La Ciudad y Sus Transformaciones 1914 1
La Ciudad y Sus Transformaciones 1914 1
La Ciudad y Sus Transformaciones 1914 1
La ciudad que vamos a analizar desde el punto de vista físico nos presenta un
panorama distintivo de los períodos anteriores. En efecto, no es éste un tiempo de grandes
emprendimientos fundacionales sobre el territorio sino más bien un momento expresivo de
profundas mudanzas en los antiguos núcleos urbanos. En estas transformaciones físicas
tienen peculiar importancia el acelerado proceso de urbanización y concentración
poblacional -con la creciente demanda de servicios- la formación de los barrios de vivienda
con sus equipamientos comunitarios, la terciarización de zonas urbanas y la reformulación
del espacio público.
En la capital del país, las viejas áreas residenciales de la colonia mostraban ya pocos
testimonios de la "gran aldea", mientras en torno a la Plaza de Mayo se comenzaba a
insinuar una compacidad de servicios terciarios, bancarios, financieros y comerciales que
devendrían en la consolidación de lo que se ha dado en llamar "la city porteña". Todas las
intervenciones urbanísticas que se pensaron en estos años tenían como finalidad actuar
sobre este conjunto central, ya fuera para descentralizarlo o para ratificar sus condiciones
hegemónicas de la vida política y económica del país.
Hacia 1914, con el tren subterráneo funcionando bajo la Avenida de Mayo, Buenos
Aires ratificaba el carácter aventajado entre las ciudades de Sudamérica e ingresaba en la
modernidad del transporte articulando los nuevos espacios simbólicos del Poder Ejecutivo
y la Legislatura. La Avenida, convertida en el salón de la ciudad, era el escenario de
exhibición paradigmático, de aquello que Clemenceau había reconocido como "una gran
ciudad de Europa". El proyecto mimetizador con París había visto desfilar los diseños
innovadores de José Bouvard (1907-1910), que nos dejara los embriones de las diagonales,
y los posteriores intentos de Juan Nicolás Forestier (1924) o los buenos consejos de León
Jaussely y Alfredo Agache. Los paisajistas franceses como Courtois y Thays, o sus
discípulos como Benito Carrasco habían hecho realidad el sueño verde de los higienistas
del positivismo finisecular.
Lentamente las ideas del urbanismo francés, aquel de la "estética edilicia" que
impusiera Haussman en París, venían a consolidarse con los proyectos que la propia
Municipalidad propiciaba bajo la tutela intelectual de Martín Noel. Durante el Gobierno de
Alvear, la intendencia de Carlos Noel propició el Plan que habría de resumir los parámetros
afrancesados que habían ido perfilando Bouvard y Maillart y que consolidaría el paisajista
Forestier. La costanera norte como apertura de la expansión y la costanera sur como
proyecto de regeneración de áreas populares fueron fruto de estas iniciativas municipales.
La apertura de nuevos barrios o la formación de parques o plazas, como consecuencia de la
adquisición de las antiguas quintas de Hale, Lezica o Lezama, fue mostrando una estrategia
de acción que intentaba articular las acciones urbanas con unos subjetivos imaginarios
estéticos.
Los proyectos para crear "Centros cívicos" sobre la Avda. 9 de Julio, trasladar el
Municipio al Parque Rivadavia (presunto baricentro geográfico de la ciudad) o crear un
"Centro de Gobierno Nacional" mudando catedral, casa de gobierno, ministerios y
embajadas a Palermo, evidenciaban esta visión del poder omnímodo del Estado para tomar
grandes decisiones urbanas, basadas en argumentos tan endebles como las equidistancias o
la simple disponibilidad del espacio abierto. Predominaba la visión fundacional, de la gran
obra pública frente a la vida cotidiana de la ciudad y a sus elementos emblemáticos.
