La Figura Del Guardián Religioso

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LA FIGURA DEL GUARDIÁN RELIGIOSO

En la norma y espíritu del derecho canónico y del derecho franciscano vigentes

Fray Flavio Sánchez de la Torre, Ofm.[1]

INTRODUCCIÓ N GENERAL

La presente exposició n lleva por título La figura del Guardián religioso en la norma y en el
espíritu del Derecho Canónico y del Derecho Franciscano vigentes. El tema en sí es un tema
bastante rico y denso en doctrina canó nico-jurídica dada la interrelació n existente entre el
Derecho Franciscano y Derecho Eclesial, por lo que sería imposible agotarlo en unas
cuantas líneas.

Esta reflexió n pretende adentrarse en la figura del religioso franciscano como Guardiá n de
una fraternidad (quién es un Guardiá n, qué autoridad tiene, cuá l es su misió n, cuá l debe ser
su actuació n segú n las leyes de la Orden y de la Iglesia, cuá les son sus principales
responsabilidades, en qué consiste el oficio eclesiá stico de Guardiá n o Superior –tal y como
se le conocía tradicionalmente-, cuá l es su principal y constitutiva tarea, cuá les son sus
límites en su responsabilidad, hasta dó nde llega su autoridad, có mo debe proceder en los
casos problemá ticos de mi comunidad).

Debo reconocer, dado el poco margen del que disponemos, que no se agotará n todos los
puntos y preguntas que puedan surgir en torno a la actuació n de los Guardianes, de ahí que,
nuestra reflexió n “pretende ser una exposició n general de los principales aspectos del
oficio de Guardiá n a la luz del Derecho Canó nico y Franciscano vigentes”[2].

1. VISIÓ N ESPIRITUAL, ECLESIAL Y FRANCISCANA DE LA AUTORIDAD 

Hablar de la figura del Guardiá n al interior de los Institutos religiosos es hablar de la


autoridad que la Iglesia y la Orden le han concedido a un hermano en razó n del oficio
eclesiá stico que le han encomendado. Tal y como lo afirman el Derecho Comú n y el Derecho
Franciscano[3], dicha autoridad debe de ejercerse de acuerdo a la naturaleza del propio
instituto[4].

El Có digo de Derecho Canó nico (CIC-1983[5]), hablando de la autoridad la divide en el


gobierno de las personas y en el gobierno de las cosas. El gobierno de las personas, a su vez,
se divide en un gobierno colegial (cf. CIC, cc. 631-633) de un gobierno personal (cf. CIC-
1983, cc. 617-630). El gobierno colegial es aquel ejercitado de una persona jurídica pú blica
colegial (por ejemplo, CIC-1983, can. 115, §2 – capítulo general, provincial, definitorios,
consejos, comisiones). La vida normal de los Institutos religiosos se confía a un gobierno
personal, en el sentido que el sujeto de dicha potestad y su ejercicio está ejercido por los
Superiores.
Del estudio crítico en la legislació n de la Iglesia se entiende que el legislador universal
(Sumo Pontífice y los Concilios) prefieren el gobierno personal respecto al colegial. La
razó n definitiva deriva de la naturaleza y de la funció n misma de la autoridad al interno de
un Instituto religioso. Se trata de una autoridad eminentemente “espiritual al servicio no
só lo de la institució n, sino también de cada persona en particular”. El Instituto tiene su
origen en el Espíritu, las personas que han sido llamadas son personas consagradas a Dios,
le pertenecen totalmente en una relació n personal del todo excepcional, al punto que para
calificar esta relació n se recurre a la imagen esponsal; estos tienen como meta la santidad,
en el camino de la profesió n de los consejos evangélicos; tienen una misió n que ejercitan
por mandato y a nombre la Iglesia. “La autoridad del Instituto no tiene ú nicamente la tarea
de organizar la vida del Instituto, sino sobre todo aquello de acompañ ar el camino de la
fidelidad al mismo y de las personas al proyecto de Dios y de la Iglesia sobre el Instituto”.
Todo esto puede realizarse en la vida cotidiana ú nicamente en una relació n interpersonal
con los superiores. Por lo demá s, la funció n de los superiores al interno de la comunidad no
es só lo la de dar normas disciplinares y ser garantía y tutor para que sean observadas. El
Instituto no es una simple sociedad humana, que se limita a organizar la vida de los
miembros. En el Instituto se realiza un camino de fidelidad y santidad a Dios, bajo la guía de
los responsables de eso, es decir, en el contexto franciscano, los Guardianes.
El Derecho Franciscano habla de la autoridad no ú nicamente como una funció n espiritual al
servicio de la vocació n de sus miembros, sino que, la autoridad es ante todo un servicio por
parte de quien la ostenta. San Francisco, en la Regla Bulada, usa la palabra Ministro (no
Superior), por lo que, el Guardiá n debe ser un servidor de la fraternidad, pero un Ministro
que ejerce la autoridad, no ú nicamente en razó n del oficio, sino má s bien, en razó n de su
vida personal de ejemplo y testimonio[6]. En este sentido, la visió n franciscana de la
autoridad va má s allá que la visió n normativa del Derecho Eclesial, la “autoridad es ejercida
y vivida a partir de la propia experiencia de servicio y testimonio de vida franciscana”,
ciertamente por oficio, pero para San Francisco, es má s un servicio de vida a los hermanos
que Dios le ha encomendado, porque el Ministro es un siervo de los demá s, no un dueñ o de
la fraternidad ni de la vida de los hermanos[7].

