Misterio de Dios
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Penal).
MISTERIO
DE DIOS
&DGDYH]PiVSHUVRQDVVHLQWHUHVDQSRUDGTXLULUXQDIRUPDFLyQÀORVy-
ÀFD\WHROyJLFDVHULD\SURIXQGDTXHHQULTXH]FDODSURSLDYLGDFULVWLD-
na y ayude a vivir con coherencia la fe. Esta formación es la base para
desarrollar un apostolado intenso y una amplia labor de evangeliza-
ción en la cultura actual. Los intereses y motivaciones para estudiar la
doctrina cristiana son variados:
• Padres y madres que quieren enriquecer su propia vida cristiana y la
de su familia, cuidando la formación cristiana de sus hijos.
• Catequistas y formadores que quieren adquirir una buena prepara-
ción teológica para transmitirla a otros.
• Futuros profesores de religión en la enseñanza escolar.
• Profesionales de los más variados ámbitos (comunicación, economía,
salud, empresa, educación, etc.) que necesitan una formación adecua-
da para dar respuesta cristiana a los problemas planteados en su pro-
pia vida laboral, social, familiar… o simplemente quienes sienten la
necesidad de mejorar la propia formación cristiana con unos estudios
profundos.
2. Existe una demanda cada vez mayor de material escrito para el estudio
GH GLVFLSOLQDV WHROyJLFDV \ ÀORVyÀFDV (Q PXFKRV FDVRV OD QHFHVLGDG
procede de personas que no pueden acudir a clases presenciales, y bus-
can un método de aprendizaje autónomo, o con la guía de un profesor.
Estas personas requieren un material valioso por su contenido doc-
trinal y que, al mismo tiempo, esté bien preparado desde el punto de
vista didáctico (en muchos casos para un estudio personal).
Con el respaldo académico de la Universidad de Navarra, especial-
mente de sus Facultades Eclesiásticas (Teología, Filosofía y Derecho
Canónico), la Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Educa-
ción y Psicología, esta colección de manuales de estudio pretende
5
responder a esa necesidad de formación cristiana con alta calidad pro-
fesional.
3. Las características de esta colección son:
• Claridad doctrinal, siguiendo las enseñanzas del Magisterio de la Igle-
sia católica.
• Exposición sistemática\SURIHVLRQDOGHODVPDWHULDVWHROyJLFDVÀORVy-
ÀFDV\GHRWUDVFLHQFLDV
• Formato didáctico tratando de hacer asequible el estudio, muchas ve-
ces por cuenta propia, de los contenidos fundamentales de las mate-
rias. En esta línea aparecen en los textos algunos elementos didácti-
FRVWDOHVFRPRHVTXHPDVLQWURGXFFLRQHVVXEUD\DGRVFODVLÀFDFLRQHV
distinción entre contenidos fundamentales y ampliación, bibliografía
DGHFXDGDJXtDGHHVWXGLRDOÀQDOGHFDGDWHPDHWF
PRESENTACIÓN
SUMARIO
1. EL DESEO HUMANO DE DIOS • 2. EL DIOS REVELADO EN JESUCRIS-
TO • 3. DIOS ES TRINIDAD • 3.1. Dios Uno y Trino • 3.2. El misterio de la
Trinidad • 4. EL ESTUDIO TEOLÓGICO SOBRE DIOS • 4.1. El tratado teoló-
gico sobre Dios y su relación con la teología natural • 4.2. La centralidad del mis-
terio de Dios en el quehacer teológico • 5. LA TRINIDAD Y LA VIDA CRISTIANA
1. El deseo humano de Dios 11
Tratar de Dios es tratar de un tema que afecta decisiva y profundamente al
hombre. Y, al mismo tiempo, ahondar en la estructura del ser humano conlle-
va plantearse la pregunta sobre Dios. Las cuestiones sobre Dios y las cuestio-
nes sobre el hombre nunca son separables del todo. La pregunta sobre Dios
está inscrita en el mismo corazón del hombre que ha sido hecho capax Dei,
capaz de Dios. Como se dice en el Catecismo de la Iglesia católica:
©(OGHVHRGH'LRVHVWiLQVFULWRHQHOFRUD]yQGHOKRPEUHSRUTXHHOKRPEUHKD
sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer el hombre hacia sí, y
VRORHQ'LRVHQFRQWUDUiHOKRPEUHODYHUGDG\ODGLFKDTXHQRFHVDGHEXVFDUª
(CEC, n. 27).
Por esta razón, la cuestión del hombre está tan implicada en la cuestión de
Dios, que omitir o negar la cuestión sobre Dios equivale a negar la dimen-
sión trascendente del hombre, dejándolo reducido a pura biología, a mero
SURGXFWRGHOD]DU\GHVFRQRFLHQGRODVDQVLDVGHLQÀQLWRGHVXFRUD]yQ
Sin embargo, es esencial al concepto de Dios su omniperfección, su trascen-
GHQFLDVREUHHOPXQGRVXLQÀQLWXGVXLQHIDELOLGDG. Dios está por encima
de toda palabra y de todo pensamiento; ¿cómo podremos hablar de Él?
&RPRHVFULELyVDQWR7RPiVUHÀULpQGRVHSUHFLVDPHQWHDODLQHIDELOLGDGGLYLQD
©FRPRGH'LRVQRSRGHPRVVDEHUORTXHHVVLQRORTXHQRHVWDPSRFRSRGHPRV
WUDWDU GH 'LRV FyPR HV VLQR FyPR QR HVª 7RPiV GH$TXLQRSuma Teológica I,
q 3., intr.).
/DUD]yQGHHVWDDÀUPDFLyQWDQURWXQGDGHVDQWR7RPiVVHHQFXHQWUDHQHO
hecho de que nosotros conocemos por las imágenes de las cosas, y Dios está
por encima de toda imagen y de todo concepto de Él que pueda elaborar una
PHQWHFUHDGD1RKD\LQWHOLJHQFLDQLLPDJHQTXHSXHGD©FRQWHQHUªD'LRV
Por eso todo lo que decimos de Dios nos parece siempre poco en comparación
de lo que Él es en realidad. Y, si se tiene sentido teológico, nos asalta inme-
diatamente el temor de que lo que decimos de Él, en lugar de descubrirlo lo
oculte, dada la pobreza de nuestras palabras. No solo esto. Si no se extrema
la exactitud en el lenguaje y la prudencia al hablar de Dios, se corre el riesgo
de hablar de un ídolo creado por nuestra fantasía, en vez de hablar del Dios
verdadero, más íntimo a nosotros que nosotros mismos (cfr. Agustín de Hi-
pona, Confesiones I, 2). A pesar de este riesgo, es necesario hablar de ese Dios
TXHDXQTXHQRVWUDVFLHQGHLQÀQLWDPHQWHHVDOPLVPRWLHPSRXQ'LRVYHU-
daderamente cercano, y el fundamento de nuestra existencia. Es necesario
y posible hablar de Dios precisamente por la llamada trascendente que todo
12 hombre lleva inscrita en su corazón, por su vocación de Dios, que le hace ca-
paz de Dios. Y, sobre todo, es posible hablar de Dios, porque el mismo Dios
ha hablado al hombre de Sí mismo.
'LRVKDKDEODGR\KDEODDORVKRPEUHV©PXFKDVYHFHV\GHPXFKDVPDQHUDVª
Ha hablado y habla a través de la creación, que es su obra, y a través del espí-
ULWXKXPDQRKHFKR©DVXLPDJHQ\VHPHMDQ]Dª+DKDEODGRSRUPHGLRGHOD
revelación sobrenatural en el Antiguo Testamento. Se ha dado a conocer de-
ÀQLWLYDPHQWHHQVX+LMR. Ha enviado a su Espíritu para que nos enseñe todo
y nos traiga a la memoria cuanto Cristo nos dijo (cf. Jn 14, 26).
3. Dios es Trinidad
(QODDFWXDOLGDGORVPDQXDOHVGHWHRORJtDSUHÀHUHQHVWXGLDUFRQMXQWDPHQWH
todo el misterio de Dios en vez de dividirlo en dos tratados, como se acos-
tumbraba a hacer: uno dedicado a la unidad de Dios y otro a su trinidad de
Personas. Se protege así, incluso en la forma de estudiar, una de las claves más
importantes para captar la radical novedad del Dios revelado por Jesucristo:
que el misterio de la unidad de naturaleza le pertenece a Dios con tanto ri-
gor como su trinidad de Personas. Unidad y Trinidad constituyen un único y
mismo misterio: el misterio del Dios vivo, tal y como se ha revelado en Cristo.
Dios se reveló primero en su unidad como un ser personal y, al llegar la ple-
nitud de los tiempos, reveló que esa unidad se realiza en el misterio inefable
de la trinidad de Personas. Se trata de un único y mismo misterio: el misterio
de Dios. Es lógico, pues, que su consideración teológica constituye un único y
mismo tratado, estructurado quizás en dos partes por necesidades materiales
de estudio.
Por otra parte, se trata de un misterio que debe ser considerado en una doble
vertiente: la inmanente y la económica©/Dtheologia nos es revelada por la
oikonomia; pero inversamente, es la theologia quien esclarece toda la oikonomia.
Las obras de Dios revelan quién es en Sí mismo, e inversamente, el misterio
de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obrasªQ
Entre teología y economía existe, pues, una relación circular, que no permite se-
SDUDU 7ULQLGDG LQPDQHQWH \ 7ULQLGDG HFRQyPLFD DXQTXH WDPSRFR ODV LGHQWLÀ-
que. Esto lleva consigo no solo la necesidad de dar suma importancia a la teología
de las misiones pues ellas constituyen la clave de la Trinidad económica, sino
también la necesidad de mostrar coherentemente la relación que existe entre el
tratado de Dios y la cristología. En efecto, el Dios del que estamos hablando es
DTXHOTXHVHKDUHYHODGRGHÀQLWLYDPHQWHHQ&ULVWR
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• Teología • Misterio
• Filosofía • Theologia / oikonomia
• Revelación • Unidad de Dios
• Economía de la Salvación • Conocimiento de Dios
• Teología natural • Imagen y semejanza de Dios
• Capax Dei • Salvación
• Trinidad • Dios de los filósofos / Dios de la fe
21
Ejercicio 2. Guía de estudio
Contesta a las siguientes preguntas:
2. Si Dios está por encima de toda palabra y de todo pensamiento, ¿cómo puede
el hombre hablar de Dios?
9. ¿Por qué se dice que la vida cristiana tiene una estructura trinitaria?
El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas.
De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural,
como los de una criatura que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amo-
rosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a
22 la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las
virtudes sobrenaturales!».
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER,
Amigos de Dios, Madrid 1977, n. 306
* * *
«Dios, que “habita una luz inaccesible” (1 Tim 6, 16), habla a la vez al hombre con el
lenguaje de todo el cosmos: “en efecto, desde la creación del mundo, lo invisible de
Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras” (Rom 1, 20). Este
conocimiento indirecto e imperfecto, obra del entendimiento que busca a Dios por
medio de las criaturas a través del mundo visible, no es aún “visión del Padre”. “A Dios
nadie lo ha visto”, escribe San Juan para dar mayor relieve a la verdad, según la cual
“precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer”
(Jn 1, 18). Esta “revelación” manifiesta a Dios en el insondable misterio de su ser –uno y
trino– rodeado de “luz inaccesible” (1 Tim 6 16). No obstante, mediante esta “revelación”
de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre: en su
“filantropía” (Tit 3, 4). Es justamente ahí donde “sus perfecciones invisibles” se hacen de
modo especial “visibles”, incomparablemente más visibles que a través de todas las de-
más “obras realizadas por él”: tales perfecciones se hacen visibles en Cristo y por Cristo,
a través de sus acciones y palabras y, finalmente, mediante su muerte en la cruz y su
resurrección.
De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en
su misericordia, esto es, se pone de relieve el atributo de la divinidad, que ya el Anti-
guo Testamento, sirviéndose de diversos conceptos y términos, definió “misericordia”.
Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la
misericordia divina. No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas,
sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica. El mismo es, en cierto
sentido, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente
“visible” como Padre “rico en misericordia” (Ef 2, 4)».
JUAN PABLO II,
Enc. Dives in misericordia, 30.11.1980, n. 2
* * *
23
«¡Oh Dios mío, Trinidad que adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para es-
tablecerme en Vos, inmóvil y apacible, como si mi alma estuviera ya en la eternidad.
Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, mi Inmutable, sino que cada
momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de vuestro misterio.
Pacificad mi alma: haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, el lugar de
vuestro descanso. Que nunca os deje allí solo sino que permanezca totalmente con
Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a vuestra acción
creadora.
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para vuestro cora-
zón; quisiera cubriros de gloria; quisiera amaros… hasta morir de amor. Pero reconozco
mi impotencia. Por eso pido ser “revestida de Vos mismo”, identificar mi alma con todos
los sentimientos de vuestra alma, sumergirme en Vos, ser invadida por Vos, ser sustitui-
da por Vos para que mi vida sea solamente una irradiación de vuestra Vida. Venid a mí
como Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándoos; quiero ser
un alma atenta siempre a vuestras enseñanzas para aprenderlo todo de Vos. Y luego, a
través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero man-
tener mi mirada fija en Vos y permanecer bajo vuestra luz infinita.
¡Oh mi Astro querido! Fascinadme de tal modo que ya no pueda salir de vuestra irra-
diación divina.
¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Venid a mí para que se realice en mi alma como
una encarnación del Verbo. Quiero ser para Él una humanidad suplementaria donde
renueve todo su misterio.
Y Vos, oh Padre, proteged a vuestra pobre criatura, “cubridla con vuestra sombra”, con-
templad solamente en ella al “Amado en quien habéis puesto todas vuestras compla-
cencias”.
SUMARIO
1. SINGULARIDAD DE LA DOCTRINA VETEROTESTAMENTARIA EN TORNO
A DIOS • 2. LOS NOMBRES DE DIOS • 3. EL MONOTEÍSMO DE ISRAEL •
4. LA NOCIÓN DE CREACIÓN Y SUS IMPLICACIONES EN EL CONCEPTO DE
DIOS • 5. EL CONOCIMIENTO NATURAL DE DIOS • 5.1. El conocimiento na-
tural de Dios en Sabiduría 13, 1-9 • 5.2. El conocimiento natural de Dios en Romanos 1,
18-23 • 5.3. El conocimiento natural de Dios en Hechos 17, 22-29 • 6. LOS
RASGOS DEL DIOS DE LA ALIANZA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO • 6.1. La
omnipotencia de Dios • 6.2. Eternidad y fidelidad de Dios • 6.3. Omnipresen-
cia e inmensidad de Dios • 6.4. Dios lo sabe todo • 6.5. Justicia y misericor-
dia • a. La justicia divina • b. La misericordia y el amor de Dios • 7. LOS
RASGOS DEL DIOS DE LA ALIANZA EN EL NUEVO TESTAMENTO • 7.1. Dios es
único • 7.2. Dios es Señor de cielos y tierra (cf. Mt 11, 25) • 8. LA NOVEDAD
EN LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE DIOS • 9. LA FILIACIÓN DIVINA DE JE-
SÚS DE NAZARET Y EL MISTERIO DE DIOS
1. Singularidad de la doctrina veterotestamentaria 25
en torno a Dios
De entre todos los pueblos de la tierra, Israel se nos presenta con personalidad
~QLFD\VLQJXODUtVLPDHQORTXHVHUHÀHUHDODFXHVWLyQGH'LRVKDVWDHOSXQWR
GHTXHVHSXHGHDÀUPDUTXHlo que da fuerza y unidad al Antiguo Testamen-
WRHVODDÀUPDFLyQGHODVREHUDQtDGH'LRV. Dios está siempre por encima de
todas las cosas y de todos los acontecimientos, y es, además, el fundamento
de toda la creación. Todo cuanto existe fuera de Él, no subsiste más que por
voluntad de Dios.
Según el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel debe su existencia a la li-
bre elección divina; él es el portador de la Promesa mesiánica. En este diálogo
entre Dios y su pueblo –Dios elige y el pueblo responde–, no es el pueblo, ni
siquiera en sus personajes más relevantes, el que tiene la iniciativa, sino que
es Dios quien ha decidido establecer su Alianza con él y la ha llevado a cabo.
Por esta razón, el Antiguo Testamento se nos muestra en todo momento como
una UHYHODWLRLQÀHULXQDUHYHODFLyQTXH©VHHVWiKDFLHQGRªDOFRPSiVGHODV
actuaciones divinas en la historia. Es una revelación progresiva que Dios hace
de su voluntad y de sus designios, y, al hacerla, revela con ella algunos rasgos
de cómo es Él mismo.
El hecho de que Dios tome la iniciativa de realizar una Alianza con el hombre,
le hace un ser universalmente cercano, entrañablemente cercano e íntimo al
hombre. Y sin embargo, esta cercanía no implica ninguna pérdida de su tras-
cendencia:
• Desde los primeros párrafos del libro del Génesis se destaca la distancia
existente entre Dios y el mundo: el mundo ha sido creado por Dios en un
comienzo, en el principio (Gn 1, 1); Dios, en cambio, no tiene ni comienzo
QLÀQ'LRVQLHVWiDOPLVPRQLYHOTXHHOPXQGRQLSXHGHFRQIXQGLUVH
con él.
• Pero esta distinción del mundo QRVLJQLÀFDQLOHMDQtDQLDXVHQFLD. Muy
al contrario, el Dios que se revela a Israel es un Dios íntimamente relacio-
nado con el mundo, con el hombre y con su historia.
Es cercano y, al mismo tiempo, soberanamente libre: es un Dios que nunca
puede ser manipulado o apresado por el hombre, ni siquiera por el pueblo
elegido. Más aún –y esto es de extrema importancia–, a pesar de ser el Dios de
ORV©SDGUHVªFI([QXQFDVHOHLGHQWLÀFDFRQHOFODQRFRQHOSXHEORVLQR
que es el Dios de todos los hombres y de toda la creación.
26 Conviene insistir en que la Alianza constituye el horizonte en que se desarro-
lla toda la doctrina veterotestamentaria sobre Dios y es la clave para enten-
derla en sus justas proporciones. Si la Biblia habla de la creación del mundo o
GHODKLVWRULDGHORVRUtJHQHVQRORKDFHSRU©FXULRVLGDGªKDFLDHORULJHQGHO
mundo o el origen del hombre, sino porque tanto la creación del mundo como
la historia de los orígenes de la humanidad, especialmente el comportamiento
de Adán y Eva en el exordio de la historia, están relacionados con la Alianza.
También hasta los seres inanimados llega la bendición de los tiempos mesiáni-
FRVFI*Q-UFX\DÀQDOLGDG~OWLPDHVODVDOYDFLyQGHODKXPD-
nidad, comenzando por Israel. Cuando san Pablo hable de la salvación otor-
gada en Cristo, recogiendo esta teología, también tendrá presente a la criatura
PDWHULDOTXHJLPHFRQJHPLGRVGHSDUWR©HVSHUDQGRODPDQLIHVWDFLyQGHORV
KLMRVGH'LRVª5P(QHIHFWRWDPELpQHOOD²ODFULDWXUDPDWHULDO²KD
sido creada con vistas a Cristo (cf. Col 1, 16).
Al hablar de la creación, se suele hacer notar que el pensamiento griego tiene
como interés central conseguir una comprensión racional del mundo buscando
un principio unitario del universo. La atención de Israel sobre el origen del mun-
do no tiene este interés. La primitiva confesión israelita de fe en Yahvé, que sacó
a Israel de Egipto, fue completándose hasta convertirse en la historia multisecu-
lar de los pactos: el pacto sinaítico en que medió Moisés; y antes los pactos con
Abraham y con el mismo Noé. La revelación histórica activa de Yahvé, la misma
revelación que había dado lugar a la alianza, se anticipó para la fe de Israel, hasta
la acción divina original de la creación del mundo; la misma creación quedó así
vinculada como presupuesto de los acontecimientos que reciben el nombre de
©$OLDQ]Dª
Esta es la razón de que la Biblia comience con lo que podría llamarse un pró-
logo de once capítulos –Génesis 1-11–, en que se narra la creación del mundo
y el comienzo de la historia humana. Aparece claro ya desde esas primeras
páginas que el principal dilema de la historia es la aceptación o el rechazo de
Dios por parte del hombre, es decir, que el centro de la historia es la relación
del hombre con Dios:
• Por parte de Dios, esta relación es descrita como acercamiento, llamada,
elección. Así se ve, por ejemplo, en la alianza con Noé (cf. Gn 9, 9-17) y
FRQ$EUDKDPFI*Q\VHSRQHHVSHFLDOPHQWHGHPDQLÀHVWRHQOD
Alianza establecida en el Sinaí (cf. Ex 19–24).
• Por parte del hombre, esta relación es descrita muchas veces como el
rechazo de la oferta divina y, otras veces, como el arrepentimiento y la
vuelta.
• Pero siempre, tanto la relación de Dios con el hombre como la relación del 27
hombre con Dios es presentada como una relación existente entre per-
sonas.
La enseñanza bíblica en torno a Dios excluye además la idea, ampliamente ex-
tendida entre los pueblos vecinos de Israel, de que existe una relación natural
entre el dios nacional y sus adoradores, sea una especie de parentesco de san-
gre, sea una vinculación con el país, que ligue al dios con sus habitantes. Esta
radical diferencia refuerza cuanto venimos diciendo acerca de la singularidad
de la enseñanza bíblica sobre Dios.
$GHPiVHOKHFKRGHTXH'LRVVHPDQLÀHVWHVLHPSUHFRPRAquel que ha to-
mado la iniciativa de la Alianza, hace que la religión de Israel lleve el sello
GLVWLQWLYRGH©ODHOHFFLyQªGH©ODYRFDFLyQª(VWHUDVJRGLVWLQJXHGHÀQLWLYD-
mente la religión de Israel de las religiones naturales.
Las cualidades que acompañan el nombre de Dios muestran hasta qué punto,
en el pensamiento bíblico, HO QRPEUH VH LGHQWLÀFD FRQ 'LRV PLVPR. Baste
UHFRUGDUHVWDVDÀUPDFLRQHVHOQRPEUHGH'LRVHV©VDQWRª6DO©JUDQGH
\WHUULEOHª0O\©LQFRPXQLFDEOHªHVGHFLUQRFRQYLHQHDQLQJ~Q
otro, sino solamente a Dios (Sb 14, 21). El nombre de Dios es poderoso: es en
nombre de Dios como hablan los profetas (cf. Dt 18, 19; Jos 9, 9; Mt 7, 22; Lc 24,
47). Incluso nuestro Señor Jesucristo no habla más que en nombre de su Padre
(cf. Jn 5, 43; 10, 25).
• El nombre propio del Dios de Israel es el de Yahvé, aunque hay otras
formas complementarias de designarle. Entre estas se encuentran El
Sadday, Dios omnipotente (Gn 17, 1; 28, 3; Ex 6, 3); El Elyon, Dios Altísimo
(Gn 14, 18-22), Adonai, Señor (Jdt, 16, 16). El Antiguo Testamento utiliza
también el término Elohim para designar a Dios. Es un nombre que se
encuentra aplicado tanto al Dios verdadero como a los dioses falsos; pero
casi siempre se utiliza para designar al Dios verdadero y en este caso
YLHQHSUHFLVDGRGHGLYHUVDVIRUPDVFRQXQDUWtFXOR©<DKYpHVHOYHUGD-
GHUR(ORKLPª'WRFRQXQFRPSOHPHQWR©HO(ORKLPGH$EUDKDPª
Gn 24, 24).
• Yahvé consta de cuatro letras: <+:+. Las nociones de santidad, trascen-
dencia, unicidad y poder salvador están unidas indisolublemente a este
nombre como atributos propios y exclusivos de él. En los ambientes ju-
díos, la denominación «el Señor» se convierte en sinónimo de Yahvé.
Jehová es una falsa pronunciación del nombre de Yahvé, que pudo ser introducida
hacia el año 110 después de Cristo por los masoretas, que vocalizaron el nombre
de YHWH, hasta entonces transcrito sin vocales.
(VOyJLFRHQWHQGHUHOVLJQLÀFDGRGHODVSDODEUDV©\RVR\HOTXHVR\ªDODOX]GH
fórmulas análogasSXHVWDVHQERFDGH'LRV©<RGLJRORTXHGLJRª(]
©\RKDJRJUDFLDDTXLHQKDJRJUDFLDª([Estas expresiones insisten
HQODUHDOLGDGGHODVREHUDQDH[LVWHQFLDGH'LRVRPiVELHQHQODHÀFDFLD
de su palabra y de su gracia. Esto es aún más claro si se sigue directamente
la lectura del texto hebreo, que da margen a una mayor amplitud que la de la
traducción de los LXX o la de san Jerónimo, puesto que el texto hebreo admite
VHUOHtGRWDPELpQHQIXWXUR©<RVHUpHOTXHVHUpªLa fórmula «Yo soy el que
VR\ª H[SUHVD SXHV XQD H[LVWHQFLD TXH VH PDQLÀHVWD DFWLYDPHQWH XQ VHU
HÀFD] Él puede enviar a una misión arriesgada, porque su poder acompaña
al que envía. Téngase presente que, según el contexto de Éxodo 3, 14, el nom-
EUHTXH'LRVGDGHVtPLVPRGHEHMXVWLÀFDUODPLVLyQGH0RLVpVHQFDUJDGR
de la liberación de Israel, y, por tanto, es lógico que el nombre con el que se
revela –Yahvé²VLJQLÀTXHGHXQDIRUPDXRWUDODHÀFDFLDGHODD\XGDGLYLQD
yo estaré contigo.
30 6REUHHOVLJQLÀFDGRGHYahvé se han propuesto muchísimas soluciones que quizá
no se excluyan unas a otras. Las más importantes son las siguientes:
a. Dios en este episodio contesta con una evasiva, para evitar que aquellos anti-
guos, contagiados de ritos mágicos, pensaran que conociendo el sentido del
QRPEUHWXYLHUDQSRGHUVREUHODGLYLQLGDG6HJ~QHVWDKLSyWHVLV©6R\HOTXH
VR\ª HTXLYDOGUtD D ©6R\ HO TXH QR SRGpLV FRQRFHUª ©(O LQQRPEUDEOHª (VWD
solución subraya la transcendencia de Dios.
E 'LRVPDQLIHVWyPiVELHQVXSURSLDQDWXUDOH]DGHVHUVXEVLVWHQWH©6R\HOTXH
VR\ªVLJQLÀFDHOTXHHVSRUVtPLVPRHOVHUDEVROXWR(OQRPEUHGLYLQRLQGLFD
al que es por esencia, a aquel cuya esencia es ser. Dios dice que Él es y con qué
nombre se le ha de llamar. Dicha explicación aparece frecuentemente en la
interpretación cristiana.
c. Basándose en que Yahvé es una forma causativa del antiguo verbo hwh (ser),
'LRVVHPRVWUDUtDFRPR©HOTXHKDFHVHUªHOFUHDGRU1RWDQWRHQVXVHQWLGR
más amplio, como creador del universo, sino sobre todo, en concreto: el que da
el ser al pueblo y está siempre con él.
3. El monoteísmo de Israel
'LRVHVHQOD%LEOLDODUHDOLGDGVXSUHPD\WRWDOODSULPHUD\VXPDFHUWH-
za a la que está subordinada toda la visión del mundo'LRVHVHO,QÀQLWR
de quien el israelita sabe que existe, que vive y que obra, porque interviene
en su historia. Baste recordar la elección de Abraham o la larga experiencia
del Éxodo. Esta es la razón de que los escritores sagrados no se preocupen
de demostrar la existencia Dios; ellos consideran que la realidad de Dios se
impone por sí misma, pues VHPDQLÀHVWDFRQIUHFXHQFLDHQVXLQWHUYHQFLyQ
en el acontecer histórico. Para los escritores sagrados, esta manifestación es
el más seguro de los hechos. También el mundo les resultaba un obvio lugar
de encuentro con Dios, como si las cosas fuesen transparentes para mostrar el
fundamento –Dios– del que reciben el ser. Según la Biblia, el fuego y el grani-
zo, la nieve y la niebla, el viento, las montañas y las colinas: todas las criaturas
hablan de Dios; todas le alaban y ensalzan.
• La existencia de Dios nunca aparece puesta en tela de juicio.
• /DDÀUPDFLyQGH'LRVWDPSRFRHVSUHVHQWDGDFRPRHOUHVXOWDGRGHXQD
GHPRVWUDFLyQÀORVyÀFD
• (QOD6DJUDGD(VFULWXUDODH[LVWHQFLDGH'LRVVHPDQLÀHVWDFRQWDOQLWLGH]
que se la concibe como el hecho fundamental cuya negación ni siquiera
parece concebible.
En la Biblia es patente la convicción de que el Dios de la Alianza, que con
tanta claridad ha intervenido en los acontecimientos del pueblo de Israel, no
ha podido ser inventado por el hombreQLKDSRGLGRVHU©KHFKRªSRUHVWH
Los ídolos sí que han sido hechos a su medida por los hombres. En la historia
judía, la tentación permanente no es el ateísmo, sino la idolatría. La tentación
del pueblo no es dejar de creer en Dios, sino vivir como si Él no existiera.
• Cuando la Biblia habla de «conocer» a DiosVHHVWiUHÀULHQGRFDVLVLHP-
pre a «reconocerlo» como suprema norma de vida, sometiéndose a sus
exigencias (cf. Dt 11, 2-8; Is 41, 20; Os 11, 3) y, por supuesto, a reconocerlo
como el Dios único, con exclusión de cualquier ídolo (cf. Is 43, 10; 44, 8;
45, 5-6; Sb 13, 1-9). A través de los profetas, Dios exige paladinamente ser
UHFRQRFLGRFRPRHO~QLFR'LRV©1RUHFRQRFHUiVDRWUR'LRVIXHUDGHPtª 35
(Os 13, 4; cf. Sal 9, 11); lo mismo que ya se exigía en el Decálogo (cf. Ex
20, 1-2).
• En todos estos lugares de la Sagrada Escritura, «reconocer» a Dios no es
otra cosa que honrarlo con una conducta de obediencia a su voluntad.
No se puede considerar el acto cognoscitivo e intelectual de aceptar la exis-
tencia de Dios separándolo de sus consecuencias morales. Así se dice de
ORVKLMRVGH+HOtSHUYHUVRVHQVXFRQGXFWD©1RFRQRFtDQD<DKYpª6
HVGHFLUQRUHFRQRFtDQVXVGHUHFKRVLQDOLHQDEOHVHQORVVDFULÀFLRV
y ofrendas que se presentaban en el santuario de Silo. Jeremías declarará
PiVWDUGHDFHUFDGHORVVDFHUGRWHVGHVDSUHQVLYRV©/RVGHSRVLWDULRVGHOD
OH\PHGHVFRQRFLHURQª-U
• Paralelamente al hecho de dar por supuesta la existencia de Dios, la Sagra-
da Escritura llama la atención sobre la responsabilidad del hombre en la
aceptación o rechazo de Yahvé, es decir, en su reconocimiento. Cuando
en los Salmos 13, 1 y 52, 1 se presenta al insensato diciendo que Dios no
H[LVWHGHORTXHVHHVWiKDEODQGRQRHVGH©DWHRVªHQHOVHQWLGRPRGHUQR
de la expresión, sino de hombres corrompidos que no buscan a Dios, y
actúan como si Él no existiese, pensando que Él no se ocupa de la justicia
en la tierra, que no ve cómo oprimen al huérfano y a la viuda. Se les llama
DWHRVSXHVDFW~DQFRQXQ©DWHtVPRSUiFWLFRª
&XDQGRHOVDOPLVWDSRQHHQERFDGHOLPStRODIUDVHGHVSHFWLYD©1RKD\'LRVª
(Sal 13, 1), no está pensando en un ateísmo teórico, sino en un ateísmo ético, en
XQDWHtVPRSUiFWLFRVHHVWiUHÀULHQGRDODDFWLWXGGHDTXHOORVTXHTXLHUHQFRQGX-
cirse en la vida como si Dios no se preocupara de las acciones humanas –no hace
bien ni mal (Sof 1, 12)– ni castigase la impiedad.
• 6LpOFULWLFDDORVÀOyVRIRVQRHVSRUVXFDPLQDULQWHOHFWXDOVLQRSRUTXHHVWH
caminar, que les ha llevado a descubrir la existencia de Dios, debiera ha-
berles llevado un poco más allá: debiera haberles llevado a descubrir algo
de la verdadera naturaleza de Dios. Sobre todo, debiera haberles llevado
a descubrir a un Dios superior al mundo en vez de confundirlo con las
fuerzas elementales del mundo, divinizándolas.