Mejor suerte tendrían las intervenciones sobre las periferias, pues cuando el
proyecto se realiza sobre un área abierta, la viabilidad es mucho más evidente. El caso de la
Avenida de Circunvalación (la Gral. Paz) realizada por impulso del Ing. Palazzo en 1936,
tuvo desde un inicio el carácter de "park-way" que se propuso y que mantuvo durante
décadas. Es también éste el momento en que se plantea la recuperación del diálogo de la
ciudad con su entorno. Las Costaneras de Buenos Aires testimonian una larga saga de
intervenciones en Corrientes, Santa Fe, Rosario, Gualeguaychú que expresan esta
preocupación ambiental y paisajística. A partir de 1947, con la creación de la Secretaría de
Aeronaútica, se planteó la localización de los aeropuertos urbanos marcando una nueva
realidad de impacto suburbano que, superadas las antiguas infraestructuras de los "Aero
clubes", obligó a un plan estratégico nacional.
El período intercensal que va de 1914 a 1947 señala una evidente tendencia hacia la
urbanización que se prolongaría hasta el fin de siglo. El impacto de concentración en la
región metropolitana, favorecido por la expansión industrial del área y la recuperación de la
actividad portuaria y del papel agroexportador durante la guerra mundial, marcaría
transformaciones internas claras en los núcleos urbanos del eje Rosario-Buenos Aires-La
Plata.
Sin embargo estas décadas que van de 1930 a 1950 serán muy importantes en la
expansión urbana de las ciudades intermedias como Bahía Blanca (que celebró su
centenario en 1928 con una importante renovación edilicia), La Plata (con la
transformación del borde y la zona de Punta Lara), Mendoza, Tucumán, Santa Fe, y sobre
todo las mayores como Rosario y Córdoba. Se trata de una expansión de baja densidad de
viviendas predominantemente individuales y de tipología reiterativa, generalmente
compacta y despojada poco a poco de ornamentación. El perfil de los nuevos barrios
contrastaba con el alza de los valores inmobiliarios de las áreas centrales y sobre todo en la
mezquindad del uso del suelo urbano. El lenguaje de una modernidad externa, aparecía
condicionada por el afán de rentabilidad, encubriendo reducidos patios de aire y luz en los
edificios de altura con la consiguiente degradación en las calidades ambientales.
Los códigos de edificación, que fueron reglando los crecimientos urbanos a partir de
normas que atendían a las alturas, líneas de frente, superficie de ocupación del predio y
remate de los edificios, marcaban desde 1928, pautas cada vez más precisas. El ejercicio de
pensar la ciudad que podría resultar de haberse construido respetando todas las ordenanzas
en vigencia, nos evidencian lo absurdo de las normas genéricas aplicadas al conjunto de la
ciudad. Mucho más grave sería la situación cuando en las décadas siguientes, las
reglamentaciones de Buenos Aires serían trasladadas casi sin autocrítica a ciudades
medianas, intermedias y pequeñas de distintas partes del país.
De estos técnicos surgirían ideas como las de la ciudad universitaria (ciudad dentro
de la ciudad) que marcaban los límites posibles de una zonificación rígida y excluyente,
que tuvo parcial fortuna en diversas ciudades: Buenos Aires (1938 inicialmente), Córdoba
y Bahía Blanca en los tramos finales del gobierno de Perón. También los Centros Cívicos,
cuyos proyectos emblemáticos fueron el de Bariloche en 1936 y el de Santa Rosa de La
Pampa (1954) preanunciaban esta concentración de funciones, mientras algunas ideas, que
luego han sido históricamente recurrentes, como la de la aeroisla, se proponían
novedosamente en la década de los 30.
Otras obras públicas como las realizadas por el ecléctico arquitecto Alejandro
Bustillo para su hermano Exequiel funcionario de Parques Nacionales (Hotel Llao-Llao y
Catedral de Bariloche) o para su otro hermano a cargo de la Dirección de Casinos y
Loterías (Hotel Provincial y Casino en Mar del Plata), rematarían con la casa central del
Banco de la Nación Argentina (1938-1944) para mostrar tanto la versátil extravagancia de
su imaginario arquitectónico, cuanto la endogamia selectiva del sistema. En este contexto
Bustillo nos indicaba que el camino cultural de la Argentina estaba vinculado a la "raíz
greco-latina" señalándonos el Partenón griego como modelo insustituible.
