Un Enfoque Psicopedagogico de Los Vinculos
Un Enfoque Psicopedagogico de Los Vinculos
Un Enfoque Psicopedagogico de Los Vinculos
El aula es un terreno de conflictos entendido como choque entre tendencias muchas veces
disímiles y contradictorias. En capítulos anteriores, hemos explicado cómo el sujeto se forma
mediante vínculos y aprendizajes; ambos tomarán un cariz particular en el aula.
Filosóficamente y desde el punto de vista existencial, podemos decir que el alumno es un ser
abierto al conocimiento; no puede dejar de serlo por su propia constitución. El objeto de
estudio se le presenta como un desafío, como un obstáculo que debe vencer para superase.
Esta situación del, aprender establece una relación afectiva con la figura del docente y
mediante él con los contenidos. Dicha relación afectiva se denomina transferencia y puede ser
positiva o negativa. El alumno deposita en el docente sus fantasías de un saber total, que
supuestamente el docente posee. Este lugar, de saberlo todo, de conocerlo todo, es
insostenible, ya que el docente tiene las mismas limitaciones estructurales que el alumno, y
debe enfrenta su mismo no saber básico, su duda y su complejidad, de lo que la “verdad”,
como categoría imprescindible, significa.
Por lo tanto, el docente, por sus propios interrogantes, dará lugar a que el alumno y él
construyan en común, valorizando los aportes, las preguntas y el crecer del alumno, sin opacar
ni coaccionar sus manifestaciones. No es conveniente ocupar el lugar del que “todo lo sabe”
“todo lo piensa”, o de una imperfección imposible y angustiante, que solo enriquece su
narcisismo y deja de lado al otro, en este caso el alumno.
Reflexiona sobre estas relaciones permite al docente desarrollar una práctica menos
estereotipada y presentarse humano y más integro construyendo conocimientos y
colaborando con el alumno. Además, actuando de ese modo, el docente presenta un mundo
sin divisiones entre los que saben y los que aprenden, un mundo donde el aprendizaje es un
valor.
En la primera infancia, podríamos decir que enfrentamos con carencias o límites impacto
nuestro narcisismo y los vestigios infantiles del pensamiento omnipotente. Según la teoría
freudiana, en la relación entre el sujeto (nosotros) y el objeto (el otro, mundo) hay
contradicciones; se ataca la fantasía omnipotente del sujeto completo con el objeto, huella del
vínculo primario del niño con su madre. Puja así un deseo epistemofílico (deseo de saber) con
un rechazo a la frustración vivida en el momento de aprender. Aprender lleva entonces a la
situación confusional de cuestionar cómo pensamos, cómo conocemos, en pocas palabras
afecta nuestra identidad.
uno de los desafíos que enfrenta el docente en el aula. En él se deposita una transferencia
propia de la historia vital del alumno.
El docente entonces, procurará registrar y comprender los conflictos, las ansiedades y las
defensas del alumno ante el objeto de conocimiento. Captará las condiciones del
mantenimiento y activación de esos conflictos en situaciones de interacción (dinamismos
grupales y de interacción, individuo- grupo). Trabajar a través de esas perspectivas en relación
con una historia infantil fantasmatizada y una historia de redes generacionales con sus mitos
(valoración del saber, historia familiar, ámbito social y cultural etc).
Debe contener, pero sin saturar, dejando el espacio necesario para que el alumno vivencie y
construya. Así entonces se creará una situación vincular abierta: el docente ejerciendo roles
múltiples y ejecutando movimientos de presencia- ausencia, lo que permite que se produzca el
aprendizaje del alumno. De esta manera, podrá asumir varios papeles (receptivo,
acompañante, orientador, organizador) en relación de complementariedad y asimetría con el
alumno.
Podemos decir que además de los procesos conscientes se desarrollan en el aula procesos
inconscientes relativos al deseo de los interlocutores de la relación pedagógica, deseo del que
educa e instruye y deseo del que tiene el proyecto de ser educado e instruido. Resulta
entonces, que el aula, es posible objeto de estudio.
La dimensión vocacional y artística de la tarea del docente- ese algo oscuro y residual- cobra
interés. Si planteamos que un sujeto es sujeto de su conocimiento diremos que también es
sujeto del “no conocer”, un sujeto que se construye en la pregunta constante acerca de la
causa de su origen.
