La Escritura de Dios (Espiritualidad y Ciencia
La Escritura de Dios (Espiritualidad y Ciencia
La Escritura de Dios (Espiritualidad y Ciencia
Similar al de la vista o el tacto, descodifica la comunicación humana en sus diferentes formas. Muchos
especialistas intentaron en vano encontrar el idioma original o pre Babel. El problema es que lo que se
busca es un idioma o un protolenguaje. Si se quiere llegar a él hay que cambiar el paradigma y empezar a
rastrear un sentido, que llamamos Neem, que funciona como la vista, el tacto o cualquiera de los otros.
Ese sentido es el que decodifica el tipo de comunicación propio de la experiencia mística, la
comunicación holística de los animales y el hombre primitivo, y de aquellos que, por algún motivo,
quedaron sin contacto con otros humanos desde su nacimiento.
Mucho se ha dicho y escrito sobre qué es lo que distingue a los Humanos del resto de los seres de la
Creación con conclusiones bien variadas de acuerdo con el enfoque. Sin embargo, la mayoría está de
acuerdo en citar a la conciencia de sí: Hasta donde se sabe, el Hombre es el único animal capaz de
reflexionar sobre su condición. Y para ello tiene una herramienta fundamental: el lenguaje, que es lo que
con más claridad distingue a la conducta humana pues la utiliza para construir cultura. Se lo puede definir
como un sistema de símbolos que representan cosas e ideas y que es vital para pasar los conocimientos
adquiridos a la generación siguiente. Gracias a este proceso, los nuevos ya no arrancarán de cero la
carrera por la supervivencia y la evolución. Además, la comunicación permite cotejar los saberes,
compartir los descubrimientos y reflexionar con los semejantes.
Desde el punto de vista fisiológico, si bien los últimos estudios en neurociencias relativizan cada vez más
la anatomía del pensamiento, y tienden a demostrar que el cerebro piensa en red, los monitoreos
conSPECT (“Single Photon Emission Computed Tomography”) indican que cuando se está interpretando
un idioma, una de las zonas que se activa es la conocida como el área de Broca, ubicada en el hemisferio
izquierdo.
“Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras (…) Mas Dios descendió para ver la
ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: ‘He aquí que todos forman un solo pueblo y
todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a
cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo
que no se entiendan los unos con los otros’. Así, Dios los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y
cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Dios la lengua
de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie”.
Génesis, 11.
Los antropólogos estiman que el lenguaje entendido como producción y percepción de un idioma nació
hace alrededor de 35.000 años, cuando todavía los últimos Neandertales eran contemporáneos de los
primeros Cromagnones. Estos últimos, con una cavidad bucal más adecuada a la articulación de sonidos
dieron el salto adelante. Los expertos todavía no se ponen de acuerdo sobre si hubo un lenguaje original
del cual se derivaron los idiomas y apenas pueden especular sobre el tema.
En este punto es válido preguntarse si alguna vez todos los hombres hablaron idioma universal como
refiere la Biblia en la historia de la Torre de Babel, lo que daría la razón a la teoría de la monogénesis del
lenguaje defendida en el siglo XVIII por el filósofo alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz, entre otros.
Algunas pistas: El prestigioso lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky postula la existencia
del LAD (Language Acquisition Device, o dispositivo para la adquisición del lenguaje) una suerte de
"caja negra" innata, que sería capaz de recibir un input o entrada de datos lingüísticos y, a partir de él,
derivar las reglas gramaticales universales.
Opina Mora Teruel: “Si algún idioma Dios dio al hombre en sus orígenes es claramente el de los gestos y
el silencio. De lo que se deduce además, que no hay libro alguno que exprese, en ningún idioma, el verbo
directo de Dios. Dios, si existe, es silencio y cualquier libro que hable de ese silencio ha sido filtrado por
el cerebro humano. Y esto nos lleva a comprender que la interpretación humana de ese silencio, su
desciframiento y su traducción en forma de lenguaje, es tan individual como lo es cada cerebro en cada
uno de los más de seis mil millones de habitantes que pueblan la tierra”.
No obstante, limitar al lenguaje a una simple combinación de palabras es muy superficial, incluso si se
agrega el contexto cultural. De hecho, las formas no verbales de comunicación entre los seres vivos
incluyen luces, imágenes, sonidos, gestos, colores, olores y más. Los animales tienen diferentes maneras
de hacerse llegar los mensajes sin un lenguaje oral. Los pájaros, los delfines, los insectos, no hablan en
sentido estricto entre ellos, por ejemplo, aunque se comunican. Ellos saben si otro animal va a atacarlos,
si una planta es venenosa o si una hembra está lista para aparearse porque reciben las señales y las
decodifican.
Por lo tanto, lo que viene preconfigurado desde el nacimiento es la capacidad de comunicarse. Pero a
través de un proceso que se asemeja más al funcionamiento de un sentido (como la vista o el olfato), que
al idioma, que es más parecido a una tecnología, algo inventado por la cultura. Como la escritura, lo que
hace el idioma es segmentar una porción de lo que se está comunicando para codificarlo en un mensaje
restringido.