• Por otra parte –y esto tiene una importancia de primer orden–, este pasaje
presenta el camino analógico como una vía de acceso, segura y univer-
VDODORGLYLQREs la primera vez que esta expresión aparece en la Sagrada
Escritura y constituye la clave en que se apoya el razonamiento de todo el
SDVDMHVLORVÀOyVRIRVKXELHVHQOOHYDGRKDVWDVXV~OWLPDVFRQVHFXHQFLDVOD
analogía habrían evitado extraviarse al hablar de la naturaleza de Dios. El
raciocinio que se utiliza aquí es lineal y sencillo: son vanos aquellos hom-
bres que no saben leer en toda su profundidad el libro de la creación y,
por esta razón, no le conocen. Se trata de unos hombres que no se sienten
interpelados por la armonía del mundo, que, prendados de tanta belleza,
quedan atrapados en ella y no sienten la urgencia de buscar a su Autor.
• El pasaje concluye con un juicio moral sobre este «desconocimiento» del
&UHDGRU Quienes no aciertan a leer bien el libro de la creación son más
excusables que aquellos que ni siquiera intentan leer, aunque tampoco son
excusables del todo. No aciertan a leer correctamente el mundo, precisa-
mente porque, en vez de considerarlo como punto de referencia, quedan
fascinados por la belleza y el poder de los elementos del mundo hasta tal
punto de que renuncian ya a toda ulterior investigación. Por esta razón
tampoco son excusables del todo.
• Este convencimiento es el marco en que se sitúan las DÀUPDFLRQHVSDXOL-
nas en torno al conocimiento natural de Dios, en especial, el comienzo de
38 la Carta a los Romanos (Rm 1, 18-23) y el discurso en el Areópago (Hch 17,
22-29).
(OFRQWH[WRHQTXHHVWiVLWXDGRHVWHSDVDMHHVODDÀUPDFLyQGHODDEVROXWD\
universal necesidad que todos los hombres tienen del perdón de Dios y, en
consecuencia, la absoluta y universal necesidad de un Salvador. Todos, judíos
y gentiles, argumenta san Pablo, han pecado; todos están privados de la gloria
de Dios y, por tanto, todos están necesitados de salvación. En este contexto,
precisamente al describir el ambiente generalizado de pecado en que está in-
merso el mundo pagano, es cuando san Pablo realiza un convencido diagnós-
tico: este desastre moral es el resultado de no haber sabido reconocer a Dios a
través de su creación. He aquí el pasaje paulino:
©6HUHYHODHQHIHFWRODLUDGH'LRVGHVGHHOFLHORVREUHWRGDLPSLHGDGHLQMXVWLFLD
de los hombres que tienen la verdad aprisionada en (su) injusticia; pues lo que
VHSXHGHFRQRFHUGH'LRVHVPDQLÀHVWRHQWUHHOORV\DTXH'LRVVHORKDUHYH-
lado. En efecto, las perfecciones invisibles de Dios, a saber: su eterno poder y
su divinidad, se han hecho visibles a la inteligencia, después de la creación del
mundo, a través de las cosas creadas, de modo que son inexcusables, porque
KDELHQGR FRQRFLGR D 'LRV QR OH JORULÀFDURQ FRPR 'LRV QL OH GLHURQ JUDFLDV
sino que se envanecieron en sus razonamientos y se oscureció su insensato co-
razón: presumiendo de sabios se hicieron necios y llegaron a transferir la gloria
del Dios incorruptible a imágenes que representan al hombre corruptible, y a
ÀJXUDVGHDYHVGHFXDGU~SHGRV\GHUHSWLOHV3RUHVR'LRVORVDEDQGRQyDORV
malos deseos de sus corazones, a la impureza con que entre ellos deshonran
sus propios cuerpos, pues cambiaron la verdad de Dios por la mentira y dieron
culto y adoraron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos.
$PpQª (Rm 1, 18-25).
Este pasaje es un eco del iter argumentativo que acabamos de ver en Sabiduría
13, 1-9:
• (O'LRVLQYLVLEOHVHPDQLÀHVWDDOKRPEUHDWUDYpVGHVXVREUDV
• HOLWLQHUDULRPHQWDOGHORVÀOyVRIRVGHEHUtDKDEHUFRQFOXLGRHQHO+DFHGRU
del mundo y, sin embargo, se ha desviado hasta la divinización de las co-
sas creadas;
/DRPQLSRWHQFLDGLYLQDVHPDQLÀHVWDHQWRGRORTXH'LRVKDFH\ORDEDUFD
todo: la creación, el gobierno de los pueblos, los juicios sobre los hombres, es
decir, comprende todo lo concerniente a la naturaleza y a la historia. Se trata
de un poder que se ejerce con sabiduría, gobernándolo todo fortiter et suaviter,
con fortaleza y suavidad (cf. Sb 8, 1). Es Dios con su poder el que hace fecunda
a Sara (Gn 18, 14), y el que después concederá a María una maternidad virgi-
QDO/FeOGDODYLGD\ODPXHUWHODVDOXG\ODHQIHUPHGDG©9HGDKRUD
que yo, solo yo soy, y que no hay otro Dios junto a mí. Yo doy la muerte y doy
ODYLGDKLHUR\R\VDQR\RPLVPR\QRKD\TXLHQVHOLEUHGHPLPDQRª'W
32, 39; cf. Os 13, 14; Is 66, 9). Incluso los corazones de los hombres están en sus
PDQRV©£6HxRU6HxRU5H\RPQLSRWHQWH7RGRHVWiVRPHWLGRDWXSRGHU\QR
hay quien pueda resistir tu voluntad si has decidido salvar a Israel. Tú hiciste
el cielo y la tierra y cuantas maravillas existen bajo el cielo. Eres Señor de todo,
\QDGLHSXHGHUHVLVWLUDWXPDMHVWDGª(VW
En el Antiguo Testamento la omnipotencia divina es designada especial-
PHQWHFRQODVÀJXUDVGHO©SRGHUGHODSDODEUDªTXH'LRVSURQXQFLD, tanto
con respecto a la creación (Gn 1, 1-2; Sal 148, 5), como con respecto a la historia
FI,V©del poder del brazo o de la mano de Yahvé», que se extiende a
todo (cf. Ex 15, 6; 32, 11; Sal 44, 2-4; Is 53, 1); del «hálito o espíritu de Yahvé»
que lo alcanza todo (cf. Gn 1, 2), y por el que se hizo el cielo y la tierra (cf. Sal
33, 6), con el que destruyó a los egipcios (Ex 15, 10).
(QHO1XHYR7HVWDPHQWRVHVLJXHDÀUPDQGRODWRWDORPQLSRWHQFLDGLYLQD 43
recogiendo toda esta doctrina. No hay nada imposible para Dios (cf. Lc 1, 37).
6XSRGHUVHPDQLÀHVWDHVSHFLDOPHQWHHQODFXUDFLyQGHORVHQIHUPRV\HQOD
VDQWLÀFDFLyQGHORVSHFDGRUHVFI0W0FTXHUHDOL]D&ULV-
to con la autoridad que ha recibido de su Padre (cf. Jn 5, 19-22). Ese poder se
PDQLÀHVWDHQXQDIRUPDTXHSDUHFHLPSRWHQFLDFRQIRUPHDO©GHVSRMDPLHQWRª
de que se habla en Filipenses 2, 7. Cristo realiza la redención también con el
poder de su palabra (cf. Mc 2, 1-12). El hombre está en manos de Dios como
el barro en manos del alfarero. Nadie puede resistir a la voluntad de Dios (cf.
Rm 9, 1423).
Dios conoce lo pasado, lo presente, lo futuro. Conoce a los seres que han sali-
do de su mano hasta en su intimidad más profunda. En la Sagrada Escritura,
ODDÀUPDFLyQGHODomniscienciaGLYLQDHVD~QPiVH[SOtFLWDTXHODDÀUPDFLyQ
de la omnipresencia:
• Desde los textos más antiguos se enseña que Dios conoce el futuro (cf.,
por ejemplo, Gn 25, 22; Ex 18, 15; Nm 27, 21; Jos 9, 14; Jc 1, 1; 18, 5; 1 S 9, 9;
10, 22).
• 'LRVFRQRFHORTXHVXFHGHHQWRGDVSDUWHV©/RVRMRVGH<DKYpHVWiQHQ
WRGROXJDUREVHUYDQGRDORVPDORV\DORVEXHQRVª3U<DKYpQR
ignora nada de cuanto ocurre en la tierra (cf. Jb 28, 2; Za 4, 10).
48 • Los ojos de Yahvé penetran hasta en el sheol (cf. Pr 15, 11; Jb 26, 6) y en los
corazones de los hombres (cf. Pr 15, 11; Sal 11, 4; 33, 15). Dios conoce los
pensamientos humanos (cf. Sal 84, 1-2), las secretas intenciones (cf. Sal 139,
1-4) y los planes secretos (cf. Sal 44, 22; 139, 2). El conocimiento de Dios
penetra hasta los riñones y el corazón del hombre (cf. Jr 11, 20; 17, 10).
Como sucedía con la omnipresencia, también la omnisciencia divina se en-
FXHQWUDH[SUHVDGDHQOD%LEOLDHQHVWUHFKDUHODFLyQFRQHOKHFKRGHTXH'LRV
es el creador de todo©(OTXHIRUPyVXFRUD]yQHVFUXWDWRGRVXREUDUª6DO
3RUHVRVHUH]DHQHO6DOPR©7XKDVIRUPDGRPLVULxRQHV7~PHWHMLVWH
en el seno de mi madre (…) Del todo conoces mi alma. Mis huesos no te eran
ocultos cuando fui modelado en secreto (…) Ya vieron tus ojos mis obras, que
están escritas todas en tu libro. Estaban mis días determinados cuando aún no
H[LVWtDQLQJXQRGHHOORVª6DO<'LRVGLFHD-HUHPtDVHQHOHSLVRGLR
GH VX YRFDFLyQ ©<D DQWHV GH KDEHUWH IRUPDGR \R HQ HO VHQR PDWHUQR \R WH
FRQRFtDª-U
(VSHFLDOpQIDVLVVHSRQHHQODDÀUPDFLyQGHTXHDios conoce desde siempre
todos los acontecimientos futuros, tanto los de los hombres en singular (cf.
Sal 139, 15-16) como los de los pueblos (cf. Am 3, 7; Is 5, 19; 14, 26; 19, 17). De
hecho, el carisma profético se fundamenta en este conocimiento divino del fu-
turo: el profeta conoce esos acontecimientos porque Dios se los ha hecho ver:
©¢4XLpQSUHGLMRHVWDVFRVDVGHVGHKDFHPXFKRWLHPSRTXLpQGHVGHPXFKR
WLHPSRDQWHVODVDQXQFLy"¢1RVR\\R<DKYpHO~QLFR\QDGLHPiVTXH\R"ª
(Is 45, 21; cf. Is 41, 23).
Dios, pues, posee la sabiduría en toda plenitud. A esta cualidad divina se
UHÀHUH\DHOOLEURGHO*pQHVLVDOVXSRQHUOHSRVHHGRUGHODFLHQFLDGHOELHQ\
del mal (cf. Gn 2, 17; 3, 5). La sabiduría es una de las cualidades divinas cons-
tantemente alabadas por la Sagrada Escritura (cf. Is 28, 29; 31, 2; 40, 13-14; Dn
2, 20-23; Jb 9, 4. 11, 6-8). La sabiduría de Dios es insondable (cf. Is 40, 28; Jb 11,
6-9; Sal 92, 6; 139, 17-18), que Dios no ha recibido de nadie (cf. Is 40, 1314), y
TXHVREUHSDVDWRGRVORVFiOFXORVKXPDQRV©3RUTXHQRVRQPLVSHQVDPLHQ-
tos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice Yahvé.
Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto más están mis caminos por
HQFLPDGHORVYXHVWURV\PLVSHQVDPLHQWRVSRUHQFLPDGHORVYXHVWURVª,V
55, 8-9).
• En el Nuevo Testamento, este pensamiento de que la sabiduría de Dios
está muy por encima de la sabiduría de los hombres encuentra una for-
mulación radical en la teología de la Cruz. La sabiduría de Dios, no ha
sido recibida por la sabiduría de los hombres (cf. Rm 1, 21-23); por esta ra- 49
zón la sabiduría de los hombres ha sido rechazada por Dios, y la sabiduría
GLYLQDVHPDQLÀHVWDDKRUDHQOD&UX]GH&ULVWRGHXQPRGRFODURHLQHID-
ble: es locura para los griegos, escándalo para los judíos, pero es poder y
salvación para el que cree (cf. 1 Co 1, 2; 3, 19-20; 2 Co 1, 12; cf. M. Schmaus,
Teología dogmática I, Madrid 1960, 576).
En el Antiguo Testamento se insiste en que la sabiduría de Dios se encuentra
presente en todas sus obras: en la Ley (cf. Dt 4, 5-6; Sal 19, 8), en la creación y
en el gobierno del mundo (cf. Gn 1, 10; 1, 31; Jb 36–37; Sal 8; Pr 3, 19-20; 22, 31;
Sb 7, 22-27). Si los hombres alcanzan la sabiduría es porque la reciben de Dios
(cf. Jb 32, 8; Sb 7, 7; 9, 17).
En la literatura sapiencial (cf. Sb 7, 21-27; Eclo 1, 1-10; Pr 8, 22-31) la sabidu-
ría de Yahvé –que le acompaña en todas su obras como atributo creador y
ordenador del universo– aparece descrita con rasgos tan fuertes y persona-
les –con una personalización tan inconfundible–, que HVWD©SHUVRQLÀFDFLyQ
poética» parece algunas veces apuntar hacia una verdadera hipóstasis, pre-
OXGLDQGRDVtODSHUVRQLÀFDFLyQGHOLogos en san Juan.
Entre los atributos morales con que el Antiguo Testamento describe a Dios,
VHGHVWDFDQORVGHYHUGDGMXVWLFLDÀGHOLGDG\DPRU. Más tarde, en el Nuevo
Testamento, se dirá con frase rotunda que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) como el
UDVJRTXHUHVXPHDWRGRVORVDWULEXWRVGLYLQRV'HKHFKRWRGRVHVWRVFDOLÀFD-
tivos en torno a la bondad de Dios aparecen tan relacionados entre sí, que es
GLItFLODWULEXLUDFDGDXQRXQDVLJQLÀFDFLyQDGHFXDGDPHQWHGLVWLQWDSHUIHFWD-
mente delimitada.
Así, por ejemplo, con la verdad GH'LRVVHVLJQLÀFDIUHFXHQWHPHQWHVXÀGH-
lidad y su lealtad'LRVHVYHUGDGHURSXHVQXQFDPLHQWHHVVLHPSUHÀHODVX
Alianza. /DÀGHOLGDG, a su vez, suele ir unida a la bondad, y se recalca que
HQHOREUDUGH'LRVHVWiQVLHPSUHXQLGRVVXÀGHOLGDGDOD$OLDQ]DFRQVXEH-
nevolencia hacia los hombres. La bondadVXHOHLUXQLGDDODÀGHOLGDG\VREUH
todo, a la misericordia.
&RPRHQHO$QWLJXR7HVWDPHQWRODSURFODPDFLyQGH'HXWHURQRPLR²©(V-
cucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu
'LRVFRQWRGRWXFRUD]yQ«ª²DODTXHVHUHPLWH-HV~VFI0FFRQV-
tituye la columna vertebral de la enseñanza neotestamentaria sobre Dios. En
los escritos del Nuevo Testamento, se hace repetida profesión de fe en un
solo Dios (cf. 1 Co 8, 4-6; Ef 4, 6; 1 Tm 2, 5; Rm 3, 30). Los escritores del Nuevo
Testamento rechazan cualquier idolatría con la misma fuerza que los profetas
del Antiguo Testamento (cf. Rm 1, 18; Ef 4, 17-24; 1 P /DDÀUPDFLyQGHOD
unicidad de Dios es tema en las doxologías y en los primeros himnos cristia-
nos (cf. 1 Tm 1, 17; 6, 15-16; Rm 16, 27; Ap 7, 10-12).
(O1XHYR7HVWDPHQWRFRQVWLWX\HXQDLQHTXtYRFDDÀUPDFLyQGHOPRQRWHtV-
mo tanto en su aspecto teórico como de sus implicaciones éticas. Solo a Dios
56 se ha de adorar (cf. Mt 4, 10). El primer mandamiento es amar a Dios con todo
HOFRUD]yQFRQWRGDHODOPD\FRQWRGDVODVIXHU]DVSHURHOVHJXQGRHV©VH-
PHMDQWHªDOSULPHURFI0FSXHVHODPRUDOSUyMLPREURWDGHODPRU
al Dios único.
• Esta unidad entre Padre e Hijo es tan fuerte que se describe como ser los
dos «una sola cosa»:©(O3DGUH\\RVRPRVXQDVRODFRVD«(O3DGUHHVWi
HQPt\\RHQHO3DGUHª-Q7DPELpQHQVDQ-XDQ&ULVWRQRVH
OLPLWDDOODPDU3DGUHD'LRVVLQRTXHDÀUPDVHUXQDFRVDFRQHO3DGUHHV
decir, que su ser de Hijo de Dios es el mismo ser de Dios.
En dependencia de esta forma nueva con que Jesús llama Padre suyo a Dios,
se encuentra la fuerza y el realismo con que Jesús proclama que Dios es Padre
de todos los hombres*UDFLDVD&ULVWR©QRVDWUHYHPRVªDOODPDUD'LRV3DGUH
nuestro. Cuando los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar, Nuestro
Señor lo primero que les enseña es a llamar Padre a Dios: Padre nuestro, que
estás en los cielos (Mt 6, 9).
De ahí que se diga que, en su predicación sobre Dios, Jesús de Nazaret lle-
va a plenitud la enseñanza veterotestamentaria sobre los atributos divinos.
Así se ve con especial claridad a la hora de tratar de la bondad de Dios. Jesús
revela en su propia Persona la bondad del Padre. En Cristo, Hijo natural del
Padre, se revela el amor del Padre hacia aquellos que predestinó a hacerse
conformes a su Hijo (cf. Col 1, 13-21). La misma actuación de Jesús es trans-
parencia del amor universal de Dios Padre a todos los hombres. Su trato con
pecadores y publicanos para perdonarles y acogerles es el signo visible del
abrazo amoroso de Dios, abierto a todos los hombres como Padre (Mc 2, 17).
La originalidad con que Jesús llama abbá suyo a Dios está indisolublemente
unida a su enseñanza sobre la vida trinitaria. Pero esta confesión de fe trini-
taria tiene lugar dentro de la más estricta confesión de fe en un Dios único.
El cristianismo primitivo siente una gran repugnancia por las apoteosis (del
JULHJRGHLÀFDFLyQVLJQLÀFDODFRQFHVLyQGHODGLJQLGDGGLYLQDDORVKpURHV
WDQ FRUULHQWHV HQ HO SDJDQLVPR GH HQWRQFHV /D ÀOLDFLyQ GLYLQD GH -HV~V HO
Cristo, no es resultado de una apoteosis. En la enseñanza cristiana no se da una
©GLYLQL]DFLyQªGHOKRPEUH-HV~VVLQRXQDDXWpQWLFD©HQFDUQDFLyQªGHOLogos.
Esta radical novedad brota de una nueva revelación que, en cierto sentido,
VXSHUD LQÀQLWDPHQWH WRGDV ODV UHYHODFLRQHV DQWHULRUHV. Dios se ha revela-
GRSHUVRQDOPHQWHHQ&ULVWRHQHO+LMR©(QPXFKDVRFDVLRQHV\GHPXFKRV 59
modos habló Dios antiguamente a nuestros padres mediante los profetas. En
estos últimos días nos habló por el Hijo, al que nombró heredero de todas las
FRVDVSRUPHGLRGHOFXDOFUHyWDPELpQORVPXQGRV\ORVWLHPSRVª+E
• Este texto de Hebreos muestra la continuidad entre los dos Testamentos
(es el mismo Dios el que ha hablado en las diversas épocas), pero, al mis-
mo tiempo, recalca una radical novedad con respecto al Antiguo: en el
Nuevo Testamento, Dios no solo ha dicho palabras sobre Sí mismo, sino
que ha enviado a su Palabra hecha carne. Esta Palabra es su Hijo Unigéni-
to, engendrado por Él antes de todos los siglos y que ha convivido con los
KRPEUHV6HWUDWDGHXQDDÀUPDFLyQIXQGDPHQWDOHQHO1XHYR7HVWDPHQ-
WR\TXH1XHVWUR6HxRUIRUPXODFRQWRGDFODULGDG©(OTXHPHKDYLVWRD
Pt²GLFHD)HOLSH²KDYLVWRDO3DGUHª-Q/DDÀUPDFLyQHVGHXQD
gran densidad: Toda la vida de Cristo, el mismo Cristo, es revelación y, en
FLHUWRVHQWLGR©YLVLELOLGDGªGHO3DGUHSXHVHO+LMRHVHOUHVSODQGRUGHOD
gloria y la impronta de la sustancia del Padre (cf. Hb 1, 3) (cf. CEC, n. 516).
Aquí, HQHOFDUiFWHUÀOLDOGH-HV~VVHHQFXHQWUDORPiVIXQGDPHQWDO\QRYH-
doso de la doctrina sobre Dios en el Nuevo TestamentoSXHVVHDÀUPDTXH
H[LVWHHQ'LRVSDWHUQLGDG\ÀOLDFLyQHQVHQWLGRHVWULFWR\IXHUWH. Se trata de
una novedad que LPSOLFDGHÀQLWLYLGDGHLQPHGLDWH]. Dios se revela en for-
PDQXHYD\GHÀQLWLYDpor Cristo y en Cristo, que es su Unigénito. Al darnos
su Palabra, Dios nos lo ha dicho ya todo en ella: también nos ha descubierto el
misterio de su intimidad.
&RQ QRWDEOH EHOOH]D OR H[SUHVD VDQ -XDQ GH OD &UX] ©3RU OR FXDO HO TXH DKRUD
quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no solo haría una
necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin
querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios desta manera di-
ciendo: Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra que es mi Hijo, y no
tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon
los ojos solo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él
D~QPiVGHORTXHSLGHV\GHVHDVªVDQ-XDQGHOD&UX]Noche, II, 22, 5).
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• Monolatría • Antropomorfismo
• Idolatría • Omnisciencia
• Politeísmo • Omnipresencia
• Monoteísmo • Inmensidad
• Alianza • Eternidad
• Atributos divinos • Inmutabilidad
• Dualismo • Abbá
Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como “el Verbo que en el principio estaba junto
a Dios y que era Dios” (Jn 1, 1), como “la imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), como “el
resplandor de su gloria y la impronta de su esencia” (Hb 1, 3)».
Catecismo de la Iglesia católica, nn. 238-241
* * *
Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últi-
mamente, en estos días, nos habló por su Hijo”. Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo
eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifesta-
ra los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado, a los
hombres”, “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le
confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y mani-
festación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muer-
te y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de
verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios
con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a
la vida eterna. La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca
64 cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa mani-
festación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim 6, 14; Tit 2, 13)».
CONCILIO VATICANO II,
Constitución dogmática Dei Verbum, nn. 3-4
* * *
«Cuando decimos “creo en Dios”, nuestras palabras tienen un carácter preciso de “con-
fesión”. Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo. Confesando
nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como con-
tenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí mismo no sólo nos hace posible
conocer que El existe, sino que nos permite también conocer Quién es El, y también
cómo es El. Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al interrogante sobre la Esencia de
Dios: ¿Quién es Dios?
Hagamos referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Éxodo (3,
1-14). Moisés que apacentaba la grey en las cercanías del monte Horeb advierte un
fenómeno extraordinario. “Veía Moisés que la zarza ardía y no se consumía” (Ex 3, 2). Se
acercó y Dios “le llamó de en medio de la zarza: ¡Moisés!. ¡Moisés!”, él respondió: Heme
aquí. Yavé le dijo: “No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que
estás es tierra santa”; y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro, pues temía “mirar a Dios” (Ex
3, 4-6).
El acontecimiento descrito en el libro del Éxodo se define una “teofanía”, es decir, una
manifestación de Dios en un signo extraordinario y se muestra, entre todas las teofa-
nías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva como signo de la presencia de
Dios. La teofanía no es una revelación directa de Dios, sino sólo la manifestación de una
presencia particular suya. En nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto me-
diante las palabras pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo, como mediante
la misma zarza que arde sin consumirse.
Dios revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los israelitas de la
esclavitud egipcia y llevarlos a la Tierra Prometida. Dios le promete también su pode-
rosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: “Yo estaré contigo”. Entonces Moisés se
dirige a Dios: “Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me
envía a vosotros, y me preguntan cuál es su nombre, ¿Qué voy a responderles?”. Dios
dijo a Moisés: “Yo soy el que soy”. Después dijo: “Así responderás a los hijos de Israel: Yo
65
soy me manda a vosotros” (Ex 3, 12-14).
Así, pues, el Dios de nuestra fe –el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob– revela su
nombre. Dice así: “Yo soy el que soy”. Según la tradición de Israel, el nombre expresa la
esencia.
La Sagrada Escritura da a Dios diversos “nombres”; entre estos: “Señor” (por ejemplo,
Sab 1, 1), “Amor” (1 Jn 4, 16), “Misericordioso” (por ejemplo, Sal 85, 15), “Fiel” (1 Cor 1, 9),
“Santo” (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo profundo de la zarza
ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. El que es dice la esencia misma de
Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser subsistente, como precisan los teólogos y los
filósofos. Ante El no podemos sino postrarnos y adorar».
JUAN PABLO II,
Audiencia general, 31.7.1985
66
TEMA
LA REVELACIÓN DEL
3 MISTERIO TRINITARIO EN
EL NUEVO TESTAMENTO
La revelación del misterio de la Santísima Trinidad se nos da en Jesu-
cristo. De ahí que se comience tratando el tema de la filiación divina de
Jesús y, por tanto, de su divinidad: Jesús es Hijo natural de Dios y, precisa-
mente por esto, es igual al Padre y, por tanto, es Dios. En la filiación divina
del Señor se revela no solo su divinidad, sino que también se revela la
paternidad de Dios Padre. Nuestro Señor habla a su vez del Espíritu San-
to, describiéndolo con rasgos que le identifican fácilmente como una
tercera Persona en el seno de la Trinidad. Trataremos de la existencia del
Espíritu Santo como Persona distinta del Padre y del Hijo y de la teología
de la misión del Espíritu, pues en el «envío» del Espíritu se insinúa su pro-
cedencia en el seno de la Trinidad.
SUMARIO
1. LA DIVINIDAD DE JESÚS EN EL NUEVO TESTAMENTO • 2. EL PADRE
REVELADO POR EL HIJO • 3. LA REVELACIÓN DE DIOS ESPÍRITU SAN-
TO • 3.1. El «espíritu de Yahvé» en el Antiguo Testamento • 3.2. Enseñanzas
pneumatológicas del Nuevo Testamento • a. El Espíritu Santo como Persona dis-
tinta del Padre y del Hijo • b. La fuerza carismática del Espíritu Santo • c. La
acción santificadora, obra del Espíritu Santo • d. El Espíritu Santo, enviado por
el Padre y por el Hijo • 4. LA MISIÓN CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPÍRI-
TU • 5. EXPRESIONES TRINITARIAS DEL NUEVO TESTAMENTO • 5.1. El
Bautismo de Jesús • 5.2. El mandato misional de Mateo 28, 19 • 5.3. La Trans-
figuración • 5.4. Fórmulas paulinas • La revelación del Misterio de la Trinidad
de Jesucristo
1. La divinidad de Jesús en el Nuevo Testamento 67
Jesús nunca se atribuyó a sí mismo el título de Dios y, sin embargo, sí dijo con
absoluta claridad que era Dios. Y así fue entendido. Le bastó hablar con abso-
OXWDUDGLFDOLGDGGHVXÀOLDFLyQDO3DGUH$HVWHUHVSHFWRVRQQRWDEOHVSRUVX
claridad y por su fuerza aquellos textos en los que Cristo se dirige a Dios en su
RUDFLyQOODPiQGROH©3DGUHªR©3DGUHPtRªFI0W0F
14, 36; Lc 11, 2; 22, 42; 23, 34.46).
/DFXHVWLyQGHODÀOLDFLyQGLYLQDGH-HV~VDO3DGUHVHHVWXGLDFRQGHWHQLPLHQWR
en Cristología. Para una información más detallada sobre la perfecta naturaleza
divina de Cristo nos remitimos a lo que allí se expone.
(VWRVWH[WRVVHHQFXHQWUDQHQFODUDFRQWLQXLGDGFRQODVDÀUPDFLRQHVGHO$Q-
tiguo Testamento, pero, al mismo tiempo, en ellos la paternidad de Dios es
subrayada con una fuerza y una inmediatez verdaderamente llamativas.
1XHVWUR6HxRUQRVRORDÀUPDODSDWHUQLGDGGH'LRVVREUHORVKRPEUHVVLQR
con qué entrañas de misericordia ejerce esta paternidad. Las parábolas de la
misericordia, como la del hijo pródigo, son un buen exponente de la enseñan-
]DGH-HV~VDFHUFDGHODLQÀQLWDPLVHULFRUGLDGH'LRVVREUHHOKRPEUHSHFDGRU
(cf. Lc 15, 11-32).
Pero además de esto, la enseñanza de Jesús sobre la paternidad de Dios en-
WUDxDXQDUDGLFDOQRYHGDGEDVDGDHQODFRQFLHQFLDGHVXÀOLDFLyQDO3DGUH,
70 SXHVDVXOX]DGTXLHUHXQDQXHYD\GHÀQLWLYDSHUVSHFWLYDFXDQWRHO$QWLJXR
Testamento ha dicho sobre la paternidad de Dios. Jesús llama Padre suyo a
Dios en una forma totalmente nueva que, a su vez, incide decisivamente
en el modo con que los demás podemos llamar Padre a Dios/DÀOLDFLyQGH
ORVKRPEUHVD'LRVTXH\DKHPRVYLVWRDÀUPDGDHQHO$QWLJXR7HVWDPHQWRHV
ahora consecuencia y aplicación de nuestro enraizamiento en Cristo, que es
el Hijo eterno del Padre (cf. Jn 15, 1-10). En consecuencia, toda la enseñanza
del Antiguo Testamento sobre la paternidad divina aparece absolutamente
renovada. /D%XHQD1RWLFLDQRHVTXH'LRVVHDFRPRXQSDGUHSDUDQRVR-
tros, sino que Dios es, con toda propiedad, el Padre de Jesús, y que, en Je-
V~VVRPRVKHFKRVUHDOPHQWHKLMRVVX\RV3URSLDPHQWHKDEODQGROD©EXHQD
QRWLFLDªGHO(YDQJHOLRHVODUHODFLyQGHÀOLDFLyQTXH-HV~VYLYHFRQUHVSHFWR
al Padre, porque nuestra salvación radica precisamente en participar de esta
ÀOLDFLyQ
Al tratar de la teología de Dios Padre, la atención se dirige en primer lugar
a aquellos textos en los que Jesús llama Padre suyo a Dios y a la conciencia
GHÀOLDFLyQDO3DGUHTXH-HV~VPXHVWUD. Se trata de unos textos en los que
Jesús habla de Dios como Padre suyo en un sentido de inmediatez completa.
-HV~VUHYHODWDPELpQVXÀOLDFLyQGLYLQDFXDQGRDÀUPDsu total igualdad con
el Padre(VSHFLDOPHQWHVLJQLÀFDWLYRVVRQDTXHOORVWH[WRVHQORVTXHKDEODGH
la igualdad de conocimientoH[LVWHQWHHQWUHHOORV-HV~VPDQLÀHVWDTXHVROR
eOFRQRFHDO3DGUH\DVXYH]TXHVRORHO3DGUHOHFRQRFHDeO©7RGRPHKD
sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce
DO3DGUHVLQRHO+LMR\DTXHODTXLHQHO+LMRVHORTXLHUDUHYHODUª0W
Lc 10, 21).