Este deseo de saber lleva al docente a confrontar el acto de enseñar con sus propias
represiones, motivaciones infantiles y matrices o estructuras de aprendizaje enraizadas
inconscientemente. Es decir, cuando enseña, el docente enfrenta sus propias limitaciones. Esta
situación lo hace identificarse con el alumno, niño o joven que hay en él, esperando que el
comportamiento del alumno frente a él sea conforme al comportamiento que él ha tenido en
su infancia en función de sus intimas experiencias. Si entendemos que educar es llevar a un
sujeto a la cultura y, por lo tanto, reprimir su egoísmo, es decir, poner el principio de realidad
sobre el principio del placer, se corre el riesgo de emplear maniobras autoritarias, fruto de la
expresión de las propias angustias latentes.
El docente, muchas veces, intenta quedar a salvo de una excesiva implicación emocional y
afectiva, pero es necesario que esto ocurra para que la escuela sea un campo de batalla de
deseos y demandas, en donde el alumno pueda encontrar su reconocimiento como sujeto, y
donde el docente pueda reconocer como elemento constitutivo de la posición del pedagogo el
deseo de engendrar, de dar a luz un sujeto del conocimiento. Se trata de una filiación
simbólica, y de ella surge un sentido “mítico” de la pedagogía.
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Las dificultades que encuentran los alumnos para aprender en el aula se deben, en general, a
tres factores:
Una primera serie de dificultades proviene de la falta de adaptación de los alumnos a las
condiciones provocadas por el profesor en la situación escolar, es decir, encuentra dificultades
para adaptarse al funcionamiento social de la clase. Los alumnos deben poder acceder al
código social y cultural del sistema, pero el acceso no está organizado y, por lo tanto, deben
interpretar los signos y reconstruir los mecanismos sociales para integrarse.
Se sabe que el desarrollo social y emocional e está ligado al cognoscitivo: tener conocimiento
acerca de los demás, de las normas, de las prácticas válidas en cada situación y de las reglas
determinantes con otras personas, le permiten adaptarse.
Otro aspecto conflictivo radica en la situación pedagógica como tarea. Sabemos que ningún
saber se aprende si no es significativo, si no se inserta en la estructura cognitiva que el alumno
posee.
La tercera serie de dificultades se debe a la relación con personas que se establecen entre el
alumno y el profesor. Existen dos registros: uno funcional, que corresponde a la comunicación
observable (denotativa); el otro, imaginario que concierne a las repercusiones inconscientes, a
veces, de lo ocurrido entre ambos (connotativa).
El alumno trata de conocer la imagen que el profesor tiene de él y saber qué tipo de ayuda
puede esperar del docente durante las múltiples experiencias de la clase. Muy a menudo, su
estatus escolar determina la relación con el maestro.
En general, el estudiante sin dificultades coincide con la expectativa del docente. Se siente
animado, apoyado y no será motivo de decepción. En cambio, el alumno con dificultades,
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cuando es animado por el profesor, siente que él tiene dudas sobre su posibilidad de progreso.
Por eso, se espera que el docente lo contenga y sea cuidadoso al hacerlo porque el alumno
construye su identidad bajo la mirada del maestro y de los compañeros (ya sea ser capaz o
mediocre). Esta es una imagen escolar y de sí mismo.
El alumno solicita protección y apoyo del profesor; esto da, en un principio, naturaleza afectiva
a la escolaridad, que será más funcional al tener mayor relación con los contenidos. Si el
alumno siente reticencia, indiferencia, o desvalorización del maestro se distancia y, en
ocasiones, llega hasta la ruptura; transfiere su deseo hacia otro lugar y asume una de estas dos
actitudes en clase: se esconde o es hostil.
El alumno quiere sentirse apoyado después de haber sido reconocido como persona. Esto
presupone que el profesor manifieste en su conducta capacidad para escucharlo y una
confianza real en sus posibilidades, ayudándolo a construir una imagen de sí a partir de
descubrir y saber, y no desde recibir y repetir. Pero el comportamiento sólo puede modificarse
si se produce cambios de actitud ante las dificultades, como una convicción de la necesidad de
asumir nuevos papeles.
Podemos, racionalmente, decidir ser distintos de lo que somos, pero resulta mucho más difícil
lograr la modificación de las representaciones conservadas durante mucho tiempo, y a veces,
de manera inconsciente. No se trata de introducirse en el mundo privado del alumno ni de ser
director de su conciencia que lo guiará según sus propias convicciones. Tampoco de
convertirse en psicoterapeuta. El docente no tiene formación para serlo, y corre el riesgo de
provocar fenómenos psicológicos que no podría controlar, como replegarse en sí mismo y
revivir antiguos conflictos propios.