Las nuevas Constituciones Generales, emanadas del Capitulo General del 2003 (digo nuevas
no porque sean nuevas en sí, sino por que, fueron reformados algunos artículos y
reordenas en su numeració n) definen claramente, en el artículo 237, la principal funció n
del guardiá n: “La principal incumbencia del Guardiá n es, de acuerdo con el Derecho comú n
y el propio de la Orden, fomentar el bien de la fraternidad y de los
hermanos, velar cuidadosamente sobre la vida y la disciplina religiosa, dirigir la actividad
y promover la obediencia activa y responsable de los hermanos en espíritu de verdadera
fraternidad”[8].

Dada la importancia del Guardiá n en el Instituto religioso, el mismo Derecho Franciscano


(cf. EE.GG., art. 227) establece que el Guardiá n no asuma ni se le impongan oficios extras
que le impidan ejercer su cargo[9], por lo que, podemos establecer como primer principio,
que para el Derecho Franciscano, la funció n del Guardiá n es un servicio primario y
constitutivo de la fraternidad de donde existe la vocació n y servicio del hermano menor a la
Iglesia y al mundo. La figura del Guardiá n asume una importancia particular, porque es en y
desde las fraternidades locales donde se desarrolla la vida cotidiana de los religiosos;
depende sobre todo de los Guardianes la vitalidad de la vida religiosa y por consecuencia
de la Provincia. En esta perspectiva, los gobiernos provinciales deben tener el sumo
cuidado en el buen funcionamiento de las fraternidades locales cada una en particular,
proponiendo así a los Guardianes idó neos para dicho oficio.

2. FUNCIONES PRINCIPALES DE LOS GUARDIANES AL INTERNO DE LAS


FRATERNIDADES LOCALES 

Vamos a entrar a diversos principios que paulatinamente irá n describiendo los principales
aspectos de la funció n del guardiá n.

2.1 El ámbito de la potestad de los superiores [10]

El Guardiá n ha sido llamado por la Provincia a prestar un servicio a la Orden de Hermanos


Menores, a su proyecto de vida y a cada hermano al interno de su comunidad local. El
Documento Mutuae Relationes afirma que los “superiores tienen la responsabilidad grave,
asumida como prioridad responsable, de cuidar con solicitud la fidelidad de los hermanos
hacia el carisma del fundador”. El carisma del fundador está contenido en el Derecho
Franciscano, y en particular (actualizado y normado) en las Constituciones Generales
promulgadas el 15 de julio del 2004 por el Ministro General, fray José Rodríguez Carballo.
Por otro lado, el Guardiá n debe saber moverse al interno del Derecho Universal para el
cumplimiento de su oficio en el ejercicio de su potestad.  De este primer principio podemos
concluir que el Guardiá n debe:
 conocer y estudiar a fondo el proyecto de vida de la Orden de Hermanos Menores a
partir del Derecho Franciscano;
 conocer a fondo la Regla, Constituciones y Estatutos Generales para saber y ayudar a
los hermanos en su camino de fidelidad en su proyecto de vida[11];

 ejercer su autoridad conforme a la espiritualidad, fin, naturaleza, índole del Instituto,


patrimonio (cf. CIC-1983, can. 617).