Para ese entonces las oficinas técnicas de las reparticiones estatales eran capaces de
encarar edificios públicos en los más variados estilos y corrientes arquitectónicas. Los
últimos modelos del academicismo afrancesado ejemplificado en las obras de Norberto
Maillart para el Colegio Nacional Buenos Aires, el Correo Central y del Palacio de Justicia,
terminarían antes de la década del 30. El Correo y la Aduana de Rosario o la Casa de
Gobierno de Jujuy podrían inscribirse también en esta última categoría. Políticas nacionales
como las llevada a cabo por el Dr. Cabred, durante el gobierno de Irigoyen (1916-1922)
para instalar Hospitales Regionales desde el Chaco y Misiones hasta Córdoba, imponían
unas propuestas pintoresquistas de edificios con pabellones aislados en grandes predios
ajardinados. Luego el neocolonial posibilitó obras señeras como el Puente Uriburu en
Buenos Aires, el Correo de Salta, el Palacio Arzobispal de Santiago del Estero o el templete
de Yapeyú (Corrientes). Por su parte el propio edificio del Ministerio de Obras Públicas
develaba las íntimas preferencias por el "estilo moderno", que se vislumbraban también en
la acción edilicia de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). Las obras de la Facultad de
Medicina, el Ministerio de Hacienda, el Edificio de los Ferrocarriles del Estado y luego el
Banco Hipotecario Nacional, mostraron a la vez una arquitectura mastodóntica pero ya
apartadas de los rigores del academicismo o del individualismo ecléctico.
No debemos en este contexto sorprendernos de que las mismas oficinas técnicas del
Ministerio de Obras Públicas ofrecieran proyectos de edificios públicos con la misma
planta y resueltos en diversos "estilos" desde el "clásico", al "neocolonial" y, por si acaso el
funcionario era audaz, no faltaba el llamado proyecto "moderno".
La política pobladora del territorio agrícola no decayó en las primeras décadas del
siglo XX. Tal el caso paradigmático de formación de nuevas colonias de inmigrantes en los
territorios nacionales del Chaco, Formosa, Misiones o en la Patagonia. Así la consolidación
de fronteras al norte y al sur permitió la prolongación morosa del sistema de poblamiento
decimonónico.
Un ejemplo de estos asentamientos puede ser Villa Regina formada en 1924 por la
Compañía Ítalo Argentina de Colonización con 130 familias de inmigrantes de la zona de
Trento. El reparto de las chacras de 100 Ha. marcaba la diferencia con repartos
contemporáneos similares en Italia (12 Ha.) según recordaba el Ingeniero Felipe Bonoli. La
traza del pueblo muestra la persistencia de elementos tradicionales como la manzana, pero
aparecen dos plazas, avenidas diagonales y se privilegia el sector ferroviario de la estación
y un área de vivero.
Otro tipo de pueblos formado en los antiguos territorios nacionales fue el de carácter
agro-industrial, como consecuencia de la explotación del quebracho desde el norte
santafecino al Chaco y Formosa. La Compañía La Forestal y el Ferrocarril Francés fueron
los agentes dinámicos de un proceso de poblamiento y despoblamiento a medida que
avanzaba la tala de los bosques para la producción de tanino. Algunos pueblos, como La
Escondida en el Chaco, nacieron como explotaciones autónomas, instalándose en 1927 la
fábrica que daría origen al conjunto urbano. La traza del pueblo fue en este caso más
próxima a la de "ciudad jardín" dentro de un contexto de calles curvas y manzanas
irregulares que dejan la fábrica en un extremo del conjunto y distribuyen las casas en áreas
densamente forestadas y ajardinadas.
