La Archidiócesis de México en Tiempos de Lorenzana

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JULIO-DICIEMBRE 2018

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59
artículo

Las representaciones geográficas de la archidiócesis de


México en tiempos del arzobispo Lorenzana (1766-1772)

The Geographical Representations of the Archdiocese of


Mexico in Times of Archbishop Lorenzana (1766-1772)

josé maría
garcía redondo Investigador posdoctoral en el Instituto de Investigacio-
nes Históricas de la unam. Doctor por la Universidad
Pablo de Olavide (Sevilla, España), especializado en his-
toria de la cartografía y las representaciones territoriales
en la Edad Moderna.
resumen En este artículo se estudian tres modelos cartográficos
realizados durante el gobierno del arzobispo de México
Francisco de Lorenzana: unas pinturas diagramáticas
con los pueblos y caminos de la diócesis, de autor des-
conocido, y los mapas generales del territorio y el Atlas
eclesiástico de el Arzobispado de México realizados por
José Antonio de Alzate. Esta diversidad de mapas coetá-
neos, promovidos por el arzobispado de México para la
administración de su territorio, nos permite profundizar
en los mecanismos de uso y valoración de las represen-
taciones territoriales, atendiendo a la funcionalidad y
las prácticas espaciales asociadas al diseño cartográfico.
palabras clave Francisco Antonio de Lorenzana, José Antonio de Alzate,
cartografía, atlas, territorio, Alexander von Humboldt,
Nueva España.
abstract In this article, three cartographic models realized during
the government of the archbishop of Mexico Francisco
de Lorenzana are studied —some anonymous diagram-
matical paintings with the villages and the routes of the
diocese as well as the general maps of the territory and
the Atlas eclesiástico de el Arzobispado de México by

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doi: http://dx.doi.org/10.22201/iih.24486922e.2018.59.63115
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José Antonio de Alzate—. This diversity of coetaneous


maps, promoted by the archbishopric of Mexico for the
administration of its territory, allows us to delve into
the mechanisms of use and valuation of the territorial
representations paying attention to the functionality
and the spatial practices associated with cartographical
drawing.
keywords Francisco Antonio de Lorenzana, José Antonio de Alzate,
cartography, atlas, territory, Alexander von Humboldt,
New Spain.

Información del artículo


Recibido: 15 de enero de 2018.
Aceptado: 23 de agosto de 2018.
Correo para correspondencia: [email protected]

En las últimas décadas, los estudios en historia de la cartografía han puesto


en valor la dimensión cultural y social de los mapas. Desde que John Brian
Harley explicase cómo las cartas –además de mostrar el territorio– son
reflejo del sistema social y político que las genera y consume, cada vez más
los historiadores procuran análisis integradores y multidisciplinares de
dichas representaciones, entendiéndolas como “representaciones sociales”
del mundo. Por otro lado, el llamado “giro espacial” en las humanidades
ha aportado nuevas formas de mirar los mapas, comprendiendo que éstos
son, ante todo, “construcciones del territorio” y que, por tanto, son parte
y resultado de las prácticas humanas de interpretación, ordenación y apro-
piación del medio, aquello que Lefebvre vino a denominar “producción del
espacio”.1 En esta línea, el objetivo de este artículo es analizar los mapas
y las imágenes del territorio del arzobispado de México que se realiza-
ron durante la prelacía de Francisco Antonio de Lorenzana (1766-1772).
Atendiendo a sus particularidades, se estudian tres modelos cartográficos
bien distintos que se ejecutaron sucesivamente en un breve periodo de
tiempo: una colección de tres pinturas anónimas con el esquema de los ca-
minos y pueblos de la archidiócesis, dos mapas generales de dicho ámbito y

1 Harley (2005), Pickles (2004), Withers (2009), Lefebvre (2013).

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el Atlas eclesiástico de el Arzobispado de México, con sus vicarías, y lugares


dependientes, donde se recopilaron los croquis de los diferentes curatos,
realizado junto con los anteriores por el sacerdote José Antonio de Alzate.
A pesar de su diferente tipología, los tres diseños se explican en conjunto
gracias a los mecanismos de retroalimentación que se propiciaron entre el
abandono de unos modelos y la creación de nuevos productos.
Algunos de los diseños que aquí se presentan han sido reproducidos
en numerosas ocasiones, con motivo de exposiciones o empleados como
mera ilustración en trabajos relativos a cuestiones religiosas o territoriales
en la segunda mitad del siglo xviii novohispano. De manera parcial, estas
láminas se cuentan entre las referencias y las fuentes de otros estudios
sobre cartografía, donde se aborda algún aspecto específico de la imagen,
como su iconografía, o en trabajos sobre las personalidades de Alzate o
Lorenzana, quedando pendiente un estudio en profundidad de los mapas
y su contexto de producción.2 En este artículo no sólo se ahonda en cada
uno de dichos modelos cartográficos, sino que se concatena su realización
en un proceso lógico y continuo de aprehensión e interpretación del territo-
rio y sus representaciones. Esta diversidad de mapas coetáneos, vinculados
con un mismo promotor (el arzobispado de México) y concernientes a una
misma problemática espacial (la administración del territorio arzobispal),
nos permite profundizar en los mecanismos de uso y valoración de las re-
presentaciones territoriales a la luz de las capacidades representacionales
de los diseños, la funcionalidad demandada al dibujo y las prácticas espa-
ciales implícitas en el manejo de los materiales cartográficos. En tanto que
el bachiller Alzate fue autor de dos de los referidos materiales, recibirán
especial atención sus métodos y juicios sobre la naturaleza de los mapas.

lorenzana, los espacios y los mapas

Miembro de una generación de eclesiásticos formada a mediados del siglo


xviii, con un amplio bagaje académico y próxima a lo que se ha denomi-
nado la Ilustración católica, hispana y europea, Francisco Antonio de Lo-
renzana y Butrón (1722-1804), arzobispo de México y después de Toledo,

2 Entre otros, García Rojas (2017), Antochiw (2003), Reguera Rodríguez (2003), Azuela
Bernal y Moncada Maya (2001), Lombardo de Ruiz (1996), Alzate y Ramírez (1985).

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mantuvo a lo largo de su vida un gran interés por el estudio y el conocimien-


to.3 Entre las disciplinas que cultivó o propició, la historia y la geografía
ocuparon un lugar destacado. Así, por ejemplo, en 1770, alentó la edición
de la Historia de Nueva España de Hernán Cortés, a la que se incorporarían
diferentes mapas, tanto antiguos como modernos, del territorio mexicano.4
El autor de una de dichas láminas fue el bachiller José Antonio de Alzate y
Ramírez, prolífico sacerdote –aficionado a las matemáticas, la astronomía
y la geografía– a quien, precisamente, el prelado ya había requerido por
sus aptitudes cartográficas al poco tiempo de tomar posesión de la sede de
México.5 Trabajando a su servicio, entre las labores de Alzate destacaron los
memoriales y planos que realizó para la reforma de la división territorial de
los curatos de la Ciudad de México,6 un mapa general de la archidiócesis, un
Atlas eclesiástico con imágenes de sus pueblos,7 así como el “Nuevo mapa
geographico de la América Septentrional Española”, firmado en 1767 y
coronado con el blasón de dicho arzobispo, a quien fue dedicado.8

3 Escamilla González (2005, p. 129), Malagón Barceló (1970, p. 225). Sobre la vida y la
labor de Lorenzana en México, véanse los trabajos de Sierra Nava-Lasa (1975) y
Zahino (1996).
4 Cortés (1981, vol. i), además de otras láminas, incluye el “Plano de la Nueva Espa-
ña en que se señalan los viages que hizo el Capitan Hernan Cortes assi antes como
despues de conquistado el Imperio Mexicano… 1769”, firmado por José Antonio de
Alzate, así como una copia del mapa de la costa del Mar del Sur levantado por el pilo-
to Domingo del Castillo en 1541, grabado por Navarro también en 1769. Sobre este
último mapa, véase Manso Porto (2014, pp. 37-38).
5 Entre otros autores, para una breve síntesis de la vida y obra de José Antonio de Alzate
(1737-1799), véanse los trabajos de Moreno de los Arcos (1980) y Saladino García
(2001).
6 En este artículo no se abordan los planos de la Ciudad de México ni los proyectos de
reforma de los territorios parroquiales que realizó Alzate entre 1767 y 1772.
7 José Antonio de Alzate, Atlas eclesiástico de el Arzobispado de México, con sus vica-
rías, y lugares dependientes: dispuesto de orden del Yllmo. Sr. Dr. Dn. Francisco Anto-
nio Lorenzana Buytrón Dignissimo Arzobispo de esta Sta. Uglesia Metropolitana: por
el Br. Dn. Joseph Antonio de Alzate, y Ramirez año de 1767, Biblioteca de Castilla-La
Mancha, Toledo (en adelante, bcm), Colección Borbón-Lorenzana, Papeles Varios, ms.
366 (en adelante, la referencia se abreviará como Atlas...). El volumen tiene unas me-
didas de 21x26cm. Se puede acceder a una reproducción digital del mismo en http://
bvpb.mcu.es/es/consulta/registro.cmd?id=397651.
8 José Antonio de Alzate, “Nuevo Mapa Geographico de la America Septentrional Espa-
ñola”, México, 1767, Museo Naval de Madrid (en adelante, mn), 7-A-8.

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Como ha explicado Antonio Reguera Rodríguez, el papel de Loren-


zana como promotor de obras geográficas no fue excepcional entre los
religiosos de su siglo en América. Además de la reconocida producción
de los misioneros, especialmente de los jesuitas, otros prelados solicita-
ron mapas e informes actualizados de sus respectivos territorios. Así, por
ejemplo, el arzobispo de Guatemala, Pedro Cortés y Larraz, coetáneo de
Francisco de Lorenzana, realizó entre 1768 y 1770 una visita pastoral a
su jurisdicción, de la cual resultó la Descripción geográfico-moral de la
diócesis de Goathemala, en la que se compilaba más de un centenar de
croquis, algunos esbozados por él mismo.9
Apenas cinco meses después de iniciar su mandato al frente de la
archidiócesis de México (en agosto de 1766), Lorenzana emprendió per-
sonalmente una visita pastoral a sus pueblos en enero del siguiente año.
Además de los fines eminentemente religiosos que se perseguían con la ins-
pección –tales como administrar el sacramento de la confirmación, revisar
el estado de las iglesias y procurar que “todo esté con el debido orden y de-
cencia”–, al prelado le movía el deseo de descubrir las gentes y las tierras
que le habían sido encomendadas: “conocer nuestras ovejas e instruirnos
con la propia vista y experiencia de sus necesidades”.10
Desde comienzos del siglo xviii, la gestión territorial del arzobis-
pado de México se había enfrentado a una serie de problemas. Como ya
advirtió Rodolfo Aguirre, el incremento poblacional y los cambios cuali-
tativos en la composición social aceleraron los procesos de secularización
de las doctrinas y de división de los curatos en unidades más manejables,
al tiempo que se volvió a cuestionar la congregación de los indios disper-
sos en una única sede parroquial.11 En buena medida, tales circunstancias
devenían de la vasta extensión de la jurisdicción arzobispal y la desigual
distribución de sus habitantes. No era extraño que pueblos “distantes

 9 Reguera Rodríguez (2005, p. 345). Descripción geográfico-moral de la Diócesis de


Goathemala, hecha por su arzobispo, el Ilmo. Sr. don Pedro Cortés y Larraz, Guate-
mala, 1770, Archivo General de Indias, Guatemala, 948, n. 2.
10 Circular de Lorenzana a los párrocos, 29 de diciembre de 1766, Archivo Histórico
de la Arquidiócesis de México (en adelante, aham), Secretaría Arzobispal, Libros de
Visita, lib. 23-3, ff. 1r-1v.
11 Aguirre (2012 y 2014). Sobre el proceso secularizador, especialmente impulsado du-
rante la prelacía de Rubio y Salinas, véase Álvarez-Icaza Longoria (2015).

