Ensayo Sobre Derechos, Marcelo Percia
Ensayo Sobre Derechos, Marcelo Percia
Ensayo Sobre Derechos, Marcelo Percia
Evocaciones
Resulta inevitable que hablas clínicas desemboquen en la cuestión de las leyes, la
justicia, el derecho.
Estas páginas comienzan por mencionar derechos no jurídicos que provienen de
enseñanzas cercanas: derecho a la fantasía (Pichon-Rivière), derecho a las mateadas
(Moffatt), derecho a la ternura y al miramiento (Ulloa), derecho a jugar (Pavlovsky),
derecho a pensar (De Brasi), derecho a la poesía (Zito Lema).
Bóvedas
Lacan (1955-1956) piensa que en las psicosis el inconsciente está en la superficie: a
cielo abierto. Sin represión. Carente de frenos, disfraces y olvidos.
El tinglado de demasías se llama normalidades.
Reclusiones
Tras largas internaciones que apartan, ocultan, olvidan, asistimos a otro escenario: el del
desparramo de sensibilidades excedidas.
Se comienza a entrever que las ciudades se configuran como encierros a cielo abierto.
Perímetros de miedos, violencias, amenazas.
Derribados los muros, manicomios extienden sus vigilancias, controles, castigos, por
todas partes.
Lagunas
Entre civilizaciones sin manicomios y vidas después de los manicomios todavía
habitamos tiempos intermedios.
Antonio Gramsci (1929-1935) escribe en sus cuadernos de la cárcel: “La crisis consiste
en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno,
aparecen diferentes síntomas de enfermedad”.
Momentos de interregno suspenden eficacias de los poderes, entonces -en esos mínimos
intervalos- se abren oportunidades para des aprender modos de vivir establecidos.
Manicomios no terminan de desaparecer y otras formas de estar en común entre
demasías liberadas apenas comienzan a vislumbrarse.
Cenizas
No alcanza con incendiar instituciones totales.
Nunca más manicomios, supone nunca más represión de las rarezas, las anomalías, las
discrepancias, las disidencias, las demasías.
Chispas
La expresión vidas después no designa una circunstancia de pasaje en el tiempo. La
palabra después, en este enunciado, trabaja más como adjetivo que como adverbio.
El después, en este caso, califica vidas resabiadas.
Vidas deshabituadas, desenredadas de las costumbres, con mañas y astucias para
rebuscárselas. Vidas, con candores y recelos, que han sobrevivido a intemperies, vacíos,
desamparos. A desamores y a todas las drogas.
Lecciones
La civilización que conoció Auschwitz, ¿qué aprendió en más de cien años de
encierros?, ¿qué supo de exterminios, exclusiones, expulsiones, privaciones, violencias,
abusos, violaciones?, ¿qué entendió de alcoholes, pastillas, angustias, tristezas,
ausencias?
Locuciones
Este capítulo trata -extendiendo una idea de Austin (1955)- de derechos performativos,
antes que jurídicos.
Derechos que se proponen como actos de futuras insurgencias clínicas. Derechos que
realizan y avispan potencias por el solo hecho de enunciarse.
En estas páginas se ofrecen como derechos performativos enunciaciones que adelantan
lo por venir.
Si se dice no olvidaremos este instante, en el hecho de estar diciéndolo, el instante
señalado se vuelve inolvidable. No importa verificar el enunciado dentro de cien años.
Derrida (1989) destaca a propósito del derecho que las fuerzas performativas actúan
como “fuerzas persuasivas y retóricas”.
Los enunciados que siguen más abajo se presentan como promesas y apuestas urgentes.
Aunque los derechos sugeridos se podrían componer y descomponer de muchas
maneras hasta devenir innumerables.
Discrepancias
Quizás un día se declare el
derecho a las demasías.
Al brote de intensidades sensibles sin capturas patológicas.
Al arrojo en la demasiada vida.
Al estar en común sin mensuras afectivas y morales coercitivas.
