Winnicott La Familia y El Desarrollo Del Individuo Cap.10y11
Winnicott La Familia y El Desarrollo Del Individuo Cap.10y11
Winnicott La Familia y El Desarrollo Del Individuo Cap.10y11
Existe hoy en todo el mundo un gran interés por la adolescencia y los problemas del
adolescente. En casi todos los países hay grupos de adolescentes que se ponen en evidencia
de una u otra manera; hay numerosos estudios sobre esta fase del desarrollo, y ha surgido
una nueva literatura, constituida por autobiografías de autores jóvenes o bien por novelas
cuyos personajes principales son adolescentes. No es arriesgado suponer que existe una
relación entre esta nueva conciencia social y las condiciones sociales especiales de la época
en que vivimos.
Algo que deben reconocer desde el comienzo quienes se interesan por esta área de la
psicología es que el adolescente no desea que se lo entienda, y los adultos deben guardar
para sí los conocimientos que adquieren sobre la adolescencia. Sería absurdo escribir un
libro para adolescentes sobre la adolescencia, porque ésta es una época que debe vivirse,
una época de descubrimiento personal. Cada individuo está comprometido en una
experiencia vital, en un problema de existencia.
Existe un solo remedio efectivo para la adolescencia, pero que por supuesto, no encierra el
menor interés para el varón o la niña que la está padeciendo: el transcurso del tiempo y los
procesos graduales de maduración, factores que actuando en forma conjunta, conducen
finalmente al surgimiento de la persona adulta. de una enfermedad psiquiátrica puede llegar
a forzarlo y destruirlo, Es imposible apresurar o demorar este proceso, si bien la existencia
o puede hacer que se marchite adentro.
A veces es preciso que recordemos que, si bien siempre conservamos algo de adolescentes
en nosotros, cada adolescente crece y se convierte en un adulto en el curso de unos pocos
años. Los padres saben esto mejor que algunos sociólogos, y es fácil suscitar una irritación
general contra el fenómeno de la adolescencia a través de la acción del periodismo barato y
de declaraciones públicas de personas que ocupan posiciones claves, en las que se habla de
1
Winnicott, D.W. (2006). La familia y el desarrollo del individuo. Barcelona: Horme-
Paidós. Cap. “La adolescencia”.
la adolescencia como un problema, omitiendo por completo el hecho de que cada
adolescente está en vías de convertirse en un adulto responsable y socializado.
Formulación Teórica
Existe considerable acuerdo entre los estudiosos de la psicología dinámica con respecto a
una formulación general de la adolescencia en términos del desarrollo emocional del
individuo.
Durante esta fase, el adolescente está dedicado a la tarea de afrontar sus cambios personales
inherentes a la pubertad. Cada uno de ellos llega al desarrollo de su capacidad sexual y a las
manifestaciones sexuales secundarias con una historia personal, que incluye un patrón
personal en la organización de las defensas contra diversos tipos de ansiedad. En particular,
y cuando se trata de individuos sanos, cada uno de ellos ha vivido a fondo, antes del
período de latencia, la experiencia del complejo de Edipo, es decir, de las dos posiciones
principales en la relación triangular con ambos progenitores (o sus sustitutos), y también
existen ya formas organizadas de evitar la ansiedad o de aceptar y tolerar los conflictos
inherentes a esas circunstancias esencialmente complejas.
Existe una amplia gama de posibilidades en cada caso individual en lo relativo al grado y al
tipo de problema que puede presentarse, pero el problema general es siempre el mismo:
¿cómo reaccionará esta organización yoica frente al nuevo avance del ello? ¿Qué posición
ocuparán los cambios de la pubertad dentro del patrón específico de la personalidad de cada
adolescente? ¿Cómo manejará cada adolescente esa nueva capacidad para destruir e incluso
matar, un poder que no complicaba los sentimientos de odio en la temprana infancia? Es
algo así como poner vino nuevo en odres viejos.