En 1938 la Ley de Urbanismo, impulsada por el diputado radical Martín Noel venía
a crear un instrumento jurídico que sirviera de marco nacional a las regulaciones generales
de carácter urbano, aunque estas medidas se han apoyado, generalmente, en las ordenanzas
propias del poder local. Las transformaciones del Código Urbano de Buenos Aires, hacia
1944, mostraban la nueva necesidad de legislar no solamente sobre la densificación del
centro sino también sobre la dinámica de movilidad de la periferia.
B- LA CIUDAD ARGENTINA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO (1950-1983)
Es curioso constatar que ciudades que han perdido población como la Capital
Federal entre 1947 y la actualidad, casi han duplicado esta segunda mitad del siglo la
superficie construida. Ello es demostrativo de los nuevos usos del suelo, del traslado de las
funciones residenciales hacia el "Gran Buenos Aires", más allá de los límites de la Avda.
General Paz, y del proceso de construcción de alta rentabilidad. Quizás el ejemplo más
claro de esta política de inversión especulativa es la construcción en Mar del Plata que en
estas décadas arrasó el antiguo balneario de la aristocracia para erigir casi 100.000 unidades
de vivienda, utilizadas principalmente durante los meses del verano.
En buena parte de las ciudades de mayor población, el centro fue sometido a una
dura renovación de usos. Si por una parte se mantenía la centralidad de las funciones
simbólicas y cívicas en torno a la plaza principal -que no perdió su capacidad de
convocatoria- por otra parte, el escenario fue mutando no sólo físicamente sino también
funcionalmente. El espacio comercial y de usos terciarios (oficinas, servicios, etc) creció
notoriamente, definiendo lo que en Buenos Aires se ha dado en llamar "la city" bancaria y
financiera. La localización de las casas matrices de importación y exportación, los agentes
aduaneros o de corretaje, las sedes de las principales compañías y empresas tendieron a
concentrarse junto a las agencias bancarias, a las compañías de transporte y otros elementos
de la dinámica económica. Esta tendencia que en Buenos Aires comenzó a manifestarse a
fines del siglo XIX se consolidó con la construcción de las grandes sedes bancarias
(Provincia 1940, Nación 1944) y persistió emblemáticamente con el Banco de Londres
(1962).
La articulación entre el centro y los barrios se fue conflictuando a pesar del flujo
cotidiano de personas que iban a trabajar al centro pero residían fuera de él. La centralidad
acusó las fricciones en las horas-pico y los problemas de circulación automovilística y
estacionamiento han colapsado, hacia fin de siglo, buena parte de las áreas centrales de las
ciudades. Buenos Aires, que eliminó sus tranvías en la década del 60, ha debido extender de
urgencia sus líneas de tren subterráneo y limitar los accesos privados al área central,
mientras otras ciudades han retomado el sistema de trolebuses (Mendoza y Rosario) para
hacer más eficaz el servicio de transporte. En las áreas céntricas los municipios premiaban
con exenciones impositivas a quienes destinaran terrenos baldíos a estacionamiento. El
privilegiar el auto sobre la vida urbana se ha reflejado en políticas de planificación que
atendieron preferentemente a resolver los problemas que su densidad de uso generaba
aunque ello entrara en contradicción con la calidad de vida.
En la segunda mitad del siglo el tema del espacio público fue adquiriendo un peso
relevante. Por una parte el crecimiento demográfico fue exigiendo más espacios para el
esparcimiento. Los parques y plazas demostraron su insuficiencia porque algunos fueron
afectados por diversas concesiones que retacearon su carácter público o incorporaron
funciones específicas como en el caso del Aeroparque. No siempre los usos deportivos y
recreativos fueron compatibles con los espacios públicos y la intensiva utilización fue
degradando algunos de ellos o exigiendo una permanente tutela para evitar la
contaminación de los lagos (Palermo o Parque Centenario) y la vandalización de las obras
de arte y monumentos recordatorios en todas las ciudades del país.