En derecho administrativo, se denomina usuario al destinatario de servicios públicos.
También se establece la participación de usuarios, a través de sus organizaciones, en la
gestión de esos servicios.
El enunciado usuarios de salud mental instaló la idea de que las sensibilidades que
sufren tienen derechos.
En el pasaje de la idea de pacientes a la de actores sociales con derechos ciudadanos
reside una discusión todavía inacabada.
En el porvenir, ¿se empleará la palabra usuarios para mencionar a destemplanzas que
requieran servicios de salud mental? ¿Se apelará a las ideas de servicios, mente, salud?
¿Se confiará en la idea de humanidad (en nombre de la que se cometen crimines
tremendos)?
Dos citas de Susy Shock (una del 2011, otra del 2017): “Reivindico mi derecho a ser un
monstruo ¡Que otros sean lo Normal!”. “No queremos ser más esta humanidad”.
Quizás en tiempos venideros se piensen sensibilidades.
Quizás un día se declare el derecho a vivir, a existir, a estar en demasías.
Actos clínicos, no atienden pacientes, enfermos, usuarios, clientes, consumidores;
merodean -con ternuras habladas- demasías.
Quizás en el porvenir se atiendan sensibilidades vivas: afectos antes que personas.
Tal vez se alojen intensidades que no pertenecen a alguien, aflicciones que
vagabundean, pesadumbres negadas de la civilización.
Así como tierras, aguas, brisas, montañas, bosques, se pensarán como sujetos de
derecho, se solicitarán derechos a las demasías.
Demasías viven en común con todas las sensibilidades vivas.
Conquistas
Quizás un día se declare el
derecho a no tener que ganarse la vida.
Alguna vez todas las sensibilidades tendrán derecho a recibir un ingreso económico que
permita vivir, por el solo hecho de existir.
Un ingreso sin condiciones, no subsidio ni pensión estigmatizadora.
Entonces, la vida en común estará garantizada sin que las existencias que hablan tengan
que padecer o hacer nada.
Ni tampoco se vean conminadas a reinserciones, rehabilitaciones, resocializaciones
según patrones comunitarios que someten o expulsan.
Se terminará con la idea de que hay que ganarse la vida trabajando.
Solo se trabajará por gusto, placer, porque sí.
El trabajo como vehículo de la ambición de acumular dinero, prestigio, poder, no se
impondrá como único sentido.
La idea de ganancia individual estará disponible como excedente innecesario o
arrogancia de quienes todavía deliren grandezas.
La sentencia de que hay que ganarse la vida sobrevuela como extorsión de la
civilización. Como amenaza de que se la puede perder.
Así, se enhebra la imposición de trabajar como carga, infortunio, castigo. Inevitables.
La vida no se recibe como regalo, como don, como derecho.
Proliferaciones
Quizás un día se declare el
derecho a la irreductibilidad.
Una convicción en común que afirme que la vida no puede reducirse a un compendio de
explicaciones. Que ninguna existencia puede quedar ceñida a diagnósticos,
clasificaciones, desciframientos, ejecutados por un poder.
Una convicción, tejida entre proximidades, que acentúe que las potencias de lo vivo
residen en la indeterminación y en la inconmensurabilidad.
Una convicción, hilada entre cercanías, que impida que se condenen sensibilidades a
tener que cargar con identidades que estrechan el porvenir.
No hay una historia ni miles, sino infinitas composiciones posibles.
Padecemos reducciones espantosas realizadas a través de lenguas triunfantes, géneros,
clases sociales, territorios colonizados.
Posteridades pensarán una clínica como expansión de lo incomprensible. Y como
custodia de lo indescifrable.
Doctas
Quizás un día se declarare el
derecho al poco saber.
Sobre las vicisitudes de la vida en común cualquier saber tiene gusto a poco.