Esto se ha estudiado mucho, se sabe que el mensaje hablado es sólo una parte pequeña de la
comunicación. Por ejemplo, en una charla hay muchos elementos que enriquecen la comunicación entre
dos personas y que van más allá del intercambio de palabras y frases. Tal es el caso de las inflexiones de
la voz, los gestos, las señales, los movimientos involuntarios del cuerpo, etcétera.
El lenguaje holístico
Hasta aquí podemos afirmar que la comunicación parlante no es inherente al Hombre. Aunque siempre
existió la comunicación, el lenguaje tal como se lo conoce hoy, creció y se desarrolló a la par de la
civilización. En el estado natural original los seres se comunicaban entre sí y con la naturaleza. No había
diferencias entre el lenguaje humano y el medio de comunicación del resto de las especies animales. El
hombre, al individualizarse y volverse cultural, perdió esa capacidad. Pero la cuestión no es tan simple.
Y en su artículo “El pensamiento dualista” agrega: “La conciencia del hombre primitivo se asemeja más a
la que aparece en los sueños, distinta de la del hombre moderno despierto. Es por esto por lo que el
hombre primitivo no diferencia entre el sueño y la realidad, ambos constituyen un ‘continuum’. Habría
que decir que no es que el hombre primitivo no sepa distinguir entre el sueño y la realidad, sino que
ambos estados, el sueño y la realidad emotiva son productos de las mismas estructuras y por lo tanto
sujetos a las mismas leyes, lo que le impide hacer diferencias entre ellos (…). También la separación
entre el alma y el cuerpo sería moderna. El hombre primitivo no las diferencia en absoluto, al contrario,
ambos forman una unidad mística indiferenciada”. Y llega a una osada conclusión: “Quizá espacio y
tiempo sean las gafas con que el cerebro mira la realidad. ¡Un filtro construido por el cerebro! Quizá el
cerebro nos restrinja lo real, cosa útil para sobrevivir como especie. Y, en el éxtasis místico, ¡el cerebro se
quita un ratito esas gafas, ese filtro!” Y ahora entra en juego la “variable Dios”, la última de las pistas.
La historia y los textos sagrados (no sólo los cristianos) están llenos de testimonios de personas que, de
manera espontánea o provocada, logran alcanzar un “estado modificado de la conciencia”. Cuando la
experiencia conlleva ciertas sensaciones de de trascender lo mundano y penetrar en una dimensión
espiritual se habla de éxtasis místico. Este fenómeno transcultural tiene registros en muchas sociedades y
religiones diferentes.
Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh, William
Bake, George Rusell, Juana de Arco, Ezequiel, San Pablo, Mahoma; Dante, Ignacio de Loyola, Bernardo
de Claraval, Rumi, Jacob Bohme , Ovidio, Al-Gazzali, Ibn Arabi, Hildergard Von Bingen y el Dalai
Lama, entre otros.
Y es así que diferentes autores han establecido una variedad de parámetros que debe tener la experiencia
mística para ser catalogada como tal y diferenciarse de las diferentes patologías neuropsicológicas, como
psicosis, epilepsia, esquizofrenia, etc. Estos parámetros, similares para las diversas culturas, religiones y
épocas de la humanidad sólo marcan diferencias según la formación y historia personal de lo vivido en la
historia del sujeto.
Las mismas podrían resumirse en las siguientes, de acuerdo con la clasificación del doctor Robert M.
Gimello de la Universidad de Harvard:
-Sensación de unidad de todo lo existente.
-Pérdida del yo y del mundo (sujeto y objeto).
-Pérdida del sentido de la causalidad.
-Sensaciones de fuerte tono afectivo: alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental.
-Sensación de estar en contacto con lo sagrado.
-Sensación de objetividad y realidad.
-Superación del dualismo y aceptación de la paradoja.
-Inefabilidad.
-Transitoriedad: dura instantes, como mucho una o dos horas.
-Cambios positivos persistentes en la actitud y conducta del sujeto.
-Cualidad noética: estados de conocimiento de intuición y verdad.
-Sensación de elevación y/o flotar en el aire.
-Referencia a la luz: fogonazos, luminosidad sostenida, presencia luminosa, fuego o calor intensos
(generalmente blanca).
En otras palabras, en la experiencia mística las sensaciones son mucho más cercanas a las del niño pre-
parlante, a las del hombre primitivo o las que se experimentan en el ensueño, que a las del adulto,
contemporáneo en vigilia. En lenguaje llano: Dios se comunica sin palabras.
Esta manera de comunicarse es holística, disuelve los límites entre el yo y el otro y se manifiesta como
certezas instantáneas, no como el final de un proceso de decodificación de conceptos. Funciona como un
sentido y a falta de nombre lo llamaremos Neem, por el árbol del paraíso.
Y tiene su lógica. En el paraíso no había mentira, algo imposible en este tipo de comunicación. Así
deberían haberse comunicado Adán y Eva entre ellos, y con el resto de la Creación. Hasta que la cultura
se impuso. Le pusieron nombre a todo para diferenciarlo de sí mismos y comieron del árbol del
Conocimiento. Bloquearon el sentido Neem y fueron expulsados del paraíso. Tal vez si se lo recupera, se
estará listo para emprender “la vuelta a casa”. Por Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach, desde
Argentina, colaboración que agradece Tendencias de las Religiones.