Los nuevos espacios de las Galerías Comerciales comenzaron en esta época y luego,
reciclando antiguos edificios o con diseños de sofisticadas líneas, se han convertido en los
nuevos paseos de la ciudad. Las salas de cines y teatros, que habían tenido en los años
setenta y ochenta un claro retroceso, han vuelto a ganar impulso al amparo del sistema de
microcines concentrados. De esta manera las rápidas mutaciones de los usuarios favorecen
el efecto ligero de la novedad sobre los valores de una vida urbana más asentada y continua
La cultura del espectáculo va creando escenarios coyunturales, con arquitecturas de
materiales efímeros que garantizan corta vida e inestable repercusión en el proceso de
construcción de la ciudad.
Las acciones para regular los crecimientos e inversiones urbanas desde el poder
público demostraron su falta de eficacia en este medio siglo. Por una parte la debilidad de
los municipios desde el punto de vista político y económico para imponer criterios de
razonabilidad a la especulación inmobiliaria o simplemente a los gestos grandilocuentes de
los gobernantes federales o nacionales. Por otra, la incapacidad de los técnicos por brindar
propuestas razonables y operativas para resolver los problemas urbanos.
Fue muy clara la influencia del pensamiento europeo moderno que planteaba la
necesidad de una renovación integral de la conformación urbana de las ciudades. Nuestros
urbanistas apuntaron así más al modelo de lo que "debía ser la ciudad" antes que a tratar de
impulsar la mejora de lo que había. Este intento de actuación abstracto sobre de la ciudad,
pretendiendo la transformación profunda y extensa de ella, hizo que estos planes fueran
generalmente inaplicables económicamente, facilitando, por lo tanto, pocos instrumentos
útiles para la regulación urbana.
La obra social del peronismo desde el municipio y desde el gobierno central apuntó
sin embargo a resolver los problemas de vivienda antes que a estas grandes
transformaciones urbanas. A la caída del peronismo, en 1956 volverían las ideas
corbusieranas de la mano del Arq. Antonio Bonet, uno de los antiguos integrantes del
Grupo Austral con Kurchan y Ferrari Hardoy. El proyecto de renovación del Barrio Sur
encarado desde el Banco Hipotecario Nacional retomaba las ideas de concentración urbana,
ubicando en 110 manzanas a 450.000 habitantes y arrasando con el centro histórico de
Buenos Aires. El proyecto inducido desde el estado quedaba en manos de la iniciativa
privada que llevarían adelante los enormes monobloques que modificaban la traza histórica,
el tejido y el paisaje de la zona más antigua de la ciudad. La historia aparece en el informe
de Bonet como una página inicial que permite entender el proceso de degradación urbana,
pero que es incapaz de percibirla como un elemento cultural conformador de la memoria
urbana, y por ende, punto necesario de partida de cualquier propuesta razonable.
Otro de los miembros del Grupo Austral, el Arq. Juan Kurchan encabezaría en 1972
una nueva idea para el Barrio Sur que, manteniendo ahora la traza urbana, proponía una
ciudad de torres donde el patrimonio histórico quedaba reducido a un conjunto de
"monumentos" (casi siempre las iglesias) y el resto era absolutamente demolido.
Encuestados los habitantes de la zona sur, el 75% se manifestaba cómodo con el barrio y la
casa donde habitaban, pero esto no era un dato válido para los planificadores que
propiciaban destruirlas para hacerles nuevas viviendas (departamentos) que permitieran
albergar allí una población que duplicara la que en ese momento vivía en el barrio.
Esta distancia entre las aspiraciones del habitante urbano y las ideas del planificador
contribuyeron a que la mayoría de los planes reguladores realizados en la Argentina desde
1950 hasta 1980 quedaran simplemente en dibujos e informes técnicos sin aplicación real.