2.2 Fomentar el bien de la fraternidad y de los hermanos (cf. CC.GG., art. 237)

La vida religiosa, por la profesió n de los consejos evangélicos, es una donació n totalmente a
Dios, amado sobre todas las cosas (cf. Can. 573, §1). El decreto Perfectae Caritatis nos
recuerda a los religiosos que aquellos que han hecho profesió n de los consejos evangélicos,
antes que todo deben buscar y amar a Dios porque É l nos ha amado primero (PC 6).
Desde la ó ptica franciscana, el Guardiá n tiene como primera responsabilidad fomentar y
buscar el bien de la fraternidad, es decir, tiene la funció n de dar su contribució n específica
para la construcció n en Cristo de su fraternidad que se les ha encomendado, “una
construcció n en Cristo que parte comenzando por la bú squeda constante de que Cristo sea
el centro de la vida y eje de la fraternidad (RegB III, Del Oficio Divino; CC.GG., Cap.
1, Observar el Santo Evangelio de Ntro. Señor Jesucristo; Cap. II, El Espíritu de Oración y
Devoción); Ademá s, un bien de la fraternidad a partir de la bú squeda de que cada hermano
esté bien física y psicoló gicamente”[12].
2.3 Velar cuidadosamente sobre la vida y la disciplina religiosa (cf. CC.GG., art. 237)

Entramos al momento bá sico y medular del ejercicio de la autoridad en la Orden de


Hermanos Menores: la fraternidad local[13]. Es a partir de la fraternidad local, donde la
autoridad del guardiá n comienza y adquiere su sentido, y es ahí donde comienza el
proyecto y definició n de la Orden de Hermanos Menores. Por tal motivo, teniendo como
fundamento canó nico-jurídico el can. 135 del CIC-1983, la autoridad y oficio del superior
no se limita ú nicamente al poder de gobierno, sino que comprende necesariamente las
otras dos dimensiones de la potestad en la Iglesia: santificar y enseñar. De aquí podemos
dividir la funció n primaria del guardiá n en las siguientes funciones: Un servicio total a la
fraternidad; ejercicios prá cticos del triple munera.
 Un servicio total a la fraternidad. El art. 237 de las Constituciones Generales en
términos globales dice que la principal incumbencia se encuentra en los diversos
aspectos de la fraternidad local, por lo que, la principal “misió n y responsabilidad
del guardiá n es dedicarse plenamente a la fraternidad” que se le ha encomendado,
de ahí que, el art. 227 de los Estatutos Generales afirme que “los Guardianes no
asuman, ni los Ministros les impongan, cargos que les impidan el debido
cumplimiento del oficio que tienen encomendado”. Estoy convencido que varios de
los problemas que surgen en nuestras fraternidades es porque el Guardiá n no está
al tanto de ella, o má s bien, está mucho tiempo fuera o asumiendo responsabilidades
que no le atañ en como franciscano.
 Diversos aspectos prácticos del triple munera. Dada la triple funció n de la potestad,
podemos afirmar lo siguiente:

 Santificar. El Guardiá n es el primero en urgir y animar la Vida de Oració n


(título 1) y la Vida de Penitencia (título 2) bajo el proyecto franciscano tal y
como nos lo norma el Capítulo II, El espíritu de oración y devoción de las
Constituciones Generales (arts. 19-37), y esto porque, en la norma del Derecho
Eclesial (cf. can. 607; can. 619) buscar la santidad y la construcció n de la
fraternidad en Cristo son las principales obligaciones de todo religioso y de los
superiores.

 Enseñar. Los Guardianes son los primeros que deben conocer bien el
proyecto de vida evangélico segú n san Francisco y las directrices del Derecho
Franciscano. Por tal motivo, tienen la competencia y la autoridad de maestros de
espíritu, por eso deben conocer a profundidad los primeros cinco capítulos de
las Constituciones Generales, así como el capítulo VIII: La amonestación y la
corrección. Un Guardiá n que no conoce bien el proyecto evangélico del Instituto
segú n el Derecho Franciscano, no llevará a su fraternidad a su verdadera
vocació n (se buscan muchos otros intereses[14]).

 Gobernar. Gobernar una fraternidad es tener la autoridad para ordenar la


vida de la comunidad, de organizar a los miembros de la comunidad, de cuidar y
desarrollar su misió n peculiar y proveer que venga eficientemente inserto en la
actividad eclesial bajo la guía del magisterio de la Iglesia (los capítulos IV/V, arts.
64-125, definen claramente el espíritu de la actividad en clave franciscana). Se
debe cuidar siempre la disciplina de la comunidad tal y como lo propone el
capítulo VIII de las Constituciones Generales y los nuevos Estatutos Particulares.