Estas palabras de Nuestro Señor tienen como trasfondo cuanto se ha dicho en
el Antiguo Testamento sobre la inefabilidad divina (cf. Ex 3, 14): Dios está más
allá de todo conocimiento y de toda palabra. Decir, pues, que solo el Padre
FRQRFHDO+LMRHTXLYDOHDDÀUPDUTXHHO+LMRSHUWHQHFHDODHVIHUDGLYLQD,
pues solo Dios puede conocerlo; GHFLUTXHVRORHO+LMRFRQRFHDO3DGUHHV
situarse a su mismo nivel. Se trata de un texto de capital importancia, pues
DOUHYHODUODLJXDOGDGGHFRQRFLPLHQWRH[LVWHQWHHQWUH3DGUHH+LMR, como el
conocimiento sigue al ser, se revela también la igualdad de naturaleza exis-
tente entre ambos. Se está hablando, en efecto, de un conocimiento que nace
de la intimidad existente entre el Padre y el Hijo.
Esta unión entre Padre e Hijo es de tal naturaleza, que -HV~VSXHGHDÀUPDU
enérgicamente no solo su unión con el Padre, sino su unidad con Él. Así se
ve con especial fuerza en Juan 10, 22-42, escena que tiene lugar en el templo
GXUDQWHODVÀHVWDVGHVXGHGLFDFLyQ-HV~VPDQLÀHVWDVXLJXDOGDG\VXXQLGDG 71
con el Padre con tal claridad que los judíos intentan apedrearle como blasfe-
PR©<R\HO3DGUHVRPRVXQDVRODFRVDªOHVGLFH-Q\DxDGH©6L>OD
Escritura] llamó dioses a quienes se dirigió la palabra de Dios, y la Escritura
QRSXHGHIDOODU¢DTXLHQHO3DGUHVDQWLÀFy\HQYLyDOPXQGRGHFtVYRVRWURV
que blasfema porque dije que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis
DPtSDUDTXHPHFRQR]FiLV\VHSiLVTXHHO3DGUHHVWiHQPt\\RHQHO3DGUHª
(Jn 10, 34-38).
$ODDÀUPDFLyQGHVXÀOLDFLyQGLYLQD-HV~VDxDGHDTXtXQSHQVDPLHQWRGH
gran importancia en teología trinitaria: la descripción de su unión con el
Padre como un mutuo estar el uno en el otro. Expresiones de igual fuerza
HQFRQWUDPRVHQODVSDODEUDVGHGHVSHGLGDGHODÓOWLPD&HQD©6LPHFRQRFLH-
UDLVDPt²GLFHDORVGLVFtSXORV²FRQRFHUtDLVWDPELpQDPL3DGUHª-Q<
dirigiéndose a Felipe, que no ha entendido la respuesta de Jesús e insiste en
TXHOHVPXHVWUHHO3DGUHOHGLFH©(OTXHPHKDYLVWRDPtKDYLVWRDO3DGUH
¢FyPRGLFHVW~´PXpVWUDQRVDO3DGUHµ"¢1RFUHHVTXH\RHVWR\HQHO3DGUH\
HO3DGUHHVWiHQPt"ª<DxDGHFRQXQDUJXPHQWRLGpQWLFRDOGHJuan 10, 30:
©&UHHGPHTXH\RHVWR\HQHO3DGUH\HO3DGUHHQPtDOPHQRVFUHHGSRUODV
PLVPDVREUDVª-Q/DVREUDVGHO+LMRVRQODVGHO3DGUHQRVRORSRU-
que el Padre ha dado al Hijo el poder de realizarlas, sino porque el Padre está
VLHPSUHHQHO+LMR\HO+LMRHQHO3DGUH.
(VWDDÀUPDFLyQDSXQWDKDFLDXQDcomunión profunda y misteriosa, que se
explicitará en la oración sacerdotal de la Última Cena, cuando el Señor ore
SRUODXQLGDGGHORVGLVFtSXORVGLFLHQGR©4XHWRGRVVHDQXQRFRPR7~3D-
dre en mí, y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros (…) que sean uno como
nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la
XQLGDGª-Q/DXQLGDG\FRPXQLyQH[LVWHQWHHQWUH3DGUHH+LMRVH
constituye así en paradigma de la comunión de los discípulos entre sí y de
VXFRPXQLyQFRQ'LRV Se abre con ello todo un panorama de relaciones per-
sonales en Dios, de los hombres con Dios y de los hombres entre sí totalmente
nuevo, fruto exclusivamente de la revelación de Jesús.
Las palabras sobre el Espíritu Santo que pronuncia el Señor en la Última Cena
son una fuente de primordial importancia para la pneumatología. Jesús habla
de la venida del Espíritu en conexión con su propia partida de este mundo:
no es solo que el Espíritu vendrá cuando Él se haya ido al Padre, sino que
continuará la obra realizada en la Cruz. El Espíritu Santo es descrito como
$OJXLHQ GLVWLQWR GHO 3DGUH \ GHO +LMR TXH VH HQFXHQWUD HQ HO VHQR GH OD
Trinidad.
Las primeras palabras de Jesús relativas al Espíritu Santo se encuentran en
HOFDStWXORGHVDQ-XDQHQXQFiOLGRFRQWH[WRGHGHVSHGLGD©6LPHDPiLV
guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito
para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo
no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque
SHUPDQHFHDYXHVWURODGR\HVWiHQYRVRWURVª-Q
El Señor está hablando del Espíritu Santo como de una Persona, como de Al-
guien que es distinto de Sí mismo'HVGHOXHJRQRVHUHÀHUHDO(VStULWX6DQWR
como a una mera fuerza divina. Esto se muestra con nitidez en las mismas
expresiones que está utilizando Jesús: Él, Jesús, rogará al Padre para que lo en-
víe a los discípulos como don permanente; el Espíritu está ya de hecho dentro
de los apóstoles, pero cuando sea enviado los llevará hacia la verdad plena.
A la hora de analizar la revelación sobre el Espíritu Santo como Persona, se
suele hacer notar que, en este pasaje, a pesar de que pneuma es neutro, el Es-
StULWXDSDUHFHSUHFHGLGRFRQDUWtFXORPDVFXOLQR-HV~VVHUHÀHUHDeOFRPR«el
otro Paráclito» (abogado, intercesor, consolador), dando a entender que es
alguien parecido a Él, que es el primer Paráclito: alguien que es otro, y, por
eso, distinto.
El Espíritu Santo es llamado el «Espíritu de la verdad». Su convergencia con
&ULVWRHVHYLGHQWHXQSRFRDQWHVHO6HxRUVHKDFDOLÀFDGRDVtPLVPRFRPR©HO
FDPLQRODYHUGDG\ODYLGDª-QHLQPHGLDWDPHQWHYROYHUiDKDEODUGHO 73
Espíritu Santo como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15, 26; 16, 13). Se comprende
que san Juan escribiese en su primera carta esta frase tan cargada de conse-
FXHQFLDV©(O(VStULWXHVHOTXHGDWHVWLPRQLRSRUTXHHO(VStULWXHVODYHUGDGª
(1 Jn 5, 6).
En esta misma línea se enmarca la mención al Espíritu Santo que encontramos
SRFDVOtQHDVPiVDGHODQWH©(O3DUiFOLWRHO(VStULWX6DQWRTXHHO3DGUHHQYLDUi
en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he
GLFKRª-QEl Espíritu Santo dará testimonio de la verdad, enseñará
ODYHUGDGKDUiUHFRUGDUDORVGLVFtSXORVODYHUGDGTXHKDQRtGRD&ULVWRRe-
cordar es tener presente, revivir, actualizar en el sentido fuerte. Es el Espíritu,
pues, el que abre el corazón de los discípulos a la palabra de Cristo de forma
TXHODHQWLHQGDQ\VHWRUQHHÀFD]HQHOORV
&RPHQWD-XDQ3DEOR,,©(Orecordar es la función de la memoria. Recordando se
vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando así en la concien-
cia las cosas pasadas, y casi haciéndolas revivir. Tratándose especialmente del
Espíritu Santo, el Espíritu de una verdad cargada del poder divino, su misión no
se agota al recordar el pasado como tal: “recordando” las palabras, las obras y todo el
PLVWHULRVDOYtÀFRGH&ULVWRHO(VStULWXGHODYHUGDGORKDFHFRQWLQXDPHQWHSUHVHQWHHQHOOD
Iglesia, de modo que revista una actualidad siempre nueva en la comunidad de la
VDOYDFLyQª-XDQ3DEOR,,Creo en el Espíritu Santo, 24).
8QSRFRGHVSXpVDOÀQDOGHOFDStWXORGHVDQ-XDQHO6HxRUYXHOYHDKDEODU
GHO3DUiFOLWRTXHeOHQYLDUiGHSDUWHGHO3DGUH\DxDGH©7DPELpQYRVRWURV
GDUpLV WHVWLPRQLR SRUTXH GHVGH HO SULQFLSLR HVWiLV FRQPLJRª (Jn 15, 26-27).
Jesús pone el testimonio del Espíritu en relación con el hecho de que Él es el
Espíritu de la verdad; el testimonio apostólico es puesto en relación con el
testimonio del Espíritu.
Inmediatamente Jesús habla aún más claramente de despedida, y los após-
toles se entristecen. El Señor los consuela con unas palabras misteriosas, que
están en relación con la misión del Espíritu©2VFRQYLHQHTXHPHYD\DSRU-
que si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy
RVORHQYLDUpª-Q6HJ~QHVWDVSDODEUDVla venida del Espíritu está en
relación con la muerte de Jesús, con su Ascensión y con su estar sentado a
la derecha del Padre.
Las palabras que siguen, describen la venida del Espíritu como una venida
salvadora ©&XDQGR eO YHQJD FRQYHQFHUi DO PXQGR GH SHFDGR GH MXVWLFLD
y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al
Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está
74 MX]JDGRª-Q(O(VStULWXDOPRVWUDUODYHUGDGPRVWUDUiODFXOSDGHO
mundo por no haber creído en Cristo; mostrará la justicia del Padre al glo-
ULÀFDUD&ULVWRPRVWUDUiÀQDOPHQWHTXHHOSUtQFLSHGHHVWHPXQGR\DHVWi
FRQGHQDGRHVGHFLUPRVWUDUiODLQXWLOLGDGGHVXV©YDORUHVª7RGRHVRKDVLGR
GHÀQLWLYDPHQWHUHFKD]DGR
Las palabras sobre el Espíritu Santo pronunciadas por Jesús en la Última
Cena, concluyen con un largo párrafo en el que nuevamente se relaciona al
(VStULWXFRQODYHUGDG\FRQODFRQWLQXDFLyQGHODREUDGH&ULVWR©7RGDYtD
tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando
venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad completa, pues no
hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va
DYHQLUeOPHJORULÀFDUiSRUTXHUHFLELUiGHORPtR\RVORDQXQFLDUi7RGROR
TXHWLHQHHO3DGUHHVPtR3RUHVRGLMH´5HFLEHGHORPtRµª-Q(O
Espíritu llevará a los discípulos al conocimiento de la verdad completa, glo-
ULÀFDQGRDVtD&ULVWR(VWDYHUGDGHVHOPLVWHULRPLVPRGH&ULVWRLa relación
GHO(VStULWXFRQHO3DGUH\HO+LMRDSDUHFHHVWUHFKtVLPD: Él procede del Pa-
dre; Él será enviado por el Padre; Él será enviado por el Hijo de cabe el Padre;
eOJORULÀFDUiDO+LMRSRUTXHUHFLEHGHeOeOOOHYDUiDORVGLVFtSXORVKDFLDOD
verdad completa.
La enseñanza del Nuevo Testamento sobre el Espíritu Santo evoca cuan-
to se ha dicho en el Antiguo sobre el Espíritu de Yahvé y se sitúa en ese
marco. Los numerosos rasgos con que es descrito el Espíritu de Yahvé en el
Antiguo Testamento constituyen, por así decirlo, el ambiente en que se en-
cuadran las palabras del Señor que acabamos de citar y toda la predicación
apostólica.
Hay que recalcar, sin embargo, que la revelación del Espíritu Santo como Per-
sona divina no tiene lugar en el Antiguo Testamento: la revelación del Espí-
ritu Santo, como Uno de la Trinidad, solo tiene lugar en forma explícita en
la predicación de Jesús de Nazaret y en la radical novedad que comporta
su revelación sobre la intimidad trinitaria. No obstante, esta revelación se
encuentra ya preparada por el lenguaje y en la doctrina veterotestamentaria
sobre el espíritu de Yahvé y en lo que se dice sobre su actuación creadora y
VDQWLÀFDGRUD.
Este pensamiento se repite con fuerza en los profetas. Ellos tienen conciencia
de haber sido llamados por Dios, incluso de estar poseídos por Él y, por esta
razón, de ser enviados a hablar al pueblo en su nombre (cf. por ejemplo, Jr 1,
4-10). El profeta es el hombre del espíritu (cf. Os 9, 7). El profeta no solo pro-
clama la palabra de Dios, sino que es testigo de esa palabra que ha recibido en
su interior por obra del espíritu(OHVStULWXHQWUDHQHOLQWHULRUGHOSURIHWDOR
ilumina, le da fuerzas, le impulsa a hablar (cf. Ez 2, 2-4; 11, 5).
Este espíritu, con su fuerza creadora, actúa en el corazón humano, transfor-
mándolo. (OHVStULWXGH<DKYpVDQWLÀFDDORVKRPEUHVOHVGDVDELGXUtD\FR-
nocimiento (cf. Is 59, 21; Sb 1, 4; 9, 17). Dios, por medio de su espíritu, crea un
corazón nuevo en el pueblo, dándole un corazón de carne en vez del corazón
de piedra en que lo han convertido los pecados (cf. Ez 36, 26-27). Así sucederá
especialmente en los tiempos mesiánicos (cf. Jl 3, 1-5).
76 Es lo que se ve en el caso paradigmático del Mesías. Él es, por excelencia, el
portador del Espíritu (cf., por ejemplo, Is 61, 1-2) y concentra en sí mismo to-
dos los dones y carismas concedidos a los reyes y profetas que le precedieron.
$VtHVWiSURIHWL]DGR©<GHVFDQVDUiVREUHpOHOHVStULWXGH<DKYpHVStULWXGH
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de en-
WHQGLPLHQWR\GHWHPRUGH<DKYpª,V
El Mesías no solo es portador privilegiado del espíritu de Yahvé, sino que
incluso los tiempos mesiánicos se caracterizan por una especial efusión de
HVWHHVStULWXHQHOSXHEOR San Pedro lo recuerda en su predicación el día de
Pentecostés, citando al profeta Joel (cf. Hch 2, 15-18; Jl 2, 28-32). En los tiempos
mesiánicos se dará al pueblo un espíritu nuevo, para que siga los mandamien-
tos de Yahvé y sea así de verdad el pueblo de Dios (cf. Ez 11, 19-21).
F /DDFFLyQVDQWLÀFDGRUDGHO(VStULWX6DQWR
Como ya se ha visto, en el Antiguo Testamento se hablaba de la acción trans-
formante del Espíritu en los corazones de los hombres (cf. Ez 36, 26-27). Esta
REUDVDQWLÀFDGRUDGHO(VStULWXWLHQHOXJDUDQWHVTXHQDGD\HQIRUPDHPLQHQ-
WHHQ0DUtD\HQHOIUXWRTXHYDDQDFHUGH(OOD©(O(VStULWX6DQWRGHVFHQGHUi
VREUHWL«SRUHVRORTXHQDFHUi6DQWRVHUiOODPDGR+LMRGH'LRVª/F
32). La santidad absoluta de Cristo está en relación con la obra del Espíritu, e
igualmente su unción mesiánica, como acabamos de ver (cf. Lc 4, 17-21).
• El SRGHU GHO (VStULWX 6DQWR VH PDQLÀHVWD IUHFXHQWHPHQWH HQ OD DFFLyQ
apostólica (cf., por ejemplo, Hch 11, 15-16) hasta el punto de que la histo-
ULDGHOD,JOHVLDSULPLWLYDSRGUtDFDOLÀFDUVHFRPRODHSRSH\DGHO(VStULWX
Santo, pues el nacimiento de las iglesias locales estuvo acompañado por la
HIXVLyQGHO(VStULWX6DQWR(O(VStULWX6DQWRVDQWLÀFDOD,JOHVLDFRQYLUWLpQ-
dola en cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13).
• Es también el (VStULWX6DQWRHOTXHVDQWLÀFDDFDGDXQRGHORVFUH\HQWHV 79
KDVWDHOSXQWRGHTXHVHSXHGHDÀUPDUFRQMXVWLFLDTXHODSUHVHQFLDGHO
Espíritu Santo en el corazón de los creyentes es un rasgo característico
de la existencia cristiana. En efecto, quien no tiene el Espíritu de Cristo,
HVHQRHVGH&ULVWRFI5PPLHQWUDVTXH©TXLHQHVVRQJXLDGRVSRU
HO(VStULWXGH'LRVHVWRVVRQKLMRVGH'LRVª5P(OFULVWLDQRVHYD
transformando en Cristo conforme va obrando en él el Espíritu del Señor
(cf. 2 Co 3, 18).
• Esta transformación tiene lugar en forma sacramental ya en el bautismo:
©+DEpLVVLGRODYDGRVKDEpLVVLGRVDQWLÀFDGRVKDEpLVVLGRMXVWLÀFDGRVHQ
HOQRPEUHGHO6HxRU-HVXFULVWR\HQHO(VStULWXGHQXHVWUR'LRVª&R
11). Se trata del nuevo nacimiento por el agua y el espíritu de que ya se ha-
bla en Juan 3, 3. Los bautizados son regenerados por la acción del Espíritu
Santo (cf. Tt 3, 5). Es el Espíritu Santo, presente en el alma del justo, el que
OHKDFHH[FODPDU©£$EEi£3DGUHª (Rm 8, 15), haciéndole así descubrir su
ÀOLDFLyQGLYLQDHQ&ULVWR(VHO(VStULWX6DQWRHOTXHOOHQDGHDPRUHOFR-
UD]yQGHOFULVWLDQRSXHV©HODPRUGH'LRVKDVLGRGHUUDPDGRHQQXHVWURV
FRUD]RQHVSRUHO(VStULWX6DQWRTXHVHQRVKDGDGRª (cf. Rm 5, 5).
• Esto quiere decir que el Espíritu habita en el alma del justo y que los
cristianos son verdaderamente templos del Espíritu Santo (cf. 1 Co 3, 16-
&RORVFULVWLDQRVHVWiQHGLÀFDGRVFRPRPRUDGDGH'LRVHQHO
Espíritu (cf. Ef 2, 22). Consecuentemente, es necesario vivir según el Espí-
ULWX\QRVHJ~QODFDUQHFI5P\©QRHQWULVWHFHUDO(VStULWX6DQWR
GH'LRVFRQHOTXHKDEpLVVLGRVHOODGRVª(IeOHVHO(VStULWX6DQWR\
huésped del alma: toda acción mala, toda actitud perversa, va necesaria-
mente contra Él.
Dada esta estrecha relación del Espíritu con el Padre y con el Hijo, en la Sagra-
da Escritura, al Espíritu Santo se le designa, a veces, como Espíritu del Padre
o que procede del Padre (cf. Mt 10, 20; Jn 15, 26-27), y también como Espíritu
GHO+LMR (cf. Ga 4, 6), Espíritu de Cristo (cf. Rm 8, 11), Espíritu del Señor (cf.
2 Co 3, 17). Se le denomina otras veces como Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15,
19; 1 Co 6, 11; 7, 40). Finalmente recibe como nombre propio el nombre de
©(VStULWX6DQWRª©/D,JOHVLDKDUHFLELGRHVWHQRPEUHGHO6HxRU\ORSURIHVD
en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19). Se trata del nombre más
HPSOHDGRHQHOOLEURGHORV+HFKRV\HQODVFDUWDVGHORVDSyVWROHVªCEC, nn.
691-693).
82 5. Expresiones trinitarias del Nuevo Testamento
En los epígrafes anteriores, se han citado y comentado algunos de los tex-
tos del Nuevo Testamento en los que se habla del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Ahora nos detenemos en estos mismos textos y en algunos
otros en cuanto enumeran conjuntamente a las tres divinas Personas y, en
este sentido, constituyen el fundamento escriturístico de la teología trinita-
ria: existe un solo Dios, el cual es trinidad de Personas, iguales en dignidad
y honor.
De entre estos pasajes destacan por su importancia para nuestro estudio el
Bautismo de Jesús y el mandato misional conteniendo la fórmula en que los
discípulos han de bautizar a quienes se conviertan.
Los primeros textos del Nuevo Testamento que nombran explícita y simul-
táneamente a las tres Personas divinas se encuentran en la narración del
%DXWLVPRGHO6HxRU Es este un episodio que encontramos en todos los evan-
gelios: Mateo 3, 13-17; Marcos 1, 9-11; Lucas 3, 21; Juan 1, 32-34. Al subir Jesús
GHODJXDVHDEULHURQORVFLHORV\VHYLRDO©(VStULWXGH'LRVª0WRDO©(VStULWX
6DQWRª/FEDMDQGRVREUHeOHQIRUPDGHSDORPD\VHR\yXQDYR]GHOFLHOR
TXHGHFtD©7~HUHVPL+LMRDPDGRHQTXLHQPHKHFRPSODFLGRª(QHOPR-
mento en que se va a iniciar su predicación pública como Mesías, Jesús recibe
esta declaración solemne que le consagra como aquel que ha de bautizar en
fuego y en Espíritu Santo (cf. Mt 3, 11 y Lc 3, 16).
• En estos pasajes, se atestigua de Jesús que es +LMRGH'LRV en sentido real
y pleno;
• se menciona al Padre, cuya voz resuena desde el cielo;
• y aparece el Espíritu Santo que desciende sobre Cristo.
Aquí ODVWUHV3HUVRQDVVHPDQLÀHVWDQFRPRGLVWLQWDV. No hay duda de que
Aquel que habla y Aquel a quien se dirige la voz venida del cielo están en la
UHODFLyQGH3DGUH+LMRPLHQWUDVTXHHO©(VStULWX6DQWRªTXHGHVFLHQGH©HQ
ÀJXUDGHSDORPDª/FHVWiDQWHWRGRDOVHUYLFLRGHVXSURFODPDFLyQGHO
Mesías; también se alude aquí a la unción del Mesías por el Espíritu, cosa que
ya hemos visto (cf. Lc 4, 17-21; cf. también Is 11, 2; Hch 10, 38).
5.2. El mandato misional de Mateo 28,19 83
En los evangelios sinópticos, el texto más explícito en torno al misterio tri-
nitario es la fórmula bautismal contenida en Mateo 28, 19©(QVHxDGDWRGDV
las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu San-
WRª(QHVWHWH[WRaparece con claridad la distinción de las Personas divinas.
Nótese que los nombres Padre, Hijo y Espíritu Santo van precedidos cada uno
del artículo determinadoTXHORV©SHUVRQDOL]DªVHWUDWDSXHVGHWUHVTXHVRQ
distintos.
/D FRQWUDSRVLFLyQ HQWUH HO 3DGUH \ HO +LMR QRV GD OD FODYH SDUD HQWHQGHU
al Espíritu Santo en sentido personal estricto, es decir, como contrapuesto
DO3DGUH\DO+LMR. En efecto, Padre e Hijo no se pueden confundir entre sí,
porque son opuestos: ninguno puede ser, al mismo tiempo, Padre e Hijo de la
misma Persona. A la luz de esta contraposición hay que entender la distinción
del Espíritu Santo con respecto a Padre e Hijo, puesto que está connumerado
FRQHOORV(VWDREVHUYDFLyQHVUHDÀUPDGDSRUHOKHFKRGHTXH1XHVWUR6HxRU
KDEODGH©EDXWL]DUHQHOQRPEUHª/DH[SUHVLyQ«bautizar en el nombre», es
una clara designación de un ser personal. Y como se designa a las tres Per-
sonas por igual, se está dando a entender que las tres son iguales y, al mismo
tiempo, distintas entre sí.
(OPDQGDWRGHKDFHUGLVFtSXORV\EDXWL]DUORV©HQFLHUUDHQFLHUWRPRGRODIyUPX-
la trinitaria del bautismo: bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
(VStULWX6DQWR(VWDIyUPXODUHÁHMDHOPLVWHULRtQWLPRGH'LRV\GHVXYLGDGLYLQD
TXHHVHO3DGUHHO+LMR\HO(VStULWX6DQWRGLYLQDXQLGDGGHOD7ULQLGDGª-XDQ
Pablo II, Encíclica'RPLQXPHWYLYLÀFDQWHP, n. 9).
5.3. La Transfiguración
También ODHVFHQDGHOD7UDQVÀJXUDFLyQGHO6HxRUSDUHFHUHODFLRQDGDFRQ
ODWHRIDQtDWULQLWDULDGHO%DXWLVPR (cf. Mt 17, 1-13; Mc 9, 1-12; Lc 9, 28-36).
(QHOODSRUXQLQVWDQWH-HV~VPDQLÀHVWDVXJORULDDODYH]TXHVHPXHVWUDVX
condición de Siervo de Yahvé, es decir, el siervo que salva al pueblo mediante
sus propios sufrimientos.
• /DJORULDGHO6HxRUVHPDQLÀHVWDHQODOX]TXHOHURGHDHOURVWUR\ORVYHV-
tidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz;
• ORVSDGHFLPLHQWRVGHO6LHUYRVHPDQLÀHVWDQHQHOKHFKRGHTXH0RLVpV\
(OtDVDSDUHFLHURQKDEODQGRGH©VXSDUWLGDª de este mundo, es decir, de su
muerte (cf. Lc 9, 31).
Al igual que en el Bautismo, se oyó una voz desde el cielo que decía: «Este es 85
PL+LMRPLHOHJLGRHVFXFKDGOHª (Lc 9, 35). Se trata de una expresión muy
parecida a la que encontramos en el Bautismo, y que señala, a la vez, la unión
\ODGLVWLQFLyQHQWUH3DGUHH+LMR: Jesús es el Hijo amado del Padre. La nube
insinúa la presencia del Espíritu Santo. Por eso también en este pasaje se ha
visto tradicionalmente una revelación de la Santísima Trinidad.
&RPRHVFULEHVDQWR7RPiV©DSDUHFLyWRGDOD7ULQLGDGHO3DGUHHQODYR]HO+LMR
HQHOKRPEUHHO(VStULWXHQODQXEHOXPLQRVDª7RPiVGH$TXLQRSuma Teológica
III, q. 45, a. 4, ad 2.).
(QWUHHO%DXWLVPR\OD7UDQVÀJXUDFLyQGH-HV~VH[LVWHDGHPiVXQDFODUDre-
lación teológica:
• (O%DXWLVPRHVWiVLWXDGRHQHOXPEUDOGHODYLGDS~EOLFDOD7UDQVÀJXUD-
ción, en el comienzo de la Pascua, es decir, en el momento en que el Señor
inicia el su camino hacia Jerusalén y la Pasión.
• En el Bautismo de Jesús se manifestó el misterio de la primera regenera-
FLyQ HV GHFLU QXHVWUR EDXWLVPR HQ OD 7UDQVÀJXUDFLyQ QXHVWUD VHJXQGD
regeneración, es decir, nuestra resurrección (cf. CEC, nn. 554-556.).
Son tan numerosos los pasajes paulinos en los que la fe trinitaria aparece ex-
presada con absoluta claridad que puede decirse que el pensamiento de san
Pablo está totalmente determinado por la fe trinitaria. Nada tiene de extra-
ño, dada la importancia que en él tiene la teología bautismal. De ahí que la
mención expresa y simultánea de los Tres de la Trinidad aparezca casi siem-
pre en relación con la historia de la salvación de los hombres.
Entre los textos paulinos que contienen fórmulas trinitarias, se pueden citar los
siguientes: Rm 1, 1-7; 5, 1-5; 8, 3; 8, 8; 8, 11; 8, 16 y 20-30; 14, 17; 15, 16-19; 15, 30; 1
Co 2, 6-16; 6, 11; 6, 15-20; 12, 3-6; 2 Co 1, 21-22; 3, 3-6. 10-17; 5, 5-8. 12; Ga 3, 1-5. 3,
11-14; 4, 6; 4. 30-32; 5, 18-20; Flp 3, 3; Col 1, 6-8; 1 Ts 1, 6-8; 4, 2-8; 5, 18; 2 Ts 2, 13;
Tt 4, 11; Hb 2, 2-4; 6, 4-6; 9, 14; 10, 20-31.
Es en Cristo –en el Hijo–, como tienen los hombres acceso al Padre mediante
el Espíritu SantoSXHV©SRUeOWHQHPRVHOSRGHUGHDFHUFDUQRVDO3DGUHHQ
XQPLVPR(VStULWXª(I&ULVWRHQHIHFWRHVODLPDJHQSHUIHFWDGHO'LRV
invisible (cf. Col 1, 15), es decir, una imagen perfectamente idéntica a la reali-
GDGTXHUHÁHMDHO3DGUH3DUDVDQ3DEORHVREYLRTXHHOKHFKRGHVHU,PDJHQ
perfecta del Padre implica su igualdad con Él: su divinidad. El Hijo es eterno
86 como el Padre. Cuando el mundo aún no existía, ya existía el Hijo. El hecho de
que todo fue creado por Cristo y para Cristo (cf. Col 1, 16- 17) se expresa tam-
ELpQFRQODDÀUPDFLyQ©-HV~VHVHO6HxRUª5P(O(VStULWX6DQWR²VDQ
3DEOROHOODPDFRQIUHFXHQFLD(VStULWXGH-HV~V²HVHOTXHFRQJUHJD\VDQWLÀFD
DOD,JOHVLDHOTXHFODPDHQQXHVWURVFRUD]RQHVFRQHOJULWRSURSLRGHODÀOLD-
ción divina con que oró Jesús: Abbá, Padre (cf. Rm 8, 14-16).
Como ejemplo de la rica teología trinitaria contenida en san Pablo, se suelen
FLWDUFRPRHVSHFLDOPHQWHVLJQLÀFDWLYRVHQVXH[SUHVLyQWULiGLFD²ODVWUHV3HU-
sonas divinas citadas explícita y simultáneamente– los siguientes textos:
2 Tesalonicenses 2, 13-14:©1RVRWURVWHQHPRVPRWLYRVSDUDGDUFRQWLQXDPHQ-
te gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha
HOHJLGRGHVGHHOSULQFLSLRSDUDKDFHURVVDOYRVSRUODVDQWLÀFDFLyQGHO(VStULWX
y la fe verdadera. A esta precisamente os llamó por medio de nuestro evange-
OLRSDUDTXHDOFDQ]DVHLVODJORULDGHQXHVWUR6HxRU-HVXFULVWRª
• Es Dios Padre el que ha elegido desde la eternidad a los santos, es decir,
DORVFULVWLDQRVDORVFXDOHVVHFDOLÀFDDTXtFRPRKHUPDQRVGHO6HxRU/D
SDODEUD©'LRVªGHVLJQDREYLDPHQWHD'LRV3DGUH(VeOTXLHQWLHQHODLQL-
FLDWLYDHQODHOHFFLyQHVGHFLUHQODYRFDFLyQFULVWLDQD(OÀQGHHVDYRFD-
FLyQHVODLGHQWLÀFDFLyQFRQHO6HxRUSDUWLFLSDQGRGHVXJORULD(O(VStULWX
es sin ninguna duda el Espíritu Santo, el cual tiene como tarea salvar a
ORVKRPEUHVKDFLpQGROHVVDQWRVHVGHFLULGHQWLÀFiQGROHVFRQ-HVXFULVWR
(VDLGHQWLÀFDFLyQWHUPLQDDOÀQDOGHODKLVWRULDHQSDUWLFLSDUWDPELpQGH
su gloria. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo aparecen simultáneamente
causando en modo diverso nuestra salvación: el Padre es el que elige, el
+LMRHOTXHVHKDFHKHUPDQRQXHVWURHO(VStULWXHOTXHQRVVDQWLÀFD
2 Corintios 13, 13:©/DJUDFLDGHO6HxRU-HVXFULVWRHODPRUGH'LRV\ODFRPX-
QLyQGHO(VStULWX6DQWRHVWpQFRQWRGRVYRVRWURVª
• (VODIUDVHÀQDOGHODVHJXQGD&DUWDDORV&RULQWLRV(VSRUWDQWRODFXO-
minación de las recomendaciones con que Pablo se despide. Se trata de
una fórmula que, sin duda, era utilizada en la liturgia. Ahora se sigue uti-
lizando en la celebración de la santa Misa como uno de los saludos intro-
ductorios. La frase tiene el tono solemne de la fe proclamada y celebrada
litúrgicamente.