En una reunión con todas las especialidades médicas en un hospital general, una voz
dice: “Sí, las chicas de salud mental vienen al servicio cada vez que las necesitamos,
muy dispuestas escuchan al equipo y conversan con los pacientes, pero lo que hacen
sabe a poco. No resuelven los problemas que tenemos. No traen soluciones”.
Poco saber no significa escaso saber, alude a lo ilimitado, inalcanzable, inconcebible
del saber clínico.
Estar en posición de poco saber previene omnipotencias, soberbias, individualismos
profesionales.
Estar en posición de poco saber no equivale a saber poco.
Saber poco revela negligencia, desinterés, indiferencia, celebración del sentido común.
Mientras que la posición de poco saber -que requiere devaneos, estudio, discusiones
compartidas- apuesta a la potencia del diálogo clínico, antes que al poder de un saber.
La idea de poco saber se precipita pensando en situaciones de equipos clínicos. Pero, ¿a
qué se sigue llamando equipos?
A las cercanías entre variaciones. A las proximidades que se entrelazan cuando
potencian saberes y se desenlazan cuando se juegan solo poderes.
La idea de equipo, como utopía, perdura como posibilidad hasta que queda astillada por
imperativos de dominio que capturan tarde o temprano susceptibilidades que piensan.
Si se dijo que el saber poco incurre en apatía y en no implicación, su contrario el saber
mucho alardea suficiencia como logro individual.
El saber mucho, cuando se trata de alojar demasías, se presenta como una de las peores
formas de ignorancia.
Si se pretende dar con una cura para la enfermedad de Chagas se necesita mucho saber;
pero si trata de estar en cercanía con la angustia, se necesita la posición de poco saber.
Saber mucho equivale, cuando se trata del vivir, a jactancia y necedad.
La posición de poco saber se aprende en interminables discusiones con otras agudezas
clínicas.
La posición de poco saber comienza como transmisión oral. Se aprende cuando muchas
perplejidades expresan, en voz alta, dudas y desánimos.
Cuando se escucha cómo trabajan, cómo piensan, cómo actúan, cómo hablan,
sensibilidades clínicas que intentan alojar demasías sin normalizarlas, se tiene -recién
ahí- dimensión de la posición de poco saber.
Saber que sabe de lo ilimitado.
Saber que piensa la clínica como simultaneidad de pocos saberes que se componen
entre sí.
Se podría pensar un equipo como aquelarre de oralidades clínicas que dramatizan
posiciones de poco saber. Contrapunto de conjeturas indecidibles.
En el enunciado poco saber, poco no funciona como adverbio de cantidad que designa
escasez o insuficiencia, sino como cualidad clínica, como potencia de la memoria de un
común saber.
Barullos amables, tensos, en disidencias, de pocos saberes, componen la posición de
común saber.
Aperturas
Quizás un día se declare el
derecho a las súbitas ventanas clínicas.
Clínicas acontecen, a veces, en momentos y en lugares no previstos ni planeados.
Acontecen, cada vez que se hace posible la pregunta “qué te está pasando”.
Cada vez que una borrasca tiene ganas de contar algo.
En esas circunstancias, no se trata de remitir o enviar a las aflicciones que desean hablar
al lugar indicado o al sitio especializado.
Deseos de hablar solicitan recepción en circunstancias en las que pinta la confianza, la
confidencia, el desahogo, los bueyes perdidos.
Equipos clínicos están ahí, como disponibilidades atentas a llamados que se precipitan
de repente.
Esas irrupciones hablantes eligen y no eligen cuando ponerse hablar: en un viaje en
colectivo con una acompañante, en el momento de preparar el té con la profesora de
plástica, mientras acomodan los equipos con el psicólogo de la radio, mientras esperan
con la psicóloga una entrevista en el juzgado, cuando se cruzan con el enfermero en la
puerta del servicio.
Y, así, con o sin premeditación, las palabras salen o sobrevienen como impulsos de
hablar.