2.4 Promover la obediencia activa y responsable de los hermanos en espíritu de verdadera


fraternidad[15]

El religioso es una persona llamada a realizar el proyecto de Dios en el diá logo y en la


obediencia libre en el amor, esa es la manera en que Dios gobierna al hombre; se corre el
riesgo, aunque el hombre pueda no seguir los planes divinos. El respeto a la persona
requiere que la autoridad venga ejercitada en la confianza, en lealtad, en la sinceridad y en
la paciencia. Dios guía las personas desde el interior, moviendo así sus voluntades para que
puedan responder internamente. Dios actú a así en el respeto pleno de la libertad. El
ejercicio de la autoridad debe hablar desde el corazó n del guardiá n en combinació n desde
la inteligencia, para que desde el corazó n suscite la obediencia y la adhesió n. Tanto el art.
237 de las Constituciones Generales, como el canon 618 del Có digo de Derecho Canó nico
dicen que para suscitar la obediencia activa u obediencia voluntaria, no significa que
necesariamente se debe exponer siempre a cada persona las motivaciones de la norma o
mandato que el Guardiá n pretende darles. Puede existir una racionalidad má s profunda
que deriva sus motivaciones de la fe, de la confianza y del amor.

El diá logo en el ejercicio de la autoridad deriva sea del respeto de la persona, sea de la
conciencia que la primera virtud del superior es el escuchar a Dios, a los hermanos y a la
propia conciencia, ya que las vías para conocer la voluntad de Dios son las mismas
personas que está n cerca del superior y a los cuales debe servir. El diá logo es por tanto
antes que todo escucha. El artículo dice “en espíritu de verdadera fraternidad” y el canon
“escú chenles de buena gana”. La expresió n “de buena gana”, má s que calificar el
sentimiento del á nimo desde un punto de vista emotivo, se dirige má s bien a la voluntad y
quiere expresar una modalidad de diá logo. Escuchar implica un ponerse a disposició n, con
seriedad y paciencia, con la voluntad de entender aquello que el otro dice para ayudarlo
seriamente y, si es el caso, hacerlo propio; implica disposició n a cambiar los propios puntos
de vista, a una opció n prudente. Objetivamente se responde al bien de la persona. Todo
esto puede resultar pesado y difícil para el Guardiá n.