• La gracia es un don que viene de Cristo; el amor viene de Dios [Padre], que
ha amado tanto al mundo que le ha entregado, con su Hijo único, todos
los bienes y dones divinos; estos dones nos son distribuidos por el Espíritu
Santo, que es el Don con que Dios se entrega al hombre.
• Esta fórmula distingue las tres Personas divinas y, al mismo tiempo, da 87
por supuesta su unidad. La distinción y la divinidad de las tres Personas
están aquí expresadas con claridad, ya que cada una de Ellas contribuye a
la obra de la salvación humana. Cristo se distingue del Padre y del Espíritu
Santo; los Tres se encuentran en la misma línea de origen y principio de la
VDQWLÀFDFLyQ\YLGDGHOFULVWLDQR
1 Corintios 12, 4-7:©+D\GLYHUVLGDGGHGRQHVSHURHO(VStULWXHVHOPLVPR\
diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de acciones,
pero Dios es el mismo, que obra todas las cosas en todos. A cada uno se le
FRQFHGHODPDQLIHVWDFLyQGHO(VStULWXSDUDSURYHFKRFRP~Qª
• Este texto adquiere su más profunda dimensión, si se lee en el ambiente de
2 Corintios 13, 13, que acabamos de citar. Espíritu [Santo], Señor [Cristo]
y Dios [Padre] aparecen yuxtapuestos, y a ellos se les atribuyen los ca-
rismas, los ministerios, las operaciones recibidos por la comunidad. San
Pablo está hablando de diversidad de dones y carismas, de que esta diver-
sidad es querida por Dios para el enriquecimiento de la comunidad, y de
que esta diversidad no debe romper la unidad. Por esta razón, san Pablo
quiere dejar claro a los corintios que, aunque los dones sean distintos, to-
dos proceden de Dios. En este contexto, tiene particular fuerza la distin-
ción explícita de cada una de las Personas y el hecho de que las mencione
con una formulación triádica tan habitual en él. Los versículos siguientes
GHVFULEHQGHWHQLGDPHQWHODODERUVDQWLÀFDGRUDGHO(VStULWX6DQWRGHIRU-
ma que queda claro que san Pablo está hablando de una Persona divina,
que es distinta del Padre y del Hijo.
Efesios 4, 4-6:©6RORKD\XQFXHUSR\XQHVStULWXFRPRWDPELpQKDEpLVVLGR
llamados con una misma esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor,
XQDVRODIHXQVROREDXWLVPRXQ'LRV\3DGUHGHWRGRVTXHHVWiVREUHWRGRVª
• Es un texto paralelo a 1 Corintios 12, 4-7, en el que san Pablo, teniendo
presente la diversidad de carismas existente en la comunidad, recalca la
unidad que debe existir, argumentando nuevamente desde la unidad de
'LRV6HJ~QHVWDDUJXPHQWDFLyQHOSULQFLSLRXQLÀFDGRUGHODFRPXQLGDG
HFOHVLDOHVHOPLVPR©'LRV\3DGUHGHWRGRVªTXHKDWUD]DGRHOSODQGHOD
redención que se ha ido realizando en el transcurso de la historia, y que ha
alcanzado su punto culminante con el envío de su Hijo –el Señor– y con la
efusión del Espíritu Santo. La alusión a la unicidad del bautismo acentúa
aún más la dimensión trinitaria del texto, que, además, se encuentra in-
VHUWRHQXQDFDUWDFX\RFRPLHQ]RWDPELpQHVWULQLWDULR©%HQGLWRVHD'LRV
88 y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda
bendición espiritual en los cielos (…) En Él también vosotros (…) fuisteis
VHOODGRVFRQHO(VStULWX6DQWRGHODSURPHVDª(I/DHQXPHUDFLyQ
de las tres Personas sigue el mismo orden de 1 Corintios 12, 4-6: primero,
©HO(VStULWX6DQWRªTXHHVFRPRHODOPDTXHYLYLÀFDHO&XHUSRHFOHVLDO
OXHJRXQ©6HxRUª&DEH]DGHHVWH&XHUSRYLYLÀFDGRSRUHO(VStULWX\SRU
HOORSULQFLSLRGHXQLGDGÀQDOPHQWHHO©'LRV3DGUHªDOTXHVHDWULEX\H
HOSODQPLVPRGHODVDOYDFLyQ\HQFRQVHFXHQFLDHVHOSULQFLSLRXQLÀFDGRU
VXSUHPRHQHOHVTXHPDVDOYtÀFRWULQLWDULR
Gálatas 4, 4-6:©$OOOHJDUODSOHQLWXGGHORVWLHPSRVHQYLy'LRVDVX+LMRQDFL-
GRGHPXMHUQDFLGREDMROD/H\DÀQGHTXHUHFLELpVHPRVODDGRSFLyQGHKLMRV
Y puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
TXHFODPD´£Abbá3DGUHµª
• Según el texto, Dios [Padre] envía al Hijo y al Espíritu para la salvación de
los hombres: envía al Hijo para que nazca del seno de una mujer; envía al
Espíritu Santo (aquí se le llama Espíritu del Hijo) al corazón de los creyen-
tes. Las tres Personas intervienen, pues, en la obra de la salvación: el Padre
es quien tiene la iniciativa, el Hijo nos salva mediante la Encarnación, el
Espíritu nos salva haciéndonos hijos en el Hijo: es el Espíritu Santo el que
QRVKDFHFODPDUFRPRHO+LMR©£Abbá3DGUHª(OWH[WRGHVWDFDHOHQYtRGHO
+LMRSDUDTXHUHFLELpVHPRVGHeOODÀOLDFLyQDGRSWLYDHVWDHVODUD]yQGH
que Dios envíe el Espíritu a nuestros corazones.
Este texto tiene un pasaje correlativo en Romanos 8, 14-17$OOtVHGLFH©3RUTXH
los que son guiados por el Espíritu de Dios estos son hijos de Dios. Porque no re-
cibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que re-
FLELVWHLVXQ(VStULWXGHKLMRVGHDGRSFLyQHQHOTXHFODPDPRV´£Abbá3DGUHµª.
• Las tres Personas aparecen nuevamente aquí en su intervención conjunta
en la obra de la salvación, en su igualdad y en su distinción entre sí.
A lo largo de nuestro recorrido por los textos más explícitos en torno al mis-
terio de la Santísima Trinidad, ha aparecido con claridad que, HQVXVDÀUPD-
ciones acerca de Dios, los escritores del Nuevo Testamento piensan en el
Dios único de la revelación veterotestamentaria. Sin embargo, la concepción
cristiana de Dios contiene una radical novedad con respecto a la concepción
del Antiguo Testamento. Lo nuevo en la concepción de Dios en el Nuevo
Testamento QR UHSUHVHQWD DOJR DVt FRPR XQD ©HYROXFLyQª GHO FRQFHSWR GH 89
Dios desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, sino que tiene lugar gra-
cias a una revelación radicalmente nueva: en Jesús de Nazaret, Dios habla y
actúa en el mundo de un modo tan directo que a Jesús se le llama el Hijo de
Dios en sentido propio y fuerte (cf. Hb 1, 13), y en Él se revela el misterio de
la Trinidad.
Jesús introduce así un rasgo totalmente nuevo en la imagen divina del Anti-
guo Testamento: llama a Dios su Padre y nos invita a nosotros a que –unidos
a Él– le llamemos también Padre en una forma radicalmente nueva. El mismo
-HV~VDOÀQDOGHVXYLGDWHUUHQDpromete el Espíritu de la verdad, que proce-
de del Padre, y a quien Él enviará desde el Padre. Más aún, Jesús manda a sus
apóstoles que hagan discípulos y los bauticen en el nombre del Padre, y del
+LMR\GHO(VStULWX6DQWR (cf. Mt 28, 19). La nueva existencia del cristiano des-
cansa, pues, sobre un acontecimiento misterioso que, en la fe de la primitiva
Iglesia, se articula ya en una IyUPXODWULiGLFDODIHHQHO3DGUHHQHO+LMR\
en el Espíritu Santo, Dios uno y único.
/DSUHGLFDFLyQGH1XHVWUR6HxRU-HVXFULVWRWDO\FRPRTXHGDUHÁHMDGDHQORV
evangelios sinópticos, tiene por objeto hacer surgir la fe y el amor en el Padre
celestial. El Reino de Dios predicado por Jesucristo es antes que nada el reino
de un Dios, que es Padre: Padre de los hombres, y Padre también de Jesucris-
to, de una manera especial y única. Esta paternidad de Dios ocupa el centro
de la consideración cristiana sobre Dios. He aquí un texto paulino elocuente:
©3DUDQRVRWURVQRKD\PiVTXHXQ'LRVHO3DGUHGHTXLHQSURFHGHHOXQLYHU-
so y a quien estamos destinados nosotros, y un solo Señor, Jesús Mesías, por
TXLHQH[LVWHHOXQLYHUVR\SRUTXLHQH[LVWLPRVQRVRWURVª&R
&RPRVHKDKHFKRQRWDU©HQHOSULPHUOHQJXDMHFULVWLDQRUDUDYH]VHOODPDGL-
rectamente Dios a Cristo. Incluso cuando Jesús está asociado con el Padre en su
REUDSURSLDPHQWHGLFKDVHUHVHUYDHOQRPEUHGH´'LRVµDO´3DGUHµ&ULVWRHVHO
´6HxRUµORTXHHQGHWHUPLQDGRVFRQWH[WRVHVRWUDPDQHUDGHGHFLUTXHHV'LRVª
(J. M. Nicolas, Compendio de teología, Barcelona 1992, 113).
La encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno (cf., CEC,
Q(VHQHVWDÀOLDFLyQQDWXUDOGHO+LMRDO3DGUHGRQGHVHPDQLÀHVWDHO
misterio de la intimidad de Dios, que es, en primer lugar, el misterio del Pa-
dre, el cual es fons et origo totius Trinitatis, fuente y origen de toda la Trinidad.
Jesucristo es Dios, porque es el Hijo natural del Padre, es decir, Jesucristo es
Dios, porque es Hijo del Padre en sentido pleno y absoluto. Y, al mismo tiem-
SRHVHQHVWDÀOLDFLyQHWHUQDGRQGHVHQRVUHYHODODSDWHUQLGDGGHO3DGUHHO
cual es Padre precisamente en el hecho de engendrar al Hijo. Esto da priori-
90 dad al Padre, no de tiempo –Dios es eterno–, ni de causalidad –en Dios no hay
QDGDFDXVDGR²VLQRGHSXURRULJHQ©(O3DGUHHVSRUH[FHOHQFLDHOSULQFLSLR
HORULJHQGHHVHGLQDPLVPRLQWHULRULQÀQLWRTXHHVODHVHQFLDPLVPDGHOD
GLYLQLGDG'LQDPLVPRQRGHODFDXVDOLGDGVLQRGHODFRPXQLFDFLyQª-0
Nicolas, Compendio de teología, 114). El Padre es la primera Persona; el Hijo, la
segunda, y el Espíritu Santo, la tercera.
Es lo que se llama el orden de la Trinidad. Este orden resulta siempre inaltera-
ble. Los testimonios del Nuevo Testamento que hemos analizado, sobre todo,
en las fórmulas triádicas muestran tres cosas de suma importancia:
1. Desde el primer momento de la vida de la Iglesia estuvo clara y explícita
la fe trinitaria;
HVWDIHFRPSRUWDODDÀUPDFLyQGHODunicidad de Dios y de la trinidad de
Personas;
HVWDIHFRPSRUWDODDÀUPDFLyQGHXQorden inalterable en la Santísima
Trinidad: el Padre es la primera Persona, el Hijo la segunda, y el Espíritu
Santo, la tercera. Esto es así porque el Hijo y el Espíritu proceden realmente
del Padre.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• Filiación divina • Mandato misional
• Paternidad de Dios • Pneuma
• Igualdad de conocimiento • Ruah
• Comunión triniataria • Economía de la salvación
• Paráclito • Misión del Hijo
• Santificador • Misión del Espíritu Santo
• Fuerza carismática
Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y me has dado espe-
ranzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana
esta, conserva aquella. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que
entra; si me cierras el postigo, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, te compren-
da y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa (…).
Hablando el Sabio de Vos en su libro, hoy conocido con el nombre de Eclesiástico, dice:
Muchas cosas diríamos sin acabar nunca; sea esta la conclusión de nuestro discurso: Él lo
es todo (Si 43, 27).
Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos
sin entenderlas, y Tú permanecerás todo en todos, y entonces cantaremos un cántico
eterno, alabándote todos unidos en Ti.
Señor, Dios Uno Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos libros míos
conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname Tú, Señor, y per-
dónenme los tuyos».
SAN AGUSTÍN,
Tratado sobre la Trinidad XV, 28, 51
* * *
«Dos célebres cambios de vida se han producido en el curso de los tiempos; ellos reci-
ben el nombre de los dos Testamentos y de “temblores de tierra” (cf. Mt 27, 51), debido
a la notoriedad de los hechos. El primero fue el que va de los ídolos a la Ley (cf. Ex 20,
3-5); el segundo, de la Ley al Evangelio (cf. Mt 27, 51; Heb 9, 3-8). Y ahora nosotros anun-
ciamos un tercer temblor, a saber, el paso de las cosas de aquí abajo a las cosas de arri-
ba (…) En efecto, las cosas están como sigue: el Antiguo Testamento proclamaba muy
claramente al Padre, y más oscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y
hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía
entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente,
cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del
93
Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como
un fardo suplementario, si se nos permite emplear una expresión un poco atrevida,
no fuese que abrumados, por así decir, con un alimento superior a nuestras fuerzas y
dirigiendo la mirada, aún demasiado débil hacia la luz del sol, corriésemos el riesgo de
perder nuestras facultades. En cambio, por medio de añadidos parciales, de “ascensio-
nes” (cf. Sal 83, 6) como dijo David, por avances y progresos “de gloria en gloria” (2 Co
3, 18), es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos».
SAN GREGORIO DE NACIANZO,
Sermón 31, 26
* * *
«Hemos escuchado que las últimas palabras del Señor a sus discípulos en esta tierra
fueron: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Haced discípulos y bautizad. ¿Por
qué a los discípulos no les basta conocer las doctrinas de Jesús, conocer los valores
cristianos? ¿Por qué es necesario estar bautizados? Este es el tema de nuestra reflexión,
para comprender la realidad, la profundidad del sacramento del Bautismo.
Una primera puerta se abre si leemos atentamente estas palabras del Señor. La elec-
ción de la palabra “en el nombre del Padre” en el texto griego es muy importante: el Se-
ñor dice “eis” y no “en”, es decir, no “en nombre” de la Trinidad, como nosotros decimos
que un viceprefecto habla “en nombre” del prefecto, o un embajador habla “en nombre”
del Gobierno. No; dice: “eis to onoma”, o sea, una inmersión en el nombre de la Trinidad,
ser insertados en el nombre de la Trinidad, una inter-penetración del ser de Dios y de
nuestro ser, un ser inmerso en el Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como en el
matrimonio, por ejemplo, dos personas llegan a ser una carne, convirtiéndose en una
nueva y única realidad, con un nuevo y único nombre.
(…) Y, por último, volvamos a las palabras de Cristo a los saduceos: «Dios es el Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob» (cf. Mt 22, 32); por consiguiente, estos no están muertos;
si son de Dios están vivos. Quiere decir que con el Bautismo, con la inmersión en el
nombre de Dios, también nosotros ya estamos inmersos en la vida inmortal, estamos
vivos para siempre. Con otras palabras, el Bautismo es una primera etapa de la Resu-
rrección: inmersos en Dios, ya estamos inmersos en la vida indestructible, comienza la
Resurrección. Como Abrahán, Isaac y Jacob por ser «nombre de Dios» están vivos, así
también nosotros, insertados en el nombre de Dios, estamos vivos en la vida inmortal.
El Bautismo es el primer paso de la Resurrección, es entrar en la vida indestructible de
Dios.
BENEDICTO XVI,
Lectio divina, 11.6.2012
95
TEMA
EL MISTERIO DE DIOS
4 EN LA TRADICIÓN
DE LA IGLESIA
Este tema se centra en el estudio de cómo la Iglesia ha confesado y ha
expresado su fe en el misterio de Dios, es decir, en su Unidad y en su
Trinidad. Como no es posible abarcar la riquísima historia de fe y de pen-
samiento, nos ocuparemos de algunos puntos clave pertenecientes a los
primeros siglos.
Se busca, por un lado, conocer cómo la fe en la Trinidad ha sido con-
fesada, celebrada y predicada universalmente desde los comienzos del
cristianismo; y, por otro, conocer el esfuerzo intelectual y teológico rea-
lizado para conseguir expresar esta fe con precisión de lenguaje y de
conceptos. Se trata de un desarrollo doctrinal que debe ser leído desde
la Sagrada Escritura y, a su vez, la Sagrada Escritura debe ser leída desde
el esfuerzo de comprensión que de la doctrina trinitaria ha tenido la Igle-
sia a lo largo de los siglos.
SUMARIO
1. LOS PRIMEROS TESTIMONIOS DE LA FE CRISTIANA EN EL DIOS UNO Y TRI-
NO • 1.1. La liturgia bautismal • 1.2. La profesión de fe trinitaria • 1.3. La
liturgia eucarística • 1.4. La oración cristiana • 2. LAS HEREJÍAS TRI-
NITARIAS • 2.1. Las teogonías gnósticas y el dualismo • 2.2. El monar-
quianismo • 2.3. El subordinacionismo arriano • 2.4. Los pneumatóma-
cos • 3. EL CONCILIO DE NICEA Y LA CONSUSTANCIALIDAD DEL PADRE Y DEL
HIJO • 4. LA FÓRMULA «UNA NATURALEZA, TRES PERSONAS» • 5. LA
DOCTRINA TRINITARIA DE LOS PADRES CAPADOCIOS • 6. EL SÍMBOLO
NICENOCONSTANTINOPOLITANO • 7. LA TEOLOGÍA TRINITARIA DE SAN
AGUSTÍN • 7.1. El itinerario del hombre hacia Dios • 7.2. La providencia de
Dios • 7.3. El tratado Sobre la Trinidad • 7.4. La unidad de Dios • 7.5. Per-
sona y relación • 7.6. Las procesiones divinas • 7.7. La imagen de la Trinidad
en el hombre
96 1. Los primeros testimonios de la fe cristiana
en el Dios Uno y Trino
El hecho de que Ireneo utilice estas fórmulas sin mayor comentario es una
prueba de que ellas expresan una doctrina ya tradicional e indiscutida en la
Iglesia. Conviene prestar atención a las preposiciones que utiliza san Ireneo
SDUDGHVFULELUODDFFLyQ~QLFD\GLVWLQWDGHORVWUHVHQODVDQWLÀFDFLyQEDXWLV-
mal: VHQDFHFRPRKLMRGHO3DGUHSRUPHGLRGHO+LMRHQHO(VStULWX6DQWR. Es
el Espíritu el que nos conduce al Verbo; el Verbo nos lleva al Padre, y el Padre
nos otorga la incorruptibilidad.
(OEDXWLVPRFULVWLDQRQRVRORVHFRQÀHUHHQHOQRPEUHGHO3DGUHGHO+LMR\GHO
Espíritu Santo, sino que previamente al bautismo es necesario hacer una pro-
fesión de fe trinitaria. El motivo de la redacción de los símbolos bautismales
es precisamente esta profesión de fe efectuada con el bautismo y la necesidad
de una catequesis previa para que esta profesión sea hecha con conciencia
FODUDGHORTXHVHFHOHEUD\GHORTXHVHFRQÀHVD
Numerosos pasajes del Nuevo Testamento testimonian ya la existencia de
una explícita profesión de fe en el momento del bautismo. Se trata de
una profesión de fe que se realiza, a veces, por medio de preguntas y res-
puestas (cf., por ejemplo, Hch 8, 37; Rm 10, 9; Ef 1, 13; 1 Tm 6, 12; Hb 4, 14).
Esto mismo aparece en los textos de la Didaché, de san Justino y de san
Ireneo citados hace poco. De hecho, a partir de san Justino y de san Ireneo
los testimonios sobre la existencia de estos símbolos comienzan a ser muy
numerosos.
San Ireneo, en su lucha contra los gnósticos, apela a la fe de la Iglesia expresada 99
HQHO6tPEROR\KDEODLQFOXVRGHWUHVDUWtFXORVGHQXHVWUDIH©(VWDHVODGLVSRVL-
FLyQ\HORUGHQDPLHQWRGHQXHVWUDIH\HOIXQGDPHQWRGHOHGLÀFLR\GHODFRQVWLWX-
ción del camino. Dios, Padre, increado, ilimitado, invisible, un solo Dios, creador
de toda realidad, este es el primer artículo de nuestra fe. Y el segundo artículo es
este: El Verbo de Dios, el Hijo de Dios, el Señor Nuestro Jesucristo (…) por cuya
obra ha sido creado todo (…) Y el tercer artículo es este: El Espíritu Santo, por
YLUWXGGHOFXDOKDQSURIHWL]DGRORVSURIHWDV«ª,UHQHRGH/\RQDemostración de
la fe apostólica, 6).
Los textos litúrgicos que se acaban de citar muestran cómo la oración cristia-
na, al igual que la fe, es esencialmente trinitaria. La oración cristiana hereda
muchos rasgos de la oración judía, pero se distingue de ella por un rasgo
fundamental: se dirige a Dios por la mediación de Jesucristo, nuestro Señor.
En efecto, según la enseñanza del Nuevo Testamento, Cristo es siempre y uni-
versalmente el mediador y sacerdote de la Nueva Alianza. De ahí que desde
los primeros momentos sea costumbre cristiana dirigir la oración al Padre por
medio del Hijo. En este marco se sitúan las doxologías cristianas que tanta
importancia tendrán en el desarrollo de la doctrina trinitaria.
Por ejemplo, como se verá más adelante, el desarrollo doctrinal de la pneumato-
logía encontrará uno de sus argumentos más decisivos en la doxologías presentes
desde siempre en la Iglesia. La igualdad en la alabanza a las tres Personas divinas
TXHVHUHÁHMDHQODVGR[RORJtDVVHUiXQRGHORVDUJXPHQWRVSULQFLSDOHVHQTXH
se apoyará san Basilio para defender la perfecta divinidad del Espíritu Santo (cf. 101
Basilio de Cesarea, Sobre el Espíritu Santo, 5-10).
• (OXVRGHODGR[RORJtD©*ORULDDO3DGUHDO+LMR\DO(VStULWX6DQWRªHVWDED
ya generalizado a mediados del siglo IV. Esta breve doxología es usada
SURQWRFRPRÀQDOGHODUHFLWDFLyQGHORVVDOPRV(VKDELWXDOTXHORVSD-
dres concluyan no solo su oración, sino también sus escritos con una breve
doxología trinitaria. Así se puede ver, entre muchos otros ejemplos, en la
Carta a los Corintios de Clemente de Roma, o en las obras de Clemente de
Alejandría, Qué rico se salvará; El pedagogo, III, 12, 101, 2, o en el tratado
Sobre la oración de Tertuliano.
• He aquí un entrañable ejemplo de las primeras oraciones cristianas. Se
encuentra en el Martirio de Policarpo, y es toda una lección de teología
trinitaria:
©6HxRU'LRV7RGRSRGHURVR3DGUHGHWX+LMRDPDGR-HVXFULVWRSRUHOFXDOKHPRV
recibido conocimiento de tu nombre, Dios de los ángeles y de las potestades y de
toda la creación, y de toda la generación de los santos que viven en tu presencia,
yo te bendigo de haberme juzgado digno de tomar parte, en el número de los
mártires, en el cáliz de tu Cristo, para la resurrección de la vida eterna del alma y
del cuerpo, en la incorruptibilidad del Espíritu Santo. Yo te alabo y te bendigo y te
JORULÀFRSRUPHGLRGHO6XPR6DFHUGRWHFHOHVWH\HWHUQRWX+LMRPX\DPDGR«ª
(Martirio de Policarpo, 14).
Nótese que la oración se dirige a Dios Padre. Policarpo lo adora como creador de
todo (pantocrátor), y como autor de la historia de la salvación. Este Dios es el Padre
de Jesucristo. Se recoge así una fórmula tradicional tan frecuente en san Pablo (cf.
Rm 15, 6; 2 Co 1, 3; 11, 31; Ef 1, 3; Col 1, 3). Las palabras que utiliza Policarpo para
102 GLULJLUVHD'LRV²©\RWHDODER\RWHEHQGLJR\RWHJORULÀFRª²HYRFDQODVJUDQGHV
DODEDQ]DVOLW~UJLFDVFRPRODVGHO*ORULDWHDODEDPRVWHEHQGHFLPRVWHJORULÀ-
camos. El Espíritu Santo es designado como dador de la incorruptibilidad tanto
del cuerpo como del alma. En el texto que ha llegado hasta nosotros, la oración
concluye con esta doxología:
©<RWHDODER\WHEHQGLJR\WHJORULÀFRSRUPHGLRGHO6XPR6DFHUGRWHFHOHVWH\
eterno, tu Hijo muy amado, por medio del cual te sea dada la gloria con Él y el
(VStULWX6DQWRDKRUD\SRUORVVLJORVIXWXURV$PpQªFIMartirio de Policarpo, 20).
2.2. El monarquianismo
2. La segunda línea del monarquianismo sí dice que Cristo es Dios, pero nie-
ga que sea realmente distinto del Padre; solamente sería uno de los «mo-
dos» en que Dios Padre se nos ha revelado. De ahí la denominación de
monarquianismo modalista. Algunos de estos monarquianos, para hacer
D~QPiVFRQWXQGHQWHVXDÀUPDFLyQGHTXH&ULVWRHVVRORXQ©PRGRªHQ
TXHHO3DGUHVHQRVKDUHYHODGROOHJDQLQFOXVRDDÀUPDUTXHHO3DGUHVX-
frió en la cruz. De ahí el sobrenombre de patripasianos.
Para los monarquianos, pues, no existe más que un solo Dios, el cual es al
PLVPRWLHPSR©XQVRORPRQDUFDªuna sola persona a la que unas veces se
OODPD 3DGUH RWUDV +LMR \ RWUDV (VStULWX 6DQWR. Pero esta paternidad no es
YHUGDGHUDSXHVQRVHDÀUPDTXHHO9HUERVHDGLVWLQWRGHO3DGUHQLTXHVHD
engendrado verdaderamente por Él.
©2HV3DGUHRHV+LMR²DUJXPHQWD7HUWXOLDQR²SXHVHOGtDQRHVORPLVPRTXHOD
noche, ni el Padre es el mismo que el Hijo, de forma que ambos sean al mismo
WLHPSRXQR\HORWURTXHHVORTXHTXLHUHQHVWRVVXSHUÀFLDOtVLPRVPRQDUTXLDQRVª
(Tertuliano, Adversus Praxeam 10, 1).
$ÀUPDUTXHHO3DGUHHVIXHQWH\RULJHQGHWRGDOD7ULQLGDGHTXLYDOHDDÀU-
mar la existencia de un orden en la Trinidad. Existe prioridad del Padre,
precisamente en cuanto que Él es la fuente de la divinidad del Hijo y del Es-
píritu Santo, los cuales proceden realmente de Él. En este sentido cabe decir
TXHHO3DGUHHV©PD\RUªSXHVGHeOSURFHGHQODVRWUDVGRVGLYLQDV3HUVRQDV
1HJDUHVWRVLJQLÀFDUtDQHJDUTXHHO3DGUHHQJHQGUD\HVSLUDYHUGDGHUDPHQWH
y, en consecuencia, negar también que el Hijo y el Espíritu Santo proceden
del Padre.
Conviene insistir en este punto: todo lo que el Hijo tiene lo recibe del Padre,
porque es Hijo en toda la verdad de la palabra. De ahí que llamemos al Padre
la primera Persona, al Hijo la segunda, y al Espíritu Santo la tercera. Sin embar-
go, HVWHRUGHQLQWHUQRGHOD7ULQLGDGQRSXHGHVLJQLÀFDUXQDVXERUGLQDFLyQ
en el terreno ontológico\HVWRKDGHVHUPDQWHQLGRFRQÀUPH]D(O+LMRHV
igual al Padre en todo, pues es Dios de Dios y un único Dios con Él. Negar
HVWRHTXLYDOGUtDDQHJDUODSHUIHFWDÀOLDFLyQGHO+LMR\HQFRQVHFXHQFLDHTXL-
valdría a negar la perfecta paternidad del Padre. Se puede hablar, pues, de
orden en la Trinidad, pero no se puede hablar de subordinación en el ser,
FRPRVLOD3HUVRQDGHO+LMRIXHVHLQIHULRURQWROyJLFDPHQWHDOD3HUVRQDGHO
Padre.
(OVXERUGLQDFLRQLVPRHVXQDKHUHMtDFRQVLVWHQWHHQDÀUPDUTXHH[LVWHVXE-
ordinación ontológica en el seno de la Trinidad. Nos encontramos en los co-
mienzos de la elaboración del pensamiento cristiano y de la creación del len-
guaje teológico, y por eso descubrimos en los escritos antiguos presentaciones
del misterio trinitario elaboradas por autores que, aun siendo sustancialmente
ortodoxos, utilizan expresiones que parecen conllevar una subordinación en-
tre el Padre y el Hijo. Es necesario distinguir entre un subordinacionismo real y
un subordinacionismo meramente verbal.
• Este subordinacionismo verbal no es otra cosa que una expresión im-
perfecta del orden existente en el seno de la Trinidad. Así se ve en mu-
chas expresiones de los Padres anteriores al Concilio de Nicea (a. 325),
TXHQXQFDGXGDURQHQDÀUPDUODGLYLQLGDGGHODVWUHV3HUVRQDV7HQLHQGR 107
en cuenta que la terminología teológica no estaba todavía perfectamente
desarrollada, estas expresiones no deben tomarse en sentido herético, sino
solo como lo que son: expresiones imperfectas. En efecto, estos autores
FUHHQÀUPHPHQWHHQODGLYLQLGDGGHO+LMR\GHO(VStULWX6DQWR/DHQpUJLFD
reacción de la Iglesia ante el subordinacionismo del siglo IV no se explicaría
VLHVWHVXERUGLQDFLRQLVPRKXELHVHHVWDGRSDFtÀFDPHQWHLQVWDODGRGHVGH
WLHPSRDQWHVHQWUHORVÀHOHV\ORVWHyORJRV
• El VXERUGLQDFLRQLVPRSURSLDPHQWHGLFKRFRQVLVWHHQDÀUPDUXQDVXERU-
dinación ontológica entre las divinas Personas. El ejemplo más claro es el
de Arrio († 336). Arrio negó la divinidad del Verbo, concibiéndolo de una
naturaleza inferior al Padre. Decía que el Verbo era un poiema, es decir, una
cosa hecha por el Padre, una criatura3DUDDÀUPDUHVWR$UULRVHDSR\DED
HQIUDVHVGHOD(VFULWXUDFRPR©(O3DGUHHVPD\RUTXH\Rª-QR
en la aplicación al Verbo indiscriminadamente de algunos textos vetero-
WHVWDPHQWDULRVFRQFHUQLHQWHVDOD6DELGXUtDFRPRSRUHMHPSOR©'HVGHHO
SULQFLSLR\DQWHVGHORVVLJORVPHFUHyª6L$UULRQRHUDFRQVFLHQWH
de que esto equivalía no solo a negar la existencia eterna del Hijo, sino
también a negar la paternidad del Padre, o, mejor dicho, la posibilidad de
paternidad en Dios.
El primer enfrentamiento de Arrio con su obispo, Alejandro de Alejandría,
tuvo lugar en una reunión de todo el clero de Alejandría. En esta reunión,
$UULRDFXVyD$OHMDQGURGHHQVHxDUGRFWULQDVHUUyQHDVSRUKDEODUGHODÀOLD-
ción del Verbo al Padre en sentido estricto. Alejandro, a su vez, pidió a Arrio
que no enseñase que hubo un momento en que el Verbo comenzó a existir. He
aquí cómo describe Alejandro la posición de Arrio y su propia posición en una
carta dirigida a todos los obispos:
©+HDTXtORTXH$UULR$TXLODVHWFGLFHQLQYHQWDQGRFRQWUDODV(VFULWXUDV1R
siempre Dios ha sido Padre, sino que alguna vez Dios no era Padre. No siempre
existía el Verbo de Dios, sino que existió de la nada. Porque Dios hizo de la nada
al que no existía. Por eso alguna vez no existía. Así que el Hijo es criatura y cosa
KHFKDª6yFUDWHVHistoria eclesiástica I, 5 [PG 67, 44-52]).