Ventanas que se abren y se cierran para contar algo mientras se están haciendo otras
cosas: preparando una comida, esperando debajo de un árbol, tomando mate,
serruchando una madera, tocando la guitarra, escuchando llover, interceptando una
disponibilidad que justo pasaba por ahí.
Derecho a las súbitas ventanas clínicas supone no reducir la clínica a formatos pautados
y planificados, a estereotipos de las entrevistas médicas o psicológicas, a los grupos o
talleres terapéuticos.
Súbitas ventanas clínicas desconocen jerarquías profesionales y especializaciones
universitarias.
Súbitas ventanas clínicas suponen equipos que conjugan sensibilidades disponibles que
se preparan para llegar a tiempo a citas no convenidas.
Calmas
Quizás un día se declare el
derecho a que no pase nada.
Si se atiende a pautas de rendimiento, progreso, alcance de objetivos, logros, en muchas
situaciones clínicas no pasa nada.
No se evidencian cambios o suceden nimiedades imperceptibles.
Pero ¿qué pasa en ese no pasar nada?
Pasa la vida sin estridencias.
Pasan expectativas, confianzas, entusiasmos, reconocimientos, cansancios, curiosidades,
desahogos, complicidades, respiros, autorizaciones, recuerdos, duelos, risas, dudas,
decisiones, excesos, arrepentimientos, días de lluvia, fases lunares, dolores de espalda,
despedidas.
Clínicas en las que no pasa nada sensacional, se corresponden con vidas exentas de
sensacionalismos.
Clínicas en las que no pasa nada espectacular, se corresponden con vidas que no
ostentan famas, victorias, hazañas, requeridas por las hablas del capital.
La distinción entre vivir bien y vivir mejor retorna como legado inmemorial de
sensibilidades que están en la vida de otras maneras.
Hablas del capital imponen la urgencia de tener que pasar de la nada a algo, que
conciben como mejora.
Instituyen el imperio de la mejora como ideal de satisfacción, como bienestar superior,
como resolución de carencias que la idea misma de mejora crea.
Encantar la nada supone encantar la vida, sin más. Sin requerimientos, sin resultados,
sin nerviosismos consumidores.
Encantar la nada o, tal vez, encantar la vida sin temor a la nada.
Vidas encantadas sin el imperativo de la hazaña ni el sacrificio, sin épicas de triunfos y
derrotas, alientan potencias que no dominan, no poseen, no gobiernan.
Perseverancias
La pequeña, abusada y violada, ofrecida por su padre como carne de intercambio, tras
una larga semana en la que se sintió encerrada en el hospital, llena de furias y
violencias, no queriendo hablar con nadie, de pronto, ya cansada de rechazarla, pregunta
a la psicóloga que vuelve cada mañana sin ninguna demanda: “Pero, vos, ¿por qué
venís?”.
Dispersiones
Quizás un día se declare el
derecho a no ensamblar.
A permanecer en estado de desunión, desajuste, soltura. O el derecho a desencajes
parciales, momentáneos, circunstanciales.
Un derecho que prevenga fanatismos de la vida en común.
Derecho a no ensamblar no abona individualismos.
Individualismos viven ensamblados en parejas, familias, empresas, cátedras, hospitales,
gobiernos. Incluso muchas veces subordinan las fuerzas que concurren a esos ensambles
en beneficio de los propios individualismos.
Soledades que no ensamblan no alientan aislamientos: resisten coerciones de la unidad.
El derecho a no ensamblar incluye el derecho a dormir en cualquier momento del día.
En proximidad con esta idea se encuentra “…el derecho a desertar de las
sociabilidades mortíferas”, sugerido por Peter Pal Pelbart (2009).
Hormas
No se halla en ninguna parte. No se puede acomodar en un rincón de la vida. No
encuentra lugar en el bote repleto de historias naufragadas. Y no hay a donde ir.
Andanzas
Quizás un día se declare el
derecho a no hallarse.