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diez, doce, catorce y más leguas” fuesen atendidos por un mismo cura,
con todas las consecuencias negativas que, a ojos de los poderes político y
religioso, ocasionaba el “dilatado intermedio que ofrecen semejantes dis-
tancias”. Para solventarlo, en 1764, Carlos III ordenó al arzobispo Rubio
y Salinas, predecesor de Lorenzana, proveer de ministros a las poblaciones
que, estando “a mayor distancia de quatro leguas de su cabecera, carezcan
de este tan preciso auxilio”.12 Sin embargo, aunque la cédula prevenía
los arbitrios necesarios para sufragarlo, el mandato apenas llegó a consu-
marse.13 Por un lado, debido a la inmediata muerte del prelado en 1765,
apenas unos meses después de dictarse la orden. No obstante, por otro
lado, el metropolitano ya había manifestado con anterioridad un parecer
contrario acerca de las causas del desgobierno parroquial, achacable a
la “monstruosa extensión de las parroquias”. En su opinión, tal circuns-
tancia “no procede de la distancia de los pueblos entre sí”, cuestión que
–según argumentaba– ya habían contemplado e intentado subsanar sus
antecesores en el cargo, sino que se debía a la “grande extensión” de las
“haciendas e ingenios de azúcar y otras granjerías […] de quatro, de diez,
de veinte, y más leguas, hasta ciento”. Puesto que dichos establecimientos
no sólo mantenían a los indios privados de libertad, sino que estaban
“agrupados a las parroquias sin regla que la mayor o menor inmedia-
ción”, por lo que se agravaba el distanciamiento de los fieles que moraban
en su interior respecto de su cura párroco.14
Aquel era el escenario al que se enfrentaba Lorenzana al iniciar su
mandato, si bien, para el prelado recién llegado, las distancias y las dificulta-
des del terreno no se presentaban como un obstáculo. Así, había anunciado
que comenzaría su visita pastoral “con el ánimo de penetrar hasta lo más re-
moto de este nuestro arzobispado y misiones más distantes en la Huasteca”.15
Con este fin, en los primeros días de su gobierno, requirió un informe sobre
el estado de todas sus parroquias. Con fecha de 14 de agosto de 1766, la

12 Taylor (1999, vol. i, pp. 107-108). Real cédula de 18 de octubre de 1764, Archivo Gene-
ral de la Nación de México (en adelante, agn), Reales Cédulas Originales, 85, exp. 99.
13 Aguirre (2012, p. 130).
14 Carta del arzobispo Rubio Salinas al rey, sobre extensión de los curatos y medidas
para su mejor administración, c. 1765. bcm, Papeles Varios, ms. 65, n. 3, f. 8r-8v.
15 Circular de Lorenzana a los párrocos, 29 de diciembre de 1766. aham, Secretaría
Arzobispal, Libros de Visita, lib. 23-3, ff. 1v.

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situación de las colaciones fue recopilada en el “Mapa de los curatos del


arzobispado de México”, un listado donde se anotaron las poblaciones, el
título de su iglesia de cabecera, la lengua de sus vecinos y el nombre de su
párroco.16 En primer término, alfabéticamente, se enumeraron los lugares
regentados por eclesiásticos seculares, sumando un total de ciento setenta
curatos y veintiocho auxiliares, contando siete parroquias en la capital.17
Seguidamente, se compilaron las feligresías del clero regular: dominicos, con
diez curatos y dos auxiliares; franciscanos, con quince doctrinas y veintiséis
auxiliares, y agustinos, con seis curatos y siete auxiliares. Aparte, se agre-
garon las veinticinco misiones administradas por los religiosos dominicos y
franciscanos en los márgenes territoriales de la archidiócesis, distinguiendo,
entre estos últimos, los observantes, los fernandinos (del Colegio de Propa-
ganda Fide de San Fernando, en la Ciudad de México) y los dieguinos (del
convento de San Diego, también en la capital). En total, más de doscientas
parroquias, de desiguales proporciones, repartidas en un espacio inmenso e
inabarcable que dificultaba su administración material y espiritual.18

pinturas de itinerarios

Con una información muy próxima a la declarada en el referido “Mapa de


los curatos del arzobispado de México”, actualmente se conocen tres versio-
nes de una pintura diagramática del arzobispado; esto es, la representación
de una abstracción espacial a modo de esquema. Las tres láminas están
compuestas de una forma semejante. Sobre una recreación paisajística del
territorio, se despliega un sucinto circuito de caminos y parroquias, que son
sintetizados respectivamente mediante tubos y círculos, en los cuales se se-
ñala su nombre y las abreviaturas referentes a su organización eclesiástica y

16 “Mapa de los curatos del arzobispado de México”, 14 de agosto de 1766. bcm, Pape-
les Varios, ms. 26, n. 9.
17 En 1766, las parroquias de la Ciudad de México se dividían entre las que correspon-
dían a españoles y aquellas reservadas a los indios. El clero secular regentaba, para los
primeros, las feligresías del Sagrario, San Miguel, Santa Catarina y Santa Vera Cruz y,
para los segundos, San Sebastián, Santa Cruz y Santa María la Redonda. Por su parte,
los curatos de naturales de San José y Santiago Tlatelolco estaban a cargo de los fran-
ciscanos y San Pablo, de los agustinos. Moreno de los Arcos (1992).
18 Zahino (1996, pp. 61-63).

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a la lengua de sus fieles.19 De manera particular, este diseño ofrece a quien lo


contempla una doble dimensión espacial: si, por un lado, se esquematizan
los recorridos con el apunte de las distancias entre cada pueblo, inscritas en
leguas en el interior de las líneas blancas que simbolizan las rutas, por otro
lado, pervive la representación figurativa de la naturaleza como soporte
de la representación.
Con ligeras variantes entre sí, las tres composiciones pictóricas
muestran el estado de las parroquias entre el final de la prelacía de Rubio
y Salinas y los primeros meses del gobierno de Lorenzana. Físicamente,
cada una de ellas es un óleo sobre lienzo, provisto de una vara de madera
en la parte inferior, sobre la que se enrollaba y guardaba en un estuche
cilíndrico –también de madera– prendido en el extremo superior, cualidad
que apunta a su naturaleza de mapas portátiles.20 Es muy probable que la
primera versión del diagrama se realizase justo antes o inmediatamente
tras la llegada de Lorenzana, si es que no fue elaborada en paralelo al
antedicho “Mapa de los curatos”, como síntesis visual de dicha relación
documental y, dado su carácter portable, como parte de los rudimentos
necesarios para iniciar la visita pastoral del arzobispo recién llegado.
El ejemplar más antiguo, y el que más se ajusta a lo descrito en el
sobredicho inventario, es una pintura en muy mal estado de conservación
custodiada en el Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán, México
(imagen 1).21 Entre sus particularidades, en primer lugar, se muestra como
fondo una recreación topográfica más elaborada y minuciosa que en las

19 En consonancia con lo recogido en el “Mapa de los curatos del arzobispado de Mé-


xico”, en la cartela inferior se explican las abreviaturas empleadas para señalar si las
parroquias son de castellanos, mexicanos, mazahuas, otomíes, tepehuas, huastecos o
totonacos; si están regidas por clérigos seculares o regulares (dominicos, agustinos
o franciscanos); si sirven como auxiliares o misiones y, en tal caso, si dependen de las
referidas órdenes religiosas y, específicamente, de los dieguinos o de los fernandinos.
Ha de advertirse que el grupo de los totonacos únicamente es señalado en la cartela, no
marcándose como tal ninguna población de la pintura ni del referido listado.
20 Stratton-Pruitt (2007, p. 392).
21 [Plano del Arzobispado de México], c. 1766. Museo Nacional del Virreinato (en ade-
lante, mnv), Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (en adelante,
inah), número de inventario 10-9386. El óleo tiene unas dimensiones de 123.5 x 171
cm. El mal estado de conservación del lienzo impide actualmente su consulta. Para este
trabajo nos hemos servido de la reproducción facilitada por el inah.

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Imagen 1. [Plano del Arzobispado de México], c. 1766. mnv, inah, inv. 10-9386

otras dos, la orografía se dibuja muy viva y acentuada, acercándose más


a la idea de una vista de paisaje. En segundo término, es el único de los
lienzos donde se jerarquizan las parroquias, pues se señalan con un bonete
negro las que servían como cabeceras, tal y como ocurre en el caso de Xo-
chimilco, Cuernavaca, Chalco, Tulancingo, Atocpan, Ixmiquilpan, Huicha-
pan, Villa de Cadereyta y la ciudad Querétaro. Como tercera característica,
en este ejemplar no se dibujan las iglesias auxiliares. Esto puede obser-
varse, por ejemplo, en el caso de la parroquia de Tlalnepantla, a la derecha
de la Ciudad de México, que aparece sin Atzcapotzaltongo ni Xilotzingo,
auxiliares que fueron agregadas en las sucesivas versiones del mapa. Por
último, ha de señalarse cómo la organización parroquial descrita en esta
pintura precede a las intervenciones territoriales de Lorenzana, lo que nos
permite datarla con relativa precisión. A diferencia de las otras dos imáge-
nes, en esta versión aún no se señala la división del curato de Achichipico,
que dicho prelado desmembró de la parroquia de Yecapixtla en 1766.22

22 Aguirre (2012, p. 133). Autos sobre la separación del curato de Ayacapixtla (Yeca-
pixtla) y erección del de Achichipico, 1766. agn, Bienes Nacionales, vol. 431, exp. 3.

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No obstante, sí aparece secularizada la feligresía de Tacubaya, que fue de


los dominicos, cuya exoneración ejecutó Rubio y Salinas en 1765.23
De las dos pinturas restantes, una se conserva al presente en el Mu-
seo Regional de Querétaro (imagen 2),24 mientras que la otra se exhibe en
la colección permanente del Museo Nacional del Virreinato (imagen 3).25
Este par de lienzos presenta una factura muy similar, salvo por diferencias
mínimas en la transcripción de los textos, la variación de los trazos o
la ubicación precisa de algunos elementos figurativos. El ejemplar custo-
diado en Querétaro ostenta señas de haber sido repintado, agregándosele
a posteriori las parroquias auxiliares no recogidas en la versión más an-
tigua. Por tanto, en un primer momento, esta pintura habría seguido más
de cerca al modelo original, si bien luego fue modificada. Verosímilmente,
dado su aspecto más cuidado y definitivo, la imagen expuesta en el Museo
Nacional del Virreinato sea una copia directa de la anterior.
A pesar de su tipología portátil, no es posible afirmar que alguno
de estos mapas, u otro ejemplar idéntico, fuese empleado por Lorenzana
durante su visita. Sin embargo, al igual que en el caso anterior, sí cabe la
certeza de que estos dos lienzos se realizaron antes de recabarse los infor-
mes de la inspección pastoral y que no fueron corregidos durante el desa-
rrollo de la misma ni una vez concluida la campaña en 1769. Esto puede
comprobarse al cotejar dichas representaciones con la relación textual que
resultó de la visita pues, por ejemplo, son numerosas las faltas de concor-
dancia entre el número de leguas que se asigna entre dos mismos pueblos.26
En este sentido, también se verifican algunos detalles que ayudan a datar
su confección, posterior a la referida división de Achichipico, en el mismo

En el “Mapa de los curatos del arzobispado de México” aparece Achichipico como


parroquia auxiliar de Yecapixtla, bcm, Papeles Varios, ms. 26, n. 9, f. 1r.
23 Álvarez-Icaza Longoria (2015, p. 147).
24 [Plano de los curatos de los arzobispados de México], c. 1766, mnv, en depósito en
el Museo Regional de Querétaro, inah, número de inventario 10-133667. Tiene unas
dimensiones de 130 x 190 cm. Una antigua fotografía de este mapa fue publicada en
Lombardo de Ruiz (1996, pp. 52-53).
25 [Plano del Arzobispado de México], c. 1766, mnv, inah, número de inventario 10-
54050. El lienzo mide 120.5 x 171 cm. Imagen reproducida y comentada en Stratton
(2007, pp. 392-393).
26 Libro de la visita pastoral del arzobispo Lorenzana, 1767-1769. aham, Secretaría Ar-
zobispal, Libros de Visita, lib. 23-3.

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Imagen 2. [Plano de los curatos de los arzobispados de México], c. 1766. mnv, en depósito
en el Museo Regional de Querétaro, inah, inv. 10-133667

Imagen 3. [Plano del Arzobispado de México], c. 1766. mnv, inah, inv. 10-54050

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año de 1766, y anterior a la secularización de la parroquia urbana de San


Pablo, consumada en 1767,27 que sigue establecida en los dibujos bajo la
dirección de los agustinos.
Es interesante el hecho de que las pinturas, aun siendo portátiles,
mantuviesen sus contenidos inalterados y que no se tenga noticia, tam-
poco, de ningún encargo o deseo de actualizarlas al concluir la visita.
Sospecho que, de una forma u otra, los diseños diagramáticos pudieron
–desde un primer momento– no satisfacer las necesidades de Lorenzana
y que, por tanto, optase por menospreciar su valor cartográfico. En con-
secuencia, dejando a un lado las pinturas, el prelado habría demandado
a José Antonio de Alzate la elaboración de un mapa mucho más conven-
cional de los territorios de su diócesis que, consiguientemente, vendría a
sustituir al modelo de representación abstracto empleado en los lienzos.
Así pues, la demanda y la construcción de nuevas imágenes las habría
provocado una valoración negativa –tanto funcional como gráfica– de los
materiales disponibles. Por este motivo, antes de analizar la cartografía
preparada por Alzate, es necesario ahondar en la hechura gráfica y en la
propuesta visual de las pinturas desdeñadas por el arzobispo.
Compositivamente, en los lienzos, el soporte de la representación
esquemática está planteado como un idealizado panorama que, de océano
a océano, muestra a grandes rasgos los caracteres orográficos de la archi-
diócesis de México. En las pinturas se perfilan las cadenas montañosas
señalando, con sus respectivas cartelas, donde “Empieza la Sierra Alta”,
“Empieza la Sierra Vaxa” y el “Ramo de la Sierra”, también algunos ríos,
específicamente con su nombre, el “Río Verde”, los peñoles de Baños y
“de la Marquesa”, así como los principales lagos, Xochimilco, Atenco,
Zumpango, San Cristóbal, Xaltocan, Metztitlán y Texcoco, al que se le
agrega la noticia de que “tiene el vazo 16 leguas de voz y 5 de atravesia”.
Completando la vista, junto a representaciones arbóreas más o menos
abundantes según la naturaleza del terreno, se dibujan numerosas edifi-
caciones con forma de casa o de iglesia que, a modo de icono, aluden a
las poblaciones. Además de los rótulos que marcan los puntos cardina-
les, otros letreros sirven para confinar los límites de la circunscripción.

27 Álvarez-Icaza Longoria (2015, p. 161).

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En el extremo izquierdo, donde se apunta el sur, se emplazan Puebla y


Valladolid, mientras que al poniente, encerrados en dos círculos, aparecen
Michoacán y Guadalajara. En la esquina inferior derecha se lee donde
“Empieza la Huasteca” y en su extremo superior una alusión mítica para
entonces superada: “Aquí comienza la gentilidad hacia la Gran Quivira”.28
No obstante, todo el protagonismo compositivo recae en el sistema
gráfico de parroquias construido para orientar los desplazamientos. Los
círculos están distribuidos en el espacio y enlazados entre sí mediante una
red tubular que parte de un gran nodo establecido en “La Imperial Ciudad
de México”, en el centro izquierdo del cuadro. Los conectores adoptan
formas más o menos rectas y equilibradas. Como un mapa de metro actual,
el diagrama de las localizaciones sacrifica la precisión geográfica en aras de
una mayor economía visual. En este caso, las irregularidades geográficas
son compensadas con el señalamiento de las leguas entre una localidad y
otra. Como hiciese Harry Beck al concebir el plano del metro de Londres
en 1931, el autor del diseño amplió la sección central –la más compleja y
poblada, donde se sitúa la capital– y redujo la distancia aparente entre los
puntos más alejados.29 Con este efecto de espejo convexo, se logra mayor
orden y claridad de lectura, al tiempo que, funcionalmente, se racionaliza la
expresión de la orientación y facilita su memorización por parte del usuario.
La antedicha superposición de espacialidades, esto es, la de la visión
paisajística y la del croquis, acentúa la contingencia geográfica como es-
tructura donde se desarrolla el lugar del arzobispado. Una vez expandida
la inmensidad, el diagrama de las rutas se revela como estructura venosa
que articula el territorio y lo dota de significado. El caminar, aquella “tác-
tica” creativa de la que hablase De Certeau como “proceso de apropiación
del sistema topográfico”,30 se constituye en la estrategia fundamental de
producción del lugar a través de los recorridos. Salvo el doble anillo que
encierra a la Ciudad de México (distinguiendo gráficamente las parro-

28 Desde la segunda mitad del siglo xvi, gracias a las relaciones de Vázquez de Coronado y
fray Marcos de Niza, el mito de la ciudad de la Gran Quivira, “que tiene rey, que es muy
grande y populosa” –como escribió Nicolás de Cardona en 1632– , quedó establecido
en el imaginario cartográfico en el difuso septentrión de la Nueva España. Gil (1989,
pp. 80-82, 153).
29 Garland (1994).
30 De Certeau (2000, pp. 109-110).

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quias estrictamente urbanas de sus auxiliares que rebosan los contornos),


no hay ruptura ni corte entre la mayoría de los círculos y los caminos,
haciendo visualmente fluido el paso de un punto a otro. La representación
visual de este “espacio producido”, siguiendo a Henri Lefebvre, “surge de
una práctica y es elaborado mediante la formalización, la aplicación de
un orden lógico”,31 puesto que remite al ámbito de la experiencia, pero
también al de la proyección futura de nuevos viajes. Así pues, el énfasis
en los caminos como canales de comunicación alude tanto a las prácticas
como a las posibilidades de administración y control parroquial, es decir,
las dificultades inherentes al desplazamiento, esencialmente, las distancias
y el tiempo requerido. En este sentido, las rupturas en la continuidad de la
red viaria resaltan visualmente la incomunicación y el aislamiento de cier-
tas áreas. Así ocurre, en las dos versiones más tardías del lienzo, en el caso
de las misiones de la Sierra Gorda (Pacula, Landa, Xalpan, etcétera), en el
extremo superior derecho de la imagen, así como en el valle del río Ama-
tzinac (Jonacatepec, Zacualpan, Tleyecac, etcétera), en el costado opuesto,
donde se muestran –sin conexión con el gran tejido de parroquias– las dos
breves hileras que conforman dichas regiones.
A pesar de su aparente modernidad, esta cartografía de itinerarios no
era novedosa. Prácticamente un siglo antes, en 1677, John Adams (1650-
1738) publicó su mapa “Angliae totius tabula cum distantiis notioribus
in itinerantium usum accommodata”, literalmente, “una carta de toda
Inglaterra con las distancias más importantes, dispuestas para uso de los
viajeros” (imagen 4).32 El diseño, con gran popularidad y numerosas re-
ediciones durante las sucesivas décadas, fue concebido por el abogado
Adams con fines meramente prácticos y mercantiles. La longitud de los
trayectos se inscribía en pequeños anillos en medio de la recta que unía
dos poblaciones. El éxito de la imagen radicaba no tanto en su capacidad
de mostrar la totalidad de las ciudades y las múltiples vías practicables,
sino en resolver de un vistazo el cálculo de las distancias entre los lugares.33

31 Lefebvre (2013, p. 135).


32 John Adams, “Angliae Totius Tabula cum Distantijs notioribus in Itinerantium usum
accommodate”, Inglaterra, 1679. Puede consultarse una imagen en alta resolución
en http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b5966977t/, Bibliothèque Nationale de France,
Département Cartes et Plans, CPL GE DD-2987 (1968 B).
33 Delano-Smith (2006, pp. 59-60), Thrower (1972, pp. 23-25).

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Imagen 4. Detalle de “Angliae totius tabula”

Como estrategia de análisis, es plausible comparar las críticas que recibió


este mapa y la evolución gráfica que desarrolló en versiones posteriores
con el aspecto de las pinturas del arzobispado, arrojando luz sobre las
posibles carencias que pudo apreciar Lorenzana.
En “Angliae totius tabula”, las ciudades no sólo están más o menos
bien ubicadas, sino que se jerarquizan por el tamaño y el aspecto de la
forma geométrica que las identifica. Al contrario ocurre en el caso de las
pinturas (salvo en la versión con los bonetes marcando las cabeceras),
donde todas las localizaciones, sea cual sea su rango, aparecen homoge-
neizadas en círculos idénticos. El emplazamiento aproximado de los lu-
gares, que el autor inglés logra al enmarcar sus recorridos dentro de una
proyección cartográfica ortogonal, es imposible emularlo sobre cualquiera
de los lienzos novohispanos, cuyo soporte es una composición comple-
tamente figurativa, próxima a la pintura de paisaje.34 Sin embargo, los
detractores de la primera versión de “Angliae totius tabula” se focalizaron
en su acusado carácter sintético. En coherencia con la deseada claridad

34 No obstante, reforzando esta idea, en los márgenes laterales de “Angliae totius tabula”
se expresa un largo listado emplazando correctamente en longitud y latitud cada una
de las localizaciones.

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visual, Adams apenas precisó detalles orográficos, unos pocos ríos y esca-
sas fronteras internas que, en reelaboraciones posteriores, serían aumen-
tados.35 Probablemente, aquella “deficiencia” pudo también ser observada
en las imágenes del arzobispado, en donde la geografía se expresa como
una recreación alegórica: no se trazan los límites territoriales de las cir-
cunscripciones parroquiales ni municipales ni, mucho menos, se señalan
las haciendas o las pequeñas poblaciones dependientes de cada vicaría. No
obstante, la gran ventaja del mapa británico es que, por su propia matriz
ptolemaica, despliega una amplia posibilidad de movimientos, y más pre-
cisos, que los ofrecidos en las pinturas. En la carta de Adams, desde cada
localización es posible escoger diversos caminos en múltiples direcciones.
En las pinturas, sin embargo, predomina la imposición de un desplaza-
miento lineal, de punto a punto, salvo en las contadas ocasiones en las que
una localidad sirve de nexo entre varios sistemas viarios, meramente como
un cruce de caminos. En este sentido, la representación geográfica dada en
las pinturas no sólo restringía el acceso a una información topográfica y
de ubicación más o menos precisas, sino que además limitaba las opciones
reales de circulación sobre el territorio, condicionando a una sola vía la
planificación de tiempos e itinerarios.

el mapa “muy malo” que usó humboldt

En este horizonte de dudas y carencias pudo Lorenzana haber interpretado


las pinturas diagramáticas de su territorio. De manera que, tras dejarlas a
un lado, encomendase a José Antonio de Alzate en los primeros meses de
su gobierno nuevos mapas que reflejasen la “verdadera” forma del arzobis-
pado. En su haber intelectual, el prelado traía un conocimiento crítico de las
características formales y técnicas de la cartografía. Además de al prolífico
Benito Feijoo, durante sus años de formación Lorenzana había leído al
erudito benedictino Martín Sarmiento, inquieto también por la geografía,
la discusión de los mapas y ávido de un conocimiento enciclopédico del
mundo.36 En no pocas páginas, por ejemplo, de su Demostración crítico-
apologética, Sarmiento había abordado la apariencia, los contenidos y la

35 Thrower (1972, pp. 24-25).


36 Sierra Nava-Lasa (1975, pp. 27-31), Reguera Rodríguez (2005, pp. 333-336).

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utilidad de los mapas de su tiempo, entre otros, de los publicados por los
jesuitas en las Cartas edificantes.37
Alzate debió empezar a trabajar con el arzobispo hacia 1767, año en el
que le dedicó el referido “Nuevo mapa geographico de la America Septentrio-
nal Española” y fecha en la que ya se encontraba reconociendo las parroquias
de la capital, con el objetivo de plantear una nueva distribución territorial.38
Sin ofrecer una data precisa de inicio o conclusión de su labor, cuenta el
bachiller en su relación de méritos y servicios cómo, en cumplimiento del
encargo episcopal, dispuso una carta de la archidiócesis: un “mapa puntual,
auxiliado únicamente de las pesadísimas fatigas o de combinar las situa-
ciones locales, con noticias privadas, venciendo la dificultad de concordar
multitud de informes, de sujetos del todo ignorantes en la geografía”.39 La
versión más antigua que conocemos de aquel “Mapa geográfico del arzobis-
pado de México” es la pequeña copia manuscrita con la que daba comienzo
el referido Atlas eclesiástico, firmado por Alzate en 1767 (imagen 5).40
Si damos por válida la referencia que aporta Alexander von Humboldt en
su Essai politique, el geógrafo alemán debió de consultar un ejemplar fe-
chado en 1772 donde, no obstante, se aludía a un modelo previo de 1768:
“Mapa del arzobispado de México, por don José Antonio de Alzate, carte
manuscrite dressée en 1768, revue par l’auteur en 1772”.41 También de 1772,
aunque posiblemente sea una copia ligeramente posterior, es el mapa –con
idéntico título– conservado en la John Carter Brown Library (imagen 6).42

37 Reguera Rodríguez (2006, pp. 164-177).


38 Alzate y Ramírez (1985, p. 31), Moreno de los Arcos (1980, p. 26).
39 Alzate y Ramírez (1985, p. 142).
40 Atlas..., s/p. El mapa viene plegado y mide 42 x 26 cm. En la cartela con el título se
agrega que fue hecho “Por el B. D. J. A. A. R.” (Bachiller don José Antonio de Alzate y
Ramírez).
41 “Carta manuscrita, dibujada en 1768, revisada por el autor en 1772”. Humboldt
(1811, t. i, p. 97).
42 José Antonio de Alzate, “Mapa geográfico del arzobispado de México”, México,
1772. John Carter Brown Library (en adelante, jcb), Map Collection, roll Ee772 /2
Ms. El mapa tiene unas dimensiones de 112 x 78 cm. Fue subastado el 26 de enero
de 2013 por la casa Louis C. Morton en la Ciudad de México (subasta 660, lote 25)
por un importe final de 49 000 pesos mexicanos. http://auction.mortonsubastas.com/
sp-auction-lot-detail/Alzate,-Jos&233;-Antonio.-Mapa-Geogr&225;fico-del-Arzobi
sp&salelot=660+++++++25+&refno=++275519 [consultado el 5 de junio de 2017].

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Imagen 5. “Mapa geográfico del arzobispado de México” en el Atlas eclesiástico

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Imagen 6. “Mapa geográfico del arzobispado de México por don José Antonio Alzate, año de
1772”, jcb, Map Collection, roll Ee772 /2 Ms.

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Al cotejar las dos láminas conocidas, se revela cómo ambas están


basadas en un prototipo común. Tanto el pequeño e impreciso mapa del
Atlas como la gran carta de 1772 presentan una acotación geográfica muy
similar, ajustando el territorio del arzobispado a la extensión del soporte.
Ambos mapas reproducen la rosa de los vientos en un mismo sitio y, aun-
que tienen un tamaño muy diferente, traen indicada una barra de escala
similar, “17 leguas y media en un grado”, como correspondencia entre la
regla y las medidas terrestres dibujadas en el mapa. Por último, respecto
de la cartela, aunque el último ejemplar la muestra muy desarrollada en el
extremo inferior derecho, en la esquina superior izquierda se presenta un
espacio en blanco ligeramente perfilado, sin color ni representaciones oro-
gráficas, en el mismo lugar donde está el cartucho con el título en la hoja
del Atlas. Con todo y con eso, las dos imágenes se diferencian por la disímil
correspondencia en la distribución de las coordenadas, pautadas en ambos
casos respecto del meridiano de la isla de El Hierro.
El mapa de 1767 comprende, aproximadamente, entre los 16° 50’ y
23° 10’ de latitud norte y los 273° 10’ oeste y 276° 50’ este de longitud,
ubicando la Ciudad de México a una altura alrededor de los 275°, posición
en la que tradicionalmente se había calculado la capital del virreinato.43
Aquel emplazamiento es semejante al que Alzate dispuso, en aquel mismo
año, en el antedicho “Nuevo mapa geographico de la América Septentrio-
nal Española”, así como en el “Plano de la Nueva España” con los viajes
de Hernán Cortés que ilustró la citada Historia que editó Lorenzana.44
Unas coordenadas, por cierto, muy cercanas a los 275° 40’ de longitud,
respecto del meridiano de El Hierro, que informó a la Academia Real de
Ciencias de París en 1770.45

43 Alzate y Ramírez (1831a, pp. 125-126).


44 Cortés (1981, vol. i).
45 Cuando la Academia Real de las Ciencias de París imprimió el “Nuevo Mapa Geo-
graphico de la America Septentrional” que en 1768 Alzate había dedicado a sus
miembros, se modificaron las posiciones que inicialmente éste había facilitado. Sus
coordenadas se reemplazaron por otras nuevas, calculadas a partir de los reportes
del viaje de Jean Chappe d’Auteroche, quien viajó a México en 1769 para observar el
tránsito de Venus. En el mapa, aparecido en París hacia 1775, se conservaron en una
nota las estimaciones originales de Alzate frente a las más recientes. Alzate y Ramírez
(1831d, pp. 59-60); Antochiw (2003, pp. 78-79); Bernabéu (1998).

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Por su parte, la carta de 1772 incorpora sustanciales modificaciones


en el cómputo de las coordenadas, consecuencia de las nuevas estimacio-
nes realizadas por Alzate tras la observación de varios fenómenos celestes
acaecidos en 1769, el tránsito de los planetas Venus y Mercurio frente al
disco solar y un eclipse de luna.46 Cálculos que permitieron corregir la
longitud que “en los mapas se suponía más occidental de cuatro y medio
grados”.47 Así pues, el diseño de la John Carter Brown Library abarca
aproximadamente desde los 277° 30’ oeste hasta los 281° 30’ este de lon-
gitud, manteniendo no obstante una latitud muy semejante al mapa ante-
rior, entre los 16° 30’ y 23° 30’ norte. Con dichas variaciones, la longitud
de la Ciudad de México quedó fijada en torno a los 279° 30’ y su altura
en los 19° 25’. Una renovada posición de la urbe que Alzate incorporaría
a su “Plano geográfico de la mayor parte de la América Septentrional Es-
pañola”, firmado en 1775.48 Sin reparar en los aportes de otros científicos,
de los cuales se había servido, el bachiller no dudaría en atribuirse un
mérito exclusivo en la corrección de las referencias geográficas: “Ya en los
mapas recientes, aunque con algunas pequeñas variedades, se establecen
la longitud, y latitud de México, y por congruencia las de las costas de
Nueva España, reguladas a mis observaciones, las que tiene adoptadas la
Real Academia de las Ciencias de París”.49
Sin embargo, a pesar de las actualizaciones, a Alzate nunca termina-
ron de satisfacerle ni un mapa ni otro de la archidiócesis. En las primeras
páginas de su Atlas escribió que “El Mapa general que se halla a la frente,
no dudo tenga sus defectos, pero puede a lo menos servir para conocer
la respectiva situación del Arzobispado”.50 Con sorprendente modestia, a
finales de 1772, en su ensayo titulado “Estado de la geografía de la Nueva
España”, reconocía no recomendar sus cartas de la diócesis como parte de

46 Moreno Corral (2013).


47 Alzate y Ramírez (1831b, p. 194, n. 1). Sobre la obra periódica de Alzate titulada Ob-
servaciones sobre la física, historia natural y artes útiles, aparecida entre 1787 y 1788,
donde publicó y anotó la traducción del discurso de Bernard le Bovier de Fontenelle
en la Real Academia de las Ciencias de París en 1699, al cual se refiere esta cita, véase
Clark (2009, pp. 155-157).
48 José Antonio de Alzate, “Plano geográfico de la mayor parte de la América Septentrio-
nal Española”, México, 1775. MN, 7-A-9. Antochiw (2003, pp. 79-80).
49 J. A. Alzate y Ramírez (1831b, p. 194, n. 1).
50 Atlas…, “Advertencia”, s/p.

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los materiales “para facilitar la perfección de la geografía” novohispana:


“No estoy tan poseído de la arrogancia que entre éstos enumere el general
del reino y particular del arzobispado que tengo ejecutados, me falta lo
más principal para darles la perfección posible”.51 Alzate era consciente
de que la función primordial de sus imágenes era ilustrar y proporcionar
una idea general del territorio, pues “la geografía es ciencia que sólo entra
por los ojos”.52
La constante evaluación y crítica a la que Alzate sometió sus pro-
pios mapas, la confrontación entre lo que se quiere y lo que se puede ver
representado en ellos, lo obligaba a expresar implícitamente el contexto
práctico y visual en el que nacían sus imágenes del territorio arzobispal. Al
haberse formado sus cartas a partir del decidido abandono de las pinturas
diagramáticas, quizás como contestación o justificación frente a las capa-
cidades denotativas inherentes a los diseños desechados, Alzate redactó
una extensa e inusual nota acerca de las distancias que recogió en su más
reciente “Mapa geográfico del arzobispado de México”. Y es que, a pesar
de todo, su nuevo dibujo no lograba expresar –ni con precisión ni conci-
sión– las relaciones de recorrido que sí se manifestaban en unos grandes
esquemas cuyo espacio se había organizado en función de las leguas de
camino entre los distintos pueblos:

En él [“Mapa geográfico del arzobispado de México”] se fijan las


poblaciones en sus respectivos rumbos, sin atender al número de las
leguas caminadas, en que hay notable variedad, por lo que el pitipié
debe entenderse de las verdaderas distancias, ni es posible ejecutarlo
de otro modo por la tortuosidad de los caminos, y asperezas del te-
rreno que aumentan las distancias: por ejemplo, entre Zacualtipán y
Santa Ana Tianguistengo, la distancia verdadera no llega a tres,
y para ir de pueblo a pueblo, se necesita un día entero; si se colocaran
estos dos lugares según lo caminado, ya quedaban en desproporción
con las poblaciones laterales, y era una confusión indiscernible.53

51 Alzate y Ramírez (1831a, p. 129).


52 Alzate y Ramírez (1831d, p. 59).
53 José Antonio de Alzate, “Mapa geográfico del arzobispado de México”, jcb, Map
Collection, roll Ee772 /2 Ms.

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Pequeñas diferencias respecto de este último mapa debió presentar


un tercer ejemplar que manejó Humboldt durante su estancia en México,
el cual, a su juicio, era “muy malo” al menos para la parte que él ha-
bía recorrido: “carte […] très-mauvaise, du moins pour la partie que j’ai
parcourue”.54 Según el geógrafo alemán, aquella versión de 1772 se la ha-
bía regalado –junto a otra carta de Velázquez de León–55 el padre filipense
José Antonio Pichardo, autor de un tratado sobre los límites de Luisiana y
Texas y de una biografía del santo mexicano Felipe de Jesús. No podemos
saber si dicha lámina era un original o una de las múltiples copias de mate-
riales cartográficos que realizó Pichardo a lo largo de su vida,56 ni tampoco
si, de ser una reproducción, habría sido retocada por el religioso. A ojos de
Humboldt, las dos “curiosas” cartas que había recibido de Pichardo pre-
sentaban “la situación de muchos enclaves de minas notables”,57 una in-
teresante característica que particularizó al tratar puntualmente del mapa
del arzobispado.58 No obstante, este apunte mineralógico no aparece reco-
gido en las imágenes que conocemos. En cambio, el “Mapa geográfico del
arzobispado de México” aporta una información climática sobre la que
nada escribió el sabio alemán: junto a cada población, un icono marca
su temperamento, clasificado en caliente, muy caliente, templado, frío y
muy frío. Un intento de clasificación meteorológica de los territorios por
el que, en numerosas ocasiones, se había interesado Alzate, especialmente
al tratar de los cultivos y la vegetación de las distintas partes de Nueva
España. En ese sentido, en la cartela del mapa, el bachiller también explicó
el origen de tan amplia variabilidad atmosférica:

La causa física de los temperamentos templados y fríos del Arzobis-


pado, no obstante de hallarse comprendido todo él en la Zona Tórri-
da, es la grande elevación que gozan dichos territorios, respecto de
las riveras del mar. De las operaciones que tengo ejecutadas en esta

54 Humboldt (1811, t. i, p. 97).


55 Sobre el matemático y astrónomo novohispano Joaquín Velázquez de León (1732-
1786), véase Moreno de los Arcos (1977, pp. 21-44).
56 Burrus (1959, p. 71).
57 Humboldt (1811, t. i, pp. 99-100).
58 “On y trouve indiqués quelques endroits de mines qui intéressent le minéralogiste”,
Humboldt (1811, t. i, p. 97).

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ciudad resulta, que su terreno está elevado 1543 toesas o 2650 varas
mexicanas, que corresponden a 21 pulgadas 5 líneas de la elevación
media del mercurio en el barómetro.59

Con todo, a efectos de la administración de la archidiócesis, poco


más que una visión de conjunto podía aportar una carta general como
esta. Dado que tan sólo se apuntan algunos de los principales ríos y se
omite el trazado de los caminos, difícilmente sería útil para desplazarse,
comprobar las distancias (en la manera en que sí, aunque parcialmente,
se había logrado con los diagramas) o analizar las verdaderas dificultades
del terreno. El diseño de los mapas de la jurisdicción del arzobispo no
daba pauta para afrontar los problemas pastorales más acuciantes, pues
únicamente se mostraban las cabeceras y algunas vicarías, sin determinar
los límites de los curatos, las poblaciones adscritas o la localización de las
haciendas.
Toda esta información, no facilitada en los mapas de Alzate, era
fundamental si lo que se perseguía era una reorganización racional de la
diócesis. Y es que, para dar cumplimiento a lo ordenado por la Corona
en 1769, en el llamado Tomo Regio, era imprescindible controlar las le-
guas de separación y la cantidad de iglesias dependientes de cada colación:
“Que se dividan las parroquias donde su distancia, o número, lo pida para
la mejor asistencia y administración de sacramentos de los fieles”.60 De
hecho, todavía en 1771, en las sesiones del IV Concilio Provincial de la
Iglesia de México, más de un clérigo pensaba que el arzobispado de Mé-
xico “está en muchas partes despernancado y era necesario fundirlo de
nuevo, uniendo algunos curatos que están muy inmediatos y son muy po-
bres y dividiendo otros que tienen los pueblos muy separados”.61 Así pues,
aunque cumplía con los requisitos mínimos de la cartografía científica de

59 José Antonio de Alzate, “Mapa geográfico del arzobispado de México”, jcb, Map
Collection, roll Ee772 /2 Ms.
60 Real cédula de Carlos III a los arzobispos de Nueva España y de Filipinas, conocida
como Tomo Regio, San Ildefonso, 21 de agosto de 1769. Reproducida en Zahino
(1999, pp. 49-53).
61 “Extracto compendioso de las actas del Concilio IV Provincial Mexicano, hecho y
apuntado diariamente por uno de los que asistieron a él”, sesión del 23 de julio de
1771, transcrito en Zahino (1999, p. 470).

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su tiempo, sin embargo, como compendio visual útil para la reflexión y la


resolución de las problemáticas espaciales, el “Mapa geográfico del Arzo-
bispado de México” aún dejaba mucho que desear.

el atlas de alzate

Entre los documentos que el arzobispo Lorenzana se llevó a Toledo cuando


tomó posesión de la sede primada de España se encuentra el referido ma-
nuscrito Atlas eclesiástico del Arzobispado de México que encargó a José
Antonio de Alzate. Además del sobredicho mapa general firmado por el
bachiller, el volumen comprende una colección de ciento noventa croquis
de los “curatos con sus vicarías y lugares dependientes”, organizada en
setenta y cuatro láminas.62 Los diseños, coloreados en aguada, son muy
disímiles entre sí. En algunos casos sólo se indica el nombre de la localidad,
si bien suele venir acompañado del icono de una iglesia. Como ha señalado
Dorothy Tank, al ser el edificio más importante, tanto en los mapas hechos
por indios como en los elaborados por agrimensores españoles, la iglesia
se representaba como símbolo del pueblo.63 En la mayoría de los casos, la
representación emula una vista de paisaje más o menos sencilla, con los
rasgos geográficos estandarizados y pocas veces identificables, donde se ubi-
can las poblaciones y ocasionalmente algún elemento individualizador del
entorno, como una fuente, un puente o una montaña en particular. Como
complemento de los mapas generales ya analizados, estas imágenes aportan
una rica y valiosa información, pues establecen relaciones espaciales hacia
el interior de cada curato: bajo el nombre del pueblo o trazando una línea
punteada a modo de camino se designan las leguas de distancia entre cada
lugar y su cabecera correspondiente (imagen 7).
Los bosquejos, carentes de indicación de coordenadas y no siempre
orientados con el norte en la parte superior, no son válidos para ubicar

62 La organización de la obra es similar a la de otros atlas: en las primeras páginas se


presentan mapas generales, tras los que siguen las cartas particulares y, por último, los
índices. En este caso, al final se agregan seis páginas con el “Indice alphabetico de
los curatos y vicarias”. El volumen se abre con una anteportada barroca, con decora-
ción vegetal, que enmarca el blasón de Lorenzana. El escudo está sostenido por dos
ángeles tenantes que portan las borlas del capelo color verde, propio de arzobispo.
63 Tanck de Estrada (2005, p. 39).

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Imagen 7. Atlas…, “Curato del Señor San Joseph”, lám. 1. Biblioteca de Castilla-La Mancha,
Colección Borbón Lorenzana, ms. 366

las localidades en posiciones geográficas absolutas ni tampoco relativas


respecto de otros curatos. El propio Alzate lo reconocía y se excusaba
argumentado que “no se ha seguido escrupulosa situación geographica,
por evitar el continuo manejo del compás”.64 Si el usuario requería esa
información, debía remitirse continuamente al vago “Mapa geográfico del
Arzobispado de México”, emplazado en las primeras páginas del Atlas.
Sin embargo, ni con uno ni con otro instrumento se lograba averiguar
cuáles eran los límites o la extensión de un curato, ni cuáles eran o a qué
distancia se situaban las circunscripciones colindantes. Son excepciona-
les los croquis que ponen en relación varias unidades parroquiales en un
mismo diseño, como es el caso de la lámina de Otumba y Axapusco (ima-
gen 8), o aquellas que marcan las lindes de las haciendas y vicarías, como

64 Atlas…, “Curato de Señor San Joseph”, lámina 1.

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Imagen 8. Atlas…, “Curatos de Otumba y Axapusco”, lám. 18. Biblioteca de Castilla-La Mancha,
Colección Borbón Lorenzana, ms. 366

Tlalnepantla (imagen 9). En el mejor de los casos, una línea bastante difusa
servía parcialmente como demarcación de las fronteras en los márgenes
de la colación. Así, a pesar de solucionar algunas de las insuficiencias ob-
servadas en las cartografías anteriores, este conjunto de imágenes seguía
siendo ineficaz para proyectar una redistribución parroquial coherente.
La expresión gráfica de los curatos como entes aislados, encerrados en su
respectivo marco, dificultaba una visión de conjunto y condicionaba una
reforma parcial que sólo miraría hacia dentro de cada adscripción. Un
problema que, de manera muy similar, fue advertido en las sesiones del IV
Concilio a consecuencia de la práctica cum onere divisionis,65 pues habría
que plantear el fraccionamiento o agrupamiento de las poblaciones no
sólo en relación con otras parroquias próximas, sino hacerlo a un mismo
tiempo y no cuando quedase vacante alguna de éstas:

65 El fraccionamiento de parroquias cum onere divisionis significaba que éste se realiza-


ría en un momento futuro, cuando fuese posible, ya sea por defunción o cese de un
párroco. La institución eclesiástica quedaba comprometida “con la obligación de lle-
var a cabo la división”.

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Imagen 9. Atlas…, “Curato de Tlalnepantla”, lám. 4. Biblioteca de Castilla-La Mancha, Colección


Borbón Lorenzana, ms. 366

Dos curatos vecinos, que ambos son pingües cada uno por el mismo
viento dos a cuatro pueblos pobres muy distantes de la cabecera y es
necesario o conveniente dividirlos para la buena administración de
los feligreses. Para que se haga una división justa, es necesario que se
haga un curato de aquellos pueblos de los dos, lo cual no se hace ni
se podría hacer, si sólo está vacante o cum onere divisionis el uno de
los dos. De los dos curatos, se debían hacer tres para que quedasen
útiles o por lo menos llevaderos.66

Son pocas las noticias que tenemos acerca del proceso de ejecución de
esta obra. Según el título, el Atlas fue “dispuesto de orden” del arzobispo
Lorenzana. Años después, el propio Alzate explicaría, en su relación de

66 “Extracto compendioso de las actas del Concilio IV Provincial Mexicano, hecho y


apuntado diariamente por uno de los que asistieron a él”, sesión del 23 de julio de
1771, transcrito en Zahino (1999, p. 469).

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méritos y servicios, cómo los “gastos de escribiente y dibujante, sufrí de mis


haberes”.67 Por la nota con la que cierra la página inicial de “Advertencia”,
se deduce la participación de una segunda mano que, quizás, transcribiese
o pasase en limpio una primera versión del trabajo, pues alega el bachiller
que “no siendo posible estar al presente a la copia del Atlas no tengo culpa
en las faltas orthográphicas”.68
Probablemente, la idea de recopilar mapas particulares de los cu-
ratos se empezase a gestar al tiempo de planearse la visita pastoral a la
archidiócesis. No obstante, como advertimos en la cartografía precedente,
es difícil afirmar que este instrumento fuese empleado por Lorenzana du-
rante su periplo. Por su hechura, cuidada elaboración y fina decoración,
el Atlas responde más a las características de un objeto de lujo que a un
instrumento de trabajo. Si alguna vez fue pensado como una herramienta
autorizada, sobre la que discernir intervenciones territoriales, lo cierto
es que muy tempranamente dejó de utilizarse. El cotejo de las distancias
y el nomenclátor de los pueblos ofrecidos en el libro de la visita y en
el Atlas muestra cómo éste no fue modificado a la luz de las más recientes
averiguaciones. De hecho, analizando las escasas adiciones y reescrituras
que incorpora el Atlas, apenas se observan algunas correcciones aisladas
o cambios muy puntuales no relacionados con la visita. Tal es el caso
de la incorporación de la palabra “cabecera” junto al referido pueblo de
Achichipico, en la lámina correspondiente al curato de Yecapixtla, del que
fue desgajado en 1766, y al que inicialmente ya se le había incorporado
la nota de que estaba a “2 leguas de mal camino a la cabecera” (imagen
10).69 Ya fuese por falta de tiempo o de información, las últimas hojas del
volumen se dejaron inacabadas en el momento de la entrega. Tampoco se
actuó sobre ellas cuando, por ejemplo, tras un largo expediente, Loren-
zana decidiese erigir en 1769 la nueva parroquia de Amanalco, dividiendo
el curato de Zinacantepec.70

67 Alzate y Ramírez (1985, p. 142).


68 Atlas…, “Advertencia”, s/p.
69 Atlas…, “Curato de Yecapixtla”, lámina 23, n. 1.
70 Álvarez-Icaza Longoria (2015, pp. 172-175). En la lámina 74 del Atlas…, donde se
emplaza el curato de Zinacantepec, éste es representado únicamente mediante su to-
pónimo, sin iconos ni coloración.

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Ajustado al poco tiempo que tardó José Antonio de Alzate en preparar


su Atlas, lo más verosímil es que se apoyase fundamentalmente en materia-
les cartográficos y textuales ya existentes pues, como afirma, “el presente
Atlas ha sido construido con las noticias que se han podido adquirir por
hallarse tan poco escrito de este reino”.71 Entre dichas fuentes, estarían al-
gunos levantamientos y registros eclesiásticos, como los “dos mapas que
se guardan en la contaduría de la Santa Iglesia Catedral, de los curatos de
Tampamolón, Tancanhuitz y misiones de Tampico”, que cita el presbítero
como ejemplo de recurso cartográfico en su “Estado de la geografía”, ma-
pas que, verdaderamente, presentan en el Atlas una factura muy disímil res-
pecto de los demás diseños (imágenes 11 y 12).72 Por otro lado, el bachiller
se serviría de obras impresas, a cuyos autores no dudaría en criticar en la
“Advertencia” del Atlas, como forma de justificar y contextualizar las posi-
bles insuficiencias de su obra:

Pueden faltar algunos lugares, siendo tan difícil de adquirir noticia


de la situación de los lugares que Betancur en su Theatro mexicano73
advierte, que aun con las patentes de sus superiores no había conse-
guido noticia individual de los curatos que poseían los de su orden;
lo mismo advierte Villaseñor en su Theatro americano,74 no obstante
de haber conseguido decreto del virrey que entonces gobernaba para
que se le informase por los alcaldes mayores respectivamente a las
jurisdicciones que gobernaban, por lo que no afianzo el éxito en todo
lo que concierne al Atlas, por lo que yo mismo hago crítica de la obra
refiriendo los dos lugares tan sabidos de Marcial y Oven.75

71 Atlas…, “Advertencia”, s/p.


72 Alzate y Ramírez (1831a, p. 127, n. 1). Atlas…, “Curato de Tampamolon” y “Curato
de Tancanhuic” y “Curato de Coscatlán” y “Misiones de Tampico”, láminas 50 y 51.
73 Fray Agustín de Betancur o Vetancur (1620-c. 1700), religioso franciscano, cronista de
la provincia del Santo Evangelio de México, fue autor del Teatro mexicano, impreso
en 1698, un compendio de historia natural, política, militar y religiosa de México. En
su cuarta parte ofrece un catálogo de las doctrinas franciscanas, indicando su ubica-
ción, distancias y pueblos dependientes de ellas.
74 El erudito novohispano José Antonio de Villaseñor y Sánchez vivió en la Ciudad de
México a mediados del siglo xviii. Entre otros trabajos de matemáticas y astronomía,
fue autor del Theatro americano (1746-1748), donde describió la geografía de Nueva
España por obispados.
75 Atlas…, “Advertencia”, s/p.

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Imagen 10. Atlas…, “Curato de Yecapixtla”, lám. 23, n. 1. Biblioteca de Castilla-La Mancha, Colección
Borbón Lorenzana, ms. 366

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Imagen 11. Atlas…, “Curatos de Tampamolón y Tancanhuitz”, lám. 50. Biblioteca de Castilla-
La Mancha, Colección Borbón Lorenzana, ms. 366

Mordaz y resabido, el presbítero desenvainaba la pluma contra sus


censores en la “Advertencia”, antes de que cualquiera reprobase los al-
cances de su trabajo. Retomando el estilo satírico de algunas de sus publi-
caciones, Alzate nombraba al epigramista latino Marcial y al inglés John
Owen, conocido en los dominios hispánicos como Juan Oven.76 En oposi-
ción a los laureados Betancur y Villaseñor, cuyo Theatro americano amo-
nestaría como “tejido de contradicciones, superficialidades y caprichos”,77

76 Por ejemplo, en la polémica sostenida con Antonio de León y Gama, a propósito de la


aurora boreal, Alzate refirió a Marcial para embestir contra el astrónomo mexicano,
retándolo con el conocido ride si sapis, “ríe si sabes” (1831c, p. 95). Por otro lado, los
epigramas del inglés John Owen fueron recopilados y traducidos en 1674 al castellano
por Francisco de la Torre y Sevil (1625-c. 1681) bajo el título Agudezas de Juan Oven,
obra muy popular durante la siguiente centuria.
77 Alzate y Ramírez (1831a, p. 128, n. 1).

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Imagen 12. Atlas…, “Curato de Coscatlán” y “Misiones de Tampico”, lám. 51. Biblioteca de
Castilla-La Mancha, Colección Borbón Lorenzana, ms. 366

Alzate podría haberse referido al poema del “Ignorante aplaudido” de


Owen que, en otra ocasión, también aparecería entre las páginas de sus
Gazetas:78 “Creció de aplauso al compás, / tu ignorancia con jactancia. /
Dexa ya este aplauso atrás, / que si es como tu ignorancia, / ya no puede
crecer más”.79 En consonancia con el referido aviso acerca de los errores
ortográficos del manuscrito, con mayor o menor mala intención, quizás
Alzate estuviese insinuando a Lorenzana –dada la premura con la que
hubo de concluir su encargo– aquella otra observación del citado poeta
de la Tarraconense:

78 En la carta “Apología por la Margileida y su prospecto”, publicada en las Gazetas de


Alzate, Bruno Larrañaga protestó por las críticas recibidas a su obra en dicho medio.
Larrañaga atacó al autor de la reseña diciéndole que bien podría acabar sus párrafos
“con los aplausos de Oven”. Larrañaga (1831, p. 432). Sobre esta polémica, véase
Terán Elizondo (2001).
79 Oven (1721, n. 84, pp. 271-272).

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Si encuentras en estas páginas, lector, algunos pasajes / o demasiado


obscuros o en dudoso latín, / no es culpa mía: el daño es del copista
/ al darse prisa en completar todos los versos para ti. / Mas si piensas
que no es él sino yo el culpable, / entonces consideraré que no eres
nada avispado. / “Con todo, estos versos son malos”. ¡Como si yo
negara lo manifiesto! / Claro que son malos, pero tú no los haces
mejores.80

Con independencia de la heterogeneidad y validez de las fuentes do-


cumentales que empleó, el bachiller admitiría años después haber recopi-
lado algunos testimonios gráficos preparados ex professo, mayormente,
por párrocos: “me valí de la industria de hacer que los prácticos, muchos
de ellos de ningún talento, me fuesen señalando materialmente las situa-
ciones de los lugares de cada curato, y en verdad que logré algo más de lo
que esperaba”.81 Desde un primer momento, Alzate sabía que en aquellas
representaciones de los curas no iba a encontrar la “precisión” geográfica
de los ingenieros y peritos, y en consecuencia ni las firmó ni las asumió
como propias en el Atlas (a diferencia de la copia de su mapa general del
arzobispado). No obstante, con clarividencia, sí supo reconocer dichas vi-
siones –emanadas de las experiencias territoriales de la comunidad– como
la propia “realidad”: “el que los formó [los mapas] ignoraba lo que era di-
bujo: en ellos no se ve más de la ejecución de una mano torpe, pero con tal
naturalidad están descritos los lugares, cerros, caminos, arroyos, etcétera,
que arrebatan a la imaginación, lo que no percibe en ellos otra cosa que
la realidad”.82 Como apuntó Ruiz Naufal, con esta práctica, Alzate logró
canalizar y dar continuidad a la antigua tradición –tanto indígena como
novohispana– de representar en dibujos la “faz del terruño”. De modo
que, a finales del siglo xviii, las visiones locales pudieron ser aprovechadas

80 “Si qua uidebuntur chartis tibi, lector, in istis / siue obscura nimis siue Latina parum, /
non meus est error: nocuit librarius illis / dum properat uersus annumerare tibi. / Quod
si non illum sed me peccasse putabis, / tunc ego te credam cordis habere nihil. / ‘Ista
tamen mala sunt’. Quasi nos manifesta negemus! / Haec mala sunt, sed tu non meliora
facis.” Marcial (2004, lib. ii, ep. 8, pp. 65-66). Sobre la importancia e interés por los
autores clásicos en la obra de Alzate, véase Sarabia Viejo (2006).
81 Alzate y Ramírez (1831a, p. 127).
82 Alzate y Ramírez (1831a, p. 127).

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para lograr una “visión total” del territorio novohispano.83 A pesar de las
críticas que vertería años después contra los autores de aquellos esbozos,
el bachiller no dudó en valorar positivamente su método de pesquisa geo-
gráfica basado en los aportes de los párrocos:

¿Qué otros sujetos se hallan con más proporción para formar este
edificio? No hay cura que pueda ignorar a qué rumbo, a qué distan-
cia están los lugares de su curato, como también las corrientes de los
ríos, dirección de las montañas, y demás cosas dignas de atención de
su curato. Tampoco puede ignorar cuáles son los curatos colindantes
con el suyo. ¿Y todo esto, no puede dibujarlo, y escribirlo, en una
cuartilla de papel, y con demasiada facilidad? Pues asentemos que en
la Nueva España haya mil curatos; entonces con una resma de papel
bien empleada a costa de un cortísimo y sencillo trabajo, veríamos la
geografía en un excelente estado; y los que se dedicasen a unir en un
cuerpo aquellas pequeñas partes lo ejecutarían muy de pronto; pues
como supongo, cada cura especificaba los límites de su curato con
los de los vecinos; y cada dibujo, o diseño particular, reclamaba los
que le pertenecían.84

El manejo de mapas de múltiples autores explica las acusadas dife-


rencias visuales entre unos croquis y otros, desde los más minuciosos y
elaborados, con rica información geográfica, a los esquemas más simples
o aquellos que sólo aportan uno o dos topónimos. Y aunque Alzate se
atribuyó a sí mismo un proceso de adaptación o traducción de dichos
informes, “apurando la verdad ofuscada”,85 lo cierto es que, ni aspiró ni
logró homogeneizar el semblante final de los esbozos territoriales. Aunque
la apariencia externa es más o menos similar en la mayoría de los dibujos
(gracias a la uniformidad de los iconos, los elementos geográficos o los
recursos cromáticos), muchas de las láminas remembran el aspecto de su
bosquejo matriz. Esto se evidencia, por ejemplo, en la particular orien-
tación de los puntos cardinales o en el sistema elegido para marcar las

83 Ruiz Naufal (2003, pp. 68-69).


84 Alzate y Ramírez (1831a, p. 127).
85 Alzate y Ramírez (1985, p. 142).

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distancias, ya sea creando caminos punteados o por acotación textual, es-


pecificando el número de leguas. A pesar de que no conocemos los dibujos
originales que llegaron a manos de Alzate ni la orden o las preguntas que,
con el fin de que representasen su territorio, se pudieron plantear a dichos
párrocos, es posible tantear cuáles fueron las cuestiones interrogadas en
función de la información y las pautas representacionales que predomi-
nan en los diseños: “Mi idea es el que los curas describan sus territorios,
materialmente, al modo que si a uno le dijesen formase un pequeño plano
de su habitación, lo haría formando una imagen de lo que se presenta a su
vista, o a su memoria”.86
En primer término, los croquis debían responder a la organización
eclesiástica de su curato, indicando la cabecera, sus vicarías y las visitas
anejas. Pocos mapas del Atlas levantan los límites internos de la circuns-
cripción, demarcando la extensión de cada vicaría, aunque sí anotan las
relaciones de subordinación mediante textos o trazando caminos hacia
la respectiva iglesia de referencia. Igualmente, son escasos los ejemplares
que señalan linealmente el contorno o las fronteras exteriores del curato.
Aspectos, sin duda, difíciles de precisar, máxime cuando las circunscrip-
ciones eran más conocidas por una nómina de localidades dependientes
que por la extensión física de sus ámbitos territoriales. Es frecuente que
en una misma lámina tan sólo se puntualice una parte de los términos
colindantes o un elemento de fricción concreto como frontera entre dos
jurisdicciones, al tiempo que, por otro lado, se dejen sin delinear –o se
tracen muy vagamente– los demás márgenes del curato. En oposición a los
bordes más certeros, estos últimos espacios de frontera, difusos u omitidos
sobre el croquis, en teoría, se corresponderían con ámbitos carentes de
conflicto o, por diferentes condicionantes, no necesitados de una particu-
lar declaración visual por parte de la comunidad que se autorrepresenta.87
En este sentido, valga como ejemplo la referida lámina de Otumba, donde
sólo se fija la divisoria con Axapusco. De igual modo, en otros casos, apa-
recen establecidos como firmes linderos algunos accidentes geográficos:

86 Alzate y Ramírez (1831a, p. 127).


87 Sobre la representación esquemática de los ámbitos locales en el siglo xviii, véanse
Ortega Chinchilla (2011), así como Vayssière (1980).

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“Barranca que divide el obispado de Puebla”,88 “Cerro que divide el par-


tido con Tanquayalab”89 o “Arroyo que divide a Coscatlan del curato de
Tampamolón”.90
En segundo lugar, la mayoría de los bosquejos aporta información
relativa a las distancias y a la capacidad de movimiento sobre el territo-
rio. Este debió ser un asunto sobre el que se incidió particularmente a
los párrocos, si bien, como se ha dicho, cada mapa lo incorporó de una
forma diferente. Ya fuese especificando el número de leguas sobre los co-
nectores punteados o por escrito bajo el topónimo, algunos esbozos reco-
gieron las distancias de manera imprecisa, apenas indicando si tal lugar
queda “cerca” o “inmediato”. Como factores vinculados necesariamente
a los desplazamientos, también se dibujaron puentes y se señalaron vados,
apuntando incluso la demora por tomar una u otra vía: “por el vado 3
leguas, por la puente 5 a Tula”91 o “Tegueguetla, 18 leguas se vadea el
río de las Truchas más de 30 veces para venir de Tetela [su cabecera]”.92
Teniendo presente una imagen general del territorio, como elemento de
orientación y comunicación, se individualizaron con diversos nombres los
principales caminos de la Nueva España: “Camino Real para Acapulco”93
o Camino Real para el Puerto;94 “Camino Real de México”95 o “Camino
de México”;96 “Camino Real del Monte”,97 etcétera.
Unido a lo anterior, una tercera dimensión que procuran reseñar los
mapas –y sobre la que seguramente habrían sido preguntados los párro-
cos– es el panorama geográfico del lugar, sus rasgos predominantes y, espe-
cialmente, los obstáculos: ríos, lagunas, sierras y grandes desniveles, como
la “barranca profunda de media legua nombrada la Alaxa”, en la lámina
del curato de Tochimilco (imagen 13). De esta forma, puesto que sortear

88 Atlas…, “Curato de Tochimilco”, lámina 10.


89 Atlas…, “Curato de Tampamolon” y “Curato de Tancanhuic”, lámina 50.
90 Atlas…, “Curato de Coscatlán” y “Misiones de Tampico”, lámina 51.
91 Atlas…, “Curato de Tula”, lámina 61.
92 Atlas…, “Curato de Tetela del Río”, lámina 22.
93 Atlas…, “Curato de San Agustín de las Cuevas”, lámina 5.
94 Atlas…, “Curato de Cuernavaca”, lámina 22.
95 Atlas…, “Curato de Oculma”, lámina 16.
96 Atlas…, “Curato de Otumba”, lámina 18.
97 Atlas…, “Curato de Tulanzingo”, lámina 32.

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una hondonada incidía negativamente en el tiempo de los recorridos, así


quedó precisado en el dibujo: “Pueblo de Santa Cruz, dista de Guayapa le-
gua y media, a Tochimilco 4 equivalentes a 6”. En la mayoría de las repre-
sentaciones, no todos los accidentes aparecen por su nombre y sólo unos
pocos son designados con ciertas referencias, como el “Río que inunda a
Oculma”.98 Con todo, aunque la información orográfica es bastante escasa,
ciertamente se detalló en aquellos casos donde las formas territoriales te-
nían la capacidad de crear o distinguir espacios dentro de las colaciones,
como los ríos que separaban pueblos a una y otra orilla. En este sentido, las
revueltas que por aquellos años se sucedieron en la Sierra Gorda acentua-
ron el interés por los factores geográficos en la representación de Xichú de
Indios y, consecuentemente, al croquis inicial se le agregaron a posteriori
los trazos con el curso de los ríos, así como diversas notas y detalles relati-
vos a las misiones, haciendas y ranchos de la zona (imagen 14).99
No obstante, en el conjunto de las láminas, los elementos geográficos
se tratan de manera genérica y sin gran precisión. Tal deficiencia podría de-
berse a que muchas de las “relaciones o especies necesarias”100 que se reco-
pilaron, ya hubiesen sido gráficas o narrativas, apenas se habrían reducido
al nomenclátor y a las distancias de los pueblos, como se aprecia en algunos
croquis –en apariencia, muy apegados a su original– que se incorporaron
en último momento al final del Atlas, sin depurarse ni homogeneizarse res-
pecto de las láminas precedentes (imagen 15).101 Precisamente, el manejo
de descripciones fundamentalmente textuales habría llevado a adoptar, con
mayor motivo, el empleo de paisajes y formas geográficas estandarizados,
apenas como una decoración que envolviese la construcción del esbozo te-
rritorial del curato. Ardua labor sería rastrear, en la mayoría de las láminas,

98 Las tres referencias anteriores corresponden a Atlas…, “Curato de Tochimilco”, lámi-


na 10.
99 Atlas…, “Curato de Xichú de Indios”, lámina 29, n. 1. Sobre las revueltas indígenas en
Xichú de Indios, entre 1767 y 1769, véase Lara Cisneros (2003).
100 Alzate y Ramírez (1985, p. 142).
101 Atlas…, “Curato de Amealco”, lámina 64. Las anotaciones sobre los recursos natura-
les de la región aparecen en los mapas más como una glosa curiosa del párroco, que
como parte de una recopilación sistemática de informaciones geográficas o económi-
cas. Por ejemplo, en el “Curato de San Miguel Atitalaquia” (lámina 28, n. 3) se lee
“Atotonilco tiene baños de azufre”, o en el “Curato de Mazatepec” (lámina 58, n. 3)
dice “Quatetelco en donde pescan las mojarras”.

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Imagen 13. Atlas…, “Curato de Tochimilco”, lám. 10. Biblioteca de Castilla-La Mancha,
Colección Borbón Lorenzana, ms. 366

una clara correspondencia en términos topográficos, pues no dejarían de


constituir una suerte de paisajes inventados. Como ya advirtiese Alzate, “las
noticias de esta especie [las narrativas], sin plano, siempre son susceptibles
de equívocos y confusiones”.102
En definitiva, el espíritu que movió el levantamiento del Atlas no era
otro que conocer, con la mayor precisión posible, las formas y la organización
del poblamiento, particularmente de aquellos lugares sobre los que se podría
intervenir para lograr una mejor administración parroquial. Así, en los esbo-
zos, se plantearon problemas de tipo pastoral, por ejemplo: “Apaquesalco,
no hay misa. Hacienda”,103 “Xalmolonga, hacienda de tanta feligresía como

102 Alzate y Ramírez (1831a, p. 127).


103 Atlas…, “Curato de Yautepec”, lámina 28.

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Imagen 14. Atlas…, “Curato de Xichú de Indios”, lám. 29, n. 1. Biblioteca de Castilla-La
Mancha, Colección Borbón Lorenzana, ms. 366

un pueblo”104 o Maconí y San Cristóbal “estos dos se hallan sin sujeción a


curato alguno”.105 Por otro lado, sobre los diseños, se tantearon sutiles estra-
tegias visuales para persuadir de la necesaria modificación del curato. Muy

104 Atlas…, “Curato de Malinalco”, lámina 33.


105 Atlas…, “Curato de Zimapán”, lámina 56.

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cerca de la cabecera de la parroquia de Oapan se dibujó el pueblo de Tu-


lomán, indicando que “es del curato de San Juan Totolsintla del Obispado
de Puebla, dista de su cabecera 6 leguas”,106 al igual que en el croquis de
Chalco, donde se señala “San Joseph hacienda, pertenece a Tlalmanalco”.107
En otros casos, el mismo texto creaba interrogantes, ya fuese dudando so-
bre cuál podría ser la mejor adscripción para un pueblo, “San Pedro de los
Petates o de la Laguna, 1 y media de Metepec [su cabecera] como de Atengo
[otra parroquia]”,108 bien destacando las condiciones de una localidad para
tener su propia autonomía, “Pueblo grande, cabecera de San Juan Acatit-
lan [vicaría] con dos iglesias, gobernador y dos alcaldes, con mucha gente
de idiomas mexicano, su temperamento caliente, dista a [San Pedro] Texu-
pilco 8 leguas”,109 “San Antonio, pueblo grande”,110 o sobredimensionando
las condiciones pobla­cionales recogidas en el dibujo: “Tepequaquilco, ca-
becera, con más de cincuenta ranchos y haciendas”111 o “Curato de Apa,
que tiene muchas más haciendas y ranchos que las que aquí se ponen”.112

consideraciones finales

La cartografía constituye un instrumento fundamental en el proceso cog-


noscitivo de construcción y articulación de los territorios. Los mapas, por su
propia naturaleza como representaciones, tienen la capacidad de expresar
visualmente las relaciones humanas con el medio físico, sintetizando, en
consecuencia, las prácticas y los territorios que resultan de las experiencias
de recorrido, ubicación y control concreto del espacio. En las imágenes ana-
lizadas en este artículo, hemos observado un gradual proceso de búsqueda
de nuevas formas de representación como alternativa o complemento de
un corpus gráfico anterior. De la confrontación de los mapas existentes con
las prácticas concretas sobre el territorio y los caracteres teóricos de repre-
sentatividad atribuidos a la cartografía, se fueron evaluando, corrigiendo y

106 Atlas…, “Curato de Tepequaquilco”, lámina 20.


107 Atlas…, “Curato de Chalco”, lámina 42.
108 Atlas…, “Curato de Metepec”, lámina 13.
109 Atlas…, “Curato de Texupilco”, lámina 17.
110 Atlas…, “Curato de Tulanzingo”, lámina 32.
111 Atlas…, “Curato de Tepequaquilco”, lámina 20.
112 Atlas…, “Curato de Apa”, lámina 42.

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Imagen 15. Atlas…, “Curato de Amealco”, lám. 64. Biblioteca de Castilla-La Mancha, Colección
Borbón Lorenzana, ms. 366

desechando aquellos productos que no respondían a las necesidades con-


cretas de los usuarios. Ciertamente, no sólo se sucede un proceso de modi-
ficación o rehechura del mapa ya existente, sino la recreación de un mismo
espacio, en este caso, el territorio del arzobispado de México, en un nuevo
medio de expresión visual, esto es, en una tipología cartográfica distinta. En
este sentido, la confección de nuevos diseños y el reemplazo de un modelo
por otro están ligados a un necesario mecanismo de autojustificación frente
a las cualidades denotativas inherentes a la tipología precedente. Eviden-
temente, el mapa general del arzobispado no puede expresar las distancias
de la misma forma en que lo hacían las pinturas, ni las láminas del Atlas
llegan a poner en relación diferentes ámbitos tal y como se conseguía en
cualquiera de los antedichos.
Cada tipología cartográfica está asociada, de manera preclara, a un
disímil proceso de articulación y reconocimiento del espacio. Las pinturas

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de itinerarios responden al conocimiento práctico del desplazamiento re-


lativo por el territorio, indicando las distancias y conexiones de un punto
respecto de otro. Los mapas generales del arzobispado persiguen, en cam-
bio, la ubicación abstracta de las localizaciones, facilitando los rudimentos
necesarios para posicionar los lugares en unas coordenadas globales, pu-
diendo extrapolar su situación a cualquier otra carta regional o global. Por
último, los croquis del Atlas aportan una descripción a gran escala de los
curatos. Dejando a un lado la precisión de los modelos cartográficos más
científicos, las láminas procuran una representación sociográfica de las cir-
cunscripciones, haciendo hincapié en los aspectos naturales, experienciales
y políticos concretos de cada ámbito: una forma de descripción corográ-
fica, pegada a la vida del terreno, necesaria para la administración de las
cuestiones más puntuales. A pesar de que cada modelo, de por sí, aspira a
instituirse como portador de una nueva y válida visión del territorio, en el
discurso en torno a las capacidades del mapa –generado por los propios
usuarios– queda explícito el reconocimiento de que un único instrumento
siempre resulta insuficiente. Aunque se persigue la búsqueda de un mapa
perfecto, en el fondo subyace el asentimiento de que diferentes tipologías
terminan por complementarse. Esta progresiva recreación visual del terri-
torio no llega a significar un perfeccionamiento gradual ni de la ciencia ni
del conocimiento geográfico, de hecho, el propio Atlas –el último de los
productos– termina por quedar como un libro curioso, inútil por sí solo
para las aspiraciones de reforma territorial planteadas por el arzobispo.
Analizados en conjunto, los tres modelos cartográficos de la arqui-
diócesis de México que se realizaron bajo el gobierno de Lorenzana nos
permiten comprender los mecanismos de retroalimentación entre unos ma-
pas y otros: una comunicación cartográfica no fundada en el mero trasvase
de la información geográfica, sino en la comparación de las capacidades
representacionales de cada modelo y en la jerarquización de las funcionali-
dades prácticas que se esperan del diseño, una expresión de la construcción
territorial decidida a una mejor administración pastoral del territorio.

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