Este subordinacionismo fue la más dura herejía trinitaria y cristológica que tuvo
que soportar la Iglesia. Así lo atestigua la historia del agitado siglo IV(O©p[L-
WRª\ODIXHU]DGHODUULDQLVPR²LQYDGHHO2ULHQWH\OOHJDKDVWD6HYLOOD²VHH[- 109
SOLFDQSRUHOKHFKRGHSUHVHQWDUXQDIH©UDFLRQDOL]DGDªDOJXVWRGHODFXOWXUD
ambiental y por la perfecta simbiosis que se da entre la posición de Arrio y
gran parte del pensamiento griego.
Arrio niega la Trinidad por el camino de negar la igualdad de las Personas.
$ÀUPDTXHKD\HQ'LRVWUHV3HUVRQDVSHURGHKHFKRVRODPHQWHXQDHVYHU-
dadero Dios: el Padre, que es el único inengendrado, sin principio, ingénito, es
decir, el único que no proviene de otro. El Verbo, al ser engendrado por el Pa-
dre, ha recibido el ser y, por tanto, no puede ser Dios. Cuando Arrio lo llama
'LRVHQWLHQGHTXHHV'LRV©SRUJUDFLDªQRSRUQDWXUDOH]D
(OSUREOHPDHVWiSHUIHFWDPHQWHWLSLÀFDGRHVWRVSHUVRQDMHVDFHSWDQODGLYL-
nidad del Hijo, pero dicen que el Espíritu Santo es una criatura. La lucha de
ORVSQHXPDWyPDFRVFRQWUDODGLYLQLGDGGHO(VStULWX6DQWRVHPDQLÀHVWDFRQ
especial claridad en sus vacilaciones en torno a la doxología usual en la
Iglesia: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Sus reticencias con respecto
a otorgar al Espíritu Santo el mismo honor y gloria que al Padre y al Hijo fue-
ron la ocasión de que VDQ%DVLOLR escribiese su tratado Sobre el Espíritu Santo.
Los pneumatómacos se oponían a que, en la doxología, el Espíritu apareciese
junto al Padre y al Hijo en forma yuxtapuesta; solo aceptaban su presencia en
IRUPDVXERUGLQDGD6HJ~QHOORVQRVHGHEtDGHFLU©*ORULDDO3DGUH\DO+LMR
MXQWRFRQHO(VStULWX6DQWRªVLQR©*ORULDDO3DGUHSRUHO+LMRHQHO(VStULWX
6DQWRªSDUDTXHODJORULDGHO(VStULWX6DQWRQRIXHVHFHOHEUDGDMXQWDPHQWH
con la del Padre y la del Hijo (cf. Basilio de Cesarea, Sobre el Espíritu Santo, 24,
55). San Basilio argumentará con toda razón que esa doxología de yuxtaposi-
ción es correcta, pues responde a la teología contenida en el mandato bau-
tismal que coloca en igualdad de poder y honor a las tres divinas Personas
(cf. ibíd., 27, 68).
3. El Concilio de Nicea
y la consustancialidad del Padre y el Hijo
/DGLVWLQFLyQHQWUHORVFRQFHSWRVGH©QDWXUDOH]Dª\©SHUVRQDªD\XGyDIRUPX-
lar la enseñanza cristiana sobre el misterio trinitario.
• La naturalezaVHUHÀHUHDaquello que una cosa es (quid), es decir, a aque-
llo que esa cosa ha recibido por nacimiento; la personaVHUHÀHUHDla sin-
gularidad de un ser inteligenteDORTXHOHFRQVWLWX\HHQ©W~ªquis).
• La pregunta por la naturaleza se formula en neutro: qué es una persona
(médico, abogado, etc.); la pregunta por la persona se formula en indivi-
dual: quién es una persona.
114 • La pregunta por la naturaleza apunta hacia lo que esas personas tienen en
común: aquello que poseen igualmente; mientras que la pregunta por las
personas apunta hacia lo que las distingue.
• En el terreno trinitario, las preguntas pueden formularse así: ¿Qué es el Pa-
dre? La respuesta es clara: Dios. ¿Qué es el Hijo? La respuesta también es
clara: Dios. ¿Quién es la primera Persona de la Trinidad? El Padre. ¿Quién
es la segunda Persona? El Hijo.
/DGLVWLQFLyQHQWUH©QDWXUDOH]Dª\©SHUVRQDªWLHQHFRPRSXQWRGHSDUWLGDOD
experiencia universal del género humano. Era lógico aplicar esta distinción en
la teología trinitaria diciendo que en Dios hay una naturaleza y tres perso-
nas. Esta fórmula era ya utilizada en el siglo III. Sin embargo, resultó trabajoso
llegar a un lenguaje universal, escogiendo para cada uno de los conceptos
un término aceptado por todos. Un gran paso hacia esta universalización del
lenguaje se dio en el Concilio de Alejandría del año 362: aquí se decide uti-
lizar ousía (sustancia) para lo que es uno en la Trinidad, e hypóstasis para
designar las tres Personas. En griego, la fórmula sonaba así: mía ousía, treis
hypostáseis; en latín: una substantia, tres personae; en castellano: una naturaleza,
tres personas.
Alcanzar esta precisión de conceptos y esta universalidad del lenguaje teo-
lógico era sumamente importante, pero no fue fácil. Fueron necesarios casi
cuatro siglos de trabajo y de sufrimiento hasta llegar a la perfección en la doc-
trina trinitaria que encontramos, por ejemplo, en san basilio, san Gregorio de
Nacianzo o san Agustín. Es verdaderamente importante prestar atención a
estos tres números del Catecismo de la Iglesia católica (nn. 250-252):
©'XUDQWHORVSULPHURVVLJORVOD,JOHVLDIRUPXODPiVH[SOtFLWDPHQWHVXIHWULQLWD-
ria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla
contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos,
ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el
sentido de la fe del pueblo cristiano.
Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una termino-
ORJtDSURSLDFRQD\XGDGHQRFLRQHVGHRULJHQÀORVyÀFR´VXEVWDQFLDµ´SHUVRQDµ
R ´KLSyVWDVLVµ ´UHODFLyQµ HWF$O KDFHU HVWR QR VRPHWtD OD IH D XQD VDELGXUtD
humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos desti-
QDGRVWDPELpQDVLJQLÀFDUHQDGHODQWHXQ0LVWHULRLQHIDEOH´LQÀQLWDPHQWHPiV
allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana” (Pablo VI, Credo
del Pueblo de Dios, n. 2).
/D,JOHVLDXWLOL]DHOWpUPLQR´VXEVWDQFLDµWUDGXFLGRDYHFHVWDPELpQSRU´HVHQ-
FLDµ R SRU ´QDWXUDOH]Dµ SDUD GHVLJQDU HO VHU GLYLQR HQ VX XQLGDG HO WpUPLQR
´SHUVRQDµR´KLSyVWDVLVµSDUDGHVLJQDUDO3DGUHDO+LMR\DO(VStULWX6DQWRHQ 115
VXGLVWLQFLyQUHDOHQWUHVtHOWpUPLQR´UHODFLyQµSDUDGHVLJQDUHOKHFKRGHTXHVX
GLVWLQFLyQUHVLGHHQODUHIHUHQFLDGHFDGDXQRDORVRWURVª
/DV3HUVRQDVSXHVVRORVHGLVWLQJXHQSRUVXVSURSLDV©FDUDFWHUtVWLFDVª¢&Xi-
OHVVRQHVWDVFDUDFWHUtVWLFDV©SHUVRQLÀFDGRUDVª"6HJ~Q%DVLOLRODVFDUDFWHUtVWL-
FDVSHUVRQDOHVSXHGHQGHVLJQDUVHFRPRSDWHUQLGDGÀOLDFLyQ\IXHU]DVDQWLÀ-
cadora.
• Lo propio del Padre es ser agénnetos, es decir, ser inengendrado: el Padre
es la única Persona de la Trinidad que no procede de ninguna otra. Según
esta aseveración, se puede decir que es mayor que el Hijo, no en el sentido
de que sea mayor en naturaleza, sino en el sentido de que es el principio
del Hijo.
• El +LMR es gennetós, engendrado; Él es el único que es engendrado y, por
tanto, el único que es Hijo.
• Lo propio del Espíritu Santo es ser conocido en el Hijo y recibir junto con
El su sustancia del Padre..
<¢GHGyQGHVXUJHQHVWDVFDUDFWHUtVWLFDVSHUVRQLÀFDGRUDVHVH©DOJRªTXHGL-
ferencia a las tres divinas Personas, sin por eso diferenciar la sustancia? Ese
©DOJRªTXHQRSHUWHQHFHDODVXVWDQFLDGH'LRVWLHQHTXHSHUWHQHFHUDVXYLGD
íntima, es decir, a sus actos de conocimiento y de amor.
Esta doctrina trinitaria se encuentra desarrollada en forma muy parecida en
san Gregorio de Nacianzo. San Gregorio habla con mayor claridad que Basi-
lio de la divinidad del Espíritu Santo y de su consustancialidad con el Padre.
Subraya la unidad de la Trinidad a partir de la monarquía divina: el Padre
entrega al Hijo y al Espíritu indivisiblemente toda la divinidad, pues es simpli-
císima e indivisible. El Nacianceno destaca que la diferencia entre las Perso-
nas está en razón de las relaciones6RQHVWDVUHODFLRQHVODVTXHFRQÀJXUDQ 117
SRUDVtGHFLUOROD©QRFLyQªSURSLDGHFDGDSHUVRQDHVGHFLUODVTXHLPSLGHQ
que se dé confusión de las tres divinas Personas entre sí: el Padre no se con-
funde con el Hijo, ni el Hijo con el Padre.
+HDTXtXQWH[WRHORFXHQWH©(O3DGUHHV3DGUHVLQSULQFLSLRSRUTXHQRSURFHGH
de nadie. El Hijo es Hijo y no es sin principio, porque procede del Padre. Pero
si hablas de principio en el tiempo, también El es sin principio, porque es el Ha-
cedor del tiempo y no está sometido al tiempo. El Espíritu Santo es Espíritu de
YHUGDGTXHSURFHGHGHO3DGUHSHURQRDPDQHUDGHÀOLDFLyQSRUTXHQRSURFHGH
por generación, sino por procesión (…). Porque ni el Padre dejó de ser ingénito
por engendrar, ni el Hijo dejó de ser engendrado por proceder del ingénito (…)
7DPSRFRHO(VStULWXVHKDFRQYHUWLGRHQ3DGUHRHQ+LMRSRUHOKHFKRGHVHU'LRVª
(Gregorio de Nacianzo, Discurso 39, 12).
Recalca Gregorio que las tres divinas Personas no se diferencian más que
por su relación de origen©(O+LMRQRHVHO3DGUHSXHVKD\XQVROR3DGUH
pero el Hijo es todo lo que es el Padre; el Espíritu Santo no es el Hijo, porque
El procede de Dios, pues hay un solo Hijo único; pero el Espíritu Santo es lo
mismo que es el Hijo. Los tres son uno en la divinidad; el uno es tres en sus
SURSLHGDGHVSHUVRQDOL]DQWHVª*UHJRULRGH1DFLDQ]RDiscurso 31, 9). Una vez
señalada con fuerza la distinción personal, Gregorio –al igual que san Basilio
y san Gregorio de Nisa–, fundamenta la unidad en el Padre, que es la fuente
GHODTXHEURWDODGLYLQLGDGGHO+LMR\GHO(VStULWX.
(VHVSHFLDOPHQWHFODULÀFDGRUDODGRFWULQDGH*UHJRULRHQWRUQRDODSURFHVLyQ
del Espíritu Santo. Basilio confesaba que no era capaz de precisar el modo de
la procesión del Espíritu Santo. Gregorio es quien acuña el término «proce-
sión» (ekporeusis, processio) como diferente de generación, que tanta impor-
tancia tiene en la historia de la pneumatología:
©3XHVWRTXHSURFHGHekporéutai) del Padre, Él no es criatura; puesto que no es
engendrado, no es Hijo; puesto que está entre el Padre y el Hijo, Él es Dios (…)
¿En qué consiste esta procesión (ekporéusis) del Espíritu? Estaríamos locos, si qui-
siésemos descubrir del todo los misterios (…) Nosotros decimos que a Él (al Espí-
ritu) no le falta nada, porque es Dios. Pero es la diferencia de manifestación o de
UHODFLyQHQWUHHOORVODTXHKDFHODGLIHUHQFLDDODTXHFRUUHVSRQGHQORVQRPEUHVª
(Gregorio de Nacianzo, Discurso 31, 8).
Entiende el Niseno que la distinción de las Personas viene dada por las re-
laciones inmanentes que mantienen entre sí como consecuencia de su proce-
dencia. Según Gregorio, solo estas relaciones distinguen a las Personas entre
sí; en las obras ad extra, las tres actúan siempre conjuntamente, cada una
conforme a su característica personal:
©7RGDVODVRSHUDFLRQHVVHH[WLHQGHQGH'LRVDODFUHDFLyQ\UHFLEHQGLVWLQWRVQRP-
bres según las distintas maneras que tenemos de concebirlas; tienen su origen en
HO3DGUHSURFHGHQDWUDYpVGHO+LMR\VHSHUIHFFLRQDQHQHO(VStULWX6DQWRªVDQ
Gregorio de Nisa, A Ablabio, Gregorii Nyssenii Opera III/1 47-48).
Con san Agustín llegamos sin duda al punto culminante del pensamiento
patrístico latino. Él es uno de los genios más eminentes de la humanidad,
WDQWR SRU VX SURIXQGLGDG ÀORVyÀFD FRPR SRU VX DOWXUD WHROyJLFD \ SRU VX
HOHYDFLyQPtVWLFDHVHO3DGUHGHOD,JOHVLDFX\RSHQVDPLHQWRPiVKDLQÁXLGR
en la teología occidental.
(VWHDXWRUFHQWUDVXUHÁH[LyQHQHVWRVdos temas esenciales: Dios y el hom-
bre. Así lo expresa en los Soliloquios:
©'HVHR FRQRFHU D 'LRV \ DO DOPD ¢1DGD PiV" 1DGD HQ DEVROXWRª $JXVWtQ GH
Hipona, Soliloquios, 1, 2, 7).
6DQ$JXVWtQFRQÀHVDTXHLQFOXVRHQORVPRPHQWRVHQTXHVHVLQWLyDWUDtGR
por el maniqueísmo, jamás dudó de la providencia divina. Escribe:
©6LHPSUHFUHtTXHH[LVWtDV\WHQtDVFXLGDGRGHOJpQHURKXPDQRVLELHQLJQRUDED
lo que debía sentir de tu sustancia y qué vía era la que nos conducía o llevaba a
7Lª$JXVWtQGH+LSRQDConfesiones, 6, 5, 8).
Un solo Dios, una sola esencia, una sola sustancia numéricamente idéntica. Al
mismo tiempo, sabemos por la revelación que esta única esencia es poseída
SRUWUHVVXEVLVWHQWHV3DGUH+LMR(VStULWX6DQWRTXHVRQXQPLVPR\~QLFR
Dios. Se trata de tres distintos entre sí, pero idénticos a la esencia divina. Son
distintos única y exclusivamente en lo que tienen de relativos entre sí; no
son distintos con respecto a la misma esencia divina. Se les llama personas,
no porque con este término se exprese bien lo que son, sino porque no se en-
cuentra otro término mejor:
©&XDQGRVHQRVSUHJXQWDTXpFRVDVRQHVWRVWUHVWHQHPRVTXHUHFRQRFHUODH[WUH-
ma pobreza de nuestro lenguaje. Decimos tres personas para no guardar silencio,
QRSDUDGHFLUORTXHHVOD7ULQLGDGª$JXVWtQGH+LSRQDSobre la Trinidad V, 9, 10).
Estas Personas son distintas entre sí, precisamente porque son relativas la una
a la otra. Esta relatividad se fundamenta en la «procedencia» –en el origen–
de las divinas Personas. Este origen tiene lugar mediante la generación –en el
Hijo– y mediante la espiración en el Espíritu Santo.
San Agustín contribuye en forma decisiva a la teología de las procesiones di- 129
vinas mostrando la diferencia existente entre la forma en que proceden el
+LMR\HO(VStULWX6DQWR. En este asunto le sirvió de gran ayuda la analogía
psicológica, es decir, la analogía basada en la vida del espíritu humano. Según
San Agustín, la SURFHVLyQGHO+LMRHVSDUHFLGDDODSURFHVLyQGHODSDODEUD
interior, la palabra de la mente, la procesión del Espíritu Santo es parecida a
la procesión del amor, que sigue necesariamente a la inteligencia.
La procesión del Espíritu Santo es una de las cuestiones que san Agustín se
propone estudiar explícitamente. A pesar de no ser engendrado, el Espíritu
tiene la misma sustancia divina, porque la recibe del Padre y del Hijo como de
XQ~QLFRSULQFLSLRODUHFLEH©SULQFLSDOPHQWHªGHO3DGUHSXHVHO3DGUHHVHO
principio de la divinidad y da también al Hijo –que todo lo recibe del Padre–
el espirar al Espíritu Santo.
San Agustín acepta, pues, en toda su fuerza el axioma de que el Padre es «la
fuente y el origen de toda la Trinidad», así como la distinción del Hijo y del
Espíritu Santo en el modo de proceder del Padre. Mientras que HO+LMRSURFH-
GHGHO3DGUHSRUJHQHUDFLyQ\SRUHVRHV+LMR9HUERH,PDJHQGHO3DGUH; el
(VStULWX6DQWRSURFHGHGHO3DGUH\GHO+LMRFRPR$PRU y por eso es Don. Lo
propio del amor no es el ser imagen, sino el ser comunión, don; el Espíritu San-
to es, pues, el Amor que procede del amante y del amado y los une entre sí.
©1R VLQ UD]yQ HQ HVWD 7ULQLGDG ~QLFDPHQWH HO +LMR GH 'LRV VH OODPD 9HUER GH
Dios, y el Espíritu Santo se llama Don de Dios, y al Padre le llamamos Principio
engendrador del Hijo y de quien procede el Espíritu Santo principalmente. Y digo
principalmente, porque el Espíritu Santo procede también del Hijo.
Mas esto le fue concedido por el Padre, no como si ya existiese y aún no tuviera
este poder, sino porque todo lo que el Padre dio a su Hijo unigénito se lo otorgó
engendrándole. Así pues, lo engendró de tal forma que también procediera de Él
el don común, y el Espíritu Santo fuese el espíritu de ambos. (…)
Y si alguna de las tres divinas personas es amor apropiado, ¿quién con más dere-
cho que el Espíritu Santo? Pero esto siempre a condición de que en aquella simple
y suprema naturaleza no sea distinta la caridad de la esencia, ni en el Padre, ni
en el Hijo, ni en el Espíritu Santo. Con todo, el Espíritu Santo es llamado con toda
propiedad amor (charitasª$JXVWtQGH+LSRQDSobre la Trinidad XV, 17, 30).
* * *
«Todo el que quiera salvarse, ante todo es necesario que mantenga la fe católica: y el
que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.
Cual es el Padre, tal es el Hijo, tal es el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el
Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu
Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son
tres eternos, sino un solo eterno; como no son tres increados ni tres inmensos, sino un
solo increado y un solo inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el
Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un
solo omnipotente. Del mismo modo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es
Dios; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios. Así el Padre es Señor, el Hijo
es Señor, el Espíritu Santo es Señor; y, sin embargo, no son tres señores, sino un solo
Señor; porque así como la verdad cristiana nos obliga a confesar que cada persona es
Dios y Señor, la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores.
El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado; el Hijo procede solo del Padre,
no hecho, ni creado, sino engendrado; el Espíritu Santo, procede del Padre y del Hijo,
no hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede. Hay, por lo tanto, un solo Padre,
no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos.
Y en esta Trinidad, nada hay anterior o posterior, nada mayor o menor, pues las tres
personas son coeternas e iguales entre sí, de tal manera que, como antes se ha dicho,
hay que venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues,
salvarse, es necesario que crea estas cosas sobre la Trinidad».
Símbolo pseudo-atanasiano «Quicumque», DS 75
* * *
134 «La doctrina de nuestra religión sabe encontrar alguna distinción de las hipóstasis en la
unidad de la naturaleza. Incluso aquellos que son ajenos a nuestra doctrina pensarán
que Dios no carece de inteligencia. Quien confiesa que Dios no carece de inteligencia
(que Dios no es álogos) tendrá que admitir que Dios tiene un Verbo (…) Si dijere que
concibe el Verbo de Dios de manera semejante a nuestro verbo, entonces se le podrá
conducir a una concepción más elevada. En efecto, es de todo punto necesario creer
que el Verbo, como todo lo demás, se corresponde con la naturaleza (de la que proce-
de) (…) En la naturaleza trascendente, todo lo que de ella se predica debe ajustarse a
la grandeza de aquello que se contempla. Por consiguiente, cuando se habla del Verbo
de Dios, no se ha de pensar que su consistencia reside en el impulso de la voz y, por
lo tanto, que pierde la existencia real a la manera de nuestra palabra. Al contrario, lo
mismo que nuestra naturaleza, por ser caduca, tiene la palabra caduca, así también la
naturaleza incorruptible y perdurable tiene un Verbo eterno y sustancial. Y si, siguiendo
la lógica del razonamiento, se admite que el Verbo de Dios subsiste eternamente, será
completamente necesario aceptar que la sustancia del Verbo posee vida, pues sería
sacrílego pensar que el Verbo subsiste inanimado, como las piedras (…) Ahora bien,
la piedad nos ha hecho reconocer en la naturaleza divina la existencia de un Espíritu,
lo mismo que también se ha reconocido la existencia de un Verbo de Dios (…) Sería
rebajar la grandeza del poder divino, si concibiéramos el Espíritu que hay en Dios al
modo de nuestra respiración. Al contrario, lo consideramos como fuerza sustancial en
sí misma, con subsistencia propia, inseparable de Dios, en el que está, y del Verbo de
Dios, al que acompaña (…) Quien escudriña cuidadosamente la hondura del misterio
puede captar en su alma, de manera inefable, cierta modesta inteligencia de la doc-
trina relativa al conocimiento de Dios: cómo es que la misma cosa es numerable y a la
vez escapa a la numeración, y cómo es que se la ve separadamente y al mismo tiempo
la concebimos como unidad, y cómo es que está sujeta a distinción según la persona,
y no está dividida en la sustancia. Efectivamente, el concepto de persona distingue al
Espíritu del Verbo y también a Aquel de quien son el Espíritu y el Verbo. Pero una vez
que hayas comprendido lo que les distingue, verás también que la unidad de la natu-
raleza no admite partición, de modo que la fuerza de la monarquía no puede dividirse
fraccionada en diferentes divinidades».
SAN GREGORIO DE NISA,
La gran catequesis, 1
(tr. A. VELASCO, Gregorio de Nisa. La gran catequesis,
Madrid: Ciudad Nueva, 1990, 43-49)
135
TEMA
FE Y RAZÓN
5 EN EL CONOCIMIENTO
HUMANO DE DIOS
Una vez estudiada la revelación de Dios en la Sagrada Escritura y la fe
trinitaria en la Tradición de la Iglesia nos adentramos ahora en el estudio
sistemático del misterio de Dios. En este tema «Fe y razón en el conoci-
miento humano de Dios» se tratan tres cuestiones fundamentales y que,
en cierto sentido, han de considerarse preliminares: 1. La inevidencia de
la existencia de Dios y la capacidad del conocimiento humano para llegar
al conocimiento de la existencia de Dios; 2. Las razones fundamentales
que nos llevan a aceptar la existencia de Dios, es decir, los motivos que
hacen que sea «razonable» creer en la existencia de Dios; 3. Los caminos
por los que se llega no solo al conocimiento de la existencia de Dios, sino
a atisbar algo de cómo es Dios. Se trata de un tema introductorio en el
que aparecen numerosas cuestiones comunes con la filosofía. Así suce-
de, por ejemplo, con las pruebas de la existencia de Dios. La teología no
puede prescindir de estas cuestiones, pero la perspectiva en que las trata
es la suya propia, es decir, considerándolas desde la luz de la fe.
SUMARIO
INTRODUCCIÓN • 1. INEVIDENCIA DE LA EXISTENCIA DE DIOS • 2. LA
AFIRMACIÓN DE DIOS A PARTIR DEL MUNDO • 3. LAS PRUEBAS DE LA EXIS-
TENCIA DE DIOS • 4. LOS CAMINOS DE LA AFIRMACIÓN, DE LA NEGACIÓN
Y DE LA EMINENCIA • 5. EL CONOCIMIENTO ANALÓGICO • 6. LA TEOLO-
GÍA APOFÁTICA • 7. LA CUESTIÓN DE LOS NOMBRES DE DIOS
136 Introducción
(QHOSURFHVRGHO©HQFXHQWURªGHODSHUVRQDKXPDQDFRQ'LRVODLQWHOLJHQFLD
del hombre desempeña un papel destacado. Sin embargo, este itinerario hacia
Dios es un caminar que implica al hombre entero, no solo a su inteligencia,
sino a todo su ser personal: también implica –y esto primordialmente– a su
corazón. La búsqueda de Dios es el más abarcante, comprometedor y uni-
versal de todos los itinerarios humanos. Hablar del itinerario del hombre
hacia Dios exige, además, hablar de otro itinerario y tenerlo siempre presente:
HOLWLQHUDULRGH'LRVKDFLDHOKRPEUH3DUDHVWHPXWXR©HQFXHQWURªOODPy'LRV
DOKRPEUHDODH[LVWHQFLDGHVGHODQDGDSDUDHVWH©HQFXHQWURªGHMyVXKXHOOD
impresa en la creación y, sobre todo, en el interior mismo del hombre. Para 137
HVWHPLVPR©HQFXHQWURªVHUHYHOy'LRVDORODUJRGHODKLVWRULD
Ambos itinerarios –el de Dios hacia el hombre y el del hombre hacia Dios– son,
por así decirlo, complementarios. El hombre no buscaría a Dios si no estuvie-
se ya siendo buscado por Él(VWDDÀUPDFLyQLQFLGHGHFLVLYDPHQWHHQXQDGH
las verdades fundamentales de la antropología teológica: la capacidad que el
hombre tiene de Dios, la capacitas Dei. Esa capacidad natural –ínsita en lo más
íntimo de la naturaleza humana– es ya un primer resultado de la búsqueda
que Dios hace del hombre. Es, al mismo tiempo, garantía de que Dios se hace
accesible al hombre. Hermosamente lo expresó san Agustín en una de sus más
FpOHEUHVDÀUPDFLRQHV©1RVKLFLVWH6HxRUSDUD7L\QXHVWURFRUD]yQHVWDUi
LQTXLHWRKDVWDTXHGHVFDQVHHQ7Lª$JXVWtQGH+LSRQDConfesiones I, 1, 1).
Dios se ha hecho accesible al hombre, entre otras muchas razones, porque le
KDKHFKRFDSD]GHDOFDQ]DUOH/DWHRORJtDGHEHDÀUPDUFRQIXHU]DHVWDFDSD-
cidad humana de acceder a Dios. Pero –y esto es verdaderamente importan-
te– ODDÀUPDFLyQGHODFDSDFLGDGKXPDQDSDUD©GHVFXEULUªODH[LVWHQFLDGH
Dios no implica que el conocimiento de Dios sea de evidencia inmediata
para el hombre en su caminar terreno; tampoco implica que el hombre no
KD\DGHSRQHUXQVHULRHVIXHU]RHQHVWD©E~VTXHGDª&RQVXVRODUD]yQQDWX-
ral, el hombre es capaz de alcanzar el conocimiento de la existencia de Dios,
SHURVRORWUDVXQDPDUFKDIDWLJRVDQRH[HQWDGHGLÀFXOWDGHV\PXFKDVYHFHV
de errores.
Que Dios existe es una verdad evidente en sí misma, pero no es evidente para
nosotros:
• Es evidente en sí misma, porque, en Dios, esencia y existencia se identi-
ÀFDQeOHVXQDFWRLQÀQLWR\VLPSOLFtVLPRGHVHU'LRVQRHVXQVHUFRQWLQ-
gente. Por esta razón, quien viera la esencia divina vería inmediatamente
que Dios existe necesariamente, es decir, que no puede no existir. Esto es
ORTXHVLJQLÀFDTXHODH[LVWHQFLDGH'LRVHVHYLGHQWHHQVtPLVPD
• Pero no es evidente para nosotros, pues ningún hombre en esta tierra
ve la esencia divina. En consecuencia, la existencia de Dios no le resul-
ta evidente, sino que necesita deducirla a partir del conocimiento de las
cosas que conocemos directa e inmediatamente: nuestro mundo. El cono-
cimiento humano tiene como punto de partida el mundo sensible, que le
es accesible directa e intuitivamente al hombre. A partir de aquí, para ir
ascendiendo a la Fuente del ser, le queda el fatigoso camino del discurso
racional, no el de la intuición.
138 En el siglo XIX hubo quienes defendieron lo contrario: el ontologismo sostuvo
que la existencia de Dios resulta evidente para la inteligencia humana$ÀU-
maban esto porque pensaban que el hombre goza de una intuición inmediata,
aunque no del todo consciente, de la esencia divina. Según los ontologistas,
el hombre conocería inmediatamente a Dios y, a través de Él, conocería a los
demás seres.
Interesa especialmente valorar la proposición que reproducimos, que sintetiza
el pensamiento ontologista y que fue rechazada por el Magisterio de la Iglesia
FRPRLQFRPSDWLEOHFRQODGRFWULQDFULVWLDQD©(OFRQRFLPLHQWRLQPHGLDWRGH'LRV
al menos el habitual (inconsciente), es esencial al entendimiento humano: de tal
PRGRTXHVLQpOQRSXHGHFRQRFHUQDGDeOHVHQHIHFWRODOX]GHODLQWHOLJHQFLDª
('HFUHWRGHO6DQWR2ÀFLR, 18.IX.1861, DS 2841. Cf. también nn. 2844, 3201 y 3237).
En esta forma de ver las cosas, Dios sería el primum logicum, es decir, el
punto de partida del conocer humano: aquello que es lo primero conocido
y a partir de lo cual se conoce todo lo demás. El ontologismo se opone a la
enseñanza de la Sagrada Escritura, según la cual Dios nunca es conocido di-
UHFWDPHQWHSRUHOKRPEUH/RVWH[WRVVRQDEXQGDQWtVLPRV©1RPHYHUiKRP-
EUHQLQJXQRVLQPRULUª([©$'LRVQDGLHORKDYLVWRMDPiVª-Q
©$KRUD YHPRV FRPR HQ XQ HVSHMR ERUURVDPHQWH HQWRQFHV YHUHPRV FDUD D
FDUDª&R
Esto no quiere decir que, en muchas ocasiones, la existencia de Dios no parez-
FDHYLGHQWHDDTXHOORVTXHWLHQHQIH&XDQGRVHFUHHFRQÀUPH]DODH[LVWHQFLD
de Dios parece obvia. Es, por así decirlo, una muestra de cómo la fe ilumina a
la razón. Éste es el convencimiento de san Agustín cuando dice que nadie que
HVWpHQVXVDQRMXLFLRSRGUiGXGDUGHODH[LVWHQFLDGH'LRV©(VWRHVORFXUDGH
XQRVSRFRVª$JXVWtQGH+LSRQDSermón 69, 3).
Santo Tomás niega decididamente que sea evidente para nosotros que Dios exis-
te, y explica así el mecanismo psicológico de aquellos a los que les parece evi-
GHQWHODH[LVWHQFLDGH'LRV©(VWDRSLQLyQSURYLHQHHQSDUWHSRUODFRVWXPEUHGH
oír invocar el nombre de Dios desde el principio. La costumbre, y sobre todo la
que arranca desde la niñez, adquiere fuerza de naturaleza; por esto sucede que
admitimos como connaturales y evidentes las ideas de las que estamos imbuidos
GHVGHODLQIDQFLDª7RPiVGH$TXLQRSuma contra gentiles I, 11).