El docente puede actuar por intermediación del objeto de aprendizaje y del procedimiento del
alumno para apropiarse del contenido y el método.
El estudiante necesita sentirse guiado, no manipulado, saberse con elementos para trabajar
solo (no estar en situación de recibir ayuda, sino en situación autónoma). A través del apoyo
técnico se produce el afectivo, sin innovaciones intempestivas en el terreno privado del
alumno. Este
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Los afectos, igual que los valores, no solo se saben, sino que también se viven y por lo tanto
son más difíciles de explicar y enseñar teóricamente; corresponden a ser del sujeto como
humano trascendente. Nuestro mundo afectivo se construye a través de experiencias, que
desde la temprana infancia nos permiten desarrollar un conocimiento de nosotros mismos y
de los demás.
Las emociones.
Los estados afectivos actúan en lo más profundo de nuestro ser, allí donde lo psicológico se
confunde con lo biológico. Sabemos que hay identificaciones afectivas cuando una persona
está unida a otra, de tal modo que hace suyo los estados de ánimo de otro.
Los desajustes que se originan en los niveles social, políticos, económico y culturales y sus
incidencias en la vida familiar y personal, generan perturbaciones afectivas que inciden en el
normal desarrollo de la personalidad.
La angustia deriva de la dificultad para entender la crisis que se nos presentan constantes;
éstas crean un clima de incertidumbre frente al futuro, producto del cambio posmoderno (o
del fin de la modernidad), que incide negativamente en la evolución de la actividad. Todo esto
genera dificultades para la comunicación, y también promueve la desconfianza mutua, la
agresividad y el surgimiento de otros factores sumamente desfavorables para establecer
vínculos afectivos que favorezcan el aprendizaje.
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Tenemos poca posibilidad de influir directamente sobre la actividad del otro. Solo podemos
llegar a ella por la influencia directa de una afectividad sobre otra, realizada a través de los
estados afectivos.
1) Las parejas que se caracterizan por el egoísmo del maestro y la indiferencia del
alumno, llamados casos amorfos. El educador reduce al alumno a sí mismo, o los
absorbe según las exigencias de su egocentrismo. El alumno es un objeto en el que se
deben producir automatismo; el docente puede mantener una posición confrontable
en clase: no interviene ni le interesa lo que en ella se produzca, no tiene en cuenta
más que su interés y su tranquilidad personal, ignora los intereses del alumno, no
expone contenidos buscando solo su repetición; su práctica consiste en proponer la
resolución de ejercicios y evaluarlas. Dentro de ese tipo de pareja educativa también
están aquellos docentes que centran su práctica en la posibilidad de acrecentar
prestigio profesional, sea entre sus colegas o entre sus superiores, intentan
experimentar todos los métodos posibles, sometiendo a los alumnos a todos los
sistemas. Se amoldan rápidamente a las directivas y buscan halagar y ser halagados.
Solo les interesa su propio reconocimiento y desvalorizan al alumno. No aceptan
críticas y les importa solo la calidad de los resultados ya que en éstos refleja su propio
saber. Otros docentes cumplen con un oficio por la retribución económica y realizan
un trabajo pedagógico fácil, marginando a los alumnos con dificultades y
comunicándose con aquellos que no presentan problemas.
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2) La pareja que se caracteriza por el imperialismo del docente. A este grupo pertenecen
los educadores ávidos de afecto y admiración, intentan conquistar a los alumnos con
una indulgencia obsesiva y por manifestaciones de ternura acompañada por el
vocabulario correspondiente.
El alumno debe ser incondicional y cualquier otro tipo de conducta es tomada como una
afrenta.
Este tipo de docente todo lo deja hacer con la condición de que los alumnos digan que él es
una buena persona. Su necesidad de afecto es el resultado de una derivación o de una
compensación de otras decepciones sentimentales. Busca en el aula un auditorio complaciente
que reafirme su valoración. Necesita ser admirado, pero desconoce al otro como un sujeto de
valor.
Por último, están los maestros dominantes, autoritarios que no vacilan en regular
necesariamente por la fuerza toda la vida del aula. Toman la iniciativa de todas las actividades,
los ejercicios, las investigaciones etc, y no dejan elegir libremente algunas actividades a los
alumnos. Su autoridad radica en la función de orden que establecen en el aula. Son muy
organizados, evalúan con rigidez y no se orientan hacia un ideal elevado, sino hacia sus propios
intereses. La relación de los alumnos con respecto a este modelo es de tensión.