Se necesita imaginar un estar en común de soledades que no se encuentran a gusto o no
quieren permanecer en un sitio.
Incluso un común sin obligación de lo común para quienes no pueden, no saben, no
desean, estar en cercanías.
“No me hallo en ninguna parte. No me siento bien en la casa con los muchachos, en el
barrio. No tengo a dónde volver”.
El derecho a no hallarse requiere la invención continua de espacios de pasaje y no
enraizamiento. Supone el derecho a juntadas imprevisibles, a vagabundeos que pasan
por un lugar solo para estar un rato.
Inclinaciones
Se lee en Pichon-Rivière (1965) que las sensibilidades se aquerencian a rigideces a las
que vuelven siempre.
Un lugar, papel, perfil, imagen, al que se regresa por el recuerdo o por la ilusión de que
alguna vez se estuvo bien allí.
Pero, ¿a dónde retornan aflicciones que no se sintieron bien en ninguna parte?
Pichon-Rivière sospechó que el secreto consiste en no aquerenciarse a un único lugar.
Pensó el estar en común como posible remoción de fijezas y expansión de querencias.
Tendencias
En la traducción de la correspondencia de Freud con Fliess, José Luis Etcheverry (1994)
decide traducir el vocablo alemán Trieb por querencia en lugar del vocablo pulsión que
había empleado en su versión de las obras completas.
Se lee en Cervantes (1605): “Con este pensamiento guio a Rocinante hacia su aldea, el
cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que
no ponía los pies en el suelo”.
La palabra querencia está lejos de la idea de instinto. Describe la propensión a volver al
lugar en el que se ha vivido bien.
Deportaciones
Como se dijo, vidas después de los manicomios, a veces, no tienen a dónde regresar.
Ponen a la vista un mundo sin querencias. Un mundo sin lugares en lo que se ha vivido
bien.
Como en exilios y migraciones forzadas, no hay dónde ir ni a dónde volver.
Desconfianzas
Quizás un día se declare el
derecho al recelo.
A la sospecha de que lo mismo que protege puede dañar.
Al temor a las disciplinas, las inter disciplinas, las trans disciplinas.
Recelos que guardan memorias de violencias, sometimientos, manipulaciones,
dominaciones.
Recelos ante las ideas de progreso, orden, técnica, ciencia.
Recelo de sensibilidades que no terminan de pertenecer a las rutinas de las normalidades
aunque participen de muchas de ellas.
Recelo como extrañeza sin fin.
El derecho al recelo supone la suspensión de las interpretaciones.
Como advertía Musil (1911), vivimos una época en la que cada acto sufre disputado por
una disciplina o una especialidad que lo estudia.
Saberes autorizados, que aprueba el sentido común, confiscan rarezas para
normalizarlas, apartarlas o declararlas excepciones tolerables.
Espinas
Mientras paranoias sospechan de casi todo o se obsesionan por algo, recelos toman
precauciones ante las buenas intenciones de quienes presumen de almas buenas.
Derecho al recelo ante la compasión, la piedad, la lástima.
Recelo ante cualquier forma de desigualdad.
Buenas intenciones (aun cuando actúen de corazón) pueden dañar.
Conviene tener con el corazón las mismas precauciones que con los neurolépticos.
No se trata de amar, sino de respetar cuidando, lo que no se entiende, incluso lo que no
se quiere o se rechaza.
Lesiones
Expectativas de mejorías o logros terapéuticos, pueden dañar.
Necesidades de reconocimiento que tienen quienes hacen clínica, pueden dañar.
Amores que desean el bien, que ejercen presiones y extorsionan a través de los afectos,
pueden dañar.
Clínicas insurgentes tratan de estar lo menos nocivas posible.
A veces, accionan impulsos, presentimientos, intuiciones. Desarraigos que tratan de
orientarse entre flujos emocionales que apabullan.
