Greg Pence - La Teoría de La Virtud
Greg Pence - La Teoría de La Virtud
Greg Pence - La Teoría de La Virtud
VIRTUD
Greg Pence
1. Introducción
347
348 ¿Cómo debo vivir?
2. Anscombe y Maclntyre
El resurgir del interés por la virtud en los años ochenta fue estimulado por la
obra anterior de dos filósofos, Elizabeth Anscombe y Alasdair Maclntyre. En
1958, Anscombe afirmó que las nociones históricas de la moralidad —del deber
y la obligación moral, del «debe» en general— eran hoy día ininteligibles. Las
cosmovisiones en que anteriormente tenían sentido estas nociones habían ya
caducado, y sin embargo su descendencia ética persistía. Estos «hijos»
desvinculados se han incorporado a doctrinas como la de «obra no para
satisfacer un deseo propio sino simplemente porque es moralmente correcto
hacerlo». Para Anscombe, semejantes doctrinas no sólo no son buenas, sino
que en realidad son nocivas. La virtud se convierte perniciosamente en un fin
en sí mismo, desvinculada de las necesidades o deseos humanos.
Alasdair Maclntyre coincidió con Anscombe y llevó más lejos su análisis. En
su opinión, las sociedades modernas no han heredado del pasado una única
tradición ética, sino fragmentos de tradiciones en conflicto: somos
perfeccionistas platónicos al elogiar a los atletas con medalla de oro en las
Olimpiadas; utilitaristas al aplicar el principio de clasificación a los heridos en la
guerra; lockeanos al afirmar los derechos de propiedad; cristianos al idealizar la
caridad, la compasión y el valor moral igual, y seguidores de Kant y de Mili al
afirmar la autonomía personal. No es de extrañar que en la filosofía moral las
intuiciones entren en conflicto. No es de extrañar que las personas se sientan
confusas.
En vez de este revoltijo, Maclntyre resucitaría una versión neoaristoté-lica
del bien humano como fundamento y sostén de un conjunto de virtudes.
Semejante versión también proporcionaría una concepción de una vida con
sentido. La interrogación común «¿cuál es el sentido de la vida?» es
350 ¿Cómo debo vivir?
casi siempre una pregunta sobre la forma en que quienes la plantean pueden
sentir que tienen un lugar en la vida en el que se encuentran comprometidos
emocionalmente con quienes les rodean, en que su trabajo expresa su
naturaleza y en el que el bien individual se vincula a un proyecto más amplio
que comenzó antes de nuestra vida y seguirá después de ella. La respuesta de
Maclntyre es que semejante sentido surge —como las excelencias que son las
virtudes, que sustentan el fomento de sociedades racionales— cuando una
persona pertenece a una tradición moral que permite un orden narrativo de una
vida individual, y cuya existencia depende de normas de excelencia en
determinadas prácticas.
Por ejemplo, la medicina tiene una tradición moral que se remonta al menos
a Hipócrates y Galeno. Esta tradición establece lo que se supone tiene que
hacer un médico cuando llega un paciente sangrando a la sala de urgencias o
cuando se desata una epidemia. En esta tradición, la vida del médico puede
alcanzar una determinada unidad o «narrativa». Éste puede mirar hacia atrás (y
hacia delante) y ver cómo su vida ha sido (o es) relevante. Además, la medicina
tiene sus «prácticas» internas que producen un placer intrínseco más allá de
sus recompensas extrínsecas: la hábil mano quirúrgica, el diagnóstico sagaz de
la enfermedad esotérica, la estima de un gran maestro por los estudiantes.
Compárese esta vida con la de un trabajador de una cadena de montaje que
fabrica tuercas de plástico, y que de repente ve cerrar su fábrica. Maclntyre
afirma que las virtudes sólo pueden prosperar en determinados tipos de
sociedades, igual que en determinados tipos de ocupaciones.
laica, mientras que en última instancia Santo Tomás ofreció una justificación teológica de
las virtudes. Santo Tomás se encuentra en un punto intermedio entre la concepción
naturalista del carácter de los griegos de la antigüedad y la hostilidad de Kant al
naturalismo.
Durante la Ilustración, Kant intentó deducir la moralidad de la propia razón pura.
Aunque Santo Tomás afirmaba que las verdades de la moralidad podían ser conocidas
por la sola razón, en ocasiones se vio obligado a apelar a la existencia y naturaleza de
Dios. Posteriormente Kant intentó evitar esta apelación y descubrir una esencia del
carácter moral —de la virtud o del buen carácter— que iba más allá de cualquier conjunto
particular de virtudes o de cualquier sociedad histórica concreta.
Kant decidió que las personas virtuosas actúan precisamente por —y en razón del—
respeto a la ley moral que es «universalizable» (véase el artículo 14, «La ética kantiana»).
Según Kant —al menos de acuerdo con una interpretación— la persona obra en su
máxima capacidad como agente racional puro cuando no actúa por deseos comunes, ni
siquiera por los deseos propios de una persona buena, o porque le hace sentir bien
aplacar el sufrimiento. Según esta concepción, Kant deseaba una noción del carácter
moral más allá de los deseos contingentes de las sociedades particulares de épocas
concretas de la historia. Con ello se quedó con una posición muy abstracta pero también
muy vacía.