/DH[LVWHQFLDGH'LRVQRHVXQD©FXHVWLyQªTXHSHUWHQH]FDDODV©QHFHVLGDGHV
HVWpWLFDVªGHOKRPEUHVLQRTXHFRQVWLWX\HXQDFXHVWLyQIXQGDPHQWDOSDUDpO
Se trata de la cuestión más importante del pensamiento humano, pues la bús-
queda de Dios es, al mismo tiempo, la búsqueda del fundamento de todo ser
contingente y la búsqueda de la razón de la propia existencia. Es también
el fundamento de la propia dignidad: en efecto, la dignidad en cierto modo
LQÀQLWDGHOKRPEUHVHGHEHQRDVXLQWHOLJHQFLDVLQRDTXHpOKDVLGRKHFKRD
imagen y semejanza de Dios (cf. C. Fabro, Drama del hombre y misterio de Dios,
Madrid 1977, 211). Por esta razón, el hombre, que espontáneamente tiende a la
verdad y al bien, tarde o temprano siente el irrefrenable impulso de plantearse
la cuestión de Dios. Por este camino puede buscar las pruebas o argumentos
HQTXHDSR\DUHQIRUPDUHÁHMD\FRQVFLHQWHVXFRQYLFFLyQRVX©SUHVHQWLPLHQ-
WRªGHTXH'LRVH[LVWH
Y puesto que el hombre únicamente conoce a partir de los seres del mun-
do, solo en ellos encontrará el punto de partida para acceder racionalmente a
Dios. La contemplación de las cosas de la naturaleza se constituye así en el
primer paso –un paso imprescindible– para alcanzar el conocimiento de la
existencia de Dios. A partir de los seres que se conocen por los sentidos, con-
siderando su ser, contingente, limitado y causado, se asciende hasta la existen-
cia de un ser que no está limitado, ni es contingente, ni es causado, sino que es
ODFDXVDHOSULQFLSLR\HOÀQGHWRGDVODVFRVDV
Este camino corresponde, por ello, a la inteligencia en su actividad esencial:
OHHUHQHOLQWHULRUGHODVFRVDVTXHHVRHVORTXHHVWHQRPEUHVLJQLÀFDintus-
legere, leer dentro. Leyendo dentro de las cosas, más allá de lo fenoménico, de
142 lo que se muestra a los sentidos, el hombre puede encontrar la fuente de la que
estas cosas brotan.
Son muy numerosas las pruebas de la existencia de Dios elaboradas a lo largo
de la historia. Aquí estudiaremos únicamente los argumentos de santo Tomás
\GHVDQ$JXVWtQ(QODHODERUDFLyQGHODV©SUXHEDVªGHODH[LVWHQFLDGH'LRV
Santo Tomás se orienta hacia un planteamiento cosmológico y metafísico y
se apoya en el principio de causalidad. San Agustín, en cambio, se adentra en
el interior del hombre. (OGH+LSRQDTXL]iVUHFRUGDQGRVXSURSLRLWLQHUDULR
interior hasta la conversión, para mostrar la existencia de Dios se apoya en
las exigencias de la inteligencia y del corazón humano.
• Las cinco vías utilizadas por santo Tomás de Aquino en la Suma contra
gentiles y en la Suma Teológica revisten especial importancia (cf. Tomás de
Aquino, Suma contra gentiles I, 13; Suma Teológica I, q. 2, a. 3; cf. A. L. Gon-
zález, Teología natural, Pamplona 1985, 109-112). Estas vías tienen como
punto de partida una faceta de los seres materiales, inmediatamente per-
ceptible a la experiencia universal de los hombres: el movimiento, la cau-
VDOLGDGHÀFLHQWHODFRQWLQJHQFLDGHORVVHUHVODVSHUIHFFLRQHVH[LVWHQWHVHQ
ODVFRVDVODÀQDOLGDGtQVLWDHQWRGRVORVVHUHV
Todas las pruebas de la existencia de Dios aducidas por santo Tomás se
apoyan en el principio de causalidad y, en síntesis, dicen lo siguiente:
todo lo que sucede tiene una causa, todo ser contingente, aun cuando exis-
tiera ab aeterno, desde siempre, exige una causa que explique por qué existe
a pesar de que puede no existir; todo lo que es sin ser por sí mismo depen-
de de una causa que sea por sí misma. En otras palabras, lo que participa
de la existencia depende en último término de una causa que no participa
de la existencia, sino que es la Existencia misma, el Ser por esencia, una
Causa que no es causada por nada.
• El esquema agustiniano del itinerario del hombre hacia Dios es siempre
prácticamente el mismo: ir de lo exterior a lo interior del hombre, y del
interior del hombre a aquello que lo trasciende. La razón de ser de este
esquema se encuentra en la fuerza y efectividad con que san Agustín
considera al hombre como imagen de Dios. Dios es más íntimo al hombre
que el hombre mismo y, al mismo tiempo lo trasciende (Dios es el internum
aeternum, el interno eterno [Confesiones IX, 4, 10], secretissimus et praesentis-
simus, lo más oculto y lo más presente [Confesiones I, 4, 4], interior intimo
meo, más íntimo a mí que mi mayor intimidad [Confesiones III, 6, 11]). Sien-
do esto así, en las leyes de su pensamiento y de su amor –en las exigencias
GHVXFRUD]yQ²HQVXVDQVLDVGHYHUGDG\GHELHQLQÀQLWRVVHHQFXHQWUDQ 143
la llamada y los vestigios de un Ser que es la Verdad y el Amor. Cada par-
cela de verdad encontrada por el hombre, cada deseo de amor, atestiguan
la existencia de la Verdad y del Amor.
San Agustín argumenta repetidamente que la verdad aparece ante la men-
te como algo universal, independiente de la misma existencia del hombre:
exista o no exista el hombre, siempre será verdad que siete y tres son diez.
Por esto mismo, cualquier juicio verdadero apunta siempre hacia un Ser
inmutable y eterno. En el universo agustiniano, Dios no es alcanzado uti-
lizando el camino de un raciocinio basado en el principio de causalidad;
ODH[LVWHQFLDGH'LRVVHKDFHSUHVHQWHDOHVStULWXKXPDQRDOUHÁHMDUVH
en la verdad existente en el interior del hombre. En lo verdadero se nos
PDQLÀHVWDHOELHQLQFRQPXWDEOH(VWRHVDVtSRUTXHHVWHELHQHWHUQRHLQ-
mutable es el fundamento ontológico y epistemológico de todo bien y de
toda verdad.
Comentando el itinerario hacia Dios trazado por san Agustín, escribe A. Trapé:
©(OKRPEUHVHUHFRQRFHDVtPLVPRFXDQGRVHLQWX\HFRPRVHUH[LVWHQWHSHQVDQWH
y amante. Puede por ello ascender a Dios por tres vías: la vía del ser, la de la ver-
dad y la del amor. La segunda es la más frecuente, y es por eso la más típica del
agustinismo, porque San Agustín ama a partir de las verdades más inconcusas,
como la conciencia del propio conocer y querer, para reducir el escepticismo al
VLOHQFLRª$7UDSp©6$JXVWtQªHQ$GL%HUDUGLQRGLUPatrología III, Madrid
1981, 190).
(VWRVDUJXPHQWRVPXHVWUDQODH[LVWHQFLDGH'LRVFRQIXHU]DVXÀFLHQWHFRPR
para que sea razonable aceptar mediante la fe la revelación de la existencia
de Dios. Sin embargo, no hacen que la existencia de Dios nos sea evidente. Es-
tos argumentos no pertenecen al género de demostración física o matemática,
sino al género de demostración metafísica, pues Dios –cuya existencia es el
término de estos argumentos– está más allá de la física y de las matemáticas.
Está también más allá de todos estos argumentos. Dios está más allá de todo
ORTXHSXHGDFRQFHELUVHFRQFDWHJRUtDVÀQLWDVLas «pruebas» de la existen-
cia de Dios son un preámbulo, una invitación razonada a la fe; constituyen
una llamada racional y razonable a la libertad humana, y una prueba de la
144 honestidad intelectual de la fe. Como puntualiza el Catecismo de la Iglesia ca-
tólica, se les llama «pruebas» de la existencia de Dios©QRHQHOVHQWLGRGH
las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de argumen-
tos convergentes y convincentes que permiten llegar a verdaderas certezasª
(CEC, n. 31). Se trata de verdaderas certezas de tipo moral; no evidencias de
tipo físico. El hombre por sus facultades puede acceder al conocimiento de la
H[LVWHQFLDGH'LRVDVtHVWDV©SUXHEDVªGHODH[LVWHQFLDGH'LRVGLVSRQHQDO
hombre a la fe y muestran que la fe no se opone a la razón humana.
(VLPSRVLEOHDÀUPDUTXHXQDFRVDH[LVWHVLQFRQRFHUDOJRGHVXSURSLDQDWX-
raleza.
&RPRREVHUYy-XDQ'XQV(VFRWR©QXQFDFRQR]FRTXHXQDFRVDH[LVWHVLQRWHQJR
DOJ~QFRQFHSWRGHDTXHOH[WUHPRGHORTXHFRQR]FRTXHH[LVWHª-'XQV(VFRWR
Ordinatio I, 3).
5. El conocimiento analógico
6. La teología apofática
La conciencia de que Dios está más allá de todo concepto y de toda palabra
ha llevado a numerosos autores a subrayar la trascendencia divina en una
forma que se suele denominar teología apofática o teología negativa. Se trata
de una teología que se esfuerza por resaltar, sobre todo, la inadecuación de
cualquier palabra o de cualquier pensamiento para referirse a la naturaleza
divina. Dios está siempre más allá de toda expresión. Se trata, pues, de una
YtDWHROyJLFDTXHSURFHGHSRUPHGLRGHQHJDFLRQHVDÀQGHDFHUFDUVHD'LRV
trascendiendo todo concepto.
Esta forma de hacer teología es una vía que intenta equilibrar la teología cata-
fáticaODWHRORJtDTXHSURFHGHSRUDÀUPDFLRQHV(QODDSRIiWLFDWUDVDÀUPDUOD
existencia de perfecciones en Dios, es necesario negar esas mismas perfecciones
para trascender el concepto que de ellas tenemos.
Por esta razón el más profundo conocimiento de Dios a que puede llegar
el hombre se encuentra envuelto en el silencio sagrado$O DÀUPDU HVWR
6DQ *UHJRULR GH 1LVD VH HVWi UHÀULHQGR QR VROR DO FRQRFLPLHQWR GH 'LRV
conseguido con las solas fuerzas de la razón natural, sino también al conoci-
miento de Dios que proviene de la fe y de la iluminación del Espíritu Santo.
7DPELpQ OD SDODEUD GH 'LRV HV XQD ©WLQLHEODª ²XQ PLVWHULR² SRU OD TXH VH
adentra el alma guiada por la fe. Más aún, ella es precisamente un abismo
de misterio.
He aquí cómo describe Gregorio de Nisa el itinerario espiritual de su hermano
%DVLOLR©0XFKDVYHFHVOHYLPRVGHQWURGHODWLQLHEODHQODTXHHVWDED'LRVSXHV
la iluminación del Espíritu le hacía patente a Basilio lo que para los demás era in-
visible, hasta el punto de que parecía estar bajo el abrazo de aquella tiniebla en la
TXHVHRFXOWDHOGLVFXUVRVREUH'LRVª*UHJRULRGH1LVDElogio de Basilio, Madrid
1995, 154).
De ello, sin embargo, no se debe sacar la conclusión de que los científicos son incapa-
ces de encontrar, en sus estudios científicos, razones válidas para admitir la existencia
de Dios. Si la ciencia como tal no puede alcanzar a Dios, el científico, que posee una
inteligencia cuyo objeto no está limitado a las cosas sensibles, puede descubrir en el
mundo las razones para afirmar la existencia de un Ser que lo supera. Muchos científi-
cos han hecho y hacen este descubrimiento».
JUAN PABLO II,
Audiencia general, 10.VII.1985
* * *
Por otra parte, en la experiencia concreta de san Agustín, tal como él mismo cuenta en
sus Confesiones, el momento decisivo de su camino de fe no fue una visión de Dios más
154 allá de este mundo, sino más bien una escucha, […] el Dios personal de la Biblia, capaz
de comunicarse con el hombre, de bajar a vivir con él y de acompañarlo en el camino
de la historia, manifestándose en el tiempo de la escucha y la respuesta.
De todas formas, este encuentro con el Dios de la Palabra no hizo que san Agustín
prescindiese de la luz y la visión. Integró ambas perspectivas, guiado siempre por la
revelación del amor de Dios en Jesús. Y así, elaboró una filosofía de la luz que integra la
reciprocidad propia de la palabra y da espacio a la libertad de la mirada frente a la luz.
Igual que la palabra requiere una respuesta libre, así la luz tiene como respuesta una
imagen que la refleja. San Agustín, asociando escucha y visión, puede hablar entonces
de la “palabra que resplandece dentro del hombre” (Sobre la Trinidad XV 11, 20: “Ver-
bum quod intus lucet”)».
FRANCISCO,
Encíclica Lumen fidei, n. 33
* * *
«El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensi-
ble, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el
amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto
precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el
hombre al mismo hombre. Tal es –si se puede expresar así– la dimensión humana del
misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza,
la dignidad y el valor propios de su humanidad. En el misterio de la Redención el hom-
bre es “confirmado” y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Él es creado de nuevo!
“Ya no es judío ni griego: ya no es esclavo ni libre; no es ni hombre ni mujer, porque
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28). El hombre que quiere compren-
derse hasta el fondo a sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio
ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su in-
quietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con
su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe
“apropiarse” y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encon-
trarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de
adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo. ¡Qué valor debe te-
ner el hombre a los ojos del Creador, si ha “merecido tener tan grande Redentor” (Misal
Romano, himno Exultet de la Vigilia pascual), si “Dios ha dado a su Hijo”, a fin de que él,
155
el hombre, “no muera sino que tenga la vida eterna”! (Jn 3, 16).
En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama
Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica
la misión de la Iglesia en el mundo, incluso, y quizá aún más, “en el mundo contempo-
ráneo”. Este estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza que en su raíz profunda es
la certeza de la fe, pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del
humanismo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. Él determina también
su puesto, su –por así decirlo– particular derecho de ciudadanía en la historia del hom-
bre y de la humanidad. La Iglesia que no cesa de contemplar el conjunto del misterio
de Cristo, sabe con toda la certeza de la fe que la Redención llevada a cabo por medio
de la Cruz, ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su
existencia en el mundo, sentido que había perdido en gran medida a causa del pecado.
Por esta razón la Redención se ha cumplido en el misterio pascual que a través de la
cruz y la muerte conduce a la resurrección.
SUMARIO
1. LAS PERFECCIONES Y ATRIBUTOS DIVINOS • 2. LA TRASCENDENCIA DE
DIOS SOBRE EL UNIVERSO MATERIAL • 2.1. La simplicidad divina • 2.2. La
espiritualidad divina • 3. LA TRASCENDENCIA DE DIOS CON RESPECTO AL ES-
PACIO Y AL TIEMPO • 3.1. La inmensidad de Dios • 3.2. La omnipresencia
divina • 3.3. La eternidad divina • 4. LA UNICIDAD DE DIOS • 5. ASEI-
DAD DIVINA Y CONTINGENCIA CREATURAL.
1. Las perfecciones y atributos divinos 157
Nos adentramos en el estudio de las perfecciones divinas con los ojos puestos
en el mandato misional de Cristo (cf. Mt 28, 19), que hemos citado tantas veces
y sobre el que descansan las confesiones cristianas de fe en un Dios que es a la
vez unidad y trinidad. En este tema buscamos ante todo qué es ese Dios predi-
cado por Cristo. Nos preguntamos por aquello que tienen en común las tres
divinas Personas, aquello que las constituye en un único Dios.
(QQXHVWUDUHÁH[LyQVREUHODVSHUIHFFLRQHVGLYLQDVWHQGUHPRVFRPRSXQWRGH
referencia constante cuanto se ha dicho en torno a las razones e importancia
de la teología negativa(VELHQFHUWHUDODVREULDDÀUPDFLyQTXHVDQWR7RPiV
coloca precisamente en el frontispicio de las cuestiones referentes a las perfec-
ciones y atributos divinos:
©&RPRGH'LRVQRSRGHPRVVDEHUORTXHHVVLQRORTXHQRHVWDPSRFRSRGHPRV
WUDWDUGHFyPRHVVLQRPiVELHQGHFyPRQRHVª7RPiVGH$TXLQRSuma Teoló-
gica I, q. 3, prol).
'HVGHODVSULPHUDVSDODEUDVGHOD6DJUDGD(VFULWXUDVHDÀUPDla trascenden-
cia de Dios respecto al universo entero. Yahvé es el Creador y el Señor de
todo. Él es antes que todo y está por encima de todo. Él es supratemporal y
supracósmico. Él es un mysterium tremendum et fascinosum, un misterio tre-
PHQGR\IDVFLQDQWHTXHVREUHSDVDLQÀQLWDPHQWHDOKRPEUH,QFOXVRFXDQGR
'LRVVHDFHUFDGHÀQLWLYDPHQWHDOKRPEUHHQ&ULVWRVLJXHVLHQGRHO'LRVVDQWR
y sublime, trascendente y cercano.
Esta trascendencia divina acompaña siempre y explícitamente la «persona-
lidad» del Dios cristiano, tanto en la Sagrada Escritura como en la gran tra-
dición de la Iglesia. La confesión de la Encarnación no tiene nada que ver con
ninguna de las formas de panteísmo que tentaron especialmente a algunos
pensadores de los siglos XVIII y XIX. El Dios cristiano es un Dios entrañable-
mente personal, que tiene un nombre concreto (cf. Ex 3, 14), que establece su
Alianza con el hombre, y al que el hombre le puede llamar Tú, pero es trans-
cendente al universo material: nunca entra en composición con el mundo
formando parte de él.
• /DVLPSOLFLGDGGH'LRVKDVLGRVROHPQHPHQWHDÀUPDGDSRUHO0DJLVWHULR
de la Iglesia, recogiendo así la enseñanza de la Sagrada Escritura y una
WUDGLFLyQWHROyJLFDXQiQLPH©'LRVHVXQDQDWXUDOH]DFRPSOHWDPHQWHVLP-
SOHªGLFHHO&RQFLOLR,9GH/HWUiQ'HÀQLWLRFRQWUDDOELJHQVHVHWFDWKDURV [a.
@'6©'LRVHVXQDVLPSOHVXVWDQFLDHVSLULWXDOFRPSOHWDPHQWHLQ-
PXWDEOHªHQVHxDHO&RQFLOLR9DWLFDQR,WHQLHQGRSUHVHQWHVSUHFLVDPHQWH
los diversos panteísmos que se encuentran en la cultura occidental en el
siglo XIX (Dei Filius [24.IV.1870], cp. I, DS 3001).
Es imposible que Dios esté compuesto de partes o que, junto con otros seres,
entre a formar parte en la composición de un todo. Ni es razonable el panteís-
mo –en la medida en que todavía se hable de teísmo–, ni es razonable hablar de
Dios en un modo que implique composición, como si Dios fuese una suma de
sus componentes.
3DGUH+LMR\(VStULWX6DQWRQRVHSXHGHQFRQFHELUFRPR©VXPDQGRVªGHXQD
unidad superior, sino como comunión perfecta en la misma y única esencia.
La esencia divina no se multiplica con las Personas. Al engendrar al Hijo,
el Padre entrega al Hijo toda su esencia, sin división y sin multiplicación. La
esencia del Hijo es numéricamente la misma del Padre. Y lo mismo hay que
decir de la Persona del Espíritu Santo. La esencia divina es simplicísima y
única.
162 2.2. La espiritualidad divina
©&UHHPRVÀUPHPHQWH\FRQIHVDPRVFRQVHQFLOOH]TXHVRODPHQWHKD\XQ~QLFR\
YHUGDGHUR'LRVHWHUQRLQPHQVRLQPXWDEOHLQFRPSUHKHQVLEOHǻ&RQFLOLR,9
de Letrán, 'HÀQLWLRFRQWUDDOELJHQVHVHWFDWKDURV [a. 1215], DS 800).
©/D 6DQWD FDWyOLFD \ DSRVWyOLFD LJOHVLD URPDQD FUHH \ FRQÀHVD TXH KD\ XQ VROR
'LRVYHUGDGHUR\YLYR«RPQLSRWHQWHHWHUQRLQPHQVRLQFRPSUHKHQVLEOH«ª
(Concilio Vaticano I, Dei Filius [24.IV.1870], DS 3001).
Dios está en todas partes, es decir, es omnipresente. Baste recordar estas her-
PRVDVSDODEUDVGH-RE©¢'yQGHSRGUtDDOHMDUPHGHWXHVStULWX"¢$GyQGHKXLU
de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás Tú; si bajare a los abismos, allí
estás presente. Si, robando las plumas a la aurora, quisiera habitar al extremo
GHOPDUWDPELpQDOOtPHUHFRJHUtDWXPDQR\PHWHQGUtDWXGLHVWUDª-E
8-9). Esta es la doctrina que Nuestro Señor da por supuesta en el diálogo con
la samaritana al contestar a su pregunta sobre dónde se debe adorar a Dios.
Dios es espíritu y, por lo tanto, se le ha de adorar en todo tiempo y lugar (cf.
Jn 4, 20-24).
166 Precisamente porque Dios no pertenece al espacio, puede estar presente en
todos los lugares y en todas las cosastQWLPDPHQWHVLQ©DYDVDOODUODVª como
la fuente de su ser. Los mismos pasajes de la Escritura que hablan de la in-
mensidad de Dios hablan de su presencia universal.
Es lo que dice san Pablo en el Areópago©'LRVQRHVWiOHMRVGHQLQJXQRGH
QRVRWURVSRUTXHHQeOYLYLPRVQRVPRYHPRV\H[LVWLPRVª+FK
La presencia de Dios a las cosas implica, al mismo tiempo, su trascendencia
respeto a ellas: la omnipresencia equivale a que todo está en Dios y Dios está
en todo; pero no se dice esto en el plano de la espacialidad, sino en el de la
dependencia que el ser creado tiene con respecto a su Creador.
He aquí cómo lo razona santo Tomás:
©&RPR'LRVFDXVDHOHIHFWRGHVHUHQODVFRVDVQRVRORFXDQGRHPSLH]DQDH[LV-
tir, sino durante todo el tiempo que lo conservan, a la manera como el sol está
causando la iluminación del aire mientras este tiene luz, síguese que ha de estar
presente en lo que existe mientras tenga ser y según el modo como participe el
ser. Ahora bien, el ser es lo más íntimo de cada cosa y lo que más profundamente
las penetra, ya que es principio formal de cuanto en ellas hay. Por consiguiente es
QHFHVDULRTXH'LRVHVWpHQWRGDVODVFRVDV\HQORPiVtQWLPRGHHOODVª7RPiVGH
Aquino, Suma Teológica I, q. 8, a. 1 in c.).
$XQTXHVHSXGLHUDKDEODUGHXQWLHPSRGHGXUDFLyQLQÀQLWD²VLQSULQFLSLRQL
ÀQ²HVHWLHPSRQRVHFRQYHUWLUtDHQHWHUQLGDGSXHVVHWUDWDUtDGHVHUHVFX\D
existencia se desarrolla en un presente fugaz entre un pasado y un futuro.
Dada esta fugacidad, el ahora del tiempo es siempre imperfecto; tampoco
WRGRHOWLHPSRHV©DKRUDª\DTXHFRQVWDDGHPiVGHSDVDGR\GHIXWXURel
ahora de la eternidad es perfecto, no solo porque no es fugaz, sino porque
toda la eternidad coincide con ese ahora (cf. Tomás de Aquino, Suma Teológi-
ca I, q. 10, a. 1, ad 5.).
Por esta razón, la eternidad, propiamente hablando, conviene exclusiva-
mente a Dios. Solo a Él compete ese inefable modo de existencia de quien
posee plenamente su vida toda a la vez. Al tratar de la inmensidad divina, se
hacía necesario trascender toda materialidad; al hablar de la eternidad de Dios
se hace necesario trascender toda temporalidad.
©/D HWHUQLGDG HV OD PHGLGD SURSLD GHO VHU FRPR HO WLHPSR OR HV GHO PRYL-
miento. Por eso, cuanto más apartada de la permanencia en el ser y sometida
a cambios esté una cosa, tanto más estará alejada de la eternidad y sujeta al
tiempo. Por consiguiente, el ser de las cosas corruptibles, que es mudable, no
se mide por la eternidad, sino por el tiempo. Pero el tiempo no solo mide lo
que actualmente cambia, sino también lo que puede cambiar, por lo cual no
solo mide el movimiento, sino también el reposo, que es el estado de un ser que
SXHGHHVWDUHQPRYLPLHQWR\QRVHPXHYHª7RPiVGH$TXLQRSuma Teológica
I, q. 10, a. 5, ad 3).
4. La unicidad de Dios
Es lógico concluir nuestro recorrido por los atributos divinos considerando la
unicidad de Dios. No hay más que un solo Dios, porque Él está por encima
de todo otro ser. Él no recibe el ser de nadie, mientras que todo cuanto existe
fuera de Él pertenece al mundo de lo creado y de lo contingente. Incluso los
ángeles y los demonios, de los que con frecuencia se habla en la Sagrada Escri-
tura, no son más que sus servidores.
(OPRQRWHtVPRLPSOLFDODDÀUPDFLyQGHTXH'LRVWUDVFLHQGHDEVROXWDPHQWH
a todos los seres. <YLFHYHUVDDÀUPDUTXH'LRVWUDVFLHQGHWRGRVORVVHUHV
HTXLYDOHDDÀUPDUTXHeOHV~QLFR(OPRQRWHtVPRHVDQWHVTXHQDGDDÀU-
mación de la absoluta trascendencia divina. El ser de Dios es único, porque
cualitativamente trasciende todos los seres.
En el Antiguo Testamento se exige la adoración a un solo Dios, porque Él es el
~QLFR'LRV(OWH[WRSDUDGLJPiWLFRHVHOGH'HXWHURQRPLR©2\H,VUDHO
Yahvé es nuestro Dios, Yahvé es único. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
FRUD]yQFRQWRGDWXDOPDFRQWRGDVWXVIXHU]DVª
• Quizás los capítulos que más vigorosamente fustigan a los ídolos se en-
cuentren en el Deutero-Isaías: la ironía contra los dioses viene razonada
QRVRORSRUODLQXWLOLGDGGHORVtGRORVVLQRSRUODXQLFLGDGGH<DKYp©<R
soy el primero y el último, y no hay otro Dios fuera de mí. ¿Quién como
yo? (…) Todos los forjadores de ídolos son nada (…) Yo soy Yahvé el que
ORKDKHFKRWRGRHOTXHVRORGHVSOLHJDORVFLHORV\DÀUPDODWLHUUD¢4XLpQ
FRQPLJR"ª,V1XHVWUR6HxRUFRQÀUPDODIHHQODXQLFLGDGGH
Dios, citando precisamente Deuteronomio 6, 4-5 (cf. Mt 22, 37; Mc 12, 30;
Lc 10, 27).
Como ya se ha dicho –pero conviene insistir en ello– la enseñanza bíblica no
solo se opone a todo politeísmo, sino también a toda confusión entre lo divino
y las fuerzas de la naturaleza. El monoteísmo cristiano posee unos rasgos que
lo hacen inconfundible con cualquier otro monoteísmo. La diferencia funda-
mental estriba en ODFODULGDGFRQTXHVHDÀUPDODGRFWULQDGHOD creación de
la nada y, en consecuencia, la absoluta diversidad cualitativa existente entre
el ser de Dios y el ser creado. Así se ha visto con claridad, al estudiar a fondo
los atributos divinos.
Tocamos aquí una cuestión clave para el concepto de Dios. La diferencia 171
esencial entre monoteísmo y politeísmo no radica tanto en el número de dio-
ses a los que se adora o en los que se cree, sino que radica, sobre todo, en la
hondura y autenticidad con que se concibe el ser divino, como ser trascen-
dente. El politeísta no solo adora a dioses falsos, sino que tiene un concepto
devaluado de la divinidad. Hay muchos dioses, porque realmente ninguno
GHHOORVHVYHUGDGHUDPHQWHLQÀQLWR(OSROLWHtVPRVRORHVSRVLEOHFXDQGRVH
ignora la trascendencia de Dios sobre el mundo creado, es decir, cuando no
hay conciencia clara de la auténtica grandeza de Dios.
'HDKtTXHHQODDÀUPDFLyQGHOPRQRWHtVPRKD\DDOJRPXFKRPiVLPSRUWDQWH
aún que la cuestión del número de dioses. Se trata de la cuestión de la natura-
leza misma de Dios. La teología de la creación es aquí decisiva. Solo se da una
auténtica intelección del monoteísmo cuando se concibe a Dios como crea-
dor y dueño absoluto de todo cuanto existe, es decir, como Señor de cielos y
tierra, que trasciende abismalmente todo los seres, porque únicamente Él es
el Ser. Los demás, participamos del ser, pero no somos el ser.
• Como se verá en el tema siguiente, la revelación del monoteísmo llega
a su plenitud con la revelación del misterio trinitario. No se trata de un
correctivo al monoteísmo, sino de una profundización en la verdad sobre
el Dios único. Esta revelación muestra, en efecto, cómo es la vida íntima
del único Dios. Dios no solo es un ser personal, sino que es una unidad
en comunión de personas. Existe en Dios una perfecta conjugación entre
unidad y comunión. El misterio trinitario indica, a la vez, la riqueza de la
DÀUPDFLyQPRQRWHtVWD\ODSURIXQGLGDGGHODDÀUPDFLyQGHTXH'LRVHV
Amor (cf. 1 Jn 4, 8).
En su lucha contra el politeísmo, los santos Padres recurrieron con frecuencia
al sentido común para mostrar la unicidad de Dios. Baste, como ejemplo, la
argumentación aducida por san Juan Damasceno, que es de una claridad y
contundencia envidiables:
©/D HVHQFLD GLYLQD HV SHUIHFWD QR OH IDOWD QDGD HQ ERQGDG HQ VDELGXUtD \ SR-
GHUFDUHFHGHSULQFLSLR\GHÀQHVHWHUQDPHQWHLOLPLWDGDHQSRFDVSDODEUDVHV
absolutamente perfecta. Si suponemos que hay muchos dioses, necesariamente
habrá una diferencia entre ellos, ya que, si no hubiese ninguna diferencia, serían
un solo Dios y no muchos. Ahora bien, si hay una diferencia entre ellos, ¿dónde
está entonces la perfección? Pues uno estaría por debajo de lo perfecto respecto a
la bondad o al poder o a la sabiduría o al lugar, y no sería Dios. Pero la perfecta
identidad demostraría que existe uno solo y no muchos. ¿Y cómo sería posible
TXHVHFRQVHUYDUDODLQÀQLWXGHQODH[LVWHQFLDGHPXFKRV"«8QRHVSXHV'LRV
172 perfecto, ilimitado, creador, conservador y gobernador del universo, omniper-
fecto y totalmente feliz. Además es una necesidad natural que la unidad sea el
IXQGDPHQWRGHODGXDOLGDGª-XDQ'DPDVFHQRExposición de la fe ortodoxa, V, 5).
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios: “Sí, Dios es tan grande que supera nues-
tra ciencia» (Jb 36, 26). Por esto Dios debe ser «el primer servido”. [Santa Juana de Arco]
Es vivir en acción de gracias: si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que po-
seemos viene de Él: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co 4, 7). “¿Cómo pagaré al
Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 1 16, 12).
Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres: Todos han sido
hechos “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 26).
Es usar bien de las cosas creadas: La fe en Dios, el Único, nos lleva a usar de todo lo que
no es Él en la medida en que nos acerca a Él, y a separarnos de ello en la medida en
que nos aparta de Él (cf. Mt 5, 29-30; 16, 24; 19, 23-24): “Señor mío y Dios mío, quítame
todo lo que me aleja de Ti / Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti /
Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a Ti” (San Nicolás de
Flüe, Oración).
175
Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una composi-
ción poética de santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente: “Nada te turbe, Nada
te espante, Todo se pasa, Dios no se muda, La paciencia, Todo lo alcanza; Quien a Dios
tiene, Nada le falta: Solo Dios basta” (poes. 30)».
Catecismo de la Iglesia católica, nn. 222-227
* * *
«Pero si la mente volandera de alguno, vagando por las imágenes de los tiempos ante-
riores [a la creación], se admirase de que tú, Dios omnipotente, creador y conservador
de todo el universo, artífice del cielo y de la tierra, dejaste pasar un sinnúmero de siglos
antes de que hicieses tan gran obra, despierte y advierta que admira cosas falsas. Por-
que ¿cómo habían de pasar innumerables siglos, cuando aún no los habías hecho tú,
autor y creador de los siglos? ¿O qué tiempos podían existir que no fuesen creados por
ti? ¿Y cómo habían de pasar, si nunca habían sido? Luego, siendo tú el obrador de todos
los tiempos, si existió algún tiempo antes de que hicieses el cielo y la tierra, ¿por qué
se dice que “cesabas de obrar”? Porque tú habías hecho el tiempo mismo; ni pudieron
pasar los tiempos antes de que hicieses los tiempos. Pues si antes del cielo y de la tierra
no existía ningún tiempo, ¿por qué se pregunta qué era lo que “entonces” hacías? Por-
que realmente no había tiempo donde no había “entonces”.
* * *
176 «Renucia a los sentidos, a las operaciones intelectuales, a todo lo sensible y a todo lo
inteligible. Despójate de todas las cosas que son y aun de las que no son. Deja de lado
tu entender y esfuérzate por subir lo más que puedas hasta unirte con aquel que está
más allá de todo ser y de todo saber. (…)
¡Trinidad supraesencial, más que divina y más que buena! Maestra de la sabiduría di-
vina de los cristianos, guíanos hasta más allá del no saber y de la luz, hasta la cima
más alta de las Escrituras místicas. Allí los misterios de la Palabra de Dios son simples,
absolutos, inmutables en las tinieblas más que luminosas del silencia que muestra los
secretos. Ellos desbordan fulgurantes de luz en medio de las más negras tinieblas. Ab-
solutamente intangibles e invisibles, los misterios de hermosísimos fulgores inundan
nuestras almas deslumbradas. (…)
Debemos afirmar que, siendo Causa de todos los seres, habrá de atribuírsele todo
cuanto se diga del ser, porque es supraesencial a todos. Esto no quiere decir que la
negación contradiga a las afirmaciones, sino que por sí misma aquella Causa trasciende
y es supraesencial a todas las cosas, anterior y superior a las privaciones, pues está más
allá de cualquier afirmación o negación. (…)
Esto significa que las cosas más santas y sublimes percibidas por nuestros ojos y razón
son apenas medios por los que podemos conocer la presencia de aquel que todo lo
trasciende. A través de ellos, sin embargo, se hace manifiesta su inimaginable presen-
cia. (…) Allí [en las misteriosas Tinieblas del no-saber], renunciado todo lo que pueda
la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se aban-
dona por completo en aquel que está más allá de todo ser. Allí, sin pertenecerse a sí
mismo ni a nadie, renunciado a todo conocimiento, queda unido por lo más noble de
su ser con Aquel que es totalmente incognoscible. Por lo mismo que nada conoce,
entiende sobre toda inteligencia».
PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA,
De mystica theologia,
PG 5 1000; tr. T. Martín-Lunas, Obras completas
del Pseudo Dionisio Areopagita,
Madrid: BAC, 1995, 371-373
177
TEMA
EL MISTERIO DE LA VIDA
7 ÍNTIMA DE DIOS: LA
TRINIDAD DE PERSONAS
Una vez estudiado el misterio de Dios en su unidad, nos adentramos
ahora en el misterio trinitario, en el estudio de la trinidad de Personas
existentes en Dios. No existe más que un solo Dios. Pero este único Dios
existe en y como comunión interpersonal. Es decir, Dios es único, pero
no es un Dios solitario. El punto central del tema es enunciar qué se en-
tiende por el misterio de la Trinidad, es decir, mostrar cómo se dan al
mismo tiempo en Dios, unidad y trinidad. Para ello trataremos de ex-
presar con exactitud qué se entiende por Persona en Dios y cómo se
ha de comprender la relación de las Personas en Dios, es decir, en qué
sentido se dice que las Personas divinas son relativas entre sí. El estudio
de las relaciones de las Personas divinas culmina con la consideración de
la perfectísima comunión de ser y de vida que se da la Trinidad.
SUMARIO
1. LA REVELACIÓN DE LA TRINIDAD COMO REVELACIÓN DE LA VIDA ÍNTIMA
DEL DIOS QUE ES AMOR • 2. LOS ESQUEMAS GRIEGO Y LATINO • 3. LA
ANALOGÍA PSICOLÓGICA • 4. EXISTENCIA DE PROCESIONES Y RELACIONES
EN DIOS • 4.1. Existencia de dos procesiones en Dios • 4.2. El concepto de
procesión aplicado a Dios • 4.3. Las relaciones en Dios • 4.4. El concepto de
relación aplicado a Dios • 5. EL CONCEPTO DE PERSONA APLICADO A LOS TRES
DE LA TRINIDAD • 6. PERSONA DIVINA Y RELACIÓN SUBSISTENTE • 7. LA
PERICHÓRESIS TRINITARIA • ANEXO: LA PROCESIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y
LA CUESTIÓN DEL FILIOQUE • a. Historia de la cuestión • b. La cuestión del
Filioque a partir de Folio • c. Significado teológico del Filioque
178 1. La revelación de la Trinidad
como revelación de la vida íntima del Dios que es Amor
En resumen: ODDÀUPDFLyQGHTXH'LRVHVDPRUVHKDFHH[SOtFLWDHQODDÀU-
mación de que Dios es comunión de personas y, a su vez, esta comunión
interpersonal ha de considerarse enmarcada en el hecho de que Dios es
esencialmente amor. Las personas divinas surgen del amor y encuentran su
unidad en el amor. Unidad y alteridad se dan en Dios con la perfección ab-
soluta del ser espiritual: se da multiplicidad de individuos, sin que esa multi-
plicidad divida o multiplique la sustancia, como ya se ha visto al estudiar la
UHYHODFLyQGH-HV~VVREUHVXXQLGDGFRQHO3DGUH©<R\HO3DGUHVRPRVXQD
VRODFRVDª (Jn 10, 30).
7HUPLQiEDPRVHOWHPDDQWHULRUFRQVLGHUDQGRTXH'LRVHVHO6HULQÀQLWRTXH 181
subsiste por Sí mismo. Esta consideración se prolonga ahora diciendo que,
en Dios, la plenitud de ser es idéntica a la plenitud de vida. En Dios se da,
pues, una perfecta vida espiritual de conocimiento y de amor. Y puesto que
es propio del amor no solo el dar, sino el darse, resulta sumamente coherente
pensar que Dios esté constituido en comunidad de personas, donde la unidad
es estrechísima, y donde la alteridad es imprescindible para que pueda existir
esa donación personal. Dicho de otro modo: en Dios, unidad, comunicación y
HQWUHJDWLHQHQOXJDUHQXQVHQWLGRLQÀQLWDPHQWHSHUIHFWR
Ahora bien: HVWDVUHÁH[LRQHVVRQVRORXQDFRQVLGHUDFLyQTXHKDFHPRVWUDV
conocer la revelación del misterio de la Trinidad. Solo sabemos que existe
comunicación de Personas en Dios gracias a Jesucristo, que es quien ha reve-
lado el misterio trinitario. Sin embargo, una vez que sabemos por la revelación
que la unidad de Dios (como su mismo Ser) consiste en el Amor, no es ni
absurdo, ni inconcebible, ni imposible (incluso desde el punto de vista de la
razón) que el acto puro de Amor que es Dios sea vivido como un único acto
SRUHO3DGUHHO+LMR\HO(VStULWX6DQWR.
3. La analogía psicológica
• el Espíritu Santo, que es Amor, procede del Padre (cf. Jn 15, 26) y recibe
GHO+LMR (cf. Jn 16, 14).
Ahora bien, si decimos que las tres Personas son realmente distintas entre
sí, habrá que decir que las procesiones –que, según nuestro modo de hablar,
son el fundamento de la distinción entre las Personas divinas– tienen que ser
reales. La procesión en Dios es, pues, la primera cuestión que debe abordar
quien quiera profundizar en la consideración del misterio trinitario.
4.1. Existencia de dos procesiones en Dios 187
La fe nos enseña que existen dos procesiones en Dios, una por vía de ge-
neración, la otra por vía de espiración: el Padre no procede de nadie; el Hijo
procede del Padre por vía de generación; el Espíritu Santo procede del Padre
a través del Hijo por vía de espiración.
Recuérdense los desarrollos y precisiones que se hacían en los temas 3 y 4 al tratar
de la revelación del misterio trinitario en el Nuevo Testamento y a sus primeros
testimonios y formulaciones en la Tradición de la Iglesia.
Padre, Hijo y Espíritu son realmente distintos entre sí, porque las relaciones
que existen entre en ellos en razón de su origen son relaciones reales; y son
relaciones reales, porque las procesiones en que se fundamentan son reales.
He aquí cómo lo formula el Catecismo de la Iglesia católica:
©>3DGUH+LMR\(VStULWX6DQWR@VRQUHDOPHQWHGLVWLQWRVHQWUHVtSRUVXVUHODFLRQHV
GHRULJHQªFICEC, n. 254).
Esto es lo que distingue a las Personas entre sí: la relación. El Catecismo de la
Iglesia católica, al igual que toda la tradición teológica anterior, utiliza el con-
FHSWRGH©UHODFLyQªSDUDGLVWLQJXLUDODV3HUVRQDVGLYLQDVHQWUHVt\HVWROR
hace por dos razones:
• primera, porque es obvio que si hay procedencia real síguese necesaria-
mente que hay relación real entre los dos términos de esa procedencia (por
ejemplo, Padre e Hijo);
• segunda porque el concepto de relación es el único concepto que no modi-
ÀFDODVXVWDQFLD
(QHIHFWR©relación» quiere decir únicamente referencia de una cosa a otra.
/DUHODFLyQQRVHUHÀHUHSXHVDDOJRTXHDIHFWDDODVXVWDQFLDFRPRWDOVLQR
a la mutua referencia existente entre dos términos. El concepto de relación
implica, por tanto, un sujeto que se relaciona, el término al que está referido,
y el fundamento o razón de la relación, que, en Dios, no puede ser otro que la
procesión inmanente.
Permítasenos insistir de nuevo. Es necesario tener en cuenta, además, que, al
aplicarlos a Dios, estos elementos propios de la relación deben conjugarse
192 con la simplicidad, perfección y unidad divinas. Por esta razón, se pone el
DFHQWRHQTXHVRQSXUD\WRWDOUHIHUHQFLDDORWUR<FRPR'LRVHVLQÀQLWDPHQWH
simple, ODVUHODFLRQHVVHLGHQWLÀFDQFRQODV3HUVRQDVGLYLQDVKDVWDHOSXQWR
GHSRGHUGHÀQLUDODVWUHV3HUVRQDVFRPRUHODFLRQHVVXEVLVWHQWHV. Al tratar
de la existencia de tres Personas en Dios la noción de relación subsistente es
fundamental por lo que más adelante volveremos sobre ella detenidamente.
• Esto marca ya la diferencia esencial a la hora de aplicar el concepto de
persona al hombre y a Dios. Los hombres son sustancias individuales,
TXH©VHUHDOL]DQªHQHOGHVSOLHJXHGHVXVDFWRVGHFRQRFLPLHQWR\GHDPRU
es decir, en sus relaciones de apertura e intercambio con los demás. El
hombre puede cerrarse sobre sí mismo, sin por eso mismo dejar de ser
persona. En Dios, en cambio, las Personas se constituyen precisamente por
VXUHODFLyQSRUVXDSHUWXUDDODVRWUDV3HUVRQDVHO©VHUUHIHUHQWHDªSUR-
pio de la relación, constituye el ser personal de cada una de las Personas
divinas. Veamos cómo lo expresa el Catecismo de la Iglesia católica:
©/DGLVWLQFLyQUHDOGHODV3HUVRQDVHQWUHVtUHVLGH~QLFDPHQWHHQODVUHODFLRQHV
TXHODVUHÀHUHQXQDVDRWUDVªCEC, n. 255).
3UHFLVDPHQWH SRUTXH OD VXVWDQFLD GLYLQD HV ~QLFD VH DÀUPD TXH existen en
Dios tres subsistentes en la misma y única sustancia. Se quiere decir con ello
que la sustancia divina, numéricamente una, está poseída por tres subsisten-
tes, que subsisten en tres modos relativamente distintos de subsistencia. En
teología trinitaria, el concepto de relación subsistente como equivalente al de
persona sirve para resaltar la íntima vida divina, la communio personarum en
cuanto relación.
• &DGD3HUVRQDVXEVLVWHHQFXDQWRVHLGHQWLÀFDFRQODHVHQFLDGLYLQD\VH
distingue de las Otras exclusivamente en cuanto dice referencia a ellas.
El misterio trinitario es un misterio de unicidad y de alteridad, de distinción
y de donación interior, un misterio de íntima comunión de conocimiento y
amor. Las Personas son relaciones subsistentes, es decir, son relaciones que
se constituyen precisamente por su mutua referencia(QGHÀQLWLYDHVWDVUH-
laciones se distinguen, pues son opuestas, y además son personas –con lo que
este concepto comporta de sustancialidad– que subsisten en la esencia divina
FRQODTXHVHLGHQWLÀFDQ
• Esta LGHQWLÀFDFLyQHQWUHUHODFLyQVXEVLVWHQWH\SHUVRQDUHÁHMDODXQLFL-
dad de la sustancia divina. De ahí que el concepto de persona en Dios esté
referido directamente a la relación e indirectamente a la esencia divina en
ODTXHVHLGHQWLÀFDQHO3DGUHHO+LMR\HO(VStULWXTXHVRQXQVROR'LRV
(Tomás de Aquino, Suma Teológica I, q. 29, a. 4, in c.).
Cuando se dice que ODVUHODFLRQHVVHLGHQWLÀFDQFRQODVXVWDQFLDGLYLQD,
VHHVWiDÀUPDQGRTXH3DGUH+LMR\(VStULWX6DQWRson el mismo Dios, no
TXHFDGDXQRHVXQDSDUWHPRGLÀFDGDGHHVH'LRV, sino que cada uno es
absoluta y completamente Dios. No se diferencian más que por la oposi-
ción de relación. El Concilio XI de Toledo expresaba ya así esta cuestión:
©$VtSXHVFRQIHVDPRV\FUHHPRVTXHFDGD3HUVRQDHQSDUWLFXODUHVSOHQDPHQWH 197
Dios; y las tres un solo Dios. Su divinidad única e indivisa e igual, su majestad y
su poder, ni se disminuye en cada uno, ni se aumenta en los tres; porque ni tiene
nada de menos cuando singularmente cada Persona se dice Dios, ni tiene algo de
PiVFXDQGRODVWUHV3HUVRQDVVRQOODPDGDVXQVROR'LRVª&RQFLOLR;,GH7ROHGR
[a. 675], Symbolum, n. 21, DS 529).
• De igual forma, OD GHÀQLFLyQ GH ODV 3HUVRQDV GLYLQDV FRPR UHODFLRQHV
subsistentes impide el concebirlas como si las Personas estuviesen ya
constituidas antes de la relación, es decir, como si las relaciones interper-
sonales dimanasen de las Personas ya constituidas y fuesen expresión de
unas diferencias existentes entre ellas con anterioridad a su relación. No.
Como hemos leído en el Catecismo de la Iglesia católica, son las relaciones
las que constituyen a las Personas. De ahí que se deba decir que el Padre
VHFRQVWLWX\HHQ3HUVRQDSRUVXSDWHUQLGDGHO+LMRSRUVXÀOLDFLyQ\HO
Espíritu Santo por su espiración.
7. La perichóresis trinitaria
El estudio de las procesiones y relaciones quedaría incompleto sin la conside-
ración de ODXQLFLGDGGH'LRVTXHVHPDQLÀHVWDHQODPXWXDLQPDQHQFLDGH
las Personas divinas: la circuminsessio o perichóresis.
• De un modo misterioso, sin confundirse, Padre, Hijo y Espíritu Santo es-
tán el uno en el otro, pues son un único y mismo Dios.
La interpenetración de las tres divinas Personas no es más que consecuen-
cia de la unicidad de sustancia existente entre ellas. Los griegos utilizan el
término perichóresis, que proviene del verbo perichoreo, que etimológicamen-
WHVLJQLÀFDPRYLPLHQWRFLUFXODUURWDWRULRSRUHOPLVPRVLWLR,PSOLFDXQLGDG
y distinción. Los latinos, en cambio, emplean los términos de circumincesión,
mutua inhabitación o mutua inmanencia.
No hay confusión de las Personas entre sí, sino unidad de esencia; pero la
unidad de esencia lleva consigo el hecho que in-existen unas en otras. No
SXHGHVHUGHRWUDIRUPDVLVHDÀUPDFRQVHULHGDGTXHORV7UHVVRQXQPLVPR
y único Dios. No es que las Personas divinas tengan la misma sustancia, sino
que son la misma sustancia; no es que participen de esa sustancia, sino que
cada una es, al mismo tiempo, toda la simplicísima sustancia divina. Y puesto
TXHODVXVWDQFLDGLYLQDQRHVRWUDFRVDTXHHOLQÀQLWR\VLPSOtFLVLPRDFWRGH
ser de Dios, ODPXWXDLQPDQHQFLDGHODV3HUVRQDVQRVLJQLÀFDRWUDFRVDTXH
la perfectísima comunión en el acto de ser y de vida en el que se despliega
198 Aquel que es esencialmente Amor (cf. 1 Jn 4, 16). Esta mutua inhabitación
tiene lugar en todos los aspectos en que se puede considerar a las Personas
GLYLQDVHQOD~QLFDHVHQFLDTXHHVXQLQÀQLWRDFWRGHFRQRFLPLHQWR\GHDPRU
en las procesiones y en las relaciones.
La circuminsessio es enseñada explícitamente por el Concilio XI de Toledo (Symbo-
lum, DS 532), el IV de Letrán ('HÀQLWLRFRQWUD$OELJHQVHVHW&DWKDURV, DS 800 y 804)
y el Concilio de Florencia (Bula Cantate Domino, DS 1331).
1XHVWUR6HxRUGHVFULELyVXLQKDELWDFLyQHQHO3DGUHVX©PXWXRHVWDUªFRQ
una gran rotundidad (cf. Jn 10, 30.38; 14, 11; 17, 21). Estas frases de Nuestro
Señor han de ser tomadas en toda su fuerza: la alteridad que se sigue de la
relación engendrante-engendrado tiene lugar sin separación o división en-
tre ellos. Los teólogos han intentado expresar esta profunda unidad mediante
el concepto de mutua in-existencia e in-habitación. San Agustín, tras señalar
la distinción de Personas, vuelve a la unidad existente entre ellas utilizando
precisamente el concepto de circuminsessio:
©(QORVVHUHVFRUSyUHRVXQDFRVDQRHVORPLVPRTXHWUHVMXQWDV\GRVVXPDQPiV
que una. En la Trinidad excelsa, en cambio, una persona es igual a las otras dos, y
GRVQRVRQPD\RUHVTXHXQDVRODGHHOODV\HQVtVRQLQÀQLWDV<FDGDXQDGHHOODV
está en cada una de las otras, y todas en una, y una en todas, y todas en todas,
\WRGDVVRQXQLGDGª$JXVWtQGH+LSRQDSobre la Trinidad VI, 10, 12; cf. también
Sobre la Trinidad IV, 5)
Anexo:
La procesión del Espíritu Santo y la cuestión del Filioque
Una vez estudiada la existencia de las dos procesiones inmanentes en Dios,
por vía de generación y por vía de espiración; y, sobre todo, una vez que he-
mos visto que estas dos procesiones son el fundamento de las relaciones de
origen por las que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siendo un mismo y úni-
co Dios, se distinguen entre sí, estamos en condiciones de prestar atención a
una de las cuestiones teológicas que a lo largo de la historia más ha enfrentado
a griegos y latinos: la cuestión del Filioque.
(QHOVtPERORGHO&RQFLOLR,GH&RQVWDQWLQRSODDVHFRQÀHVDTXHHO(V-
StULWX6DQWR©SURFHGHGHO3DGUHª$SDUWLUGHOVLJOR VIII, en Occidente, se fue
introduciendo el añadido ©\ GHO +LMRª (Filioque) en el uso litúrgico de este
símbolo. La introducción de este inciso constituye una importante cuestión
trinitaria que es, además, clave en el diálogo entre la Iglesia occidental y la
bizantina. La cuestión del Filioque WLHQH XQ GREOH DVSHFWR VX VLJQLÀFDGR
teológico y su inserción por parte de los occidentales en el Símbolo de la fe.
He aquí una síntesis de su historia y de los motivos teológicos que provocan
la controversia.
a. Historia de la cuestión
Textos como este de san Atanasio y otros que podrían aducirse de san Basilio
(Sobre el Espíritu Santo 17, 43) y san Gregorio de Nisa (Epístola 24; A Ablabio,
Gregorii Nyssenii Opera III/I, 55) apuntan hacia una estrecha relación entre el
Espíritu y el Hijo.
Gregorio de Nisa apoyándose en el orden trinitario recalca la distinción exis-
tente entre las tres divinas Personas y enumera algunas de sus notas: el Padre
es inengendrado y sin principio; Él es siempre Padre. Por eso es imposible
pensar en el Padre sin pensar en el Hijo. De igual forma es imposible pensar
en el Hijo sin pensar en el Espíritu:
©(QHOFXDO>HQHOVHULQFUHDGR\HWHUQR@VHFRQVLGHUDDO3DGUHLQJpQLWRVLQSULQ-
cipio y siempre Padre, y de Él, pero en continuidad y sin ningún intervalo, se
considera simultáneamente al Hijo Unigénito, y a través de Este y con Este in-
mediatamente, sin que se interponga furtivamente cualquier pensamiento vacío
e inconsistente, se encuentra al Espíritu Santo, que no es posterior al Hijo en la
existencia, de forma que no se puede pensar que haya habido un momento en que
el Hijo estuviese sin Espíritu, sino que, teniendo también Él su causa de ser en el
Dios del universo, del cual recibe el ser también la Luz Unigénita, resplandece
por medio de la luz verdadera, y no está separado del Padre o del Unigénito,
QLSRUXQLQWHUYDORWHPSRUDOQLSRUXQDGLIHUHQFLDGHQDWXUDOH]Dª*UHJRULRGH
Nisa, Contra Eunomio I, 377-379).
/DIUDVHÀQDOHVGHJUDQLPSRUWDQFLDSDUDQXHVWURWHPDHO(VStULWXTXHWLHQH 201
VXFDXVDHQHO3DGUH©UHVSODQGHFHSRUPHGLRGHODOX]YHUGDGHUDªHVGHFLU
UHVSODQGHFHSRUPHGLRGHO+LMR6HWUDWDGHXQDDÀUPDFLyQTXHDWULEX\HFLHUWR
SDSHODO+LMRHQODSURFHVLyQGHO(VStULWX6DQWRDOPHQRVXQSDSHO©PDQLIHV-
WDWLYRªTXHQRSXHGHUHGXFLUVHDOSXUR\VLPSOHWHUUHQRHFRQyPLFRHVGHFLU
al ámbito del envío del Espíritu Santo a los hombres. Gregorio está apuntando
PiVELHQKDFLDHOHMHUFLFLRSRUSDUWHGHO+LMRGHVHU©OX]GHOX]ªPRVWUDQGR
la coeternidad del Hijo y del Espíritu Santo y el papel del Hijo en la procesión
del Espíritu Santo. Con esto parece insinuarse ya aquí la expresión no infre-
FXHQWHHQWUHORVRULHQWDOHVGHTXHHO(VStULWXSURFHGH©GHO3DGUHSRUHO+LMRª
(a Patre per Filium). Al menos, cabe decir que ya en los escritos de los Padres
JULHJRVGHOVLJOR,9HVFODURTXHHO+LMRGHVHPSHxDFLHUWRSDSHOWRGDYtD
poco determinado, en la procesión del Espíritu.
Tras el Concilio de Letrán del año 649, el papa Martín I envía una carta sinodal
D&RQVWDQWLQRSODHQODTXHVHHQFXHQWUDHVWDIUDVH©«HO(VStULWXTXHSURFHGH
GHO3DGUH\GHO+LMRª(VGHHVSHFLDOLPSRUWDQFLDSDUDFRQRFHUHOHVWDGRGH
esta cuestión en Oriente la carta que escribe san Máximo el Confesor († 662) a
Marino, presbítero de Chipre, que a raíz de la carta del papa le había pregun-
WDGRFRQFLHUWRHVFiQGDORSRUHOVLJQLÀFDGRGHODH[SUHVLyQ©\GHO+LMRª(O
escándalo no era otro que el pensar que con esta frase los romanos negaban
que el Padre es la única fuente de la Trinidad. El mismo san Máximo, en carta
GLULJLGDDOSDSD0DUWtQ,HODxRPDQLÀHVWDTXHpODFHSWDTXHHO(VStULWX
procede del Padre por medio del Logos6DQ0i[LPRGHÀHQGHHVWDH[SUHVLyQ
para salvaguardar la unidad y la identidad de la esencia divina mediante el
enunciado sobre la procesión por medio del Hijo, sin convertir al Hijo en cau-
sa de la procesión del Espíritu Santo.
La teología latina, como ya se ha visto, se orientó desde sus comienzos
KDFLDODDÀUPDFLyQH[SOtFLWDGHTXHHO(VStULWX6DQWRSURFHGHGHO3DGUH\
del Hijo. El término Filioque es usado ya por san Ambrosio. Le sigue san
Agustín, en cuya doctrina trinitaria la procesión del Espíritu del Padre y
del Hijo ocupa un lugar muy importante. San Agustín dice que el Espíritu
procede del Padre principaliter, mientras que procede del Hijo communiter,
porque el Padre, con la generación, le entrega todo al Hijo. Las líneas fun-
damentales del pensamiento de san Agustín sobre este asunto se pueden
reducir a tres:
1. El Espíritu Santo procede juntamente del Padre y del Hijo;
2. el Espíritu Santo procede principalmente del Padre;
202 3. el hecho de que el Espíritu proceda del Padre y del Hijo no puede conce-
ELUVHFRPRVLSURFHGLHVHGHGRV©FRSULQFLSLRVªVLQRGHXQVRORSULQFLSLR
El pensamiento de san Agustín es de una claridad indiscutible en este tema,
y todo Occidente lo seguirá universalmente. San Agustín muere el año 430.
Faltan todavía veinte años para que el Concilio I de Constantinopla sea re-
cibido como concilio ecuménico, cosa que no acontece hasta el Concilio de
Calcedonia, el año 451. Es importante destacar que Occidente manifestó su
fe en el Filioque en el tiempo en que aún existía la comunión entre Oriente y
Occidente, sin que hubiese la más mínima protesta por parte de los orienta-
les. 'XUDQWHVLJORVSXHVKDQFRH[LVWLGRODVGRVIyUPXODVSDFtÀFDPHQWH
«que procede del Padre» \ ©TXH SURFHGH GHO 3DGUH \ GHO +LMRª. Ni los
occidentales se extrañaron de las fórmulas orientales, ni los orientales de
las fórmulas occidentales. También es cierto que ya el mismo Concilio de
&RQVWDQWLQRSOD KDEtD PRGLÀFDGR HO 6tPEROR QLFHQR VLQ SUHRFXSDU-
se del parecer de los occidentales, y que el Concilio de Éfeso (a. 431), que
prohíbe admitir una fe distinta de la de Nicea, ignoraba el Símbolo del I de
Constantinopla.
Durante siglos, tanto orientales como occidentales han planteado de diverso
modo el acceso al misterio trinitario, pero unos y otros han aceptado en su
integridad los datos ofrecidos por la Sagrada Escritura: el Padre es principio
sin principio; el Hijo procede del Padre; el Espíritu Santo procede del Padre,
es enviado por el Hijo, y es Espíritu del Padre y del Hijo. Más aún, el II Con-
cilio de Constantinopla (a. 553) menciona, unidos con los griegos, a padres y
GRFWRUHVODWLQRVFX\DGRFWULQDFRQÀHVDVHJXLUHQVXWRWDOLGDG\TXHFODUDPHQ-
te profesan el Filioque. Entre estos autores se encuentran san Ambrosio, san
Agustín y san León Magno, que utilizan el a Patre et Filio procedit. Y todo esto,
insistamos, antes de la dolorosa ruptura aún no suturada del todo.
En Occidente la confesión de que el Espíritu procede del Padre y del Hijo,
que aparece explícitamente en la Fides Damasi y en el Símbolo Quicumque, se
hace universal. El Filioque se encuentra presente ya en España, en la liturgia
de Toledo entre los años 446-447. Está presente también en el Concilio III de
Toledo (a. 589) con la profesión de fe de Recaredo. El Filioque se utiliza aquí
precisamente para salir al paso de los errores priscilianistas y arrianos, po-
niendo de relieve, por una parte, que el Hijo es igual al Padre en todo, pues
espira al Espíritu Santo juntamente con Él, y, por otra, que el Espíritu Santo es
de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo (cf. DS 470). El Filioque se hace
tan universal en Occidente que se creía de buena fe que provenía de Nicea-
Constantinopla.
El Concilio de Friouli (a. 796) incluye el Filioque en el símbolo (DS 617). El papa 203
León III, que aceptaba la doctrina, se negaba a su inclusión en el símbolo, y
SDUDFRQÀUPDUVXSRVLFLyQKL]RJUDEDUVLQHOFilioque el texto del Símbolo nice-
noconstantinopolitano, en dos placas de plata, en griego y latín, que se colga-
ron a ambos lados de la entrada de la Confesión de san Pedro. La primera vez
que en Roma se recitó el símbolo durante la misa fue en la consagración del
emperador Enrique II (1014), y se hizo ya con la adición del Filioque. La resis-
tencia de los papas a su inclusión había estado motivada, no por la doctrina,
sino por el respeto a la tradición conciliar.
La cuestión del Filioque adquirió cariz polémico con motivo del cisma. En el
año 867, el patriarca Focio condenó no solo la inclusión del Filioque en el
VtPEROR VLQR VX VLJQLÀFDGR GRFWULQDO. Según él, el Espíritu Santo procede
únicamente del Padre. Incluso frente a aquellos padres griegos que hablan
de una procesión del Espíritu a través del Hijo, Focio insiste en que el Padre
y solamente el Padre es causa del Espíritu, y en que esta causalidad excluye
que el Espíritu pueda proceder también del Hijo. Al hacer esto, Focio em-
pobrece su teología trinitaria, pues minimiza la relación del Espíritu con el
Verbo, y no puede dar razón de la misión del Espíritu por parte del Verbo.
Pero la ruptura entre griegos y latinos, que dura hasta nuestros días, solo tuvo
lugar dos siglos después de Focio, en 1054. A partir de aquí, los momentos
más solemnes en que se aborda la cuestión del Filioque son el Concilio IV de
Letrán (1215), el II de Lyon (1274) y el de Florencia (1445). Los dos últimos
tratan este tema precisamente como una cuestión insoslayable para la unión
con los griegos.
Con respecto a la procedencia del Espíritu, el Concilio IV de Letrán dice que
procede juntamente del Padre y del Hijo, pariter ab utroque ('HÀGHFDWKROLFD,
cap. 1: DS 800). El Concilio II de Lyon (Constitución De summa Trinitate et
ÀGHFDWKROLFD: DS 850) puntualiza que el Espíritu Santo procede del Padre y
GHO +LMR FRPR GH XQ VROR SULQFLSLR. Se trata de una importante precisión:
QL H[LVWHQ GRV HVSLUDFLRQHV QL HO +LMR HV RWUR SULQFLSLR GH OD HVSLUDFLyQ.
6H LQWHQWD SURWHJHU DVt OD DÀUPDFLyQ GH TXH HO 3DGUH HV OD ~QLFD IXHQWH GH
toda la Trinidad. El Concilio de Florencia aprueba diversos decretos de unión:
unión con los armenos (Bula Exultate Deo [22.XI.1439]), unión con los jacobitas
(Bula Cantate Domino [4.II.1442]) y unión con los griegos (Bula Laetentur coeli
[6.VII.1439]), que fue el momento culminante. El concilio insiste en la pro-
204 cedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo como de un solo principio.
En la bula Cantate Domino se subraya la unidad de la Trinidad destacando la
circuminsessio: las Personas, aunque distintas por su origen y por su relación
mutua, están las unas en las otras. Se intenta así salir al paso de cualquier sub-
ordinacionismo, especialmente el pneumatológico.