Subestimaciones
Advierte Vicente Zito Lema (2002) -en una obra de teatro que tiene por escenario un
hospital psiquiátrico- una voz que desbarata las bondades de voluntades clínicas. Una
existencia encerrada, llena de ira y desprecio, grita a una persona que la visita:
“¡Palabras, palabras, que me tirás como si yo fuera un perro que devora las basuras
de la vida!”.
Pervivencias
Quizás un día se declare el
derecho a las astucias resabiadas.
Una proposición arraigada en el sentido común dice: “La astucia es la inteligencia de
los débiles”.
La oposición entre fortaleza y debilidad se presenta como motivo común de
patriarcados, capitalismos, colonialismos, normalizaciones.
Clínicas que atienden demasías necesitan considerar que están ante sensibilidades que
saben sobrevivir.
Sobrevivir a la coerción de las normalidades.
Sensibilidades que no temen a la intemperie ni al desamparo ni a quedar en la calle.
Sensibilidades que saben andar sin posesiones.
Habrá que sostener, en días venideros, clínicas que alojen vidas resabiadas.
Vidas resabiadas que recelan, a veces, se entregan al amor aunque vislumbren
desamores en todas las suavidades.
Fragancias
Quizás un día se declare el
derecho al hedor.
¿Cómo huelen emociones desmesuradas? ¿Sentimientos excesivos? ¿Pieles que
transpiran abundancias afectivas?
Quizás se declare el derecho al vaho que desprenden corporeidades que sienten
demasías.
Al vapor que secretan vidas doloridas.
Derecho a lo salvaje, bárbaro, indómito.
Derecho a la crasitud, a vidas descamisadas y cimarronas. Reflejos defensivos ante
desprecios coloniales y elitismos que huelen bien.
Derecho a las pestilencias que cobijan miedos y desamparos
Escribe Rodolfo Kusch (1961): “La verdad es que somos hedientos y que simulamos
una pulcritud demasiado ficticia”.
Demasías hieden, normalidades se perfuman. Locuras cada tanto se bañan.
En el sintagma Civilización o barbarie, demasías están del lado de la barbarie, mientras
las normalidades del lado de la civilización.
Como diría Kusch, un derecho que parte de reconocer que hay un hedor negado en la
pulcritud de las normalidades.
Un hedor que se llama noche interminable, angustias que inundan mares, amores que no
terminan de lastimar, perderse, olvidarse.
Quizá un día se declare el derecho a gozar y liberar sabidurías del hedor. Sabidurías del
sobrevivir. Astucias y tretas del hedor. Fuerzas nacidas de la intemperie y el desamparo.
Se trata de pensar lo maloliente no como falta de limpieza, sino como presencias de
materias que pujan por abrirse lugar en una civilización adversa a los fluidos que la vida
secreta.
Al final, el hedor de la muerte.
Degluciones
Quizás un día se declare el
derecho a la antropofagia.
A devorar la moral del amo, junto con sus lenguajes y sus libros.
A fagocitar ternuras y excrementar violencias.
No se trata de comer carne humana.
Derecho a la antropofagia alude a incorporar ideas sin subordinarse a ellas.
Derecho a la antropofagia en homenaje a una de las primeras revueltas literarias del
Brasil. Insurgencia irónica ante pensamientos europeos que desestiman y desprecian
extrañezas declarándolas primitivas o salvajes.
Tupí or not tupí that is the question, una de las primeras proposiciones del Manifiesto
Antropófago, firmado por Oswald de Andrade (1928).
Culturas consideradas primitivas y salvajes, de pueblos originarios y esclavos traídos de
África, se comen al mundo moderno civilizado.
Alegrías matriarcales, de antiguas comunidades, degluten burguesías patriarcales.
Consignas del derecho a la antropofagia:
“Devorar la cultura de la normalización, sin dejarse devorar por ella”.
“Devorar teorías de la falta, la carencia, la castración, la insuficiencia, el desamparo,
la intemperie, sin inhabilitarse a pensar fuera de ellas”.