El docente que responde al primero de estos modelos gana fácilmente el afecto de los
alumnos, pero carece de respeto y autoridad; quien responde al segundo lo obtiene, pero por
temor y coerción. Ambos hacen que el aula sea un lugar de tensión, produciéndose constantes
conflictos y se pierde el objetivo educativo en la confrontación.
3) Las parejas educativas armónicas, son aquellas en las que el educador busca ingresar
en la vida del educando para respetarla y conocerla. Se produce así intercambios que
culminan en mutuo enriquecimiento. El docente busca un mejor conocimiento del
alumno para guiarlo en su desarrollo. Les provee los medios más adecuados para
alcanzar ese objetivo y disfruta de un trabajo educativo creador, que lo hace sentir
realizado
Encontramos casos de camaradería: el docente comparte su vida con los alumnos. El profesor
es respetado y crea un ámbito de libertad, forjando el sentido de una relación confiada y
respetuosa. Es un acercamiento realizado con moderación y comprensión.
Casos de amistad: prima la simpatía y el afecto. Hay una actitud humana y comprensiva donde
no se oculta ninguna intensión ofensiva o invasora. Predomina el deseo de llevar al alumno a
cumplir un desarrollo moral e intelectual partiendo de él mismo y no de una solicitación
exterior cualquiera. El alumno no tratará de desarrollarse para complacer al profesor ni para
probarle su reconocimiento, ni para imitarlo. Caso de abnegación y renunciamiento: el
docente se ubica ante el alumno como un ejemplo viviente, no abstracto e impersonal, sino
concreto y particular para cada uno. Adopta esta actitud por el afecto a su vocación, hecho de
abnegación y de olvido de sí mismo. No tiene ambición personal.
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Las relaciones de sus alumnos expresan, según los casos particulares, el respeto, la obediencia
voluntaria y la restricción libremente aceptada.
Hemos explicado estos tres modelos, muy generales, los cuales son solo reducciones de una
realidad compleja, cambiante y a la cual no podemos subsumir ni estereotipar en ellos. Sirven
para reflexiona sobre las prácticas docentes en el aula, intentando que éstas sean humanas,
significativas y trascendentes, ya que, en caso contrario, se produce una práctica enajenante y
sin sentido
Solo una formación continua que permita intercambiar con otros las preguntas que surgen en
la práctica cotidiana, explorar cada acción educativa y el deseo pedagógico, integrando
angustias, placeres y desplaceres, permitirá romper los estereotipos educativos. Cuando se
admite que la práctica pedagógica es práctica de una relación humana, resulta imprescindible
una formación personal, es decir, un cuestionamiento sobre uno mismo, sobre los deseos de
poder y control que necesariamente entran en juego.
Es interesante analizar cómo con los cambios sociales, ciertos modelos se hacen positivos y
otros negativos lo que muestran no solo la determinación individual de cada docente como
persona, sino un modelo socialmente determinado para entender su figura. Por ejemplo, si
analizáramos la figura típica de un docente en la Argentina durante las variadas dictaduras
militares sufridas, comprobaríamos que en muchos casos du actitud convergería con las
demandas represivas del sistema (el caso típico del imperialismo del docente). En sistemas
democráticos y participativo, se desarrollan más fácilmente las parejas educativas armónicas.
Por último, diremos que lo ideal sería que se complementaran la formación personal y la
formación de grupo. Lo esencial es que los docentes puedan comunicarse, reconozcan que
cumplen la misma tarea, que comparten las mismas dificultades, y que los fundamentos de su
eficiencia personal no deben buscarse únicamente en saberes constituidos fuera de ellos; la
psicología solo es una ciencia que contribuye a su formación, en fin, la relación con los
alumnos no debería estereotiparse, sino crearse cada día.
dijimos que antiguamente se entendía que el alumno era “aquel carente de luz”, es decir, de la
luz del intelecto y la razón; por eso debía aprender e “iluminarse” con el conocimiento del
docente. Revaloramos al alumno y al docente, como sujetos activos y partícipes del proceso de
enseñanza y de aprendizaje. Su estructuración psicológica y social nos han llevado a definir el
vínculo entre ambos como vital y trascendente.
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Salir de “un pensamiento único”, sin posibilidades, en el cual la educación se enaltece, pero
incongruentemente se olvida, degrada y corrompe (al fin y al cabo, la hipocresía es el
homenaje que el vicio le rinde a la virtud), requiere que se valoren y desarrollen la pregunta, el
debate y la búsqueda de alternativas a la crisis y la mediocridad.