El medio
En esta etapa, el medio desempeña un papel de inmensa importancia, tanto que, si se quiere
hacer una exposición descriptiva, conviene incluir en el cuadro el interés sostenido de los
padres del niño y del grupo familiar más amplio. . Buena parte de las dificultades de los
adolescentes por las que se solicita la intervención profesional derivan de fallas
ambientales, y este hecho no hace más que subrayar la importancia vital del medio y del
marco familiar para la gran mayoría de los adolescentes quienes, efectivamente, alcanzan la
madurez adulta, aunque den a sus padres muchos dolores de cabeza durante dicho proceso.
Desafío y dependencia
Los adolescentes jóvenes son individuos aislados, que intentan por diversos medios
constituir un agregado mediante la adopción de gustos idénticos. Pueden llegar a agruparse
si se los ataca como grupo, pero se trata de una organización paranoide que reacciona frente
al ataque; cuando la persecución desaparece, los individuos vuelven a aislarse.
Las experiencias sexuales de los adolescentes más jóvenes están teñidas por este fenómeno
de aislamiento, y también por el hecho de que aquellos no saben aún si serán
homosexuales, heterosexuales o simplemente narcisistas. En muchos casos, se da un
prolongado período de incertidumbre con respecto a si surgirá un deseo sexual o no. La
actividad masturbatoria perentoria puede representar en esta etapa una manera de liberarse
del sexo más que una forma de experiencia sexual, y, sin duda, las actividades compulsivas
heterosexuales u homosexuales pueden en este período servir para liberarse del sexo o para
descargar tensiones, y no para establecer una unión entre seres humanos totales. Este tipo
de unión aparece más probablemente, al comienzo, en el juego sexual en que la finalidad
está inhibida, o bien en la conducta afectuosa donde lo más importante es el sentimiento.
Aquí volvemos a encontrar el patrón personal, que eventualmente se integrará con los
instintos, pero en ese largo intervalo de espera es necesario encontrar alguna manera de
aliviar la tensión sexual y, en la gran mayoría de los casos lo más lógico sería esperar que
esa tensión se descargara a través de la masturbación compulsiva. (Un buen lema para todo
investigador de este tema sería el siguiente: quien hace preguntas, debe resignarse a
escuchar mentiras.)
Indudablemente, podríamos estudiar al adolescente en términos del yo que enfrenta los
cambios en el ello, y el psicoanalista debe estar preparado para enfrentar esta cuestión
central, sea que se manifieste en la vida del niño o se exhiba cautelosamente en el material
que aquél presenta en el curso de las sesiones, o bien en la fantasía consciente e
inconsciente y en las áreas más profundas de la realidad psíquica o interna personal. Aquí,
sin embargo, no adoptaré este enfoque, pues me propongo examinar la adolescencia desde
otro punto de vista y tratar de relacionar la importancia que hoy asume este tema con los
cambios sociales que se han producido en los últimos cincuenta años.
¿No constituye acaso una prueba de la salud de una sociedad el hecho de que sus
adolescentes puedan serlo en el momento adecuado, es decir, en el período que corresponde
al crecimiento puberal? Entre los pueblos primitivos, dichos cambios se ocultan con tabús o
bien se convierte al adolescente en adulto en el curso de pocas semanas o meses haciéndolo
pasar por ciertos ritos y pruebas. En nuestra sociedad actual, los adultos se forman mediante
procesos naturales a partir de adolescentes que marchan hacia adelante impulsados por las
tendencias del crecimiento; lo cual podría tal vez significar que los nuevos adultos de hoy
poseen fortaleza, estabilidad y madurez.
Naturalmente, todo esto tiene un precio. Las numerosas crisis adolescentes requieren
tolerancia y tratamiento; asimismo, este nuevo desarrollo provoca tensiones en la sociedad,
pues a los adultos a quienes no se les permitió pasar por este período les resulta sumamente
penoso el verse rodeados por jóvenes y muchachas que atraviesan por un estado de
resplandeciente adolescencia.
Considero que son tres los principales cambios sociales que han modificado todo el clima
para los adolescentes durante ese período:
Las enfermedades venéreas han dejado de ser un fantasma amenazador. Las espiroquetas y
los gonococos ya no son emisarios de un Dios punitivo, como se los veía hace cincuenta
años. Ahora se los puede tratar con penicilina y antibióticos (1).
III) La bomba atómica es tal vez el factor responsable de cambios aún más profundos que
los producidos por las dos características mencionadas. La bomba atómica afecta la
relación entre la sociedad adulta y la marea adolescente, que parece fluir incesantemente.
Ahora debemos marchar hacia adelante sobre la base de que no habrá otra guerra. Esta
afirmación podría objetarse diciendo que existe la posibilidad de que en cualquier momento
estalle una guerra en algún lugar del mundo, pero sabemos que ya no es posible resolver un
problema social haciendo preparativos para otra guerra. De manera que, ya no existe
ningún motivo que justifique el hecho de que se someta a nuestros hijos a una fuerte
disciplina militar o naval, por cómodo que ello pudiera resultarnos.
Estos tres cambios gravitan sobre nuestra preocupación social, lo cual se revela claramente
en la forma en que la adolescencia se destaca hoy día como algo que ya no es posible pasar
por alto recurriendo a falsas maniobras, como por ejemplo la conscripción.
El único remedio para la adolescencia es el transcurso del tiempo, hecho que para el
adolescente carece mayormente de sentido. El adolescente busca una solución inmediata
pero, al mismo tiempo, rechaza un intento tras otro porque percibe en él algún elemento de
falsedad.
Vemos que los adolescentes se esfuerzan por empezar de nuevo como si no pudieran tomar
nada de nadie. Se los ve formando grupos sobre la base de uniformidades secundarías o de
algún tipo de lealtad grupal relacionada con la edad y con el lugar en que viven. Se ve a los
jóvenes buscar una forma de identificación que los sostenga en su lucha, la lucha por
sentirse reales, por establecer una identidad personal, por no asumir un rol asignado, y para
vivir v experimentar todo lo que sea necesario. No saben en qué han de convertirse, ni qué
son; están a la espera. Puesto que todo está en suspenso, se sienten irreales, y eso los mueve
a hacer ciertas cosas que para ellos son reales y que de hecho, son evidente y
lamentablemente reales en la medida en que representan un ataque para la sociedad.
En verdad, solemos quedar perplejos frente a esa curiosa característica de los adolescentes,
la mezcla de desafío y dependencia. Quienes tienen adolescentes a su cargo se sienten
desconcertados cuando comprueban que varones y niñas pueden mostrarse sumamente
desafiantes y, al mismo tiempo, infantilmente dependientes, con patrones de dependencia
infantil que datan de las primeras épocas de la vida. Además, los padres de pronto
descubren que están invirtiendo dinero en capacitar a sus hijos para que éstos desafíen su
propia autoridad. Éste constituye un buen ejemplo de la forma en que quienes teorizan,
escriben y hablan, actúan en realidad en un estrato distinto de aquél en que viven los
adolescentes, y en el que los padres o sus sustitutos deban afrontar urgentes problemas de
manejo. Aquí lo verdadero no es la teoría, sino el impacto recíproco entre el adolescente y
el progenitor.
De esto se deduce que, en un grupo de adolescentes, las diversas tendencias suelen estar
representadas por los miembros más enfermos del grupo. Por ejemplo, un miembro de un
grupo ingiere una dosis excesiva de alguna droga, otro yace sobre la cama sumido en una
depresión, al tiempo que otro se siente libre al poseer una navaja. En cada caso, los
individuos aislados se agrupan detrás del individuo enfermo, cuyo síntoma extremo
constituye una agresión contra la sociedad. No obstante, para la mayoría de los individuos
que participan en esto, la tendencia no es bastante fuerte como para que el síntoma se haga
manifiesto y provoque una reacción social.
La murria
Digámoslo una vez más: si queremos que el adolescente pase por esta fase del desarrollo
siguiendo un proceso natural, entonces inevitablemente debemos esperar la aparición de un
fenómeno que podríamos llamar murria adolescente. La sociedad debe comprender que se
trata de un rasgo permanente y tolerarlo, reaccionar activamente frente a él, salirle
activamente al encuentro, pero no tratar de curarlo. La pregunta es ésta: ¿es nuestra
sociedad lo suficiente sana para adoptar esta actitud?
El problema se complica por el hecho de que algunos individuos son demasiado enfermos
(psiconeurosis, depresión o esquizofrenia) como para alcanzar una etapa del desarrollo
emocional que pueda llamarse adolescencia, o bien sólo llegan a ella en forma muy
distorsionada. No he incluido aquí una descripción de las enfermedades psiquiátricas serias
que aparecen durante este período de la vida; sin embargo, existe un tipo de enfermedad
que sería inadmisible omitir en una formulación sobre la adolescencia: me refiero a la
delincuencia.
Resulta sumamente revelador estudiar la estrecha relación que existe entre las dificultades
normales de la adolescencia y la anormalidad que podríamos llamar la tendencia antisocial.'
La diferencia entre ambas radica no tanto en el cuadro clínico como en la dinámica y la
etiología de cada una de ellas. La tendencia antisocial siempre es producto de una
deprivación. Puede haber ocurrido que la madre, en un momento crítico, se mostrara
retraída o deprimida, o que la familia se haya desintegrado. Incluso una deprivación
pequeña, si se produce en un momento difícil, puede tener consecuencias perdurables
porque somete a las defensas existentes a un esfuerzo excesivo. Detrás de la tendencia
antisocial siempre ha existido un período de salud y luego una interrupción, después de la
cual las cosas ya nunca volvieron a ser como antes. El niño antisocial busca de alguna
manera, violenta o amablemente, conseguir que el mundo reconozca su deuda, o bien trata
de que el mundo restablezca el marco que perdió en algún momento de su vida. Por lo
tanto, la tendencia antisocial es fruto de esta deprivación. Pero no es posible afirmar que la
adolescencia en general sea necesariamente el producto de una deprivación, y, no obstante,
hay algo que es similar pero que, debido a que se produce en forma más difusa y menos
intensa, no somete a las defensas a un esfuerzo excesivo. De modo que en el grupo que el
adolescente encuentra para identificarse, o en el conjunto de individuos aislados que
constituyen un grupo en relación con una persecución, los miembros extremos del grupo
actúan en representación del grupo total. La dinámica de este grupo, sea que se encuentre
escuchando música o dedicándose a tomar alcohol, debe contener todos estos elementos de
la lucha adolescente: los robos, las navajas, las violencias y los estallidos, etc. Y, si nada
ocurre, los miembros individuales comienzan a sentirse inseguros con respecto a la realidad
de su protesta y, no obstante, no son seres suficientemente perturbados como para llevar a
cabo el acto antisocial que les proporcionaría esa seguridad. Pero, si existe en el grupo un
miembro antisocial, o dos, o tres, dispuestos a llevar a cabo el acto antisocial que produce
una reacción social, ello otorga unidad a todos los demás, los hace sentirse reales y,
temporariamente, sirve para estructurar el grupo. Cada uno de los miembros será leal y
ofrecerá su apoyo al que actúe en nombre del grupo, si bien, tomados aisladamente,
ninguno de ellos habría aprobado el acto cometido por el miembro antisocial.
Creo que este principio se aplica al uso de otros tipos de enfermedad. El intento suicida de
uno de los miembros resulta muy importante para todos los demás; o bien uno de ellos no
puede levantarse, está paralizado por la depresión y se pasa el día escuchando discos y
eligiendo las melodías más tristes, encerrado en su habitación sin dejar que nadie se
acerque. Todos los demás saben que esto ocurre y, cada tanto, el individuo deprimido hace
una salida y entonces todos se reúnen y beben, o algo parecido, y esto puede durar toda una
noche o incluso dos o tres días. Estos sucesos pertenecen a todo el grupo, y el grupo está
cambiando y los individuos están cambiando a sus grupos pero, de alguna manera, los
miembros individuales utilizan a los miembros extremos para sentirse reales, en su lucha
por sobrevivir a este período de la vida.
Se trata simplemente de cómo ser adolescente durante la adolescencia; sin duda, algo que
requiere una enorme valentía, y que algunos de estos adolescentes están tratando de lograr.
Esto no significa que los adultos debemos decir: "Miren a estos encantadores adolescentes
dedicados a vivir su adolescencia; debemos tolerar cualquier cosa y dejar que nos rompan
las ventanas". No es esto lo que quiero decir, sino que es a nosotros a quienes se desafía, y
debemos enfrentar ese desafío como parte de la función de la vida adulta. Pero se trata
únicamente de responder a ese desafío y no de proponerse curar algo que es básicamente
sano.
(1) Recuerdo claramente una conversación que tuve con una señorita poco después de
la primera guerra mundial. Me dijo que sólo el temor a las enfermedades venéreas la
había prevenido de convertirse en una prostituta. Se había horrorizado frente a una
idea que yo había expresado en una charla respecto a que un día podrían prevenirse
y curarse dichas enfermedades. Afirmó que no se imaginaba como había podido
sobrevivir a su adolescencia (recién salía de ella) si no hubiese experimentado ese
temor que la hacía portarse bien.
(2)
Actualmente está casada y es madre de una numerosa familia, se la consideraría una
persona normal, pero tuvo que superar una dura lucha en su adolescencia contra sus
instintos. Le fue muy difícil. Mentía y robaba a veces, pero finalmente pudo superar
todo ello aferrándose a su temor a las enfermedades venéreas.
Cap. 11: La familia y la madurez emocional
(1960)
Así, y partiendo de este concepto de madurez, el tema que trataré aquí es el papel de la
familia en lo que se refiere a cimentar la salud del individuo. Y surge aquí el siguiente
interrogante: ¿puede el individuo alcanzar madurez emocional fuera del marco de la
familia?
Hay dos maneras de enfocar el tema del desarrollo individual si dividimos la psicología
dinámica en dos partes. Primero, el desarrollo de la vida instintiva, las funciones y fantasías
instintivas pregenitales que gradualmente van construyendo y formando la sexualidad
plena, la cual, como es bien sabido, se alcanza antes de entrar en el período de latencia.
Llegamos así a la idea de la adolescencia como un período en que los cambios de la
pubertad dominan la escena, y las defensas contra la ansiedad que se organizaron en los
primeros años reaparecen o tienden a hacerlo en el individuo en crecimiento. Todo esto es
terreno muy conocido, por el contrario, yo me propongo enfocar aquí el tema desde el otro
punto de vista, según el cual el individuo comienza con una dependencia casi absoluta,
alcanza grados menores de dependencia y comienza así a tener autonomía.
Tal vez resulte provechoso adoptar este segundo enfoque en lugar del primero, pues así no
tendremos que preocuparnos tanto por la edad de un niño, un adolescente o un adulto. Lo
que nos interesa realmente es la actitud ambiental que responde y se adapta a las
necesidades del individuo en cualquier momento dado. En otras palabras, es un tema
bastante similar al del cuidado materno, que se modifica según la edad del niño y que
satisface la temprana dependencia de aquél, así como sus esfuerzos por alcanzar la
independencia. Esta segunda manera de considerar la vida puede resultar particularmente
adecuada para el estudio del desarrollo sano y, precisamente, en este momento nos
proponemos estudiar la salud.
El cuidado materno se convierte en el cuidado de los progenitores, en el que ambos asumen
la responsabilidad con respecto al niño y a la relación entre éste y sus hermanos mayores.
Además, los padres están allí para recibir la "contribución" que los niños sanos hacen a la
familia. El cuidado de los padres evoluciona dentro del marco familiar, y la palabra familia
comienza a ampliarse y a incluir a los abuelos y los primos y a otras personas que están
relacionadas con ellas por motivos de vecindad, o porque tienen alguna significación
especial, como ocurre con los padrinos.
Cuando examinamos este fenómeno en desarrollo, que comienza con el cuidado materno y
llega hasta el interés persistente que la familia experimenta por el adolescente, nos sentimos
impresionados por la necesidad humana de un círculo cada vez más amplio para el cuidado
del individuo, y también por la necesidad que el individuo tiene de encontrar un lugar en el
que pueda aportar algo cada tanto, cuando experimenta el impulso creativo o generoso.
Estos círculos cada vez más amplios son el regazo, los brazos y la preocupación de la
madre.
En mi trabajo he dado gran importancia a la delicadeza extrema con que las madres se
adaptan a las necesidades de sus hijos, necesidades que varían de un instante a otro. ¿Quién,
sino la madre, se preocupa por conocer y sentir las necesidades del niño? Quisiera
desarrollar este tema aquí y decir que sólo la familia del niño puede continuar la tarea
iniciada por la madre y desarrollada luego por la madre y el padre, la tarea de satisfacer las
necesidades del individuo. Dichas necesidades incluyen la dependencia y los esfuerzos por
alcanzar la independencia. La tarea incluye satisfacer las necesidades cambiantes del
individuo en crecimiento, no sólo en el sentido de satisfacer los instintos, sino también en el
de estar presente para recibir esa contribución que constituye un rasgo vital de la vida
humana. Y, además, significa también aceptar el estallido de desafío que implica el
desligarse, y el regreso a la dependencia que alterna con la actitud desafiante.
Resulta evidente que, al referirme al desafío v la dependencia, señalo algo que aparece
típicamente en la adolescencia y que puede observarse muy bien en ese período de la vida;
de hecho, que constituye un problema básico de manejo: ¿cómo hacer para estar allí,
aguardando, cuando el adolescente se vuelve infantil y dependiente, y da todo por sentado,
y al mismo tiempo satisfacer la necesidad del adolescente de lanzarse con actitud de desafío
a fin de establecer una independencia personal? Probablemente la familia del individuo es
la que está en mejores condiciones y más dispuesta para enfrentar ese reclamo, el reclamo
simultáneo de tolerancia por parte de los padres frente al desafío, incluso si es violento y, la
exigencia con respecto a su tiempo, su dinero y su preocupación. El adolescente que huye
del hogar no ha perdido de ninguna manera su necesidad de un hogar y una familia, como
todos sabemos.
A esta altura considero conveniente hacer una breve recapitulación: en el curso del
desarrollo emocional, el individuo pasa de la dependencia a la independencia y, en los
casos de salud, conserva la capacidad para pasar de una a otra. No se trata de un proceso
que se logre en forma tranquila y fácil, pues está complicado por las alternativas de desafío
y regreso a la dependencia. En la actitud desafiante, el individuo se abre paso violentamente
a través de todo lo que lo rodea y le da seguridad. Para que esta irrupción le sea provechosa,
deben cumplirse dos condiciones. Primero, el individuo necesita encontrar un círculo más
amplio dispuesto a ocupar el lugar del que abandona, y esto equivale prácticamente a decir
que lo que se necesita es la capacidad para regresar a la situación que se ha abandonado. En
un sentido práctico, el niño pequeño necesita desprenderse del regazo y de los brazos de la
madre, pero no para lanzarse al espacio; esa ruptura debe llevarlo a un área más amplia de
control, algo que simbolice el regazo que acaba de abandonar. Un niño algo mayor se
escapa de la casa, pero su huida termina en el fondo del jardín; ahora la cerca que rodea ese
terreno simboliza el aspecto más estrecho de la posesión que acaba de superar, digamos, la
casa. Más tarde, el niño elabora todo esto cuando va a la escuela y en relación con otros
grupos fuera del hogar. En cada caso, estos grupos externos representan una manera de salir
del hogar y, al mismo tiempo, son símbolos de ese hogar que ha abandonado y que, en la
fantasía, ha destruido.
Cuando todo va bien, el niño puede regresar al hogar a pesar del desafío inherente a la
huida. Podríamos describir esta situación en términos de la economía interna del niño, de la
organización de la realidad psíquica personal. Pero, en gran medida, la posibilidad de
descubrir una solución personal depende de la existencia de la familia y del manejo de los
padres. O, a la inversa, a un niño le resulta muy difícil elaborar los conflictos de lealtades
implícitos en el abandono y el regreso sin un manejo familiar satisfactorio. Generalmente
existe un manejo comprensivo porque por lo común existe una familia, existen padres que
se sienten responsables y que asumen gustosos esa responsabilidad. En la gran mayoría de
los casos, el hogar y la familia existen, permanecen intactos y proporcionan al individuo la
oportunidad de alcanzar un desarrollo personal en este importante aspecto. Una cantidad
sorprendente de personas pueden mirar retrospectivamente y afirmar que, a pesar de los
errores que su familia pudo haber cometido, nunca les fallaron, tal como no lo hicieron sus
madres en lo relativo al cuidado que les proporcionaron durante los primeros días, semanas
y meses de vida.
Dentro del hogar mismo, cuando hay otros hijos, el niño obtiene un inmenso alivio en la
posibilidad de compartir los problemas. Nos encontramos aquí con otro vasto tema, pero lo
que quiero señalar es que cuando la familia está intacta y los hermanos lo son de verdad, el
individuo cuenta con la mejor oportunidad para iniciarse en la vida social. Ello se debe
sobre todo a que en el centro de toda esa situación encontramos la relación con el padre y la
madre reales, y que aunque ello separe a los niños porque los hace odiarse unos a otros el
principal efecto es el de ligarlos, y el de crear una situación en la que odiar no entraña
peligro.
En realidad se da por sentado con excesiva facilidad que todo esto sucede cuando la familia
está intacta, y vemos crecer a los niños y presentar síntomas que a menudo son signos de un
desarrollo sano aun cuando resulten molestos y perturbadores. Sólo nos damos cuenta de
cuán importante es la familia cuando no está intacta o existe el peligro de que se desintegre.
Es verdad que la amenaza de una inminente desintegración de la estructura familiar no lleva
necesariamente a la enfermedad clínica de los hijos, porque en algunos casos provoca un
crecimiento emocional prematuro y una independencia y un sentimiento de responsabilidad
igualmente prematuro, pero esto no es lo que llamamos madurez de acuerdo con la edad, y
tampoco es salud, aun cuando exhiba rasgos sanos.
Observamos así dos tendencias: una, es la tendencia del individuo a alejarse de la madre, y
luego del padre y de la madre y, más tarde de la familia, pasos que le van dando cada vez
mayor libertad de ideas y de acción; la otra tendencia obra en sentido contrario y es la
necesidad de conservar o de ser capaz de recuperar la relación con los padres reales. Es esta
segunda tendencia la que convierte a la primera en una parte del crecimiento en lugar de un
factor de desorganización de la personalidad. No se trata de percibir intelectualmente que el
área cada vez más amplia de relaciones conserva simbólicamente la idea del padre y de la
madre. Aquí me refiero a la capacidad del individuo para regresar realmente junto a los
progenitores y a la madre, al centro o al comienzo, en algún momento favorable, quizás en
un sueño o bajo la forma de un poema o de una broma. El origen de todos los
desplazamientos son los progenitores y la madre, y es necesario conservarlo. Todo esto
tiene un amplio campo de aplicación: por ejemplo, podemos aplicarlo al emigrante, que
crea una nueva forma de vida en las antípodas y, eventualmente, regresa para asegurarse de
que Piccadilly Circus no ha cambiado. Confío en haber demostrado así que si se toma en
cuenta la fantasía inconsciente, como es menester hacerlo, la necesidad del niño de
conservar la relación primaria con los padres se manifiesta a través de su constante
exploración de áreas más amplias, de su permanente búsqueda de grupos fuera de la familia
y de su desafiante destrucción de todas las formas rígidas.
En el desarrollo sano de un individuo, cualquiera que sea la etapa que se atraviesa, lo que se
requiere es una progresión sostenida, es decir, una serie bien graduada de acciones
desafiantes iconoclastas, cada una de las cuales es compatible con la conservación de un
vínculo inconsciente con la figura o figuras centrales, la madre o los progenitores. Si se
observa a las familias, se verá que, en el curso natural de los acontecimientos, los padres
realizan ingentes esfuerzos por conservar esta serie y organizar su gradación a fin de que no
se produzca una ruptura en el encadenamiento del desarrollo individual.
El desarrollo sexual constituye un caso especial, tanto en lo que se refiere a establecer una
vida sexual personal, como en la búsqueda de una pareja. En el matrimonio se supone que
los dos integrantes de la pareja coinciden en desprenderse y alejarse de sus respectivos
padres y familias reales y, al mismo tiempo, consuman la idea de formar una familia.
Cuanto más examinamos estos problemas, tanto mejor comprendemos lo difícil que resulta
para cualquier grupo realizar los esfuerzos necesarios para que todo salga bien, a menos
que ese grupo sea la familia a que pertenece el niño.
Es casi innecesario agregar que no podemos partir del supuesto contrario, esto es, el hecho
de que la familia haga todo lo posible por un niño en estos aspectos no significa que el niño
alcanzará la plena madurez. Hay muchos peligros inesperados en la economía interna de
cada individuo, y la psicoterapia personal tiene como meta principal elucidar estas
tensiones y conflictos internos. Continuar desarrollando este tema implicaría adoptar el otro
enfoque para el estudio del crecimiento individual al que me referí al comenzar esta
sección.
Volvamos ahora al concepto de madurez como salud. A los individuos les resulta muy
cómodo suprimir de un salto una o dos etapas, madurar antes de contar con la edad
necesaria para ello, establecerse como individuos cuando en realidad deberían seguir siendo
algo más dependientes. Es necesario tener presente todo esto cuando estudiamos la
madurez o inmadurez emocional de los individuos que han sido criados lejos de sus propias
familias. Pueden desarrollarse de tal modo que al principio nos inclinamos a pensar que han
logrado establecerse como seres independientes, y que sin duda debe resultar provechoso
tener que arreglárselas solo, sin contar con ninguna ayuda, al comienzo de la vida. Sin
embargo, no puedo aceptar esto como una formulación final, pues pienso que, en bien de la
madurez, es necesario que los individuos no maduren precozmente, no se establezcan como
individuos cuando, de acuerdo con su edad, tendrían que ser relativamente dependientes.
Así, existen dos rasgos principales que, en el lenguaje que he decidido utilizar aquí,
constituyen la contribución de la familia a la madurez emocional del individuo: uno es la
existencia sostenida de oportunidad para un alto grado de dependencia; el otro es el hecho
de ofrecer la oportunidad para que el individuo se separe violentamente de los padres e
ingrese a la familia, que pase de ésta a la unidad social que está inmediatamente fuera de
ella, y de esa unidad social pase a otra, y luego a otra y a otra. Estos círculos cada vez más
amplios, que llegan a convertirse en agrupamientos políticos, religiosos o culturales en la
sociedad, y quizás en el nacionalismo mismo, constituyen el producto final de algo que se
inicia con el cuidado materno, o con el cuidado de ambos progenitores, y es continuado
luego por la familia. La familia parece haber sido especialmente creada para hacerse cargo
de la dependencia inconsciente con respecto a los padres, y esta dependencia incluye la
necesidad del niño en crecimiento de desafiarlos y rebelarse contra ellos.
Este tipo de razonamiento parte del concepto de que la madurez adulta coincide con la
salud psiquiátrica. Cabría decir que el adulto maduro puede identificarse con grupos o
instituciones ambientales, sin que ello entrañe la pérdida del sentido de existencia personal,
ni un perjuicio excesivo para el impulso espontáneo, el cual constituye el origen de la
creatividad. Si examináramos el área abarcada por el término "grupos ambientales", la
calificación más alta correspondería al significado más amplio del término, y al área más
amplia de la sociedad con la que el individuo se siente identificado. Un rasgo importante es
la capacidad del individuo, después de cada rebelión iconoclasta, de redescubrir en las
formas dispersas el cuidado materno original, la provisión parental y la estabilidad familiar,
todo aquello de que el individuo dependió en las primeras etapas. La función de la familia
consiste en ofrecerse como campo de entrenamiento para este rasgo esencial del
crecimiento personal.
Los adultos maduros confieren vitalidad a lo que es antiguo, viejo y ortodoxo por el hecho
de recrearlo después de haberlo destruido. Así, los padres ascienden un peldaño, y
descienden otro, y se convierten en abuelos.
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