Impertinencias
Quizás un día se declare el
derecho a molestar.
A incomodar las costumbres dominantes.
A trastornar la calma de lo establecido.
A alterar las relaciones de poder.
A frustrar diagnósticos que disciplinan.
A perturbar el orden de las normalidades.
A inquietar el sentido común.
A fastidiar a las políticas sanitarias y al Derecho.
A estar ahí como piedra en el zapato de la civilización para que no olvide que lo que
molesta tiene tanto derecho como lo que se acomoda complaciente.
Derecho a molestar equivale a legitimar la posibilidad de pensar.
Se recuerda esa página de Platón en las que Sócrates, conocido como el tábano de
Atenas, importuna al Estado, como una mosca que con su mordida despierta a un
inmenso caballo.
Intangibilidades
Quizás un día se declare el
derecho a devenir imperceptibles.
Derecho a la desnudez y al pudor, al reconocimiento y a la invisibilidad. Nunca lo uno
sin lo otro.
Derecho a que la vida no quede capturada por una mirada que juzga y controla.
Derecho a lo que Fernando Ulloa (1995) llama el miramiento: una mirada que no
evalúa, que no demanda, no vigila. Una mirada que acompaña y espera sin expectativas.
Derecho a resguardarse en la invisibilidad.
Sensibilidades que reaccionan con pudores (perdidos o nunca vividos) encantan carnes
despreciadas.
Pudores no como recatos, vergüenzas, velos morales, sino como suavidades que resisten
violencias de la visibilidad.
Pudores ejercen soberanías de lo incomprensible.
Desquicias
Quizás un día se declare el
derecho a los animismos.
Animismos no como creencias fantasiosas, sino como percepciones que perturban
realidades regladas y disciplinas sentimentales.
El derecho a personificar pasiones. A que se reconozca que, a veces, emociones se
imponen, gobiernan, esclavizan, voluntades.
Derecho de escuchar voces de dolores acallados de la civilización.
Derecho a tener visiones de afectos expulsados del mundo del Capital.
Derecho a reconocer vida en lo que se considera inanimado.
Quizás algún día resultarán legítimos animismos que dramatizan sufrimientos no solo
personales.
Animismos que encarnan crueldades comunitarias naturalizadas.
Animismos que ponen en escena voces de injurias y odios, de culpas y castigos, de
horrores y miedos.
Vidas animadas de lluvias y pájaros.
Quizás algún día tendrá fuerza de ley la consideración de que todo lo viviente siente. Y
también habla.
Como escribe, desde las selvas guatemaltecas, Humberto Ak'abal (1988) poeta Maya'
K'iche': “No es que las piedras no sepan hablar, solo guardan silencio”.
Algarabías
Quizás un día se declare el
derecho a jugar sin rigideces normativas.
En el horizonte regulador se juega para disfrutar, pero ese bienestar está pautado por las
circunstancias de ganar, empatar, perder.
El juego como pasatiempo administra tedios, el juego por dinero administra ambiciones
y desesperaciones, el juego como heroicidad de una habilidad individual administra
reconocimientos y superioridades.
Deleuze (1969) valora en la literatura de Carroll la capacidad de inventar juegos o
transformar reglas: una carrera en la que cada cual comienza cuando quiere y termina
cuando tiene ganas.
Infancias recuerdan que a veces alcanza con aprender la mímica o un gesto de un juego
para hacer estallar las risas de las cercanías.
Quizás un día se declare el derecho a jugar entre soledades que celebran proximidades
prescindiendo de reglas, pero no del gusto y la alegría por un momento en común.
Inalcanzables
Quizás un día se declare el
derecho a lo intraducible
Una paradoja: hablas del capital difunden voces uniformes y unánimes que declaran la
necesidad de respetar las diferencias.
La palabra diferencia discrimina y parcela.
Quizá se podría decir respetar lo intraducible.
Tomar precauciones ante la invisible tiranía de lo mismo que fuerza semejanzas,
clasifica equivalencias y separaciones.