La educación como objeto de estudio, debería ser revalorizada y volver a tener ese
componente utópico olvidado y encajonado a veces en los diseños curriculares, las
planificaciones, las circulares ministeriales y las decisiones políticas de todos los niveles.
Crisis y oportunidades se nos presentan en cada momento compartido con nuestros alumnos
(tengamos en cuenta que los bienes materiales van y vienen, pero el tiempo de nuestra vida es
irrecuperable y el de ellos también). Sabemos que la profesión docente tiene alegrías y
reconocimientos, satisfacciones y logros personales, pero el verdadero resultado de las
acciones docentes es una apuesta azarosa hacia el futuro. Es probable que nunca veamos ni
sepamos fehacientemente qué de nosotros ha quedado en nuestros alumnos, qué han
aprendido y transferido; es probable que ellos nos olviden y no recuerden ni vean reflejada
nuestra impronta en su adultez; quizá las expectativas de nuestro trabajo se cumplan, quizá
no, quizá logren realizarse o fracasen, pero en alguna medida hemos participado en su vida.
Los diseños curriculares procuran transcribir futuros posibles y mejores, proponen siempre
horizontes de creatividad y de libertad, algo que, en realidad, es constitutivo de los seres
humanos.
Para finalizar este capítulo, parece oportuno un párrafo de la escritora Úrsula Le Guin (1995)
pertenece a su cuento “Los que abandonan Omela”
“El problema es que tenemos la mala costumbre, alentada por los pedantes y los
sofisticados, solo el dolor es intelectual, solo el mal es interesante. Esa es la tradición del
artista: una negativa a admitir la trivialidad del mal y el tedio espantoso del dolor. Si no
puedes vencerlos, únete a ellos. Si duele, repetirlo. Pero elogiar la desesperación es
condenar el deleite, adherir a la violencia es perder de vista todo lo demás. Casi lo hemos
perdido; ya no sabemos describir a un hombre feliz, ni celebramos la alegría”
El autor aventura que educamos para no morir, para preservar una cierta forma de
perennidad, para perpetuarnos a través del educando como el artista intenta perdurar por
medio de su obra. Ante la fugacidad desesperante de la vida y la muerte que todo parece
borrarlo, no hay sed más imperiosa que la de tratar de perpetuar nuestra experiencia,
nuestra memoria colectiva, nuestros hábitos y nuestras destrezas, transmitiéndolos a
quienes provienen de nuestra carne y crecen en nuestra comunidad.
Para Savater, las sociedades son esperanzadoramente “humanógenas”, crean seres que las
continúen, en una relación conflictiva entre autoafirmación narcisista y altruismo del docente,
en la que el maestro sabe que su destino es ser imprescindible al comienzo, pero formando
individuos capaces de ser libres y vivir por sí mismos como finalidad.
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Este pasaje por la cultura, que enmarca la educación lleva la paradoja de ser “esclavo” primero
para luego ser libre (en palabras de Hegel “se nada, devenir libre lo es todo). No partimos de la
libertad, llegamos a ella. Esto significa educar para que el alumno comprenda que ser libre es
librarse. En palabras de Fernando Savater:
El docente como sujeto puesto en juego, no puede resignar a ser un mero emisor de
conocimientos o un autoritario administrador del tiempo y de los cuerpos de los alumnos.
En estos tiempos de crisis y cambios, cuando las sociedades van perdiendo sus objetivos
blandamente, cuando los sujetos se enfrentan a vacíos estructurales en sus vidas es necesario
un debate profundo que tenga como objetivo recrear un futuro posible, como dice el
sacerdote y poeta Múgica, Hugo:
“El que espera mantiene abierto, abriéndose al futuro, el campo de lo posible: la realidad nos
incluye como una posibilidad de ser otra cosa de lo que ya es, ser lo que nosotros hacemos de
ella. Creer es crear, es saber que, paradójicamente, la realidad es lo que, pero puede ser una
vez más.
Todo presente fue alguna vez lo imaginado en el pasado, toda época fue la esperanza que una
comunidad tuvo sobre sí misma, el futuro que soñó para sí. Las grandes épocas fueron los
grandes sueños, las épocas y los hombres.
Cuando una época se agota es sumar y restar, es medir y pesar; cuando extingue su pasión por
lo posible, cuando su imaginación no imagina o su esperanza se apaga, esa época deja de ser
humana: ha renunciado a su verdadera medida, a amputado su más allá de sí. Cuando una
época o una vida no sueña, tampoco puede despertar.
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Bibliografía: