalistas.

No se trata de acatar lo que ocurre, ni de desearlo, ni de encantar la desgracia. Tampoco


entregarse al refrán que sugiere: “No hay mal que por bien no venga”. A veces, las cosas solo
vienen, pero otras hay que salir a buscarlas.

Se trata de valerse del impulso de lo que está sucediendo, precipitar la decisión de hacer algo con
lo que acontece. Intensificar, en lo que pasa, aquello que abre porvenires.

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Pero, las fórmulas no importan.

La fuerza del intento reside en que no siempre sabe hacia dónde ni qué.

Segundo Argumento (clase 2)

Palabras y proposiciones claves: Lo que difiere. La diferencia. Violencias de género y


relaciones de propiedad. El comú n cuidado. El comú n reír. Sentido comú n. Sentido de
lo comú n. El comú n dolor. Tramas de sensibilidades. Normalidades.

El secreto no reside en saberse diferente, sino en saber lo diferente, el sentido inagotable de lo


que difiere.

Intimidades precipitan, también, lo peor.

A veces, donde se esperan cariños advienen violencias, donde se esperan caricias advienen golpes,
donde se esperan contenciones advienen ahogos.

Impotencias propietarias pueden matar.

Diferentes pestes arrasan la vida en común.

Una, la enfermedad del miedo. Otra, la enfermedad de la indiferencia.

Pero, también, la de la propiedad, la del resentimiento, la de la culpa, la de la ambición, la del sí


mismo.

Además de otras que la enfermedad del olvido, a su manera, remedia.

Cuidados practican más el respeto que el miedo.

Miedos exigen seguridad, control, previsibilidad.

Actúan como propietarios que sienten que les están robando algo.

El común cuidado, respetuoso, sabe que no tiene potestad sobre nada.

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Agradece la residencia pasajera en la vida.

Ocurrencias que dan risa se balancean como boyas que flotan en superficies angustiadas.

El común reír -no la burla ni la ironía que lastiman- ayuda a respirar.

Un virus que mata logra, por el momento, parar un mundo que marcha hacia el desastre.

Logra lo que hasta ahora nada pudo: frenar la desidia de un modelo económico cruel y violento,
que extrema las desigualdades y que está destruyendo el planeta.

De repente, se amanece con deseos de semilla. Semilla no como plan concentrado, sino como
impulso hacia lo no sabido ni imaginado.

Una sola letra distingue estar cercanos de estar cercados.

Una sola letra distingue sueños de dueños.

Entre el sentido común y el sentido de lo común flotan galaxias.

No se sabe, no se puede imaginar, cómo sigue la vida después del virus. Pero, sí se sabe que no se
quiere morir así: sin un beso, sin una caricia, sin el último abrazo. Sin el común dolor de cercanías
que se despiden para siempre.

Escrutando, en el abismo de los días, no se hayan reflejos de una figura propia, personal,
identificable; se entrevén tramas de sensibilidades que tiemblan, se atraen, se despedazan, en las
aguas borrosas de la historia.

Si no se puede otra cosa, la sesión clínica por teléfono sin imagen ayuda a sumergirse en la voz. A
entregarse a una llamada, a una palabra, a tonos que se apagan y a cadencias que sorprenden. A
caer en el vértigo de silencios que solicitan una señal de presencia.

Un momento de análisis puede acontecer en cualquier parte aunque no de cualquier manera. Una
disponibilidad que escucha en estado de demora no consiste en cualquier cosa.

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El problema no reside en la sociedad de control y vigilancia ni en las clases virtuales. El problema,
aquí y ahora, consiste en el hambre, en la brutalidad policial, en los muchachos a los que “les tocó
la hora de ganar menos”.

Hablas del capital tambalean desquiciadas.

Las naciones poderosas luchan entre sí para acaparar barbijos y respiradores.

Francia acusa a Estados Unidos de comprar en aeropuertos chinos (al contado y a un precio cuatro
veces superior) máscaras destinadas a Europa.

Estadounidenses se protegen de las consecuencias del virus. Autorizan a funcionar tiendas de


alimentos y medicinas. También de armas. Aumenta la venta de rifles, pistolas, municiones y
cuchillos.

Normalidades niegan, disfrazan, desestiman, cualquier cosa que las desestabilice.

Postulan que sigamos con la vida normal desde nuestras casas: que trabajemos, estudiemos,
cumplamos años, hagamos el amor, nos analicemos, asistamos a un recital, estando en línea.

Nos encontramos ante la inesperada oportunidad de no seguir una vida normal, de no actuar
como si no estuviera pasando nada.

Nos encontramos ante la oportunidad de no normalizar el sinsentido de correr hacia ninguna


parte.

De no encubrir la visión de la desigualdad, de la concentración de riquezas, de la destrucción del


planeta, de las violencias y crueldades, de las guerras coloniales y financieras.

Estamos ante la oportunidad de una común demora, de una común detención, de una común
angustia. De una común convicción de que “Esta normalidad no va más”.

Aunque no propongamos ninguna otra.

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