Respetar lo vivo que difiere incesante, como el tiempo y el movimiento.
Respetar lo intraducible supone espetar el encanto, el misterio, el secreto, ese no sé qué
que se posa en cada vida.
La traducción entre lenguas, intenta, entre otras cosas, transformar la diferencia en algo
reconocible. Por eso se podría decir que las buenas traducciones respetan las
diferencias, pero más respetan el diferir que permanece intraducible.
A veces se llama respeto a una mezcla de devoción y temor, a una forma de veneración
especial o excepcional.
Respetar lo intraducible supone declarar a todo lo viviente sagrado, inclasificable,
irreductible. Libre de posesiones y capturas.
Expansiones
Quizás un día se declarare el
derecho a alojar todos los sentimientos posibles.
Antes que las agitaciones que hablan se representen comunicadas e incomunicadas,
habitan sentimientos que entrelazan sentimientos. Amores, odios, alegrías, tristezas,
atracciones, rechazos, aterrizan -en lo viviente que tiene el don de la palabra- como
narrativas entretejidas. Un solo sentimiento (supongamos rechazos), aun cuando
sobreviene como repentina sensación, condensa pedagogías y memorias no sabidas.
Tal vez vivir consista en animarse o resignarse a recorrer la larga noche de algunos
pocos sentimientos.
Hoy sabemos que el fanatismo de la desigualdad se llama destino.
Hay vidas condenadas a alojar miedos, mansedumbres, violencias, desprecios y
menoscabos.
Un signo de la civilización actual reside en que reparto desigual de las riquezas, se
corresponde con un reparto sentimental cada vez más selectivo, excluyente y restrictivo.
Indómitas
Quizás un día se declare el
derecho a las vidas desapropiadas
No se trata de que cada cual tenga derecho a vivir su propia vida, de disponer de su
propio cuerpo, decidir su propio destino.
No se trata de duplicar la propiedad de lo propio sino de dar lugar a lo despropiado.
Vidas desapropiadas no quiere decir desposeídas del dominio de lo propio, sino
liberadas de toda condena posesiva, de toda individualidad clasificada.
Vidas con derecho también a lo inapropiado, a lo que no se ajusta ni se conforma según
patrón, necesidad, demanda, explicación normalizadora.
Cuando en Copenhague, Ibsen (1879) estrena Una casa de muñecas escandaliza la
decisión inapropiada de Nora.
Borges (1988) recuerda que en Londres agregan a la obra una escena final en la que
Nora, arrepentida, vuelve a su hogar y a su familia o que en París le inventan un amante
para que el público entendiera la fuerza de tal desatino.
Mudanzas
Quizás un día se declare el
derecho a las inconstancias.
Sentimientos acontecen inconstantes. Esas sensaciones dispersas explican la fragilidad
de los consentimientos.
Afectividades advienen a borbotones, en constelaciones, concurrencias,
simultaneidades.
Acuerdos entre deseos se sostienen en hebras provisorias.
En cada Sí que desea actúan excitaciones y terrores, atrevimientos y controles,
curiosidades y pudores.
A veces, se sienten ganas de decir Sí, pero también se sienten precauciones,
desconfianzas, molestias, expectativas de ternura, memorias de dolor, arrebatos
insumisos, vacilaciones que dudan.
Entonces, las ganas dicen Sí, y enseguida pueden estar diciendo No.
Gramaticales
Quizás un día se declare el
derecho a no ser.
En ese momento prescribirán las sentencias predicativas. No hará falta cargar con
atribuciones que lastiman. No se declarará que alguien es tal cosa. Se admitirán
emotividades que no son, que existen moviéndose, que se afectan afectadas, que hablan
habladas, que se agitan pasajeras.
Fuente:
Percia, Marcelo (2020). Derechos. En Sensibilidades en tiempos de hablas del capital.
Ediciones La Cebra. Buenos Aires, 2020.