Los teóricos modernos de la virtud piensan que Kant se equivocó aquí y que la
filosofía moral moderna ha seguido inadvertidamente su senda. En vez de ver a Kant
como el inicio de una tradición ética, le consideran su re-ductio ad absurdum. El
utilitarismo comete un error por exceso, identificando el deber abstracto de Kant con el
mayor bien para el mayor número, e ignoró el problema de cómo se relaciona el ejercicio
de este deber con los problemas del carácter, como por ejemplo una deficiencia de los
sentimientos de compasión. Como dice Joel Kupperman «a pesar de la oposición entre
kantianos y consecuencialistas, alguien que lea algunas de las obras de cualquiera de
estas escuelas puede obtener fácilmente la imagen de un agente ético esencialmente sin
rostro, al que la teoría le dota de recursos para realizar elecciones morales que carecen
de vinculación psicológica con el pasado o futuro del agente» (Kupperman, 1988).
En un artículo influyente Susan Wolf fue más allá aún, diciendo que el utilitarismo
meramente omite la referencia al carácter. Wolf afirmaba que en realidad supone un
carácter ideal al que no sería bueno ni racional aspirar. Un santo utilitarista que dedicase
el máximo tiempo y dinero a salvar a quienes pasan hambre sería una persona aburrida y
unidimensional que se perdería los bienes no morales de la vida como el participar en
deportes o leer historia. Estos santos, en su esfuerzo por maximizar la ayuda a la hu-
manidad, dedicarían todo su tiempo libre a actos altruistas, sin dejar tiempo
6 ¿Cómo debo vivir?
para los muchos actos de provecho personal que normalmente hacen la vida
plena y satisfactoria.
4. El eliminacionismo
5. El coraje
6. El eliminacionismo, de nuevo
7. El esencialismo
dad. Esta cuestión surge de los intentos por resucitar teorías neoaristotéli-cas de las
virtudes que postulan una meta verdadera de una vida perfectamente buena. Una forma
de abordar esta cuestión es preguntar, como hicieron Sócrates y Aristóteles, si todas las
virtudes comparten una «virtud maestra». Alternativamente, todas las virtudes podrían
compartir no necesariamente una virtud, sino una esencia común, como el sentido común.
Aristóteles pensó que un necio no podía en realidad tener virtud, y esto lo diferencia de la
concepción cristiana.
En la época reciente, Edmund Pincoffs ha defendido una concepción «funcionalista»
de las virtudes. Según ésta, las virtudes verdaderas son aquellas necesarias para vivir
bien en cualquiera de varias formas de «vida común». De acuerdo con su concepción,
existe un núcleo de virtudes necesarias para el progreso de cualquier forma de sociedad
en cualquier época de la historia.
No obstante, no parece más plausible defender que todas las virtudes deben
compartir una cualidad que defender que todos los bienes deben compartir una cualidad.
Las virtudes pueden concebirse como formas de aptitud sobresaliente, y hay
innumerables cosas en las que uno puede sobresalir. La idea de que «tenga que» haber
un núcleo de toda virtud en realidad supone de manera encubierta que sólo existe una
buena forma de vivir o una forma correcta de desarrollo de la sociedad. Pero hay muchos
mundos posibles para el futuro. Cada uno tendría diferentes mezclas de instituciones y
prácticas, cada uno necesitaría diferentes tipos de virtudes para su desarrollo ideal.
Por ejemplo, en las sociedades de frontera, los grandes héroes fueron a menudo
personas muy inteligentes que se comportaron muy bien fuera de los estrechos límites de
las ciudades civilizadas con sus iglesias, bodas, escuelas, abogados, almacenes, policía
y fábricas. Estos héroes de frontera siguieron un código sencillo y duro (hay que colgar y
matar a los ladrones de caballos, los «salvajes» son el enemigo, que cada cual se las
componga como pueda, etc.). Cuando se civilizaron estas fronteras, estos héroes cons-
tataron a menudo que su carácter no encajaba en la sociedad que habían contribuido a
crear. La sociedad había precisado de tipos de carácter semejante, y posteriormente se
había desplazado.
cómo debemos vivir, y como estas áreas ocupan una parte tan importante de nuestra
forma de vida, ¿no es éste un colosal defecto?
Los filósofos modernos están estudiando muchas cuestiones acerca de la virtud,
como la medida de nuestra responsabilidad por nuestro carácter la vinculación entre el
carácter y los modales, las vinculaciones entre el carácter y la amistad y el análisis de
rasgos específicos, como el perdón, la lealtad, la vergüenza, la culpa y el remordimiento.
Incluso están volviendo al análisis de vicios tradicionales como los deseos desmedidos
de drogas, dinero, comida y conquista sexual, es decir, los vicios tradicionales de la in-
temperancia, la codicia, la gula y la lascivia. La próxima década conocerá la aparición de
muchas obras importantes sobre la virtud.
Bibliografía
Otras lecturas
Puede encontrarse una excelente bibliografía, que incluye cientos de artículos y libros y
organizada en subáreas, detrás de los artículos reunidos en: The Virtues:
Contemporary Essays on Moral Character, ed. R. Kruschwitz y R. Roberts (Belmont:
Wadsworth, 1987, pp. 237-63.
French, P., Uehling T. y Wettstein, H., eds., Ethical Theory: Character and Vrrtue -Volume
XIII, Midwest Studies in Philosophy (South Bend: University of Notre Dame Press,
1988).