Precisamente por el interés en deshacer malentendidos con los griegos, el
Concilio de Florencia hace hincapié en aquello que une a latinos y griegos en
su confesión de las verdades en torno al Espíritu Santo y subraya:
• no solo que el Espíritu Santo procede del Padre, sino, sobre todo, que pro-
cede del Padre y del Hijo como de un único principio;
• que el Hijo, al ser engendrado, lo recibe todo del Padre y, por tanto, inclu-
so la espiración del Espíritu Santo;
• que el Padre no recibe nada de ninguna Persona, pues es principio sin
principio;
• TXHODIyUPXOD©SURFHGHGHO3DGUH\GHO+LMRªQRHVFRQWUDGLFWRULDFRQOD
IyUPXOD©SURFHGHGHO3DGUHSRUHO+LMRª
• Unicidad • Generación
• Alteridad • Espiración
* * *
«En Dios, la procesión del Verbo se llama generación. Para explicarlo, téngase en cuenta
que nosotros utilizamos la expresión generación en dos sentidos. El general, para todo
lo que puede ser producido y destruido: en este sentido la generación no es más que el
cambio del no-ser al ser. La utilizamos también de otro modo, en sentido propio, para
los seres vivos; generación significa entonces el origen de un ser vivo a partir de otro
ser vivo con el cual está unido, y a esto se llama propiamente nacimiento. Sin embargo,
no todo lo que es producido así puede llamarse con rigor engendrado, sino solo lo que
procede según la razón de semejanza; y por esta razón el pelo y el cabello no tienen
razón de engendrados, ni de hijos (…), sino que para la verdadera razón de genera-
ción se requiere que procedan según la razón de semejanza que da el tener la misma
naturaleza específica, que así es como el hombre procede del hombre y el caballo del
caballo. (…)
Así pues, la procesión del Verbo en Dios tiene razón de generación, porque se hace por
209
operación intelectual, que es operación vital; y proviene de un principio que le está
unido, conforme hemos dicho; y se encuentra en ella la razón de semejanza, porque
la concepción del entendimiento es una semejanza de lo conocido; y, por fin, es de la
misma naturaleza, porque en Dios ser y entender son una sola cosa, según hemos visto.
Por tanto, en Dios, la procesión del Verbo recibe el nombre de generación, y el Verbo
procedente, el de Hijo».
SANTO TOMÁS DE AQUINO,
Suma teológica I, q. 27, a. 2, in c.
* * *
«La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del Hijo
(Filioque)”. El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: “El Espíritu Santo […] tiene
su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno
como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración […]. Y porque todo
lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo a excepción de
su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene
eternamente de su Padre que lo engendró eternamente” (DS 1300-1301).
La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre
por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como “salido del Padre” (Jn 15,26),
esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo. La tradición occidental ex-
presa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo
que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice “de manera legítima y
razonable” (CONCILIO DE FLORENCIA, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las perso-
nas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero
210 del Espíritu en tanto que “principio sin principio” (CONCILIO DE FLORENCIA 1442: DS 1331),
pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él “el único principio de que
procede el Espíritu Santo” (CONCILIO DE LYON II, año 1274: DS 850). Esta legítima com-
plementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del
mismo misterio confesado».
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 246-248
211
TEMA LAS PERSONAS DIVINAS
8 EN LA HISTORIA
DE LA SALVACIÓN
La relación de Dios con la historia de la salvación es una relación trinita-
ria, es decir, las tres divinas Personas actúan conjuntamente en la historia
de la salvación. Este tema trata de mostrar cómo la estructura de la salva-
ción es intrínsecamente trinitaria: el Padre envía al Hijo y al Espíritu Santo,
de manera que nuestra salvación consiste en que somos hechos hijos de
Dios en el Hijo por el Espíritu Santo. En efecto, nuestra salvación es obra
de toda la Trinidad y estamos llamados a una relación personal con cada
una de las Personas divinas en cuanto que son distintas entre sí. En esta
relación personal consiste la vida eterna. La Trinidad no es, pues, algo
lejano, en lo que creemos los cristianos con la misma frialdad con que
podemos aceptar un teorema geométrico. No. El misterio de la Trinidad
ocupa el centro de nuestra fe y afecta a lo más íntimo del hombre.
SUMARIO
1. LA EXISTENCIA DE MISIONES DIVINAS EN DIOS • 1.1. Cómo conce-
bir las misiones divinas • 1.2. La noción de misión y su comprensión analógi-
ca • 2. PROCESIÓN ETERNA Y MISIÓN TEMPORAL • 3. LA MISIÓN DEL
VERBO • 4. LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y SU RELACIÓN CON LA MISIÓN
DEL VERBO • 5. TRINIDAD INMANENTE Y TRINIDAD ECONÓMICA • 6. EL
HECHO DE LA INHABITACIÓN TRINITARIA • 7. INHABITACIÓN TRINITARIA Y
VIDA ESPIRITUAL
212 1. La existencia de misiones divinas en Dios
Las misiones divinas son el envío de una Persona divina a una persona crea-
da. Esto quiere decir que, en razón de este envío, se establece una nueva re-
lación de presencia entre ellas. Se trata de un nuevo modo de presencia –una
presencia personal– que va más allá de lo que entendemos por presencia de
inmensidad.
Al instituir un nuevo modo de presencia, las misiones divinas implican tam-
bién una transformación en la persona humana que recibe esa gracia: las
Personas enviadas le comunican algo de su característica personal. Así se pue-
de comprobar con especial claridad en la ÀOLDFLyQ GLYLQD, en la que Cristo
FRPXQLFDDOJRGHVXÀOLDFLyQHWHUQDHVGHFLUQRVKDFHSDUWLFLSDUGHHOODHQ
IRUPDPLVWHULRVDFRQIRUPHODGHFODUDFLyQGH5RPDQRV©+DEpLVUHFLELGRHO
espíritu de adopción por el que clamamos: ¡Abbá! ¡Padre! El Espíritu mismo
GDWHVWLPRQLRDQXHVWURHVStULWXGHTXHVRPRVKLMRVGH'LRVª5P
214 • Esto quiere decir que &ULVWRKDFHSDUWLFLSDUDVXVÀHOHVHQORTXHOHHV
SURSLR \ SHUVRQDO VX ÀOLDFLyQ DO 3DGUH. Así, a través de la misión del
Hijo, el Padre, por decirlo de alguna forma, extiende su paternidad más
allá de las relaciones intratrinitarias hasta abrazar con ella a todos aque-
OORVTXHUHFLEHQD-HVXFULVWRLGHQWLÀFiQGRVHFRQeOFI-Q3RUHVROD
FRQRFLGDDÀUPDFLyQGHTXHVRPRVKHFKRVKLMRVGH'LRVHQHO+LMRSRUHO
Espíritu, puede decirse de esta otra forma: la paternidad del Padre sobre
nosotros se realiza en forma nueva e inefablemente íntima por medio de la
misión del Hijo.
Por esta razón existe un nexo indisoluble entre procesión eterna y misión tem-
poral. La misión es, en cierto manera, la continuación en el mundo creado de
las procesiones intradivinas. Así lo puso de relieve san Agustín al argumen-
tar desde las misiones divinas la distinción entre Padre e Hijo y Espíritu Santo
(cf. Sobre la Trinidad I, 4, 7):
©$VtFRPRHO3DGUHHQJHQGUy\HO+LMRIXHHQJHQGUDGRDVtHO3DGUHHQYtD\HO
Hijo es enviado. Pero el que envía y el enviado son uno (…), porque el Padre y
el Hijo son una misma cosa. Y uno con ellos es el Espíritu Santo, porque los tres
son unidad. Nacer es para el Hijo ser del Padre: por el Padre fue engendrado; y
ser enviado es para el Hijo que sea conocida su procedencia del Padre. Para el
Espíritu Santo, ser don de Dios es también proceder del Padre; y ser enviado es
VHUFRQRFLGRFRPRSURFHGHQWHGHeO<QRSRGHPRVDÀUPDUTXHHO(VStULWX6DQWR
no procede del Hijo, porque no en vano se le llama Espíritu del Padre y del Hijo.
1RYHRTXpRWUDFRVDTXLVRVLJQLÀFDUDOVRSODUVREUHHOURVWURGHORVGLVFtSXORV
diciendo: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 22). Aquel hálito material, procedente
de la sustancia terrena y actuando sobre los sentidos corporales, no podía ser la
sustancia del Espíritu Santo, sino un símbolo para demostrar que el Espíritu San-
WRQRVRORSURFHGHGHO3DGUHVLQRWDPELpQGHO+LMRª$JXVWtQGH+LSRQDSobre
la Trinidad IV, 20, 29).
Cristo habla repetidas veces del envío del Espíritu Santo. Baste recordar los
WH[WRVGHODÓOWLPD&HQDGHO(YDQJHOLRGHVDQ-XDQTXH\DKHPRVYLVWR©(O
Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará
todas las cosas y os recordará todo cuanto os he enseñado (…) Cuando viniere 219
el Paráclito que Yo os enviaréGHFDEHHO3DGUHeOGDUiWHVWLPRQLRGHPtª-Q
(O6HxRUVHUHÀHUHDOHQYtRGHO(VStULWXHQ3HQWHFRVWpV©<KH
aquí que yo envío la Promesa de mi Padre sobre vosotros; vosotros permane-
FHGTXLHWRVHQODFLXGDGKDVWDTXHVHiLVUHYHVWLGRVGHIRUWDOH]DGHVGHORDOWRª
(Lc 24, 49).
/DPLVLyQGHO(VStULWXHVWiUHODFLRQDGDFRQODPLVLyQGHO+LMR hasta el punto
GHTXHVHSXHGHFDOLÀFDUDDPEDVFRPRuna misión conjunta. Así lo hace el
Catecismo de la Iglesia católica:
©$TXHODOTXHHO3DGUHKDHQYLDGRDQXHVWURVFRUD]RQHVHO(VStULWXGHVX+LMRFI
Gal 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable
de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el
mundo (…) Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión
conjunta HQ OD TXH HO +LMR \ HO (VStULWX 6DQWR VRQ GLVWLQWRV SHUR LQVHSDUDEOHVª
(CEC, n. 689).
• En su misión, HO(VStULWXPDQLÀHVWDDTXHOORPLVPRTXHHVVXSURSLHGDG
intratrinitaria: ser nexo de unión, amor, don. El Espíritu es quien une a
220 los hombres con las otras dos Personas de la Trinidad; Él, que ha ungido
a Cristo (cf. Lc 4, 18), unge al cristiano haciéndole partícipe de la unción
de Jesús y convirtiéndole en cristiforme y partícipe también de la misión de
Cristo.
• 3UHFLVDPHQWHSRUTXHODPLVLyQGHO(VStULWXWLHQHFRPRÀQllevar a cabo la
obra de Cristo, su tiempo es el tiempo de la Iglesia. La Iglesia vive inmer-
sa en el acontecimiento de Pentecostés, es decir, en la venida del Espíritu.
San Josemaría lo subraya con fuerza:
©/DYHQLGDVROHPQHGHO(VStULWXHQHOGtDGH3HQWHFRVWpVQRIXHXQVXFHVRDLVODGR
Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable
de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la pri-
mitiva comunidad cristiana: Él es quien inspira la predicación de San Pedro (cf.
+FKTXLHQFRQÀUPDHQVXIHDORVGLVFtSXORVFI+FKTXLHQVHOODFRQ
su presencia la llamada dirigida a los gentiles (cf. Hch 10, 44-47); y quien envía a
Saulo y a Bernabé hacia tierras lejanas para abrir nuevos caminos a la enseñanza
de Jesús (cf. Hch 13, 2-4). En una palabra, su presencia y su actuación lo llenan
WRGRª-RVHPDUtD(VFULYiGH%DODJXHUEs Cristo que pasa, n. 127).
La inhabitación trinitaria es una mutua apertura vital entre las Personas divi-
nas y el hombre que comporta una mutua relación de presencia entre Dios y
el hombre. He aquí cómo lo describe Juan Pablo II:
©'LRVXQR\WULQRVHDEUHDOKRPEUHDOHVStULWXKXPDQR(OVRSORHVFRQGLGRGHO
espíritu divino hace que el espíritu humano se abra, a su vez, ante la apertura
VDOYtÀFD\VDQWLÀFDQWHGH'LRV3RUHOGRQGHODJUDFLDTXHSURYLHQHGHO(VStULWX
el hombre entra en una vida nueva, es introducido en la realidad sobrenatural de
la misma vida divina y se hace morada del Espíritu Santo, templo viviente de Dios (cf.
Rm 8, 9; 1 Co 2, 10 ss). En efecto, por el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo vienen
al hombre y ponen en él su morada (cf. Jn 14, 23). En la comunión de gracia con
la Trinidad se dilata el área vital del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la
vida divina. El hombre vive en Dios y de Dios: vive según el Espíritu y desea lo espiri-
tualª-XDQ3DEOR,,(QF'RPLQXPHWYLYLÀFDQWHP, n. 58).
1RHVH[DJHUDGRDÀUPDUTXHODYLGDFULVWLDQDVHHGLÀFDVREUHXQKHFKRIXQ-
damental: Dios se nos ha dado y nos invita a responder a su donación. Este
intercambio amoroso de las Personas divinas con la persona humana tiene
OXJDU\DHQHVWDWLHUUDSXHVSRUHOEDXWLVPRVRPRVKHFKRV©QXHYDFULDWXUDªHQ
Cristo (cf. 2 Co 3, 17). Al bautizado se le llama nueva criatura, porque, en el
bautismo, el cristiano ha recibido una vida nueva. Esta nueva vida en Cristo
no es algo futuro, sino algo ya presente y operante en el bautizado. El Espíritu
224 habita en el alma en gracia, derramando en ella sus dones, sobre todo, la ca-
ridad que nos impulsa a gastar la vida por amor en las tareas de cada jornada.
%DMRODPRFLyQGHO(VStULWX6DQWRODYLGDGHOFULVWLDQRVHYDHGLÀFDQGRFRPR
vida en Cristo.
La liturgia es el modelo sobre el que se ha de basar la piedad personal. Ahora
bien, la liturgia es esencialmente trinitaria. También la piedad de cualquier
cristiano debe tener estructura trinitaria. Como ya se ha visto, desde los pri-
meros pasos de la vida de la Iglesia, lo más esencial de la piedad cristiana es-
WXYRPDUFDGRSRUODGLPHQVLyQWULQLWDULD(VWRYHQtD©QDWXUDOPHQWHH[LJLGRª
por la naturaleza teologal de la vida cristiana, que dimana del bautismo, y por
la liturgia, que es paradigma de la piedad cristiana. También lo es para todo
el actuar moral del cristiano.
La vida cristiana exige, por eso, docilidad al Espíritu Santo, que es enviado
a nuestros corazones para llenarlos de caridad; exige fundamentar la propia
existencia en la roca de la ÀOLDFLyQGLYLQD, viviendo toda nuestra existencia en
HOHVStULWXÀOLDOGHTXLHQHVSXHGHQGLULJLUVHD'LRVOODPiQGROHAbbá –la misma
oración de Jesús–, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado y se encuentra
presente en nuestros corazones.
San Josemaría Escrivá expresa con fuerza la centralidad del misterio trinitario
en el itinerario hacia Dios, en un texto de particular relevancia teológica y
ascética:
©+DEtDPRVHPSH]DGRFRQSOHJDULDVYRFDOHVVHQFLOODVHQFDQWDGRUDVTXHDSUHQ-
dimos en nuestra niñez, y que no nos gustaría abandonar nunca. La oración, que
comenzó con esa ingenuidad pueril, se desarrolla ahora en cauce ancho, manso
\VHJXURSRUTXHVLJXHHOSDVRGHODDPLVWDGFRQ$TXHOTXHDÀUPy´<RVR\HO
camino” (Jn 14, 6). Si amamos a Cristo así, si con divino atrevimiento nos refugia-
mos en la abertura que la lanza dejó en su Costado, se cumplirá la promesa del
0DHVWUR´FXDOTXLHUDTXHPHDPDREVHUYDUiPLGRFWULQD\PL3DGUHOHDPDUi\
vendremos a él, y haremos mansión dentro de él” (Jn 14, 23).
El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas di-
vinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida
sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia.
Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo;
\VHVRPHWHIiFLOPHQWHDODDFWLYLGDGGHO3DUiFOLWRYLYLÀFDGRUTXHVHQRVHQWUHJD
VLQ PHUHFHUOR £ORV GRQHV \ ODV YLUWXGHV VREUHQDWXUDOHVª -RVHPDUtD (VFULYi GH
Balaguer, Amigos de Dios, n. 306).
8QLyQFRQ&ULVWRYLYLUFRQVFLHQWHPHQWHODUHDOLGDGGHQXHVWUDÀOLDFLyQGLYL-
na, docilidad al Espíritu Santo, trato intenso con el Dios trinitario que habita
en el corazón del cristiano, son rasgos esenciales de la espiritualidad cristiana 225
lúcidamente destacados –no sin especial gracia de Dios– por san Josemaría.
La liturgia llama al Espíritu Santo «dulce huésped del alma». A Él le debe-
mos todo en nuestra vida interior. También la inhabitación trinitaria. Él nos
infunde la gracia. Él nos une con Cristo©FULVWLÀFiQGRQRVªÉl opera nuestra
VDQWLÀFDFLyQ. De ahí la fuerza con que los autores espirituales insisten en la
docilidad al Espíritu Santo. Esa docilidad es uno de nuestros deberes primor-
diales hacia este dulce huésped del alma.
Ejercicio 1. Vocabulario
Identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:
• Misiones divinas • Trinidad económica
• Misión conjunta • Comunión
• Encarnación • Filiación divina
• Envío del Espíritu Santo • Gracia de Dios
• Trinidad inmanente • Inhabitación trinitaria
En este volcarse de la Trinidad hacia las criaturas, el Espíritu Santo, don primero y fuente
de los demás dones, marca la acción de Dios en el mundo –en la historia, en la vida de
la Iglesia, en cada alma– con la impronta del amor, del que Dante cantó que mueve no
solo a los hombres sino también “al sol y a las demás estrellas”. Es un amor que todo
atrae y a todo lo unifica. Si consideramos que el Espíritu Santo es, en la vida intratrini-
taria, el vínculo que une al Padre con el Hijo, comunión consustancial y coeterna del
Padre con el Hijo, comprenderemos que la unidad esconde uno de los reflejos más
propios de la presencia de Dios en nosotros: unidad de la vida personal, coherencia
en cada uno de nuestros actos con la fe que profesamos, unidad de la Iglesia, unidad
afectiva y efectiva con nuestros hermanos los hombres».
J. ECHEVARRÍA,
Itinerarios de vida cristiana,
Barcelona 2001, 40-41
* * *
«“Ves la Trinidad si ves el amor”, escribió san Agustín (Sobre la Trinidad, VIII, 8, 12). En las
reflexiones precedentes hemos podido fijar nuestra mirada sobre el Traspasado (cf. Jn
19, 37; Za 12, 10), reconociendo el designio del Padre que, movido por el amor (cf. Jn 3,
16), ha enviado el Hijo unigénito al mundo para redimir al hombre. Al morir en la cruz
–como narra el evangelista–, Jesús “entregó el espíritu” (cf. Jn 19, 30), preludio del don
227
del Espíritu Santo que otorgaría después de su resurrección (cf. Jn 20, 22). Se cumpliría
así la promesa de los “torrentes de agua viva” que, por la efusión del Espíritu, manarían
de las entrañas de los creyentes (cf. Jn 7, 38-39). En efecto, el Espíritu es esa potencia
interior que armoniza su corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los her-
manos como Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos (cf.
Jn 13, 1-13) y, sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos (cf. Jn 13, 1; 15, 13).
* * *
«La Trinidad entera actúa en el santo sacrificio del altar. Por eso me gusta tanto repetir
en la colecta, en la secreta y en la postcomunión aquellas palabras finales: “Por Jesu-
cristo, Señor Nuestro, Hijo tuyo –nos dirigimos al Padre–, que vive y reina contigo en
unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén”.
Esta acción del Espíritu Santo queda expresada claramente cuando el sacerdote invo-
ca la bendición divina sobre la ofrenda: “Ven, santificador omnipotente, eterno Dios, y
bendice este sacrificio preparado a tu santo nombre” (Misal Romano, Ofertorio, Invo-
228 cación al Espíritu Santo), el holocausto que dará al Nombre santísimo de Dios la gloria
que le es debida. La santificación, que imploramos, es atribuida al Paráclito, que el Pa-
dre y el Hijo nos envían. Reconocemos también esa presencia activa del Espíritu Santo
en el sacrificio cuando decimos, poco antes de la comunión: “Señor, Jesucristo, Hijo
de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, vivificaste el
mundo con tu muerte…” (Misal Romano, Oraciones preparatorias para la comunión).
Toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar. Por voluntad del Padre, coope-
rando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora. Aprendamos a tratar a
la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino: tres Personas divinas en la unidad de su subs-
tancia, de su amor, de su acción eficazmente santificadora.
Inmediatamente después del lavabo, el sacerdote invoca: “Recibe, Santa Trinidad, esta
oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, de la Resurrección y de la As-
censión de Jesucristo, Señor Nuestro” (Misal Romano, Ofertorio, Ofrenda a la Santísima
Trinidad). Y, al final de la Misa, hay otra oración de encendido acatamiento al Dios Uno
y Trino: “Placeat tibi, Sancta Trinitas, obsequium servitutis meæ… que te sea agradable,
oh Trinidad Santísima, el tributo de mi servidumbre; dispón que el sacrificio que yo,
aunque indigno, he ofrecido a la Majestad tuya, merezca aceptación; y te pido que, por
tu misericordia, sea éste un sacrificio de perdón para mí y para todos por los que lo he
ofrecido” (Misal Romano, Oración que precede a la bendición final).
La Misa –insisto– es acción divina, trinitaria, no humana. El sacerdote que celebra sirve
al designio del Señor, prestando su cuerpo y su voz; pero no obra en nombre propio,
sino in persona et in nomine Christi, en la Persona de Cristo, y en nombre de Cristo.
SUMARIO
1. ESENCIA (OUSÍA), NATURALEZA (PHYSIS), SUSTANCIA (OUSÍA) • 2. SU-
PÓSITO O HYPÓSTASIS Y PERSONA • 3. SUBSISTENCIA • 4. RELACIO-
NES SUBSISTENTES • 5. PROCESIONES • 6. NOCIONES Y PROPIEDA-
DES • 7. MISIONES • 8. CIRCUMINSESSIO O PERICHÓRESIS • 9. APRO-
PIACIONES
230 En las páginas de este manual nos han salido al paso algunos términos espe-
FtÀFRVGHODWHRORJtDWULQLWDULD, que fueron acuñados a lo largo de la historia
conforme lo requerían las circunstancias, para exponer con la mayor preci-
sión posible el misterio trinitario. También se ha visto cómo el progreso de la
WHRORJtDWULQLWDULD\ODSDFLÀFDFLyQGHOD,JOHVLDGHSHQGLHURQHQQRSHTXHxD
PHGLGDGHODFLHUWRHQODWHUPLQRORJtDHOHJLGD(OSHUtRGRPiVVLJQLÀFDWLYRHQ
la consolidación terminológica va desde el Concilio de Nicea (a. 325) al I de
Constantinopla (a. 381) sobre todo a partir de los importantes progresos que
VXSXVRODGLVWLQFLyQHQWUHQDWXUDOH]DHKLSyVWDVLV\ODIyUPXOD©XQDVXVWDQFLD
WUHVKLSyVWDVLVª
Señalamos ahora los principales términos que se utilizan al tratar el misterio
WULQLWDULR\VXVLJQLÀFDGRDFWXDO6HWUDWDGHtérminos cuyo uso correcto sigue
siendo de gran importancia.
Como advierte el Catecismo de la Iglesia católica,©SDUDODIRUPXODFLyQGHOGRJPDGH
la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones
GH RULJHQ ÀORVyÀFR ´VXEVWDQFLDµ ´SHUVRQDµ R ´KLSyVWDVLVµ ´UHODFLyQµ HWF$O
hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido
QXHYRVRUSUHQGHQWHDHVWRVWpUPLQRVGHVWLQDGRVWDPELpQDVLJQLÀFDUHQDGHODQ-
WHXQ0LVWHULRLQHIDEOH«/D,JOHVLDXWLOL]DHOWpUPLQR´VXEVWDQFLDµWUDGXFLGRD
YHFHVWDPELpQSRU´HVHQFLDµRSRU´QDWXUDOH]DµSDUDGHVLJQDUHOVHUGLYLQRHQVX
XQLGDGHOWpUPLQR´SHUVRQDµR©KLSyVWDVLVµSDUDGHVLJQDUDO3DGUHDO+LMR\DO
(VStULWX6DQWRHQVXGLVWLQFLyQUHDOHQWUHVtHOWpUPLQR´UHODFLyQµSDUDGHVLJQDUHO
KHFKRGHTXHVXGLVWLQFLyQUHVLGHHQODUHIHUHQFLDGHFDGDXQRDORVRWURVªCEC,
nn. 251-252).
Antes de enumerarlos, insistamos una vez más en que todos estos vocablos
han de aplicarse a Dios en forma analógica, cual corresponde a la semejanza-
desemejanza que existe entre Él y el ser creado.
3. Subsistencia
En la teología clásica se utiliza el término personalitas (personalidad) en un sen-
tido distinto del actual, aunque cercano. Se entiende por personalitas aque-
llo que constituye a la persona en persona, es decir, lo que le da su última
perfección en cuanto ser personal. Los latinos colocan esta perfección última
en la subsistencia7DPELpQHOWpUPLQR©VXEVLVWHQFLDªVHGHULYDGHODSDODEUD
griega hypóstasisFRQHOVLJQLÀFDGRGHlo que está debajo. En este sentido se
habla de que existen en Dios tres subsistencias, es decir, tres personas, con lo
que el término «subsistencia» viene a designar lo mismo que «hypóstasis».
En este sentido se utiliza ya por el Concilio de Letrán (a. 649), al hablar de un solo
'LRV©LQWULEXVVXEVLVWHQWLLVFRQVXEVWDQWLDOLEXVHWDHTXDOLVJORULDHª&RQFLOLRGH
Letrán, Sesión V [31.X.649], Cánones, DS 501).
&RPR\DVHKDYLVWRWDPELpQHOWpUPLQR©VXEVLVWHQFLDªVHXWLOL]DSDUDUHIHULU-
se a Dios en su unidad: Ipsum esse subsistens. De ahí que se hable de que se da
en Dios una única subsistencia absoluta y tres subsistencias relativas
232 4. Relaciones subsistentes
La distinción entre subsistencia absoluta y subsistencias relativas sirve para
mostrar dónde radican la unidad y la alteridad en Dios. Hay un solo Dios,
TXHH[LVWHHQWUHV©VXEVLVWHQFLDVUHIHULGDVªHQWUHVt/DV3HUVRQDVGLYLQDV²ODV
tres relaciones subsistentes– no se distinguen entre sí más que por su oposi-
ción, es decir, por el hecho de ser relaciones mutuamente referidas la una a
la otra. Se trata de relaciones que subsisten como distintas entre sí, porque
la una se opone a la otra y son relaciones existentes dentro el Ipsum esse sub-
sistens.
3RUHMHPSORHO3DGUHVHUHÀHUHDO+LMR\HO+LMRVHUHÀHUHDO3DGUH\DPEDVUHIH-
rencias se distinguen una de otra, porque se oponen entre sí: el Padre no puede
ser Hijo, y el Hijo no puede ser Padre, pues es imposible al mismo tiempo engen-
drar y ser engendrado. Pero al mismo tiempo, ambas relaciones son subsistentes
con la subsistencia del Ipsum esse subsistens.
La relación (schésis, pros tí, esse ad) es el orden o la referencia existente entre
dos términos. Esta referencia, para ser real, exige que la razón o el fundamen-
to en que se basa la relación sea también real. Este fundamento, en la Trinidad,
es el origen que una Persona tiene de otra, es decir, el hecho de que una Per-
sona procede de otra. El Padre entrega al Hijo su propia sustancia, y el Padre
y el Hijo la entregan al Espíritu Santo.
En Dios hay cuatro relaciones: la paternidad, la ÀOLDFLyQ, la espiración activa
y la espiración pasiva. Sin embargo, solo hay tres Personas, ya que solo hay
WUHVUHODFLRQHVGHRSRVLFLyQSXHVSDWHUQLGDG\ÀOLDFLyQQRVRQRSXHVWDVDOD
espiración activa.
5. Procesiones
Las procesiones (próbasis, probolé) designan el hecho de que una Persona re-
cibe su origen de otra6DQWR7RPiVGHÀQHODSURFHVLyQFRPRordo originis (el
orden de origen), es decir, el orden que se sigue del origen que una persona
tiene en otra.
La Trinidad tiene lugar mediante procesiones inmanentes, es decir mediante
procesiones que permanecen en el ser divino. En el caso de las divinas Perso-
nas, se trata de la más perfecta inmanencia, pues aun procediendo una Perso-
na de otra, se mantiene la perfecta identidad numérica de la esencia divina.
El Padre no solo entrega su propia sustancia al Hijo, sino que la entrega sin
ninguna división o escisión. Cuando decimos que el Hijo es consustancial al
Padre, no solo decimos que es de una sustancia igual al Padre, sino que es de 233
la misma sustancia numérica que el Padre. Por eso hay un solo Dios.
Se trata de procesiones reales. Para que la procesión sea real es necesario que
el origen sea real y, por lo tanto, que existan acciones reales en Dios. Para que
la paternidad del Padre sea real, es necesario que sea real el acto por el que
engendra al Hijo, o lo que es lo mismo, HVQHFHVDULRTXHHO+LMRSURFHGDreal-
mente del Padre mediante un acto real de generación, recibiendo realmente
su ser del Padre.
En Dios hay dos procesiones inmanentes: el Hijo procede del Padre mediante
generación; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo mediante espira-
ción (ekporéusis). Por esta razón las tres divinas personas son consustanciales,
es decir, poseen la misma y única esencia.
6. Nociones y propiedades
Las nociones o propiedades nocionales (idioma gnoristikón) son aquellas no-
tas por medio de las cuales conocemos y distinguimos a las Personas divi-
nas. Se trata, por lo tanto, de notas que no son comunes a las tres Personas di-
vinas. Estas nociones son cinco: la innascibilidad, la paternidad, la ÀOLDFLyQ,
la espiración activa y la espiración pasiva.
Se llama propiedades (idiómata) a aquellas nociones que solo se pueden pre-
dicar formalmente de una Persona. Se trata, por tanto, de notas que son ex-
clusivas de esa Persona. Se llama propiedades personales a aquellas propie-
dades por las que las personas se constituyen en su ser personal, es decir, la
paternidad, la ÀOLDFLyQ, la espiración o procesión.
7. Misiones
Nuestro Señor habla de haber sido enviado por el Padre y, a su vez, habla de
enviar el Espíritu Santo a los apóstoles (cf. Jn 3, 17; 17, 3; 20, 21; 16, 7). El tér-
mino «misión» designa, pues, el envío de una Persona divina ad extra de la
Trinidad. La misión implica orden de origen, es decir, que la persona envia-
da procede de aquella que la envía.
234 8. Circuminsessio o perichóresis
Se designa con este término el hecho de que las divinas personas, aun distin-
guiéndose entre sí, existen la una en la otra en razón de que son el mismo y
único Dios.
9. Apropiaciones
Precisamente porque las obras ad extra son comunes a las tres divinas Perso-
nas, se llama apropiación el hecho de atribuir una determinada obra ad extra
o un determinado atributo –que es común a los tres– a una Persona con pre-
ferencia a las otras, dadas sus características personales6DQWR7RPiVGHÀQH
ODDSURSLDFLyQFRPR©ODPDQLIHVWDFLyQGHODVGLYLQDVSHUVRQDVSRUPHGLRGH
ORVDWULEXWRVHVHQFLDOHVª7RPiVGH$TXLQRSuma Teológica I, q. 39, a. 7, in c).
Así, por ejemplo, al Padre se le apropia la omnipotencia y la obra de la crea-
ción; al Hijo se le atribuye la Sabiduría; al Espíritu Santo se le atribuye la obra
GHODVDQWLÀFDFLyQ
235
BIBLIOGRAFÍA
Manuales:
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237
ÍNDICE GENERAL
Presentación ..................................................................................................................... 8