A MANERA DE CONCLUSIÓ N

Podemos afirmar, en primera instancia, que el oficio del Guardiá n en el Derecho


Franciscano, se mueve en y desde el á mbito divino, desde la experiencia mística para
desempeñ ar realmente espíritu franciscano dicho oficio. Dada la responsabilidad e
importancia del oficio, pareciera desanimar a cualquier religioso. He ahí el gran desafío y la
gran riqueza del pensamiento y visió n de la teología franciscana: vivir desde el Espíritu
para animar y construir lo temporal desde la experiencia de Dios.
[1] El p. Fr. Flavio Sá nchez De la Torre, es Licenciado y Doctor en Derecho Canó nico por
el Pontificio Ateneo Antoniano (Pontificia Universidad Antonianum). Actualmente es Vice-
maestro de la casa de teología y Profesor de Derecho Canó nico en el Instituto Franciscano
de Teología.
[2] El Derecho Franciscano, de acuerdo a nuestras Constituciones Generales, está
constituido por: 1. La Regla de los Hermanos Menores confirmada por el Papa Honorio III,
como fundamento de la vida y legislació n de la Orden (cf. CC.GG., art. 2, §1); 2.
Las Constituciones Generales, las cuales contienen normas fundamentales necesarias y
ordinarias para ordenar la vida de los frailes de acuerdo a la regla (cf. CC.GG., art. 12, §1);
3. Estatutos Generales, son normas complementarias de las Constituciones Generales
(cf. CC.GG., art. 14, §1); 4. Estatutos Particulares, realizados por y para las Provincias u otras
entidades de la Orden (cf. CC.GG., art. 16, §1); 5. Estatutos Especiales y
Reglamentos (ordines), los cuales resguardan una materia especial sea para toda la orden,
sea para una entidad (cf. CC.GG., art. 16, §2; CIC-1983, can. 94-95); 6. También es de
subrayar las Decisiones de los Capítulos y los Decretos emanados del Ministro General de
acuerdo a la norma del art. 197 de las CC.GG (sean para toda la Orden o para una singular
provincia o regiones).
[3] El Guardiá n (Superior religioso, término usado por el derecho eclesial) en sentido
estricto es la persona física, miembro del instituto, designada legítimamente para gobernar
una casa canó nicamente constituida (de una provincia o instituto), y en virtud de su oficio
tiene potestad propia o vicaria.
[4] Esta nota es primaria porque la autoridad ejercida por un guardiá n franciscano no es
del mismo modo en que se ejerce la autoridad en los Jesuitas, Legionarios de Cristo u Opus
Dei.
[5] CIC-1983: Código de Derecho Canónico del 1983.
[6] Cf. RegB X,1-3: “Los hermanos que son ministros y siervos de los otros hermanos,
visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente, no
mandá ndoles cosa alguna que vaya en contra de su alma y de nuestra regla”. La
palabra Ministro viene del latín Ministrer que significa servidor, criado. El espíritu del
Ministro (cf. can. 619) es dar ejemplo en el ejercicio de las virtudes y en la observancia de
las leyes y tradiciones del propio Instituto.
[7] Cuando se pierde de vista la vocació n y conciencia franciscana de la autoridad es
cuando se pierde una fraternidad (hay Guardianes que se adueñ an de la autoridad como un
poder de mando y decisió n sobre los demá s; hay Guardianes que son auténticos dueñ os de
las cosas y de las personas; Guardianes que ejercen su oficio má s como un privilegio de
poder que como un servicio. Es ahí donde van a comenzar los problemas de aquella
fraternidad).
[8] Cf. CIC-1983, can. 618.
[9] Cf. EE.GG., art. 227: “Los Guardianes no asuman ni los Ministros les impongan cargos
que les impidan el debido cumplimiento del oficio que tienen encomendado”.
[10]    Cf. CIC-1983, can. 617: “Los Superiores han de cumplir su funció n y ejercer su
potestad a tenor del derecho propio y del universal”.
[11]    Muchas veces no sabe qué exigir o có mo actuar porque no conoce el proyecto de vida
de la Orden, porque no conoce las Constituciones y Estatutos Generales, y sobre todo,
porque no conoce o no ha estudiado los Estatutos Particulares de la Provincia (por ejemplo:
la clausura, faltas contra la obediencia, pastoral y vida de fraternidad, etc.).
[12]    Este es un tema que considero importante: El Guardiá n debe buscar el bienestar
físico y psicoló gico de los hermanos de la fraternidad. Si alguno de los hermanos tiene o
está atravesando por un problema psicoló gico reflejado en un problema (alcohol,
depresió n, apartarse de la vida fraterna) debe buscar siempre ese contacto con los
hermanos, no ú nicamente buscar quitarse el problema con avisarle al Provincial. Ya en
diversos Consejos Plenarios Provinciales, así como también, en algunos Capítulos
Provinciales se ha dicho que los Guardianes busquen solucionar los problemas personales
de los hermanos antes que pasá rselos al Provincial. El can. 618 del CIC-1983 dice que entre
las principales funciones de los superiores está el cuidar con solicitud y visitar a los
enfermos.
[13]    Cf. CC.GG., art. 1 §1: “La Orden de los Hermanos Menores, fundada por san Francisco
de Asís, es una fraternidad en la cual los hermanos, siguiendo má s de cerca a Jesucristo bajo
la acció n del Espíritu Santo, se dedican totalmente, por la profesió n, a Dios sumamente
amado, viviendo en la Iglesia el Evangelio segú n la forma observada y propuesta por San
Francisco”.
[14]    Si un Guardiá n cumple por cumplir, se concentra má s afuera que en su fraternidad, si
desconoce sus principales obligaciones como animador de la fraternidad, si deja de lado,
ténganlo por seguro que aquella fraternidad franciscana está destinada al fracaso y al
escá ndalo de la gente, y no ú nicamente de la gente sino del mismo Obispo de la dió cesis.
[15]    El espíritu canó nico-jurídico que inspira este principio del art. 237 de las
Constituciones Generales se encuentra en el can. 618 del CIC-1983: “Ejerzan los Superiores
con espíritu de servicio la potestad que han recibido de Dios por ministerio de la Iglesia.
Por tanto, mostrá ndose dó ciles a la voluntad de Dios en el cumplimiento de funció n,
gobiernen a sus sú bditos como a hijos de Dios; fomentando su obediencia voluntaria, con
respeto a la persona humana, escú chenles de buena gana y fomenten sus iniciativas para el
bien del instituto y de la Iglesia, quedando sin embargo siempre a salvo su autoridad de
decidir y de mandar lo que deba hacerse”.

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