Hubo ciudades como Bariloche o Corrientes que tuvieron entre tres y cuatro planes
reguladores realizados por profesionales del urbanismo o reparticiones públicas como el
Consejo Federal de Inversiones (CFI) y que, sin embargo, no dejaron prácticamente huellas
en el proceso de desarrollo de esos núcleos.
Hacia 1960 ya era claro que no se podían abordar los problemas de ciudades
metropolitanas sin tener en cuenta la continuidad de su periferia. Así Buenos Aires requería
una planificación para su área urbana dentro del perímetro de la General Paz, un área
metropolitana que formaban los partidos vecinos de la Provincia en un radio de 30 km.
desde el centro de la ciudad y un área regional que incluía sectores rurales con un radio de
100 kilómetros desde la Plaza del Congreso.
Mientras tanto, entre 1947 y 1960 más de un millón de personas se trasladaba desde
el interior del país hacia la región metropolitana, acentuando el desequilibrio con las
provincias cuyas economías regionales se verían duramente quebrantadas. El gran Buenos
Aires que en 1918 tenía la mitad de la superficie de la ciudad, en 1964 era ocho veces más
grande ya que incorporaba anualmente 14.000 Ha de tierras de cultivo al voraz crecimiento
de la mancha urbana. Mientras el 93% de las viviendas de la ciudad tenían cubiertos los
servicios de aguas corrientes a mediados de los 60 solamente el 14% de los distritos del
Oeste bonaerense (Matanza, Merlo, Morón) contaba con red de agua.
Otro patrimonio se encontraba, a la vez, en estado de riesgo. Por una parte aquellos
que sufrieron accidentes naturales desde sismos (Caucete en San Juan), hasta inundaciones
(Carhué y Guaminí en la Provincia de Buenos Aires, Puerto Bermejo en el Chaco) que
obligaron a cambios internos o de emplazamiento. Por otra, los pequeños poblados
afectados por la inviabilidad de una sustentación económica -basada aún en la producción
rural- y el levantamiento de los sistemas de transporte ferroviario, fueron perdiendo
población y se transformaron en sitios de notoria decadencia afectando a todas las
provincias, incluyendo a la de Buenos Aires. Los intentos de revitalizarlos mediante
estrategias de turismo cultural han dado hasta el momento limitados resultados.
En este cuadro de situación, en los años 1951-1952 se realizó una inversión tal en
vivienda que alcanzó al 5,9% del PBI, cifra jamás igualada en nuestro país. La mano de
obra ocupada en la construcción fue otro de los pilares de una economía urbana que todavía
no acusaba las señales del receso de los años subsiguientes. Entre 1947 y 1960 aumentaron
los propietarios de vivienda en el suburbio de Buenos Aires de un 43% a un 67%, lo que
señala la importancia de una política basada en el afincamiento de los migrantes. La
extensión de la mancha urbana con limitados servicios y equipamientos, generada por la
baja densidad de las casas de una planta, fue la contrapartida de esta política..
Las oficinas públicas de arquitectura que fueron jerarquizadas, mantuvieron los tres
grandes lineamientos de la arquitectura argentina del siglo XX: el academicismo clasicista,
el eclecticismo pintoresquista y el "moderno" concebido como un estilo más en las
opciones formales de la arquitectura. La vertiente clasicista fue probablemente la menos
gravitante, aunque la voluntad de un "estilo imperial" está presente en obras como la
Fundación Eva Perón (hoy Facultad de Ingeniería.UBA), el monumento a la Bandera en
Rosario (inaugurado en 1957), el edificio ALEA y hasta el fracasado Altar de la Patria
(1974).
La línea de mayor peso fue sin dudas la denominada "populista", aquella que tomó
las variables eclécticas y regionalistas del neocolonial y que impulsó el equipamiento de
buena parte de la arquitectura escolar y sanitaria en todo el país. Aquí puede señalarse la
falta de vinculación de algunos modelos (los Hogares Escuela por ejemplo) que eran
resueltos, en climas muy diversos como los del Chaco y la Patagonia, con similar
propuesta. La tercera vertiente fue la de la arquitectura del Movimiento Moderno
desarrollada sobre todo a partir de conjuntos de edificios como los realizados desde 1946
por la Dirección de Arquitectura de Correos y Telecomunicaciones en Santa Fe, Mar del
Plata , Córdoba, Santa Rosa y Corrientes además del edificio "Movimiento" y la Central de
Telecomunicaciones en Buenos Aires.
En 1947 cuando estaba por realizarse el Plan de Aeropuertos del país, el gobierno de
común acuerdo con el Departamento de Estado de los Estados Unidos, envió una
delegación de profesionales para estudiar la red aeroportuaria norteamericana y percibir las
mejores soluciones. También por un concurso público se adjudicaría la obra de la Casa de
Gobierno de La Pampa (1954) mientras otros edificios como la Casa de Gobierno del
Chaco (1953-69), la Municipalidad de Córdoba (1953-62) o el Mercado del Plata de
Buenos Aires (1947-62) se concretaban asimismo en el lenguaje emblemático de la
arquitectura moderna.
Los núcleos urbanos generados en las grandes obras hidraúlicas de gran impacto
territorial como fueron las de Chocón-Cerros Colorados y la de Salto Grande,
determinarían la formación de poblados de nueva fundación. Tal el caso de la Villa del
Chocón y el de la ciudad de la Nueva Federación que reemplazó a la antigua Federación
que quedaba sumergida por la represa. El urbanismo de esta nueva fase adoptó partidos
variados ya que en el caso del Chocón -una población pequeña- privilegió las relaciones
paisajísticas y de núcleo de baja densidad. En Federación la opción urbanística fue más
compleja y se planteó la ausencia de la tradicional plaza central, utilizando como
vertebración una vía comercial donde se privilegiaba un tipo de equipamiento que
desconocía el modo de vida de los pobladores (confitería que remplaza al café,
supermercado que remplaza al almacén y a la tienda, desaparición de los clubes). Como
consecuencia de ello y de la distancia a los puntos de trabajo una parte de la población
quedó en la periferia de la antigua ciudad sin aceptar el traslado a la nueva.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Los estudios sobre otras ciudades como Corrientes permiten verificar los ensanches
sucesivos de su traza, el desplazamiento de la centralidad original hacia el eje comercial y
el surgimiento de los nuevos conjuntos de barrios residenciales en la ciudad. El estudio de
Guido sobre Tucumán enfocan sus ideas sobre la "Reargentinización por el urbanismo"
que aplicaría en este Plan que transformaría a Tucumán en una ciudad de grandes espacios
públicos y un paisaje edilicio unificado por la arquitectura neocolonial. Rettaroli y Martínez
ofrecen una interesante documentación cartográfica de los planos de Córdoba y algunos
barrios realizados durante el período anterior a 1930, que permite comparar la evolución a
partir del Catastro Machado realizado en 1890. A su vez Irós desarrolla las intervenciones
realizadas en la ciudad en los últimos años con un interesante diagnóstico del proceso de
evolución urbana anterior.
Paterlini presenta una interesante visión de los pueblos de origen industrial que
comienzan a organizarse en las últimas décadas del XIX y se consolidan en el XX con
estructuras urbanas supeditadas a la producción azucarera. El funcionalismo de los mismos
radica en su articulación inicial con la fábrica que consolida el poblado y las diversas áreas
urbanas con usos residenciales jerarquizados. El trabajo de Braun y Cacciatore recoge las
diversas influencias europeas que se vuelcan en la conformación del paisaje urbano
porteño, caracterizado por su eclecticismo y cosmopolitismo. La génesis de otros núcleos
urbanos y villas formadas en regiones con fuerte atractivo turístico, se vinculan, a la vez, a
decisiones políticas nacionales para la consolidación de fronteras.